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Diarios de encierro

una antología para la memoria colectiva

volumen 2
Este libro ha sido editado entre España, México y Argentina entre los
meses de abril y noviembre de 2020.

© Textos: Adriana Delgado, Alana Chávez, Alexandra Vega-Rivera,


Amor del Carmen Estrella, Ani Karen Babojian, Arlet Palestina, Aurora
H. Camero, Bianka Verduzko, Carmen García, Carmina Balaguer, Dia-
na Dolea, Dulce María Ramos Ramos, Elena Maravillas, Marta Orosa,
Elisabet Fábregas Alegre, Elisa Michelena Santini, Emilia Fierro, Ethel
Krauze, Florencia Pagola, Florencia Sardo, Gabriela Ramos Monzón,
Isabel García Cuesta, Julia Kurmi, Kriscia Landos, Lana Neble, Laura
Bianchi, Laura Charro, Laura Sanz Corada, Laura Sussini, Lila Váz-
quez Lareu, Lola del Gallego Noval, Lola Halfon, Loreto Valencia Nar-
bona, Lucía Trentini, Mademoiselle Peligro, María Fernanda Pineda,
María Iliana Hernández, María Miranda, María Ragonese, María Sanz,
María Zubiri, María Pérez Cordero, Marta Castaño, , Muntsa Plana
i Valls, Naldi Crivelli, Natasha Rangel, Noelia Prieto, Patricia Cabre-
ra Ledezma, Paula Natalia Rincón Chitiva, Pilar María Cimadevilla,
Rebeca Maldía, Rocío Bertoni, Sofía Cárdenas, Tania Islas Weinstein,
Verónica Hernández Pierna, Verónica Martínez, Verónica Uzón

© Edición: Índigo Editoras

ISBN compendio: 978-84-09-25428-6


ISBN volumen 2: 978-84-09-25918-2

Edición: Carla Santángelo y Marina Hernández


Corrección: Adriana Zea, Sam Cárdenas y Beatriz Urbán
Maquetación: Marina Hernández
Diseño de tapa: Fernanda Cid

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@indigolibros_

Los derechos de esta obra pertenecen a Índigo Editoras y a las autoras


que participan en la antología. Para reproducir parcial o totalmente al-
guno de los textos puedes contactar con nosotras. Gracias.
Florencia Sardo

nació en Buenos Aires, Argentina, en 1997,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

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A-mar-a-
¿Cómo se sentirá el mar en el invierno, cuando ya
nadie se acerca para recolectar recuerdos en forma de
caracoles o contar secretos enjaulados en miradas? ¿Se
sentirá igual de encerrado que yo?

Mi balcón es muy chiquito


Estoy sentada en el balcón blanco de mi casa. Nunca
tuve tantas ganas de estar al aire libre y reconocer es-
pacios nuevos. Incluso ayer a la tarde decidí mover de
lugar todos los muebles de mi cuarto, como hacía de
chica, porque entonces eso significaría un nuevo acos-
tumbrarse a lo desconocido y perder el tiempo buscan-
do las cosas que no encuentro porque no están donde
siempre las espero. El tiempo me hizo darme cuenta de
que lo que nunca encuentro son las ganas. Podría pa-
sarme minutos, horas, hasta días enteros acostada ho-
rizontalmente en mi cama, sosteniendo mi perspectiva
de vidas ajenas en mis manos, gozando de mis privile-

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gios y completando una lista que escribo en las notas
del celular donde anoto todas las cosas que quiero hacer
en estos días.

Palabras que no puedo


El encierro más que encierro debería llamarse sus-
pensión. 
Quizá encerrarse sea posponer en temporalidad y
espacialidad 
algo que queremos decir o hacer y no podemos. 
Quizá la suspensión sea conmigo misma todo el
tiempo.

Demasiados días
Ya pasaron demasiados días. Debo admitir que hoy
no siento nada. Vacía. Sin fondo. En la incógnita de no
saber qué viene, ni a dónde va. Pensaba que sentir nada
era no tener emociones. La copa del vino que abrí me
contó un secreto: podría pasarme más de tres horas ha-
blando conmigo misma sin esperar ninguna respuesta.
Ya nada me mueve.

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Anoche amanecí con mi mano entre mis piernas.
Resulta que ayer exploré las mil formas de tocarme y
recorrerme sin tu nombre pegado al lado mío. Las sá-
banas blancas desparramadas entre mis tobillos, la copa
de vino vacía y con manchas rojas en sus paredes, la
ventana entreabierta y mi torso desnudo. No sabía que
mis tetas podían sentirse tan a gusto con el roce del
viento. Les había dado la oportunidad de encontrarse
insatisfechas frente a la estúpida idea de no dejarlas ver,
nunca. Por fin, al descubierto. Anoche amanecí con mi
mano entre mis piernas y mi cuerpo fundido en el de-
seo de nunca más abandonarme. Había encontrado en
el choque eléctrico la posibilidad de decir algo: estaba
disfrutando, aún en el encierro.

Te desperté
Ayer a la noche soñé que te despertaba. Quería pre-
guntarte si estabas sintiendo lo mismo que yo. Llevo
bastante tiempo encontrando la gota de tu vaso escon-
dida en mis bolsillos. ¿Será que nunca se te explotan
los miedos? O tal vez perdiste tanto que te preocupa
ahogarte en el mar de nuevo. Por eso tu vaso siempre
está lleno de aire, porque ni mi cuerpo, ni mis pensa-
mientos tienen posibilidad alguna de entrar sin rozarte.

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Siento que sos muy frágil. Ya casi ni te veo. Quizás si te
pregunto me encuentro con algo que no quiero. ¿Y qué
pasaría si ya no quiero?
¿Se sentirá así el aborrecimiento?
Sería entonces igual a quedarme sin palabras en un
entierro y despertarme esa misma mañana sin tu cuer-
po.

Desgano
¿A qué sabe el silencio de amanecer en soledad?

Consuelo
El encierro me ha dado sus posibilidades. No es
nada fácil decidir arrimarse al abismo y no poder dar el
salto. Quizás estando sola conmigo misma descubra el
deseo de nunca más permanecer en silencio.

Carta de amor

Acá estoy. Sola, de nuevo. Sentada con la espalda rec-


ta en el borde de la cama. Pensando en todas las veces
que aprendí a reinventarme cada vez que me aturdió el
pecho, como quien logra despegar de lo más interno la

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última capa de consuelo. Pensé que dolería arrancarme
las escamas de la espalda mientras espero que vuelvan
las ganas de abrazarnos y vernos desnudas. Pero ya se
estaban pudriendo. No tenía sentido seguir intentando
permanecer en sintonía. De a poco te vas desaparecien-
do y creo no encontrar ninguna palabra que abastezca
lo que estás sintiendo en este momento. Ojalá pudie-
ras estar sentada al lado mío. Nos imagino con el torso
desnudo, sentadas una al lado de la otra, riéndonos por-
que no aguantamos ni dos minutos que el frío congele
nuestros miedos. Siento que si nos acercamos se derri-
ten los intentos y nos entregamos a la posibilidad de
nunca más querer soltarnos.

Te extraño.

Cinco
Llevo ocho días sin poder nombrarte. 
Anoche escribí dormida en mi cuaderno:
me acuerdo lo lindo que era estar con vos.

Osito
A los siete años me regalaron un peluche. Todas las
tardes me sentaba en el medio de mi cama y apoyaba

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en frente mío a uno de los personajes más importantes
para mí en ese entonces. Era mi oso preferido, o si mal
no recuerdo, el único que tenía. Su piel era muy suave,
de un color marrón acuoso. Tenía una nariz negra, ojos
grandes y vestía unos hilitos rojos que simulaban ser
una corbata o algo parecido. Mi oso nunca tuvo otro
nombre más que Oso. Él guardaba todos mis secretos.
Cuando algo me enojaba o me ponía triste decidía ce-
rrar la puerta y sentarnos en la cama esperando a que
pase el rato. Sentía que me estaba escuchando, aunque
me pusiera un poco verborrágica. Por las noches dor-
mía abrazada a él y el resto del día, si no armaba uno
de esos rituales en los que hablaba conmigo misma un
buen rato con mi oso de frente, con su mirada puesta
únicamente sobre mí, lo dejaba entre mis almohadas,
sentado en el centro de la cama. Cada vez que volvía de
la escuela lo saludaba y lo abrazaba, contenta de saber
que él estaba ahí. No me animaba a guardarlo en un
lugar donde no lo viera. De hecho, fue hace pocos años
cuando me animé a encerrarlo en una caja. Nunca más
volví a sacarlo. Hoy, después de quince días sin salir de
mi casa, decidí hacerlo. Parece que el tiempo deja que
nos veamos. Los recuerdos no se anudan congelados.
Siguen estando.

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Menstruar
Hoy amanecí temprano. Estuve toda la noche des-
pertándome y volviéndome a dormir. Hace cinco días
debería haber empezado a menstruar, pero por algún
motivo se atrasó. Me desperté a las seis de la mañana
con mucho dolor. El otro día me enteré de que lo que
duele es el útero, no los ovarios, y en una especie de voz
en off repetí toda la madrugada y la mañana lo mismo:
odio tener que soportar tanto dolor. Decidí darme un
baño de inmersión a las siete de la mañana. Mi mamá
siempre dice que los baños curan todo, y yo, por alguna
extraña razón, sigo confiando en eso. Después de casi
dos horas sumergida en el agua, con un poco más de
aire en el cuerpo, decidí pararme muy lento y secarme
con mi toalla preferida. Me quedé mirándome en el es-
pejo un buen rato. No encontré nada. Estaba harta de
seguir sosteniendo en la mirada el peso de despertarme
cada mañana siendo igual que ayer.

Por qué
Hace nueve días que trato de decirte algo. Solo pue-
do empezar por preguntarte por qué será que te sigo
soñando, cuál es la forma de abrir los espacios en blanco
para que ocupen tu nombre. ¿Será que nos atrinchera-

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mos en la idea de que si seguimos estando en contacto
entonces nuestros cuerpos siguen siendo deseados?

Dónde
Atropellada por el encierro. Desearía poder decirlo
de otra forma. En-cierro, como mi mamá con su silla
blanca postrada en el balcón de cristales transparentes
que construimos hace dos días en el espacio que queda-
ba vacío en la casa. En-cierro en la palma de mis manos
el collar que me regaló mi bisabuela, la nona, cuando
yo tenía 8 años y todavía podía sentarme a su lado y
pedirle que me acaricie la cabeza con sus manos de re-
cuerdos. Solía guardar en cajitas blancas lo que temía
dejar perdido en algún lado. Como yo, que ayer cerré
con llave la puerta de mi cuarto habiéndome olvida-
do por completo de que a la tarde debía ir al en-tierro.
Solo una letra puede mudarte de una epidemia al duelo.
Quizá era demasiado temprano para despedirme de tu
cuerpo. 

El día que amanecí meditando


Hoy comprendí la forma de habitar y deshabitar a
la vez. Quizá hacía rato nadie golpeaba la puerta. Lo-
gré llegar a los profundos espacios oblicuos de mi cuer-
po, ahí donde se entrecruzan mis clavículas y se dilata

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el esternón. Mi boca limpia. Los labios entreabiertos.
Hombros flojos. Columna larga. Piernas entrecruzadas
y livianas. Y mi lengua ancha y larga abastecida por mis
paletas, levemente apoyada en mi paladar. Decidí cerrar
los ojos más allá de que en la consigna no fuera necesa-
ria. Sabía que podía mirarme mejor hacia dentro si no
juzgaba lo que estaban viendo mis pupilas. Tres respi-
raciones profundas y pausadas, a su tiempo. La espera
interminable de lo que permanece. El peso de mis hue-
sos conectando con el suelo, que a su vez expulsan hacia
arriba todos los pensamientos. «Dejar-pasar-las-emo-
ciones-como-nubes», dijo lento. Observarlas sin juz-
garlas y entregarse al goce. Casi como quien consigue
habitar un orgasmo y permanecer inherente a lo ante-
dicho. El ruido de los cuencos, del espacio. Las voces de
los niños que escucho de fondo mientras trato de que a
su vez no invadan en mi temperamento. El espacio en
constante renovación. Mi boca limpia, mi cuerpo lento.
Logré atravesar la puerta que estaba a c-i-n-c-o pasos
de mí y entrar al blanco. Sabía que permanecer en ese
espacio quieto iba a acelerarme. No aguantaba la ne-
cesidad de querer salir corriendo, pero de todas formas
ahí permanecía, contemplando las esquinas donde las
paredes altas se cruzaban, como mis clavículas con mi
plexo. Tan solo la decisión de continuar registrando lo

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que había dentro de mi cuerpo me permitió seguir ca-
minando hacia delante, sin miedo a encontrarme con
algo que quizá no estaba buscando, sin miedo a retro-
ceder. Pero ahí, en ese punto donde hacen tregua mis
pensamientos con mis emociones, encontré algo. Logró
invadirme la mayor sensación de paz que nunca había
experimentado. Estaba tranquila, sin apuro, entregada
a lo que estaba aconteciendo. Mis piernas livianas, el
calor del pecho, las costillas l-e-v-e-m-e-n-t-e infladas,
mi cabeza inclinada. Era como si me estuviera agra-
deciendo y perdonando al mismo tiempo. Pude abrir
los ojos y encontrarme conmigo misma en mi propia
habitación. Sabía que la única respuesta a lo que esta-
ba buscando era la mía y que solo el permanecer en la
incertidumbre de la inmensidad del cielo iba a lograr
que el amor conmigo misma se disolviera en el cuerpo.
Necesitaba tiempo. 

Te extraño también
Si pudiera despegarme de tu ausencia y encontrarme
con vos en el silencio. Si pudiera despertar cada maña-
na y acostarme en tu pecho
entonces cerraría los ojos para sostener entre mis fi-
nos párpados nuestro olor a roce. 

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Duelo de palabras
No me puedo dormir. ¿Qué hora será? La cama está
desordenada de tanto patalear y cambiar de posición.
Está todo muy oscuro excepto por la luz roja brillante
del televisor que nunca quiero prender. Callate, Floren-
cia, así no te vas a dormir más. Mañana es un día largo,
como todos. No tengo que hacer nada. Los días parecen
volar y yo sigo sin hacer nada. ¿Qué voy a hacer cuando
pase todo esto? ¿Lograré irme de viaje? ¿Dónde dor-
miré? Quizá consiga trabajo. Quizá vuelva a abrazarme
con mi novia. O no. ¿No? Ya no sé qué pensar. Me da
un poco de miedo todo esto. Mejor no quiero pensar. Si
dejo de pensar me puedo callar, y si me callo me puedo
dormir. ¡Estoy cansada de no parar de pensar! Quizá si
prendo el celular y busco una meditación guiada, quizá
así pueda conciliar el sueño. Pero si lo prendo me voy
a despabilar. Cuando me muevo me despierto. Mejor
no. No. Voy a intentar poner la mente en blanco. Pero
cada vez que pienso en blanco me acuerdo del color del
cielo del primer día que creí que me había enamorado
de ese chico con el que me besé. Nunca nadie me gustó
tanto y nunca fue tan fugaz. Basta, no. Tengo que dejar
de pensar. De verdad, Flor, dormite. Mañana la alarma
suena a las doce y te vas a tener que levantar. No me
quiero levantar. O sí, en verdad. No quiero que se pase

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el día entero en la cama. Mejor vuelvo a la idea de la
meditación. Eso siempre me ayuda a concentrarme en
otra cosa y aprender a callar.

Monólogo
Hace mucho no te escribía. Podría contar el tiempo
en cantidad de pelo crecido, o en monólogos conmi-
go misma sentada en la tapa del inodoro. Hace mu-
cho tiempo trato de esquivarte. No creo poder evitarte,
pero sí reconozco que jugar a ser alien por un rato me
ha dado sus ventajas. Las olas ya no preguntan cuándo
vuelvo. Los árboles crecen sin mi consentimiento. Los
platos siguen rompiéndose en pedazos. Isabela sigue
cantando todas las mañanas con el afán de algún día
encontrarme desmedidamente atropellada. No sé si te
extraño. De hecho, me atrevería a contarte que todas
las noches devuelvo al viento las últimas imágenes. Será
por eso que, en el momento de poner en palabras, te
siento cada día más despegada de mí. Tampoco quie-
ro seguir pidiendo perdón por cosas que no debo. No
confío en las personas que todo el tiempo se atajan de
amnistías. Quizá por eso ni siquiera soy capaz de per-
donarme a mí misma. Solo me desnudo en frente de
mi pájaro que, en torpes cantos, cambia mi manera de
ver la vida. 

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Abuela adormecida
A los dieciocho años pedí como regalo de cumplea-
ños un álbum de fotos de cuando era chica.  Nunca
había visto a mi abuela sonreír tanto. Aros de colores,
vestidos largos, patas de gallo y ojos negros. A mis die-
ciséis falleció mi abuelo. Nunca más vi a mi abuela salir
de ahí. Quizá ella siempre supo del encierro.

Ana no es
No sé bien qué día es hoy. Ana ha muerto. Se han
desarmado sus entrañas y ha cambiado a amarillo el
color de su pelo. Se ve un poco triste. Tengo miedo de
preguntarle si eso no era lo que estaba necesitando, o
si quizá en estos días de encierro le ha faltado el aire.
Confieso que me olvidé de visitarla cada tarde y recor-
darle lo importante que era para mí. Aun así, terminó
muy rápido. Ana no era como cualquier otra. Cada día
crecía un poco más asomando sus pieles al sol, abriendo
sus infinitas curvas hacia el espacio y demostrando que
a veces necesitamos menos de lo que creemos. Ana fue
mi regalo de cumpleaños. Siempre quise una planta con
hojas grandes y verdes y con las venitas marcadas de
tiempo recorrido. Quizá en el encierro se congelaron
sus mañanas y por eso no supo a dónde irse. Se quedó
durmiendo.

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No puedo
Antes de acostarme abro todos los cajones de mi
cuarto. Recuerdo la cantidad de ropas que me esperan
cada día y no estoy usando. Se siente igual que desper-
tarme cada mañana y darnos un abrazo sin sentir que
nos estamos amando. Entonces agarro una remera, una
bombacha de algún color, pantalón largo o corto y me
lo pruebo. Sacudo un poco el cuerpo, finjo estar bailan-
do. Una vuelta para acá, una vuelta para allá. Me asomo
a la ventana, chequeo el clima allá afuera y de nuevo
adentro. Abro la cama, limpio mis patas y me acuesto.
Creo estar renovando el duelo de no poder explicarte
que no estoy pudiendo.

Otro día esperando


Me acaban de avisar que se alarga la espera. Ya no
logro distinguir si estoy a gusto con esto o si me en-
cuentro de nuevo debajo de la mesa. Siempre fui muy
ansiosa pero esta vez me encuentro sospechosamente
enamorada del tiempo. Aprendí que las cosas que uno
más quiere se pierden en la inercia, y que el estar ata-
da a algo no es más que un agujero. Pido perdón si lo
que digo es un poco incisivo. Ojalá pudiera atrapar con
manteles el día más doloroso de mi cuerpo. No, no lo
culpo. Pero desde ese día algo quedó insatisfecho. Por

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eso cada atardecer pido el mismo deseo y aprieto bien
fuerte entre mis manos lo único que tengo.

Un día escribí esto en las notas del celular


Me gusta estar sola me doy cuenta agarrar fuerte
el vaso de cerveza armarme un tabaco que aunque no
fumo de vez en cuando me divierte sacarme la reme-
ra ponerme en cuero o tetas y bailar frente al espejo
mientras veo cómo se van marcando las distintas par-
tes del cuerpo mis clavículas el cuello largo mi torso y
la espalda me gusta estar sola me acuerdo.
No quiero que se termine la cerveza porque entonces
me vuelvo amargo.

Fito se parece a mi papá


Es domingo. Mientras suena Fito Páez en la tele me
acuerdo de mi papá. Los domingos cuando lo iba a vi-
sitar, en la media hora de viaje en auto desde Martínez
hasta San Fernando, siempre elegía un CD que gra-
baba él mismo para poner en el camino. Mucho rock
nacional. Fito siempre estaba presente con el volumen
muy alto. Me acuerdo de asomar la cara por la ventana.
Mi papá siempre decía que se parecía mucho a Fito y
tenía razón. Por eso cuando lo escuché, hace muy poco,
en vivo, en un festival, me puse a llorar. Algo de lo que

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ya no está sigue ahí. Es la misma sensación de tener la
cara al viento por la ventana del auto en un domingo
de crisis existencial y alaridos que se convierten en un
canto familiar.

Eso no es cemento
Hay una mancha alrededor de tu cara que parece
cemento. Los días pasan tan rápido que no consigo
impregnarme en tu pecho y que me dejes entrar. No
me estaba dando cuenta de que solo consigue despegar
quien hace el intento. Vos todavía no estás en tu cuerpo.
La mirada se te va.

Figurita repetida
Día repetido. Despertarme a las 12:33 del mediodía,
apurarme para lavarme los dientes, tomar un vaso de
agua completo, despegarme las lagañas de la cara por
haber dormido más de nueve horas seguidas. Caminar
a la cocina con mis pantuflas azules porque volvió a ha-
cer frío, sentarme en la silla a la espera de tener hambre
y lograr que mi mamá cocine un poco más tarde.
13:33, la hora del almuerzo. Me gusta muy poco el
almuerzo, nunca tengo suficiente hambre. Terminar de
comer y preparar el famoso café rutinario. Ese café a
través del cual salvamos nuestro vínculo y creemos es-

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tar completos. Esperar a terminar más o menos al mis-
mo tiempo para discutir sobre quién lava las tazas que
usamos. Abrir la canilla de agua caliente para que mis
manos se enfríen un poco menos, ponerle mucho de-
tergente a la esponja y limpiar hasta el último manchón
espeso de café pegado. Dejar todo listo para cuando
esté seco y ya pueda guardarlo. Volver a mi cuarto. Me
espera la cama sin hacer porque al mediodía, cuando
me levanto, decido dejarla en ese estado para tener algo
que hacer después del almuerzo. Sacudo las sábanas,
acomodo las almohadas y estiro el acolchado. Apoyo
todos los almohadones apilados y me acuesto. Decidir
pasar un rato esperando que pase el tiempo. Parece ex-
traño, pero los minutos pasan mucho más rápido ahora
que no tengo nada concreto que hacer. Después de eso,
inventar alguna que otra actividad: salir a leer al patio,
escuchar un rato música, sentarme en mi ventana a es-
cribir o esperar a tener hambre de nuevo para cocinarme
algo. Nunca no tengo hambre. Quizá estoy muy ansio-
sa, aunque crea no estarlo. Los paquetes de galletitas me
duran dos días y el pan de tostadas se acaba a cada rato.
Esperar que se hagan las 19:34 para darme un baño.
Mi momento preferido del día. Llenar de agua caliente
la bañera, desnudarme, mirarme al espejo un buen rato
y hablar sola hasta las 20:59. Lavarme el pelo, pasarme

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el jabón por el cuerpo, acariciarme un rato las tetas y
salir para secarme y peinarme el pelo. 21:07, hora de ir
a la cocina porque mamá está cocinando. Caminar con
la misma ropa puesta, las mismas pantuflas azules y el
pelo mojado. Sentarme en la misma silla que al medio-
día, prender el televisor y quedarme esperando. Poner la
mesa con los mantelitos rojos, los dos vasos, los cubier-
tos y la bebida. Cenar con mi mamá sin dirigirnos la
palabra porque no hay nada nuevo. Los perros ladran-
do. Terminar de comer muy rápido, 21:57, levantarnos
y lavar los platos, de nuevo. Dejar todo listo para cuan-
do se sequen y pueda ser guardado y volver al cuarto,
de nuevo. Acostarme en la cama esperando que pase el
tiempo. Usar el celular, hablar por teléfono con mi no-
via, decirle que la amo y que la extraño, contar cada día
como si fuera uno menos. Leer un libro, mirar una se-
rie, escuchar música o simplemente no dejar de usar el
celular. 3:00 de la mañana, ya me da culpa haber estado
tanto tiempo mirando una pantalla. Se me ocurre algo,
abro mi cuaderno, anoto la idea y lo cierro. 3:57, le digo
a mi novia que ya es hora de intentar dormir porque
me da culpa haber estado tanto tiempo mirando una
pantalla. Saludarnos, decirnos que nos queremos y nos
extrañamos. Dejar el celular cargando apoyado en mi
mesa de luz blanca con el celular levemente inclinado

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para no poder apagar la alarma que tengo programada
para mañana a las 12:33 del mediodía. Desear no soñar
nada feo para no despertarme a la madrugada. 12:33
suena la alarma. Empezar un día nuevo como si nunca
hubiese sido inventado.

397
Gabriela Ramos Monzón

nació en Ciudad de México, México, en 1976,


y pasó su confinamiento en Tehuacán, México

398
Hace un mes…

Hace ya treinta días que se cerró la puerta con una


última bocanada de aire en el campo, bendito espacio
que nos permitió compartir esos momentos, instantes
en que olvidas todo y fluyes con la naturaleza. Para mí
ahora son recargas de vida para afrontar la batalla.

Dios siempre me ha dado la oportunidad de tener


momentos inmensamente felices, la gasolina para todo
lo que pueda venir. Y es que esto de las cuarentenas ya
es algo que hemos vivido en nuestra familia.

Soy Gabriela Ramos Monzón, tengo 43 años, vivo


en Tehuacán, Puebla, México. Madre, esposa, hija, ami-
ga, hermana.

Tengo cáncer desde hace tres años. Un cáncer de


mama que me tomó por sorpresa, así como esto del
COVID-19 nos ha tomado al mundo entero.

Días que nuevamente me dan la oportunidad de se-


guir aprendiendo. Bueno, en realidad hay que agregarle

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una semana más a todo esto. Mis plaquetas habían ba-
jado mucho, así que he tenido que cuidarme de conta-
gios innecesarios. Al comenzar la cuarentena ya estaba
en la «recta final» de mi tratamiento, solo hacía falta re-
cibir los resultados de un estudio en el que yo esperaba
haber sanado por completo, aunque no fue así...

Recibir noticias aterradoras se ha vuelto una cons-


tante, pero siempre hay un preámbulo de cosas maravi-
llosas. Risas implacables, momentos de mucha alegría,
paseos. Siempre, de verdad.

Cuando escuché el resultado, volví a repetir: mi úni-


ca alternativa es VIVIR. Ya no hay dolor, ya no hay
nada más, solo la fe inmensa en que mi milagro debe
estarse fraguando.

¡Buenos días!

El primer libro que me enganchó el corazón fue el


diario de Ana Frank. Lo leí, lo releí y fue un parteaguas
para seguir con el tema del Holocausto. Las historias
de supervivencia, el sentido de vida que las personas le
daban al día a día en medio del dolor, el peligro laten-
te, han sido fuente de inspiración, además de darme la
capacidad de resurgir, lograr el éxito y construir vidas
plenas desde la adolescencia.

400
Tanto me mueve esta historia que tengo una hija de
4 años a la que llamamos FRANA, composición del
nombre Ana Frank, y quien ha tenido que adaptarse a
cambios impresionantes en su vida, lidiar con mi enfer-
medad, nuestras separaciones largas, el tener una mamá
que un día simplemente dejó de ser la de antes.

En septiembre del 2019 acudí a una de mis consultas,


no me había sentido bien, tenía mucha tos, fiebres oca-
sionales, dolor, sudoraciones y fatiga al caminar. Aunque
los síntomas no eran nada buenos, mi cabeza no podía
aceptar que el cáncer seguía en mi cuerpo. Acababa de
terminar un tratamiento muy fuerte y todo iba marchan-
do bien. Ese día el diagnóstico fue aterrador, el cáncer se
había vuelto metastásico, los pronósticos no eran buenos
y además tenía tuberculosis, cosa que descubrieron al es-
tar quince días internada en el hospital.

A Frana solo le había dicho «ahora vuelvo» y no fue


así. Después de un par de semanas en el hospital, tuve
que quedarme aislada en una casa fuera de mi ciudad,
el doctor pidió hablar con mi hermana, esposo y cuñado
para darles los pormenores. Tenían que estar preparados
para todo.

401
A partir de ese momento solo podría ver a mi hija
y esposo los fines de semana con mascarillas, nada de
cercanía. Ella, mi pequeña hija, tuvo que volverse aún
más fuerte y aprender a vivir sin mamá.

Yo tuve que quedarme con mi hermana y su familia


amorosa, quien cambió todo por mí quedándose a mi
cargo. Enfermeras, una cama de hospital, más todos los
medicamentos que jamás había tomado.

Meses después me enteré de que me habían dado


únicamente dos meses de vida.

Veo hoy por la ventana que el cielo es hermoso. Se


escucha el canto de los pájaros, pues ellos no conocen
el coronavirus, vuelan libres, se posan en uno y otro lu-
gar. Eso cantos me remontan a mis atardeceres en aisla-
miento. Mi refugio, un granado hermoso que pude ver
por meses a través de una ventana. Ese árbol sería mi
pasaje a la esperanza, hoy el cielo me dice que todo va
estar bien. Hoy puedo estar aquí de pie a pesar de todo.
Escribiendo, ayudando en los quehaceres del hogar,
disfrutando a mi hija, intentando ser maestra de pre-
escolar para ella… Ella está inmensamente agradecida
pues nos dice a cada instante «chicos, estamos juntos,
eso es lo que importa». Para ella, mi más grande hazaña

402
es que yo la cargue del baño al comedor, y es que eso no
es tan sencillo. Ahora el cáncer se apoderó también de
parte de mis huesos.

17 de abril

Hoy voy a una quimio nueva, el inicio de un ciclo de


tratamiento distinto pues, como les decía, nuevamente
el tumor triple negativo mutó, volvió a encenderse en
mi cuerpo, pero hay opciones y esta es una.

Veo el panorama y me remonto a Ana Frank. Llegar


a casa de mi hermana es un suspiro de amor que nos
llena profundamente. Es nuestro otro búnker. Un lugar
en el que todos se han cuidado extremando medidas
para poder recibirme antes de consulta, después del tra-
tamiento y darme ese «apapacho» tan necesario, aunque
por ahora no podamos abrazarnos. Abrazarnos, cuánto
extraño esa sensación. Ver a mi hermana y aunque no
hayamos salido, el hecho de visitar el hospital nos hace
que sigamos manteniendo la distancia.

El significado de mi lucha, nuestra lucha, ha tomado


matices distintos. Les digo que siento que voy a la gue-
rra. Me enfundo mi mascarilla, guantes, un rompevien-
tos que me cubre, así como mi turbante. Decido que mi

403
esposo no debe bajar al hospital. Disminuyamos ries-
gos, concluimos los dos. La adrenalina que me acom-
pañó los dos primeros años de tratamiento se ha ido
esfumando. Ahora baja una Gaby más sensible al hos-
pital. Mi corazón palpita. Sé que estoy haciendo todo
bien. Recibo los pormenores de lo que sucederá al tener
este nuevo «veneno» en mi cuerpo. Mi cerebro decide
no enfocarse, pero caigo en cuenta que nuevamente se
me caerá el cabello. Algo vano. Pues no. Mi hija reza a
diario por tener una mamá con pelo largo. No peluca.
En fin, algo haremos. Me derrito cuando me ve y me
dice que soy su mejor mamá, que soy bonita. ¿Cómo no
luchar?

Entro a quimioterapia, saludo a los que ya se han


vuelto otra familia para mí. Siempre me han tratado
con mucho cariño, los aprecio mucho, pues cuidan de
mí. Me aferro a Dios y empezamos.

Regreso a casa

Hoy regreso a casa después de viajar un par de horas


a la ciudad de Puebla. Surgen dudas, no puedo negarlo,
tengo expectativas de cómo podré sentirme, sin querer
predisponerme a nada. Miro al cielo en el camino, estoy

404
viva, voy a mi hogar con Frana y Chucho, mi esposo.
Extrañaré a mis padres esperándome para brindarme
el apoyo que necesito, su consuelo, la risa de mi madre
que a todo le ve el lado bueno. La fe compartida de mi
papá, quien no se cansa de pedir por mí. Ellos no están,
ahora deben también cuidarse.

Solía hacer la analogía de vivir con una bomba de


tiempo encima cuando tienes una enfermedad como el
cáncer. Pero filosofando con mi hermano Juan Pablo,
entendí algo: TODOS tenemos esa bomba de tiempo
y no es la muerte. ¡Es la vida!

Nadie tiene el tiempo comprado, ahora es un senti-


miento colectivo. Ahora percibo cómo el mundo entero
se siente con esa bomba que hemos malentendido, pues
le damos una connotación negativa: que todos pode-
mos morir en un «tris tras». Pero ¿y si eso no es así?

Las enfermedades suelen darnos la oportunidad de


aprender a «madrazos», despertar y querer consumirnos
cada minuto del día. Nos quita el sueño por momentos,
la cabeza no para de pensar, pero si realmente apro-
vechamos la lección empezamos a estar más vivos que
nunca.

405
El no tener la vida asegurada fue una de las lecciones
más grandes que un primero de noviembre nos azotó
como familia. Sí, una historia que nos tocó no solo el
corazón, sino el alma entera.

Recuerdo nítidamente…

Termina el último día del mes de octubre, me es-


cribo con mi hermano y me pregunta cómo estoy. Yo
le respondo que lo extraño mucho y promete estar en
mi quimioterapia del día lunes. Siempre me despido
con un «te amo», pero me pongo a ver una película con
mi hija, pues la infectóloga nos ha dado la autorización
de no más distanciamiento. El tratamiento para la tu-
berculosis ha surtido efecto y no soy bacilotransmisora.
Dejo el celular y no vuelvo a verlo hasta la mañana si-
guiente.

Las redes sociales me hacen saber a las 9:17 a.m.


por una publicación, que mi hermano fue gravemente
herido en la noche. Le habían perforado el pulmón y
el corazón. Su estado: GRAVE. Se necesitaba mucha
sangre y gracias a esa publicación acuden aproximada-
mente 500 personas a donar.

Siento aún cómo se me aflojaba el cuerpo entero.


Apenas logro gritar para que mi esposo acuda en mi

406
ayuda. Compruebo que es verdad lo que leo. Pienso en
mil cosas, pero desprendo de la pared una foto de él, de
mi «Picidi» y se la pego a nuestra virgen Rosa Mística
que está de visita en mi habitación. Le pido un milagro.

Ese suceso nos cambió por completo. Aun contra los


pronósticos, aun con todo en contra. Aun cuando jamás
dieron una esperanza a mis padres, a mi cuñada. Mi
hermano volvió a la vida.

La historia es muy larga, llena de capítulos que se


sumaron. Pero la lección siempre estará aquí, en lo in-
tangible, en lo que transformó nuestro espíritu.

Mariana, mi cuñada, y mi hermano siguen con un


par de corazones latentes de amor, con unas ganas in-
mensas del día a día, sumando anécdotas.

La prueba fiel, que nada está escrito. Puedes salir a


caminar a las 8:00 de la noche lleno de risas por una
tarde feliz y encontrarte el odio en sujetos vacíos del
alma. Pueden apuñalarte pero jamás nos destrozarán si
nuestras ganas de vivir son inmensas.

Aquí, viendo cómo anochece, me tomo una bocana-


da de este capítulo para jamás dejar de creer que cada
instante es un regalo de Dios.

407
P.D. Te extraño mami, a esta hora nos tomábamos
nuestro cafecito.

Dos días después

Hoy amanezco con muchos estragos por la quimio-


terapia más una serie de vacunas que me ponen para
estimular la médula espinal y evitar que las defensas se
me barran. Me siento sin fuerzas, con el cerebro aturdi-
do; pero la vocecita hermosa de mi hija me enciende el
transistor para empezar el día.

Me pregunta de todo, qué significa esto, lo otro, como


hacer la letra R con arroz. Hoy, además, viajaremos a
Rusia con la clase que nos toca. Dudo un poco de mi
ánimo químico para impartir la clase, pues los primeros
días suele moverme muchas emociones ese venenillo.
Sin embargo, voy estabilizándome.

Ella me dice que un día, «cuando volvamos a salir»,


quiere ir a gimnasia, volver a ver a sus amigos, y nos
hace prometer que iremos nuevamente a casa de las
primas. Ahora mi tratamiento se ha vuelto la esperanza
de tener contacto con otras niñas. Por lo menos unas
horas. Así que ¡todo tiene un para qué!

408
Hemos hecho un horario para seguir en casa, inten-
tamos seguirlo, una lista de proyectos que hemos deja-
do inconclusos… pero ¡un momento!

Gaby ¡para! Ahora veo, claro. El mundo entero tuvo


que parar y esta se vuelve nuevamente una oportunidad
de oro para detenerme, realmente aprender a vivir sin
prisas.

¿Cuántas veces pasamos por alto el respirar?


Claro, lo hacemos. Pero sin conciencia, sin valorar lo
hermoso que es poder hacerlo. ¿Casualidad, con esto
del COVID-19? ¿Será que es momento de valorar lo
importante que es cada aliento?

Pienso sin cesar en esto, mi cabeza me dice a gritos


¡para! Y ¡todo pasará!

Despertar con México

Leo las redes sociales, veo un poco de noticias por la


mañana para saber los últimos sucesos sobre esta pan-
demia, preparo el café. Me asombra, me causa un nudo
en el estómago, el hecho de seguir viendo las publica-
ciones diarias de odio hacia nuestro gobierno, las burlas
constantes a nuestro presidente (y eso daría pie a que

409
me dijeran «será el tuyo porque el mío no es», bla, bla,
bla) y, sin fines políticos, ni poniéndome como defen-
sora del gobernante que tenemos actualmente, lo que
me asombra es que ninguna de esas personas hacen una
propuesta de cambio, no los veo sumando socialmen-
te, haciéndose cargo de algún proyecto que incite a la
aportación, a crecer como seres humanos. Nada. Pero
me causa más impacto la gente que «despierta» y se da
vuelo manifestando su malestar, mofándose o insultan-
do. Sin embargo, nada, nada de nada.

Lo comento con mi esposo y platicamos al respec-


to. Ojalá esas expresiones de coraje hicieran de México
un mejor país (un país que, recordemos, está así por
una historia que arrastramos desde tiempo atrás); para
tener, como ciudadanos, nuestro momento de brillar.
Como ciudadanos, insisto.

¿Qué puedo hacer hoy por mi prójimo?

Cuando enfermé y cuando sucedió el accidente de


mi hermano, se movió todo mi Tehuacán, la ciudad que
nos ha visto crecer como familia. Muestras enormes
de cariño desbordante se derramó hacia nosotros, ayu-
dándonos a salir adelante en momentos muy difíciles.
Amigos, amigos de los amigos, vecinos, familia se orga-

410
nizaron para hacernos llegar su apoyo. Misas, oraciones
cada hora por la salud de Juan Pablo, rosarios por mi
salud fueron regalos invaluables. Hemos sido afortu-
nados.

Me pregunto: ¿qué podríamos hacer para que esto


se volviera repetible y escalable? ¿Qué pasaría si el día
de mañana en lugar de despertar y postear una ofensa
contra el presidente de la república, orara por él? ¿Qué
pasaría si, en lugar de quejarnos por sus equivocacio-
nes como líder de una nación, por veinticuatro horas
lo cambiáramos por hacer una buena acción en nuestra
vida?

Eso verdaderamente es algo sencillo, ¿o no?

En fin, pienso que sin necesidad de desembolsar un


peso de nuestro bolsillo podríamos empezar a trans-
formarnos como seres humanos, podríamos promover
actos de buena voluntad que requieren simplemente
decisión y que pueden cambiar nuestro contexto. Em-
pezar por la familia sería un excelente inicio.

Pongo como ejemplo a México, pero estoy segura de


que esto sucede en todo el mundo. Todos pensamos que
gobernaríamos mejor si estuviéramos al mando. Pero, si
hoy tomamos el mando de nuestras acciones, probable-

411
mente podríamos llevarnos estupendas sorpresas du-
rante el confinamiento, tendríamos más oportunidades
de disfrutar de ese tiempo que nos quejamos amarga-
mente no tener, con más resiliencia, con más humildad,
más humanos, más empáticos.

¡Un día lleno de oportunidades!

Me ha sido difícil conciliar el sueño. Duermo un


rato, después me despierto con un pensar muy inspira-
do. Pienso en muchas ideas, mejoro nuestros procesos
de sanitización para cuando sale mi esposo por algunas
compras, futureo y justo en ese instante es cuando le
doy cabida al miedo…

Sigo un proceso terapéutico, ahora a través de video-


llamada. Hoy entiendo que necesito soltar el control,
despedirme de la tragedia, del cáncer y hacer un ejerci-
cio de visualización creativa: ¿cómo me sentiré al estar
sana? No puedo evitar pensar que esta situación de en-
cierro me está dando la pauta para lavar hasta el último
hilo sucio que me ata al cáncer. Sí, definitivamente es
la antesala de una cima que se ha vuelto escabrosa de
escalar.

412
Mi esposo es alpinista. Desde hace un poco más de
30 años, recorre montañas de México y ha escalado en
el extranjero. Es su pasión, ama las montañas, lo hace
muy bien, es excelente en su trabajo, y yo aprendí a sol-
tar el miedo que me daba cada vez que se preparaba
para un ascenso. No puedo negar que sí, hasta la fecha,
el estómago se me apachurra cuando sé que saldrá, él
mismo me ha dicho que lleva la vida de una mano y la
muerte de la otra… Y que nunca se sabe. Se concentra
al mil, se encomienda a Dios, le pide permiso a la mon-
taña e inicia el ascenso.

Yo escalé con él a la cima del Pico de Orizaba y Ma-


linche (sí, era una mujer muy deportista...). Mi mayor
enseñanza fue sacar el espíritu a flote cuando la fuerza
física ya se había agotado y ese fue el que me hizo vol-
ver a casa, pues para mí, ahora, hasta llegar a mi cama
sería el verdadero logro.

Así pasan estos días… Mis pruebas han sido muy


difíciles. He tenido la oportunidad de estar en la lucha,
de dar pelea, de usar mi mente para lograr salir de ellas,
pero me he sentido cansada. Hoy activo mi botón de
ESPÍRITU, pues es el que en estos momentos necesito
que me ayude a dar cada paso en el día a día.

413
He dejado que mis emociones negativas me invadan,
sin negarlas, sin querer fingir que no existen, y estoy
aprendiendo qué quiero hacer con ellas y hacia dónde
quiero ir.

Me encomiendo a Dios… Inicia un día maravilloso,


respiro y puedo decir ¡buenos días!

Tres días después

Han pasado tres días, pero han sido días difíciles, no


me he sentido nada bien. Me duelen los huesos y hasta
la punta de las uñas. Mi cuerpo me dice ¡descansa!, aun-
que debo confesar que me da coraje. He llorado mucho,
realmente he tenido que tocar la cama y quedarme más
tiempo en ella. No puedo hacer nada por la casa, dejaré
que esté un poco «patas para arriba». Chucho se hace
cargo, eso no me agobia, él ha tomado las riendas de la
casa, ha sido papá luchón, se ha partido en mil desde
que inició mi enfermedad. Sin embargo, el parar me da
miedo, no puedo negarlo. El dolor detona en mí una
señal de alerta. Quiero apagar el temor.

Me hice estudios por la mañana, veremos los resul-


tados en un par de días y que el doctor determine cómo
los ve.

414
Llorar, lavar, el ejercicio de estos días. Me extraño
mucho, caray, y aunque amo lo que soy actualmente, no
puedo dejar de dar un paseo por el pasado, por ese en
el que veo a Gaby desbordar energía, sumar kilómetros
corriendo con sus padres, entrenando en la montaña
con su esposo, subir y bajar con su hija. Hoy sumamos
una hazaña: bailar tres minutos con ella en mis brazos,
ahora me lo cobra el dolor, pero todo valió la pena por
verla sonreír y gritar ¡mi mamá me está cargando! An-
tes lo hacía en el supermercado, en el colegio, en donde
pudiera. Hoy ese eco me motiva a seguir.

¡Feliz cumpleaños papi!

Lo he visto llorar de unos meses a la fecha como


jamás lo había hecho en estos 43 años de mi vida. Me
parte el alma, pero sé que tiene mucho dolor por dentro
y que sigue saliendo día con día. Ese dolor se acrecentó
cuando casi muere mi hermano.

Mi padre, un hombre de una fe inmensa, un hombre


de una espiritualidad inquebrantable, un hombre que
guarda silencio y se aísla en el pensamiento cuando algo
lo atormenta. Ama correr en los cerros, lleva años de su
vida haciéndolo, cuarenta fácilmente, a diario, rezando

415
su rosario, pidiendo por mis hermanos, por mí, por mi
madre, por todos. Sé que tiene una conexión muy espe-
cial con ÉL, sé que así es.

Hoy es su cumpleaños y no poder abrazarlo es muy


fuerte, quiero apapacharlo, quiero recargarme en su
hombro, quiero festejarlo bajo el granado, quiero volver
a la adolescencia, subirnos a las bicicletas y sumar ki-
lómetros, pues ese era el regalo que siempre nos pedía.
Quiero ir y cortar elotes en el campo y regresar con mi
bici ponchada, con espinas en las piernas y exhausta.
Quiero correr otra carrera a su lado y cruzar juntos la
meta, quiero ir al bosque y que nos caiga una nevada,
reírnos juntos, olvidar el dolor.

Celebro tu vida, celebro tenerte como mi padre, ce-


lebro el regalo de tener un maravilloso ser humano que
me inyecta fuerza.

Eso nadie nos lo puede arrebatar, no importa la dis-


tancia, no importan las circunstancias, no importa nada,
pues el amor nadie es capaz de quitárnoslo.

Un día más

Despierto triste, muy triste, mi corazón está estru-

416
jado, el dolor en mis huesos se ha intensificado y me
aterra pensar que sea una mala señal.

Dormí muy mal, los sentimientos encontrados estu-


vieron durmiendo conmigo... Justo me disponía a rela-
jarme con los medicamentos de la noche, cuando escu-
chamos que abrieron la puerta del edificio. Las risas y
pláticas nos dieron el indicio de que iba entrando mu-
cha gente y sí, detrás entraron también varios hombres
con trompetas, violines... Al ver unas hebillas enormes
en los pantalones me dije ¡por supuesto, un mariachi!

Mi primer instinto fue bajar para impedirlo, hacer


conciencia con la gente. Simplemente no podía creerlo,
pero tuve mi dosis realidad: eso es, así son las cosas.

No, el mundo entero no está en la misma situación;


no, no es como la guerra. Hay gente que piensa aún
que esta pandemia es un invento, que somos tontos los
que creemos; no, no estamos como en guerra. El libre
albedrío se ha vuelto un reto a la muerte, una falta de
conciencia, no logro tener empatía. El coraje se apode-
ra de mí, no puedo negarlo, el exponerme me detiene.
Cerramos las ventanas y esperamos.

A las 2:00 a.m. se cansaron. Por fin hay silencio, pero


el ruido en mi cabeza no deja de sonar.

Rezo y por fin concilio el sueño.

417
Inicia la semana

Me veo al espejo. ¡Vamos Gaby! Fuerza. Es lo pri-


mero que logro decirme, camino con dificultad y no sé
si es el estrés lo que me está causando esto.

Escucho que para las personas mayores e inmuno-


suprimidas el confinamiento se extenderá; obviamente
eso es para mí. Debo acostumbrarme a vivir así, esa es
la realidad. Le pido a Dios que me escuche con todas
mis fuerzas, con todo mi corazón, espero mi milagro
más que nunca. No quiero claudicar pero hoy me siento
débil, vulnerable.

Más que nunca este lunes me aferro al espíritu, a


mi intangible, me aferro a Dios, a quien le he reclama-
do, pero quien no me abandona; me aferro al amor, ese
amor que sana, que me acompaña minuto a minuto.

Me repongo, debo creer que estoy bien, lo logro al


paso del día, me lleno de una inmensa paz, estoy lista
para seguir luchando.

Pasado mañana voy a quimioterapia, no voy a ren-


dirme y sé que saldremos de esta, lo vamos a lograr.

Pienso en Ana Frank, lo mucho que me enseñó, esa


pasión que despertaba en ella el escribir. Yo quiero afe-

418
rrarme a la vida con uñas y dientes, siempre admiraré
la alegría que tenía por la vida aún en tiempos terribles.
Abro la ventana y respiro fuertemente, por ella, por mí.

Pienso en la montaña y en mi esposo, que tanto


me ha enseñado de los caminos difíciles de escalar. Yo
también sé que tengo la vida de una mano y la muerte
de la otra. Sin embargo, me concentro en ese paisaje
maravilloso que creo que llegará cuando esto termine
y cerremos con broche de oro celebrando mi sanación
total, esa cima desde la cual podré ver lo aprendido, las
lecciones, los dolores hechos crecimiento, las huellas
que no habían sanado, las cicatrices que me recordarán
que estuve en una guerra.

Hoy sé que esta pandemia nos trae una prueba muy


grande, para mí, como para muchos otros, en un mo-
mento muy difícil. Sin embargo, estoy convencida que
de nosotros depende cómo queremos transitarlo.

Desde aquí, desde Tehuacán, Puebla, México te


abrazo de corazón a corazón.

419
Isabel García Cuesta

nació en Valencia, España, en 1985,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

420
Tengo casi treinta y cinco años y he vuelto a casa de
mis padres. Me pregunto si el verdadero motivo por el
que estoy aquí es que me hacen la comida y puedo ver
Netflix. Ayer comenzó el estado de alarma en España.
El virus lo ha interrumpido todo. Yo iba caminando por
mi vida tranquilamente mirando solo hacia delante, y
de repente he dado media vuelta y he venido directa al
útero. Creo que la manera que tiene cada uno de pasar
la cuarentena no es casual y que todos tenemos algo
que aprender estas semanas. Así que no puede tratarse
simplemente de comer y de ver series. Solo espero que
el aprendizaje no duela mucho.

