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VII Domingo de Pascua

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR

4 de Mayo de 2008

Misa pr. Gl. Cr. Pf. pr. en la PE embolismos prs.

Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

 
CANTOS PARA LA CELEBRACION

Entrada. Hacia ti, morada santa; Somos un pueblo que camina; Hoy me
siento peregrino.

Gloria.

Salmo. Aleluya, aleluya, el Señor es nuestro rey.

Aleluya. Aleluya pascual; Aleluya.

Ofertorio. Tomad, Virgen pura.

Santo. Gregoriano.

Comunión. Cerca de ti, Señor; No busquéis entre los muertos; Yo estaré con
vosotros; Junto a ti al caer de la tarde.

Final. Id y proclamad; Anunciaremos tu Reino, Señor.

 
 

PROCESION Y CANTO DE ENTRADA

SALUDO

En el nombre del Padre...

La paz y el amor de Jesucristo, el Señor, esté con todos vosotros.

O
Que el Dios que en Jesús ha cumplido sus promesas y que quiere llenar de
dicha nuestros corazones esté con todos vosotros.

MONICIÓN DE ENTRADA:

Celebramos, con alegría la Ascensión del Señor al Cielo; Jesús ha pasado de


la muerte a la plenitud total de Vida.

Si alguna certeza podemos tener los cristianos es la de la presencia de Dios en


nuestras vidas. Así nos lo prometió Jesús: “Yo estaré con vosotros todos los
días hasta el final de los tiempos”, estas palabras nos debe de animar a vivir
de otra manera la fe.

Que esta Eucaristía nos ayude a confiar en Jesús que nos ofrece razones para
vivir y esperanza para morir.

Celebramos la Eucaristía en la fiesta de la Ascensión del Señor.

La Ascensión es para el creyente una llamada a seguir esperando a pesar de


las decepciones, desengaños, desánimos que amenazan continuamente
nuestro camino hacia el hogar definitivo. En este camino sabemos que no
estamos solos, nos acompaña Jesús, su presencia nos sostiene, sus palabras
nos llenan de gozo: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo”.

ASPERSIÓN: El día de nuestro bautismo recibimos el mismo Espíritu de


Jesús, nos incorporamos a la comunidad creyente. Con la aspersión del agua
bendita, renovamos nuestra fe en el Señor y agradecemos a quienes nos
acercaron a él.

 Que Dios nuestro Padre perdone nuestros pecados, y por su misericordia


nos haga dignos de participar del banquete de su reino.

GLORIA: Con gozo proclamamos la gloria del Señor, cantando:

COLECTA. OREMOS. Dios y Padre nuestro, que con la Ascensión de


Jesús se inicia el tiempo del Espíritu; ayuda a esta comunidad para que
siempre anunciemos tu Reino de plenitud de vida, y, así, atendiendo a los más
débiles, todos podamos reconocerte como el Dios del Amor. Por NSJC, tu
Hijo...

 O

COLECTA. OREMOS. Concédenos, Dios y Padre nuestro, llenarnos de


gozo y darte gracias, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra
victoria, y donde nos ha precedido él, esperamos llegar también nosotros. Por
NSJC, tu Hijo...

O esta otra opción

INTRODUCCION

Nos reunimos para la celebración de la Eucaristía en este domingo en el que


celebramos la fiesta de la ASCENSION DEL SEÑOR A LOS CIELOS.

En esta celebración recordamos aquella expresión resumida en el Credo:


"Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre
Todopoderoso".

Con ello se nos recuerda que la presencia visible de Cristo en la tierra se


terminó.

Pero, también, que Jesús permanece con nosotros en los Sacramentos y deja
su Evangelio en nuestras manos.

Recordamos hoy, por tanto:

* la misión que Jesús nos ofrece de proclamar con decisión su Evangelio


como Buena Noticia,

* y la promesa que nos hace de enviarnos su Espíritu para que podamos


cumplir, debidamente, esa misión evangelizadora.

Pedimos perdón a Dios y a los hermanos, por las veces que no hemos
cumplido fielmente la misión encomendada por el Señor.
 

Monición a las lecturas.

Terminada su misión, Jesús asciende al cielo y comienza la misión de la


Iglesia, de todos nosotros: “ser sus testigos hasta que Él vuelva.

Por eso, S. Pablo, pide para todos, el espíritu de sabiduría.

Escuchemos alegres, es el mismo Dios quien nos habla.


 

Primera lectura.

Tras tantos días de Pascua, a nosotros también Jesús resucitado va


diciéndonos “es vuestro momento, os paso el testigo”. Los primeros cristianos
lo vivieron como ahora escucharemos.

Segunda lectura.

Poner los ojos en el Cielo puede ser sinónimo de contemplar en qué consiste
el misterio, y cuáles son las cualidades del Dios en el que creemos. Pablo lo
expone para que conocerlo nos llene de alegría y confianza. Escuchémoslo.

Evangelio.

Dios cuenta con nuestras vidas y nuestras manos para seguir haciendo el
mismo regalo a todos los hombres y mujeres del mundo: ser y saberse hijos
de Dios, y de ese modo llenarles de paz, perdón, reconciliación y la dicha de
conocer la Buena Noticia. Escuchémosla ahora.

CREDO. La presencia de Cristo entre nosotros, nos lleva a proclamar nuestra


fe, rezamos el Credo.

Oración universal: Jesús nos ha reunido como comunidad de creyentes. Él


está siempre con nosotros y escucha nuestras peticiones para presentarlas al
Padre.

 1.- Por todos los que formamos la Iglesia, para que conozcamos la misión
que hemos recibido de anunciar el Evangelio hasta que el Señor vuelva.
Roguemos al Señor.

O 1.- Para que la Iglesia dé siempre testimonio de renovación, de diálogo, de


desprendimiento de todo poder y riqueza. Roguemos al Señor.

 2.- Por los cristianos, para que vivamos fiados de la entrega de Jesús y
sepamos hacer frente a las dificultades que vienen del anuncio del Evangelio.
Roguemos al Señor.

 3.- Por todas las personas que trabajan buscando el bien y la justicia, para
que vean apoyados sus esfuerzos de hacer un mundo más humano. Roguemos
al Señor.
 4.- Para que la capacidad de perdonar se extienda cada día más entre todas
las personas y entre todas las naciones. Roguemos al Señor.

5.- Hoy, Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, pedimos por los
periodistas y por quienes trabajan en estos Medios. Para que sean fieles en la
difusión de la verdad y estén al servicio del entendimiento entre los pueblos.
Roguemos al Señor.

6.- Para que los bienes que Dios ha puesto en este mundo lleguen a todos, y
nadie tenga que sufrir la tragedia del hambre. Roguemos al Señor.

 7.- Por quienes estamos celebrando esta Eucaristía. Para que vivamos con
ilusión la tarea de ser testigos de esperanza en medio de tanta confusión.
Roguemos al Señor.

 Escucha, Señor, nuestra oración y acoge también las que cada uno de tus
hijos llevamos en nuestro corazón. Tú que vives y reinas por los siglos de
los siglos.

O estas otras

ORACIÓN DE LOS FIELES. Con el corazón lleno de alegría sabiéndonos


del grupo de los amigos de Jesús, presentémosle nuestra plegarias, diciendo:
Que tu presencia sea nuestra fuerza

-Deseamos que tu Iglesia crezca cada día como casa de acogida para todos los
hombres.

-Necesitamos que nuestra fe se vivifique para que pueda iluminar a todo el


mundo.

-Queremos que los que sufren encuentren en nosotros tu mano tendida a ellos.

