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Ekelund y Hebert Cap2
Ekelund y Hebert Cap2
PENSAMIENTO ECONOMICO
ANTIGUO Y MEDIEVAL
INTRODUCCION
A lo largo de la m ayor parte de la historia, la economia no ha tenido una identidad
propia y distinta de la del pensamiento social en general. Incluso en el siglo xvm,
Adam Smith vio la economía como un subconjunto de la jurisprudencia. Esto hace
más difícil la búsqueda de los primeros principios del razonamiento económico, no
porque la despensa de la antigüedad se encuentre desprovista, sino porque las líneas
de demarcación entre las ciencias sociales eran imprecisas. La economía tomó
conciencia de sí cuando vino a ser identificada con un proceso de autorregulación
del mercado, y el descubrimiento del mercado como un proceso autorregulador es
un fenómeno del siglo xvm. Sin embargo, las semillas del análisis económico fueron
sembradas mucho antes, en la antigua Grecia, cuna de la civilización occidental.
1 Theodor Gomperz, Creek Thinkers: A History o f Ancient Philosophy, vol. 1, L. Magnus (trad.).
Nueva York: Humanities Press, 1955, p. 528.
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HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
Philip Wicksteed, notable economista británico del siglo xix, escribió que la econo
mía «puede tomarse [como una disciplina] que incluye el estudio de la adm inistra
ción de los recursos, sean de un individuo, de una casa, de un negocio o del Estado;
incluyendo también el examen de las maneras en las que surge el despilfarro en
PENSAMIENTO ECONOMICO ANTIGUO Y MEDIEVAL 17
todas aquellas adm inistraciones»2. De acuerdo con este criterio, Jenofonte (h. 427-
355 a. C.) debe ser considerado como uno de los primeros economistas. Sus escritos
constituyen un himno a la ciencia de la administración.
Soldado condecorado y discípulo de Sócrates, Jenofonte expresó sus ideas en
términos del individuo que toma decisiones, sea jefe militar, adm inistrador público o
cabeza del hogar familiar. Contem plaba los modos de actuar eficientes, en oposición
a los ineficientes. Su Económico investiga la organización y administración adecua
das de los asuntos privados y públicos, mientras que su Caminos y medios prescribe
el curso de la revitalización económica de Atenas a mediados del siglo iv a. C.
Considerando el entorno material como algo fijo, Jenofonte se concentró en la
capacidad hum ana, dirigida por un buen liderazgo, como la principal variable de la
administración.
U n buen adm inistrador se esfuerza por incrementar el tam año del excedente
económico de la unidad que supervisa (por ejemplo, la familia, la ciudad o el
Estado). P ara Jenofonte esto se logra por medio de la habilidad, el orden y uno de
los principios económicos más básicos, la división del trabajo. Esta se convierte en el
eje del crecimiento económico en los escritos de Adam Smith, como veremos en el
capítulo 5, pero sus im portantes implicaciones económicas fueron reconocidas en la
antigüedad. Jenofonte atribuyó un aum ento en la cantidad y calidad de los bienes al
principio de la división del trabajo. Además, llevó la discusión a un análisis de la
relación entre la concentración de la población y el desarrollo de habilidades y
productos especializados. Esta intuición se encuentra en la base de la famosa afirma
ción de Smith de que la especialización y la división del trabajo están limitadas pol
la extensión del mercado.
El líder de Jenofonte —el individuo excepcional que organiza la actividad hum a
na— se enfrenta a las fuerzas de la naturaleza, más que a las de una economía
competitiva. Aunque el líder sea m otivado por el egoísmo, el comportamiento
adquisitivo como tal no se considera «natural». Antes bien, el proceso económico
consiste en la utilización, por parte del hombre inteligente, de la percepción y de la
razón para extraer de la naturaleza lo que es necesario para satisfacer las necesida
des hum anas y evitar las incomodidades. Esta persecución, activa y racional, del
placer, y esta evitación del dolor fueron reconocidas formalmente en la doctrina del
hedonismo, que formó parte de la conciencia griega más general. Muchos siglos
después, la misma idea reapareció en la teoría subjetiva del valor que señalaba el
comienzo de la economía neoclásica (véanse los capítulos 12 a 16).
