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APUNTES DIDÁCTICOS SOBRE LA ÉPICA GRECOLATINA:

LA POESÍA ÉPICA GRIEGA

HOMERO:
Rodeadas de fama y misterio han llegado hasta nosotros las dos primeras
creaciones literarias del genio de Occidente: la Ilíada y la Odisea. En torno a la
personalidad del autor, Homero, y de la época se alzan innumerables interrogantes, por
lo que la frontera entre la leyenda y la realidad es bastante tenue.
La tradición griega veía en Homero al creador de ambos poemas épicos1. Era
ciego, porque la ceguera es un camino iniciático hacia otro tipo de intelección del
mundo, y anciano, porque la senectud es la madre de la experiencia. Los antiguos creían
en la existencia de poetas anteriores a Homero, como por ejemplo el mítico Orfeo; pero
lo que es evidente, desde el punto de vista rigurosamente científico, es que antes de
Homero hubo de existir una gran tradición oral, cuya cima está coronada por la Ilíada y
la Odisea.
Según la biografía más conocida, atribuida falsamente a Heródoto, Homero era
natural de Esmirna y su nombre originario era Melesígenes. Su vida es errante y
legendaria, hasta el extremo de que su nombre, Homero, no parece sino una invención
literaria, ya que es una forma dialectal que significa "ciego".

La lengua de Homero:
El estudio del estilo homérico ha revelado la mecánica formular de la dicción
épica y no deja así lugar a dudas sobre la naturaleza puramente oral de esta poesía
durante la fase viva de continua creación y recreación. Para la comprensión de la épica
homérica fue muy importante la posibilidad de acudir a la épica eslava, especialmente a
la épica en lengua serbocroata2, viva todavía en la primera mitad del s. XX, que nos

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Además de la Ilíada y de la Odisea, en la Antigüedad se atribuyeron a Homero los llamados Himnos
Homéricos, aunque esta denominación es totalmente convencional, y se refiere más al estilo homerizante,
con el que están escritos, que a la supuesta autoría. También se adscribieron al poeta épico dos poema
burlescos: el Margites, composición, de la que apenas conservamos unos fragmentos, que narra las
aventuras de un necio campesino que lo hace todo al revés, y la Batracomiomaquia, obra paródica,
conservada en su totalidad, que describe un combate entre ranas y ratones.
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Milman Parry y sus colaboradores, en tres años (1933-1935) de trabajo en la antigua Yugoslavia,
obtuvieron aproximadamente 12.500 grabaciones de recitaciones de rapsodos épicos eslavos.

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permitió penetrar en la dinámica de la poesía épica oral e ilustrar, por vía de la analogía,
lo que fue en su momento la épica homérica.
Los resultados más esclarecedores fueron los siguientes:
a) Lo poesía épica siempre es cantada y, por lo general, con acompañamiento
musical ejecutado por el propio cantor.
b) La forma métrica adoptada no es la estrofa, sino un tipo de verso repetido
indefinidamente. En el caso de Homero, el hexámetro dactílico.
c) El cantor dispone de un amplio repertorio de fórmulas que abarcaban parte de
un verso, un verso entero e, incluso, grupos de versos.
d) Los cantares son siempre narrativos y tiene por asunto las gestas heroicas de
personajes del pasado. Tácito (Germania 2-3) nos informa de la existencia de este tipo
de poesía entre las tribus germánicas.
e) El cantor épico sabe un repertorio de argumentos y temas. Hay temas
favoritos de todas las épicas: las asambleas y consejos, los catálogos de las huestes, las
descripciones de las armaduras, los combates singulares, la muerte del héroe, seguida de
lamentos y de solemnes funerales. Tales temas se agrupan entorno a otros temas,
llamados de concentración: la expedición militar, el asedio de una plaza, la caza de una
fiera salvaje o el viaje interminable.
f) Cantar un canto épico es ir narrando un relato, contando lo sucedido y las
intervenciones de los distintos personajes. Pero el cantor no se basa en un texto fijo
aprendido de memoria, sino que va improvisando con ayuda de las fórmulas de que
dispone y, conforme avanza el relato, va acordándose de los temas y va utilizando las
fórmulas necesarias para la rápida expresión de sus ideas.
g) La creación literaria oral sólo es posible mediante la dicción formular. A
diferencia de lo que ocurre con la poesía escrita, el cantor épico no puede detenerse a
pensar, ni volver atrás para retocar un pasaje. Aunque ocasionalmente el poeta se
permite libertades e innovaciones fuera de los elementos tradicionales, lo propio de esta
poesía es la repetición.

Temática de la Ilíada:
La Ilíada es algo más que una ininterrumpida serie de batallas y episodios
bélicos entre aqueos y troyanos en torno a las murallas de Ilión, y tampoco es solamente
la narración de la cólera del Pélida Aquiles y sus nefastos efectos, entre ellos, de manera
indirecta, la muerte de Patroclo. Ante el telón de fondo de una guerra destaca la idea de

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la debilidad del hombre, efímera criatura sometida a poderes superiores pero capaz de
alcanzar la gloria heroica a fuerza del valor, la abnegación y el sufrimiento.
En la Ilíada no se narra toda la guerra de Troya, sino un episodio de ella,
ocurrido hacia el final de la contienda. El aqueo Aquiles, verdadero protagonista del
poema junto con el héroe troyano Héctor, se encoleriza contra el caudillo aqueo
Agamenón porque éste le ha ofendido arrebatándole la esclava Briseida que le había
correspondido en el reparto de un botín. Tetis, la divina madre de Aquiles, consigue de
Zeus la promesa de favorecer a los troyanos para así hacer pagar a los griegos la injuria
hecha a su hijo. Tras un combate singular en el canto III entre Menelao, el marido de
Helena, y el troyano Alejandro (Paris), su raptor, en el que la diosa Afrodita ha de
intervenir para salvar a éste último, comienza una encarnizada batalla entre griegos y
troyanos desfavorable para los aqueos, hasta el punto de que los troyanos acampan cerca
de la recién construida muralla de los griegos. En el canto IX, Agamenón se arrepiente
de haber mancillado a Aquiles y manda una embajada para solicitar ayuda a éste, pero el
héroe se mantiene inflexible. El éxito de los troyanos se acrecienta y desbordan la
muralla del campamento griego y amenazan las naves.
Entonces, Patroclo obtiene de su amigo Aquiles el permiso para vestir las armas
de éste y combatir contra los troyanos, que abandonan las naves y huyen. Pero Patroclo,
desobedeciendo las órdenes de su amigo, no sólo ahuyenta a los troyanos sino que se
lanza tras ellos y muere a manos e Héctor (canto XVI). A partir de este momento,
Aquiles sólo piensa en la venganza y decide luchar de nuevo (canto XIX). Mata a
Héctor (canto XXII) y celebra fastuosos funerales en honor de Patroclo (canto XXIII),
pero no permite que los troyanos recuperen el cadáver de Héctor, al que da, con
disgusto de los dioses, un afrentoso trato. Finalmente, en el último canto, el XXIV,
Aquiles cede a las súplicas del anciano Príamo, padre de Héctor, y permite que los
restos de Héctor sean rescatados por los suyos y reciban las merecidas honras fúnebres.

