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«¿A quién me quejaré del cruel engaño,

Arboles mudos, en mi triste duelo?


¡Sordo mar! ¡Tierra extraña! ¡Nuevo cielo!
¡Fingido amor! ¡Costoso desengaño!

»Huyó el pérfido autor de tanto daño,


Y quedé sola en peregrino suelo,
Do no espero á mis lágrimas consuelo;
Que no permite alivio mal tamaño.

»Dioses, si entre vosotros hizo alguno


De un desamor ingrato amarga prueba,
Vengadme, os ruego, del traidor Teseo.»

Tal se queja Ariadna en importuno


Lamento al cielo, y entre tanto lleva
El mar su llanto, el viento su deseo.
Crece el insano amor, crece el engaño
Del que en las aguas vió su imágen bella;
Y él, sola causa en su mortal querella,
Busca el remedio y acrecienta el daño.

Vuelve á ver en la fuente ¡caso extraño!


Que della sale el fuego; mas en ella
Templario piensa, y la enemiga estrella
Sus ojos cierra al fácil desengaño.

Fallecieron las fuerzas y el sentido


Al ciego amante amado; que á su suerte
La belleza fatal cayó rendida;

Y ahora, en flor purpúrea convertido,


La agua, que fué principio de su muerte,
Hace que crezca, y prueba á darle vida.
Pasando el mar Leandro el animoso,
en amoroso fuego todo ardiendo,
esforzó el viento, y fuese embraveciendo
el agua con um ímpetu furioso.

Vencido del trabajo presuroso,


contrastar a las ondas no pudiendo,
y más del bien que allí perdía muriendo
que de su propia vida congojoso,

como pudo esforzó su voz cansada


ya las ondas habló desta manera,
mas nunca fue su voz dellas oída:

«Ondas, pues no se excusa que yo muera,


dejad me allá llegar, ya la tornada
vuestro furor esecutá en mi vida»
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían


los tiernos miembros, que aún bullendo estaban:
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,


a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño!


¡Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón porque lloraba!
Amor de mis engaños no se harta;
burlando'stá de mí de punto en punto;
en toda parte que con él me junto,
de ceguedad mi alma queda harta.

¿Quién avrá ya que tanto mal desparta?


Veo mi bien, a mi parecer, junto;
corro tras él, y siempre'stá en un punto:
ni llego yo, ni él pienso que s'aparta.

La priesa del correr mayor se haze


con el gran esperar y con la ira
de no alcançar lo que tan cerca veo.

Hago verdad lo que quiçá es mentira;


sólo admite el querer lo que le plaze,
que mal se desengaña un gran deseo.

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