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Libro III

I. l. Llegué a Cartago, hervidero de amores impuros que por


todas partes crepitaba a mi alrededor.1 Todavía no amaba, pero
amaba amar y, con secreta indigencia, odiaba el ser menos indi­
gente.2 Amando amar, buscaba qué amar; odiaba la seguridad y la
senda sin trampas.3 En mi interior, tenía hambre del alimento inte­
rior, de ti, Dios mío. Pero era hambre que no sentía hambre; por el
contrario, yo no tenía deseo de alimentos incorruptibles, y no por­
que me hubiera saciado de ellos sino porque, cuanto más vacío,
tanto más hastiado me sentía. Por eso, mi alma estaba mal y, llaga­
da, se precipitaba fuera de sí misma, ávida de restregarse miserable­
mente con el contacto de los seres sensibles. Si éstos no tuvieran al­
ma, no serían amados así. Amar y ser amado me era dulce, más aún
si podía gozar del cuerpo de mi amante. De esta manera, ensucia­
ba la vena de la amistad con sórdidos deseos y oscurecía su blan­
cura con abismal lujuria. Y aunque torpe y deshonesto, me afana­
ba por ser elegante y cortés, rebosante de vanidad. Caí, además, en
el amor en el que deseaba ser atrapado. Dios mío, misericordia mía,
icon cuánta hiel me rociaste en aquella suavidad y cuán bueno fuis­
te al hacerlo! Porque también fui amado y llegué ocultamente al
placer que encadena y, alegre, me dejé atar por laboriosos lazos, pa­
ra ser herido después con las varas candentes de los celos, las sos­
pechas, los temores, los enojos y las riñas.

II. 2. Me encantaban los espectáculos teatrales, plenos de re­


presentaciones de mis miserias y de acicates para mi propia pasión.

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i QIJé es lo que el hombre quiere padecer en el teatro, al contem­
. bar al que se compadece del desdichado por deber de caridad,
plar hechos luctuosos y trágicos que de nmgun modo qmsrera su­
quien es genuinamente mi.sericordioso quisiera que no hubiese de
frir él mismo? Sin embargo, como espectador, qmere padecer el do­
qué dolerse. A menos que exista una benevolencia malévola, l o
lor que deriva de esas repre! entaciones y en ese mismo dolor está
. cual n o es posible; iacaso puede haber alguien, verdadera y smce­
su placer. ¿ Q!lé es eso, si no una extraña locura? Porque mas se
ramente misericorde, que desee que haya desdichados para com­
conmueve uno con esas escenas cuanto menos libre está de tales
padecerlos? Así pues, algunos dolores deben ser aprobados, pero
afectos, los cuales, cuando los padece uno, se suelen llamar "desdi­
ninguno se ha de amar. Es por eso que Tú, Señor Dios, que amas
cha" y, cuando los compadece en los demás, "misericordia". Pero,
las almas mucho más pura y profundamente que nosotros, te com­
iqué misericordia puede haber en las cosas ficticias y teat ales?
; padeces de modo perfecto, sin que te hiera dolor alguno. Pero
Pues el espectador no está convocado a socorrer, smo que solo es
iquién será capaz de esto?
invitado a dolerse, y aplaude tanto más al autor de esas representa­
4. Yo, desventurado, amaba por entonces sufrir y buscaba de
ciones cuanto más sufre. Y si esas calamidades de los hombres, an­
qué dolerme en aquellas desgracias ajenas, falsas y bufonescas. Y
tiguas o ficticias, se representan de tal manera que el espectador ao
más me gustaba la actuación del actor y me atrapaba con mayor fuer­
sufre, éste sale de allí fastidiado y murmurando; sr, en cambiO, su-
za cuando me arrancaba lágrimas. iQIJé tiene de extraño que yo, in­
fre, se queda, atento y satisfecho.
. feliz oveja descarriada de tu rebaño y renuente a tu custodia, estu­
3. iSe aman, pues, las lágrimas y los sufnmrentos? Crertamen­
. .

viera manchado de torpe suciedad? De ahí nacía aquella afición a los


te, todo hombre quiere gozar. Puesto que nadie se complace en ser
sufrimientos, no a aquellos que penetran más hondamente -pues no
desdichado, ¿se complace, entonces, en ser misericordioso ?"Ya que
quería padecer las cosas que veía representadas- sino a los que, oídos
ser misericordioso no se da sin dolor, ipor esta única causa se aman
en la ficción, sólo me rozaban la superficie. Pero, como las uñas que
los dolores? Esto mana de esa fuente de la amistad, pero iadónde
rascan, formaban una hinchazón abrasadora y una horrible peste y
va? iHacia dónde fluye? iPor qué corre hacia el torrente de fango
corrupción. Tal era mi vida. Pero iera eso vida, Dios mío?
hirviendo, hacia los ardores excesfvos de lujurias teatrales, en los
que se convierte y hacia los que se dirige, por propio impulso,
III. 5. Entre tanto, en lo alto, me sobrevolaba alrededor tu mi­
cuando se desvía y se aleja de la celestial serenidad? iSe repudiará,
sericordia fiel. iEn cuántas iniquidades y en qué sacrílega curiosi­
por ende, la misericordia? De ninguna manera. Ámense, pues, en
dad me consumí que llegué a abandonarte para entregarme a la
algunos casos, los sufrimientos. Pero cuídate de la impureza, alma
más baja infidelidad y a la engañosa esclavitud de los demonios, a
mía, con la protección de mi Dios, "el Dios de nuestros padres, ala­
quienes ofrecía mis malas obras, y en todas ellas me azotabas! Has­
bado y ensalzado por todos los siglos".' Cuídate de la rmpureza.
ta osé, entre las paredes de tu Iglesia y en la celebración de una de
Pues, ni siquiera ahora dejo de compadecerme, pero, en ese enton­
tus solemnidades, desear frutos de muerte y ponerme en acción pa­
ces, en el teatro, compartía la alegría de los amantes, cuando ellos
ra procurármelos. Por ello me infligiste graves penas, pero eran na­
se gozaban uno a otro mediante acciones vergonzosas, aun cuando
da comparadas con mi culpa, oh Tú, magnánima misericordia mía,
éstas se llevaran a cabo imaginariamente, en el juego del espectá­
Dios mío, refugio para mí de los que terriblemente me dañaban, en
culo; cuando se dejaban, me entristecía, como si me compadecie­
medio de los que vagué con la cabeza erguida, para alejarme cada
ra; pero en ambos casos me deleitaba. En cambio, ahora, más me
vez más de ti, amando mis caminos y no los tuyos, amando una li­
compadezco de quien disfruta en la torpeza que de aquel que sufre
bertad de fugitivo.
penas por la privación de un deseo pernicioso y la pérdida de una
6. Aquellos estudios, que se consideraban honorables, miraban
mísera felicidad. Ésta es, por cierto, una misericordia más auténti­
al proyecto de pleitear en el foro, en lo que yo pretendía destacarme
ca, pero en ella el dolor no deleita. Pues, aun cuando se ha de apro-
de un modo tanto más loable cuanto más fraudulento. La ceguera de

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los hombres es tan grande que se glorían hasta de no poder ver. Yo y honorable nombre. Pero casi todos los que en tiempos del autor
era ya el primero en la escuela del rétor, de lo que me alegraba con y aun antes procedieron así son señalados y descubiertos en ese li­
soberbia, hinchándome de orgullo. Sin embargo, Tú sabes, Señor, bro. También se pone allí de manifiesto aquella saludable adver­
que era mucho más tranquilo que los demás y que permanecía com­ tencia de tu Espíritu, a través de tu siervo bueno y piadoso: "Cui­
pletamente alejado de las fechorías de los "eversores" -nombre si­ daos de que nadie os engañe por medio de la filosofía y la
niestro y diabólico que es como distintivo de la vida urbana- entre seducción hueca, fundadas en la tradición de los hombres, en los
los cuales vivía yo, con el pudor de no ser impúdico, porque no era elementos de este mundo y no según Cristo, porque en Él habita
como ellos. Con ellos convivía y en esas amistades me deleitaba a corporalmente toda la plenitud de la divinidad".' Sin embargo, Tú
veces, pero aborreciendo siempre sus acciones, es decir, las tropelías sabes, luz de mi mente, que en aquel tiempo, como no me eran co­
con las que ofendían insolentemente la timidez de los inexpertos, nocidas aún estas palabras del apóstol, lo único que me deleitaba
atropellándola sin otro fin que el de alimentar con las burlas sus ma­ en esa exhortación era el que su discurso me excitaba a amar, bus­
lévolas alegrías. Nada se parece más que esto a las acciones de los de­ car, encontrar y abrazar no esta o aquella escuela, sino la misma sa­
monios. iQyé es más apropiado que llamarlos "eversores"? Si ellos biduría, dondequiera que estuviese. Y me encendí y ardí. Sólo esto
mismos han sido antes completamente perturbados y pervertidos me chocaba en tan grande entusiasmo: el que no estaba allí el nom­
por los espíritus que secretamente los hacen objeto de burla y los se­ bre de Cristo. Pues, por tu misericordia, ese nombre, Señor, el
ducen con engaños, en aquellas mismas acciones en las que ellos nombre de mi salvador, tu Hijo, ya lo había bebido con la leche
pretenden burlar y engañar a los demás. materna mi tierno corazón, y en lo profundo de él lo retenía. Por
eso, toda obra que no contuviera ese nombre, por más literaria, pu­
IV. 7. Entre ésos estudiaba yo por entonces, en tan frágil edad, lida y verídica que fuese, no me atrapaba del todo.
los tratados de elocuencia, en la que ambicionaba descollar con un
fin condenable y hueco: por las alegrías de la vanidad humana. Y, si­ V. 9. Así pues, resolví aplicarme a las Sagradas Escrituras y ver
guiendo el orden habitual en el aprendizaje, vine a dar con el libro cómo eran. Y he aquí que veo una cosa no hecha para soberbios pe­
de un tal Cicerón, cuya lengua casi todos admiran, aunque no así su ro tampoco clara para niños; humilde en el pórtico, en su interior
corazón. Esta obra suya se llama Hortensius y contiene una exhorta­ es excelsa y velada de misteríos. Pero no era yo uno que pudiera en­
ción a la filosofla. 5 Ese libro cambió mis súplicas e hizo que mis vo­ trar en ella, ni inclinar la cerviz a su paso. Pues, entonces, cuando
tos y deseos fueran otros. Se envileció a mis ojos toda esperanza de me fijé en la Escritura, no pensaba de la misma manera como me
vanidad; con increíble ardor de corazón deseé la sabiduría inmortal, expreso ahora; al contrario, me pareció indigna de compararse con
y comencé a incorporarme para volver a ti. Porque no era la agude­ la dignidad ciceroniana.' Mi hinchazón rehuía su pequeñez y mi
za en el hablar -que es lo que me parecía que debía comprar con los perspicacia no penetraba en su interior. Sin embargo, ella era de las
dineros de mi madre, a mis diecinueve años, ya fallecido mi padre que crecen con los pequeños, pero yo desdeñaba ser pequeño y,
hacía dos-, no era, digo, la agudeza en el hablar lo que me llevaba a henchido de altanería, me veía grande a mí mismo.
aquel libro, ni me persuadía su expresión, sino lo que decía.
8. iCómo ardía yo, Dios mío, cómo ardía en deseos de remon­ VI. 10. De esta manera, vine a caer entre unos hombres deli­
tar vuelo, desde las cosas terrenas hacia ti, sin saber lo que hacías rantes de soberbia, carnales y locuaces en exceso, en cuya boca ha­
conmigo!6 Pues ''en ti está la sabiduría"_? Y el amor a la sabiduría bía insidias del diablo y un lazo viscoso tejido con las sílabas de tu
tiene por nombre griego el de "filosofia", a la que me incitaban nombre, el del Señor Jesucristo y el del Paráclito, consuelo nues­
aquellas páginas. Hay quienes seducen a través de la filosofia, co­ tro, el Espíritu Santo. Estos nombres no se apartaban de sus bocas,
loreando y disfrazando los propios errores tras su magno, atractivo si bien sólo en cuanto al sonido y al ruido de la lengua; por lo de-

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más, en su corazón estaba ausente la verdad. Decían "Verdad, ver­ mos, porque Tú los has creado y no los tienes por tus más altas cre­
dad" y mucho me hablaban de la verdad, pero nunca estaba en aciones. Pues, icuán lejos estás de aquellos fantasmas míos, fantas­
ellos; al contrario, enunciaban cosas falsas no sólo de ti, que ver­ mas de cuerpos, que no existen absolutamente! En comparación
daderamente eres la verdad, sino también de estos elementos del con ellos, más ciertas son las imágenes de los cuerpos reales, y más
mundo, creación tuya. Sobre estos elementos dicen cosas verda­ aún que sus imágenes los cuerpos mismos, que, con todo, no son
deras aun los filósofos a quienes debí dejar atrás por tu amor, Pa­ Tú. Ni siquiera eres el alma, que es vida de los cuerpos -y, en
dre mío sumamente bueno, belleza de todas las cosas hermosas. cuanto vida de los cuerpos, mejor y más cierta que éstos-14, sino
iOh, Verdad, Verdad! iCuán íntimamente ya entonces suspiraban que Tú eres la vida de las almas, la vida de las vidas, la que vive por
por ti las entrañas de mi alma, cuando ellos te hacían resonar ante sí misma y no cambia, la vida de mi alma.
mí a menudo y de múltiples maneras, con la sola voz y con mu­ 1 1. ¿Dónde estabas entonces para mí? Y qué lejos, qué lejos de
chos y abultados libros!1 0 Éstos eran los platos en los que se me ti peregrinaba yo, privado hasta de las bellotas de los puercos que
servía, en tu lugar, a mí, que estaba hambriento de ti, el sol y la lu­ yo apacentaba con ellasP5 Porque, icuánto mejores eran las histo­
na, hermosas creaciones tuyas, pero no Tú sino obras tuyas y ni si­ rias de los gramáticos y de los poetas que esas trampas! Los versos
quiera las principales.U Pues más nobles son tus creaciones espiri­ y la poesía y Medea volando ciertamente eran más útiles que los
tuales que éstas corpóreas, si bien brillantes y celestes. Pero, ni cinco elementos disfrazados según los cinco antros de las tinieblas,
siquiera de aquellas más nobles yo tenía hambre y sed, sino de ti, que no son absolutamente nada y matan a quien cree en ellos.1 6
misma Verdad en la que "no hay variación alguna ni sombra de ro­ Pues los versos y la poesía los transformo en verdadera comida; en
tación".1 2 Y seguían poniéndome sobre aquellos platos espléndi­ cuanto a "Medea volando", si bien la declamaba, no la afirmaba co­
dos fantasmas, respecto de los cuales mejor hubiera sido amar es­ mo cosa cierta; si bien la escuchaba recitar, no creía en ella. Pero
te mismo sol, verdadero para estos ojos, que aquellos espejismos, aquellas cosas sí las creía. iAy de mí! iPor qué grados he sido con­
falsos para el alma engañada a través de los ojos.13 Sin embargo, ducido hasta las profundidades del abismo, trajinado y devorado
como creía que eras Tú, comía de esos platos, no ciertamente con por la falta de verdad! Y esto sucedió mientras yo te buscaba -a ti
avidez, porque en mi boca no me sabían a ti tal como eres -y, en Dios mío, a quien confieso, porque has tenido misericordia de mí
realidad, Tú no eras aquellos vanos fantasmas-, y no me nutría aun cuando todavía no te confesaba- mientras te buscaba, no se­
con ellos; por el contrario, me debilitaba más. Los alimentos que gún la comprensión del espíritu, con el que quisiste que aventajara
tomamos en sueños son muy similares a los que tomamos cuando a las bestias, sino según el sentido de la carne. Tú me eras más ínti­
estamos despiertos; no obstante, no nutren a los que duermen, mo que lo más íntimo de mí, y superior a lo que tengo de más al­
porque están dormidos. Pero aquéllos en nada eran semejantes a toY Tropecé, pues, con esa mujer osada, carente de prudencia que,
ti, como ahora me ha sido revelado, porque aquéllos eran fantas­ en el enigma de Salomón, se sienta a la puerta y dice: "Comed ale­
mas corpóreos, falsos cuerpos, menos reales que estos cuerpos ver­ gremente de los panes ocultos y bebed la dulce agua furtiva".1 8 Ella
daderos que vemos con los ojos de la carne, sean del cielo o de la me sedujo porque me encontró fuera, habitando en el ojo de la car­
tierra, como los brutos y las aves. Vemos estas cosas y son más re­ ne y rumiando entre mí las cosas que por él había devorado.
ales que cuando las imaginamos. A su vez, cuando las imaginamos
son más ciertas que cuando por medio de ellas conjeturamos otras VII. 12. Desconocía lo otro, lo que es verdaderamente, y esta­
más grandes e infinitas que de ninguna manera existen. De tales ba como sutilmente impelido a suscribir lo dicho por aquellos ne­
fantasías me alimentaba yo entonces y no me nutría. Pero Tú, cios engañadores cuando se me preguntaba de dónde procede el
amor mío, en quien desfallezco para ser fuerte, ni eres estos cuer­ mal, y si Dios está limitado por una forma corpórea, si tiene cabe­
pos que vemos, por más que sea en el cielo, ni los que allí no ve- llos y uñas, y si se ha de considerar justos a los que tienen varias

