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LA C A U SA DE LA HUMANIDAD
MI
San Martín decía a! comienzo de esta carta extraordinaria,
<iuc no entraba a juzgar la justicia o injusticia de ia guerra que
llevaban las escuadras combinadas franco-inglesas sobre Bue
nos Aires, limitándose a dar una opinión de carácter técnico.
I n I ni opa se sabía quién era San Martín. Es de imaginar el efecto
11111 * hizo su carta por la amplia difusión periodística que alcanzó.
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A escasa distancia de la Vuelta de Obligado habían fondea
do los buques extranjeros el 17 de noviembre; el 18 se realiza
ban por ambas partes mutuos reconocimientos, dentro del ma-
yor sigilo, pero el 19 una calma chicha y mucha niebla inmoviliza
a las poderosas escuadras, con excepción de sus vapores. El
:’() de noviembre amanece distinto: se aproximaba el momento,
y nadie podía llamarse a engaño. Las naves levan anclas, des
pliegan su paño y preparan sus cañones, de calibre y sistema
desconocido en la región del Plata.
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limándola en verdad defensora de la soberanía de América. “ The
lourn.il of Comm erce" de Nueva York, comentaba la adhesión
i|ii<! mi Estados Unidos evidenciaba la opinión pública hacia Bue
nos Aires, y escribía lo siguiente: “ No somos panegiristas del
tiohornador Rosas, pero deseamos que nuestros compatriotas
i mio/can su verdadero carácter, como describen los comodoros
111(l(|lcy Morris y Turnes y todo ciudadano de los Estados Unidos
(|iio haya visitado Buenos Aires. Verdaderamente él es un gran
hombre. Y en sus manos ese país es la segunda república de
Am erica” . En “ The New York Sun” , del 5 de agosto de 1845,
no comenta también el problema en estos términos: “ Nos com
placemos en ver que nuestro encargado de negocios ha pro-
lontado contra la injustificable intervención en los negocios do
mésticos de una república americana; y nos es grato ver al
iiobierno argentino firme en su determinación de defender la in-
11 <jridad de la Unión. La rebelión del Uruguay fue puesta en pie
por la Francia con la sola esperanza de obtener dominio en
nquel país, o de extender los dominios del príncipe de Joinville,
hermano político del emperador del Brasil. La sumisión a esa
vil .¡lianza de Guizot, sería la señal de la repartición de la Repú
blica Argentina entre las potencias aliadas; pero nuestra con-
llnnza en el genera! Rosas y en su administración no nos deja
que temer a este respecto” . Otro diario neoyorquino, el “ New
York Herald” , en su edición del 5 de septiembre de ese mismo
■uio, se expresaba así: “ Esta injusta intervención revela el deseo
'le Introducirse en el hemisferio occidental, y mantenerse en
ni litud de aprovechar cualquier punto débil que les quede ex
puesto. . . El general Rosas se les opone heroicam ente... La
unm lucha entre el antiguo régimen y la joven democracia está
p i ó K im a a estallar” . En parecidos términos o, por lo menos,
sosteniendo similares puntos de vista, se manifestaban “ The New
York Journal of Commerce” , “ The Daily Union , “ The Sem y Wee-
My Union” , órgano oficial de Washington, “ The Advertiser” de
tlonlon, “ The Morning Chronicle” de Londres, “ Le Journal des
l >»>l><11 •.” de París, "L e Courrir du Havre” y muchos otros. Prác-
tii nmnnte también toda la prensa de América latina, con la sola
o i i o p e l ó n de la que dirigían los unitarios emigrados, que festejó
i o o 1Molemente la agresión franco-inglesa a su propio país.
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I’eio pongamos las cosas en su justo punto: muchos de
unión diarios — si no todos— estaban subvencionados por Ro-
¡i través de las Legaciones argentinas en Washington, Río
de Janeiro, Londres y París. El Restaurador, que sabía de la im
portancia de la “ acción psicológica" y no ignoraba lo que vale
una "buena imagen" en el exterior, se cuidó de enviar copiosos
giros a sus ministros diplomáticos para que éstos ayudaran a
que la posición argentina se difundiera y explicara a través de
la prensa favorable. De modo que no hay que tomar muy ai pie
de la letra los elogios de estos diarios, cuyas opiniones — a la
luz de las sumas que solían recibir— suenan a “ avisos pagos"...
De todos modos Rosas practicaba un método perfectamente le
gítimo, al difundir por todos los medios los derechos que asis
tían a nuestro país, frente a una poderosa propaganda montada
con los mismos métodos por sus enemigos.
