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Esta es la versión en castellano del artículo que primero fue publicado en sueco con el título
”Att erövra barerna” (que también se encuentra en este web). No ha sido publicado en
castellano, pero a partir de esta versión fue traducido a catalán y publicado como
”Conquerint els bars: plaer i poder en l´accés a espais de negociació cultural” en Revista de
etnologia de Catalunya, num, 21, noviembre 2002:132-143.

Lo siento, pero no tengo la versión catalana en mi ordenador, así que no la puedo colgar en
este web.

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Conquistando los bares: Placer y poder en el acceso a


espacios de negociación cultural.
Britt-Marie Thurén
Catedrática de estudios de género

Resumen
Desarrollar conceptos sobre relaciones de poder es urgente, pero en estos tiempos
postmodernistas ha llegado a ser difícil mantener una postura intelectual crítica y
comprometida con cualquier tipo de cambio social. Esta comunicación propone el concepto
de "acceso a espacios de negociación cultural" como una contribución a una teoría de recursos
de poder que, sin caer en el etnocentrismo, se atreva a querer describir fenómenos de poder de
forma transcultural. Con ejemplos de mis estudios en el movimiento vecinal, en la clase
media en Madrid, y en un barrio obrero de Valencia, y enfocando especialmente las relaciones
de género, sugiero este concepto como una herramienta útil para una antropología crítica y
comparativa. Hablar es hacer. Hablar es una acción social. La negociación cultural es un
aspecto de cualquier otro tipo de acción social. De ello sigue una serie de consecuencias que
son analizables como relaciones de poder.

Poder, género y negociación cultural.

