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Esta es la versión en castellano del artículo que primero fue publicado en sueco con el título
”Att erövra barerna” (que también se encuentra en este web). No ha sido publicado en
castellano, pero a partir de esta versión fue traducido a catalán y publicado como
”Conquerint els bars: plaer i poder en l´accés a espais de negociació cultural” en Revista de
etnologia de Catalunya, num, 21, noviembre 2002:132-143.
Lo siento, pero no tengo la versión catalana en mi ordenador, así que no la puedo colgar en
este web.
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Resumen
Desarrollar conceptos sobre relaciones de poder es urgente, pero en estos tiempos
postmodernistas ha llegado a ser difícil mantener una postura intelectual crítica y
comprometida con cualquier tipo de cambio social. Esta comunicación propone el concepto
de "acceso a espacios de negociación cultural" como una contribución a una teoría de recursos
de poder que, sin caer en el etnocentrismo, se atreva a querer describir fenómenos de poder de
forma transcultural. Con ejemplos de mis estudios en el movimiento vecinal, en la clase
media en Madrid, y en un barrio obrero de Valencia, y enfocando especialmente las relaciones
de género, sugiero este concepto como una herramienta útil para una antropología crítica y
comparativa. Hablar es hacer. Hablar es una acción social. La negociación cultural es un
aspecto de cualquier otro tipo de acción social. De ello sigue una serie de consecuencias que
son analizables como relaciones de poder.
Todo hay que contextualizarlo, en eso estamos de acuerdo todos los antropólogos desde
Malinowski. Por lo tanto debo empezar por contextualizar la preguntas que haré en este
artículo.
Me preocupan las cuestiones de poder, especialmente aquellas relacionadas con las
jerarquías existentes en casi todos los órdenes de género del mundo. Formulo preguntas sobre
este tema desde dos ámbitos disciplinarios: la antropología y los estudios de género. Es una
combinación complicada. Dicho de manera muy simple: Como antropóloga me entran ganas
de comentar casi todas la teorías feministas diciendo: “Bien, vale, muy interesante, pero aquí
se da por hecho algo que no es universal; lo que se analiza aquí es un orden de género
especial, el occidental. Las cosas pueden ser de otra manera. Y para pronunciarnos sobre el
fenómeno de género como tal hay que tener en cuenta todas sus expresiones. Si no, caemos en
etnocentrismo.” Pero como feminista me frustro igualmente ante muchas proposiciones antro-
pológicas. No hay que ser etnocentrista, pero tampoco relativista. Las dos posturas pueden ser
poco éticas, y las dos posturas pueden conducir a errores en los análisis. El relativismo es
necesario como contrapeso al etnocentrismo, pero hay que atreverse a definir algunas
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situaciones concretas como desiguales, incluso injustas. En los tiempos postmodernistas que
corren, esta segunda frustración se me ha ido haciendo más urgente. Se ha impuesto un grado
de relativismo tal que se ha hecho muy difícil adoptar posturas críticas.
Se habla hoy dia constantemente de discursos y representaciones, y eso es importante
también para el análisis de cuestiones de poder. Pero no es suficiente definir tal o cual
representación como dominante. ¿Cómo llega a dominar una representación? ¿De qué
maneras se reproducen los discursos?
Me parece necesario operacionalizar el concepto de poder. Es difícil concretizar y aun
más difícil comparar sin cometer errores etnocéntricas. Sin embargo, desde una óptica
feminista es imprescindible. ¿Cómo se pueden reconocer factores que indican jerarquía, en
cualquier tipo de sociedad? Y una vez reconocidos y descritos, ¿cómo se podrán comparar,
para construir teorías acerca de las relaciones - ¿inevitables? - entre género y jerarquía?
Para contribuir a este esfuerzo, propongo que enfoquemos (entre otras cosas) un
recurso de poder que debe ser universal en la medida que los seres humanos somos lo que los
antropólogos creen: seres culturales. Lo llamo “acceso a espacios de negociación cultural”.