-Nos ofrecemos a continuar tu misión de construir el reino de Dios que nos


has regalado.

-Nos gustaría poder transmitir a nuestros pequeños la alegría que supone


creer en ti.

-Ayúdanos a perder el miedo a la caducidad de nuestros días.

Tú lo sabes todo, porque caminas con nosotros tomándonos de la mano.


Danos lo que nos conviene, e incluso aquello que no nos atrevemos a
pedir. Tu, que vives y reinas, por los siglos de los siglos.

ORACION SOBRE LAS OFRENDAS

Te presentamos, Señor, nuestras vidas para celebrar con gozo la Ascensión de


Jesús, tu Hijo; que la participación en este misterio eleve nuestro espíritu a los
bienes del cielo. Por JNS.

PREFACIO: I de la Ascensión.

PADRENUESTRO:

Fieles a la enseñanza de Jesús, nuestro Pastor y Guía, nos atrevemos a decir:

INVITACION A LA COMUNION:

Este es el Cordero de Dios, Cristo Jesús, el vencedor de la muerte, que se nos


da como alimento de vida eterna. Dichosos los invitados a esta mesa de
Pascua.

POSCOMUNIÓN: OREMOS. Dios de bondad y de misericordia,


concédenos a los que hemos celebrado con gozo la fiesta de la Ascensión del
Señor, la gracia de seguir siendo testigos de tu amor. Por JNS.

 O

POSCOMUNIÓN: OREMOS. Señor, que la celebración de esta fiesta de la


Ascensión, fortalezca nuestra esperanza en el cielo y nuestro compromiso en
la tierra. Te lo pedimos por JNS.

ORACION DE ACCION DE GRACIAS

Hoy nuestro corazón salta de júbilo, Dios Padre nuestro, por la


glorificación de tu Hijo y nuestro hermano, Cristo Jesús. Él vive, él es el
Señor con pleno poder en cielo y tierra.
En verdad, ¡suyo es el reino, el poder y la gloria por siempre!

Danos, Señor, espíritu de sabiduría para conocerlo.

Ilumina los ojos de nuestro corazón para que comprendamos cuál es la


esperanza a la que nos llamas en Cristo resucitado y cuál la riqueza de
gloria que tú das a tus elegidos.

Mientras tanto, queremos cumplir la tarea que él nos confió: anunciar a


todos la buena nueva de tu amor y de tu salvación. Danos la luz y la
fuerza de tu Espíritu para esta misión. Amén.

BENDICION FINAL

- Dios Padre, que por medio de su Hijo Jesús ascendido al cielo nos ha abierto
el camino de su Reino, nos llene de sus bendiciones. Amén.

- Jesús el Señor y hermano nuestro, que se manifestó a sus amigos después de


la Resurrección, se nos manifieste también a nosotros para que seamos sus
testigos. Amén.

- Y a quienes creemos que está junto a Dios y a su Espíritu, nos conceda,


según su promesa, sentir que está con nosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Amén.

- Y que la bendición de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda


sobre nosotros y siempre nos acompañe. Amén.                                        

Hermanos, anunciad a todos la alegría del Señor resucitado. Podéis ir en


paz.
FICHAS PARA LAS LECTURAS
 
PRIMERA LECTURA
 
El libro de los Hechos comienza con el prólogo (1,1-3). A continuación viene,
precedida de un breve relato, la narración de la Ascensión, que, junto con las
alusiones a ella del segundo final de Marcos y del de Lucas, son las menciones
más explícitas de este acontecimiento en todo el Nuevo Testamento. La lectura
presenta conjuntamente los dos párrafos. Importante es el del Espíritu Santo
que sólo en este comienzo aparece tres veces, lo cual indica la transcendencia
del punto en la teología de Hechos.
 
La narración misma de la Ascensión (vv. 9-11) ha de desmitologizarse e
interpretarse. Realmente no podemos imaginar a Jesús como una especie de
cohete espacial, ni que el cielo esté realmente "arriba", etc. Además, el relato
tiene ecos de la “ascensión” de Elías (2 Re 2,9-13 y Eclo 48,9.12), lo que
muestra que es una elaboración por parte de algunos círculos cristianos
primitivos que Lucas recoge en su obra. No se trata de un acontecimiento 
“dentro de la historia”.
 
El significado fundamental es, por un lado, la exaltación total de Jesús,
realizada en la Resurrección que aquí culmina. Esta exaltación, reconocida en el
anuncio primitivo (cfr. Flp 2,9-11 etc.) es interpretada aquí en términos de
traslación espacial, pero lo esencial sigue siendo esa total exaltación de Cristo.
Por otro, un elemento diferente, pero unido con el anterior, es el notar que
comienza una época de ausencia física de Jesús, experimentada por los mismos
discípulos que le han tratado en su vida anterior. Falta de presencia física que
no ha de llevar a nostalgia o inmovilismo sino a acción y a esperanza en el
futuro.
 
FEDERICO PASTOR
 
 

SEGUNDA LECTURA

Los 15 versículos forman otro largo párrafo sin divisiones formales en el


griego original y son una acción de gracias a Dios que incluye una petición de
comprensión profunda de todo lo que Cristo significa para los cristianos, tanto
individualmente cuanto, sobre todo, como iglesia. Coincide en gran medida
con Filemón 4-5 y Colosenses 1,3-4.9-10 y, quizás, ha sido compuesto
imitando o usando esos pasajes.
 
Los destinatarios de la carta ya han comenzado a vivir la salvación en la fe y
en el amor y el autor da gracias por ello, pero es deseable que aumenten tal
vivencia y, para ello, es necesaria la acción de Dios, Padre glorioso de Nuestro
Señor Jesucristo. Así podrán percibir la profundidad de la esperanza y de la
gloria a que han sido llamados por Dios, que es de tal magnitud (se trata en el
fondo de caer en la cuenta, dentro de lo posible,  de lo que significa la acción
divina para los seres humanos), que resulta imprescindible que el mismo Dios
nos lo dé a conocer. Como puede imaginarse no se trata de un mero
conocimiento nocional o intelectual. Por ello se emplean expresiones como
“ojos de vuestro corazón”, donde se está pensando en el significado global de
“corazón” como designación de toda persona con especiales acentos en su
interioridad y afectividad.
 
A tal obra de Dios pertenece en primer término, y como su causa, la
exaltación de Cristo constituido Señor de todos los poderes humanos y
cósmicos, especialmente en lo que se refiere a las fuerzas del mal, que han
sido vencidas por Él. Sin embargo, y en coherencia con los primeros párrafos
de la carta, la exaltación de Cristo no es algo que le afecte a él única y
exclusivamente, sino que está vinculada a la salvación humana.  El poder
divino, la gloria, la exaltación… no se entienden, pues, como atributos de
grandeza a la manera de la concepción filosófica o pagana de la divinidad,
sino consisten en el ejercicio de su amor hacia los seres humanos. El
sometimiento de todo a Cristo y a Dios, con una cita del Sal 8,7 no es, por
tanto, dominio, imposición autoritaria de poder ni nada parecido, sino unión
de la humanidad y, a través de ella del cosmos todo, con Dios. Esa es la
interpretación del ser todo en todos del v. 23, por lo cual palabras como
“poder, autoridad, grandeza, dominio, sumisión, sometimiento etc.” reciben
un sentido sólo en parte conectado con el ordinario. Evidentemente todos los 
otros tipos de poderes están subordinados a la acción salvadora de Dios y
tendrán sentido en cuanto la realicen.  La influencia salvífica de Cristo, su
total supremacía en la terminología de este párrafo, es absoluta, presente y
futura. Es un eco y desarrollo de 1 Co 15,17-18, donde Pablo habla del
completo sometimiento de la realidad a Cristo  “a fin de que Dios sea todo en
todas las cosas”.
 