Temática de la Odisea:
Un tema clásico anexionado al del asedio y destrucción de Troya es el de los
llamados o retornos, poemas épicos en los que se describían las peripecias de
los caudillos griegos en el camino de vuelta a casa. El único que ha llegado hasta

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nosotros, probablemente por ser el más importante, es la Odisea, que se ocupa del largo
retorno (duró 20 años) de Odiseo o Ulises3 a su patria, la isla de Ítaca.
La exposición nos introduce in media res. Odiseo está en la penúltima escala de
su largo regreso, en la isla Ogigia, retenido por Calipso. La asamblea de los dioses del
primer canto pone en movimiento una doble acción: el viaje de Telémaco, inspirado y
ayudado por Atenea para inquirir noticias sobre su padre Odiseo, lo que es aprovechado
para presentar la insostenible situación de Ítaca en ausencia del héroe, con la esposa de
éste, Penélope, asediada por los pretendientes (cantos I a IV).
Al mismo tiempo (canto V) Hermes transmite a Calipso la decisión de los dioses
de que partir a Odiseo, el cual llega, en el siguiente canto, a la isla de los feacios, tras
sufrir un naufragio. En este punto, en lugar de proseguir la narración en línea recta para
informar del desenlace que el oyente espera con impaciencia, el propio Odiseo -ya no el
poeta- refiere retrospectivamente en dos veladas nocturnas en el palacio de Alcínoo, el
rey de los feacios, todas sus aventuras (cantos IX a XII). En este relato en primera
persona se encuentre el núcleo de elementos más populares de toda la Odisea: los
lotófagos, los cíclopes, las sirenas, la bajada al Hades, las vacas de Helio.
A partir del canto XIII, la narración maneja varios hilos simultáneamente, en
distintos escenarios: la vuelta de Odiseo a Ítaca, el regreso de Telémaco y el progresivo
reconocimiento de Odiseo por los suyos, junto con la prueba de fidelidad a que les
somete el héroe y la desmoralización creciente de los insolentes pretendientes. Todo
ello con evidente empleo de una técnica dilatoria, ya que al punto culminante de la
acción no se llega hasta el canto XXII, con la matanza de los pretendientes, seguida en
el canto XXIII del reconocimiento del héroe por su esposa y, en el XXIV, de la

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Odiseo o Ulises, el personaje de nuestro poema, tiene seguramente un largo pasado, según se deduce del
mismo análisis de su nombre. La forma Ὀ ( ) es la homérica y la que fue, por lo tanto,
propagada por la gran difusión de los poemas homéricos. Pero, de hecho, están atestiguadas otras formas
del nombre en diversas partes de Grecia: Ο Ο Ὀ ( ) Ὀ Ὀ
᾿Ω todas las cuales son variantes del nombre popular de Odiseo o Ulises, no influidas por la
tradición homérica. La propia forma Ulises, usual en latín, revela que el conocimiento de este personaje
legendario llegó a los romanos por vía no literaria. Parece, pues, claro que algún aedo forjó la forma
Ὀ ( ) haciendo un juego de palabras para poner en relación el nombre del personaje víctima de la
cólera divina, con el verbo griego que significa "estar encolerizado", tal y como se explica
en Od. 19, 470 ss. Las formas populares del nombre de Odiseo o Ulises se han identificado también con
el nombre de persona cario y lidio (sin la prótesis vocálica frecuente en griego ante
inicial), concluyendo que el nombre de Odiseo o Ulises procede del sustrato prehelénico, es decir, de la
lengua o lenguas de las poblaciones que vivían en la Hélade antes de la llegada de los indoeuropeos y
cuya absorción por éstos dio lugar al pueblo griego. A ello habría que añadir la presencia del sufijo - ,
al cual muchos lingüistas atribuyen igualmente un origen pre-griego. Vid. Autores varios, Homero. Nueva
antología de la "Ilíada" y la "Odisea", Madrid 1965, pp. 35 ss.

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descripción de la llegada de las sombras de los pretendientes al Hades, de la visita de
Odiseo a su padre Laertes que labora el campo y de la pacificación de Ítaca.

Transmisión del texto:


El papel desempeñado por Atenas en la transmisión del texto escrito de los
poemas homéricos fue de gran importancia, como demuestra el barniz ático que
presenta la lengua. Hiparco, hijo del tirano Pisístrato, parece haber tenido una
intervención decisiva, al ordenar (hacia el 520 a.C.) que en el certamen rapsódico de las
fiestas Panataneas los rapsodos4 recitaran los poemas homéricos por orden, relevándose
los unos a los otros de manera que uno empezase donde había terminado el anterior. Y
fue sin duda para disponer de un texto fijado al que debían atenerse los recitadores, para
lo que hizo llevar a Atenas un ejemplar de los poemas homéricos, adquirido quizás a los
Homéridas de la isla de Quíos. No obstante, de ninguna manera se ha de pensar en una
recensión anterior del tirano Pisístrato y que supondría que el tirano ateniense fue el
primero que se ocupó de reunir y ordenar los cantos homéricos. En realidad, el papel de
Atenas en la transmisión de los poemas fue la consecuencia lógica de su posición
predominante en el campo político y cultural a partir del s. V a.C. Sabemos también que
cada ciudad tenía una edición propia, basada en la ateniense, para los concursos de
recitación. Las variantes solían ser numerosas, por culpa sobre todo de los rapsodos y
de los maestros de escuela que manejaban Homero de memoria.
Así, cuando los filólogos de Alejandría en el s. III a.C. acometieron la tarea de
hacer una edición, se encontraron ante un texto lleno de variantes y con numerosas
fluctuaciones en el número de versos. Zenódoto de Éfeso, primer director de la
Biblioteca de Alejandría en la primera mitad del s. III a.C., dividió en 24 cantos cada
poema, designando a cada uno por una letra del alfabeto, de donde viene la práctica de
citar con letras mayúsculas los cantos de la Ilíada y con minúsculas los de la Odisea.
Posteriormente, Aristófanes de Bizancio y Aristarco de Samotracia hicieron sendas

