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volumen 2
Este libro ha sido editado entre España, México y Argentina entre los
meses de abril y noviembre de 2020.
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A-mar-a-
¿Cómo se sentirá el mar en el invierno, cuando ya
nadie se acerca para recolectar recuerdos en forma de
caracoles o contar secretos enjaulados en miradas? ¿Se
sentirá igual de encerrado que yo?
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gios y completando una lista que escribo en las notas
del celular donde anoto todas las cosas que quiero hacer
en estos días.
Demasiados días
Ya pasaron demasiados días. Debo admitir que hoy
no siento nada. Vacía. Sin fondo. En la incógnita de no
saber qué viene, ni a dónde va. Pensaba que sentir nada
era no tener emociones. La copa del vino que abrí me
contó un secreto: podría pasarme más de tres horas ha-
blando conmigo misma sin esperar ninguna respuesta.
Ya nada me mueve.
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Anoche amanecí con mi mano entre mis piernas.
Resulta que ayer exploré las mil formas de tocarme y
recorrerme sin tu nombre pegado al lado mío. Las sá-
banas blancas desparramadas entre mis tobillos, la copa
de vino vacía y con manchas rojas en sus paredes, la
ventana entreabierta y mi torso desnudo. No sabía que
mis tetas podían sentirse tan a gusto con el roce del
viento. Les había dado la oportunidad de encontrarse
insatisfechas frente a la estúpida idea de no dejarlas ver,
nunca. Por fin, al descubierto. Anoche amanecí con mi
mano entre mis piernas y mi cuerpo fundido en el de-
seo de nunca más abandonarme. Había encontrado en
el choque eléctrico la posibilidad de decir algo: estaba
disfrutando, aún en el encierro.
Te desperté
Ayer a la noche soñé que te despertaba. Quería pre-
guntarte si estabas sintiendo lo mismo que yo. Llevo
bastante tiempo encontrando la gota de tu vaso escon-
dida en mis bolsillos. ¿Será que nunca se te explotan
los miedos? O tal vez perdiste tanto que te preocupa
ahogarte en el mar de nuevo. Por eso tu vaso siempre
está lleno de aire, porque ni mi cuerpo, ni mis pensa-
mientos tienen posibilidad alguna de entrar sin rozarte.
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Siento que sos muy frágil. Ya casi ni te veo. Quizás si te
pregunto me encuentro con algo que no quiero. ¿Y qué
pasaría si ya no quiero?
¿Se sentirá así el aborrecimiento?
Sería entonces igual a quedarme sin palabras en un
entierro y despertarme esa misma mañana sin tu cuer-
po.
Desgano
¿A qué sabe el silencio de amanecer en soledad?
Consuelo
El encierro me ha dado sus posibilidades. No es
nada fácil decidir arrimarse al abismo y no poder dar el
salto. Quizás estando sola conmigo misma descubra el
deseo de nunca más permanecer en silencio.
Carta de amor
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última capa de consuelo. Pensé que dolería arrancarme
las escamas de la espalda mientras espero que vuelvan
las ganas de abrazarnos y vernos desnudas. Pero ya se
estaban pudriendo. No tenía sentido seguir intentando
permanecer en sintonía. De a poco te vas desaparecien-
do y creo no encontrar ninguna palabra que abastezca
lo que estás sintiendo en este momento. Ojalá pudie-
ras estar sentada al lado mío. Nos imagino con el torso
desnudo, sentadas una al lado de la otra, riéndonos por-
que no aguantamos ni dos minutos que el frío congele
nuestros miedos. Siento que si nos acercamos se derri-
ten los intentos y nos entregamos a la posibilidad de
nunca más querer soltarnos.
Te extraño.
Cinco
Llevo ocho días sin poder nombrarte.
Anoche escribí dormida en mi cuaderno:
me acuerdo lo lindo que era estar con vos.
Osito
A los siete años me regalaron un peluche. Todas las
tardes me sentaba en el medio de mi cama y apoyaba
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en frente mío a uno de los personajes más importantes
para mí en ese entonces. Era mi oso preferido, o si mal
no recuerdo, el único que tenía. Su piel era muy suave,
de un color marrón acuoso. Tenía una nariz negra, ojos
grandes y vestía unos hilitos rojos que simulaban ser
una corbata o algo parecido. Mi oso nunca tuvo otro
nombre más que Oso. Él guardaba todos mis secretos.
Cuando algo me enojaba o me ponía triste decidía ce-
rrar la puerta y sentarnos en la cama esperando a que
pase el rato. Sentía que me estaba escuchando, aunque
me pusiera un poco verborrágica. Por las noches dor-
mía abrazada a él y el resto del día, si no armaba uno
de esos rituales en los que hablaba conmigo misma un
buen rato con mi oso de frente, con su mirada puesta
únicamente sobre mí, lo dejaba entre mis almohadas,
sentado en el centro de la cama. Cada vez que volvía de
la escuela lo saludaba y lo abrazaba, contenta de saber
que él estaba ahí. No me animaba a guardarlo en un
lugar donde no lo viera. De hecho, fue hace pocos años
cuando me animé a encerrarlo en una caja. Nunca más
volví a sacarlo. Hoy, después de quince días sin salir de
mi casa, decidí hacerlo. Parece que el tiempo deja que
nos veamos. Los recuerdos no se anudan congelados.
Siguen estando.
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Menstruar
Hoy amanecí temprano. Estuve toda la noche des-
pertándome y volviéndome a dormir. Hace cinco días
debería haber empezado a menstruar, pero por algún
motivo se atrasó. Me desperté a las seis de la mañana
con mucho dolor. El otro día me enteré de que lo que
duele es el útero, no los ovarios, y en una especie de voz
en off repetí toda la madrugada y la mañana lo mismo:
odio tener que soportar tanto dolor. Decidí darme un
baño de inmersión a las siete de la mañana. Mi mamá
siempre dice que los baños curan todo, y yo, por alguna
extraña razón, sigo confiando en eso. Después de casi
dos horas sumergida en el agua, con un poco más de
aire en el cuerpo, decidí pararme muy lento y secarme
con mi toalla preferida. Me quedé mirándome en el es-
pejo un buen rato. No encontré nada. Estaba harta de
seguir sosteniendo en la mirada el peso de despertarme
cada mañana siendo igual que ayer.
Por qué
Hace nueve días que trato de decirte algo. Solo pue-
do empezar por preguntarte por qué será que te sigo
soñando, cuál es la forma de abrir los espacios en blanco
para que ocupen tu nombre. ¿Será que nos atrinchera-
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mos en la idea de que si seguimos estando en contacto
entonces nuestros cuerpos siguen siendo deseados?
Dónde
Atropellada por el encierro. Desearía poder decirlo
de otra forma. En-cierro, como mi mamá con su silla
blanca postrada en el balcón de cristales transparentes
que construimos hace dos días en el espacio que queda-
ba vacío en la casa. En-cierro en la palma de mis manos
el collar que me regaló mi bisabuela, la nona, cuando
yo tenía 8 años y todavía podía sentarme a su lado y
pedirle que me acaricie la cabeza con sus manos de re-
cuerdos. Solía guardar en cajitas blancas lo que temía
dejar perdido en algún lado. Como yo, que ayer cerré
con llave la puerta de mi cuarto habiéndome olvida-
do por completo de que a la tarde debía ir al en-tierro.
Solo una letra puede mudarte de una epidemia al duelo.
Quizá era demasiado temprano para despedirme de tu
cuerpo.
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el esternón. Mi boca limpia. Los labios entreabiertos.
Hombros flojos. Columna larga. Piernas entrecruzadas
y livianas. Y mi lengua ancha y larga abastecida por mis
paletas, levemente apoyada en mi paladar. Decidí cerrar
los ojos más allá de que en la consigna no fuera necesa-
ria. Sabía que podía mirarme mejor hacia dentro si no
juzgaba lo que estaban viendo mis pupilas. Tres respi-
raciones profundas y pausadas, a su tiempo. La espera
interminable de lo que permanece. El peso de mis hue-
sos conectando con el suelo, que a su vez expulsan hacia
arriba todos los pensamientos. «Dejar-pasar-las-emo-
ciones-como-nubes», dijo lento. Observarlas sin juz-
garlas y entregarse al goce. Casi como quien consigue
habitar un orgasmo y permanecer inherente a lo ante-
dicho. El ruido de los cuencos, del espacio. Las voces de
los niños que escucho de fondo mientras trato de que a
su vez no invadan en mi temperamento. El espacio en
constante renovación. Mi boca limpia, mi cuerpo lento.
Logré atravesar la puerta que estaba a c-i-n-c-o pasos
de mí y entrar al blanco. Sabía que permanecer en ese
espacio quieto iba a acelerarme. No aguantaba la ne-
cesidad de querer salir corriendo, pero de todas formas
ahí permanecía, contemplando las esquinas donde las
paredes altas se cruzaban, como mis clavículas con mi
plexo. Tan solo la decisión de continuar registrando lo
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que había dentro de mi cuerpo me permitió seguir ca-
minando hacia delante, sin miedo a encontrarme con
algo que quizá no estaba buscando, sin miedo a retro-
ceder. Pero ahí, en ese punto donde hacen tregua mis
pensamientos con mis emociones, encontré algo. Logró
invadirme la mayor sensación de paz que nunca había
experimentado. Estaba tranquila, sin apuro, entregada
a lo que estaba aconteciendo. Mis piernas livianas, el
calor del pecho, las costillas l-e-v-e-m-e-n-t-e infladas,
mi cabeza inclinada. Era como si me estuviera agra-
deciendo y perdonando al mismo tiempo. Pude abrir
los ojos y encontrarme conmigo misma en mi propia
habitación. Sabía que la única respuesta a lo que esta-
ba buscando era la mía y que solo el permanecer en la
incertidumbre de la inmensidad del cielo iba a lograr
que el amor conmigo misma se disolviera en el cuerpo.
Necesitaba tiempo.
Te extraño también
Si pudiera despegarme de tu ausencia y encontrarme
con vos en el silencio. Si pudiera despertar cada maña-
na y acostarme en tu pecho
entonces cerraría los ojos para sostener entre mis fi-
nos párpados nuestro olor a roce.
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Duelo de palabras
No me puedo dormir. ¿Qué hora será? La cama está
desordenada de tanto patalear y cambiar de posición.
Está todo muy oscuro excepto por la luz roja brillante
del televisor que nunca quiero prender. Callate, Floren-
cia, así no te vas a dormir más. Mañana es un día largo,
como todos. No tengo que hacer nada. Los días parecen
volar y yo sigo sin hacer nada. ¿Qué voy a hacer cuando
pase todo esto? ¿Lograré irme de viaje? ¿Dónde dor-
miré? Quizá consiga trabajo. Quizá vuelva a abrazarme
con mi novia. O no. ¿No? Ya no sé qué pensar. Me da
un poco de miedo todo esto. Mejor no quiero pensar. Si
dejo de pensar me puedo callar, y si me callo me puedo
dormir. ¡Estoy cansada de no parar de pensar! Quizá si
prendo el celular y busco una meditación guiada, quizá
así pueda conciliar el sueño. Pero si lo prendo me voy
a despabilar. Cuando me muevo me despierto. Mejor
no. No. Voy a intentar poner la mente en blanco. Pero
cada vez que pienso en blanco me acuerdo del color del
cielo del primer día que creí que me había enamorado
de ese chico con el que me besé. Nunca nadie me gustó
tanto y nunca fue tan fugaz. Basta, no. Tengo que dejar
de pensar. De verdad, Flor, dormite. Mañana la alarma
suena a las doce y te vas a tener que levantar. No me
quiero levantar. O sí, en verdad. No quiero que se pase
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el día entero en la cama. Mejor vuelvo a la idea de la
meditación. Eso siempre me ayuda a concentrarme en
otra cosa y aprender a callar.
Monólogo
Hace mucho no te escribía. Podría contar el tiempo
en cantidad de pelo crecido, o en monólogos conmi-
go misma sentada en la tapa del inodoro. Hace mu-
cho tiempo trato de esquivarte. No creo poder evitarte,
pero sí reconozco que jugar a ser alien por un rato me
ha dado sus ventajas. Las olas ya no preguntan cuándo
vuelvo. Los árboles crecen sin mi consentimiento. Los
platos siguen rompiéndose en pedazos. Isabela sigue
cantando todas las mañanas con el afán de algún día
encontrarme desmedidamente atropellada. No sé si te
extraño. De hecho, me atrevería a contarte que todas
las noches devuelvo al viento las últimas imágenes. Será
por eso que, en el momento de poner en palabras, te
siento cada día más despegada de mí. Tampoco quie-
ro seguir pidiendo perdón por cosas que no debo. No
confío en las personas que todo el tiempo se atajan de
amnistías. Quizá por eso ni siquiera soy capaz de per-
donarme a mí misma. Solo me desnudo en frente de
mi pájaro que, en torpes cantos, cambia mi manera de
ver la vida.
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Abuela adormecida
A los dieciocho años pedí como regalo de cumplea-
ños un álbum de fotos de cuando era chica. Nunca
había visto a mi abuela sonreír tanto. Aros de colores,
vestidos largos, patas de gallo y ojos negros. A mis die-
ciséis falleció mi abuelo. Nunca más vi a mi abuela salir
de ahí. Quizá ella siempre supo del encierro.
Ana no es
No sé bien qué día es hoy. Ana ha muerto. Se han
desarmado sus entrañas y ha cambiado a amarillo el
color de su pelo. Se ve un poco triste. Tengo miedo de
preguntarle si eso no era lo que estaba necesitando, o
si quizá en estos días de encierro le ha faltado el aire.
Confieso que me olvidé de visitarla cada tarde y recor-
darle lo importante que era para mí. Aun así, terminó
muy rápido. Ana no era como cualquier otra. Cada día
crecía un poco más asomando sus pieles al sol, abriendo
sus infinitas curvas hacia el espacio y demostrando que
a veces necesitamos menos de lo que creemos. Ana fue
mi regalo de cumpleaños. Siempre quise una planta con
hojas grandes y verdes y con las venitas marcadas de
tiempo recorrido. Quizá en el encierro se congelaron
sus mañanas y por eso no supo a dónde irse. Se quedó
durmiendo.
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No puedo
Antes de acostarme abro todos los cajones de mi
cuarto. Recuerdo la cantidad de ropas que me esperan
cada día y no estoy usando. Se siente igual que desper-
tarme cada mañana y darnos un abrazo sin sentir que
nos estamos amando. Entonces agarro una remera, una
bombacha de algún color, pantalón largo o corto y me
lo pruebo. Sacudo un poco el cuerpo, finjo estar bailan-
do. Una vuelta para acá, una vuelta para allá. Me asomo
a la ventana, chequeo el clima allá afuera y de nuevo
adentro. Abro la cama, limpio mis patas y me acuesto.
Creo estar renovando el duelo de no poder explicarte
que no estoy pudiendo.
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eso cada atardecer pido el mismo deseo y aprieto bien
fuerte entre mis manos lo único que tengo.
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ya no está sigue ahí. Es la misma sensación de tener la
cara al viento por la ventana del auto en un domingo
de crisis existencial y alaridos que se convierten en un
canto familiar.
Eso no es cemento
Hay una mancha alrededor de tu cara que parece
cemento. Los días pasan tan rápido que no consigo
impregnarme en tu pecho y que me dejes entrar. No
me estaba dando cuenta de que solo consigue despegar
quien hace el intento. Vos todavía no estás en tu cuerpo.
La mirada se te va.
Figurita repetida
Día repetido. Despertarme a las 12:33 del mediodía,
apurarme para lavarme los dientes, tomar un vaso de
agua completo, despegarme las lagañas de la cara por
haber dormido más de nueve horas seguidas. Caminar
a la cocina con mis pantuflas azules porque volvió a ha-
cer frío, sentarme en la silla a la espera de tener hambre
y lograr que mi mamá cocine un poco más tarde.
13:33, la hora del almuerzo. Me gusta muy poco el
almuerzo, nunca tengo suficiente hambre. Terminar de
comer y preparar el famoso café rutinario. Ese café a
través del cual salvamos nuestro vínculo y creemos es-
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tar completos. Esperar a terminar más o menos al mis-
mo tiempo para discutir sobre quién lava las tazas que
usamos. Abrir la canilla de agua caliente para que mis
manos se enfríen un poco menos, ponerle mucho de-
tergente a la esponja y limpiar hasta el último manchón
espeso de café pegado. Dejar todo listo para cuando
esté seco y ya pueda guardarlo. Volver a mi cuarto. Me
espera la cama sin hacer porque al mediodía, cuando
me levanto, decido dejarla en ese estado para tener algo
que hacer después del almuerzo. Sacudo las sábanas,
acomodo las almohadas y estiro el acolchado. Apoyo
todos los almohadones apilados y me acuesto. Decidir
pasar un rato esperando que pase el tiempo. Parece ex-
traño, pero los minutos pasan mucho más rápido ahora
que no tengo nada concreto que hacer. Después de eso,
inventar alguna que otra actividad: salir a leer al patio,
escuchar un rato música, sentarme en mi ventana a es-
cribir o esperar a tener hambre de nuevo para cocinarme
algo. Nunca no tengo hambre. Quizá estoy muy ansio-
sa, aunque crea no estarlo. Los paquetes de galletitas me
duran dos días y el pan de tostadas se acaba a cada rato.
Esperar que se hagan las 19:34 para darme un baño.
Mi momento preferido del día. Llenar de agua caliente
la bañera, desnudarme, mirarme al espejo un buen rato
y hablar sola hasta las 20:59. Lavarme el pelo, pasarme
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el jabón por el cuerpo, acariciarme un rato las tetas y
salir para secarme y peinarme el pelo. 21:07, hora de ir
a la cocina porque mamá está cocinando. Caminar con
la misma ropa puesta, las mismas pantuflas azules y el
pelo mojado. Sentarme en la misma silla que al medio-
día, prender el televisor y quedarme esperando. Poner la
mesa con los mantelitos rojos, los dos vasos, los cubier-
tos y la bebida. Cenar con mi mamá sin dirigirnos la
palabra porque no hay nada nuevo. Los perros ladran-
do. Terminar de comer muy rápido, 21:57, levantarnos
y lavar los platos, de nuevo. Dejar todo listo para cuan-
do se sequen y pueda ser guardado y volver al cuarto,
de nuevo. Acostarme en la cama esperando que pase el
tiempo. Usar el celular, hablar por teléfono con mi no-
via, decirle que la amo y que la extraño, contar cada día
como si fuera uno menos. Leer un libro, mirar una se-
rie, escuchar música o simplemente no dejar de usar el
celular. 3:00 de la mañana, ya me da culpa haber estado
tanto tiempo mirando una pantalla. Se me ocurre algo,
abro mi cuaderno, anoto la idea y lo cierro. 3:57, le digo
a mi novia que ya es hora de intentar dormir porque
me da culpa haber estado tanto tiempo mirando una
pantalla. Saludarnos, decirnos que nos queremos y nos
extrañamos. Dejar el celular cargando apoyado en mi
mesa de luz blanca con el celular levemente inclinado
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para no poder apagar la alarma que tengo programada
para mañana a las 12:33 del mediodía. Desear no soñar
nada feo para no despertarme a la madrugada. 12:33
suena la alarma. Empezar un día nuevo como si nunca
hubiese sido inventado.
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Gabriela Ramos Monzón
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Hace un mes…
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una semana más a todo esto. Mis plaquetas habían ba-
jado mucho, así que he tenido que cuidarme de conta-
gios innecesarios. Al comenzar la cuarentena ya estaba
en la «recta final» de mi tratamiento, solo hacía falta re-
cibir los resultados de un estudio en el que yo esperaba
haber sanado por completo, aunque no fue así...
¡Buenos días!
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Tanto me mueve esta historia que tengo una hija de
4 años a la que llamamos FRANA, composición del
nombre Ana Frank, y quien ha tenido que adaptarse a
cambios impresionantes en su vida, lidiar con mi enfer-
medad, nuestras separaciones largas, el tener una mamá
que un día simplemente dejó de ser la de antes.
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A partir de ese momento solo podría ver a mi hija
y esposo los fines de semana con mascarillas, nada de
cercanía. Ella, mi pequeña hija, tuvo que volverse aún
más fuerte y aprender a vivir sin mamá.
