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Integral
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1. Introducción
Nos proponemos revisitar, con una mirada crítica, los períodos más
importantes de la historia que hemos estudiado en la escuela y la
formación docente. Veremos que la historia hegemónica ha
realizado un recorte, una selección de acontecimientos y hechos y,
de alguna manera, impuso una perspectiva de la historia europea
como un relato universal y unívoco, que rechazó y silenció la historia
de nuestro continente. En la próxima clase veremos cómo la crítica
a la colonialidad del saber puso en discusión este discurso
totalizador.
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sentido de esa idea es preciso revisar el relato histórico que hemos
asumido como verdad casi incuestionable. Esta mirada también nos
permitirá encontrar las bases sobre las que ha sido construido el
sistema de dominación que llamamos patriarcado, que, como han
demostrado las historiadoras feministas, tuvo un origen y por lo
tanto puede tener un final (Lerner, 1990).
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2. Los roles de género y la construcción sexogenérica a
lo largo de la historia
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ANE (antes de nuestra era) es una denominación alternativa a a. C. Hace
referencia a una manera de señalar el tiempo histórico sin la impronta del
cristianismo que implica la denominación a. C. (antes de Cristo).
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hacer visibles las violencias que se ejercen de forma indirecta, que
no son físicas (aunque impactan en los cuerpos de diferentes
maneras) y que solemos tener naturalizadas, de tal manera que
muchas veces asumimos con “errores” propios, o de nuestra
“naturaleza”, omitiendo el enorme ejercicio de poder que implican
estas violencias. Ejemplos de esta violencia se pueden observar en
publicidades en medios de comunicación que refuerzan
estereotipos de belleza o de género, bromas racistas, sexistas o
contra las diversidades sexuales, pero también todo tipo de
comunicación social que reproduzca mitos, prejuicios, dominación,
desigualdad y discriminación en las relaciones sociales,
naturalizando la subordinación histórica de la mujer en la sociedad.
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Las distintas formas de violencia simbólica se encarnan en nuestras
subjetividades, en el “sentido común”, puebla aquellos lugares de
encuentro social en los que menos esperamos un maltrato: los
chistes, los dichos, las tradiciones. Es tarea fundamental de una
mirada desde la ESI proponer nuevas formas de elaborar esos
espacios sociales.
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orden, la supervivencia y reproducción de lo creado. Esta metáfora
demuestra la importancia del control de la fertilidad femenina en las
sociedades agrarias.
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Se trataba de un espacio donde no abundaba la tierra como recurso
ni sus productos, y tampoco la población. El delicado equilibrio
entre recursos y población hizo también que los controles y las
normativas en torno a la sexualidad y la reproducción fueran tareas
fundamentales del Estado para asegurar el “equilibrio social”. Para
pensar en esos controles no debemos perder de vista las diferentes
maneras en que se llevan a cabo, como lo explicaba Foucault, de
formas sutiles, microfísicas, por medio de diversos dispositivos
como la literatura, los mitos y otros elementos que operan el marco
de lo simbólico con una fuerza que atraviesa las culturas y los
tiempos. En este caso, la mitología griega que ha llegado hasta
nuestros días comprende un conjunto de relatos que nos permiten
reflexionar sobre la función de control, ejemplificadora y
pedagógica que cumplen los mitos. Uno de los conocidos mitos
griegos muestra a Zeus como un dios creador, de cuya frente “nace”
una de sus hijas predilectas, Atenea, portando los símbolos de la
guerra y el estoicismo. Obras como Los trabajos y los días de
Hesíodo relatan mitos como el de Pandora, la protagonista mujer,
creada como castigo para la raza humana. Sus atributos femeninos
se describen de forma odiosa y se señala su curiosidad como su
perdición, o mejor dicho, la perdición de los hombres. Esa
curiosidad (que luego es resaltada como defecto femenino) es lo
que la lleva a desobedecer y abrir la caja con los males del mundo.
