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A medida que los líderes de las ciudades se esfuerzan por cuidar de sus ciudadanos y atravesar

la crisis, la confianza se hace cada vez más crítica. El COVID-19 ha transformado el día a día de
los ciudadanos y está teniendo efectos en su comportamiento. Los esfuerzos de los gobiernos
locales y nacionales por tratar de mantener el control los ha llevado a implementar
restricciones estrictas, que en muchos casos han requerido de control policial.

Diversas investigaciones han encontrado que la confianza trae resultados positivos como:
las comunidades con un fuerte sentido de confianza están mejor capacitadas para responder a
las crisis, la confianza se asocia con un crecimiento económico más fuerte, una mayor
innovación, estabilidad, y mejores resultados sanitarios. Es claro que en las ciudades donde ya
existe una base de confianza y solidaridad en los ciudadanos son donde se cumplen con mayor
responsabilidad las medidas propuestas ante la crisis epidemiológica, lo que lleva a una mejor
gestión de la pandemia. Pero ¿cómo pueden las ciudades fomentar un ambiente de confianza
para que el comportamiento de los ciudadanos contribuya al manejo de la pandemia del
COVID-19?

La confianza se define como la voluntad que tienen los individuos de ser vulnerables a las
acciones de otros, ya que creen que estos tienen buenas intenciones y que se comportarán de
manera adecuada con ellos. Así, la confianza social e institucional hacen referencia a la
confianza en otros individuos de la sociedad y en instituciones formales, creando vínculos
interpersonales que son la base de las relaciones dentro de una comunidad, una organización,
entre otros componentes de una sociedad. De esta manera, la confianza está influenciada por
diversos factores, siendo la transparencia y el sentido de comunidad los más relevantes.

Durante la pandemia hemos dado como principio

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