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es que yo la cargue del baño al comedor, y es que eso no
es tan sencillo. Ahora el cáncer se apoderó también de
parte de mis huesos.
17 de abril
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esposo no debe bajar al hospital. Disminuyamos ries-
gos, concluimos los dos. La adrenalina que me acom-
pañó los dos primeros años de tratamiento se ha ido
esfumando. Ahora baja una Gaby más sensible al hos-
pital. Mi corazón palpita. Sé que estoy haciendo todo
bien. Recibo los pormenores de lo que sucederá al tener
este nuevo «veneno» en mi cuerpo. Mi cerebro decide
no enfocarse, pero caigo en cuenta que nuevamente se
me caerá el cabello. Algo vano. Pues no. Mi hija reza a
diario por tener una mamá con pelo largo. No peluca.
En fin, algo haremos. Me derrito cuando me ve y me
dice que soy su mejor mamá, que soy bonita. ¿Cómo no
luchar?
Regreso a casa
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viva, voy a mi hogar con Frana y Chucho, mi esposo.
Extrañaré a mis padres esperándome para brindarme
el apoyo que necesito, su consuelo, la risa de mi madre
que a todo le ve el lado bueno. La fe compartida de mi
papá, quien no se cansa de pedir por mí. Ellos no están,
ahora deben también cuidarse.
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El no tener la vida asegurada fue una de las lecciones
más grandes que un primero de noviembre nos azotó
como familia. Sí, una historia que nos tocó no solo el
corazón, sino el alma entera.
Recuerdo nítidamente…
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ayuda. Compruebo que es verdad lo que leo. Pienso en
mil cosas, pero desprendo de la pared una foto de él, de
mi «Picidi» y se la pego a nuestra virgen Rosa Mística
que está de visita en mi habitación. Le pido un milagro.
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P.D. Te extraño mami, a esta hora nos tomábamos
nuestro cafecito.
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Hemos hecho un horario para seguir en casa, inten-
tamos seguirlo, una lista de proyectos que hemos deja-
do inconclusos… pero ¡un momento!
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me dijeran «será el tuyo porque el mío no es», bla, bla,
bla) y, sin fines políticos, ni poniéndome como defen-
sora del gobernante que tenemos actualmente, lo que
me asombra es que ninguna de esas personas hacen una
propuesta de cambio, no los veo sumando socialmen-
te, haciéndose cargo de algún proyecto que incite a la
aportación, a crecer como seres humanos. Nada. Pero
me causa más impacto la gente que «despierta» y se da
vuelo manifestando su malestar, mofándose o insultan-
do. Sin embargo, nada, nada de nada.
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nizaron para hacernos llegar su apoyo. Misas, oraciones
cada hora por la salud de Juan Pablo, rosarios por mi
salud fueron regalos invaluables. Hemos sido afortu-
nados.
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mente podríamos llevarnos estupendas sorpresas du-
rante el confinamiento, tendríamos más oportunidades
de disfrutar de ese tiempo que nos quejamos amarga-
mente no tener, con más resiliencia, con más humildad,
más humanos, más empáticos.
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Mi esposo es alpinista. Desde hace un poco más de
30 años, recorre montañas de México y ha escalado en
el extranjero. Es su pasión, ama las montañas, lo hace
muy bien, es excelente en su trabajo, y yo aprendí a sol-
tar el miedo que me daba cada vez que se preparaba
para un ascenso. No puedo negar que sí, hasta la fecha,
el estómago se me apachurra cuando sé que saldrá, él
mismo me ha dicho que lleva la vida de una mano y la
muerte de la otra… Y que nunca se sabe. Se concentra
al mil, se encomienda a Dios, le pide permiso a la mon-
taña e inicia el ascenso.
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He dejado que mis emociones negativas me invadan,
sin negarlas, sin querer fingir que no existen, y estoy
aprendiendo qué quiero hacer con ellas y hacia dónde
quiero ir.
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Llorar, lavar, el ejercicio de estos días. Me extraño
mucho, caray, y aunque amo lo que soy actualmente, no
puedo dejar de dar un paseo por el pasado, por ese en
el que veo a Gaby desbordar energía, sumar kilómetros
corriendo con sus padres, entrenando en la montaña
con su esposo, subir y bajar con su hija. Hoy sumamos
una hazaña: bailar tres minutos con ella en mis brazos,
ahora me lo cobra el dolor, pero todo valió la pena por
verla sonreír y gritar ¡mi mamá me está cargando! An-
tes lo hacía en el supermercado, en el colegio, en donde
pudiera. Hoy ese eco me motiva a seguir.
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su rosario, pidiendo por mis hermanos, por mí, por mi
madre, por todos. Sé que tiene una conexión muy espe-
cial con ÉL, sé que así es.
Un día más
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jado, el dolor en mis huesos se ha intensificado y me
aterra pensar que sea una mala señal.
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Inicia la semana
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rrarme a la vida con uñas y dientes, siempre admiraré
la alegría que tenía por la vida aún en tiempos terribles.
Abro la ventana y respiro fuertemente, por ella, por mí.
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Isabel García Cuesta
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Tengo casi treinta y cinco años y he vuelto a casa de
mis padres. Me pregunto si el verdadero motivo por el
que estoy aquí es que me hacen la comida y puedo ver
Netflix. Ayer comenzó el estado de alarma en España.
El virus lo ha interrumpido todo. Yo iba caminando por
mi vida tranquilamente mirando solo hacia delante, y
de repente he dado media vuelta y he venido directa al
útero. Creo que la manera que tiene cada uno de pasar
la cuarentena no es casual y que todos tenemos algo
que aprender estas semanas. Así que no puede tratarse
simplemente de comer y de ver series. Solo espero que
el aprendizaje no duela mucho.
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sin suelo. Yo pondría un pie adentro y caería al vacío.
Quizás por eso me he ido de mi casa. Hoy quería ir a
comer con mis padres, pero me he dado cuenta de que
ahora no podemos estar yendo de un sitio a otro y me
he puesto a llorar como una fuente. Al final he decidido
pasar la cuarentena con ellos y mi hermano Luis y me
he hecho la mochila entre lágrimas. Me sentía como
una refugiada del primer mundo.
………………….
422
fogones. También he visto un monólogo de un hombre
pidiendo que lo dejen en paz con tanto salir al balcón
y hacer cupcakes y videoconferencias, que está más es-
tresado que cuando podía salir a la calle. La gente está
muy creativa con esto del encierro. Quizás podría hacer
un meme yo también.
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que nos pasamos la tarde hablando con un café. Des-
pués me acompaña a mi casa y cuando nos despedimos
se nota que está prendado de mí. Me pregunto cuán-
do volveré a acostarme con alguien. Me gustaría saber
cuándo va a acabar la cuarentena. ¿Cuándo podré vol-
ver a mi casa? Estas son las preguntas más importantes
ahora mismo, pero la gente parece estar más interesada
en mandar memes y chorradas en los grupos de What-
sApp. Si supiera qué va a pasar todo estaría bien. No
puedo dormir.
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Mi padre tampoco me tranquiliza nada. Le gusta in-
formarnos con gran detalle del número de infectados
y muertos, y lo primero que hace al levantarse es ver
las noticias. Después de ver los informativos de España
tiene que ver los de la BBC, y luego comparte con no-
sotros sus averiguaciones:
………………….
425
familiares. Será que la rara soy yo, así que mejor no les
pregunto.
………………….
426
Si todo sigue tan tranquilo como hasta ahora puede
que no discuta con mi madre en toda la cuarentena. Eso
estaría muy bien. Cuando discutimos suele ser por temas
de trabajo y de estilo de vida. Si yo fuera funcionaria o
tuviera un contrato indefinido no sé de qué discutiríamos.
Y si yo no me empeñara en que mi madre me dé la razón,
tampoco. A veces este tema me parece un ciclo sin fin.
Quiero ser una adulta de una vez y dejar de buscar la apro-
bación de mi madre para sentirme bien conmigo misma.
Quiero ser adulta pero me vengo a vivir con mis padres.
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A veces viene a preguntarnos a mi hermano y a mí
qué queremos de cenar, y nos da varias opciones a elegir.
Es como si volviera a tener cinco años, y me encanta.
Suele buscar nuevas recetas en Internet mientras hace
ejercicio en la bicicleta estática, y luego comparte lo que
ha aprendido con nosotros.
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yo me convertiría en adulta de golpe y ya no tendría
quien me acogiera en una pandemia. Me pasearía por
esta casa como por un cementerio. Ahí la estantería re-
bosante de libros que ya nadie va a leer, ahí la ropa que
aún lleva su olor, ahí la máquina de coser de mi madre
y los libros de inglés de mi padre. ¿Qué haría con todas
esas reliquias? ¿Quién me dirá lo que tengo que hacer
cuando por fin sea mayor?
………………….
429
preparando lo que iba a hacer. Ha sido divertido verles,
aunque la mayoría no activaban la cámara, no sé por
qué. También he pasado mis clases particulares a clases
online, y de repente me siento útil. Gracias a Internet
puedo hacer algo de valor en estos momentos en los
que todos estamos entre cuatro paredes. Porque en casa
no soy más que un parásito adorable. Creo que me va a
venir bien tener a mis chinos, gracias a ellos ya no pien-
so tanto en el virus y en cuándo terminará esto. Ahora
solo me preocupa que hablan fatal en español y no van
a aprobar el curso. Su nivel es pésimo. Quizás si mis
clases fueran más entretenidas me harían más caso. O
tal vez debería ponerles más deberes. Necesito que me
respeten y se tomen las clases en serio.
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El fin de semana pasado tuve una videoconferencia
con los compañeros de la formación en terapia Gestalt,
y cada uno tuvo unos minutos para explicar cómo se
sentía. Una de mis compañeras dijo que estaba pasando
la cuarentena con sus hijos y que esta experiencia era
como un regalo maravilloso. No me jodas. Yo dije que
todos los días son iguales y que cuando doy clase la mi-
tad de mis alumnos no me escucha.
………………….
431
pre me da una lista kilométrica de la compra, y luego
tengo que llamarle porque lo que él me ha escrito no se
corresponde con lo que yo encuentro allí. En la sección
del pollo hay unas bandejas que yo no he visto en mi
vida, como contramuslo sin piel, contramuslo deshue-
sado o cuartos traseros. Yo sé lo que es una pechuga
de pollo y un pollo entero, ya está, y no hay manera de
encontrar «muslos de pollo» como me pide mi padre.
Luego resulta que lo que él quería aquí se denomina
«jamoncitos». Se nota que no soy la única que no tiene
ni idea, porque en el súper siempre veo gente hablan-
do por el móvil pidiendo aclaraciones y recibiendo ins-
trucciones. Quizás sean parásitos buenos, como yo.
432
—Estoy tan llena que no puedo comer ni torrijas—
dice mi madre.
—Luis, ¿y tú cómo llevas la cuarentena?— pregun-
ta mi padre a mi hermano.
—¿Yo? Bien. Un poco rollo.
—¡Luis, puedes expresar tus sentimientos!— le
digo yo.
433
o la estantería llena de libros de Joaquín Sabina. Los
mejores siempre tienen un montón de libros detrás.
………………….
434
honor de atleta nacional». ¿De qué sirve que les enseñe
vocabulario nuevo y estructuras útiles si luego van y
traducen frases enteras en el traductor? Cada vez me
enfado más con ellos, y a veces me pillo a mí misma
pensando con desprecio que tal o cual alumno tiene
que ser imbécil. Siempre me pasa que unos segundos
antes de explotar y reñirles me consuelo a mí misma
diciéndome que me lo merezco, que me merezco ser
mala y desahogarme porque ellos me hacen sufrir. Pero
incluso cuando les echo la bronca no me entienden. Me
hacen sentir como la peor profesora del mundo.
435
si fuese una broma, pero detrás de las bromas siempre
hay un mensaje en serio. Ya soy mayor y no necesito
sus críticas, lo que necesito es que me apoye. Disimulé
mi enfado y le respondí que gracias pero no necesito
sus consejos. La conversación terminó ahí, pero yo me
quedé un poco inquieta pensando si no tendrá razón.
En realidad no sé si puedo trabajar menos horas. Mi
contrato termina a finales de julio y ahora hay mucha
incertidumbre en la enseñanza del español a extranje-
ros. Ya me he reinventado otras veces y me da un poco
de miedo volver a hacerlo. La gente debe de pensar que
no sé bien qué quiero hacer con mi vida.
………………….
436
la Luna en Leo. Tal vez por eso le gusta ser el centro
de atención y se enfada cuando su padre nos habla a
nosotros en vez de a ella.
437
siempre había pensado que esto solo le sucedía a la gen-
te ignorante y pobre, no a una familia como la nuestra.
Pero ahora tenemos estos dos nenes tan bonitos y no los
cambiaríamos por nada del mundo. Me pregunto si a mi
hermano le preocupa ser un adulto de verdad y ser un
buen padre. Lo admiro mucho.
………………….
438
Lo consulté con mi madre e incluso mi psicóloga, y
finalmente le contesté. Le dije que era obvio que quiere
mucho a su hija y que es normal que quiera ayudarle.
También le dije que cuando ella le hace sugerencias o
recomendaciones para llevar una vida más práctica y
estable, ella probablemente lo interpreta como una for-
ma de rechazo. Y que una madre no la acepte es muy
duro para una hija. Ese era mi mensaje principal. No
añadí que aparte de eso los hijos también tenemos que
aceptar a los padres tal y como son, y que tenemos que
aprender a validarnos nosotros mismos en lugar de es-
perar la aprobación paterna. Al final, nuestra vida es
solo nuestra, y nuestros errores son parte de nuestro
aprendizaje.
………………….
439
Como vivo en esta burbuja de rutina y cuidados ya no
me acuerdo tanto de los muertos. Cada día es una repe-
tición del anterior y me cuesta saber si es lunes o miér-
coles. Las semanas se funden en una masa compacta
que me cabría en la palma de la mano y que lanzaría
gustosamente al infinito con un tirachinas. ¿Qué esta-
mos haciendo? Por primera vez en mi vida me planteo
si tiene sentido lo que hago. Si tiene sentido mi manera
de hablar, lo que pienso, lo que elijo, el dinero que gano,
lo que hago en mi tiempo libre. ¿Para qué todo esto?
440
lidad me vienen bien estas bofetadas repentinas, es
importante recordar que somos frágiles pero estamos
vivos. Sin embargo, de alguna forma esta vida de ahora
no me parece de verdad. Es como una vida a medias.
Así que respiro hondo este aire a medias porque es lo
único que hay. Por un rato me vale como si respirara
todo el aire del mundo.
441
Julia Kurmi
442
Incen-diario, edición Cuarentena Obligatoria
Día 1.
It’s a new dawn, it’s a new day, it’s a new life, se oye
Nina Simone. Feliz año nuevo astrológico.
443
sonas suelen someterse para tener tiempo y energía de
observarse a sí mismas. ¿Cuánto durará la claridad que
creo ahora tener? Un tiempo para lamer mis heridas,
observando qué deseo para esta existencia cuando la
vida retorne a ser lo que era. Aunque las voces han di-
cho que ya nada volverá a ser tal y como lo conocíamos.
Las voces serán grandes aliadas de este tiempo.
444
Si bien mi habitación está llena de fotos de difuntxs,
saben convivir pacíficamente con mi altar. Rememoro
mi vivencia en Vipassana, trayendo todo ese autoconoci-
Cierto al presente: anicca, esto también pasará, el desafío
de mantenerse en ecuanimidad e impermanencia, sin
deseo ni aversión. Además, está aquí madre canceriana,
sé que el alimento delicioso no faltará. Habita en mí
una certeza, existe un paralelismo entre honrar a la Ma-
dre Tierra y honrar también a la Madre Humana. Ella
es sinónimo de seguridad emocional, de aceptación in-
condicional, de amor haga lo haga y pase lo que pase.
445
Día 2.
446
Día 3.
447
Las voces son íntimas de mi niña, la conocen muy
bien. Dicen que en aquel momento se ha sembrado en
mí la semilla de una idea peligrosa, la idea de separa-
ción. Eso no es todo; la idea de separación, si germina
y brota, trae consigo otra maleza, responsable de mis
recuerdos traumáticos: la idea de comparación, una
pirámide imaginaria donde hay mejores y peores, una
especie de ranking medido con una dudosa vara. Tam-
bién dicen: Pueden sembrarse semillas en ti porque tú eres
la Tierra; eso que crees que está afuera y en lo que lxs otrxs
deben reparar no existe, pon la energía en ti, utiliza este
tiempo de gracia para dedicarte a la agricultura personal.
Día 4.
448
Coma vegano. Siga bebiendo un litro de cardo ma-
riano al día. Ensaye moverse: a veces hará yoga, otros
días correrá como una loca en círculos por la terraza,
use un antiguo escalador de gimnasio que hay en la
casa, haga glúteos, abdominales y hasta pesas con unos
bidones llenos de agua. Su dedicación al ejercicio le será
tan sorprendente y desconocida como las irrefrenables
y absurdas ganas de pintarse los labios y no tener con
qué.
Repita.
449
Día 5.
Día 7.
450
ga en momentos difíciles. Siento fuerte la necesidad de
convivir con seres que estén en una misma resonancia
energética. Ha pasado una semana y, si bien reconoz-
co el privilegio de mi aislamiento con comida, dinero,
techo y amor, sigo necesitando fuego y tierra de la mis-
ma manera que al inicio, o tal vez más. Conversaciones
ricas, fructíferas. Realmente este cotidiano no estaría
siendo tan diferente a algunas experiencias extremas
que he transitado en la vida nómade, mas me siento
sola.
Día 9.
451
subía igual, y la siguiente imagen era a su lado, como en
el espacio delantero de un camión, con un solo asiento
que ocupaba todo a lo largo, sin separaciones. En un
momento la ruta se hundía hacia abajo, tenía sensación
de vértigo, esa en la que percibes que los órganos inter-
nos se mueven antes que el resto del cuerpo. Yo tenía
miedo, él lo notaba y nuestras manos se encontraban
en un roce sobre la cuerina negra de la butaca. Todo
mi ser se estremecía, lleno de ternura, y quedaba to-
talmente enamorada de ese rey león de melena color
miel. Llegaba a dejarme en la puerta de casa materna,
donde me recibían. El sueño tenía frecuencia color do-
rada. Permanecí entre dimensiones y abracé las sábanas,
deseando el no fin.
452
nar, al sabor a pueblo resiliente de sus platos, su alegría,
el volumen de su voz, la musicalidad que siempre la
acompaña. Ahora, mientras visto su casaca, ella utili-
za el agua para hacerse presente. Como de costumbre,
permito que la excesiva terrenalidad que soy se permee,
me convierto en barro, lloro, me siento humana trans-
parente, traspasada por emociones, recuerdo estar viva.
Vienes y armonizas esta hoguera, porque siempre es un
diamante el que pule a otro diamante.
453
Día 10.
454
una haragana por permanecer sin ganar dinero y sin un
título que me defina.
Día 11.
455
mino con todxs mis muertxs acompañándome. Espe-
cialmente tú, Alegría, hija, hoy me crío a mí misma con
la inspiración de tu corta existencia. Estás presente en
cada colibrí que aparece. Las voces dicen que estás bien,
que te acompañan, que todo está bien siempre, que a
su debido tiempo otro espíritu rubio de sonrisa amplia
llegará, me lo muestran, Tao es su nombre. Ellas van
dejando señales para que pueda recordar mi camino,
señales que son pequeñas piedras y no migajas de pan,
no existe peligro de que se las coman los pájaros del
tiempo y el espacio.
456
Día 12.
457
ni siquiera es posible que exista lo que no es verosímil
para mí. El universo entero está contenido en cada una
de mis células, cada partícula de mi cuerpo guarda la
misma información que los verdes del Amazonas, que
los volcanes del Pacífico, que el polvo de estrellas. Lan-
zarse a la aventura interna sin tiempos, con el equipo
que fui armando con ese fin estos últimos años, tal vez
pueda ser tan emocionante como beber café en Colom-
bia, visitar las ruinas de México u orar profundo en los
templos de la India.
