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Ana: El motivo para la

humildad | Mujeres de
la Biblia
27 ABRIL, 2021 | MARÍA FERNANDA AGUDELO
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MÁS DE MARÍA FERNANDA AGUDELO

Rut: 5 oraciones basadas en su ejemplo | Mujeres de la Biblia

Rebeca: Entre la voluntad de Dios y la nuestra | Mujeres de la Biblia

Eva: Una historia común y gracia inmerecida | Mujeres de la Biblia


¿Has experimentado relaciones difíciles en tu vida? ¿Quizás
provocaciones, incomprensión, acusaciones falsas,
indirectas, burlas, hipocresía o engaño? Yo sí. No se siente
nada bien. ¿Pero sabes qué otra cosa no se siente bien?
Cuando lees en la Palabra que debes responder con humildad
frente a esas situaciones.

Sí, leíste bien: no se siente bien. Seamos honestas: a nuestra


carne le gusta la atención y la autocompasión. Así que
cuando alguien se comporta contigo en alguna de estas
formas, lo que menos deseas es tener que morir a ti misma
para seguir a Cristo… ¿no es cierto?

Sin embargo, en la Palabra leemos muchas veces versos


como estos:

 “Amar a Dios significa obedecer sus mandamientos, y sus


mandamientos no son una carga difícil de llevar” (1 Jn 5:3
NTV)
 “Sus caminos son caminos agradables y todas sus sendas,

paz” (Pr 3:17)


 “Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera” (Mt 11:30)

Si esto es así, ¿por qué nos cuesta tanto responder en


humildad ante las relaciones difíciles?

Tus ojos en el lugar incorrecto


Los capítulos 1 y 2 de 1 Samuel nos narran la historia de
Ana, una mujer que vivió diferentes situaciones difíciles en
su vida. Primero leemos que no podía tener hijos (recordarás
que en tiempos bíblicos, no tener hijos significaba una
afrenta para la mujer hebrea). Por este motivo ella tuvo que
soportar la burla de Penina, la otra esposa de su marido (¡Ah!
¡También una relación complicada!), pues Penina sí podía
tenerlos. La historia nos cuenta cómo Penina la provocaba
amargamente para irritarla.

Cuando nuestras mentes y corazones


se contemplan a sí mismos, responder
con humildad a las situaciones
adversas es una tarea imposible
Además, su marido parecía no comprenderla muy bien. Las
palabras que él usa para consolarla no buscaban entender el
sentimiento de tristeza de Ana, sino desviar su atención hacia
él mismo: “Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está
triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?”
(v. 8). Como si esto fuera poco, cuando Ana decide ir al
templo para orar y derramar su corazón al Señor por su
petición, el sacerdote Elí la acusa de estar aparentemente
borracha.

¿Cómo respondemos normalmente ante este tipo de


situaciones? La narrativa personal de muchas mujeres (sí,
también tengo que incluirme) vendría a ser más o menos así:
 “No puedo dejar que Penina pase por encima de mí. Yo
soy muy valiosa y merezco respeto. La próxima vez que
quiera burlarse de mí, sabrá lo que es una mujer enojada”.
 “Mi marido no me entiende, creo que nunca lo hará. ¡Está

tan enfocado en sí mismo! Yo necesito alguien que me


sepa escuchar y me dé verdaderas palabras de aliento”.
 “¿Borracha? ¿Dónde se ha visto tanta falta de respeto? ¿Es

que acaso Elí no sabe quién soy yo?”.


 “No merezco tantas dificultades. Sé que no soy perfecta,

pero no merezco vivir lo que estoy viviendo. Necesito


salir de estas relaciones que tanto daño me hacen.
¡Necesito ser feliz!”
¿Qué tienen en común todas estas respuestas? Todas están
centradas en el “yo”.

En efecto, el lugar al que corren nuestros ojos suele ser


nosotras mismas. Cuando nuestras mentes y corazones se
contemplan a sí mismos, responder con humildad a las
situaciones adversas es una tarea imposible. El corazón y la
mente comenzarán a reclamar sus derechos, buscar su propio
placer y desear huir o vengarse de la persona que le está
causando daño.

Un único y grandioso motivo


Lejos de las respuestas que dimos arriba, Ana muestra una
humildad sorprendente. La Biblia nos deja ver que ella no
respondía a las provocaciones de Penina, no le hacía
reclamos a su esposo por no entenderla, y ofrece
explicaciones al sacerdote Elí con gran respeto. ¿Cómo es
que logra desarrollar un carácter tan maduro?
El mismo que nos pide andar en
humildad y morir a nosotras mismas,
es quien nos provee de salvación,
refugio, sabiduría y ayuda
La respuesta a esta pregunta se encuentra en el capítulo 2.
Cuando el Señor concede a Ana el tener un hijo, y luego ella
lo lleva a la casa del Señor para cumplir su voto de dedicarlo
solo a Él, ella adoró al Señor, dejando ver lo que realmente
estaba en su corazón. Al leer la oración completa, podemos
ver que su motivo para la humildad no era otro que Dios
mismo porque Él:

 Ofrece salvación a su pueblo (v. 1)


 Es un Dios santo (v. 2)

 No hay nadie como Él (v. 2)

 Es roca firme para el cristiano (v. 2)

 Es Dios de sabiduría (v. 3)

 Él es juez que pesa las acciones (v. 3)

 Exalta al humilde y humilla al que se enaltece (vv. 4-7)

 Es ayuda para el necesitado (v. 8)

 Guarda a sus santos (v. 9)

¡Qué gran esperanza! El mismo que nos pide andar en


humildad y morir a nosotras mismas, es quien nos provee de
salvación, refugio, sabiduría y ayuda, ¡todo porque es un
Dios que nos ama con amor eterno!

Sí, nuestra falta de humildad es resultado de no poner los


ojos en el lugar correcto: en el Señor. En su oración, Ana
demuestra que tenía una sola y grandiosa motivación: el
Señor mismo y lo que Él ha hecho y hace con su pueblo.
Cuando quitamos nuestra mirada de nosotras, para ver quién
es Él y lo que ha hecho, tenemos la mayor motivación para
andar como Él nos pide, ¡y sus mandamientos ya no son
gravosos!

El Señor está trabajando en medio de


nuestras dificultades para cumplir su
promesa de pacto
¿Lo conocemos lo suficiente para que nuestro amor y
confianza estén tan arraigados en Él, que responder en
humildad a nuestras circunstancias no sea una carga difícil
de llevar?

Un rey ungido y una promesa de


pacto
El último versículo de nuestra historia (v. 11) nos deja
entrever una razón más para aprender a ser humildes: el
Señor está trabajando en medio de nuestras dificultades para
cumplir su promesa de pacto, que es ser nuestro Dios y que
seamos su pueblo.

Dios usó el dolor de Ana para transformarlo en gozo por el


nacimiento de Samuel, el hijo que pidió al Señor en medio
de su tristeza. Así el pueblo de Israel pudo tener, después de
décadas de fracasos, a un juez justo que lo llevaría a la
transición hacia un reino poderoso bajo David y Salomón,
donde Dios mismo habitó entre ellos y manifestó su gloria.

Pero hay más: de estos reyes vendría Jesús, el verdadero Rey


Ungido, quien con su vida demostró ser santo, roca firme,
sabio, juez justo, ayuda y guardador, que exalta a los
humildes; y con su muerte ofreció salvación para todo aquel
que en cree en Él, haciendo de nosotros su posesión preciada
para siempre. ¡Él es nuestro Dios, nosotros su pueblo!

¿Acaso necesitamos una motivación más para andar en


humildad como Él nos lo pide?

Oh, Señor, recuérdanos todos los días que si hemos de


andar en integridad y humildad, no es por nosotras, sino por
ti. En Cristo oramos, Amén.