4
Los rapsodos eran recitadores profesionales, verdaderos prodigios de memoria y capaces, además, de
explicar al auditorio los pasajes que explicaba. La técnica de los rapsodos supuso una ruptura, fechada
hacia el s. VII a.C., con la técnica anterior de los aedos, ya estos últimos cantaban sus composiciones al
son de una lira, mientras que los rapsodos recitaban, marcando el ritmo con un bastón que golpeaban en el
suelo. La etimología de la palabra "rapsodo", aunque incierta, está sin duda relacionada con el verbo
que significa "zurcir", en alusión al empalme sucesivo de cantares de gesta; por su parte, el
término "aedo" está emparentado con el verbo que significa "cantar" y se refiere a los poetas
creadores de la épica griega, a diferencia de los rapsodos que eran sólo intérpretes.

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ediciones. La editio princeps de Homero se debe a Demetrio Calcóndilis en Florencia,
en 1488, que fue seguida por la de Aldo Manucio en Venecia, en 1504.

Proyección literaria de las obras de Homero:


Homero fue el gran educador del mundo griego, y ya desde el s. VIII a.C.,
fecha de la composición de los poemas, se convirtió en patrimonio cultural del mundo
greco-latino5. Ya en el s. VI a.C. Teágenes de Regio interpretó por primera vez los
poemas homéricos de manera alegórica. En el s. IV a.C. Platón atacó a Homero como
poeta nocivo para la educación de la juventud, y a este siglo pertenecen también tanto el
gran detractor de Homero, Zoilo de Anfípolis, apodado el "Azote de Homero", como
Aristóteles, que fue por el contrario un gran admirador del poeta épico. En Alejandría,
lo estudia, editan y comentan grandes filólogos entre los que se ha de destacar a
Zenódoto, Aristófanes de Bizancio y Aristarco de Samotracia. Homero es objeto de
admiración y aun de imitación por parte de los más distinguidos talentos de las letras
latinas, y goza de inigualable estimación en el imperio romano de Oriente. Así por
ejemplo, en el s. XII, Eustacio de Tesalónica (muerto en 1194) compila los comentarios
a la Ilíada y a la Odisea y Ana Comnena en su Alexíada cita a Homero tantas veces
como a la Biblia.
Por el contrario, en el mundo occidental se tiene a lo largo de la Edad Media un
conocimiento incompleto e indirecto del poeta, a través de epítomes. Dos obras en prosa
que influyeron mucho fueron la Ephemeris belli Troiaini atribuida a Dictis y la De
excidio Troiae Historia de Dares. Se tratan de relatos novelescos escritos en latín en la
Antigüedad Tardía, que provienen de un original griego. Es característico de este
género que los autores se presenten como contemporáneos de los hechos que narran, así
Dictis sería un hombre de armas que acompañó a Idomeneo en la expedición a Troya y
escribió un diario, y Dares un sacerdote frigio de Hefesto en Troya. Evidentemente se
trata de biografías inventadas, pero lo que es importante es que estas obras sirvieron
como fuente de inspiración en el Medioevo. Así, entre otras obras, que bebieron de
estos relatos, podemos citar, entre otras, el De bello Troiano compuesto en Inglaterra a
finales del s. XII por José de Exeter (Iosephus Iscanus); en el mismo siglo pero en
Francia, Benoît de Saint-Maure compuso el famoso Roman de Troie, en lengua
romance. En Alemania, a comienzos del s. XIII Herbort von Fritzlar hizo una versión

5
Vid. A. López Eire, Homero. Ilíada, Madrid 1993, pp. 9-31.

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del Roman en su Liet von Troye y en el año 1287 moría el poeta Konrad von Würzburg
sin acabar su Buch von Troye. En este mismo año, en Sicilia, el juez Guido delle
Colonne escribió una paráfrasis en prosa de la obra de Benoît, la Historia Destructionis
Troiae, que gozaría de amplia difusión y sería traducida a varios idiomas. Así, en
España se hicieron traducciones de la Historia de Guido al catalán (completa) y al
castellano (incompleta: La crónica troyana).
Homero llegó a Occidente el año 1354 cuando Petrarca adquirió el manuscrito
que contenía los dos poemas épicos, que el humanista italiano no consiguió descifrar,
ocultos como estaban bajo la lengua griega, para él clave impenetrable. Pero pronto se
hizo la primera versión latina de la Ilíada y de casi toda la Odisea, realizada por el
monje Leoncio Pilato por encargo de Boccaccio, y aparecieron las primeras ediciones
modernas de 1488 y de 1504. A partir del s. XVI se harían múltiples traducciones a las
lenguas modernas.

La "Querelle des anciens et des modernes" y la "cuestión homérica":


Las antiguas tesis de los o "separadores" -movimiento crítico
representado por Jenón y Helanico, dos estudiosos de la época helenística, que
consideraban que Homero no era autor de la Odisea-, y los continuos ataques que desde
antiguo sufrieron los poemas homéricos se reprodujeron en los tiempos modernos.
A finales del s. XVII y comienzos del XVIII, se produjo en Francia la "Querelle
des anciens et des modernes". Esta acalorada disputa, que tenía como precedente el
ataque dirigido contra el Neoclasicismo por Du Bellay (1522-1560) en su Défense et
illustration de la langue française, trajo consigo una incesante y larga serie de
arremetidas contra Homero que, si ya había sido víctima de los humanistas italianos,
ahora lo iba a ser de los eruditos y letrados franceses, que heredaron de aquéllos junto
con la admiración por la Eneida, una actitud de menosprecio hacia el poeta griego,
cuyas obras infravaloraban y subestimaban, básicamente porque no las entendían; si
bien es cierto que el gran poeta épico contó con defensores de la talla de La Fontaine
(1621-1695) y de Boileau (1636-1771).
Fue en medio de estas discusiones, cuando el abate de Aubignac, François
Hédelin, en su ensayo Conjectures académiques ou dissertation sur l'Iliade, publicado
en 1715, trató de explicar los defectos que se traslucían a lo largo de la Ilíada por el
hecho de que el poema, lejos de ser unitario, era el resultado de la compilación de varios