Un ejemplo del uso, por parte de Jenofonte, del valor subjetivo presagia el
pensamiento económico moderno, aunque no se sitúe en un contexto explicito d e
mercado. Refiriéndose al consumo de alimentos, advierte en el Hierón que «cuanto
mayor es el número de platos superfluos que se ponen delante de un hombre, m á s
pronto le asalta una sensación de hartazgo; y así, en lo que respecta a la duración d e
su placer, también el hombre al que se le ofrecen muchas posibilidades está peor que
el que disfruta moderadam ente de la vida» (Scripta Minora, p. 9). Jenofonte buscó
también una distinción significativa entre un concepto subjetivo puramente indivi
dual del valor y un concepto general más objetivo de riqueza o propiedad. Por
2 P. H. Wicksteed, The Common Sense o f Politicai Economy. Nueva York: A. M. Kelley, 1966. p. 17.
HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
P la t ó n y la t r a d i c i ó n a d m i n i s t r a t i v a
Este pasaje establece el fundamento económico de toda ciudad, intuición que nos
pone en el camino que lleva a la teoría del intercambio. La especialización crea la
interdependencia m utua, y ésta crea el intercambio recíproco. Pero Platón no llegó
tan lejos como para construir una teoría real del intercambio. El estaba más intere
sado en el modelo subsiguiente de distribución.
Reconociendo la especialización y la división del trabajo como una fuente de
eficiencia y productividad, Platón abordó la cuestión de cómo deben distribuirse los
bienes. Su respuesta fue que los bienes se distribuyen a través de un mercado, siendo
el dinero como un símbolo para el intercambio. Sin embargo, de un modo típica
mente griego, no consideró que el mercado fuese capaz de autorregularse. Más bien
requiere el control administrativo. Los elementos de control que Platón patrocinó
eran la moneda autorizada, que debe administrarse para eliminar el beneficio y la
usura, y la costumbre o la tradición para mantener constantes las cuotas distributi
vas, de acuerdo con principios matemáticos estrictos (es decir, «reglas» de justicia).
M ientras que Jenofonte reconocía que quienes perseguían el beneficio eran
buenos administradores (en tanto que sus excesos fuesen frenados por controles
administrativos apropiados), Platón vio al beneficio y al interés (es decir, el beneficio
sobre el dinero) como amenazas al status quo. De acuerdo con la tradición adminis
trativa, construyó un Estado ideal sobre el fundamento del liderazgo sabio y eficien
te. Se extremó a fin de aislar a sus líderes de toda corrupción. Propuso que se
impusiera el comunismo a los gobernantes, a fin de que no se viesen tentados por las
riquezas ni distraídos en su tarea de prudente gobierno. Trató de sacar filósofos de
entre los soldados, formando una clase gobernante de «guardianes», que combinaría
la fortaleza y disciplina del guerrero con la sabiduría y el entendimiento del erudito.
Habiendo destacado los beneficios de la especialización y de la división del trabajo,
Platón abogó por un tipo de «especialización de clase», por la que un grupo de elite,
de gobernantes capaces y de nobles pensamientos serían adiestrados para dirigir la
economía política.
D ada la estructura social ideal de Platón, el sustento de la clase gobernante es
problemático sin la producción básica de bienes a cargo del resto de la ciudadanía.
A este nivel inferior de la jerarquía social, Platón toleraba el dinero y el comercio
como «males necesarios». A causa de su concepción de la mejor sociedad como algo
absoluto y estático, cualquier cosa que amenazase el status quo era igualmente
considerada como una amenaza al bienestar social. Por lo tanto, Platón consideró
todas las formas de com portam iento adquisitivo, incluyendo el beneficio y el interés,
como potencialmente destructivas. He aquí por qué el dinero y el comercio deben
estar sujetos al control administrativo. La tendencia de los platonistas fue a conside
rar el intercambio, en su aspecto agregado, como una especie de «juego de suma
cero», en el que las ganancias de una clase se producían a costa de otra.
La debilidad de la economía política ideal de Platón está en que su realización
descansa más en el racionalismo que en cualquier proceso social participativo.
Platón sólo podía concebir el Estado ideal como impuesto por la autoridad. La
experiencia de la civilización occidental en los milenios transcurridos desde la
antigüedad es que donde existe una autoridad semejante es más probable que
imponga el despotismo que la armo-»a.
HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
La naturaleza del comercio. Es con este panoram a de fondo que debe evaluarse
el análisis aristotélico del intercambio entre dos partes. El veía el intercambio como
un proceso bilateral en el que ambas partes aum entarían su bienestar como resulta
HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
3 De hecho, el diagrama recuerda a uno que utilizó W. S. Jevons, uno de los fundadores de! análisis
de la utilidad marginal, en 1871 (véase cap. 14). Jevons reconoció ía influencia de Aristóteles en su propio
pensamiento.
PENSAMIENTO ECONOMICO ANTIGUO Y MEDIEVAL 23
Carpintero Zapatero
\ 4
c/ \D
Casa Zapatos
Gráfico 2.1
Si el carp intero y el za p a te ro intercam bian en el p u n to de intersección
de las d iag o n ales, se c o n s ig u e la com pen sació n p ro po rcion al.
aludiendo a la famosa paradoja del agua y los diamantes elaborada por Adam
Smith (véase el capítulo 5). Aristóteles advirtió que «lo que es raro es que un mayor
bien sea abundante. Así, el oro es una cosa mejor que el hierro, aunque menos útil:
es difícil de obtener, y por tanto su posesión tiene más valor» (Tópicos, 1364a 20-25).
Añadiendo que «lo que es a menudo útil supera a lo que es raram ente útil».
Aristóteles citó a Píndaro en cuanto a que «la mejor de las cosas es el agua». Su
clasificación ordinal de las necesidades hum anas en la Política también presagiaba la
teoría del gran economista austríaco Cari Menger (véase el capítulo 13).
rom ano4. En general, el derecho rom ano suministró el marco en el que se situó la
economía posterior, de un m odo lento pero seguro. El punto central de las discusio
nes subsiguientes, por ejemplo, sobre el precio de mercado, se fundamenta en el
Código de Justiniano:
Los precios de las cosas no se establecen según el capricho o la utilid ad de los individuos,
sino de acuerdo con la valoración. U n hom bre que tiene un hijo p o r el q u e p ag aría un
rescate m uy elevado, n o es m ás rico p o r esa cuantía; ni lo es aquel que posee el hijo de
o tro h o m b re p o r la sum a p o r la que se lo po d ría vender a su padre; ni tam p o co debe
esp erar esa sum a al venderlo. E n las presentes circunstancias se le valora com o un
hom bre, y no com o el hijo de alguien... Sin em bargo, el tiem po y el lu g ar in troducen
algunas m odificaciones en el precio. El aceite no ten d rá el m ism o valor en R om a que en
E sp añ a, ni tam p o co estará v alo rad o lo m ism o en épocas de p ro lo n g ad a esterilidad que
d u ra n te períodos de a b u n d a n te cosecha (Corpus Inris Civitis, citad o en D em psey, p. 473).
Vale la pena advertir que desde la época de la caída de Roma hasta finales del si
glo xvni, muchos de los que escribieron sobre economía eran, en cuanto a su
profesión, negociantes o abogados. Además, si eran abogados, eran clérigos forma
dos en el derecho canónico o eran juristas formados en el derecho civil.
La aparición del cristianismo se sobrepuso al declive del Imperio Romano y
ofreció un tipo diferente de influencia civilizadora. Los esfuerzos de Roma por
civilizar los territorios que se anexionaba prácticamente empezaban y terminaban
con el establecimiento de la ley y el orden. El único mensaje que ofrecía a los que se
encontraban fuera de sus limites jurisdiccionales era la rendición militar. Tal vez por
esta razón fuera un orden social y político inherentemente inestable. El cristianismo
ofreció un mensaje diferente, que demostró ser una inspiración y un punto de
reunión para millones de gentes, pero no especialmente fructífero para el avance del
análisis económico hasta un período posterior de su desarrollo.