Día 25.
458
del día de hoy es la misma que estuvo enclavada en mi
altar todo el tiempo que permanecí en la casa antigua
de techos altos. La de mi altar de aquí es ESCUCHA,
ya que se me pide que esté atenta, en presencia.
459
sobre mi templo cuerpo; ayuné 5 días con jugos de co-
lores que me llevaron por los recónditos rincones de mi
ser, dejando también el mate en exceso y de fumar. Me
siento muchísimo mejor, y puedo mirar al reflejo del
espejo con muchísimo amor.
460
enfermedad, la muerte, la pobreza son memorias que
los organismos de todxs ya conocen. También la an-
gustia toma forma de consciencia social sintiendo a lxs
que no tienen casa, no tienen dinero, no pueden comer
bien o pasan frío, en las que están encerradas con su
agresor, en mis amigas madres solteras criando 24/7 sin
poder laborar. Surfeo esas olas emocionales danzando,
mirando menos pantallas y más en mi interior. Siento
nostalgia de ese mundo analógico que conocí siendo
pequeña, y que se ha perdido para siempre.
461
sembrar, cosechado calabazas, salvia y cola de caballo.
He colocado plantas de interior en el ashram en el que
se convirtió mi habitación. Me he comunicado con el
sol y alimentado de él. En un momento de muchísima
frustración transmuté energía cavando el pozo que al-
bergaría a nuestro fuego sagrado, un espacio que nunca
existió en esta casa y que tuve el honor de inaugurar.
Encenderlo y volver a cantar alrededor de él fue lo más
gratificante de los últimos tiempos, la sensación de ha-
ber llegado a casa, de haber aterrizado. Casa planeta
azul, la casa donde mi niña se crió, la casa cuerpo físico,
la casa sagrado corazón, la casa comunidad arcoíris que
me une a miles de personas repartidas por todas las lati-
tudes, que encienden un fuego y al observarlo y respirar,
saben que todo estará bien. Como yo he encendido este
diario, uniéndome también a todas las que escribimos
como un rezo en acción, con el objetivo de sobrevivir.
462
Kriscia Landos
463
3 días antes de la cuarentena
464
derramaba en mi frente por el calor de la tarde, mien-
tras conducía mi motocicleta acompañada de Fabio.
465
un maniquí esbelto recordándome esos años gloriosos,
cuando tenía ese cuerpo.
466
gelada, tenía cinco vestidos sobre mi brazo izquierdo,
hice el mismo gesto de despedida de mi mano derecha,
él me vio fijamente por unos segundos y dio la vuel-
ta con Mariano dirigiéndose hacia la puerta principal.
Poco a poco veo cómo se alejan, la ropa de mi brazo
cae al piso, mi rostro está circunspecto, sin embargo, mi
alma llora por dentro, ya que siento muy al fondo de
ella que nunca más lo volveré a ver.
467
Eran las 9 de la mañana, estaba un poco somnolienta
cuando abrí el chat grupal y vi una imagen de un anun-
cio que el gobierno emitió informando de que todas
las actividades culturales, conciertos, visitas a museos,
y clases quedaban suspendidas por 21 días por la ame-
naza del COVID-19. Desperté completamente. Esta
semana nos habíamos estado preparando arduamente
para el concierto del sábado, estábamos emocionados,
ya que era un evento donde nosotros íbamos a ser los
estelares y tendríamos bandas de apertura.
468
está tomando Fabio en España, si avanzar con mi in-
vestigación.
469
ción, es más fácil que una comedia romántica me haga
derramar una lágrima, pero en ese instante me sentí es-
tancada y tragué grueso. Luego de unos minutos me
acordé de que han pasado 15 días sin ver mi menstrua-
ción.
470
cias. Lo que más me aturdía era leer las expresiones de
odio hacia la persona infectada, pensaba que era bueno
que en cadena nacional no brindaran la información del
paciente, ya que me imaginaba a todos con antorchas,
palas, escopetas en multitud yendo hacia Santa Ana.
Sin embargo, caí en un pozo sin fondo, ya que sentía
que el pánico subía desde la punta de mis pies hasta mi
cabeza, y escribí: «Si usted conoce a personas que en-
traron a El Salvador por puntos ciegos, denúncienlos».
Y al cabo de diez minutos ya tenía 50 compartidos.
471
académicos, artísticos y laborales. Pensé que traer un
bebé al mundo estando en una pandemia era un error.
472
Fabio. Me decía que suspendieron sus clases, ya que en
España comenzó la cuarentena domiciliar, y también
platicaba con Paola, que me daba unas recomenda-
ciones de cómo manejar un aula virtual. Luego pasó
a contarme lo preocupada que estaba. Antes de dor-
mir, mientras lavaba mis dientes al compás de la música
para dormir que tenía al fondo de mi habitación, volvió
otra vez el pensamiento de que estaba embarazada y
de que las pruebas caseras son falibles, cayendo nueva-
mente en la ansiedad.
473
sea insomnio, más bien me despierto muchas veces por
la madrugada hasta que desisto de seguir durmiendo.
Ayer hubo cadena nacional, pero no caí en pánico co-
lectivo como estos días anteriores. Sin embargo, me da
mucha risa pensar que hoy en día, las personas en vez
de esperar que sus películas anheladas sean publicadas
en el cine, esperan las cadenas nacionales.
474
salvadoreña había entrado al mismo tiempo. Encendí
mi computadora y decidí consultar cruzando los dedos
para que la pagina estuviese disponible. Pasaron cinco
minutos cuando mi madre me envió un mensaje in-
formándome que ella no había salido beneficiada. La
ansiedad estaba acelerándose en mí; decidí consultar el
documento de mi mamá y en efecto, el resultado fue
negativo. Procedí a consultar el mío, y en hora buena,
tenía la confirmación de que era elegible para recibir el
bono en mi cuenta. Decidí llamar a Josué; él, enterado
de la promesa que había hecho al universo, me dijo que
le anuncie a mi padre que le donaré parte del dinero,
pero a los segundos, sonó el teléfono y era una llamada
de mi madrastra.
475
no necesitan el bono y salieron beneficiadas dos o tres
personas dentro del núcleo. En ese momento hice algo
de lo que realmente me arrepentí mucho por la tarde;
decidí comentar que iba a donar el bono a una familia
que lo necesitase, ya que conservaba mi trabajo.
476
No creo que haga eso, su pelo azul ha de costar $300
Estúpida…
Puta…
Ridícula
477
La era digital ha revolucionado la comunicación.
Quién iba a pensar que cuando se inventó, el teléfono
llegaría a ser parte de una de una de las mayores depen-
dencia y adicciones del ser humano un siglo después.
Hoy en día no podemos abrir los ojos completamente
sin ver el teléfono, o no podemos dormir si el teléfono
no está a la par. Pero más que un teléfono, es el Internet
o el deseo de estar comunicados lo que crea esa de-
pendencia emocional y psicológica que le tenemos a un
aparato que nos brinda ese placebo diario del ego.
478
equivocada. Esta pandemia me hace concluir que
ha sacado lo peor de cada ser humano. Nos hemos
dividido, nos hemos discriminado unos a los otros. El
clasismo está a la luz del día: mientras unos se quejan
en sus redes sociales de la gente que ha salido a reclamar
su bono o a trabajar informalmente, encontrándose en
la comodidad de su casa de dos niveles en un barrio
privilegiado, otros están en ese dilema de si morir de
coronavirus o morir de hambre.
479
Nunca en mi vida me he sentido tan intimidada por
la publicación misógina de alguien o por las reacciones,
pero esta vez sí me hizo sentir de muy bajos ánimos.
He conocido a Samuel como una persona que se ha
destacado por hacer bullying a otros colegas músicos.
Odio el bullying, pero a pesar de haber visto sus publi-
caciones nunca reaccioné o comenté algo en contra de
lo que estaba haciendo. Un mes antes de la cuarentena
hizo un comentario que pensaba que era broma —pero
era un insulto como una bala disparada de un arma con
silenciador— acerca de mi universidad: que es pública,
por lo tanto «es para drogadictos». Que soy una «femi-
nazi», que tener un título universitario y no entender
un comentario es de tontos, o que soy rock star porque
medios de comunicación locales publicaron un par de
reseñas de mi banda unos días atrás. Tuve que haber
atendido la alerta desde ese entonces de que él se vol-
vería un potencial agresor.
480
lamentaba por el hecho de haber comentado la publi-
cación de mi contacto, pues allí comenzó todo. A los
minutos vi mis redes sociales y aparecían más etiquetas
que me hacían mis estudiantes por la noticia viral.
481
remedio es mi amigo tiempo, y todo esto le pertenece
únicamente a él. ¡Ya quiero que me olviden!
482
La maestra le pedía al primer niño que dijera el
mensaje, y todos escuchábamos que tenía mayor senti-
do. Luego nos explicaba que así funcionan los rumores,
chismes, chambres, o las cosas que decimos en la vida
real. «Teléfono descompuesto» era el nombre del juego.
Decidí hacer una publicación en Facebook y me hundí
en un sueño profundo que quizás me cobraría todas
las noches en vela que no he podido hacer en mucho
tiempo.
483
Desperté de buenos ánimos esta mañana. Pintaba de
un tono rosa en el cielo, preparé mi café, comencé a
ver mis redes sociales para actualizarme con el número
de casos de COVID-19. Me sentí fresca, pero a la vez
siempre me quedó la espinita del caos que viví la sema-
na anterior. Soy una persona que afirma que ha vencido
la ansiedad y no necesito medicarme, ya que mi medi-
cina es escribir. Sin embargo, leer mis líneas me hace
entender que no estoy curada del todo, que es el diario
de una ansiosa.
484
ataques en las redes sociales en muchas ocasiones, ya
que es una chica a quien le gusta tomarse fotografías
mostrando sus curvas en ropa interior. Pensé que an-
tes me habría reído de ella. Me sentí muy mal, ya que
inconscientemente nunca hice nada para que pararan
los ataques de «eres una puta» que iban dirigidos hacia
ella. Concluí que tan solo ignorar una agresión que va
dirigida a otras personas nos hace parte del problema.
Quizá nunca me dirija a ella con una disculpa, ya que
no entra al caso porque nunca reacciono a sus fotos,
pero esta vez decidí dejarle un «me encanta» y un co-
mentario con «te ves guapa y segura».
485
«He visto las publicaciones que hace y sí te está
atacando» fue su siguiente mensaje después de afirmar
el nombre de mi agresor. Luego cambió la plática a un
debate de las personas que desobedecen la cuarentena
y sobre qué cambio podemos esperar como individuos
ante este evento histórico. Luego de un par de
intervenciones le solicité a José un favor, que consistía
en que tomara captura de pantalla de las agresiones que
Samuel hacía, y que iban dirigidas a mí. Al principio me
dio una respuesta que parecía una negación, intervine
diciendo que no se preocupara, que no le pediría
que fuera mi testigo en el momento en que ponga la
denuncia, solo necesitaba las capturas.
486
Puse mis ojos en blanco, traté de despedirme agrade-
ciéndole por haberme leído. Sin embargo, concluí que
los hombres siempre son aliados entre ellos. Será muy
difícil que uno de ellos defienda a una mujer cisgénero,
trans, o lesbiana. Por nuestra misma condición, real-
mente ellos prefieren estar en buenas paces con los que
nos violentan, y no ayudar a defendernos. No lo critico,
es nuestra sociedad que ha condicionado a los hombres
de esa manera. Y en el caso de Glenda, de quien escribí
unos párrafos arriba, nadie la defendió a ella, ni siquiera
yo como mujer pude hacerlo.
487
que nadie me empuje y sin que la nube desaparezca. Te
mando abrazos.
488
Reviso mi teléfono por la tarde y veo un mensaje del
grupo de mis amigos de la universidad, todo es risas,
hasta que Mariano escribe que nos extraña a todos, y
que el último recuerdo que tuvo era el día que partía
Fabio al aeropuerto donde almorzábamos juntos en la
pizzería, antes de ir a la tienda de segunda mano en ese
día tan caluroso. Recordaba la sensación de la despedi-
da en ese lugar nada nostálgico, donde sintió que era
una despedida para siempre.
489
Al principio consideraba que este año se había echado a
perder por esta pandemia, me encontraba decepcionada
de la sociedad y su inmundicia. Esperaba que hubiera
algo que nos hiciera cambiar de conciencia.
490
Lana Neble
491
El tiempo es algo líquido.
492
que ella también, que su cuerpo es otro que ahora está
en batalla intentando expulsar lo desconocido.
493
Lo único que ahora tengo cercano es su voz al otro
lado del teléfono. Muchas veces me pregunto cómo
puedo retenerla un poco más, cómo puedo luchar con-
tra la naturaleza para hacer que se quede conmigo y me
siga transmitiendo que, bajo su cobijo, todo puede ir
menos mal de lo que creemos. Su voz es como un pozo
de agua donde yo me lavo la cara, donde me limpio y
bebo y tomo de la vida. Como cuando era pequeña y
me colgaba de su pecho mientras ella cosía. Las manos
de madre son extensiones que se crean desde el corazón
y que buscan que el verbo hacer sea para nosotros: ha-
cen el caldo, hacen patucos, hacen la limpieza, hacen el
cariño desde la parte más sincera de uno mismo.
494
baño y la cocina. Han venido los mirlos, las urracas y
los gorriones, porque ya no estamos nosotros para ocu-
parlo todo. Ahora dejamos espacio y los demás seres se
encargan de ocuparlo. Me calma el sol cuando salpica
mi cara, cuando me calienta las mejillas y tengo que en-
trecerrar los ojos para recibirlo sin daño. El sol se coloca
cada día y me anuncia que ya queda menos, aunque no
sepa exactamente para qué. Aún de noche se escuchan
algunos piares y me gusta pensar que es la manera que
tiene el mundo de recordarnos que todo sigue abriendo
camino, aunque para nosotros el tiempo se haya vuelto
algo falsamente estático.
***
495
incorrecto. Por no abrir y cerrar la puerta hasta que la
imagen de una catástrofe mundial desapareciese de
mi cabeza. Ahora intento luchar contra la muerte de
mi madre encendiendo y apagando la luz cinco veces,
levantándome y sentándome de la silla ocho. Intento
convivir con el Trastorno Obsesivo Compulsivo des-
de que era pequeña, pero es como un ente que crece
cuanto más miedo tienes. Cuando pienso le doy poder
y cuando realizo las compulsiones es como si lograse
parar sus intenciones. Es agotador vivir así. Vivir con
la sensación de que la vida cambiará de curso depende
de las veces que abras y cierres el grifo. Suena absurdo,
pero en mi mente todo ello es natural, acoplado a mi ser
desde que tenía uso de razón y tocaba todo con la mano
derecha para que no entrasen a robar a casa.
496
esto. Ese pensamiento me hace llorar y agarrar mi cabe-
za como si así impidiese que se fuese del todo. Porque
se está yendo y yo no puedo hacer otra cosa que tomar
la medicación y aprender a convivir con ello. Aprender
cosas para las que nunca nadie me había preparado. La
calva de mi coronilla delata mi ansiedad. Me arranco
un pelo por cada pensamiento intrusivo, como si estos,
al nacer en mi cabeza, fuesen la raíz de cada rama de mi
cuero. Como si cada uno de ellos permaneciesen den-
tro de cada folículo que miro en mis dedos una vez los
he apartado de mí. Todo eso me calma, me aporta una
paz extraña y momentánea que hace que mi coronilla
ahora esté expuesta y desnuda y sintiendo el aire y el sol
y el viento que se cuela por la ventana de la cocina. Me
avergüenza mi calva porque me avergüenza la obviedad
de la ansiedad que convive en mis entrañas. Como si la
calva fuese una señal inequívoca de que lo que ocurre
bajo ella no va bien, como la tierra después de un incen-
dio que alarma y grita que bajo ella la vida se revuelve y
necesita tiempo y espacio para volver a sanar. Eso es mi
calva ahora mismo: la autodestrucción.
***
497
Mi casa ahora es un lugar donde convergen todos
los lugares. Todo ocurre aquí y a la vez nada sucede.
Al comienzo, todos estallábamos en energía y recuerdo
querer hacer todo aquello que antes no podía. Como si
el confinamiento fuese un tiempo regalado, un tiempo
extra para poder hacer aquello que el cansancio de vivir
nos impedía. Todos retomamos algo. Yo retomé coser.
Daba puntadas y bordaba con colores que me hicie-
sen vibrar por dentro. Pero luego la sensación mutó y
producir se convirtió en una competición por hacer de
un tiempo raro y doloroso algo que nos resultase útil,
como si ese fuese el mensaje final que lanzase nuestra
sociedad todo el tiempo: haz lo útil. Incluso en tiem-
pos de confinamiento, donde la gente pierde a gente,
donde el sonido de las ambulancias se mezcla con el
de los piares, donde los vecinos se conocen por primera
vez entre ellos, donde reina lo incierto, donde estamos
solos, donde somos vulnerables, ahí, donde reposa todo
eso, nos piden la utilidad. Nos piden que sigamos de-
mostrando capacidades, que transformemos lo doloro-
so en oportunidades para vernos y que nos vean. Las
miradas ahora están en otro lado, en la calle desde las
ventanas, en los niños que demandan entretenimiento,
en el cansancio de las salas de espera, en el miedo de las
llamadas a medianoche.
498
Vi el tiempo regalado como un mundo paralelo en el
que volver a los veranos de mi infancia. Con las tardes
infinitas, con la quietud de las horas, el todo por hacer.
Ahora tenía tiempo que podía usar de la manera que
quisiera sin sentirme culpable. Porque el tiempo en la
ciudad es un regalo. Algo chiquito que a veces tenemos
y que nos da miedo no aprovechar bien. Ahora tenía
un campo de trigo lleno de tiempo. Tiempo para mí.
Tiempo de calidad.
***
499
Cierro y abro el diario en el que escribo cinco veces
para que mi hermana no enferme. Saco punta al lápiz
hasta que mis dedos duelen y escribo. A veces mis pa-
labras salen como el chorro de una fuente que ha sido
caldeada por el sol del verano. Y todo fluye y yo mojo
mis manos con esa agua y siento que la sed que muchas
veces me pica la garganta se calma. A veces tengo tanto
que decir en voz baja que es como si el agua se transfor-
mase en océano y yo nadase en él. Y escribo sobre cómo
mi madre cada vez es más chica, sobre las palabras de
mi abuela, sobre el Trastorno Obsesivo Compulsivo
que guía las acciones de mi cotidianidad, sobre el en-
cierro y sobre los pájaros que pían y miran y murmuran
que cuánto tiempo les quedará de espacio. Todo son
olas que rompen contra mi cuerpo, que me sacuden y
mueven mis brazos y mis piernas. Zambullo la cabeza
y dejo que el líquido entre por mi nariz, por mi boca
y mis orejas. Dejo que todo me inunde y mitigue por
un momento el incendio que la ansiedad desata en mis
costillas.
500
solo sé que convivo entre la neblina de las demás
personas,
la más traslúcida,
502
dejar de serlo cuando se convierte en el único espacio
habitado. Quizás a partir de ahora el concepto de ho-
gar mute y nos volvamos más nómadas o simplemente
entendamos que dentro y fuera son dos conceptos que
van de la mano y que «fuera» no es algo ajeno, sino que
quizás el todo sea el hogar.
503
el suelo, donde más tarde nacerán las flores que treparán
por mis pies y se instalarán en mis muslos para recodar-
me que todo seguirá hacia delante. Como ahora, que
busco la calma en la taza de café de las mañanas, en las
tareas cotidianas como la ducha o lavarme los dientes,
en los estiramientos de brazos cuando paso mucho rato
escribiendo, en las pequeñas conversaciones de balcón
a balcón.