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poemas, llevada a cabo por un incompetente; así se explicarían las contradicciones,
incoherencias, mal gusto, inmoralidad, pésimo estilo, etc. que el abate -un furibundo
antihomerista- veía en la Ilíada. Para él, Homero no habría existido nunca y sus poemas
serían la amalgama de otros anteriores, refundidos por Licurgo y más tarde por
Pisístrato.
Años más tarde, Friedrich August Wolf (1759-1824), apoyándose en rigurosas
observaciones filológicas, aunque basándose en datos discutibles, inició con sus
Prolegomena ad Homerum, la "cuestión homérica" e inauguró la línea de investigación
del s. XIX, que consideraba que la Ilíada y la Odisea, poemas compuestos en una época
en la que se desconocía la escritura, resultaron de una recopilación de obras menores de
varios autores. Las ideas de Wolf hallaron terreno abonado en el Romanticismo, que
encontraba muy oportuno que en las obras homéricas hubiera pequeños poemas
primitivos de gran excelencia, espléndidas muestras de la poesía popular del pasado,
muestras inigualables del prístino Volksgeist de los helenos, y que junto a estas partes
más antiguas, existiesen también elementos recientes, menos logrados, además de una
compilación tardía, a la que se le habrían de achacar los errores y faltas que el analista
avezado encontraría fácilmente. Según los analistas, los poemas homéricos nacieron
bien de la compilación de baladas (K. Lachmann, A. Kirchhoff), bien de la expansión,
desarrollo posterior o amplificación de un poema épico de corta extensión (W. Müller,
G. Hermann) o bien por la incorporación de distintos poemas a un núcleo central (la
cólera de Aquiles en la Ilíada y la venganza de Ulises en la Odisea), teoría que se debe,
entre otros, a Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff.
No obstante, frente a esta corriente analítica dispuesta a entender los poemas
homéricos como conglomerados de diversas fuentes, hubo quienes defendieron la
paternidad homérica de la Ilíada y la Odisea, por ver en estos poemas la obra personal
de un altísimo poeta; son los llamados unitarios (entre ellos Blass en el s. XIX y
Schadewaldt en el s. XX), que hacen caso omiso de las incongruencias y errores
parciales y, en cambio, conceden mayor importancia a la estructura narrativa y al estro
poético.
La verdad es que ni analistas ni unitarios dieron con el quid de la poesía
homérica. Aunque en cada pasaje y en cada verso hay ecos de anteriores poemas y
huellas indudables de reelaboraciones, detrás de la Ilíada y de la Odisea hay un
espléndido poeta, que concibió cada poema empleando un procedimiento alejado de los
modernos métodos de composición. La grandeza del poeta épico radica en su capacidad

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de adaptar el material tradicional (fórmulas, escenas, temas anteriormente acuñados) a
una trama que él con su talento individual ha concebido y, en segundo lugar, en su
poder de innovación que le permite generar material nuevo por analogía con el ya
existente. En suma, Homero creó hacia el s. VIII a.C., valiéndose de poesía oral
preexistente, dos obras inmortales, ensamblando y reestructurando poemas breves que
en torno a la guerra de Troya venían cantando los aedos desde el s. XII a.C. en los
palacios de los nobles descendientes de los micénicos, que no sufrieron las
consecuencias de los disturbios ocasionados por los dorios: a saber, la nobleza asentada
en zonas en que se hablaban dialectos eólicos y jónicos tanto del continente como de
ultramar.

La epopeya posthomérica en Grecia:


A lo largo de los siglos VII al V a.C. y en prácticamente todas las ciudades
griegas se cultivó, con mayor o menor profusión, la poesía épica. Pese a que de toda esa
gran producción sólo nos ha quedado un puñado de fragmentos y algunas noticias, este
bagaje de fragmentos resulta suficiente para apreciar la enorme variedad de temas
abordados por los poetas épicos.
Gracias al neoplatónico Proclo (s. V d.C.) se conocen los títulos y contenidos de
las siguientes obras, que se agrupan por ciclos temáticos.
El Ciclo troyano se iniciaba con los Cantos Ciprios, atribuidos a Estasino de
Chipre, que cantaban los orígenes de la guerra de Troya: el deseo de Zeus de liberar a la
tierra del agobio provocado por la superpoblación le lleva a crear a Helena, para que
provoque el conflicto. Seguía la Etiópida de Arctino de Mileto, en la que la figura
principal era Aquiles, cuyas últimas hazañas narraba: muerte de Pentesilea y Memnón, y
muerte del propio Aquiles. A continuación, la Pequeña Ilíada de Lesques de Pirra,
narraba la construcción del caballo de Troya así como la caída de la ciudad. La
destrucción de Troya proseguía con el Saco de Troya de Arctino de Mileto, que iniciaba
la acción con la entrada del caballo y se centraba en la toma y saqueo de la ciudad y
posterior suerte de los cautivos. Finalmente, los o Retornos de Agias de Trecén,
narraban el regreso de los caudillos griegos a sus ciudades de origen. En este punto se
insertaba el ciclo de la Odisea. Este ciclo terminaba con la Telegonía de Eugamón de
Cirene, poeta extravagante en sus innovaciones de la leyenda, que narra las aventuras de