Todo hay que contextualizarlo, en eso estamos de acuerdo todos los antropólogos desde
Malinowski. Por lo tanto debo empezar por contextualizar la preguntas que haré en este
artículo.
Me preocupan las cuestiones de poder, especialmente aquellas relacionadas con las
jerarquías existentes en casi todos los órdenes de género del mundo. Formulo preguntas sobre
este tema desde dos ámbitos disciplinarios: la antropología y los estudios de género. Es una
combinación complicada. Dicho de manera muy simple: Como antropóloga me entran ganas
de comentar casi todas la teorías feministas diciendo: “Bien, vale, muy interesante, pero aquí
se da por hecho algo que no es universal; lo que se analiza aquí es un orden de género
especial, el occidental. Las cosas pueden ser de otra manera. Y para pronunciarnos sobre el
fenómeno de género como tal hay que tener en cuenta todas sus expresiones. Si no, caemos en
etnocentrismo.” Pero como feminista me frustro igualmente ante muchas proposiciones antro-
pológicas. No hay que ser etnocentrista, pero tampoco relativista. Las dos posturas pueden ser
poco éticas, y las dos posturas pueden conducir a errores en los análisis. El relativismo es
necesario como contrapeso al etnocentrismo, pero hay que atreverse a definir algunas
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situaciones concretas como desiguales, incluso injustas. En los tiempos postmodernistas que
corren, esta segunda frustración se me ha ido haciendo más urgente. Se ha impuesto un grado
de relativismo tal que se ha hecho muy difícil adoptar posturas críticas.
Se habla hoy dia constantemente de discursos y representaciones, y eso es importante
también para el análisis de cuestiones de poder. Pero no es suficiente definir tal o cual
representación como dominante. ¿Cómo llega a dominar una representación? ¿De qué
maneras se reproducen los discursos?
Me parece necesario operacionalizar el concepto de poder. Es difícil concretizar y aun
más difícil comparar sin cometer errores etnocéntricas. Sin embargo, desde una óptica
feminista es imprescindible. ¿Cómo se pueden reconocer factores que indican jerarquía, en
cualquier tipo de sociedad? Y una vez reconocidos y descritos, ¿cómo se podrán comparar,
para construir teorías acerca de las relaciones - ¿inevitables? - entre género y jerarquía?
Para contribuir a este esfuerzo, propongo que enfoquemos (entre otras cosas) un
recurso de poder que debe ser universal en la medida que los seres humanos somos lo que los
antropólogos creen: seres culturales. Lo llamo “acceso a espacios de negociación cultural”.
Hablar es hacer. Lo que se dice influye en la organización social. El modo principal
para la mayoría de las personas de participar en el proceso de cambio de cualquier aspecto de
la vida social es expresando sus puntos de vista de manera que puedan ser oídos. Por cuántas
más personas mejor. Para tener influencia hay que acceder a los espacios donde la gente se
reúne, habla y escucha. Estos espacios pueden ser los que se suelen mencionar y definir como
tales - prensa, partidos y sindicatos, círculos intelectuales... - pero también incluyen desde
luego otros como los espacios de la vida cotidiana, y tal vez los de la vida cotidiana tengan
más peso en los procesos de cambio profundos. En cualquier sitio donde se reúnan dos o más
personas que tengan algunos puntos de vista - es decir experiencias - diferentes, y expresen
estos puntos de vista, allí se negocia culturalmente, allí hay procesos culturales en marcha.i
Por ejemplo, en mi trabajo con el movimiento vecinal veo que las mujeres están
descubriendo que es peligroso no acudir al bar después de la reunión de la asociación. Es en el
bar donde se forman las alianzas, circula la información, se afilan los argumentos... Las
mujeres quieren acudir, intentan acudir, saben que deberían acudir - pero por regla general
no acuden, porque tienen que irse corriendo a casa a preparar la cena, acostar a los niños y
tranquilizar los maridos, demostrando que no están por allí hasta las tantas en compañía de
otros hombres.
En este ejemplo vemos como el recurso “acceso a espacios para la negociación
cultural” depende a su vez de otros recursos, como tiempo y libertad de movimiento, y
depende también de otras construcciones culturales, como las del ritmo diario, la sexualidad,
la familia y el matrimonio.
No se debe definir los espacios de negociación cultural como espacios “públicos”
porque también en muchas reuniones familiares hay negociación cultural en marcha, y la
misma separación de “doméstico” y “público” puede ser cuestionado, como lo es por la teoría
feminista, y es a lo que también quiero contribuir aquí. Un hogar puede convertirse en
escenario de negociaciones culturales importantes, cuando hay diferencias de punto de vista,
por ejemplo generacionales, y el peso simbólico del poder maternal en las culturas
mediterráneas no es despreciable. Pero tampoco es conveniente definir el espacio de
negociación cultural de modo que incluya todo lo que sucede en el ámbito familiar, porque
quien más habla, con más gente, tendrá indudablemente una influencia mayor que quien habla
con poca gente y más o menos siempre las mismas personas, y es más probable que las
oportunidades de ampliar los círculos se dén fuera del ámbito hogareño. Visto así un bar -
generalmente un comercio de propiedad privada y un lugar para relaciones que se definen
como privadas - es un lugar más “público” que una asociación, ya que la clientela asídua será
más variada y el acceso es, formalmente, no restringido. En resumen, no hay paralelismo entre
público/privado y grado de relevancia de las negociaciones culturales.
En la antropología feminista se suceden los debates teóricos alrededor del tema del
poder. Se buscan formas de explicar los rasgos al parecer universales de la subordinación de
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las mujeres, a la vez que continúa el esfuerzo empírico de describir los órdenes de género del
mundo, en todas sus variaciones e inestabilidades que parecen escapar a cualquier intento de
generalización (di Leonardo 1991, Mascia-Lees et al 1989, Moore 1999, Visweswaran 1997).
Esto es un dilema que hay que resolver, tanto en la antropología del género como en la teoría
feminista interdisciplinaria, y es un dilema que afecta también a otros estudios críticos. Hay
que formular preguntas que sirvan para definir y describir relaciones de poder, como por
ejemplo: ¿Qué cosas, en una sociedad dada, constituyen desigualdad y cuáles sencillamente
diferencia? ¿Qué recursos son decisivos para la capacidad de distintas categorías de personas
de actuar en su propio interés o siquiera formular un interés propio? ¿Cómo se interpretan las
relaciones de poder por los mismos afectados? (di Leonardo 1991, Thurén 2002)
Todo esto varía en el tiempo y el espacio. Pero es probable que existan recursos que
son importantes siempre y en todas partes, siempre que se definan de modo suficientemente
abstracto. Por lo tanto, para facilitar la comparación es necesario buscar conceptos analíticos
tan vacíos de contenido previo como para que sean aplicables a todo tipo de datos empíricos.
El concepto de "negociaciones culturales" se refiere a los procesos de reproducción
cultural y social que dependen de las prácticas cotidianas. Este tipo de procesos están en
marcha constantemente, y la mayor parte de los actos humanos tienen significados que
influyen en ellos. Pero se pueden distinguir lugares, tipos de comunicación y conjuntos de
acciones que tienen significados especiales para la reproducción de ideas.
Cada sociedad tiene sus formas de negociación cultural. Algunas consideradas
legítimas, como las tertulias literarias o los debates políticos, otras ilegítimas, como el
cotilleo.ii No tienen por qué ser verbales pero a menudo lo son. Para una buena comprensión
de la reproducción cultural y social, conviene describir todas las formas de negociación
cultural y sus respectivas normas (quién participa dónde, en qué condiciones, qué se
comunica cómo, etc.).
Las teorías que tratan del "poder" suelen hacer preguntas sobre las características del
poder (¿es siempre opresivo o puede ser "productivo"?), sobre las bases del poder (recursos
económicos, prestigio, redes sociales, etc.) o sobre su reproducción y la posibilidad de
resistencia o cambio (incluyendo tanto teorías sobre cómo el sistema se resiste a las
resistencias como cuestiones estratégicas sobre cómo actuar para cambiarlo). Escasean un tipo
de preguntas que yo considero necesarias para cualquier estudio crítico, y especialmente para
el feminismo: ¿cómo reconocer una relación social como basada en poder? ¿qué tipo de
información se necesita para poder afirmar que cierta relación es jerárquica? Es decir
preguntas que pueden ayudarnos a hacer una etnografía relevante para la tarea feminista.
Si el mundo social se constituye en gran medida en y por los discursos, este hecho se
puede considerar como un telón de fondo general para muchos tipos de análisis. Pero si
queremos practicar más específicamente un análisis que contribuya a que comprendamos
mejor los procesos a través de los cuales algunas categorías obtienen más influencia que otras
sobre lo que sucede, es decir sobre cómo va a ser la sociedad y sus discursos en el futuro -
entonces ese telón de fondo se convierte en un punto de partida para desarrollar conceptos
para tal descripción.iii