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mujeres a la vez, a los que matan a otros hombres y a los que ofre­ corrían, Dios les ordenó a aquéllos una cosa, y a éstos otra, siendo
cen sacrificios de animales. Al ignorar estas cosas, yo me descon­ que unos y otros sirven a la misma justicia. Se escandalizan, aun­
certaba y, alejándome de la verdad, creía ir a su encuentro. Porque que ven cómo, en un mismo hombre, en un mismo día y un mis­
no sabía que el mal no es sino una privación del bien, hasta llegar mo lugar, una cosa conviene a un miembro y otra a otro; que lo
a lo que absolutamente no es.19 Cómo iba a ver esto yo, sí con el que poco antes fue lícito pasada una hora ya no lo es; y que lo que
ojo veía sólo cuerpos y con el espíritu únicamente fantasmas? No en un rincón se concede y autoriza, en el de al iado se prohíbe y se
sabía que Dios es espíritu, que no tiene miembros que se extiendan castiga. iAcaso la justicia es varia y mudable? Al contrario, son los
a lo largo o a lo ancho, ni volumen alguno, porque una parte del tiemp os que ella preside los que no marchan con paso parejo, pre­
volumen es menor que su totalidad. Y aunque el volumen fuese in­ cisamente porque son tiempos. Mas los hombres, cuya vida sobre
finito, sería menor en una parte circunscripta en un espacio deter­ la tierra es breve, no saben relacionar con buen sentido los motivos
minado que en el espacio infinito, y no estaría todo entero en to­ de los siglos precedentes y de otros pueblos que desconocen con
das partes como el espíritu, como Dios. 20 También ignoraba por éstos que si conocen. En cambio, pueden ver fácilmente en un
completo qué hay en nosotros, según lo cual existimos y con ver­ mismo cuerpo, día o lugar, lo que corresponde a cada miembro, a
dad somos llamados en la Escritura "a imagen de Dios".2 1 cada momento, a cada parte y a cada persona. Así pues, se escan­
13. Y no conocía la verdadera justicia interior, no la que juzga dalizan de aquellas cosas y respetan éstas.
según la costumbre, sino la que proviene de la ley inmarcesible de 14. Ignoraba yo entonces esto y no lo advertía; por todas par­
Dios todopoderoso, con arreglo a la cual se han de regir las cos­ tes me saltaba a los ojos y no lo veía. En efecto, declamaba poemas
tumbres de los pueblos y las épocas según los pueblos y las épocas, y no me era lícito poner cualquier acento en cualquier parte, sino
mientras que ella misma permanece siempre y en todas partes, no que en tal y tal metro es de tal y tal manera, ni en un mismo verso
siendo diferente aquí y allá, ni diversa en un tiempo y en otro 22 De se ha de poner el mismo acento en todos los lugares. Pero el arte
acuerdo con esta ley, fueron justos Abraham, lsaac,Jacob, Moisés, mismo conforme al cual declamaba no tenía unas reglas aquí y
David y todos los alabados por boca de Dios. Sin embargo; son otras allá; todas regían simultáneamente. Y no me daba cuenta de
considerados inicuos por los ignorantes que juzgan según la medí­ que la justicia observada por los hombres buenos y santos, conte­
da humana y miden todas las costumbres de los hombres a partir nía, de una manera mucho más excelente y sublime, simultánea­
de las propias. Es como si alguien, que no entiende de armas ni sa­ mente, todos los preceptos diversos, sin variar en ninguna parte,
be la que conviene a cada miembro del cuerpo, quisiera proteger la pero no los distribuye ni los prescribe todos a la vez en diferentes
cabeza con las grebas y los brazos con el casco, y se quejara después épocas sino que asigna a cada una los que le son propios. Ciego, re­
de que no le calzan. O como si alguien se irritara porque, en un día probaba a los piadosos patriarcas quienes no sólo usaban de las co­
que se declara festivo después de mediodía, no se le permite vender sas presentes, como Dios se los ordenaba y los inspiraba a hacer, si­
por la tarde lo que se le permitía vender por la mañana. O como si no que también, tal como Él se los revelara, anunciaban las futuras.
alguien se molestara porque ve que, en una misma casa, cualquier
esclavo toca algo que no se le consiente tocar al que sirve las copas; VIII. 15. iAcaso ha sido injusto alguna vez o en algún lugar
o porque se prohíbe hacer, estando a la mesa lo que se hace detrás "amar a Dios de todo corazón, con toda el alma y con toda la men­
de los pesebres; y se indignara porque, tratándose de la misma vi­ te y amar al prójimo como a ti mismo"?23 Así pues, todos los peca­
vienda y la misma familia, no se atribuye las mismas cosas a todos dos contra natura, como fueron los de los sodomitas, en todas par­
los lugares y a todas las personas. Así proceden los que se indignan tes y siempre han de ser detestados y castigados. Y, aun en el caso
cuando oyen que en tal o cual siglo les fue permitido a los justos al­ de que todos los pueblos los cometieran, igualmente serían culpa­
go que no les está permitido en éste, y que, según los tiempos que bles de delito ante la ley divina que no hizo a los hombres para que

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se traten de esa manera. Sin duda, es la sociedad que debemos ción? O, iqué delitos pueden cometerse contra ti, que no puedes
mantener con Dios la que se viola cuando la misma naturaleza de ser dañado? Sin embargo, esto castigas: lo que los hombres perpe­
' tran contra sí mismos. Porque, aun cuando pecan contra ti, obran
la que Él es autor, se mancha con la perversidad de una pasión. En
cuanto a los pecados que van contra las costumbres de los hom­ imp íamente contra sus propias almas, y se miente a sí misma su ini­
bres, se han de evitar según la diversidad de esas costumbres, de quidad corrompiendo y pervirtiendo su naturaleza, hecha y orde­
manera que el pacto, sellado por la misma costumbre o por la ley nada por ti, ya sea cuando usan inmoderadamente lo que es lícito,
entre los miembros de una ciudad o nación, no se quebrante por ya sea cuando desean ardientemente lo no permitido, para un uso
ningún deseo de ciudadano o extranjero. Pues es indecorosa toda que va contra la naturaleza.26 Se hacen culpables también, en el
parte que no se adecue a la totalidad que le corresponde. Y, cuan­ pensamiento y en la palabra, cuando se irritan contra ti y dan coces
do Dios ordena una cosa contra 1a costumbre o el pacto estableci­ contra el aguijón, o, cuando rotas las barreras que impone la socie­
do en cualquier pueblo, deberá llevarse a cabo, aunque allí no se dad humana, se complacen atrevidamente en hacer facciones o
haya hecho nunca; si nunca se hizo, se deberá instaurar; si no esta­ provocar divisiones, de acuerdo con lo que los deleita o fastidia.
ba establecido, deberá establecerse. A un rey le está permitido man­ Todo esto tiene lugar cuando se te abandona a ti, fuente de vida, a
dar, en la ciudad sobre la que reina, cualquier cosa que nadie haya ti que eres único, verdadero Creador y rector del universo, y, con
establecido antes que él ni tampoco él mismo; obedecerlo no va soberbia privada se ama, en una parte, una unidad falsa. 27 Así pues,
contra el conjunto de la ciudadanía, sino que más bien va contra es con humilde piedad como se vuelve a ti, que nos purificas de
ella el no obedecerlo, ya que es acuerdo general de la sociedad hu­ nuestra mala costumbre, acoges los pecados de los que te confie­
mana obedecer a sus reyes. Si esto es así, icuánto más deberá ser san, escuchas los gemidos de los prisioneros y rompes las cadenas
obedecido, sin vacilación, Dios, soberano de todas sus criaturas? que nosotros nos forjamos. A menos que alcemos contra ti los
Pues, así como en los poderes de la sociedad humana el mayor po­ cuernos de la falsa libertad, por la codicia de tener más, en riesgo
der debe anteponerse al menor en orden a la obediencia, así el de de perderlo todo, amando más lo propio que a ti, que eres el bien
Dios debe anteponerse a todos. de todos.
16. Lo mismo se ha de decir sobre los delitos que provienen
del deseo de dañar a los demás, sea mediante contumelia o me­ IX. 17. Pero, en medio de las torpezas y los delitos y de tantas
diante injuria. En ambos casos se procede así a causa de una ven­ iniquidades, se cuentan los pecados de los que se hallan progre­
ganza, como ocurre entre enemigos; o por apoderarse de algo aje­ sando, actos que los hombres de buen juicio también reprueban,
no, por conveniencia, como hace el ladrón con el viajero; o por según la regla de perfección, y alaban con la esperanza del fruto,
evitarse un mal, como el que tiene miedo de algo; o por envidia, como sucede con los brotes del campo. Son actos que parecen si­
como la que roe al desdichado respecto del que es más feliz, o el milares a las torpezas o a los delitos, pero que no son pecados, por­
que ha prosperado y teme que se le iguale, o sufre por haberlo sido que no te ofenden, Señor Dios nuestro, ni atentan contra la comu­
ya; o por el puro placer que provoca el mal ajeno, como sucede con nidad. Es incierto si obedece o no al afáh de poseer el procurarse
los que contemplan a los gladiadores, o los que se ríen o se burlan algunas cosas convenientes para el uso de la vida y según los tiem­
de no importa quién.24 Éstas son las cabezas de la iniquidad que pos; si responde o no al afán de dañar el castigar con el empeño de
brotan del deseo de mandar, de contemplar y de sentir, ya sea de corregir, en uso de una legítima autoridad. Hay muchas acciones
uno de los dos, ya de dos, ya de todos a la vez, y por las cuales se que parecen merecer la desaprobación de los hombres y que han
vive mal, yendo contra las tres y las siete, es decir, las diez cuerdas recibido de ti una muestra de aprobación; pero muchas, alabadas
del salterio, tu decálogo, oh Dios supremo y dulcísimo. 25 Pero, por los hombres, son condenadas por tu testimonio. Pues, con fre­
¿qué torpezas pueden cometerse contra ti, que no sufres corrup- cuencia, una cosa es la apariencia de un hecho y otra el ánimo de

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quien lo lleva a cabo y la coyuntura oculta del momento.28 Ahora duda mi error.32 En ese sueño, se vio a sí misma de pie sobre una
bien, cuando de pronto Tú mandas algo inusitado e imprevisto, regla de madera; venía hacia ella un joven resplai?deciente y alegre,
aunque lo hayas prohibido alguna vez, aunque ocultes durante al­ mientras ella estaba afligida y abatida de dolor. El le preguntó por
gún tiempo la causa de tu mandato, aunque sea contrario al pacto las causas de su tristeza y de sus lágrimas cotidianas, no para saber­
de la sociedad de algunos hombres, iquién dudará de que se debe las sino para consolarla, como suele o�urrir, a lo que ella respondió
cumplir, cuando esa sociedad humana que te sirve es justa? Pero fe­ que era mi perdición lo que lloraba. El, entonces, le ordenó, para
lices aquellos que saben que eres Tú quien lo ordenó. Pues todas su seguridad, y la instó a que observara con atención y viera cómo
las acciones de quienes te sirven se llevan a cabo o para poner de donde estaba ella allí estaba también yo. Y, en cuanto hubo obser­
manifiesto lo que requiere el presente o para anunciar el provenir. vado, me vio junto a ella de pie sobre la misma regla 33 iDe dónde
vino esto sino del hecho de que prestabas oídos a su corazón, oh
X. 18. Yo, que ignoraba estas cosas, me reía de aquellos santos Tú, bien omnipotente, que cuidas de cada uno de nosotros como
siervos y profetas tuyos.29 Y qué hacía yo, cuando me reía de ellos, si a él solo lo cuidaras, y de todos como cuidas a cada uno?
sino hacer que Tú te rieras de mí, dejándome caer sin darme cuen­ 20. Y ide dónde vino también que, al contarme mi madre esta
ta y poco a poco en ridiculeces 30 Algunas de ellas eran creer que visión y al querer disuadirla, diciéndole que no desesperara de en­
cuando un higo es arrancado, llora lágrimas de leche junto con su contrarse ella en el futuro donde yo estaba, me respondiera al pun­
madre, la higuera, y que, si algún santo comía ese higo -no arran­ to y sin vacilación alguna: "No, porque no se me dijo 'allá donde
cado por delito suyo, sin duda, sino ajeno-, mezclándolo con sus él está estás tú', sino 'allá donde tú estás está también él"? Confie­
entrañas, exhalaba después, al gemir y eructar en la oración, ánge­ so para ti, Señor, hasta donde llega mi memoria, este recuerdo, que
les y hasta partículas de Dios. Y que estas partículas del sumo y ver­ a menudo no he callado: mucho me conmovió el hecho de que esa
dadero Dios hubieran quedado ligadas en aquel fruto, de no haber respuesta tuya me llegara a través de mi diligente madre, quien no
sido disueltas por el diente y el vientre del "santo elegido". Tam­ se turbó ante una explicación falsa pero tan verosímil, viendo rápi­
bién creí, miserable de mí, que se debía tener más compasión con damente lo que había que ver y que yo no había visto antes de que
los frutos de la tierra que con los hombres, para los cuales nacen. Si ella me replicara. Me conmovió más ese hecho que el sueño mismo
algún hambriento, que no fuera maniqueo, me los hubiera pedido, con el que anunciaste tanto tiempo antes a esta piadosa mujer, pa­
me habría parecido que dárselos era como condenar un bocado a ra consolarla en su aflicción de entonces, un gozo que no habría de
pena de muerte. realizarse sino mucho después.34 Pues todavía hubieron de seguirse
alrededor de nueve años, en 1os que yo me ab.1 sme• en ese 1ango
e 35 y
XI. 19. Pero "extendiste tu mano desde lo alto y sacaste a mi al­ en las tinieblas de la falsedad, durante los cuales a menudo intenté
ma de este abismo de tiniebla",31 cuando mi madre, fiel sierva tuya, emerger, recayendo después más gravemente. Mientras tanto,
lloraba ante ti por mí mucho más de lo que lloran las madres l a aquella casta viuda, piadosa y sobria, como Tú las quieres, cierta­
muerte d e los cuerpos. Pues ella veía mi muerte desde su fe y e l es­ mente, ya más animada en la esperanza, pero no más negligente en
píritu que había recibido de ti. Y Tú la escuchaste, Señor. La escu­ las lágrimas y gemidos, no cesaba de llorar por mí en tu presencia a
chaste y no desdeñaste sus lágrimas que corrían abundantes y rega­ toda hora en sus oraciones. Y aunque Tú las aceptabas, no obstan­
ban la tierra en todo lugar en que hacía oración. La escuchaste. te, dejabas que yo me envolviera y revolviera en aquella tiniebla.
Pues, de lo contrario, icómo explicar la procedencia de aquel sue­
ño con que la consolaste, a punto tal que accedió a vivir conmigo XII. 21. Mientras tanto, diste otra respuesta, según recuerdo.
y a compartir la misma mesa en casa? A ello se había negado antes, Porque hay muchas cosas que paso en silencio por la prisa de llegar
por aversión y aborrecimiento de las blasfemias a las que me con- a las que más me urge confesar ante ti, y hay muchas otras de las