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Odiseo tras la vuelta a su patria y las de un hijo suyo y de Circe, Telégono, quien, en
viaje en busca de su padre, se encuentra con él y sin saber su identidad lo mata.
Conservamos también noticias del Ciclo tebano, en torno a Edipo. Constaba de
tres poemas: la Edipodia, la Tebaida y los Epígonos.
Al margen de estos poemas de los que casi nada conservamos, poseemos, en
cambio, algunas reliquias de una forma poética relacionada con la épica. Se trata de los
Himnos Homéricos, compuestos para ser recitados como preludios en fiestas y
ceremonias públicas, antes de entrar en la verdadera epopeya. Se refieren a un dios o
diosa, acaso la divinidad que presidía el festejo, y cuentan algún episodio sobresaliente
de su mito. Se han salvado 336, de extensión variada, y de fechas muy distantes, desde
el s. VII / VI a.C. hasta el período helenístico. El estilo es homérico, aunque se muestra
en general más libre y, a menudo, menos claro. Los Himnos Homéricos no muestran la
gravedad de la Ilíada, ni se atreven con asuntos tan tremendos como la mataza de los
pretendientes a manos de Odiseo. Nos hablan de los dioses, que exentos de la muerte y
del sufrimiento, llevan una vida agradable y placentera. Los autores de estos himnos no
padecen los problemas que agobian a Hesíodo, ni se entretienen en narrar las grandezas
a la manera homérica.
En suma, todas estas obras contribuyeron a fijar las leyendas y fueron una
inagotable fuente de inspiración para los autores líricos y trágicos. Tras el apogeo de los
cantos cíclicos, la gloria de Homero intimidó durante siglos a los posibles imitadores de
la Ilíada y de la Odisea, hasta que ya en plena época alejandrina renació la epopeya de
modo efímero y artificial., entre los eruditos de las escuelas alejandrinas.
Así, Apolonio de Rodas (295-215 a.C.) pretendió resucitar la épica homérica en
su extenso poema Las Argonáuticas, dedicado a las andanzas de Jasón en busca del
vellocino de oro. El resultado de esta recreación de Homero es bastante curioso, ya que
en ella alterna el relato de combates, a imitación de la Ilíada, con arriesgadas aventuras
por mar, a la manera de la Odisea. Apenas hay huellas en toda la obra de un aliento
puramente épico. El héroe, Jasón, es insignificante, cuando no resulta en ocasiones
mezquino. Apolonio esta empapado de espíritu alejandrino, y cree que la erudición es
un sustituto adecuado para la belleza y la inspiración. No obstante, la descripción de la
pasión de Medea por el aventurero Jasón nos deja una página de belleza única.

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Serían 34 si incluimos un Himno a los huéspedes, petición de acogida a los habitantes de Cime, que sólo
aparece al final de la colección en algunos manuscritos y que hallamos también junto a otros "epigramas
homéricos" en la Vida de Homero atribuida a Pseudo-Heródoto.

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Apolonio es un poeta de limitado talento y con escasas cualidades épicas, pero no se le
puede negar el hecho de ser un precursor en algunos aspectos, como el de la creación
del tema oratorio de los confines del mundo conocido.

HESÍODO:
En la obra de Homero se agita una sociedad aristocrática, consciente de sus
éxitos y anhelante de elogios. Pero la vida de Grecia no siempre se desarrolló en esta
atmósfera de privilegios. El otro lado de la balanza se puede apreciar en Hesíodo, a
quien la Antigüedad tenía por contemporáneo de Homero e incluso familiar suyo,
aunque actualmente se tiende a considerarlo algo más joven, ya que conoce ciertos
pasajes homéricos. No obstante, no hay acuerdo sobre este punto. En suma, si la fecha
de composición de los poemas homéricos se ha de datar hacia el s. VIII a.C., lo único
que se puede afirmar es que Hesíodo debió de vivir hacia finales del s. VIII a.C. o en el
primer cuarto del s. VII a.C., pero no más tarde.
A diferencia de Homero, tenemos noticias sobre Hesíodo, que da él mismo en
sus poemas; más valiosas sin duda que otras de la tradición posterior y que sólo tienen
valor simbólico. Así pues, mientras que Homero se oculta tras sus poemas, limitándose
a pedir ayuda a la Musa en sus brevísimos proemios, Hesíodo nos habla de sí mismo.
Así sabemos que nació en la ciudad beocia de Ascra, cerca del monte Helicón; que tenía
una doble dedicación: labrador y rapsodo; que pertenecía a la clase de los campesinos a
pequeña escala, y que poco o nada le importaban los nobles y cortesanos a quienes están
consagradas las obras homéricas. También nos habla de su hermano Perses; ha habido
entre ellos desavenencias a la hora de repartirse la herencia paterna y ha habido al
menos un pleito entre ellos ganado injustamente por Perses. Hesíodo aconseja a su
hermano en Trabajos y días que abandone el mal camino y se ponga a trabajar, porque
si no, Zeus lo castigará.
En lo que atañe a la técnica de composición de sus obras nos encontramos ante
la duda de si Hesíodo es todavía un poeta oral o no. Estudios realizados sobre la lengua
y las fórmulas, son en términos generales positivos; si bien estas fórmulas pueden
deberse a la tradición y depender de los modelos ya helénicos que Hesíodo conocería.
Una posible solución matizada consiste en considerar el término "oralidad" como
equívoco y proclive a varias interpretaciones: una cosa es la composición oral y otra
distinta, el estilo con restos de formulas orales, que puede darse en obras escritas o
dictadas y que luego se recitan a veces de memoria y adquieren nuevos elementos

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orales. En realidad este problema es el mismo que se presenta para Homero, que hay
quien piensa que escribió o dictó sus poemas.

Obras:
Actualmente sólo se consideran obras genuinas de Hesíodo la Teogonía y los
Trabajos y días. En la Antigüedad también se consideraban hesiódicas otras obras, entre
ellas el Escudo y el Catálogo de las mujeres.
La Teogonía, poema de 1022 versos, es, en su primera parte, una cosmogonía,
en la que se narra cómo se produjo, de la informe materia inexistente, del Caos, el orden
natural de los elementos del universo. A esta cosmogonía sigue la verdadera y propia
teogonía, que describe la genealogía de los dioses y, en los últimos ochenta versos, la de
los héroes. Estos mitos de la cosmogonía y de la teogonía hesiódica llevan el sello, en
su ruda violencia e ingenuidad, de las fantasías religiosas del pueblo: Urano, mutilado;
Cronos, que devora a sus propios hijos; Zeus, que se salva porque su madre da a
engullir al marido una piedra en lugar de su hijo; Zeus, que engulle a Metis para
adquirir la sabiduría; todo un mundo de turbias tradiciones nacidas entre el pueblo, que
la clara luminosidad de la poesía homérica había en gran parte dejado en sombra.
De este tesoro de antiguas creencias toma el poeta materiales en abundancia y
los convierte en un sistema reconstruido sobre fragmentos dispersos e inorgánicos. Pero
esta tentativa de sistematización no se libra de vez en cuando de alguna contradicción, y
con frecuencia la exposición en ella es árida y se reduce a simples listas de nombres.
Por su parte, los Trabajos y días, poema de 828 versos, fue una obra escrita con
un propósito útil. Viene a ser un manual dedicado a su hermano Perses, mal
administrador que está muy necesitado de consejos sobre las faenas del campo. El
poema describe el año del labrador en Beocia, situándolo en su escenario natural; nos
cuenta sus imaginaciones y nos pinta su desesperanza. Hesíodo revela cualidades poco
comunes para esta tarea didáctica. Cierto que desmerece cuando se le compara con
Homero, pero su propósito es muy distinto: la aplicación de la épica a un tema
didáctico. Hesíodo no es un poeta mediocre, es el primer europeo que se ocupa de la
naturaleza en sí misma. La conoce y domina con la mirada del labrador, a cuya atenta
observación nada le pasa desapercibido.
Esta desengañada sabiduría del campesino se matiza con algunos cuentos
sabrosos. Hesíodo es el primero que habla del cántaro de Pandora y de las cinco Edades
del Hombre. Tiene ojos para el rasgo más insignificante, y aunque suele ser