Hablar es hacer. Lo que se dice influye en la organización social. El modo principal
para la mayoría de las personas de participar en el proceso de cambio de cualquier aspecto de
la vida social es expresando sus puntos de vista de manera que puedan ser oídos. Por cuántas
más personas mejor. Para tener influencia hay que acceder a los espacios donde la gente se
reúne, habla y escucha. Estos espacios pueden ser los que se suelen mencionar y definir como
tales - prensa, partidos y sindicatos, círculos intelectuales... - pero también incluyen desde
luego otros como los espacios de la vida cotidiana, y tal vez los de la vida cotidiana tengan
más peso en los procesos de cambio profundos. En cualquier sitio donde se reúnan dos o más
personas que tengan algunos puntos de vista - es decir experiencias - diferentes, y expresen
estos puntos de vista, allí se negocia culturalmente, allí hay procesos culturales en marcha.i
Por ejemplo, en mi trabajo con el movimiento vecinal veo que las mujeres están
descubriendo que es peligroso no acudir al bar después de la reunión de la asociación. Es en el
bar donde se forman las alianzas, circula la información, se afilan los argumentos... Las
mujeres quieren acudir, intentan acudir, saben que deberían acudir - pero por regla general
no acuden, porque tienen que irse corriendo a casa a preparar la cena, acostar a los niños y
tranquilizar los maridos, demostrando que no están por allí hasta las tantas en compañía de
otros hombres.
En este ejemplo vemos como el recurso “acceso a espacios para la negociación
cultural” depende a su vez de otros recursos, como tiempo y libertad de movimiento, y
depende también de otras construcciones culturales, como las del ritmo diario, la sexualidad,
la familia y el matrimonio.
No se debe definir los espacios de negociación cultural como espacios “públicos”
porque también en muchas reuniones familiares hay negociación cultural en marcha, y la
misma separación de “doméstico” y “público” puede ser cuestionado, como lo es por la teoría
feminista, y es a lo que también quiero contribuir aquí. Un hogar puede convertirse en
escenario de negociaciones culturales importantes, cuando hay diferencias de punto de vista,
por ejemplo generacionales, y el peso simbólico del poder maternal en las culturas
mediterráneas no es despreciable. Pero tampoco es conveniente definir el espacio de
negociación cultural de modo que incluya todo lo que sucede en el ámbito familiar, porque
quien más habla, con más gente, tendrá indudablemente una influencia mayor que quien habla
con poca gente y más o menos siempre las mismas personas, y es más probable que las
oportunidades de ampliar los círculos se dén fuera del ámbito hogareño. Visto así un bar -
generalmente un comercio de propiedad privada y un lugar para relaciones que se definen
como privadas - es un lugar más “público” que una asociación, ya que la clientela asídua será
más variada y el acceso es, formalmente, no restringido. En resumen, no hay paralelismo entre
público/privado y grado de relevancia de las negociaciones culturales.
En la antropología feminista se suceden los debates teóricos alrededor del tema del
poder. Se buscan formas de explicar los rasgos al parecer universales de la subordinación de
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las mujeres, a la vez que continúa el esfuerzo empírico de describir los órdenes de género del
mundo, en todas sus variaciones e inestabilidades que parecen escapar a cualquier intento de
generalización (di Leonardo 1991, Mascia-Lees et al 1989, Moore 1999, Visweswaran 1997).
Esto es un dilema que hay que resolver, tanto en la antropología del género como en la teoría
feminista interdisciplinaria, y es un dilema que afecta también a otros estudios críticos. Hay
que formular preguntas que sirvan para definir y describir relaciones de poder, como por
ejemplo: ¿Qué cosas, en una sociedad dada, constituyen desigualdad y cuáles sencillamente
diferencia? ¿Qué recursos son decisivos para la capacidad de distintas categorías de personas
de actuar en su propio interés o siquiera formular un interés propio? ¿Cómo se interpretan las
relaciones de poder por los mismos afectados? (di Leonardo 1991, Thurén 2002)
Todo esto varía en el tiempo y el espacio. Pero es probable que existan recursos que
son importantes siempre y en todas partes, siempre que se definan de modo suficientemente
abstracto. Por lo tanto, para facilitar la comparación es necesario buscar conceptos analíticos
tan vacíos de contenido previo como para que sean aplicables a todo tipo de datos empíricos.
El concepto de "negociaciones culturales" se refiere a los procesos de reproducción
cultural y social que dependen de las prácticas cotidianas. Este tipo de procesos están en
marcha constantemente, y la mayor parte de los actos humanos tienen significados que
influyen en ellos. Pero se pueden distinguir lugares, tipos de comunicación y conjuntos de
acciones que tienen significados especiales para la reproducción de ideas.
