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PROCEDIMENTAL

Sesion N° 28

DETERMINA LA ACTUACION DE LA DEFENSA

Desde 1981, cada 2 de abril se celebra, en el Perú, el “Día del Abogado” 1. La fecha, que fuera
propuesta por el Colegio de Abogados de Lima, coincide con el nacimiento, en 1834, de un
reconocido y comprometido jurista peruano, don Francisco García Calderón Landa, el “Patrono
de la Abogacía Nacional”, quien no solo destacó en el fuero abogadil, sino también -y con no
menor vehemencia- en el terreno político, ya que llegó a ostentar, por algunos meses, de forma
provisoria, nada menos que la Presidencia de la República (1881), así como otros cargos públicos
de muy importante significación en el país: fue Presidente del Congreso Constituyente, Ministro
de Hacienda y Decano del Colegio de Abogados de Lima.

Ya desde las aulas universitarias, el “Día del Abogado” motiva agasajos de todo tipo, la
celebración de eventos académicos y de confraternidad; en fin, la fecha sabe condensar un
sentimiento común de identificación con la carrera elegida, con la preocupación por sus tareas
pendientes y sus retos a futuro, y con el recordatorio de las altas exigencias que presenta su
ejercicio profesional en este mercado laboral cada vez más competitivo.
Desde luego, esta tribuna no es ajena a la emoción compartida; y, como no podía ser de otra
manera, la oportunidad es propicia para resaltar la importancia, muchas veces relegada, y hasta
desconocida, del rol del abogado laboralista en nuestra sociedad. No se tratará, por supuesto,
de caer en adulaciones; o de pretender desacreditar el papel de los profesionales abocados a
diferentes especialidades. Tampoco de resaltar, aisladamente, la importancia de las normas del
trabajo. Lo que se busca aquí es ofrecer una breve explicación de por qué el laboralista (el sujeto)
ocupa, en esta sociedad en particular, un papel de valor para el sistema mismo. Y para
comprender estas ideas es necesario pasar revista, previamente, a algunos postulados
ideológicos básicos de la disciplina.

El conflicto industrial en la configuración de la sociedad moderna

En su ya clásico Derecho del Trabajo e Ideología, el maestro español Manuel Carlos Palomeque
deja sentado que el ordenamiento laboral es una “categoría cultural fruto del sistema
económico del capitalismo industrial” (2011: 20); y que en el seno de la relación de trabajo
asalariado se halla instalado un conflicto de especial relevancia: el conflicto industrial, aquel que
“se genera en la ‘gran industria’ del siglo XIX caracterizada por la doble concentración de
capitales y de trabajadores. No es, así pues, un conflicto más dentro de una estructura social
pluralmente conflictiva, como es la sociedad capitalista, sino que se trata del auténtico motor
de todas sus contradicciones, de su conflicto central o paradigmático.”

El conflicto industrial es la piedra angular para explicar la vitalidad de la sociedad capitalista.


Hasta el propio derecho del trabajo encuentra su razón de ser histórica en esta particular
cuestión: el ordenamiento laboral es tan solo un instrumento puesto al servicio de la
juridificación del conflicto industrial: la norma jurídica laboral encausa los intereses tanto del
empresario como del trabajador, e impide la consecución absoluta de cualquiera de ellos
(asegura que esa pugna no se extralimite, que no llegue a explotar). Por supuesto, el cauce
jurídico establecido no es sino el reflejo de los intereses que a nivel político se deseen mantener.
Por ello, en términos figurativos, el derecho del trabajo es una categoría mediatizada: «dice lo
que le hacen decir», tal como recordó el catedrático en una reciente teleconferencia.

La importancia de ser (o querer ser) un abogado laboralista

Siendo entonces el conflicto planteado entre los empresarios y los trabajadores (asalariados) el
elemento clave para entender la sociedad capitalista -en la que desde hace no menos de ciento
cincuenta años nos encontramos-, el laboralista, es decir, el profesional del derecho dedicado a
analizar, reflexionar, y también a aplicar e interpretar las normas objetivas del derecho del
trabajo, asume una participación que, aunque indirecta -el protagonismo es propiedad exclusiva
de trabajadores y empresarios- es siempre destacable. Se convierte en el instrumento del
instrumento: su empeño buscará complementar el aseguramiento, la garantización, la
consolidación de la normalidad existente entre las partes de la relación de trabajo (antagonismo
estructural). Se trata, en definitiva, de vigilar que ese fuego del conflicto se mantenga
alimentado, pero que bajo ningún modo se convierta en un incendio.

Tanto la defensa, material y procesal, de los intereses del empresario como la de los
trabajadores (o de sus organizaciones representativas) se figuran como acciones necesarias para
evitar que cualquiera de ambas partes consiga satisfacer totalmente sus intereses, en perjuicio
de los de la contraparte. Con ello, el abogado laboralista coadyuva manteniendo activo el status
quo en que se desenvuelve el ordenamiento laboral; y con ello, en imprimirle todavía más
vigencia, recordarle, aún más, su legitimidad.

De no existir abogados laboralistas que defiendan activamente tanto los intereses de la masa
laboral como de los empresarios -en este nivel, ambos son perfectamente equiparables-, es
decir, que mantengan en vigencia la pugna, el conflicto instaurado entre las partes de la relación
laboral, alguna de ellas podría conseguir una dominación fáctica por sobre su contraparte, hecho
que, a gran escala, atentaría en contra del mantenimiento del conflicto mismo, del balance, del
equilibrio que busca y que justifica al ordenamiento laboral. Aquí radica la importancia de ser -
o de pretender ser en el futuro- un abogado laboralista: el de participar en la consolidación de
la normalidad socio laboral existente en nuestra sociedad, en mantener ese conflicto matriz
activo, vital, y siempre dentro de sus límites, para así evitar que explote, que se descontrole, y
de que, con ello, la sociedad misma entre en crisis.

No significa esto que la vigencia del conflicto industrial se supedite a la existencia real de los
laboralistas. Basta que la sociedad se mantenga escindida en clases bien identificables, y que los
intereses de estas sean incompatibles e irreconciliables, para que el conflicto se encuentre
presente. Los laboralistas son, más bien, como se ha anotado, complementos de las partes de la
relación laboral, defensores técnicos de sus intereses, cuya labor terminará por asegurar –
incluso sin saberlo–, que la pugna no significará la victoria definitiva (a nivel general,
naturalmente) ni de los trabajadores ni de los empleadores.

Resulta intelectualmente estimulante conocer, puestas así las cosas, cómo el participar de un
conflicto laboral en calidad de abogado puede llegar a tener una incidencia macro sistémica,
muchas veces camuflada por los inmediatismos y pragmatismos propios del ejercicio
profesional, que saben generar en esta comunidad una más o menos severa miopía, cuyo mejor
remedio siempre será, desde luego, la reflexión desde la academia. En el «Día del Abogado» este
recordatorio se antoja perfecto para concientizar sobre la muy sensible función de que goza -
padece- el abogado laboralista. Pero, aunque compleja, ¡alguien tiene que hacerla!

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