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La Relación Médico – Paciente.

Algunas consideraciones un lunes de carnaval.

Enfermarse y curarse (o morirse) cuesta mucho. El volumen de enfermos que visita los hospitales
saturando su capacidad es tal, que la atención se ha despersonalizado y así también
deshumanizado. Una población que correspondería a la consulta psiquiátrica porque van
buscando alivio a las somatizaciones, angustias o depresión, que son endemias de nuestro tiempo.

Muchos de los pacientes que van a la Consulta Externa se diagnostican con una buena anamnesis,
con un buen examen clínico, y se resuelve el caso comprendiendo que ellos necesitan algo más
que la prescripción del fármaco correspondiente. Necesitan el sentir que en alguna parte y por
algún momento, es posible lograr un vínculo humano; alguien que los oiga y se interés por ellos
como personas dolientes; “Homo Patiens”, en el buen decir del maestro vienés Viktor Frankl.

Otro alarmante índice que pareciera informar de la presencia de una crisis, es el alto índice de
profesionales que desarrollan cuadros depresivos graves al extremo de llevarlos al suicidio. El alto
índice de médicos que caen en el alcoholismo y la drogadicción, como fruto de una crisis personal
a pesar el éxito social y económico logrado en la práctica médica.

Y es que, ahondando en el tema, no es insignificante el número de médicos que abandonan la


profesión porque el “Personaje” que deben nutrir, el papel social y humano que deben jugar en el
teatro de la vida, no lo soportan más. Se ha vuelto insoportable, quehacer frustrante.

Esas y otras razones indican que algo pasa en el mundo de la práctica médica. Ese sector de la
población integrado por enfermos y profesionales de la salud, algo que es necesario revisar
atentamente. Y es que para hablar de crisis no es necesario un enfrentamiento que lleve a la
ruptura de las estructuras existentes. Ellas también están en crisis cuando la evolución natural
llega a un punto de inflexión, que obliga a una revisión total para seguir adelante, en la dirección
central que en la historia hacia un objetivo porta una idea.

Y llegamos al punto. Creemos que, pese a todos los avances tecnológicos, la Medicina está en
crisis, una crisis existencial que nos obligarán a todos a universales revisiones y reflexiones. La
física subatómica ha estremecido la trama del pensamiento. Un nuevo modelo se ofrece para el
conocimiento y la comprensión del Universo, uno que deja atrás el tridimensional y mecánico
sobre el cual se había venido trabajando.

Un modelo diferente se impone con más claridad cada día para la comprensión del Universo y del
hombre; y la medicina no puede escapar de ese destino. Una profunda revisión tanto de los
estudios como de la práctica médica está esperando; y no nos cabe duda que la reflexión sobre la
Relación Médico Paciente y su importancia es oportuna.
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La Relación Médico Paciente: características estructurales.

Formados en el modelo positivistas con sus raíces profundamente hundidas en la filosofía


cartesiana, los médicos salimos de la Universidad con una disposición predeterminada para dar
sólo como cierto y válido lo medible y lo pesable; sea a simple vista o con ayuda de instrumentos.
De allí oímos cosas que llaman a la reflexión, como cuando se le dice a un paciente: “Usted no
tiene nada. Eso es psíquico”. Dando por sentado que un daño en la psique nos es muy grave. Es
como decir, en su órgano no hay lesión alguna, su lesión la tiene en el alma; pero no se preocupe
que eso no es nada.

Y que es ciertamente ¿qué nos ha dicho en los años de nuestra carrera de lo que es el alma? No un
órgano, es verdad, sino algo más que eso, porque es la dimensión esencial y total del ser. ¿Cómo
se mide, se palpa, se percute o ausculta? ¿Cómo leer en ella los signos de Celso? No hay lugar
para ese campo “abstracto· en el conjunto de cosas “serias” que son objeto legítimo de la
medicina. Sencillamente la psique en la práctica diaria es muchas veces negada; no se sabe qué
hacer con ella siendo esencial. Como tampoco qué hacer con ese término tan frecuente, otro lugar
común como tantos otros en que nos asomamos de ocasión. Me refiero a la conocida definición
del hombre como una “Unidad Bio-Pisco-Social”. La definición ésta, en su momento elegante
mencionarla, pero ¿qué hacer con ella?, ¿cómo manejarla?

