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Una crónica es una narración que refiere una serie de hechos ordenados en el tiempo, con
alguna relevancia, y que revisten algún interés, bien sea este de tipo periodístico,
histórico o literario. Los orígenes de la palabra apuntan al griego kroniká, derivado
de kronos (que significa “tiempo”), de donde se deduce que el término alude a una serie
de eventos ordenados según su línea temporal. Las primeras crónicas de las que se tiene
noticia fueron, precisamente, relaciones de hechos ordenados según el momento histórico en
que ocurrieron .Actualmente, se considera la crónica como un género narrativo híbrido o
bicéfalo, a medias entre lo literario y lo periodístico, ya que carece de las libertades
imaginativas de la ficción literaria, pero utiliza los recursos formales propios de
la literatura. Dentro del periodismo, la crónica funciona como un registro que enriquece
el relato de la actualidad, dotándolo de un interés, una profundidad y unos matices que el
formato de la noticia no siempre permite.
Características de la crónica
Podemos definir a la crónica a través de las siguientes características:
Estructura de la crónica
La crónica es un género esencialmente narrativo, donde se cuenta una historia
en la que participan personajes y se desarrolla un conflicto en un espacio y
tiempo determinados. Por ello, su estructura textual se atiene a los tres
principios aristotélicos de inicio, nudo y desenlace.
Tipos de crónica
Crónica periodística
La crónica periodística es aquel género del periodismo que, sin dejar de lado
el carácter informativo y el rigor documental del periodismo, acude a la
literatura para tomar en calidad de préstamo las herramientas retóricas para
generar un mayor impacto en el lector.
Crónica literaria
La crónica literaria es la narración de eventos reales (o imaginarios, pero
enmarcados en contextos reales) empleando recursos propios de la literatura de
ficción, como las figuras retóricas, la dilación, la tensión o el clímax, que
persiguen un efecto estético.
Crónica histórica
La crónica histórica es la relación detallada de los acontecimientos ocurridos
en un lugar específico (un país, una región, una localidad). Recoge los
acontecimientos de forma cronológica con el objetivo de dar cuenta de cómo se
sucedieron los hechos referidos.
La crónica histórica, además, puede ser escrita por una persona que presenció,
ella misma, los hechos (un testigo), o por un cronista, que recopila
informaciones (cartas, documentos, testimonios, otras crónicas) para escribir
la crónica.
Durante casi 10.000 años vivieron distintos pueblos originarios de América sin siquiera sospechar que existía un
mundo entero más allá de sus costas, preocupados únicamente por las tensiones que surgían entre unos y otros.
Imperios enteros nacieron y cayeron, civilizaciones se perdieron y poderosos monumentos se edificaron antes de
que el navegante genovés Cristóbal Colón cruzara por primera vez el océano Atlántico para desembarcar en las
costas del mar Caribe, un 12 de octubre de 1492.
Tres embarcaciones conformaban aquel primer viaje europeo a lo que llamaron las “Indias occidentales”, creyendo
que en efecto habían dado la vuelta al mundo e ido a parar a Asia. En vez de eso, se encontraron un paraíso tropical
poblado por pueblos foráneos a los que bautizaron “indios” y con los que establecieron rápidamente una relación
desigual de intercambio: las maravillas naturales de aquel lugar misterioso no parecían muy custodiadas por los
amables taínos, y en la avariciosa mentalidad de los primeros conquistadores, aquello les daba derecho a tomarlo
todo.
Las noticias del “Nuevo Mundo” revolucionaron Europa y en especial a la corona española, cuyos monarcas habían
financiado la expedición. No solo les atraían las enormes riquezas y tierras “vírgenes” de las que hablaba la
tripulación de Colón, sino también la idea de que estaban pobladas por almas jóvenes y descarriadas, necesitadas
de la guía religiosa de España, cuna de la contrarreforma católica.
Tres nuevos viajes de Colón tuvieron lugar en 1494 y 1498, ya mucho más voluminosos y mejor organizados, en los
que se recorrieron las costas caribeñas y del norte de Sudamérica, como preludio a futuras expediciones que se
adentraron en las costas norteamericanas (como la expedición de Juan Caboto), o los llamados “Viajes menores” de
Pedro Alonso Niño, Andrés Niño, Bartolomé Ruiz, Francisco Pizarro y muchos otros más, una vez que la corona le
retiró a Colón la exclusividad concedida inicialmente para explorar el llamado Nuevo Mundo. De allí que Colón
muriera en la pobreza y sin llegar a entender que había descubierto un nuevo continente, y que eso cambiaría la
historia del mundo para siempre.
Sin embargo, aquella exploración exhaustiva del Nuevo Mundo les reveló a los conquistadores la magnitud del
territorio que se les ofrecía. El siguiente paso era tomarlo.
Tres razones estuvieron detrás de la expansión del Imperio Español hacia el Nuevo Mundo: la idea de que aquellas
tierras no eran de nadie (res nullis), la idea de sumar tierras y almas para la cristiandad, y los “derechos” de
conquista, que proclamaba España en la explotación de aquellas nuevas tierras, antes de que sus rivales europeos
se le adelantaran.
Y así, pasados 30 a 50 años de las primeras expediciones, ya existían en territorio americano los primeros
asentamientos coloniales españoles y se habían fundado las primeras ciudades, como Santo Domingo, Cumaná, La
Habana.
Pronto se hizo evidente que no todos los pobladores originarios serían tan mansos como los taínos, ni recibirían a
los conquistadores de brazos abiertos. Desde los primeros viajes de Colón hubo enfrentamientos y tensiones con
algunos pueblos hostiles, como los famosos caribes de Venezuela, cuya feroz naturaleza rebelde y combativa fue
castigada por la corona española mediante una excepción en 1503 al decreto que impedía la esclavización de los
indígenas. Una excepción que se sostuvo en el supuesto canibalismo y espíritu anticristiano de los indígenas.