Este mito será retomado en la versión cristiana, con Eva como
protagonista y culpable, mujeres desobedientes y que ocasionan la
pérdida de mundos perfectos…
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el silencio femenino, empleado como castigo, intentando imponer
una actitud sumisa. Aquí el relato:
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La lectura y análisis del texto permiten comprender que la libre
disposición del cuerpo femenino por parte del varón era un hecho
que parecía irremediable. Para el mundo romano, el peligro de la
expresión femenina radicaba en que si las mujeres usaban la
palabra con demasiada frecuencia podían convertirla en un mero
mecanismo de transmitir banalidades y chismes. Dice Eva Cantarella
(1997) sobre el mito de Tácita: “la historia de una mujer ligera,
incauta, irreflexiva, que había hecho mal uso de una cualidad de la
que, usada del modo correcto, los romanos se sentían muy
orgullosos: la palabra. (…)”. Además esto no había ocurrido
casualmente. Lara (Tácita) usó la palabra a destiempo, de modo
inoportuno, “porque era una mujer”. Pero también podemos pensar
que hacía uso de la palabra para alertar a otra mujer de la situación
a la que era sometida (Cantarella, 1997, pp. 20-21). No tenemos
muchos mitos que resalten la solidaridad entre mujeres, más bien
se nos suele presentar en competencia con otras pares, con quienes
se “disputa” un varón para cumplir el destino manifiesto con el que
se nos educa. Quizá una de las propuestas más disruptivas de los
feminismos tenga que ver con encontrar en cada mujer una igual,
una compañera y no una competencia.
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Este ejemplo es interesante porque se sitúa en la sociedad romana,
en la cual los oradores públicos más contundentes (siempre
varones) hacían sus gracias en el espacio político y donde todos los
usos legítimos de la palabra se les atribuyen a ellos, adultos y
ciudadanos de Roma. En contrapartida emerge la figura de la
matrona, portadora del recato, el silencio y la pasividad femenina.
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no se refiere a “todos los seres humanos”, puesto que una de las
explicaciones que ofrece para la existencia de las mujeres se limita a
definirlas como una monstruosidad. Recordemos la idea que
desarrollamos en la clase anterior en torno a los cuerpos de las
mujeres, la supuesta falta de calor vital que hacía que los genitales
no descendieran ni salieran del cuerpo, y la definición de las
mujeres como un varón imperfecto e incompleto. La filósofa
argentina María Luisa Femenías afirma en Ética Nicomáquea (siglo IV
ANE), que Aristóteles define a la relación entre marido y esposa:
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La mujer es solo ciudadana en sentido amplio y no propio, su
participación isomórfica en la esfera política le está vedada. Solo
puede ser gobernada, nunca gobernar salvo a los que son inferiores
a ella: los esclavos domésticos y los niños pequeños. Estas funciones,
sin embargo, la obligan a apartarse del ámbito público y recluirse en
el ámbito privado. (Femenías, 1996, p. 44)
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sociedad. En Roma, por ejemplo, el aborto no estaba penado si era
el varón quien decidía sobre él. En cambio, si la mujer romana
tomaba esa decisión, sin el consentimiento de su marido, era
considerado un crimen y debía ser castigado. Las fuentes del
momento lo describen como “un atentado sobre la propiedad de
ese varón” (Cantarella, 1996). Insistimos en la importancia de
reflexionar sobre lo impregnado que está este pensamiento en
nuestras matrices, pues muchos de estos argumentos fueron claves
en el debate sobre la interrupción legal del embarazo en nuestro
país durante 2018. Las fuentes judiciales a las que se refiere el texto
mencionan también ciertas “tradiciones”:
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de unión sexual, relacionada, ante todo, con el placer y no con la
reproducción. Como los varones eran las creaciones más cercanas a
la virtud, la unión entre ellos era la más perfecta. Solo en sus
últimos años, Platón matizó un poco su mirada sobre el asunto,
pues el contexto social de guerra en el que vivían los atenienses
preocupaba y era necesario garantizar la reproducción social de la
polis. En sus escritos más políticos, como Las Leyes, promueve el
casamiento heterosexual, como una obligación civil para cada
ciudadano ateniense, descripta como una
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adulto ocupaba un rol dominante, casi “pedagógico” del efebo. Si se
invertían esos roles, quedaban expuestos a la burla pública y la
deshonra. La homosexualidad entre mujeres no merecía para los
legisladores ni mención. Solo sabemos de su secreta existencia en la
voz de una poeta de la época llamada Safo, quien en el siglo VI
escribió alabanzas al amor entre mujeres.