Así mismo ocurre con la Relación Médico – Paciente. ¿Qué hacer con ella) ¿Para qué sirve? ¿Cómo
se prescribe? ¿Qué farmaceuta la prepara? ¿Quién lo aplica o administra?

Una visión estructural.

Para acercarnos al estudio y conocimiento de la Relación Médico – Paciente hay que aceptar que
existen realidades no medibles ni pesables. Responden a otro tipo de medida. Sus manifestaciones
se las percibe de otra forma. Sólo en sentido figurado podemos decir que tienen una estructura y
tal es el caso de la Relación Médico – Paciente.

Su nombre lo dice: Una relación, valga decir una interacción mutua entre dos partes, en este caso
médico y enfermo; ambos inmersos como en un campo de resonancias cargado de significado,
valga también decir de energía. Campo común para ambos y algo muy importante, a tener
también en cuenta interactuante, porque invariablemente los efectos de esa Relación repercuten
en cada parte. Cada una influye y deja huella marcada en la otra. No hay modo de evitarlo. A ello
se refiere el maestro Jung, padre de la psicología analítica, cuando hablaba del fenómeno de la
Conjuction Alquímica aplicada al proceso íntimo de la psicoterapia.

La Relación Médico – Paciente es pues, un campo de interacción emocional creada entre el médico
y su enfermo. Campo que, aunque no sea medible ni pesable, está presente; es, aunque no tenga
masa; tiene una carga d energía y bien importante. Debe manejarse con tanto a más cuidado que
las precauciones conocidas para asegurar la asepsia en el quirófano. Así, con ese cuidado debemos
proceder a crear el campo de resonancias emocionales que es la Relación Médico – Paciente, para
no dañar y contaminar lo que puede ser valioso instrumento para devolver la salud.
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Las partes de la estructura.

Aceptando como hipótesis de trabajo, que la relación mencionada tiene una estructura, ella podría
ser comparada a un arco apoyado en dos puntos: el médico y el enfermo. Arco cerrando el
espacio abierto y que de toda la relación es lo más importante por ser el productor de la energía
terapéutica.

Una realidad energética, existente y real, capaz de producir efectos, como el magnetismo atrae a
los cuerpos, como la limadura de hierro en una hoja de papel.

El Médico

Al mencionar ese nombre pensamos sin duda en una persona legalmente calificada para ejercer la
medicina. Es decir, un diplomado de cualquiera de nuestras universidades reconocidas. Alguien
autorizado a ocuparse del enfermo con seguridad y habilidad para restablecer su salud. Pero como
decía uno de mis maestros, “una cosa es diplomarse de médico y otra llegar a ser médico o
gastroenterólogo”. Y es que eso de ser médico es algo que trasciende acto de diplomarse.

Como punto de apoyo de la estructura que nombramos, el médico tiene que ser la base firme; y
esa firmeza la dan dos cosas: Una la seguridad obtenida por el conocimiento; saber primero lo que
no se debe hacer y luego lo que es posible hacer. Incluyamos en el conocimiento las habilidades
para el dominio de las necesarias técnicas.

Pero el solo conocimiento y dominio de técnicas, no bastan para dar la firmeza necesaria a ese
punto de apoyo de la Relación Médico – Paciente que es justamente el médico. Él es un ser
humano y como persona humana debe también tener un grado de madurez y solidez, que le
permita servir de apoyo a otro que se encuentra en condiciones más precarias, en crisis. De lo
contrario el médico será una base frágil y la Relación Médico – Paciente también; con riesgo de
quiebra.