Las emociones me desbordan estos días, y no sé por


qué. Necesito encontrar una explicación lógica a lo que
me pasa, pero no lo consigo. Ayer mi ex me dijo que
había encontrado un piso y que se mudará en cuanto
acabe la cuarentena. Casi me dio algo. Hace unos me-
ses que cortamos pero hemos seguido viviendo juntos,
y no me imagino mi hogar sin él. Sería como una casa

421
sin suelo. Yo pondría un pie adentro y caería al vacío.
Quizás por eso me he ido de mi casa. Hoy quería ir a
comer con mis padres, pero me he dado cuenta de que
ahora no podemos estar yendo de un sitio a otro y me
he puesto a llorar como una fuente. Al final he decidido
pasar la cuarentena con ellos y mi hermano Luis y me
he hecho la mochila entre lágrimas. Me sentía como
una refugiada del primer mundo.

Ahora estoy en mi antiguo cuarto, que ya no me


gusta. No he deshecho la mochila porque mi armario
está lleno de ropa de mis padres y de cosas que ya no
me pongo. Me he traído a mi gata, es negra y brillante
como una pantera y la amo demasiado. Aquí hay balcón
y me da mucho miedo que salte a la calle y se pierda.
No podría soportar ese dolor, me gustaría aprender ya
cómo se hace para no sufrir. Aun así, mi amor por ella
es tan puro y falto de palabras que me hace bien.

………………….

Hoy me ha llegado un vídeo al WhatsApp de alguien


cocinando rollos de papel higiénico. Y otro de un tipo
con peluca haciendo de DJ, pero en vez de tener platos
de mezclas está en la cocina pinchando música en los

422
fogones. También he visto un monólogo de un hombre
pidiendo que lo dejen en paz con tanto salir al balcón
y hacer cupcakes y videoconferencias, que está más es-
tresado que cuando podía salir a la calle. La gente está
muy creativa con esto del encierro. Quizás podría hacer
un meme yo también.

Esta tarde hemos salido mi madre y yo a aplaudir a


las ocho. Ha sido emocionante. Por primera vez he mi-
rado a mis vecinos, en la oscuridad, y he sentido que es-
tamos unidos en esto. Todos estamos encerrados. Unos
vecinos han sacado un altavoz al balcón y han puesto la
canción Resistiré, del Dúo Dinámico. En esa casa son
seis, todos bastante jóvenes, y animan muchísimo. En
los peores momentos siempre hay alguien que nos trae
alegría.

Por la noche hemos visto una serie sobre una judía


ortodoxa de Nueva York, y me ha gustado el actor que
hace de rabino. Lo he buscado en Internet y he estado
cotilleando su Instagram. Es un judío de verdad que
abandonó su comunidad jasídica, y ahora trabaja en
cine y teatro. A veces tengo fantasías con él, pero sin los
tirabuzones judíos ni la barba de rabino. Me imagino
que nos conocemos en una librería de segunda mano y

423
que nos pasamos la tarde hablando con un café. Des-
pués me acompaña a mi casa y cuando nos despedimos
se nota que está prendado de mí. Me pregunto cuán-
do volveré a acostarme con alguien. Me gustaría saber
cuándo va a acabar la cuarentena. ¿Cuándo podré vol-
ver a mi casa? Estas son las preguntas más importantes
ahora mismo, pero la gente parece estar más interesada
en mandar memes y chorradas en los grupos de What-
sApp. Si supiera qué va a pasar todo estaría bien. No
puedo dormir.

Mi madre también está preocupada. La he oído ha-


blar con sus amigas por teléfono:

—Ayer no podía dormirme pensando en todo esto.


He visto en la tele que la campaña de la fresa y el espá-
rrago se van a quedar sin recoger porque ya no pueden
venir los marroquís a trabajar. Pues cuando no haya co-
mida en los supermercados ya nos dirán qué hacemos.
Que llamen a los que están en paro, seguro que en An-
dalucía hay gente que puede ayudar. Y pienso en los
gorrillas y los negros estos que venden cosas por ahí,
¿qué harán? ¿Cómo van a comer?

424
Mi padre tampoco me tranquiliza nada. Le gusta in-
formarnos con gran detalle del número de infectados
y muertos, y lo primero que hace al levantarse es ver
las noticias. Después de ver los informativos de España
tiene que ver los de la BBC, y luego comparte con no-
sotros sus averiguaciones:

—Pedro Sánchez dice que la semana que viene po-


demos estar en más de diez mil contagiados. Diez mil.

Tengo miedo de que mis padres se contagien. No


estoy preparada para ser huérfana.

………………….

Hoy estaba viendo la tele y me he dado cuenta de


que en los anuncios salía gente en bares tomando algo.
Y en un episodio de Mad Men una de las protagonistas
iba a una fiesta y se besaba con un chico. ¿He estado
desaprovechando mi vida hasta ahora? Quizás tenía
que haber ido a más conciertos, a más sesiones de mi-
cro abierto, a hacer más senderismo. He preguntado a
algunos amigos cómo llevan lo de estar en casa todo el
tiempo, y me han dicho que bien. Que están tranqui-
los, que no se aburren, que respetan los espacios de sus

425
familiares. Será que la rara soy yo, así que mejor no les
pregunto.

Entonces me he dado cuenta de que la solución a mi


agobio puede ser llevar una agenda. Nunca había pen-
sado que alguien encerrado pudiera necesitar una agen-
da, pero quién sabe. Hasta las monjas de clausura deben
de tener horarios y objetivos que cumplir. Lo malo es
decidir qué hacer para rellenar tantas horas, porque hay
series, películas, obras de teatro y revistas online gra-
tuitas, cursos, clases de yoga, vídeos en YouTube, libros,
recetas. Qué bien que no tengamos tiempo para abu-
rrirnos. Hoy en día solo necesitamos un ordenador y
conexión a Internet. Dios, qué angustia. Tengo tantas
cosas interesantes y productivas que hacer en mi tiem-
po libre que no he sido capaz de elegir, y me he pasado
hora y media mirando ropa en Pinterest. He guardado
muchas fotos de una influencer francesa que siempre
lleva pintalabios rojo y bolsitos minúsculos. Yo jamás
me pinto los labios de rojo y no llevo más que mochilas,
pero quizás cuando pueda salir de casa sacaré por fin la
Afrodita que llevo dentro. Todo será diferente cuando
se vaya el virus.

………………….

426
Si todo sigue tan tranquilo como hasta ahora puede
que no discuta con mi madre en toda la cuarentena. Eso
estaría muy bien. Cuando discutimos suele ser por temas
de trabajo y de estilo de vida. Si yo fuera funcionaria o
tuviera un contrato indefinido no sé de qué discutiríamos.
Y si yo no me empeñara en que mi madre me dé la razón,
tampoco. A veces este tema me parece un ciclo sin fin.
Quiero ser una adulta de una vez y dejar de buscar la apro-
bación de mi madre para sentirme bien conmigo misma.
Quiero ser adulta pero me vengo a vivir con mis padres.

Mis padres son buena gente. Mi madre tiene un lado


muy auténtico que me hace reír. Tiene la Luna en Gémi-
nis y su curiosidad estimula a mi Sol geminiano. El otro
día se puso a bailar en el comedor para hacer un poco de
ejercicio. Se movía con tal falta de pretensión como de
ritmo, pero era espontánea y pura. Mi padre es organizado
y discreto, aunque yo sé que le gusta mucho más hablar de
lo que parece; es Leo con ascendente Capricornio. Desde
que se jubiló es el cocinero oficial, y cuando empiezan los
aplausos de las ocho se mete en la cocina.

—Es mi señal de que hay que hacer la cena. Y también


es un poco como si me aplaudieran a mí. «¡Venga, Paco,
que tú puedes!»

427
A veces viene a preguntarnos a mi hermano y a mí
qué queremos de cenar, y nos da varias opciones a elegir.
Es como si volviera a tener cinco años, y me encanta.
Suele buscar nuevas recetas en Internet mientras hace
ejercicio en la bicicleta estática, y luego comparte lo que
ha aprendido con nosotros.

—He encontrado un truco para ablandar la carne.


¿A que no sabes cuál es? ¡Macerarla en kiwi! Y luego el
kiwi no se tira, se usa para hacer una salsa.

Aquella noche comimos los bocadillos más sabrosos


que había probado en mucho tiempo.
Cuando mi padre se jubiló nos contó que sus com-
pañeros le habían hecho un pequeño discurso en la co-
mida de despedida. Algo sobre lo discreto que es, que
a él nunca le oirías diciendo nada malo de nadie, y que
a veces parecía el hombre invisible. El imbécil que dijo
eso no debía de conocer mucho a mi padre.

Cuando murió mi abuelo paterno mi padre me dijo


que había oído que solo nos convertimos en adultos
cuando mueren los padres. Así que en aquel momento
él, con cincuenta y tantos años, todavía no era adul-
to porque aún vivía su madre. Si mis padres murieran

428
yo me convertiría en adulta de golpe y ya no tendría
quien me acogiera en una pandemia. Me pasearía por
esta casa como por un cementerio. Ahí la estantería re-
bosante de libros que ya nadie va a leer, ahí la ropa que
aún lleva su olor, ahí la máquina de coser de mi madre
y los libros de inglés de mi padre. ¿Qué haría con todas
esas reliquias? ¿Quién me dirá lo que tengo que hacer
cuando por fin sea mayor?

Miro las cartas astrales de mis padres, aunque su hora


de nacimiento es aproximada. Cuando fue el cumplea-
ños de mi madre el año pasado fuimos los tres a cenar
fuera. Se me ocurrió decirles que según la astrología
ellos se conocieron en alguna vida pasada, y mi ma-
dre respondió que ella no cree en esas cosas. Mi padre
quería pedir ensaladilla rusa pero mi madre se negó, y
entonces él dijo que ya no quería compartir tapas, que
pediría un plato para él solo. Ir a cenar a un buen res-
taurante no debería ser algo difícil. Aquella noche eché
de menos a mis hermanos.

………………….

Esta semana he vuelto a trabajar. Estoy dando clase


online a mis chinos, y ayer me pasé más de una hora

429
preparando lo que iba a hacer. Ha sido divertido verles,
aunque la mayoría no activaban la cámara, no sé por
qué. También he pasado mis clases particulares a clases
online, y de repente me siento útil. Gracias a Internet
puedo hacer algo de valor en estos momentos en los
que todos estamos entre cuatro paredes. Porque en casa
no soy más que un parásito adorable. Creo que me va a
venir bien tener a mis chinos, gracias a ellos ya no pien-
so tanto en el virus y en cuándo terminará esto. Ahora
solo me preocupa que hablan fatal en español y no van
a aprobar el curso. Su nivel es pésimo. Quizás si mis
clases fueran más entretenidas me harían más caso. O
tal vez debería ponerles más deberes. Necesito que me
respeten y se tomen las clases en serio.

De repente vuelvo a tener la semana bastante ocu-


pada. Una alumna que tuve hace tiempo me ha pedido
clases de inglés todos los días, y le he dicho que sí sin
dudarlo. Ya tengo una rutina de nuevo y todos los días
son iguales. Los viernes tengo clase online con dos ado-
lescentes, pero no les gusta aprender español. El otro
día una de ellas me dijo que las clases son aburridas y
yo no supe bien qué contestarle. Les doy clase por el
dinero, no por otra cosa.

430
El fin de semana pasado tuve una videoconferencia
con los compañeros de la formación en terapia Gestalt,
y cada uno tuvo unos minutos para explicar cómo se
sentía. Una de mis compañeras dijo que estaba pasando
la cuarentena con sus hijos y que esta experiencia era
como un regalo maravilloso. No me jodas. Yo dije que
todos los días son iguales y que cuando doy clase la mi-
tad de mis alumnos no me escucha.

Hoy he leído la newsletter de una página web de as-


trología y una palabra me ha llamado la atención: es-
tancamiento. Me ha hecho pensar en un gran charco
de agua estancada donde no hay vida. Todo lo que cae
dentro muere. En realidad mi vida antes de la cuarente-
na no era tan interesante. La verdad es que no me pier-
do tanto por estar siempre en casa. De lunes a viernes lo
único que hacía era trabajar, igual que ahora. Es terrible.
Algún día podré salir de casa y beber y bailar, pero esa
será la única diferencia. Cuando acabe el encierro algo
tiene que cambiar, aunque aún no he averiguado el qué.

………………….

Ir al supermercado es una pequeña odisea. Aunque


aparentemente no haga falta gran cosa mi padre siem-

431
pre me da una lista kilométrica de la compra, y luego
tengo que llamarle porque lo que él me ha escrito no se
corresponde con lo que yo encuentro allí. En la sección
del pollo hay unas bandejas que yo no he visto en mi
vida, como contramuslo sin piel, contramuslo deshue-
sado o cuartos traseros. Yo sé lo que es una pechuga
de pollo y un pollo entero, ya está, y no hay manera de
encontrar «muslos de pollo» como me pide mi padre.
Luego resulta que lo que él quería aquí se denomina
«jamoncitos». Se nota que no soy la única que no tiene
ni idea, porque en el súper siempre veo gente hablan-
do por el móvil pidiendo aclaraciones y recibiendo ins-
trucciones. Quizás sean parásitos buenos, como yo.

Mi madre ha hecho chocolate a la taza y me lo


tomo mojando un par de croissants y unas rosquilletas,
mientras mis padres ven una serie sobre los orígenes
de ETA. Hoy hemos comido cocido, y mañana habrá
arroz al horno. Aquí no se come nada integral, ni kale
ni quinoa. Aquí hay lentejas con chorizo, guiso de ter-
nera con patatas, sopa de pescado. El sabor y el calor de
la comida me inundan, y yo me acomodo un poco más
profundamente en el sofá. Tal vez debería acomodarme
menos, a ver si cuando tenga que volver a mi casa no
voy a querer.

432
—Estoy tan llena que no puedo comer ni torrijas—
dice mi madre.
—Luis, ¿y tú cómo llevas la cuarentena?— pregun-
ta mi padre a mi hermano.
—¿Yo? Bien. Un poco rollo.
—¡Luis, puedes expresar tus sentimientos!— le
digo yo.

¿Qué pasaría si me quedase aquí a vivir? ¿Y si


adopto a una niña vietnamita y me vengo con ella a
vivir con mis padres? Cuando adopté a mi gata tenía
muchas dudas y los primeros días lo pasé fatal. Lupita
no paraba de maullar y de seguirme a todas partes,
no me dejaba en paz. Así que imagínate cómo sería
con un ser humano. Quizás cuando se me pase el
arroz totalmente, lo cual será más pronto que tarde,
y cuando tenga un trabajo más estable. Podría hacer
como Angelina Jolie, a ver si un día me aparece mi
Brad Pitt.

Vemos las noticias todos juntos y disfruto mirando


cómo son las casas de los políticos y de los periodis-
tas. Ahora que no se puede salir de casa hay muchas
retransmisiones desde el salón de la gente importante,
y me gusta cotillear la decoración de Inés Arrimadas

433
o la estantería llena de libros de Joaquín Sabina. Los
mejores siempre tienen un montón de libros detrás.

………………….

Mis alumnos me ponen de los nervios. No sé qué


hacer con ellos. Darles clase es como hablar a una pa-
red. Es una experiencia masoquista en toda regla. Les
hago preguntas de vez en cuando para ver si están aten-
tos, pero no entienden nada.
—Ronaldo, ¿comprendes la actividad?
—¿Actividá?
—Sí, el ejercicio. ¿Comprendes?
Ronaldo susurra en chino a su compañero de piso.
—Shénme yìsi?
—¿Cómo que qué significa?¿Qué significa la palabra
«actividad», Ronaldo?

Les pregunto si una palabra es masculina o femenina


y no me entienden. Les pido que enciendan la cáma-
ra para al menos tener la sensación de que hablo con
seres humanos, y no me hacen caso. En clase no son
capaces de juntar dos palabras con sentido, pero luego
en los deberes me escriben que de pequeños jugaban
al bádminton muy trabajadoramente y así ganaron «el

434
honor de atleta nacional». ¿De qué sirve que les enseñe
vocabulario nuevo y estructuras útiles si luego van y
traducen frases enteras en el traductor? Cada vez me
enfado más con ellos, y a veces me pillo a mí misma
pensando con desprecio que tal o cual alumno tiene
que ser imbécil. Siempre me pasa que unos segundos
antes de explotar y reñirles me consuelo a mí misma
diciéndome que me lo merezco, que me merezco ser
mala y desahogarme porque ellos me hacen sufrir. Pero
incluso cuando les echo la bronca no me entienden. Me
hacen sentir como la peor profesora del mundo.

Por la noche hemos visto una entrevista a un director


de instituto que hablaba sobre dar clases online a ado-
lescentes. Ha dicho que no es igual que las clases pre-
senciales porque los alumnos necesitan el contacto con
el profesor y con los compañeros. Necesitan colaborar
con los otros y sentir que no están solos. Y el profesor,
¿no necesita también el contacto con los alumnos? Yo
solo les pido que enciendan la puñetera cámara.

Encima hoy casi discuto con mi madre. Estábamos


terminando de comer y de repente va y me pregunta
si realmente me puedo permitir hacer cambios en mi
vida laboral cuando acabe la cuarentena. Lo dijo como

435
si fuese una broma, pero detrás de las bromas siempre
hay un mensaje en serio. Ya soy mayor y no necesito
sus críticas, lo que necesito es que me apoye. Disimulé
mi enfado y le respondí que gracias pero no necesito
sus consejos. La conversación terminó ahí, pero yo me
quedé un poco inquieta pensando si no tendrá razón.
En realidad no sé si puedo trabajar menos horas. Mi
contrato termina a finales de julio y ahora hay mucha
incertidumbre en la enseñanza del español a extranje-
ros. Ya me he reinventado otras veces y me da un poco
de miedo volver a hacerlo. La gente debe de pensar que
no sé bien qué quiero hacer con mi vida.

………………….

Hoy mi madre se ha puesto a buscar fotos en los


álbumes de Carlos, mi hermano. Necesita una foto de
mi hermano de bebé en la que aparezca tumbado boca
abajo. Su novia quiere una foto así para hacer un mon-
taje con la foto de su hijito, que ahora tiene tres meses.
Viven en Inglaterra y aún no he podido conocerlo por
culpa del virus, pero hablamos con ellos y con mi so-
brina varias veces a la semana. Mi sobrina tiene el pelo
igual de rizado y pelirrojo que yo, me hace mucha ilu-
sión no ser la única con este pelo loco. Y también tiene

436
la Luna en Leo. Tal vez por eso le gusta ser el centro
de atención y se enfada cuando su padre nos habla a
nosotros en vez de a ella.

—Mamá, podrías escanear las fotos— le ha dicho


mi hermano Luis a mi madre.
—¿Escanearlas?
—Sí, porque si hay un incendio todas las fotos se van
a la mierda.
—¡Pero si hay un incendio y se quema el ordenador
nos quedamos igual!
—¿El ordenador? ¡Mamá, las fotos se guardan en la
nube!
—¡Pero la nube seguro que está muy llena, no van a
caber!

Carlos tuvo a mi sobrina con veintidós años. Cuan-


do la gente se enteró de que iba a ser padre tan joven
no hubo reacciones muy positivas. Yo, por ejemplo, me
eché a llorar. Imaginaba a ese niño de casi dos metros
con otro niño en brazos y no me lo podía creer. Otros
no sabían si felicitar a mis padres o darles el pésame.
Todavía ahora hay quienes ven a mi hermano como un
crío con hijos, pero eso no es así. Él y su novia son unos
padres geniales. Mi madre lo ha pasado mal porque ella

437
siempre había pensado que esto solo le sucedía a la gen-
te ignorante y pobre, no a una familia como la nuestra.
Pero ahora tenemos estos dos nenes tan bonitos y no los
cambiaríamos por nada del mundo. Me pregunto si a mi
hermano le preocupa ser un adulto de verdad y ser un
buen padre. Lo admiro mucho.

………………….

El otro día una antigua compañera de trabajo me dijo


que quería que le mirase la carta astral de su hija. Yo sabía
que había tenido problemas con ella, pero no me espera-
ba que su carta fuera a decirlo tan claramente. Me pasé
varios días dándole vueltas a la carta y mirando vídeos de
astrólogos en YouTube, y finalmente le grabé varios au-
dios de WhatsApp resumiéndole lo que podía ver. Unos
días después ella me respondió con unos cuantos audios
también y me habló de su hija. Se notaba que solo desea
lo mejor para ella, pero intuí que probablemente ella no
quiere oír las recomendaciones de su madre. Yo no sabía
qué decirle. No me estaba pidiendo consejo ni me pedía
mi opinión, pero yo sentía la necesidad de responderle.
Lo que me decía me resultaba familiar, era un problema
universal entre padres e hijos, pero ¿cómo se habla de
esto con una compañera de trabajo?

438
Lo consulté con mi madre e incluso mi psicóloga, y
finalmente le contesté. Le dije que era obvio que quiere
mucho a su hija y que es normal que quiera ayudarle.
También le dije que cuando ella le hace sugerencias o
recomendaciones para llevar una vida más práctica y
estable, ella probablemente lo interpreta como una for-
ma de rechazo. Y que una madre no la acepte es muy
duro para una hija. Ese era mi mensaje principal. No
añadí que aparte de eso los hijos también tenemos que
aceptar a los padres tal y como son, y que tenemos que
aprender a validarnos nosotros mismos en lugar de es-
perar la aprobación paterna. Al final, nuestra vida es
solo nuestra, y nuestros errores son parte de nuestro
aprendizaje.

………………….

Hoy he salido a aplaudir al balcón con mi madre y


ya no estaban los jóvenes de los altavoces y la música.
Estas salidas se han convertido en algo rutinario que
ya no me emociona, aunque me ayudan a conectarme a
diario con lo que está pasando en el mundo, como una
pequeña meditación exterior. Mientras aplaudíamos,
mi madre me ha contado que una conocida de su pri-
ma ha muerto de coronavirus. Tenía sesenta y dos años.

439
Como vivo en esta burbuja de rutina y cuidados ya no
me acuerdo tanto de los muertos. Cada día es una repe-
tición del anterior y me cuesta saber si es lunes o miér-
coles. Las semanas se funden en una masa compacta
que me cabría en la palma de la mano y que lanzaría
gustosamente al infinito con un tirachinas. ¿Qué esta-
mos haciendo? Por primera vez en mi vida me planteo
si tiene sentido lo que hago. Si tiene sentido mi manera
de hablar, lo que pienso, lo que elijo, el dinero que gano,
lo que hago en mi tiempo libre. ¿Para qué todo esto?

La otra noche habló en la tele una doctora recién


salida del MIR. Se había grabado a sí misma duran-
te estas semanas y un día se emocionaba al contar que
su primer paciente había muerto. Su paciente murió a
solas, con varios metros de distancia de su familia para
evitar el contagio. Imagino a sus familiares mirándolo
como a un pez en una pecera, sin poder comunicarse
con él, esperando a que muriese sin poder hacer nada.
La muerte ahora me parece tan inútil. Imagino a mis
padres en esa situación, ellos solos, y es insoportable.
¿De qué serviría una muerte así?

Trato de respirar hondo y fluir con esta confusión y


dolor. Poco después siempre se me pasa, pero en rea-

440
lidad me vienen bien estas bofetadas repentinas, es
importante recordar que somos frágiles pero estamos
vivos. Sin embargo, de alguna forma esta vida de ahora
no me parece de verdad. Es como una vida a medias.
Así que respiro hondo este aire a medias porque es lo
único que hay. Por un rato me vale como si respirara
todo el aire del mundo.

441
Julia Kurmi

nació en Arroyo Seco, Argentina, en 1988,


y pasó su confinamiento entre Rosario
y Arroyo Seco, Argentina

442
Incen-diario, edición Cuarentena Obligatoria

Día 1.

Kin 251 Mono Autoexistente. CONCENTRAR.

It’s a new dawn, it’s a new day, it’s a new life, se oye
Nina Simone. Feliz año nuevo astrológico.

Sé que me tiraría en brazos ajenos a llorar, pero hoy


todas las circunstancias me obligan a ser la que se acuna
y se canta una nana para dormirse a sí misma. Incon-
tables veces le dije a A. que no podía compartir con
ella porque no había realizado aún el proceso de sa-
nar. Duelar la Julia que murió junto a Alegría, llorar
sus desilusiones, tomar fuerza vital de algún misterioso
lugar y gozar de tiempo creativo para sublimarla en mi
proyecto. La vida sabia me ha puesto en una especie de
retiro, el aislamiento social para evitar la propagación
de un virus se asimila demasiado a esos formatos de
lugares alejados y rutinas alteradas, a los que las per-

443
sonas suelen someterse para tener tiempo y energía de
observarse a sí mismas. ¿Cuánto durará la claridad que
creo ahora tener? Un tiempo para lamer mis heridas,
observando qué deseo para esta existencia cuando la
vida retorne a ser lo que era. Aunque las voces han di-
cho que ya nada volverá a ser tal y como lo conocíamos.
Las voces serán grandes aliadas de este tiempo.

Cuando intuí que el encierro obligatorio comen-


zaría pronto, todas mis células pidieron tierra y fuego,
sin metáforas: serían días para dedicarme a la huerta
de la isla, bañarme en el Paraná y en la noche cantar
y danzar alrededor de Taita Nina. Me empoderé para
que así fuera, hice la mochila con prisa considerando
lo necesario para dos meses aproximadamente, sabien-
do que tal vez no sería sencillo regresar. Me moví sin
miedo avanzando entre los pueblos, mas contamos con
un conductor nacional muy astuto. No di con el tiempo
suficiente para cruzar el ancho río y me he quedado
varada a medio camino, rodeada del cemento de una
gran ciudad, conviviendo con personas que no separan
la basura. Si pretendo sobrevivir al virus y a mi renaci-
miento, he de encontrar la parte llena del vaso.

Estoy en una casa antigua de techos altos donde


amanece con olor a café y se oyen buenos tratos y risas.

444
Si bien mi habitación está llena de fotos de difuntxs,
saben convivir pacíficamente con mi altar. Rememoro
mi vivencia en Vipassana, trayendo todo ese autoconoci-
Cierto al presente: anicca, esto también pasará, el desafío
de mantenerse en ecuanimidad e impermanencia, sin
deseo ni aversión. Además, está aquí madre canceriana,
sé que el alimento delicioso no faltará. Habita en mí
una certeza, existe un paralelismo entre honrar a la Ma-
dre Tierra y honrar también a la Madre Humana. Ella
es sinónimo de seguridad emocional, de aceptación in-
condicional, de amor haga lo haga y pase lo que pase.

De todas formas, siento ira. Busco una explicación


racional, puede ser que esté premenstrual, puede ser
que el cardo mariano limpie las aguas estancadas de mi
hígado, no lo sé. Me lo permito, sabiendo que hay algo
ahí que tiene poder, algo del mecanismo que ya conoz-
co: lo que cumple su ciclo de asistencia pide morir y es
mi deber honrarlo para extraer de allí el valor de lo que
vendrá. El fuego transmutador arrasará y dejará a su
paso las cenizas que abonarán lo próximo. Ciertamente,
esta es una nueva versión del diario del incendio.

445
Día 2.

Kin 252 Humano Entonado. BONDAD.

Según el calendario de la Chakana ayer fue el equi-


noccio de otoño, un tiempo bisagra entre dar las gracias
por la cosecha recibida en el verano y de preparación
para la oscuridad invernal. Me disponía a preparar una
pequeña ofrenda con elementos cercanos, cuando el
cristal de labradorita que protegía al oráculo cayó y se
partió en tres partes. Tomé los trozos, rearmé la for-
ma original de la roca tornasolada verde y amarillenta,
descubriendo así las irreparables grietas en sus venas
minerales. Me apené. Se había manifestado la palabra
«visión».

En tiempos sin precedentes en la historia humana


contemporánea, con la necesidad de hacer cambios
individuales y colectivos, recuerdo que siempre fue, es
y será la Tierra la que nos enseña acerca de ciclos y
pasajes. A ella fue que le hablé, agradecí por mi vera-
no abundante, repleto de atardeceres de hora mágica y
pedí por un suave arribo del frío. El Universo colectivi-
za así una experiencia que no es nueva para mí: tiempo
liberado a la creación y al ocio potencialmente gozoso.

446
Día 3.

Kin 253 Caminante del Cielo Rítmico. CLARI-


DAD.

Hay una temática que se me aparece obsesivamente


e intuyo que se exacerba con el encierro. Es la dico-
tomía adentro-afuera, interno-externo, personal-social,
separación-unidad, al punto tal que todos mis pensa-
mientos se aglutinan ahí, generándome mucha ansie-
dad. Buceo en esos mares, dejo que mi cuerpo sea brú-
jula de revelaciones que aporten a este tiempo que fue
hecho para sanar.

Ah. Mi niña. No me preocupa percibir que no he


crecido del todo. La misma que quiere hacer un collage
y pide lápices de colores, llora porque no la quieren,
porque no la eligieron para armar el grupo en la cla-
se de gimnasia, porque en los cumpleaños no gana los
concursos de baile, porque no le entra la ropa cool que a
sus compañeras sí, porque mamá no tiene tanto dinero
para las últimas zapatillas de moda o para galletas com-
pradas todos los días, y si viene una amiguita a tomar la
merienda hay solo pan tostado con manteca y merme-
lada y a ella le apena un poco.

447
Las voces son íntimas de mi niña, la conocen muy
bien. Dicen que en aquel momento se ha sembrado en
mí la semilla de una idea peligrosa, la idea de separa-
ción. Eso no es todo; la idea de separación, si germina
y brota, trae consigo otra maleza, responsable de mis
recuerdos traumáticos: la idea de comparación, una
pirámide imaginaria donde hay mejores y peores, una
especie de ranking medido con una dudosa vara. Tam-
bién dicen: Pueden sembrarse semillas en ti porque tú eres
la Tierra; eso que crees que está afuera y en lo que lxs otrxs
deben reparar no existe, pon la energía en ti, utiliza este
tiempo de gracia para dedicarte a la agricultura personal.

Día 4.

Kin 254 Mago Resonante. PRIORIZAR.

Despierte. En esos primeros minutos, además de in-


tentar retener lo soñado, creerá que lo de la pandemia
no está sucediendo. Confúndase de planos, intente salir
de la pesadilla. Medite tratando de que la información
corrosiva del móvil no sea lo primero del día que entre
por sus ojos.

Salga de la cama, pase por el baño, salude a mamá


que ya hace rato está haciendo trabajo en línea.

448
Coma vegano. Siga bebiendo un litro de cardo ma-
riano al día. Ensaye moverse: a veces hará yoga, otros
días correrá como una loca en círculos por la terraza,
use un antiguo escalador de gimnasio que hay en la
casa, haga glúteos, abdominales y hasta pesas con unos
bidones llenos de agua. Su dedicación al ejercicio le será
tan sorprendente y desconocida como las irrefrenables
y absurdas ganas de pintarse los labios y no tener con
qué.

Trate de moderar su tiempo en las pantallas. Trabaje


en su proyecto. Confeccione una lista de cosas que no
realizará. Cambie el fondo de pantalla de la PC: en-
tre la disciplina y la rendición, se encuentra el fluir. El
tabaco, la Mama Coca y Santa María son medicinas
sagradas para ser utilizadas en momentos especiales y
con el máximo respeto.

Ame la noche para escribir. El modo avión será su


aliado para ingresar a un mundo de fantasía donde es-
tará protegida. Medite. Agradezca cinco cosas bonitas
que hayan sucedido en el día. Sujete fuerte un cristal al
que le ha dicho unas frases, y así sentirá que se les hacen
carne. Sueñe.

Repita.

449
Día 5.

Kin 255 Aguila Galáctica. PACIENCIA.

Luna nueva en Aries. Ayuno de alimentos sólidos.


Escribo mis intenciones. Escribo también cuáles son
las creencias que no permiten que esas cosas sucedan,
aún.

Hablan las voces:

Este tiempo es un regalo que se le ha dado a la humani-


dad para revisar las bases, lo que están creando. Hace diez
años que se llevan preparando para este momento. Cada
curso, cada técnica, cada relación, cada experiencia ha de-
jado un aprendizaje que es para ser puesto en acción aquí
y ahora. Recordarán que su esencia es ser canalizadores del
Cielo en la Tierra. En tu caso particular, aprovecha cada
minuto para abastecerte de las herramientas que necesitarás
para cumplir tu sueño. Pide en grande, porque todo te será
dado. Y actúa como si ya lo hubieses recibido.

Día 7.

Kin 257 Tierra Planetaria. DESAPEGO.

Siento fuerte la necesidad de una tribu que sosten-

450
ga en momentos difíciles. Siento fuerte la necesidad de
convivir con seres que estén en una misma resonancia
energética. Ha pasado una semana y, si bien reconoz-
co el privilegio de mi aislamiento con comida, dinero,
techo y amor, sigo necesitando fuego y tierra de la mis-
ma manera que al inicio, o tal vez más. Conversaciones
ricas, fructíferas. Realmente este cotidiano no estaría
siendo tan diferente a algunas experiencias extremas
que he transitado en la vida nómade, mas me siento
sola.

Día 9.

Kin 259 Tormenta Cristal. INTEGRAR.

Tal como lo anuncia el Tzolkin, llueve.

Anoche tuve un sueño precioso, el plano astral está


muy activo. Trabajaba en un bar en Perú, descalza. Me
clavaba muchísimos cristales de cuarzo en la planta de
los pies. Qué alivio al momento de quitármelos, eran
hermosos y me hacía ilusión llevarlos conmigo para
aumentar mi colección. Quería regresar frenéticamen-
te del viaje, cargaba mi mochila. Me veía en una ruta
y cruzaba un colectivo de los amarillos. Preguntaba al
chofer si iba hacia Arroyo Seco, él decía que no pero me

451
subía igual, y la siguiente imagen era a su lado, como en
el espacio delantero de un camión, con un solo asiento
que ocupaba todo a lo largo, sin separaciones. En un
momento la ruta se hundía hacia abajo, tenía sensación
de vértigo, esa en la que percibes que los órganos inter-
nos se mueven antes que el resto del cuerpo. Yo tenía
miedo, él lo notaba y nuestras manos se encontraban
en un roce sobre la cuerina negra de la butaca. Todo
mi ser se estremecía, lleno de ternura, y quedaba to-
talmente enamorada de ese rey león de melena color
miel. Llegaba a dejarme en la puerta de casa materna,
donde me recibían. El sueño tenía frecuencia color do-
rada. Permanecí entre dimensiones y abracé las sábanas,
deseando el no fin.

Antes de dormir me había masturbado. Registro qué


extraña, nueva y a la vez vital es para mí esta soledad.
A. dejó de responderme y por primera vez desde que
se fue, la extrañé. Es mejor así, necesito transitar y cul-
minar este otro duelo también. Es la oportunidad de
vibrar amor a la distancia, como energía omnipresente
que lo cubra todo, que llegue a todos los espacios po-
sibles. La soledad es una sensación que se extiende, la
combato recordando que sola no es separada. Mientras,
la lluvia me recuerda al Cusco frío que supimos cami-

452
nar, al sabor a pueblo resiliente de sus platos, su alegría,
el volumen de su voz, la musicalidad que siempre la
acompaña. Ahora, mientras visto su casaca, ella utili-
za el agua para hacerse presente. Como de costumbre,
permito que la excesiva terrenalidad que soy se permee,
me convierto en barro, lloro, me siento humana trans-
parente, traspasada por emociones, recuerdo estar viva.
Vienes y armonizas esta hoguera, porque siempre es un
diamante el que pule a otro diamante.

Extraño a N. también. Y no tanto su piel, su guita-


rra sonando o las charlas eternas que tuvimos. Lo que
extraño es habitar la maravilla sin saberlo, como una
eterna inocencia. Tengo muchas veces la leve sospecha
de que puedo estar viviendo un fenómeno parecido. Es-
toy en la maravilla y no me doy cuenta. Soy la maravi-
lla y un pesado velo no me permite experienciarlo. A
veces visualizo mi cuerpo recientemente fallecido, mi
alma observa pasar en cámara acelerada la película de
mi vida. Allí reconozco no saber que habitaba una exis-
tencia de magia.

Son las personas que me amaron quienes con su paso


activaron mis mejores dones.

453
Día 10.

Kin 260 Sol Cósmico. ALIVIO.

¿Cómo sería un mundo en el que no nos dijeran


desde niñxs que tenemos que elegir un área para
desarrollarnos, estudiar para convertirnos en «eso» y
luego vivir desde ese rótulo?

Afirmo que la improductividad es un estado conoci-


do, que me es cómodo, y que se encuentre socialmente
permitido me es disfrutable y me desorienta en partes
iguales. Bueno, si es que puede llamarse ser improduc-
tiva a cocinar vegano saludable y todos los procesos de
alquimia que se requieren a tal fin, como fermentar,
germinar, activar, remojar; mantener el cuerpo en movi-
miento, avanzar con un proyecto personal eternamente
postergado, cuidar la salud mental y emocional propia y
ajena de seres queridxs, regar las plantas e intentar dor-
mir temprano y descansar para aprovechar al máximo
posible las horas de luz. Sentipienso que son suficientes
responsabilidades como ser encarnada en este planeta,
a donde nadie me preguntó si quería venir, pese a que
sé que mi alma así lo eligió. Y responsabilidades a mi
criterio muy bien priorizadas, aunque el sistema pro-
ductivo capitalista y patriarcal dé a entender que soy

454
una haragana por permanecer sin ganar dinero y sin un
título que me defina.

Mientras tanto, en la casa, sensación de siesta eterna


de la infancia. Madre canceriana ha tomado posesión
de la cocina. Escucho desde aquí el jazz y percibo el
aroma a comida casera. No hace falta verla para saber
que está bebiendo su trago, el combustible vital de una
vida dedicada al servicio del amor, la base firme que
posibilita mis planteos existenciales y pide al delivery
un cuarto de helado vegano solo para mí.

Día 11.

Kin 1 Dragón Magnético. FIRMEZA.

La cuarentena obligatoria se ha extendido en Ar-


gentina por dos semanas, y sé que este proceso puede
repetirse así varios períodos más. Estoy organizando un
operativo para poder regresar al sitio que, después de
mi mochila de viaje, más se asemeja en mi imaginario
a «hogar».

Ha sido un bonito primer tiempo de curantena, de


darsecuentena, mas necesito el movimiento, la autono-
mía. Soltar a mamá, aupar a mi niña, aceptar que ca-

455
mino con todxs mis muertxs acompañándome. Espe-
cialmente tú, Alegría, hija, hoy me crío a mí misma con
la inspiración de tu corta existencia. Estás presente en
cada colibrí que aparece. Las voces dicen que estás bien,
que te acompañan, que todo está bien siempre, que a
su debido tiempo otro espíritu rubio de sonrisa amplia
llegará, me lo muestran, Tao es su nombre. Ellas van
dejando señales para que pueda recordar mi camino,
señales que son pequeñas piedras y no migajas de pan,
no existe peligro de que se las coman los pájaros del
tiempo y el espacio.

¿Recuerdas los colores? Son tu don. Para aprender


a utilizarlos, lo primero que debes saber es que cada
ser humano dispone de una frecuencia cromática que
lo hace único e irrepetible. Tu desafío primario es
aprender de qué se trata tu propio color particular,
antes de fascinarte con las tonalidades de algunos
seres que se cruzarán en tu camino. Luego sí serás capaz
de crear mezclas, paletas, tapices. Llegarán herramientas,
muchas, al punto tal que deberás utilizar el discernimiento
para saber cuáles utilizar a cada momento sin abrumarte.
Recuerda: esas herramientas son, primero que nada, para ti
misma.

456
Día 12.

Kin 2 Viento Lunar. RESPETAR.

Hoy fue el fin de una etapa. Subí a un caballo me-


tálico que atravesó nuevamente los pueblos en sentido
inverso, de regreso. Solo viajábamos en él cuatro perso-
nas, las lágrimas resbalaban involuntariamente por mi
rostro al observar las avenidas vacías de la gran ciudad.
Nunca imaginé que sería testigo de una imagen seme-
jante, me dejó impactada. Añoraba muchísimo escu-
char música con los auriculares, mientras la escena de
la ventanilla y mis pensamientos se deslizaban en línea
recta. Volví a ver el río, y un policía amable, cumpliendo
con su labor y pidiendo disculpas, chequeó mi actividad
fuera de los muros.

Ese trayecto fue un regalo. Sé que no vamos a poder


trasladarnos libremente a través de la Pachamama por
largo tiempo. Es eso bastante trágico para quien tiene
un ego asociado a los viajes y a la vida nómada. Este
confinamiento viene machucando bastante a los egos
en todo sentido. Mas hay un viaje que es imposible de
prohibir y ese es el viaje con destino adentro; desde los
límites de mi piel hacia mi interior sigo siendo mi pro-
pia soberana y no existen las limitaciones de circulación,

457
ni siquiera es posible que exista lo que no es verosímil
para mí. El universo entero está contenido en cada una
de mis células, cada partícula de mi cuerpo guarda la
misma información que los verdes del Amazonas, que
los volcanes del Pacífico, que el polvo de estrellas. Lan-
zarse a la aventura interna sin tiempos, con el equipo
que fui armando con ese fin estos últimos años, tal vez
pueda ser tan emocionante como beber café en Colom-
bia, visitar las ruinas de México u orar profundo en los
templos de la India.

Mi hermano ha mantenido la casa de forma sor-


prendente. Huele a limpio y ventilado. Los espacios
están despejados, siento muchísimo alivio de haber de-
cidido venir.

Día 25.

Kin 15 Aguila Lunar. CONFIANZA.

Casi dos semanas han pasado sin registrar aquí.


Llueve y me releo, la percepción del tiempo es un fe-
nómeno extraño. Los procesos se dan de forma elíptica,
espiralada, aunque al estar en consciencia nada es re-
petitivo. El mismo tono desde el último escrito, estoy
en mi fase premenstrual como al comienzo, la palabra

458
del día de hoy es la misma que estuvo enclavada en mi
altar todo el tiempo que permanecí en la casa antigua
de techos altos. La de mi altar de aquí es ESCUCHA,
ya que se me pide que esté atenta, en presencia.

El ser humano es una criatura resiliente, capaz de


adaptarse a todo. Y la humilde aceptación, agachar la
cabeza ante los misterios del plan divino, es una pode-
rosa medicina. He formado una pequeña comunidad
con mi hermano de sangre, Zuli, su perra loba blan-
ca, las plantas y sus delicados espíritus vegetales, y las
voces, claro. Con F. estamos conociéndonos más, re-
cordándonos después de tantas vidas juntxs. Creamos
acuerdos de convivencia armónica, cada unx debe lavar
los platos inmediatamente después de usarlos y por for-
tuna la casa es grande, tenemos nuestros espacios de
independencia e intimidad, respetando si elegimos no
cruzarnos.

Hice un proceso de limpieza profunda, primero apli-


cado al espacio físico. Limpié y tiré muchísimas cosas
de mi templo habitación, sentía que necesitaba espacio
visual, que circule más aire, que mis ojos vean menos
objetos en este sitio que es dormitorio, vestidor, oficina,
biblioteca, estudio de yoga y consultorio, todo a la vez,
en un cubo de tres por tres metros cuadrados. Luego,

459
sobre mi templo cuerpo; ayuné 5 días con jugos de co-
lores que me llevaron por los recónditos rincones de mi
ser, dejando también el mate en exceso y de fumar. Me
siento muchísimo mejor, y puedo mirar al reflejo del
espejo con muchísimo amor.

Continúo creando, mi proyecto crece si le dedico un


poquito de energía todos los días. Cocino inspirada en
tutoriales de internet, estuve bordando, coloreé man-
dalas, mi cabello creció considerablemente y logré pin-
tarme los labios. Estoy aprovechando el tiempo para
armar mi árbol genealógico a través de videollamadas
con mis abuelas. Es una sanación fuerte pero necesaria.
Quien quiera recordar su origen estelar primero deberá
honrar su origen terrenal y los regalos y trampas que de
allí provienen.

Cuando aparece el miedo, toma forma de 5G y saté-


lites en órbitas bajas de la tierra que se ven como sim-
páticas estrellitas danzando en el cielo, pero no lo son.
Toma forma de vacunas obligatorias con metales pesa-
dos dentro, de nanochips bajo la piel con los que nos
controlarían movimientos y consumos, y demás conspi-
raciones. Toma forma de no poder viajar nunca más, de
no lograr conocerle, de quedarme eternamente ence-
rrada o, al ser posible moverme, no saber qué hacer. La

460
enfermedad, la muerte, la pobreza son memorias que
los organismos de todxs ya conocen. También la an-
gustia toma forma de consciencia social sintiendo a lxs
que no tienen casa, no tienen dinero, no pueden comer
bien o pasan frío, en las que están encerradas con su
agresor, en mis amigas madres solteras criando 24/7 sin
poder laborar. Surfeo esas olas emocionales danzando,
mirando menos pantallas y más en mi interior. Siento
nostalgia de ese mundo analógico que conocí siendo
pequeña, y que se ha perdido para siempre.

¿Qué línea de tiempo quieres crear? Siempre


supieron que este momento llegaría, en el que empiezas
por ti misma, con claridad, para luego crear con otrxs
que estén vibrando en similar resonancia. Hay un punto
que trasciende toda lucha, esta no deja de provenir de
la dualidad. Es el punto cero, el presente continuo, lo
encuentras donde siempre estás respirando, donde se
supera el miedo y el amor. Se llama UNIDAD.

A veces siento que todo esto solo se trató de recordar


que la tierra y el fuego me habitan, que no hace falta
correr hacia ningún lugar. Tal vez de ahora en más ni
siquiera sea necesario escapar, sino agudizar la mirada
de lo posible, para crear presente con lo que ya hay. He
construido un compost, armado un primer cantero para

461
sembrar, cosechado calabazas, salvia y cola de caballo.
He colocado plantas de interior en el ashram en el que
se convirtió mi habitación. Me he comunicado con el
sol y alimentado de él. En un momento de muchísima
frustración transmuté energía cavando el pozo que al-
bergaría a nuestro fuego sagrado, un espacio que nunca
existió en esta casa y que tuve el honor de inaugurar.
Encenderlo y volver a cantar alrededor de él fue lo más
gratificante de los últimos tiempos, la sensación de ha-
ber llegado a casa, de haber aterrizado. Casa planeta
azul, la casa donde mi niña se crió, la casa cuerpo físico,
la casa sagrado corazón, la casa comunidad arcoíris que
me une a miles de personas repartidas por todas las lati-
tudes, que encienden un fuego y al observarlo y respirar,
saben que todo estará bien. Como yo he encendido este
diario, uniéndome también a todas las que escribimos
como un rezo en acción, con el objetivo de sobrevivir.

462
Kriscia Landos

nació en San Salvador, El Salvador, en 1990,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

463
3 días antes de la cuarentena

¿Cómo carajos es ir vestida de etiqueta y a mi


manera?

Así doy el inicio de lo que al parecer formaría parte


de un hecho histórico que solamente había leído en li-
bros de Historia y visto en las películas. Ruido cálido,
quizás son las palabras con las que podría describir este
día.

Había mucho tráfico, el sonido de los autos acele-


rando, el autobús recogiendo a los pasajeros, un coche
rojo pitaba fuertemente al que se encontraba delante,
ya que se detuvo por unos segundos para dejar pasar a
las chicas colegialas que hablaban fuertemente y reían
entre ellas; la señora de la venta de fruta de la esquina
le decía a un señor con apariencia de obrero «¿qué va
a llevar, amor?»; la botarga anunciaba las ofertas de ese
día de la ropa de segunda mano haciendo la invitación
a pasar a la tienda. Y yo me encontraba ahí, sin soportar
el dolor de mi espalda, mientras una gota de sudor se

464
derramaba en mi frente por el calor de la tarde, mien-
tras conducía mi motocicleta acompañada de Fabio.

Me detuve a parquear en la tienda de ropa de segun-


da mano. Fabio tenía que irse en 6 horas al aeropuerto
rumbo a España por un mes, y necesitaba comprar unos
abrigos, ya que el clima se encontraba a 9 °C; y yo días
atrás había recibido una invitación a un evento que era
una entrega de premios para los músicos destacados de
mi país; era matar dos pájaros de un solo tiro, mientras
él buscaba sus abrigos, yo buscaría mi vestido. Sin em-
bargo, me creaba conflicto la idea de tener un código de
vestimenta, puesto que, mi estilo rockero (como lo lla-
ma mi madre) siempre viene acompañado de vaqueros,
botas y camisetas.

Al entrar no podía dejar de pensar en que el tiempo


se evaporaba como una gota de agua al caer en el piso
de concreto en un día de verano. Teníamos que hacer
nuestras diligencias lo más pronto posible, así que re-
corrimos los pasillos de la tienda hasta llegar directa-
mente al área de ofertas, donde una de las chicas que
se encontraba acomodando la ropa en los estantes nos
preguntaba si buscábamos algo en especial. Le contesté
que no se preocupara (mi amigo y yo sabemos dón-
de encontrar lo que necesitamos) mientras observaba

465
un maniquí esbelto recordándome esos años gloriosos,
cuando tenía ese cuerpo.

Fabio se dirigió hacia el estante que se encontraba


al final del pasillo y yo me quedé en el lugar donde una
chica estaba colgando la ropa que los clientes habían
dejado en los vestideros. En ese momento, vi un vestido
blanco con negro del que me enamoré a primera vis-
ta. Mientras las inseguridades sobre mi cuerpo hacían
ruido en mi cabeza, se acerca Mariano y me dice «qué
genial está ese vestido, va muy bien con vos». Había-
mos almorzado los tres en una pizzería dos horas antes,
había llegado a despedirse de Fabio. Le digo que iba a
llevar ese vestido mientras él me responde que debería
ver otro más.