Rut: 5 oraciones
basadas en su ejemplo
| Mujeres de la Biblia
23 MARZO, 2021 | MARÍA FERNANDA AGUDELO
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MÁS DE MARÍA FERNANDA AGUDELO


Ana: El motivo para la humildad | Mujeres de la Biblia

Rebeca: Entre la voluntad de Dios y la nuestra | Mujeres de la Biblia

Eva: Una historia común y gracia inmerecida | Mujeres de la Biblia

Hace un par de años me regalaron un pequeño cuadro en el


que se describe a la mujer virtuosa, de acuerdo a Proverbios
31. Lo tengo puesto en un estante dentro de mi biblioteca y
me sirve como recordatorio de uno de mis mayores anhelos
en esta tierra: quiero ser esa mujer virtuosa. Llegué a esta
conclusión luego de ver de primera mano a verdaderas
mujeres virtuosas y cómo el mundo alrededor de ellas era
transformado por la gracia que el Señor les había otorgado,
gracia que ellas deciden utilizar fielmente para dar gloria a
Su nombre.

En mi búsqueda de áreas en mi carácter que necesitan ser


transformadas por la gracia del Señor y su Palabra, me
encontré de frente con la historia de Rut, una “mujer
virtuosa” (Rut 3:11). Sin duda, no es el único ejemplo en la
Palabra, pero el hecho de que esto se diga de ella llamó mi
atención. El libro de Rut muestra cómo la historia redentora
de nuestro Salvador incluye también el otorgar gracia a una
mujer extranjera, pobre, viuda y sin hijos (ninguna de estas
cualidades es deseable), para convertirla en una mujer
virtuosa, cuya descendencia sería una línea directa a nuestro
Señor Jesucristo.

Rut experimentó pasar de muerte a vida, y la forma en que


Dios obró en su carácter me anima a orar para que mi vida
sea el mismo reflejo de su gracia. Pensando en eso, quisiera
compartirte cinco oraciones que puedes hacer si estás, como
yo, en la búsqueda por llegar a ser aquello que el Señor
espera de sus hijas: mujeres virtuosas.

1) Ora por decisión para amar en


primer lugar al Señor
La historia de Rut comienza en el punto en que ella está
dispuesta a dejar todo por seguir a su suegra. Rut dejó atrás
su padre, su madre, su tierra, su cultura, sus costumbres, su
forma de pensar y sus dioses para seguir al Dios de Noemí
(ver 1:15; 1:16; 2:11).
Jesús lo expresó así: “El que ama al padre o a la madre más
que a Mí, no es digno de Mí; y el que ama al hijo o a la hija
más que a Mí, no es digno de Mí. Y el que no toma su cruz y
sigue en pos de Mí, no es digno de Mí” (Mt 10:37-38).

¿Cuándo fue la última vez que


buscaste la sabiduría de una mujer
mayor que tú para ese problema
específico en tu vida?
Reflexiona en tus pensamientos, tus anhelos, tus palabras,
tus actos, tus relaciones y examínalos a la luz de la Palabra, y
pregúntate: ¿hay algo que yo amo más que al Señor? Quizá
es el amor a una persona, al éxito profesional o financiero, al
deseo de ser aprobada o de hacerte un altar para ti misma.
Identifica de manera específica cada uno de esos ídolos que
debes dejar atrás y ora al Señor por un corazón renovado en
amor por Él, así como una mente y cuerpo dispuestos a
tomar su cruz para seguirle.

2) Ora por un corazón humilde


Cuando Rut va por primera vez al campo de Booz para
recoger espigas, hace una declaración maravillosa frente a
los favores que su pariente le otorga: “Señor mío, he hallado
gracia ante tus ojos, porque me ha consolado y en verdad ha
hablado con bondad a tu sierva, aunque yo no soy ni como
una de tus criadas” (2:13, énfasis añadido). Esta no era una
humildad falsa, sino un verdadero sentir de parte de Rut. Ella
entendía de dónde venía, cuál era su condición y cómo lo
que había alcanzado era únicamente producto de la gracia.

Esto es algo que Jesús modeló. Al decirnos, “Tomen Mi


yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y
humilde de corazón, y HALLARÁN DESCANSO PARA SUS
ALMAS” (Mt 11:29), lo hace a la luz de lo que Él mismo
estaba haciendo cuando vino a la tierra. Él no estimó el ser
igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se humilló a
sí mismo tomando forma de siervo, para morir en la cruz por
nosotros (Fil 2:6-11).

¿Muestras humildad en tu casa, en tu trabajo o con la familia


de la fe? Creo que todas luchamos de diferentes maneras con
el orgullo. Por eso pide al Señor que saque a la luz esas áreas
de tu vida donde necesitas tomar su yugo y morir a ti misma.

3) Ora por tener un espíritu enseñable


Nuestra cultura valora en gran manera a las mujeres que
demuestran tener un gran conocimiento y esconden la
necesidad de ser enseñadas. Hemos aplicado este
pensamiento no solo en la esfera laboral, sino también en el
matrimonio, la maternidad, las relaciones de amistad y
cualquier otra área en nuestra vida (desde cómo criar perros
hasta cómo manejar de manera más eficiente el tiempo).

En contraste, vemos en Rut a una mujer que no teme ser


enseñada, ¡y nada más y nada menos que por su suegra!
(2:22-23). Rut estuvo dispuesta a escuchar y obedecer a una
mujer cuya experiencia y sabiduría la sobrepasaban (3:5).

El consejo de sabiduría es claro: “¿Has visto a un hombre


que se tiene por sabio? Más esperanza hay para el necio que
para él” (Pr 26:12). Este era uno de los problemas de los
fariseos, quienes se consideraban a sí mismos sabios, pero
Jesús les demostró una y otra vez lo ciegos que estaban.

¿Cuándo fue la última vez que buscaste la sabiduría de una


mujer mayor que tú para ese problema específico en tu vida?
Cuando te dan consejo sabio, ¿cierras tu corazón o escuchas
atentamente, aunque lo que estés escuchando no sea del todo
agradable para ti? Ora al Señor para que tu corazón no sea
sabio en su propia opinión, sino que obre en ti un espíritu
enseñable, que escuche y ponga por obra lo que Dios
demanda de ti.

4) Ora por ser una mujer diligente


“Y ella me dijo: ‘Te ruego que me dejes espigar y recoger
tras los segadores entre las gavillas’. Y vino y ha
permanecido desde la mañana hasta ahora; solo se ha
sentado en la casa por un momento” (Rut 2:7, énfasis
añadido).

Sea que trabajemos en el hogar o fuera de él, estamos


llamadas a hacer las cosas de corazón, como para el Señor
(Col 3:23-24), y ¿quién sería capaz de servir al Señor con
pereza y de mala gana? Sin embargo, muchas veces nos
encontramos quejándonos por los platos que hay que lavar
una vez más, por esa petición de último minuto en la oficina
o por el vaso de agua que piden los niños antes de irse a
dormir, justo cuando pensabas que por fin habías terminado.
También es posible que tengas tiempo para todo, menos para
lo verdaderamente importante: tu tiempo a solas con el
Señor.

Es posible que tengas tiempo para


todo, menos para lo verdaderamente
importante: tu tiempo a solas con el
Señor
¿En qué te hace falta ser diligente? Ora al Señor para que
puedas cambiar la negligencia por un espíritu esforzado, que
se goce en lo que Él te llama a hacer en este tiempo.

5) Ora por un corazón agradecido


A pesar de las circunstancias tan difíciles por las que había
pasado, Rut fue una mujer agradecida. Podemos verlo en su
decisión de quedarse con Noemí, en sus conversaciones con
Booz, en su diligencia al trabajar, pero sobre todo en su
decisión de seguir al Señor, a pesar de su sufrimiento.