Sin embargo, la guerra más grande de conquista tuvo lugar contra los dos grandes imperios americanos
precolombinos: el Imperio mexica en Mesoamérica y el Imperio incaico en la cordillera andina suramericana.
La llegada de los españoles al territorio mesoamericano coincidió con las campañas de expansión del Imperio
azteca, comandado en aquel entonces por el tlatoani Moctezuma Xocoyotzin. Abundaban los pueblos enemistados y
oprimidos por los mexicas, que vieron en la llegada de los colonos europeos la oportunidad de derrotar a un
enemigo común.
Al mando de la expedición española a territorio mexica estuvo Hernán Cortés, quien partió de Cuba en 1519 hacia la
meseta del Anáhuac. Su llegada fue desde el inicio rechazada diplomáticamente por los aztecas, quienes se
debatían entre considerarlos conquistadores y emisarios de la divinidad. Aliados con los tlaxcaltecas, totonacas,
texcocanos y otros pueblos indígenas enemigos del Imperio mexica, los españoles emprendieron un plan sedicioso
para infiltrar la capital y secuestrar al emperador, forzándolo a cumplir su voluntad.
Esto condujo a que el pueblo mexica se rebelara contra su propio emperador y una cruenta guerra tuviera lugar, que
culminó en 1520 con la caída del Imperio y la conquista de su capital, la antigua ciudad de Tenochtitlán, nombrada a
partir de 1534 capital del virreinato español de la Nueva España. Entre la guerra, las nuevas enfermedades traídas
consigo por los europeos y la destrucción de la economía azteca, los fallecidos se contaron por cientos de miles.
Del otro lado del continente, unos doce años después de la caída de Tenochtitlán, otro imperio hacía frente a los
invasores: el Tahuantinsuyu o Imperio incaico, emplazado en la región andina suramericana. Los primeros
encuentros entre incas y europeos se habían dado alrededor de 1526, como parte de la exploración de las costas
del Pacífico, y aunque fueron apacibles, habían también despertado la codicia europea por el oro que los indígenas
dispensaban sin darle mucha importancia.
Así, en 1532, los conquistadores Francisco Pizarro y Diego de Almagro llegaron a tierras incaicas al mando de la
llamada “Armada del Levante” en 1532, dispuestos a la conquista y el saqueo.
Quiso la suerte que los españoles llegaran al término de una cruenta guerra civil entre los herederos al trono del
Imperio, los hijos del inca Huayna Cápac: Huáscar y Atahualpa. Los españoles rápidamente fueron fuente de
tensiones con los nativos y citaron en Cajamarca al inca Atahualpa, con la promesa de limar asperezas y hacer las
paces. Pero ambos bandos desconfiaban del otro y pronto se produjeron los primeros enfrentamientos, que les
permitieron a los conquistadores capturar al monarca incaico.
El saqueo del oro nativo tuvo comienzo: se suponía que sería el pago del rescate de Atahualpa, y se dio en un clima
de tranquilidad y normalidad en el Imperio. Toneladas de oro y plata fueron extraídos de las ciudades incas y
enviados a España, y en 1533 Atahualpa fue condenado a morir por idolatría, herejía, regicidio, fratricidio, traición,
poligamia e incesto, y fue estrangulado en una plaza por los españoles. En su lugar, Pizarro nombró como inca a
uno de los hermanos menores de Atahualpa: Túpac Hualpa, que reconoció el vasallaje del rey de España.
Sin embargo, la guerra no se pudo evitar. A pesar de haber eliminado al inca y de contar con el apoyo de las
naciones indígenas enemigas del imperio incaico, las tropas leales a Atahualpa se alzaron en guerra contra los
españoles y les plantaron frente en una larga serie de batallas que culminó con la toma y el saqueo de la capital del
Imperio, la ciudad sagrada de Cuzco. Allí se nombró a otro regidor: Manco Inca. Allí, en 1534, Pizarro refundó la
ciudad de Cuzco como capital de un nuevo virreinato español que se crearía en 1542: el Virreinato del Perú.
Mientras tanto, al norte se fundaba Quito y la guerra continuaba en numerosos focos resistentes, que continuaron en
pie de guerra durante años. Hubo un resurgimiento de la resistencia incaica en 1571, al mando de Tupac Amaru I,
quien fue derrotado y capturado al año siguiente. Con su ejecución pública en la plaza central de Cuzco, la
conquista española del Tahuantinsuyo, ahora llamado Perú, alcanzó su final.
La conquista del resto de los pueblos precolombinos continuó durante siglos y fue heredada por muchas de las
nuevas naciones hispanoamericanas en el siglo XIX, de modo que resulta siempre difícil establecer una fecha de
cierre al proceso mismo de conquista del llamado “Nuevo Mundo”.
Lo cierto es que a finales del siglo XVI la vida en América había cambiado radicalmente y para siempre, a medida
que nuevas instituciones y un nuevo orden social se impusieron de la mano de los europeos.
Esclavos africanos llegaron en sus barcos, trayendo consigo una herencia cultural, genética y religiosa, junto a la de
miles de ciudadanos europeos que hicieron su hogar en el nuevo mundo. La nueva sociedad consistió en castas
raciales y una economía de explotación que comerciaba bajo términos estrictos con la metrópoli española.
Pero a pesar de la victoria española, una nueva guerra se avecinaba en el futuro lejano, cuando después de casi
tres siglos de colonia, una nueva cultura buscará su lugar en el mundo, zafándose del yugo español y asumiendo
una propia identidad: la de América Latina o Latinoamérica.