Vagando entre los pasillos, buscando entre vestido


tras vestido, pensando que ninguno me quedará bien
o cómo podré combinarlo —me veré subida de peso,
haré el ridículo en la gala— perdí la noción del tiempo.
Cuando escucho mi nombre al fondo, me bajo de esa
nube tormentosa donde volaba esquivando cada trueno,
vuelvo a ver y era Fabio haciendo un gesto de despedida
con su mano, y con la otra sostenía la bolsa donde se
encontraban los abrigos. Entendí que ya era hora de
que él partiera hacia el aeropuerto. Me encontraba con-

466
gelada, tenía cinco vestidos sobre mi brazo izquierdo,
hice el mismo gesto de despedida de mi mano derecha,
él me vio fijamente por unos segundos y dio la vuel-
ta con Mariano dirigiéndose hacia la puerta principal.
Poco a poco veo cómo se alejan, la ropa de mi brazo
cae al piso, mi rostro está circunspecto, sin embargo, mi
alma llora por dentro, ya que siento muy al fondo de
ella que nunca más lo volveré a ver.

Jueves 12 de marzo del 2020

Lamentamos informar a nuestros seguidores de


Aeon Veil que el evento ‘Crabcore Fest’ será suspendi-
do por las medidas que hay que tomar por la cuarente-
na, próximamente anunciaremos una nueva fecha.

Desperté con lo que pensé que era la alarma de mi


celular. La apagué inmediatamente, a los segundos vol-
vió a sonar, sin embargo, estaba un poco despierta de-
bido a que los rayos del sol se filtraban por mi ventana;
volvió a sonar una vez más lo que pensaba que era la
alarma, vi la pantalla de mi teléfono y era una llamada
de Kevin. Respondí apresuradamente la llamada y solo
escuché que me decía: «Kriscia, revisa el chat de la ban-
da», y colgó.

467
Eran las 9 de la mañana, estaba un poco somnolienta
cuando abrí el chat grupal y vi una imagen de un anun-
cio que el gobierno emitió informando de que todas
las actividades culturales, conciertos, visitas a museos,
y clases quedaban suspendidas por 21 días por la ame-
naza del COVID-19. Desperté completamente. Esta
semana nos habíamos estado preparando arduamente
para el concierto del sábado, estábamos emocionados,
ya que era un evento donde nosotros íbamos a ser los
estelares y tendríamos bandas de apertura.

Sin embargo, en lo que los mensajes de mis compa-


ñeros —quienes discutían las medidas a tomar— caían
al grupo como un grifo que gotea por la madrugada, no
dejaba de pensar en que dos días antes habían suspen-
dido las clases, y pensaba que era un poco exagerado,
mas hoy en día me sentía en lo culminante de mi ca-
rrera, debido a que se me otorgó como servicio social
de graduación, ser docente de filosofía general para el
primer año de la Facultad de Medicina.

Después de pasar por 30 minutos en el chat, mi


mente vagaba en otros asuntos como lo que haría de
desayuno, cómo preparar una clase virtual —ya que no
tengo nada de experiencia— tan solo unos pocos días
desde que inició el semestre, cómo serán las clases que

468
está tomando Fabio en España, si avanzar con mi in-
vestigación.

Volví a concentrarme en los mensajes y Kevin res-


pondió que publicara en las redes que tenemos que
suspender todos nuestros conciertos. Hice la publica-
ción en todas las redes, vi que otros grupos y artistas
compartían el mismo anuncio. Al cabo de una hora y
media tomaba el desayuno en el sofá, el televisor estaba
encendido en el canal de noticias de la mañana, abrí mi
Facebook desde el teléfono y revisé las fotos de la gala
de premios (que se habían publicado en un periódico).
Entonces vi la publicación de un amigo artesano que
anunciaba la injusticia de esta restricción, ya que nos
limita generar ingresos y no tenemos otra forma de ha-
cerlo. Por lo que muchos compañeros artistas respon-
dían su publicación con inconformidad y preocupación.

Durante la tarde ya había olvidado la frustración que


sentía, ya que este año lo había declarado como «mi
año» porque me graduaba de mi carrera, ejercía como
docente y nos íbamos de gira por Centroamérica con la
banda. Concluí que todos mis planes se echaron abajo
cuando recibí otro mensaje del promotor de eventos de
Honduras informándome la suspensión del concierto
de junio. No soy de las personas que lloran por frustra-

469
ción, es más fácil que una comedia romántica me haga
derramar una lágrima, pero en ese instante me sentí es-
tancada y tragué grueso. Luego de unos minutos me
acordé de que han pasado 15 días sin ver mi menstrua-
ción.

Jueves 19 de marzo del 2020

Hicimos dos pruebas de casos sospechosos. Una sa-


lió negativa y la otra, positiva. Oficialmente, tenemos el
primer caso de COVID-19 en El Salvador.

Esta noticia hacía mucho ruido en mi cabeza a tem-


pranas horas de la mañana, ya que no pude dormir por
la noche. El día de ayer en la cadena nacional, el presi-
dente Nayib Bukele anunciaba las medidas que se iban
a tomar para los próximos 30 días de cuarentena a nivel
nacional, y aclaraba que la persona que dio positivo a
la enfermedad había entrado por un punto ciego, pro-
veniente de Guatemala, encontrándose actualmente en
Metapán, Santa Ana.

Preparé mi café negro y amargo como la sensación


que tenía en esos momentos, abrí mis redes sociales, y
tal como lo imaginaba, los memes, insultos y preocupa-
ciones de mis contactos invadieron mi sección de noti-

470
cias. Lo que más me aturdía era leer las expresiones de
odio hacia la persona infectada, pensaba que era bueno
que en cadena nacional no brindaran la información del
paciente, ya que me imaginaba a todos con antorchas,
palas, escopetas en multitud yendo hacia Santa Ana.
Sin embargo, caí en un pozo sin fondo, ya que sentía
que el pánico subía desde la punta de mis pies hasta mi
cabeza, y escribí: «Si usted conoce a personas que en-
traron a El Salvador por puntos ciegos, denúncienlos».
Y al cabo de diez minutos ya tenía 50 compartidos.

Durante la tarde, me arrepentí haber publicado eso.


Realmente las personas en momentos de pánico actúan
como cualquier animal en defensa ante el peligro. Soy
muy consciente de los derechos de las personas, y pensé
cómo el odio de la población está activo. No me extra-
ñaría que alguien por venganza, denunciara a su ene-
migo por el solo hecho de hacerle el mal. No deseaba
participar en todo eso, pero también era consciente de
que aún estaba cayendo en ese pozo sin fondo llamado
pánico colectivo. Pese a lo anterior, no me preocupaba
tanto la enfermedad, sino más bien que llevaba 22 días
sin ver mi menstruación. Normalmente no sufro de re-
trasos de más de dos días, por lo que me sentía devas-
tada, ya que la cuarentena había estropeado mis planes

471
académicos, artísticos y laborales. Pensé que traer un
bebé al mundo estando en una pandemia era un error.

Comencé a vestirme, tenía que cambiar mis pensa-


mientos y me dirigí hacia el supermercado a comprar
lo que hacía falta en la casa. Mientras conducía, pensa-
ba que dejaría de manejar mi motocicleta por un buen
tiempo, si no para toda la vida; también en cómo haría
para subir seis pisos con una gran barriga cuando me
dirija a dar mis clases después de la cuarentena. No po-
dría ir a Costa Rica a final de año porque estaría a pun-
to de dar a luz, pero me confortaba estúpidamente la
idea patriarcal de que, al menos, mi hijo nacería dentro
del matrimonio.

Luego de hacer una larga fila de 30 personas y hacer


mis compras, decidí ir a la farmacia a por una prueba de
embarazo. Josué siempre me dice que es una pérdida de
dinero. Afirmaba que no estaba embarazada, y me dijo
antes de salir a hacer las compras que debíamos esperar.
Pero siempre pienso que la paz mental no tiene precio.
Inmediatamente llegué a casa, luego de desinfectarme,
decidí hacerla y el resultado resultó negativo.

Esa noche me emborraché mucho, veía una pelícu-


la de comedia romántica mientras me mensajeaba con

472
Fabio. Me decía que suspendieron sus clases, ya que en
España comenzó la cuarentena domiciliar, y también
platicaba con Paola, que me daba unas recomenda-
ciones de cómo manejar un aula virtual. Luego pasó
a contarme lo preocupada que estaba. Antes de dor-
mir, mientras lavaba mis dientes al compás de la música
para dormir que tenía al fondo de mi habitación, volvió
otra vez el pensamiento de que estaba embarazada y
de que las pruebas caseras son falibles, cayendo nueva-
mente en la ansiedad.

Sábado 28 de marzo del 2020

Hice un comentario en la publicación de uno de mis


contactos que pensé que iba a pasar desapercibido y se
ha hecho viral. Comenté que había salido beneficiada
con el bono de $300 y que lo iba a donar a una familia
que lo necesitara (cosa que haré, y ya seleccioné a la fa-
milia). Pero a todo esto, una página de noticias subió mi
foto y puso lo que había comentado. Estaba leyendo los
comentarios de la publicación y pues, como buen sal-
vadoreño he leído muchos insultos, críticas entre cosas
buenas y muy malas…

Tengo muchos problemas para dormir, no es que

473
sea insomnio, más bien me despierto muchas veces por
la madrugada hasta que desisto de seguir durmiendo.
Ayer hubo cadena nacional, pero no caí en pánico co-
lectivo como estos días anteriores. Sin embargo, me da
mucha risa pensar que hoy en día, las personas en vez
de esperar que sus películas anheladas sean publicadas
en el cine, esperan las cadenas nacionales.

El presidente ayer anunció que a toda la población


afectada por la cuarentena domiciliar que no reciba in-
gresos, iba a poder recibir un bono de $300 por un mes
para poder comprar alimento. Sentí paz en esas pala-
bras, ya que tenía la confianza de que eso ayudaría a
mi familia, que tuvo que cerrar sus negocios por la cua-
rentena. Al escuchar esas palabras, me dije a mí misma
antes de dormir que donaría ese bono a mi familia y a
quien lo necesitase. Lo exclamé al universo como una
promesa en caso de que no estuviera embarazada y se
me diera la oportunidad de tener un bebé no en estos
tiempos, sino a futuro, ya que aún mantenía mi retraso.

Por la mañana, luego del desayuno, decidí entrar al


enlace que brindaron el día de ayer, aunque sonaban
en mi mente las palabras del presidente que decía que
en el instante que anunció dónde consultar el bono, la
página había colapsado debido a que toda la población

474
salvadoreña había entrado al mismo tiempo. Encendí
mi computadora y decidí consultar cruzando los dedos
para que la pagina estuviese disponible. Pasaron cinco
minutos cuando mi madre me envió un mensaje in-
formándome que ella no había salido beneficiada. La
ansiedad estaba acelerándose en mí; decidí consultar el
documento de mi mamá y en efecto, el resultado fue
negativo. Procedí a consultar el mío, y en hora buena,
tenía la confirmación de que era elegible para recibir el
bono en mi cuenta. Decidí llamar a Josué; él, enterado
de la promesa que había hecho al universo, me dijo que
le anuncie a mi padre que le donaré parte del dinero,
pero a los segundos, sonó el teléfono y era una llamada
de mi madrastra.

Ella me informó de que nadie en su familia (junto a


mi padre) habían sido beneficiados. Les mencioné que
no se preocuparan, que un porcentaje del bono que re-
cibí iba a ser de ellos. Luego de colgar el teléfono, tuve
un cólico inmediatamente. Me dirigí al baño y pues mi
menstruación apareció como por arte de magia después
de un retraso de 30 días. Después de tomar un baño ca-
liente y ponerme mi pijama, tomé mi desayuno mien-
tras revisaba mis redes sociales. Vi una publicación de
un colega que debatía acerca de que hay familias que

475
no necesitan el bono y salieron beneficiadas dos o tres
personas dentro del núcleo. En ese momento hice algo
de lo que realmente me arrepentí mucho por la tarde;
decidí comentar que iba a donar el bono a una familia
que lo necesitase, ya que conservaba mi trabajo.

Mi ingenuidad a veces me sorprende (o tal vez la


odie), pero al cabo de 10 minutos, ese comentario de
no más de veinte palabras se había hecho viral en todos
los periódicos digitales del país. Al principio me sentía
halagada, bastante animada, y pensé románticamente
que quizás lo que escribí siendo la noticia del día, iba
a inspirar a otras personas a hacer lo mismo, o tal vez
a realizar algún donativo a quien lo necesite. Sin em-
bargo, dejé pasar las horas en mis actividades virtuales
como las clases que recibo junto a las que doy. Hasta la
entrada de la noche, cuando la luna comenzaba a aga-
rrar propiedad de los cielos, decidí ver los comentarios
de mi pueblo salvadoreño.

Ella lo hace por fama

Queremos que suba una foto para ver si es cierto

Bicha pendeja que solo quiere llamar la atención

Que venga a mi pueblo a regalar dinero

476
No creo que haga eso, su pelo azul ha de costar $300

Qué buena enseñanza le dieron los padres a esa jo-


ven

Esa muchacha solo buscar fama quiere

Está buena para coger

Estúpida…

Qué buen corazón de esa joven

Puta…

La violo por $300

Ridícula

Yo la conozco, ella siempre ayuda

Mira, hija de puta ya nos quedó claro que regalarás


el dinero

Soy de escasos recursos y lo necesito.

Lunes 30 de marzo del 2020

Esto de las publicaciones virales parece el juego del


teléfono descompuesto.

477
La era digital ha revolucionado la comunicación.
Quién iba a pensar que cuando se inventó, el teléfono
llegaría a ser parte de una de una de las mayores depen-
dencia y adicciones del ser humano un siglo después.
Hoy en día no podemos abrir los ojos completamente
sin ver el teléfono, o no podemos dormir si el teléfono
no está a la par. Pero más que un teléfono, es el Internet
o el deseo de estar comunicados lo que crea esa de-
pendencia emocional y psicológica que le tenemos a un
aparato que nos brinda ese placebo diario del ego.

Otro día más sin dormir. Quisiera poder tener ese


privilegio de sentir que mis días se inician al cerrar los
ojos y abrirlos por la mañana. Aún sigo atrapada en
las crueles palabras que personas desconocidas dijeron
de mí. «No me conocen» es lo que en estos días me
he dicho desde que la publicación se hizo viral. Nunca
me había sentido tan indefensa y vulnerable ante los
disparos que me hacía mi «amado pueblo salvadoreño».
No es ironía ni sarcasmo, siempre me he referido a mis
compatriotas de esa manera.

«¡Qué vergüenza me da ser salvadoreña!», ese era otro


pensamiento que estaba bombardeando mi cabeza. Mi
ingenuidad me hacía pensar que quizás esta pandemia
hiciera un cambio en la sociedad, pero al parecer estaba

478
equivocada. Esta pandemia me hace concluir que
ha sacado lo peor de cada ser humano. Nos hemos
dividido, nos hemos discriminado unos a los otros. El
clasismo está a la luz del día: mientras unos se quejan
en sus redes sociales de la gente que ha salido a reclamar
su bono o a trabajar informalmente, encontrándose en
la comodidad de su casa de dos niveles en un barrio
privilegiado, otros están en ese dilema de si morir de
coronavirus o morir de hambre.

La mañana está fresca, siento que me enfermaré,


tengo fiebre y dolor de estómago; no me levanto de la
cama y reviso mi celular. Lo primero que veo es una
publicación que hace alguien que quizá hace muchos
años consideré mi amigo, pero perdimos la comunica-
ción. La hizo de forma burlesca y misógina acerca de
lo que había comentado de la donación de mi bono.
Muchas personas —algunas forman parte de la escena
artística— habían reaccionado con «me divierte» a su
publicación. En algún momento de mi vida pensé que
esas personas eran quizás no mis amigos, pero tal vez
mis aliados o colegas. Vi que en los comentarios hacían
memes tratándome de estúpida. Personas que quizás no
pensaron que tenía como contacto a mi agresor, y que
nunca vería esos comentarios. ¡Cobardes!

479
Nunca en mi vida me he sentido tan intimidada por
la publicación misógina de alguien o por las reacciones,
pero esta vez sí me hizo sentir de muy bajos ánimos.
He conocido a Samuel como una persona que se ha
destacado por hacer bullying a otros colegas músicos.
Odio el bullying, pero a pesar de haber visto sus publi-
caciones nunca reaccioné o comenté algo en contra de
lo que estaba haciendo. Un mes antes de la cuarentena
hizo un comentario que pensaba que era broma —pero
era un insulto como una bala disparada de un arma con
silenciador— acerca de mi universidad: que es pública,
por lo tanto «es para drogadictos». Que soy una «femi-
nazi», que tener un título universitario y no entender
un comentario es de tontos, o que soy rock star porque
medios de comunicación locales publicaron un par de
reseñas de mi banda unos días atrás. Tuve que haber
atendido la alerta desde ese entonces de que él se vol-
vería un potencial agresor.

Cuando me siento con un nudo en la garganta, no


hablo. Quizá por eso tengo fiebre. Mi cuerpo manifiesta
lo que no puedo decir. Llamé al médico y me informó
de que posiblemente tengo alguna infección estomacal.
La tarde se fue como una estrella fugaz, no pude sentir
sus horas por todos esos pensamientos. Sobre todo, me

480
lamentaba por el hecho de haber comentado la publi-
cación de mi contacto, pues allí comenzó todo. A los
minutos vi mis redes sociales y aparecían más etiquetas
que me hacían mis estudiantes por la noticia viral.

Al momento me encontraba muy molesta porque


una revista digital de baja categoría tomó una de mis
fotografías favoritas de mis redes sociales sin mi autori-
zación. Era una fotografía de hace un año en mi último
viaje. Lo que más llamaba la atención era mi cabello
largo, lacio, azul y mis labios rojos. Sabía con seguridad
que buscaron entre mis fotos especialmente esa, ya que
pretendían hacer una noticia que saltara a la vista del
lector y así poder tener más seguidores. Me sentí como
un cuerpo para consumo.

Dos horas más tarde me encontraba reflexionando


si devolver el mismo disparo a mis agresores, pero de
otra manera. Sin embargo, mi otra mitad me decía que
no soy igual a ellos. Jamás dejo en público indirectas
o comento situaciones personales, eso es muy infantil.
Las cosas se hablan frente a frente, pero no me atrevo,
porque no quiero demostrar debilidad, sería la burla de
toda la escena artística del rock en mi país. Sin embar-
go, necesito ser fuerte. Las situaciones como esta, en las
que uno no tiene el control sobre ellas, a veces el mejor

481
remedio es mi amigo tiempo, y todo esto le pertenece
únicamente a él. ¡Ya quiero que me olviden!

Lloré por un instante mientras me decía a mí misma


que esto no merece mi atención, pero tampoco quería
ceder a bloquear al contacto, ya que se me ocurrió la
idea de acumular la información e investigar según las
leyes de mi país, cómo poder denunciar este caso. Sin
embargo. era un hecho viral, no dependía de una sola
persona. Él era uno de tantos, así que decidí dejarlo y
acumular ese tipo de evidencias acerca de las agresiones
y expresiones de misoginia hacia mí.

Decidí tomar una siesta, ya que me sentía agotada


por fiebre, tomé mi medicamento. Recordé un juego
que hacíamos en clase cuando iba a primaria. Formá-
bamos un círculo entre los alumnos, la maestra se acer-
caba a uno de nosotros y le susurraba algo al oído, lue-
go el niño hacía lo mismo con el compañero de la par,
y así sucesivamente hasta que llegaba al último niño.
La maestra le preguntaba qué decía el mensaje, el niño
procedía a decirlo, y todos nos quedábamos sorprendi-
dos, porque eso no era lo que nos había dicho el com-
pañero de la par.

482
La maestra le pedía al primer niño que dijera el
mensaje, y todos escuchábamos que tenía mayor senti-
do. Luego nos explicaba que así funcionan los rumores,
chismes, chambres, o las cosas que decimos en la vida
real. «Teléfono descompuesto» era el nombre del juego.
Decidí hacer una publicación en Facebook y me hundí
en un sueño profundo que quizás me cobraría todas
las noches en vela que no he podido hacer en mucho
tiempo.

Miércoles 8 de abril del 2020

...sabes, a veces me pongo a pensar qué pasaría si mis


amigos «trues» se dieran cuenta de que tengo amigos
gays, lesbianas y hasta trans; ya no me dejarían entrar a
los toques.

Sobreviví a mi primera semana después de haber sido


la burla de muchas personas y recibir cyber bullying por
parte de mis conocidos. Las ironías que se presentan en
la vida me hacen pensar que estamos tan acostumbra-
dos a echarnos tierra el uno al otro, que cuando alguien
hace un acto diferente, la sociedad se escandaliza. Esta
desea que sigas el mismo patrón de hacer pedazos al
otro, tienes que ser igual a ellos para ser aceptado.

483
Desperté de buenos ánimos esta mañana. Pintaba de
un tono rosa en el cielo, preparé mi café, comencé a
ver mis redes sociales para actualizarme con el número
de casos de COVID-19. Me sentí fresca, pero a la vez
siempre me quedó la espinita del caos que viví la sema-
na anterior. Soy una persona que afirma que ha vencido
la ansiedad y no necesito medicarme, ya que mi medi-
cina es escribir. Sin embargo, leer mis líneas me hace
entender que no estoy curada del todo, que es el diario
de una ansiosa.

Ya tenemos un primer fallecido en el país. He pensa-


do que de esta pandemia no me asusta la enfermedad,
más bien me asusta la gente. Unos días atrás las perso-
nas que no recibieron su bono de $300 fueron al centro
de subsidios a reclamar, haciendo una fila de más de mil
personas. Más de uno saldrá contagiado. Las publica-
ciones de odio de la gente me asustan, me hace sentir
que, si por descuido contraigo la enfermedad, la gente
querrá echarme de mi barrio, así como veo que gente de
otros países está haciendo en estos momentos.

Me encontraba almorzando una ensalada que con-


sidero que me quedó exquisita, cuando vi en mis redes
sociales una publicación de cambio de foto de perfil
de una conocida. Recordé que ella ha sido víctima de

484
ataques en las redes sociales en muchas ocasiones, ya
que es una chica a quien le gusta tomarse fotografías
mostrando sus curvas en ropa interior. Pensé que an-
tes me habría reído de ella. Me sentí muy mal, ya que
inconscientemente nunca hice nada para que pararan
los ataques de «eres una puta» que iban dirigidos hacia
ella. Concluí que tan solo ignorar una agresión que va
dirigida a otras personas nos hace parte del problema.
Quizá nunca me dirija a ella con una disculpa, ya que
no entra al caso porque nunca reacciono a sus fotos,
pero esta vez decidí dejarle un «me encanta» y un co-
mentario con «te ves guapa y segura».

Después de dejar el comentario, vi un meme que pu-


blicó José donde aparecía un hombre que me recordaba
a Samuel. Hice el comentario de que el sujeto se parecía
a mi acosador (escribí en voz alta, borré la publicación).
A los cinco minutos me escribió José a mi inbox pre-
guntándome quién es la persona que me acosa, o qué
tipo de acoso me hacía, ya que se sentía curioso de mi
opinión. Él quiere saber si en algún momento ha acosa-
do a alguien. Le contesté que es un sujeto que se fija en
cada detalle, paso, movimiento que hago en mis redes
sociales para atacarme y hacer memes de mi persona. A
lo que José afirmó preguntando: ¿Es Samuel?

485
«He visto las publicaciones que hace y sí te está
atacando» fue su siguiente mensaje después de afirmar
el nombre de mi agresor. Luego cambió la plática a un
debate de las personas que desobedecen la cuarentena
y sobre qué cambio podemos esperar como individuos
ante este evento histórico. Luego de un par de
intervenciones le solicité a José un favor, que consistía
en que tomara captura de pantalla de las agresiones que
Samuel hacía, y que iban dirigidas a mí. Al principio me
dio una respuesta que parecía una negación, intervine
diciendo que no se preocupara, que no le pediría
que fuera mi testigo en el momento en que ponga la
denuncia, solo necesitaba las capturas.

No quise insistir más, ya que José cambió nueva-


mente de tema, afirmando que el tipo de personas en
el gremio artístico como Samuel, son personas que no
toleran que otras personas tengan diferentes gustos. Por
ejemplo, a ellos les gusta el black metal y a nosotros
el death metal. Ambos son rock metal, pero ellos son
tan cerrados que no permiten que existan otros géneros
más que el de ellos, por eso les llamamos «true». Luego
continuó escribiendo que él tiene muchos amigos true,
y que no lo aceptarían si ellos supieran que es una per-
sona «abierta a todos los géneros».

486
Puse mis ojos en blanco, traté de despedirme agrade-
ciéndole por haberme leído. Sin embargo, concluí que
los hombres siempre son aliados entre ellos. Será muy
difícil que uno de ellos defienda a una mujer cisgénero,
trans, o lesbiana. Por nuestra misma condición, real-
mente ellos prefieren estar en buenas paces con los que
nos violentan, y no ayudar a defendernos. No lo critico,
es nuestra sociedad que ha condicionado a los hombres
de esa manera. Y en el caso de Glenda, de quien escribí
unos párrafos arriba, nadie la defendió a ella, ni siquiera
yo como mujer pude hacerlo.

En ese momento decidí dejar atrás este capítulo de


paranoia, histeria, y vergüenza de lo que me estaban
acusando esas personas, que realmente están mal con-
sigo mismas. No quiero ser igual que ellos, por lo que
me limitaré a seguir su juego. Mi fortaleza está en la
resiliencia, y esta experiencia me ayudó a tener más em-
patía entre las personas que han sido víctimas de este
tipo de ataques.

Martes 14 de abril del 2020

No es grave, solo me sobrecogió la sensación. Lo di-


fícil es esto de bajar de una nube sin paracaídas, sin

487
que nadie me empuje y sin que la nube desaparezca. Te
mando abrazos.

Han pasado, según mis cálculos, 36 días en cuaren-


tena, en los cuales he vivido tantas historias, que no me
han alcanzado las páginas para escribir cada detalle.
Han pasado varios días y no me he comunicado con
Fabio, no he querido escribirle, él aún sigue en España
y no puede regresar al país, ya que están cerradas las
fronteras. Soy una persona que quizá cometo un error,
o quizá hago lo correcto cuando una persona está triste:
evito preguntar lo que se ve a simple vista. Es como
tratar de abrir una cicatriz que está luchando por ce-
rrarse completamente. Él es muy popular y me imagino
que muchas personas le han preguntado si se encuentra
bien, cómo hará para regresar, o si extraña «aquí». Hay
gente que se ha encargado de eso, y no quiero insistir
en lo mismo.

Desperté con una agenda para este día, tenía progra-


mada cada actividad a realizar, como hacer ejercicio, leer
los textos que se me han acumulado, preparar la clase
para mis estudiantes, cocinar algo delicioso, y escribir.
Cumplí cada tarea, por lo que me siento satisfecha.

488
Reviso mi teléfono por la tarde y veo un mensaje del
grupo de mis amigos de la universidad, todo es risas,
hasta que Mariano escribe que nos extraña a todos, y
que el último recuerdo que tuvo era el día que partía
Fabio al aeropuerto donde almorzábamos juntos en la
pizzería, antes de ir a la tienda de segunda mano en ese
día tan caluroso. Recordaba la sensación de la despedi-
da en ese lugar nada nostálgico, donde sintió que era
una despedida para siempre.

Hasta el momento no hay una resolución con los


compatriotas que se han quedado varados afuera del
país. Eso me llena un poco de tristeza, por lo que deci-
dí escribirle, pero las únicas palabras que pude escribir
fueron: «cuando pase todo esto, y podamos salir, te in-
vito a comer». Inmediatamente contestó y estuvimos
platicando por un largo tiempo, tratando de ponernos
al día en las actividades cuarentenales, hasta que las pa-
labras con las que se despidió me dieron a entender que
estaba en un momento intenso, aunque disimulara que
todo estaba bien.

Me recarga de energía saber que he hecho una pro-


mesa, por lo que me gusta tener la esperanza de que
llegará el momento en que la cumpla. Extraño a mis
amigos de la universidad y mis actividades del día a día.

489
Al principio consideraba que este año se había echado a
perder por esta pandemia, me encontraba decepcionada
de la sociedad y su inmundicia. Esperaba que hubiera
algo que nos hiciera cambiar de conciencia.

He comprendido que no puedo cambiar el mundo,


pero sí puedo cambiar el mío y mi entorno. No seré la
misma persona cuando finalice esto, aunque también
la incertidumbre de lo desconocido me hará pensar si
realmente seré una persona de bien o llegará el momen-
to en que el pánico se apodere de mí. Hasta el momen-
to me he encontrado positiva, he soltado cargas que me
tenían atrapada en un callejón sin salida, he aprendido
la empatía, la solidaridad, el amor a mi familia, amigos
y prójimos. Este aprendizaje es algo únicamente mío y
que nadie podrá quitarme, por lo que el siguiente paso
en esta cuarentena será amar y resistir.

490
Lana Neble

nació en Lanzarote, España, en 1995,


y pasó su confinamiento en Madrid, España

491
El tiempo es algo líquido.

No sé de qué hablo cuando hablo del tiempo. Ahora


es un concepto que se escapa de mis manos, que trans-
curre de manera difusa y pierdo de vista sus límites.
Antes el tiempo me anunciaba momentos, me ayuda-
ba a encapsularlos y darles un sentido. Ahora todo es
tiempo llano. Tiempo que transcurre invisible, que ya
no se toca ni se tiene en cuenta. Todo se vuelve una
sucesión de actos repetitivos: comer, dormir, llamar por
teléfono, oír las noticias de manera tamizada, intentar
hacer aquello que consiga calmar la pesadez del senti-
miento.

Este tiempo huraño es como un gato resbaladizo


que permanece escondido entre los huecos, observando,
sin manifestar su presencia. Cuando mi madre llama
me entra el miedo; un miedo que es nuevo, que antes
no existía y que ahora lo ocupa todo. Como polvo en
suspensión que permanece. Tengo miedo de escuchar

492
que ella también, que su cuerpo es otro que ahora está
en batalla intentando expulsar lo desconocido.

La última vez que abracé a mi madre me di cuenta


de que estaba más pequeña, su cabeza tocaba mi hom-
bro y fue ahí donde se hizo tangible el paso de los años.
Ahora era ella quien crecía de manera inversa, como si
estuviese preparándose para desaparecer, como si fuese
el preludio de la marcha. Me fijé en su cabello, donde
ahora su moreno se enredaba con el blanco; llevé mis
ojos a los suyos, donde ahora lucían amarillos y arruga-
dos. Miré su cuerpo: tan chico, tan frágil, tan cerca de
decirme adiós.

Y yo no quiero decirte adiós, mamá.

Este miedo me estrangula y me sube por el estó-


mago como si fuesen pulgas mordiendo mi carne. El
tiempo se ha parado para lo cotidiano pero no da tregua
a nuestros cuerpos. Y pienso en el de mi madre y en sus
pliegues, sus arrugas y sus manchas. Pienso en cómo
una vez un cuerpo joven como el mío me sostenía y se
alzaba con fuerza y me arrullaba de lo malo. A veces
pienso que crecer es aceptar la vulnerabilidad de los que
quieres. Saber que ellos también enferman, caen y pa-
decen, aunque eso dé mucho miedo.

493
Lo único que ahora tengo cercano es su voz al otro
lado del teléfono. Muchas veces me pregunto cómo
puedo retenerla un poco más, cómo puedo luchar con-
tra la naturaleza para hacer que se quede conmigo y me
siga transmitiendo que, bajo su cobijo, todo puede ir
menos mal de lo que creemos. Su voz es como un pozo
de agua donde yo me lavo la cara, donde me limpio y
bebo y tomo de la vida. Como cuando era pequeña y
me colgaba de su pecho mientras ella cosía. Las manos
de madre son extensiones que se crean desde el corazón
y que buscan que el verbo hacer sea para nosotros: ha-
cen el caldo, hacen patucos, hacen la limpieza, hacen el
cariño desde la parte más sincera de uno mismo.

El paso del tiempo existe en las manos de mi madre.


Llevo muchos años viviendo alejada de ella. Al prin-
cipio lo que entendía como una liberación ha acabado
por ser una pena extraña que me hace pensar cuánto me
estaré perdiendo, si lo estoy valorando lo suficiente, si
cuando todo esto termine podré volver a su lado.

Volver a su lado: regresar al origen que un día será fin.

Al mediodía apoyo los brazos en la barandilla del


balcón y tomo aire, como si ese pequeño acto me re-
cordase que aún existen cosas más allá de mi cuarto, el

494
baño y la cocina. Han venido los mirlos, las urracas y
los gorriones, porque ya no estamos nosotros para ocu-
parlo todo. Ahora dejamos espacio y los demás seres se
encargan de ocuparlo. Me calma el sol cuando salpica
mi cara, cuando me calienta las mejillas y tengo que en-
trecerrar los ojos para recibirlo sin daño. El sol se coloca
cada día y me anuncia que ya queda menos, aunque no
sepa exactamente para qué. Aún de noche se escuchan
algunos piares y me gusta pensar que es la manera que
tiene el mundo de recordarnos que todo sigue abriendo
camino, aunque para nosotros el tiempo se haya vuelto
algo falsamente estático.

Pensar en la voz de mi madre me hace pensar en mi


abuela. En cómo los años han borrado su voz de mi
mente y ya solo me quedan fotografías y una sábana
guardada en una caja que aún, aunque muy poco, huele
a ella. Me hace temer el olvido, en cómo algo que estaba
presente cada día, acaba difuminándose en tu mente.

***

A veces no puedo evitar pensar que esta pandemia


es culpa mía. Por no pasar las suficientes veces por de-
bajo del marco. Por entrar en la habitación con el pie

495
incorrecto. Por no abrir y cerrar la puerta hasta que la
imagen de una catástrofe mundial desapareciese de
mi cabeza. Ahora intento luchar contra la muerte de
mi madre encendiendo y apagando la luz cinco veces,
levantándome y sentándome de la silla ocho. Intento
convivir con el Trastorno Obsesivo Compulsivo des-
de que era pequeña, pero es como un ente que crece
cuanto más miedo tienes. Cuando pienso le doy poder
y cuando realizo las compulsiones es como si lograse
parar sus intenciones. Es agotador vivir así. Vivir con
la sensación de que la vida cambiará de curso depende
de las veces que abras y cierres el grifo. Suena absurdo,
pero en mi mente todo ello es natural, acoplado a mi ser
desde que tenía uso de razón y tocaba todo con la mano
derecha para que no entrasen a robar a casa.

Ahora mismo escribo y tengo que repetir la palabra


«escribir» cuatro veces: escribir. Escribir. Escribir. Es-
cribir. Así consigo un día más que mi madre no se mue-
ra, aunque sepa que la relación entre ambas cosas no
exista y que por mucho que repita un día ella morirá y
yo lucharé con todas mis fuerzas por no olvidar su voz.

Llevo ocho días viviendo con la sensación de querer


gritarle a todos que lo siento: que siento no haber subi-
do y bajado las escaleras las veces suficientes para evitar

496
esto. Ese pensamiento me hace llorar y agarrar mi cabe-
za como si así impidiese que se fuese del todo. Porque
se está yendo y yo no puedo hacer otra cosa que tomar
la medicación y aprender a convivir con ello. Aprender
cosas para las que nunca nadie me había preparado. La
calva de mi coronilla delata mi ansiedad. Me arranco
un pelo por cada pensamiento intrusivo, como si estos,
al nacer en mi cabeza, fuesen la raíz de cada rama de mi
cuero. Como si cada uno de ellos permaneciesen den-
tro de cada folículo que miro en mis dedos una vez los
he apartado de mí. Todo eso me calma, me aporta una
paz extraña y momentánea que hace que mi coronilla
ahora esté expuesta y desnuda y sintiendo el aire y el sol
y el viento que se cuela por la ventana de la cocina. Me
avergüenza mi calva porque me avergüenza la obviedad
de la ansiedad que convive en mis entrañas. Como si la
calva fuese una señal inequívoca de que lo que ocurre
bajo ella no va bien, como la tierra después de un incen-
dio que alarma y grita que bajo ella la vida se revuelve y
necesita tiempo y espacio para volver a sanar. Eso es mi
calva ahora mismo: la autodestrucción.

***

497
Mi casa ahora es un lugar donde convergen todos
los lugares. Todo ocurre aquí y a la vez nada sucede.
Al comienzo, todos estallábamos en energía y recuerdo
querer hacer todo aquello que antes no podía. Como si
el confinamiento fuese un tiempo regalado, un tiempo
extra para poder hacer aquello que el cansancio de vivir
nos impedía. Todos retomamos algo. Yo retomé coser.
Daba puntadas y bordaba con colores que me hicie-
sen vibrar por dentro. Pero luego la sensación mutó y
producir se convirtió en una competición por hacer de
un tiempo raro y doloroso algo que nos resultase útil,
como si ese fuese el mensaje final que lanzase nuestra
sociedad todo el tiempo: haz lo útil. Incluso en tiem-
pos de confinamiento, donde la gente pierde a gente,
donde el sonido de las ambulancias se mezcla con el
de los piares, donde los vecinos se conocen por primera
vez entre ellos, donde reina lo incierto, donde estamos
solos, donde somos vulnerables, ahí, donde reposa todo
eso, nos piden la utilidad. Nos piden que sigamos de-
mostrando capacidades, que transformemos lo doloro-
so en oportunidades para vernos y que nos vean. Las
miradas ahora están en otro lado, en la calle desde las
ventanas, en los niños que demandan entretenimiento,
en el cansancio de las salas de espera, en el miedo de las
llamadas a medianoche.

498
Vi el tiempo regalado como un mundo paralelo en el
que volver a los veranos de mi infancia. Con las tardes
infinitas, con la quietud de las horas, el todo por hacer.
Ahora tenía tiempo que podía usar de la manera que
quisiera sin sentirme culpable. Porque el tiempo en la
ciudad es un regalo. Algo chiquito que a veces tenemos
y que nos da miedo no aprovechar bien. Ahora tenía
un campo de trigo lleno de tiempo. Tiempo para mí.
Tiempo de calidad.

Pero la productividad fue como espejismo al que me


até los primeros días. Conforme todo se iba alargando,
me di cuenta de que nada importaba demasiado, que el
tiempo seguía siendo el mismo y permanecí días de cu-
clillas mirando por el balcón, sin sentir que malgastase
nada, sin sentir que estaba desaprovechando el regalo
falso de la sociedad. Y los pájaros venían porque sabían
que tenía comida que les dejaba junto a las macetas. Y
me miraban como yo miraba a los pájaros de mi abuela
dentro de sus jaulas. Ahora sé lo que se siente cuando
uno muestra su libertad a quien está encerrado.

***

499
Cierro y abro el diario en el que escribo cinco veces
para que mi hermana no enferme. Saco punta al lápiz
hasta que mis dedos duelen y escribo. A veces mis pa-
labras salen como el chorro de una fuente que ha sido
caldeada por el sol del verano. Y todo fluye y yo mojo
mis manos con esa agua y siento que la sed que muchas
veces me pica la garganta se calma. A veces tengo tanto
que decir en voz baja que es como si el agua se transfor-
mase en océano y yo nadase en él. Y escribo sobre cómo
mi madre cada vez es más chica, sobre las palabras de
mi abuela, sobre el Trastorno Obsesivo Compulsivo
que guía las acciones de mi cotidianidad, sobre el en-
cierro y sobre los pájaros que pían y miran y murmuran
que cuánto tiempo les quedará de espacio. Todo son
olas que rompen contra mi cuerpo, que me sacuden y
mueven mis brazos y mis piernas. Zambullo la cabeza
y dejo que el líquido entre por mi nariz, por mi boca
y mis orejas. Dejo que todo me inunde y mitigue por
un momento el incendio que la ansiedad desata en mis
costillas.

Como Alfonsina Storni, ahora me encantaría dejarle


poemas raros a mi madre bajo la cama:

«no sé mucho sobre el mundo ni la gente que habita


en él,

500
solo sé que convivo entre la neblina de las demás
personas,

que mi lenguaje está en otra sintonía

y que probablemente sea complicado.

Yo a veces quiero sentirme parte de la melodía,

pero todo es extraño y aspiramos a lo mismo:

a la comprensión de lo que somos cuando nadie nos ve.

Porque ahí reside la parte más cristalina de nosotros,

la más traslúcida,

la que deja vernos en crudo, sin aderezos.

Yo en crudo soy la ansiedad.

Todo podría haber sido tan fácil.

Pero lo hice difícil»

Y mi madre me preguntaría cómo puede habitar


tanto dolor en un cuerpo tan menudo y con tan poca
vida como el mío. Y yo le diría: no lo sé, mamá, en mí
501
habita lo triste, pero también lo bello. Habitan los antó-
nimos, se hacen hueco y he acabado por transformarme
en la casa de los extremos. Dentro de mí florece el día y
este se abraza con la noche. Y mi interior es un mundo
poco comprensible, por eso leo tanto, porque encuentro
en las letras un lugar donde mi tristeza pueda reposar
en un lugar donde no sea mi cuerpo.

Pero a pesar de todo, la esperanza convive con el


miedo y el tiempo. Se hace hueco entre ellos, aunque
a veces solo sea un rayo de sol o una bocanada de aire
o una llamada de mamá o los aplausos de las ocho. Me
pregunto cómo saldremos de esto, cómo cambiaremos y
estaremos de nuevo en el mundo como si fuésemos to-
dos recién nacidos, algunos huérfanos, amputados o su-
pervivientes. Cómo funcionaremos a partir de entonces
de manera conjunta, cómo afectará a nuestra manera de
ser en compañía, con los otros, con los nuestros. Cómo
mutaremos en piezas de un puzzle nuevo, que nace de
lo desconocido y que nos obligará a alargar nuestras
partes y buscar la manera nueva de encajar. De volver a
los brazos de los otros como quien vuelve después de un
largo tiempo al hogar. Quizás ahí resida el aprendizaje
que tomo de todo esto: que las paredes son simplemen-
te paredes donde uno puede llegar a ser, pero también

502
dejar de serlo cuando se convierte en el único espacio
habitado. Quizás a partir de ahora el concepto de ho-
gar mute y nos volvamos más nómadas o simplemente
entendamos que dentro y fuera son dos conceptos que
van de la mano y que «fuera» no es algo ajeno, sino que
quizás el todo sea el hogar.

A pesar de mi calva, de tener que pasar varias veces


por el marco de la puerta para que mi madre no se mue-
ra, de los kilómetros que me separan de sus brazos, de
los mirlos que cantan de manera distinta ahora que no
estamos, del tiempo laxo y extraño que nos toca, a pe-
sar de la incertidumbre, de las noticias, de la lejanía de
nuestros cuerpos, a pesar de todo lo extraño que tene-
mos ahora mismo, el futuro nos mira y alarga su mano
para que toquemos la punta de sus dedos. Nos mira
con quietud y nos dice sin hablar que no tenemos la
obligación de ser felices. Ahora todos improvisamos y
fallamos y buscamos la manera de que esto, aún dolien-
do, sea lo suficientemente amable con todos nosotros.

Ahora mismo la mayor parte de las cosas me hace


sentir que quiero llorar y simplemente lo permito. Dejo
que mi cuerpo se deshaga de una carga demasiado pe-
sada y por mis ojos salen la frustración, la pena y el
miedo. Y dejo que mi cuerpo se vacíe un poco y riegue

503
el suelo, donde más tarde nacerán las flores que treparán
por mis pies y se instalarán en mis muslos para recodar-
me que todo seguirá hacia delante. Como ahora, que
busco la calma en la taza de café de las mañanas, en las
tareas cotidianas como la ducha o lavarme los dientes,
en los estiramientos de brazos cuando paso mucho rato
escribiendo, en las pequeñas conversaciones de balcón
a balcón.

Decidí abrazar mis contradicciones porque final-


mente comprendí que todos estamos hechos de ellas.
Deseo mucho a la vez que deseo poco. Me desvisto el
miedo y por un momento, antes de quedarme dormida,
sé que seré capaz de afrontar cualquier situación, aun-
que al día siguiente el despertar lo mate todo otra vez.
Sé que vivo en un mundo inquieto y agitado incluso
cuando una pandemia mundial nos obliga a quedarnos
quietos. Abrazo el privilegio de vivir en un piso don-
de entra la luz como un chorro, de compartir la cama
con la persona que me cuenta chistes malos que me
hacen reír igualmente, por poder tener dos brazos y dos
piernas y un cuerpo funcional que me permite comer,
respirar y escuchar la voz de mi madre al otro lado del
teléfono. Pero también detesto el poco ruido que hace
ahora la vida, que él se termine el paquete de galletas y
los kilómetros que me separan del abrazo de mi madre.

504
Alzo mis manos intentando tocar el cielo con la
punta de mis dedos, pero también siento cómo mis to-
billos están hundidos en la tierra y todo está colmado
de sentimentalismo. Todo se contradice y todo se abra-
za al mismo tiempo. De pequeña el mundo me parecía
un lugar tan extraño que inventé el mío para sentir que
todas mis ideas podían convivir en un lugar sin sentir-
se atacadas o incomprendidas. Creo que me he pasado
toda mi vida buscando exactamente eso: la compren-
sión de mis sentimientos; y es ahora, en plena huma-
nidad paralizada, donde sigo buscando lo mismo. Creo
que nunca dejaré de buscarlo igual que nunca dejaré
de pensar que mi Trastorno Obsesivo Compulsivo me
acompañará cada día de mi vida y que seguirá tomando
hueco entre las rendijas y seguiré abriendo y cerrando
la puerta para que mi madre no se muera. Pero tam-
bién seguiré pensando en la muerte y en el preludio
de su marcha y me adelantaré al dolor y lloraré antes
de tiempo, aunque acabe aceptando que también eso es
válido y me deje llorar y descargar mi interior de tanto
sentimiento paralelo y diferente.

Despierto cada mañana buscando el sol, aunque mi


habitación no tenga ventanas. Salgo al pequeño salón y
pongo mis pies en el balcón, con las costillas contra la

505
barandilla hasta que inclino mi cuerpo hacia abajo y mi
cabello salta y se queda colgando mientras mira hacia
el suelo. La sangre baja como un riachuelo y mis meji-
llas se colorean de rojo y palpitan al ritmo del corazón.
Cuántas veces he pensado en saltar cuando la ansiedad
pasa de las costillas a todo el cuerpo y ahoga y mata.
Ahora me alivia el paso en falso, el sentir la posibili-
dad pero no cometerla. La barandilla de metal aprieta
mi abdomen y mis nudillos están blancos de apretarla
con fuerza. Oigo de nuevo a los jilgueros que también
han venido y eso me hace sonreír y levantar la cabeza y
marearme levemente hasta que retrocedo y dejo que el
sol caliente mis palmas. Y ahí es donde sonrío y vuelve
el sentimiento perenne de vivir en constante contradic-
ción.

Mamá, una vez estuve tocando tu pelo mientras be-


bía de tu leche. Yo no lo recuerdo, pero a veces me lo
cuentas y eso me hace sentir en paz con mi mente y mi
cuerpo. Sé que tú incubaste mi formación como ser para
luego expulsarme al mundo e incorporarme a su movi-
miento imparable. Ahora miro las palomas que están
en su época de apareamiento y oigo los piares de los
mirlos, ahora diferentes, más alegres, sin la interrupción
del tráfico, y pienso en ti y en el tiempo y en la muerte

506
y en la vida. Pienso en lo que marchita pero también
en lo que florece. Y todo ello me hace pensar, cada día
que abro los ojos, por mucho que las horas vuelvan a
presentarse idénticas y las noticias griten y el miedo
paralice, pienso, que cada día nuevo es un día que queda
menos para poder volver a tu lado y, esta vez sí, valorar,
con el corazón, en crudo, la cercanía que nos quede.

Mamá, tú, que enraizaste mi crecimiento,

que viviste a mi lado mi torpeza ante el mundo,

que te asustas cuando hablo del dolor,

que estás aún sin atreverme a llamarte.

Mamá, tú, que fuiste vientre-caparazón

no mires mi miedo,

no te asustes de él,

porque a pesar de todo,

sigo creciendo hacia arriba,

como las flores, me estiro

507
me alzo

apunto con mis dedos al sol,

y ahí,

es donde renazco cada día

fuera de tu vientre.

508
Laura Bianchi

nació en Montevideo, Uruguay, en 1989,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

509
Diario de mi voz

20 de marzo - día 5

Yo, que estoy siempre pensando en miles de cosas a


la vez, con un presente que se enraiza en el futuro, en
las posibilidades fantasiosas de lo que no está, hoy reco-
nozco que no puedo crear escuchando a otres. Cuando
nace una idea en mí, necesito silencio.

El mensaje: el miedo verdadero es quedarme ence-


rrada en este mundo interior que, a la vez que amplio y
fértil, es solo uno. Para florecer necesito hacer las cosas
diferente. Soltar mi herida primaria, entregarla, confiar
y ser con les otres, tender el puente y la mano, abrirme
al mundo en plural.

Ver mi sangre me emociona.

510
Me habla, me acompaña en momentos importantes.
Me recuerda que me tengo primero, y que estoy conec-
tada a algo más profundo, más vital.

¿Qué es la vida?

Nunca pienso sobre eso. Digo «nunca» y sé que es


decir «siempre».

Últimamente las verdades me parecen tan falsas


como ciertas. El telón de la ficción se volvió evidente.
Se ven los hilos y son tan mundanos que me generan
frustración. Tanto buscar significados para esto.

A Venecia llegaron los cisnes. Al centro de Barce-


lona, los jabalíes. Nadie es imprescindible y todes nos
necesitamos.
¿Por qué esa necesidad de ser parte? ¿De ser
protagonista?

¿Cómo creamos sin invadir?

Este virus está abriendo algo en mí, en todes.

Todo se amplifica.

Lo frágil se vuelve más frágil y lo tierno condensa


toda la ternura posible.

Es lo más parecido a estar despierta por fin.

511
21 de marzo - día 6

M. me escribe que me lee distinta, más clara, más


precisa. Yo que siento esa precisión y claridad brotar de
mi sangre, le digo que sí, que así estoy, que quiero que
se mantenga o me muestre algo. Pero ya lo digo con
errores de tipeo, con el ego de la niña que no sabe cómo
mantener el orgullo sin esconderse o tirarlo todo. Con
el ego de la adulta que en el fondo solo quiere que la
reconozcan, la feliciten, ser única.

Lo mismo en las cartas con las chicas. E. reconoce


mi claridad en un párrafo más largo que los mensajes
para las demás.