El conocimiento y la seguridad que de él deriva no bastan; se necesita conciencia. Conciencia de lo


que es un ser humano como proyecto en desarrollo. Conciencia del ser, porque como bien decía el
Mahatma Gandhi, uno de los Siete Pecados Capitales Sociales hoy, es la Ciencia sin Humanismo.

Y nos perdemos y enredamos cada vez, en la discusión de cómo las Humanidades deben tener o
no tener puesto en los estudios de medicina. Con tanto avance que a diario ocurre, cada noticia
sorprendente de un nuevo adelanto médico, las treinta horas semanales asignadas para su
formación. ¿Cómo distraer al estudiante de conocimientos esenciales en su práctica futura, con
divagaciones poéticas, históricas y filosóficas? Y aquí estamos ante un grave error.

Una visión más amplia del concepto de lo que es la vida.


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La conciencia que debe tener el médico del ser humano como proyecto en desarrollo no tiene
forzosamente que venir de los estudios de Humanidades, sino de la visión del hombre distinta.
Una que sea tomada desde una perspectiva que permita comprender el sentido de la vida, de ésta
como fenómeno natural en el universo. Un punto de vista que por evitar contaminaciones
indeseables no queremos llamar vitalista, pero si tal vez existencial.

Y esa concepción nos va a llevar en primer lugar a considerar la definición de lo que es un


enfermo. No es quien tiene síntomas, dolencias y limitaciones que ponen en riesgo su vida, si
integración participativa y creadora a la sociedad. Enfermo es quien está como segregado de la
corriente evolutiva y transformadora de la onda de la vida universal. Uno que se separó de ese
torrente de energía complejizante y organizante maravillosa. Enfermo es quien va
progresivamente en el camino del desprendimiento de ella.

No es pues necesariamente enfermo quien presenta determinadas limitaciones, enfermo es quien


ese proceso de evolución y trasformación que es la vida en sí, lo tiene comprometido. Quién está
atascado en ese desarrollo evolutivo inherente y propio de la onda vital, que actuando y
manifestándose en nosotros, nos lleva consigo al mismo tiempo.

Daría gran solidez al profesional de la medicina comprender y comprenderse como lo que es, en
cuanto es hombre, valga decir: ser humano, si tuviera en cuenta el significado y sentido de la vida.
Por esta entendemos erradamente, la más de las veces, el tiempo que hay desde el nacimiento
hasta la muerte, el tiempo de la historicidad personal, pero la vida es algo más que eso: es onda de
transformación universal, presente en el tiempo y el espacio desde todos los comienzos que viaja
llevándonos en su seno como flecha lanzada al infinito y a lo desconocido.

Esa nueva visión nos daría a los médicos otra virtud que contribuiría a su firmeza, la comprensión
de la dignidad humana y el respeto que el hombre merece, como expresión más evolucionada y
acabada de la creación.

Hemos sido educados (“programados”) en una moral basada en el binomio Culpa – Reparación.
Los futurólogos preconizan para los tiempos venideros una moral fundada en el respeto a la vida y
todas sus manifestaciones.

No habrá cambio esencial ni verdadero en la historia, hasta la aparición de un hombre nuevo en el


cual los resortes y motivaciones conductuales sean el amor y la protección a la vida, en vez de los
agotados que se fundaban en la culpa y reparación. Nunca la culpa ha sido buena consejera. ¡Que
tremendos retos para este nuevo siglo XXI!

Ese médico, primer punto de apoyo para la estructura dela Relación Médico – Paciente, necesita
pues conocimiento y conciencia. Y ésta no tiene que venir forzosamente de la incorporación de los
estudios de humanidades en su carrera. Ella puede venir de una nueva visión del ser humano,
como proyecto existencial en desarrollo, puede venir de una nueva visión y comprensión de la vida
como fenómeno. El sentido que lleva hacia un destino y las metas que en cada etapa alcanzar
pretende.
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Para cuántos el recuerdo dela biología estudiada en los años de secundaria, es sólo un recuerdo de
cortes y tinciones al microscopio, con olor a cebolla. El médico, llamado a cuidar la vida tiene su
primera aproximación a ella en un cadáver. ¡Paradojas! Señas de una visión anatomo-clínicas
cartesiana, que para llegar a la verdad penetra más y más en lo pequeño, lo medible y lo pasable;
alejándonos de la comprensión fenomenológica, holística y sistémica del hombre.

