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En los primeros siglos de la 

Iglesia católica, los santos eran escogidos vox populi, es decir,


por aclamación popular. Se trataba de un acto espontáneo de la comunidad cristiana. Más
tarde, fueron los obispos quienes asumieron la responsabilidad de la declaración de santos en
sus respectivas diócesis. Así, el obispo Cipriano de Cartago, a mediados del siglo III,
recomendó que se observara la máxima diligencia en la investigación de las denuncias de los
que se decía que habían "muerto por la fe". Se debían examinar rigurosamente todas las
circunstancias que habían acompañado el martirio y los motivos que las habían animado,
de forma que "pudiera evitarse el reconocimiento a quienes no merecieran tal título".

Desde entonces, a los santos así reconocidos se les asignó un día de fiesta en
el calendario (generalmente, el aniversario de su muerte). No obstante, la Iglesia todavía iba a
oficializar y definir más el proceso. A finales del siglo X fue cuando se instituyó la
canonización –inclusión en el canon o lista de santos reconocidos– como tal, con cinco pasos
a seguir: 1, postulación (presentación de la candidatura a santidad, siempre al menos cinco
años después de la muerte del candidato); 2, declaración de esa persona como "siervo de
Dios"; 3, declaración como "venerable"; 4, beatificación (si se prueba un milagro debido a su
intervención); 5, canonización (tras demostrarse un segundo milagro).

El primer santo canonizado de acuerdo a estas normas fue Ulrico de Augsburgo, obispo
destacado en el inicio del Sacro Imperio Romano Germánico, que sería elevado a los altares
el 4 de julio del año 993. ¿Y la primera santa "canónica"? Fue la anacoreta, monja y mártir
suiza Viborada de Saint Gall, a la que le llegó el turno en 1047. El siguiente paso, en 1234, fue
que se reservó oficialmente el derecho de canonización en exclusiva para los papas. Luego,
uno de ellos, el pontífice Sixto V, pondría este proceso en manos de la llamada Sagrada
Congregación de Ritos en 1588, que finalmente se convertiría –ya en el siglo XX, en 1969 y
de la mano de Pablo VI– en la Congregación para las Causas de los Santos.

La Iglesia Católica cuenta con los 7.000 santos que aparecen reflejados en la última edición
del Martirologio Romano, presentada en 2005.

El libro incluye todos los santos de la Iglesia hasta el cisma que separó a Oriente y Occidente,
en 1054. A partir de esa fecha, sólo recoge a los santos católicos. Así, no hace mención de
Nicolás II, recientemente canonizado por la Iglesia Ortodoxa rusa. 

 Con respecto a la edición anterior, realizada en 2002, se han incluido 117 santos más, además
de corregirse algunos errores  tipográficos o de traducción que contenía el anterior
Martirologio (cabe mencionar que el principio y concepto de santo o santidad no se relaciona
con martirio, ni el aspecto sino con el aspecto bíblico de separado para Dios según el antiguo
testamento).

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