12
implacablemente didáctico, posee el secreto de dar atractivo a los consejos morales. Su
moralidad es del todo práctica, aunque a veces se producen estallidos de indignación
ante las injusticias del mundo. Cierto: la fuerza parece triunfar siempre en el orden de la
naturaleza, pero Hesíodo sabe muy bien que hay un Zeus todopoderoso, que garantiza
un código de justicia cósmica.
Finalmente, los versos 765-828, tradicionalmente conocidos como los Días por
su contenido y estructura, han sido objeto de críticas que tratan de negar su autenticidad
y unidad, aunque los argumentos en los que se basan sus detractores (variedad de
sistemas en el cómputo de los días y alteración del orden inicial) no son definitivos y se
pueden reinterpretar para demostrar la unidad y autenticidad de dichos versos. Por otra
parte, el carácter mágico-supersticioso atribuido a los Días, en oposición al valor
racional y lógico de los Trabajos, se podría considerar como fruto de la lógica
campesina y popular que ve en las fases lunares la clave para el comportamiento de
personas, animales y plantas y, por consiguiente, para el éxito o fracaso de ciertas
labores agrícolas. No obstante, la cuestión sobre la autenticidad de los Días sigue
abierta.
Además de estas dos obras, existían en la Antigüedad una serie de poemas
atribuidos a Hesíodo más o menos unánimemente. Fundamentalmente, se trata de
poemas genealógicos que contenían a veces excursos que relataban de manera detallada
una determinada hazaña; pero también de poemas didácticos y de pequeños poemitas
épicos. En realidad es muy dudosa la adscripción a Hesíodo de toda esta poesía; sólo el
Catálogo de las mujeres o Eeas7 y el Escudo tienen a su favor algunos argumentos, si
bien hoy son tenidos por espurios.
El Catálogo de las mujeres o Eeas, es actualmente bastante bien conocido,
gracias a importantes hallazgos papirológicos. Dividido en cinco libros y constando de
más de 6000 versos, debió de ser copiado en fecha antigua, como una continuación de la
Teogonía. Los antiguos eran unánimes en admitir la paternidad hesiódica del Catálogo,
aunque hoy en día se cree que no es así. Por otra parte, aunque las Eeas hayan sido
redactadas probablemente en el s. VI a.C., sus materiales son mucho más antiguos, igual
que su estilo formular.

7
El nombre de Eeas se debe a la fórmula griega ἢ que traducimos por "o cual", en femenino, con
la que se introducen las diversas mujeres cuya descendencia se relata.

13
Un pequeño poema épico, el Escudo, sobre el que ya Aristófanes de Bizancio
tenía dudas sobre su autenticidad, se considera hoy como una obra del s. VI a.C. No es
más que la descripción de un objeto artístico, y algo debe seguramente a la pintura del
escudo de Aquiles que hace Homero en Il. XVIII. Pero es una obra trabajada con
honradez y aplicación. Su autor no sólo era un conocedor en arte de la forja; también
tenía sensibilidad para lo heroico, y había observado de cerca la naturaleza.

Transmisión e influjo posterior:


Sabemos que los presocráticos continúan la tradición del cantor de Ascra, pues a
pesar de crear una nueva imagen del mundo que pretende ser racional, conservan
todavía una gran influencia "teológica" de carácter hesiódico. En el aspecto moral,
nuestro poeta tiene continuadores de la talla de Arquíloco, Solón o Esquilo. Los temas
de la "religión de Zeus", dios defensor de la justicia que castiga al que la transgrede, de
él vienen. A juzgar por la citas frecuentes de autores como Platón, el texto hesiódico
tenía que ser muy leído.
En Alejandría, Hesíodo fue objeto de edición por parte de Zenódoto y de
Aristófanes de Bizancio, y de estudio por parte de Apolonio de Rodas y de Aristarco.
En esta época comenzaron los problemas en torno a la autenticidad de algunos textos
hesiódicos: Aristófanes de Bizancio creía no hesiódico el Escudo (al contrario que
Apolonio), Aristarco atetizó el proemio de los Trabajos, y Crates de Malos, director de
la Biblioteca de Pérgamo, el de esta obra y el de la Teogonía.
En Roma, Virgilio (¿71?-19 a.C.) presenta la influencia del tema teogónico en la
Égloga VI, mientras que las Geórgicas se nos presentan como una continuación de los
Trabajos. Algunos otros temas de Hesíodo son imitados por Tibulo (50-18 a.C.) y
Propercio (47-15 a.C.), entre otros.

