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Introducción
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En este sentido, los procesos de intervención, lejos de ser una “receta”, o un
“protocolo” donde pueden identificarse “pasos” y/o “momentos”, están configurados
por múltiples tensiones que lo conforman como una totalidad, procesual e histórica
asentados, desde nuestra perspectiva, en premisas de partida tales como la flexibilidad
y el movimiento permanente. Así, es que podemos identificar la tensión entre
demandas y funciones asignadas por la institución que nos contrata y la efectuada por
los usuarios de los servicios que la misma provee; la tensión entre la gestión y/o
asignación de recursos como estrategia de control social, a la vez que como posibilidad
de resolver un obstáculo a la reproducción material y/o espiritual de aquellos usuarios,
etc.
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“clase que vive/necesita vivir del trabajo” exige que sean atendidas1. Es decir, en el
momento que la “cuestión social” se expresa en múltiples “problemas” con total
contundencia, con efectos que atentan, desde la lógica hegemónica, contra la cohesión
social, se requiere de acciones tendientes a la manutención del orden social vigente,
procurando el ocultamiento y/o reducción de los conflictos, para ello se disocian esos
“problemas” del núcleo fundante de la desigualdad, explicando y atendiendo sus
refacciones por separado, como si cada uno de ellos tuviera “vida propia”.
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Esto no quita que en diferentes momentos, los sectores dominantes hayan (y actualmente lo siguen
haciendo) pretendido anticipar los conflictos, proponiendo mecanismos de atención para cada una de
las diversas manifestaciones de la cuestión social que se considera “prioritaria” ser atendida.
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de relacionar estos “problemas sociales” con las contradicciones propias del modo de
producción capitalista y la sociabilidad que de él deriva. De esta forma, la realidad se
parte en una cantidad de “campos de intervención/áreas de abordaje” como
dimensiones de la vida social se reconozcan. De hecho, en este contexto socio-
histórico en el cual la hiper-fragmentación está a la orden del día, aparecen nuevos y
cada vez más “campos” o áreas de intervención, exigiendo una hiper-especialización de
los profesionales, la cual no hace más que reforzar el ocultamiento de los nexos y
relaciones entre las situaciones singulares que se expresan en la vida cotidiana y la
estructura societal eminentemente desigual, y moldeada en cada coyuntura con
ciertas características, principalmente determinadas por las variadas formas de
inserción de las personas en la división social, técnica y sexual del trabajo.
Desde esta lógica, que implica cierto conocimiento para orientar las
intervenciones, el cual no trasciende la apariencia de los fenómenos, donde los
problemas sociales se explican en relación con las conductas de los sujetos, los
procesos de intervención en Trabajo Social, se caracterizaran por: la fragmentación
como fundamento, la especificidad como concreción de ese fundamento; la ruptura de
la relación teoría-práctica; y la particularización e individualización en las
intervenciones2.
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Para mayor profundidad, ver Montaño (2015).
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La reconstrucción de la realidad, a partir de su comprensión como totalidad, que
requiere la aprensión de sus múltiples determinaciones y las relaciones entre las
mismas, implica identificar las categorías analíticas necesarias para construir las
mediaciones que me permitan articular las cuestiones estructurales que constituyen y
configuran la cotidianeidad de los sujetos, así como la reconstrucción de esta
singularidad que es posible de ser abordada en el marco de la vida cotidiana. 2
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estratégicas y direccionadas, en la cual se hace explicita la toma de posición del
profesional en el desarrollo de su ejercicio cotidiano, reconstruyendo problematizada e
historizadamente esas demandas colocadas a la profesión, su génesis y sostenimiento,
su impacto en los usuarios, etc.
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Es necesario reconocer, que las posiciones hegemónicas dentro del colectivo profesional no hablan de
procesos de intervención. En dichas posiciones, la procesualidad no existe, sino que se tiende al
formalismo, en tanto “sumatoria de componentes teóricos, técnicos y aplicados” (Faleiros, 1989: 106).
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abordada desde allí, lo que se necesita no es un profesional que pueda reconstruir la
situación de intervención en clave de totalidad. Así, la superación de la fragmentación
no se constituye en un desafío porque lo que caracteriza la tendencia hegemónica no
es la búsqueda de construcción de conocimiento o una reconstrucción analítica de la
realidad que oriente las alternativas de intervención; sino que se requiere de un
profesional que, mediante la consecución de acciones especializadas a tal fin, pueda
resolver esa situación y no el conjunto de situaciones que evidencian las
contradicciones de la sociedad capitalista. Un profesional especializado, con un
conocimiento técnico-instrumental.
De esta manera, no haría falta conocer demasiado, solo con “saber hacer”
determinadas cuestiones alcanza. No por nada los profesionales de Trabajo Social son
reconocidos por su facilidad a la hora de ejecutar, implementar diversas modalidades
táctico operativas, pero en términos de “instrumentos”, tales como encuestas,
entrevistas, informes sociales; que en nuestra profesión ha sido históricamente
denominado como “el manejo de la caja de herramientas”, ponderando y reforzando
un perfil profesional centrado en el formalismo, en la definición a priori de los aspectos
táctico-operativos de la intervención profesional. Es decir, se decide qué tipo de
recurso se va a utilizar antes de definir la direccionalidad de la misma según las
particularidades de la situación problemática reconstruida analíticamente.
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Pensemos que la racionalidad formal-abstracta opera bajo la idea de que las situaciones y los sujetos
pueden ser “sacados” “recortados”, con la pretensión de que la realidad sea inmóvil como una
fotografía. Es decir, se saca, se interviene y se vuelve a poner en el lugar que estaba.
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necesario para intervenir es saber hacer una entrevista, o un “buen informe”? ¿En qué
radica la utilidad de los aprendizajes logrados en la formación para la intervención
cotidiana?
Táctica y estrategia son dos categorías que no se definen por sí mismas, son
conceptos relativos. Esta característica de relatividad conlleva a que algo que es
estratégico en un determinado momento, sea a su vez táctico respecto de un objetivo
superior o más general.
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y la viabilidad construida; pero, por otro lado, también implica la definición de las
tácticas que utilizaremos para lograrlo, determinadas a partir tanto del análisis
anterior, como de la trayectoria planteada para abordar una situación problemática.
De modo tal, que toda acción es direccionada e intencionada, es decir, estratégica; y
no se define en el vacío, ya que según los intereses que entran en juego o las alianzas
que entablan en las situaciones de la intervención, se establecerá una estrategia viable
y el conjunto de tácticas que la concretizan.
Reflexiones finales
Bibliografía
[78]
FALEIROS, V. de P. (1989). La cuestión de la metodología en Servicio Social:
reproducirse y representarse, en Borgianni, E. y Montaño, C. (Orgs.) (2000).
Metodología y Servicio Social. Hoy en debate. Biblioteca Latinoamericana de
Servicio Social. San Pablo: Cortez Editora.
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MARTINELLI, M. L. (2008). Reflexiones desde el Trabajo Social y el proyecto ético-
político profesional, en Revista Escenarios N° 13. Bs As: UNLP/Espacio.
MONTAÑO, C. (2014). Teoría y práctica del Trabajo Social crítico: desafíos para la
superación de la fragmentación positivista y post-moderna, en Mallardi, M.
(Comp.) (2014) Procesos de intervención en Trabajo Social: Contribuciones al
ejercicio profesional crítico. Colección Debates en Trabajo Social. La Palta: Colegio
de Trabajadores Sociales de la Provincia de Bs As.
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