El primitivo pensamiento cristiano presentaba el reino de Dios como algo muy
próximo y por ello destacaba unos tesoros que no eran los «mundanos». La produc
ción y el bienestar material serían superfluos en el reino de Dios. En efecto, los
tesoros de la tierra se consideraban como un impedimento para alcanzar el reino de
los cielos. Como que el transcurso del tiempo hizo que la venida de este reino
pareciera más lejana, la riqueza vino a considerarse como un regalo de Dios,
otorgada para prom over el bienestar humano. Por tanto, el pensamiento cristiano
vino a centrarse en el «recto» uso de los dones materiales, idea que persistió en el
pensamiento económico medieval. Así, San Basilio (h. 330-379) escribió:
Este tipo de reflexión es más una advertencia norm ativa que un paso en la dirección
del análisis. Lo mismo podría decirse de los primeros escritos, incluyendo los de San
Juan Crisòstomo (h. 347-407), San Jerónim o (h. 347-419), San Ambrosio (h. 339-397)
y, en m enor medida, San Agustín (354-430). San Agustín fue más allá que los otros
en cuanto que m ostró el camino hacia una teoría subjetiva del valor, en la que las
necesidades se determinan individualmente. En La Ciudad de Dios, por ejemplo,
escribió:
C ad a cosa recibe un valor diferente p ro p o rcio n a d o a su uso... un cab allo resulta con
m ucha frecuencia m ás caro que un esclavo o u n a jo y a m ás preciosa que u n a sirvienta.
P uesto que c ad a h o m b re tiene el p o d e r de fo rm ar su m ente com o desee, hay p oco acuerdo
entre la elección de un ho m b re que tiene verd ad era necesidad de un o b jeto y del que ansia
su posesión solam ente p o r placer» (citado en D em psey, p. 475).
En general, sin embargo, los primeros autores cristianos trataron los temas econó
micos con indiferencia, si no con hostilidad. Estaban interesados principalmente en
la m oralidad del com portam iento individual. El cómo y el porqué de los mecanis
mos económicos parecía no interesar a los dirigentes de la Iglesia o a sus escritores.
La muerte del último em perador rom ano, el año 476, inauguró un largo período de
decadencia secular en occidente, con una mejora concomitante de la suerte en
oriente. D urante cinco siglos, desde el año 700 al 1200, el Islam destacó en el mundo,
en poder, organización y extensión de su gobierno; en refinamientos sociales y
niveles de vida; en literatura, erudición, ciencia, medicina y filosofía. El mundo árabe
constituyó una especie de conducto hacia occidente, por el que pasaron la sabiduría
y la cultura hindúes. Fue la ciencia musulmana la que preservó y desarrolló las
matemáticas, la física, la química, la astronom ía y la medicina griegas durante ese
medio milenio, mientras que occidente se hundía en la que los historiadores, por lo
general, califican de edad oscura. En el año 730 el imperio musulmán se extendía
desde España y el sur de Francia hasta las fronteras de China, y poseía una fuerza y
una elegancia espectaculares. Tal vez la innovación más significativa que los am bi
ciosos y curiosos eruditos árabes aportaron al occidente fue su sistema de represen
tación numérica, cuyos números desplazaron a los toscos números rom anos del
imperio anterior, sustituyéndolos por los números árabes actuales, mucho más
útiles. Uno de los matemáticos árabes más excéntricos, Alhazen, fundó la m oderna
teoría de la óptica hacia el año 1000. Pero para nuestro propósito la contribución
más im portante de la cultura árabe fue su reintroducción de Aristóteles en occidente.
Después de que la ciudad de Toledo, en España, fuese reconquistada a los moros
en el año 1085, los eruditos europeos se congregaron en esta ciudad para traducir a
los clásicos antiguos. Los viejos textos fueron vertidos del griego (que Europa había
olvidado), a través del árabe y del hebreo, al latín. De esta manera, sus joyas
filosóficas fueron explotadas durante los cuatrocientos años siguientes por los esco
lásticos de la Iglesia medieval.
HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
como a los escolásticos5. Fueron ellos los que reunieron las diversas corrientes de
pensamiento que constituyen la economía medieval: ideas recogidas de Aristóteles y
de la Biblia, del derecho rom ano y del derecho canónico.
La economía escolástica no se tiene en mucha consideración en la actualidad. Se
la percibe comúnmente como una sarta de falacias fuera de lugar sobre el precio de
mercado, el interés y la propiedad. Aunque muchas de las ideas escolásticas han sido
expulsadas del cuerpo de conocimientos económicos, esta opinión desfavorable
tiende a oscurecer la significación de una tradición im portante en la penosa evolu
ción de la m oderna teoria del valor. Este último fenómeno merece un examen más
detenido6.
5 Tal coma se le utiliza en este contexto, el término significa simplemente «profesores» o «docentes»..
6 La sección siguiente sigue muy de cerca el excelente estudio de Odd Langholm, Price ami Value in
the Aristotelian Tradition.
HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
más allá de la simple noción de la utilidad hum ana de los bienes en comparación
con el lugar que ocupan en el orden natural de la creación.
La contribución formal de Aquino a la teoría aristotélica del valor fue una teoría
con dos caras, en la que un elemento condiciona al otro. Primero, reafirma la doble
medida de los bienes (valor de uso frente a valor de cambio) que había establecido
Aristóteles; y, segundo, introduce la necesidad (indigentia) en la fórmula del precio.
Esta última contribución es especialmente im portante, porque señala la raíz más
antigua de una teoría analítica del valor basada en la demanda. Aquino argumentó
que el precio variaba con la necesidad. La indigentia se convirtió en un regulador del
valor. Sin embargo, esta contribución era estrictamente formal. Aquinas no explica
sus términos; simplemente establece la conexión entre necesidad y precio. Pero esta
conexión se mantuvo como una invitación para que los aristotélicos posteriores
elaborasen una teoría del valor más completa, lo que con el tiempo hicieron. En el
análisis escolástico que siguió a Aquino, el concepto de indigentia se fue ampliando
gradualmente hasta incluir utilidad, dem anda efectiva e incluso deseo absoluto.
Hay que advertir que el m entor de Aquino, Alberto, no se olvidó de la necesidad
en su discusión del valor, ni Aquino descuidó los costes. El caso es más bien que
cada uno de ellos, a su vez, contribuyó a desarrollar más plenamente un aspecto
particular del argumento. Tom ados en conjunto, la discusión es bastante equilibra
da, aunque todavía falta mucho para llegar a una comprensión integrada y analítica
del mecanismo del mercado.
En efecto, una opinión com partida por muchos historiadores modernos de la
economía es que la discusión de Aquino sirvió sobre todo para denunciar a las
fuerzas del mercado como antagonistas de la justicia. Es difícil reconciliar la noción
medieval del «precio justo» con la noción m oderna del «precio de mercado», porque
el primero se defiende generalmente sobre una base norm ativa, mientras que el
último se considera como un resultado objetivo de fuerzas impersonales. Cierta
mente, el lenguaje de Aquino no se limitó de antem ano en muchos puntos, fomen
tando la noción popular de que su análisis estaba muy equivocado. Por ejemplo,
inclinándose hacia Aristóteles, Aquino escribió:
«... si el precio excede la can tid a d del valo r del artículo, o si el artícu lo su p era el precio, se
d estru irá la ig u ald ad de la justicia. P o r lo tan to , vender una cosa m ás c a ra o c o m p rarla
m ás b a ra ta que su v alo r es, en sí m ism o, injusto e ilícito... Sin em bargo, el ju s to precio de
las cosas no está d eterm in ad o h a sta el p u n to de la ex actitud, sino que consiste en una
cierta estim ación... El precio de un artícu lo cam bia según la situación, ép o ca o riesgo al
q ue se está expuesto al traslad a rlo de lu g ar o al h acer que lo trasladen. N i la com pra ni la
venta, según este principio, so n injustas» (citado en D em psey, p. 481).
En el mejor de los casos, el «precio justo» era una idea vaga e imprecisa, inadecuada
para una teoría operativa de carácter puramente analítico. Pero la economía, como
Alfred M arshall (véase el capítulo 15) nos recordaría más tarde a propósito de la
naturaleza, no da saltos repentinos y gigantescos hacia adelante. D urante la Edad
Media avanzó más bien lentamente, pero, no obstante, lo hizo en la dirección
correcta.
Agregación y escasez: la influencia de Enrique de Frim aria. Aquino había desa
rrollado el concepto de indigentia de una m anera que se refería esencialmente al
HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
que desea, de manera que la indigentia podía aplicarse a los «bienes de lujo», además
de incluir el sentido tomista más estrecho de «necesidades». Además, Buridan rela
cionó la indigentia con el deseo respaldado por la capacidad de pago.
Esta modificación, por insignificante que pueda parecer, proporcionó una vía de
salida para un problem a un tanto enojoso de la teoría medieval del valor. Tanto
Aquino como su colega John Duns Scoto fueron portavoces de una «doble regla» en
la teoría medieval del precio. Un vendedor que se deshiciese de una mercancía con
un sacrificio desacostumbradamente alto para él podía, con la bendición de los
Padres de la Iglesia, compensar su pérdida cargando un precio más alto del normal.