Fijaciones de un modelo de pensamiento que acentúo su interés en la búsqueda de las causas


(causalismo) y no en las intenciones y fines (teleología) para acercarnos a comprender mejor la
vida y sus misterios.

La posición cartesiana y anatomoclínica que permitió avances tan grandes a la medicina. Nadie
puede dudarla ni negarla; pero el hecho es que llegamos al punto de los confines de la materia, el
hombre se nos escapa de las manos. Así cuando se nos habla de avances médicos generalmente se
trata de nuevos hitos tecnológicos, sean de instrumental de diagnóstico o terapéutico.

Las necesidades del médico.

Aparte del conocimiento y conciencia, cualidades fundamentales, el médico puede encontrarse


circunstancialmente en momento crítico de su propio desarrollo humano. Factor a tener en cuenta
pues limita la Relación Médico – Paciente, útil a los procesos de curación.

Ni la juventud “per se” es impedimento como tampoco la vejez es la garantía, para lograr el nivel
de conocimiento y conciencia inherentes y esenciales al ser médico.

Y tengamos en cuenta algunas consideraciones adicionales más: los médicos, por la naturaleza
misma de su profesión, estamos permanentemente inmersos en situaciones de dolor y
sufrimiento. Con excepción de los obstetras, puericultores, higienistas y algunos más nuestro
campo de trabajo es el sufrimiento, nuestros adversarios el dolor y la muerte.

Como decía un gran pensador universal, la vida es tragedia, porque al final de cuentas, al final de
todo, después de luchar y luchar contra lo imposible, terminará venciendo la muerte. De allí que
no haya oferta que fascinara más en todo tiempo de la historia, que la promesa de la vida eterna.

Todo cuanto exponemos es parte del drama existencial que influye en gota a gota, siéntalo él o no
en el ánimo del médico. A veces lo endurece, lo vuelve como indiferente y frío, que es una manera
de anestesiarse para protegerse. ¿Habría para ellos otra manera de resistir el enfrentamiento
trágico con su realidad profesional cuotidiana?

Otros encuentran otros mecanismos de defensa, como las frivolidades que ofrece de manera
superficial, exuberante y falaz el moderno consumismo: sea una u otra, lo cierto es que quien no
esté gratificado en su vida persona de manera estable y suficiente, quien no tenga sus
“estabilizadores” emocionales más o menos operantes, algún día, más tarde o más temprano, hará
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crisis. La condición de médico requiere buenos “anticuerpos” y “vacunas” que prevengan de ese
mal.

Cada paciente es un problema, cada diagnóstico un reto, un examen donde el examinador es la


propia conciencia. Cuánta angustia queda en el ánimo del médico, cuando un paciente se va de del
consultorio y en la intimidad dela conciencia, con toda sinceridad nos decimos: ¡No sé lo que
tiene!

Y detrás de ese paciente viene otro y otro, y así al infinito: pareciendo que cada uno nos
preguntara con disimulada sorna: “Médico ¿A que no sabes lo que tengo? ¡A ver si sabes curarme!

Cuánta herida sangrante en el yo de tantos médicos. Como vuelven al recuerdo cada día, aquellos
aforismos inolvidables de Hipócrates: La vida es corta y el arte es largo. La experiencia falaz, el
juicio incierto y la decisión difícil. Eso: el juicio incierto y la decisión difícil. ¡Ah! Como tenía razón el
Maestro. ¡Cómo está presente junto a nosotros ante cada enfermo! La experiencia falas, el juicio
incierto y la decisión difícil.