14
LA POESÍA ÉPICA LATINA
Orígenes:
Los primeros poetas épicos son casi contemporáneos al poeta helenístico
Apolonio de Rodas (295-215 a.C.). Roma estaba sometida literalmente a las tradiciones
épicas alejandrinas, ya que los esclavos y libertos griegos difundían la cultura helénica,
al ejercer como preceptores de los hijos de las familias adineradas. A ellos se deben los
primeros poemas épicos en lengua latina; así, Livio Andrónico, cuya actividad está
datada en la segunda mitad del s. III a.C., fue un liberto griego que abrió una escuela en
Roma y, mediante lecturas comentadas de obras griegas, familiarizó al público latino
con la literatura helénica. Livio Andrónico tradujo al latín, con el ritmo tradicional del
verso saturnio, la Odisea, hoy prácticamente perdida. Se trata de una traducción exacta,
de estilo simple y preciso, aunque lejos de la flexibilidad cambiante del original griego.
También escribió tragedias del ciclo troyano o de temas novelescos y comedias de título
incierto de las que nada podemos juzgar.
Entre los precursores latinos, se ha de mencionar también a Nevio, cuya
actividad se puede datar en 235-204 a.C. Escribió tragedias, comedias, saturae y un
poema épico en saturnios, titulado Poenicum bellum, sobre la primera guerra púnica.
Con esta obra épica, Nevio creó no sólo la epopeya nacional romana, sino también el
primer poema épico histórico.
Ennio (239-169 a.C.) escribió un gran poema épico, los Annales, y algunas
tragedias, comedias y saturae. Los Annales, en 18 libros, de los que no nos quedan más
de 600 versos, constituyen la gran obra de Ennio. Parece ser que comenzó la epopeya
emulando a Nevio y con una concepción de la poesía muy helénica, por lo que el metro
que adoptó fue el hexámetro, no el saturnio. El tema era la historia de Roma desde sus
orígenes, y Ennio se dejó llevar por una embriaguez patriótica un tanto exagerada, que
acabó por restar unidad al poema. Desde el punto de vista estilístico, se ha de tener en
cuenta que Ennio tuvo que crear una lengua muy elevada y poética partiendo del
vocabulario aún pobre y poco expresivo de la aristocracia latina, a quien iba dedicada su
obra. Su influencia fue duradera e incluso predominante en el siglo anterior a nuestra
era; Virgilio lo imita y llega hasta el extremo de casi copiar algunos versos en su
Eneida, Tito Livio toma de él el aliento épico de algunos pasajes y Cicerón lo tiene
presente con asiduidad.

15
VIRGILIO:
La tradición latina asegura que P. Virgilio Marón nació en Andes, aldea próxima
a Mantua, hacia el año 71 a.C. A los 12 años el muchacho abandonó Mantua y la
hacienda familiar, para ir a estudiar a Cremona, Milán, y, finalmente, a Roma. Hacia 44-
43 a.C. se hallaba ya de regreso en su país natal, en donde existía una escuela poética
creada por Asinio Polión, gobernador de la Cisalpina. Pero en 44 a.C. Polión fue
arrojado de la Cisalpina por los seguidores de Octavio y, en el reparto de tierras que
exigieron los veteranos, Virgilio se vio privado de su hacienda paterna, aunque
posteriormente recibió una indemnización. A partir de entonces su vida se orienta
definitivamente: abandona su provincia para marchar a Roma o a Nápoles y busca el
apoyo de Octavio y su ministro Mecenas.
En 39 a.C., Virgilio publicó una selección (Églogas) de sus Bucólicas (las nueve
primeras). De 39 a 29 a.C. compuso en cuatro cantos un poema completo acerca del
cultivo de la tierra, las Geórgicas. Luego, cada vez más ligado a Octavio Augusto y
fomentando sus ambiciones, se entregó por entero a la poesía épica. Su Eneida le ocupó
diez años. Antes de darle los últimos retoques, quiso conocer Grecia y Asia. En ese fatal
viaje, Virgilio se sintió enfermo en Mégara. En Atenas se encontró con Augusto, que
volvía de Oriente. Regresa con él a Italia y muere en Brindisi, el 22 de septiembre del
año 17 a.C. Fue enterrado en Nápoles. En los últimos momentos mandó que quemaran
su Eneida, que consideraba imperfecta; Augusto se opuso categóricamente y encargó a
uno de los más queridos amigos del poeta, L. Vario, que asumiera las tareas de la
publicación.

La Eneida:
Virgilio concibió el proyecto de un poema épico nacional, que ensalzase las
virtudes de los romanos y les encontrase antepasados legendarios y nobles. Deseaba
combinar la belleza griega y el espíritu nacional romano, sumergirse en los tiempos
homéricos y servir a la gloria de Augusto. El establecimiento del troyano Eneas en Italia
le pareció adecuado a su empresa. Era una vaga leyenda que se remontaba a Estesícoro
de Himera (ca. 630-533 a.C.), y que no se había precisado y ordenado un tanto hasta
mediados del s. III a.C., con las narraciones del historiador Timeo y del poeta Licofrón;
pero encontró apoyo en santuarios antiguos, de Venus en particular, y agradó a la
imaginación de los griegos que se ocupaban de Roma; y además muchas familias nobles
de Roma pretendían entroncar con antepasados troyanos: en particular la Gens Julia,

16
familia adoptiva de Augusto, consideraba antepasado suyo a un hijo de Eneas, nieto de
Venus.
El poema comprende 12 cantos. En el primero se narra la llegada de Eneas a
Cartago, después de una horrorosa tempestad, provocada por Juno, para retrasar su
llegada a Italia, tierra prometida por el destino, tras la destrucción de Troya. En los dos
libros siguientes el héroe cuenta a Dido, reina de Cartago, la ruina de su patria y sus
aventuras hasta su llegada a Sicilia, donde muere Anquises, su padre. El libro cuarto
narra los desventurados amores de Eneas y Dido. Eneas ha de marchar a cumplir su
misión y escapa con sus compañeros, por lo que Dido, desesperada, acaba con su vida.
En el libro quinto se celebran en Sicilia los juegos fúnebres celebrados por Eneas, en el
aniversario de la muerte de su padre. En el sexto, Eneas desciende al infierno, en donde
el alma de Anquises le revela algunas de las grandezas de la futura Roma. Los seis
últimos libros comprenden la serie de episodios bélicos suscitados entre los troyanos y
los aborígenes de Italia, que defienden la independencia de su país contra los extranjeros
que tratan de establecerse en él. La primera parte de la obra en una especie de Odisea,
mientras que la segunda es una verdadera Ilíada romana, que nos pone en contacto con
los múltiples pueblos que poblaban la península itálica, cantera humana de la que
saldrían en época histórica los legionarios que dominaron el mundo antiguo.
En su conjunto, el poema es novelesco: los alejandrinos habían enseñado a
multiplicar las sorpresas. Novela de aventuras, de amor y de guerra elaborada con
propósitos efectistas, la Eneida no da la impresión "natural" de los poemas homéricos;
incluso los epílogos parecen en ocasiones bastante fríos. Pero Virgilio supo crear un
pintoresquismo muy variado, de vigorosas escenificaciones, de imprevistas
escenografías que llegan hasta la magia romántica, sin que por ello se turben las
proporciones ni se pierda de vista la grandiosidad general. Virgilio no es un gran
creador de personajes: el carácter de Eneas permanece largo tiempo desdibujado, como
un simple agente del destino y sin ardor. La pasión femenina, con sus altibajos y
pasiones irracionales, parece interesar más al poeta, quizá como antítesis de su ideal de
perfección.
Tan pronto como apareció la Eneida, Virgilio se vio, póstumamente, consagrado
como poeta nacional romano, equiparable a los más grandes de entre los griegos. En
suma, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que ningún poeta latino ha ejercido
una influencia similar a la de Virgilio.