Sin embargo, este Señor exaltado Jesucristo es la cabeza de la Iglesia
comunidad de creyentes. Se emplea por primera vez en el escrito esta
metáfora y la correspondiente de la Iglesia como cuerpo de Cristo. Dado que
esta comunidad es la beneficiaria del plan de Dios realizado en Cristo, es
también plenitud del cosmos y participa en la condición del Señor Jesús.
Desde esa breve afirmación habrá que comprender más adelante el ser y la
misión de la Iglesia. No será tanto – aunque también – una organización, sino
una plenitud de todo el mundo nuevo que participa en la regeneración
universal mediante Cristo, Señor y Cabeza (cfr. Col 1,15-20)

           

                                                                                                         
FEDERICO PASTOR
 
EVANGELIO
 
Observaciones preliminares. Galilea: remite a Mt.4,12-16. El monte: remite a
Mt.5,1. El final del evangelio de Mateo remite a los dos enclaves iniciales de la
actividad de Jesús. En el evangelio de Mateo, ambas referencias desbordan el
interés puramente geográfico para adquirir valor de símbolos. Galilea: símbolo
de apertura, de universalidad. El monte: símbolo de enseñanza, de revelación.
Ellos se postraron, pero algunos dudaban: esta traducción, al igual que otras
muchas, atribuyen la adoración a todos y la duda a algunos. Es, sin embargo,
textualmente posible la siguiente traducción: Ellos se postraron y, sin
embargo, dudaban. Es decir, todos se postran y todos dudan. Se me ha dado
pleno poder: remite a la visión del capítulo 7 del libro de Daniel: una figura
humana acercándose al anciano sentado en el trono; la figura humana es
investida de poder sobre todos los pueblos. Haced discípulos de todos los
pueblos: esta magnífica traducción del original griego no es en absoluto
sinónima de convertir a todos los pueblos, como algunos, todavía hoy, se
afanan torpemente en propalar.  Bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo: esta fórmula trinitaria refleja la praxis bautismal de la
Iglesia avanzado el siglo primero. La expresión en el nombre de expresa
dedicación, consagración a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu.
 
Texto. Presencia del Resucitado en medio de los once, que se postran en señal
de adoración, aunque también dudan. ¿De Jesús? ¿De la identidad de su
persona? Es difícilmente asumible esta posibilidad en un evangelio, en el que la
identidad divina de Jesús ha sido ya reconocida por los discípulos en vida
terrena de éste (véase Mt. 14,33).
 
La duda guardaría más bien relación con la situación y función de los once a
partir de la resurrección de Jesús. ¿Cuál va a ser su situación, cuál va a ser su
función a partir ahora que Jesús ya no vive terrenalmente?
 
Los vs.18-20 son la respuesta a esa duda. Jesús, a quien Dios, resucitándolo, ha
conferido señorío y poder universales, les envía a una misión universal, ya no
limitada a los solos judíos, como ha sido la misión de Jesús. Jesús ha sido el
germen y, en cuanto tal, limitado al enclave judío. Los once representan el
desarrollo ilimitado de ese germen.
 
Como rito de consagración en el pueblo de Dios universal, los once
administrarán el bautismo, con la invocación trinitaria explícita.
 
Se inaugura así el tiempo de la Iglesia, cuyo final no es inminente. Los once
deberán vivir y actuar en este tiempo con la certeza de que Jesús, aunque se haya
ido físicamente, está realmente con ellos. Emanuel era Dios con nosotros en la
historia del pueblo elegido. Ahora es Jesús glorificado con su Iglesia por
siempre.
 
Comentario. El texto sanciona el final de una etapa particularista y el comienzo
de otra universal. Resuena aquí la gran promesa hecha a Abrahán en Gén.12,2-3:
Haré de ti un gran pueblo; con tu nombre se bendecirán todas las familias
del mundo.
 
Hacer discípulos de todos los pueblos significa que cualquier persona, sin
importar la nación, el color o la lengua, puede ser discípulo de Jesús. La
formulación empleada expresa ampliación, no imposición ni proselitismo; hay
que entenderla desde la perspectiva de la superación de la estrechez y
particularismo judíos. A partir de ahora los gentiles pueden ser miembros del
pueblo de Dios universal, sin haberse tenido que integrar antes en el pueblo de
Dios judío.
 
El nuevo Señor universal es Jesús, cuyo poder lo ejerce en la línea expresada en
el Sal.72: defensa de los desvalidos (los que teniendo derecho no lo pueden
hacer valer) y quebranto de los explotadores (los que teniendo derecho hacen
uso abusivo del mismo).
 
Los once representan la oferta de Dios a todos los hombres sin excepción.
Cualquier tentación de fundamentalismo o de racismo tiene en este texto su total
desautorización.
 
 ALBERTO BENITO
REFLEXIONES SOBRE LAS LECTURAS
 

 
Reflexión: Hechos de los Apóstoles 1, 1-11
 
La la lectura de hoy narra el acontecimiento de la ascensión del
Señor.
Pero la narración no queda encerrada en ese acontecimiento sino que
nos ofrece el paso de la ascensión del Señor al comienzo de la misión
de la Iglesia hasta el final de los tiempos con la venida definitiva de
Jesús.
Desde la partida de Jesús hasta su vuelta, los discípulos no pueden
quedarse inactivos, "mirando al cielo", contemplando la victoria de
Jesús, sino que han de ser los testigos de su resurrección en todo el
mundo, "hasta los confines de la tierra".
Jesús había dicho a sus discípulos que "ahora no podéis entender
muchas cosas".
Por ello, estuvo 40 días (un período más simbólico que cronológico)
instruyéndoles y confortándoles.
Sus Apóstoles (la Iglesia) han de tomar el relevo en la misión
evangelizadora de Jesús: ¡Ser testigos de su Evangelio!
Jesús lo encomendó a sus inmediatos discípulos y también a
nosotros.
Ha dejado en nuestras manos su "Buena Noticia". Y depende de
nosotros el que sea conocida y acogida por quienes la desconocen.
Somos una comunidad de creyentes y estamos unidos en un quehacer
común: ¡plantar el Evangelio de Jesús en el mundo, por la palabra y
por las obras!
Todo ello será posible si no cortamos nuestra colaboración, porque el
Espíritu Santo nos conforta y está con nosotros en la realización de
esa misión encomendada por el Señor.
Hoy nos corresponde hacerlo a nosotros, como en aquellos tiempos
lo realizó la primera comunidad de cristianos, tal como se nos dice
en la primera lectura de hoy.
 
Nota: Hechos de los apóstoles 1, 1-11
• 1,1-2: El libro de los Hechos, lo mismo que el evangelio de Lucas,
está dedicado a Teófilo, un personaje desconocido y tal vez
simbólico (Lc 1,3). El ministerio de Jesús, hecho de acciones y
palabras, da paso, después de su ascensión, a la acción del Espíritu a
través de los apóstoles. Ambos, el Espíritu y los apóstoles, serán los
protagonistas del libro.

