En el mes de diciembre del año 2019 el gobierno de la república mediante
Decreto Ejecutivo PCM-068-2019 declaró “Estado de Emergencia en el Sistema Penitenciario Nacional”, y ordenó a FUSINA (órgano creado por el Consejo Nacional de Defensa y Seguridad en el año 2014) ejecutara una intervención para retomar su control, de esta forma, el 16 de diciembre del 2019 un contingente de efectivos militares y policiales, realizaron una operación para asumir la dirección de las cárceles del país. Con base a un análisis de la situación general y una valoración de riesgos, se decidió intervenir 14 centros penales de 25 existentes, y los cinco centros de menores, con ello, se intervino el Instituto Nacional Penitenciario (INP) y el Instituto Nacional para la atención a Menores Infractores (INAMI), (este último bajo control de la Policía Nacional). Para ese entonces, la población penitenciaria rondaba las 22 mil personas, custodiadas por unos 1,600 agentes penitenciarios, y asistidos por un aproximado de 700 empleados que desarrollaban tareas administrativas a nivel nacional. En ese mismo mes de diciembre, en la comunidad de Wuhan en China continental, se reportaban casos de personas con un tipo de neumonía desconocida hasta ese entonces, pero por no ser algo trascendente en el momento, y estando enfocados en tareas de seguridad en esta nueva misión encomendada, este evento paso casi desapercibido en ese año. Iniciado el 2020 y luego de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarara el virus como una emergencia de salud pública de importancia internacional, se ordenó en el Instituto Nacional Penitenciario activar una sala de crisis, conformada por personal de salud y de otras especialidades, con el fin de resolver el problema que se planteaba: ¿cómo emplear los medios y recursos disponibles para atender esta situación sanitaria, manteniendo la seguridad y el control de la población penitenciaria, garantizando su vida y el respeto a los derechos humanos?. Para ello, se consideró como factores críticos los siguientes: una capacidad limitada de infraestructura que ocasionaba un hacinamiento de 153%, escases de recursos, insumos y material médico en general, poco personal de salud para brindar atención médica, incertidumbre en el ambiente, por el desconocimiento del virus y la inexistencia de un protocolo de atención eficaz, entre otros. La suma de todo esto generaba un ambiente de tensión en los centros penales, en el que familiares, organismos de derechos humanos, organizaciones de la comunidad LGTB, miembros del sistema judicial, abogados independientes, iglesias y Organizaciones internacionales tenían puesta su mirada, expectantes de las acciones de comando que se ejecutarían. En este contexto se inició el proceso de planificación, y se determinó conceptualmente atender la crisis en tres fases: una fase de preparación, una fase de contención, y una fase de estabilización y seguimiento, así mismo, se consideró necesarias una línea de operación y tres líneas de esfuerzo, la línea de operación enfocada en misiones de seguridad, y las líneas de esfuerzo con tareas sanitarias, legales y de comunicación estratégica, con ello se dio enfoque a los esfuerzos del grupo de planeamiento involucrado y se facilitó la ejecución del plan. Como condiciones decisivas se estimó la reconfiguración de la fuerza y ajustes a los protocolos de seguridad, la adecuación de espacios para la atención sanitaria, la coordinación eficaz con los centros de atención departamental de la Secretaría de Salud, el aprovisionamiento de insumos, la contratación y capacitación del personal médico y de enfermería, la clasificación interna de la población, la restricción de ingresos, el ajuste en los protocolos de traslados, el establecimiento y ejecución de un protocolo de manejo mortuorio precavido y discreto, y también una estrategia de comunicación efectiva a lo interno y externo de la institución. Finalmente se valoró como riesgos con alta probabilidad de ocurrencia y alto impacto: un contagio masivo de la población privada de libertad dado el nivel de hacinamiento existente, un deceso elevado de personas con base a la tasa de mortalidad de la población del país (por el oden del 5% al inicio de la pandemia), escasez de insumos de bioseguridad y alimentos en el mercado local, fugas masivas de privados, reyertas y amotinamiento a lo interno, y recrudecimiento de la crisis por presiones externas de grupos antagónicos. La fase de preparación tuvo lugar en los dos primeros meses del año, fue un esfuerzo integral que contó con la participación de varias organizaciones de apoyo, se logró alcanzar la condición deseada al contratar y capacitar más de 50 empleados del área de salud, instalar sistema de tanques de oxígeno para asistencia respiratoria en los centros penales de mayor concentración de personas, al logar la suspensión temporal o posterga de audiencias judiciales, la cancelación de la visita de familiares de privados de libertad, la adquisición de insumos de bio seguridad, y