[ 92 1 [ 93 1
que no me acuerdo. Diste, en efecto, otra respuesta a través de un
es corpórea: es el alma la que elige habitar en ella. Lo reitera ahora mediante
sacerdote tuyo, cierto obispo educado en la Iglesia y ejercitado en el adjetivo "secreta", esto es, profunda, que indica al hombre interior. Con esa
tus Escrituras. Cuando aquella mujer le rogó que se dignara con­ indigencia se dispersaba en lo sensible, en el afán de pasiones carnales. Así,
versar conmigo, refutar mis errores y apartarme de las malas doc­ odiaba "el ser menos indigente", esto es, el no vivirlas todavía.
trinas para conducirme a las buenas -pues hacía esto si se topaba 3 Cabe también la traducción "senda sin lazos", si se tiene en cuenta, por
con gente idónea-, él se negó, y sin duda prudentemente, como eje mplo, el comentario agustiniano al Salmo 90.
comprendí después. Le respondió que yo era rebelde a eso todavía, 4 Agustín se interroga por este hecho que encuentra paradójico: en su
concepción, como en la de todo el mundo clásico, el hombre busca univer­
por estar inflamado con la novedad de aquella herejía y por haber salmente la felicidad. Ciertamente, se ha de tener en cuenta la llamada "com­
hostigado ya a muchos ignorantes a propósito de algunas cuestio­ pasión trágica", base de la teoría aristotélica de la catarsis (cf. Ret. VI, 1449b y
nes nimias, como ella misma le hizo saber.3 6 "Pero, déjalo estar ss.). Con todo, el planteo agustiniano es más psicológico-ético que psicológi�
-aconsejó- y únicamente ruega por él al Señor. Él mismo, leyendo, ce-estético. En cuanto a la cita posterior, corresponde a Dan 3, 52.
descubrirá en qué error está y en cuánta impiedad." Al mismo 5 La expresión, "de un tal Cicerón"' (cuiusdam Ciceronis), es paralela, aun·
tiempo, también le contó que de niño había sido entregado por su que menos fuerte, a la de "no sé qué Eneas" (Aeneas nescio) empleada en I, 13,
20. Rige, pues, también aquí el comentario hecho a propósito entonces (cf. I,
embaucada madre a los maniqueos, para que se convirtiera a ellos,
nota 27). El diálogo ciceroniano al que se alude toma su título de un famoso
y que no sólo había leído casi todos sus libros sino que también los orador de la Antigüedad, Quinto Hortensia Hortalo, quien defendía la posi­
había copiado; por eso, y sin necesidad de nadie que le discutiera y bilidad y aun necesidad de una retórica inmune a la incertidumbre y las dudas
lo convenciera, se le hizo evidente cuán necesario era abandonar de la filosofia. Contra esta perspectiva, Cicerón defiende en esa obra -mucho
esa secta, y la abandonó. Pero, aunque él le dijo estas cosas, ella no tiempo perdida y hoy prácticamente recosntruida en su casi totalidad por los
quiso conformarse; al contrario, lo instaba más y más, con mayo­ filólogos- una concepción de filosofia como formación del alma, indispensa­
res ruegos y abundantes lágrimas, a que me viera y discutiera con­ ble a todo hombre culto y, afortiori, al orador. A través de esta breve obra, se
migo. Entonces, él, ya fastidiado, le dijo: "iDéjame en paz, por tu verifica la primera "conversión" agustiniana, que se dirigirá hacia la búsqueda
de la sabiduría, independientemente del desdén que sigue suscitando en él la
vida! No es posible que el hijo de estas lágrimas se pierda." Ella re­ figura del orador�abogado mediante el cual llega a la filosofia.
cibió estas palabras -y me lo recordaba muchas veces en sus con­ 6 Esta frase es la clave de lo que sigue y gozne de todo el conjunto de es�
versaciones conmigo- como si hubieran sonado desde el cielo. tos primeros libros. En ellos, lo que Agustín se propone narrar no es la suce­
sión de sus peripecias, sino su interpretación actual del modo como, a través
de ellas, Dios obró en él en elpasado y por debajo de su conciencia. Para la co�
NOTAS AL LIBRO 1J1 rrecta comprensión de esa frase, no hay que olvidar, pues, que tal interpreta­
ción es retrospectiva: no se daba mientras esas peripecias tenían lugar, sino que
1 En uno de sus habituales despliegues retóricos, el hiponense escribe se da ahora, desde la mirada del convertido. Se trata, pues, de lo que ya se ha
aquí "sartago", que en realidad no significa propiamente "hervidero" sino "sar· advertido en el Estudio Preliminar: de resignificación. Por eso, esta expresión
tén", para jugar con el nombre de "Cartago". La fama de esta brillante y lujosa debía figurar donde figura: en el comienzo del proceso que lo llevará, cons·
ciudad, meca de estudiantes, la señalaba también como muy licenciosa. De cientemente, a la conversión.
hecho, se la llamaba "Karthago veneris". El joven Agustín se dejará arrastrar por 7 Job !2, 16.
esa clase de vida. Las fiestas y espectáculos a los que asiste son referidos, entre 8 Cita al apóstol San Pablo, Col2, 8. Éste es el único pasaje en el que Pa­
otros lugares, en De civ. Dei 11, 4, 14 y 26. En el primero de estos pasajes de La blo utiliza el término "filosofia" para aludir a la sabiduría de este mundo.
ciudad de Dios, Agustín cita la República de Platón (111, 398) en apoyo de su crí­ 9 Se admite, en clave retórica, una suerte de primer desencuentro entre la
tica contra el ilusionismo de los ludi scaenici. Escritura y Agustín, que éste expresa como inadecuación. Ahora bien, una ina�
2 El hiponense retoma el término con que había cerrado el libro anterior: decuación supone dos elementos, que son los que precisamente no se com­
la "región de indigencia" en la que se había convertido y que alude a la di­ paginan. La puerta de la Escritura es, dice el autor, humilde, o sea, baja. Lo
mensión de lejanía respecto de Dios. Ya había señalado que tal dimensión no obligaba así a él -primer elemento de la relación- a inclinar su cabeza, esto es,

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a renunciar a su soberbia intelectual para ingresar en el texto. El segundo ele· mente en la resignificación que la memoria de Agustín hace de este periodo-de
mento es la Escritura, considerada por la tradición cristiana como la Palabra su vida. Pero no hay que olvidar que esa parábola retrata a dos hermanos, es­
to es, esboza dos modos de relacionarse con Dios. En efecto, el hijo pródigo
de Dios. Este segundo elemento pasa en este momento por la vida del joven,
quien, por mantener su orgullo en alto, no se inclina a escucharla. Así pues, en malgasta en su voluntario exilio el patrimonio recibido de su padre. Al consu­
este pasaje, ambos elementos entran en movimiento, pero el primero se reco· mirlo, se ve reducido a la indigencia y obligado a alimentarse hasta de las be­
noce como único responsable del desencuentro. En cuanto a la expresión llotas de los cerdos que cuidaba, por lo que resuelve volver a la rica casa pa­
"dignidad ciceroniana", se trata de un término técnico: en el qmpo de; la Re· terna, donde es recibido con perdón y alborozo. Pero el otro hijo reprocha a
su
tórica, con "dignitas" se aludía a la exigencia, requerida por el ritmo de la pro· padre lo q�;: entiende es una ?enerosidad excesiva, y considera que no la ha
sa, tanto de la completitud del período como de su medida (cf. De oratore III, . medtda. El padre le recuerda entonces, que, a dtfe­
recibido él mtsmo en tgual .
45, 178). Tal exigencia ya había sido mentada por Aristóteles (cf. Retórica III, rencia del hermano alejado y recuperado, él siempre contó con la compañía
1408 b). En principio, se podría decir que lo que separó a Agustín de la Escri· paterna; mejor aún, debería haberla sentido. Así, la significación que Agustín
tura fue, en primera instancia, una cuestión formal: no encontraba literal­ tiene presente de ese pasaje evangélico es la permanente presencia de Dios co­
mente en ella el vuelo de la prosa latina. Pero no se ha de olvidar la importan­ mo Padre solícito en la vida de los hombres. Son ellos quienes, o no la perci­
cia que la expresión reviste para el hombre clásico que no solía disociarla del ben, o intentan alejarse de Él; de ahí la proliferación en estas páginas de un ad­
IO Los maniqueos se regían por varios libros canónicos: Shabuhragan, el
contenido como después se tenderá a hacer. verbio como "lejos" y la constante corrección en la aplicación de este
adverbio: su sujeto no es Dios sino Agustín mismo en cuanto protagonista de
Evangelio viviente, el Tesoro de la Vida, la Pragmática, el Libro de los Miste­ este primer tramo de las Confesiones. La corrección la hace en cuanto autor, es
rios, el Libro de los Gigantes y las Cartas. Reconocían también las epístolas decir, desde su comprensión de converso. Esa comprensión le confiere, como
paulinas: en su sincretismo, se presentaban como una doctrina cristiana.
1 6 En la mitología maniquea se divide el reino del Mal o de las tinieblas en
11 En el maniqueísmo, el sol y la luna se consideraban divinos por ser par­
se decía en el Estudio Preliminar, una nueva hermenéutica.
te y transporte del Principio de la Luz; de ahí que se los adorara, como testi­ cinco zonas o antros: las tinieblas mismas, las ciénagas, los vientos, el fuego
monia Agustín en De beata vita I, 4. Más aún, se creía que en el sol radicaba el devorador y el humo. Todos ellos, con las respectivas bestias y alimañas que
mismo poder del Hijo, y en la luna, su sabiduría. los habitan, están sometidos precisamente al Príncipe de las Tinieblas. Agus­
12 St 1, 17. Este pasaje de la carta de Santiago contiene la famosa referen­
tín da testimonio de esto, como ex secuaz, en De mor. manichaeorum II, 9, 14
cia a Dios como Padre de las luces. (cf. también De haeresibus 46).
13 La argumentación agustiniana procede aquí del siguiente modo: el ser de
17 "Interior intimo meo et superior summo meo" dice el texto. Se trata de una
las cosas creadas, como el sol que se ve corporalmente, es real, y, por tanto, dig· de las más célebres caracterizaciones de Dios respecto del alma que ofrece la
no de ser amado, ya que es una perfección. Pero de ninguna manera es la pleni­ literatura agustiniana. A la vez, anuncia lo que será la culminación del segun­
tud del ser del cual, de algún modo, participa (cf. Il, nota 17). Desde la perspec­ do movimiento en su búsqueda: el de la intentio. Pero el hiponense ha de con­
tiva agustiniana, cuando se descubre esto último, se está ya en la vía de tinuar todavía con la descripción de los extravíos de la distentio. Por eso segui­
elevación a Dios a través de la escala de lo creado. En cambio, siempre desde el
18
damente aludirá a su dispersión en lo externo.
enfoque del hiponense, el maniqueísmo, al divinizar los astros, diviniza y abso· Prov 9, 17. Esta imagen, en general, personificación de la locura, repre·
lutiza lo creado, distorsionando así su carácter de medio en la búsqueda de senta aquí, puntualmente, la engañosa provocación que sobre Agustín ejerció
Dios. Es con la razón, esto es, con el ojo del alma, que se advierte tal condición. la secta maniquea. El "agua furtiva" o "robada" se contrapone a la que la fe ha­
14 Recuérdese que, en este contexto histórico, se consideraba al alma (ani­
ce surgir de las profundidades de la tierra y es símbolo corriente de la com­
ma) lo que anima, es decir, lo que vivifica al cuerpo, sea esa vida de tipo vege­ prensión que ella promueve. Es probable que con la expresión "panes escon­
tativo, animal o racional. Por tanto, se hablaba también del alma de las plan­ didos" se aluda al carácter esotérico de las doctrinas maniqueas.
tas o de los animales, ya que por "anima" se entendía aquello que, sin más, l9 Se introduce aquí una cuña que comienza a agrietar la adhesión agusti­
constituye a un ser precisamente como animado. En cuanto pn'ncipio de ani­ niana al maniqueísmo: la doctrina, neoplatónica en general, del mal como au·
mación, se juzgaba, metafisicamente hablando, de superior jerarquía que la sencia de bien. El carácter estrictamente filosófico -en rigor, metafisico-de es­
materia a la que da vida. te tema aconseja hacer algunas aclaraciones para el no especialista. En
1 5 Una vez más se alude a la parábola del hijo pródigo. El hecho de que
términos no técnicos, se puede decir lo siguiente: que el mal sea una ausencia
ella sea tan frecuente en estos primeros libros obedece a que cuadra perfecta- o defección de bien no significa que no exista; por el contrario, se impone vio-
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lentamente como un hueco de profunda oscuridad practicado en el plano lu. estos pasajes de discusión con el maniqueísmo, los ejemplos que cita a conti­
minoso del ser. Todo lo que es o existe es bueno por el solo hecho de existir nuación. En relación con el ejemplo que tÍ'aerá a colación en el parágrafo si­
(cf. II, nota 18). Es bueno en la medida en que participa del ser y tiene perfec· guiente, relativo a las leyes métricas, véase el De musica VI, 7, 19.
cienes, entre ellas, la del orden que le es propio y que le permite conservarse 23 Cita la versión de Me 12, 33. Después de haber aludido a la condición re­
en la existencia. Tómese un ejemplo fisico, el de un cuerpo viviente que pre· lativa de las costumbres morales -con particular referencia a la conducta de los
senta un tumor. Dicho tumor existe y es indudablemente un mal. Lo es por· patriarcas contra la desvalorización maniquea del Antiguo Testamento- Agus­
que consiste en la ausencia de un orden allí donde éste debería darse. Así pues, tín procede ahora a subrayar el carácter absoluto de los que considera principios
donde no hay ningún orden, ninguna forma, ninguna medida, no hay nada. éticos. Con arreglo a éstos examinará los pecados, los cuales divide según una
Por eso escribe Agustín que llegar al límite del mal en cuanto privación de clasificación que también compartían los maniqueos. Eljlagitium señala indis­
bien es llegar al límite de la pura nada. tintamente dos clases de pecado: l . aquel que constituye un acto contra naturam
20 Segundo gran motivo de lo que será la disidencia agustiniana con el ma· como el de la sodomía, y 2. aquel que se comete contra mores hominum, esto es,
niqueísmo: éste negaba la posibilidad de la existencia de una realidad absolu. el que viola las costumbres de los hombres. l. En el primer caso,jlagitium se sue·
tamente inmaterial. En efecto, hasta la misma alma del justo, constituida por le traducir por "torpeza" o "acción viciosa". Este tipo dejlagitium es absoluta­
partículas de luz, tenía, en la perspectiva maniquea, cierto grado de materiali· mente ilícito en el plano ético, lo permitan o no las costumbres, porque, en la
concepción de Agustín, al quebrantar el mandato de la naturaleza, se quebran­
21 Esto es, el mismo espíritu humano, por el que se es hombre. Cf. Gen
dad, por sutil que fuera.
1, ta la misma ley divina. 2. En el segundo caso, es usual traducirlo por "delito", el
17. De acuerdo con el relato de las Sagradas Escrituras, el hombre es creado a cual se funda en el pacto social. Dado que éste depende de la diversidad de usos
imagen y semejanza de Dios, (cf. Gen 1, 26-27). Si Agustín, antes de su encuen· y costumbres en una sociedad y en una época determinada, el jlagúium como
tro con Ambrosio y los "textos de los platónicos", no logra comprender dicho delito puede ser aun moralmente lícito, si es que Dios ordena el acto que lo
pasaje bíblico, es porque aun no alcanza a concebir seres que no sean materia­ constituye, puesto que Él está por sobre las leyes y los pactos sociales. Tanto en
les. Esto mismo lo aleja de la posición que sostiene que la naturaleza humana es un caso como en el otro, eljlagitium se distingue, de un lado, delfacinus, voca·
análoga a la del Creador, ya que entiende que una opinión semejante no hace blo que el Hiponense prefiere al de crimen, para mentar los pecados cometidos
otra cosa más que darle a Dios forma de hombre. Un dios antropomórfico no no contra la naturaleza ni las costumbres sino contra los demás. De otro, elJla·
puede ser tenido por auténtico principio de la creación, en cuanto que un tal gitium se diferencia del peccatum proficientium, referido al futuro, dado que es
principio exige perfección y eternidad, notas que no son compatibles con la na­ aquel por el que se atenta contra el progreso ya sea individual ya sea colectivo.
turaleza corpórea y por ende mudable y temporal del ser del hombre. Una vez Este último tipo de falta moral es el más inasible, puesto que, al estar el futuro
imbuido de platonismo, el hiponense contará con los conceptos filosóficos que en manos de Dios, únicamente Él puede prescribir una acción al respecto; cuan·
lo llevarán a concluir que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios pe· do no lo hace, el peccatum proficientium puede no ser tal y conformar, todo lo
ro secundum hominem interiorem, esto es, de acuerdo con la vida racional del alma más, un error de previsión (cf. De doctr. chást. III, 10, 16).
que conforma al compuesto animal racional mortal con el que se lo identifica. 24 En la Patrística comenzaron a estudiarse, definirse y clasificarse los pe­
(Cf., por ej., Contra Ad. man. disc. V; De Gen. ad lit. imperfectus liber XVI, 55, 60- cados. Naturalmente, los trazos fundamentales de este análisis pasarán luego
61; De Gen. contra man. 1, 1 7, 27-28; De doct. christ. I,JQ(!, 22; Conf X, 6, 10; De a la Escolástica, enriqueciéndose en ella. En lo que toca a este párrafo, baste
Trin. XV, 1, 1 ; De Gen. ad lit. Ill, 19, 29- 20, 30; Sermo 43, 2). decir que por contumelia se entendía el insulto verbal que busca el oprobio aje·
22 Son las costumbres morales las relativas a diferente época, lugar o cul­ no; y por iniuria, el daño y perjuicio en general. Párrafo aparte merece la men­
tura, es decir, las que dependen de su contexto histórico, no los principios éti­ ción de .la invidia que, de acuerdo con su misma etimología (in: contra; vid­
cos emanados de la ley eterna divina, inscrita en la conciencia humana (cf. 11, ver, mirar), alude al mirar con malos ojos el bien de otro, más que al codiciar·
nota 14). Lo que Agustín recuerda aquí es que aquéllas, más allá de las moda· lo para sí. Por eso,Juan Crisóstomo, por ej., la ve como una adhesión gratuita
lidades particulares que asuman, deben obedecer a éstos. Su insistencia en es­ al mal, y así escribe que el disoluto puede aducir la concupiscencia como pre­
te punto del carácter relativo de las costumbres morales atañe a otra disiden­ texto; el ladrón, la pobreza; el homicida, la ira, etc. Pero no hay excusa para el
cia que finalmente tuvo con el maniqueísmo. De hecho, los maniqueos, con envidioso que sólo se nutre de perversidad (cf. ln Ep. adRom. Homiliae VII, 6;
rigidez formal y ahistórica, condenaban a muchas figuras de los Patriarcas del In lo. Hom. XXXVI, 3).
Antiguo Testamento, por no tener presente la mencionada distinción entre lo 25 La Escritura no siempre presenta el mismo número de mandamientos. La
absoluto y lo relativo en términos morales; de ahí que el hiponense elija, en exégesis de Agustín y su consecuente predicación fueron decisivas para fijarlos