Cada sociedad tiene sus formas de negociación cultural. Algunas consideradas
legítimas, como las tertulias literarias o los debates políticos, otras ilegítimas, como el
cotilleo.ii No tienen por qué ser verbales pero a menudo lo son. Para una buena comprensión
de la reproducción cultural y social, conviene describir todas las formas de negociación
cultural y sus respectivas normas (quién participa dónde, en qué condiciones, qué se
comunica cómo, etc.).
Las teorías que tratan del "poder" suelen hacer preguntas sobre las características del
poder (¿es siempre opresivo o puede ser "productivo"?), sobre las bases del poder (recursos
económicos, prestigio, redes sociales, etc.) o sobre su reproducción y la posibilidad de
resistencia o cambio (incluyendo tanto teorías sobre cómo el sistema se resiste a las
resistencias como cuestiones estratégicas sobre cómo actuar para cambiarlo). Escasean un tipo
de preguntas que yo considero necesarias para cualquier estudio crítico, y especialmente para
el feminismo: ¿cómo reconocer una relación social como basada en poder? ¿qué tipo de
información se necesita para poder afirmar que cierta relación es jerárquica? Es decir
preguntas que pueden ayudarnos a hacer una etnografía relevante para la tarea feminista.
Si el mundo social se constituye en gran medida en y por los discursos, este hecho se
puede considerar como un telón de fondo general para muchos tipos de análisis. Pero si
queremos practicar más específicamente un análisis que contribuya a que comprendamos
mejor los procesos a través de los cuales algunas categorías obtienen más influencia que otras
sobre lo que sucede, es decir sobre cómo va a ser la sociedad y sus discursos en el futuro -
entonces ese telón de fondo se convierte en un punto de partida para desarrollar conceptos
para tal descripción.iii
Generización o no
Veamos pues lo que nos rodea desde este punto de vista. En cuanto a la participación de
mujeres y hombres en las negociaciones culturales en España, me atrevo a generalizar:v Los
espacios para negociaciones culturales están altamente generizados,vi pero cada vez menos.
Tanto la segregación real por género como la generización simbólica disminuyen (aunque el
proceso esté en distintas fases en distintos contextos). Mujeres y hombres conversan las unas
con los otros en sus lugares de trabajo y en fiestas y reuniones particulares, como siempre,
pero no supone exactamente lo mismo de siempre, ya que estos espacios se vuelven cada vez
más mixtos en cuanto a género, lo cual hace que lo que allí se diga tenga consecuencias
nuevas. Mujeres y hombres se encuentran también cada vez más a menudo en reuniones de
sindicatos y partidos, y cada vez hay mayor número de asociaciones y se vuelven cada vez
menos generizados o por lo menos mixtos.vii Mucha gente, no sólo de la clase media,
pertenece a clubs deportivos, donde desde luego se pueden practicar deportes varios, pero
donde muchas veces la actividad más importante es conversar con amigos y conocidos.
Cada vez más mujeres participan en espacios generizados (anteriormente) como
masculinos, tales como asociaciones y lugares de trabajo. Los hombres, sin embargo,
participan bastante menos en espacios femeninos como tiendas de compras diarias, grupos de
conversación de la vecindad o los bancos de los parques donde juegan los niños.
El llamado cotilleo de las colas en las tiendas de comestibles es - o ha sido - el
equivalente de las mujeres a la vida social de los hombres en los bares: un espacio femenino y
tradicional, donde entran hombres de vez en cuando pero se dan prisa en comprar y vuelven a
salir en cuanto pueden. Así que aunque a veces mixto, es un espacio generizado
simbólicamente como femenino.
Pero queda cada vez menos de esta vida social de las mujeres en las tiendas, ya que
cada vez más se hacen las compras en supermercados, y algunos hombres empiezan a hacer la
compra cotidiana. Otros espacios tradicionales de las mujeres se han extinguido casi por
completo; los hornos comunes, los lavaderos... En cambio, los espacios masculinos
tradicionales, como los bares, se adaptan y sobreviven.