Y aun superando la prueba, aun sabiendo el diagnóstico. ¡Cuánta frustración ante la enfermedad
incurable, más si es un familiar, un ser querido y sobre todo un colega que viene a nosotros en
calidad de enfermo! ¡Cuánta “anestesia” hay que generar entonces, alejándonos del incurable que
se aproxima a la muerte, para no vernos conmovidos al extremo de llevar al estallido la integridad
de nuestra psique!

Hay miedo insuperable de mirarse en ese espejo, donde muchos tememos asomarnos, preferible
el simplista recurso de la negación de su existencia.

Así es. Nada atormenta más a un médico que la presencia de otro médico en calidad de enfermo,
En el diagnóstico nos juzga, de la terapia duda, el pronóstico es cruel, y ante el drama fatal e
inevitable su presencia nos espanta. Queremos evitarlo, de él alejarnos. Los médicos, decía
alguien, debemos morir siempre de repente. Como decía Simón Rodríguez el Maestro del
Libertador: “Para no tener el dolor de despedirse de sí mismo y de cuantos ama”.

Y volviendo al tema del que pareciera nos hemos alejado, conocimiento y conciencia, dos virtudes
básicas del ser médico, tampoco basta, se requerirán otros componentes.

En el caso de los médicos jóvenes, ¡cuántas dificultades!

Decía un recordado maestro que la adolescencia termina al cumplirse las siguientes condiciones:
1º Término y acabamiento en plenitud de un desarrollo físico. 2º Conciencia responsable para el
ejercicio de la libertad. 3º Un sentido de dignidad, pertenencia y aprecio en el gripo social en que
está insertado. 4º Conocimientos en un arte u oficio que garantice la independencia económica
del hogar paterno. 5º Madurez emocional a un punto que le permita el establecimiento de una
relación estable de pareja. Esa meta a cumplirse espera para la mayoría de los médicos recién
graduados: adolescentes aún que han de alcanzar primero las señaladas metas, para entrar a la
llamada madurez del adulto, inherente y esencial para el desarrollo posterior del ser médico.
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Cuántos seres humanos hay que durante su vida jamás salieron de la adolescencia. La vida se les
fue y la vivieron siempre adolescentes.

El enfermo.

Es el otro pilar de la Relación Médico – Paciente. Hemos dicho que para el médico cada paciente
es un reto, una prueba, ante la cual de diversa manera reacciona.

En los años de la carrea nos enseñaron a recoger síntomas para reconocer los síndromes que
configuran el cuadro de cada enfermedad. Es decir: llegar al diagnóstico. Conocido este podemos
responder una terrible pregunta: ¿curable o incurable? Y otra: ¿cuál es la causa? Se parte de la
idea de que toda enfermedad debe tener una causa, no una razón ni un para qué. Esa posición,
resabio del pensamiento mágico, bien apoyada en la herencia cartesiana marcó el camino de la
medicina desde el Renacimiento. En ella hay un residuo de la visión medioeval mágico religiosa,
según la cual cada enfermedad es la acción de un demonio o de un castigo. Ante su enfermedad el
enfermo piensa que por haber hecho tal cosa o por hecho tal otra se enfermó.

Esa concepción que ve la causa de la enfermedad n algo externo, visible o invisible es cartesiana:
dividir, desmenuzar, reducir a lo pequeño y en lo recóndito de lo mínimo al fin tener “las cosas
claras y distintas”, como enseñaba el filósofo de Turena: así había que hacer para llegar a la
verdad.

La enseñanza hipocrática mostraba en cambio el fenómeno de enfermarse como un hecho


natural, una “discrasia” inherente a la materia viva misma y sus procesos.

El enfermo se hace dependiente y regresivo.