Quiero ver las cosas desde otro lugar, sin cuantificar


ni desmerecer, solo sintiendo el abrazo, el sentimiento
puro de cada cosa.

Junto a mi voz quiero descubrir la humildad, esa que


me mostrará cómo el amor está en lo que ya es, cómo el
amor es en donde seamos todes.

512
De mí quiero lo que salga puro. No por bueno o per-
fecto, sino lo que salga de verdad, sin buscar nada más
que un instante de contacto.

Silencio fértil.

La vela que está a mi lado está prendida y con ella


enciendo la de mi interior. Hago de este momento un
instante sagrado, un instante de creación.

Crear para creer.

Creer para compartir.

Compartir y ser.

Este será mi diario del encierro, pero primero será


el diario de mi voz. Me conozco. Sé cómo escucharme,
cómo guiarme. Sé de mis privilegios. Los habito para
que cada vez seamos más. Para que la vida sea eso que
puede ser. Eso que experimenté y abunda.

22 de marzo - día 7

Mi madre ya le empezó a decir «Enrique» a Emilio.

513

Hoy es el día de la música: Patti, Lisandro, Loli. Hoy


me dieron ganas de aprender una canción durante este
tiempo. Tal vez más, pero una que sea ancla y vuelo de
los días. Para mover mi voz en el plano material y efí-
mero del aire.

¿Cuál es el mejor lugar para atravesar, aportar,


habitar este momento? ¿Cuál es el mensaje? ¿Qué me
muestra? ¿Qué puedo compartir?

23 de marzo - día 8

Mi luna se fue y comienza una nueva energía de ma-


terialización. Necesito recuperar un poco de futuro. Re-
tomo mis proyectos, lanzo flechas de posibles concre-
ciones, me choco con mi energía dispersa y mi manera
de sabotear el tiempo.

Vivir el presente nunca fue una consigna tan precisa.

Me descubrí al menos tres líneas al costado de cada


ojo. Tres marcas de guerra que se ven sin ninguna ex-

514
presión. Tres marcas de vida. Tres recuerdos. Mis pro-
pias huellas narrando mi historia en mí.

Las cartas me dijeron que estoy con los ojos abier-


tos, envuelta en un corazón, conectada conmigo y mi
transformación, en el centro, con todos los matices del
violeta.

También me dijeron que lo mejor que puedo hacer


para mí y les demás en este momento es abrir mi cabeza
y espíritu. Conectarme con mi esencia, rendirme en la
presencia, contemplar, conectar con mi espiritualidad.
Tengo a la serpiente de mi lado y de frente. Nos mira-
mos. Tengo luz en la cabeza. Me rodea el violeta más
suave.

24 de marzo - día 9

Escuchamos un video de Madres de Plaza de Mayo


por el 24 de marzo. Cuando Norita dice «30 000 com-
pañeros presentes», mi madre responde «Ahora y siem-
pre». Los tres lloramos en silencio desde nuestros luga-
res a más de un metro de distancia.

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Durante gran parte del día estuve sintiendo que ha-
bía algo importante para escribir hoy.

Pude reconocer mi miedo a decir. Mi miedo a ser yo


y que eso aleje a les demás. Pude verlo e igual decir y
también saber parar.

Eso me conectó con un gran enojo. Con les demás


por no entenderme o por no ser quienes yo quisiera que
fueran. Y conmigo, por todas las veces que no dije o
dejé que las otras voces callaran la mía.

Hoy me enojé con N. y eso me permitió sentir mi


enojo con M.

También estoy sintiendo algo crecer en mí. El esbo-


zo de una creación. El tejido de mi identidad profunda
encontrando canales de expresión.

25 de marzo- día 10

…no importa quién es legítimo para ejercer violencia y


quién no

no importa cuál violencia es legítima y cuál no

lo que importa es cómo buscar y construir colectivamente


un gesto justo, y la medida o el criterio con el que se constru-

516
ye ese gesto es: necesitamos encontrar un gesto que esté a la
altura de nuestro enojo.

(...)

Necesitamos hacer espacio para que esta dimensión espi-


ritual toque nuestra elaboración política, este relato nos está
forzando

a repensar

a percibir

a articular

de otra manera la relación entre espiritualidad y polí-


tica.

Estas comunidades interrogan y construyen condiciones


de vida
gestos de vida

con una dimensión sagrada

ancestral

espiritual

que tiene una potencia política que está en otros términos

que como bien dicen

es ancestral y nueva.

517
Testimonio-poema de Marie Bardet en «¿Mapuche
terrorista?»

26 de marzo - día 11

Mi cuerpo me pide silencio y descanso. No hay nada


que quiera ver u oír. Me incomoda.

Camino por el patio, primero con música y luego


en silencio. Estiro un poco. Me siento a tomar agua.
Respiro profundo con los ojos cerrados, los abro y sigo
con la mirada la coreografía de un picaflor. Mi mente
empieza a narrar. La callo concentrándome en los mo-
vimientos rápidos de la maravilla. Siento que ya está
bien y se va volando lejos.

28 de marzo - día 13

La voz libre y los agudos aceptados.

29 de marzo - día 14

Hoy me entrego al poema.

518
Hice el ejercicio de convertir mi experiencia con el
picaflor de hace un par de días en un poema. No fue
fácil.

Volví al jardín, acomodé todo mirando a las flores


rojas que habían sido el escenario principal, cerré los
ojos e hice silencio. Las sensaciones y las palabras vol-
vían. Eran otra cosa y a la vez lo mismo.

Hablando hoy con S., y cantando ayer, entendí un


poco más el mensaje de este tiempo: entregarme a la
escucha verdadera de lo que es para confiar y disfru-
tar. Sin explicaciones, juicios, egos, miedos, silencios o
pasadas por arriba. Escucharme y escuchar lo que hay.
Confiar y disfrutar lo que soy. Ahí está la llave del en-
cuentro con la voz.

31 de marzo - día 15

Mi sed es directamente proporcional a mis ganas de


decir. Cuanto más se abre la voz, más necesidad tengo
del baño de agua.

519
1 de abril - día 16

Siento mi ovulación en mis ganas de pintarme las


uñas: pequeño gesto de expansión y brillo.

Ahora me crecen las ganas de crear, de mostrar.


Como si fueran sinónimos. Como si fuera la única for-
ma de ser vista, de que me quieran.

2 de abril - día 17

El viento me pone nerviosa.

3 de abril - día 18

Hoy estuve en las fantasías. Sumida en la narración


de la Laura que una vez me inventé, pero que no soy.
Tal vez sí en espíritu, pero no en vivencias o disfraz.

La clase de danza me ayudó a recuperar mi energía,


a iluminar mi centro y activar lo que necesita ser activa-
do. Recuperar mi capacidad de acción. Mi voluntad. Lo
único propio en medio de esta incertidumbre.

520
5 de abril - día 20

Anoto de la conferencia de Alejandro Lodi:

La continuidad del mundo que conocemos es imposible.

¿Cómo vamos a responder al desafío de ver al otro?


En términos psicológicos: ver nuestra sombra.

Escuchando esta conferencia me vino esta claridad:


vuelvo a lo de mis padres en busca de refugio, es el lugar
seguro conocido. Me es más fácil aceptar su ayuda si me
pongo en el lugar de hija dependiente: comer su comi-
da en su casa. Me cuesta aceptar el dinero de la herencia
desde la adulta, desde mi casa.

6 de abril - día 21

Escuché el mensaje abierto de la ceremonia de me-


dicina angélica del sábado y me recorre una energía
viva, esa que me une a la tierra y al círculo infinito que
llega hasta el cielo.

Sentí profundo el movimiento de este momento,


la invitación a la integración. Sentí mi elección a vivir.
Que esta es mi vida y que me entrego a vivirla. Con-
fío en que hay algo que puedo compartir, que me toca

521
compartir y me paro en mi lugar. Ocupo mi cuerpo y
mi vida. La acciono, la siento, la cuido, la deseo, la nutro,
la descanso, la escucho, la comparto. La merezco.

Hoy experimenté el círculo infinito, donde hay lugar


para todes. Donde todas las voces pueden escucharse,
decirse, cantarse, susurrarse. No me quiero distraer más.
Quiero estar en el presente viviendo.

7 de abril - día 22

Luna llena en Libra.

Quiero entrar más profundo en mis días. Revelar


cada capa, destello, silencio, oscuridad.

Decir solo lo de adentro.

¿Qué es eso que rechazo tanto en mi madre?

Es algo que me rebota directo. Que me muestra algo


de mí, podrido. Me recuerda lo disociado de mi cuerpo.
Las partes blandas que aborrezco y mi torso de niña.
Ahí lo siento.

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11 de abril - día 26

Desde anoche que me tomó el impulso de la red, del


contacto. Necesitar y experimentar el tender abrazos,
abrir ventanas, recordar que estoy del otro lado y sentir
a les amigues allí.

Hoy eso se potenció fuerte en el Zoom del amor


para acompañarnos quienes somos parte del Encuentro
de Mujeres y Escritura. De nuevo la sorpresa y la con-
fianza en el círculo. De que la magia sucede cuando nos
abrimos a escuchar y habitar lo que es.

Las palabras de cada una iluminaron un pedacito


adentro y se sintió el fuego y el calor crecer, hasta que lo
incendiamos tode. No quedó ni rastros de la pandemia
esa. No hubo fronteras, distancias, soledades. Todas es-
tuvimos dentro del abrazo de luces y sombras. De lo
que somos.

12 de abril - día 27

Volví a mi casa por un ratito y volví a sentirla ho-


gar. La ventana es, sin dudas, mi lugar favorito. Viví
mi autocuidado reabasteciendo los tachos con el polvo
antihumedad, tirando matapolillas, abriendo las venta-

523
nas y regando las plantas. Traje conmigo las que sentí
que necesitan más atención. Estaban todas vivas y con
brotes nuevos. Mi casa se sabe cuidar, yo la sé cuidar y
en ese movimiento, me cuido.

Recién hoy guardé la ropa en el ropero de Malvín.


Sentí que fue un gesto.

Importante, fuerte, significativo, un tanto triste, de


aceptación, y por eso, gesto.

13 de abril - día 28

El mapa de mis canciones arranca con más fuerza a


los 10 años. Antes de eso, «Chiquititas» y los dos casse-
ttes del auto: Mateo y Fito.

No tengo imágenes de mis padres cantando. Sé que


A. nos cantaba como forma de acercarnos y compartir
esos primeros años de jardín de infantes. Es una certeza
de mi presente, pero no recuerdo ningún sonido.

La memoria auditiva se me despierta a partir del es-


tímulo sonoro, pero no logro hacer el viaje inverso.

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Creo que es ese silencio de infancia el que invoco
cuando me dispongo a algo. Ducharme, cocinar y lim-
piar son mis movimientos musicales en conjunto. Para
lo demás, el silencio o la escucha completa como única
acción.

14 de abril - día 29

La tormenta me muestra la limpieza. Lo que sale de


mí ya es diferente. Veo mi voz en el aire, diciendo lo que
digo también en los silencios.

Ahora estoy pronta para dar el paso. Ahora canto.

525
Laura Charro

nació en Rosario, Argentina, en 1983,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

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20/03

Día 1

Anoche fui agua. Me ahogué en mí misma sin poder


dejar entrar el aire. Lloré desenfrenadamente después de
escuchar al Presidente confirmar lo que ya se sabía que
iba a pasar y no quería creer: aislamiento social, preven-
tivo y obligatorio hasta fin de mes. Y yo, que ya vengo
practicando el encierro, no fui a saludar a S por su cum-
pleaños. Qué tonta, desperdicié ese último abrazo y des-
de ahora son inciertos.

El día transcurrió triste después de ver las noticias en


Italia y en España. «Qué locura», digo en voz alta hacia
nadie como en loop, sin parar. Acá evidentemente se pre-
vé lo peor y me muero de miedo por las vidas que amo.

Soltar el teléfono se hace difícil: las noticias, los chats,


las redes sociales. Es un vicio que me hace explotar la
cabeza cuando llega la noche. Un exceso de géminis que
disfruto. No sé ponerle un límite sano. Necesito descan-
sar.

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Afuera hay demasiado silencio a todas horas y, mien-
tras, menstrúo con furia y un dolor atroz en todo el
cuerpo. Soy un ovillo hecho de sangre, huesos, ojos y
mente. El cuerpo sabe.

Me prometo un poco de sol por la mañana en el bal-


cón. Agradezco, otra vez, esta casa. Un regalo, un hogar,
un refugio.

21/03

Día 2

Me sostengo fuerte de mi mate de madera tallada,


como si desde ahí pudiera retener la ira y volver al esta-
do de calma. El aroma a cedrón y lavanda, y también los
pájaros de afuera, me hablan de algo que no entiendo
porque soy puro enojo. Me sulfuran las mezquindades
laborales, las injusticias por las que tengo que pasar,
la incapacidad de muchas personas, la prepotencia de
otras con poder y la imposibilidad de cambio en estas
circunstancias.

En pleno remolino pretendo hacer mil cosas juntas.


Las arranco y las abandono prolijamente, una por una.
Solo esta escritura es sostenida, sin comienzos, sin fin.
Las exigencias del encierro son frustrantes.

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22/03

Día 3

Hay pájaros y voces tempranas. Me preparé el desa-


yuno: café y tostadas. Ayer leí que es importante man-
tener las rutinas para conservar la salud mental. Pienso
que todavía no sé cómo lograr el silencio adentro que
no consigo ni respirando en yoga. Soy una maraña de
palabras e ideas que van y vienen, diálogos reales y de
ficción que se entremezclan en mi cabeza. No sé qué es
la salud mental, realmente. Debería preguntarle a M.
Nunca estoy donde está mi cuerpo.

Voy por otra taza de café.

Insisto: necesito silencio. No ese de palabras reteni-


das, forzado, el de la espera. No el del intervalo, el entre
dos momentos, dos sonidos, dos conceptos. Necesito el
silencio del vacío total, el que se escucha en un caracol:
inmenso, hondo, parecido a un océano. Un silencio de
líquido amniótico. Un silencio-hogar que sea mío y me
revele. Quizás ahí comience a oír otros sonidos menos
definidos pero nuevos. Mi propia voz. La calma.

529
24/03

Día 5

Anoche no podía dormir y encontré la oscuridad. Me


zambullí entera como en un río de agua negra y densa,
como si no pudiera hacer otra cosa más que intentar
nadar en la espesura. ¿Para qué tanta intensidad noc-
turna sin otro consuelo que esperar el sueño? Mezclo
la noche con los miedos y el peso de estos días. Hago
un combo explosivo y peligroso. Temo por la salud de
mi madre y de mi padre, imagino escenarios tristísi-
mos, la imposibilidad de las despedidas, la agonía en
soledad, estar enferma y no saberlo, contagiar a alguien
y no saberlo (me tengo que comprar un termómetro).
La incertidumbre no es buena compañera de las horas
nocturnas, ya debería saberlo.

***

Colgué un pañuelo blanco en el balcón en homenaje


a las Madres. Hoy es el Día de la Memoria, la Verdad
y la Justicia.

Hace pocos días atrás, cuando la vida era otra, re-


flexionaba —otra vez— sobre ese poder de lo colecti-
vo que siempre me emociona. La potencia de nuestros
cuerpos en las calles en un 8 de marzo, nuestra capaci-

530
dad de organización y de unión entre tanta diferencia
necesaria en los feminismos, esa posibilidad de salir a
gritar en conjunto, de ocupar la calle, cada espacio, cada
lugar donde haga falta la palabra y el abrazo.

Hoy me parece increíble que todo esto sea una ac-


ción que puede ser peligrosa para la salud. Necesita re-
formularse e inventar nuevas estrategias.

Hoy, por primera vez, no hay marcha en las calles.


No hay ritual colectivo que nos encuentre en el mismo
camino, ni abrazos compañeros, ni mates en la cami-
nata lenta, ni tambores, ni banderas, ni aroma a torta
asada, ni pies cansados del final. Todo se siente tan ex-
traño, tan ajeno.

Una vecina también colgó en su terraza pañuelos


blancos pero de papel, en la soga donde tiende la ropa.
No me vio observándola desde las alturas de mi piso
ocho, pero sentí ese calor de la unión que no sé explicar
muy bien. Tuve ganas de ir a abrazarla y decirle que,
aunque no parezca, estoy cerca, que no hay marcha pero
hay memoria, que los fachos no vuelven más, que gra-
cias por estar ahí, desconocida, gracias.

Cuando salí obligadamente hasta el trabajo ayer, la


desolación de las calles era enorme. Crucé unas cuatro

531
personas civiles y el resto todos policías. Me pregunto
si ellos disfrutarán de este estado de calles vacías y sin
conflictos aparentes. Temo a los abusos de poder, tan
históricos como la dictadura que comenzó un día como
hoy, hace 44 años atrás, y se llevó 30 mil vidas. Siempre
seremos hijxs de esos tiempos oscuros.

¿Podremos encontrar un refugio en la incertidumbre


de los días?

25/03

Día 8

Bailé. El living fue la pista más hermosa, con su piso


de parquet viejo y gastado: sostén y desafío. Aflojé el
cuerpo troquelado, la música fue como la corriente sua-
ve de un río y yo me dejé llevar. Movimientos sin re-
glas, sin miradas externas. Permití que saliera toda esa
energía contenida que me estaba quemando. El fuego
necesita aire para encenderse y ocupar espacio.

***

Extraño el abrazo y esto no es nuevo —¿vamos a


temerle después de todo esto?—. Es una carencia más
vieja que este encierro. Reconozco la llaga y su relieve.

532
La coraza áspera que fue creciendo sola, como brote, y
me cubre entera. La llevo orgullosa a veces —aprendi-
zajes familiares— porque sé que también me salvó del
abismo.

La novedad de estos días blancos es que me estoy


revolviendo para despegar la costra. La siento crisáli-
da transparente y seca. Tengo ganas de romperla, mor-
derla, destruirla con soplidos desde las entrañas. Justo
ahora, qué inoportuno todo: tener ganas de descubrir
una nueva piel que nadie puede tocar, definir sus ori-
llas, rozar, excepto yo. Pero no me veo mariposa, eso es
demasiado. Aprendí a recordarme mariposa, no a serla.

Deseo un abrazo de bienvenida, que mi cabeza se


apoye en un hombro o en un pelo tan enmarañado
como yo. Pieles nuevas en un encuentro. Deseo yemas
rozando mi cuello hasta las clavículas, como si fueran
labios que necesitan pasar lento para sentir mejor, que
siguen hasta mis pechos y se quedan a jugar ahí, aun-
que se tiente la lengua. Deseo manos en la cintura que
la lleven a algún lugar de magia, aroma a palo santo y
sudor. Deseo que se interrumpa el silencio, ese de to-
dos los días, con pájaros y grillos, con gemidos y aliento
profundo cerca del oído. Sentir.

533
Tengo la piel de cristal y el miedo latente a quebrarla
con mi propia respiración, a la carencia de autocuidado,
a dejarme, otra vez, la herida abierta, a la intemperie,
ardiendo en carne viva. Tengo miedo a muchas cosas
últimamente. Me acaricio, me bailo y me ando lamien-
do sola las cicatrices.

29/03

Día 10

Hace días que escucho el sonido de un pájaro que


grita fuerte y raro. Lo imagino enorme. No identifi-
co dónde está. A lo mejor en alguna casa o posado en
la terraza de algún edificio cercano. Quizás es un loro
enjaulado, pero me gusta pensar que es un gran pájaro
que vive en las islas entrerrianas y decidió migrar ahora
que la ciudad experimenta un silencio extraño sin rui-
dos metálicos de construcciones, sin bocinas, sin tanto
smog. Si los pájaros se acercan es buena señal.

Ya se va el sol del balcón. El este regala amaneceres y


tardes de viento. Creo que todo esto está muy bien hoy.

Estoy empezando a hacer una lista mental de las


cosas que quiero hacer cuando el aislamiento termine:

534
caminar por el parque, acercarme al río, ir a tomar café
con tiramisú al bar que me gusta, abrazar fuerte a mis
amigas y todo el tiempo posible, visitar a mamá, andar
en bicicleta hacia cualquier lado, sentir el viento en la
cara. ¿Será posible mantener vivo el deseo cuando todo
vuelva a ser como antes? ¿Cambiaremos nuestra forma
de vincularnos? ¿Estoy preparada?

Voy a sobrevivir a todo esto y eso es lo que me da


miedo.

31/03

Día 12

Releo en mi diario frases que me gustan: «No sirvo


para lo que permanece», «Soy movimiento». Me agra-
dezco esos instantes de lucidez. Escribir estas hojas es
conservar la memoria del presente.

***

Ya no distingo entre los sonidos de lxs vecinxs, los


espíritus de la casa y mis tripas. Todo se me transforma
en terror y consuelo.

535
Estoy tirada en el piso del living vacío de muebles
y lleno de recuerdos de un lugar que parece otro. Los
caireles de la araña antigua apuntan a mi cabeza como
lanzas. Todas tienen un tiro certero. Me entrego a las
heridas.

El tiempo se detiene, no hay relojes ni calendario. Es


la cuarentena convertida en habitación de un departa-
mento céntrico rosarino. Si hubiera un terremoto aho-
ra mismo, este living que ya no es, sin dudas se man-
tendría intacto en medio de las ruinas. Aunque fuera
físicamente imposible, por ser un edificio que debería
derrumbarse entero. Lo sé. Pero creo que esta casa em-
brujada sobreviviría. Levitando. Sin paredes.

01/04

Día 13

Jugué al oráculo literario con La desconocida que soy


y leí la frase: «...pero él no es un extraño, es mi padre».

Un rato antes hicimos una videollamada entre F, mi


hermano y yo. Quería avisarnos que, según los resulta-
dos de un análisis, papá tiene cáncer de próstata. No es
posible hacerle más estudios en esta cuarentena con sus

536
85 años. Si él accede, cuando todo esto acabe, podrá ha-
cerse más exámenes y confirmar el diagnóstico. Pobre
viejo. Me duele su sufrimiento —por esto y por todo—
en esa soledad que eligió, aunque crea que no. Hay do-
lores antiguos que arden. Hay heridas insanables y un
amor infinito. Es cruel la vejez que empuja a laberintos
de enojos y caprichos, intensifica actitudes y aleja.

Ese llamado fue como abrir una puerta, la confir-


mación real de la pérdida futura, la incertidumbre (aún
más). Y yo elijo lo peor: quedarme inmóvil, no hacer
nada. Como si el paso del tiempo fuese una cosa in-
ventada, como si fuese una niña otra vez, que nada en-
tiende de finales irreparables o de responsabilidades de
cuidado. Me quedo parada, observando cómo no puedo
moverme ni hacer nada con todo esto. Sigo con mis
cosas en una inercia necia que me muestra claramente
mi inmadurez y mi miedo atroz a enfrentar la idea de
la muerte.

Con mamá las cosas tampoco están fáciles en estos


días. Es difícil gestionar el cuidado, cómo cada una lo
entiende. Percibo que no me considera una persona au-
torizada para cuidarla y eso me enoja mucho, me an-
gustia. Se lo dije, puede hacerlo. No tuve respuesta.

537
V siempre decía que «el cuidado es el lado solea-
do del control». ¿Cómo desarmar eso en un tiempo de
pandemia mundial? ¿Es cuidado o es paranoia? ¿Es
amor, miedo o es todo eso junto y mezclado? Este ais-
lamiento vino a poner en conflicto la idea del cuidado,
a organizarlo, a exigirlo, a explicitarlo donde parecía
no estarlo pero tenía otras formas poco claras. Tengo
amigas conviviendo con sus ex para poder cuidar de a
dos a sus hijxs o que dejaron de repartirse el cuidado
y se encargan ellas solas porque no pueden trasladar a
lxs hijxs, no hay un permiso oficial para eso. Veo desde
mi balcón cómo siempre son las mujeres las que salen
a las terrazas para jugar con niñxs y pasar el tiempo.
Qué cautiverio el cuidado, también el invisible. Yo no sé
cómo manejarlo ante un panorama de rechazo. Siento
terror a la pérdida, a no saber cómo.

02/04

Día 14

Soy una voyeur de mí misma.

Observo mis estados de ánimo en curvas enloque-


cidas, mi deambular en los tiempos muertos, mis des-
cargas de energías en saludos al sol. Observo mi piel

538
que varía del blanco a los tonos rojizos según el día, las
pecas, las manchas y las arrugas nuevas —¿hace cuánto
tiempo están ahí?—, los olores propios, los ruidos in-
ternos, el grano que reviento sin piedad, la crema que
me paso como caricia diaria, el automasaje en los pies.
Observo mis adicciones, mis conversaciones en voz alta
conmigo, con otrxs que no están, con las plantas, con los
fantasmas. Observo todo lo que puedo hacer cuando no
llego tarde a ningún lado, cuando no importa qué ropa
tengo puesta, cuando no hay mirada externa, ni abrazo,
ni beso franco. Soy una voyeur y me espío, me estudio,
me desconozco, me adivino, me sostengo cuando puedo
y cuando no puedo me dejo caer y me rindo.

04/04

Día 16

Mi soledad está adquiriendo formas extrañamen-


te placenteras. Mi cuerpo se desprende de las paredes
llenas de humedad que lo mantenían erguido. Puedo
percibirme laxa, ondulante, permeable y, a la vez, pro-
fundamente triste.

Temo no querer que este encierro acabe.

539
06/04

Día 18

Menstrúo adelantada en el calendario. Hoy no tuve


ganas de nada, odié el trabajo, la gente, la comunicación
virtual, las horas, la radio.

Deseo que alguien me desee tanto que se desarme.


Soy destrucción.

11/04

Día 23

No hice yoga en toda la semana. Menstrué, otra vez,


con dolor y cansancio.

Quisiera hacer de estos días algo productivo pero


siento desgano de todo. No hice más que fanatizarme
con una serie en Netflix: inventé en mi cabeza esce-
nas que no estaban, me enamoré perdidamente de un
personaje, me imaginé viviendo esas historias de la In-
glaterra de los años 20. Qué misterio la mente, las ob-
sesiones momentáneas y las ganas de vivir otras vidas.

***

540
Se extendió el aislamiento obligatorio hasta casi fi-
nes de abril y así seguirá, no hay dudas.

Qué soledad interminable. ¿Tendré que reinventar-


me? El deseo sexual me quema como este sol de otoño.
No quiero acostumbrarme al tedio cotidiano.

14/04

Día 26

Algunos días hay letargo. Sobre todo si tengo que


trabajar por la tarde. Soy una mujer de las mañanas:
madrugo, me hago el desayuno, puedo darme una du-
cha y, aun así, llegar a horario a trabajar (más ahora que
no tengo que salir, que no hay tiempos de traslado, de
esperas, de pasos a más o menos velocidad).

Extraño. Recién termino una videollamada con com-


pañeras de trabajo y escucharlas me hizo bien. Extraño
el mate compartido con yerba antiácida, las charlas a
gritos, los almuerzos en escritorios ajenos, los chistes
internos. No me cuesta nada apropiarme de los espa-
cios que habito: en la oficina quedó mi mate —el de
la abuela—, mi bombilla, mis papeles, mi portalápices
y esa pluma color azul que dejo para no olvidarme que

541
en esos lugares monótonos también soy aire. Sé que irme
será parte de la historia en algún momento porque no sé
conservar trabajos por mucho tiempo. Siento los ciclos
cumplidos. Mi cuerpo se da cuenta antes, eso siempre.
Ahora trabajo desde casa y en turnos rotativos que dis-
fruto y detesto al mismo tiempo. De todas maneras, las
horas laborales me ordenan. Mantengo una rutina —otra
vez, la salud mental—. Algo con principio, fin y atención.
Todo un logro en estos tiempos de anarquía horaria.

15/04

Día 27

Volvió la acidez con furia y un extraño dolor en la es-


palda. Hacer un inventario de malestares es triste, sobre
todo porque me siento de apenas 30 años, pero en un
mes cumplo 37. El paso del tiempo es cruel porque va
acompasado del alma.

La luz entra de una manera diferente a esta hora tan


temprana en la cocina. Percibo todo más naranja. El oto-
ño es definitivamente naranja. Anoche me preguntaba si,
de alguna manera, los días de encierro son todos iguales.
Los siento un poco así. Esta luz de hoy, el menos, me
confirma lo contrario.

542
Laura Sanz Corada

nació en Aguilar de Campoo, España, en 1993,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

543
16/marzo (día 4)

Este amor de cuarentena lo excede todo, y empiezo a


estarle agradecida por el sinfín de muestras/espacios de
conexión que trae consigo. En dos días, he reconectado
con amigas y amigos. Juntos, hemos divagado, reído y
llorado sobre esta situación. Nadie lo comprende. Nadie
entiende lo de la cuarentena, el núcleo mismo del tér-
mino, esto era algo que les ocurría a otros. A persona-
jes de películas. Hay veces que me olvido y pienso que
estoy recluida en casa de manera voluntaria: esa parte
mía tan introvertida y de buscar mi propio espacio para
recargar las energías. Pero justo cuando necesito poner
un pie en la calle, justo cuando busco un abrazo, un café
compartido, el rímel que me pinta las pestañas para yo
mirar al otro, a los otros, mientras charlan, fuman, se
exceden, se ríen, existen, cuando busco justo eso, me
doy cuenta. Estamos en estado de alarma. Estado de
Alarma —seguro que va con mayúsculas, no es para
menos—.

544
G me está leyendo estos días. Está penetrando en mi
mundo interno de una manera peculiar que, en estas úl-
timas semanas, yo extrañaba. ¿En serio este virus nos va
a hacer pararnos y transitar de esta forma? Siento que
enloquezco: cuando le veo con la capucha puesta en su
cama, nervioso, pero intentando calmar los miedos, y yo
diciéndole que tranqui, que calme a su mamá, que todo
irá bien, que haga estas cosas, que disfrute de aquello, y
él agradeciendo mi sonrisa. Y compartiendo mis letras
desde ese amor. Entonces caigo, vuelvo a caer. Quiero
acariciarlo de manera constante y eterna. Y agradezco y
digo: este amor de cuarentena lo excede todo. 

Mi abuelo, que tiene 97 años, la fuerza de haber cria-


do a siete hijos y haber vivido dos guerras, me dice por
teléfono que la vecina de arriba, la de unos treinta y
pico, esa vecina, es fantástica. Dice que le ha llevado
pan, leche y carne para estos días. Que le insiste en no
hacer cuentas. Es fantástica. Qué mujer. Yo le digo que
en momentos así se ve la solidaridad de la gente, su
fondo humano, ese darse de la mano en los gestos más
simples pero tan necesarios. Él comenta que sí, y lue-
go pasa a hablar del aburrimiento, de los paseos que se
da por su pasillo estrecho. Que ha terminado todos los
crucigramas, casi todos los libros releídos están, dice, y

545
que le emociona enormemente ver cómo cantan tanta
ópera desde los balcones italianos. A mí me dan ganas
de llorar cuando me dice eso, porque sé que él es muy
sensible y muy llorón, y porque la Nessun Dorma siem-
pre me eriza la piel, y en estos momentos, pues qué le
puedo hacer, aún más. ¿Imaginar a mi abuelo llorando
viendo esa imagen? Me parte el corazón. Le digo que
salga al balcón a aplaudir. Él me sonríe al otro lado de
la línea, con sus 97 años y tanta vida pesada a su espalda
y dice que todo pasará, y que si esto es el apocalipsis…
«pues nada, hija, habremos muerto felices».

Este amor de cuarentena lo excede todo.

17/marzo día 5

Me asomo a la ventana como si todo fuera normal.


Hace cinco minutos colgaba la videollamada con The-
resa, mi querida amiga austriaca, mi primera amiga —
como quien dice— en mis bailes extranjeros, de cuando
escapé, corrí, con los 18 recién cumplidos. Me río mu-
cho con ella y, aunque hayan pasado ya más de 8 años,
siento que nuestra conversación fluye de la manera na-
tural que tiene esta amistad. Belated happy birthday, le

546
digo. Fue ayer. Ella sonríe mucho, siempre. Recuerdo
nuestro primer encuentro en la parada del tren en Eu-
pen, la ciudad fantasmagórica; no recuerdo si íbamos
a Bruselas o a qué lugar, pero lo que no olvido es su
abrazo inmenso. Ese cuerpo tan grande y poderoso de
mujer, que le proporciona aún más energía a su carác-
ter tan azul. Recuerdo, también, imposible de olvidar,
cuando me acogió unos días en su casita de infancia en
Austria. Justo yo empezaba mis nuevos viajes interna-
cionales (el máster dichoso) y en las primeras semanas
estaba entre acongojada y entusiasmada por lo que de-
jaba atrás y por lo que venía. La familia de Theresa me
abrió las puertas de su hogar con la personalidad propia
de un gaditano. Me sentí feliz. Pasear por los pastos de
ese pueblo tan chiquito y rural. Me acuerdo de que lle-
gué en un bus que duraba muchas horas, y que Theresa
me vino a buscar al pueblo donde nació Hitler. En esa
parada (mal indicada por megafonía), me quedé quie-
ta en mi asiento, pensando que me tocaría bajar en la
próxima. Rato después aparecería la cabeza de Theresa,
con esas trenzas tan tirolesas, por la puerta principal,
buscando algo, a alguien (a mí), nerviosa. Luego no pu-
dimos parar de reír. 

547
O ese fin de semana de verano en Donosti. Un hostal
con una ventana gigante por donde se colaba el maravi-
lloso sonido de un hang de la calle. Una de esas noches
bebimos mucho y yo me besé con un chico escocés en la
playa de la Concha. Al día siguiente no mencionamos
nada. Desayunamos a lo germano —pan de semillas,
mantequilla, queso, rodajas de pepino— frente al acua-
rio de San Sebastián. Días después me volví a encontrar
a Theresa y a su hermana en la Madrid más calurosa del
año. Yo iba con L, tan enamorada y ciega, callándome el
beso con el escocés porque ya se había olvidado, y The-
resa me agarró del brazo, justo antes de la despedida y
me dijo: «aquello no fue nada, no seas boba y disfruta»,
pero en inglés. Después me dijo adiós y te quiero en
alemán.

Me asomo a la ventana como si todo fuera normal.


Huele a leña. Hay una niebla espesa que cubre la mon-
taña. Se oyen voces de niños en los jardines contiguos
a mi casa. Veo las Tuerces a lo lejos. Los pájaros están
inquietos, canturrean. Yo me vuelvo a meter y cierro la
ventana: solo quería ventilar un poco este aire de nos-
talgia, pero de amor, que se me ha acumulado en la ha-
bitación.

548
18/marzo (día 6) (en realidad es la noche del 5)

Ahora mismo necesito un abrazo. De los profundos.


Hundir la nariz en un cuello. Quiero pedirlo, pero no
debo. ¿G? quiero un abrazo. Tumbarme a su lado. H me
dice que hoy ha tenido sexo muchas veces. La odio. La
odio sin odiarla, porque la extraño mucho. Acabo de
cerrar un artículo que hablaba de alargar el distancia-
miento social hasta los 18 o 20 meses. Quiero reírme
con muchas, muchas carcajadas. Gritar. Que me escu-
chen todos los vecinos confinados. Reírme tan fuerte
que le llegue a molestar al Gobierno, a los enfermos,
a los animales. Reírme sin parar. Una se ríe cuando las
cosas son ridículas, ¿no? quiero no ver imágenes de la
ciudad y sentir que se me para el corazón dos segun-
dos. O al imaginarme los teatros vacíos. ¿Cómo vamos
a estar 18 meses con distanciamiento social? ¿qué cla-
se de castración es esta? Detesto la idea de que muera
toda la humanidad por no poder chocar los cuerpos.
Quiero-chocar-mi-cuerpo. Que me lo choquen. Que
vengan todos los hombres desnudos, todas las mujeres,
todos, y que nos choquemos. Una amalgama de pieles
de todas las texturas. Besarnos. Extraño el beso. Hace
más de una semana que no me doy besos con nadie.
El último fue el de Félix (como un Judas), al saludar-

549
me antes de la obra de teatro (la última obra) que me
dejó volando por las nubes, fantaseando (la obra, no el
beso, aunque ahora, bueno, si lo pienso, también). Des-
pués de ese teatro, hace media vida, cuando estábamos
sospechosos, pero aún nos acercábamos los unos a los
otros; hablé un poco con la gente pero luego hui hacia
mi casa. Ah, necesitar reposar las buenas sensaciones.
Siempre lo hago. Ese saborear un buen cine, un buen
concierto, un buen polvo. Aunque mi Laura de ahora le
diría a mi Laura de entonces (de hace una semana, de
hace media vida): «Laura, quédate, tócales, bésales, diles
que choquen sus cuerpos con el tuyo». Esa noche, de-
seosa de una soledad para vivir mis propias sensaciones
sola, en mi cuerpo solo, terminé acostándome con el
anhelo hacia un cuerpo concreto, distinto. Soñé con G.
Me agarraba del meñique en un acantilado. Yo le pedía
que me abrazara entera, todo el cuerpo. Abárcame con
las dos manos. Te deseo.

Hoy me meto a la cama pensando en que hace justo


una semana (media vida), tenía las manos suaves por el
barro que había estado amasando durante tres horas.
Marta ponía música folklórica castellana, luego rock
argentino (compartimos gustos, ella me gusta) y el res-
to de chicas se concentraban en unas obras de cerámica

550
únicas. Preciosas. Esa clase terminó con mi propuesta
de ir pronto a tomar unas birras juntas. «Claro», dijo
Marta con todas las demás cabezas asintiendo alrede-
dor, «¿por qué no lo dejamos para el jueves de la semana
que viene?». 

Para ese jueves quedan dos días. Un día y medio. En


fin, toda una vida.

19/marzo (día 7) día del padre en España

Lista de deseos:

Estar bajo un cielo (había escrito cierro en vez de


cielo) estrellado.

Que el abuelo, papá y mamá estén sanos durante


todo eso. Y bueno, en realidad siempre. Por favor. Que
sean eternos.

Encontrar trabajo después de esto. Ya no podré optar


a lo de México, supongo, el Gobierno está destinando
tanto dinero a las cosas urgentes que todo lo demás es-
tará en parón. Quizá no era el momento. 

Poder viajar pronto. 

551
Organizar un viaje en furgoneta con G por el sur.
Realizarlo.

22/marzo (día 9 de verdad)

Anoche Pedro Sánchez habló mucho. Dio una com-


parecencia larguísima. Empezó desde lo emocional y
terminó con una ronda de preguntas técnicas que, a fin
de cuentas, también venían desde lo sensible. Anoche
no lo dijo, pero hoy de mañana sí: el confinamiento se
alarga 15 días. Si esto es así y no se aumenta aún más,
los españoles saldremos de la cuarentena un Domingo
de Resurrección. Quién iba a decirlo: con esta pande-
mia hemos dejado de ser creyentes y, sin embargo, va-
mos a ser libres… «por la fe en el poder de Dios (Colo-
senses 2:12), son resucitados espiritualmente con Jesús,
y son redimidos para que puedan andar en una nueva
forma de vida».

30/marzo (día 15)

Los sueños ya empiezan a tintarse de confinamiento.


552
El otro día, miraba por una ventana que era el marco
del apocalipsis. Ayer, G se rompía una pierna y no po-
día ir a atenderle. Todo parte del querer y no poder.
Una frustración llevada a la oniria.

Estoy reinventando mi paciencia. Mis ansias. De re-


pente me encuentro a mí misma descargando todo este
deseo, este «no-puedo-esperar-más» en deporte. Bai-
lo salsa. Muevo la cadera. Hago miles de sentadillas.
Abdominales. Ejercicios con las piernas. Mientras, me
miro el cuerpo entero: no me he depilado en estas dos
semanas. Mis músculos están fuertes. La rodilla tiene
una forma bonita. Me gusta mi cuerpo (no siempre) y
me gusta aún más desde el secreto. Un confinamiento
corporal que anuncia lo sutil o lo sensual: pensar que
debajo de las capas puede haber un manantial. Sin em-
bargo, muchas veces quiero destaparme al mundo (¿o es
a la vida?), enseñar mis pechos una y otra vez, en flashes
que deslumbren y luego en el nutrir. Mis pechos son o
pueden ser comida.

1/abril

Hoy quiero estar cerca. Y por eso me alejo: para no


553
sufrir, porque no puedo estar cerca. Este fin de semana
pensaba en pasar mi próxima vida en el campo. Aban-
donar la ciudad y el eros que me provoca. Mañana será
otra idea. ¿Quién puede llegar a conclusiones en estos
días? nadie, nadie, nada, todo son reflexiones y nada
más. Nada. Solo hay una cosa certera que se me ha apa-
recido como verdad absoluta: de ahora en adelante no
quiero perder el tiempo. Quiero arriesgar, aventurarme,
precipitarme. Abrirme al rasguño.

3/abril

Me gustaría describirte los olores de esta primavera.


Son iguales a la anterior, aunque me encontrara en el
tránsito de un país a otro. El paréntesis que lleva del
invierno a la primavera siempre ha sido uno de mis
movimientos preferidos: existe una decadencia en los
sonidos. Estoy en el balcón (cualquiera, porque siempre
me encuentro observando a través de las ventanas) y
los pájaros se comunican en su idioma. Hay un bullicio
leve, que ya no sé si tiene que ver con el estado crítico
actual y era más fuerte en primaveras anteriores o si

554
corresponde a la norma de cada año. Bullicio suave en
primavera que dé paso a la siguiente estación. Todas las
estaciones existen para dar paso a la otra, ¿has visto? Es
eso o que yo me fijo de manera precisa en las transi-
ciones, quizá. Es lo que más me interesa. El momento
exacto de la metamorfosis.

Pierdo la cuenta ¿qué día? ¿6? Abril, sí.

Me encantaría entender el mugir de las vacas, su rui-


do llega para agolparse por las paredes de esta casa. Yo
miro al gato y le pregunto: ¿qué están diciendo? Pero la
comunicación está empezando a flaquear últimamente.
Ya no sé hablarme con los animales. Desde que me ena-
moré, creo. Le dedico toda la energía al entendimiento
del proceso interno, a qué sabe toda esta química y esta
bomba biológica, a qué se deben mis gestos, ¿cuántas
veces digo buenos días?, ¿cuántas veces estoy deseando
susurrar buenas noches cerca de la oreja? No sé, investi-
go mi deseo de intimidad como si me estuviera hacien-
do una ecografía constante de mi barriga repleta. Aún
no sé de qué se conforma todo esto, pero hace ruiditos

555
y pega patadas. Solo sé contestar con silencios y algún
que otro gesto que únicamente mis padres y mi mejor
amiga saben prever y señalar. Es ahí, me dicen. Está
justo ahí, en ese ladear de la cabeza. En el mutismo,
también. En la voz que quiere nacer y que castras. A mí
lo que me sorprende es que sean los seres humanos que
me rodean y que me aman los únicos que saben ponerle
nombre. Por otro lado, y en cambio, el perro del vecino
no lo observa, mi gato me sigue despreciando con total
impunidad y las vacas que gimotean desde su pradera
ladeada ni se inmutan ante tal conmoción interna a la
que me encuentro sometida. Sospecho que es una ma-
nera de relativizar el asunto. Cuando hay una pandemia
global, ¿cómo prestarle atención a un enamoramiento?
Pero los animales, ¿son conscientes de la pandemia?
Las vacas lloran porque les tiran de las ubres, porque no
les llega comida a las fauces, pero ¿lloran por un virus?
Mi gato, a su vez, seguramente se considere él mismo
el creador de todas las infecciones que diezman a los
humanos. O así lo desea. No tengo cerca ningún pájaro,
lagartija ni delfín, pero estoy segura de que tampoco
estaría en condiciones de transmitirles acertadamente
mi sentimiento. Pero lo deseo. He desistido en lo de
ponerle nombre a mis asuntos internos, ahora simple-
mente me limito a sentirlos en su expansión. Es por eso,

556
entonces, que ansío la comunicación con los animales.
¿Cómo les explicaría este estado emocional? ¿partiría
de una caricia? Quizá más bien de la fortaleza: mirar
a los ojos a un felino sin pestañear. Correr a la misma
velocidad que una gacela. Eso, eso tiene que ser similar
a la segregación inmensa de dopamina, al chute de hor-
monas que me inundan los ojos, me erizan la piel o me
instan a rozarme el cuerpo. No sé si sería más fácil con-
társelo a animales de granja, a los de ciudad impuesta
(los monos correteando por vieja Delhi, que entienden
la naturalidad del sentimiento y el dejar fluir), a anima-
les de la sabana o a animales que son anfibios que son
peces que tienen aletas que saben vivir bajo el agua. Se
me antoja que son ellos, los acuáticos, los marinos, los
únicos capaces de entender la intensidad motora que
reside en el enamoramiento. Respirar el oxígeno disuel-
to en el agua tiene que ser similar a vivir con falta de
concentración o con nervios. Hola beluga, hola manatí,
hola sardinilla: ¿sabéis a qué me refiero? Pero no. Si el
amor tiene que comunicarse con algo dentro del agua,
que sea con los invertebrados, con los babosos. Lo agó-
nico del molusco, el caparazón que permite la entrada
y la salida de la sal. Creo que me entendería con una
almeja desde el más puro instinto: ay, este relámpago
de nervio que me cruza el cuerpo tiene fijación por el

557
cuerpo de este otro. En fin, el caracol de mar o una ostra
sabrían a qué me refiero cuando hablo de deseo, cuando
hablo de amar.

Yo no tengo branquias, jamás he tenido pico,


tampoco cola, ni siquiera lengua con espinas. Mis patas
no están adaptadas para el salto, tampoco tengo vista
prodigiosa. No sé cazar. Y si me encuentro desprovis-
ta de tanta característica de apoyo a la supervivencia,
así como de comunicación animal, en fin, ni idea de
cómo poder atender a esto que me pasa a nivel regional
(emocional), para después solucionar lo que viene a ni-
vel global.

558
Laura Sussini

nació en Buenos Aires, Argentina, en 1985,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

559
Día x - El comienzo

No me está quedando otra que vincularme con mi


espacio. Ayer en el chat grupal mi amiga Mariel nos
mostraba la frutera nueva y las pibas charlaban sobre
qué frutas poner juntas para que maduren más rápi-
do. No presté atención, me aburren las conversaciones
sobre alimentos, cocina, limpieza. Lo que me pareció
tierno es que Mariel nos haya mostrado su frutera nue-
va. «Quería tener las frutas a la vista, así me acuerdo de
que están». A mí las frutas se me pudren en cualquier
rincón de la heladera.

Hoy tuve el impulso de lavar el patio. La última vez


que se limpió fue cuando me mudé a esta casa, hace más
de un año. Lo baldearon mis viejxs y quedó hermoso.
Ahora se ve distinto: crecieron plantas entre los zóca-
los, las baldosas y dos trapos de piso que nunca levanté.
La naturaleza avanza ante la desidia. Me entusiasmé
mientras veía que el color de las baldosas se empezaba a
parecer al de aquel momento. Una araña negra camina-
ba por la pared mientras el agua se escurría. Tenía aires
560
de viuda. Le seguí con la vista su paso soberbio. A las
arañas —por decisión— no las mato.

Día x - Contrafrente

Terminé de limpiar mi patio. Es pequeño, pero ahora


me dedico a mirarlo más, quizás porque es el único es-
pacio con vista al cielo al que puedo aspirar. Pienso que
mi patio nunca me gustó por sus muros altos, corroídos
de humedad y sin una ventana ajena a la que espiar. Pero
sucede ahora que mi patio se llenó de ruidos. Parecen
venir de una familia numerosa, o de la superposición de
varias familias. Ríen a carcajadas, murmuran, discuten,
cantan, gritan gol, tienen charlas intrascendentes. No
tienen horarios. Me recuerda al clima familiar de mi
infancia, cuando vivíamos todxs juntxs con mis abuelxs.
Era ruidoso y vulgar, como ahora mi patio.

Son las 6 p.m. y suena una campanada. La misma de


todos los días, como un ordenador temporal. La puerta
al patio está abierta y pongo a sonar una canción.

Día x - Provisiones

Soy huidiza de la interacción social. Casi siempre

561
saludo sin mirar a los ojos, pero no lo hago de manera
intencional, es parte de una herencia paterna difícil de
borrar.
Hacía dos días que no salía a comprar nada. No ne-
cesitaba comida con urgencia, pero decidí ir a buscar
frutas, quizás me haga bien ante la mala alimentación
que vengo llevando. Me ilusionaba ver a la señora que
atiende en la verdulería. Ella es una de las personas a
quienes saludo a mi manera, «a la manera paterna». Es,
como yo, un poco retraída. Hoy nos dijimos hola y nos
sostuvimos la mirada.

Día x - Rutina

Son las 7 a.m. y me despierta el sol en la cara. Me


espera lo mismo de siempre: Un continuum de imáge-
nes. Ochenta cafés. Desayuno ilimitado. Cantidad de
chocolates como si no existiera un mañana. Estar des-
nuda. Vivir entre la civilización y la animalidad. Miro
el patio. Empiezo a distinguir verdes con más amarillo
de verdes más azulados entre las hojas de las plantas.

Pienso que podría subirme a la medianera y charlar


con mi vecino, manteniendo los dos metros de distan-
cia. Necesito un cuerpo enfrente.

562
Día x - El silencio

En estos días chateo con mi madre. No mucho, un


par de mensajes diarios. Nos contamos cómo estamos,
y después me bombardea a fakes. Le pregunto por mi
papá. Me resulta más fácil dirigirme a ella que a él, así
que le pregunto, varias veces, para que ella después le
cuente a él que yo lo recuerdo. También porque sé que
en ese hogar tirano él es el silente. Pasan unos días y
pienso que quizás estaría bueno que él reciba un men-
saje mío. No sé cuándo nos volveremos a ver... Las co-
sas que quisiera enviarle las tecleo muy rápido en un
borrador: textraño,cuidate,besos. No manejamos el
lenguaje del cariño. Finalmente le mando un mensaje
de una sola línea, nombrándolo en tercera persona en
vez de segunda, desdibujando un poco el afecto por las
dudas de que no esté preparado. Me responde con un
«gracias».