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¿Qué elementos operaron para transformarlo de “unión entre
iguales cercana a la perfección” a la patologización que la psiquiatría
sostuvo hasta la década de los 90?
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Nos queda como tarea indagar en el impacto que estas religiones
tienen sobre la comprensión de la sexualidad y las relaciones
sexogenéricas.
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El cristianismo tuvo sus orígenes entre sectores pobres y excluidos;
este primer momento es denominado como cristianismo primitivo.
Su carácter horizontal y “popular” le fue abriendo caminos, sobre
todo entre las mujeres que se sumaron a su práctica, transformaron
sus hogares en iglesias domésticas, pactaron al interior de sus
matrimonios “celibatos” y se dedicaron de manera profusa a su
expansión. San Pablo, uno de los “padres fundadores” de esta
religión, tuvo entre ellas sus más firmes aliadas. Debemos agregar
aquí que la postura de este padre de la Iglesia respecto de la
participación de las mujeres fue transformándose hasta condenar
expresamente su acción.
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Eva y Adán, Tiziano, hacia 1550. La pintura muestra a Adán intentando impedir
que Eva tome la manzana que le ofrece un niño con cuernos demoníacos y cola
de serpiente, desde la copa de un árbol.
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Esta idea del pecado que se instala en torno al sexo influye
fuertemente en la construcción de la subjetividad femenina. Cabe
recordar que gran parte del relato religioso incluye a alguna mujer
pecadora o culpable de la desobediencia y la expulsión del paraíso.
La asociación de las “buenas” mujeres a María, la madre de Dios,
que además era virgen, y de las “malas” a Eva, la “pecadora” se
inscribe como modelos a imitar y evitar; esto trasciende, incluso, la
práctica de determinada religión.
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Si bien es cierto que tanto los varones como las mujeres se
esforzaban por consolidar su honor y preservar su buena fama, lo
hacían por los medios prescriptos específicamente para cada
género. La masculinidad funcionaba de por sí como un símbolo del
honor. El honor masculino se caracterizaba por la virilidad, el valor,
la autoridad sobre la familia, la voluntad de defender la propia
reputación y la negativa a someterse a las humillaciones. Un varón
ganaba en honor al desafiar con éxito el honor de otro varón o
vengando cualquier merma del honor propio. Una mujer, en cambio,
demostraba su honorabilidad mediante el pudor demostrado en su
conducta, con lo que significaba que entendía perfectamente su
vulnerabilidad sexual, y evitando cualquier apariencia de
indiscreción. La feminidad funcionaba como un símbolo cultural del
pudor, y el himen, la barrera impenetrable de la sexualidad física
femenina, tipificaba la exclusividad sexual propia de las mujeres. El
valor cultural del pudor imponía unos rasgos propios a la
personalidad femenina como que tenía que ser discreta, recatada,
retraída y tímida, pues tales eran las cualidades que se juzgaban
necesarias para proteger la sexualidad femenina. En esta división
por sexos del esfuerzo moral, el honor se consideraba un aspecto de
la naturaleza masculina, expresado en un deseo natural de
excelencia y en una sexualidad agresiva. El pudor como cualidad
definitoria de la feminidad, se caracterizaba por la pasividad, la
subordinación y el retiro al espacio doméstico. (Jotorjensen, 1996, p.