La Palabra de Dios demanda de nosotras que seamos


agradecidas (Sal 50:14; 105:1; 107:8). Sin duda, un corazón
que da gracias puede atravesar lo que el Señor tenga para él
con esperanza, sea sufrimiento, dolor, enfermedad,
limitaciones materiales, persecución o incluso la muerte. Y
todos tenemos razones para dar gracias. ¡La más importante
es la obra de Cristo a nuestro favor para que hoy podamos
seguir su camino!

El Salmo 103 es una hermosa lista de razones por las cuales


todos los días podemos levantarnos con un corazón
agradecido. En oración, lee este salmo y pide al Señor que te
ayude a recordar lo que Él ya hizo y sigue haciendo por ti y
su pueblo, para que tu corazón se llene de motivos, todas las
mañanas, para agradecer.

Rebeca: Entre la
voluntad de Dios y la
nuestra | Mujeres de la
Biblia
23 JUNIO, 2020 | MARÍA FERNANDA AGUDELO
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Rut: 5 oraciones basadas en su ejemplo | Mujeres de la Biblia

Eva: Una historia común y gracia inmerecida | Mujeres de la Biblia

La historia de Rebeca tiene un comienzo extraordinario. En


Génesis 24 podemos verla como la respuesta directa a la
oración de Eliezer, siervo de Abraham, quien fue
encomendado a conseguir una prometida para Isaac.

Abraham deseaba para su hijo una mujer que no lo alejara de


la promesa de Dios (Gn. 24:3-7), y cuando Eliezer revela su
misión a la familia de Rebeca, este deseo es respondido:
“Entonces llamaron a Rebeca y le dijeron: ‘¿Te irás con este
hombre?’. ‘Iré’, dijo ella” (Gn. 24:58).
El llamado que recibió Rebeca fue seguido por una respuesta
de obediencia, haciéndola partícipe de la misma bendición
que recibió Sara cuando aún no había concebido a Isaac:

“Que tú, hermana nuestra,


Te conviertas en millares de miríadas,
Y posean tus descendientes
La puerta de los que los aborrecen”, Génesis 24:60.

El capítulo 24 de Génesis muestra que Rebeca tenía todas las


cualidades deseables en una esposa: dispuesta a ayudar,
amable, sumisa. Así, ella se convirtió en consuelo para su
esposo en medio del duelo por la pérdida de su madre.

Dudando de la voluntad de Dios


Sin embargo, Rebeca era estéril (Gen. 25), y es allí donde
podemos ver un cambio en su carácter. Para Rebeca, pasan
veinte años de afrenta, aflicción y frustración, en los que la
bendición dada por su familia no se cumple. ¿Por qué,
Señor?, seguro preguntó en más de una ocasión.

A menudo me hago esa pregunta. Hace seis meses trabajaba


junto a mi esposo en nuestra empresa de fotografía, cuando
él recibió la propuesta de regresar a su antiguo empleo.
Luego de pedir dirección al Señor, mi esposo decidió
aceptar. Para mí, significaba tener mañanas de soledad (¡que
no era algo que anhelaba!), no compartir mis horas de
reflexión con él, y encargarme nuevamente de casi todo en
nuestra empresa. La vida perfecta por la que había luchado
se esfumaba. ¿Por qué, Señor?
Si sigues leyendo la historia de Rebeca, verás que Isaac oró
al Señor en favor de Rebeca y ella concibió (Gn. 25:21). Los
20 largos años de espera tuvieron un propósito enorme:
mostrar el poder y la fidelidad de Dios para su pueblo. Él
había prometido que Isaac tendría descendencia; Él
cumpliría aún abriendo una matriz estéril. Pero junto al
propósito de su propia gloria, también hay otro: nuestra
santificación (1 Ts. 4:3).

La voluntad de Dios siempre es


buena. Nuestra tarea es conocer y
seguir sus preceptos, y confiar en que
lo que Él hace tiene un buen fin
Con el tiempo, he aprendido que cada una de las cosas que
me suceden tienen un propósito mayor del que yo puedo
imaginar. La voluntad de Dios siempre es buena. Nuestra
tarea es conocer y seguir sus preceptos, y confiar en que lo
que Él hace tiene un buen fin: que veamos su grandeza y que
nuestro carácter sea conformado al de Él.

¿Fue esto lo que pensó Rebeca? Su respuesta a las


condiciones de su embarazo parecen mostrar lo contrario.
Los hijos luchaban dentro de ella y ella dijo: “Si esto es así,
¿para qué vivo yo?” (Gn. 25:22a). De la Rebeca que dijo sin
titubear “iré”, hemos pasado a una Rebeca que se queja, aún
cuando el Señor cumple su deseo. ¡Y cuán a menudo somos
como ella! Las dificultades muestran lo que hay en nuestro
corazón y qué tanto confiamos en el Señor.
Sin embargo, aunque hubo queja, Rebeca aún muestra algo
de sensatez: “Y fue a consultar al Señor” (Gn. 25:22b).
¿Consultamos nosotras al Señor cuando sentimos que todo
se está poniendo de cabeza en nuestras vidas?

Entre la voluntad de Dios y la nuestra


Hay tres eventos más registrados en la Biblia que nos
muestran cómo Rebeca se fue alejando más y más de la
voluntad de Dios.

1. En Génesis 26:6-11, vemos cómo Isaac engaña al rey


Abimelec diciendo que Rebeca era su hermana, por miedo
a que lo mataran. A diferencia de la historia anterior,
donde la pareja oró al Señor frente a la dificultad, ahora
toman decisiones apoyándose en su propio entendimiento
y no en la voluntad del Padre. Esta parece ser una actitud
constante en ellos en lo que resta de la historia: el
favoritismo que cada uno de ellos mostraba por uno de sus
hijos (Gn. 25:28), la forma en la que aparentemente los
criaron, y luego el deseo de cada uno de obtener la
bendición de la primogenitura a toda costa para su
preferido (Gn. 27).
2. Génesis 27:1-40 relata cómo Rebeca, en lugar de consultar
al Señor frente a la decisión de su esposo de bendecir a
Esaú, hace todo lo que estuvo en sus fuerzas para
conseguir la bendición para su hijo favorito, ¡y aún estaba
dispuesta a recibir maldición sobre ella! (Gen. 27:13). Lo
paradójico de esto es que Dios le había prometido que
Esaú serviría a Jacob (Gen. 25:23), y su embarazo fue
prueba de que Dios cumple sus promesas. ¿Estaba ella
actuando bajo la voluntad del Señor o bajo la suya propia?
¡Es tan fácil hacer nuestra voluntad disfrazándola de
piedad!
3. Los últimos versículos de Génesis 27 finalmente relatan
cómo Rebeca busca que su marido despache a Jacob para
que huya de su hermano, quien desea matarlo. Pero en
lugar de hablar con la verdad, ella le hace creer a Isaac que
su preocupación es que Jacob tome mujer en yugo
desigual (Gn. 27:46). El patrón se repite: Rebeca se hace
pasar por mujer piadosa para hacer su voluntad.
Reconoce tu pecado y corre al
Salvador
Al leer esta historia, ¿te has sentido identificada con Rebeca?
¿Has tenido actitudes, conversaciones, o actuaciones, en las
que disfrazas de piedad tus propios deseos pecaminosos? Si
confesamos nuestro pecado, Cristo es fiel y justo para
perdonarnos y limpiarnos de toda maldad (1 Juan 1:9).
Pídele en oración que te muestre esas áreas de tu vida en las
que necesitas confiar nuevamente en la voluntad del Padre,
de tal manera que puedas obedecer su Palabra.