504
Alzo mis manos intentando tocar el cielo con la
punta de mis dedos, pero también siento cómo mis to-
billos están hundidos en la tierra y todo está colmado
de sentimentalismo. Todo se contradice y todo se abra-
za al mismo tiempo. De pequeña el mundo me parecía
un lugar tan extraño que inventé el mío para sentir que
todas mis ideas podían convivir en un lugar sin sentir-
se atacadas o incomprendidas. Creo que me he pasado
toda mi vida buscando exactamente eso: la compren-
sión de mis sentimientos; y es ahora, en plena huma-
nidad paralizada, donde sigo buscando lo mismo. Creo
que nunca dejaré de buscarlo igual que nunca dejaré
de pensar que mi Trastorno Obsesivo Compulsivo me
acompañará cada día de mi vida y que seguirá tomando
hueco entre las rendijas y seguiré abriendo y cerrando
la puerta para que mi madre no se muera. Pero tam-
bién seguiré pensando en la muerte y en el preludio
de su marcha y me adelantaré al dolor y lloraré antes
de tiempo, aunque acabe aceptando que también eso es
válido y me deje llorar y descargar mi interior de tanto
sentimiento paralelo y diferente.
505
barandilla hasta que inclino mi cuerpo hacia abajo y mi
cabello salta y se queda colgando mientras mira hacia
el suelo. La sangre baja como un riachuelo y mis meji-
llas se colorean de rojo y palpitan al ritmo del corazón.
Cuántas veces he pensado en saltar cuando la ansiedad
pasa de las costillas a todo el cuerpo y ahoga y mata.
Ahora me alivia el paso en falso, el sentir la posibili-
dad pero no cometerla. La barandilla de metal aprieta
mi abdomen y mis nudillos están blancos de apretarla
con fuerza. Oigo de nuevo a los jilgueros que también
han venido y eso me hace sonreír y levantar la cabeza y
marearme levemente hasta que retrocedo y dejo que el
sol caliente mis palmas. Y ahí es donde sonrío y vuelve
el sentimiento perenne de vivir en constante contradic-
ción.
506
y en la vida. Pienso en lo que marchita pero también
en lo que florece. Y todo ello me hace pensar, cada día
que abro los ojos, por mucho que las horas vuelvan a
presentarse idénticas y las noticias griten y el miedo
paralice, pienso, que cada día nuevo es un día que queda
menos para poder volver a tu lado y, esta vez sí, valorar,
con el corazón, en crudo, la cercanía que nos quede.
no mires mi miedo,
no te asustes de él,
507
me alzo
y ahí,
fuera de tu vientre.
508
Laura Bianchi
509
Diario de mi voz
20 de marzo - día 5
510
Me habla, me acompaña en momentos importantes.
Me recuerda que me tengo primero, y que estoy conec-
tada a algo más profundo, más vital.
¿Qué es la vida?
Todo se amplifica.
511
21 de marzo - día 6
512
De mí quiero lo que salga puro. No por bueno o per-
fecto, sino lo que salga de verdad, sin buscar nada más
que un instante de contacto.
Silencio fértil.
Compartir y ser.
22 de marzo - día 7
513
…
23 de marzo - día 8
514
presión. Tres marcas de vida. Tres recuerdos. Mis pro-
pias huellas narrando mi historia en mí.
24 de marzo - día 9
515
Durante gran parte del día estuve sintiendo que ha-
bía algo importante para escribir hoy.
25 de marzo- día 10
516
ye ese gesto es: necesitamos encontrar un gesto que esté a la
altura de nuestro enojo.
(...)
a repensar
a percibir
a articular
ancestral
espiritual
es ancestral y nueva.
517
Testimonio-poema de Marie Bardet en «¿Mapuche
terrorista?»
26 de marzo - día 11
28 de marzo - día 13
29 de marzo - día 14
518
Hice el ejercicio de convertir mi experiencia con el
picaflor de hace un par de días en un poema. No fue
fácil.
31 de marzo - día 15
519
1 de abril - día 16
2 de abril - día 17
3 de abril - día 18
520
5 de abril - día 20
6 de abril - día 21
521
compartir y me paro en mi lugar. Ocupo mi cuerpo y
mi vida. La acciono, la siento, la cuido, la deseo, la nutro,
la descanso, la escucho, la comparto. La merezco.
7 de abril - día 22
522
11 de abril - día 26
12 de abril - día 27
523
nas y regando las plantas. Traje conmigo las que sentí
que necesitan más atención. Estaban todas vivas y con
brotes nuevos. Mi casa se sabe cuidar, yo la sé cuidar y
en ese movimiento, me cuido.
13 de abril - día 28
524
Creo que es ese silencio de infancia el que invoco
cuando me dispongo a algo. Ducharme, cocinar y lim-
piar son mis movimientos musicales en conjunto. Para
lo demás, el silencio o la escucha completa como única
acción.
14 de abril - día 29
525
Laura Charro
526
20/03
Día 1
527
Afuera hay demasiado silencio a todas horas y, mien-
tras, menstrúo con furia y un dolor atroz en todo el
cuerpo. Soy un ovillo hecho de sangre, huesos, ojos y
mente. El cuerpo sabe.
21/03
Día 2
528
22/03
Día 3
529
24/03
Día 5
***
530
dad de organización y de unión entre tanta diferencia
necesaria en los feminismos, esa posibilidad de salir a
gritar en conjunto, de ocupar la calle, cada espacio, cada
lugar donde haga falta la palabra y el abrazo.
531
personas civiles y el resto todos policías. Me pregunto
si ellos disfrutarán de este estado de calles vacías y sin
conflictos aparentes. Temo a los abusos de poder, tan
históricos como la dictadura que comenzó un día como
hoy, hace 44 años atrás, y se llevó 30 mil vidas. Siempre
seremos hijxs de esos tiempos oscuros.
25/03
Día 8
***
532
La coraza áspera que fue creciendo sola, como brote, y
me cubre entera. La llevo orgullosa a veces —aprendi-
zajes familiares— porque sé que también me salvó del
abismo.
533
Tengo la piel de cristal y el miedo latente a quebrarla
con mi propia respiración, a la carencia de autocuidado,
a dejarme, otra vez, la herida abierta, a la intemperie,
ardiendo en carne viva. Tengo miedo a muchas cosas
últimamente. Me acaricio, me bailo y me ando lamien-
do sola las cicatrices.
29/03
Día 10
534
caminar por el parque, acercarme al río, ir a tomar café
con tiramisú al bar que me gusta, abrazar fuerte a mis
amigas y todo el tiempo posible, visitar a mamá, andar
en bicicleta hacia cualquier lado, sentir el viento en la
cara. ¿Será posible mantener vivo el deseo cuando todo
vuelva a ser como antes? ¿Cambiaremos nuestra forma
de vincularnos? ¿Estoy preparada?
31/03
Día 12
***
535
Estoy tirada en el piso del living vacío de muebles
y lleno de recuerdos de un lugar que parece otro. Los
caireles de la araña antigua apuntan a mi cabeza como
lanzas. Todas tienen un tiro certero. Me entrego a las
heridas.
01/04
Día 13
536
85 años. Si él accede, cuando todo esto acabe, podrá ha-
cerse más exámenes y confirmar el diagnóstico. Pobre
viejo. Me duele su sufrimiento —por esto y por todo—
en esa soledad que eligió, aunque crea que no. Hay do-
lores antiguos que arden. Hay heridas insanables y un
amor infinito. Es cruel la vejez que empuja a laberintos
de enojos y caprichos, intensifica actitudes y aleja.
537
V siempre decía que «el cuidado es el lado solea-
do del control». ¿Cómo desarmar eso en un tiempo de
pandemia mundial? ¿Es cuidado o es paranoia? ¿Es
amor, miedo o es todo eso junto y mezclado? Este ais-
lamiento vino a poner en conflicto la idea del cuidado,
a organizarlo, a exigirlo, a explicitarlo donde parecía
no estarlo pero tenía otras formas poco claras. Tengo
amigas conviviendo con sus ex para poder cuidar de a
dos a sus hijxs o que dejaron de repartirse el cuidado
y se encargan ellas solas porque no pueden trasladar a
lxs hijxs, no hay un permiso oficial para eso. Veo desde
mi balcón cómo siempre son las mujeres las que salen
a las terrazas para jugar con niñxs y pasar el tiempo.
Qué cautiverio el cuidado, también el invisible. Yo no sé
cómo manejarlo ante un panorama de rechazo. Siento
terror a la pérdida, a no saber cómo.
02/04
Día 14
538
que varía del blanco a los tonos rojizos según el día, las
pecas, las manchas y las arrugas nuevas —¿hace cuánto
tiempo están ahí?—, los olores propios, los ruidos in-
ternos, el grano que reviento sin piedad, la crema que
me paso como caricia diaria, el automasaje en los pies.
Observo mis adicciones, mis conversaciones en voz alta
conmigo, con otrxs que no están, con las plantas, con los
fantasmas. Observo todo lo que puedo hacer cuando no
llego tarde a ningún lado, cuando no importa qué ropa
tengo puesta, cuando no hay mirada externa, ni abrazo,
ni beso franco. Soy una voyeur y me espío, me estudio,
me desconozco, me adivino, me sostengo cuando puedo
y cuando no puedo me dejo caer y me rindo.
04/04
Día 16
539
06/04
Día 18
11/04
Día 23
***
540
Se extendió el aislamiento obligatorio hasta casi fi-
nes de abril y así seguirá, no hay dudas.
14/04
Día 26
541
en esos lugares monótonos también soy aire. Sé que irme
será parte de la historia en algún momento porque no sé
conservar trabajos por mucho tiempo. Siento los ciclos
cumplidos. Mi cuerpo se da cuenta antes, eso siempre.
Ahora trabajo desde casa y en turnos rotativos que dis-
fruto y detesto al mismo tiempo. De todas maneras, las
horas laborales me ordenan. Mantengo una rutina —otra
vez, la salud mental—. Algo con principio, fin y atención.
Todo un logro en estos tiempos de anarquía horaria.
15/04
Día 27
542
Laura Sanz Corada
543
16/marzo (día 4)
544
G me está leyendo estos días. Está penetrando en mi
mundo interno de una manera peculiar que, en estas úl-
timas semanas, yo extrañaba. ¿En serio este virus nos va
a hacer pararnos y transitar de esta forma? Siento que
enloquezco: cuando le veo con la capucha puesta en su
cama, nervioso, pero intentando calmar los miedos, y yo
diciéndole que tranqui, que calme a su mamá, que todo
irá bien, que haga estas cosas, que disfrute de aquello, y
él agradeciendo mi sonrisa. Y compartiendo mis letras
desde ese amor. Entonces caigo, vuelvo a caer. Quiero
acariciarlo de manera constante y eterna. Y agradezco y
digo: este amor de cuarentena lo excede todo.
545
que le emociona enormemente ver cómo cantan tanta
ópera desde los balcones italianos. A mí me dan ganas
de llorar cuando me dice eso, porque sé que él es muy
sensible y muy llorón, y porque la Nessun Dorma siem-
pre me eriza la piel, y en estos momentos, pues qué le
puedo hacer, aún más. ¿Imaginar a mi abuelo llorando
viendo esa imagen? Me parte el corazón. Le digo que
salga al balcón a aplaudir. Él me sonríe al otro lado de
la línea, con sus 97 años y tanta vida pesada a su espalda
y dice que todo pasará, y que si esto es el apocalipsis…
«pues nada, hija, habremos muerto felices».
17/marzo día 5
546
digo. Fue ayer. Ella sonríe mucho, siempre. Recuerdo
nuestro primer encuentro en la parada del tren en Eu-
pen, la ciudad fantasmagórica; no recuerdo si íbamos
a Bruselas o a qué lugar, pero lo que no olvido es su
abrazo inmenso. Ese cuerpo tan grande y poderoso de
mujer, que le proporciona aún más energía a su carác-
ter tan azul. Recuerdo, también, imposible de olvidar,
cuando me acogió unos días en su casita de infancia en
Austria. Justo yo empezaba mis nuevos viajes interna-
cionales (el máster dichoso) y en las primeras semanas
estaba entre acongojada y entusiasmada por lo que de-
jaba atrás y por lo que venía. La familia de Theresa me
abrió las puertas de su hogar con la personalidad propia
de un gaditano. Me sentí feliz. Pasear por los pastos de
ese pueblo tan chiquito y rural. Me acuerdo de que lle-
gué en un bus que duraba muchas horas, y que Theresa
me vino a buscar al pueblo donde nació Hitler. En esa
parada (mal indicada por megafonía), me quedé quie-
ta en mi asiento, pensando que me tocaría bajar en la
próxima. Rato después aparecería la cabeza de Theresa,
con esas trenzas tan tirolesas, por la puerta principal,
buscando algo, a alguien (a mí), nerviosa. Luego no pu-
dimos parar de reír.
547
O ese fin de semana de verano en Donosti. Un hostal
con una ventana gigante por donde se colaba el maravi-
lloso sonido de un hang de la calle. Una de esas noches
bebimos mucho y yo me besé con un chico escocés en la
playa de la Concha. Al día siguiente no mencionamos
nada. Desayunamos a lo germano —pan de semillas,
mantequilla, queso, rodajas de pepino— frente al acua-
rio de San Sebastián. Días después me volví a encontrar
a Theresa y a su hermana en la Madrid más calurosa del
año. Yo iba con L, tan enamorada y ciega, callándome el
beso con el escocés porque ya se había olvidado, y The-
resa me agarró del brazo, justo antes de la despedida y
me dijo: «aquello no fue nada, no seas boba y disfruta»,
pero en inglés. Después me dijo adiós y te quiero en
alemán.
548
18/marzo (día 6) (en realidad es la noche del 5)
549
me antes de la obra de teatro (la última obra) que me
dejó volando por las nubes, fantaseando (la obra, no el
beso, aunque ahora, bueno, si lo pienso, también). Des-
pués de ese teatro, hace media vida, cuando estábamos
sospechosos, pero aún nos acercábamos los unos a los
otros; hablé un poco con la gente pero luego hui hacia
mi casa. Ah, necesitar reposar las buenas sensaciones.
Siempre lo hago. Ese saborear un buen cine, un buen
concierto, un buen polvo. Aunque mi Laura de ahora le
diría a mi Laura de entonces (de hace una semana, de
hace media vida): «Laura, quédate, tócales, bésales, diles
que choquen sus cuerpos con el tuyo». Esa noche, de-
seosa de una soledad para vivir mis propias sensaciones
sola, en mi cuerpo solo, terminé acostándome con el
anhelo hacia un cuerpo concreto, distinto. Soñé con G.
Me agarraba del meñique en un acantilado. Yo le pedía
que me abrazara entera, todo el cuerpo. Abárcame con
las dos manos. Te deseo.
550
únicas. Preciosas. Esa clase terminó con mi propuesta
de ir pronto a tomar unas birras juntas. «Claro», dijo
Marta con todas las demás cabezas asintiendo alrede-
dor, «¿por qué no lo dejamos para el jueves de la semana
que viene?».
Lista de deseos:
551
Organizar un viaje en furgoneta con G por el sur.
Realizarlo.
1/abril
3/abril
554
corresponde a la norma de cada año. Bullicio suave en
primavera que dé paso a la siguiente estación. Todas las
estaciones existen para dar paso a la otra, ¿has visto? Es
eso o que yo me fijo de manera precisa en las transi-
ciones, quizá. Es lo que más me interesa. El momento
exacto de la metamorfosis.
555
y pega patadas. Solo sé contestar con silencios y algún
que otro gesto que únicamente mis padres y mi mejor
amiga saben prever y señalar. Es ahí, me dicen. Está
justo ahí, en ese ladear de la cabeza. En el mutismo,
también. En la voz que quiere nacer y que castras. A mí
lo que me sorprende es que sean los seres humanos que
me rodean y que me aman los únicos que saben ponerle
nombre. Por otro lado, y en cambio, el perro del vecino
no lo observa, mi gato me sigue despreciando con total
impunidad y las vacas que gimotean desde su pradera
ladeada ni se inmutan ante tal conmoción interna a la
que me encuentro sometida. Sospecho que es una ma-
nera de relativizar el asunto. Cuando hay una pandemia
global, ¿cómo prestarle atención a un enamoramiento?
Pero los animales, ¿son conscientes de la pandemia?
Las vacas lloran porque les tiran de las ubres, porque no
les llega comida a las fauces, pero ¿lloran por un virus?
Mi gato, a su vez, seguramente se considere él mismo
el creador de todas las infecciones que diezman a los
humanos. O así lo desea. No tengo cerca ningún pájaro,
lagartija ni delfín, pero estoy segura de que tampoco
estaría en condiciones de transmitirles acertadamente
mi sentimiento. Pero lo deseo. He desistido en lo de
ponerle nombre a mis asuntos internos, ahora simple-
mente me limito a sentirlos en su expansión. Es por eso,
556
entonces, que ansío la comunicación con los animales.
¿Cómo les explicaría este estado emocional? ¿partiría
de una caricia? Quizá más bien de la fortaleza: mirar
a los ojos a un felino sin pestañear. Correr a la misma
velocidad que una gacela. Eso, eso tiene que ser similar
a la segregación inmensa de dopamina, al chute de hor-
monas que me inundan los ojos, me erizan la piel o me
instan a rozarme el cuerpo. No sé si sería más fácil con-
társelo a animales de granja, a los de ciudad impuesta
(los monos correteando por vieja Delhi, que entienden
la naturalidad del sentimiento y el dejar fluir), a anima-
les de la sabana o a animales que son anfibios que son
peces que tienen aletas que saben vivir bajo el agua. Se
me antoja que son ellos, los acuáticos, los marinos, los
únicos capaces de entender la intensidad motora que
reside en el enamoramiento. Respirar el oxígeno disuel-
to en el agua tiene que ser similar a vivir con falta de
concentración o con nervios. Hola beluga, hola manatí,
hola sardinilla: ¿sabéis a qué me refiero? Pero no. Si el
amor tiene que comunicarse con algo dentro del agua,
que sea con los invertebrados, con los babosos. Lo agó-
nico del molusco, el caparazón que permite la entrada
y la salida de la sal. Creo que me entendería con una
almeja desde el más puro instinto: ay, este relámpago
de nervio que me cruza el cuerpo tiene fijación por el
557
cuerpo de este otro. En fin, el caracol de mar o una ostra
sabrían a qué me refiero cuando hablo de deseo, cuando
hablo de amar.
558
Laura Sussini
559
Día x - El comienzo
Día x - Contrafrente
Día x - Provisiones
561
saludo sin mirar a los ojos, pero no lo hago de manera
intencional, es parte de una herencia paterna difícil de
borrar.
Hacía dos días que no salía a comprar nada. No ne-
cesitaba comida con urgencia, pero decidí ir a buscar
frutas, quizás me haga bien ante la mala alimentación
que vengo llevando. Me ilusionaba ver a la señora que
atiende en la verdulería. Ella es una de las personas a
quienes saludo a mi manera, «a la manera paterna». Es,
como yo, un poco retraída. Hoy nos dijimos hola y nos
sostuvimos la mirada.
Día x - Rutina
562
Día x - El silencio
563
vas todos los días, que mejor escuche y observe bien su
entorno. «Todo lo que necesitás ya está contenido en
ese universo.»
564
todo el tiempo recibía gente en casa. Además de pre-
parar luces, fondos, espacios, me ocupaba de tener algo
para ofrecer en la mesa. Pienso que ofrecer es una pa-
labra muy grande. La tuve que construir sola, como un
ejercicio, rastreando pistas. Junto a las preocupaciones
fotográficas, la duda ante qué tan rico sentirá el mate,
ante qué tan justa estará la medida del café, ante qué
tan gustosas le sentarán esas galletitas. Algo entra en
contacto con una fragilidad que me pone al filo de la
falla.
565
Lila Vázquez Lareu
566
Acá adentro, amarillo. Atardece. Deben ser más o
menos las 7 de la tarde. No puedo ver la hora en el ce-
lular porque se me mojó y lo tuve que meter en arroz
para que le absorba la humedad. Qué vértigo pensar en
no tener celular justo ahora que es el principal medio
para contactar otras caras. En realidad, no le entró agua.
Le tiré demasiado alcohol para desinfectarlo después
de salir a la calle a hacer las compras.
567
No sé si fue lindo salir. Creo que no me reportó algo
extra o bueno. En el departamento estoy muy cómoda.
El balcón tiene vista abierta y hay atrás una ventana
para que circule el aire. Luz, aire y colores. De eso acá
adentro hay mucho. Y está Pepi, la gatita. Cada vez que
me detengo en ella vuelvo a entender que aprendo a
estar. «Ser feliz es estar en el mundo». Hacer la vida más
ancha que larga.