la adecuación de espacios para atención médica. En el mes de marzo y luego que la Secretaría de Salud emitiera un comunicado oficializando la detección del primer caso de COVID-19 en el país, se pasó de una fase de preparación a una fase de contención, el propósito de esta fase era postergar al máximo el primer contagio en los centros penales, dar atención oportuna para impedir la muerte de personas y evitar un contagio masivo que desencadenara en pánico. Fue así que en fecha 15 de mayo del año 2020 se detecto en el centro penal de Tamara el primer caso de COVID-19 en el sistema penitenciario, el contagio probablemente vino por parte de algún agente o personal administrativo que permanecían en contacto con la población civil, al ocurrir este evento se activó todas las medidas planificadas, en esta fase fue decisivo la creación de un grupo de médicos de reacción de intervención, quienes asistían al centro penal donde se detectaba un foco de contagio, también la centralización del ingreso de los nuevos privados de libertad en un centro penal en la zona centro (Centro Penal de Siria) y otro en la zona norte (Centro Penal de El Progreso), donde se hacía una cuarentena obligada antes del traslado al centro penal correspondiente, con ello se pretendía reducir el riesgo de contagio de los otros centros penales, además, fue fundamental la gira a nivel nacional de los mandos directivos, quienes se encargaron de hablar con la población privada de libertad para inspirar confianza, el tema del mensaje operacional fue “los soldados no dejamos morir a nuestra gente”. Así y luego de estar luchando 12 meses con la pandemia, gracias a la buena gestión de la comisión interventora y al apoyo de la Secretaría de Salud ,se logró en el mes de mayo del año 2021 iniciar la vacunación de la población penitenciaria, esto dio lugar a pasar a la fase de estabilización y seguimiento con la que se ha venido manejando hasta la actualidad. Al final la cantidad de fallecidos producto de la pandemia en el año 2020 fue de cuarenta y tres (43) personas privadas de libertad y cinco (5) en el año 2021, esto representó una tasa de mortalidad de 0.19% y 0.022%, valores bajos si se consideran todos los factores adversos y si se contrasta con la tasa de mortalidad del país. Considero clave del éxito la integración de los actores en la acción unificada de la operación, y la suma de los siguientes factores: un liderazgo directivo comprometido en todos los niveles, la anticipación y acertada concepción en la planificación, el compromiso de los directores de los centro penales en la ejecución de lo planificado, la colaboración de la población privada de libertad al acatar instrucciones emanadas, la habilitación de espacios de atención sanitarias, la dedicación y esmero en atención por parte del personal de salud del INP, el apoyo de la Secretaría de Salud al proporcionar las dosis de vacuna requeridas por cada privado de libertad, la cancelación oportuna de la visita familiar, la colaboración permanente por parte de la Cruz Roja Internacional (CICR), la supervisión de los órganos de derechos humanos, el aprovisionamiento oportuno de insumos de bioseguridad y medicamentos en todos los centros penales, la excelente estrategia de comunicación desarrollada por el personal de relaciones públicas de INP, la activación de los protocolos de segregación y traslado de la población privada de libertad, la reconfiguración del sistema de seguridad , la centralización de los nuevos ingresos de privados de libertad en dos centros penales, haber otorgado facilidades de acceso para productos naturales que fortalecían el sistema inmune de la población penitenciaria, la cancelación y/o posterga de los juicios por parte del poder judicial, el empleo del personal sanitario que se encontraba en condición de privado de libertad, la monitorización diaria de la temperatura corporal de toda la población penitenciaria por parte de los coordinadores de celdas, la supervisión, evaluación y vigilancia continua por parte del personal de salud de INP, la segregación y manejo especial a la población con enfermedades base, la activación de un protocolo de recuperación post covid en todos los centros penales, haber postergado el primer contagio por 2 meses y la vacunación relativamente temprana de la población privada de libertad. Todas estas acciones de comando y otras que sin duda escapan a mi memoria fueron las ejecutadas por miembros de la Comisión Interventora y Directores de los Centros Penales en el periodo 2020-2021 ante la amenaza del virus SARS- CoV-2. con ello se alcanzó la situación final deseada establecida por el mando estratégico, la cual consistió en atender la emergencia sanitaria y salvaguardar la vida de la población privada de libertad, manteniendo el orden y control de las cárceles, bajo el marco del respeto a los derechos humanos.
El Covid-19 y la población carcelaria argentina: Recomendaciones internacionales, reducción de la población carcelaria, responsabilidades y jurisprudencia