Proverbios 3:5-6 es un hermoso recordatorio de que vale la


pena confiar y enconmendar nuestros caminos al Señor:

“Confía en el Señor con todo tu corazón,


Y no te apoyes en tu propio entendimiento.
Reconócelo en todos tus caminos,
Y Él enderezará tus sendas”.
En cuanto a mi historia, estoy feliz de decirte que, aunque
lloré porque mi esposo volvió a su trabajo, hoy puedo ver
que esta era la forma en que el Señor nos proveería en estos
tiempos en los que por el COVID-19 no podemos tomar
fotografías como antes. ¡La gloria sea para nuestro Dios
poderoso cuya providencia no falta!

Confía en Él. Su voluntad es mejor que la nuestra.

Eva: Una historia


común y gracia
inmerecida | Mujeres
de la Biblia
11 FEBRERO, 2020 | MARÍA FERNANDA AGUDELO

MÁS DE MARÍA FERNANDA AGUDELO

Ana: El motivo para la humildad | Mujeres de la Biblia


Rut: 5 oraciones basadas en su ejemplo | Mujeres de la Biblia

Rebeca: Entre la voluntad de Dios y la nuestra | Mujeres de la Biblia

¿Recuerdas a Eva? Quizá lo primero que se te viene a la


cabeza es la imagen de un árbol en la mitad del jardín del
Edén, con una serpiente colgando cerca y mirando fijamente
mientras una mujer toma de un fruto que le fue prohibido.
Después de eso, el desastre.

No es una forma linda de ser recordada, ¿cierto?


Lamentablemente, esto es parte de la historia de Eva relatada
en los tres primeros capítulos de Génesis. Sin embargo (¡y
gracias a Dios!), eso no es todo acerca de ella.

Como verás, su vida tiene mucho para enseñarnos, más allá


de la explicación sobre cómo entró el pecado y la muerte a
nuestro mundo.

La historia antes de la caída: sumisión


y ayuda idónea
Génesis 1:26-27 nos da la primera información acerca de
Eva, ¡y es una muy importante!

“Y dijo Dios: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen,


conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los
peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados,
sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre
la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a
imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó’”.

Génesis 1 comienza con la narrativa de la creación de


manera general. Allí se nos muestra el origen del universo y
se detalla cómo fueron creadas todas las cosas en nuestro
planeta, incluyendo al ser humano, varón y hembra (v. 27).

Pero hay algo diferente en ellos: ambos fueron hechos a


imagen y semejanza de Dios. Esto no solo le otorgó al ser
humano una dignidad diferente respecto al resto de la
creación, sino que puso al hombre y a la mujer en una
condición de igualdad entre ellos dos delante de Dios: tanto
él como ella tienen el mismo valor y la misma dignidad.
Ambos habrían de representar a Dios en la tierra. Ninguno
era más que el otro. Esto dice mucho sobre Eva y nosotras.

El capítulo 2 tiene más detalles sobre la creación de Eva. En


el versículo 18 vemos que, antes de formarla, Dios dijo: “No
es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea”. La
mujer tiene un propósito: ser ayuda idónea para el hombre.
Esto muestra que, aunque las mujeres tenemos igual
dignidad que los hombres, tenemos un rol diferente y
específico.

Este rol no es menos importante. De hecho, la palabra hebrea


que se usa para ayuda idónea, ezer, se usa únicamente para
describir a Dios como nuestro ayudador. Puedes ver esto, por
ejemplo, en Éxodo 18:4 y en varios salmos (Sal.
10:14; 20:2; 33:20; 70:5; 72:12-14;86:17).

¡Cuán misericordioso es nuestro


Señor, que proveyó un camino a
través de la simiente de Eva para
regresar a Él!
Como ayuda idónea, Eva y aquellas que estamos casadas
estamos llamadas a ser escudo, protección, y consuelo para
nuestros esposos. ¡Nuestra vida tiene un propósito hermoso!

Hay un detalle más para notar. Dios estableció que el


hombre fuera la cabeza del hogar, quien llevara el liderazgo,
ya que de él fue formada la mujer. De aquí se desprende
la sumisión bíblica: la mujer debe someterse a la autoridad
del hombre de tal manera que su función como ayuda idónea
pueda florecer. 1 Pedro 3:1-6 nos muestra cómo la sujeción a
nuestros esposos puede significar mucho para nuestros
hogares.

Por supuesto, todo lo que Dios había creado era bueno. El


hecho de que Eva cumpliera su papel traía bendiciones
gratas sobre su vida y matrimonio: “Y estaban ambos
desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban” (Gn.
2:25). Imagina tener un hogar libre de pecado, en perfecta
armonía, sin peleas, rencores, y vergüenza alguna. ¡Es el
escenario ideal!

La caída: una historia común y una


gracia inmerecida
No puedo evitar sentirme completamente inadecuada cuando
observo todo aquello para lo que fuimos creadas las mujeres,
especialmente ahora que estoy embarazada y mis hormonas
juegan un papel importante en mi día a día. Sé que quizá
sientes lo mismo mientras lees estas palabras.

El capítulo 3 de Génesis muestra dónde empezó esta lucha


contra nuestra identidad. Desde el versículo 1 vemos que
Satanás desea apartarnos de nuestro rol. Su estrategia es
poner en duda la verdad de Dios. “¿Conque Dios les ha
dicho: ‘No comeréis de ningún árbol del huerto?’” (Gn 3:1).
Eva responde escuchando atentamente la mentira del
enemigo. En lugar de evaluarla a la luz de lo que Dios había
dicho, decide hacerlo a la luz de sus propios deseos. Ella
entonces se hace cabeza de su hogar y toma la decisión de
comer del fruto prohibido, empujando incluso a su marido a
pecar con ella. El resultado es dolor, acusación, separación, y
vergüenza. ¿Cuántas de nosotras hemos tenido que sufrir las
consecuencias de hacer lo mismo que Eva?

Pero Dios, en su plan eterno, había decidido que las cosas no


terminarían allí. Aunque el hombre y la mujer se esconden
de Dios, Él viene a ellos, los llama, y hace una promesa de
vida en sus palabras contra la serpiente: “Y pondré
enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su
simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el
calcañar” (Gn. 3:15).

La historia de Eva es una historia de


gracia. Esta misma gracia es ofrecida
a nosotras en Jesús.
Dios promete un salvador, un hijo de la mujer que derrotaría
al enemigo, la muerte, y el pecado, y por medio del cual
nuestra relación con Dios sería restaurada. ¡Una mujer
pecadora daría a luz un hijo que salvaría al mundo! ¡Cuán
misericordioso es nuestro Señor, que proveyó un camino a
través de la simiente de Eva para regresar a Él! ¡Y cuán
maravillosa es la gracia ofrecida al hombre por medio de
Jesús!
Su historia es nuestra historia
Sí, la historia del fracaso de Eva es la misma de nuestras
vidas. Quizá has comido del fruto prohibido del adulterio, de
no respetar la autoridad de tu esposo, de anular su liderazgo,
de ser acusadora en tu casa, o quizá de la pereza y
negligencia. Pero, al igual que la historia de Eva, la nuestra
no tiene por qué terminar en nuestros pecados. Tenemos una
esperanza viva en Cristo, quien vino al mundo para morir en
la cruz y darnos vida. Y porque Él vive, tú y yo estamos
capacitadas para obedecer el propósito para el que fuimos
creadas.

Tenemos nuestra identidad restaurada porque Él vive.


¿Dudas de esto? Hacia el final del relato de la caída, el
hombre le da un nuevo nombre a su mujer. La llama Eva,
que significa dadora de vida. Por la promesa de Aquel que
vendría, Eva ya no sería quien quita la vida, sino quien la da.
De igual manera, tú y yo podemos extender vida a otros
mientras vivimos para la gloria de Dios por medio de Cristo.