Si es importante tener espacios separados según género, para construir discursos
alternativos, el que se pierdan los espacios femeninos quiere decir que las mujeres han
perdido algo importante. Pero esto es algo que difícilmente se concibe como pérdida, porque
aquellos espacios de encuentro eran también de faenas duras que ahora se han hecho más
leves. (¡Quién no prefiere una lavadora en casa al lavadero público!) Si conviene reestablecer
espacios femeninos,viii hay que construirlos de otra manera. De momento constatemos
sencillamente que la segregación disminuye porque por un lado los espacios femeninos
desaparecen, por otro los masculinos se mantienen y se transforman.
La segregación disminuye también porque la vida social se centra cada vez más en la
pareja heterosexual. Los españoles creen en el amor y en la familia, como consta en todo tipo
de encuestas. Y el énfasis ideológico está en "la pareja", es decir en la relación entre una
mujer y un hombre. "Antes" el matrimonio era una institución pragmática, separada de las
relaciones amistosas; "hoy en dia" una pareja comparte gran parte de su vida social.
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Disminuye, pues, la generización de los espacios de negociación cultural porque
desaparecen los espacios tradicionalmente femeninos, y los tradicionalmente masculinos se
vuelven más mixtos, y algunos tradicionalmente mixtos, como la vida en familia, cobran
mayor importancia cultural. Pero sobre todo disminuye la generización porque a las mujeres
se les abren muchas puertas antes cerradas.
La calle, la noche...
Hay que recordar que los espacios de por sí son objeto de construcción cultural, es decir de
negociación. ¿Qué constituye un lugar importante, dónde están sus límites, para qué se
utiliza? etc.
Un ejemplo: El movimiento feminista de España tiene un lema que reza: "¡Hay que
conquistar la calle! ¡Hay que conquistar la noche!" A veces incluso se concretiza diciendo:
"¡Conquistemos los bares!"
A oídos de mucha gente esto suena frívolo. Pensemos en el viejo dicho: "La mujer es
de la casa, el hombre es de la calle." Según esta manera de pensar, "la calle" es una metáfora
de todo tipo de actividad pública y de todos los lugares donde las mujeres no deberían
encontrarse: el mercado laboral, las asociaciones políticas, la administración de justicia, el
mundo del placer, etc. Es decir, la metáfora trata del acceso a recursos económicos, a tomas
de decisiones fuera de la familia y a todo tipo de debates públicos acerca de estas cosas, y
define este acceso de modo que se coloca fuera del alcance de la mujer, normativamente. La
mujer que desea salir de "la casa", donde debería quedarse según este discurso, se supone
frívola, a la búsqueda de cosas que no debe desear ninguna mujer.
Precisamente porque conquistar la calle es frívolo según los discursos tradicionales, no
es nada frívolo para el movimiento feminista sino subversivo y por lo tanto una estrategia
fundamental. Hay que subvertir la metáfora que resume el orden de género que se quiere
cambiar. La división del mundo en una esfera doméstica y una pública no es algo estático. Se
puede negociar qué cosa pertenece a qué esfera, y se puede negociar la misma existencia de la
división. Y se hace, en millones de pequeños actos y comentarios cotidianos. La participación
de las mujeres en el movimiento vecinal es un ejemplo, y por lo tanto es algo que cambia el
orden de género, aun cuando las mujeres del movimiento generalmente no quieran ni oír
hablar de feminismo (Thurén 2000).
Conquistar la noche se trata de lo mismo, pero expresado en términos de tiempo. Si "la
calle" se define como un territorio de los hombres, lo es doblemente cuando ha caído la
noche. Sin embargo es a partir de entonces que tiene lugar gran parte de la vida pública en la
que quieren participar ahora las mujeres: reuniones de asociaciones, estudios nocturnos, cine
y teatro, salidas con amigos, horas extraordinarias para ganar más dinero, puestos de trabajo
con turnos obligatorios...
Referencias
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WINTHER JORGENSEN, Marianne y Louise PHILLIPS, 2000, Diskursanalys som teori och
metod. Lund: Studentlitteratur.
i
Mi postura teórica está basada en teorías de aprendizaje, cambio y reproducción cultural que
intentan explicar cómo se hacen comunes las ideas compartidas y cómo tienden a
reproducirse, a la vez que nunca se reproducen perfectamente, es decir siempre cambian, y
también intentan explicar cómo muchas ideas son individuales y compartidas a la vez. Pienso
especialmente en los conceptos habitus y doxa de Pierre Bourdieu, la teoría cognitiva de
Claudia Strauss y Naomi Quinn y las teorías críticas de discurso, especialmente Fairclough.