• 1,3-8: Las instrucciones del resucitado se prolongan


simbólicamente durante cuarenta días (véase Lc 4,2). Lucas las
resume en el anuncio de la venida del Espíritu Santo, que ensanchará
la estrecha perspectiva de los apóstoles: el reino de Israel, y les
abrirá un nuevo horizonte para la misión: los confines del mundo.
Las palabras finales de Jesús (Hch 1,7-8) trazan el programa
misionero de la Iglesia, y también del libro de los Hechos: el Espíritu
enviado por el Padre impulsará la misión; la tarea de los apóstoles
será dejarse guiar por él como testigos de Jesús; el mensaje se
extenderá hasta llegar a los confines del mundo, representados en
Hechos por la ciudad de Roma.

• 1,9-11: Es la segunda vez que Lucas narra la ascensión de Jesús. La


primera vez lo ha hecho al final de su evangelio (Lc 24,50-51); era el
último episodio de la vida de Jesús. Ahora, sin embargo, es el
comienzo de la vida de la Iglesia, que tiene su espacio entre la
partida de Jesús y su regreso al final de los tiempos. Mientras tanto,
los discípulos no pueden quedarse inactivos contemplando la victoria
de Jesús, sino que han de ser testigos de su resurrección en medio del
mundo (Hch 1,8).
 
 
Reflexión: Efesios 1, 17-23

Nuestra misión es la de hacer presente en nuestro mundo el


Evangelio de Jesús.
Pero el testimonio de nuestra fe en Jesús es un testimonio de
verdades sobrenaturales, espirituales, en un mundo excesivamente
materialista y materializado.
Por eso necesitamos una ayuda muy especial.
San Pablo pide a Dios "el Espíritu de Jesús" que ilumine y fortalezca
a la comunidad para que nuestro testimonio cristiano sea verdadero y
eficaz.
El Espíritu no solamente ha de fortalecer nuestra voluntad para
testimoniar el mensaje evangélico, sino que ha de iluminar nuestro
entendimiento para que comprendamos ese mensaje en su verdadera
dimensión.
Somos una comunidad que vive en la esperanza del triunfo de Jesús
logrado en la Resurrección y en su glorificación a la derecha del
Padre. Necesitamos del Espíritu para "afirmar nuestra fe y para
proclamarla abiertamente a los demás".
Esta es la súplica que hace San Pablo en la lectura de hoy.
 
Nota: san Pablo a los Efesios 1, 17-23
 
• 1,15-23: La acción de gracias por la fe de los destinatarios del
escrito y la ardiente súplica para que no se quiebre su esperanza, son
rasgos inequívocamente paulinos. En cuanto a la mención del
corazón, téngase en cuenta que en la cultura semita no sólo es la sede
de los sentimientos, sino de todas las facultades superiores,
especialmente del conocimiento. Pero también es verdad que para el
semita, mucho más que para nosotros occidentales, conocer, sentir,
querer e incluso actuar forman un todo indivisible. El corazón, pues,
tiene latidos que sienten y aman, pero tiene también ojos que se
iluminan y ven.
Ef 1,20-23 describe la soberanía universal de Cristo. Soberanía que
Cristo ejerce en primer lugar sobre las potencias angélicas. Aquí se
mencionan cuatro nombres simbólicos utilizados en la angelología
judía para designar a otras tantas jerarquías angélicas. El
denominador común de todas ellas (se enumeraban hasta nueve en
total) es el poder. Según las creencias de la época, estas potencias
participaban en el gobierno del universo físico y del mundo religioso,
y de suyo podían designar tanto a los poderes del bien como a las
fuerzas del mal (véase Col 1,16; 2,15). Cristo está por encima de
todos estos poderes. En segundo lugar, Cristo ejerce su soberanía
universal en cuanto cabeza de la Iglesia, a la que se confiere una
dimensión cósmica. Por eso la Iglesia es definida como plenitud de
Cristo, en el sentido de que constituye el espacio en el que se
reconoce, se proclama y se ejerce la soberanía de Cristo sobre toda la
creación.
 
Reflexión: San Mateo 28, 16-20

San Mateo nos ofrece el final de la vida de Jesús entre sus discípulos
en un lugar muy significativo: en Galilea, donde el Señor había
comenzado su misión; y en un monte, como cuando Dios congregó a
su pueblo.
Allí se reúnen los discípulos de Jesús, aunque antes se habían
dispersado a causa de la pasión y muerte del Señor, y su fe había
estado vacilante y desconcertada por aquellos acontecimientos.
Es ahora cuando Jesús les deja una misión. Reciben "el testigo" de
manos de Jesús: "Id por el mundo y proclamad todo lo que yo os
he enseñado, consagrando a todos los hombres y bautizándoles".
Para nosotros esta misión que Jesús encomienda a sus discípulos se
nos presenta como una auténtica exigencia de nuestra fe cristiana. No
es suficiente estar inscritos en un libro de bautizados en la Iglesia del
Señor, sino que es necesario aceptar la misión evangelizadora que la
propia fe entraña.
Jesús envía a sus discípulos al mundo. No los retira del mundo. "Se
me ha dado toda autoridad y yo os la transmito a vosotros". "No
pido que los retires del mundo sino que los guardes para que
conozcan que tú, Padre, me has enviado".
La Ascensión del Señor es el recuerdo gozoso de una misión que
Jesús nos encomienda y que si nosotros no la cumplimos, nadie nos
sustituirá: testimoniar que Jesús es el Salvador de los hombres.
Es la fiesta del compromiso y de la esperanza. El compromiso de
hacer presente el Reino de Dios entre nosotros, contribuyendo a la
solución de los males que nos sobrepasan, en lo que nos sea posible,
sin descuidar hacer el bien, en el pequeño radio de acción de nuestro
entorno de cada día. Vivir la lucha por el triunfo del bien en este
mundo, con los ojos y el corazón puestos en la gloria que nos espera.
Misión y compromiso para hoy y gozosa esperanza para mañana.
 
Comentario Mt 28,16-20

28,16-20 La misión universal de los discípulos. Este pasaje ofrece


una serie de claves para entender el resto del evangelio. En él tiene
lugar la manifestación de Jesús resucitado, en la que se desvela el
misterio profundo de su persona y el envío de los discípulos, cuya
misión consistirá en congregar a todos los pueblos para hacerlos
discípulos de Jesús.

El encuentro con sus discípulos en Galilea había sido anunciado por


Jesús (Mt 26,32). Más tarde, los ángeles que se aparecen a las
mujeres en el sepulcro y el mismo Jesús que sale a su encuentro
cuando vuelven para comunicar la buena noticia, renuevan la
invitación dirigida a los discípulos (Mt 28,7.10). Ellos, fieles a esta
llamada, se dirigen a Galilea. Ahora son sólo los once discípulos,
pues falta Judas. Mateo, que describe con una especial carga
teológica su muerte en Mt 27,1-10, quiere subrayar su ausencia en
este momento. También es significativo el escenario en el que Jesús
los ha citado: en Galilea, es decir, allí donde él comenzó su misión
anunciando el reino de Dios con signos y palabras (Mt 4,12-17). El
encuentro tiene lugar en un monte, que es el lugar donde
tradicionalmente Dios se había manifestado a su pueblo en el
Antiguo Testamento.

El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos tiene dos


momentos. En primer lugar se da un encuentro en el que Jesús se
revela a través de sus palabras y los discípulos le reconocen como
Señor a través de un gesto de adoración. Después, Jesús les confía
una misión que antes les había encomendado sólo de forma parcial, y
les promete su asistencia para llevar a cabo esta misión a través de
una presencia continua.