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en el número de diez. La división mentada aquí entre tres y siete obedece a que, hipótesis interpretativas se han ensayado de este sueño, desde las psicoanalíti­
según como han quedado establecidos en la tradición, los tres primeros tienen cas, de diverso tipo, hasta las literarias y aun las teológicas. Estas últimas, por
en cuenta las obligaciones respecto de Dios, y los siete últimos las concernien­ ejemplo, entienden esa regla como lo que se denomina la "regulafidei" ecle­
tes al prójimo. (Cf. Sermo 9, llamado justamente De decem chordis en nueva refe­ siástica. En el plano teológico, se habla de regulafidei con dos acepciones: la
rencia a la imagen de las diez cuerdas del salterio; En. in Ps. 143, 9).
26 Cf: Rom !, 26.
primera, más general, la entiende como el objeto de la fe, es decir, el conteni·
27
do auténtico de la revelación. La segunda deriva de la anterior y es más elabo­
En varias obras Agustín insiste en que el amor a Dios unifica a todo el rada. En este segundo sentido, la regulafidei, cuyo contenido abarca no sólo los
hombre y a todos los hombres, en cuanto hace confluir los anhelos humanos textos bíblicos sino también el conjunto de la tradición eclesiástica, alude al
en Él, como Bien infinito y referente único, cuyo gozo eterno es compartible principio que hace de la fe la regla de la verdad, pero no en sentido positivo si­
a la vez por todos. El poner el propio fin en lo individual y "privatum" que, en no limitativo: lo que se afirma contra una proposición de fe es, en principio,
general, es un bien limitado y ambicionado por muchos, fragmenta el alma y refutable, al estar aquélla asentada en la verdad. Una vez más, lo que importa,
procura una falsa unidad, como la de las bandas de ladrones (Cf., por ej., De en la economía interna de las Confesiones, es el significado que el mismo Agus·
civ. Dei Xf\1, 28 y De Gen. ad litt. XI, 15, 20).
28
tín le asigna. Por lo que se infiere de lo que seguirá diciendo -sobre todo, en
Cabe acotar que se insinúa en estas líneas la ética de la interioridad que el cierre del libro VIII- parece estar usando la expresión en el sentido más la·
es propia del pensamiento aguo:tiniano y que encontrará muchos siglos des· to, es decir, en la primera acepción.
pués su expresión más acabada en la de Pedro Abelardo: lo que cuenta a la ho· 34 Las expresiones adverbiales que jalonan este pasaje, "tanto tiempo an­
ra de juzgar la moralidad de un acto humano es precisamente la intención -o, tes", "entonces" "mucho después", dan cuenta de la articulación en pasado,
como dice aquí el hiponense, el animus- con que se lleva a cabo, más allá de presente y futuro, propia de la sucesión temporal en el mundo. Agustín ins·
sus resultados. Ahora bien, si la intencionalidad es lo que confiere al acto su cribe el mensaje del sueño, que tuvo lugar en un momento puntual de esa su­
carácter moral, el principio por el cual debe regirse dicha intencionalidad es el cesión, en la mirada omnisciente y providente de Dios. Pero esta mirada es si·
de conformarse a la voluntad divina. multánea, en tanto emana de una eternidad en la que no hay sucesión y que,
29 Se refiere, obviamente, a los errores de su época de adhesión al mani­
por eso, puede traer al presente lo que sucederá en el porvenir (cf. I, notas 14
queísmo que, como se ha dicho, negaba toda validez al Antiguo Testamento, y 15). Más allá de su admiración por la agudeza materna, ésta es la resignifica­
haciendo, por consiguiente, la detracción de patriarcas y profetas. ción agustiniana del episodio.
30 Para comprender lo que sigue es necesario tener en cuenta que los ma­ 35 Cf. Sa/68, 3.
niqueos creían que los árboles contienen partículas divinas; de ahí la prohibi­ 36 Ni la literalidad del relato ni su línea argumentativa consiguen ocultar
ción de arrancar los frutos, pero no de comerlos. En efecto, esas partículas de ciertos rasgos de carácter que terminan por traslucirse: es imposible no sospe·
luz que el Príncipe de las Tinieblas había logrado aprisionar en la materia, po­ char aquí el dejo de cierto orgullo materno ante la capacidad polémica del hi­
dían ser liberadas de ésta, sólo cuando el fruto era comido por un "elegido", es jo. De hecho, Mónica no deja de mencionar el detalle de las victorias de Agus�
decir, un miembro de la secta, ya que ellos se arrogaban esa capacidad de libe­ tín en las discusiones. Por su parte, y más allá de la obligada humildad, que le
ración. Si no era ése el caso, las mencionadas partículas seguirían estando apri· hace calificar de nimias las cuestiones debatidas -escribe "quaestiunculis" , el
-

sionadas, sólo que ahora en la materia, es decir, en el cuerpo del no elegido. mismo Agustín conserva, como no podía ser de otra manera, la conciencia de
Otro testimonio agustiniano de esta doctrina maniquea, próxima a la del lesus tal capacidad propia y, a la vez, la conciencia del orgullo que le inspiraba a su
patibilis, se encuentra en Contra Faustum XX, 1 1 . madre: de hecho, tampoco él deja de decir que ella lo dijo.
31 Sa/ 143, 7.
32 A juzgar por el pasaje de ContraAcad. II, 2, 3, Agustín vuelve desde Carta·
go a Tagaste, donde se supone que su madre -como es sabido, mujer de fuerte ca­
rácter e indeclinables convicciones- se negó a recibir en su casa a un maniqueo.
Probablemente, hasta el perdón materno, se haya refugiado donde su amigo Ro­
maniano, a quien da las gracias por su hospitalidad en el citado pasaje.
33 La regula señalaba originalmente una regla en sentido lato, un prisma
alargado de madera, pero da lugar a numerosas expresiones eclesiásticas, co·
mola de "regula disciplinae", por ejemplo. Sea de ello lo que fuere, muchísimas

[ 100 l [ 101 l
Libro IV

l. l. Por espacio de esos nueve años de mi vida, desde los die­


cinueve hasta los veintiocho, fuimos seducidos y seducíamos, fui­
mos engañados y engañábamos en distintas pasiones: en público,
a través de aquellas disciplinas que llaman "liberales"; en privado,
en lo que falsamente se llama "religión". En aquello éramos sober­
bios; en esto, supersticiosos; en todo, vanos. En aquellas cosas,
porque perseguíamos el vacío de la gloria popular hasta los aplau­
sos del teatro, los certámenes poéticos, la lucha por coronas de he­
no, 1 las frivolidades de los espectáculos y la intemperancia de la pa­
sión. En estas otras, porque, deseando purificarnos de tanta
sordidez, llevábamos alimentos a quienes eran denominados "ele­
gidos" y "santos", para que, en el laboratorio de sus vientres, fabri­
casen ángeles y dioses que nos liberaran.2 Y yo seguía estas cosas, y
las hacía con mis amigos, engañados por mí y conmigo. Ríanse de
mí los arrogantes, los que aún no han sido saludablemente postra­
dos y abatidos por ti, Dios mío; yo, en cambio, ante ti confesaré

mis ignominias, en alabanza tuya. Permítemelo, t lo suplico; con­
cédeme el recorrer, con el presente recuerdo, el circuito recorrido
por mi error y ofrecerte una hostia de júbilo 3 Pues, iqué soy yo pa­
ra mí mismo, sin ti, sino un guía hacia el precipicio? ¿o qué soy,
aun en la bonanza, sino alguien que se nutre de tu leche y que te sa­
borea a ti, alimento incorruptible? ¿y qué es el hombre, no impor­
ta cuál, si sólo es hómbre.? Búrlense ya los fuertes y poderosos, que
nosotros, débiles y pobres, te confesaremos a ti.

[ 103 l
yal·ficio, ni elevaban oraciones a. espíritu. alguno en sus adivina-
IJ. 2. Enseñaba yo en aquellos años el arte de la retórica y, .
cio nes. Con todo, la verdadera ptedad cnsttana rechaza ! cond e-
vencido por la codicia, vendía esa locuacidad que permite vencer. '
na esto con razón. Porque lo bueno es confesarte a tt, Senor, y de­
Sin embargo, prefería -Tú lo sabes, Señor- tener buenos discípu­
cir: "Ten piedad de mí, cuida mi alma, porque he pecado contra
los, lo que se llama "buenos", y a éstos, sin trampa, les enseñaba
u· •' y no abusar de tu
indulgencia para perrmtuse pecar, smo re- .
trampas, no para que con ellas actuaran contra la vida del ino­
cordar la voz del Señor: "He aquí que has st'd o sanad o; no qme-
cente, sino, a veces, a favor del culpable. Y Tú, Dios, viste de lejos
s faltar más, no sea que te suceda algo peor".6 Toda esta pureza
deslizarse, por un terreno resbaladizo y brillando, envuelta en un :: : !
la que pretenden destruir ellos, diciendo: De cielo es de don­
gran humo, la buena fe que demostraba en aquella enseñanza que de te viene la causa mevitable de que peques , y Venus htzo esto,
impartía a los que aman la vanidad y buscan la mentira. Yo era su
Saturno o Marte", justo para que el hombre, que es carne, san­
cómplice. En aquellos años tuve una mujer, no frecuentada en lo
que se llama una unión legítima, sino buscada en el inconstante
� e y soberbia corrupción, quede sin culpa y é�ta sea atribuida �1
.
creador y rector del cielo y las estrellas. <Y qmen es este smo Tu,
ardor de la pasión y la falta de prudencia. Con todo, era una sola,
Dios nuestro, suavidad y fuente de la justiCia, que devuelves a ca­
y yo le guardaba fidelidad en el lecho. En esa unión, pude experi­
da uno según sus obras y no desprecias al corazón contrito y hu­
mentar por mí mismo qué distancia hay entre la moderación de
millado?'
l a alianza conyugal, establecida con vistas a l a procreación, y el
5. Había en aquel tiempo un hombre sagaz, experto en el arte
pacto del amor voluptuoso, en el que nace la prole, aun contra la
de la medicina y muy estimado en ella, quien, en su condición de
voluntad de los padres, si bien, una vez que ha nacido se ven obli­
procónsul, había colocado, con sus propias manos, la coro�a del
gados a quererla.
certamen sobre mi cabeza enferma, pero no en cuanto mediCo.
3. Me acuerdo también de que, habiendo decidido formar par­
te de un certamen de poesía, mandó a preguntarme no sé qué adi­