Día x - El espacio propio

Me acuerdo de una supervisora de la época en que


laburaba como AT. Era un trabajo en el que tenía que
pasar mucho tiempo junto a unx niñx indómitx. Ella
me decía que no había necesidad de llevarle cosas nue-

563
vas todos los días, que mejor escuche y observe bien su
entorno. «Todo lo que necesitás ya está contenido en
ese universo.»

Día x - Corazón de madre

Domingo a la mañana. Me despierta un grito en el


estómago. Un domingo cualquiera estaría amanecien-
do en alguna cama ajena esperando a que me traigan
comida. Las últimas imágenes que tuve en mi cabeza
antes de dormirme fueron los pliegues de las sábanas de
un ex. Me acuerdo de los desayunos que me preparaba
cuando éramos novixs y también cuando dejamos de
serlo. Nuestro vínculo fue siempre material y emocio-
nalmente pobre pero nunca faltó la «función nutricia».
Venía de un país de esos en los que ofende al cora-
zón no terminar de comer lo que te sirven. Además
de los desayunos, recuerdo los almuerzos a plato lleno,
los desbordes de arroz, las legumbres pesadas que me
hacían volver a mi casa con el corazón contento. ¿Así
cocinará una madre? «De mi casa no te vas sin comer».
Traté de aprender de esto. No sé alimentar a otrxs.

El año pasado volví a vivir sola después de muchos


años. Coincidió con un proyecto fotográfico en el que

564
todo el tiempo recibía gente en casa. Además de pre-
parar luces, fondos, espacios, me ocupaba de tener algo
para ofrecer en la mesa. Pienso que ofrecer es una pa-
labra muy grande. La tuve que construir sola, como un
ejercicio, rastreando pistas. Junto a las preocupaciones
fotográficas, la duda ante qué tan rico sentirá el mate,
ante qué tan justa estará la medida del café, ante qué
tan gustosas le sentarán esas galletitas. Algo entra en
contacto con una fragilidad que me pone al filo de la
falla.

El estómago me sigue rugiendo. Aún no salgo de la


cama.

565
Lila Vázquez Lareu

nació en Buenos Aires, Argentina, en 1990,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

566
Acá adentro, amarillo. Atardece. Deben ser más o
menos las 7 de la tarde. No puedo ver la hora en el ce-
lular porque se me mojó y lo tuve que meter en arroz
para que le absorba la humedad. Qué vértigo pensar en
no tener celular justo ahora que es el principal medio
para contactar otras caras. En realidad, no le entró agua.
Le tiré demasiado alcohol para desinfectarlo después
de salir a la calle a hacer las compras.

Son los primeros días de cuarentena. Pienso que


es clave que el día haya estado tan lindo. Fui al super-
mercado chino, a una dietética, a la verdulería y a una
farmacia. En la farmacia fue el único lugar donde no
compré nada: no les quedaba más alcohol. Ah, también
tiré la basura. Había salido para eso y después me atacó
la alerta de no quedarme sin comida, o quizá las ganas
de tener la alacena bien llena y saber que puedo no vol-
ver a salir por un rato. No digo «por un tiempo». Eso
ya es mucho.

567
No sé si fue lindo salir. Creo que no me reportó algo
extra o bueno. En el departamento estoy muy cómoda.
El balcón tiene vista abierta y hay atrás una ventana
para que circule el aire. Luz, aire y colores. De eso acá
adentro hay mucho. Y está Pepi, la gatita. Cada vez que
me detengo en ella vuelvo a entender que aprendo a
estar. «Ser feliz es estar en el mundo». Hacer la vida más
ancha que larga.

Ahora, sentada en el balcón cerca de las plantas, con


la rosa que se abrió amarilla durante esta última noche,
el celular hundido en un táper de arroz y la computa-
dora apagada, siento como si fuera uno de los primeros
momentos del día de conexión con la realidad. Porque,
en la calle, hacer una cola de una cuadra para comprar
bananas a 3 metros de distancia de las personas de la
fila, fue surrealista. Y acá en casa siguen mis exigencias
como si el virus todavía no hubiera detenido este mun-
do: videollamadas virtuales con mi familia, con cada
grupo de amigas. Casi una por comida, al parecer. Aún
encerrada siento el exceso de agenda y a la vez me ma-
ravilla la posibilidad de compartir una cena a través del
teléfono con Glo y Maga que se ríen, toman gin tonic y
prenden un porro. O ver a Pau que teje. Cantarle el feliz

568
cumple a Ceci. Charlar con Alejo y ver que esa boca
se me vuelve irresistible incluso formada por píxeles y
tragando fideos.

La abuela se ausentó del mate virtual de las 5: dijo


que le parece muy frívolo. Hoy la cuarentena la encuen-
tra más triste o reservada que ayer, que me llamó a las 8
de la mañana para sumarme a una pantalla en la que ya
estaban mi prima de Villa Gesell y mi tía de Bariloche.

Dentro de la lista que no para de crecer, creí que


iba a hacer gimnasia, a aprender guitarra, a hacer de
un saque todos los ejercicios de escritura. Uf. No voy
a ser la heroína del encierro. Hoy no hice actividad fí-
sica y el rato más lindo del día, cuando se unieron mi
cabeza y mi pecho, fue mientras miraba mis manos con
las uñas sin comer y pintadas, lavando diente a diente
una cabeza de ajo que había traído del exterior. Mien-
tras, se escuchaba el agua de la canilla mía y también la
de Alejo, que ofreció a través de la cámara su patio de
baldosas blancas y amarillas. Él está manguereando. Su
invitación fue a estar.

569
Cuando me callo un rato, me adentro en una de mis
sensaciones preferidas: estar, en silencio, con Alejo, por-
que sí, y ¿por qué no? El fin es compartir. Y qué fea le
queda la palabra fin. Lo veo limpiar su patio y decirme
que le gusta sentir el agua en los pies. Sus gatitas tratan
de acercarse y él les habla para que lo dejen seguir lim-
piando. Qué lindo es estar así con vos, mientras enjuago
una ciruela de las amarillas dulces. Estar así es un estar
único. Aprendo, voy aprendiendo, no me sale a veces,
intento dosificar, confiar en que el otro sabe y compren-
de, con el pecho, igual que yo.

El día soleado, sábado 21 de este marzo globalmen-


te recordable, venenoso, acaso triste, raro, nuevo, me
encontró primero descansada. Me vengo levantando de
buen humor, cuando mi cuerpo se cansa de descansar.
Eso claramente no pasaba en la semana laboral. Arran-
co contenta, casi exultante, de vacaciones. Después
rara, asustada. Y ahora, en el balcón, volviendo a lo que
aprendí que ayuda a enraizar: la cercanía de las plantas,
la birome, el celular lejos por un rato, el cuello tranquilo,
sentar el cuerpo a sentir el amor como un tul de con-
fianza y envión que abraza el centro.

570
¿Tiene sentido preguntarme hasta cuándo durará
esto? ¿Qué pasa con el uso de nuestro tiempo, de nues-
tra plata, de nuestra piel? ¿Cuánto hay que respetar las
leyes? ¿Se le puede tener miedo al miedo? ¿Qué pasa
con esta humanidad?

Aquellos momentos, fugaces o no tanto, que nos


hacen sentir en casa adentro del propio cuerpo, estar
en donde estamos, me parecen dorados. Lavar la fruta.
Abrir la reposera. Mostrarte los adoquines de la calle
por la que voy mientras pienso qué tan trucho sería de-
cirte que en realidad no hay tanta policía en la calle y
que podemos poner un punto medio y vernos. Tu cara
en el celular me da deseo, me alegra como un tirón. Es
exactamente como cuando un mago se saca de la boca
un pañuelo tras otro: así, un bienestar fuerte y de sor-
presa me va asomando cada vez que te encuentro. Tu
cara sonriente. Creo que te extrañé tanto que ahora no
puedo creer lo lindo que sos. Hoy dijiste que la clase
con Mora te hizo bien. Sí que sabés hacer camino. Y
me dan ganas de darte las gracias con este texto que fue
ondulando hasta Boedo y vos sin proponérmelo. Será
porque puedo sonreír libre y abrazada en este balcón.
Te siento vos en tu casa. Me siento yo acá.

571
Miro el cielo. Llega hasta acá algo de olor a pescado
y a parrilla. Por los balcones y ventanas ya oí gente, ge-
midos, instrumentos, aplausos. ¿Cuántos colectivos son
los que hacen ese ruido? La rosa está tan grande y llena
de pétalos que el tallo que la sostiene está casi vencido.
Cuando la viste el otro día era solo un botón marrón,
apretado. Hace un rato me acerqué a olerla y no tiene
perfume. Sí tiene una textura súper suave. Parece hecha
para hundirle la nariz y sentir ese colchón. Hoy escu-
ché una canción del Kanka que dice «No me interesa
el mostrador del que la gente presume, estoy contigo
por tu olor, no por tu perfume». Me llevó a acordarme
la cantidad de veces que para buscarte bien y llegar me
hundí en tu axila a sentir tu olor.

Sigo pensando. Creo que voy a hacer puré con el


zapallo que hice al vapor y le voy a agregar ajos y cu-
rry para cenar. Ya prendí la lámpara de sal y barrí. La
molestia que estoy sintiendo en la encía va a tener que
quedar para más adelante. Quisiera seguir viendo la se-
rie londinense que empecé. Vuelvo al balcón porque me
llamó la brisa.

572
El silencio que hay no da miedo, acompaña. Y me
anima a rendirme ante mí misma y dejarme guiar por
las ganas y lo que aparezca. Que van a aparecer. No se
duermen, no se van. Pero, vamos, sé que es un contexto
difícil y los ritualitos que sostienen, los sostengo: verme
linda, cocinarme, bañarme, cambiar las sábanas, levan-
tar la cortina para que entre el sol, prender una vela
para cenar. Cantar en voz alta, moverme para despertar.
Para ganarle al miedo escribí todas las cosas que puedo
hacer desde acá, con una camarita y la gente querida.
Me digo: calma que las ganas, más que la memoria y las
tareas, van a llenar este tiempo, van a hacer este tiempo.
Estar para mí. Y quiero estar para otros en este mo-
mento también. No hay conclusiones. Hacer esto hoy
siento que es amor. Y cada día, en este mundo nuevo, se
baraja de nuevo.

Ya deben ser las 9, porque la gente se empezó a aso-


mar a los balcones para aplaudir a los médicos. Los ve-
cinos de enfrente pusieron a todo volumen la canción
Resistiré. Se me pone la piel de gallina. Se suman más
personas a aplaudir. Una moto que pasa toca bocina.
Chicos chiquitos gritan. Se prenden más luces. Me em-
barga la emoción, la sensación de algo común y muy

573
grande. También de nervios y novedad contenida en un
lugar que no conozco. De que estoy acá y soy mi familia
junto a los que quiero. Y de que hay otra red gigante, de
hermandad y esfuerzo conjunto. Si me voy a dejar flo-
tar en algo, elijo esto y no el miedo. Tratamos de poner
amor donde hubo miedo, y nos hacemos más humanos.
Pienso en la carta de nuestro presidente. Pienso en fil-
mar los balcones aplaudiendo y el coro de Resistiré para
animar a la abuela. Pienso en estar acá. Que el amor
empuja y el miedo paraliza.

De la cocina viene olor al ajo que está a punto de


quemarse en la ollita. Una casa con olor a comida está
más llena.

Con las manos secas. Hoy es miércoles, está nubla-


do, y escribo con las manos secas de tanto jabón. Se me
formó en el dorso de la mano un mapita de recorridos
diminutos, blancos. Cada arruga y marca en la piel del
dorso de mis manos y hasta el comienzo de las muñecas
está así, blanca y seca por el exceso de lavado.

574
Gris. Quizá ahora que se nubló y pareciera que va
a llover, estos dejen de parecerme días de vacaciones.
Desde que la cuarentena se puso más estricta, hoy es
el primer día que no amanece despejado y soleado. El
cielo venía estando radiante, tirante de tan claro, y la
luz hacía brillar con fuerza todos los árboles del Parque
Centenario que veo desde el balcón. Las plantas de mis
macetas, agradecidas. Era difícil pensar en esta situa-
ción de modo serio con el cielo tan celeste. Ahora está
más bien blanco y gris, como espeso. Hay viento fresco
y abrí todas las ventanas para que entre ese aire. Pienso
que mi escritura de hoy también va a estar un poco más
opaca.

A la mañana me tocó salir de nuevo, porque ya me


empezaba a hacer falta reponer verdura y fruta. En la
calle tuve la sensación de que estamos como aplanados.
Y me incluyo. No está arriba de todo la novedad de los
primeros días, y en las filas para entrar a los negocios
esperamos con paciencia y tomando distancia. No noté
rostros apurados ni caminatas bruscas. Así, nada se pa-
rece al ritmo laboral. Algo de este aquietamiento me
calma. Me tranquiliza.

575
En la avenida de la esquina de casa se amuchan los
autos y la policía urbana frena a cada vehículo, inclu-
so a las motos, para pedirles el permiso de circulación.
A cada momento recuerdo que si esto hubiese sucedi-
do durante el gobierno anterior, no me habría sentido
cuidada. Hubiera sido salvaje, asqueroso; y la policía,
seguro cometería más abusos. La economía toda quedó
suspendida. A excepción de la de los dueños de los su-
permercados y las farmacias, claro.

La coreografía que armo cuando vuelvo de la calle


me pone nerviosa porque no le encuentro límite a la
obsesión y me enredo en mis propios pasos: para cada
superficie, incluido mi cuerpo, uso jabón, lavandina, al-
cohol. Dejo la billetera en una mochila que no vuelvo
a abrir a menos que salga, me saco la ropa y la meto
en el lavarropas…pero ¿debería limpiar el frasquito de
alcohol en gel que usé en la calle? Rociar por afuera
con alcohol a un frasquito de alcohol en gel me parece
el colmo de las mamushkas y es una rutina de nunca
acabar: limpiar el alcohol con más alcohol. En algún
momento me da gracia, me perdono y decido que ya
está, que ojalá sea suficiente. La ducha, por su parte,
es rara. Resulta muy diferente bañarme como cualquier

576
día, a bañarme para sacarme con jabón la calle de en-
cima, desde la planta del pie hasta el pelo y los brazos.
Como si de verdad pensara en limpiarme, mientras que
en las duchas ordinarias no se me ocurre que realmente
me estoy lavando.

En casa me siento en paz. Hay algo de protección


exacerbada en el ambiente. Los días de sol esa paz se
volvió alegre y potente. Hoy se me hizo más rara y so-
litaria, como si lo nublado del cielo alumbrara todos los
motivos por los cuales estamos haciendo esto y sintiera
un poco más lejos a los demás, en peligro. Desde afuera
se escuchan patrullas que amplifican una grabación con
sus parlantes y anuncian que debemos permanecer en
nuestros domicilios. Me pregunto por qué siempre ese
tipo de anuncios son grabados por voces de hombres.
Esto sucede una o dos veces al día como máximo. Si
fuera más seguido creo que se enrarecería el aire, dema-
siado real o distópico. Por ahora, acá adentro es como
si hubiera creado un lugar aparte en el que el agua está
calma y a gusto.

577
Una vez, Alejo me contó acerca de la diferencia en-
tre ser y estar. Ser, me explicó, es un concepto europeo
y asociado a la intelectualidad. Estar tiene raíz ameri-
cana y se vincula con otra forma de habitar el mundo,
más ancha, anclada al presente. En esta bizarra, única
y especial secuencia de días vengo notando que, tal vez
ahora, estoy. Y que, a fuerza de solamente estar exage-
radamente acá, voy conociendo más de lo que soy. Con
sol, y en la oscuridad también. Percibo que con los días
está convivencia conmigo se va a poner seria, cada vez
más real y menos exhibida.

Libertad. Todo aquello que creí que era por fuera,


quedó detenido. La pausa se llevó puesta un cambio de
trabajo en el que ya no la pasaba bien, y las actividades
que adoro y a su vez no me dejaban una tarde libre para
pasarla en casa. Todo eso quedó en un freezer que des-
congelaré de manera deforme ni bien termine esto, una
siesta continuada en la que nadie me dice qué hacer. Ni
siquiera yo. Y a la que le voy encontrando bastante buen
gusto: no hay más ese algo amenazante que me esté
perdiendo y solo queda encontrarme. Quisiera conser-
var algo de este tránsito cuando vuelva a andar la rueda,
si es que vuelve a girar tan rápido como antes. Lograr

578
vivir las formas que nazcan, sin importar qué contaría
o explicaría después o cómo se vea. Dudo que podamos
salir de esta idénticos, y en parte, me alegra.

Cambia. Cuando lo que tenemos que sostener indi-


vidual y colectivamente es la vida, todo toma otro ta-
maño. La cabeza no me persigue, no me habla de ayer
ni de más adelante. Solo escucho lo que estoy haciendo,
aunque sea apoyar una taza en la mesada de la cocina.
Hace mucho tiempo no escuchaba cigarras a la tarde.
No me aburro. Me puse un reloj para tratar de no mirar
la hora en el celular. Hay tanto silencio que escucho el
movimiento del segundero. Tiempo y silencio. Selec-
ción. Sin ruido y sin apuro. Nunca había pensado que
podría haber una epidemia mundial. Pero menos había
pensado que podría pasar un evento así sola en casa.
Y hay algo en esta autosuficiencia que me sorprende y
me excita, me hace sentir más poderosa o quizás sim-
plemente más grande. Hay una pandemia. Y creo que
estoy bien, me siento muy bien y si no confiara hasta
podría dudar de ello si quisiera. El exceso de análisis e
información me juega en contra si me dejo. Estoy orga-
nizada, con ánimo y hasta acá no tengo miedo.

579
Tal vez nos estamos acostumbrando. ¿Se volverá
esto base y normalidad? Los primeros días de cuarente-
na fueron de mucha comunicación. Después fue dismi-
nuyendo en el WhatsApp esa voracidad por constatar
que seguíamos ahí. Ya lo sabemos adentro, seguimos al
otro lado. Internet me ayuda a que todavía no sienta
nostalgia del cuerpo real, en vivo, pero si esto dura mu-
cho más, y sobre todo si se pone lluvioso, probablemen-
te vaya a ser cuesta arriba. Por ahora no extraño casi
nada de afuera y hay ratos del día en que pienso que fui
hecha para esto: cocinar comidas ricas, leer, escuchar
música, sin salir de casa y con todo lo que necesito cer-
ca y provisto a mi gusto. Soy consciente de que puede
sonar raro, o quizás en realidad sea la culpa de mujer
hablando y crea que necesito necesitar. Necesitar a otras
personas. La verdad es que, dado que no hay mucho
para elegir en este caso, me agradezco que el último
tiempo había empezado a llevarme bien conmigo sola
en casa. Creo que todo ese proceso se transformó en
una gran herramienta inesperada. Me pregunto cuán-
tos días puede saborearse el aislamiento sin la presencia
de otros. Me siento agradecida del amor que recibo y
de poder ofrecerlo yo también. Sentirnos acompañadas
entre mujeres amigas y sernos sostén, red de oro.

580
Ya no sé cómo dura el tiempo. Los días previos al
encierro duraban más y también menos. Lograba hacer
entrar en ellos una cantidad infinita de actividades apu-
radas. Levantarme, no desayunar, ir corriendo al colec-
tivo, cargar la tarjeta, llegar al trabajo, irme del trabajo,
esperar el colectivo, ir a canto, a danza, al otro trabajo,
a la psicóloga, a cenar con amigas, a merendar con la
abuela, a recibir amigas en casa y poner la alarma para
el día siguiente. Siempre me parecía que necesitaba más
tiempo. Ahora hago menos cosas, me levanto con el
cuerpo blando a la mañana y se me hace que aquellos
días tenían más horas. Si no, ¿cómo hacía tanto? ¿Y por
qué? ¿Es otra forma de ser feliz?

Hay algo en estos días que hace que me acueste ilu-


sionada por levantarme al día siguiente. Estoy segura
de que el sol y los ruidos de los pájaros tuvieron mucho
que ver. A medida que escribo, el cielo se va poniendo
negro y mi sensación de disfrute y seguridad se api-
chonan. Hoy pienso que con una charla por teléfono,
un té, un chocolate y una película en compañía podría
darle pelea a este panorama. Ya veremos cómo me va.
Será cuestión de echar mano a lo que pueda, prender las
luces, poner música, hacer un lindo rincón y no abollar-

581
me, escribir como si se tratara de una artesanía, aunque
también hay belleza en cómo se mueven los árboles un
rato antes de que se largue a llover.

Espero cada mañana ese envión que imprime el


estreno. Salir al balcón, ver cómo está el día, decidir
qué desayunar, prepararlo. Y así van apareciendo como
pecas todas las cosas que suceden mientras estoy des-
pierta. Las primeras noches apreté mucho los dientes,
ese lugar en el que se me acumulan las preguntas, los
nervios, la sobre-adaptación. Algo de lo excepcional
de este confinamiento empieza a volverse rutina y mi
mandíbula comenzó a relajarse.

Brasil. A mi cabeza vienen seguido recuerdos del


verano, abrazándonos todos adentro del mar. La fres-
cura fundante. Eso, y el humor. La espuma entre las
piernas y la compañía constante de todos ellos, que nos
mantuvimos alrededor nuestro como una constelación.
Veo las fotos. Sin nostalgia todavía, pero empezando a
extrañar. Hacer extraño… ¿se vuelve extraña la persona
o su falta? ¿O nosotros, sin aquello que extrañamos? Lo
que extraño es lo que me era más familiar.

582
A la cama solo estoy yendo a dormir. En mis sueños
siempre estoy acá adentro y todos tienen de fondo estas
paredes blancas. En uno que recuerdo de hace unos días,
la psicóloga venía a atenderme a casa en lugar de hacer
la sesión de manera virtual. Cuando la hacía pasar, le
mostraba el lugar y mientras lo recorríamos descubría
muchos más ambientes de los que hay en realidad. Yo
me preguntaba en el sueño para qué habría puesto el
lavarropas en el balcón si había un ambiente enorme
destinado especialmente a ser un sector de lavado. Des-
cubríamos, además del lavadero, una terraza enorme y
más cuartos. Ya escribiendo pienso que quizá fue por-
que con ella accedo a recovecos de mí que no conocía.
Me sorprende esa analogía dentro del monoambien-
te. O quizás solo fue porque nunca había pasado tanto
tiempo seguido adentro de esta casa. Ni de ninguna.
Para la primera sesión de terapia virtual me puse per-
fume.

Hoy al despertar, en cambio, recordé que había te-


nido una pesadilla. Un hombre venía a arreglar el su-
ministro de internet. Lo recibía casi desnuda sin darme
cuenta, porque así es como vengo pasando estos días.
Intentaba subirse a mi cuerpo, tocarme. Me desperté

583
con el corazón acelerado de miedo. En el sueño yo no
gritaba. Solamente atinaba a decirle «por favor, no, por
favor, no», y el grito no me salía. ¡¿Por favor?! Me senté
en la cama y al despabilarme me indigné. Solo por ser
mujer y que ese hombre me viera el cuerpo podía apa-
recer todo ese temor. Si yo veo el pecho de un hombre
es muy probable que necesite mucha vida más alrede-
dor de ese pecho para desear tocarlo.

Rutinas. Hay partes de la película dentro de casa


que intento sostener: cuando me levanto, hacer la cama;
antes de acostarme, dejar los platos lavados; y pasar el
día con ropa que me guste, no en piyama. Y desayunar.
El médico me dijo que desayunara bien para estar fuer-
te. Con todo el tiempo disponible, últimamente prepa-
ro desayunos tan amplios que después hasta la tarde no
vuelvo a tener hambre. Tuesto pan integral y le pongo
ajo y aceite de oliva, herencia culinaria de la abuela es-
pañola, separo galletitas de avena, banana pisada con
frutos secos, exprimo dos naranjas para llenar un vaso
de jugo, un vaso de kéfir que me enseñaron a hacer y
un vaso de agua con limón, como se dice, para enjuagar.
No me quedan dudas de por qué recién vuelvo a comer
a la tarde. Sobre todo si no me muevo mucho.

584
El kéfir es una bebida probiótica con muchos bene-
ficios para el organismo. Se puede hacer de manera ca-
sera y para eso hay que conseguir nodulitos. Se pueden
comprar en el Barrio Chino, pero dicen que es mejor
que sean un regalo. Los míos me los regaló Maga. Fue
durante la cuarentena y los pasó a buscar mi papá cuan-
do todavía se podía circular en autos sin un permiso es-
pecífico. Me trajo el frasquito a casa y le pasó alcohol en
gel antes de dármelo. Hicimos la repartija y él se quedó
con la mitad de los nódulos para llevar a la casa familiar.
Me saludó desde lejos y simuló un abrazo en el aire.
Me aguanté las ganas de llorar. Lo vi con miedo, por él,
por mis hermanos, por mí. Con preocupación por que
supiera cuidarme sola. Después de tirarnos besos en el
aire fui al almacén de la vuelta a comprar lavandina y
ahí sí me puse a llorar. Ayer me llamó para preguntar-
me cómo estoy y recomendarme una película.

Malvón. A la abuela le conté que estoy cuidando


uno en el balcón. Ella nos enseñaba jardinería a mí y a
mis hermanas. Mis hermanos varones eran demasiado
chiquitos en ese entonces. La abuela se ponía un som-
brero de paja, el jean adentro del par de botas de lluvia y
desde una escalera podaba la hiedra que se enredaba en

585
la pared. Nos daba guantes con gomitas antideslizantes
en las palmas y nos indicaba qué hojas sacar para que
llenáramos bolsas enteras con hojas secas. En un cos-
tado, me acuerdo, había un malvón. Es una planta que
no tiene un olor rico, pero sí muy característico. Hace
unos meses compré este en un vivero cerca de casa, por-
que ver y oler un malvón me lleva inmediatamente a
la abuela, al sombrero de paja y a nuestras manos en-
vueltas en esos guantes gigantes con los que hacíamos
de asistentes. Para animarla la llamé y le pregunté qué
cuidados especiales requería un malvón. Me dijo que
ninguno, que es una planta que se desmadra, que se va
en vicio y que por qué me la compré si no tiene nada
de especial. Me dio risa su respuesta. Le saqué de buen
humor las hojitas marrones que se habían secado a lo
largo del tronco. En el balcón hacía mucho calor y bajé
el toldo. Es de una tela micro porosa color tiza y, si hay
sol, el balcón parece una pileta. La luz queda encerrada
por el toldo y se arma un prisma marfil, un ambiente
aparte.

Casi desde que el encierro empezó, decidí no mi-


rar noticias ni enviarlas a los demás, salvo las oficiales.
Enterarme de plazos, cifras, me lleva directo a preocu-

586
parme por la felicidad de mis papás, la salud de la fami-
lia, la estabilidad mental de todos, el negocio de papá;
me angustio de que lo injusto ahora sea más injusto.
Alejo dijo que el capitalismo muere, pero con las botas
puestas: este escenario es también peor para los que ya
estaban peor. Castañeo los dientes y pienso que van a
ser mucho 15 días más de economía de guerra. Y cómo
los vamos a llevar. Cómo los van a llevar. Se me vienen
encima las paredes de la casa y lo que puedo hacer por
otros me queda chico.

Cuando salga. A veces creo que lo primero que voy


a hacer cuando esto termine va a ser ir corriendo a con-
cretar algo que me debo: ir a una manicura para que me
pinte las uñas como corolario de haber dejado ese vicio
que se me recrudece en épocas de angustia y tensión.
Pocas veces había tenido los dedos tan en paz como
ahora. Me dijo Lau que me acuerde de que todo son
procesos, y que los tiempos son personales. A lo mejor
salga a que saltemos en la calle con Maga y Glo que
viven tan cerca. O cruce al parque. O brindemos de ali-
vio y triunfo sorprendidos, con cerveza, con mate. O
te dé un beso baboso cuando te encuentre en la mitad
de camino entre tu casa y la mía. El vecino de enfrente

587
ponga música en el parlante para cerrar este ciclo y los
chicos vuelvan a la escuela. O festeje un cumpleaños.
Imposible anticiparme. Por ahora, hacer la plancha.

Viernes. Otra clase de yoga virtual me ayudó a que


disminuyera la contractura que tenía en la parte supe-
rior izquierda de la espalda. Y así, con los días, la voy a ir
puliendo. Con paciencia, sin apuro, como si no tuviera
otra cosa que hacer más que estar acá adentro y aplacar
esa molestia. En la clase sentí oxígeno entre los huesos,
la piel estirada, agradecimiento y esperanza por la soli-
daridad de tantos profes que nos rescatan vía web.

De a momentos empiezo a sentir amenazante la po-


sible vuelta de la rutina del trabajo y el apuro. No quiero
fingir más interés en lugares que ya me dieron más de
lo que pedí. Tendría que encontrar la ecuación para no
mantener un trabajo solamente porque me provea el
dinero para usar en las tardes. Es difícil la balanza. No
quiero olvidarme de que ahora me pregunto a qué le
tenía miedo antes, miedo a perder qué, si ya lo tengo
todo.

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Julio. Mi abuelo Julio estuvo detenido durante un
año en la última dictadura. Hace pocos meses leí un
testimonio suyo en el que cuenta que jamás elegiría a
conciencia vivir una experiencia como aquel encierro,
signado por la violencia y el autoritarismo. Sin embar-
go, dice que fue una lección que le duró por el resto
de su vida: una vez privado de todo fue más libre que
nunca.

No me gusta dejar las almohadas desordenadas,


haciendo de respaldo, con una bandeja en la cama. Por-
que no estoy enferma. Solo estoy esperando. Y algo ya
llega de la melancolía anunciada. Hoy le escribí a una
amiga: Glo, si estuviéramos en vida común, te invitaría
a dormir a casa.

Domingo y este encierro ya me empieza a dar bron-


ca. Con qué derecho. Esta vida es una, esta vida es mía,
¿a quién se la estoy regalando? Nada. Es mía ahora.
Hace un par de noches tuve una menstruación muy
dolorosa. Me bajó la presión y llamé a mi mamá por
teléfono con una nube en el cerebro que me impedía
pensar. Era el dolor. Se me caían las piernas y me salían

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gritos como si no fueran míos. Mamá me dijo que esta-
ba teniendo contracciones y por el altavoz del teléfono
me guio a respirar y relajar el cuerpo hasta que esto
cediera. Fue lo más parecido a un parto que viví. ¿Qué
estaría pariendo o despidiendo?

Un autorretrato es siempre una caricatura, le es-


cuché leer a un escritor. Estoy habitando todas las fra-
ses trilladas. Me estoy haciendo amiga de mi silencio y
amiga mía. El silencio es acogedor. La casa es como un
cuerpo. No quiero descuidarla.

Preguntas y sensaciones. ¿Cuán mal estaría no re-


solver el Edipo? Ya estamos en abril. Empezó a hacer
frío y es jueves. ¿Importa qué día es? Pienso en Mar del
Plata en invierno y en todo lo que trae cobija cuando
ya no podemos andar con poca ropa. La cuarentena se
va a extender. Salvo que me ponga a cocinar, tengo al-
tos niveles de dispersión. Tengo un labio lastimado y
al mirarme en el espejo creo que luce bien, como si me
hubieran dado un beso fuertísimo.

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Realidad. Miré noticias sin querer e inmediatamen-
te pensé en mi muerte y en la de los que amo. Pepi per-
cibe que fueron días de pensar en eso y está más pegada
a mí que al principio. Di una clase a mis estudiantes por
Zoom y fue como una inyección de vida. Después llamé
por teléfono a la abuela y fue difícil convencerla de la
importancia de levantar el ánimo. Me habló de algo que
le contaba su madre: en la época de la peste en España,
levantaban los cuerpos de la calle en carretillas. Ayer
fue la primera vez que lloré desde que empezó todo
esto. Me encontré con la realidad y me dolió la panza.
Me trago la angustia, me distraigo y me concentro.

Las gatitas de Alejo están empezando a dormir bien.


Al principio lo mantenían despierto toda la noche, y
ahora ya se adecuaron a su ritmo. Eso me hace pensar
que todo lleva tiempo. Este tipo de pensamientos me
arrullan. Me parece loco que años de autoconocimiento
y forcejeo interno conmigo me encuentren hoy resetea-
da, más clara, en paz, y que la calma coincida con esta
pausa. Suenan distintas músicas y no necesito evitar
ninguna, no hay emociones acumuladas que broten con
una canción triste. Estoy amigada con mi historia. Vivo
la ilusión de llenarme y vaciarme cada día.

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Lola del Gallego

nació en Oviedo, Asturias, en 1998,


y pasó su confinamiento en Noreña, Asturias

592
21 de marzo de 2020

Me despierto turbada, con una sensación de pesa-


dumbre gaseosa sobre los ojos. Trato de fijar la vista
en los prados al otro lado de la ventana. Me pregunto
varias veces si levantarse tiene algún sentido. A mí suele
ponerme en marcha un impulso nada inocente. Pocos
días de tristeza me dejan tumbada con mis sombras. Ni
siquiera me digo: «Venga Lola, levántate». El resorte
se activa solo, expulsándome de esas orillas. Cuando el
resorte no es lo suficientemente potente me invade la
culpa: la disciplina del bienestar.

Me unto en las plantas de los pies tres gotas de esen-


cia «fuerza vital y energía». Dos en cada chakra, cuatro
en el corazón. Otras tres de «alegría consciente» en el
plexo solar. Tengo que repetir el procedimiento cuatro
veces al día. No lo hago porque me faltan las fuerzas.
El hombre que me hizo la prueba de kinesiología que
determinaría qué productos habría de usar no me vio
demasiado bien, y tenía razón. Esta cuarentena me pi-
lla en plena depresión. Varias veces al día pienso en las

593
personas que también están pasando una crisis. ¿Cómo
lo hacemos, compañerxs?

Desayuno un bol de avena con nueces y plátano de


Canarias. Es mi desayuno preferido, pero últimamente
empieza a incomodarme. Veo un capítulo de Friends,
que me ayuda a aterrizar como cada mañana. Me pon-
go un vestido, me pinto los labios y respiro más holga-
damente. Cuando no hay miradas alrededor, unx se au-
topercibe desde otro plano. Me siento atractiva, por fin,
gracias. Cez me dice que estoy muy guapa y que tiene
ganas de follar conmigo. Las miradas también pueden
ser digitales.

Por la tarde no puedo estar. Me duele el cuerpo sen-


tada, tumbada, de pie. Quiero silenciarme. O un abra-
zo. Quiero unos brazos que me den calor en esta ha-
bitación donde la gélida humedad se incrusta en mis
huesos. Quiero que Cez esté aquí y me acaricie. ¿De
dónde viene el dolor? Mi cuerpo está constituido por el
contacto y por la falta de contacto.

No logro estudiar. Sigo a este lado de la ventana, mi-


rando, con las pupilas tan empañadas como sus crista-
les. Inspiro, espiro, me hincho y me deshincho. No dejo
de escuchar el mismo verso una y otra vez: I’m tired

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of feeling like I’m fucking crazy. Lo estoy, estoy cansada
porque aísla. Tampoco desearía estar siendo otra cosa,
porque no sería yo. Esta locura me viene desde fuera.
Reacciono frente al cisheteropatriarcado con la fluidez
de mis deseos y la rabia entumecida de ser negadx. Es-
cribo que la depresión es una vivencia queer. No quiero
decir que todxs lxs queer estén deprimidxs. Quiero de-
cir que la inadecuación es la base de la depresión, y la
inadecuación viene desde fuera, de la falta de contacto
—físico y lingüístico—.

Se me mete entre ceja y ceja que me tengo que rapar


en este preciso momento. Siempre que me corto el pelo
es igual. Cuando decidí que quería llevarlo tan corto
tuve que dejar de estudiar e ir a la peluquería porque
hacía tres días que no lograba concentrarme. Son mo-
mentos del Sí. Hay que hacerles caso. Hoy, como nadie
puede hacerlo por mí, cojo la maquinilla y ensayo tor-
pemente cómo mover mis manos del revés. El resultado
no es tan malo, ahora me parezco más a mi hermano y
mi cara parece haberse agrandado. Quizá porque estoy
leyendo Alicia en el país de las maravillas no me parece
raro.

595
22 de marzo de 2020

Mi habitación estaba deshabitada. Tuve que mover


todos los muebles para que la cama se acostase junto a
la ventana, como siempre había deseado. Así se siente
más cercana a mi pecho. Hay una correspondencia en-
tre el espacio que habito y el espacio que me habita.

Las sesiones de danza online son el reto más cons-


tructivo de esta cuarentena. Me llevan a merodear sobre
los espejos, a reptar hacia el techo y a fusionar el aden-
tro de este edificio con el adentro de la calle. Como
fuera hace frío, no puedo jugar al juego de los contras-
tes por mucho tiempo, pero durante unos minutos abro
la ventana de par en par para que todo se acaricie y se
relama. La luz sin filtro trae el exterior entre las manos.

Hoy descubrí que el alféizar de mi ventana es un


maravilloso diván donde a las seis de la tarde hace pa-
rada el Sol. Desde lo alto me sentía real. La realidad
es compleja últimamente. Hay que buscarle las vueltas.
Construir a través de lo virtual me enfada la mitad de
las veces, cuando me descubro con los pies helados en
plena videollamada. Me inspira la otra mitad, cuando
me siento arropada por un sueño al otro lado de la cá-

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mara.

Quise capturar en vídeo un instante real desde mi


ventana, pero llegué tarde y me tuve que esforzar para
que los detalles fosilizaran en mi memoria: Un caba-
llo blanco y fornido se revolcaba sobre la hierba con
la energía de la sinceridad. Giraba de un lado a otro,
impetuoso, cometido con el momento. Hacía levantarse
una nube de tierra ligera, destellante al caer del Sol del
atardecer. A su alrededor el mundo contemplaba inmó-
vil, guardando el plácido silencio de los domingos en
primavera. El espectáculo se habría llamado «Pureza»,
si alguien hubiese podido grabarlo para el mundo vir-
tual. Me sentí desbordada por el gozo.

23 de marzo de 2020

Cuando supe que en dos semanas no podríamos salir


de casa sentí una impotencia desbordante. Ahora dos
semanas me parecen dos días, pero normalmente pasar-
me dos días en casa me lleva a lugares que me aterrori-
zan. ¿Estoy descubriéndome más fuerte? Puede que sí,
pero me preocupa que nos acostumbremos a la ilusión
de la independencia. Echo de menos a mis amigas, a
mi amor, y ahora tenemos casi un mes al frente. Desde
597
que tengo recuerdo, cuando me angustio se me cuartea
la piel de la cabeza y se desprende esparciéndome por
todas las superficies. Ahora estoy siendo serpiente, creo
que esta vez mi piel llora por falta de cariño.

Intento hacer ejercicio con mis amigas, pero a los


ocho minutos me siento acuchillada. Me digo que no
valgo para nada. Después pienso que realmente no que-
ría hacer ejercicio. Mi cuerpo es más listo que mi cabe-
zonería, observo. Siempre sabe cómo hacerse escuchar.
Mi cuerpo soy yo, así que siempre sé cómo hacerme
escuchar. Es buen momento para ejercitar la atención.
Hace un mes leí el libro Viaje al ciclo menstrual, de Anna
Salvia. Estoy tratando de conectarme con mis ritmos.
Logro cierta autocomprensión y, como consecuencia,
una tregua compasiva que me dice que puedo estar
conmigo.

Lo que, por lo pronto, se me complica es responder


al WhatsApp. Se me acumulan las conversaciones y no
puedo abordarlas. Cuando logro responder con aten-
ción a una persona, otra me cuenta algo nuevo. Me gus-
ta que estén, pero nunca tendría cuatro conversaciones
simultáneas cara a cara. Me siento mala amiga y pienso
que es normal que después me sienta sola si no consigo

598
estar en la cotidianeidad del resto. Hay algo de «me
lo merezco» en todo esto. Estoy siendo injusta conmi-
go. Hace años que no sé muy bien cómo relacionarme.
Creo que eso también viene de mi estar queer. Me sien-
to demasiado inadecuada.

24 de marzo de 2020

Despertador a horas tan tempranas que no existen.


Me subo en la báscula. Vuelvo a convivir con mi peor
enemiga. Me cuantifica cada mañana, después de hacer
pis y todavía en ayunas. Me etiqueta, me identifica. A
veces soy unos gramos más y a veces unos gramos me-
nos. Mantenemos una relación muy tóxica. No puedo
resistirme a su coqueteo cuando me espera en la habi-
tación de al lado. Quiero deshacerme de sus efectos de
verdad, pero no logro abandonarla. Me declaro insana-
mente dependiente de los números que me son devuel-
tos cuando me encaramo a la bandeja. Adicta al control.

Esto se resume a un breve instante, sin embargo, que


me deja preparada para afrontar el día sabiendo quién
me toca ser hoy: la de los 500 gramos o la de los 800.
Tengo una clase online sobre la sexualidad como dis-
curso y las resistencias queer, después me toca danzar la

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consigna: «la piel es de quien la eriza». La piel la eriza
quien la viste, supongo, pero ¿no nos erizan la piel tam-
bién desde el afuera? Y si es así, estoy muy en desacuer-
do con la frase, porque desde afuera la piel se puede
erizar por placer, pero también por pavor. La piel es de
quien la habita, eso sí.

25 de marzo de 2020

Mi amiga Lucía me pide desesperada que le explique


sintéticamente el contenido de Calibán y la Bruja, de
Silvia Federici. Con su vivacidad habitual bromea: es-
toy a punto de camelar perfumes de Nina Ricci —para-
fraseando a Gata Cattana. Con esa llamada de socorro
cualquiera se resiste. Charlamos un rato y quedamos en
que por la tarde haremos una videollamada conjunta.

A mí no se me quita el mal sabor de boca. No tengo


fuerzas para mantener conversaciones activamente. El
comentario más inocente me transporta a mis mayores
inseguridades y me vivo desde el autorreproche. Soy un
veneno para el resto, me repito hiriente. Mi perro no
está de acuerdo, se acomoda junto a mí mientras trato
de tocar algo limpio con la guitarra. Parece ser que no
le importa si soy buena o soy mala, si hago las cosas de

600
diez o me salen para suspenso. Se queda ahí.

Hoy me encontré con uno de los libros más presen-


tes en mi infancia: Lola es vergonzosa. La protagonista
es una rana que adora cantar y se encierra durante horas
en su cuarto para hacerlo sin que nadie la vea. Como a
su familia le resulta molesto, le piden que salga al jar-
dín y ensaye allí. Al final del cuento, Lola descubre que
sus amigos habían estado escuchando escondidos, y se
siente muy avergonzada pero feliz por haber recibido
un aplauso. La historia termina así: «A Lola le gusta
cantar, bailar, nadar, jugar en el agua, tomar el sol… y
está empezando a aprender a no ser tan tímida y ver-
gonzosa». Me sorprende lo mucho que me parezco a
esa rana y llego a preguntarme si habré ido construyen-
do mi subjetividad a partir de la suya.

26 de marzo de 2020

La báscula se ha quedado sin pila. Me hace un favor.


Yo no era capaz de darle un martillazo, como Ceci me
decía.

1 de abril de 2020

601
Mi madre se levantó con la siguiente ocurrencia en
boca: «toy pensando yo, que cómo no ponemos el árbol
de Navidad». Las últimas navidades se las pasó en Ar-
gentina, visitándome, en pleno verano. Siente que las ha
perdido y piensa que puede recuperarlas utilizando es-
tos días de encierro como simulación. Mi profesora de
análisis del discurso sigue teniendo su árbol montado,
no sé si por motivos similares a los de mi madre o más
bien por pereza. Mi padre sufre con imaginar la posi-
bilidad de convivir con el plástico verde en forma de
abeto. «NOOOO POR FAVOR, NO ME HAGAS
ESTO, ME VAS A DEPRIMIIIIR».

Mi padre se entretiene en el jardín, plantando lechu-


gas que yo riego y las babosas se comen, construyendo
comederos para pájaros y trampas para avispas asiáticas.
De nuestra cabaña sale un ruido infernal de Fórmula
1 derrapando. Es la impresora 3D del instituto donde
trabaja mi padre. El director le ha pedido que imprima
mascarillas para abastecer a los centros de salud. Las
tres primeras le salieron mal, pero ya ha venido una en-
fermera a buscar la segunda tanda. Mi padre dice que
es maker.

Mi columpio de yoga aéreo está colgado junto a la


máquina que caga mascarillas. El ambiente no es ni zen

602
ni rural, es distópico.

3 de abril de 2020

No logro encontrar el sentido de los días si no es a


través del constante hacer. Quizá eso tenga más que ver
con que no logro encontrar mi propio sentido. Mejor
dicho, con la creencia de que debo tener un sentido (sin
y con cuarentena). ¿Es problemático darse un sentido?
Al menos no tanto como pensar que ese sentido nos
viene dado (dentro del contexto occidental-capitalista).
Son días para repensar el ser-estar-sentir propio.

La ansiedad propone huidas, escapes. Mi madre dice


que si todas las personas con ansiedad incumplieran la
cuarentena tendríamos un problema grande. Yo pienso
que si todas las personas con ansiedad incumplieran la
cuarentena visibilizaríamos que tenemos otro virus so-
cial muy grande.

Los ritmos a los que funcionamos socialmente son


incompatibles con los ritmos a los que deberíamos fun-
cionar vitalmente. Incluso estos días de frenazo obli-
gatorio se convierten en imperativo productivista: saca
lo mejor de ti, haz, crea, escribe, aprende. En mi cabe-
za resuenan con la entonación de la teletienda slogans

603
como: «¡Tele-estudia y tele-trabaja y no te conformes
con rendir lo mismo, duplícalo! ¡Demostrémosles a los
reptilianos que el capitalismo es imparable y esta socie-
dad no lo dejará caer tan fácilmente! Llévate de regalo
un curso de los que Harvard está abriendo a la plebe.»

Yo no soy capaz de hacer el TFG, ni de seguir las


asignaturas. Siento necesario parar. Encontrarme con
los placeres y los abismos. Es momento de mirarme y
habilitar el lugar desde el que encarnar una resistencia.

10 de abril de 2020

Desde el cambio de horario, las mañanas son mu-


cho más melosas. Los minutos que siguen al sonido del
despertador me envuelven en un trance embaucador
del que me libero una hora después.

Me he trasladado al cuarto de mi hermano, que por


la noche es menos frío, pero al amanecer una se des-
pierta con la garganta seca. Fuera corre una neblina tan
espesa que ni siquiera deja ver el muro de mi casa. He
cortado unas ramas del romero para hervirlas en agua y
limpiar el ambiente de esta habitación.

Los últimos días han seguido otra temporalidad. No

604
son ya la sucesión de actividades que había construido
al comienzo de la cuarentena. Como si estuviera en una
balsa, viendo adónde me lleva la corriente, simplemente
sigo encarnándome. Todo exige una intención mayor.

El lunes, con la luna en Virgo, experimenté una cla-


ridad que me sacaba de una profunda y agotadora etapa
de autonegación. El martes, con la luna llena en Libra,
me pasé la tarde temblando de miedo, de angustia, fren-
te a un vacío solitario que me hablaba atrozmente del
no-sentir, de la nada, de la falta de vida que ni siquiera
es muerte. Lloré y aullé el miedo contenido entre los
barrotes de mi pecho durante largo, larguísimo tiempo.
Estaba sujeta simplemente a mi existencia en un mar
de negrura sin volumen. A sacudidas, fui escupiendo,
vomitando, rezando.

Ayer, mi pareja me pidió un tiempo para cuidarse.


Hoy, al despertar, tenía en brazos a una Lola de dos
años necesitada de mí. Echo de menos a la persona que
conocí hace unos seis meses, que sabía poner mi cuer-
po a gozar y se dejaba intuir a corazón abierto. Quiero
recuperarme.

Estoy tratando de ordenar mis fuerzas a mi alrede-


dor, de desprenderme de las exigencias que deberían

605
haber sido placeres, de hablar. Ayer, todas mis amigas se
unieron a la llamada grupal porque les había dicho que
estaba triste. Mi familia también estuvo ahí. El funcio-
namiento de la mirada es curioso, observar es un acto
consciente.

10 de abril de 2020, ahora, por la tarde.

Cez me dijo que no ve el sentido del tiempo que


nos habíamos tomado. Hemos encontrado un camino
conjunto que por fin parece compartir el mismo código
de circulación. Me siento tan aliviada y feliz. Incluso
encerrada se puede emprender un viaje personal. Siento
que es el momento de empezar a transitar diferente. El
amor se ejercita, el amor en el sentido más amplio de
la palabra. En estos tiempos es vital para sobrellevar la
incertidumbre.

La ruptura de las estructuras viejas abre la posibili-


dad de repensar los planos y las técnicas de la conven-
ción.

12 de abril de 2020

Los jabalíes corren a sus anchas por las calles de mi

606
pueblo. En el prado junto a mi casa vemos uno casi a
diario. Esto no es lo habitual cuando somos los huma-
nos quienes ocupamos el espacio. Si una presta aten-
ción, puede escuchar el revolotear de las hadas entre los
manzanos y los fresnos.

Cuando tenía nueve años, representé al Principito en


la obra de fin de curso de mi grupo de teatro. Enton-
ces aprendí la frase: «Solo se ve bien con el corazón, lo
esencial es invisible a los ojos». Hoy, mi perro casi ciego
y los sonidos de los seres que habitan los alrededores
de mi casa me demuestran lo mismo. En tiempos de
confinamiento, la mirada tiene que estirarse hasta don-
de la vista no llega. Sustituir el miedo por amor es uno
de los mantras que Cez me ha enseñado y que inten-
to aprender a aplicar. Estoy tratando de ver el presente
desde esa óptica, con el cariño necesario y la certeza del
cambio como algo que encarnar y en lo que confiar.