568
cumple a Ceci. Charlar con Alejo y ver que esa boca
se me vuelve irresistible incluso formada por píxeles y
tragando fideos.
569
Cuando me callo un rato, me adentro en una de mis
sensaciones preferidas: estar, en silencio, con Alejo, por-
que sí, y ¿por qué no? El fin es compartir. Y qué fea le
queda la palabra fin. Lo veo limpiar su patio y decirme
que le gusta sentir el agua en los pies. Sus gatitas tratan
de acercarse y él les habla para que lo dejen seguir lim-
piando. Qué lindo es estar así con vos, mientras enjuago
una ciruela de las amarillas dulces. Estar así es un estar
único. Aprendo, voy aprendiendo, no me sale a veces,
intento dosificar, confiar en que el otro sabe y compren-
de, con el pecho, igual que yo.
570
¿Tiene sentido preguntarme hasta cuándo durará
esto? ¿Qué pasa con el uso de nuestro tiempo, de nues-
tra plata, de nuestra piel? ¿Cuánto hay que respetar las
leyes? ¿Se le puede tener miedo al miedo? ¿Qué pasa
con esta humanidad?
571
Miro el cielo. Llega hasta acá algo de olor a pescado
y a parrilla. Por los balcones y ventanas ya oí gente, ge-
midos, instrumentos, aplausos. ¿Cuántos colectivos son
los que hacen ese ruido? La rosa está tan grande y llena
de pétalos que el tallo que la sostiene está casi vencido.
Cuando la viste el otro día era solo un botón marrón,
apretado. Hace un rato me acerqué a olerla y no tiene
perfume. Sí tiene una textura súper suave. Parece hecha
para hundirle la nariz y sentir ese colchón. Hoy escu-
ché una canción del Kanka que dice «No me interesa
el mostrador del que la gente presume, estoy contigo
por tu olor, no por tu perfume». Me llevó a acordarme
la cantidad de veces que para buscarte bien y llegar me
hundí en tu axila a sentir tu olor.
572
El silencio que hay no da miedo, acompaña. Y me
anima a rendirme ante mí misma y dejarme guiar por
las ganas y lo que aparezca. Que van a aparecer. No se
duermen, no se van. Pero, vamos, sé que es un contexto
difícil y los ritualitos que sostienen, los sostengo: verme
linda, cocinarme, bañarme, cambiar las sábanas, levan-
tar la cortina para que entre el sol, prender una vela
para cenar. Cantar en voz alta, moverme para despertar.
Para ganarle al miedo escribí todas las cosas que puedo
hacer desde acá, con una camarita y la gente querida.
Me digo: calma que las ganas, más que la memoria y las
tareas, van a llenar este tiempo, van a hacer este tiempo.
Estar para mí. Y quiero estar para otros en este mo-
mento también. No hay conclusiones. Hacer esto hoy
siento que es amor. Y cada día, en este mundo nuevo, se
baraja de nuevo.
573
grande. También de nervios y novedad contenida en un
lugar que no conozco. De que estoy acá y soy mi familia
junto a los que quiero. Y de que hay otra red gigante, de
hermandad y esfuerzo conjunto. Si me voy a dejar flo-
tar en algo, elijo esto y no el miedo. Tratamos de poner
amor donde hubo miedo, y nos hacemos más humanos.
Pienso en la carta de nuestro presidente. Pienso en fil-
mar los balcones aplaudiendo y el coro de Resistiré para
animar a la abuela. Pienso en estar acá. Que el amor
empuja y el miedo paraliza.
574
Gris. Quizá ahora que se nubló y pareciera que va
a llover, estos dejen de parecerme días de vacaciones.
Desde que la cuarentena se puso más estricta, hoy es
el primer día que no amanece despejado y soleado. El
cielo venía estando radiante, tirante de tan claro, y la
luz hacía brillar con fuerza todos los árboles del Parque
Centenario que veo desde el balcón. Las plantas de mis
macetas, agradecidas. Era difícil pensar en esta situa-
ción de modo serio con el cielo tan celeste. Ahora está
más bien blanco y gris, como espeso. Hay viento fresco
y abrí todas las ventanas para que entre ese aire. Pienso
que mi escritura de hoy también va a estar un poco más
opaca.
575
En la avenida de la esquina de casa se amuchan los
autos y la policía urbana frena a cada vehículo, inclu-
so a las motos, para pedirles el permiso de circulación.
A cada momento recuerdo que si esto hubiese sucedi-
do durante el gobierno anterior, no me habría sentido
cuidada. Hubiera sido salvaje, asqueroso; y la policía,
seguro cometería más abusos. La economía toda quedó
suspendida. A excepción de la de los dueños de los su-
permercados y las farmacias, claro.
576
día, a bañarme para sacarme con jabón la calle de en-
cima, desde la planta del pie hasta el pelo y los brazos.
Como si de verdad pensara en limpiarme, mientras que
en las duchas ordinarias no se me ocurre que realmente
me estoy lavando.
577
Una vez, Alejo me contó acerca de la diferencia en-
tre ser y estar. Ser, me explicó, es un concepto europeo
y asociado a la intelectualidad. Estar tiene raíz ameri-
cana y se vincula con otra forma de habitar el mundo,
más ancha, anclada al presente. En esta bizarra, única
y especial secuencia de días vengo notando que, tal vez
ahora, estoy. Y que, a fuerza de solamente estar exage-
radamente acá, voy conociendo más de lo que soy. Con
sol, y en la oscuridad también. Percibo que con los días
está convivencia conmigo se va a poner seria, cada vez
más real y menos exhibida.
578
vivir las formas que nazcan, sin importar qué contaría
o explicaría después o cómo se vea. Dudo que podamos
salir de esta idénticos, y en parte, me alegra.
579
Tal vez nos estamos acostumbrando. ¿Se volverá
esto base y normalidad? Los primeros días de cuarente-
na fueron de mucha comunicación. Después fue dismi-
nuyendo en el WhatsApp esa voracidad por constatar
que seguíamos ahí. Ya lo sabemos adentro, seguimos al
otro lado. Internet me ayuda a que todavía no sienta
nostalgia del cuerpo real, en vivo, pero si esto dura mu-
cho más, y sobre todo si se pone lluvioso, probablemen-
te vaya a ser cuesta arriba. Por ahora no extraño casi
nada de afuera y hay ratos del día en que pienso que fui
hecha para esto: cocinar comidas ricas, leer, escuchar
música, sin salir de casa y con todo lo que necesito cer-
ca y provisto a mi gusto. Soy consciente de que puede
sonar raro, o quizás en realidad sea la culpa de mujer
hablando y crea que necesito necesitar. Necesitar a otras
personas. La verdad es que, dado que no hay mucho
para elegir en este caso, me agradezco que el último
tiempo había empezado a llevarme bien conmigo sola
en casa. Creo que todo ese proceso se transformó en
una gran herramienta inesperada. Me pregunto cuán-
tos días puede saborearse el aislamiento sin la presencia
de otros. Me siento agradecida del amor que recibo y
de poder ofrecerlo yo también. Sentirnos acompañadas
entre mujeres amigas y sernos sostén, red de oro.
580
Ya no sé cómo dura el tiempo. Los días previos al
encierro duraban más y también menos. Lograba hacer
entrar en ellos una cantidad infinita de actividades apu-
radas. Levantarme, no desayunar, ir corriendo al colec-
tivo, cargar la tarjeta, llegar al trabajo, irme del trabajo,
esperar el colectivo, ir a canto, a danza, al otro trabajo,
a la psicóloga, a cenar con amigas, a merendar con la
abuela, a recibir amigas en casa y poner la alarma para
el día siguiente. Siempre me parecía que necesitaba más
tiempo. Ahora hago menos cosas, me levanto con el
cuerpo blando a la mañana y se me hace que aquellos
días tenían más horas. Si no, ¿cómo hacía tanto? ¿Y por
qué? ¿Es otra forma de ser feliz?
581
me, escribir como si se tratara de una artesanía, aunque
también hay belleza en cómo se mueven los árboles un
rato antes de que se largue a llover.
582
A la cama solo estoy yendo a dormir. En mis sueños
siempre estoy acá adentro y todos tienen de fondo estas
paredes blancas. En uno que recuerdo de hace unos días,
la psicóloga venía a atenderme a casa en lugar de hacer
la sesión de manera virtual. Cuando la hacía pasar, le
mostraba el lugar y mientras lo recorríamos descubría
muchos más ambientes de los que hay en realidad. Yo
me preguntaba en el sueño para qué habría puesto el
lavarropas en el balcón si había un ambiente enorme
destinado especialmente a ser un sector de lavado. Des-
cubríamos, además del lavadero, una terraza enorme y
más cuartos. Ya escribiendo pienso que quizá fue por-
que con ella accedo a recovecos de mí que no conocía.
Me sorprende esa analogía dentro del monoambien-
te. O quizás solo fue porque nunca había pasado tanto
tiempo seguido adentro de esta casa. Ni de ninguna.
Para la primera sesión de terapia virtual me puse per-
fume.
583
con el corazón acelerado de miedo. En el sueño yo no
gritaba. Solamente atinaba a decirle «por favor, no, por
favor, no», y el grito no me salía. ¡¿Por favor?! Me senté
en la cama y al despabilarme me indigné. Solo por ser
mujer y que ese hombre me viera el cuerpo podía apa-
recer todo ese temor. Si yo veo el pecho de un hombre
es muy probable que necesite mucha vida más alrede-
dor de ese pecho para desear tocarlo.
584
El kéfir es una bebida probiótica con muchos bene-
ficios para el organismo. Se puede hacer de manera ca-
sera y para eso hay que conseguir nodulitos. Se pueden
comprar en el Barrio Chino, pero dicen que es mejor
que sean un regalo. Los míos me los regaló Maga. Fue
durante la cuarentena y los pasó a buscar mi papá cuan-
do todavía se podía circular en autos sin un permiso es-
pecífico. Me trajo el frasquito a casa y le pasó alcohol en
gel antes de dármelo. Hicimos la repartija y él se quedó
con la mitad de los nódulos para llevar a la casa familiar.
Me saludó desde lejos y simuló un abrazo en el aire.
Me aguanté las ganas de llorar. Lo vi con miedo, por él,
por mis hermanos, por mí. Con preocupación por que
supiera cuidarme sola. Después de tirarnos besos en el
aire fui al almacén de la vuelta a comprar lavandina y
ahí sí me puse a llorar. Ayer me llamó para preguntar-
me cómo estoy y recomendarme una película.
585
la pared. Nos daba guantes con gomitas antideslizantes
en las palmas y nos indicaba qué hojas sacar para que
llenáramos bolsas enteras con hojas secas. En un cos-
tado, me acuerdo, había un malvón. Es una planta que
no tiene un olor rico, pero sí muy característico. Hace
unos meses compré este en un vivero cerca de casa, por-
que ver y oler un malvón me lleva inmediatamente a
la abuela, al sombrero de paja y a nuestras manos en-
vueltas en esos guantes gigantes con los que hacíamos
de asistentes. Para animarla la llamé y le pregunté qué
cuidados especiales requería un malvón. Me dijo que
ninguno, que es una planta que se desmadra, que se va
en vicio y que por qué me la compré si no tiene nada
de especial. Me dio risa su respuesta. Le saqué de buen
humor las hojitas marrones que se habían secado a lo
largo del tronco. En el balcón hacía mucho calor y bajé
el toldo. Es de una tela micro porosa color tiza y, si hay
sol, el balcón parece una pileta. La luz queda encerrada
por el toldo y se arma un prisma marfil, un ambiente
aparte.
586
parme por la felicidad de mis papás, la salud de la fami-
lia, la estabilidad mental de todos, el negocio de papá;
me angustio de que lo injusto ahora sea más injusto.
Alejo dijo que el capitalismo muere, pero con las botas
puestas: este escenario es también peor para los que ya
estaban peor. Castañeo los dientes y pienso que van a
ser mucho 15 días más de economía de guerra. Y cómo
los vamos a llevar. Cómo los van a llevar. Se me vienen
encima las paredes de la casa y lo que puedo hacer por
otros me queda chico.
587
ponga música en el parlante para cerrar este ciclo y los
chicos vuelvan a la escuela. O festeje un cumpleaños.
Imposible anticiparme. Por ahora, hacer la plancha.
588
Julio. Mi abuelo Julio estuvo detenido durante un
año en la última dictadura. Hace pocos meses leí un
testimonio suyo en el que cuenta que jamás elegiría a
conciencia vivir una experiencia como aquel encierro,
signado por la violencia y el autoritarismo. Sin embar-
go, dice que fue una lección que le duró por el resto
de su vida: una vez privado de todo fue más libre que
nunca.
589
gritos como si no fueran míos. Mamá me dijo que esta-
ba teniendo contracciones y por el altavoz del teléfono
me guio a respirar y relajar el cuerpo hasta que esto
cediera. Fue lo más parecido a un parto que viví. ¿Qué
estaría pariendo o despidiendo?
590
Realidad. Miré noticias sin querer e inmediatamen-
te pensé en mi muerte y en la de los que amo. Pepi per-
cibe que fueron días de pensar en eso y está más pegada
a mí que al principio. Di una clase a mis estudiantes por
Zoom y fue como una inyección de vida. Después llamé
por teléfono a la abuela y fue difícil convencerla de la
importancia de levantar el ánimo. Me habló de algo que
le contaba su madre: en la época de la peste en España,
levantaban los cuerpos de la calle en carretillas. Ayer
fue la primera vez que lloré desde que empezó todo
esto. Me encontré con la realidad y me dolió la panza.
Me trago la angustia, me distraigo y me concentro.
591
Lola del Gallego
592
21 de marzo de 2020
593
personas que también están pasando una crisis. ¿Cómo
lo hacemos, compañerxs?
594
of feeling like I’m fucking crazy. Lo estoy, estoy cansada
porque aísla. Tampoco desearía estar siendo otra cosa,
porque no sería yo. Esta locura me viene desde fuera.
Reacciono frente al cisheteropatriarcado con la fluidez
de mis deseos y la rabia entumecida de ser negadx. Es-
cribo que la depresión es una vivencia queer. No quiero
decir que todxs lxs queer estén deprimidxs. Quiero de-
cir que la inadecuación es la base de la depresión, y la
inadecuación viene desde fuera, de la falta de contacto
—físico y lingüístico—.
595
22 de marzo de 2020
596
mara.
23 de marzo de 2020
598
estar en la cotidianeidad del resto. Hay algo de «me
lo merezco» en todo esto. Estoy siendo injusta conmi-
go. Hace años que no sé muy bien cómo relacionarme.
Creo que eso también viene de mi estar queer. Me sien-
to demasiado inadecuada.
24 de marzo de 2020
599
consigna: «la piel es de quien la eriza». La piel la eriza
quien la viste, supongo, pero ¿no nos erizan la piel tam-
bién desde el afuera? Y si es así, estoy muy en desacuer-
do con la frase, porque desde afuera la piel se puede
erizar por placer, pero también por pavor. La piel es de
quien la habita, eso sí.
25 de marzo de 2020
600
diez o me salen para suspenso. Se queda ahí.
26 de marzo de 2020
1 de abril de 2020
601
Mi madre se levantó con la siguiente ocurrencia en
boca: «toy pensando yo, que cómo no ponemos el árbol
de Navidad». Las últimas navidades se las pasó en Ar-
gentina, visitándome, en pleno verano. Siente que las ha
perdido y piensa que puede recuperarlas utilizando es-
tos días de encierro como simulación. Mi profesora de
análisis del discurso sigue teniendo su árbol montado,
no sé si por motivos similares a los de mi madre o más
bien por pereza. Mi padre sufre con imaginar la posi-
bilidad de convivir con el plástico verde en forma de
abeto. «NOOOO POR FAVOR, NO ME HAGAS
ESTO, ME VAS A DEPRIMIIIIR».
602
ni rural, es distópico.
3 de abril de 2020
603
como: «¡Tele-estudia y tele-trabaja y no te conformes
con rendir lo mismo, duplícalo! ¡Demostrémosles a los
reptilianos que el capitalismo es imparable y esta socie-
dad no lo dejará caer tan fácilmente! Llévate de regalo
un curso de los que Harvard está abriendo a la plebe.»
10 de abril de 2020
604
son ya la sucesión de actividades que había construido
al comienzo de la cuarentena. Como si estuviera en una
balsa, viendo adónde me lleva la corriente, simplemente
sigo encarnándome. Todo exige una intención mayor.
605
haber sido placeres, de hablar. Ayer, todas mis amigas se
unieron a la llamada grupal porque les había dicho que
estaba triste. Mi familia también estuvo ahí. El funcio-
namiento de la mirada es curioso, observar es un acto
consciente.
12 de abril de 2020
606
pueblo. En el prado junto a mi casa vemos uno casi a
diario. Esto no es lo habitual cuando somos los huma-
nos quienes ocupamos el espacio. Si una presta aten-
ción, puede escuchar el revolotear de las hadas entre los
manzanos y los fresnos.
607
puede comenzar a cosechar a partir de los instantes de
silencio y calma. Además, es un alivio poder encontrar
las fuerzas para empujar la iniciativa, después de unas
semanas de recogimiento, que precisamente tenían mu-
cho que ver con el ciclo que apenas estaba observando.
13 de abril de 2020
608
la cabaña del jardín. Unos treinta minutos tratando de
aterrizar, enroscando mis pies en el columpio de nylon.
En la ventana descansaba un caracol, para el que toda-
vía no había amanecido. Los caracoles son mi mayor
fobia así que traté de desviar la mirada, pero me distrajo
constantemente.
609
flagelaciones y no tengo ninguna gana de martirizarme
por necesitar verme canónicamente bien estos días.
610
Lola Halfon
611
22 de marzo
612
la madre, la despedida. De a ratos lloro. Ordeno y co-
rrijo poemas. Los agrupo en un Word que titulo primer
borrador-libro.
23 de marzo
Día.
613
mos actividades, cursos, tutoriales, recitales. Queremos
aprender idiomas nuevos, leer todos los libros y mirar
todas las películas que circulan en la red. No entiendo
si la virtualidad es salvación o perdición. Quizás las dos
cosas al mismo tiempo. Como la escritura.
Noche.
614
go, los escritos íntimos de Tsvietáieva, abro en una pá-
gina cualquiera y leo el subrayado: «Si he de ser sincera,
en cualquier círculo soy – una extraña, toda la vida. Mi
círculo – es el círculo del universo (del alma: es lo mis-
mo) y el círculo del ser humano, de su humana soledad,
de su aislamiento». Pienso en lo bien que estoy en este
encierro. Me interrogo de dónde viene ese disfrute. Si
es auténtico placer de encontrarme conmigo, en todas
mis formas, o si tiene que ver con mi incapacidad de
vincularme. Me creo estar deseando un amor, pero en
realidad todo lo que hago es ahuyentar cualquier sutil y
pequeña cercanía.
24 de marzo
615
que prendí el velón que tengo en el altar. Me tiré en la
cama y volví a disfrutar, aún más, este no-tiempo en el
que estoy viviendo. Terminé Las estrellas, lloré más que
de costumbre. Era uno de esos llantos que requieren
volcar el libro abierto en el pecho y darle espacio. Si
justamente lo que ahora abunda es tiempo —¡y cuán-
to!— ¿cómo no regalarle un lugar a cada milímetro de
agua que quiera presentarse? Me desperté a las 5 de la
mañana con las luces de toda la casa prendidas. Tuve la
sensación de que hubo una fiesta y no me enteré. Me
levanté a apagarlas y terminé desvelándome.
616
Venturini para la Colectiva Escritoras Patagónicas, en
conmemoración a las madres y abuelas, a lxs desapa-
recidxs. Eso fue a las 6 de la mañana, cuando me di
cuenta que el día ya había comenzado.
25 de marzo
617
mos extrañar a personas, querer verlas y no poder. Pero
en general se trata de algún amor que, ya sea por ex o
por cualquier otra razón, no estamos viendo. O algunx
amigx/familiar que vive lejos. No a lxs amigxs, a esxs
cotidianxs con quienes compartimos cada día. Esto no
se parece a nada. De todas formas, quedé con algunxs
de avisarnos cuando vamos al almacén. Así, aunque sea
sin abrazo, nos vemos las caras.