Porque d aquella enfermedad el sanador eres Tú� que resistes � los
soberbios y concedes la gracia a los humildes. Y, sm embargo, <aca­
vino qué recompensa querría darle para salir vencedor. Pero le res­ _
so dejaste de estar conmigo, a través de aquel anCJano, o deSististe
pondí que yo detestaba tales misterios y que abominaba de ellos, y
de curar mi alma? Yo había entablado cierta amistad con él, y asi­
que, aunque esa corona fuese de oro inmortal, no permitiría que se
duamente escuchaba, atento, sus sentencias, agradables y profun­
matara a una mosca por mi victoria.4 Pues él iba a matar seres ani­
das, pobres en términos rebuscados pero �cas en pensamier:tos ví­
mados en esos sacrificios y, al parecer, con tales homenajes había
vidos.' Como de mi conversación él dedu¡o que yo me dedtcaba a
de invocar en favor mío los votos de los demonios. Sin embargo,
los libros de los astrólogos que hacen cartas natales, me aconsejó�
tampoco fue por amor puro hacia ti, Dios de mi corazón, que re­ paternalmente que los dejase, y que no empleara inútilmente mt
chacé este mal. Pues aún no sabía amarte, ya que no sabía concebir empeño y trabajo, necesarios para cosas úttles, en tal fut!ltdad.
otros fulgores que los corpóreos. iUn alma que suspira por tales fic­ También él decía había estudiado eso, hasta el punto de que en
ciones, acaso no fornica lejos de ti, confia en falsedades y apacien­
ta vientos?5 Pero he aquí que, no queriendo que se ofrecieran sa­
; ;
sus comien os, b bía querido tomar la astrología como profesión
para ganarse la vida, dado que, si había entendido a Hipócrates,
crificios a los demonios en mi favor, yo mismo me sacrificaba a también hubiera podido entender aquellos hbros. Sm embargo, fi­
ellos en la superstición. Porque, iqué otra cosa es "apacentar vien­ nalmente, los dejó para dedicarse a la medicina, por haber descu­
tos" sino apacentar a esos demonios, esto es, servirles de placer y de
bierto que eran completamente falsos, y por no querer, como hom­
irrisión con nuestros errores? bre serio que era, ganarse la vida engañando a la gente. "Pero tú,
decía, que tienes la retór�ca para _rrocur��te el sustento e�tre los
I I I . 4.
Y, de hecho, no desistía de consultar a esos charlatanes hombres, sigues esa menttra por hbre aficwn, no por necesidad de
que llaman "matemáticos", porque éstos no ofrecían casi ningún
[ 105 1
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recursos. Has de creerme en esto con mayor razón, ya que yo me cuentos supersticiosos y dañinos, a causa de los cuales mi madre
esforcé en aprenderla muy a fondo, por haber querido hacer de ella me lloraba. Aquel hombre ya erraba conmigo en espíritu, y mi al­
mi único medio de vida." Ante esto, yo le pregunté por qué razón, ma no se podía pasar sin él. Y he aquí que Tú, que pisas los talones
de tales pronósticos, resultaban muchas cosas verdaderas. Respon­ de tus siervos fugitivos, Dios de las venganzas y fuente de miseri­
dió él como pudo, diciéndome que la fuerza de la suerte se difun­ cordias a la vez, Tú, que nos haces volver a ti de mil maneras ad­
de por todas las cosas naturales. Y añadía que, a menudo, al con­ mirables, he aquí que Tú lo arrancaste de esta vida, cuando apenas
sultar al azar las páginas de un poeta cualquiera, sale de ellas un se había completado un año de nuestra amistad, más dulce para mí
verso que cuadra admirablemente con la preocupación que tiene que todas las dulzuras de aquella vida mía.
S. ¿ Qlién puede contar las alabanzas que te son debidas, m si·
. . .
quien lo lee, aunque el poeta ha cantado una cosa muy distinta y
con diferente intención. No hay que sorprenderse, pues, de que el quiera ciñéndose a lo que él solo ha experimentado en sí mismo?
alma humana, sin saber lo que pasa en ella misma y movida por al­ ¿Q¡é hiciste entonces, Dios mío? i Qué insondable es el abismo de
gún impulso de lo alto, diga, no por arte sino por azar, algo que tus juicios! Enfermo, devorado por la fiebre, sin conciencia, mi
coincide con los hechos y asuntos de quien interroga.' amigo yacía en un sudor letal y, como se desesperara de salvarlo,
6. Y esto lo aprendí de aquél, o mejor aún, de ti, que me lo ense­ fue bautizado, no sabiéndolo él ni importándome a mí. Porque yo
ñaste a través de él, delineando en mi memoria, lo que más tarde de­ suponía que retendría mejor su alma lo que de mí había recibido
bía averiguar por mí mismo. Pero, en aquel entonces, no pudieron que lo que ocurría sobre un cuerpo sin conciencia. Pasó otra cosa
conseguir que yo desechara tales cosas ni este anciano ni mi querido muy diferente, pues se repuso y se salvó. En cuanto pude hablarle
Nebridio, joven muy bueno y puro, que se reía de toda ese arte de la -lo que logré tan pronto como él mismo pudo, ya que no me se­
adivinación. Porque pesaba más sobre mí la autoridad de los mismos paraba de su lado y estábamos pendientes uno del otro- intenté re­
libros y no había encontrado todavía el argumento seguro que busca­ írme con él, creyendo que él también se reiría conmigo de su bau­
ba y que me demostrase sin ambigüedad que las cosas verdaderas que tismo, recibido sin conocimiento ni conciencia, pero del que, con
dicen los astrólogos consultados resultan verdaderas por obra del azar todo, estaba al tanto. Me miró como a un enemigo y me advirtió
o de la suerte, no por el arte de la observación de los astros. con admirable y repentina libertad, 1 1 que, si quería ser su amigo,
dejara de decir tales cosas. Estupefacto y turbado, yo reprimí todas
N. 7. En aquellos años, en que por primera vez comencé a en­ mis reacciones; quería que se restableciera primero y que, recobra­
señar en mi ciudad natal, me hice de un amigo que me fue muy das las fuerzas de la salud, estuviera en condiciones, para poder tra­
querido. Fuimos compañeros de estudios, era de mi misma edad y tarlo como yo quería. Pero fue arrancado de mi locura, y guardado
nos hallábamos ambos en la flor de la juventud. De niños, juntos en ti, para mi consuelo: pocos días después, estando yo ausente, se
nos habíamos criado, juntos habíamos ido a la escuela, juntos ha­ repiten sus fiebres y fallece."
bíamos jugado. Pero entonces no era todavía un amigo tan cerca­ 9. Con ese dolor se entenebreció mi corazón y cuanto miraba
no, como tampoco, en realidad, lo fue después, no tanto como lo era muerte. La patria era un suplicio para mí, y la casa paterna, una
requiere la verdadera amistad. Porque no hay amistad verdadera si­ extraña desdicha. Todo lo que con él había compartido, sin él se
no cuando Tú la enlazas en aquellos a quienes unes entre sí por la volvía una cruel tortura. Por todas partes lo buscaban mis ojos y no
caridad, esa caridad que derrama "en nuestros corazones el Espíri­ les era dado. Odié todas las cosas, porque no lo tenían ni podían
tu Santo que nos ha sido dado". 1 0 Con todo, era esa amistad extre­ decirme como antes, como cuando estaba ausente y volvía: "Mira,
madamente dulce, madurada en el fervor de aficiones compartidas. aquí viene". Yo me había convertido en una gran cuestión para mí
Hasta había conseguido apartarlo de la fe verdadera que, siendo mismo y le preguntaba a mi alma por qué estaba triste y me con­
tan joven, no era en él arraigada y fiel, para desviarlo hacia los movía tanto, y ella no sabía responderme nada. Y, si yo le decía "Es-

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pera en Dios", no me obedecía, y con razón: más verdadero y me­ que, cuanto más amaba yo al amigo, tanto más temía y odiaba a la
jor era ese ser tan querido que ella había perdido que el fantasma muerte , como a atroz enemiga que me lo había arrebatado, y pen·
en el que se le ordenaba esperar. Únicamente el llanto me era dul­ saba que ella podía acabar con todos los hombres, dado que había
ce, y reemplazaba a mi amigo en confortar a mi espíritu. podido con aquél. Tal era mi estado, lo recuerdo bien. He aquí mi
corazón, Dios mío, helo aquí en su intimidad. Míralo, porque tam·
V. 10. Mas ahora, Señor, ya ha pasado aquello, y se ha suaviza­ bién recuerdo, 14 esperanza mía, que me limpias de la suciedad de
do mi herida con el tiempo. Ahora tal vez puedo escucharte a ti, tales afectos, atrayendo hacia ti mis ojos y desatando los lazos de
que eres la verdad, y aplicar el oído de mi corazón a tu boca, para mis pies. Me sorprendía que los demás mortales vivieran, mientras
que me digas por qué el llanto les es dulce a los desdichados. iQui­ que él, a quien yo había querido como si nunca hubiera de morir,
zá Tú, aunque presente en todas partes, has rechazado lejos de ti estaba muerto. Y más me sorprendía que, muerto él, viviera aún yo,
nuestra infelicidad, y permaneces en ti mismo, mientras nosotros que era otro éL Bien dijo uno, de su amigo, que era "la mitad de su
nos revocamos en nuestras pruebas? Y, sin embargo, si nuestro llan­ alma". Porque yo sentí que mi alma y la suya eran "una sola alma
to no llegara a tus oídos, no nos quedaría ni un resto de esperanza. en dos cuerpos". 1 5 Por eso me causaba horror la vida, porque no
¿De dónde viene, pues, que gemir, llorar, suspirar, quejarse, se re­ quería vivir a medias; y quizá por eso también temía morir y que
cojan de la amargura de la vida como un fruto tierno? iAcaso esto muriese del todo aquel a quien mucho había amado.
es dulce porque esperamos que nos escuches? Sin duda, es así en el
caso de las súplicas, porque conllevan el deseo de llegar a ti, pero, VII. 12. iOh locura, que no sabe amar humanamente a los
iy en el dolor de una pérdida y en el duelo en que entonces estaba hombres! iOh hombre necio que sufre sin moderación las cosas
sumido? Desde luego, yo no esperaba resucitarlo, ni pedía eso con humanas! Así era yo entonces. Y, así, me abrasaba, suspiraba, llo­
mis lágrimas; sólo sufría y lloraba. Pues era desdichado y había per­ raba y me conmovía, sin encontrar descanso ni razón. Arrastraba
dido mi alegria. iSerá acaso que, aunque el llanto es cosa amarga, a mi alma, rota y sangrante, que no soportaba que yo la llevase,
nos deleita por el fastidio de las cosas que antes disfrutábamos y pero no tenía dónde dejarla. Ella no reposaba ni en bosques ame·
ahora aborrecernos? nos, ni en juegos y cantos, ni en lugares perfumados, ni en festi­
nes espléndidos, ni en los placeres del lecho y de la casa; ni si·
VI. 1 1. Pero, ipor qué hablo de esto? No es ahora el momento quiera en los libros y los poemas. Todo me provocaba rechazo,
de hacerse preguntas, sino de confesarte a ti. Era desdichado, como hasta la misma luz, y cualquier cosa que no fuera él me resultaba
lo es todo aquel espíritu vencido por las cosas mortales, y desga­ insoportable y tediosa, salvo gemir y llorar, pues sólo en las lágri­
rrado por ellas cuando las pierde. Ante su pérdida, siente esa mise­ mas encontraba algún descanso. En cuanto mi alma se apartaba
ria, por la que es desdichado aún antes de perderlas. Así era yo en de esto, me abrumaba con la pesada carga de su infelicidad. Ha·
aquel tiempo, lloraba amargamente y descansaba en la amargura. Y cia ti, Señor, era necesario alzarla para curarla. Yo lo sabía, pero no
tan desventurado era que amaba más la misma vida miserable que quería, no podía hacerlo, tanto más que, cuando pensaba en ti,
a aquel amigo mío, porque, aunque hubiera querido cambiarla, no no te veía como algo sólido y firme. Para mí no eras sino un fan­
hubiera querido perderla en su lugar. No sé si lo hubiera aceptado, tasma vano; mi error era mi Dios. 16 Si intentaba poner mi alma
como se dice -si no es cosa inventada- de Orestes y Pílades, que allí para que descansara, se deslizaba en el vacío y volvía a caer so·
querían morir uno por el otro o ambos al mismo tiempo, porque bre mí, siéndome una infeliz morada en donde no podía estar ni
peor que la muerte era para ellos no vivir al mismo tiempo. 13 Pero de donde podía salir. iAdónde huiría mi corazón de mi propio
en mí había surgido no sé qué sentimiento muy contrario a éste, en corazón? iAdónde huir de mí mismo? iAdónde no me seguiría
el que el pesado hastío de vivir se unía al miedo de morir. Creo yo a mí mismo? 1 7 Huí, sin embargo, de mi patria. Pues menos ha-

[ 108 l [ 109 ]
brían de buscarlo mis ojos
donde no solían verlo. Y
de la ciudad
de Tagaste volví a Cartago. por haber perdido la vida los que han muerto. Feliz el que te ama a
ti, al amigo
· '
.
· Pues no perdera' a mngun
en tl, al enemtgo a causa de tl.
·

' 1
·

ser querido , únicamente qmen os qmere a todos en aque1 que no


·

VIII. 13 . No descansan los


ede perderse. Y ¿quién es éste sino nuestro o·tos, o·ws, que h'tzo
tiempos, ni pasan inútilm
ente por
.

nuestros sentidos: obran en


Y pasaban de d,ta en dta,
el alma maravillas. He aqu
' I S y vmten
· .
do y pasando, imprimían
í que venían ��cielo y la tierra y los llena porque llenándolos los .hiz?? A ti nadie
nuevas e peranzas y nuevos en mí te pierde, nadie, sino quien te de¡ a. Pero, al de¡arte, <adonde va o es-
� capa' sino de ti, manso, haCia ti, auado? Porque encuentra tu ley en
� recuerdos. Poco a poco, me
a as antiguas formas de dev olv ían
su castigo. Pues "tu ley es la verdad", 21 y 1 a verdad, Tu· mtsmo.
·
placer, ante las cuales ced
mw, no Ciertamente para ía aquel dolor
ser sustituido por otros dol
por causas de nuevos dol ores, pero sí
ores. 1 9 Pues, ia qué obedec
ía aquel sufri­

mien o que había penetrado
tan profundamente y hasta
X. 15. "i Oh Dios de las virtudes, vuélvenos a ti, muéstranos tu
.
de mi, a que smo al hecho lo íntimo rostro y seremos salvos!"22 Porque, adondequiera se vuelva el alma
de que yo había esparcido
bre la arena, amando a qui mi alma so­ del hombre, fuera de ti se apoyará en el dolor, aunque se apoye en
en tenía que morir como
de morir? Lo que más me si no hubiera las cosas hermosas que existen fuera de ti y fuera de ella, cosas que,
por lo demás, nada serían si no fueran por u. Nacen y mueren; na­
reconfortaba y animaba era
con otros amigos, con qui sola zarme
enes amaba lo que amaba
Era aquello una enorme fábu
la y una mentira interminab
en tu lug ar.2o �
ciendo, es como s1 comenzaran a ser,23 y crecen para lle�ar su ple­
.
yo adul . tero le, en cu­ nitud, y, habiéndola alcanzado, enve¡ecen y mueren. Mas aun, aun­
roce se corrompía nuestro
tr�ves.
del cosqmlleo de los oídos.
espíritu, al que llegaban
a que no todas envejecen, todas mueren. Así pues, desde que na�en y
Era una ficción que no mo
mi, aunque munera alguno ría en tienden al ser, cuanto más rápidamente crecen para ser, tanto mas ra­
de mis amigos. Había otr
compañía que cautivaban as cosas en su pidamente corren hacia el no ser. Tal es su condición. Sólo esto les
mi ánimo, como conversar
ayudamos mutuamente con y reír juntos, diste: el ser parte de cosas que no eXIsten todas al mismo tiempo, si­
benevolencia, compartir lect
nas, tener pasatiempos frív uras ame­ no que, muriendo y sucediéndose, constituyen todas el universo cu­
olos o decorosos. Tambié
a veces pero sin anin adv n disc utíamos yas partes componen. He aquí que lo mismo pasa con nuestro ha­
_ � : ersión, como cuando alguien
sigo mtsmo, y condtment disc ute con­ blar a través de signos sonoros, pues no podría haber un discurso
ábamos con rarísimos des
muchas coincidencias. Alg acu erd os las completo, si una palabra, una vez pronunciadas sus sílabas, no ce­
unas veces enseñábamos y
aprendíamos
?
un s de otros ; stempre extr
añábamos a los ausentes con
diera su lugar a otra para ser sucedida por ésta. Q,¡e mi alma te alabe
. pena y re­ también por esto, "Dios, creador de todas las cosas",24 pero que no
cibiamos • los que regresa
. ban con alegría. Estas manif
otras seme¡antes, rocede esta ciones y se adhiera a ellas con amor viscoso por medio de los sentidos del
p ntes del corazón de los que
expresadas a traves de la boc se qui eren, y cuerpo. Porque ellas van adonde iban,25 al no ser, y despedazan el al­
a, la lengua, los ojos y mil
simos, son como las chispas ges tos gratí­ ma con deseos pestilentes; ella quiere el ser y ama descansar en las
donde se encienden las alm
den en una sola. as y se fun­ cosas que ama. Pero en ellas no hay dónde descansar, porque no per­
manecen. Huyen, y iquién puede seguirlas con el sentido de la car­
IX. 14. Esto es lo que se am ne? O iquién las puede atrapar aun cuando están al alcance? Lento
a en los amigos, y de tal man
.
la concien era que es el sentido de la carne, puesto que es sentido de la carne; ésa es su
cia de los hombres se siente
culpable si no quiere a qui condición. Basta para algunas cosas para las que ha sido hecho, pe­
la qmere o no corresponde en
a quien la amó primero, sin
cuerpo otra cosa que muestr bus car en su ro no para detener el transcurrir de las cosas desde su debido co­
as de afecto. De ahí provien
cuando muere alguno, y las e el llanto mienzo hasta su debido final. Porque es en tu Verbo, por el que son
tinieblas del dolor, y el aflig
razón, trocada la dulzura en irse del co­ creadas, donde oyen: "Desde aqm' y hasta aqm'".26
amargura, y la muerte de los
que viven