Por eso, cuando Luna me escribió esta tarde para pe-


dirme consejo sobre cómo fabricar una agenda mens-
trual, se me ocurrió que sería buena idea iniciar un grupo
de WhatsApp donde compartir saberes y experiencias
en torno a la ciclicidad de los cuerpos menstruantes.
Estoy muy emocionada porque muchxs amigxs se han
unido y me entusiasma comprobar que realmente una

607
puede comenzar a cosechar a partir de los instantes de
silencio y calma. Además, es un alivio poder encontrar
las fuerzas para empujar la iniciativa, después de unas
semanas de recogimiento, que precisamente tenían mu-
cho que ver con el ciclo que apenas estaba observando.

A las ocho todo el mundo aplaude. Apenas nos ve-


mos porque la distancia entre casas es grande, pero na-
die ha dejado de asomarse. Este momento me emocio-
na y me estremece. Es un ensayo de la mirada desde
el corazón, ¿no? Pienso en dejar atrás esta práctica y
se me hace complicado. Dudo mucho que pueda des-
aparecer con esa liviandad. Escuchar las palmadas de
mis vecinxs, aunque no pueda verles la cara, me viene
recordando que no estoy sola y que nuestro mundo es
interdependiente. Tengo muchísimas ganas de un abra-
zo, de observar las carcajadas de mis amigas con detalle
y de descubrir los nuevos colores de la tierra.

13 de abril de 2020

Mis mañanas comienzan por la agitación. Algo me


inquieta, pero no sé el qué. Las dimensiones de la vida
son incomparables a cualquier experiencia previa.

Hoy, tras despedirme de mi peluche, hice yoga en

608
la cabaña del jardín. Unos treinta minutos tratando de
aterrizar, enroscando mis pies en el columpio de nylon.
En la ventana descansaba un caracol, para el que toda-
vía no había amanecido. Los caracoles son mi mayor
fobia así que traté de desviar la mirada, pero me distrajo
constantemente.

A las diez en punto, Cez me esperaba para desayu-


nar virtualmente. Me preparé un bol de avena, nueces,
plátano y mermelada. Charlamos y nos reímos, ansio-
sas por compartir ese momento en vivo y en directo.
Igual que cuando yo estaba en Argentina y ella en Mé-
xico, hicimos nuestros respectivos trabajos en compañía
de la otra. De vez en cuando paramos para comentar
algo interesante sobre lo que estábamos leyendo, o para
compartir cualquier pensamiento pasajero. A mí, hoy
me preocupa el deseo. La cuarentena nos convierte en
existencias no visibles, más que para quienes comparten
confinamiento con nosotrxs. Se me hace muy extraño.
Me pregunto por qué hay quien no necesita «arreglarse»
a no ser que vaya a ser vistx fuera de casa. Me pregunto
si la necesidad de verme bien es preocupante, porque
significa que yo no puedo tolerar mi imagen lavada, sin
toda la parafernalia que nos cataloga como sujetos dig-
nos de ser mirados. Sea como sea, no es momento de

609
flagelaciones y no tengo ninguna gana de martirizarme
por necesitar verme canónicamente bien estos días.

La falta de miradas externas me despersonaliza. Me


siento descorporeizada en muchas ocasiones. No me
siento deseable. El deseo, ¿se puede ejercer hacia unx
mismx? Ojalá la respuesta sea sí. ¿O no?

Otros muchos instantes mi cuerpo se vuelve dema-


siado presente por ser fuente de molestias y bloqueos.
Tenso mi ombligo y siento un nudo alrededor del estó-
mago. La regla aparece para visibilizar la ciclicidad que
tantas veces me empeño en negar. Somos conscientes
de nuestra materialidad cuando sentimos, ya sea dolor
o placer. Creo que estos días nos falta mucho el senti-
miento provocado por el contacto.

610
Lola Halfon

nació en Buenos Aires, Argentina, en 1993,


y pasó su confinamiento en Villa los Coihues, Argentina

611
22 de marzo

Tercer día de cuarentena. O cuarto, o quinto, quizá


sexto. Ya perdí la cuenta. Desde que comenzó el cese
de actividades intenté quedarme en casa, moverme lo
menos posible, ver solo a las imprescindibles. Ahora no,
ya no, la cuarentena es total. Sé que es domingo. Me
enteré porque pensé en acercarme al almacén en busca
de papel higiénico y algo dulce; entonces leí que hoy es
domingo y los domingos el almacén cierra. Olvidé que
los días siguen existiendo. Es decir, por más que la vida
sea un gran domingo, afuera los días corren.

Tengo muchas verduras y frutas en varios canastos.


Estoy haciendo gran cantidad de brotes de lentejas,
para tener estos días y compartirles a vecinxs y amigxs.
Hacer un germinado es poner, en este caso a la legum-
bre, lo más cerca posible de la vida. Un acto hermoso.

Leo a Paula Vázquez en su novela Las estrellas. Digo


novela, pero aparecen, en realidad, todos los géneros. La
novela los reúne. Es la crónica de una despedida, la de

612
la madre, la despedida. De a ratos lloro. Ordeno y co-
rrijo poemas. Los agrupo en un Word que titulo primer
borrador-libro.

Ahora escribo este diario, dentro de mi diario de to-


dos los días, y lo llamo diario de aislamiento. Quizás su
nombre cambie. No sé qué es estar aislada aún. O lo sé
desde siempre. ¿Acaso recién empieza el aislamiento?
¿O hace cuántos años ya?

23 de marzo

Día.

Llueve. Hasta hoy los días estaban acompañados de


un sol rutilante. Hoy no. El otoño quiso decirnos hola.

Salgo afuera, camino al almacén, es lunes. Me digo,


a cada paso: aprovechá este momento, este afuera, olé
todo, mirá todo, interactuá con cada partícula de pai-
saje. Cuando digo paisaje me refiero a calles de tierra,
árboles, perros, casas con tranqueras de palets, monta-
ñas. Como fruta, tomo té, me acuesto sobre una man-
ta en mi habitación y siento mi cuerpo. Me pregunto
cómo puede ser que hasta en esta situación límite, en
este forzado y forzoso parar con la rutina, nos inventa-

613
mos actividades, cursos, tutoriales, recitales. Queremos
aprender idiomas nuevos, leer todos los libros y mirar
todas las películas que circulan en la red. No entiendo
si la virtualidad es salvación o perdición. Quizás las dos
cosas al mismo tiempo. Como la escritura.

Noche.

Vuelvo a escuchar la grabación de mi revolución solar


de este año. Hasta julio estaré ascendiendo en Acuario.
Además de todo lo que puedo saber sobre el signo y lo
que implica tenerlo de ascendente durante un tiempo,
Estefa dice algo con respecto a su posición en mi carta
astral. Allí Acuario está en la casa cuatro, la casa de
Cáncer. Por lo que, una de las cosas que este momento
me trae, es volver a los orígenes. Pienso en los poemas
que estoy trabajando, en que es justamente ese el tema
central del libro. Los orígenes. Este afán irrefrenable de
mirar hacia atrás, de caminar sobre mis propios pasos,
como el cangrejo. Como si olvidara la gran cualidad del
pasado: ser el más imprevisible, el que se presenta sin
aviso. Me escribí con Natalia por la clínica de obra, le
propuse seguir ese trabajo con ella. Me entusiasma.

Intento escribir, me distraigo. Voy a Vivir en el fue-

614
go, los escritos íntimos de Tsvietáieva, abro en una pá-
gina cualquiera y leo el subrayado: «Si he de ser sincera,
en cualquier círculo soy – una extraña, toda la vida. Mi
círculo – es el círculo del universo (del alma: es lo mis-
mo) y el círculo del ser humano, de su humana soledad,
de su aislamiento». Pienso en lo bien que estoy en este
encierro. Me interrogo de dónde viene ese disfrute. Si
es auténtico placer de encontrarme conmigo, en todas
mis formas, o si tiene que ver con mi incapacidad de
vincularme. Me creo estar deseando un amor, pero en
realidad todo lo que hago es ahuyentar cualquier sutil y
pequeña cercanía.

Acuario también trae lo nuevo, lo desconocido, lo


inesperado, la comunidad, muchas relaciones y nue-
vas maneras de vincularse. Me parece irónico estar acá.
Sola.

La pregunta que retumba es: ¿dejo que algo nuevo


entre?

24 de marzo

Ayer se cortó la luz justo antes de poner a cargar


el celular y la computadora. Con ambos artefactos sin
batería, me dispuse a buscar velas. No encontré, así

615
que prendí el velón que tengo en el altar. Me tiré en la
cama y volví a disfrutar, aún más, este no-tiempo en el
que estoy viviendo. Terminé Las estrellas, lloré más que
de costumbre. Era uno de esos llantos que requieren
volcar el libro abierto en el pecho y darle espacio. Si
justamente lo que ahora abunda es tiempo —¡y cuán-
to!— ¿cómo no regalarle un lugar a cada milímetro de
agua que quiera presentarse? Me desperté a las 5 de la
mañana con las luces de toda la casa prendidas. Tuve la
sensación de que hubo una fiesta y no me enteré. Me
levanté a apagarlas y terminé desvelándome.

Es 24 de marzo. Ahora estaría caminando por la ca-


lle Onelli hacia la Plaza de los Pañuelos. Pero no. De
a ratos vuelvo a ser una extraña en este encierro. Es
decir, vuelvo a extrañarme con lo que está pasando. Si
bien es imposible olvidar que estamos aisladxs y por
qué, sin darme cuenta comienzo a acostumbrarme, a
amoldarme, le voy sacando el jugo a la cuarentena, la
exprimo, y ya soy parte de ella con total entrega. Como
con todo: no sé dónde empieza el encierro y termino
yo. Ayer recorté, de una remera blanca, un triángulo y
le escribí «Memoria, verdad y justicia» con marcador
negro. Con ese invento de pañuelo y el mismo velón
que me acompañó anoche, grabé un poema de Cristina

616
Venturini para la Colectiva Escritoras Patagónicas, en
conmemoración a las madres y abuelas, a lxs desapa-
recidxs. Eso fue a las 6 de la mañana, cuando me di
cuenta que el día ya había comenzado.

Dije que estoy sola y no es cierto. Al lado mío está


Runa, que duerme en su almohadón rojo, junto a los li-
bros. Es la guardiana de la biblioteca. Cuando yo no es-
toy, dicen lxs vecinxs, ladra furiosamente. Yo le digo que
no hace falta, que no tiene que cuidar a nadie, a nada,
que estamos a salvo. Lo entiende, yo sé que lo entiende,
pero su ladrido va más allá de toda lógica. Estos días
juntas, y sin gente pasando por la calle de tierra, está
calma y apacible. Sube a una esquina de la habitación,
la acaricio, me besa. Siempre creo que está a punto de
decir una palabra. Pero no.

25 de marzo

Hoy el sol volvió a salir y yo también. Leí poemas


de Watanabe sola en voz alta, al lado de un fuego re-
cién apagado por lxs vecinxs. El sol me daba en la cara,
así que entré a buscar el gorro y finalmente me quedé
habitando el adentro. Hablé con Joaco de lo triste que
es extrañar a lxs amigxs. No hay por qué. Es decir, sole-

617
mos extrañar a personas, querer verlas y no poder. Pero
en general se trata de algún amor que, ya sea por ex o
por cualquier otra razón, no estamos viendo. O algunx
amigx/familiar que vive lejos. No a lxs amigxs, a esxs
cotidianxs con quienes compartimos cada día. Esto no
se parece a nada. De todas formas, quedé con algunxs
de avisarnos cuando vamos al almacén. Así, aunque sea
sin abrazo, nos vemos las caras.

Hay algo de saber que estamos todxs en la misma


situación que no deja de sorprenderme. Es muy úni-
co. Aunque cada persona con su historia y sus colores,
todas pasando por el mismo proceso. No podemos to-
carnos, es cierto. Sin embargo, a veces creo que nunca
estuvimos tan cerca.

26 de marzo

Arranqué el día tomando mate con cascarillas de ca-


cao y miel, mientras hacía una videollamada que me dejó
llorando desconsoladamente.

No pasó nada en particular, solo esta sensación de es-


tar tan sola y tan acompañada a la vez; es decir, tan con-
fundida. Ayer nombré la cercanía, hoy siento que todo es
lejano; que todo, incluso yo misma, está muy lejos.

618
Hablar con Cami me hizo bien. Ayer lloraba ella, hoy
lloro yo. Me reía de mi propio llanto al mismo tiempo
que lloraba, no después sino al mismo tiempo, y repetía
«qué ridículo, qué ridículo». Hoy el día estuvo especial-
mente soleado, y la casa en la que vivo cuenta con un
jardín-bosque maravilloso. Me acordé de la huerta de
Patri, la dueña de casa y también vecina. Me acerqué y
le pregunté por la salvia, ella siempre me ofrece porque
no la usa. La salvia es mi planta compañera, mi prefe-
rida. Coseché sus hojas, las junté en pequeños ramos
y las puse a secar con gomitas sobre el tender que baja
del techo. La casa huele bien cuando ella cuelga en el
aire. Me saqué una foto para mandarle a Cami y vi mi
cara rozagante. Entonces recordé: la vida también pue-
de ser dulce y generosa.

Con ese recordatorio fui a limpiar, con profundidad,


la cocina. Corrí un mueble que no movía desde que
lo construimos con Juliana. El plural es mucho decir.
Construyó ella con un amigo. Otra amiga le dibujó
unos árboles. Hoy le pasé lavandina a todas las esquinas
con un placer inagotable.

En el verano saqué una carta del oráculo de los ani-


males y le pregunté cuál era la palabra del año. Me salió
la rana, la limpieza.

619
Hace un rato desplegué las cartas en la mesa, no les
pregunté nada y salió el oso, la introspección. El texto
dice que para convertir nuestros objetivos en realidades
concretas es muy necesario el arte de la introspección.
Usa las palabras: cueva, cabaña, sueños, hibernar, glán-
dula pineal, silencio. Justo ayer leía a Watanabe en su
Animal de invierno: «otra vez es tiempo de ir a la mon-
taña / a buscar una cueva para hibernar».

Hace unos días Juliana trajo al ascendente en Acua-


rio y me retrucó: «nuevos modos de vincularte con vos
misma» y creo que de eso se trata ahora. Estoy ahí, re-
conociéndome en la fuerza del oso.

27 de marzo

Sigue la limpieza profunda. Hoy avancé con el resto


de la casa. Moví todo, tiré infinidad de cosas en una
bolsa inmensa. Cambié la biblioteca y el sillón de lu-
gar. Me encanta cambiar las cosas de lugar, y no lo
hago seguido. El placer extremo de mudarse a la propia
casa. Quizás hoy haya sido mi día más estable emocio-
nalmente. Estuve con la atención en una tarea de aseo
que me iba limpiando por dentro. Contenta, activa,
enérgica. A su vez, dentro de este hogar transformado,

620
conviven conmigo quienes no pueden estar en sus casas
ahora, porque no la tienen. Quienes no pueden no sa-
lir a trabajar. Conviven conmigo todas las mujeres que
están aisladas con el enemigo. Conviven conmigo. Las
noticias, los grupos de WhatsApp, los videos, las cade-
nas, los relatos de médicxs amigxs. El aporte cotidiano
que no me deja olvidar lo hostil que es el mundo. Lo
agradezco, de la misma manera que lo sufro.

Me visita el poema de Dorothea Lasky: Al mundo no


le importa / Pero a mí me importa / Al mundo no le impor-
ta / Pero a mí sí.

28 de marzo

Día.
Voy reuniendo todas las sensaciones que me acom-
pañan. Se agrupan en distintos sectores de mi cuerpo
con títulos como: el aislamiento propio, el de ahora y
el de siempre. La soledad, los vínculos. El aislamiento
de lxs demás, de aquellxs que quiero y que, por distin-
tas razones, están más cerca del algún peligro. El ais-
lamiento desgraciado de quienes no pueden hacer un
aislamiento. Sigo llamándolo así, a este diario, de aisla-
miento. La palabra encierro no condice con el contexto
en el que estoy.

621
La puerta está abierta, el aire entra y sale y —a su
vez— se comunica con el aire que entra y sale por la
ventana de la cocina. Yo también entro y salgo, tengo
un bosque en mi jardín. Cosecho menta y salvia, rozo
las hojas, acaricio las flores, dejo que el cielo me nuble
la vista cuando lo miro. Cuando limpio la casa, voy sa-
cando los muebles afuera para que respiren, ellos están
viviendo el proceso inverso: pasaron de estar enjaulados
a tocar la tierra, un tronco, el pasto.

A veces llueve, a veces arde el sol, pero en cualquier


caso mi cercanía con el exterior es inmediata. Entonces
entiendo que esta enumeración también es un modo
de agradecer y agradecerme, de decirme: estamos acá,
tranquila, estamos acá.

Hoy insiste la impresión de que esto no es nuevo.


De que, en algún curioso lugar, esta atmósfera ya estuvo
en mí. Ya pasé por aquí, conozco de qué se trata, no es
tan lejano este retiro, esta suspensión. No sé si es una
memoria muy antigua o si se trata más bien del pre-
sente en el que vivo, en el que vivimos. De la existencia
toda, de la soledad inherente a cada ser vivo. No me es
extraño este lugar, no me costó llegar. Quizás mi vida

622
esté transcurriendo siempre en este sitio y sea desde
este sitio, desde esta humana soledad, que voy y vengo,
me muevo, bailo y escribo. Y aún en cada ir y venir, en
cada encuentro, en cada danza, está mi soledad resplan-
deciente, viva y encendida.

Lo que hace a esta realidad atípica son las circuns-


tancias: estamos todxs de la misma manera y al mismo
tiempo, un tiempo prolongado y por obligación, en esta
situación. Es decir, lo que es extraño y confuso es el
alrededor. No el centro. Pero, ¿puede el centro, alguna
vez, ser confuso y extraño? Quizás sí, quizás no haya
nada más extraño.

Noche.

Hoy fui a lo de Sole a buscar las verduras orgánicas


que vienen de El Bolsón y a dejarle hamburguesas de
lentejas. Caminé esas cuatro cuadras con un goce inde-
cible, y eso que el día estaba lluvioso y frío. El vínculo
con Sole es un hermoso lugar. Allí estoy, recibo, doy,
abro. Sole es amiga y me cuida como tía. Me regaló ho-
jas de laurel y un jarabe de sauco delicioso que hizo en
estos días. Hablamos unos minutos en su puerta y tuve
unas ganas imponentes, que frené, de abrazarla. Qué

623
raro se siente frenar el impulso de un abrazo. Repito y
no me canso de repetir: no hay nada igual a esto. Enton-
ces recuerdo la frase de Selva Almada que Sofi le dijo a
mamá: el desapego es una manera de querernos. Mamá
me pide que le grabe audios con poemas. Ayer y hoy
le leí a Dorothea Lasky, Sharon Olds y Estela Figue-
roa. Paso la noche buscando y leyendo, entusiasmada,
para mamá, para mí. En los audios de agradecimiento
y emoción se escucha, de fondo, a papá. Lanza ladridos
como saludando a Runa, yo me río. Lo hace siempre y
siempre me vuelvo a reír.

Ahora tomo té de jengibre y canela. Ya cociné gar-


banzos y arroz yamaní para hacer, mañana a la mañana,
otra producción de hamburguesas. Pensar en mañana
me parece chistoso. Hay una cuota de imprevisto con la
que siento que tengo que contar, de ahora en más y para
siempre, después de una pandemia mundial.

29 de marzo

Son las 23:45, recién termino de cenar. Me hice una


sopa de cebolla, ajo, apio y la condimenté con pimienta,
sal, ají molido y dos hojas de laurel. Cocinando me di
cuenta que en todos estos días no le presté mucha aten-

624
ción a la comida, incluso olvidé comer varias veces. Al
principio me juzgué por eso, pero después me di cuenta
que no lo necesité. No solo por hacer mucha menos
actividad física, más bien fantaseo que las letras están
siendo alimento. Me pregunto qué en mi vida cotidiana
no es alimento. Me refiero a nutrición. Qué me nutre
en mi día a día y qué no.

Hoy visité a Cami, Runa me acompañó. Esto, por


ejemplo, es nutrición. Nos sentamos en el pasto a una
distancia prudente con un kit de mate cada una. Ver-
nos las caras, charlar sobre nuestros procesos, reír. Esto
también es salud. Dijimos que es un momento propicio
para elegir y volver a elegir. Es decir, siempre lo es, pero
el panorama se nos presenta ideal para repensar qué
queremos hacer con nuestra única, salvaje y preciosa
vida, citando a Mary.

Hace un ratito Alberto habló confirmando lo que


todxs sospechábamos: la cuarentena se extiende hasta
mitad de abril. La mayoría de personas con las que ha-
blo están más bien desesperadas, yo tengo la sensación
de que podría vivir así para siempre. Es una sensación,
lo sé, también está esa parte que quiere vincularse, co-
nocer, tocar, ser tocada, descubrir. Y ni hablar del di-
nero. En cuestiones concretas y materiales no es un

625
buen panorama. Pero, si de lo intrínseco se trata, este
adentro me está regalando todo lo que preciso. Me leo
y me pregunto por qué necesito un permiso para pa-
rar. Yo creo que podría vivir así para siempre, enton-
ces: ¿qué cualidades tiene esta vida extraordinaria para
poder dárselas a mi vida de siempre? (no quise decirle
ordinaria, porque nunca lo es). Últimamente cuando
mezclo las cartas de los animales, se me viene cayendo
el caballo. Lo suelo evadir, sigo revolviendo y saco otra.
Ahora, escribiendo esto, sin volver a leer lo que dice
el texto, recuerdo que el caballo es el poder. Y pienso
que poder también es esto. Poder transformar una vida,
hacer de ella un refugio encantador y amable. Un lugar
donde querer estar. ¿No es verdad que todo al final se
muere y tan pronto? Dime, ¿qué piensas hacer con tu
única, salvaje y preciosa vida?

30 de marzo

Hoy dediqué el día —y cuando digo día, digo tarde,


noche y también trasnoche— a leer, escribir y corregir.
De a ratos al sol, en un banquito de madera al lado de
la parrilla; de a ratos en el silloncito de palets, de a ra-
tos en la mesa. Le escribí a mamá preguntándole por

626
un epígrafe que estoy buscando. Terminó leyéndome a
Brodsky por audios y disfrutamos juntas esa escritura
tan acertada e inteligente. A papá le pregunté por los
verbos ser, estar y existir, entonces me contó algunas
cosas desde el punto de vista occidental (sobre todo de
Platón, los existencialistas, Lacan). Me hizo reír porque
puso un ejemplo con un hipocampo cuando quiso decir
unicornio. Me preguntó qué me daba tanta risa y ahora
me doy cuenta que es su vínculo con los seres vivos que
no son humanxs, es decir, los animales, las plantas, la
naturaleza toda. ¿Qué es naturaleza?, me diría él. No
lo sé, le diría yo. Un unicornio seguro que no; me hace
acordar a un sticker, a un vaso de plástico, a un negocio
de chucherías.

A las 18:00 h convocamos a un Ruidazo en todo el


país por los once femicidios que hubo en diez días de
cuarentena (los once que nos enteramos de vaya una a
saber cuántos más). Por supuesto en mi barrio, rodea-
do de montañas y alejado de la ciudad, no se escuchó
ni un ladrido de perro. Yo hice sonidos con la guitarra
porque considero que lo que hago, todavía, es ruido.
Fue mi manera de estar presente en ese instante en el
que pedimos que paren, que de una buena vez paren, de
matarnos.

627
Ahora tomo té de salvia, van a ser las 2 de la mañana.
Mi cuerpo necesita descanso.

31 de marzo

Sentada en la mesa, con vista al ventanal que más


luz le da a la casa, veo pasar un colibrí. Se posa sobre
la guirnalda colorida que até, en el verano, a dos árbo-
les en la entrada. Posarse es mucho decir, es un verbo
larguísimo, para un pájaro tan ágil. Me pregunto si los
colores le hicieron creer que eran flores. Y al instante
que empiezo a refutar mi teoría, recuerdo que no pue-
den oler y se guían justamente por la vista, entonces sí,
se acercó a las guirnaldas creyendo que eran flores. Qué
decepción para él, qué regalo para mí.

Hoy leí «recordá que esta situación es transitoria»


como un modo de tranquilizar a quienes esto les pro-
duce desesperación, ya sea por cuestiones económicas,
sociales y/o emocionales. Coincido, por supuesto, en
que este parate no es para siempre. Pero a la vez me re-
sulta peligroso que invite a creer que esta situación, por
ser transitoria, es un paréntesis. Me niego a creer que
este salto a otro modo de ver, de estar, es un vacío inter-
calado entre la vida de antes y la vida de después. Me

628
interrogo por la huella que deja, que dejará, y hace de
esto algo transitorio y —a la vez— eterno. De todas las
puertas posibles, una que se abre. Con ella, las pregun-
tas y, con las preguntas, la danza.

Me acerco —más suave, más despacio que el coli-


brí— a los poemas que estoy reuniendo y les pido me
den nuevas señales. Escribir sobre la memoria me en-
cuentra con lo azaroso y aleatorio, al mismo tiempo
que con lo medular. Una cosa no quita la otra. Es lo
medular apareciendo, la mayoría de las veces, de forma
aleatoria. Pienso que cada cosa que me invita a dete-
nerme —detenerme sin quedar inmóvil, al contrario,
detenerme para seguir moviendo o quizás para empe-
zar a mover— es una marca. Es decir, en mi pregunta
por la marca: cada cosa que vuelve, es una huella. Esto
es lo que me está mostrando el libro. Lo que me grita,
lo que me grito, y apenas ahora logro escuchar. Lo que
vuelve es una huella.

1 de abril

Me parece tan raro que haya empezado abril. Me


desconcierta este estar y no estar en el mundo. O más
bien, este estar en la vida más que en el mundo. Algo

629
suena, se quiebra. Como un espejo cayendo, estallando
en mil pedacitos imposibles de juntar.

Ayer me quedé hasta la madrugada corrigiendo un


poema nuevo. El espacio entre un poema y otro es el
grado más alto del abismo. Vértigo e incertidumbre. Es
el momento de mirar el suelo y no saber si será posible
agarrar alguna migaja de vidrio sin cortarse. A eso de
las 4 de la mañana Joaco me mandó una nueva canción
suya, la más festiva de todas sus canciones. Me pidió
que me ponga los auriculares y me pare. Así lo hice.
Después de horas y horas de estar sentada frente a la
computadora, me paré y bailé desenfrenada sus melo-
días. Fue un break hermoso. O el impulso para dejar
pesar mi cuerpo sobre las sábanas violetas.

Estos días me estuve levantando temprano. Hoy no,


dormí hasta las 11 de la mañana. Me desperté sintién-
dome extraña. Moví un poco el cuerpo, vibré parada
extendiendo los brazos hacia arriba, salté. Hice los
amasados con los pies y otros ejercicios que intento no
abandonar. Seguí con mi lectura de Iluminación y ful-
gor nocturno, la autobiografía de Carson McCullers.
Sufro por ella, por esa vida, por la enfermedad en los
vínculos. Más allá de la relación horrorosa entre ellxs:

630
me parece un delirio el amor. Lo veo de lejos, eso acre-
cienta el extrañamiento.

¿Lo próximo a no sentir nada relevante por nadie


es sentir con intensidad? ¿Así funciona? Hay un lugar
vacío, no hay nada, y en algún momento, de repente,
aparece alguien. Igual los vacíos no se llenan. Los vacíos
son vacíos por siempre. Pero yo me olvido.

Vuelvo a mi cuerpo, dejo que me toque la luz del día.


El aire claramente se puso más fresco, el otoño se hace
notar; pero el sol está ahí, presente, saludándome, como
las hojas de orégano que ya me piden ser cosechadas.

Hice una lista. Hace mucho no hacía una lista.


Cumplí con dos ítems: Preparar desodorante de limón.
Volver al cuerpo.

2 de abril

Limpié los vidrios de todas las ventanas. Tuve la sen-


sación de estar limpiándome los ojos, lo sentí como un
llamado a la claridad. A veces es el cuerpo que funciona
como metáfora; otras veces, la casa.

Nos volvimos a abrazar con Cami. Es la única perso-


na con la que me abracé en todo este tiempo, desde que

631
comenzó la pandemia. Lo habíamos dejado de hacer
cuando inició la cuarentena total. Pero ya era ridículo.
No tenía ningún sentido, o lo tuvo pero ahora no lo tie-
ne más. Fue casi un ritual. Nos lo preguntamos primero
por un audio de WhatsApp, nos contestamos que sí,
que ya estaba bien abrazarse, que no teníamos el virus y
que, si lo teníamos, ya nos habíamos contagiado. Cuan-
do nos vimos, nos lo volvimos a preguntar y dijimos
otra vez sí, sí, abracémonos. Nos abrazamos. Sentí la
alegría y el delito al mismo tiempo. Solo en un mundo
tomado por la peste tocar a una amiga está prohibido.
Aquí estamos, en ese mundo inverosímil.

Coseché menta y orégano. Guardé en distintas bol-


sas color madera los ramos de salvia, menta y pañil que
había dejado secando y ya estaban listos. Cami me trajo
semillas de caléndula de su cantero. Las voy a poner en
el mío, justo en la entrada de casa. Allí tengo tres que
florecieron este verano. La caléndula me da felicidad,
espero que le guste esta tierra.

Ahora, sentada frente al ventanal, se asoma la luna


creciente y le agradezco a los vidrios su nitidez.

632
3 de abril

En un idilio con mi casa. La limpio, la recorro y le


confieso mi amor. Le hablo. Mis palabras en voz alta
dicen te amo, sos tan linda, qué hermoso es limpiarte y
derivados. Nunca creí que disfrutaría tanto la pulcritud
y —más aún— el proceso, el mientras, el acto de lim-
piar en sí mismo.

Puse en agua con sal todas las piedras. Encontré se-


millas en distintas bolsitas pequeñas y, sin saber qué
son, las tiré a la tierra para que algún día me sorpren-
dan. Fue un día cálido, abrí las ventanas de par en par
y dejé que el aire viaje por la casa. Tomé mucho mate
con cáscaras de naranja y miel. Estuve afuera y adentro.
Cociné una tanda de hamburguesas de arvejas y yama-
ní. Les di a las gallinas dos tomates y un zapallito que
se estaban poniendo feos. Ellas saben qué comer y qué
no, me dijo Patri. Retomé La débil mental de Ariana
Harwicz. Encuentro un libro empezado, nace la tenta-
ción de seguirlo, lo hago, encuentro otro, la tentación
otra vez; y así voy, dispersa, hundiéndome en las pala-
bras más que en las historias.

Hablé con dos socorridas y sentí mucha pena por no


poder verlas. Es tan distinto el acompañamiento tele-

633
fónico, me resulta distante y frío, me da la sensación de
que nunca terminan de entrar en confianza. Qué im-
portantes son los ojos. Esta última frase la escribí y la
dije en voz alta. Qué importantes son los ojos. Pienso
en la ceguera. Bah, lo primero que pienso es lo crucial
que me resulta la mirada para crear un vínculo. Y, des-
pués de eso, pienso en la ceguera. ¿Cómo será confiar y
amar sin ver? Ahora pienso en mi tía, en su vista, en su
no-vista. En qué estará viendo ahora, en qué veía antes
de no ver y, sobre todo, qué no veía cuando veía. Un
día tuve un sueño, que no recuerdo en lo absoluto, pero
desperté con la sensación de que lo que me une a mi tía
es la clave de mi proceso. Eso dije al despertar, sin en-
tender lo que decía. Lo que me une a mi tía es la clave
de mi proceso. Aún hoy no lo entiendo, pero lo atesoro.

Ahora llovizna. Esto es vivir en la Patagonia. Em-


pezar el día con un sol deslumbrante y terminarlo con
lluvia, sin escalas y sin aviso.

4 de abril

Anoche me di un masaje en todo el cuerpo con un


aceite de caléndula que me regaló Juliana. En un mo-
mento, mientras me frotaba la piel, comenzó una danza

634
sin que me diera cuenta. Cuando me vi en el reflejo de
la ventana, me reí. Después de un rato de jugar con mi
peso y mis articulaciones, caí rendida a la cama. Bailar
es parte fundamental de mis días cotidianos, noto su
falta. Lo sublime de bailar con otrxs.

Lo cotidiano, la rutina, se me aparecen como sueños


difusos de los cuales solo perdura una sensación leja-
na. Cuando escribí rutina, mis dedos teclearon rituina
y pensé: qué cerca de la palabra ritual, entonces ¿cómo
llevar la rutina a un constante ritual?

Aunque riutina también está cerca de la palabra rui-


na –siempre hay ruinas que nos sostienen– y de la pa-
labra Runa. Si de algo no tengo dudas es que no hay
mayor ritual que la vida con Runa.

Me acaba de llamar mi tía, cosa que no sucede nun-


ca. Quería decirme que a las 23:45 va a haber una me-
ditación mundial para sanar al planeta. Con entusiasmo
me contó lo que hará: imaginar una luz violeta que la
envuelve y, una vez envuelta, expulsarla hacia afuera,
hacia lo más cercano y después a la Tierra toda. Lue-
go, dibujará un infinito con el dedo índice. Me expli-
có cómo hacerlo por si yo también quiero. Le agradecí
mucho su llamado, le dije que no solía meditar, pero

635
que iba a hacer unas respiraciones a esa hora. Dijo creer
fervientemente que eso ayudaría al planeta a volver a
respirar. Su confianza me conmueve.

5 de abril

Creo que puedo aislarme de todo. Menos de mi de-


seo.

6 de abril

Puedo aislarme de todo. Menos de mi deseo.

7 de abril

Estoy cuidando un kéfir de agua. ¿O él me está cui-


dando a mí? Vive en un frasco grande. Lo alimento con
dos cucharadas de azúcar mascabo cada 48 horas y lo
tomo con cuatro gotitas de jarabe de sauco. Lo recor-
daba horrible, pero me está gustando. Ayer tomé dos
vasos de lo rico que estaba. Tres vasos tomé. El primero
me lo ofreció Sole, mezclado con gancia casero. Hici-
mos un fuego en el patio de su casa con Cami.

Con Sole no nos abrazamos. Mantuvimos las dis-

636
tancias físicas, mientras seguimos achicando las otras.
Les llevé lavanda que había cosechado a la tarde y man-
zanas que ya están cayendo del árbol del jardín. Char-
lamos mientras tiramos cáscaras de maní en las llamas.
La luna llena nos saludó al salir detrás de la montaña.
Nos hacemos bien; se nota en nuestras pieles, en nues-
tras miradas cuando estamos juntas.

Con Cami hicimos sahumerios con flores y hojas de


lavanda. Estoy muy agradecida que la cuarentena sea
otoñal. El momento justo para cosechar, hacer prepa-
rados herbarios, prepararnos para los meses de frío que
se acercan, aunque el futuro aparezca incierto e inima-
ginable.

Si el aislamiento hubiese sucedido en verano, hubie-


se sido tristísimo. La maldición de los días calurosos sin
meterse al lago sería insoportable. La idea, sobre todo,
del verano tan deseado llegando y todxs en nuestras ca-
sas. Inconcebible. En invierno también: no poder dejar
las puertas y ventanas abiertas, ni confiarle la piel al sol.
Durante la primavera no sería grave, aunque sí me daría
pena no estar contemplando las flores cuando nacen, ni
tocar la nueva calidez del aire.

Digámoslo: viviendo en este lugar del mundo, es la


mejor estación para estar en cuarentena.

637
Hola otoño, hola y gracias, por ser vos quien nos sos-
tiene. Estoy bien, por eso te agradezco. Por tus hojas,
tus frutos, tus colores. Me estás abrazando suavemente,
tan suave que te estoy dedicando una carta en medio de
mi diario. Hola otoño, hola.

8 de abril

Hoy me sentí rara todo el día. Afuera parecía ser


amable la vida: el sol quemando, lxs vecinxs trabajan-
do en el jardín, construyendo, haciendo un fuego, cose-
chando raíces y flores. Pero en lo más intrínseco: difi-
cultades para vivir. No entiendo por qué me tomé tres
cafés al hilo. Ni siquiera tomo café. Pero hoy me tomé
tres seguidos. Tres.

Visité un ratito a Cami, nos sentamos al sol mientras


Clari saltaba en la cama elástica y Runa merodeaba por
el jardín. Después, las cuatro, nos sacamos una serie de
fotos que llevan un título invisible pero clarísimo: fa-
milia. Hicimos una videollamada con Romi, mientras
me desenredaba el pelo. No me había dado cuenta y
estaba lleno de nudos perdidos en la profundidad de la
melena. Me pareció un claro ejemplo del cuerpo como
metáfora: enredadísima. Y después, desenredada pero

638
con dolor de cabeza y cuello. El cuerpo hablándome en
ese idioma insondable.

Tomé mucho kéfir. Hoy tocaba renovar el agua y el


azúcar, lo hice. Me gusta la tarea y me gusta también
tomarlo. Preparé una consigna para virus poético, los
encuentros por mail que estoy teniendo con amigxs.
Tomé a Natalia Leiderman y su maravilloso Starenka.
Propuse un ejercicio sobre la memoria, la infancia y la
marca que nos deja. Los lugares por donde viaja mi
interés hoy. Escribí un poema breve. Quisiera escribir
algo en relación a la memoria del agua, y que el títu-
lo del libro esté en vínculo con ese poema que aún no
existe. Me hubiese gustado mucho ponerle Marca de
agua, pero Brodsky se anticipó.

Ya abortaron las dos socorridas, estoy más tranquila


y ellas también. El acompañamiento fue lejano por más
que haya intentado, de todas las formas, una cercanía.
Pero no. Nada le gana a la presencia física, a la piel. In-
sisto: a los ojos.

Nació Igor. Hace mucho no pensaba en alguien que


nace. Había olvidado que aún se nace.

639
9 de abril

Me corté el dedo gordo con una botella de vidrio


rota. Un cortecito. Me lamí la sangre durante un rato
largo, sin embargo, se asomaba una y otra vez. Trituré
pañil hasta que se convirtió en polvillo y me lo puse. No
sangra más. Otra vez: gracias otoño, gracias.

Tengo la sensación de estar ovulando, aunque mi ca-


lendario no diga lo mismo. Mi cuerpo contra el calen-
dario. Mi tiempo contra el tuyo, calendario.

Creo que tienen que ver con eso los tres cafés conse-
cutivos de ayer. Con una energía que no entiendo hacia
dónde llevar. Hoy me hacen falta los cuerpos, las pieles,
el contacto, la danza.

Leo el cartel que me escribió Valen y tengo pegado


en mi habitación: CUERPO AMIGA. Como un re-
cordatorio, un salvataje, una certeza. Como un tesoro.
Cuerpo, amiga.

10 de abril

Hoy llovió. Leí a Patti Smith en su autobiografía.


Estuve la mayor parte del día en la cama, jugando con
el sol y la sombra en mi cuerpo. Escuché a Noelia Re-

640
calde, Juana Molina y Papina. Detesté las redes sociales
y estar lejos de todo lo que mi dedo índice tocaba en
la pantalla. Me arrepentí de no haber comprado vino.
Tomé kéfir, renové el agua y el azúcar. Me tiré en el
suelo, al lado de mi cama, con ramos de lavanda alre-
dedor. Quemé uno de los sahumerios, es rico, aunque a
veces huela a quemado. Tuve calor, bajé la estufa. Tuve
frío, la subí. Comí brócoli en el almuerzo y en la cena.
Toqué una canción en la guitarra, desafiné mucho en
las notas altas y no me importó, canté más fuerte. En
ningún momento entendí el porqué de las cosas. Nada
tuvo sentido. Pero estuve en donde estaba, en cada cosa,
cada vez. Eso es un montón.

11 de abril

Me refugio en Andrea Marcolongo y su espléndido


La medida de los héroes. El libro lo presté, pero en un
instante de luz, me escribí fragmentos que ahora leo y
releo.

Umbral como salida, salida como salir, como dejarse


llevar. Como salir al encuentro de lo que nos sucede.
Las puertas existen sobre todo para ser abiertas, para
acoger y dejar que entren la luz, el viento, los demás.

641
Las puertas existen.

12 de abril

Prender un fuego. Estar donde me enciendo. Que-


mar papeles con nombres propios. Encomendarle mi
piel al rojo. Bienvenir a todas las formas de la sexuali-
dad. Dejar que el humo de milenrama me limpie. Dejar
que el humo me limpie; y repetir

dejar

que el humo

me limpie.

13 de abril

Preparo un dulce de ciruelas. Me gusta que es un


dulce ácido. Lo revuelvo con una cuchara de madera
y lo voy probando. Intuyo que va a alcanzar para tres
frascos y, sí, son tres frascos que lleno con un líquido
anaranjado. Aún es líquido porque está caliente. Me
acerco cada tanto con una pequeña cuchara a confirmar
que el paso del tiempo lo espesa. Me maravillo. Aquí,
al revés de otros procesos, el tiempo adensa. El cambio

642
de estado me resulta enigmático, aunque haya detrás
un sinfín de teorías que lo expliquen. A veces prefiero
morar en el misterio.

643
Loreto Valencia Narbona

nació en Illapel, Chile, en 1990,


y pasó su confinamiento en Valparaíso, Chile

644
Barricada

Valparaíso, Chile. 9 de abril/2020

La escritura me encontró en casa, o la casa cerrada


me obligó a desplegarme en este trozo de hoja. 

Comencé por escribir en la parte trasera de mi agen-


da:

«1. Es un hombre casado.

2. Tiene una esposa, y su esposa lo adora. 

3. No sé si está enamorado de ella.

4. Su hijo mayor tiene 6 años menos que yo.»

Con color morado subrayé varias veces la palabra es-


posa. Luego, debajo de esa lista hice una línea horizon-
tal que delimitó su persona de la mía. Debajo del punto
4, escribí:

645
«1. Tengo una pareja hace años.

2. Vivo en concubinato.

3. No sé si estoy enamorada, pero el Tarot me dijo


que mi pareja sí lo está de mí.

4. No tengo hijo.»

Taché con rabia las palabras enamorado y enamora-


da. Encerré en un círculo la palabra hijo, y, como siem-
pre, me culpé con la palabra esposa, y en menor grado
con la palabra pareja. 

Me río con la palabra concubinato.

Leo la lista una y otra vez mientras Pablo mira la


televisión a medio metro de mí. La oculto disimula-
damente, pero eso da lo mismo porque él parece es-
tar absorto en otro tiempo y en otro espacio. A veces
lo detesto y a veces no. De hecho, fue él, con un tono
displicente, quien me propuso volver a escribir duran-
te nuestra última pelea cotidiana «déjate de hueviar, y
puta, no sé, ponte a escribir», y esa invitación a irme a la
chucha es la que me tiene escribiendo después de meses
de aridez literaria. 

Pronto será junio y afuera, como adentro, está nublado.

646
Pregunto qué hora es en voz alta.

—Son las nueve, me responde Pablo.

«Prende la tele, por fa, que ya van decir las cifras


oficiales». Lo digo mientras dibujo con mis manos unas
comillas. 

La periodista dice que son nueve mil muertos. Pablo


le grita a la tele que son veinte mil. La periodista dice
que son ciento quince muertos. Y yo grito que son por
lo menos mil. Pablo me habla, se levanta y se mueve por
la casa. 

Realmente todo esto parece una película mal conta-


da. Las autoridades insisten en que debemos quedarnos
en casa, a pesar de que son incapaces de establecer una
cuarentena a nivel nacional. A estas alturas, llevamos
veintinueve días de claustro voluntario, quienes pode-
mos no ir a trabajar, pero yo solo llevo diez de confina-
miento total. Diez de veinticinco. Y los quince días res-
tantes oscilaron entre la irresponsabilidad, la calentura
y el amor. Todo al mismo tiempo. 

Siento olor a humo. Debajo del edificio queman ba-


sura, es la única barricada que he visto en los últimos
meses. La primera ardió en Valparaíso el penúltimo

647
viernes de octubre y días antes, las marchas y las ca-
puchas habían pisoteado la normalidad de la calle. Ese
viernes festejamos el cumpleaños de Carolina, mi com-
pañera de casa en ese entonces. Me gustaba esa casa, me
gustaba la gente que rondaba esa casa y la gente nueva
que se paseaba durante los días de semana. Vivíamos
seis y cada quien llevaba a sus amistades. El día de la
fiesta tomamos mezcal porque la cumpleañera había
llegado de México hacía unas pocas semanas. Orna-
mentamos el espacio con flores de colores, catrinas di-
bujadas, banderines de papel volantín que colgaban del
techo alto y profundo. Conté veintiocho personas, toda
la casa estaba ocupada, sobre todo la cocina, porque ahí
preparaban el pisco sour; otros y otras estaban en el bal-
cón, casi colgando porque no era un espacio para más
de cinco personas. Y al fondo del pasillo, apoyado en la
puerta de mi habitación, un hombre alto hablaba con
un hombre bajo, ambos muertos de la risa. Carolina me
tomó del brazo y me acercó a ellos; «ella es la famosa
Lucía», les dijo y ellos se sonrieron. Ella los abrazó y les
marcó un beso rojo en las mejillas. Son mis compañe-
ros de trabajo, dijo, dirigiéndose a mí. Una presentación
corta y punzante como un arma blanca, que aún veo
amenazarme, y que incluso, en estos momentos conti-
núa transgrediendo mi espacio personal. La gente tomó

648
y bailó, y yo también, pero parte de la noche la pasé
discutiendo sobre feminismo con un chico que tenía
cara de pedófilo y que, constantemente, soltaba comen-
tarios pasivo-agresivos muy ad hoc a mi forma satírica
de discutir. Había veces que el hombre alto me miraba
y yo a él. A las tres de la mañana, la gente fumaba en los
baños y ocupaba las piezas. A las cuatro nos enteramos
de que estábamos en toque de queda desde la media
noche, todos nos escandalizamos porque hasta ese en-
tonces muchos de nosotros nunca habíamos vivido uno.
A las siete de la mañana el último invitado salió de la
pieza de Carolina, me asomé por el balcón y lo vi irse
calle arriba. En la silueta del cerro, entre la luz gris del
amanecer, se apagaba una barricada.  

Pablo se levanta del sillón y apaga la tele.

Voy a ordenar —me avisa—.

Ya está duchado y vestido, yo estoy aún en pijama. 

Él siempre está ordenando. Va sacando de la pieza


su ropa sucia y la mía, acomoda todas mis cosas con
delicadeza.

Hace la cama casi aritméticamente, estirada a la per-

649
fección. Y yo puedo ver todos sus movimientos desde
el living.

—Eres muy diligente con las cosas hogareñas, le


digo, y no me responde.

Entra y sale de nuestra habitación con la aspiradora,


riega mis suculentas, cuelga las toallas húmedas, trapea
el piso. Todo perfecto.

Entra al baño y abre la puerta. Me mira fijo y huele


mis calzones sucios que dejé tirados ahí. Yo me sonrojo
y con más agudeza me arroja una mirada lasciva. Yo le
respondo con un beso que se sostiene en el aire.

-Necesito sencillo para la lavandería- me dice y yo le


apunto mi monedero que está en mi velador. 

Pero muy dentro de mí, sé que son los gestos dentro


de esta casa los que me tienen aquí aguantando: pagan-
do las cuentas, comprando mercadería, sosteniendo la
cocina, la casa entera, bancándome su cesantía y aguan-
tando la incertidumbre de no saber si abandonamos el
departamento el próximo mes.

No me frustro. 

Prefiero servir un tecito con whisky. Un thisky. Le

650
sirvo un poco y pega una carcajada con un «gracias» en-
tre medio. Yo quiero tomar y hablar de algo que despeje
un poco el olor a encierro de este cotidiano. 

—Ayer estuvo bueno el carrete, funcionó bien la pla-


taforma, le digo. 

Él asiente mientras sigue ordenando. 

Y es real. El carrete de ayer estuvo entretenido, con-


versamos harto. Ya encontramos el mecanismo para ha-
blar sin que se superpongan las voces: tiene la palabra
quien habló más fuerte porque la cara se proyecta en
el apartado más grande de la pantalla.  Es la ley de la
selva virtual. Éramos ocho ventanitas y comenzamos
por mostrar el cocaví personal, que siempre consiste en
un picoteo y en un cóctel que varían según las posibili-
dades de cada quien. Yo me hice un borgoñita con los
restos de unos duraznos en conserva que dejé del al-
muerzo. Pablo participó las primeras dos horas. Yo me
quedé por lo menos hasta las tres de la mañana. Caro-
lina se quedó conmigo hasta el final, tomó spritz hasta
agotar el espumante y yo saqué los últimos conchos de
whisky que escondo estratégicamente al lado de unos
libros viejos que no llaman la atención. Entre risa y risa,
quedamos ebrias y añoramos las salidas vespertinas a

651
los boliches de Valparaíso, donde siempre tomábamos
un shop y luego una cosita más fuerte, siempre cantan-
do los temas más cebollas en voz alta y sin karaoke. A
veces llegaban sus compañeros a carretear con nosotras
y siempre, solo o acompañado, el hombre alto irrum-
pía en nuestra mesa y se sumaba a la conversación y al
canturreo.  A partir de esos encuentros fuimos forjando
una atención adormecida e interrumpida; él me miraba
y yo a él, y de pronto ese vaivén de atención se convirtió
en una marejada. No te vayas a enamorar, Lucía, me
decía Carolina con hálito a alcohol y a advertencia. 

Entonces las horas fueron sumando noches enteras,


y la primera vez que estuvimos juntos yo me recuerdo
morir en esa cama. Y dejar ahí un trozo mío exponiendo
otros. Me recuerdo desabotonar mi piel y mostrarle mi
universo que constelaba con el suyo. Y entre los besos y
las palabras fuimos uniéndonos en algo indescifrable o
en algo irreproducible como un secreto. 

En la quietud de mi habitación, puedo incluso sen-


tir sus manos firmes subiendo por el vestido que usé
ese día y puedo escuchar flotar, atrás de mi cuello, las
frases dichas y las no dichas. Y es por eso que, cuando
finalizó el carrete y se apagaron los dos últimos compu-
tadores, no pude conciliar el sueño. Porque los pensa-

652
mientos intrusivos se hacen un poco más ruidosos en la
noche, cuando la calle y el departamento están callados,
cuando no se escuchan las bandas que Pablo pone a
todo chancho durante todo el día y que solo apagamos
cuando escuchamos las noticias, cuando nos llaman por
teléfono o cuando nos ponemos a conversar sobre las
cifras y situaciones aberrantes que viajan hasta nosotros
a través de las redes sociales.