Espacios nuevos y viejos


Tener acceso a muchos espacios para la negociación cultural es algo que da a una persona o
un grupo posibilidades de hacer que sus ideas se reproduzcan mejor que otras. Si esto es
necesariamente así, como yo creo que lo es, el concepto de acceso a espacios de negociación
cultural servirá para investigar las relaciones de poder en cualquier tipo de sociedad y para
descubrir nuevos aspectos de ellas.
Las negociaciones culturales no son sólo verbales. También se negocia a través de
comunicación simbólica de todo tipo, como lenguaje corporal y manera de vestir,
transgresiones de normas y fronteras, protestas, ambivalencias calculadas, usos del espacio,
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etc., y los resultados son observados e interpretados. Participar en negociaciones culturales
requiere tener acceso a los lugares donde se mira y donde se es visto, además de los lugares
donde se habla y se escucha. La libertad de movimiento por cualquier espacio público a
cualquier hora del dia o de la noche puede ser tan importante como la posibilidad de escribir
en la prensa o asistir a congresos científicos. La reproducción cultural tiene lugar en todo tipo
de espacios y en una perspectiva larga probablemente dependa más de las prácticas cotidianas
de todo el mundo que de las producciones pulidas de unos pocos (aunque por supuesto que se
influyen mutuamente).
En una coyuntura de cambios visibles, es probable que las condiciones de negociación
cultural en sí mismas sean objeto de renegociación, lo cual las hace doblemente estratégicas
para la teoría feminista.
Tener acceso a los espacios donde toman forma las ideas es un recurso tan importante
como el acceso a los bienes de producción. La negociación cultural cambia la realidad, y por
lo tanto, si una categoría de personas está excluída, todas las que pertenecen a esa categoría
corren peligros imprevisibles, aun cuando haya excepciones individuales en la participación o
variaciones en el grado de exclusión.
Si los mensajes circulan principalmente en dos mundos separados según género, o si,
al contrario, cruzan a menudo la barrera entre los dos mundos, eso ha de suponer diferencia en
cómo se reproducirá/ cambiará el orden de género.
El que esto suceda así es un efecto estructural. Es un hecho independiente de las
interpretaciones que las personas en cuestión desarrollen de su situación, e independiente de
las defensas culturales y psicológicas que puedan contener tales interpretaciones. Señalar este
tipo de factores ayuda a evitar el relativismo paralizante, que por ejemplo se puede expresar
en el conocido argumento anti-feminista que dice que las mujeres en situaciones
“tradicionales” (en el área mediterránea eso quiere decir más o menos encerradas en casa y/o
la vida familiar y/o tareas de reproducción diaria de la vida, en resumidas cuentas en “lo
doméstico”) están contentas así, no desean participar en la vida “de los hombres” y/o ejercen
mucho poder, tanto o más que los hombres, porque toman las decisiones del ámbito familiar,
que son las más decisivas para el bienestar de todo el mundo. No es sólo cuestión de
elecciones personales, ni de los procesos que sean visibles desde la perspectiva de los
afectados, sino es cuestión de como se efectúa la reproducción cultural.
No vale argumentar - como también se hace, ya de modo un poco más sofisticado -
que es posible obtener un equilibro de poder si cada género tiene una esfera propia de
actuación.iv No habrá tal equilibro si las esferas se construyen de modo que una contenga más
espacios de negociación cultural que la otra o mientras los espacios de una esfera incluyan,
subsuman o dominen los de la otra.
Colocar a ciertas categorías de personas en espacios delimitados (por ejemplo el hogar
o la vida familiar), darles ciertos privilegios (por ejemplo el derecho de ser mantenidas o el
monopolio de algunos conocimientos, por ejemplo los emocionales) a cambio de que
renuncien a participar en otros espacios, siempre será peligroso para las personas en cuestión,
porque limitará su influencia en la reproducción cultural. Otras experiencias que las suyas
propias definirán qué es lo que contará como bueno o como malo, justo o injusto, apetecible o
rechazable. Este desequilibro de poder será mayor cuánto más grande sea la segregación entre
los dos mundos. Una categoría (en este caso las mujeres) acabará en una situación de
desventaja cultural tal que incluso les lleguen a faltar las palabras. Se convertirán en una
categoría silenciada. Edwin y Shirley Ardener nos hicieron ver, hace ya más de 20 años, que
los discursos dominantes dan forma al lenguaje mismo, de modo que para los no dominantes
es difícil expresar sus puntos de vista. No hay palabras para expresar lo que les pasa, por lo
tanto en algún sentido no les pasa. Lo que no se puede decir, apenas si se puede pensar,
apenas si sucede.
Pero las categorías silenciadas nunca son pasivas, ni totalmente silenciosas. Y en
coyunturas de cambio se abren grietas culturales. Surgen más contradicciones, más cosas
resultan accesibles para la duda y la negociación. Por lo tanto, en épocas de cambios visibles,
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especialmente cambios que son vividos como visibles e importantes, resulta relativamente
más estratégico y factible describir los espacios de negociación cultural como algo que de por
sí se negocia.
En España, por ejemplo, se crean desde hace aproximadamente dos décadas muchos
espacios nuevos para la negociación cultural. Se ha sentido una necesidad de crear foros de
debate a propósito, tales como grupos de reflexión moral (religiosos o no), tertulias con temas
específicos, grupos de amigos que se reúnen con regularidad, asociaciones de personas con
algo en común que les exige reflexión especial (por ejemplo asociaciones de mujeres
separadas), grupos de barrio, etcétera.