La historia de Eva es una historia de gracia. Gracias a la obra


de nuestro Dios, no solo podemos recordar lo malo de la
vida de ella, sino el increíble amor del que fue recipiente y
por el cual se convirtió en madre de todos los vivientes. Esta
misma gracia es ofrecida a nosotras en Jesús. Seamos, pues,
diligentes en confesar nuestros pecados para recibir de esta
gracia que nos hace nuevas criaturas y capacita para actuar
según nuestra verdadera identidad: dadoras de vida. “Si
confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para
perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad”
(1 Jn. 1:9).

¿Debemos predicar la
ira de Dios?
14 MAYO, 2018 | STEVEN LAWSON

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El reformador ginebrino Juan Calvino dijo: “La predicación


es la exposición pública de las Escrituras por parte del
hombre enviado por Dios, en la cual Dios mismo está
presente en juicio y en gracia”. El ministerio fiel del púlpito
requiere la declaración de ambas cosas: juicio y gracia. La
Palabra de Dios es una espada de doble filo que suaviza y
endurece, consuela y aflige, salva y condena.
La predicación de la ira divina sirve como un telón de
terciopelo negro que hace que el diamante de la misericordia
de Dios brille más que diez mil soles. Es sobre el lienzo
oscuro de la ira divina que el esplendor de su gracia
salvadora irradia más plenamente. Predicar la ira de Dios
muestra brillantemente su gracia y misericordia hacia los
pecadores.

Predicar la ira de Dios muestra


brillantemente su gracia y
misericordia hacia los pecadores.
Al igual que los trompetistas que en el muro de un castillo
advertían de un desastre venidero, los predicadores deben
proclamar el completo consejo de Dios. Los que se paran
detrás de los púlpitos deben predicar todo el cuerpo de la
verdad en las Escrituras, y este incluye la ira soberana y el
amor supremo. No pueden escoger y elegir lo que quieren
predicar. Hablar de la ira de Dios nunca es opcional para un
predicador fiel; es un mandato divino.

Trágicamente, la predicación que trata con el juicio


inminente de Dios está ausente en muchos púlpitos
contemporáneos. A los predicadores les da pena hablar de la
ira de Dios, y a veces guardan silencio por completo. A fin
de magnificar el amor de Dios, muchos dicen, el predicador
debe minimizar la ira. Pero el omitir la ira de Dios es
oscurecer su grandioso amor. Por extraño que parezca, es
despiadado evitar hablar de la venganza divina.
¿Por qué es tan necesario predicar la ira divina? Primero,
porque el carácter santo de Dios lo exige. Una parte esencial
de la perfección moral de Dios es su odio al pecado. A. W.
Pink afirma: “La ira de Dios es la santidad de Dios en acción
contra el pecado”. Dios es “fuego consumidor” (He. 12:29)
que “siente indignación todos los días” (Sal. 7:11) hacia los
malvados. Dios ha “odiado la maldad” (Sal. 45:7) y está
enojado con todo lo que es contrario a su carácter perfecto.
Él, por lo tanto, “destruirá” (Sal. 5:6) a los pecadores en el
día del juicio.

Todo predicador debe declarar la ira de Dios o hará menos


su santidad, amor, y rectitud. Debido a que Dios es santo,
está separado de todo pecado y está en completa oposición a
todo pecador. Debido a que Dios es amor, se deleita en la
pureza y debe, por necesidad, odiar todo lo que no es santo.
Debido a que Dios es justo, debe castigar el pecado que viola
su santidad.

Segundo, el ministerio de los profetas lo exige. Los profetas


de la antigüedad frecuentemente proclamaban que sus
oyentes, debido a su iniquidad continua, estaban
almacenando para sí la ira de Dios (Jer. 4:4). En el Antiguo
Testamento se usan más de veinte palabras para describir la
ira de Dios, y esas palabras se usan en sus diversas formas
un total de 580 veces. Una y otra vez los profetas hablaron
con imágenes vívidas para describir la ira de Dios desatada
sobre la iniquidad. El último de los profetas, Juan el
Bautista, habló de “la ira venidera” (Mt. 3:7). Desde Moisés
hasta el precursor de Cristo ha habido una continua
advertencia a los impenitentes de la furia divina que se
acerca.

Tercero, la predicación de Cristo lo exige. Irónicamente,


Jesús habló más de la ira divina que cualquier otra persona
en la Biblia. Nuestro Señor habló más sobre la ira de Dios de
lo que habló del amor de Dios. Jesús advirtió acerca del
“infierno de fuego” (Mt. 5:22) y la “destrucción” eterna (Mt.
7:13) donde hay “llanto y crujir de dientes” (Mt. 8:12). En
pocas palabras, Jesús predicó del fuego infernal y la
condenación. Los hombres detrás de los púlpitos harían bien
en seguir el ejemplo de Cristo en su predicación.

En cuarto lugar, la gloria de la cruz lo exige. Cristo sufrió la


ira de Dios por todos los que le invocarían. Si no hay ira
divina, no hay necesidad de la cruz, ni mucho menos de la
salvación de almas perdidas. ¿De qué se salvan los
pecadores? Solo cuando reconocemos la realidad de la ira de
Dios contra aquellos que merecen juicio encontramos que la
cruz es una noticia sumamente gloriosa. Demasiados
predicadores hoy se jactan de tener un ministerio centrado en
la cruz, pero rara vez (si es que alguna vez) predican la ira
divina. Esto es una violación de la cruz misma.

Cuando reconocemos la realidad de la


ira de Dios contra aquellos que
merecen juicio encontramos que la
cruz es una noticia sumamente
gloriosa.
Quinto, la enseñanza de los apóstoles lo exige. Aquellos
directamente comisionados por Cristo recibieron el mandato
de proclamar todo lo que Él mandó (Mt. 28:20). Esto
requiere proclamar la justa indignación de Dios hacia los
pecadores. El apóstol Pablo advierte a los incrédulos del
“Dios que expresa su ira” (Ro. 3:5) y declara que solo Jesús
puede “librarnos de la ira venidera” (1 Ts. 1:10). Pedro
escribe sobre “el día del juicio y de la destrucción de los
impíos” (2 Pe. 3:7). Judas se refiere al “castigo del fuego
eterno” (Jud. 1:7). Juan describe “la ira del Cordero” (Ap.
6:16). Claramente, los escritores del Nuevo Testamento
reconocieron la necesidad de predicar la ira de Dios.

Los predicadores no deben dejar de proclamar la ira justa de


Dios hacia los pecadores merecedores del infierno. Dios ha
fijado un día en el que juzgará al mundo con justicia (He.
17:31). Ese día se avecina al horizonte. Al igual que los
profetas y los apóstoles, e incluso Cristo mismo, nosotros
también debemos advertir a los incrédulos de este terrible día
venidero, y obligarlos a huir a Cristo, el único que es
poderoso para salvar.

La predicación y la
división de la cruz
9 ENERO, 2018 | STEVEN LAWSON

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El juicio final se acerca

¿Debemos predicar la ira de Dios?

Las doctrinas de la Gracia


¿Necesitamos más predicación?

Nota del editor:


Este es un fragmento adaptado de La predicación que Dios bendice.
Steven Lawson. Poiema Publicaciones.
Pablo dijo: “La palabra de la cruz es necedad para los que se
pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios.”
(1Co. 1:18). Con ello Pablo quiso decir que la cruz divide a
toda la humanidad en solo dos grupos. Para el incrédulo, la
cruz es locura. Pero para el creyente, es el poder de Dios. La
cruz separa a la gente del mundo en esas dos categorías, y
esta verdad debe ser considerada por todo predicador.
Locura para el mundo
Pablo dijo que el evangelio es “locura” para los no salvos.
Esta palabra (moros en griego) se refiere a alguien sin la
capacidad intelectual para procesar información y sacar
conclusiones correctas. Pablo asevera que, para la mente no
convertida, la verdad respecto a un Salvador crucificado es
tonta. Tal mente considera que la proclamación de la muerte
de Cristo es estúpida e incluso una demencia insana.