Pablo baja a la lavandería.

 Yo aprovecho de mandar un mensaje de voz, con un


tonito erótico-tierno. 

—¿Cómo amaneció? ¿Pudo soñar anoche? Un beso


en el cuello.

No hay respuesta inmediata y eso es obvio. Siempre


las respuestas llegan al mediodía.

Aprovecho de adelantar el almuerzo. Es difícil co-


cinar sin verduras frescas porque el delivery de feria
pone cada vez más atados. Me salvan unos zapallitos
italianos, unas zanahorias y unos dientes de dragón que
puse a congelar hace un mes. Estamos cansados de la
monotonía culinaria, yo ya no podría ver fideos otra vez
en la vida. 

653
Me fijo en que la albahaca echó raíces en una taza
con agua. La podo hojita por hojita, le hablo a cada hoja
café que voy tirando al basurero. 

Pablo entra con la ropa limpia.

—Esperaste el lavado abajo.

—Sí, me quedé conversando con la Dani, estaba en


la lavandería también. Oye, ¿le hablabas a la albahaca?
Qué tierna eres, Lucía.

—Qué conveniente que la Dani estuviera justo en la


lavandería.

Pablo me mira fijo. Recoge las hojas muertas que ca-


yeron al piso. —¿Vas a seguir con eso?

— Y tú, ¿aún sigues con eso?

Veo mi celular y aún no hay respuesta.

Recién a las cuatro, recibo:

«Mi amor, tuve que hacer mil cosas en la mañana:


ir al supermercado (había unas filas imposibles y cada
vez hay menos cosas. ¿Necesitas algo? Te compré un
turrón); tuve que hacer el almuerzo y sacar a los perros.

654
Ojalá tú estés bien. Podría llamarte a las siete. Avísame
si te puedes escapar un rato. Mil besos.»

Son las cinco.

Me acomodo en la cama y decido responder, le agra-


dezco por los detalles y le digo que me parece lata y
me aterra lo del supermercado; le pregunto cuándo me
viene a entregar el turrón y los miles de besos con unas
risitas al final. Le confirmo que puedo hablar a las siete. 

Envío. 

Tomo mate y con mi mano desocupada abro la ven-


tanita y releo mi mensaje. Creo que fui demasiado com-
prensiva, porque mandar un mensaje de buenos días es
tan rápido y tan fácil. En fin, no le doy color al asunto,
no le digo nada más. Pero no puedo evitar arrastrar con
el dedo la ventana del chat y leer gran parte del historial
por lo menos hasta el treinta de marzo. Me doy cuenta
de que, paulatinamente, la magnitud de la conversación
y el emoticón meloso va disminuyendo.

Pablo se recuesta al lado mío y me acerca un thisky.

Lo pruebo, está cargadito al whisky y al azúcar, es de


bergamota. Riquísimo.

655
—Qué bueno que te gustó, ¿te tinca ver algo?—, me
pregunta.

—Sí, pero puedo un ratito nomás. A las siete bajaré a


tomar un poco de aire y a hablar con mi mamá.

—Bueno. Veamos en tu compu, eso sí—, me dice


con voz de aburrido.

Pone una serie nueva, no la he visto. A los diez mi-


nutos ya se entiende la trama, es sobre un dealer de
marihuana que anda en bici por Nueva York. Me gusta
la onda, no es ni drama ni comedia.

Miro la hora y son diez para las siete. Me levanto.


Pablo me acerca una chaqueta y yo saco una mascarilla.
Le digo que es solo por si acaso, que no me voy a acer-
car a nadie.

A los cinco minutos me suena el celular, contesto


suavemente y bajo las escaleras.

Subo lento al departamento mientras invento algo


que explique mi nariz roja y mis ojos llorosos. Algo
creíble por enésima vez. ¡Qué agote tanto pensar por ir
a hablar treinta minutos, treinta y dos míseros minutos!
Quiero que las escaleras sean eternas, pero lo que más
quiero es retroceder por lo menos diez minutos y seguir

656
hablando con él y decirle la verdad, decirle que estoy
asqueada y que ha sido un hueón penca. O mejor, le di-
ría que quiero que sea octubre, para conocerlo de nuevo
y poner una muralla o la yuta entre él y yo. Le diría
que recuerde la calle y las barricadas, y a nosotros de la
mano gritando consignas revolucionarias mientras nos
besábamos y mientras los punketas nos miraban y tú te
reías, y se te notaban las arrugas y a mí se me notaba
la piel tersa y blanca que tanto te gusta. Y en esos diez
minutos le exigiría recordar como el fuego sobre la ba-
sura revelaba nuestros dieciocho años de diferencia y
revelaba lo bien que te hago y lo bien que me haces.
Retrocedería, cinco minutos, no necesito más, le diría:
cómo te atreviste a encenderme de esa forma, a com-
bustionarme como los palos y los neumáticos arden en
Condell, a desafiar mi calle y a grafitear mi casa. Dime
cómo te atreviste a encender mi cuerpo y a profanar los
monumentos de mi vida de ese entonces. Pero nada. La
condescendencia recurrente me traga. No sé por qué
me paralizo al hablar, por qué no se me ocurrió inven-
tarle, por último, que estoy embarazada y así escuchar
su respiración de pánico por lo menos unos segundos,
hacerlo sufrir de algún modo que no me hiera a mí
misma, y luego decirle que estoy hueviando: es broma,
tontito, cómo se te ocurre, y que él se ría con alivio. Y

657
así romper ese hielo brutal, traducido en mi silencio, al
escuchar que teníamos que hablar en persona pronto,
ojalá este martes, que se consigue un salvoconducto y
que nos vamos por ahí, en su auto, a hacernos cariño un
rato y a hablar, a hablar de la vida. Y esa propuesta y mi
afirmación, me dejaron más azul que el frío y el viento
de junio que me cala el cuerpo y me vuelve ceniza. 

Abro la puerta y está todo oscuro, solo veo a Pablo


alumbrado por la luz del computador. No puedo creer
cuántas horas lleva en lo mismo. Aprovecho la luz apa-
gada para no mentir e irme a la cama sin decir mucho.
Él no me mira, pero extiende el brazo. 

—Estás helada. Te dije que abajo está brígido.

—Sí, muy fresco. Voy a dormir, amor.

«Descansa», es lo último que escucho antes de


hundirme por fin en el almohadón y en un sueño que
está lejos de este confinamiento.

La radio me despierta. Abro la puerta y el desayuno


está listo.

—¿Pan con palta o con dulce de membrillo quiere

658
la reina?

—Qué rico. ¿Fuiste a comprar?

—Sí. Y la palta está a casi seis mil el kilo. Pero ayer


te vi bajoneada, y nos hace falta un gustito.

—Tienes razón, respondo.

Después de comer, Pablo se levanta y hace el aseo del


baño con demasiado cloro. 

—Amor, ¿qué onda? ¿se te derramó la botella? Está


irrespirable, me va a doler la cabeza.

—Si tanto te molesta, levántate y hazlo tú—, me res-


ponde. 

—¿Aparte de pagar todo tengo que hacer el aseo?—,


grito.

Recibo un portazo y una frase brusca que no entien-


do.

Me culpo por quejarme. Me culpo interminable-


mente por mentirle.

Me asomo a la pieza y le pido perdón. Él las recibe,

659
como siempre. Lo miro fijo y en mi mente no me dis-
culpo por lo que me parece justo, si no por las cosas que
no puedo decir.  

***

Es martes. Se cuentan más de doscientos muertos, y


no puedo creer que yo vaya a salir de casa.

He pasado toda la mañana ordenando, leyendo y


tomando mate. El segundero se revela terrible porque
la mañana se me hace un siglo. A las trece él estará
estacionado en conserjería. Me da vergüenza salir a la
calle mientras los conserjes están obligados a trabajar,
y mayor es mi pudor porque les prometí un alcohol en
gel que me fue imposible conseguir. En casa invento
una estupidez y hoy no me esfuerzo en sonar creíble a
pesar que Pablo me repudió por salir. Bajo las escale-
ras. Llevo unas mascarillas para entregarlas al guardia.
Paso el portón y veo su auto entre todos los que están
estacionados. Me hace un gesto con la mano y subo. Lo
noto nervioso y yo estoy peor. Lo primero que hace es
hablarme del COVID y de sus hijas, que están soma-
tizando. Habla y habla sin parar. Tal vez volvió al jale,
pienso, pero no me atrevo a preguntar. Siento el aire
encerrado y él no me permite bajar el vidrio porque es

660
una norma para todos los que transitamos. Me echo
perfume y él exclama fuerte que no puedo hacer eso.
Me toca la rodilla y sonríe como si se estuviera discul-
pando. Está hecho un viejo insoportable y tiene más
guata y más canas. 

Se estaciona. Vamos al asiento de atrás. Me besa con


desesperación y yo no respondo como los otros cente-
nares de veces. Me mira pidiendo una explicación, no
le importa. Abre los botones de mi pantalón, mete la
mano y busca en lo profundo de mi entrepierna. Me
sube el chaleco y escala hasta mis pechos y me lame con
brusquedad. Me sienta sobre sus piernas y gime y yo no
puedo evitar gemir al mismo tiempo, pero mi gemido
suena a algo que se triza lentamente. 

De pronto deja de buscar mi cuerpo. Mira por la


ventana y notamos que está lloviznando. Me habla de
recuerdos.

Acomodo mi ropa y él me corre hacia un lado

—Extraño los moteles y las cervezas. Incluso extra-


ño las conversaciones fomes que teníamos sobre libros
que en mi puta vida he leído y leería. Extraño escuchar-
te hablando de esas cosas. Se ríe. 

661
—Yo extraño cuando nos cantábamos canciones
añejas después de tirar, a pesar de que cantabas muy
mal—, le respondo sin poder evitar que mi voz tiemble,
él lo nota y acaricia mi cara.

—Yo extraño tu lencería de abuela. Siempre pensé


que tirar con alguien joven iba a ser un desfile de calzo-
nes con encaje. 

Me rio y le doy una palmada en la pierna.

—O cuando me pedías que te leyera unos versos y yo


nunca lo hice—, me vuelve a decir.

—Ahora podrías hacerlo—, le propongo, pero él


solo mira para arriba.

Y como no sigue hablando, yo le hago recordar si-


tuaciones cómicas que solo habitan en el pasado y en
mi habitación antigua. Pero él no se ríe, solo respira
profundo y constante. 

Ambos nos quedamos callados. Hasta que él inspira


y exhala la frase que venía empujando desde hace un
rato.

—Lucía, creo que no es el momento para tener esta


relación.

662
Me toma el brazo, yo no respondo y mi mano per-
manece desparramada.

—O sea, yo creo que cuando todo esto se acabe será


imposible evitar tirar si nos vemos. Eso no va a cam-
biar, me insiste. Yo te quiero, te adoro, tú lo sabes, pero
es difícil. Se me está cayendo el pelo, la he pasado mal.

Su voz apenas suena y yo solo espero una frase que


borre la anterior, pero eso no pasa. Le respondo que
está bien, que como quiera, que no me importa, que
está helado y que me lleve a mi casa. Intentando sonar
imperturbable. 

De vuelta, ninguno de los dos habla. Pienso en todos


los planes que tenía guardados para él y para mí des-
pués de este presidio. Ficciones absurdas. Me pregunto
qué voy a hacer con estas ganas de tirar con él si cada
vez que tiro en el presente estoy encendiéndome con
imágenes que ya no existen. 

Llegamos.

Salgo rápido del auto.

—Cuídate, respeta el confinamiento. 

Es lo único que le digo sin mirarlo. Cierro la puerta

663
y se escucha un «te quiero» absurdo y vacío que sale del
auto, pero yo ya estoy a metros de él. 

Entro a la casa y el frío de afuera entra conmigo.


Me preparo un café para evitar esta pena absurda e in-
manejable. Pablo me mira y me pregunta cosas que no
respondo.

Me siento en el sofá y me controlo. Veo a Pablo en


calzoncillos. Ojalá no se acerque, pero sí lo hace, se
acerca lentamente hasta poner su pelvis al frente de mi
cara. Toma mi taza de café y me dice que he estado
esquiva. Me acuesta en el sofá y empieza a besar mi
espalda, toda la columna se llena de besos y mi cuello
se adorna de su saliva. Me habla dulcemente a través de
una respiración entrecortada. Pablo me da vuelta y lame
mi pecho y es cuando tomo conciencia de que está la-
miendo la saliva de otro hombre. Y yo gimo un sonido
que se escucha más fuerte que una trizadura, se escucha
como un vidrio roto. Me doy asco de pronto y dejo que
me penetre las veces que quiera.

Termina y se levanta. 

Yo me derrumbo en un llanto explosivo que no sé ex-


plicar de una forma que suene verídica. Lloro y miento.
Una y otra vez.

664
El resto del día, Pablo solo está frente al televisor y
yo no me atrevo a mirarlo. Paso la tarde observando tras
la ventana, a veces entro a las redes y me entero de que
estamos al borde del colapso; que los pobres se mueren
y que el virus mezclado con la influenza es como una
sentencia. 

No puedo evitar la sensación de miedo que se tra-


duce en un ahogo. Por fin es de noche. Durante esta
cuarentena, nunca había esperado con más ganas que
llegara la noche.

***

Despierto y hay varios mensajes. Parece que no com-


prendí la cláusula de término de esta relación.

***

Pasa la semana y cada día el hombre alto se comuni-


ca conmigo para pedirme fotos a través de frases tiernas
y otras no tanto. Y yo me abandono al hecho de que me
quiere presente en su vida, pero sin las culpas asociadas.
Él me trasformó en la amiga súper-buena-onda, o en la
amiga de la talla doble sentido. Y acepto el trato, a pesar
de que quiero todo menos eso. A pesar de que lo quiero
665
para mí y quiero sus días conmigo. Y me perdono y me
abrazo al pensar que tal vez él también me quiso de
esa forma hace unos meses. Tal vez también ficcionó en
dejarlo todo, en quedarse en mi espacio dos por dos, en
follar la vida y regalonear la muerte. En venirse dentro
siempre y en dejarme nunca. 

Pero de eso no tengo certezas. 

Entonces yo insisto y me atrevo a escribirle una fra-


secita construida de antes, algo sensible de una canción
que escuché por ahí “Mándame un te quiero aunque
sea ilícito en esta tregua que hemos hecho”. Horas des-
pués recibo un emoticón sonriente y colorado, y al lado
un sol que tiene una cara. Absolutamente confuso. Cie-
rro su ventana y me invade una sensación ambivalente.

***

Pasan los días y siempre me encuentro recostada en


el sofá que da hacia la ventana, vitrineando horas inter-
minables las redes sociales, y yo me obligo a poner ojo
en las publicaciones coloreadas de morado y de verde,
en los mensajes cortos, en las historias de mis amigas.
A veces subo mis propias fotos y he estado dispuesta
a recibir consejos de cómo cuidar mis suculentas para
que no se pongan feas por el frío. Veo muchas publica-

666
ciones. La gente no para, no descansa y eso me ayuda a
pasar el tiempo cuando yo no descanso. Y entre publi-
cación y publicación. Y entre frase y frase hay una que
me hace un sentido único y que me obliga a tomar una
decisión.

Y yo decido encender una barricada.

Abro la ventanita del chat que me muestra una foto


donde se enmarcan él y ella. 

Inspiro. 

Me acerco.

Busco el fuego.

Escribo:

1. Soy Lucía.

2. Me gustan las suculentas.

3. Me gusta el frío, aunque prefiero el calor.

4. A veces miro por la ventana y me encuentro.

5.

667
Lucía Trentini

nació en Durazno, Uruguay, en 1985,


y pasó su confinamiento en Madrid, España

668
Imaginarios clandestinos

1.

Estoy nervioso, dijiste al verme y yo olí tu sudor


frío como un animal en celo. Yo quise abrir mi boca
y devorarte. Quise ronronear felina en los rincones de
tu pensamiento. ¿Cuán cerca estoy de la muerte? Más
lejos que antes, creo. Vos también. Yo te leí. Decime
otra vez «nene lindo» y te despeino a besos. Soy una
selva húmeda y me voy a expandir. Voy a hacer bro-
tar mis hiedras desde tus pies. Acá mismo. Acá o en
donde sea. Tus manos se hunden en mí como en la
tierra, y me embriaga tu rostro de indio, Indio, Con
una «i» incisiva que me atraviesa. Cual lanza, tacuara,
redes, agua , pesca, costa, orilla. Respira. Un shot de
mezcal para este río que es mi boca, un saque de lima
que despabile el encantamiento. Lima que parece seca
pero enjuga jugoso juego.

Somos un secreto, nadie sabe que estamos acá. Hay

669
palabras que son tuyas y palabras que son mías. Hay
otras que son la mezcla de ambas, que se imitan imper-
fectas y grotescas. que hacen explotar la risa en espas-
mos incontrolables. Vamos a reírnos en silencio,

para no molestar,

ni levantar sospechas.

Pude haberte visto de niña. Pude haberte besado


escondida en un galpón oscuro en plena siesta y en si-
lencio.

Pero nos toca acá, en medio de este encierro.

Me falta el aire,

deseo.

Ojalá hubiese sido en una playa a tu lado, mirarte


bajo un sombrero de paja andar verde los campos. Otra
noche. Desayunarte a la mañana. Cantarte al oído
hasta hacer de tu piel aspereza. Gozar del regocijo que
hace en mi cuerpo tu presencia.

Quise quedarme ahí, en el abrazo de ese rincón per-


fecto. En el beso que se colaba entre rayos de sol, en
ese tiempo inerte, perfumado de caldos y arepas de
maíz dulce.

670
Me viajaste. Otra vez el yunque, filoso y frío, afir-
mado fuerte sobre el esternón un poquito hacia la iz-
quierda.

Afuera un mar de gente enmascarada,

afuera el apocalipsis.

afuera otros deambulan la ciudad que nos es ajena.

Tengo que volver.

Vos también.

Te vas a jugar a la ruleta de los últimos aviones.

Y no vamos a volver a vernos,

ya lo sé.

Suerte.

2.

Vas a llevar a lavar el auto hasta Atocha.

Me lo decís por mensaje de texto.

Pensé que salíamos de casa por razones indispensa-


bles, pero tu auto sí que debe ser importante.

Es importante que esté limpio sobre todo. Para qué


671
lo limpiarás,

para guardarlo reluciente en el garage me ima-


gino. La cosa es que me ofrecés traerme el desayu-
no y a mí me viene bien. ¿Si tengo caprichos en las
mañanas? Sí, arepas con queso.

Y eso se lo dedico a un viejo amor. No vivo sola,

así que te voy a abrir la puerta

y vas a pasar derecho a mi cama,

vamos a desayunar ahí.

Me vas a conocer de golpe,

el olor de mis sábanas,

el desorden de mi placard.

Los libros que leo.

La televisión no es mía.

No la he prendido nunca,

así que no me juzgues por eso,

ya estaba acá cuando llegué.

Suena el timbre, pero vos no subís. Me obligas a


bajar y a desayunar arepas con queso en tu máquina su-

672
cia último modelo sobrevolando la ciudad vacía. Ahora
nos queda vaciarnos a nosotros mientras el auto se lim-
pia. Como en una película,

el jabón en los cristales no deja ver nada de todo lo


que nos hacemos.

Es incómodo pero nos acomodamos.

Multiplicamos las leguas,

las manos,

los miembros,

y no nos alcanzan para seguir dando. Te pido para


prender la radio smells like teens spirit

La versión de Patty que es la que más me gusta.

Siento placer.

Y nada me importa.

No me importa que trabajes para una aeronáutica,

no me importa que te dediques a la fabricación de


drones usados para temas militares y seguridad.

No me importa que seas vos el que limpia la imagen


de tu empresa.

673
Que limpies tu auto.

Que lleves una camisa tan limpia,

y alcohol en gel en la guantera.

¿Debería importarme?

Limpiame la conciencia,

¿podés?

Borrame los recuerdos,

por favor,

y devolveme a casa.

3.

Si no querés hacerme una entrevista no empieces


preguntándome cómo llevo la cuarentena, no te con-
tradigas tanto. Estamos en el depósito de tu empresa y
yo te imaginaba diferente, ni más ni menos lindo, Di-
ferente. Los dos, ahí. Uno y otro, una multinacional
de bebidas a nuestro alrededor, Y yo pensando si abro
primero el gin o la vodka para tragarme esta decepción.

Lo llevo mal,

674
lo de la cuarentena lo llevo mal. Espero que entre
tus piernas haya un secreto que se parezca al de mi ima-
ginario. Al menos que justifique mis mentiras a la poli-
cía en el camino hasta acá.

Solo pido placer, hace días que ni camino y la espal-


da empieza a dolerme de estar en mi soledad tanto rato.

Estás ansioso y excitado y te volvés torpe.

Dejame de meter mano sin un mínimo de sensibili-


dad, por favor.

Tu torpeza me despierta el mal humor.

Y yo de mal humor no cojo.

No puedo,

no me sale.

Dejá de meter mano y esperá.

Ahora vas a tener que esperar a que se me pase.

No me mires así,

yo también quería encontrarme con un cuerpo,

estamos todavía a tiempo de pegarnos aunque sea,

eso no es violencia.

675
Pegarnos, si los dos estamos de acuerdo, puede verse
como un acto de liberación.

De descarga, igual, exactamente igual que follar, pero


de otro modo.

¿Me entendés?

No, decís.

Y ahí mismo te vas en llanto.

Tus lágrimas son como los cristales.

Y tu llanto es explosivo.

Como si las botellas de whisky

Estallaran a nuestro alrededor.

Lentamente.

Todo se quiebra lentamente,

como el brillo vidrioso de tus ojos.

Y las gotas de sal brotan,

son lágrimas que escapan,

como al suicidio.

Sos frágil.

676
Vos necesitás que te abrace, y yo lo voy a hacer.

Lo voy a hacer sobre todo porque a mí también me


hace falta.

Yo también estoy llorando por dentro.

Yo también soy ahora un cristal cayendo de un es-


tante.

Esperando el golpe seco contra el piso.

Quiero acurrucarme en un cuerpo que no sea el mío.

¿A qué le tenés miedo?

¿Qué te duele?

¿Puedo decirte papá?

4.

Era la hora en la que todos aplauden. Yo venía vol-


viendo del supermercado, con la pizza congelada y la
cerveza.

Comer mal y engordar parece que se acerca a la


consigna. Pero para el súper me había lavado el pelo
y sacado el pijama, e iba airosa por el medio de la calle
mientras los vecinos me tiraban aplausos desde los bal-

677
cones, que bien sabía que no eran para mí, pero a mí me
gustaba imaginarlos míos.

Vos asomas de la ventana del tercero, del tercero de-


recha, el que está sobre mi cabeza.

Tu cuarto sobre mi cuarto.

Te he escuchado coger durante años pero nunca te


había visto la cara.

Sé tu nombre porque ella te lo gritaba a veces, en


el clímax, pero a ella hace tiempo que ya no la escu-
cho. Vos me miraste desde arriba, y entre tus rizos pe-
lirrojos asomaba una boca más rica que mi almuerzo y
mi cerveza todo junto.

Tengo que encontrar la forma de llegar… de llegarte.

Estuviste toda la tarde tocando canciones pelotudas


en la guitarra,

unas que con quince años en un campamento me


hubiesen hecho mear,

pero ahora solo me hacían desear que te callaras para


masturbarme tranquila en el piso de abajo tratando de
evocar tu pelo rojizo.

Miles de orgasmos iban de regalo a tus dientes perfectos,

678
a esa sonrisa desestructurada,

y a tu voz grave que recorre las paredes y vibra final-


mente en mi colchón.

Estimados vecinos,

Soy la chica del segundo derecha, estoy organizando


conciertos en el balcón, creo que sería lindo poder co-
nocernos e intercambiar en tiempos difíciles… patatín
patatán,

necesitaría además un altavoz, patatín patatán.

Besos,

número de teléfono,

patatín patatán,

patatín patatán.

La carnada perfecta.

—Hola.

—Hola.

—¿Cómo estás?

—Un poco aburrido…

679
Ya. No hay cosa que me saque más de quicio que la
gente que se aburre y que además expresa su aburri-
miento sin ningún tipo de culpa. Es la palabra que he
escuchado más veces en esta semana, casualmente. Pero
eso no te lo cuento.

—¿Nos aburrimos juntos?

… pausa…

No pasaron cinco minutos cuando sonó la puerta.

Al abrirla, el plano fue desde tus pantuflas hasta tus


rizos rojos pasando por el altavoz debajo de tu brazo
sujetado como una pelota de fútbol.

—Me gusta la estampa de tu pijama.

—¿Nos aburrimos juntos?

Nos aburrimos, sí.

Nos aburrimos de sacar y poner cientos de veces el


pijama y la ropa interior.

La cama es un nido, y te estoy escuchando coger


pero esta vez al lado de mi oreja.

¿Cuántos días van?

680
Subiste y bajaste a tu casa para asaltar la heladera y
volver a nuestro refugio.

Comer, coger, dormir.

¿Cuántos días van?

Podemos pasar así la cuarentena,

ambos lo sabemos.

¿Cuántos días van?

Una tarde subís y no volvés a bajar.

La cuarentena aplica para todos,

también para ella,

que otra vez te nombra.

Los estoy escuchando coger.

5. Vos tenías tatuada la corona del rey, pero no qui-


siste hablar de eso. Preferiste el silencio. Todo fue si-
lencio. Las marcas se caían groseras, las grifas de tu
ropa se caían groseras por el piso, sin miedo a ensu-
ciarse conmigo en el revolcón. Tenemos hambre, tan-
to vos como yo, Aunque vos comas jamón del bueno, y
tu paladar exquisito distinga todas las cepas de los vi-

681
nos que nunca vamos a tomar juntos, en público. Vos
podías llevarme a ese hotel, que era exquisito, y estaba
además de rebaja a punto de cerrar. Yo tengo ham-
bre. Déjame morderte mientras te grito nene bien. Te-
nés los ojos claros, y la piel blanca, tan blanca que se
te transparenta la estirpe y todos tus títulos marque-
ses, y los negocios de tu amigos, y las propiedades de
los amigos de tus amigos. Los territorios heredados en
otros continentes, tus tardes de café con el Borbón más
gordo, tus compras rebajadas en la tienda de Lacoste,
en Louis Vuitton y Dolce Gabanna. Tenés la corona
tatuada y te queda preciosa. Te intimida que te mire
seria. Estamos en guerra, afuera el mundo se cae a pe-
dazos, Y nosotros por morir acá. Preferimos morir de
lo que sea antes que de abstinencia. Egoísta de mierda,
puta fácil. Viva el rey, dijiste después de correrte como
un niño. De lo que sea, pero de abstinencia no. Estaba
claro que no íbamos a dormir juntos, que no iba a saber
nunca cómo babeás la almohada. Una llamada iba a so-
nar, una emergencia, algo que pareciera increíble pero
que fuera totalmente «real». Te vas, Porque los que
llevan la corona tatuada lo tienen difícil. Entonces
yo, Yo me dormí con otro en la king size, Uno que me
calentó con filosofía y otro tipo de silencio. 6. Pola-
co: Me gustás. Aunque se haga difícil entendernos. Si

682
te digo cavernícola, no sabes de qué te hablo. Me gusta
que seas polaco, simplemente.

Aunque digas que sos feo y pobre,

a mí eso no me asusta.

Yo también soy pobre.

Y tan fea como vos. No sé cómo es Polonia. No


tengo ni idea, no he mirado ni una foto. Jamás. Tu
coche está averiado, y estás a varios kilómetros de mí.

Pero vas a llegar,

porque te gusta caminar al frío y contra el viento.

Tenés la piel curtida y no sabés bailar. Yo te pregunto


cómo haces el amor.

¿Cómo hacen el amor los que no bailan? Free jazz,


el free jazz siempre queda bien. Te imagino como un
compositor contemporáneo,

en una partitura llena de líneas y de compases irre-


gulares.

Vos hacés el amor así,

impredecible,

arrítmico,

683
duro.

Polaco.

Para vos yo soy un océano,

calma y atormentada.

Tentadora y peligrosa.

A vos te gustan mis olas y sabés domarlas bien.

Para vos yo soy una selva,

me dijiste después,

«a Jungle» dijiste.

No porque sea difícil entrar,

sino porque se te hace difícil salir.

Estoy perdido.

Me gusta perderme.

A mí también.

684
7.

Vos no tenés corazón,

no tenés.

«También yo puedo elegir matarme.»

y sonreís.

Vos elegí lo que quieras.

Pero no podés NO decírmelo.

Quiero tener la conciencia tranquila.

Soy otro virus, ya lo sé.

Soy una mancha negra que expande las pandemias


con la lengua,

de boca en boca,

Soy una mancha negra que se arrastra,

en secreto,

clandestina,

que juega con fuego.

También lo sé.

Pero no quiero matar a nadie.

685
O no directamente.

Voy a hacerte tan feliz como pueda,

aunque sea lo último que hagamos,

aunque te mate, sí.

Voy a chuparte la cicatriz de tu pecho,

desde el borde de tu cuello hasta la cintura,

y seguir bajando.

Voy a hacerte tan feliz como pueda.

Te estás jugando demasiado acá conmigo.

Vos no tenés corazón.

8.

Diez y media de la mañana en la góndola de las mer-


meladas.

Te sigo hasta la parte de las frutas.

Mientras agarrás una naranja respetando el metro de


distancia, me mirás.

«o subimos las defensas o montamos una guerra


carnal con riesgo de contagio».
686
Yo me sonrío, sin saber qué responderte.

Sigo paseando por el mercado,

la verdad es que no recuerdo a qué vine,

si a comprar o a perderme en un universo que no sea


mi casa.

De la fruta, directo al vino.

Un tinto de La Rioja, ahí entre mis manos,

Y vos otra vez.

«Sugiéreme otra escena», es todo lo que me decís.

¿Qué vino me conviene para esta pasta?

Justo llevas unas gambas en tu carro,

¿Podés ensañarme cómo prepararlas?

No estamos muy lejos

y cada uno por su vereda

nos desplazamos,

sigilosos,

nos vamos siguiendo los pasos desde la distancia

687
hasta llegar al portal,

tu portal.

Un confinamiento interesante.

Un ascensor compartido en silencio.

una tensión intensa mientras cocinás,

te miro y te pregunto si puedo ayudar,

pero casi que no hablamos.

Si usas un ingrediente me lo acercas para oler, y yo


lo huelo, sin más.

Abrís un picante,

metés tu dedo en él y me lo acercás,

yo lo chupo, chupo tu dedo con un deseo muy fuerte,

los labios me quedan húmedos y ardientes por el pi-


cor

y es un alivio.

Me mirás un poco perturbado,

no te esperabas eso de mí.

Apenas puedo decirte si querés probar el vino,

688
No me contestás, pero respirás hondo.

Me acerco a tu oído

y te lo susurro.

«Querés probarlo?» Te digo…

Me mirás, fijamente,

y en mi cara me decís «de tu boca».

Mi respiración se entrecorta,

Tomo el abridor e intento abrir la botella,

pero fracaso,

Me la quitás de las manos,

y la abrís vos,

rodeándome con tus brazos.

Puedo sentirte detrás de mí,

cómo te rozas apenas

contra mi espalda,

mi pelo que se enreda en tu barba,

me olés la nuca y te gusto,

me presionás de golpe contra la mesada,

689
tu mano me sujeta la cintura

yo te siento.

Pero la llama está prendida

La comida empieza a quemarse e interrumpe la es-


cena.

Fuego, calor.

Agonizo.

Respiro.

Me da tiempo para servir una copa,

llevarlo a mi boca,

y cumplir al fin el deseo de darte a probar.

Me empapo los labios,

los acerco a los tuyos,

ambos sabemos que después de ahí no hay marcha


atrás.

Pero seguimos.

Tus mordiscos son deliciosos

y sé que seremos la cena.

690
Con una mano apagás la cocina,
con la otra te metés en mi entrepierna,

subiendo la falda

y abriendo paso en mis bragas con tus dedos ágiles,

Tus manos agarran fuerte mis caderas,

y me sentás sobre la mesada de mármol frío.

Temblor.

Pausa.

Tomas la copa y probás un sorbo,

Me mirás amenazante,

Me agarrás los muslos carnosos con tus manos,


Apretando.

Como queriendo hundirte en ellos,

Agonizo,

Otra vez.

la fiebre,

la tos,

la cama empapada,

Volvé.

691
Mademoiselle Peligro

nació en Pachuca, México, en 1981,


y pasó su confinamiento en Querétaro, México

692
Historia de un desamor… o dos

Estoy en cuarentena con mi agresor. Debo ser justa


y aclarar que no me golpea ni nada similar, pero hay
ocasiones en las que la indiferencia hace casi tanto daño
como cualquier otro tipo de agresión. 
Curiosamente, nuestra historia comenzó hace 11
años y justo con el encierro por otra pandemia: la in-
fluenza A (H1N1). Era la primera semana de mayo del
2009 y había toque de queda en el Distrito Federal (que
ahora se llama Ciudad de México), así que ningún res-
taurante o bar estaba dando servicio. Justo como nos
pasa ahora.
Yo acababa de llegar como roommate a un departa-
mento en la colonia Portales y una de mis dos compa-
ñeras me dijo que si podía hacerle una fiesta a un ami-
go suyo que cumplía años, porque de otro modo no le
podrían festejar. Le dije que sí, pero la única condición
era que me invitaran a la fiesta (ahora que lo recuerdo,
en aquel momento no había tanta paranoia con la sana

693
distancia, ni escasez de lysol y cubrebocas). El cumplea-
ñero al que conocí esa noche se convirtió en mi marido
poco tiempo después (supongo que se lo debo a que en
ese entonces no fueron tan estrictos con el distancia-
miento social).
Nos mudamos ese mismo año a Querétaro y pese a
que todo marchó bien mucho tiempo, yo diría que ya
no somos pareja hace algo así como tres años. Desde
entonces el deterioro de la relación ha sido paulatino,
y aunque a lo largo de todo este tiempo le he pedido
el divorcio en varias ocasiones, simple y sencillamente
no se va y, de alguna manera, tampoco encuentro las
fuerzas suficientes para hacer que se vaya. Solo habla-
mos para lo indispensable, de acuerdo con su humor, y
a veces podría pasar días sin dirigirme la palabra.
La última vez que hablamos del tema del divorcio
dijo que sí me lo daría, solo porque por una impruden-
cia dejé abierta mi sesión de WhatsApp en la compu-
tadora y entonces hizo un descubrimiento: le fui infiel.
Sí, lo fui: unos meses antes me enamoré y estaba loca
por aquel con el que furtivamente empezó una relación
a distancia. 184 kilómetros, según Google Maps. Pero
si algo perdí en la cuarentena fue precisamente ese
amor; era obvio que yo no tenía mucho que ofrecer y
menos con este encierro infinito junto a ese que ya no

694
me quiere y lejos de aquel que me quiso, pero que no
soportó las ingratas condiciones impuestas por mis cir-
cunstancias. Y, pues, ¿qué puedo decir? Lo entiendo.
De verdad que lo entiendo. Tanto lo entiendo que, de
hecho, cuando me dijo que estaba harto de mí y de mi
egoísmo, decidí que era mejor bloquearme sola de sus
redes y de su vida. Total, tiene razón: no tiene por qué
aguantarme. 
Y ahora soy yo la que tiene que soportar la pena,
pero no puedo deprimirme, ni llorar, ni sufrir porque
tengo una niña de seis años y para sobrevivir la cuaren-
tena decoramos galletas, vemos funciones de circo en
trasmisiones en vivo por Facebook, nos conectamos a la
clase de ballet dos veces por semana por videollamada,
hacemos las tareas del kínder, aprendemos malabares,
le hago entrevistas infantiles en las que responde que
su mamá todo el día lava los trastes... ¡Ja! Qué curioso
porque él, ese del que ahora me separa algo más que
solo 184 kilómetros, me decía que parecía que cada vez
que me mandaba mensajes le atinaba siempre a un mo-
mento en el que yo estaba lavando los trastes. 
No, no lavo tantos trastes. Solo hago un scroll per-
manente de mis redes y de mi vida a ver si de una vez
por todas esto se acaba ya. Mi matrimonio y la cuaren-
tena, que son juntos como tener mi universo en pausa,

695
sin poder llorar una historia de 11 años que se terminó
y otra de 14 años de amistad y unos meses de romance
que también se terminó conmigo atorada en medio, sin
empezar ni acabar nada de verdad y solo esperando.
Esperando mientras sé que la vida no será igual en
ningún aspecto, pero sin saber a ciencia cierta cómo o
qué va a cambiar. Porque la rutina es la misma, aunque
sé que todo va a ser diferente. Dos duelos y dos lutos
que no puedo vivir ni llorar. Porque solo a mí se me
ocurre creer que se puede amar así de lejos y con un
cadáver en la cama. No sé en qué cabeza cabe. 
De pronto siento que la verdadera agresora soy yo
y que si mi todavía esposo me ignora es porque me lo
merezco y si el otro se hartó de mí fue porque me lo
busqué. 
La contingencia me agarró con los dedos en la puer-
ta, pero en mi caso el drama no fue por la pérdida eco-
nómica ni de la salud. Yo perdí la oportunidad de con-
tinuar mi vida e intentar (porque ni siquiera era una
certeza: era un intento) hacer camino con ese hombre
al que sé que amo y al que siempre voy a extrañar. Y
podría ser peor. Con este escenario mundial, claro que
podría ser peor, pero no sé si cualquier otra cosa me
dolería más. 

696
Todos los días me reprocho. Todos los días me culpo
de todo. Todos los días me pregunto qué hice mal, qué
podría haber hecho mejor, qué podía haber hecho dife-
rente. Y esa es mi verdadera penitencia, porque no me
duele ni me pesa el encierro: me pesan mis actos, mis
dichos, mis indecisiones, mis propios demonios dicién-
dome que estuve bien y luego que estuve mal. Odian-
do(me/los), amando(me/los) y así, día tras día, entre las
acuarelas, las películas infantiles vistas infinitas veces,
preparar la comida, hacer decentemente el home office,
tener listos los videos para las clases, la hora del baño
siempre tardía y la todavía más tardía hora de dormir.
A veces agradezco todo este cúmulo aparente de acti-
vidades, porque me ayudan a distraerme; sin embargo,
lo que sobra es tiempo y a veces solo me da por pensar
en el hubiera…
Conforme han pasado los días, me doy cuenta de
que muchas veces me siento como Ártax, el caballo de
Atreyu en La historia sin fin: atascada por completo
en la desesperanza. No es solo el corazón roto, aunque
mucho de esa parte de mi estado de ánimo lo es, sino el
hecho de que estamos sacando a flote lo peor de la hu-
manidad. Mis demonios más crueles se activan cuando
sé de personas que agreden al personal de salud, los que
queman hospitales, los que deliberadamente ignoran

697
la cuarentena para vacacionar o ir al tianguis, los que
difunden noticias falsas y los que lucran de cualquier
forma con esta situación. Nada bueno puedo desearles
y la verdad es que dentro de los miles de autorrepro-
ches uno de ellos es: deberías ser más piadosa. Pero no,
sinceramente les deseo lo peor… lo digo con algo de
vergüenza por mi falta de compasión, pero mis malos
deseos solo están en mi imaginación, mientras que su
maldad está encarnada de forma real en sus actos. So-
mos todos un asco.
Aunque, claro, en este delirio de cuarentena no todo
el tiempo es así. También tengo mis días de luz, de op-
timismo, de productividad. Me gusta estudiar y ya ter-
miné una doble certificación. También hice videos para
dar mis clases —soy maestra en una universidad— y
me ha gustado mucho el proceso porque me reconecté
con una habilidad que me encanta, pero que hace mu-
chísimo no practicaba: la edición de material audiovi-
sual. Como mamá que siempre ha trabajado, ha sido
una enorme dicha tener tiempo y espacio para com-
partirlos con mi hija… ojalá fuera siempre un derecho
irreductible de madres e hijos: tenemos que estar juntos
y diseñar el trabajo y el mundo alrededor de esta rela-
ción primordial; el apego y la oportunidad de convivir
de tiempo completo no deberían ser un privilegio úni-

698
co que se da a las madres y sus hijos solo en caso de
emergencia mundial. También volví a leer a Juan Villo-
ro, uno de mis favoritos, y estoy por terminar El apo-
calipsis (todo incluido), así que, como diría de forma
desafortunada cierto personaje, la lectura vino «como
anillo al dedo» para estos momentos (y cómo lo estoy
gozando).
En estos días de cuarentena creo que todos nos sen-
timos un poco locos por confrontarnos con esa ambiva-
lencia: el amor/el odio, la piedad/la crueldad, la produc-
tividad/la inactividad, la plenitud/el estancamiento…
todo sin las falsas válvulas de escape de la vida cotidia-
na, sin la alfombra de múltiples quehaceres para barrer
toda esa mugre debajo y ocultarla. Sin maquillaje, sin
filtros y sin brasier. Desnudos en nuestra incongruen-
cia. En mi incongruencia… porque también se me está
haciendo vicio hablar más bien de lo que me pasa en
primera persona, porque cada uno lo está viviendo des-
de donde lo ve y pues así es como lo veo yo: como una
oportunidad de hacer todas estas reflexiones sobre mis
dualidades, con mis abismos y con mis puentes.

Mi historia de cuarentena es la de un desamor… o


dos. Por un lado, la historia de un matrimonio fallido
que sigue en pie de manera unilateral porque, aunque

699
admite que ya no existe nada de lo que fuimos, no toma
las riendas de su vida para irse o para dejarme ir. De un
marido que pese a las recomendaciones sigue saliendo
a la calle no sé a qué, o por qué, si es solo para moles-
tarme, para hacerme desvariar, para poder decirme «ve
cómo te pones» y poder jactarse de su tranquilidad ante
mi intensidad. Porque, aunque no le digo nada, creo
que solo busca provocarme para echarme la culpa de lo
que ya no funciona en la relación. Y porque no caigo,
pese a que me muero de ganas de exigirle que no salga
(y creo que tendría razón) simplemente no digo nada.
O tal vez su actitud solo se trata de retratar la ironía: él
es libre, mientras yo sigo atrapada aquí. 
Y, por otro lado, la de mi cuarentena también es la
historia de un amorío tan fallido como mi matrimo-
nio y que me dejó en la indefensión total. Ni siquiera
es el hecho del amante (a distancia) perdido (que, por
supuesto, me duele), sino de la pérdida irreparable de
una profunda amistad. Me siento muy triste y sola… y
la única persona a la que siento que le podría contar es
justo la que ya no me quiere hablar. Doble auch.

El todavía esposo no sabe que mi relación clandes-


tina terminó. No sé si le interese saberlo o si eso hará
alguna diferencia. El daño de haberse enterado ya está

700
hecho, así como hecho estaba el daño que yo tenía res-
pecto a nosotros desde mucho antes. Pero esa ya no
es historia de la cuarentena. No hablamos de él salvo
en un par de ocasiones en las que me limité a recor-
darle que nuestro matrimonio ya estaba muerto desde
antes de que esa historia comenzara. Probablemente le
dé mucha risa saber que la historia paralela también
murió. 
Hablando de muertos, hoy, 13 de abril de 2020, a las
7:00 p.m., en México suman 332 muertos y 5 014 ca-
sos positivos de COVID-19. La pandemia se extiende
y yo le tengo más miedo por el marido-exmarido que
me desafía saliendo a la calle. A veces creo que me voy
a contagiar por culpa,  pensando que me merezco un
castigo. Sería un cambio dramático en la historia sufrir
por una falla en los pulmones y no por un dolor del
corazón. 

Volviendo a los días optimistas pienso que nunca he


dormido tan bien (gracias, tintura de valeriana) y que
mi sistema inmune puede resistirlo todo. Porque, a final
de cuentas, eso es lo que he estado haciendo con nivel
olímpico los últimos años: resistir. Resistir la soledad,
aunque estaba acompañada, resistir la indiferencia, re-
sistir el peso económico, resistir la pérdida del trabajo

701
que amaba, resistir un emprendimiento, resistir la dis-
tancia, resistir las circunstancias, resistir otro descalabro
amoroso... Resistir. 
Aquel sentía cierta admiración por mi resistencia.
«Nunca te rindes», me dijo. Aunque me rendí como
nunca ante él. Jamás a nadie le dije tanto «tienes razón»
y no voy a volver a hacerlo nunca, supongo. Hasta cuan-
do terminamos lo hice pensando en que tenía razón,
por dolorosa que fuera; tenía razones para estar harto
y ya es bastante que lo diga yo, que entiendo perfecta-
mente el hastío. 
No me cansa la cuarentena. He disfrutado enorme-
mente de encerrarme y de interactuar con intermiten-
cia a través de las redes sociales. Sí, en mi burbujita de
cuarentena privilegiada y «godín» de la que soy muy
consciente.  He disfrutado el aprendizaje de las clases
virtuales, el reto que implica llevar mis clases a otro ni-
vel. He disfrutado mucho ser mamá de tiempo com-
pleto: tengo una hija maravillosa que es generosa como
ella sola y aprendo muchísimo de ella. He disfrutado de
la posibilidad de hacer mis cosas con calma, de comer a
mis horas, de comer bien.
No es la cuarentena lo que me cansa, lo que en ver-
dad me cansa es no saber cómo salir de esta situación
en la que estoy atascada. No solo la situación personal,

702
sino la miseria colectiva que somos. Hace apenas un
rato me encontré con la noticia de que un idiota you-
tuber quiso hacerse el gracioso saliendo a la calle pese a
estar contagiado de COVID-19. Me lo voy a encontrar
en el infierno de los egoístas.

Ya es 14 de abril y rompí mi cuarentena de un mes


completo para ir por algo indispensable (una impreso-
ra comprada a alguien que igual está en encierro para
poder hacer las 10 000 tareas de la criatura), solo para
encontrarme con que afuera la vida sigue normal y no
concuerda para nada con las calles vacías y los canales
transparentes en Venecia, el toque de queda en España
o el apocalipsis chino con patos, aves y delfines recupe-
rando su espacio. Todo más bien como cualquier miér-
coles de abril en un día normal en la capital queretana,
con sus escasas jacarandas y sus abundantes peatones
y choferes conservando su espacio (por cierto, la chin-
gada impresora no sirve… cuarentena rota para nada).
En la conferencia habitual nos avisan que ahora en
México tenemos 5 399 casos confirmados y 406 muer-
tos y entonces me cansa saber que es imposible hacer
contención porque en este país, quien quiera salir, sal-
drá (así sea para cualquier cosa no indispensable). El
esfuerzo de la cuarentena es cansado cuando te viene

703
la idea de que de todos modos para nada va a servir…
como la pinche impresora.
Trato de darme aliento y volver al mantra: «resiste».

Tengo claro que hay dos cosas que me han mante-


nido cuerda en esta cuarentena. Primero: yo ya esta-
ba atrapada en la asfixia desde antes. Yo ya me había
quedado sin aire desde antes. Yo ya sabía lo que era
estar limitada en mi margen de acción desde antes. El
confinamiento para mí es la normalidad. Tomen eso,
novatos.
Segundo: no hay muchos lugares a donde quiera ir.
Hasta hace unas semanas, solo esperaba la posibilidad
de recorrer 184 kilómetros para propiciar un encuentro
que ya nunca más va a ser. Hoy… pues ya ni eso, así
que la recomendación del Subsecretario López-Gatell
de quedarse en casa para mí suena más que bien. El
sedentarismo no cuesta si no tienes a dónde ir… o con
quién. En esta pandemia la ventaja la tenemos los fore-
ver alone.
Hay días, como hoy, en que se vuelve a ratos más
simple, porque el prospecto de ex está solidario y pla-
ticador, porque los amigos escriben o llaman, porque
la niñita me distrae pidiéndome un perrito caliente y
preparárselo me lleva un largo proceso, desde que lo

704
hacemos hasta comer cada una el suyo mientras me di-
vierte con sus reproches porque el mío no lleva mos-
taza. «¿Qué no ves que esto se le pone a los hot dogs,
mamá?», mientras señala la foto ilustrativa del «jocho»
en el frasco.
Hay días insufribles también. Siento que mi caren-
cia afectiva será permanente y que seré una inválida
emocional el resto de mi existencia… en ese aspecto, de
verdad, no veo (y a veces ni siquiera quiero) un porvenir.
«Por venir». Tengo clarísimo que quiero hacer cambios
en lo profesional, en lo personal, en lo económico… (y
que, si no los hago yo, lo que sí está «por venir» va a
obligarme a hacerlos) (mejor me adelanto). Pero en lo
que al amor respecta, la verdad es que sé que, si no es
él, nada me interesa. Miro adentro y simplemente ya no
hay nada más. Nunca me había pasado. ¿Tiene el amor
un límite de intentos? ¿Se sabe un día que ya no hay
más? Es una sensación extraña para alguien afín desde
niña al encanto del romance, a las relaciones intensas,
al amor ilógico y desenfrenado. Hoy solo es… no, co-
rrijo: hoy solo NO es. Como si nunca hubiera pasado,
aunque sé que pasó.

La gente me pregunta cómo hago para sobrellevar


la cuarentena. Me gustaría responderles: «divórciate sin

705
hacerlo y en el camino haz que te rompan el corazón».
No lo hago porque suena estúpido… o pretencioso.
Pero si no fuera porque estoy en medio de eso, estaría
en medio de una cuarentena en la que sí estoy, pero a
la vez no, porque tengo otro tipo de cosas en las cuales
pensar. O por las cuales sufrir. O para enojarme y de-
primirme. Como dije, antes de esto yo ya tenía mi kit
de neurosis incluido.
Tengo cosas pendientes por arreglar y eso consume
muchas de mis ideas y mis energías. El dolor que me
provoca el haber dejado de ver a mi esposo como lo veía
antes y el dolor que me causa el que, por otra parte, me
hayan dejado de ver a mí como me veían antes. Qué
bonita ironía. Eso y cargar la culpa de que esas sean mis
preocupaciones y no la estabilidad económica, la justi-
cia social y la salud mundial. Lo siento, pero ese desma-
dre no lo hice yo y no puedo prestarle mucha atención
cuando es mi mundo el que se derrumba. Me duele más
mi callo que su cáncer y aunque eso es muy humano, de
verdad, me apena. Quisiera aportar más, pero creo que
a estas alturas se entiende que, como muchos, no estoy
en mi mejor momento (y probablemente la situación
del mundo es justo un reflejo de eso, plop).