26 de marzo
618
Hablar con Cami me hizo bien. Ayer lloraba ella, hoy
lloro yo. Me reía de mi propio llanto al mismo tiempo
que lloraba, no después sino al mismo tiempo, y repetía
«qué ridículo, qué ridículo». Hoy el día estuvo especial-
mente soleado, y la casa en la que vivo cuenta con un
jardín-bosque maravilloso. Me acordé de la huerta de
Patri, la dueña de casa y también vecina. Me acerqué y
le pregunté por la salvia, ella siempre me ofrece porque
no la usa. La salvia es mi planta compañera, mi prefe-
rida. Coseché sus hojas, las junté en pequeños ramos
y las puse a secar con gomitas sobre el tender que baja
del techo. La casa huele bien cuando ella cuelga en el
aire. Me saqué una foto para mandarle a Cami y vi mi
cara rozagante. Entonces recordé: la vida también pue-
de ser dulce y generosa.
619
Hace un rato desplegué las cartas en la mesa, no les
pregunté nada y salió el oso, la introspección. El texto
dice que para convertir nuestros objetivos en realidades
concretas es muy necesario el arte de la introspección.
Usa las palabras: cueva, cabaña, sueños, hibernar, glán-
dula pineal, silencio. Justo ayer leía a Watanabe en su
Animal de invierno: «otra vez es tiempo de ir a la mon-
taña / a buscar una cueva para hibernar».
27 de marzo
620
conviven conmigo quienes no pueden estar en sus casas
ahora, porque no la tienen. Quienes no pueden no sa-
lir a trabajar. Conviven conmigo todas las mujeres que
están aisladas con el enemigo. Conviven conmigo. Las
noticias, los grupos de WhatsApp, los videos, las cade-
nas, los relatos de médicxs amigxs. El aporte cotidiano
que no me deja olvidar lo hostil que es el mundo. Lo
agradezco, de la misma manera que lo sufro.
28 de marzo
Día.
Voy reuniendo todas las sensaciones que me acom-
pañan. Se agrupan en distintos sectores de mi cuerpo
con títulos como: el aislamiento propio, el de ahora y
el de siempre. La soledad, los vínculos. El aislamiento
de lxs demás, de aquellxs que quiero y que, por distin-
tas razones, están más cerca del algún peligro. El ais-
lamiento desgraciado de quienes no pueden hacer un
aislamiento. Sigo llamándolo así, a este diario, de aisla-
miento. La palabra encierro no condice con el contexto
en el que estoy.
621
La puerta está abierta, el aire entra y sale y —a su
vez— se comunica con el aire que entra y sale por la
ventana de la cocina. Yo también entro y salgo, tengo
un bosque en mi jardín. Cosecho menta y salvia, rozo
las hojas, acaricio las flores, dejo que el cielo me nuble
la vista cuando lo miro. Cuando limpio la casa, voy sa-
cando los muebles afuera para que respiren, ellos están
viviendo el proceso inverso: pasaron de estar enjaulados
a tocar la tierra, un tronco, el pasto.
622
esté transcurriendo siempre en este sitio y sea desde
este sitio, desde esta humana soledad, que voy y vengo,
me muevo, bailo y escribo. Y aún en cada ir y venir, en
cada encuentro, en cada danza, está mi soledad resplan-
deciente, viva y encendida.
Noche.
623
raro se siente frenar el impulso de un abrazo. Repito y
no me canso de repetir: no hay nada igual a esto. Enton-
ces recuerdo la frase de Selva Almada que Sofi le dijo a
mamá: el desapego es una manera de querernos. Mamá
me pide que le grabe audios con poemas. Ayer y hoy
le leí a Dorothea Lasky, Sharon Olds y Estela Figue-
roa. Paso la noche buscando y leyendo, entusiasmada,
para mamá, para mí. En los audios de agradecimiento
y emoción se escucha, de fondo, a papá. Lanza ladridos
como saludando a Runa, yo me río. Lo hace siempre y
siempre me vuelvo a reír.
29 de marzo
624
ción a la comida, incluso olvidé comer varias veces. Al
principio me juzgué por eso, pero después me di cuenta
que no lo necesité. No solo por hacer mucha menos
actividad física, más bien fantaseo que las letras están
siendo alimento. Me pregunto qué en mi vida cotidiana
no es alimento. Me refiero a nutrición. Qué me nutre
en mi día a día y qué no.
625
buen panorama. Pero, si de lo intrínseco se trata, este
adentro me está regalando todo lo que preciso. Me leo
y me pregunto por qué necesito un permiso para pa-
rar. Yo creo que podría vivir así para siempre, enton-
ces: ¿qué cualidades tiene esta vida extraordinaria para
poder dárselas a mi vida de siempre? (no quise decirle
ordinaria, porque nunca lo es). Últimamente cuando
mezclo las cartas de los animales, se me viene cayendo
el caballo. Lo suelo evadir, sigo revolviendo y saco otra.
Ahora, escribiendo esto, sin volver a leer lo que dice
el texto, recuerdo que el caballo es el poder. Y pienso
que poder también es esto. Poder transformar una vida,
hacer de ella un refugio encantador y amable. Un lugar
donde querer estar. ¿No es verdad que todo al final se
muere y tan pronto? Dime, ¿qué piensas hacer con tu
única, salvaje y preciosa vida?
30 de marzo
626
un epígrafe que estoy buscando. Terminó leyéndome a
Brodsky por audios y disfrutamos juntas esa escritura
tan acertada e inteligente. A papá le pregunté por los
verbos ser, estar y existir, entonces me contó algunas
cosas desde el punto de vista occidental (sobre todo de
Platón, los existencialistas, Lacan). Me hizo reír porque
puso un ejemplo con un hipocampo cuando quiso decir
unicornio. Me preguntó qué me daba tanta risa y ahora
me doy cuenta que es su vínculo con los seres vivos que
no son humanxs, es decir, los animales, las plantas, la
naturaleza toda. ¿Qué es naturaleza?, me diría él. No
lo sé, le diría yo. Un unicornio seguro que no; me hace
acordar a un sticker, a un vaso de plástico, a un negocio
de chucherías.
627
Ahora tomo té de salvia, van a ser las 2 de la mañana.
Mi cuerpo necesita descanso.
31 de marzo
628
interrogo por la huella que deja, que dejará, y hace de
esto algo transitorio y —a la vez— eterno. De todas las
puertas posibles, una que se abre. Con ella, las pregun-
tas y, con las preguntas, la danza.
1 de abril
629
suena, se quiebra. Como un espejo cayendo, estallando
en mil pedacitos imposibles de juntar.
630
me parece un delirio el amor. Lo veo de lejos, eso acre-
cienta el extrañamiento.
2 de abril
631
comenzó la pandemia. Lo habíamos dejado de hacer
cuando inició la cuarentena total. Pero ya era ridículo.
No tenía ningún sentido, o lo tuvo pero ahora no lo tie-
ne más. Fue casi un ritual. Nos lo preguntamos primero
por un audio de WhatsApp, nos contestamos que sí,
que ya estaba bien abrazarse, que no teníamos el virus y
que, si lo teníamos, ya nos habíamos contagiado. Cuan-
do nos vimos, nos lo volvimos a preguntar y dijimos
otra vez sí, sí, abracémonos. Nos abrazamos. Sentí la
alegría y el delito al mismo tiempo. Solo en un mundo
tomado por la peste tocar a una amiga está prohibido.
Aquí estamos, en ese mundo inverosímil.
632
3 de abril
633
fónico, me resulta distante y frío, me da la sensación de
que nunca terminan de entrar en confianza. Qué im-
portantes son los ojos. Esta última frase la escribí y la
dije en voz alta. Qué importantes son los ojos. Pienso
en la ceguera. Bah, lo primero que pienso es lo crucial
que me resulta la mirada para crear un vínculo. Y, des-
pués de eso, pienso en la ceguera. ¿Cómo será confiar y
amar sin ver? Ahora pienso en mi tía, en su vista, en su
no-vista. En qué estará viendo ahora, en qué veía antes
de no ver y, sobre todo, qué no veía cuando veía. Un
día tuve un sueño, que no recuerdo en lo absoluto, pero
desperté con la sensación de que lo que me une a mi tía
es la clave de mi proceso. Eso dije al despertar, sin en-
tender lo que decía. Lo que me une a mi tía es la clave
de mi proceso. Aún hoy no lo entiendo, pero lo atesoro.
4 de abril
634
sin que me diera cuenta. Cuando me vi en el reflejo de
la ventana, me reí. Después de un rato de jugar con mi
peso y mis articulaciones, caí rendida a la cama. Bailar
es parte fundamental de mis días cotidianos, noto su
falta. Lo sublime de bailar con otrxs.
635
que iba a hacer unas respiraciones a esa hora. Dijo creer
fervientemente que eso ayudaría al planeta a volver a
respirar. Su confianza me conmueve.
5 de abril
6 de abril
7 de abril
636
tancias físicas, mientras seguimos achicando las otras.
Les llevé lavanda que había cosechado a la tarde y man-
zanas que ya están cayendo del árbol del jardín. Char-
lamos mientras tiramos cáscaras de maní en las llamas.
La luna llena nos saludó al salir detrás de la montaña.
Nos hacemos bien; se nota en nuestras pieles, en nues-
tras miradas cuando estamos juntas.
637
Hola otoño, hola y gracias, por ser vos quien nos sos-
tiene. Estoy bien, por eso te agradezco. Por tus hojas,
tus frutos, tus colores. Me estás abrazando suavemente,
tan suave que te estoy dedicando una carta en medio de
mi diario. Hola otoño, hola.
8 de abril
638
con dolor de cabeza y cuello. El cuerpo hablándome en
ese idioma insondable.
639
9 de abril
Creo que tienen que ver con eso los tres cafés conse-
cutivos de ayer. Con una energía que no entiendo hacia
dónde llevar. Hoy me hacen falta los cuerpos, las pieles,
el contacto, la danza.
10 de abril
640
calde, Juana Molina y Papina. Detesté las redes sociales
y estar lejos de todo lo que mi dedo índice tocaba en
la pantalla. Me arrepentí de no haber comprado vino.
Tomé kéfir, renové el agua y el azúcar. Me tiré en el
suelo, al lado de mi cama, con ramos de lavanda alre-
dedor. Quemé uno de los sahumerios, es rico, aunque a
veces huela a quemado. Tuve calor, bajé la estufa. Tuve
frío, la subí. Comí brócoli en el almuerzo y en la cena.
Toqué una canción en la guitarra, desafiné mucho en
las notas altas y no me importó, canté más fuerte. En
ningún momento entendí el porqué de las cosas. Nada
tuvo sentido. Pero estuve en donde estaba, en cada cosa,
cada vez. Eso es un montón.
11 de abril
641
Las puertas existen.
12 de abril
dejar
que el humo
me limpie.
13 de abril
642
de estado me resulta enigmático, aunque haya detrás
un sinfín de teorías que lo expliquen. A veces prefiero
morar en el misterio.
643
Loreto Valencia Narbona
644
Barricada
645
«1. Tengo una pareja hace años.
2. Vivo en concubinato.
4. No tengo hijo.»
646
Pregunto qué hora es en voz alta.
647
viernes de octubre y días antes, las marchas y las ca-
puchas habían pisoteado la normalidad de la calle. Ese
viernes festejamos el cumpleaños de Carolina, mi com-
pañera de casa en ese entonces. Me gustaba esa casa, me
gustaba la gente que rondaba esa casa y la gente nueva
que se paseaba durante los días de semana. Vivíamos
seis y cada quien llevaba a sus amistades. El día de la
fiesta tomamos mezcal porque la cumpleañera había
llegado de México hacía unas pocas semanas. Orna-
mentamos el espacio con flores de colores, catrinas di-
bujadas, banderines de papel volantín que colgaban del
techo alto y profundo. Conté veintiocho personas, toda
la casa estaba ocupada, sobre todo la cocina, porque ahí
preparaban el pisco sour; otros y otras estaban en el bal-
cón, casi colgando porque no era un espacio para más
de cinco personas. Y al fondo del pasillo, apoyado en la
puerta de mi habitación, un hombre alto hablaba con
un hombre bajo, ambos muertos de la risa. Carolina me
tomó del brazo y me acercó a ellos; «ella es la famosa
Lucía», les dijo y ellos se sonrieron. Ella los abrazó y les
marcó un beso rojo en las mejillas. Son mis compañe-
ros de trabajo, dijo, dirigiéndose a mí. Una presentación
corta y punzante como un arma blanca, que aún veo
amenazarme, y que incluso, en estos momentos conti-
núa transgrediendo mi espacio personal. La gente tomó
648
y bailó, y yo también, pero parte de la noche la pasé
discutiendo sobre feminismo con un chico que tenía
cara de pedófilo y que, constantemente, soltaba comen-
tarios pasivo-agresivos muy ad hoc a mi forma satírica
de discutir. Había veces que el hombre alto me miraba
y yo a él. A las tres de la mañana, la gente fumaba en los
baños y ocupaba las piezas. A las cuatro nos enteramos
de que estábamos en toque de queda desde la media
noche, todos nos escandalizamos porque hasta ese en-
tonces muchos de nosotros nunca habíamos vivido uno.
A las siete de la mañana el último invitado salió de la
pieza de Carolina, me asomé por el balcón y lo vi irse
calle arriba. En la silueta del cerro, entre la luz gris del
amanecer, se apagaba una barricada.
649
fección. Y yo puedo ver todos sus movimientos desde
el living.
No me frustro.
650
sirvo un poco y pega una carcajada con un «gracias» en-
tre medio. Yo quiero tomar y hablar de algo que despeje
un poco el olor a encierro de este cotidiano.
651
los boliches de Valparaíso, donde siempre tomábamos
un shop y luego una cosita más fuerte, siempre cantan-
do los temas más cebollas en voz alta y sin karaoke. A
veces llegaban sus compañeros a carretear con nosotras
y siempre, solo o acompañado, el hombre alto irrum-
pía en nuestra mesa y se sumaba a la conversación y al
canturreo. A partir de esos encuentros fuimos forjando
una atención adormecida e interrumpida; él me miraba
y yo a él, y de pronto ese vaivén de atención se convirtió
en una marejada. No te vayas a enamorar, Lucía, me
decía Carolina con hálito a alcohol y a advertencia.
652
mientos intrusivos se hacen un poco más ruidosos en la
noche, cuando la calle y el departamento están callados,
cuando no se escuchan las bandas que Pablo pone a
todo chancho durante todo el día y que solo apagamos
cuando escuchamos las noticias, cuando nos llaman por
teléfono o cuando nos ponemos a conversar sobre las
cifras y situaciones aberrantes que viajan hasta nosotros
a través de las redes sociales.
653
Me fijo en que la albahaca echó raíces en una taza
con agua. La podo hojita por hojita, le hablo a cada hoja
café que voy tirando al basurero.
654
Ojalá tú estés bien. Podría llamarte a las siete. Avísame
si te puedes escapar un rato. Mil besos.»
Envío.
655
—Qué bueno que te gustó, ¿te tinca ver algo?—, me
pregunta.
656
hablando con él y decirle la verdad, decirle que estoy
asqueada y que ha sido un hueón penca. O mejor, le di-
ría que quiero que sea octubre, para conocerlo de nuevo
y poner una muralla o la yuta entre él y yo. Le diría
que recuerde la calle y las barricadas, y a nosotros de la
mano gritando consignas revolucionarias mientras nos
besábamos y mientras los punketas nos miraban y tú te
reías, y se te notaban las arrugas y a mí se me notaba
la piel tersa y blanca que tanto te gusta. Y en esos diez
minutos le exigiría recordar como el fuego sobre la ba-
sura revelaba nuestros dieciocho años de diferencia y
revelaba lo bien que te hago y lo bien que me haces.
Retrocedería, cinco minutos, no necesito más, le diría:
cómo te atreviste a encenderme de esa forma, a com-
bustionarme como los palos y los neumáticos arden en
Condell, a desafiar mi calle y a grafitear mi casa. Dime
cómo te atreviste a encender mi cuerpo y a profanar los
monumentos de mi vida de ese entonces. Pero nada. La
condescendencia recurrente me traga. No sé por qué
me paralizo al hablar, por qué no se me ocurrió inven-
tarle, por último, que estoy embarazada y así escuchar
su respiración de pánico por lo menos unos segundos,
hacerlo sufrir de algún modo que no me hiera a mí
misma, y luego decirle que estoy hueviando: es broma,
tontito, cómo se te ocurre, y que él se ría con alivio. Y
657
así romper ese hielo brutal, traducido en mi silencio, al
escuchar que teníamos que hablar en persona pronto,
ojalá este martes, que se consigue un salvoconducto y
que nos vamos por ahí, en su auto, a hacernos cariño un
rato y a hablar, a hablar de la vida. Y esa propuesta y mi
afirmación, me dejaron más azul que el frío y el viento
de junio que me cala el cuerpo y me vuelve ceniza.
658
la reina?
659
como siempre. Lo miro fijo y en mi mente no me dis-
culpo por lo que me parece justo, si no por las cosas que
no puedo decir.
***
660
una norma para todos los que transitamos. Me echo
perfume y él exclama fuerte que no puedo hacer eso.
Me toca la rodilla y sonríe como si se estuviera discul-
pando. Está hecho un viejo insoportable y tiene más
guata y más canas.
661
—Yo extraño cuando nos cantábamos canciones
añejas después de tirar, a pesar de que cantabas muy
mal—, le respondo sin poder evitar que mi voz tiemble,
él lo nota y acaricia mi cara.
662
Me toma el brazo, yo no respondo y mi mano per-
manece desparramada.
Llegamos.
663
y se escucha un «te quiero» absurdo y vacío que sale del
auto, pero yo ya estoy a metros de él.
Termina y se levanta.
664
El resto del día, Pablo solo está frente al televisor y
yo no me atrevo a mirarlo. Paso la tarde observando tras
la ventana, a veces entro a las redes y me entero de que
estamos al borde del colapso; que los pobres se mueren
y que el virus mezclado con la influenza es como una
sentencia.
***
***
***
666
ciones. La gente no para, no descansa y eso me ayuda a
pasar el tiempo cuando yo no descanso. Y entre publi-
cación y publicación. Y entre frase y frase hay una que
me hace un sentido único y que me obliga a tomar una
decisión.
Inspiro.
Me acerco.
Busco el fuego.
Escribo:
1. Soy Lucía.
5.
667
Lucía Trentini
668
Imaginarios clandestinos
1.
669
palabras que son tuyas y palabras que son mías. Hay
otras que son la mezcla de ambas, que se imitan imper-
fectas y grotescas. que hacen explotar la risa en espas-
mos incontrolables. Vamos a reírnos en silencio,
para no molestar,
ni levantar sospechas.
Me falta el aire,
deseo.
670
Me viajaste. Otra vez el yunque, filoso y frío, afir-
mado fuerte sobre el esternón un poquito hacia la iz-
quierda.
afuera el apocalipsis.
Vos también.
ya lo sé.
Suerte.
2.
el desorden de mi placard.
La televisión no es mía.
No la he prendido nunca,
672
cia último modelo sobrevolando la ciudad vacía. Ahora
nos queda vaciarnos a nosotros mientras el auto se lim-
pia. Como en una película,
las manos,
los miembros,
Siento placer.
Y nada me importa.
673
Que limpies tu auto.
¿Debería importarme?
Limpiame la conciencia,
¿podés?
por favor,
y devolveme a casa.
3.
Lo llevo mal,
674
lo de la cuarentena lo llevo mal. Espero que entre
tus piernas haya un secreto que se parezca al de mi ima-
ginario. Al menos que justifique mis mentiras a la poli-
cía en el camino hasta acá.
No puedo,
no me sale.
No me mires así,
eso no es violencia.
675
Pegarnos, si los dos estamos de acuerdo, puede verse
como un acto de liberación.
¿Me entendés?
No, decís.
Y tu llanto es explosivo.
Lentamente.
como al suicidio.
Sos frágil.
676
Vos necesitás que te abrace, y yo lo voy a hacer.
¿Qué te duele?