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lu id ni almirantazgo. Perdieron los aliados también 50 hombres
y dos más de sus navios de guerra, el Dolphin y el Expeditive,
i »saltaron muy seriamente dañados. El viaje contra la voluntad
ilc una nación soberana se les hacía un infierno.
Al fin llegaron a Corrientes, única provincia cuyo gobierno
no respondía a Buenos Aires. Esperaban vender la carga que
transportaban las naves mercantes, pero la guerra había sumido
on una gran pobreza a los pueblos del interior, de modo que el
aspecto comercial se vio signado por un rotundo fracaso. Y
había que volver a desandar el río, cosa que preocupaba seria
mente ahora a los orgullosos marinos. Resolvieron pedir refuer
zos a Montevideo. A ese efecto despachan al Gorgón, pero no
pudo pasar por el Tonelero. Después de tratar de sostener el
nutrido fuego que se le hacía desde tierra, tuvo que regresar y
refugiarse averiado en Esquina. “ La escuadra embotellada” , dice
con acierto José María Rosa.
Nuestros notables artilleros, con una habilidad increíble,
atando sus baterías a la cincha de fuertes caballos, seguían
materialmente a las naves del enemigo, que casi no podía creer
en semejante asedio.
Los refuerzos pedidos no ¡legaban, y la escuadra anglo-fran-
cesa, tan castigada ya, no se atrevía a emprender el regreso
sin el auxilio de naves de refresco. Se despachó entonces la
corbeta Philomel, atacada también en el camino, pero que logró
llegar a destino. Desde Montevideo zarpan entonces los vapores
ingleses Harpy y Lizard. Pero en El Quebracho, el Lizard quedó
tan descalabrado, que prácticamente no serviría ya de protec
ción. En el parte correspondiente, el teniente Tylden dice que
“ el enemigo volteó nuestra pieza del castillo de proa, y su te
rrible fuego de metralla, que cribó el barco de proa a popa, me
obligó a ordenar a oficiales y tripulación que bajasen” . También
hubo de refugiarse en Esquina. Había recibido 35 balas de cañón...
Medio año pasó desde la acción en la Vuelta de Obligado,
hasta que, después de muchas indecisiones y de grandes pér
didas, el convoy intruso se atreve a regresar: 40 barcos mer
cantes y 12 de guerra, aunque dos de ellos, por lo menos, fuera
de combate.
El honor correspondió esta vez al Quebracho: fue donde
se libró un encuentro definitivo. A llí instaló Mansilla diecisiete
cañones, mientras 600 soldados de Infantería respaldaban esa
fuerza contra un eventual desembarco, más 150 carabineros com
plementados con piquetes del batallón de Patricios, al mando
del mayor Virto; en el centro, Thorne mandaba dos baterías y
dos compañías de Infantería, y hacia el otro extremo el batallón
Santa Coloma, ai mando de este jefe. Cuando los buques de
guerra enfilaron las baterías de la Confederación, el general
Mansilla, después de gritar “ ¡Viva la soberana independencia
argentina!” , dio la orden de fuego. El enemigo pretendía defen
der el paso de los barcos mercantes, entreteniendo a nuestra
batería: fracasó en su propósito. La altura en que se encontraban
los cañones criollos los hizo inaccesibles para la pesada arti
llería aliada; en cambio, el desconcierto en el río no pudo ser
mayor. Algunos barcos vararon en su tentativa de huir, y todos
sufrieron la implacable descarga de nuestras piezas. El teniente
Proctor, en su comunicado al capitán Hotham, le dice así: “ El
fuego fue sostenido con gran determinación; fuimos perseguidos
por artillería volante y considerable número de tropas que cu
brían las márgenes haciendo un vivo fuego de fusilería. El Harpy
está bastante destruido: tiene muchos balazos en el casco,
chimeneas y cofas” . Hotham, a su vez, acompañando la nómina
de muertos y heridos ingleses y franceses en El Quebracho,
confiesa al final sobriamente: “ Los buques han sufrido mucho” .
Pero el regreso del convoy, maltrecho, disminuido (en El Que
bracho se perdieron muchos barcos, incendiados, varados, hun
didos), provocó sordo malestar en los comerciantes de Monte
video, que se prometían pingües utilidades con transacciones
de gran volumen. Unos y otros comprendieron, a partir de en-
lonces, que los ríos que surcan nuestro territorio son parte inde
clinable de la soberanía nacional.