Apartando consideraciones filosóficas, no por ello despreciable, recordemos a modo de resumen:


todo enfermo antes que un portador de síntomas es un proceso existencia en crisis, pequeña o
grande, y tal vez en quiebra. Y en esa condición personal y social imitada, necesita ayuda, se hace
dependiente. Esto no sólo es algo a la vista, comprobable en quien yace en cama limitado en su
acción. Hay también un cambio en sus sentimientos íntimos, la culpa y el temor lo hacen resignado
y sumiso como un niño, tanto o más si los sentimientos de culpa lo llevan a la conclusión que la
enfermedad contraída es consecuencia de una infracción. Es el momento de arrepentirse, aceptar
el “castigo” o “penitencia” del tratamiento con sus incomodidades y al fin, tras renovados
propósitos de enmienda para un cambio de vida, al fin se ve coronado con el premio de la
recuperación de la salud.

En todo paciente, en uno más en otros menos según la gravedad de su mal, hay una regresión
emocional que se muestra como hemos dicho en su conducta. A veces, como mecanismo reactivo,
distinta a la descrita, ella puede ser de incomodidad y de protesta.

Para afirmarse idealiza al médico.


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Otra característica del paciente, es que, para afirmarse y superar ese sentimiento de minusvalía,
idealiza a su médico viendo en él insuperables cualidades de terapeuta. Ante esos elogios a él o a
otros colegas, no debe ufanarse sino comprender que es parte del mecanismo de seguridad y
afirmación que necesita el paciente.

Más fácil le es creer en las medicinas prescritas que la fuerza natural de curación de todo
organismo viviente.

El paciente pone en las manos del médico y en sus artes, en los remedios que prescribirá, las
virtudes de la curación. Pocas veces comprenderá y aceptará que es su mismo organismo, que,
buscando la homeostasis inmanente en cada función, la reposición del equilibrio perdido, lo
llevará de nuevo a gozar de la salud.

En parte por el poder mágico con el cual se inviste al médico y cuanto haga, diga y de él se derive.
En parte porque las incomodidades de muchos tratamientos responden a la necesidad
inconsciente del paciente de pagar las faltas con algún sufrimiento. Hace muchos años, recuerdo
que la tintura de yodo que ardía en las heridas, la explicación dada para sus efectos terapéuticos
era que “lo que pica cura”.

Por igual razón se acepta con más fe un tratamiento molesto y doloroso, que uno fundamentado
en la toma de cinco gotas tres veces al día. Pero la raíz de ese punto de vista está en que el dolor
inconscientemente tiene el valor de reparación por faltas cometidas. El dolor y el sufrimiento,
también han sido a lo largo de la historia, pruebas de que alguien está siendo liberado de las
fuerzas del maligno.

El inconsciente humano, allá en su fondo más recóndito y pese a los avances de la tecnología,
como las capas aluvionales más profundas, caiga lo que caiga arriba, sigue siendo el mismo.

Siempre en el inconsciente del enfermo el médico es visualizado como un mago o chamán.

Esa idealización del médico, esa percepción de él en los niveles inconscientes como la figura del
mago o del chamán, en posición de secretos y misterios reservados por los dioses al conocimiento
sólo de algunos, es un factor importantísimo de curación. Un resorte de gran poder en la dinámica
de curación. Más vale para el paciente el “ojo clínico” del médico que en las credenciales
académicas. Aquel el don natural otorgado por Dios, lo otro fruto del esfuerzo o de la buena
suerte.

También el médico es percibido como una figura paterna.

El paciente espera del médico como de un buen padre la devolución de la salud, como un acto de
bondad; como la reposición de un derecho, Pocas veces tiene la madurez necesaria para
comprender que de la conservación de la salud cada quien es responsable. Que muy pocos
realmente la aprecian, valorándola sólo cuando la han perdido.
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Pero en el fondo y en realidad, los pacientes tienen sentimientos ambivalentes ante el médico. Lo
aprecian, pero también le temen. Como dice el saber popular, ni el cura, ni el boticario ni el
médico, deben jamás tenerse de enemigos.