4.
677
cones, que bien sabía que no eran para mí, pero a mí me
gustaba imaginarlos míos.
678
a esa sonrisa desestructurada,
Estimados vecinos,
Besos,
número de teléfono,
patatín patatán,
patatín patatán.
La carnada perfecta.
—Hola.
—Hola.
—¿Cómo estás?
679
Ya. No hay cosa que me saque más de quicio que la
gente que se aburre y que además expresa su aburri-
miento sin ningún tipo de culpa. Es la palabra que he
escuchado más veces en esta semana, casualmente. Pero
eso no te lo cuento.
… pausa…
680
Subiste y bajaste a tu casa para asaltar la heladera y
volver a nuestro refugio.
ambos lo sabemos.
681
nos que nunca vamos a tomar juntos, en público. Vos
podías llevarme a ese hotel, que era exquisito, y estaba
además de rebaja a punto de cerrar. Yo tengo ham-
bre. Déjame morderte mientras te grito nene bien. Te-
nés los ojos claros, y la piel blanca, tan blanca que se
te transparenta la estirpe y todos tus títulos marque-
ses, y los negocios de tu amigos, y las propiedades de
los amigos de tus amigos. Los territorios heredados en
otros continentes, tus tardes de café con el Borbón más
gordo, tus compras rebajadas en la tienda de Lacoste,
en Louis Vuitton y Dolce Gabanna. Tenés la corona
tatuada y te queda preciosa. Te intimida que te mire
seria. Estamos en guerra, afuera el mundo se cae a pe-
dazos, Y nosotros por morir acá. Preferimos morir de
lo que sea antes que de abstinencia. Egoísta de mierda,
puta fácil. Viva el rey, dijiste después de correrte como
un niño. De lo que sea, pero de abstinencia no. Estaba
claro que no íbamos a dormir juntos, que no iba a saber
nunca cómo babeás la almohada. Una llamada iba a so-
nar, una emergencia, algo que pareciera increíble pero
que fuera totalmente «real». Te vas, Porque los que
llevan la corona tatuada lo tienen difícil. Entonces
yo, Yo me dormí con otro en la king size, Uno que me
calentó con filosofía y otro tipo de silencio. 6. Pola-
co: Me gustás. Aunque se haga difícil entendernos. Si
682
te digo cavernícola, no sabes de qué te hablo. Me gusta
que seas polaco, simplemente.
a mí eso no me asusta.
impredecible,
arrítmico,
683
duro.
Polaco.
calma y atormentada.
Tentadora y peligrosa.
me dijiste después,
«a Jungle» dijiste.
Estoy perdido.
Me gusta perderme.
A mí también.
684
7.
no tenés.
y sonreís.
de boca en boca,
en secreto,
clandestina,
También lo sé.
685
O no directamente.
y seguir bajando.
8.
nos desplazamos,
sigilosos,
687
hasta llegar al portal,
tu portal.
Un confinamiento interesante.
Abrís un picante,
y es un alivio.
688
No me contestás, pero respirás hondo.
Me acerco a tu oído
y te lo susurro.
Me mirás, fijamente,
Mi respiración se entrecorta,
pero fracaso,
y la abrís vos,
contra mi espalda,
689
tu mano me sujeta la cintura
yo te siento.
Fuego, calor.
Agonizo.
Respiro.
llevarlo a mi boca,
Pero seguimos.
690
Con una mano apagás la cocina,
con la otra te metés en mi entrepierna,
subiendo la falda
Temblor.
Pausa.
Me mirás amenazante,
Agonizo,
Otra vez.
la fiebre,
la tos,
la cama empapada,
Volvé.
691
Mademoiselle Peligro
692
Historia de un desamor… o dos
693
distancia, ni escasez de lysol y cubrebocas). El cumplea-
ñero al que conocí esa noche se convirtió en mi marido
poco tiempo después (supongo que se lo debo a que en
ese entonces no fueron tan estrictos con el distancia-
miento social).
Nos mudamos ese mismo año a Querétaro y pese a
que todo marchó bien mucho tiempo, yo diría que ya
no somos pareja hace algo así como tres años. Desde
entonces el deterioro de la relación ha sido paulatino,
y aunque a lo largo de todo este tiempo le he pedido
el divorcio en varias ocasiones, simple y sencillamente
no se va y, de alguna manera, tampoco encuentro las
fuerzas suficientes para hacer que se vaya. Solo habla-
mos para lo indispensable, de acuerdo con su humor, y
a veces podría pasar días sin dirigirme la palabra.
La última vez que hablamos del tema del divorcio
dijo que sí me lo daría, solo porque por una impruden-
cia dejé abierta mi sesión de WhatsApp en la compu-
tadora y entonces hizo un descubrimiento: le fui infiel.
Sí, lo fui: unos meses antes me enamoré y estaba loca
por aquel con el que furtivamente empezó una relación
a distancia. 184 kilómetros, según Google Maps. Pero
si algo perdí en la cuarentena fue precisamente ese
amor; era obvio que yo no tenía mucho que ofrecer y
menos con este encierro infinito junto a ese que ya no
694
me quiere y lejos de aquel que me quiso, pero que no
soportó las ingratas condiciones impuestas por mis cir-
cunstancias. Y, pues, ¿qué puedo decir? Lo entiendo.
De verdad que lo entiendo. Tanto lo entiendo que, de
hecho, cuando me dijo que estaba harto de mí y de mi
egoísmo, decidí que era mejor bloquearme sola de sus
redes y de su vida. Total, tiene razón: no tiene por qué
aguantarme.
Y ahora soy yo la que tiene que soportar la pena,
pero no puedo deprimirme, ni llorar, ni sufrir porque
tengo una niña de seis años y para sobrevivir la cuaren-
tena decoramos galletas, vemos funciones de circo en
trasmisiones en vivo por Facebook, nos conectamos a la
clase de ballet dos veces por semana por videollamada,
hacemos las tareas del kínder, aprendemos malabares,
le hago entrevistas infantiles en las que responde que
su mamá todo el día lava los trastes... ¡Ja! Qué curioso
porque él, ese del que ahora me separa algo más que
solo 184 kilómetros, me decía que parecía que cada vez
que me mandaba mensajes le atinaba siempre a un mo-
mento en el que yo estaba lavando los trastes.
No, no lavo tantos trastes. Solo hago un scroll per-
manente de mis redes y de mi vida a ver si de una vez
por todas esto se acaba ya. Mi matrimonio y la cuaren-
tena, que son juntos como tener mi universo en pausa,
695
sin poder llorar una historia de 11 años que se terminó
y otra de 14 años de amistad y unos meses de romance
que también se terminó conmigo atorada en medio, sin
empezar ni acabar nada de verdad y solo esperando.
Esperando mientras sé que la vida no será igual en
ningún aspecto, pero sin saber a ciencia cierta cómo o
qué va a cambiar. Porque la rutina es la misma, aunque
sé que todo va a ser diferente. Dos duelos y dos lutos
que no puedo vivir ni llorar. Porque solo a mí se me
ocurre creer que se puede amar así de lejos y con un
cadáver en la cama. No sé en qué cabeza cabe.
De pronto siento que la verdadera agresora soy yo
y que si mi todavía esposo me ignora es porque me lo
merezco y si el otro se hartó de mí fue porque me lo
busqué.
La contingencia me agarró con los dedos en la puer-
ta, pero en mi caso el drama no fue por la pérdida eco-
nómica ni de la salud. Yo perdí la oportunidad de con-
tinuar mi vida e intentar (porque ni siquiera era una
certeza: era un intento) hacer camino con ese hombre
al que sé que amo y al que siempre voy a extrañar. Y
podría ser peor. Con este escenario mundial, claro que
podría ser peor, pero no sé si cualquier otra cosa me
dolería más.
696
Todos los días me reprocho. Todos los días me culpo
de todo. Todos los días me pregunto qué hice mal, qué
podría haber hecho mejor, qué podía haber hecho dife-
rente. Y esa es mi verdadera penitencia, porque no me
duele ni me pesa el encierro: me pesan mis actos, mis
dichos, mis indecisiones, mis propios demonios dicién-
dome que estuve bien y luego que estuve mal. Odian-
do(me/los), amando(me/los) y así, día tras día, entre las
acuarelas, las películas infantiles vistas infinitas veces,
preparar la comida, hacer decentemente el home office,
tener listos los videos para las clases, la hora del baño
siempre tardía y la todavía más tardía hora de dormir.
A veces agradezco todo este cúmulo aparente de acti-
vidades, porque me ayudan a distraerme; sin embargo,
lo que sobra es tiempo y a veces solo me da por pensar
en el hubiera…
Conforme han pasado los días, me doy cuenta de
que muchas veces me siento como Ártax, el caballo de
Atreyu en La historia sin fin: atascada por completo
en la desesperanza. No es solo el corazón roto, aunque
mucho de esa parte de mi estado de ánimo lo es, sino el
hecho de que estamos sacando a flote lo peor de la hu-
manidad. Mis demonios más crueles se activan cuando
sé de personas que agreden al personal de salud, los que
queman hospitales, los que deliberadamente ignoran
697
la cuarentena para vacacionar o ir al tianguis, los que
difunden noticias falsas y los que lucran de cualquier
forma con esta situación. Nada bueno puedo desearles
y la verdad es que dentro de los miles de autorrepro-
ches uno de ellos es: deberías ser más piadosa. Pero no,
sinceramente les deseo lo peor… lo digo con algo de
vergüenza por mi falta de compasión, pero mis malos
deseos solo están en mi imaginación, mientras que su
maldad está encarnada de forma real en sus actos. So-
mos todos un asco.
Aunque, claro, en este delirio de cuarentena no todo
el tiempo es así. También tengo mis días de luz, de op-
timismo, de productividad. Me gusta estudiar y ya ter-
miné una doble certificación. También hice videos para
dar mis clases —soy maestra en una universidad— y
me ha gustado mucho el proceso porque me reconecté
con una habilidad que me encanta, pero que hace mu-
chísimo no practicaba: la edición de material audiovi-
sual. Como mamá que siempre ha trabajado, ha sido
una enorme dicha tener tiempo y espacio para com-
partirlos con mi hija… ojalá fuera siempre un derecho
irreductible de madres e hijos: tenemos que estar juntos
y diseñar el trabajo y el mundo alrededor de esta rela-
ción primordial; el apego y la oportunidad de convivir
de tiempo completo no deberían ser un privilegio úni-
698
co que se da a las madres y sus hijos solo en caso de
emergencia mundial. También volví a leer a Juan Villo-
ro, uno de mis favoritos, y estoy por terminar El apo-
calipsis (todo incluido), así que, como diría de forma
desafortunada cierto personaje, la lectura vino «como
anillo al dedo» para estos momentos (y cómo lo estoy
gozando).
En estos días de cuarentena creo que todos nos sen-
timos un poco locos por confrontarnos con esa ambiva-
lencia: el amor/el odio, la piedad/la crueldad, la produc-
tividad/la inactividad, la plenitud/el estancamiento…
todo sin las falsas válvulas de escape de la vida cotidia-
na, sin la alfombra de múltiples quehaceres para barrer
toda esa mugre debajo y ocultarla. Sin maquillaje, sin
filtros y sin brasier. Desnudos en nuestra incongruen-
cia. En mi incongruencia… porque también se me está
haciendo vicio hablar más bien de lo que me pasa en
primera persona, porque cada uno lo está viviendo des-
de donde lo ve y pues así es como lo veo yo: como una
oportunidad de hacer todas estas reflexiones sobre mis
dualidades, con mis abismos y con mis puentes.
699
admite que ya no existe nada de lo que fuimos, no toma
las riendas de su vida para irse o para dejarme ir. De un
marido que pese a las recomendaciones sigue saliendo
a la calle no sé a qué, o por qué, si es solo para moles-
tarme, para hacerme desvariar, para poder decirme «ve
cómo te pones» y poder jactarse de su tranquilidad ante
mi intensidad. Porque, aunque no le digo nada, creo
que solo busca provocarme para echarme la culpa de lo
que ya no funciona en la relación. Y porque no caigo,
pese a que me muero de ganas de exigirle que no salga
(y creo que tendría razón) simplemente no digo nada.
O tal vez su actitud solo se trata de retratar la ironía: él
es libre, mientras yo sigo atrapada aquí.
Y, por otro lado, la de mi cuarentena también es la
historia de un amorío tan fallido como mi matrimo-
nio y que me dejó en la indefensión total. Ni siquiera
es el hecho del amante (a distancia) perdido (que, por
supuesto, me duele), sino de la pérdida irreparable de
una profunda amistad. Me siento muy triste y sola… y
la única persona a la que siento que le podría contar es
justo la que ya no me quiere hablar. Doble auch.
700
hecho, así como hecho estaba el daño que yo tenía res-
pecto a nosotros desde mucho antes. Pero esa ya no
es historia de la cuarentena. No hablamos de él salvo
en un par de ocasiones en las que me limité a recor-
darle que nuestro matrimonio ya estaba muerto desde
antes de que esa historia comenzara. Probablemente le
dé mucha risa saber que la historia paralela también
murió.
Hablando de muertos, hoy, 13 de abril de 2020, a las
7:00 p.m., en México suman 332 muertos y 5 014 ca-
sos positivos de COVID-19. La pandemia se extiende
y yo le tengo más miedo por el marido-exmarido que
me desafía saliendo a la calle. A veces creo que me voy
a contagiar por culpa, pensando que me merezco un
castigo. Sería un cambio dramático en la historia sufrir
por una falla en los pulmones y no por un dolor del
corazón.
701
que amaba, resistir un emprendimiento, resistir la dis-
tancia, resistir las circunstancias, resistir otro descalabro
amoroso... Resistir.
Aquel sentía cierta admiración por mi resistencia.
«Nunca te rindes», me dijo. Aunque me rendí como
nunca ante él. Jamás a nadie le dije tanto «tienes razón»
y no voy a volver a hacerlo nunca, supongo. Hasta cuan-
do terminamos lo hice pensando en que tenía razón,
por dolorosa que fuera; tenía razones para estar harto
y ya es bastante que lo diga yo, que entiendo perfecta-
mente el hastío.
No me cansa la cuarentena. He disfrutado enorme-
mente de encerrarme y de interactuar con intermiten-
cia a través de las redes sociales. Sí, en mi burbujita de
cuarentena privilegiada y «godín» de la que soy muy
consciente. He disfrutado el aprendizaje de las clases
virtuales, el reto que implica llevar mis clases a otro ni-
vel. He disfrutado mucho ser mamá de tiempo com-
pleto: tengo una hija maravillosa que es generosa como
ella sola y aprendo muchísimo de ella. He disfrutado de
la posibilidad de hacer mis cosas con calma, de comer a
mis horas, de comer bien.
No es la cuarentena lo que me cansa, lo que en ver-
dad me cansa es no saber cómo salir de esta situación
en la que estoy atascada. No solo la situación personal,
702
sino la miseria colectiva que somos. Hace apenas un
rato me encontré con la noticia de que un idiota you-
tuber quiso hacerse el gracioso saliendo a la calle pese a
estar contagiado de COVID-19. Me lo voy a encontrar
en el infierno de los egoístas.
703
la idea de que de todos modos para nada va a servir…
como la pinche impresora.
Trato de darme aliento y volver al mantra: «resiste».
704
hacemos hasta comer cada una el suyo mientras me di-
vierte con sus reproches porque el mío no lleva mos-
taza. «¿Qué no ves que esto se le pone a los hot dogs,
mamá?», mientras señala la foto ilustrativa del «jocho»
en el frasco.
Hay días insufribles también. Siento que mi caren-
cia afectiva será permanente y que seré una inválida
emocional el resto de mi existencia… en ese aspecto, de
verdad, no veo (y a veces ni siquiera quiero) un porvenir.
«Por venir». Tengo clarísimo que quiero hacer cambios
en lo profesional, en lo personal, en lo económico… (y
que, si no los hago yo, lo que sí está «por venir» va a
obligarme a hacerlos) (mejor me adelanto). Pero en lo
que al amor respecta, la verdad es que sé que, si no es
él, nada me interesa. Miro adentro y simplemente ya no
hay nada más. Nunca me había pasado. ¿Tiene el amor
un límite de intentos? ¿Se sabe un día que ya no hay
más? Es una sensación extraña para alguien afín desde
niña al encanto del romance, a las relaciones intensas,
al amor ilógico y desenfrenado. Hoy solo es… no, co-
rrijo: hoy solo NO es. Como si nunca hubiera pasado,
aunque sé que pasó.
705
hacerlo y en el camino haz que te rompan el corazón».
No lo hago porque suena estúpido… o pretencioso.
Pero si no fuera porque estoy en medio de eso, estaría
en medio de una cuarentena en la que sí estoy, pero a
la vez no, porque tengo otro tipo de cosas en las cuales
pensar. O por las cuales sufrir. O para enojarme y de-
primirme. Como dije, antes de esto yo ya tenía mi kit
de neurosis incluido.
Tengo cosas pendientes por arreglar y eso consume
muchas de mis ideas y mis energías. El dolor que me
provoca el haber dejado de ver a mi esposo como lo veía
antes y el dolor que me causa el que, por otra parte, me
hayan dejado de ver a mí como me veían antes. Qué
bonita ironía. Eso y cargar la culpa de que esas sean mis
preocupaciones y no la estabilidad económica, la justi-
cia social y la salud mundial. Lo siento, pero ese desma-
dre no lo hice yo y no puedo prestarle mucha atención
cuando es mi mundo el que se derrumba. Me duele más
mi callo que su cáncer y aunque eso es muy humano, de
verdad, me apena. Quisiera aportar más, pero creo que
a estas alturas se entiende que, como muchos, no estoy
en mi mejor momento (y probablemente la situación
del mundo es justo un reflejo de eso, plop).
706
Sobre el futuro: imagino que mucho de él dependerá
de mi habilidad para adaptarme. Logro desbloqueado.
Como se puede intuir, ninguna circunstancia me resul-
ta complicada, así que creo que voy de gane. De verdad
que pocas veces he tenido tanta fe en las posibilidades
que brinda el futuro. Las crisis son para crecer y esta
en particular nos va a obligar a todos, queramos o no, a
dar el estirón. Ahorita lo que sentimos son los calam-
bres y las fiebres de ese proceso, pero lo que viene es un
reto interesante que me emociona afrontar. Es obvio
que hablo de lo profesional, lo personal y lo económico,
porque mi coco va a ser cómo salir de esta. O sea, de
verdad: SALIR DE ESTA relación/casa/circunstancia.
En esas ando.
Hace ya un tiempo que por salud mental dejé de
preocuparme por los temas macro, porque de verdad
ME URGE atender mi microentorno. Como alcohóli-
co: un día a la vez.
707
María Fernanda Pineda Calero
708
El cautiverio de las mujeres en medio del CO-
VID-19. La pandemia… ¿La excusa perfecta para ro-
barme nuevamente mi libertad?
709
Por ser mujer, históricamente han querido cortar mis
alas; quieren silenciar mi voz nuevamente, ya no quie-
ren que manche las calles. Pero se volvieron a equivocar,
aprendí a vivir conmigo misma, desarrollé mi yo inte-
rior, estoy conociendo cada partícula de mi cuerpo, de
mi ser, y no dejo de asombrarme. Aprendí a abrazar la
soledad. Hoy veo cómo las flores crecen, cómo mi jar-
dín me da los buenos días; veo detenidamente recorrer
el agua por mi cuerpo, limpié el espejo que tenía en mi
habitación y volví a usarlo, sonrío y me lleno de alegría
porque estoy viva, no hay excusas ni fronteras para co-
municarnos.
710
esto huele a impunidad, injusticia, violencia, silencios
de esos que guardan secretos (delitos). Justamente hoy
estaba postrada en una hamaca cuando leía un artícu-
lo que hablaba del retroceso de los derechos humanos
en medio del COVID-19. Sonreí conmigo misma y
me pregunté: ¿Qué nos espera a nosotras las mujeres?