El primer momento es el encuentro (Mt 28,16-18) en el que Jesús


acoge y perdona a sus discípulos y les manifiesta el misterio
profundo de su persona. A lo largo de todo el evangelio su actitud
vacilante les ha merecido el apelativo de hombres de poca fe (Mt
6,30; 8,26; 14,31; 16,8), y en el momento más decisivo han
abandonado a Jesús (Mt 26,56). Ahora se recuerda aquel abandono:
lo adoraron, ellos que habían vacilado (Mt 28,17). El verbo
utilizado aquí sólo aparece otra vez en todo el NT, precisamente en
Mateo (véase Mt 14,31). El pasaje es muy significativo, porque
describe la vacilación y falta de constancia de Pedro en el
seguimiento de Jesús. La actitud de todos los discípulos durante el
trance de la pasión está bien reflejada en la de Pedro, que vacila ante
las dificultades y se hunde en el lago. El sentido de este encuentro de
Jesús con sus discípulos es devolver las fuerzas a los que no habían
sido capaces de seguirle como discípulos en su pasión. Esta actitud
vacilante y su falta de fe muestran claramente que la misión que
Jesús les va a confiar es un don inmerecido.

Al reconocimiento y adoración de sus discípulos sigue una


manifestación del misterio de Jesús, que refleja la fe de la comunidad
de Mateo: él es el Señor resucitado, que posee plena autoridad sobre
cielo y tierra; es el Maestro a cuyas enseñanzas han de remitirse
siempre sus discípulos; es el Dios-con-nosotros, que acompaña
siempre a la Iglesia en su misión (véase Mt 1,23; 18,20).

Después de su manifestación, Jesús confía a sus discípulos la misión


(Mt 28,19-20). Si comparamos este envío misionero con el de Mt
10,5-15, comprobaremos que se ha dado una transformación muy
importante. Allí el anuncio del evangelio debía hacerse sólo a Israel;
aquí, sin embargo, se dirige a todos los pueblos. En la perspectiva de
Mateo, entre ambos envíos ha sucedido un acontecimiento muy
importante: Israel ha rechazado a Jesús (véase Mt 21,43); por eso el
reino ha sido entregado a un nuevo pueblo cuya misión consistirá en
hacer discípulos de Jesús a todos los hombres.

El encargo que Jesús encomienda a sus discípulos resume las dos


fases de la iniciación cristiana, tal como se realizaba en la Iglesia de
Mateo. La primera era la enseñanza. Su contenido eran las palabras
de Jesús, que el evangelista ha recogido y ordenado en cinco grandes
discursos: el auténtico discípulo debe aprender a ponerlas en práctica
(Mt 7,21-27). La segunda fase era el bautismo que sellaba la íntima
vinculación del discípulo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
También en este aspecto hay una gran diferencia entre el primer
envío misionero de los discípulos y este último. Sólo ahora, que han
conocido plenamente a Jesús, puede él encargarles la tarea de
enseñar que hasta este momento se había reservado para sí (véase Mt
10,1.7-8).

Jesús les promete quedarse siempre con ellos. Esta afirmación


aparece en otros lugares del evangelio (véase Mt 1,23; 18,20) y
expresa la convicción de que el resucitado sigue presente en medio
de su Iglesia.

No es casual que el evangelio termine con un envío misionero. La


Iglesia de Jesús es esencialmente una comunidad misionera. Las
palabras del Señor resucitado: poneos en camino, la invitan a salir
constantemente de sí misma, de sus problemas y preocupaciones
domésticas, para abrirse a un nuevo horizonte: el de todos los
hombres que no conocen el gozo de sentirse hijos de Dios y
hermanos entre sí. Para ello cuentan con la presencia constante de
Jesús, que estará siempre en medio de ellos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 

CON OTRAS PALABRAS

Si consideramos la ascensión de Jesús como la subida a los aires de un


extraordinario «astronauta» en un acto espectacular o maravilloso, o como un
dejar este mundo para irse a la derecha del Padre, como un adiós, cumplida ya
su misión en esta tierra, falsearíamos todo el sentido de la ascensión.

Las manifestaciones de Jesús resucitado a sus discípulos y a los primeros


cristianos (aparición a Pablo, en 1Cor 15, 8) fueron acontecimientos de la más
diversa clase que ocurrieron  durante un largo espacio de tiempo,
probablemente varios años. Sin embargo, el libro de los Hechos habla de
apariciones durante cuarenta días y dice que después de este plazo Jesús
«subió al cielo». El número cuarenta es un número simbólico a lo largo de
toda la Biblia. Cuarenta años equivalen a una generación. Por eso se dice que
el pueblo de Israel anduvo cuarenta años por el desierto hasta llegar a la
Tierra Prometida. Quiere decir que la peregrinación duró «una generación».

El 40 indica también un período largo y con características especiales. Se dice


de un reinado que duró cuarenta años para indicar que fue un reinado que
dejó huella, que marcó una etapa (2 Sam 5, 4). Se dice que un período de paz
duró ese tiempo para indicar que fue una época de plenitud.

Decir que Jesús resucitado se manifestó a sus discípulos durante cuarenta días
quiere decir que aquél fue un período suficiente, completo, y que tuvo
características muy especiales; durante aquel tiempo, los discípulos de la
primera generación cristiana experimentaron vivo a Jesús, sintieron su
presencia en la comunidad de forma única. Su fe se robusteció con esta
experiencia, y a partir de ella toda su vida cambió y se orientó al seguimiento
de Jesús; a partir de ahí, empezó a extenderse la fe cristiana.

Nuestra fe nos dice que Jesús sigue vivo y junto a nosotros: eso es lo que
quiere decir el misterio de la ascensión.

Los textos evangélicos, al relatar la ascensión no coinciden en los datos


geográficos. Mateo la sitúa en Galilea y Lucas en Jerusalén. Marcos no indica
ningún lugar (es algo totalmente secundario, pues la ascensión no es un hecho
puntual, localizable).

El relato de la ascensión está lleno de símbolos teológicos. Jesús «sube»:


Dios «vive arriba»; que Jesús «suba» quiere decir que Dios lo ha elevado a la
dignidad de Señor de la historia. Una «nube» lo oculta; a lo largo de todo el
AT la nube acompaña las manifestaciones de Dios (en el Sinaí, en el
desierto…); el Mesías vendrá sobre las nubes; la nube aparece en el Tabor; el
Ap anuncia que Jesús volverá sobre las nubes del cielo…

También aparecen «ángeles», siempre emisarios de importantes mensajes de


Dios en la Biblia, y que esta vez traen el mensaje de que no hay que quedarse
mirando al cielo, porque Dios no está en las alturas, sino entre las personas.

Reflexión personal y en grupo


- Que el Dios del Señor Jesucristo os dé espíritu de sabiduría e
ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la
esperanza...: pedir insistentemente ese espíritu de sabiduría, y la luz
que ilumine los "ojos del corazón", para "comprender la esperanza"...
Superar todo resabio de espiritualismo y toda falta de fe; combinar
adecuadamente en mi vida el cielo y la tierra, el idealismo y el
realismo, la utopía y el compromiso, la escatología y la historia...
 

- La Ascensión del Señor, ¿fue un hecho histórico, físico, espiritual,


teológico...?

- ¿Cuál es el mensaje fundamental del misterio de la Ascensión?

- La tierra es el único camino que tenemos para ir al cielo...


Reflexiones del grupo de liturgia

      
  
Acabamos de escuchar el final del evangelio de S. Mateo. S. Mateo
no ha querido terminar su narración evangélica con el relato de la
Ascensión. ¿Por qué? porque su evangelio, redactado en condiciones
difíciles y críticas para las comunidades creyentes, pedía un final
diferente al de Lucas, que sí narra la Ascensión.
 