Pero en el caso de que su sacrificio fuese de carácter ordinario, no podía cargar un
precio más alto simplemente para aum entar su beneficio. En el último caso, Aquino
argum entaba que obteniendo beneficios exorbitantes, el vendedor vendía efectiva
mente algo que no era suyo (la misma racionalidad se aplica a la condena escolás
tica de la usura). Duns Scoto sostenía que una cosa no es preciosa por sí misma,
sólo porque el com prador la prefiera en grado muy alto. La esencia de cada ar
gumento está en que no es correcto aprovecharse de unas necesidades intensas del
comprador.
Esta doble regla plantea varios problemas. Uno, evidente, es su asimetría analíti
ca básica. Está muy bien que un vendedor haga una cosa si su necesidad es grande,
pero no está bien que haga lo mismo si es grande la necesidad del com prador. El
otro problem a consiste en cómo definir «necesidad desacostumbradamente alta».
Partiendo de Aquino y de Enrique de Frimaria, Buridan adelantó una línea de
pensamiento que distinguía entre «necesidad» individual y «necesidad» agregada.
Relacionó el valor con la necesidad agregada, por la que entendía demanda efectiva,
y argumentó que la conjunción de cierto número de consumidores y su poder
adquisitivo contribuye a la formación de un estado de los negocios justo y normal
en el mercado. Por lo tanto, un com prador, aunque sea pobre, puede ajustarse a la
valoración del mercado. Esta es la mismísima línea de pensamiento que llevó siglos
después a la m oralidad del laissez faire de Nicholas Barbón y Thom as Hobbes,
declarando este último que «el mercado es el mejor juez del valor», P or tanto, en la
medida en que la tradición escolástica se ajustó al significado original de Aristóteles,
llegamos a la conclusión de que no hay espacio en la ética social aristotélica para
«los corazones que sangran».
Lo que es interesante respecto al logro de Buridan es que cabe en un marco
aristotélico que permite la metamorfosis de un estrecho concepto medieval, indigen
tia — que originalmente tom ó la vaga connotación de necesidad—, en una generali
zación indiscriminada, «cualquier deseo que nos mueve a acumular cosas». Es a esta
noción que la teoría europea del precio —en oposición a la teoría clásica del valor
británica— debe su éxito posterior. Buridan produjo una tradición de investigación
económica que penetró no sólo en su Francia nativa, sino que con el tiempo,
también lo hizo en Italia y, muy especialmente, en Austria. Esta tradición, cuyos
tentáculos se remontan hasta Aristóteles, culminó en la formulación decimonónica
de la utilidad, y finalmente en la unión de este último concepto con la noción del
margen. Este éxito se explicaba en buena medida por un «énfasis en la utilidad como
experiencia psicológica, quitando im portancia a las consideraciones sobre las pro
piedades de los bienes que hacen que los hombres los deseen, preocupación que
HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
desvía con seguridad a los teóricos del punto principal» (Langholm, Price and Valué,
p. 144).
Hacia una síntesis: Odonis y Crell. A lo largo de toda la Edad Media, las
discusiones sobre la teoría del valor opusieron constantemente un concepto genera
lizado de trabajo a una teoría de la demanda, de m odo que los dos se estuvieron
rozando continuamente. Aunque en estas circunstancias era de esperar que se
produjese una síntesis, con todo, la tradición escolástica se detuvo cerca de lo que
hoy llamamos la «síntesis neoclásica». Hubo un hombre que llevó más que cualquier
otro la teoría del valor cerca de la síntesis ahora familiar que nos ocupa. Era un
ingenioso teólogo alemán, llamado Juan Crell (1590- h. 1633), cuya potente intuición
vino de unir a Buridan con otro escolástico: G erardo Odonis. Este último era un
fraile francés de la orden franciscana, que desarrolló su propia tradición en la teoría
del intercambio. Odonis había heredado un modelo de mercado que había dejado
atrás a Santo Tomás y que llevaba el sello de Enrique de Frimaria. La tradición
franciscana se centraba en la raritas, por la que se entendía escasez frente a necesi
dad (el inverso de la indigentia de Enrique, que era necesidad frente a escasez).