Estas teorías se colocan en el contexto de las teorías de práctica que analizan todo tipo de
procesos sociales como procesos dialécticos, es decir sin olvidar ni las condiciones
11
materiales, ni las estructuras sociales ni las intenciones y los actos de individuos y grupos.
Ver Bourdieu 1977, Buchholtz 2002, Strauss y Quinn 1997, Winther Jorgensen y Phillips
2000. Para cuestiones de complejidad cultural, ver Hannerz 1992.
ii
La palabra cotilleo es un ejemplo de cómo se generiza una actividad que de hecho suele ser
cosa de mujeres y hombres por igual. Si se quiere devaluar un tipo de negociacion cultural, se
le puede llamar cotilleo, mientras que los tipos que se respetan se llaman debates o
entretenimiento u otro término neutral, y conocido es que la palabra cotilleo se asocia con las
mujeres en España (y en muchos otros países). Es decir, según sean mujeres u hombres o
grupos mixtos que ejerzan la negociación cultural, se le llama de distinta manera y tendrá
también, por regla general, consecuencias distintas. Lo que se valora, se tendrá más en cuenta,
y por lo tanto tendrá mayores consecuencias. Esto es una manera sexista de usar el lenguaje y
tiene consecuencias para la reproducción de la jerarquía de género. Yo utilizo la palabra
cotilleo de modo neutral tanto en cuanto a género como en cuanto al valor: cotilleo =
negociaciones culturales que adoptan la forma de comentarios acerca de lo que hacen otras
personas.
iii
En esto tal vez esté la diferencia entre Foucault y Bourdieu: Foucault nos pintó un telón de
fondo; Bourdieu nos sugirió una manera de analizar circunstancias empíricas a la luz de ese
telón de fondo.
iv
Este argumento ha sido y sigue siendo corriente en discusiones cotidianas sobre cuestiones
de género y poder; lo mantienen también muchas de las feministas que defienden una
diferenciación de género (ver por ejemplo Librería de Mujeres de Milán, 1996) y también
algunos antropólogos, por ejemplo David Gilmore (1990).
v
Generalizar siempre es arriesgado y generalizar sobre todo un país, además grande y variado
como España, raya en lo suicida. Pero todo es cuestión de la escala de comparación. Vistas las
circunstancias españolas desde el horizonte del norte de Europa, o desde la perspectiva global
que ofrecen los conocimientos antropológicos en total, sí que es posible generalizar sobre
España. Mis generalizaciones se basan en veinte años y varios proyectos de investigación en
distintas regiones del país, en distintos ambientes de clase social y distintas ideologías. Eso sí,
siempre en contextos urbanos.
vi
El verbo generizar indica la presencia de una marca de género o el proceso de poner o quitar
esa marca. Algo que anteriormente no tenía que ver con el género puede empezar a tener que
ver; de igual manera podemos decir desgenerizar para indicar que algo que tenía que ver con
el género deja de tenerlo, o el grado de relevancia disminuye. Por ejemplo considero que el
mercado laboral en España estaba fuertemente generizado durante los tiempos franquistas, y
además el régimen se esforzaba para generizarlo más de lo que estaba antes, y ahora se está
desgenerizando, sin haber llegado a desgenerizarse del todo.
vii
Se debe hacer una distinción entre grado de generización y grado de segregación. Lo
primero trata de construcciones culturales, lo segundo es una descripción empírica. Un
contexto neutro en cuanto a género es un contexto no generizado, es decir el género de una
persona es información irrelevante según las normas vigentes. En un contexto mixto hay
personas de dos o más categorías de género, no sólo de una. Un contexto no generizado puede
ser mixto o no (puede ser cosa de casualidad). Si un contexto mixto no es generizado, no hay
problema, es mixto como sería de esperar de un contexto no generizado. Si es generizado, es
decir si lleva una marca de un género aunque haya personas de otro género presentes, puede
ser porque hay personas que se oponen a la generización vigente e invaden el contexto a pesar
de su generización, o puede ser que haya sub-contextos diferentemente generizados dentro del
contexto no generizado. Un ejemplo de lo primero podría ser un hombre en una cocina. Un
ejemplo de lo segundo podría ser una cafetería que se considera en general de libre acceso
para mujeres y hombres por igual, pero donde la barra es generizada como masculina, y se
sientan casi sólo hombres allí, mientras que las mujeres se sientan en las mesas, que no están
generizadas ni como masculinas ni como femeninas, o en algunos casos tal vez estén
generizadas como femeninas.