Generización o no
Veamos pues lo que nos rodea desde este punto de vista. En cuanto a la participación de
mujeres y hombres en las negociaciones culturales en España, me atrevo a generalizar:v Los
espacios para negociaciones culturales están altamente generizados,vi pero cada vez menos.
Tanto la segregación real por género como la generización simbólica disminuyen (aunque el
proceso esté en distintas fases en distintos contextos). Mujeres y hombres conversan las unas
con los otros en sus lugares de trabajo y en fiestas y reuniones particulares, como siempre,
pero no supone exactamente lo mismo de siempre, ya que estos espacios se vuelven cada vez
más mixtos en cuanto a género, lo cual hace que lo que allí se diga tenga consecuencias
nuevas. Mujeres y hombres se encuentran también cada vez más a menudo en reuniones de
sindicatos y partidos, y cada vez hay mayor número de asociaciones y se vuelven cada vez
menos generizados o por lo menos mixtos.vii Mucha gente, no sólo de la clase media,
pertenece a clubs deportivos, donde desde luego se pueden practicar deportes varios, pero
donde muchas veces la actividad más importante es conversar con amigos y conocidos.
Cada vez más mujeres participan en espacios generizados (anteriormente) como
masculinos, tales como asociaciones y lugares de trabajo. Los hombres, sin embargo,
participan bastante menos en espacios femeninos como tiendas de compras diarias, grupos de
conversación de la vecindad o los bancos de los parques donde juegan los niños.
El llamado cotilleo de las colas en las tiendas de comestibles es - o ha sido - el
equivalente de las mujeres a la vida social de los hombres en los bares: un espacio femenino y
tradicional, donde entran hombres de vez en cuando pero se dan prisa en comprar y vuelven a
salir en cuanto pueden. Así que aunque a veces mixto, es un espacio generizado
simbólicamente como femenino.
Pero queda cada vez menos de esta vida social de las mujeres en las tiendas, ya que
cada vez más se hacen las compras en supermercados, y algunos hombres empiezan a hacer la
compra cotidiana. Otros espacios tradicionales de las mujeres se han extinguido casi por
completo; los hornos comunes, los lavaderos... En cambio, los espacios masculinos
tradicionales, como los bares, se adaptan y sobreviven.
Si es importante tener espacios separados según género, para construir discursos
alternativos, el que se pierdan los espacios femeninos quiere decir que las mujeres han
perdido algo importante. Pero esto es algo que difícilmente se concibe como pérdida, porque
aquellos espacios de encuentro eran también de faenas duras que ahora se han hecho más
leves. (¡Quién no prefiere una lavadora en casa al lavadero público!) Si conviene reestablecer
espacios femeninos,viii hay que construirlos de otra manera. De momento constatemos
sencillamente que la segregación disminuye porque por un lado los espacios femeninos
desaparecen, por otro los masculinos se mantienen y se transforman.
La segregación disminuye también porque la vida social se centra cada vez más en la
pareja heterosexual. Los españoles creen en el amor y en la familia, como consta en todo tipo
de encuestas. Y el énfasis ideológico está en "la pareja", es decir en la relación entre una
mujer y un hombre. "Antes" el matrimonio era una institución pragmática, separada de las
relaciones amistosas; "hoy en dia" una pareja comparte gran parte de su vida social.
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Disminuye, pues, la generización de los espacios de negociación cultural porque
desaparecen los espacios tradicionalmente femeninos, y los tradicionalmente masculinos se
vuelven más mixtos, y algunos tradicionalmente mixtos, como la vida en familia, cobran
mayor importancia cultural. Pero sobre todo disminuye la generización porque a las mujeres
se les abren muchas puertas antes cerradas.

La calle, la noche...
Hay que recordar que los espacios de por sí son objeto de construcción cultural, es decir de
negociación. ¿Qué constituye un lugar importante, dónde están sus límites, para qué se
utiliza? etc.
Un ejemplo: El movimiento feminista de España tiene un lema que reza: "¡Hay que
conquistar la calle! ¡Hay que conquistar la noche!" A veces incluso se concretiza diciendo:
"¡Conquistemos los bares!"
A oídos de mucha gente esto suena frívolo. Pensemos en el viejo dicho: "La mujer es
de la casa, el hombre es de la calle." Según esta manera de pensar, "la calle" es una metáfora
de todo tipo de actividad pública y de todos los lugares donde las mujeres no deberían
encontrarse: el mercado laboral, las asociaciones políticas, la administración de justicia, el
mundo del placer, etc. Es decir, la metáfora trata del acceso a recursos económicos, a tomas
de decisiones fuera de la familia y a todo tipo de debates públicos acerca de estas cosas, y
define este acceso de modo que se coloca fuera del alcance de la mujer, normativamente. La
mujer que desea salir de "la casa", donde debería quedarse según este discurso, se supone
frívola, a la búsqueda de cosas que no debe desear ninguna mujer.
Precisamente porque conquistar la calle es frívolo según los discursos tradicionales, no
es nada frívolo para el movimiento feminista sino subversivo y por lo tanto una estrategia
fundamental. Hay que subvertir la metáfora que resume el orden de género que se quiere
cambiar. La división del mundo en una esfera doméstica y una pública no es algo estático. Se
puede negociar qué cosa pertenece a qué esfera, y se puede negociar la misma existencia de la
división. Y se hace, en millones de pequeños actos y comentarios cotidianos. La participación
de las mujeres en el movimiento vecinal es un ejemplo, y por lo tanto es algo que cambia el
orden de género, aun cuando las mujeres del movimiento generalmente no quieran ni oír
hablar de feminismo (Thurén 2000).
Conquistar la noche se trata de lo mismo, pero expresado en términos de tiempo. Si "la
calle" se define como un territorio de los hombres, lo es doblemente cuando ha caído la
noche. Sin embargo es a partir de entonces que tiene lugar gran parte de la vida pública en la
que quieren participar ahora las mujeres: reuniones de asociaciones, estudios nocturnos, cine
y teatro, salidas con amigos, horas extraordinarias para ganar más dinero, puestos de trabajo
con turnos obligatorios...