¿Qué les espera a las niñas? ¿Qué les espera a las muje-
res que no conocen sus derechos? Si la casa es el lugar
más inseguro, pero una de las respuestas a esta alerta
pide #QuédateEnCasa… La carga emocional para to-
das esas mujeres que no lo han decidido y están ence-
rradas en una vida rutinaria, y que ahora están lidiando
con parejas, hijos, familia y con el virus 24/7, y tienen
que cuidar a los que parece que nunca crecieron y ha-
cerse cargo de todo el mundo, menos de ellas mismas.
¿Cómo se van a quedar en casa? Pienso en cómo ven
pasar la muerte a diario, los gritos que las agobian. Ya
no deben tener lágrimas, ¿sentirán los golpes aun en
cuarentena? Imagino lo que deben pasar —pues he
acompañado casos aun estando aislada—; esa tarea no
la asumen las autoridades porque quieren mandar a «la-
var los trapos sucios» en casa, pero se les olvida que lo
personal es político y, ¿cómo entenderán eso? Si son
ellos los abusadores, son ellos parte del problema. No
pueden ser la enfermedad y la cura al mismo tiempo.
711
Pienso en la responsabilidad que tenemos como so-
ciedad al exigir a estas mujeres que se queden doble-
mente obligada al encierro, aisladas con sus abusadores.
La culpa que deben sentir por pensar en ellas mismas
con tanta gente muriendo. Lo que para ellas era un res-
piro poder —ir a la pulpería— hoy ya no lo hacen ¿Por
qué a ellas nadie las escucha? ¿Por qué la muerte de
las mujeres a manos de hombres no se trata como la
pandemia que es? ¿Acaso no vemos que están ence-
rradas con sus verdugos? No será el virus el que acabe
con la vida de ellas, serán sus futuros femicidas, porque
volvemos a ser las mujeres víctimas de estos sistemas
patriarcales y capitalistas. Quedarnos en casa nos costa-
rá la vida. ¿Quién cuida de nosotras? ¿Quién responde
por nuestras vidas? ¿Por qué esta situación nos afecta
de manera directa y diferenciada a nosotras las mujeres?
Nos provoca culpa el querer estar mejor, poder irnos
para salvarnos. ¿Por qué pensamos en quién cuidará de
los otros? ¿Por qué nos quieren engañar haciéndonos
creer que quedarnos en casa nos salvará? Pero a mí,
¿quién me salva?
712
mos vivido desde el propio encierro en las familias, con
las dictaduras; un mundo en el que no podemos decidir.
Tendremos nuevos aires y estaremos preparadas y si no
lo estamos, tenemos amigas que son parte de nuestras
fortalezas. Yo sé que puedo ser quien yo quiera: una hoja
cayendo de un árbol o un huracán destruyendo caminos
y todo lo que se ponga en frente; puedo ser fuego, luz y
apagarme sola; puedo ser como el viento, libre; soy mi
propia energía y puedo ser de todas las que quieran bri-
llo en su andar; soy fuente de vida si así lo deseo, soy la
alegría de mis días, soy poder en medio de la tempestad.
Soy de la tierra porque ella me vio nacer y hoy vuelve a
recobrar vida: se adueña de lo que le pertenece. Está po-
linizando los campos nuevamente a su manera, se escu-
cha el rugir de los volcanes, las aguas se están volviendo
cristalinas, los animales han salido de los rincones, la tie-
rra está recuperando lo que le corresponde. Porque nece-
sita sanar, renacer, reconstruirse; pero esto no será posible
con las formas de vivir que actualmente hemos adoptado.
Tenemos que repensar realmente qué es lo mejor para la
naturaleza y vernos como parte de ella —vernos desde lo
colectivo—, esta podría ser nuestra oportunidad de ge-
nerar cambios que abonen a la existencia de un planeta
verde en donde los seres humanos realmente nos merez-
camos vivir en la Tierra.
713
Pronto será mañana para arrancar todo este dolor
que llevo dentro —porque cansa—, frustra tener que
recibir a diario casos de violencia y estar encerrada sa-
biendo que no hay instancias que respondan por la vida
de esas mujeres. Porque los derechos sexuales y repro-
ductivos nunca se han cumplido (peor en estas circuns-
tancias). Porque la impotencia cobra parte de mi vida,
porque carcome ver lo ineficientes que son los políticos,
los gobernantes de nuestros pueblos, aquellos que nadie
nombró, los que quieren perpetuarse como estatuas, los
que no creen en la gente… Los que llegaron facilito
pero tienen armas, aquellos que solo ves detrás de la
televisión, los que tienen los discursos gastados, los que
ya no encuentran palabras para seguir mintiendo, los
que se esconden y no dan la cara, los que le roban a su
propio pueblo, los que se creen dueños de las leyes. Por-
que el virus es la excusa perfecta para seguir sumergién-
donos como las desposeídas… las que no tenemos de-
rechos, las que somos nada más que cifras y estadísticas,
las que nombran en los periódicos, pero al día siguiente
son olvidadas. Porque quieren vernos nacer y morir en
la precariedad. Porque nos quieren medir igual a todas,
pero ¿qué pasa con las mujeres que no pueden quedar-
se en casa? Aquellas que tienen que salir para poder
comer, las que están obligadas a exponerse porque no
714
tienen otra forma de subsistir. Qué pasa con las que no
tienen hogar, las mujeres que ni siquiera pueden «deci-
dir» si quedarse en casa o no, porque su casa es la calle
y encima la culpa de poder contagiar a otros porque no
tienen otra opción. Porque no hay un quédate en casa.
715
prendemos todo? Estamos claras de lo que queremos:
un mundo mejor, creando nuevas formas de convivir y
relacionarnos.
716
que vivimos. Porque seguimos acompañando desde el
confinamiento. Porque también confío en que existen
otros que quieren hacer un mundo diferente. Porque
creo en la colectividad, en las alianzas, en las comuni-
dades, porque son posibles otras formas de existir en
este planeta.
717
cayendo y levantándome sin perder la motivación y el
amor propio. Revelo que todos estos momentos de ex-
ploración y amor conmigo misma han sido increíbles:
ser consciente y descubrir que estaba dejando pasar los
días y cada vez me alejaba más de mi misma. Hoy estoy
materializando mis ideas, mis proyectos; porque hoy
tengo tiempo, hoy estoy conmigo y es mi oportunidad
de construir nuevos hábitos y prácticas en relación a
organizarme mejor. Hoy más que nunca puedo hacer lo
que he justificado con la frase «es que no tengo tiem-
po». Hoy tengo tiempo para mí, tiempo para revisar
mis espacios y construir de mi casa un lugar sensorial
donde pueda cobijarme con mi propio calor y el de mis
compañeras…un lugar para crear y sentir el gusto de
estar presente desde mi propio ser.
718
cuentan con herramientas para sobrellevar esta situa-
ción. Esto se refleja a través de las cifras de los muertos
y en que los sistemas de salud colapsaron.
719
propia prueba social: saber que cuanto mejor esté cada
una(os), más aportamos a las(os) otro(as).
720
guien con un paraguas, alguien que te brindará la mano
para que puedas seguir, alguien que te dirá la verdad
para que puedas decidir si irte al fango o no. Saber que
hay cosas más importante que ir de compras, pues una
taza de café y una buena plática es rica aun en tiempos
del COVID-19, pues cuidar de nuestros jardines nos
recompensa la alegría de estar vivas y nos conecta con
la tierra de donde salimos.
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conectada por lo que piensas que harás de esas cosas, y
te lleva a experiencias personales, te trasladas a lugares
desde tu propia imaginación.
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5. Me ayuda para sentirme motivada en lo que hago:
levantarme y hacer la misma rutina, bañarme, ubicarme
en el espacio que voy a trabajar y tomar tiempos de des-
canso. Hacer esto me anima y me dispongo a sacar lo
mejor del día, hacer lo que planifico.
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En medio de estas crisis afloran el miedo, los te-
mores, las angustias, el desánimo, pero, ¿vale la pena
vivir una vida así? Se hace necesario sentarse, respirar,
dedicar tiempo para pensar, para encontrar respuestas
o construirlas, no quedarnos repitiendo lo mismo. Es
válido desmoronarse, por eso es necesario tomarse el
tiempo que sea para aclararse, tiempo para hacer «polo
a tierra». No podemos ser como las hamacas que te dan
momentos de placer, pero no te llevan a ningún lado.
Cuanto más podamos entender la situación, menos
miedo podremos tener. Cuanto más estemos abiertas
a los cambios, a adaptarnos, a resistir, más dispuestas y
preparadas nos encontraremos para afrontar la propia
realidad (aun cuando no tenemos autoridades dignas
de ser nombradas, por eso el camino es más largo, pero
no imposible).
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cordemos que ha sido uno de los pilares del amor ro-
mántico—. Estaremos listas ese día que podamos salir
y gritar como hasta hoy lo hemos hecho, porque nos
reinventamos formas de batallar y seguimos resistiendo
en estos nuevos caminos.
725
a mí». Primero pensé: ese virus no llegará a mi país, lue-
go que llegó… «esa enfermedad no me dará» —porque
aparentemente solo les da a los mayores—, este es uno
de los grandes mitos; pero luego pude ver la rapidez de
este, cómo se propagaba, lo que pasaba en otros países.
Comencé a reflexionar y pensar en qué iba a hacer si me
contagiaba del virus, pues mi «paisito» (haciendo refe-
rencia a Nicaragua) no brinda las condiciones para con-
trarrestar esta enfermedad. Comencé analizar y pensar
en todas las personas mayores, lo expuestos que se de-
ben sentir, y que muchas veces por ignorancia podemos
contagiarnos y contagiar a otros que por sus situaciones
se encuentran más vulnerables. Pensé en mi abuela y
mi abuelo, a quienes a partir de ese día llamo a diario
y les pregunto ¿cómo se encuentran? Ellos creen que
por magia están salvos y no hacen caso en mantener
distanciamiento social o tomar las medidas realmente
necesarias, pero yo estoy ahí, hablándoles, escuchándo-
les y preparándome para lo que venga, porque sé que no
puedo verles, por su seguridad y la mía. He pensado de
la misma manera cómo me siento encerrada, aislada, y
lo he llegado a visualizar con los animales: lo que gene-
ra en ellos estar encerrados, cómo se la pueden pasar no
solo momentos, toda una vida.
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Estas experiencias me alegran porque hoy estoy
pensando en situaciones que hace unos días podía in-
tuir, pero no les daba la importancia que se merecen.
Reflexionar y analizar acerca de lo que pasa a nuestro
alrededor, en nuestros barrios, en las comunidades, en
todos nuestros países, en el mundo entero. Este virus es
colectivo, marcará las diferencias cómo lo estamos vi-
viendo, pues de ahí se derivan nuestras acciones, nues-
tras maneras de actuar. Y cómo resistimos ante lo que
hoy ha sido verídico como la falta de hospitales y equi-
pamiento médico, la educación de calidad que permita
tener profesionales que respondan ante estas situacio-
nes, la higiene básica, los hábitos primarios entorno a
la limpieza. Hoy esto es parte de nuestras vidas, hoy
estamos dándoles un giro al mundo entero.
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más de 15 especies de pájaros diferentes cantar, vi el
verde de las plantas por todos lados, respiré profundo
ese aire cálido que viene y me acaricia el rostro, me sen-
té junto a un árbol como cuando era niña y comencé a
traer recuerdos. Aquellos en los que casi me orinaba de
tanto reír, esos momentos felices que pasaba en familia
cuando no había descubierto los secretos familiares que
ya sabemos. Volví a esos días en que hacía travesuras
hasta ya no poder, ahí descubrí que recordar es volver
a vivir, me di mi propio espacio, respiré profundo y me
transporté en mis recuerdos, me di este regalo porque
quise levantarme alegre, llena de confianza, positiva,
porque no quiero sobrevivir, quiero vivir plena y go-
zando.
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Es divertido cómo los closets de ropa son testigos de
las diferencias que hay en usar cada prenda. Hoy esos
problemas no los tengo, hoy me visto solita para mí,
hoy uso el perfume que quiero, hoy me peino como me-
jor me gusta, hoy me tomo fotos porque estoy conmigo,
hoy dejo de reprocharme, hoy pienso en mí y aprendo
de lo que hago.
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conscientes y tener confianza en que, con cada cosa que
hacemos, aportamos al mundo entero. No tenemos que
convencer a nadie, nos tenemos que convencer noso-
tras mismas, porque la motivación está en que cada una
encuentre sentido a lo que hace, en que encendamos
la mecha y pongamos nuestras luchas, nos juntemos y
unamos fuerzas. Porque si podemos quedarnos en casa,
si tenemos ese privilegio, pues hagámoslo. Mostremos
solidaridad y unidad cuando lo hacemos, porque si en
tu casa no te abusan y te sentís segura, puedes hacerlo,
pero si ese no es el caso…si tu casa es una cárcel con
verdugos pues NO, no debes quedarte. Busca amigas,
redes de apoyo, salte lo más pronto, porque no se vale
aguantar en medio de tanto, porque no somos santas,
tampoco debemos poner la «otra mejilla» en nombre
de la humanidad. Porque no hay tolerancia al maltrato,
porque nos queremos vivas y fuertes.
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propio pueblo, nuevas políticas de Estado que respon-
dan ante este tipo de emergencia global. Un mundo
donde respeten nuestras vidas, un mundo en el que sí
podamos vivir y los cambios empiezan desde ahora. Si
no es hoy, no hay cuándo.
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María Iliana Hernández
732
Diario de la espera
Día 3
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sola foto, porque nos serán suficientes nuestros ojos para
detenerlo en la memoria. Besaremos sin temor todo lo
que hemos descuidado: una carta, la mejilla, la frente del
perro, la camisa a cuadros, los labios y la certeza de estar
a tiempo, inevitable y decididamente a tiempo.
Día 7
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Día 9
Día 11
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dejando atrás catástrofes, el último suspiro vendrá pu-
blicado en todos los periódicos. Libres de culpas, senta-
dos en el patio, podremos decir que sobrevivimos para
retomar los besos, no sabremos explicar las huellas do-
lorosas que permanecieron, será una alegría encendida,
en los huesos, en los dientes, en las piernas y el cuello.
Diremos que resistimos, aun cuando la muerte cono-
cía la dirección de nuestra casa, confesaremos que ella
nos ha rondado siempre, diremos que confiamos en el
eucalipto y el romero, en los escarabajos y la semilla de
mostaza, diremos que nunca nos olvidamos.
Día 12
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giados sin estarlo, tosiendo estrellas, limpiando de la
nariz perfumes de verano, los ojos llorosos, la fiebre del
que desea ser abrazado. Aislados los cuerpos, nostálgi-
cas las frentes, solo puedo mirarme las manos, resecas
de extrañar. Hoy se vino de golpe la oscuridad, espero tu
voz ordenando los días, espero un contagio de ternura.
Día 13
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en coro llegarán todas ellas, las abuelas de tus abuelas, a
contarte que también cantaron en el encierro y fueron
trapecistas de la angustia, y como tú, regresaron al espe-
jo para acompañarse sin miedo.
Día 14
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Día 17
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Día 18
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Día 20
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Día 21
Día 22
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mientas, de pinturas, de maquillaje, de zapatos, de pa-
peles, productos de limpieza, los prohibidos. Les paso
el consejo, no lo hagan, porque con los objetos emergen
conversaciones que no tuvieron buen fin, vienen ojos
cerrados sobre almohadas del pasado, monedas con las
que fue imposible comprar afecto por pocos días, rega-
los amarillentos, fotos donde nadie sabe por qué sonríe,
hay en el fondo de todo cajón recibos de cafés a medio
tomar, identificaciones de uno mismo (donde ya no nos
podemos reconocer), aretes sin par, contratos incumpli-
dos: ahí alguien falsificó una firma llena de besos que
no se dieron. Consigna: no abrir cajones olvidados en
la cuarentena. Por algo han ido a apretarse en el pecho,
en agonía, recuerdos que no sirven para regar las plan-
tas, memorias que no les crece ni una ramita verde ni
mandan esperanza. Abra la ventana, no cajones, ábrase
el pecho, usted sigue latiendo, corazón.
Día 23
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que pueda hacerme daño. Han tenido tiempos mejores
estas manos resecas por el jabón y el gel purificante. Fí-
jate que, viéndolo bien, no han tenido días más alegres:
lavan platos (desde una escena que parece infinita en
una película en blanco y negro), han pintado lienzos y
paredes, remojadas tanto de barniz como de cloro, vi-
nagre o solventes. Lo han probado todo mis manos; el
aceite hirviente de un pescado brincador, la plancha y
su vapor, los rasguños de mis gatas, las torpes mordidas
de muchos cachorros. Mis manos que me han abier-
to puertas, cierres, bolsos, latas, botellas de vino, libros,
cervezas, medicinas ahora son juzgadas por estar frente
a mí y haber tocado. Mis manos son las primeras en
recibir la mañana, me ayudan a levantar el cuerpo, a
escribir ideas para que las leas ahorita, limpian mi casa
dándome paz mental. Inexplicablemente son culpables
por estar atentas a cada momento a mis curiosidades y
placeres, a lo más pequeño que es decir hola o adiós a
lo lejos. Manos cuarteadas por no tocar, acariciar como
debieran, rasposas al tacto en su ignorancia, encerradas.
Manos con huellas por venir, ahí también está escrito
cuánto durará el encierro y el último respiro que las lle-
vará, finalmente, a ser relevadas de un trabajo por el que
no reciben más pago que un corte de uñas y una mirada
ingrata. Siguen de noche su trabajo, haciendo una noble
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almohada para alejar el insomnio de estas horas lentas.
Mañana temprano pondrán la cafetera y de nuevo las
olvidaré (trataré de no relegarlas) porque son discretas
en su tarea de abrirme el mundo y sus texturas.
Día 24
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gatorio. Mientras los venados y los cocodrilos salen a
recorrer el centro de las ciudades mi trasero se nom-
bra soberano del sillón más ancho de la casa, mis pier-
nas son más suaves y sus redondeces invitan a seguir
descansando, ¿hasta cuándo?, no sabemos, quizá hasta
que nuestros cuerpos estén tan llenos de sí mismos que
no haya virus que les entre por ningún lado, seremos
territorios nuevos por descubrir por amantes igual de
sedosos; una conjunción de terciopelo y quejidos que
volverán a tapizar las calles hoy tan olvidadas.
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me ha empujado a cerrarle la puerta a malos amores, a
desconfiar, con razón, de mezquindades tan a la mano.
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Índice
Volumen 1
Prólogo..........5
Adriana Delgado..........12
Alana Chávez..........38
Alexandra Vega-Rivera..........54
Amor del Carmen Estrella..........72
Ani Karen Babojian..........95
Arlet Palestina..........110
Aurora H. Camero..........132
Bianka Verduzko..........160
Carmen García..........177
Carmina Balaguer..........198
Diana Dolea..........221
Dulce María Ramos Ramos..........240
Elena Maravillas y Marta Orosa..........257
Elisabet Fábregas Alegre.........277
Elisa Michelena Santini..........296
Emilia Fierro..........317
Ethel Krauze..........337
Florencia Pagola..........356
Volumen 2
Florencia Sardo..........377
Gabriela Ramos Monzón..........397
Isabel García Cuesta..........419
Julia Kurmi..........441
Kriscia Landos..........462
Lana Neble..........490
Laura Bianchi..........508
Laura Charro..........525
Laura Sanz Corada..........542
Laura Sussini..........558
Lila Vázquez Lareu..........565
Lola del Gallego Noval..........591
Lola Halfon..........610
Loreto Valencia Narbona..........642
Lucía Trentini..........667
Mademoiselle Peligro..........691
María Fernanda Pineda..........707
María Iliana Hernández..........731
Volumen 3
María Miranda..........747
María Ragonese..........770
María Sanz..........793
María Zubiri..........817
María Pérez Cordero..........842
Marta Castaño..........854
Muntsa Plana i Valls..........873
Naldi Crivelli..........891
Natasha Rangel..........902
Noelia Prieto..........920
Patricia Cabrera Ledezma..........946
Paula Natalia Rincón Chitiva..........968
Pilar María Cimadevilla..........993
Rebeca Maldía..........1013
Rocío Bertoni..........1036
Sofía Cárdenas..........1058
Tania Islas Weinstein..........1080
Verónica Hernández Pierna..........1104
Verónica Martínez..........1123
Verónica Uzón..........1148