134)
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5. Edad Media, transición al capitalismo y caza de
brujas
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Federici examina quiénes eran las mujeres perseguidas y qué roles
tenían en sus comunidades y aldeas. Encuentra la explicación en el
contexto social: un paso fundamental en el origen del capitalismo
fueron los cercamientos de tierras, aquellos sectores de propiedad
comunal que la nobleza empieza a apropiarse, acorralando así al
campesinado europeo. Estas mujeres eran parte de las revueltas
campesinas que se oponen a estos cercamientos, se organizaron,
participaron activamente, se reunieron con otras, habitaron la
noche subversiva. Muchas conocieron las artes de la vida y de la
muerte, las plantas que curan o enferman, asistieron a sus
comunidades. Esta persecución también impactó en los lazos
comunitarios de solidaridad campesina, pues se apelaba a la
delación, y a la desconfianza sobre algunas de las mujeres de las
aldeas. Esto permitió el inicio del resquebrajamiento social que
destruyó en pocos siglos las relaciones comunales y provocó el
éxodo a las ciudades, cuando las comunidades campesinas ya no
tenían tierras comunales donde reproducir su existencia.
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“Eran las mujeres las que llevaban adelante la magia, eran
hechiceras, curanderas, encantadoras y adivinadoras. La
reivindicación de este poder pone en cuestión el poder del Estado.
Finalmente, el mundo debía ser ‘desencantado’ para poder ser
dominado” [las cursivas son de las autoras]. (Federici, 2004, pp.
239-240)
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En paralelo a estas brutales persecuciones y asesinatos, en América
se produjo un proceso similar sobre los cuerpos de quienes
habitaban originariamente nuestro continente y sobre las
poblaciones africanas esclavizadas. Fue la explotación de esta parte
de la población la que permitió el proceso de extracción brutal de la
materia prima que hizo posible el despegue definitivo del
capitalismo. Finalmente, Federici arriesga una interpretación
escalofriante y necesaria: la sexualización exagerada de las mujeres
y los hombres negros vistos como brujas y demonios, la definición
de negritud y de feminidad como marcas de bestialidad e
irracionalidad, permitieron avanzar con la nueva división
(internacional) sexual del trabajo al naturalizar su explotación.
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6. Sexualidad colonizada, ¿a qué nos referimos?
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Aquellas mujeres europeas que eran “mandadas” a casarse con
desconocidos, que atravesaron el Atlántico en travesías
interminables y extremadamente peligrosas, traían en sus ajuares la
tradición de la civilización europea –en sus olores, sabores– venían a
reproducir la cultura de las clases dominantes, portando en sus
subjetividades la marca de la opresión de género. Resulta
interesante rastrear a estas viajeras, pues no todas obedecieron al
destino que se les imponía. Las resistencias femeninas fueron
adquiriendo diferentes matices: escapar a esos matrimonios
arreglados, arrojarse a la prostitución como única escapatoria a la
brutalidad de los encomenderos, otras ya casadas y pronto viudas
se hicieron cargo de las tierras de sus esposos. Algunas llevaron
adelante reclamos y pleitos legales en los que reclamaron la
posesión de las encomiendas entregadas a sus maridos, y lo
hicieron en carácter de su participación en la conquista y defensa de
las mismas, como el caso de Isabel de Guevara, que en 1556 envió
una carta desde la ciudad de Asunción del Paraguay dirigida a la
“muy alta y muy poderosa Señora” Doña Princesa Gobernadora de
los Reinos de España. Su objeto era pedir justicia, que le fuera dado
un “repartimiento perpetuo” en gratificación de sus servicios.
También pedía para su marido “algún cargo conforme a la calidad
de su persona pues él, por sus servicios, lo merece”. (Ilarregi, 2000,
p. 53).
