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El viento soplaba con fuerza, sacudiendo las ramas de los árboles y haciendo crujir las hojas secas

bajo los pies. María caminaba por el bosque, sintiendo la brisa fresca en su rostro y escuchando el
sonido del arroyo que corría a su lado.

De repente, un ruido la hizo detenerse en seco. Miró a su alrededor, pero no vio nada fuera de lo
común. Continuó caminando, pero el ruido se hizo más fuerte. Era un sonido agudo y estridente
que parecía venir de todas partes a la vez.

María comenzó a sentir miedo. ¿Qué podía ser ese ruido? ¿Un animal salvaje, tal vez? ¿Un ladrón
acechando entre los árboles?

De pronto, una figura apareció frente a ella. Era un hombre alto y delgado, vestido con un traje
oscuro y una capa negra que ondeaba al viento. María dio un grito y retrocedió un paso, pero el
hombre se acercó a ella con una sonrisa tranquilizadora.

"No tengas miedo", dijo en voz baja. "Soy solo un viajero como tú, perdido en este bosque."

María no estaba segura de si debía confiar en él, pero su voz era suave y tranquilizadora, y no
parecía tener nada de amenazador en su aspecto. Decidió darle el beneficio de la duda.

"¿Puedo ayudarte en algo?" preguntó ella.

El hombre sonrió de nuevo. "Solo necesito un poco de agua para beber. ¿Tienes un arroyo cerca?"

María asintió y señaló hacia el arroyo que corría a su lado. El hombre se acercó al agua y bebió un
poco, agradecido.

"Gracias", dijo. "Eres muy amable."

María se sintió un poco más relajada. Tal vez el hombre no era tan malo como parecía.
Comenzaron a caminar juntos por el bosque, hablando de sus vidas y compartiendo historias
divertidas.

Finalmente, llegaron a un claro donde el sol brillaba y las flores silvestres estaban en plena
floración. El hombre se detuvo y miró a María a los ojos.

"Gracias por tu compañía", dijo. "Eres una persona muy especial."

María sonrió, sintiéndose feliz y agradecida. No sabía quién era ese extraño, pero había sido una
experiencia que nunca olvidaría.

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