[ 1 10 1 [ 111 1
XI. 16. No seas vana, alma mía; que no ensordezca el oído de de tiene sabor la verdad
!
. Está en o más íntimo del corazón.29 Pero
lejos de El. Volved, pues, prevaricadores, •
tu corazón el tumulto de tu vanidad. Escucha tú también. El mis­ el corazón anda errante _
mo Verbo clama para que vuelvas. Está allí el lugar de descanso im­ vuestro corazón y adherío

s a aquel que os a creado. Estad con El
descansad en El, y hallaréis reposo.
perturbable, donde el amor no es abandonado si él mismo no de­ y permaneceréis �stables; _ _ .
por asperos cammo s, adonde va1s? El b1en que ama1 s
serta. He aquí que aquellas cosas pasan, desaparecen para ser ¿Adónde vais
a Él se ordena es bueno y suave.
sucedidas por otras y de todas esas partes se compone este ínfimo de Él proviene, y sólo en cuanto
universo. Pero "iacaso paso yo para irme a algún lugar?", dice el Pero con justicia se volverá amarga, porque injustamente se ama, si
cosa que proviene de Él. i Qyé pro­
Verbo de Dios. Fija allí tu mansión, confia allí cuanto de allí has re­ se Jo abandona a Él, cualquier
do caminos dificiles y
cibido, alma mía, aun cansada de mentiras. Encomienda a la Ver­ vecho hay para vosotros en seguir recorrien
lo buscáis. Buscad lo que
dad cuanto de la verdad tienes, y no perderás nada, y se sanarán tus trabajosos? No está el descanso donde
Buscáis la vida feliz en
partes enfermas y se curarán todas tus debilidades, y lo que hay en buscáis, pero no está allí donde lo buscáis.
ti de caduco se reconstituirá y renovará y, consolidado en ti, no te 30
la región de la muerte; no está allí.
iCómo ha de estar la vida fe­
arrastrará hacia donde se precipita sino que durará contigo y junto liz donde ni siqui era hay vida?
al siempre estable y permanente Dios. 19. Y descendió hasta aquí abajo la misma vida nuestra y to­
ncia de su vida. Dio
17. iPara qué, pervertida, sigues a t•J carne? Qye sea ésta, con­ mó nuestra muerte, y la mató con la abunda
vertida, la que te siga a ti.27 Las cosas que sientes a través de la carne voces de trueno, clamando que desde aquí volviéramos a Él, a
aquel lugar secreto desde donde Él vino a nosotro s,31 primero, en
son partes de un todo, pero desconoces el todo cuyas partes son; sin
criatura humana,
embargo, te deleitan. Si los sentidos de tu carne fuesen capaces de el seno virginal de María, en el que desposó a la
Desde allí, como
abarcar el todo, si no hubieran sido estrictamente limitados, para tu carne mortal, para que no fuera siempre mortal.
se dispuso a
castigo, a aprehender sóio una parte del conjunto, sin duda anhela­ un esposo que salta del lecho, exultante como héroe,
no se demoró ; antes bien, corrió clamand o con
rías que pasasen las cosas ahora presentes, para disfrutar mejor a to­ la carrera, porque
su muerte, su vida, u descens o y su as­
das. 28 Pues aún lo que hablamos lo percibes a través del sentido de la sus palabras, sus hechos, �
censión, clamand o para que volviéra mos a El. Y, si desapar eció
carne y no quieres que las sílabas se detengan sino que vuelen, para
os a nuestro corazón y
que vengan las demás y así oír el todo. Así pasa siempre con todas ante nuestros ojos, fue para que retomem
que está. No quiso es­
las cosas que componen una cierta unidad y que no existen al mis­ lo encontremos. Pues partió, mas he aquí
Su­
mo tiempo para componer ese todo: cuando es posible percibirlas tar mucho tiempo con nosotros, pero no nos ha abandonado.
hecho
en su conjunto, deleitan más todas juntas que una por una. Pero me­ bió hacia un lugar que nunca dejó, porque el mundo fue
a
jor aún que todas ellas es quien las hizo, y ése es nuestro Dios, que por Él, y en este mundo estaba, y a este mundo vino para salvar
A Él se confiesa mi alma y Él la sana, porque pecó
nunca pasa, porque no es reemplazado por nada. los pecadores.
contra Él. iHasta cuándo, hijos de los hombres, seréis duros de
XII. 18. Si te gustan las cosas wrpóreas, alaba por ellas a Dios corazón? iNi siquiera después de haber descendido la vida a vo­
y reconduce tu amor a su artífice, no sea que le desagrades por el sotros queréis ascender y vivir? Pero, iadónde subisteis realmente,
placer de las cosas que te agradan. Si te gustan las almas, ámalas en cuando estuvisteis en la cima y pusisteis en el cielo vuestra boca?
Dios, porque, si bien son mutables, afincadas en Él, permanecen; Descended, para subir a Dios, ya que caísteis ascendiendo contra
<;fe otro modo, pasarían y perecerían. Ámalas, pues, en Él, y hacia Él.32 DiJes estas cosas, para que lloren en el valle del llanto. Y arre­
El arrebata contigo cuantas puedas y diles: "A éste amemos. Él es bátalos contigo hacia Dios, porque si las dices ardiendo en la lla­
quien hizo estas cosas y J10 está lejos". Pues no las hizo y se fue, si­ ma de la caridad, las dices desde su mismo Espíritu.
no que, proviniendo de El, en Él existen. He aquí donde está: don-

[ 1 12 1 [ 1 13 1
XIII. 20. No sabía yo estas cosas por entonces. y amaba las be­ naciones de amores variados y diversos en una única alma? ¿cómo
llezas inferiores y me encaminaba hacia el abismo, diciendo a mis es que amo en otro una cosa que, si no la aborreciera como lo ha­
amigos: "(Amamos acaso algo que no sea hermoso? iQyé es, pues, go no la detestaría ni rechazaría en mí, siendo que cada uno de no­
lo bello? iQyé es la belleza? iQyé es lo que nos atrae y nos inclina
;
so ros es un hombre? No es lo mismo que amar un buen caballo,
hacia las cosas que amamos? Porque, ciertamente, si no hubiera en por el que uno no querría cambiarse, aunque pudiese. No cabe de­
ellas ornato y hermosura, en modo alguno no nos atraerían".33 Y re­
cir esto del histrión, que es nuestro congénere.36 Así pues, ¿amo en
flexionaba, viendo que, en los mismos cuerpos, una cosa era el ser un hombre lo que detesto ser, siendo hombre yo también? Profun­
un todo y, por tanto, algo hermoso en su integridad; y otra, el ser do abismo es el hombre mismo. Y Tú, Señor, tienes contados has­
conveniente, por adaptarse de una manera adecuada a otra cosa, co­ ta sus cabellos, y ni uno se pierde sin que lo sepas. 37 Y sin embargo,
mo la parte de un cuerpo se adapta al conjunto, el calzado al pie, y más fáciles de contar son sus cabellos que sus afectos y los movi­
otros casos semejantes. Esta consideración brotó en mi espíritu, des­
mientos de su corazón.
de lo íntimo del corazón, y escribí los libros Sobre lo belloy lo apto, 23. Pero aquel orador era del género que yo estimaba, al punto
creo que dos o tres. Lo sabes Tú, Señor, ya que yo lo he olvidado; ni
de querer ser como él. Y vagaba con mi orgullo, siendo arrastrado
siquiera los consetvo, pues se me perdieron no sé cómo.34 por cualquier viento,38 aunque muy ocultamente era gobernado
por ti. iDe dónde me viene el saber, y el confesarte con tanta cer­
XIV. 21. Pero, iqué es lo que me movió, Señor Dios mío, a de­ teza, que yo amaba más a aquel hombre por el amor de los que lo
dicar esos libros a Hierio, orador de la ciudad de Roma? No lo co­ elogiaban que por las mismas cosas por las que era alabado? Porque
nocía de vista, pero estimaba a este hombre por la fama de su doc­
si, en lugar de alabarlo, lo hubieran criticado esos mismos hombres
trina, que era preclara, y por algunos dichos suyos que había oído y y, criticándolo y despreciándolo, hubieran contado las mismas co­
me agradaron 35 Pero más me gustaba porque gustaba a los demás, sas sobre él, seguramente yo no me hubiera encendido ni entusias­
que lo alababan con elogios estupendos, maravillados de que un si­ mado, aun cuando esas cosas no fueran distintas, ni el hombre
rio, experto primero en la elocuencia griega, llegara a ser después un otro, sino solamente diferente el afecto de los que las narraban. He
orador admirable en la latina, y gran conocedor de todas las materias aquí dónde termina un alma débil, mientras no se adhiera a la soli­
pertinentes al estudio de la sabiduría. Se alababa a aquel hombre, y dez de la verdad. Es llevada y traída, torcida y retorcida, a merced
se le quería, estando ausente. ¿Es que acaso ese amor entra en el co­ del viento de las lenguas, brotado del pecho de los que opinan. Y
razón del que escucha desde la boca de quien alaba? De ningún mo­ la luz se le obnubila, y no discierne la verdad, aunque esté allí, an­
do, sino que uno que ama inflama a otro. Por eso, se ama al que es te nosotros. Yo tenía, efectivamente, por gran cosa que mi tratado
alabado, pero sólo en tanto se considere que es elogiado por un co­ y mis estudios llegaran a conocimiento de aquel hombre. Si él los
razón sincero, esto es, si lo alaba el que lo ama. aprobaba,.mi entusiasmo habría de ser mayor; si los reprobaba, se
22. Así estimaba yo entonces a los hombres: a partir del juicio afligiría mi corazón, vano y falto de tu firmeza. No obstante, con
de otros hombres, no del tuyo, Dios mío, en el que nadie puede gusto yo volvía mi espíritu a aquel Sobre lo hermosoy lo apto, a pro­
errar. Y, sin embargo, i por qué no lo estimaba yo como a un auri­ pósito del cual le escribí, y lo contemplaba, admirándolo a solas,
ga famoso, como a un cazador celebrado por la adhesión popular, sin que hubiera otro que lo alabara conmigo.
sino de manera muy distinta y seria, tal como yo quisiera ser alaba­
do? Porque no habría querido que se me elogiara y amara como a XV. 24. Pero aún no acertaba a ver la grandeza de tu arte, oh
los histriones, aunque yo mismo los elogiara y amara; más aún, Dios omnipotente, único que obra maravillas, y vagaba mi espíri­
hubiera elegido con mucho no ser conocido así, o aun ser odiado, tu por las formas corporales. Así, distinguía y definía lo hermoso
antes que amado de esa manera. iCómo se distribuyen esas incli- como aquello que se adecua a sí mismo; lo apto, como lo que se

[ 1 14 l [ 1 15 l
adecua a otra cosa, suministrando ejemplos materiales.39 De aquí eras esquivo a mi altivez llena de vientos. Yo sólo sabía imaginar
pasé a la naturaleza del alma, pero la falsa opinión que tenía de las formar corpóreas y, carne, acusaba a la carne; soplo que pasa, no
cosas espirituales no me permitía distinguir la verdad.40 La misma acertaba a regresar; errante, marchaba hacia aquellas cosas que no
fuerza de la verdad irrumpía ante mis ojos, pero mi mente ansiosa son, ni en ti, ni en mi, ni en el cuerpo, y que tampoco me eran dic­
saltaba, de la realidad incorpórea, a las líneas, los colores y los túr­ tadas por tu verdad, sino que eran ficciones inventadas por mi ne­
gidos volúmenes. Y, dado que no podía verlos en mi espíritu, creía cedad, a partir de los cuerpos.43 Y decía a tus pequeños, a tus fieles,
que no podía ver el espíritu. Pero, como yo amaba la paz en la vir­ a mis conciudadanos, de quienes sin saberlo me había desterrado,
tud y odiaba la discordia en el vicio, notaba en aquélla, unidad; en les decía, locuaz e inepto: "iPor qué se extravía el alma hecha por
ésta, cierta división. Me parecía que en aquella unidad radicaba la Dios?", y no quería que se me replicara: "¿Por qué, pues, se extravía
mente racional y la naturaleza de la verdad y del bien sumo; en esa Dios?". Y me obstinaba en sostener que tu substancia inmutable es­
división, en cambio, hallaba no sé que sustancia de vida irracional, taba obligada a errar, antes que admitir que la mía, mutable, se ha­
y la naturaleza del sumo mal. Opinaba, miserable de mí, que esta bía desviado por su propia iniciativa y, en castigo, se equivocaba.
última no sólo era una sustancia, sino también verdadera vida, sin 27. Tendría yo, tal vez, veintiséis o veintisiete años cuando escri­
proceder, sin embargo de ti, Dios mío, de quien proceden todas las bí aquellos libros, rumiando en mi espíritu ficciones corporales que
cosas. Llamé a aquélla "mónada", en el sentido de una inteligencia aturdían los oídos de mi corazón. Los tendía, dulce verdad, hacia tu
asexuada; a ésta, "díada", por ser como la ira en los crímenes y la vo­ melodía interior, pensando en lo bello y lo apto, y deseaba estar en
luptuosidad en las torpezas, sin saber lo que decía. Porque yo no tu presencia, y escucharte, y "exultar de alegría con la voz del espo­
sabía, no había aprendido que el mal no es ninguna substancia y so".44 Pero no podía, porque las voces de mi error me arrastraban
que nuestro mismo espíritu no es el bien supremo e inmutable.4' fuera y, con el peso de mi soberbia, me precipitaba hacia lo ínfimo.
25. Hay crímenes cuando está viciado ese movimiento del al­ Y era que no concedías el gozo y la alegría a mis oídos, era que no
ma en el que se da un ímpetu por el que ella se precipita, violenta; "exultaban mis huesos", porque no "habían sido humillados".45
hay torpezas cuando ese afecto del alma del que se nutren los de­
seos carnales es inmoderado. De la misma manera, los errores y las XVI. 28. Cuando tenía veinte años, más o menos, habían lle­
falsas opiniones contaminan la vida, cuando la misma alma racio­ gado a mis manos ciertos escritos aristotélicos denominados "Las
nal está viciada. Y así estaba la mía entonces, ignorando que debía diez categorías",46 ante cuyo solo nombre yo suspiraba como ante
ser iluminada por otra luz para participar de la verdad, porque no no sé qué cosa grande y divina, cuando mi maestro de retórica car­
es ella de la misma naturaleza de la verdad. Tú iluminarás mi lin­ taginés y otros que se tenían por doctos se llenaban con ellos la bo­
terna, Señor; Tú, Dios mío, iluminarás mis tinieblas, de tu plenitud ca resonante. ¿y de qué me servía haberlas leído solo y haberlas en­
recibimos todos, porque Tú eres la luz verdadera que ilumina a to­ tendido? De hecho, las consulté con otros que decían haberlas
do hombre que viene a este mundo, porque en ti no hay mutación, comprendido con dificultad, y con la ayuda de maestros muy eru­
ni momentánea oscuridad.42 ditos, que no sólo las explicaban con palabras sino también con di­
26. Yo me esforzaba por llegar a ti, pero era rechazado por ti, bujos sobre la arena. Nada me pudieron decir, sin embargo, que yo
para que sintiera el sabor de la muerte, puesto que resistes a los so­ no hubiera entendido por mí mismo, leyéndolas a solas.47 Me pa­
berbios. ¿y qué mayor soberbia que afirmar, con sorprendente lo­ recía que esos escritos hablaban con mucha claridad de las sustan­
cura, que yo era, por naturaleza, lo que eres Tú? Porque, al ser yo cias, como "hombre"; y de lo que en ellas inhiere; la cualidad, co­
mutable, lo cual me era manifiesto, ya que quería ser sabio para pa­ mo la figura del hombre; la cantidad, como su estatura; la relación,
sar de peor a mejor, prefería creerte cambiante a ti también, antes como de quién es hermano; o dónde está; cuándo ha nacido; o si
que creer que yo no era lo que Tú eres. Por eso me rechazabas, y está de pie o sentado; y si está calzado o armado, o si hace algo o lo