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Los sucesores de Virgilio:
La publicación de la Eneida produjo un renacimiento de la épica. De entre los
sucesores del poeta de Mantua se ha de destacar ante todo a Lucano, y, en un segundo
plano, a Estacio, Valerio Flaco y Silio Itálico.
M. Anneo Lucano, sobrino del filósofo Séneca, nació en Córdoba en 39 d.C.,
pero se crió en Roma, en el ambiente de la corte imperial. Fue un poeta precoz: a los 16
años ya había compuesto tres poemas y a los 21 ya era poeta laureado y amigo de
Nerón. Pronto el emperador, lleno de celos, le prohibió hacer lecturas públicas de sus
poemas; como venganza, Lucano entró en la conjura de Pisón, le denunciaron y se vio
obligado a darse muerte en 65 d.C. Tenía 26 años.
De su obra, bastante considerable para su juventud, sólo se nos ha conservado
una epopeya, probablemente inacabada, en diez libros sobre la guerra civil entre César y
Pompeyo: la Farsalia. En los seis primeros libros Lucano pasa revista a las tropas de
ambos bandos, presenta a sus principales jefes y relata las operaciones que precedieron
a la victoria de César en la batalla de Farsalia, que describe en el libro séptimo. En los
tres libros finales, expone el asesinato de Pompeyo por mandato del rey Ptolomeo y las
consecuencias del triunfo de César. Probablemente, Lucano deseaba prolongar su
poema hasta la muerte de César (44 a.C.) o, quizá, hasta la batalla de Filipos (42 a.C.),
en la que murieron los asesinos del dictador. La muerte se lo impidió.
Lucano vuelve a la antigua tradición romana de la epopeya histórica, con la
intención de no hacer intervenir ningún elemento maravilloso irracional: ello equivalía a
entrar en contradicción con sus contemporáneos, fanáticos admiradores de Virgilio, que
sólo concebían la epopeya como algo legendario y mitológico. La audacia era aún
mayor teniendo en cuenta que el tema escogido era casi actual y trataba de los orígenes
del régimen imperial.
Para escribir su obra, Lucano se documentó muy bien en varios campos del
saber: geografía, etnografía, astrología, fisiología e historia natural. Sin embargo, utiliza
estos conocimientos más como poeta que como sabio, y tiende a generalizar o
concentrar todo cuanto sabe para lograr un efecto intencionado; así por ejemplo, la
descripción de los datos astrológicos en la víspera de la guerra civil no responde a
ninguna realidad: agrupa arbitrariamente todos los signos aterradores que había
encontrado en los tratados "científicos" de astrología para impresionar al lector. El
mismo objetivo persigue cuando intercala en el curso de la acción los sueños de
Pompeyo o las escenas de necromancia.

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La concepción poética de Lucano es de una rara originalidad y su arte es
desigual, pero hemos de tener en cuenta la juventud del poeta y el carácter inconcluso
de su obra. Su patriotismo romano, su tendencia a la elocuencia continua hacen de él un
precursor del nuevo clasicismo, del que Tácito (ca. 55-120) y Juvenal (¿65-128?) son
sus máximos exponentes.
P. Papinio Estacio (¿40?-96) fue un poeta mediocre, que vegetó a la sombra de
los grandes personajes, para los que componía poemas de encargo. En ellos se
celebraban sucesos cotidianos de todo orden: inauguración de una estatua ecuestre de
Domiciano, descripciones de obras de arte o de villas propiedad de ricos protectores,
lamentaciones por la muerte de un león domesticado o de un loro, etc. Toda esta
producción poética fue reunida bajo el título de Silvae, nombre que alude al hecho de
que había surgido al azar como los árboles en el bosque. Compuso dos epopeyas: la
Aquileida, que se halla inconclusa, y la Tebaida, obra de corte virgiliano en 12 libros, en
la que se cuenta la lucha entre Eteocles y Polinices. La composición del poema es, en su
conjunto, defectuosa; además, la práctica de lecturas públicas, animó a Estacio a escribir
párrafos brillantes, y en ocasiones sobrecogedores, aunque mal conjuntados entre sí.
Las numerosas leyendas relativas a los héroes que acompañaron a Jasón en su
expedición en busca del vellocino de oro eran un campo bien trillado cuando C. Valerio
Flaco (muerto hacia 90) comenzó a escribir, hacia 70, su Argonautica, poema épico en
cuatro libros. Valerio Flaco siguió, aunque de manera muy libre, a Apolonio de Rodas.
El exceso de retórica malogra el conjunto de su obra, aunque destacan la descripciones
de personajes: en particular el de Medea, cuya pasión naciente está narrada de manera
magistral. El estilo, muy trabajado, sigue la senda de Virgilio.
T. Catio Silio Itálico (ca. 25-101), orador y alto funcionario, cónsul en 68,
consagró los últimos 20 años de su vida a la poesía. Gustaba del arte casi con obsesión y
era un devoto de Cicerón y Virgilio. Osó verter, en versos "virgilianos", la tercera
década de Tito Livio, que narra la segunda guerra púnica, dando lugar a su poema épico
los Punica, en 17 cantos. Se trata de una obra sin acento patriótico ni aliento épico; no
hallamos ningún estudio psicológico, Aníbal es, sin más, un hombre airado, medio loco.
No hay idea central, a falta de un héroe, que dé unidad al poema.

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