... y los bares.


El lema "¡Conquistemos los bares!" trata igualmente del acceso a todo tipo de vida pública,
no sólo de tiempo libre y placeres varios.
Aunque también. Claro que se trata de tiempo libre y de placer, pero no es frívolo
querer participar en eso. Entrar en un bar es, entre muchas otras cosas, una manera de crearse
oportunidades sexuales. Entrar en un bar abre también la posibilidad de hacer nuevas
amistades o de encontrarse con viejos amigos y conocidos y pasar un rato ameno. Divertirse
no se podrá definir como un derecho humano, pero según nuestra manera de pensar
(occidentales de los siglos 20 y 21) no hay ninguna razón que se pueda llamar justa para que
un género no disponga de las oportunidades para pasarlo bien que tenga el otro género. En
España, como parte del proceso de negociación cultural sobre lo "femenino", cada vez más
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mujeres se toman el derecho de hacer cosas placenteras sin tener una tarea como excusa (por
ejemplo coser para poder reunirse con las amigas, o atender a niños pequeños para poder dar
un paseo por el parque).
Pero no se trata sólo de pasarlo bien. El bar es una institución importante en la vida
española. Es un oasis omnipresente, un espacio de socialización y de vida social, y un lugar
práctico a donde dirigirse si se quiere buscar a conocidos, recibir mensajes, descansar un rato
del calor o del frío... A los que están de paso ofrece información y contactos locales.
No es extraño, pues, que a diferencia de muchas otras instituciones sociales los bares
hayan sobrevivido la urbanización, y creo que seguirán existiendo y serán defendidos como
puntos de encuentro con funciones cotidianas flexibles aun cuando la vida laboral, el ritmo
diario, los estilos urbanos de vida y la tecnología de comunicación adopten formas nuevas.
Pero para una mujer resulta, todavía hoy, menos cómodo entrar en un bar sola que
acompañada, aunque sea a mediodia y para tomar un refresco.
Según qué bares, claro.
Las españolas usan cada vez más los bares, pero éstos siguen siendo principalmente un
territorio masculino. Las mujeres tienen acceso a veces, a algunos bares, en ciertas
condiciones, y para fines específicos. Para los hombres los bares son un recurso tan normal
que ni se paran a pensar en qué normas rigen para su uso.
Además los hombres pueden usar los bares de modos aun más serios. En los bares se
hace política y se preparan negocios, se hacen planes, se comentan relaciones y opiniones...
Como dije, las mujeres del movimiento vecinal están descubriendo el peligro que
supone no ir con los compañeros al bar después de la reunión de la asociación. Con toda
probabilidad sucede lo mismo en los sindicatos y los partidos políticos. Saben que deberían ir,
pero no siempre pueden, porque el acceso a este espacio no es cuestión sólo de la
generización del espacio como tal sino de la construcción cultural de otras cosas, como la
noche, el matrimonio, la maternidad...
Pero además está la generización simbólica de los bares. Una mujer puede estar en un
bar haciendo exactamente lo mismo que los hombres, beber y comer, charlar y bromear, y aun
así no poder aprovechar la ocasión de la misma manera. Su habitus no está tan dispuesto
como el de un hombre para experimentar el bar como un lugar de descanso y gozo. Por ello es
también más difícil para ella que para sus compañeros masculinos jugar con las posibilidades
estratégicas que ofrece este espacio.
Para quien quiera cambiar el orden de género es esencial luchar por la redefinición de
esta clase de espacios. Pero es difícil, porque se trata de complejos culturales densamente
tejidos y de profundas raíces en los habitus. Como bien dice Bourdieu, las disposiciones del
habitus suelen sobrevivir bastante tiempo después de que desaparezcan las condiciones de su
formación.