El enfermo pues, este segundo pilar de la Relación Médico – Paciente es frágil. Mientras se está en
la Relación ese punto de apoyo no está ocupado por la persona real y total, sino por una persona
disminuida. Su conducta no corresponde a lo habitual, podrá decirse que es una persona distinta,
y no obstante sobre ella hay que apoyarse tendiendo el arco de la Relación Médico – Paciente. Por
ello hay que tener conciencia de las limitaciones, hay que saber hasta dónde podemos pedir y con
cuánto podemos contar.

La relación Médico – Paciente y su acción terapéutica.

Por lo general la idea de la buena relación entre el médico y el enfermo se la refiere a la cortesía y
buena educación, cometiéndose con ello un gran error. Ella es terapéutica por sí misma y los
médicos no debemos olvidarlo. Con una relación negativa o mal establecida se está perdiendo ya
un auxilio útil al enfermo.

Hemos presentado ya antes la Relación Médico – Paciente en su estructura: el médico, el enfermo


y una tensión o campo emocional entre ambos. Difícil de percibir si no se tiene la sensibilidad para
ello; pero real como cualquier otro campo de energía. Desde su instalación el médico y enfermo
participan del como dos peces que nadan en el mismo estanque, ocurriendo una primera cosa: el
enfermo encuentra un punto de apoyo, alguien que va a reponer la fe perdida y abrirlo a una
esperanza. Con ello su ansiedad por el temor a la muerte y lo desconocido disminuyen.

La frase conocida Dios es amor, es algo mucho más que un lugar desprovisto de significado. La vida
de cada quien es consecuencia de un vínculo. Los primeros años transcurren en un vínculo. Nos
desprendemos de los padres gracias a otros vínculos; realizamos la existencia y damos vida
formando un hogar, haciendo obra, también gracias a la estabilidad y gratificación nutriente que
deriva de otro vínculo. El vínculo de afecto es garante de la energía vital necesaria para el
equilibrio del ser y poder seguir adelante el proceso de la existencia hasta su más alta realización.

El médico necesita la seguridad que le da el conocimiento y la conciencia que le da una concepción


amplia de lo que es y significa el ser humano, cualquier ser humano, cualquier ente que sea
expresión y manifestación de la vida. Y, dicho sea de paso, ésta es una posición eminentemente
ecológica, verde y también de actualidad.

Pero algunas otras cosas que por inmediatas se nos caen de las manos debemos recordar: “Es
bueno repetir a diario lo que a diario de puro sabido se olvida”, decía un pensador universal.

La Relación Médico – Paciente necesita los siguientes elementos:


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Tiempo. Mal puede esperar un médico que su enfermo quede convencido, de que él tiene cierto a
indudable interés por él si no le dedica tiempo. Sin tiempo para el enfermo la Relación no podrá
establecerse.

Escuchar. El paciente necesita hablar y ser escuchado. Ello no es una pérdida de tiempo para el
establecimiento de la Relación. Dejar que el enfermo cuente de sí, que se abra como persona
humana, sólo oyéndolo y preguntándolo sobre lo oído, se le puede “agarrar” el alma a otro.

Tacto. No solamente para la indispensable discreción en el habla, el trato de respeto hacia el


paciente que tantas veces la rutina nos hace olvidar. Para un médico hacer una exploración puede
ser algo de rutina, pero no lo es para el paciente.

Pero en este caso nos referimos al tacto corporal, el tacto de la mano. Una enseñanza primaria del
Maestro Ávila. El tacto tiene un valor que, si se quiere, convendré en llamarlo “mágico”. El tacto es
un elemento olvidado del arsenal terapéutico. Dando los buenos días estrechando la mano tiene
un valor para la Relación.

Cuánto alivio siente un moribundo si una mano bondadosa le acaricia la frente o le estrecha la
mano, haciéndole sentir que no está solo, que alguien que lo aprecia tiene tiempo y presencia
para él. ¿Por qué ha de ser, el llamado a hacerlo, el familiar o la enfermera? ¿Por qué no su
médico? ¿Es que su mano ha perdido la capacidad de dar esa energía que es amor? ¿Que solo
sabe de sonda, tijera y bisturí?