Y es que una lectura ingenua y equivocada de la Ascensión podía
crear en aquellas comunidades que lo estaban pasando mal,  la
sensación de orfandad, de soledad, de desvalimiento y abandono,
ante la partida definitiva de Jesús. Precisamente por eso S. Mateo
termina su evangelio con esa frase inolvidable de Jesús resucitado
que acabamos de escuchar: “Sabed que yo estaré con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo”.
 
Esta es la fe y ésta es la promesa que ha animado a las comunidades
cristianas desde sus comienzos. No estamos solos, no andamos
perdidos en medio del mundo, de la historia, no nos sentimos
abandonados a nuestras propias fuerzas y a nuestro propio pecado.
Jesús resucitado está con nosotros.
 
Ciertamente que Jesús se va al Padre, pero al mismo tiempo continúa
presente entre nosotros. Nos reserva la primera fila. Aquí podríamos
incluir los versos que dejó un soldado en la segunda guerra mundial
a los pies de un crucifijo mutilado:
 
“Cristo no tiene manos, sólo nuestras manos, para hacer hoy su
trabajo...
 
Cristo no tiene labios, sólo nuestros labios, para contarle a los
hombres quién es él...
 
No tiene ninguna ayuda, sólo nuestra ayuda, para traer a los
hombres a su lado”.
 
En momentos como los que estamos viviendo los creyentes hoy, es
fácil caer en lamentaciones, en desalientos y en derrotismo. Se diría
que hemos olvidado algo que necesitamos urgentemente recordar:
Jesús Resucitado está con nosotros.
 
Este es el gran secreto que alimenta y que sostiene al verdadero
creyente: el poder contar con Jesús resucitado como compañero
seguro y fiel de su vida. Día a día, Jesús  está con nosotros disipando
las angustias y los miedos de nuestro corazón y recordándonos algo
importante: que Dios es alguien próximo y cercano a cada uno de
nosotros.
 
Jesús resucitado está con nosotros todos los días para que no nos
dejemos dominar nunca por el mal, ni por la desesperación, ni por la
tristeza. Jesús infunde en lo más íntimo de nuestro ser la certeza de
que no es la violencia, ni la crueldad sino que es el amor la energía
suprema que hace vivir al hombre más allá de la muerte.
 
Jesús resucitado está con nosotros todos los días y nos comunica la
seguridad de que ningún dolor es irrevocable, ningún fracaso es
absoluto, ningún pecado es imperdonable, ninguna frustración
definitiva. Con Jesús es siempre posible empezar de nuevo.
 
Jesús resucitado está con nosotros todos los días y nos ofrece una
esperanza inconmovible en medio de un mundo cuyo horizonte
parece cerrarse a todo optimismo, a toda esperanza. El es quien nos
descubre el sentido profundo que puede orientar nuestras vidas en
medio de una sociedad, capaz de ofrecernos medios fabulosos con
qué vivir, pero incapaz de poder decirnos para que  hemos de vivir.
 
Jesús resucitado nos ayuda día a día a descubrir la verdadera alegría,
el verdadero sentido de la vida en medio de una civilización que nos
proporciona tantas cosas, sin poder indicarnos qué es lo que nos
puede hacer verdaderamente felices.
 
En Jesús resucitado tenemos la gran seguridad de que el amor
triunfará por encima de todo. No nos está permitido el desaliento. No
puede haber lugar para la desesperanza. Pero, cuidado, esta fe en
Jesús resucitado no nos dispensa a los creyentes del sufrimiento ni
hace que las cosas nos resulten más fáciles. Pero es el gran secreto la
clave que nos hace caminar día a día llenos de vida, de sentido, de
ternura y esperanza. Y es que Jesús el resucitado está con nosotros
todos los días hasta el fin del mundo.
 
¿Dónde y cómo encontrarlo, si se queda con nosotros? En los
sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía. En el prójimo,
principalmente en el débil. En los evangelios. En lo que el Concilio
Vaticano II llamó “los signos de los tiempos”.
 
De cualquier forma cuando se ama a una persona, ésta aparece por
todas partes; cuando impera la indiferencia, difícilmente la
recordamos, ni la descubrimos en las mil incidencias de la vida. Al
fin y al cabo amor es “sentirse poseído por el otro”.
 
¿Vivo mi vida cristiana apoyada en esta promesa de Jesús?
¿Busco a Jesús resucitado y Señor de la vida y de la muerte?
¿Leo los Evangelios por mi cuenta? ¿Se me nota en mi vida?
HOMILÍAS JOSÉ ANTONIO PAGOLA

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Sabed que yo estoy con vosotros.


Mt 28, 16-20
 

El gran secreto Salvación


Amor y fiesta Pregustar El Cielo
   

EL GRAN SECRETO

Jesús no es un difunto. Es alguien vivo que ahora mismo está


presente en el corazón de la historia y en nuestras propias vidas. No
hemos de olvidar que ser cristiano no es admirar a un personaje del
pasado que con su doctrina puede aportarnos todavía alguna luz
sobre el momento presente. Ser cristiano es encontrarse ahora con
un Cristo lleno de vida cuyo Espíritu nos hace vivir.

Por eso Mateo no nos ha dejado relato alguno sobre la ascensión de


Jesús. Ha preferido que queden grabadas en el corazón de los
creyentes estas últimas palabras del resucitado: "Yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

Este es el gran secreto que alimenta y sostiene al verdadero


creyente: el poder contar con Jesús resucitado como compañero
único de existencia.

Día a día, él está con nosotros disipando las angustias de nuestro


corazón y recordándonos que Dios es alguien próximo y cercano a
cada uno de nosotros.

El está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la
desesperación o la tristeza. El infunde en lo más íntimo de nuestro
ser la certeza de que no es la violencia o la crueldad sino el amor, la
energía suprema que hace vivir al hombre más allá de la muerte.

El nos contagia la seguridad de que ningún dolor es irrevocable,


ningún fracaso es absoluto, ningún pecado imperdonable, ninguna
frustración decisiva.

El nos ofrece una esperanza inconmovible en un mundo cuyo


horizonte parece cerrarse a todo optimismo ingenuo. El nos
descubre el sentido que puede orientar nuestras vidas en medio de
una sociedad capaz de ofrecernos medios prodigiosos de vida, sin
poder decirnos para qué hemos de vivir.

El nos ayuda a descubrir la verdadera alegría en medio de una


civilización que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos
qué es lo que nos puede hacer verdaderamente felices.

En él tenemos la gran seguridad de que el amor triunfará. No nos


está permitido el desaliento. No puede haber lugar para la
desesperanza. Esta fe no nos dispensa del sufrimiento ni hace que
las cosas resulten más fáciles.

Pero es el gran secreto que nos hace caminar día a día llenos de
vida, de ternura y esperanza. Jesús está con nosotros.

SALVACIÓN

Yo estoy con vosotros


 

Hay dos hechos que todos podemos comprobar cada uno a nuestra
manera. Por una parte, está creciendo en la sociedad moderna la
expectativa y el deseo de un futuro mejor. No nos contentamos con
cualquier cosa. Queremos algo diferente. El mundo debería ser más
digno, más justo, más humano y feliz para todos.

Al mismo tiempo, está creciendo el desencanto, el escepticismo y


hasta el miedo ante el futuro. Vamos viendo a lo largo de la vida
tantos sufrimientos absurdos en las personas y en los pueblos, tanta
injusticia y abuso, tantas guerras y miserias que no es fácil
mantener la esperanza.