Respecto a esta locura, Pablo escribió: “El hombre natural no


acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son
necedad; y no las puede entender, porque se disciernen
espiritualmente” (1Co. 2:14). Es decir, la predicación de la
cruz sigue siendo una insensatez para el hombre natural,
quien solo ha experimentado un nacimiento natural, no uno
espiritual.

La predicación de la cruz siempre es locura para el mundo


no salvado. No obstante, muchos predicadores
contemporáneos no quieren que el mensaje suene absurdo
para los no convertidos. Con el deseo de ser aceptados, se
vuelven a las “palabras elocuentes” a fin de ganar
popularidad. Adoptan la sabiduría del mundo para reunir
oyentes. Desafortunadamente, ellos no pueden aceptar que la
cruz es una completa locura para el mundo.

Aquellos cuyos ojos han sido abiertos


por gracia ven la cruz de un modo
completamente distinto.
Por el contrario, “para nosotros los salvos [la cruz] es poder
de Dios” (1Co. 1:18). Aquellos cuyos ojos han sido abiertos
por gracia ven la cruz de un modo completamente distinto.
Al no estar ya en tinieblas, ven la cruz como lo que
realmente es: el medio de salvación de la ira divina.
Piedra de tropiezo para los judíos
Pablo dijo: “nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra
de tropiezo para los judíos” (1Co. 1:23). Los judíos
religiosos de los días de Jesús querían un libertador poderoso
que los librara de la opresión de las naciones extranjeras.
Ellos ansiaban a uno que los rescatara de la tiranía del
Imperio Romano. No les interesaba un Mesías crucifcado.

Para los judíos, el mensaje de un Mesías muerto era el mayor


de los escándalos. En los tiempos romanos, la crucifixión era
un castigo reservado para los peores criminales. Tan temible
era la muerte por crucifixión que ningún ciudadano romano
podía ser clavado en una cruz. Una muerte tan horrible
estaba reservada para los enemigos reconocidos del Imperio:
terroristas, asesinos y anarquistas.

Cuando los judíos se enteraron de que su tan esperado


Mesías había muerto en una cruz, para ellos eso fue una
piedra de tropiezo, literalmente un escándalo. Era un frío
mensaje de derrota, no de victoria, que los hizo caer más
profundamente en la incredulidad.

No obstante, Pablo no alteró su mensaje de la cruz. El


rechazo de Israel contra Cristo no lo llevó a adoptar un
enfoque diferente en la predicación. Aunque Cristo, y Él
crucificado, era un tropezadero para los judíos, con todo,
Pablo lo predicó fiel y poderosamente.

No existe predicación del evangelio aparte de la predicación


de Cristo crucificado. La proclamación de la cruz siempre
será un tropezadero para los que son religiosos pero están
perdidos. Para ellos, la cruz es locura.
Es por eso que debemos preguntarnos, ¿estamos siendo
fieles al proclamar la verdad del evangelio aunque ella sea
tan controversial?

¿Necesitamos más
predicación?
10 OCTUBRE, 2017 | STEVEN LAWSON

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El juicio final se acerca


¿Debemos predicar la ira de Dios?

La predicación y la división de la cruz

Las doctrinas de la Gracia

Fragmento adaptado de La predicación que Dios bendice, de Steven Lawson. Poiema


Publicaciones.

En el mundo de hoy no hay escasez de predicación. El vasto


número de iglesias alrededor del planeta es prueba de esto.
En muchos lugares hay un templo en cada esquina, y en cada
iglesia hay un púlpito, y en cada púlpito hay predicación.
Pero lo cierto es que no toda predicación es igual. Está la
predicación que Dios bendice, y está la que Dios abandona.
Está la predicación que goza del favor del cielo, y está la que
es un mero ejercicio de retórica vacía. Entre ambos tipos hay
una diferencia abismal.

Lo que debemos recuperar a toda costa en nuestro tiempo no


es solo más predicación. Más bien, lo que necesitamos con
urgencia es más predicación de cierto tipo. El problema de
hoy no es la carencia de predicación. No, la cuestión radica
en la absoluta pobreza de gran parte de lo que hoy se
considera predicación.

El púlpito carece terriblemente de algo. Esta carencia en la


predicación no es otra cosa que una hambruna actual por oír
las palabras del Señor. Vivimos en un tiempo en donde la
proclamación del Cristo crucificado, dotada de poder por el
Espíritu, escasea. No hay nubes a la vista ni se pronostican
lluvias. Por desgracia, en la Biblia del púlpito promedio hay
tanto polvo como para escribir Icabod (sin gloria, ver 1S
4:22) sobre ella.

La más diabólica estrategia


Donald Barnhouse, pastor de la Décima Iglesia Presbiteriana
de Filadelfia, Pennsylvania, años atrás predicó un mensaje
que se transmitió por la emisora radial CBS. En esta charla
que llegó a todo el país, el notable maestro de Biblia
especuló acerca de cuál sería la más diabólica estrategia que
Satanás podría tramar contra la iglesia en los años siguientes.
Para el asombro de muchos oyentes, Barnhouse imaginó que
todos los bares de Filadelfia serían cerrados. Ya no habría
prostitutas en las calles. Ya no habría pornografía disponible.
Las calles estarían limpias, y todos los barrios de la ciudad
estarían llenos de ciudadanos sujetos a la ley. Se acabarían
las groserías y los insultos. Los niños dirían respetuosamente
“sí, señor” y “no, señora”. Cada iglesia de la ciudad estaría
llena de gente. No habría ningún asiento disponible en las
iglesias para otro ciudadano. “¿Qué podría tener eso de
malo?”, podemos preguntar. Barnhouse dio entonces el
golpe definitivo. El peligro más diabólico, dijo él, sería que
en cada uno de estos templos jamás se predicara a Jesucristo.

En estos púlpitos, habría mucha plática religiosa, pero nada


se diría acerca de la suprema autoridad y la obra salvadora
de Cristo sobre la cruz. Se haría mención de la moralidad,
pero no de Cristo. Habría expresiones de preocupación
cultural y comentarios políticos, pero nada de Cristo. Habría
pensamiento positivo e historias inspiradoras, pero nada de
Cristo. Estarían los adornos externos del cristianismo, pero
no habría ninguna realidad interna de Cristo.

El complot más diabólico de Satanás sería que las iglesias


estuvieran atestadas de gente, pero no hubiera proclamación
de Cristo, y de Él crucificado. Con este silencio mortal, las
personas nunca aprenderían de Cristo. En consecuencia,
nunca podrían conocerlo ni seguirlo.

Lo que Barnhouse temía se ha vuelto en gran medida una


realidad en nuestros días. En innumerables iglesias en
Estados Unidos y en el mundo hay mucha predicación. Pero
la verdad es que hay poca proclamación de Cristo. Hay
mucha retórica vacía, pero poca realidad del Salvador
sufriente. Estas iglesias predican de todo, excepto del propio
Cristo. Trágicamente, demasiadas iglesias y púlpitos lo
tienen todo, excepto lo principal.

El juicio final se
acerca
6 AGOSTO, 2018 | STEVEN LAWSON

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¿Debemos predicar la ira de Dios?


La predicación y la división de la cruz

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¿Necesitamos más predicación?


¿Qué les sucede a aquellos que mueren negando la verdad de
Dios en sus vidas? ¿Qué significará para ellos haber
rechazado la verdad? La mayoría de la gente de hoy no
quiere pensar en el juicio final. Para aquellos que son
jóvenes, la muerte y la eternidad parecen estar muy lejos. Sin
embargo, si pensáramos seriamente en la eternidad, el cielo,
y el infierno, cambiaría la forma en que vivimos hoy y, para
muchos, cambiará el lugar donde pasarán la eternidad. El
teólogo y autor R. C. Sproul dijo: “El hombre moderno
apuesta su destino eterno en que no hay un juicio final”. Esta
es una apuesta trágicamente fatal. La santidad y la justicia de
Dios exigen que se ejecute la justicia perfecta en el día final.
Al final de la historia humana, Dios juzgará al mundo, y su
propósito eterno en la historia redentora se cumplirá.