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padece. Todas las demás innumerables cosas, algunos de cuyos 3 1 . Pero, ide qué me servía eso, si pensaba que Tú, Señor Dios,
ejemplos ofrecí, están comprendidas en esas nueve clases o en la de que eres la verdad, eras un cuerpo luminoso e inmenso, y yo una
la misma sustancia. brizna de ese cuerpo? Oh perversidad sin límite! Pero así era yo, y
29. iDe qué me servía esto, si más bien me estorbaba? Porque, no me avergüenzo de confesarte, Dios mío, tus misericordias en mí
juzgando que en aquellas diez categorías se hallaba comprendida y de invocarte, ya que no me avergoncé entonces de proferir ante
absolutamente cualquier cosa, me esforzaba por entenderte a ti, los hombres mis blasfemias y de ladrar contra ti. iDe qué me servía
Dios mío, que eres admirablemente simple e inmutable,48 como si entonces un ingenio ágil para entender aquellas doctrinas, y desen­
también Tú fueras el "subiectum" de tu grandeza y belleza, o como redar, sin la aynda de magisterio humano, todos aquellos enreda­
si ellas inhirieran en ti como en un sujeto, al modo de los cuerpos. dísimos libros, cuando con deforme y sacrílega torpeza yo erraba
Tú mismo eres tu grandeza y tu belleza; un cuerpo, en cambio, no en la doctrina de la piedad? i O qué tanto perjudicaba a tus peque­
es grande ni hermoso porque sea un cuerpo, ya que aunque fuera ños el ser de ingenio mucho más lerdo, si no se alejaban de ti, para
menos grande y menos bello, no por eso dejaría de ser cuerpo. Era, que así, seguros en el nido de tu iglesia, les crecieran plumas y echa­
pues, una falsedad lo que de ti pensaba, no la verdad; era una fic­ ran alas de caridad, nutridos de una fe sana. Señor Dios nuestro, al
ción de mi miseria, no la firmeza de tu beatitud.49 Habías ordena­ abrigo de tus alas esperamos; protégenos y llévanos. Tú llevarás, sí,
do, Señor, y así se cumplía en mí, que la tierra me diera espinas y llevarás a los pequeños hasta que tengan la cabeza cana, porque,
abrojos, y que yo consiguiera mi pan con grandes trabajos.5° cuando nuestra firmeza eres Tú, entonces, es firmeza; cuando es
30- iDe qué me servía haber leído y comprendido por mí nuestra, es debilidad. Nuestro bien vive siempre en ti; porque, en
mismo todos los libros que pude de las artes que se llaman "libe­ cuanto nos alejamos de allí, nos torcemos. Volvamos ya, Señor,
rales", siendo por entonces esclavo perverso de mis malos deseos? que no nos apartemos,52 porque nuestro bien sin falta alguna vive
Disfrutaba con su lectura, sin saber de dónde venía lo que de ver­ en ti; eres Tú mismo. Y no tememos que no haya sitio adonde vol­
dadero y cierto había en ellos. Pues tenía la espalda vuelta a la luz, ver, porque desde allí hemos caído. Pero, aunque ausentes noso­
y el rostro, hacia las cosas que ella ilumina. Por lo que mi rostro, tros, no se ha derrumbado nuestra casa, tu eternidad.
que contemplaba las cosas iluminadas, no lo estaba él mismo. To­
do cuanto leí sobre el arte de la elocuencia y de la dialéctica, el re­
lativo a las dimensiones de las figuras, la música y la aritmética, lo NOTAS AL LIBRO !V
entendí sin gran dificultad y sin que ninguno de los hombres me
lo enseñara. Tú lo sabes, Señor Dios mío, porque también la vi­ 1 Como se sabe, en los certámenes poéticos se consagraba a los vencedo­
res ciñéndolos con coronas de oro o laurel. Por eso, la alusión al heno es aquí
vacidad de la inteligencia y la agudeza de discernimiento son do­
irónicamente desvalorizadora. La apertura de cada libro de las Confesiones sue­
nes tuyos. Pero yo no te ofrecía ningún sacrificio por ellos. Así,
le anunciar sintéticamente, o sugerir, lo central de su contenido. Esta ridiculi­
me servían más de daño que de provecho, porque tuve mucho zación de la corona de paja da el tono del libro IV: se recordará la pompa hue­
cuidado en conservar en mi poder esa excelente parte de mi he­ ca y frustrante de metas y placeres perseguidos.
rencia, pero no custodié mi fortaleza para ti, sino que, apartándo­ 2 Cf. III, nota 30.
me, me fui a una región lejana para disiparla en deseos prostituí­ 3 Agustín escribe "circuitus erron"s mei". Con ello quiere significar que el iti­
dos_5 1 iDe qué me servía una cosa buena, si no la usaba bien? No nerario de quien yerra en la vida -el hijo pródigo del Evangelio, por ejemplo­
siempre consiste en dar vueltas vanamente, en círculos. Conviene detenerse
en este pasaje porque es decisivo a la hora de descifrar otra clave de las Confe­
percibí que aquellas artes fueran dificiles de entender, aun por
gente estudiosa y de talento, hasta que tuve que esforzarme en ex­
siones, la de su tonalidad emotiva. Todo él se apoya en la doctrina agustiniana
plicarlas. Y el más sobresaliente de ellos era el que menos lenta­ de la memoria que, como se verá al llegar al libro X, presenta como notas fun­
mente seguía mi exposición. damentales, entre otras, las del dinamismo y la reformulación. Eso le permite

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al alma, en primer lugar, romper, en cierto sentido, la férrea cadena de la su­
se entendió que con él se pretendía anular o disminuir la libertad y responsa­
cesión temporaL Así, el recuerdo hace de algún modo presente lo ya pasado.
bilidad humanas. A ese blanco apuntan las críticas no sólo de Agustín (cf. De
Con todo, en segundo lugar, no lo trae al presente tal como ese pasado fue vi­
doctr. christ. II, 21, 32) sino también de casi todos los Padres de la Iglesia. Cabe
vido. En efecto, el alma vuelve sobre sus pasos para retomar al momento ac­
tual, re�o�e otra vez sus recorridos anteriores, reiteración verbal significativa señalar, no obstante, que ya Plotino había puesto en tela de juicio que la dis­
en el ongtnal: Pero este segundo itinerario no se da en el mismo plano que eJ posición de los astros en el momento del nacimiento de una persona determi­
.
pnmero, en vtrtud del foco atencional de la memoria y de su capacidad de ela­ ne toda su vida y condicione su alma, (cf. En. II, 3, passim).
boración: el p�esente co�diciona el v�lor actual del pasado, por comparación.
5 Cf. Sa/72, 27 y Prov !0, 4.
6 Sa/40, 5, y jn 5, 14 respectivamente.
Recordar un tiempo fehz en la desdtcha no cancela la infelicidad; eventual­
7 Las dos últimas proposiciones son paráfrasis de Mt 16, 27 y Sal 50,19.
mente la hace más grave. Por el contrario, recorrer con el alma el circuito de
8 Se trata de Vindiciano, médico muy famoso, autor de De expertis reme­
diis, y muy apreciado por Valentiniano. Él es quien lo nombró procónsul en
extravíos pasados qu: pudier�n conducir a la ruina, y advertir al presente que
ella n? se ha pro?uct?o, susctta las em.ocione� positivas de admiración, gozo
África. Agustín completa su retrato más adelante, en VII, 6, 8 y en la Epist. 138
y gratitud. Agustin auna y hace conflutr en Dws, en cuanto que es quien res­
cata, esos tres movimientos anímicos. Tal es el sentido que tiene, en este con­ a Marcelino.
texto, la "bosuil iubilauOnis", expresión que el hiponense toma del Sa/26, 6. Por 9 Es probable que este punto de vista de Vindiciano, al menos, tal como
lo. demás, se compara implícitamente la hostia, que también se come, con los lo reproduce Agustín, recogiera la doctrina tradicional, fuertemente neoplatów
nica, sobre la sympathia universal. Desde la Antigüedad, esta palabra se ha usa­
do en dos planos: l. el psicológico, y 2. el cosmológico. En el primer sentido,
ahmentos que se procuraba a los supuestos elegidos con el objeto de que' al

ya Aristóteles señaló la sympathia como un estado afectivo, consciente, de afi­


digerirlos, los purficaran.
4 En la agitada Cart�go de la época pululaban también magos y astrólo­
gos. No se ha de confundtrlos. Ya en los primeros siglos de nuestra era la ma­ nidad con otro u otros seres humanos (cf. Et. Nic. VIII, 1, 1 155 b). En el se­
gi�, concebida en principio como técnica de indagación en la natural;za, co­ gundo, que es el que importa aquí, los estoicos, en particular, emplearon esta
.
mte�za a asoCiarse con la adivinación o mántica. Ambas dependen de las noción para indicar una cierta afinidad objetiva existente entre todas las cosas.
.
relac10nes de sympathra que se supone existen entre los distintos reinos del Desde esta perspectiva, la simpatía universal es la ratio más profunda que do­
mina el orden del mundo. Plotino pone en ella, en sentido cósmico el funda­
mento mismo de la magia, al considerar que, por la sympathia, se da un acuer­
mundo natural y que le permiten al mago provocar con ciertos medios -uso
de piedras, fórmulas, imágenes, etc- efectos extraordinarios. Así lo refiere al
dtrnattl1'al-entre las cosas semejantes y, de este modo, un gran número de
menos, Jámblico (cf. De myst. II, 2). Tales relaciones tienen lugar sobre la b�se
de dos leyes: la que reza que lo semejante actúa sobre lo semejante, y la que potencias diversas colaboran en la unidad de ese gran ser animado que es el
. universo. Famosa es, al respecto, su imagen de la sympathia como cuerda ex­
extge el contacto en orden al efecto. En esta práctica intervienen las entidades
tendida que, al ser pulsada en un extremo, transmite la vibración al otro (cf
En. N, 4, 40 y ss). Aunque reelaborado desde una nueva perspectiva, un rastro
que los griegos denominaban "'d�in:ones", mediadores entre los dioses y los
.
ho�bres. Pero l?s demomos se dtvtden en diversas jerarquías; de ahí que la
.
magta se haya dtferenctado en blanca y negra. La primera, también llamada de esta idea confluye en el De onh:ne agustiniano.
10 Rom 5, 5.
"teurgia", se sirve de la mediación de los espíritus para cumplir acciones útiles·
11 Agustín no usa aquí ú'berum arbitrium, cuyo significado es "libre albe­
la s�gunda denomin�da "goetia", recurre a demonios malvados para comete;
! drío" y, en sentido lato, "'libertad", sino el término libertas que en él señala ine­
acctones vtles: lo sostiene el mismo Agustín (cf. De civ. Dei X, 9 y XXI, 6), que
quívocamente la libertad propia de una liberación espiritual.
se refiere a este segundo caso en el presente pasaje. 12 Aunque estilísticamente puede no ser lo más aconsejable en español,
. Distint� e? el tema de la astrología, que pretendía, principalmente, pre­
decir acontect�uentos p;ro no prom�tía modificar su curso. Los astrólogos
hemos preferido conservar el presente con que aparecen los dos últimos ver­
bos en el original, ya que dan idea de lo vívido del dolor que se reactualiza en
.•

eran llamados genethliaa porque hactan cartas natales, y también "'matemáti­


cos", porque decían fundamentar \_US horóscopos en cálculos matemáticos.
el recuerdo puntual.
1 3 Orestes y Pílades son personajes de la mitología grieg a; de ahí que Agus­
Con el nombre de astrologia también se conocían los estudios astronómicos.
tín ponga en duda su existencia real. Pero con real fuerza los dos representan
En los ámbitos religiosos, sólo se rechaza la astrologia cuando no alude a la ac­
la amistad. En efecto, su historia narra que, habiendo robado la estatua de Dia­
tividad astronómica sino que, bajo un nombre común insiste sobre la in­
fluencia astral en la vida de los hombres. Si este aspecto fue atacado es porque
na, fueron descubiertos y condenados a muerte. Debía sacrificarlos Ifigenia,
quien, compadecida, decidió dar muerte a uno y liberar al otro. Ambos prefi-

[ 120 1 [ 121 1
rieron ser sacrificados juntos antes que soportar uno la vida sin el otro. Ante 20 Se refiere a su insistencia en frecuentar la compañía de otros mani-
esto, Ifigenia les concedió el perdón a los dos. queos, cuya fe religiosa compartía aún.
14 Nuevamente se pone de manifiesto la conciencia agustiniana sobre la 21 Sa/ 1 18, 142.
capacidad propia de la memoria de mover hacia el presente el foco atencional 22 Sal 79, 8.
del alma (cf. nota 3). En este pasaje, el hiponense usa memini ("me acuerdo de 23 En estas últimas líneas, vuelven a asomarse, en una gran síntesis, dos as­
que") las dos veces. Se ha tratado de mantener la repetición, traduciendo "re· pectos fundame�tale� de la doctrina �gusti��ana ya señalados. De un lado, la
cuerdo" en ambos casos, si bien el segundo "memini" significa precisamente vacuidad de la dJStentw, esto es, de la dtsperston en lo externo al alma. De otro,
está
"tengo presente". el inicio de su superación en la vía ascensional hacia Dios. Ese comienzo
15 El amigo como alter ego es un topos de la literatura clásica. Es expresión indicado en la percepción de Él corno dador de toda existencia, es decir, como
que aparece en Eurípides, Orestes 1046; en Aristóteles, Et. Nic. IX, 8, 1 1 68b. fuente del ser, aun el mínimo y frágil ser en el que se disuelven las cosas entre
Véase también Horacio, Car. I, 3, 8 y Ovidio, Trist. IV, 4, 72. Como se ve una las que se desgarra el alma. Esa labilidad está indicada en la expresión "quasi
vez más la formación literaria, que el Agustín ya convertido desvaloriza (cf. I, esse inápiunt'': "como si comenzaran a ser", pero, por comparación con el divi­
13, 21), viene en su ayuda a la hora de tener que expresar "los comunes casos no, ese ser no tiene densidad real. Con todo, esta vacilación ontológica entre
de toda suerte humana". ser y no ser, propia de las cosas creadas, no alcanza a hacerlas en sí mismas des­
16 Recuérdese que este episodio trágico tiene lugar durante el período de preciables; por el contrario, siguen teniendo cierto grado de bondad, si bien
convicción maniquea de Agustín. relativo. Sobre este tema Agustín vuelve en VII, 1 1 . 17 y 12, 18.
17 La inquietud anímica, que no cesa al trasladarse de lugar, encuentra su 24 "Deus creator omnium" es el primer verso de un himno de Ambrosio, el
más célebre formulación en Lucrecio, "Hoc se quisque modo semperfugit", De re­ cuarto, que Agustín ama citar y que lo acompañó aun en el duelo por la muer­
rum nat. III, 1068. Séneca también comenta esto en De tranq. an. II, 13 y 14. te de su madre. Cf. IX, n. 45.
Otra posible referencia es Horacio, Car. 11, 17. 25 Es decir que las cosas, en su movimiento y sucesión, se dirigen fatal­
1 8 Después de haber entrado en escena el problema de la memoria, hace mente a dejar de existir, por la finitud que les es propia.
ahora su aparición explícita -y, por primera vez en el texto, tematizada- su re­ 26 Cf. I, nota 14, esp. infine.
verso, la cuestión del tiempo. Ésos son los dos hilos con los que el hiponense 27 Como se ve, el hiponense juega aquí con las palabras per-versa y con-ver­
teje su relato en e,<,tos primeros libros. Una vez completado el esbozo, es decir, sa: la primera indica que el alma se vierte o se dirige torcidamente hacia algo;
una vez que se ha comprendido su sentido fundamental, Agustín habrá de la segunda, que retoma la dirección recta. Así, la conversión, implica un fuer­
examinar la textura de esos hilos en sí mismos. Por ahora, y en lo que concier­ te movimiento, un viraje radical del alma, que en griego se denominaba "me­
ne al segundo, esto es, al problema del tiempo, baste notar que, en primer lu­ tánoia", y al que hoy aludiríamos como un profundo "cambio de mentalidad".
gar, el texto habla de los tiempos en plural, para subrayar justamente, más que 28 Se trata, sin duda, de un párrafo de dificil trámite. Hay quienes han vis­
la unidad de la sucesión en sí, la pluralidad y variedad de lo que ella trae con­ to en él una influencia de Porfirio, Aphor. 40. Sea de ello lo que fuere, Agustín
sigo; en otros términos, se habla de tiempos en plural porque no se está alu· parece estar subrayando en él la condición limitada de los sentidos corporales,
diendo al carril por donde pasan los acontecimientos sino a éstos mismos. De que radican en la carne. Éstos, a diferencia de lo que no se menciona, es decir,
ellos se dice, en segundo lugar, que "veniebant elpreteribant", o sea, que venían de la inteligencia radicada en el alma, no pueden captar más que parcialmen­
del futuro y desde allí transitaban inmediatamente al pasado. Por eso, cuando te las cosas contingentes y, por lo demás, cada uno según la facultad que le es
su mirada se vuelva al tiempo mismo, a la sucesión, Agustín acentuará su ina­ propia. Sólo el alma, no los sentidos, puede elevarse a la universalidad de las
sibilidad. Todo lo contrario sucede con el espesor de los tiempos que, aún en su ideas, el conjunto de las cuales está contenido -no hay que olvidarlo- en el
vorágine, nutren esperanzas y generan recuerdos que, sobreponiéndose a Verbo. Desde la perspectiva cristiana, Dios creó según el Verbo todas las cosas,
otros, los alivian. No hay, pues, contradicción entre lo que se afirmará en el li­ y vio que cada una era buena en sí misma, pero el conjunto muy bueno.
bro XI y lo que aquí se lee. 29 Nuevamente Agustín indica con esto la dirección que ha de asumir la
19 Con esto Agustín sugiere que aún estaba expuesto a sufrimientos tan intentio.
graves como el que había atravesado. La razón que da de esa fragilidad es la de 3° Cf. Il, nota 22.
cifrar una felicidad infinita en seres que, por su finitud, no pueden garantizar­ 31 Cf.}n 12, 35 y 13, 38.
la. Por eso se reprocha el generar de hecho las causas que podrían haber dado 32 Como se ve, este último pasaje juega retóricamente no sólo con el as­
lugar a dolores similares al ya vivido. censo y el descenso sino que, al mismo tiempo, en el caso del hombre, cada