706
Sobre el futuro: imagino que mucho de él dependerá
de mi habilidad para adaptarme. Logro desbloqueado.
Como se puede intuir, ninguna circunstancia me resul-
ta complicada, así que creo que voy de gane. De verdad
que pocas veces he tenido tanta fe en las posibilidades
que brinda el futuro. Las crisis son para crecer y esta
en particular nos va a obligar a todos, queramos o no, a
dar el estirón. Ahorita lo que sentimos son los calam-
bres y las fiebres de ese proceso, pero lo que viene es un
reto interesante que me emociona afrontar. Es obvio
que hablo de lo profesional, lo personal y lo económico,
porque mi coco va a ser cómo salir de esta. O sea, de
verdad: SALIR DE ESTA relación/casa/circunstancia.
En esas ando.
Hace ya un tiempo que por salud mental dejé de
preocuparme por los temas macro, porque de verdad
ME URGE atender mi microentorno. Como alcohóli-
co: un día a la vez.

Ojalá mañana pueda ayudarles con la paz y la salud


mundial; hoy, por lo pronto, yo tengo que lavar los tras-
tes. 

707
María Fernanda Pineda Calero

nació en Departamento de Estelí, Nicaragua, en 1998, y


pasó su confinamiento en Municipio de Condega, Nicaragua

708
El cautiverio de las mujeres en medio del CO-
VID-19. La pandemia… ¿La excusa perfecta para ro-
barme nuevamente mi libertad?

Me declaro libre, aunque la pandemia diga lo con-


trario. El virus no es el que ha puesto en debate qué
hacer con mi vida, no es la primera vez que me cuestio-
no si salir o no, o pensar: «si me quedo en casa no me
pasará nada», esas frases ya las conozco y son familiares
para mí. El confinamiento no lo vivo a partir del coro-
navirus, lo vivo desde abril 2018 en Nicaragua, desde
aquel estallido social que marcó para siempre la historia
de mi país; lo vivo por ser Mujer joven defensora y acti-
vista, lo vivo por nombrarme como tal, lo vivo desde la
persecución política, lo vivo porque en mi país pensar
es un delito. El encierro lo vivimos desde nuestras casas,
pero también desde nuestras mentes. El coronavirus
solo me ha expuesto y me pone en riesgo aún más en
mi situación de defensora de derechos humanos.

709
Por ser mujer, históricamente han querido cortar mis
alas; quieren silenciar mi voz nuevamente, ya no quie-
ren que manche las calles. Pero se volvieron a equivocar,
aprendí a vivir conmigo misma, desarrollé mi yo inte-
rior, estoy conociendo cada partícula de mi cuerpo, de
mi ser, y no dejo de asombrarme. Aprendí a abrazar la
soledad. Hoy veo cómo las flores crecen, cómo mi jar-
dín me da los buenos días; veo detenidamente recorrer
el agua por mi cuerpo, limpié el espejo que tenía en mi
habitación y volví a usarlo, sonrío y me lleno de alegría
porque estoy viva, no hay excusas ni fronteras para co-
municarnos.

Hemos vuelto a reunirnos de manera virtual con mis


hermanas y amigas para acuerparnos. Sonreímos y llo-
ramos porque solo juntas saldremos de esto; no se me
olvida quiénes son las que han estado ahí, juntas recar-
gamos fuerzas, afinamos los gritos para volver a luchar,
porque las calles y las noches serán nuestras, temblará el
mundo nuevamente al ver los pañuelos verdes, porque
serán las calles testigo de que hemos sobrevivido.

El COVID-19 es el mejor amigo de las dictaduras


y de los gobiernos corruptos. La pandemia de los fe-
minicidios sigue latente, siguen apagando vidas, siguen
matando mujeres, cortando sueños, metas: pero todo

710
esto huele a impunidad, injusticia, violencia, silencios
de esos que guardan secretos (delitos). Justamente hoy
estaba postrada en una hamaca cuando leía un artícu-
lo que hablaba del retroceso de los derechos humanos
en medio del COVID-19. Sonreí conmigo misma y
me pregunté: ¿Qué nos espera a nosotras las mujeres?
¿Qué les espera a las niñas? ¿Qué les espera a las muje-
res que no conocen sus derechos? Si la casa es el lugar
más inseguro, pero una de las respuestas a esta alerta
pide #QuédateEnCasa… La carga emocional para to-
das esas mujeres que no lo han decidido y están ence-
rradas en una vida rutinaria, y que ahora están lidiando
con parejas, hijos, familia y con el virus 24/7, y tienen
que cuidar a los que parece que nunca crecieron y ha-
cerse cargo de todo el mundo, menos de ellas mismas.
¿Cómo se van a quedar en casa? Pienso en cómo ven
pasar la muerte a diario, los gritos que las agobian. Ya
no deben tener lágrimas, ¿sentirán los golpes aun en
cuarentena? Imagino lo que deben pasar —pues he
acompañado casos aun estando aislada—; esa tarea no
la asumen las autoridades porque quieren mandar a «la-
var los trapos sucios» en casa, pero se les olvida que lo
personal es político y, ¿cómo entenderán eso? Si son
ellos los abusadores, son ellos parte del problema. No
pueden ser la enfermedad y la cura al mismo tiempo.

711
Pienso en la responsabilidad que tenemos como so-
ciedad al exigir a estas mujeres que se queden doble-
mente obligada al encierro, aisladas con sus abusadores.
La culpa que deben sentir por pensar en ellas mismas
con tanta gente muriendo. Lo que para ellas era un res-
piro poder —ir a la pulpería— hoy ya no lo hacen ¿Por
qué a ellas nadie las escucha? ¿Por qué la muerte de
las mujeres a manos de hombres no se trata como la
pandemia que es? ¿Acaso no vemos que están ence-
rradas con sus verdugos? No será el virus el que acabe
con la vida de ellas, serán sus futuros femicidas, porque
volvemos a ser las mujeres víctimas de estos sistemas
patriarcales y capitalistas. Quedarnos en casa nos costa-
rá la vida. ¿Quién cuida de nosotras? ¿Quién responde
por nuestras vidas? ¿Por qué esta situación nos afecta
de manera directa y diferenciada a nosotras las mujeres?
Nos provoca culpa el querer estar mejor, poder irnos
para salvarnos. ¿Por qué pensamos en quién cuidará de
los otros? ¿Por qué nos quieren engañar haciéndonos
creer que quedarnos en casa nos salvará? Pero a mí,
¿quién me salva?

En medio del virus soy la voz de las que ya no están


conmigo, soy mi propia esperanza porque creo en otro
tiempo. Esto no es nuevo para nosotras, esto ya lo he-

712
mos vivido desde el propio encierro en las familias, con
las dictaduras; un mundo en el que no podemos decidir.
Tendremos nuevos aires y estaremos preparadas y si no
lo estamos, tenemos amigas que son parte de nuestras
fortalezas. Yo sé que puedo ser quien yo quiera: una hoja
cayendo de un árbol o un huracán destruyendo caminos
y todo lo que se ponga en frente; puedo ser fuego, luz y
apagarme sola; puedo ser como el viento, libre; soy mi
propia energía y puedo ser de todas las que quieran bri-
llo en su andar; soy fuente de vida si así lo deseo, soy la
alegría de mis días, soy poder en medio de la tempestad.
Soy de la tierra porque ella me vio nacer y hoy vuelve a
recobrar vida: se adueña de lo que le pertenece. Está po-
linizando los campos nuevamente a su manera, se escu-
cha el rugir de los volcanes, las aguas se están volviendo
cristalinas, los animales han salido de los rincones, la tie-
rra está recuperando lo que le corresponde. Porque nece-
sita sanar, renacer, reconstruirse; pero esto no será posible
con las formas de vivir que actualmente hemos adoptado.
Tenemos que repensar realmente qué es lo mejor para la
naturaleza y vernos como parte de ella —vernos desde lo
colectivo—, esta podría ser nuestra oportunidad de ge-
nerar cambios que abonen a la existencia de un planeta
verde en donde los seres humanos realmente nos merez-
camos vivir en la Tierra.

713
Pronto será mañana para arrancar todo este dolor
que llevo dentro —porque cansa—, frustra tener que
recibir a diario casos de violencia y estar encerrada sa-
biendo que no hay instancias que respondan por la vida
de esas mujeres. Porque los derechos sexuales y repro-
ductivos nunca se han cumplido (peor en estas circuns-
tancias). Porque la impotencia cobra parte de mi vida,
porque carcome ver lo ineficientes que son los políticos,
los gobernantes de nuestros pueblos, aquellos que nadie
nombró, los que quieren perpetuarse como estatuas, los
que no creen en la gente… Los que llegaron facilito
pero tienen armas, aquellos que solo ves detrás de la
televisión, los que tienen los discursos gastados, los que
ya no encuentran palabras para seguir mintiendo, los
que se esconden y no dan la cara, los que le roban a su
propio pueblo, los que se creen dueños de las leyes. Por-
que el virus es la excusa perfecta para seguir sumergién-
donos como las desposeídas… las que no tenemos de-
rechos, las que somos nada más que cifras y estadísticas,
las que nombran en los periódicos, pero al día siguiente
son olvidadas. Porque quieren vernos nacer y morir en
la precariedad. Porque nos quieren medir igual a todas,
pero ¿qué pasa con las mujeres que no pueden quedar-
se en casa? Aquellas que tienen que salir para poder
comer, las que están obligadas a exponerse porque no

714
tienen otra forma de subsistir. Qué pasa con las que no
tienen hogar, las mujeres que ni siquiera pueden «deci-
dir» si quedarse en casa o no, porque su casa es la calle
y encima la culpa de poder contagiar a otros porque no
tienen otra opción. Porque no hay un quédate en casa.

Los Estados no cuentan con las condiciones ni la


capacidad para poder responder a una pandemia de este
tipo. Todo esto es falta de efectividad y gestión social de
los Estados y los gobiernos. Porque nos han romanti-
zado la idea de quedarnos en casa cuando sabemos que
para muchas es el lugar más inseguro y a raíz de esta
crisis-pandemia se han evidenciado la gravedad de los
abusos, violaciones y femicidios, han colapsado los cen-
tros y casas de apoyo. Siguen siendo las familias el lu-
gar donde se cometen los abusos y violaciones sexuales,
lugar donde el maltrato está a flor de piel, esas paredes
que se curtieron de llantos y tristezas.

Nos quieren hacer ver otra cosa de la que hemos vi-


vido en carne propia, porque nos quieren volver a en-
gañar. Decir que nos quedemos en casa todos(as) no
es empatizar con una realidad social que no atraviesan
todos(as), porque la manera en que lo estamos vien-
do puede ser una trampa. ¿Cómo vivimos en medio
de tanto? ¿Hasta dónde tenemos que resistir? ¿Y si lo

715
prendemos todo? Estamos claras de lo que queremos:
un mundo mejor, creando nuevas formas de convivir y
relacionarnos.

El virus lo podemos enfrentar sin pasar por enci-


ma de los derechos de las(los) seres humanos, pero el
virus más grande los tenemos como representante de
nuestros países —las autoridades—. Desde Nicaragua
ni siquiera se decretó estado de emergencia; al con-
trario, se han abierto fronteras, han convocado y han
llamado a la población a realizar actividades multitu-
dinarias, aglomeraciones por todas partes. Pero una
vez más demostramos que los pueblos tienen el poder
y nos hemos quedado en casa. No pierden ni una sola
oportunidad para poder sacarle provecho a esta crisis
mundial: préstamos para responder ante la pandemia
que al final terminaremos pagando a costa de nuestros
propios sudores. Se puso a prueba nuevamente el ac-
tuar de los gobernantes y se vuelve a comprobar que no
les importa su pueblo, son capaces de seguir matando.
Ellos no necesitan licencia para eso, tampoco hay quien
los pare, pero no perdemos la esperanza porque es la
única luz que podemos seguir, porque los cambios son
posibles. Porque confío en mí y las otras mujeres que
han luchado a diario para cambiar este mundo en el

716
que vivimos. Porque seguimos acompañando desde el
confinamiento. Porque también confío en que existen
otros que quieren hacer un mundo diferente. Porque
creo en la colectividad, en las alianzas, en las comuni-
dades, porque son posibles otras formas de existir en
este planeta.

Este tiempo de quedarme en casa ha significado co-


menzar a estar presente en mi propia vida, dedicar mis
energías y fuerzas a lo que me hace feliz, pero también
cuestionar ¿qué es lo que me hace feliz? y ¿por qué eso
me hace feliz? Confieso que ha sido un dialogo constan-
te conmigo, reflexionar hasta dónde lo que yo hago es
porque lo decidí y qué de ello me hace sentir satisfecha.
He identificado metas a largo y corto plazo, las escribí
y ubiqué en una parte de mi cuarto. Mis anotaciones
ya nos la engaveto, hoy son compañeras de mi cuarto.
Estoy aprendiendo a hacerme responsable de mí mis-
ma y este proceso ha sido doloroso porque es un reen-
cuentro conmigo a mis 21 años, es una línea de tiempo
que ha marcado un inicio y un hasta ahora. Recordar
los momentos felices y tristes que han hecho de mí lo
que soy hoy. Esto ha sido necesario para poder sanar y
avanzar en paz conmigo misma. Hoy estoy aquí, sobre-
llevando esta situación como he querido, a pasos lentos,

717
cayendo y levantándome sin perder la motivación y el
amor propio. Revelo que todos estos momentos de ex-
ploración y amor conmigo misma han sido increíbles:
ser consciente y descubrir que estaba dejando pasar los
días y cada vez me alejaba más de mi misma. Hoy estoy
materializando mis ideas, mis proyectos; porque hoy
tengo tiempo, hoy estoy conmigo y es mi oportunidad
de construir nuevos hábitos y prácticas en relación a
organizarme mejor. Hoy más que nunca puedo hacer lo
que he justificado con la frase «es que no tengo tiem-
po». Hoy tengo tiempo para mí, tiempo para revisar
mis espacios y construir de mi casa un lugar sensorial
donde pueda cobijarme con mi propio calor y el de mis
compañeras…un lugar para crear y sentir el gusto de
estar presente desde mi propio ser.

Esta pandemia mundial me acercó a las personas


que están «al otro lado del charco» (en otras partes del
mundo) y me alejó de quienes estaban en la otra calle
de mi barrio. Hemos tenido que acomodar las formas
de amar más allá de lo físico, todo ha sido incertidum-
bre —tener que adaptarnos a cambios tan rápidos—,
pero nadie nos preguntó si estábamos listas(os) para
una pandemia y pues los Estados, los países, continen-
tes, vuelven a demostrar que no estaban preparados. No

718
cuentan con herramientas para sobrellevar esta situa-
ción. Esto se refleja a través de las cifras de los muertos
y en que los sistemas de salud colapsaron.

El egoísmo se convierte en nuestra brújula: desabas-


tecer los supermercados como si se acabara el mundo.
Porque el alcohol y el papel higiénico hoy se nombran
como oro puro, porque en este barco actuamos desde
un «sálvese quien pueda», porque no estamos prepara-
dos(as) para controlar lo que sentimos, nos podemos
volver irracionales, pues, pensar o imaginar que pode-
mos contagiarnos nos hace más individualistas, porque
esto ha desatado olas de discriminación. Nos estamos
dejando llevar por las masas, no nos visualizamos como
humanos(as), ciudadanos, sujetos de derecho. Porque
da miedo y entramos en pánico pensar que el virus no
acabará con nosotros(as), sino el racismo, la xenofobia.
Porque podemos deshumanizarnos por completo.

Es un mundo extraño al que estamos comenzando a


introducirnos, pero debemos hacerlo con pies firmes y
sobre la tierra. Avanzar no debe implicar que vamos a
retroceder en el marco de nuestros derechos, y para esto
necesitamos informarnos, no suponer, no especular,
porque esto generará angustias, malas decisiones, ansie-
dad, histeria colectiva, enfermedades. Esta será nuestra

719
propia prueba social: saber que cuanto mejor esté cada
una(os), más aportamos a las(os) otro(as).

Hoy nos damos cuenta de que las palabras han co-


brado sentido. La era digitalizada es una herramienta
potente para seguir haciendo, aun con toda esta tor-
menta, seguir construyendo otras de formas y maneras
de vivir. Cómo sobrellevemos esta situación depende
de cada una(o) de nosotras(os), es nuestra propia res-
ponsabilidad. Esta crisis puede ser una oportunidad,
siendo altruista, humana, cálida; pero esa receta está en
cada persona, sacando lo mejor de nosotros(as) y per-
mitiendo que sea un momento de reflexión. Darnos ese
espacio que tanto nos merecemos porque podemos es-
cucharnos y eso nos permitirá escuchar a otros (as), ser
consciente de cada momento, ser solidarias, ser compa-
ñeras, apoyar a quien lo necesite, no dejar de ser feliz,
pero no hacerlo a costa de la felicidad de otros.

Esta pandemia nos ha venido a colectivizar, nos ha


desconectado de nuestros propios mundos, pues no
vivimos en planetas diferentes. Es un reto para poder
comprendernos en medio de tanto caos en el mundo.
Tenemos que aprender nuevas formas de convivencia
sociales comunitarias, saber que si te derrumbas alguien
te acompañará, que en la tormenta siempre habrá al-

720
guien con un paraguas, alguien que te brindará la mano
para que puedas seguir, alguien que te dirá la verdad
para que puedas decidir si irte al fango o no. Saber que
hay cosas más importante que ir de compras, pues una
taza de café y una buena plática es rica aun en tiempos
del COVID-19, pues cuidar de nuestros jardines nos
recompensa la alegría de estar vivas y nos conecta con
la tierra de donde salimos.

Algunas de las cosas que me han servido y que


aprendo por mi bienestar y por apoyar a las otras son:

1. Dedicar tiempo a lo que venía planificando des-


de hace tiempo. Ese tiempo que venía posponiendo,
ese tiempo que sabía que no iba a llegar. Hacer esto ha
significado para mí sentir que estoy avanzando, como
por ejemplo, dedicar tiempo a escribir, bailar, hacer una
limpia del espacio donde habito. Pero, sobre todo: cum-
plir lo que ya está planificado.

2. Deshacerme de lo que no necesito. Esto implica


un proceso de desprender cosas materiales, decir «no
puedo estar acumulando cosas a las que no les doy uso»,
cosas que podrían ser usadas por otras personas en vez
de estar guardadas o encerradas ocupando espacio.
Sentís que estás apoyando a otras personas, te sentís

721
conectada por lo que piensas que harás de esas cosas, y
te lleva a experiencias personales, te trasladas a lugares
desde tu propia imaginación.

3. Hacer de nuestras casas un espacio agradable, ubi-


car lugares donde podemos estar en silencio, cómodas,
que nos permitan sentirnos seguras. Construir esos es-
pacios sensoriales necesarios y prioritarios en tiempo
de crisis, porque es válido querer estar sola, querer estar
con la propia yo interior, tener lugares de silencio, luga-
res colectivos, lugares para el placer, jardines que permi-
tan respirar aire fresco. Es necesario poner atención a
nuestras propias emociones y darles cabida en nuestras
vidas. Si no lo hacemos, va a llegar ese día en que vamos
a explotar y será más difícil manejarlo.

4. Si estás acompañada, proponer actividades que


incluyan a las otras personas: cocinar, bailar, hacer ejer-
cicios. La carga es menos cuando se comparte porque
charlar y hablar sana, y hay que propiciar esos espacios
a las personas con las que se convive a través de nuevas
dinámicas de vivir. Eso no implica romper las prácticas
de distanciamiento social: hasta para esto podemos ser
creativas y se asombrarán de lo que somos capaces de
hacer.

722
5. Me ayuda para sentirme motivada en lo que hago:
levantarme y hacer la misma rutina, bañarme, ubicarme
en el espacio que voy a trabajar y tomar tiempos de des-
canso. Hacer esto me anima y me dispongo a sacar lo
mejor del día, hacer lo que planifico.

6. Dedicar tiempo a nuevas actividades para no sen-


tirnos aburridas o que estamos haciendo lo mismo. Atre-
vernos a hacer algo nuevo, pues si nunca has pintado, esta
es la oportunidad.

7. Hacer videollamadas a personas que amamos en


la distancia, que nos permitan sentirnos acuerpadas y
acompañadas, porque el amor es necesario, más cuan-
do nos enfrentamos a lo desconocido. Porque es válido
sentirse sola y escuchar palabras de motivación y alegría.

8. Leer, como ya es un hábito. Ayuda un montón


para despejarse y crear nuevas ideas, y para conocer otras
mentes.

Hacer todo esto es realmente nuevo en mi vida y, para


mí, ha significado resistir. Ser consciente de lo nuevo y lo
que tengo que mejorar. Aprender a disfrutar plenamente
de cada momento, disfrutar las compañías presenciales,
cuestionarme pero reencontrarme, y hacer lo mejor que
puedo sin culparme.

723
En medio de estas crisis afloran el miedo, los te-
mores, las angustias, el desánimo, pero, ¿vale la pena
vivir una vida así? Se hace necesario sentarse, respirar,
dedicar tiempo para pensar, para encontrar respuestas
o construirlas, no quedarnos repitiendo lo mismo. Es
válido desmoronarse, por eso es necesario tomarse el
tiempo que sea para aclararse, tiempo para hacer «polo
a tierra». No podemos ser como las hamacas que te dan
momentos de placer, pero no te llevan a ningún lado.
Cuanto más podamos entender la situación, menos
miedo podremos tener. Cuanto más estemos abiertas
a los cambios, a adaptarnos, a resistir, más dispuestas y
preparadas nos encontraremos para afrontar la propia
realidad (aun cuando no tenemos autoridades dignas
de ser nombradas, por eso el camino es más largo, pero
no imposible).

Quedarnos en casa no significará que me volverán a


callar, es por ello que cada día tengo más fuerzas para
seguir luchando, para seguir creando, para hacer nue-
vas alianzas que son vitales. Principalmente en estos
momentos, porque somos creativas —eso ha sido evi-
dente—, porque aun desde el encierro desafiamos a los
gobiernos, a los Estados; porque no podemos aislarnos
totalmente. El aislamiento no es nada más físico, —re-

724
cordemos que ha sido uno de los pilares del amor ro-
mántico—. Estaremos listas ese día que podamos salir
y gritar como hasta hoy lo hemos hecho, porque nos
reinventamos formas de batallar y seguimos resistiendo
en estos nuevos caminos.

No sé si el coronavirus está aquí para quedarse, pero


prefiero imaginarlo y estar preparada. Eso aligera la
carga que llevamos en nuestros hombros, esa carga que
podemos sostener todos(as) si nos unimos. Debemos
empezar a construir el tejido social a través de una sola
voz con sed de justicia y derechos, la que nos hace más
humanos, pues este virus ha desnudado nuestro propio
ser y nos ha hecho sentir indefensos e impotentes ante
la realidad que vivimos. Porque ha invadido nuestras
maneras de vivir y nos ha despojado de lo que tene-
mos, pero también este virus nos ha enseñado qué es
realmente lo que nos falta. Es por ello que debemos se-
guir luchando por cambiar a los que gobiernan nuestros
países, por hacer justicias, porque de estas situaciones
debemos salir fuertes y con la empatía que tanta falta
nos hace en esta vida.

Esta crisis no todos(as) están viviéndola de una ma-


nera cercana. Cuando comenzó pude pensar desde mi
ignorancia y egoísmo, «esa enfermedad no me va a dar

725
a mí». Primero pensé: ese virus no llegará a mi país, lue-
go que llegó… «esa enfermedad no me dará» —porque
aparentemente solo les da a los mayores—, este es uno
de los grandes mitos; pero luego pude ver la rapidez de
este, cómo se propagaba, lo que pasaba en otros países.
Comencé a reflexionar y pensar en qué iba a hacer si me
contagiaba del virus, pues mi «paisito» (haciendo refe-
rencia a Nicaragua) no brinda las condiciones para con-
trarrestar esta enfermedad. Comencé analizar y pensar
en todas las personas mayores, lo expuestos que se de-
ben sentir, y que muchas veces por ignorancia podemos
contagiarnos y contagiar a otros que por sus situaciones
se encuentran más vulnerables. Pensé en mi abuela y
mi abuelo, a quienes a partir de ese día llamo a diario
y les pregunto ¿cómo se encuentran? Ellos creen que
por magia están salvos y no hacen caso en mantener
distanciamiento social o tomar las medidas realmente
necesarias, pero yo estoy ahí, hablándoles, escuchándo-
les y preparándome para lo que venga, porque sé que no
puedo verles, por su seguridad y la mía. He pensado de
la misma manera cómo me siento encerrada, aislada, y
lo he llegado a visualizar con los animales: lo que gene-
ra en ellos estar encerrados, cómo se la pueden pasar no
solo momentos, toda una vida.

726
Estas experiencias me alegran porque hoy estoy
pensando en situaciones que hace unos días podía in-
tuir, pero no les daba la importancia que se merecen.
Reflexionar y analizar acerca de lo que pasa a nuestro
alrededor, en nuestros barrios, en las comunidades, en
todos nuestros países, en el mundo entero. Este virus es
colectivo, marcará las diferencias cómo lo estamos vi-
viendo, pues de ahí se derivan nuestras acciones, nues-
tras maneras de actuar. Y cómo resistimos ante lo que
hoy ha sido verídico como la falta de hospitales y equi-
pamiento médico, la educación de calidad que permita
tener profesionales que respondan ante estas situacio-
nes, la higiene básica, los hábitos primarios entorno a
la limpieza. Hoy esto es parte de nuestras vidas, hoy
estamos dándoles un giro al mundo entero.

Hoy me levanté con la mejor actitud del mundo por-


que esa es mi manera de ser resiliente. La he construido
con otras mujeres, porque también hay historias que me
anteceden de mujeres poderosas, capaces y brillantes,
por eso este día me siento alegre. Dediqué tiempo para
respirar y brindarme un momento para observar lo que
nunca veo. Descubrí que tengo la mejor vista frente a
mi casa: un campo lleno de árboles y vacas. Decidí salir
a caminar muy temprano, por la orilla del río, escuché

727
más de 15 especies de pájaros diferentes cantar, vi el
verde de las plantas por todos lados, respiré profundo
ese aire cálido que viene y me acaricia el rostro, me sen-
té junto a un árbol como cuando era niña y comencé a
traer recuerdos. Aquellos en los que casi me orinaba de
tanto reír, esos momentos felices que pasaba en familia
cuando no había descubierto los secretos familiares que
ya sabemos. Volví a esos días en que hacía travesuras
hasta ya no poder, ahí descubrí que recordar es volver
a vivir, me di mi propio espacio, respiré profundo y me
transporté en mis recuerdos, me di este regalo porque
quise levantarme alegre, llena de confianza, positiva,
porque no quiero sobrevivir, quiero vivir plena y go-
zando.

Me hice un calendario de cómo me siento cada día


para hacer un balance al mes y ver dónde tengo que me-
jorar; pero también analizar por qué me sentí de esa ma-
nera. Estos días han sido importantes para poder pensar
en todo. Hoy veo que la alimentación tiene mucho que
ver con cómo podamos estar. Quiero hacer mi propia
huerta. Harta pensar que dependemos de todo. La vida
no es para siempre y los cambios empiezan desde ya. Es-
toy viendo que el viaje de la vida tiene varias paradas y
como aún no he decidido bajarme, continúo firme.

728
Es divertido cómo los closets de ropa son testigos de
las diferencias que hay en usar cada prenda. Hoy esos
problemas no los tengo, hoy me visto solita para mí,
hoy uso el perfume que quiero, hoy me peino como me-
jor me gusta, hoy me tomo fotos porque estoy conmigo,
hoy dejo de reprocharme, hoy pienso en mí y aprendo
de lo que hago.

Desde hace rato no busco salvadores y solo lo sigo


reafirmando. Escucho la música que me gusta, pues no
tengo todo el tiempo del mundo. Veo películas, bailo
por toda la sala de mi casa. Hago la imaginación y la
creatividad dueñas de mí, porque eso es lo que quiero
que se apodere de mi ser, porque puedo estar donde
quiera estar, solo basta darme permiso y dejarme llevar
por mí misma. Porque solo es cerrar los ojos y verme en
cualquier parte del mundo. Solo me envuelvo en la lec-
tura y me cobijo con mis fantasías. Porque la imagina-
ción camina y asusta, porque solo es abrirle la puerta y
las ventanas y que fluya. Fluir es necesario en medio del
caos, porque saldremos de esta, saldremos ganadoras.

Cuanto más nos escuchemos, más rápido volverán


esos días donde se nos iban las horas rápido, esas vaca-
ciones que tanto añoramos, esos viajes que pospusimos.
Pero para llegar a eso lo primero es estar vivas, es ser

729
conscientes y tener confianza en que, con cada cosa que
hacemos, aportamos al mundo entero. No tenemos que
convencer a nadie, nos tenemos que convencer noso-
tras mismas, porque la motivación está en que cada una
encuentre sentido a lo que hace, en que encendamos
la mecha y pongamos nuestras luchas, nos juntemos y
unamos fuerzas. Porque si podemos quedarnos en casa,
si tenemos ese privilegio, pues hagámoslo. Mostremos
solidaridad y unidad cuando lo hacemos, porque si en
tu casa no te abusan y te sentís segura, puedes hacerlo,
pero si ese no es el caso…si tu casa es una cárcel con
verdugos pues NO, no debes quedarte. Busca amigas,
redes de apoyo, salte lo más pronto, porque no se vale
aguantar en medio de tanto, porque no somos santas,
tampoco debemos poner la «otra mejilla» en nombre
de la humanidad. Porque no hay tolerancia al maltrato,
porque nos queremos vivas y fuertes.

Debemos seguir denunciando, nombrando y vi-


sibilizando los abusos. Estos patrones de violencia se
agravan en estos contextos tan adversos, pero ahí esta-
mos «las locas», «las gritonas», las que no aguantamos
nada porque nos amamos y amamos a las otras. Porque
queremos un mundo diferente, con nuevas estructuras
organizativas, nuevos gobernantes que no maten a su

730
propio pueblo, nuevas políticas de Estado que respon-
dan ante este tipo de emergencia global. Un mundo
donde respeten nuestras vidas, un mundo en el que sí
podamos vivir y los cambios empiezan desde ahora. Si
no es hoy, no hay cuándo.

731
María Iliana Hernández

nació en Ensenada, México, en 1972,


y pasó su confinamiento en ese mismo lugar

732
Diario de la espera

Para Mariana, mi fuerza.


Para Marijose que cumplió 18 años
en estos días extraños.

Día 3

Y habrá tiempo lento para regresar a las calles en las


ciudades, nos parecerán nuevas, con piedras que jamás
habíamos notado, habrá espacio para cerrarlo con nues-
tros hombros en los bares y podremos compartir una copa
de vino o saborear el mismo trago. Nos daremos pocos
centímetros para vernos de cerca y podremos descubrir
realmente de qué color son nuestros ojos. El bocado de
pasta irá de mi cuchara a tus labios, la playa besará a to-
dos los cuerpos y nadaremos sin alarmarnos por la carca-
jada y la sal entre los dientes. El horizonte se verá rojizo y
detendremos el carro para contemplarlo sin tomarle una

733
sola foto, porque nos serán suficientes nuestros ojos para
detenerlo en la memoria. Besaremos sin temor todo lo
que hemos descuidado: una carta, la mejilla, la frente del
perro, la camisa a cuadros, los labios y la certeza de estar
a tiempo, inevitable y decididamente a tiempo.

Día 7

Pinté para extender el tiempo. En estas horas viru-


lentas parece que la sombra densa amenaza con robar-
se momentos en los que podemos encontrarnos con el
cuerpo, adentro de la casa, debajo de las cobijas. Me
arreglé el cabello y fui una desconocida frente al espejo,
me hacen falta tus manos que nada saben de peluque-
rías o de adornos para reconocerme. Estirar los minutos
como las piernas sobre el sillón, acariciar a los gatos que
nada preguntan porque lo saben todo. Ahora entiendo
que los perros de la casa echan miradas de lástima a sus
amos disculpando su tontería, lo saben todo también.
Abrazo en mi mente tu risa y nuestros encuentros in-
consistentes, después de la enfermedad sé que podrás
pronunciar palabras rojas, claveles, palabras hamacas,
palabras flor de durazno, lenguaje inventado a partir de
encerrarnos en el silencio de la piel, candado de este
pecho. Lo sé como lo saben los gatos, lo sé todo de ti.

734
Día 9

El café frío y el viento recordándome respirar. Una


mujer canta insistente sobre nuestra historia, ¿cómo
se enteró de la sombra de tus pestañas sobre mis ojos?
No importa, como tampoco que cae un vaso de cristal
al piso y trato de enmendar el pensamiento, acuñar tu
nombre, verterlo en todos los estanques para que los li-
rios me ayuden a convertirlo en monedas, comprar una
vez más la complicidad. Así nos escapamos, de noche.
En los sueños sucede, ahí el amor es verdadero. Lo con-
fesamos. Nada será de esta ventana que se agota con las
cortinas pardas, nada de los pasos que no oigo en todo
el día por mi calle, nada de las advertencias que es mal
tiempo para el amor bajo los árboles, te digo que nos
plantaremos a observarnos y tu aliento volverá de su
naufragio, estaremos salvados.

Día 11

Y si digo que te amo. Y si salvo al mundo con la pala-


bra de la verdad o si me escondo en la espera; si decido
que hay mucho tiempo por delante, para un día (aleja-
do del dolor de pulmones, hospitales atestados, tos y la
fiebre) recordar cómo hemos salvado nuestro universo

735
dejando atrás catástrofes, el último suspiro vendrá pu-
blicado en todos los periódicos. Libres de culpas, senta-
dos en el patio, podremos decir que sobrevivimos para
retomar los besos, no sabremos explicar las huellas do-
lorosas que permanecieron, será una alegría encendida,
en los huesos, en los dientes, en las piernas y el cuello.
Diremos que resistimos, aun cuando la muerte cono-
cía la dirección de nuestra casa, confesaremos que ella
nos ha rondado siempre, diremos que confiamos en el
eucalipto y el romero, en los escarabajos y la semilla de
mostaza, diremos que nunca nos olvidamos.

Día 12

Se me junta la madrugada con la mañana, me levan-


to del sillón y resbalo a la noche. Abro el refrigerador y
es hora de preparar una sopa que de espesa se trae unos
nubarrones, luego la lluvia golpea los techos dejando a
los perros desamparados, entumidos por la espera del
día que llega, otra vez, justo ahorita que escribo. Pen-
diente de las horas que no hacen sino resbalarse a una
tarde en la que tu espalda anuncia luna llena. La prima-
vera no termina de sentarse a mi mesa, los pies sufren
de invierno, de falta de sueño: es la pandemia. Conta-

736
giados sin estarlo, tosiendo estrellas, limpiando de la
nariz perfumes de verano, los ojos llorosos, la fiebre del
que desea ser abrazado. Aislados los cuerpos, nostálgi-
cas las frentes, solo puedo mirarme las manos, resecas
de extrañar. Hoy se vino de golpe la oscuridad, espero tu
voz ordenando los días, espero un contagio de ternura.

Día 13

Cuando abres los ojos cada mañana eres recién naci-


do, el cuerpo descansado, los sueños apenas elevándose
al techo de tu habitación, no sabes nada. Pasan dos mi-
nutos y regresas al encierro que es la misma habitación,
te preguntas: ¿qué pasará hoy con los brotes de gladio-
las?, ¿dónde el dinero?, ¿cómo te acomodarás tanto re-
clamo de hacer? (cuando no hay cabeza que te alcance
para nada), ¿tu calle seguirá vacía?, en tres minutos te
has hecho todas las preguntas posibles, las justas para
abonar a la cuota del desasosiego. Bebe café primero,
arrópate de silencio y dale un vistazo a esos hermosos
pies que hace mucho escondes. Luego canta o regresa
al descanso, veo cómo has olvidado reposar, detienes
impulsos que son burbujas frágiles, hazte de una voz
entonada cantando como tu madre, cuando te levantes,

737
en coro llegarán todas ellas, las abuelas de tus abuelas, a
contarte que también cantaron en el encierro y fueron
trapecistas de la angustia, y como tú, regresaron al espe-
jo para acompañarse sin miedo.

Día 14

Vi que te has bañado en cuanto saltaste de la cama,


no le diste oportunidad a la duda de hacerlo más tarde,
te has puesto el mejor atuendo. Tu perro tiene ham-
bre (siempre) y te persigue en jugueteos persistentes,
no evitas acariciarlo y reír, aunque esos dientes de leche
amenacen con despedirse antes de que termine el mes.
Imagino tu niñez, te veo circular por la casa mordiendo
un pan, siguiendo con ojos divertidos las caricaturas.
¿Será que en esta espera todos volvemos a ser niños?
Queremos dulces, salir al patio o escuchar música, viajar
por internet y regresar a la fortaleza medieval, al barco
pirata, a los charcos, al monte y la playa. Queremos una
canción inolvidable, comer chocolate a escondidas, no
dormir o cortarnos el cabello como se trozan las horas
o se viaja en una nave del tiempo para ver en la palma
de la mano un diente pequeñísimo, tener una moneda
bajo la almohada. Regresar.

738
Día 17

De esta espera hago recuento de sus gracias, esas te-


las vaporosas que exaltan lo pequeño. A las ocho de la
mañana una bandada de loros cruza la sala, se apresu-
ran a salir por la ventana para huir del frío de mi casa.
Afuera, las conversaciones constantes de gente siempre
invisible, los ladridos de los perros lanzan preguntas a
los que están confinados en patios laberínticos, los he
escuchado desde niña, las siestas siempre han sido más
placenteras cuando se siguen las últimas noticias de los
perros vecinos, aun cuando el gato muestre hastío por
ese mitote de huesos o croquetas. Es lo pequeño, como
la gratitud de tener un sillón blando, una almohada vie-
ja, la taza con la medida exacta para el café y la leche,
la regadera que ya no gotea a medianoche, libros pa-
cientes por nuestra mano cercana, una puerta que se
abre para que entre el mediodía y una voz recitando el
Ángelus de otras épocas. Hoy mis ojos los regalo para
llorar o alegrarse con lo pequeño, que es lo inmediato,
lo palpable en una isla de lejanía, hoy sé que en otra
parte de este reducido territorio nos leemos, somos tes-
tigos del que es libre.

739
Día 18

Me levanté muy tarde hoy, en mi defensa diré que


salté de la cama con un plan específico: levantar mi casa
dentro de mi casa. Comencé por los muros, contrario
al manual, que dicta sentar una cimentación a prue-
ba de terremotos, levanté las paredes de mi casa con
gasa transparente, sin techo para que me llegue la luz
al espíritu, traje mucha fruta a mi corazón, guayabas
fragantes, rosadas por dentro, blandas-dulces labios. Mi
casa enclavada dentro de mi casa es mi alma. Ahí me
pongo a pelar papas como dudas que van y vienen, sufre
sin música, la casa de mi alma es mi idioma, como dice
Jorge Cocom. Es fresca, tiene corredores largos en los
que las hamacas abundan, los pájaros hacen nidos en
invierno, los paleteros se detienen a ofrecerme nieve de
pistache. Mi casa interior repasa con regocijo versos y
diálogos del mar y el desierto, entran a este hogar de
la mente serranías y barrancas donde me desplomo, el
pensamiento levanta el vuelo en plena caída y llega a la
cima buscando luz, ancla y amarras que solo en mi casa
interior existen, aquí adentro vivo y su paisaje me es
suficiente para creer de nuevo.

740
Día 20

Los días se acumulan en su pequeñez o vastedad. A


veces pasan unos minutos y el sol brilla por la venta-
na, luego ya es oscuridad. Ya comenzaron a marchar
por estos días de encierro los cumpleaños. Nos envia-
mos abrazos, tarjetas, globos virtuales, sonrisas desde la
pantalla. Hoy es cumpleaños de Regina Swain, la niña
escritora. Regina era una sonrisa con ojos brillantes, te-
nía una sillita roja, faldas largas de gitana, pulseras de
colores, atuendos para jugar a ser muchos personajes.
La voz más dulce la tenía Regina, un día me contó que
fue a ver al cantante Emmanuel y como ella era una
chiquilla, los adultos pusieron una hilera de sillitas al
frente del escenario para que ella y sus compañeras vie-
ran de cerca las pecas adorables del cantante. Nos reí-
mos mucho con la anécdota, porque las dos estábamos
enamoradas de él, hace muchos años, cuando teníamos
nuestra propia sillita y paradas en ella veíamos los bar-
cos en el puerto, morusas que el viento llevaba de un
lado al otro, jugando, escribiendo hasta que la mano di-
jera basta, hasta que las migajas del día desaparecieran.

741
Día 21

Viernes Santo. Ha llovido todo el día y el agua es-


curre desde el cerro, no hay motivo para salir ni ganas
de aventurarse a la caída de la tarde. Hace frío, llega
un recuerdo persistente de otros que se han despedido
de nosotros, no es tristeza, es traerlos con nosotros al
encierro, brindarles un poco de café y sentarlos a nues-
tra mesa. Hay conversaciones que la prisa impidió, uno
cruzaba la calle cuando otro se despedía del restauran-
te, ella bajaba al bar cuando él salía de su oficina para
caminar un rato al parque. Somos los magos del des-
encuentro, habitantes de soledades improvisadas, será
porque buscamos, sin confesarlo, estar a solas con no-
sotros. Escapar del diálogo y sentarnos frente al mar
haciendo silencio. Desplazarnos por la ciudad haciendo
silencio, comer frente a otros haciendo silencio, amar
haciendo silencio. Hoy es el último día de lluvia, dicen,
mañana comienza otra historia de puertas cerradas y,
espero, de muchos silencios rotos.

Día 22

Abrí todos los cajones de la casa, me explico: los


de la verdura, los del clóset, abrí los cajones de herra-

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mientas, de pinturas, de maquillaje, de zapatos, de pa-
peles, productos de limpieza, los prohibidos. Les paso
el consejo, no lo hagan, porque con los objetos emergen
conversaciones que no tuvieron buen fin, vienen ojos
cerrados sobre almohadas del pasado, monedas con las
que fue imposible comprar afecto por pocos días, rega-
los amarillentos, fotos donde nadie sabe por qué sonríe,
hay en el fondo de todo cajón recibos de cafés a medio
tomar, identificaciones de uno mismo (donde ya no nos
podemos reconocer), aretes sin par, contratos incumpli-
dos: ahí alguien falsificó una firma llena de besos que
no se dieron. Consigna: no abrir cajones olvidados en
la cuarentena. Por algo han ido a apretarse en el pecho,
en agonía, recuerdos que no sirven para regar las plan-
tas, memorias que no les crece ni una ramita verde ni
mandan esperanza. Abra la ventana, no cajones, ábrase
el pecho, usted sigue latiendo, corazón.

Día 23

Las manos. Cuando salgo a la calle mis manos pare-


cen las de otra persona, son ajenas, esponjas que podrían
absorber mi condena. Mis manos se esconden tímidas
en mi sudadera, últimamente son culpables de todo lo

743
que pueda hacerme daño. Han tenido tiempos mejores
estas manos resecas por el jabón y el gel purificante. Fí-
jate que, viéndolo bien, no han tenido días más alegres:
lavan platos (desde una escena que parece infinita en
una película en blanco y negro), han pintado lienzos y
paredes, remojadas tanto de barniz como de cloro, vi-
nagre o solventes. Lo han probado todo mis manos; el
aceite hirviente de un pescado brincador, la plancha y
su vapor, los rasguños de mis gatas, las torpes mordidas
de muchos cachorros. Mis manos que me han abier-
to puertas, cierres, bolsos, latas, botellas de vino, libros,
cervezas, medicinas ahora son juzgadas por estar frente
a mí y haber tocado. Mis manos son las primeras en
recibir la mañana, me ayudan a levantar el cuerpo, a
escribir ideas para que las leas ahorita, limpian mi casa
dándome paz mental. Inexplicablemente son culpables
por estar atentas a cada momento a mis curiosidades y
placeres, a lo más pequeño que es decir hola o adiós a
lo lejos. Manos cuarteadas por no tocar, acariciar como
debieran, rasposas al tacto en su ignorancia, encerradas.
Manos con huellas por venir, ahí también está escrito
cuánto durará el encierro y el último respiro que las lle-
vará, finalmente, a ser relevadas de un trabajo por el que
no reciben más pago que un corte de uñas y una mirada
ingrata. Siguen de noche su trabajo, haciendo una noble

744
almohada para alejar el insomnio de estas horas lentas.
Mañana temprano pondrán la cafetera y de nuevo las
olvidaré (trataré de no relegarlas) porque son discretas
en su tarea de abrirme el mundo y sus texturas.

Día 24

Esta reclusión, esta espera a medio camino entre la


angustia y las rachas de incomprensible felicidad tiene
las piernas largas, me parece que es como la carretera a
la que no se le ve fin. Me treparé en este carro de lo des-
conocido y deambularé de mi habitación al baño, de ahí
haré un recorrido espectacular a la cocina para admirar
naranjas, la barra de pan, la sagrada imagen de una cer-
veza heladísima dentro del refrigerador. En algún ga-
binete espera una botella de tinto (o ya me la tomé, no
recuerdo), habrá más sartenes que los que nunca usaré
porque el arte de la gastronomía me ha sido vedado.
Cebollas crujientes me mirarán con recelo; la cafetera,
seguro con hastío, se queja internamente de ser la que
más trabaja, sin parar, todo el día (qué le vamos a ha-
cer), el colchón tiene la forma de mi cuerpo en posición
meditativa, embriagado de cuanta teoría conspirativa,
ardid o formas sensuales de tenernos en reposo obli-

745
gatorio. Mientras los venados y los cocodrilos salen a
recorrer el centro de las ciudades mi trasero se nom-
bra soberano del sillón más ancho de la casa, mis pier-
nas son más suaves y sus redondeces invitan a seguir
descansando, ¿hasta cuándo?, no sabemos, quizá hasta
que nuestros cuerpos estén tan llenos de sí mismos que
no haya virus que les entre por ningún lado, seremos
territorios nuevos por descubrir por amantes igual de
sedosos; una conjunción de terciopelo y quejidos que
volverán a tapizar las calles hoy tan olvidadas.

Tengo miedo a ratos, como a eso del mediodía me


tiembla la mandíbula y hago una evaluación rápida de
los pecados por los que me merezco el infierno, pero
no duro mucho en ese temor; creo ser más paciente y
buena gente para merecerme siquiera una hamaca a la
entrada del cielo, una sillita en una esquina del purga-
torio, sellando los boletos de los más iluminados, aplau-
diendo su paso por este mundo tan difícil de entender.

Yo me quedaré en estas cuatro paredes siguiendo la


vida por la pantalla, por el pulso de mis hijas, abriré las
ventanas para leer las nubes y los signos colgando de
los cables, los nubarrones anunciarán el cambio de es-
tación, pero yo seguiré encerrada en entender y apren-
der del silencio que hasta ahora no me ha matado sino

746
me ha empujado a cerrarle la puerta a malos amores, a
desconfiar, con razón, de mezquindades tan a la mano.

Me quedaré en este cuerpo que me acompaña a ver


y desentrañar los discursos de este tiempo extraño, re-
correré mis brazos como las avenidas dispuestas al co-
nocimiento, mi cara como callejones donde se recibe
el amor, mis labios prontos para bendecir o besar, aquí
encerrada soy inmensa en espíritu y mente, no necesito
más, a lo mejor más tiempo para estas manos que saben
abrazar y desean escribir tanto.

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Índice

Volumen 1

Prólogo..........5
Adriana Delgado..........12
Alana Chávez..........38
Alexandra Vega-Rivera..........54
Amor del Carmen Estrella..........72
Ani Karen Babojian..........95
Arlet Palestina..........110
Aurora H. Camero..........132
Bianka Verduzko..........160
Carmen García..........177
Carmina Balaguer..........198
Diana Dolea..........221
Dulce María Ramos Ramos..........240
Elena Maravillas y Marta Orosa..........257
Elisabet Fábregas Alegre.........277
Elisa Michelena Santini..........296
Emilia Fierro..........317
Ethel Krauze..........337
Florencia Pagola..........356

Volumen 2
Florencia Sardo..........377
Gabriela Ramos Monzón..........397
Isabel García Cuesta..........419
Julia Kurmi..........441
Kriscia Landos..........462
Lana Neble..........490
Laura Bianchi..........508
Laura Charro..........525
Laura Sanz Corada..........542
Laura Sussini..........558
Lila Vázquez Lareu..........565
Lola del Gallego Noval..........591
Lola Halfon..........610
Loreto Valencia Narbona..........642
Lucía Trentini..........667
Mademoiselle Peligro..........691
María Fernanda Pineda..........707
María Iliana Hernández..........731

Volumen 3

María Miranda..........747
María Ragonese..........770
María Sanz..........793
María Zubiri..........817
María Pérez Cordero..........842
Marta Castaño..........854
Muntsa Plana i Valls..........873
Naldi Crivelli..........891
Natasha Rangel..........902
Noelia Prieto..........920
Patricia Cabrera Ledezma..........946
Paula Natalia Rincón Chitiva..........968
Pilar María Cimadevilla..........993
Rebeca Maldía..........1013
Rocío Bertoni..........1036
Sofía Cárdenas..........1058
Tania Islas Weinstein..........1080
Verónica Hernández Pierna..........1104
Verónica Martínez..........1123
Verónica Uzón..........1148

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