El ser humano ha logrado resolver muchos males y sufrimientos


valiéndose de la ciencia y de la técnica. En el futuro logrará éxitos
todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la
capacidad que se encierra en la mente humana para desarrollar el
bienestar físico, psíquico y social.

Sin embargo, este desarrollo nos va «salvando» sólo de algunos


males y de manera muy limitada. Ahora que disfrutamos más de los
avances de la ciencia, empezamos a ver con más claridad que el ser
humano no puede darse a sí mismo todo lo que anda buscando. Hay
cosas que nunca logrará resolver la técnica, y los científicos lo
saben mejor que nadie: tener que envejecer, no poder escapar de la
muerte, el poder extraño del mal. La historia es muy obstinada y
sigue generando una y otra vez sufrimiento, intolerancia, guerras y
muerte.

Después de una conferencia que he tenido recientemente en una


ciudad española sobre «El sentido de la fe hoy», alguien manifestó
que el hombre actual no necesita ya de ningún Dios «salvador».
Otro me indicó que hablar de la «salvación de Dios», además de
falso y anacrónico, es hoy una ideología ofensiva para el hombre
moderno.

Comprendo estas posiciones pero no me pueden convencer. Son


muchos los que reclaman «algo» que no es técnica, ni ciencia, ni
doctrina ideológica. Algo o alguien donde poder poner su esperanza
última. El cristiano puede vivir lleno de dudas e incertidumbres,
pero vislumbra dónde está la salvación final. Es lo que hoy nos
recuerda la fiesta de la Ascensión de Jesús a la vida eterna del
Padre.

AMOR Y FIESTA
 

A lo largo de los siglos se han divulgado formas muy diversas de


«imaginar» el cielo. A veces se ha considerado el paraíso como una
especie de «país de las maravillas», situado más allá de las estrellas,
el «happy end» de la película terrestre, olvidando prácticamente a
Dios como fuente del cumplimiento definitivo del ser humano.

Otras veces, por el contrario, se ha insistido casi exclusivamente en


la «visión beatífica de Dios», como si la contemplación de la
esencia divina excluyera o hiciera superflua toda otra felicidad o
experiencia placentera que no fuera la comunicación de Dios con
las almas.

Se habla también con frecuencia de la «paz eterna» que expresa


bien el fin de las fatigas de esta vida, pero que puede reducir
indebidamente el rico contenido de la plenitud final a una
experiencia inerte, monótona y poco atractiva.

La teología contemporánea es muy sobria al hablar del cielo. Los


teólogos se cuidan mucho de describirlo con representaciones
ingenuas. Nuestra plenitud final está más allá de cualquier
experiencia terrestre aunque la podemos evocar, esperar y anhelar
como el fascinante cumplimiento en Dios de esta vida que hoy
alienta en nosotros. Los teólogos acuden, sobre todo, al lenguaje del
amor y de la fiesta.

El amor es la experiencia más honda y plenificante del ser humano.


Poder amar y poder ser amado de manera íntima, plena, libre y
total: ésa es la aspiración más radical que espera cumplimiento
pleno. Si el cielo es algo, ha de ser experiencia plena del amor:
amar y ser amados, conocer la comunión gozosa con Dios y con las
criaturas, experimentar el gusto de la amistad y el éxtasis del amor
en todas sus dimensiones.

Pero, «donde se goza el amor nace la fiesta». Sólo en el cielo se


cumplirán plenamente estas palabras de san Ambrosio de Milán.
Allí será «la fiesta del amor reconciliador de Dios». La fiesta de
una creación sin muerte, rupturas ni dolor; la fiesta de la amistad
entre todos los pueblos, razas, religiones y culturas; la fiesta de las
almas y de los cuerpos; la plenitud de la creatividad y de la belleza;
el gozo de la libertad total.

Los cristianos de hoy miramos poco al cielo. No sabemos levantar


nuestra mirada más allá de lo inmediato de cada día. No nos
atrevemos a esperar mucho de nada ni de nadie, ni siquiera de ese
Dios revelado como Amor infinito y salvador en Cristo resucitado.
Lo decía Teilhard de Chardin hace unos años: «Cristianos, a sólo
veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza
cristiana?»
 

Pregustar El Cielo
 

EL cielo no se puede describir pero lo podemos pregustar. No lo


podemos alcanzar con nuestra mente pero es imposible no desearlo.
Si hablamos del cielo no es para satisfacer nuestra curiosidad sino
para reavivar nuestra alegría y nuestra atracción por Dios. Si lo
recordamos es para no olvidar el anhelo último que llevamos en el
corazón.

Ir al cielo no es llegar a un lugar sino entrar para siempre en el


Misterio del amor de Dios. Por fin, Dios ya no será alguien oculto e
inaccesible.

Aunque nos parezca increíble, podremos conocer, tocar, gustar y


disfrutar de su ser más íntimo, de su verdad más honda, de su
bondad y belleza infinitas. Dios nos enamorará para siempre.

Pero esta comunión con Dios no será una experiencia individual y


solitaria de cada uno con su Dios.

Nadie va al Padre si no es por medio de Cristo. «En él habita toda


la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9). Sólo
conociendo y disfrutando del misterio encerrado en este hombre
único e incomparable, penetraremos en el misterio insondable de
Dios. Cristo será nuestro «cielo». Viéndole a él «veremos» a Dios.

Pero no será Cristo el único mediador de nuestra felicidad eterna.


Encendidos por el amor de Dios, todos y cada uno de nosotros nos
convertiremos a nuestra manera en «cielo» para los demás.

Desde nuestra limitación y finitud, tocaremos el Misterio infinito de


Dios saboreándolo en sus criaturas. Gozaremos de su amor
insondable gustándolo en el amor humano. El gozo de Dios se nos
regalará encarnado en el placer humano.

El teólogo húngaro L. Boros trata de sugerir esta experiencia


indescriptible:

«Sentiremos el calor, experimentaremos el esplendor, la vitalidad,


la riqueza desbordante de la persona que hoy amamos, con la que
disfrutamos y por la que agradecemos a Dios.

Todo su ser, la hondura de su alma, la grandeza de su corazón, la


creatividad, la amplitud, la excitación de su reacción amorosa nos
serán regalados».

Qué plenitud alcanzará en Dios la ternura, la comunión y el gozo


del amor y la amistad que hemos conocido aquí. Con qué intensidad
nos amaremos entonces quienes nos amamos ya tanto en la tierra.

Pocas experiencias nos permiten pregustar mejor el destino último


al que somos atraídos por Dios.
Ya no tenemos escapatoria.
 
Jesús, recubierto del poder del Padre, nos “manda”. El mensaje es claro,
conciso y directo: “Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñadles a guardar todo lo que yo os he mandado”.
 
No es una llamada, es una orden. No tenemos escapatoria.
 
Y aún así, nos escaqueamos, inventamos mil excusas, damos mil rodeos para
justificarnos y huir.
 
Fue tu última “misión”, ya habías demostrado el poder de Dios sobre la
muerte, la alegría de la vida en el Padre, la gloria de su amor,… y aún así, nos
resistimos. ¿Qué más necesita el ser humano para despertar y vivir? Si todavía
no era suficiente, nos dijiste: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo”.
 
¿Qué más queremos? ¿Qué más necesitamos?, tenemos tu presencia y
compañía, día a día, hasta el fin de los tiempos; ¿puede alguien
comprometerse así?
 