Espacios de la clase media


Hasta aquí los ejemplos han sido extraídos de mis estudios de ambientes de clase obrera,
principalmente de Valencia. Todo esto por supuesto que varía según muchas variables, pero
sobre todo según clase social. Por eso haré un breve comentario comparativo con la clase
media de Madrid, donde hice un estudio a principios de los años 90.ix
Si miramos las formas y los lugares para la negociación en ambientes de clase media
en Madrid, vemos que el género organiza las normas de acceso y participación de modo que
los puntos de vista de los hombres tienen mejor probabilidad de ser escuchados y de ser
tomados en serio. Varían los modos y el grado de separación según género, pero se puede
afirmar que los hombres tienen, en general, más acceso a lugares estratégicos de negociación
cultural. Esto no explica toda la reproducción cultural del orden de género, pero sí explica una
parte de la tenacidad de la jerarquía y la diferenciación.
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Eso es así, pero no está tranquilamente así. Se cuestiona y se combate de muchas
maneras. Muchas mujeres entran en los espacios dominados por hombres (como partidos
políticos o la tertulia sobre fútbol en el club social). La especificación según género de
algunos espacios está en liza o por lo menos en duda. Los espacios nuevos que se crean suelen
ser mixtos. Muy pocos siguen siendo exclusivamente de hombres.
Comparados con los espacios de la clase obrera, los de la clase media están menos
generizados, pero debido a diferencias de experiencias y estilos de interacción, tanto mujeres
como hombres prefieren conversar con personas de la propia categoría de género, de modo
que las conversaciones están a menudo segregadas aun cuando las situaciones en su totalidad
sean mixtas. (En la reunión familiar las mujeres se suelen sentar en un rincón, los hombres en
otro. En la cena de matrimonios puede que se sientan los matrimonios juntos, de modo que
cada hombre tiene mujeres a sus dos lados, y las mujeres hombres, pero se inclinan hacia
delante o hacia atrás para hablar con sus congéneres.)x
Las ocasiones que hay en la clase obrera para vida social segregada según género o no
existen o se consideran poco aceptables en la clase media. En la actualidad, las actividades
culturales o políticas de la clase media no están casi nunca generizadas, aunque puede que
poco mixtas en la práctica. El énfasis ideológico en "la pareja" es más fuerte que en la clase
obrera. Los hombres de clase media no hacen tanta vida de bares y no le dan tanta
importancia social a la que hacen. Las mujeres de clase media no charlan tanto con otras
mujeres en las tiendas, porque suelen hacer las compras en supermercados. Tampoco suelen
encontrarse con otras mujeres en las puertas de los colegios al ir a buscar a los hijos, porque
sus hijos suelen ir al colegio en autocar. Viven en áreas donde los vecinos no se conocen
mucho, donde incluso puede ser que se evite tener mucho contacto con los vecinos. No llega
información a través de los ruidos del piso de al lado, porque las casas están mejor hechas. No
pocas mujeres trabajan fuera de casa y los lugares de trabajo suelen ser mixtos en cuanto a
género. Etcétera.
Así que los mundos de mujeres y hombres de clase media se van pareciendo entre sí
cada vez más. El alcance del orden de género disminuye.xi Pero siguen siendo dos mundos,
que crean habitus distintos, ya que la división de tareas sigue siendo bastante clara y general;
eso es así en la clase media como en la clase obrera, aunque de distinta manera. Y como la
mayor parte de las conversaciones tienen lugar o entre mujeres o entre hombres, el
intercambio de información, experiencias y opiniones entre los dos mundos resulta limitado.
La segregación conversacional mantiene las diferencias entre mujeres y hombres e impiden
una elaboración cultural común de los cambios que sobrevienen. Así se reproducen las
diferencias.

Consecuencias para las relaciones de poder


Cada ser humano lleva a cuestas un paquete de experiencias que interpreta a través de un
filtro que a su vez ha sido formado de sus experiencias en interacción con los complejos de
ideas que le rodean. Mejor dicho, todos los complejos de ideas que encuentra el individuo se
convierten también en experiencias, y todas sus experiencias, en sentido amplio, interactúan
entre sí e influyen en cómo interpreta todo lo que sucede. Esto es lo que Bourdieu llama
habitus.
Si un habitus individual consiste en experiencias sedimentadas, y si una parte
importante de las experiencias consiste en los mensajes que se reciben, se formulan y se
mandan, entonces los contextos de discurso en los que se participa son de importancia
decisiva para la formación del individuo. El conjunto de espacios de negociación cultural en
el que participa una persona es un factor entre muchos, pero es uno de los factores principales
que hacen de una persona lo que es y determinan cómo puede y quiere actuar.
Para los procesos culturales y sociales colectivos es también decisivo qué categorías
de personas tienen acceso a numerosos espacios de negociación cultural y por lo tanto
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influyen fuertemente en los procesos. Los habitus que caracterizan los grupos más influyentes
tendrán un eco más fuerte en los procesos de cambio, y se reproducirán con más eficacia.
Esto tendrá consecuencias para las relaciones de poder en general. Si existen
diferencias entre mujeres y hombres en cuanto a los contextos de discurso a los que tienen
acceso, este hecho tendrá consecuencias para el orden de género.
Muchos de los espacios para las negociaciones culturales han estado altamente
generizados en España. Siguen estando generizados, pero en menor grado, y la segregación
según género se cuestiona. Esta deslegitimización de la generización no podrá dejar de influir
en una desjerarquización del orden de género, pero esa desjerarquización no es completa ni
siquiera en el nivel de ideas, y tanto los habitus como las prácticas van a la zaga.
Conquistar los bares y otros espacios de debate es cuestión de libertad personal y de
poder en la sociedad en general. Se trata de redefinir los límites de lo que se considera
permisible y para quién en cuanto a diversiones y placeres, y se trata de una redistribución
entre mujeres y hombres de los recursos prácticos de la vida cotidiana y de la política y la
economía, en la vida familiar y en la vida profesional. ¡De frívolo nada!
El ejemplo de los bares es, por supuesto, un ejemplo de que los espacios de
negociación cultural están por todas partes. Pero es también un ejemplo crucial de
negociación de la legitimidad misma del acceso a los medios de negociación, es una
metanegociación.
Mi sugerencia metodológica es: Para describir un orden de género desde una
perspectiva feminista, se debe averiguar (entre otras cosas) qué espacios existen para la
negociación cultural, cómo están conectados entre sí, qué relación tienen con otros recursos
importantes, hasta qué punto están generizados, de qué género, y en qué medida la
generización es jerárquica, cómo se lleva a cabo la interacción dentro de ellas, qué temas se
negocian, etcétera.
Si queremos pronunciarnos sobre las circunstancias de poder en distintas sociedades o
contextos y compararlas sin caer en el etnocentrismo, tenemos que buscar recursos que se
puedan definir de manera universalmente válida sin que el nivel de abstracción resulte tan alto
que se pierda la conexión con la práctica, la vida cotidiana. Un recurso que reúne estas
características es el acceso a y la influencia en las negociaciones culturales; es tan
importante o más como el acceso a dinero, prestigio o poder formal de decisión, con los que
por supuesto está en relación dinámica.
Es un concepto analítico, es decir intencionadamente definido como vacío de
contenido empírico. Sólo así podrá aplicarse universalmente. Lo que no será universal es la
forma que adopten los espacios de negociación cultural en distintos lugares y tiempos. De
descubrirlos y describirlos se encargará el trabajo etnográfico.
Las definiciones son imprescindibles pero deben ser mínimas. Algo así como:
- Un espacio de negociación cultural es un lugar donde dos o más personas tienen
ocasión de encontrarse para hablar y escuchar, mirar y ser vistas.
- El acceso a los espacios de negociación es la posibilidad que tiene un individuo o
una categoría de personas para estar presentes en esos espacios sin que se les sancione
(material- o simbólicamente) y para hacer notar su presencia y que esta presencia se valore y
se tenga en cuenta.
- Para que se pueda hablar de negociación cultural debe haber algo de diferencia de
perspectivas entre los participantes.xii
Si el mundo social se constituye en gran medida en y por los discursos - y yo creo que
es así, y es donde se han dirigido con preferencia las miradas analíticas de la última década -
este hecho se puede considerar como un telón de fondo general para muchos tipos de análisis.
Desde luego para analizar cómo la influencia de algunas categorías de personas es mayor que
la de otras sobre el cambio/la reproducción de la vida social. Pero siempre hay que
contextualizar las prácticas de los discursos. Conviene describir quién puede decir qué,
dónde, cómo y en qué condiciones, y quién le escucha y cómo.
10

