Pablo Neruda Miguel Hernández (28 de enero de 1948. Santiago de Chile) Carne de yugo, ha nacido YO no vengo a llorar aquí donde cayeron: más humillado que bello, vengo a vosotros, acudo a los que viven. con el cuello perseguido Acudo a ti y a mí y en tu pecho golpeo. por el yugo para el cuello. Cayeron otros antes. ¿Recuerdas? Sí, Nace, como la herramienta, recuerdas. a los golpes destinado, Otros que el mismo nombre y apellido de una tierra descontenta tuvieron. y un insatisfecho arado. En San Gregorio, en Lonquimay lluvioso, en Ranquil, derramados por el viento, Entre estiércol puro y vivo en Iquique, enterrados en la arena, de vacas, trae a la vida a lo largo del mar y del desierto, un alma color de olivo a lo largo del humo y de la lluvia, vieja ya y encallecida. desde las pampas a los archipiélagos fueron asesinados otros hombres, Empieza a vivir, y empieza otros que como tú se llamaban Antonio a morir de punta a punta y que eran como tú pescadores o herreros: levantando la corteza carne de Chile, rostros de su madre con la yunta. cicatrizados por el viento, Empieza a sentir, y siente martirizados por la pampa, la vida como una guerra firmados por el sufrimiento. y a dar fatigosamente en los huesos de la tierra. Yo encontré por los muros de la patria, junto a la nieve y su cristalería, Contar sus años no sabe, detrás del río de ramaje verde, y ya sabe que el sudor debajo del nitrato y de la espiga, es una corona grave una gota de sangre de mi pueblo de sal para el labrador. y cada gota, como el fuego, ardía. Trabaja, y mientras trabaja masculinamente serio, se unge de lluvia y se alhaja de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido, con una ambición de muerte despedaza un pan reñido.