Asomándose en el horizonte de la eternidad viene un terrible


y último día de juicio. Este mundo gira en el espacio en un
curso de colisión contra este último día conocido como “el
juicio del gran trono blanco”. Esta hora culminante de
reconocer a Dios se describe en numerosos lugares a lo largo
de la Escritura. El libro de Romanos lo identifica como “el
día de la ira” (Ro. 2:5). Judas lo llama “el juicio del gran
día” (Jud. 6). El apóstol Pablo dice que Dios “ha establecido
un día en el cual juzgará al mundo en justicia” (Hch. 17:31).
Este día se acerca rápidamente, un día de juicio final en el
cual Dios estará en la corte, y todo el mundo será juzgado
delante de Él. En este juicio, Dios abrirá los libros y
presentará su caso. Cada pecador perdido será juzgado, y
Dios anunciará su justo veredicto y condenará a cada
incrédulo al infierno.
Cada pecador perdido será convocado
a tomar su posición ante el tribunal
del juicio divino, donde cada
incrédulo tendrá su día en la corte
ante el Señor Jesucristo.
Esta escena final de la corte se describe con detalles
dramáticos en Apocalipsis 20:11-15. Esta es la corte más alta
en el cielo y en la tierra. Es la corte suprema del universo, y
no hay un tribunal superior de apelación. Cada pecador
perdido será convocado individualmente a tomar su posición
ante el tribunal del juicio divino, donde cada incrédulo
tendrá su día en la corte ante el Señor Jesucristo. La
evidencia se presentará, y será un caso irrefutable presentado
por Dios mismo. No se ofrecerán refutaciones, no se hará
ninguna defensa, ni se extenderá ninguna simpatía. No habrá
gracia, ni algún defensor del pecador, ni injusticia. No habrá
apelación exitosa por parte de los culpables, y no habrá
libertad condicional de la prisión como escape. Solo habrá
un juicio perfecto.

¿Qué debería decirnos esta escena del último día, a quienes


somos creyentes en Jesucristo? ¿Qué debería exigir este
juicio final de los creyentes? Hay dos puntos principales de
aplicación que debemos poner en acción. Ambos son
críticamente importantes mientras vivimos en respuesta a
esta verdad.
Primero, debemos humillarnos ante esta verdad. A no ser
por la gracia de Dios, sufriríamos el mismo tormento. A no
ser por la gracia de Dios, seríamos juzgados y condenados.
Allí, sin la gracia de Dios, seríamos condenados para
siempre. La única diferencia entre nosotros y aquellos que
serán condenados en el juicio del gran trono blanco es el
amor incondicional y el favor inmerecido del Señor
Jesucristo. Todos los que creemos en Jesucristo merecemos
ser condenados en este juicio del gran trono blanco. Del
mismo modo, deberíamos ser arrojados al lago de fuego,
porque todos hemos pecado y estamos privados de la gloria
de Dios. Sin embargo, Dios tomó nuestros muchos pecados y
los colocó detrás de su espalda. Jesús ha quitado nuestras
iniquidades como el este está lejos del oeste. Cristo ha
lavado nuestros pecados, nos ha imputado su perfecta
justicia, y nos ha cubierto con su sangre, para que nuestros
pecados nunca sean tenidos en cuenta ante Dios.

A la luz de este último día, no hay


lugar para la jactancia por parte de
nadie.
Debemos, por lo tanto, caminar humildemente ante nuestro
Dios. A la luz de este último día, no hay lugar para la
jactancia por parte de nadie. Qué humildad debería
caracterizar a cada uno que confía su vida a Jesucristo. No
tenemos ningún mérito nuestro, sino el mérito de Aquel que
vivió en perfecta obediencia a la ley, y que murió por
quienes han violado esta ley.
Cuán humildemente debemos caminar delante de nuestro
Dios. Qué acción de gracias deberíamos ofrecerle al Señor.
No hay condenación para aquellos que están en Cristo Jesús,
y nada nos separará jamás del amor de Dios (Ro. 8). Esto
debería hacernos atesorar nuestra salvación eterna en Cristo.
Considera el gran pecado que te ha sido perdonado, y
considera el gran sacrificio que se ha ofrecido para quitar tu
pecado. Cada uno de nosotros debe caminar humildemente
ante nuestro Dios.

Segundo, debemos dar testimonio de esta verdad. La


retribución de la verdad en el juicio final debería
impulsarnos a la evangelización. Hay personas a nuestro
alrededor que aún no han venido a Cristo, que están fuera del
Reino de Dios y, por lo tanto, bajo su ira. La experiencia del
amor redentor de Dios está restringida exclusivamente para
aquellos que están dentro del Señor Jesucristo. Los que están
fuera de Cristo están en un lugar de miedo. Nos incumbe a
todos y cada uno de nosotros ir al mundo y suplicar a los
inconversos que vengan a la salvación que ya ha sido
preparada por Cristo.

Qué responsabilidad tenemos de ir con nuestras familias,


amigos, compañeros de clase, y colegas con un sentido de
urgencia para compartir el amor de Dios en la cruz del Señor
Jesucristo. ¿Cómo escaparán si descuidan una salvación tan
grande? Cuán compulsivo es para nosotros ir a todo el
mundo y predicar el arrepentimiento ante Dios y la fe en
Jesucristo. Debemos ser usados por Dios para alcanzar a los
demás, para que puedan abrazar la realidad de la verdad en la
palabra de la cruz, en lugar de tener que enfrentar un día la
retribución final de la verdad en el juicio final.

La Reforma del Púlpito: Necesidad Más


Urgente de la Hora
“La necesidad más urgente hoy en la Iglesia cristiana es la verdadera predicación, y como tal es la
más grande y más urgente necesidad en la Iglesia, es la necesidad más grande del mundo
también.” [1] D. MARTYN LLOYD-JONES
Martín Lutero, el reformador alemán sonante del siglo XVI, se le preguntó una vez al final de su
vida que mirara hacia atrás a su ministerio que alteró la historia y explicara la
Reforma. ¿Cómo podría explicar el efecto que alteró la historia de este movimiento
religioso? ¿Cómo podía explicar al Imperio Romano estando al borde del desastre? La respuesta de
Lutero dio es reveladora. La simple explicación que ofreció fue un testimonio del poder de las
Escrituras.
El reformador dijo: “Yo simplemente enseñé, prediqué, y escribí la palabra de Dios, y enormemente
debilitó al papado que ningún príncipe o emperador jamás infligieron tales pérdidas sobre ello. Yo
no hice nada, la Palabra hizo todo”[2]
Lutero estaba en lo correcto. Él, personalmente, no hizo nada de efecto duradero. Por el contrario,
la reforma sólo puede explicarse por el ministerio de la Palabra de Dios. ¿Qué alteró el curso de la
historia humana? Fue la Palabra traducida, enseñad y predicada- la que desató los acontecimientos
de la Reforma. No hay poder espiritual en este mundo que pueda competir con la dinámica
sobrenatural de un hombre que expone fielmente la Palabra de Dios. Nada se puede comparar con
el impacto poderoso de la Biblia.
Si vamos a ver otra reforma en nuestros días, debe ser la reforma del púlpito moderno. Debe haber
un retorno a la predicación expositiva. Como resultado de ello, la importancia singular de la
predicación bíblica no puede ser exagerada. En la medida en que el púlpito siga, así irá la iglesia.
Con tal importancia asignada a la predicación bíblica, consideremos algunas de las principales
características del púlpito reformado.