Referencias
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University Press.
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metod. Lund: Studentlitteratur.
i
Mi postura teórica está basada en teorías de aprendizaje, cambio y reproducción cultural que
intentan explicar cómo se hacen comunes las ideas compartidas y cómo tienden a
reproducirse, a la vez que nunca se reproducen perfectamente, es decir siempre cambian, y
también intentan explicar cómo muchas ideas son individuales y compartidas a la vez. Pienso
especialmente en los conceptos habitus y doxa de Pierre Bourdieu, la teoría cognitiva de
Claudia Strauss y Naomi Quinn y las teorías críticas de discurso, especialmente Fairclough.
Estas teorías se colocan en el contexto de las teorías de práctica que analizan todo tipo de
procesos sociales como procesos dialécticos, es decir sin olvidar ni las condiciones
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materiales, ni las estructuras sociales ni las intenciones y los actos de individuos y grupos.
Ver Bourdieu 1977, Buchholtz 2002, Strauss y Quinn 1997, Winther Jorgensen y Phillips
2000. Para cuestiones de complejidad cultural, ver Hannerz 1992.
ii
La palabra cotilleo es un ejemplo de cómo se generiza una actividad que de hecho suele ser
cosa de mujeres y hombres por igual. Si se quiere devaluar un tipo de negociacion cultural, se
le puede llamar cotilleo, mientras que los tipos que se respetan se llaman debates o
entretenimiento u otro término neutral, y conocido es que la palabra cotilleo se asocia con las
mujeres en España (y en muchos otros países). Es decir, según sean mujeres u hombres o
grupos mixtos que ejerzan la negociación cultural, se le llama de distinta manera y tendrá
también, por regla general, consecuencias distintas. Lo que se valora, se tendrá más en cuenta,
y por lo tanto tendrá mayores consecuencias. Esto es una manera sexista de usar el lenguaje y
tiene consecuencias para la reproducción de la jerarquía de género. Yo utilizo la palabra
cotilleo de modo neutral tanto en cuanto a género como en cuanto al valor: cotilleo =
negociaciones culturales que adoptan la forma de comentarios acerca de lo que hacen otras
personas.
iii
En esto tal vez esté la diferencia entre Foucault y Bourdieu: Foucault nos pintó un telón de
fondo; Bourdieu nos sugirió una manera de analizar circunstancias empíricas a la luz de ese
telón de fondo.
iv
Este argumento ha sido y sigue siendo corriente en discusiones cotidianas sobre cuestiones
de género y poder; lo mantienen también muchas de las feministas que defienden una
diferenciación de género (ver por ejemplo Librería de Mujeres de Milán, 1996) y también
algunos antropólogos, por ejemplo David Gilmore (1990).
v
Generalizar siempre es arriesgado y generalizar sobre todo un país, además grande y variado
como España, raya en lo suicida. Pero todo es cuestión de la escala de comparación. Vistas las
circunstancias españolas desde el horizonte del norte de Europa, o desde la perspectiva global
que ofrecen los conocimientos antropológicos en total, sí que es posible generalizar sobre
España. Mis generalizaciones se basan en veinte años y varios proyectos de investigación en
distintas regiones del país, en distintos ambientes de clase social y distintas ideologías. Eso sí,
siempre en contextos urbanos.
vi
El verbo generizar indica la presencia de una marca de género o el proceso de poner o quitar
esa marca. Algo que anteriormente no tenía que ver con el género puede empezar a tener que
ver; de igual manera podemos decir desgenerizar para indicar que algo que tenía que ver con
el género deja de tenerlo, o el grado de relevancia disminuye. Por ejemplo considero que el
mercado laboral en España estaba fuertemente generizado durante los tiempos franquistas, y
además el régimen se esforzaba para generizarlo más de lo que estaba antes, y ahora se está
desgenerizando, sin haber llegado a desgenerizarse del todo.
vii
Se debe hacer una distinción entre grado de generización y grado de segregación. Lo
primero trata de construcciones culturales, lo segundo es una descripción empírica. Un
contexto neutro en cuanto a género es un contexto no generizado, es decir el género de una
persona es información irrelevante según las normas vigentes. En un contexto mixto hay
personas de dos o más categorías de género, no sólo de una. Un contexto no generizado puede
ser mixto o no (puede ser cosa de casualidad). Si un contexto mixto no es generizado, no hay
problema, es mixto como sería de esperar de un contexto no generizado. Si es generizado, es
decir si lleva una marca de un género aunque haya personas de otro género presentes, puede
ser porque hay personas que se oponen a la generización vigente e invaden el contexto a pesar
de su generización, o puede ser que haya sub-contextos diferentemente generizados dentro del
contexto no generizado. Un ejemplo de lo primero podría ser un hombre en una cocina. Un
ejemplo de lo segundo podría ser una cafetería que se considera en general de libre acceso
para mujeres y hombres por igual, pero donde la barra es generizada como masculina, y se
sientan casi sólo hombres allí, mientras que las mujeres se sientan en las mesas, que no están
generizadas ni como masculinas ni como femeninas, o en algunos casos tal vez estén
generizadas como femeninas.
12

