Está en la página 1de 2

Esquer Ibáñez María

Las huellas del COVID-19

Con el paso de los días el ambiente es más ameno y se podría decir, normal. Muchas
escuelas ya abrieron casi al cien porciento, las bodas pospuestas por fin se están llevando
a cabo y las cenas de navidad parecen estar en pie. Por otro lado, escucho de empresas
que insisten en continuar en línea. En un primer momento creí que una decisión como
esta sería para la protección de los empleados. Sin embargo, ahora comprendo que

simplemente, este virus trajo cambios que llegaron para quedarse.

Lamentablemente, y como expresé en mi anterior columna, la pandemia no causo


cambios importantes para muchos en el sentido trascendental o espiritual. Sin embargo, si
lo hizo en términos estructurales. Hoy vemos en el ámbito empresarial algo que antes
parecía inimaginable o muy poco común: el trabajo a distancia. Algunas empresas han
decidido continuar sus labores sin un espacio físico y parece que los resultados han sido
buenos. El no tener que transportarse a un lugar distinto de casa ahorra mucho tiempo,
más en una ciudad como la Ciudad de México; se elimina el gasto por renta de oficinas, y
además, ciertas personas han mostrado tener una mayor eficiencia desde la comodidad
de su hogar. No obstante, considero que ante dichas ventajas es fácil olvidarse de la
función real del trabajo.

El trabajo es un medio para exaltar la dignidad del ser humano, a través de este la persona
pone en práctica sus habilidades, no solo para sobrevivir y sostenerse, sino también para
contribuir al desarrollo de la sociedad. Es por lo anterior que la capacidad que los
humanos tenemos para trabajar nos distingue de otros organismos vivos. Trabajamos no
para lograr que un simple mecanismo funcione, sino para que quien funcione sea el
hombre mismo en comunidad. Trabajamos porque cuando una persona aplica sus talentos
para resolver problemas se le reconoce humanidad. Trabajamos porque el intelecto
humano es impactante. Trabajamos para servir.
Esquer Ibáñez María

Basta recordar lo que debería ser el verdadero objeto del trabajo para poner en duda la
conveniencia de la desaparición de oficinas físicas. Sucede que en el camino a este cambio
que tantos empresarios creen bueno se perderán muchos vínculos humanos. El laborar
detrás de pantallas deshumaniza, la historia nos lo ha enseñado, y lo deberíamos de
recordar. Si en algo se distingue la Guerra de Troya del ataque a Hiroshima es que en la
segunda bastó con presionar un botón para destruir una Ciudad entera. Los humanos
somos increíblemente predecibles, si en el trabajo no vemos de frente a las personas con
las que tratamos, sucederá lo mismo que en Japón. Menos empatía, menos caridad,
menos aprendizajes de los demás. Más fraudes, más egoísmo, más “voy derecho y no me
quito”.

En fin, tal vez me equivoque, pero espero de corazón que quiénes tienen el poder y la
oportunidad de tomar decisiones en el ámbito empresarial se den a la tarea de realizar un
fuerte análisis de las ventajas y desventajas que una medida puede ocasionar para el ser
humano. Rezo para que siempre, y sin excusas, elijan la humanidad.

También podría gustarte