Muchos somos los afortunados (y aunque somos muchos, no somos todos)
que contamos con la experiencia humana y vital de sentirnos amados sin
condiciones: por una madre, un esposo o esposa, un amigo o amiga, unos
hijos, una familia,… y también somos muchos los que podemos experimentar
amar de esa manera: a los hijos, a la pareja, a los amigos,… pero ¿puede
alguien, podemos nosotros, comprometernos a amar “hasta el fin del mundo”,
día a día?
 
Él nos llama a llevar su amor al mundo, nos llama al amor, nos promete su
aliento diario, su compañía y presencia,… y no nos fiamos, no nos dejamos,
no nos lo creemos.
 
Ya sabéis los habituales que, aunque en principio parezco derrotista en mis
reflexiones, llegados a este punto Cristo Jesús –que me acompaña “todos los
días de mi vida”- se encarga de iluminar, acariciar y sonreír mi corazón con
la experiencia de hermanos y hermanas que, entregados a hacer su voluntad en
la vida cotidiana, dan testimonio con su vida de la esperanza, la entrega y el
amor.
 
Y no hablo hoy de vidas ejemplares o grandes testimonios de santidad:
 
Hablo de una compañera de trabajo, entregada en cuerpo y alma a la dura y, a
veces, frustrante y poco gratificante, tarea de la educación. Con clara vocación
de estar llamada a propagar el amor con todo lo que eso conlleva: críticas,
falta de aceptación de ese amor, a veces soledad,… pero siempre alegre,
positiva, esperanzada, acompañada a diario por la presencia de Jesús como
don y regalo. ¡Cómo transmitiros tanta dedicación tanta dedicación, trabajo fe,
capacidad y entrega! Prefiero no ponerle nombre, porque en ella cobran vida
tantas personas que conozco y a las que me honra y enorgullece llamar
“compañero” o “compañera”.
 
Pero no sólo ellos, ¡hay tantas personas anónimas, tantas historias cotidianas
que nos hablan de obediencia y experiencia de Jesús!:
 
-  Milagros, 74 años, cuida con entrega total a su marido enfermo de alzheimer
(y es mi tía)
 
-  Rosa, una madre, catequista de comunión que, contra viento y marea,
prosigue su –a veces frustrante- tarea de “transparentar” el amor (y no se
rinde)
 
-  Fernando, cura y amigo, siempre alegre, con una amplia sonrisa, cercano y
sincero, dispuesto en todo momento a sembrar paz de espíritu con la sabiduría
del corazón.
 
-  Tere, limpiadora del Hospital Clínico, que cada día regala por las
habitaciones del sufrimiento una franca sonrisa junto a un “¡buenos días!” (me
alegro de haberla tenido de “maestra” y compañera…)
 
Pensad ahora vosotros, a vuestro alrededor y en vosotros mismos ¿cuántas
historias, cuántas personas cercanas y cotidianas, podrían ir agrandando la
lista? A todas ellas, y a vosotros, gracias por la obediencia, la experiencia y la
esperanza. Que la presencia del Resucitado os acompañe “todos los días
hasta el fin del mundo”.
 
CONCHA MORATA
SUGERENCIAS PARA LA HOMILIA
 

                  
 
¿Qué hacéis ahí parados mirando al cielo?
 
Hay ocasiones en las que la Palabra de Dios resulta tan impactante y tan
concentrada en una sola frase que incluso “duele” un poco descartar todo lo
demás para focalizar el comentario… pero en este día en que celebramos la
fiesta de la Ascensión no me resisto a centrarme única y exclusivamente en
esta frase… tal y como narra el libro de los hechos de los Apóstoles, un
mensajero de Dios les dice a éstos, que se habían quedado plantados, mirando
al Cielo, esa frase contundente: ¿Qué hacéis ahí parados, mirando al cielo?
Es una frase que concentra varias preguntas que podemos hacernos.
 
La primera de las preguntas es: ¿hacia dónde debemos mirar?
 
Desde que Jesús se fue (no vamos a literalizar las cosas pensando que ese
paso al Cielo fuera algo físico, como un cohete… creo que todos entendemos
la imagen, más allá de que el Cielo esté arriba o abajo) la vida del cristiano
muchas veces consiste en mirar al Cielo. Miramos al Cielo, y elevamos
nuestros ojos a él, cuando desde nuestras prácticas religiosas confiamos en la
presencia de Dios en nuestras vidas; cuando nos dirigimos a Él en la oración;
cuando le buscamos en cada recoveco de nuestra existencia para buscar su
presencia esquiva y a veces silenciosa; cuando pedimos explicaciones para la
presencia del dolor en nuestras vidas o del mal en el mundo.
 
Pero también miramos al Cielo, y elevamos nuestros ojos, cuando nuestro
interés es mucho más elevado que lo terreno; cuando renunciamos a lo
material y lo consideramos un mero instrumento regalado por Dios para
compartir; cuando disponemos de nuestro tiempo, tan preciado hoy en día, y
lo regalamos al otro para escucharle, acompañarle, tomarle de la mano o para
auxiliarle en sus necesidades… aunque eso parece ya que no sea mirar al
Cielo, sino a la tierra…
 
Y por eso hay que empezar a entender el mensaje divino que les lanzó y nos
lanza el ángel hoy a cada uno de los cristianos. Si mirar al Cielo implica
quedarse cómodamente en la pura contemplación del misterio de Dios, pero
nos hace quedarnos quietos, impasibles, esperando que pase algo como quien
espera que llueva, o como quien presencia una obra de teatro, estamos
equivocados. Poner los ojos en el Cielo implica de inmediato mirar, en primer
lugar, hacia nosotros mismos: Dios está en nosotros, en nuestros corazones, en
nuestra vida, en nuestra cotidianeidad, anda entre nuestros cacharros y
nuestros fogones… y ahí es donde hay que buscarle. Dios está al lado de
nosotros, en el próximo-prójimo, en el que nos muestra el rostro sufriente de
Dios y en el que nos muestra el rostro materno, amable, complaciente, alegre,
jovial, disponible, cercano de ese Dios que se niega a dejarnos solos ni un solo
día hasta el fin del mundo. Mirar al Cielo, sí, pero mirando a la tierra, a
nuestro lado y también dentro de nosotros.
 
La segunda de las preguntas sería: …y si no estamos parados, ¿para qué
debemos movernos?
 
Pues ahí sí que podemos buscar la respuesta en el Evangelio. Cuando uno
mira al Cielo con los ojos de la fe y ve lo que ve; cuando miras a tu propia
vida y descubres la presencia de ese Dios tan cercano a ti; cuando miras al
prójimo a veces tan necesitado, o al mundo, a veces tan reseco… ¡quedarse
quieto es casi un crimen! Brota de forma espontánea la necesidad de salir
corriendo a gritar a todos que Dios está vivo, que está con nosotros, que hay
esperanza, que podemos hacer un mundo mejor, que tenemos nada menos que
una noticia, una Buena Noticia, de amor, de perdón, de reconciliación y que
anuncia que, en este mundo que algunos envejecidos de corazón dicen que
está ‘tan perdido’, en realidad, ¡tiene salvación!
 
A cada uno de los que hoy miramos al cielo casi de reojo seguro que se nos
ilumina una gran sonrisa en el rostro que grita desde nuestro interior: ¡gracias,
Señor, por darme el empujón que necesitaba para moverme y salir al mundo a
buscarte y compartirte! Ése  es el mejor mensaje de la Ascensión de Jesús al
cielo, que se ha ido para quedarse.
 
RAMON  GARCÍA

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