[ 122 J [ 123 J
uno de ellos es ambivalente: desde la perspectiva agustiniana, es la soberbia tificación. En el caso de los animales, está dado por el instinto. El peso de ca­
humana la que pretende subir hasta colocarse a la altura de Dios, cuando sólo da cosa es, pues, el elemento dinámico que la lleva a su plenitud, y ésta está de­
en la humildad del reconocimiento de su frágil condición, el hombre puede terminada por la naturaleza misma; de ahí que no haya tantas diferencias en­
iniciar una elevación verdadera. El hiponense construye todas las exhortacio­ tre el comportamiento de los animales, por ej., que siguen invariablemente el
nes que conforman este último pasaje hilvando versículos de los Salmos. En peso de su instinto, como las que se dan entre los hombres. En efecto, en el ca­
este sentido, los hitos fundamentales son: 18, 6; 40, 5; 4, 3; 72, 9; 83, 7. so del hombre, se trata de un ser libre. Su pondus es, precisamente, el amor. Pe­
33 Agustín utiliza los términos dccus y species para lo que se tradujo como ro, de hecho, se aman muchas cosas, como señala el presente pasaje. Entre
"ornato y hermosura". El primero tiene el significado originario de ornamen­ ellas, el hombre ha de elegir cuál amar prioritariamente (cf. XIII, 9, 10). Tal
to o lustre, y después, por extensión, decoro, en sentido moral. En la primera elección conformará la orientación fundamental de su propia vida y, por en­
acepción, que es la que aquí cuenta, intervienen en su noción dos notas: la de, diseñará el perfil de su alma individual. La diferencia entre esos perfiles es
congruentia o integritas, que armoniza entre sí las partes del conjunto constitui­ lo que provoca la admiración de Agustín quien, a continuación, escribe una
do por un cuerpo; y la aptitudo o cmroenientia, que lo armoniza con otros cuer­ de las más célebres afirmaciones de esta obra.
pos. En cuanto a la palabra "species", en su significado estético, alude a la be­ �7 Cf. Mt 10, 30.
lleza que algo tiene por su forma. Sobre la base de lo afirmado por Agustín que 38 Cf. EJ 4, 14.
identifica la species con la forma, mucho después Buenaventura la denomina­ 39 Cf. nota 33, inprincipio.
rá también la species "pulchritudo" (cf. De regno Dei 43), que equivale a jormosi­ 40 Agustín escribe "spin"tall' desde su actual punto de vista. Y, en efecto,
tas", es decir, belleza. Esta acepción se prolonga más allá de los límites de la para la concepción cristiana, lo espiritual equivale siempre a lo inmaterial. Esa
Edad Media: se reencuentra, en efecto, en Giordano Bruno (cf. Summa Term. "falsa opinión" de la que habla en pasado derivaba de considerar, pues, desde
Metaph. 39) y pasa al español. su maniqueísmo de entonces, que no puede haber ninguna realidad absoluta­
34 Se supone que en el perdido De pulchro et apto, del que poco se sabe, mente inmaterial. En consecuencia, el análisis que declara haber hecho en lo
Agustín expresaba puntos de vista maniqueos, coincidentes en la cuestión de que se supone fue el segundo libro del Depulchro et apto no obedeció tanto a
la belleza con los neopitagóricos. Tal vez, su posterior y rotunda abjuración una perspectiva metafisica cuanto psicológica y ética. Desde este último pun­
del maniqueísmo explique el hecho de que lo haya borrado de su memoria. to de vista, así como había subrayado la importancia de la unidad en la in/e­
Pero aun en el caso de que este desdén sea impostado o, por lo menos, exage­ gritas de lo que es fisicamente bello, la adscribe ahora a lo que es espiritual­
rado, lo cierto es que Agustín ya no reconoce como propio el contenido de es­ mente hermoso, esto es, la virtud. Y ve en la división de la multiplicidad el
ta obra. La relevancia de ese contenido, cualquiera éste haya sido, es, por así principio de la fealdad del alma, o sea, el vicio.
decir, externa: conocerlo sería de sumo interés a la hora de establecer con ma­ ' 41 Para la intelección de este pasaje, se ha de tener presente que el mani­
yor precisión la cultura filosófica con que el hiponense contaba antes de su queísmo es un sistema dualista. Postulaba la existencia de dos principios: el del
conversión. Pero, internamente, en la economía misma de las Confesiones, la Bien o de la Luz, creador de la materia más sutil -puesto que el maniqueísmo
ausencia de este dato no pesa. De hecho, la doctrina agustiniana definitiva so­ no admitía una realidad puramente inmaterial- y las partículas luminosas; y el
bre la belleza, como sobre cualquier otra cuestión, depende de los supuestos del Mal o de las Tinieblas, creador de los cuerpos que aprisionan esas partículas.
del Cristianismo, como se ve en la reconstrucción que sigue. Se creía a ambos en eterna lucha, ya que el mal era entendido con positividad,
35 No se ha identificado a este Hierio del que habla Agustín, aunque va­ esto es, como algo sustancial que responde a un principio tan divino como el
rios personajes de la época han sido evocados. Sea de ello lo que fuere, en tér­ del bien. Cualquier oposición o división que se diera en el mundo y en el alma
minos de la evolución intelectual agustiniana, interesa notar que quien le ins­ humana. era atribuida al combate que el principio de las Tinieblas entablaba
piró tal admiración fue no sólo un orador, que además del latín dominaba el con el de la Luz; de ahí los nombres de "mónada" y "díada", respectivamente,
griego, sino también un filósofo. denominaciones que también tienen el eco de una antigua doctrina pitagórica.
36 Al comienzo del párrafo, se ha traducido por el desvaído "inclinacio­ En cambio, después de su conversión y, sobre todo, de sus lecturas neoplatóni­
nes" el sustantivo que usa Agustín: "pondera". En realidad, significa "pesos". cas, Agustín concebirá el mal como defección o ausencia de bien, aun del orden
Pero, en la metafisica agustiniana, nada tiene que ver con la fuerza de gravedad; que el bien implica. Esto obedece a ver en el Dios del Cristianismo el Bien su­
por el contrario, alude a aquello que conduce a cada cosa al fin que le es pro­ premo, único principio de todo lo real, y dador de todos los bienes por Él crea­
pio según su especie. Así, por ejemplo, es por su "peso", por su "pondus", que dos. Así, entenderá después que el alma humana es un gran bien, pero no el su­
el fuego se dirige hacia arriba o que el árbol va hacia el florecimiento y la fruc- premo; y es luz, pero no como parte del principio de la Luz, como lo creía el

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maniqueísmo, sino sólo en cuanto participa de la divina. (Cf., por ej., De mori�
te extrínseco al subiectum, se tienen la posesión o hábito, como "está armado"; el
bus ll, 1-9; De lib. arb. I 1-2; De natura boni 14, 17, 23). dónde o lugar, por ejemplo, "allí"; !aposición, por ejemplo, "sentado"; y el cuán­
42 También este párrafo es tejido por Agustín uniendo diversos versículos do 0 tiempo, por ejemplo, "ahora". Finalmente, en el caso de que el predicado
bíblicos : Sal l7, 29;jn 1, 16 y 19;}er 1, 17. En cuanto a lo afirmado en estas úl­ señale lo que, sin inherir en el sujeto, proviene de él o culmina en él como
timas líneas, decir que el alma es luz y no que recibe la luz, es sostener que ella
principio o como término, se tienen, respectivamente, la acción, por ejemplo,
es de la misma naturaleza y condición del principio que la crea, o sea, Dios, lo "cam ina", y la pasión, por ejemplo, "es alabado".
cual es rechazado por el hiponense desde su nueva posición. Según ella,
al 47 De un lado, hay que destacar que este tono desdeñoso es el mismo que
identificarse con la plenitud del Ser, o mejor dicho, con el Ser mismo, Dios
es Agustín usó en relación con Virgilio y Cicerón en 1, 13, 10 y 111, 4, 7, respec ­ �
inmutable: no pueden darse cambios en Él, porque cambiar implicar pasar vamente. Rige, pues, aquí lo dicho entonces (cf. 1, nota 27). Pero cabe añadir
del
no ser, o no ser tal cosa, al ser. Y esto le ocurre al alma, no a Dios. No pueden que las razones aducidas allí se dan �fortiori en el caso de Aristó�eles, p�: lo se·
compartir, pues, la misma naturaleza.
ñalado al comienzo de la nota antertor. De otro, se ha de advertlr tamb1en, co­
43 La expresión de los Salmos "soplo que pasa" (spiritus ambulans) ya fue
mo nota de carácter, el énfasis del hiponense, que no deja resquicio alguno pa·
utilizada en I, 13, 20. Roza este pasaje la célebre doctrina de la iluminación
ra suponer que su desdén por esa obra aristotélica haya obedecido, aun
que no es éste el momento de sintetizar. Baste subrayar, por ahora, que Agus� mínimamente, a dificultades de comprensión de su parte (cf. III, nota 36). Así
tín reitera su incapacidad de entonces de concebir algo absolutamente inma� pues, su desinterés definitivo por la obra aristotélica ha de ser leído sin ate­
terial e inmutable; de ahí que insista en la presencia de lo corporal en sus re� nuantes. Desde luego, hay que considerar que, en rigor, esto sólo vale para los
flexiones pasadas. Posteriormente, al elaborar su doctrina sobre tratados lógicos, únicas obras del Estagirita conocidas en la época. Sin embar­
el
conocimiento, sostendrá que es el Verbo, la verdad divina que habita en el go, a mero título de ejercicio gratuito de imaginación, todo hace suponer que,
al·
ma humana el que la ilumina, procurándole nociones fundamentales, por
aun cuando se hubiera manejado entonces la totalidad de sus escritos, hubie­
ejemplo, la de la unidad o la de la justicia. A esto responde el uso de la expre­
sión creabantur a veritate tua: "dictadas -o creadas- por tu verdad".
ra persistido la completa heterogeneidad entre el enfoque aristotélico y el
agustiniano, en cuanto que responden a estilos muy diferentes de colocarse
44 }n 3, 29. ante la realidad.
45 Sa/50, 10. 48 En su dimensión metafísica, plano al que entonces Agustín pretendía
46 Agustín lee las Categorías en la traducción latina de Mario Victorino, aplicarlas, las categorías aristotélicas se refieren al ser del ente, no a Dios, que no
junto con la Isagoge o Introducción que a ellas escribe Porfirio. Se trata de la es ningún ente sino el Ser: mal se le pueden aplicar al Ser mismo categorías co­
primera obra del Organon y, en consecuencia, de la versión en términos lógi­ mo cantidad, tiempo o lugar. El equívoco proviene, pues, en proyectar en
cos, por así decir, de las categorías. No tiene, pues, el enfoque metafísico de Dios lo que compete al orden óntico, o sea, al orden de las cosas. Es de ellas
otros lugares donde Aristóteles aborda el tema. Pero, de todos modos, no se ha que se predica, por ejemplo, el tiempo� en ellas se da. En cambio, como el hi­
de olvidar que, por propia declaración, el hiponense fija su atención en sólo ponense comprenderá después, en Dios se dan la simplicidad y la inmutabili­
dos polos, Dios y el alma. Por el contrario, el pensamiento aristotélico se ca­ dad, que no sólo no requieren la condición temporal sino que la rechazan. En
racteriza por atender más que otros -por ejemplo, el plotiniana- al plano de efecto, es una noción típica de la Patrística griega, que probablemente Agustín
lo inmanente, a la explicación de las cosas de este mundo. Es en orden a este haya recibido a través de Ambrosio, la recíproca implicación de simplicidad,
análisis que se han de leer las categorías, en cualquiera de sus enfoques. Corno incorruptibilidad, inmutabilidad, eternidad. Lo simple es lo no compuesto;
se sabe, con ellas, Aristóteles intenta aprehender los diversos aspectos que se por ende, es incorruptible porque no puede des-componerse, pero tampoco
predican de una cosa existente que es el subiectum. Son: la substancia, categoría componerse; por tanto, no puede pasar del ser al no ser ni a la inversa, es de­
en la que se predica del subiectum lo que éste es, por ejemplo, "Sócrates es hom­ cir que es inmutable. El tiempo se vincula con el cambio sucesivo; de este mo­
bre", en cuyo caso el predicado alude a la sustancia primera o singular de la do, admitida la inmutabilidad de Dios, su carácter de no cambiante, se admi­
que todo lo demás se predica, en este ejemplo, "Sócrates". Cuando el predica­ te también su condición de no temporal, esto es, de eterno.
do señala lo que inhiere en el sujeto, en su materia y su forma, se tienen la can­ 49 Con esta expresión, el hiponense establece una oposición doble: de un
tidad y la cualidad, como "de dos metros" o "blanco", respectivamente. Cuan­ lado, la ficción; de otro, la firmeza o el firmamento, asociando al primero su
do no indica al sujeto en sí sino a su vinculación con otros, vinculación que desdicha� al segundo la felicidad que no alcanzaba. La clave de esta oposición
sin embargo lo constituye de algún modo, se tiene la categoría de relación, por está en los matices semánticos defigmentum yfinnamentum. En general, se lla·
ejemplo, "padre". En cambio, cuando el predicado señala algo completarnen- mó figmentum al ente de razón, es decir, al que no tiene ni existencia real ni

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