Y entre las formas posibles de usar el tacto, recordemos el pulso, la toma del pulso. Y me imagino
la estupefacción del lector que ha tenido la paciencia de llegar a este punto de lectura. La toma del
pulso es algo mucho más que contar las ondas que en el árbol arterial producen los latidos
cardíacos. Va mucho más allá. Es el toque médico por excelencia. El momento precioso para la
reflexión profunda del misterio que tenemos entre los dedos de la mano, los tres dedos dirían un
semiólogo.

La Palabra. Cuán cuidadoso en decir lo que se debe decir, cuándo se debe decir y cómo se debe
decir. La palabra precisa partiendo de un personaje investido de autoridad como es el médico, y en
momentos existenciales críticos en que se encuentra todo enfermo puede curar y, puede matar.
Como bien los saben los maestros del Análisis Transaccional cuando nos previenen de los
Mensajes Brujos.

Cuánto daño pueden hacer esas afirmaciones pronosticas fatales que he sufrido y a alguna vez en
mí mismo. Algunas veces fundadas en la soberbia y prepotencia de falsa sabiduría: disfraz de la
ignorancia, o simple expresión de vano orgullo. ¡Que terribles son!

Por palabra no sólo debemos entender no más el lenguaje verbal y articulado. No nos olvidemos
que la comunicación humana e apoya en múltiples elementos, el de evolución más reciente es el
lenguaje escrito y le antecede inmediatamente es el oral. El sonido de tonalidad variable y
articulado. Pero se habla también con la expresión, la mímica, el gesto y la mirada. Y en la
comunicación humana tiene enorme importancia la entonación de la voz. Ella dice generalmente
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lo que en realidad quiere decirse. El tono de la voz es el lenguaje entre líneas, son el verdadero
portador del sentido auténtico y profunda que nuestra palabra lleva, la que como desnuda sale de
lo más profunda del alma revelando nuestro íntimo sentir. El tono, el gesto, la expresión, afirma la
verdad o delata la mentira. En ese nivel de comunicación funcionan resonadores muy sensibles y
profundos.

La palabra: contenido y tono. Allá en los años remotos de la infancia, comenzamos a “crear” el
mundo poniéndole nombre a cada cosa. El objeto es remplazado por la palabra misma. Es el
primer ensayo para someter lo desconocido e imponernos a la realidad exterior.

No olvidemos también las connotaciones filosóficas y religiosas. En el principio era el Verbo, es


decir también La Palabra. Algún heterodoxo entiende por ello el tono, el sonido, la vibración. Ella
estuvo siempre en Dios, por él o Ella fue creado cuanto ha sido. El sonido se hizo carne y mantiene
todo cuanto existe.

Saber observar, interpretar y valorar los síntomas y su evolución.

Los síntomas no sólo son respuestas a un agente exógeno, ellos tienen un sentido, son una
reacción del organismo que hace falta saber interpretar. Las generalizaciones son indeseables. Las
enfermedades pueden ser comprendidas en grandes cuadros nosológicos, pero las modalidades
como se presentan son infinitas y propias de cada quien. Cada ser humano tiene su momento y
manera de enfermarse. No lo dudemos.

A veces el celo médico, otras el sentido del deber impulsándonos a la acción rápida, y muchas más
nos hacen perder el sentido de los síntomas y de la enfermedad.

Por fin, el final.

No sólo el paciente se beneficia de una buena Relación, el médico también, porque el médico
profundo que está en él tendrá claridad diagnóstica, prudencia en el pronóstico y sobre todo…
sobre todo tendrá una cualidad generalmente dormida y mal apreciada: la intuición diagnóstica, el
“ojo clínico”, una nada despreciable cualidad.

No pretendemos resucitar el pasado; queremos recordar no más todo lo que de imperecedero hay
en el, todo lo que en el siempre es y será parte de cualquier presente.

Pablo Zabaleta

Valencia, noviembre 2 del 2016

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