12
viii
No sé si conviene o no; es una cuestión estratégica importante en la que no entro de
momento, porque necesitaría mucho más espacio. Está relacionada con los debates feministas
sobre estrategias de separatismo o de integración, y con temas teóricos acerca de cómo se
reproducen y cambian los discursos dominantes o alternativos y cómo se articulan entre sí.
ix
No es este el lugar de profundizar en el debate sobre el concepto de clase. Basta decir que
utilizo la palabra aproximadamente de la misma manera que la gente que he estudiado: la
clase obrera es entonces la categoría de asalariados o pequeños empresarios sin empleados
que ganan poco dinero, han estudiado poco (por lo menos las generaciones mayores) y viven
en barrios considerados poco elegantes, mientras que la clase media consiste de asalariados
con educación universitaria y sueldos cómodos.
x
Si en la actualidad el orden de género funciona de manera tal que tanto para mujeres como
hombres resulta más agradable conversar con personas de su propio género, podríamos decir
que en esto la clase obrera tiene una ventaja sobre la clase media, porque tiene más
oportunidades de vida social segregada. Pero desde una perspectiva feminista, nuevamente,
ventaja o desventaja depende de elección de posturas estratégicas y teóricas. El que las
diferencias entre los mundos de mujeres y de hombres disminuyan se podría ver como un
paso hacia la utopía feminista de un mundo donde el género no contase. (Por lo menos ésta
sería mi utopía; hay otras.) Pero también se podría ver como un peligro. Desaparecen los
espacios para elaborar discursos alternativos, discursos hechos desde habitus de género
diferentes del género dominante. Personalmente creo que los discursos alternativos siguen
haciendo mucha falta, en vista de las muchas ventajas culturales y materiales de las que
todavía gozan los hombres. Y como son dos mundos con habitus distintos, resulta peligroso
para el mundo subordinado (el de las mujeres) no poder verbalizar y hacer oír sus
experiencias. Y como un género domina, resulta difícil conseguir eso en espacios mixtos. Por
otro lado, ver el párrafo siguiente aquí - hay peligros también en la segregación. No me
incumbe definir lo ideal, pero para definirme a mí misma ante el lector diré que supongo que
lo ideal sería una mezcla de espacios separados mientras haga falta pero a largo plazo
tendentes a desaparecer, y espacios mixtos donde el género dominante haga un esfuerzo para
escuchar algo más que su propia voz.
xi
Para describir distintos aspectos del orden de género he desarrollado los conceptos alcance,
fuerza y jerarquía (Thurén 1993, 1996). El alcance es la cantidad de áreas de la vida para las
cuales el género es relevante en una sociedad; la fuerza es el énfasis o peso cultural de las
ideas de género; y la jerarquía es el grado de jerarquización o su posible ausencia. Son tres
cosas analíticamente distintas. En el ejemplo de Madrid vemos que el alcance puede
disminuir sin que resulte claro si la jerarquía disminuye o sólo cambia de aspecto.
xii
Gracias a Virginia Maquieira por hacerme ver que faltaba precisión en la primera versión
de este texto. Le doy la razón e intento subsanar el fallo. Aun así insisto que las definiciones
tienen que ser muy abstractas para ser ampliamente aplicables. Si los conceptos tienen
demasiada concreción se pierde la posibilidad de comparar recursos de poder entre sociedades
de distintos tipos, y eso es precisamente lo que se debe hacer si queremos construir teorías
sobre género y poder cuya aplicabilidad no sea limitada a unas pocas sociedades
(generalmente las llamadas occidentales). La imaginación del ser humano es grande cuando se
trata de construir sociedades, son muy variadas, y en la medida que todas tienen algún tipo de
orden de género, y la mayoría de los órdenes de género son más o menos jerárquicos, es
necesario tenerlas todas en cuenta para intentar comprender cada vez mejor el fenómeno del
género.