viii
No sé si conviene o no; es una cuestión estratégica importante en la que no entro de
momento, porque necesitaría mucho más espacio. Está relacionada con los debates feministas
sobre estrategias de separatismo o de integración, y con temas teóricos acerca de cómo se
reproducen y cambian los discursos dominantes o alternativos y cómo se articulan entre sí.
ix
No es este el lugar de profundizar en el debate sobre el concepto de clase. Basta decir que
utilizo la palabra aproximadamente de la misma manera que la gente que he estudiado: la
clase obrera es entonces la categoría de asalariados o pequeños empresarios sin empleados
que ganan poco dinero, han estudiado poco (por lo menos las generaciones mayores) y viven
en barrios considerados poco elegantes, mientras que la clase media consiste de asalariados
con educación universitaria y sueldos cómodos.
x
Si en la actualidad el orden de género funciona de manera tal que tanto para mujeres como
hombres resulta más agradable conversar con personas de su propio género, podríamos decir
que en esto la clase obrera tiene una ventaja sobre la clase media, porque tiene más
oportunidades de vida social segregada. Pero desde una perspectiva feminista, nuevamente,
ventaja o desventaja depende de elección de posturas estratégicas y teóricas. El que las
diferencias entre los mundos de mujeres y de hombres disminuyan se podría ver como un
paso hacia la utopía feminista de un mundo donde el género no contase. (Por lo menos ésta
sería mi utopía; hay otras.) Pero también se podría ver como un peligro. Desaparecen los
espacios para elaborar discursos alternativos, discursos hechos desde habitus de género
diferentes del género dominante. Personalmente creo que los discursos alternativos siguen
haciendo mucha falta, en vista de las muchas ventajas culturales y materiales de las que
todavía gozan los hombres. Y como son dos mundos con habitus distintos, resulta peligroso
para el mundo subordinado (el de las mujeres) no poder verbalizar y hacer oír sus
experiencias. Y como un género domina, resulta difícil conseguir eso en espacios mixtos. Por
otro lado, ver el párrafo siguiente aquí - hay peligros también en la segregación. No me
incumbe definir lo ideal, pero para definirme a mí misma ante el lector diré que supongo que
lo ideal sería una mezcla de espacios separados mientras haga falta pero a largo plazo
tendentes a desaparecer, y espacios mixtos donde el género dominante haga un esfuerzo para
escuchar algo más que su propia voz.
xi
Para describir distintos aspectos del orden de género he desarrollado los conceptos alcance,
fuerza y jerarquía (Thurén 1993, 1996). El alcance es la cantidad de áreas de la vida para las
cuales el género es relevante en una sociedad; la fuerza es el énfasis o peso cultural de las
ideas de género; y la jerarquía es el grado de jerarquización o su posible ausencia. Son tres
cosas analíticamente distintas. En el ejemplo de Madrid vemos que el alcance puede
disminuir sin que resulte claro si la jerarquía disminuye o sólo cambia de aspecto.
xii
Gracias a Virginia Maquieira por hacerme ver que faltaba precisión en la primera versión
de este texto. Le doy la razón e intento subsanar el fallo. Aun así insisto que las definiciones
tienen que ser muy abstractas para ser ampliamente aplicables. Si los conceptos tienen
demasiada concreción se pierde la posibilidad de comparar recursos de poder entre sociedades
de distintos tipos, y eso es precisamente lo que se debe hacer si queremos construir teorías
sobre género y poder cuya aplicabilidad no sea limitada a unas pocas sociedades
(generalmente las llamadas occidentales). La imaginación del ser humano es grande cuando se
trata de construir sociedades, son muy variadas, y en la medida que todas tienen algún tipo de
orden de género, y la mayoría de los órdenes de género son más o menos jerárquicos, es
necesario tenerlas todas en cuenta para intentar comprender cada vez mejor el fenómeno del
género.

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