LA PRIORIDAD DEL PULPITO


En un momento de reforma, la más alta prioridad para cualquier pastor o iglesia, una vez más se
convierte en el púlpito. Todos los demás aspectos del pastorado juegan una función de apoyo a lo
que es primario, es decir, la predicación de la Palabra. Pablo escribió a Timoteo: "Entre tanto que
voy, ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza" (1 Tim. 4:13). Es decir,
Timoteo, en primer lugar, debe dar más estricta atención a la predicación de Pablo hasta que pudiera
llegar allí. Si Timoteo hacía algo, sobre todo debía dedicarse a predicar como un asunto de
importancia más estricto. Por lo que el púlpito debe ser nuestro objetivo principal.
Esta prioridad fundamental de la predicación se vio claramente en el ministerio público de
Jesucristo. Mientras lanzaba Su obra, “Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios, y
diciendo: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el
Evangelio” (Marcos 1:14 b- 15). La Predicación ocupó Sus últimos días en la tierra. Cuando Jesús
envió a sus discípulos, les encargó a proclamar el perdón de los pecados (Lc 24:47). En el día de
Pentecostés, Pedro se puso a predicar no a actuar un drama, ni a compartir tópicos agradables, sino
a predicar la Palabra. La historia de la iglesia primitiva es una crónica de predicación (Hechos 4:2;
5:28, 42; 6:3, 5, 10; 8:35; 11:20; 17:18). Las últimas palabras del apóstol Pablo a Timoteo le
encargó “predicar la Palabra” (2 Tim. 4:2). Esta es la prioridad del púlpito.

EL PATRON DEL PULPITO


Si la predicación bíblica es tan desesperadamente importante, ¿cómo deberíamos entonces predicar?
¿Cuál debería ser el patrón en la predicación? ¿Cuáles son los componentes esenciales de la
verdadera exposición? No se nos ha dejado adivinar o suponer. En una reforma, hay un
cierto tipo de predicación que se produce.
En 1 Timoteo 4:13, Pablo expresa tres aspectos de la predicación expositiva, “la lectura de las
Escrituras, la exhortación y la enseñanza.” Aquí, Pablo da a Timoteo y a todos los que predican a
través de los siglos, las tres partes no negociables de la predicación que cumplen con la aprobación
de Dios. Estos tres componentes –la lectura, exhortación y la enseñanza –son los pilares sólidos
sobre los que descansa toda la predicación bíblica. Excluya cualquiera de estos tres y lo que
resulte no es predicación bíblica.
En primer lugar, leer la Palabra. Es decir, el predicador debe leer públicamente la Palabra misma.
Al leer el texto en el comienzo de la predicación y al entregarlo, el predicador se está colocando
bajo la autoridad de las Escrituras. Las palabras de Dios son las mismas palabras. Además, la
lectura del texto señala que este mensaje fluye exclusivamente a partir de su pasaje. El no tiene nada
que decir, aparte de este pasaje. Además, debería leer otras referencias relacionadas, que apoyen y
expliquen este texto. Su mensaje debe estar saturado de las Escrituras, que él debe ser como Charles
Spurgeon describió a John Bunyan, “una Biblia andante”.
En segundo lugar, explicar la Palabra. Después de leer el texto, el predicador debe dar su verdadera
interpretación. John MacArthur señala: “El significado del texto es el texto”. Esto implica dar
atención a los idiomas originales, el contexto histórico, la intención del autor, antecedentes
culturales, geografía, gramática, sintaxis del estilo literario, figuras del lenguaje, la teología
sistemática, teología bíblica, la revelación progresiva, y mucho más. Incorporando todo esto, el
expositor deberá presentar el significado del pasaje que Dios pretendió para la comprensión clara de
su congregación.
En tercer lugar, aplicar la Palabra. Una vez explicado el texto, el predicador debe aplicar el pasaje
a la vida de sus oyentes. Esto es “exhortación” o “lo que viene junto” por el predicador con su
congregación, haciendo la aplicación pertinente del texto. ¿Cómo deben ser vividas estas verdades?
¿Qué demanda de nosotros? Una vez explicado el pasaje y mostrada su relevancia, el expositor
persuasivamente debe llamar a un veredicto a los corazones de los oyentes. Toda esta “exhortación”
implica motivación, afirmación, inspiración, consuelo, confrontación, corrección, y más si se trata
de una predicación que cambia las vidas.

LOS DOLORES DEL PULPITO


Es más, Pablo escribió a Timoteo, “Sé diligente en estos asuntos; entrégate de lleno a ellos, de
modo que todos puedan ver que estás progresando.” (4:15). En otras palabras, la predicación bíblica
es muy demandante y un trabajo que desgarra el alma. Un hombre debe ser absorbido,
incluso consumido, con esta sagrada tarea. Los rigores de la exposición drenan a todo el hombre
mentalmente, físicamente, emocionalmente y espiritualmente. La agonía del predicador y el
consumo de todo corazón en esta tarea es la norma para un ministerio de exposición, no la
excepción.
De esta fuerte demanda, el famoso predicador presbiteriano Thielemann Bruce escribió: “El púlpito
llama a los designados a ello al igual que el mar llama a su navegante, y al igual que el mar, se azota
y magulla, y no descansa… predicar, predicar de verdad, es morir desnudo un poco a la vez, y saber
que cada vez que lo hagas hay que hacerlo de nuevo”[3]

LA PREOCUPACION DEL PULPITO


Por otra parte, todo predicador debe con frecuencia y escrupulosamente inspeccionar su vida
personal, así como su enseñanza, si su ministerio ha de ser bendecido por Dios. Por consiguiente,
Pablo instruyó a Timoteo, “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza; persevera en estas cosas,
porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan.”
(4:16). La predicación bíblica debe provenir de una vida santa que modele el mensaje. El
predicador debe ser ferviente por la gloria de Dios, celoso de la verdad de Dios, y arder en llamas
por las almas de los hombres.
En una palabra, el expositor debe ser apasionado. “Nada”, dijo Richard Baxter, “es más indecente
que un predicador muerto hablando a pecadores muertos la verdad viviente del Dios
viviente.”[4] “La predicación desapasionada es una mentira,” RC Sproul argumenta, porque “niega
el contenido mismo que transmite.” [5]Pero cuando la verdad es fervientemente predicada por aquel
que es absorbido completamente en la Palabra de Dios, el ministerio será maravillosamente
bendecido por Dios, lo que garantiza la salvación de aquellos que se sientan bajo su exposición.
Un predicador desanimado le preguntó una vez a Spurgeon lo que debía hacer con el fin de atraer a
una multitud como los que venían a escuchar al predicador principal. “Simplemente empápese en
gasolina, encienda un cerillo, y póngase en llamas", respondió Spurgeon. “Entonces la gente va a
venir a verlo arder.” El punto era claro. El predicador debe ser encendido con una pasión santa por
Dios y ser consumido en alcanzar a las almas si los demás han de ser atraídos hacia Cristo.

LA NECESIDAD DE LA HORA
Si una reforma ha de venir a la iglesia, ésta será precedida por una reforma del púlpito. Un retorno a
la predicación –verdadera predicación, predicación bíblica, predicación expositiva– ¡es la mayor
necesidad en esta hora critica!. Si vamos a ver anunciar a Dios en un tiempo de reforma, debe haber
una alteración significativa del púlpito. La predicación de hoy, la cual es ligera, superficial, trivial,
centrada en el hombre– y carente de la Escritura, debe ser una vez más pesada, profunda, centrada
en Dios, y ser saturada con las Escrituras.
Que Dios levante tales anunciadores de Su verdad divina que prediquen con una creciente confianza
en el poder de Su Palabra. Que Cristo de a Su iglesia una vez más un ejército de expositores
bíblicos que proclamen las Escrituras con valentía en el poder del Espíritu Santo. Mi hermano,
que tú seas tal hombre.

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