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En el caso de las mujeres indígenas, a partir de la conquista vieron
empeorar su destino porque, como los varones, se les impuso el
pago de tributo a los conquistadores en trabajo forzoso, que en el
caso de las mujeres era doble, pues pesaba un gravamen adicional:
el tributo sexual con el que se irá poblando la América mestiza. La
sexualidad puesta al servicio de la conquista tuvo como corolario la
escisión del placer de aquella. Las violaciones, la filiación ilegítima,
las brutalidades como armas de guerra y de dominación, hicieron
de los cuerpos de las mujeres indígenas verdaderos territorios de
conquista.
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La experiencia de estas mujeres está retratada en algunos textos de
nuestra literatura, como en El espejo africano, de Liliana Bodoc, en el
alque se narra la vida de una niña africana recién llegada a nuestras
tierras como esclava, su lucha por sostener sus tradiciones y el cruce
con el proceso de independencia de nuestro país.
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El período colonial (siglos XVI-XVIII) proyectó hacia el conjunto de las
mujeres de aquella época la moral conservadora que había sido
importada desde Europa en la conquista. Los roles de género
pronto se vieron interpelados por una sociedad organizada en
castas donde los comportamientos permitidos estaban
profundamente dirigidos por la conservación de la estratificación
social que buscaba preservar los privilegios. Es cierto que el
mestizaje se extendía al conjunto de la sociedad, pero las sospechas
y la vigilancia pesaban sobre los cuerpos femeninos. La
demostración de la “pureza” de sangre se convirtió en una prueba
que unía matrimonios o los separaba: las dudas recaían sobre los
consortes y la “demostración” se hacía imperiosa. En estos casos, la
palabra del virrey decidía dando su acuerdo o no. Estas prácticas
estaban respaldadas por una serie de decisiones administrativas
que los reyes Borbones habían tomado para sus colonias en busca
de reorganizar y afirmar su poder sobre sus dominios. Se hace
evidente que el control de la sexualidad fue una de las dimensiones
sobre las que se legisló.
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El grueso de la población femenina estaba formado por las mujeres
indias, negras, mulatas, que comprendían el universo de las siervas y
esclavas, e incluso, las blancas pobres y forras (libertas) sin maridos y
que vivían de sus “agencias”. En este caso, el cuadro no variaba
demasiado de sus pares masculinos, siendo en su gran mayoría
explotadas no solo por los señores, sino por las señoras. Y así como
el encierro y enclaustramiento parece haber sido una práctica
común para las blancas, sobre todo en los modelos familiares de las
elites agrarias, la rua (calle) era un espacio privilegiado para las
mujeres trabajadoras. Pretas, mulatas y forras: vendedoras de todo
tipo de comestibles; unas eran hasta propietarias de tiendas y
tabernas, otras, objetos eróticos privilegiados de prostitución. Frente
al severo y púdico recato que imponían las convenciones sociales a
las señoras y sinhazinhas, las “otras” mujeres andaban muchas veces
con los pechos desnudos, danzaban frenéticamente los tan lascivos
lundus y fumaban tabaco en inmensas pipas, costumbres que tanto
asombraban a los visitantes extranjeros de la época. (Figari, 2009, p.
43)
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● ¿Nos preocupan algunas sexualidades más que otras?
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que fueron parte esencial de este proceso que la historia oficial
adjudicó de manera exclusiva a los padres de la Patria.
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Asimismo, les recomendamos la lectura del material “El género de la
Patria” con propuestas que nos invitan a repensar las efemérides
escolares desde la perspectiva de género.
7. Actividad
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Bibliográficas
37
Ilarregui, G. (2000). Nuevo Mundo: la locura, la enfermedad, el cuerpo
en las viajeras españolas del siglo XVI. En G. Ilarregui (ed.),
Feminismo Plural: la locura, la enfermedad, el cuerpo en las
escritoras hispanoamericanas. Alexandria: Los Signos del
Tiempo Editores.
Video
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UGRmedia. (2016, 24 de febrero). #aCienciaCerca - 01. Las mujeres y la
Prehistoria: desmontando mitos, por Margarita Sánchez.
Disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=0y8RRREPGBo&t=4s
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