El planteamiento de Odonis rechazaba específicamente una simple teoría del
valor basada en la cantidad de trabajo y se centraba en la escasez y en la calidad de
las habilidades productivas humanas. Esto le llevó a una teoría de las diferencias de
salarios que reconocía las eficiencias relativas de las diferentes habilidades y el coste
relativo de adquirir aquellas habilidades. Fue un paso im portante en la senda que
llevaría al reconocimiento final de la naturaleza sintética de las teorías del valor
basadas en el trabajo y en la demanda. La teoría de Odonis podía explicar, por
ejemplo, por qué un arquitecto ganaba más que un picapedrero, y llevó a la
inferencia de que el trabajo escaso ordena un precio del producto más alto, a través
de la escasez del producto. Una síntesis completa requiere un paso adicional: el
reconocimiento de que todo tipo de trabajo siempre es en alguna medida escaso, y
por tanto da lugar a un producto escaso. Es por esto que el trabajo sirve como
regulador del valor. La inferencia tardó algún tiempo en llegar; Buridan no llegó a
ella porque era preciso unir su propia intuición a la de Odonis, que todavía no había
escrito cuando Buridan trabajaba en sus comentarios. Afortunadamente para la
economía, Crell nació en el siglo siguiente, lo que brindó la oportunidad para que
un pensador ingenioso los reuniera a los dos.
La historia nos dice que el problema del valor no se solucionó completamente
hasta que los economistas llegaron a entender que la teoría del coste y la teoría de la
dem anda sólo eran los componentes de un único principio. Este único principio
descansaba sobre dos patas. La primera pata es que el trabajo es un regulador del
valor sólo si se gasta en algo útil. La segunda pata es que todo trabajo es siempre
(hasta cierto punto) escaso. Las necesidades y los costes son, para usar la feliz
analogía de Alfred Marshall, las dos hojas de las mismas tijeras. Todavía llevó
mucho tiempo llegar hasta aquí en el análisis económico. Irónicamente, durante los
siglos x v ii y xvm, una serie de competentes economistas italianos y franceses sostu
vo am bas teorías m archando separadamente, llevando la escasez y la utilidad el peso
de la explicación. La tradición clásica británica de algún m odo se salió de la
m onótona vía de los costes, pero no consiguó llegar a una unión, aun cuando la idea
PENSAMIENTO ECONOMICO ANTIGUO Y MEDIEVAL 35
de que el trabajo regula el valor del producto a través de la escasez es muy evidente
en el trabajo de Sénior (véase el capítulo 7). En la Francia del siglo xix se produjo un
fogonazo repentino de genio, pero no tuvo su reflejo en la teoría económica hasta
después de un hiato de casi tres décadas (véanse los capítulos 12 a 16).
La cosa más interesante que hay que destacar de la investigación reciente sobre
la economía escolástica es la notable continuidad de la tradición aristotélica a través
de los años. Los economistas escolásticos estuvieron completamente inmersos en
esta tradición, hecho que desgraciadamente sirve para quitar mérito a sus contribu
ciones originales. Pero uno por uno pusieron los ladrillos y el m ortero con los que
iba a construirse más tarde el edificio de la teoría del valor. Los principales arquitec
tos de este edificio y la naturaleza de estas contribuciones se sintetizan en el grá
fico 2.2.
La doctrina de la usura
En tanto que el interés se considera generalmente como el precio del dinero, una
teoría del interés puede considerarse simplemente como un subconjunto de la teoría
Gráfico 2.2
Aristóteles, Aquino, Alberto, Enrique de Frimaria, Buridan y Crell contribuyeron a poner
los cimientos de la teoría del valor para el desarrollo.
HISTORIA DE LA TEORIA ECONOMICA Y DE SU METODO
general del valor. Pero, en la Edad Media, pocos temas evocan tanta controversia
como el de las condiciones en las que se permitía el interés. Además, la Iglesia tenia
una posición oficial sobre el asunto.
Aunque la idea de que el interés, o «beneficio», de los préstamos no es correcto
puede remontarse al Antiguo Testamento (Deuteronomio 23:20), la Iglesia Católica
Rom ana no introdujo el precepto contra la usura en su doctrina oficial hasta el siglo
IV, cuando el concilio de Nicea prohibió su práctica entre los clérigos. D urante el
reinado de Carlomagno, la prohibición se extendió a todos los cristianos, siendo
definida la usura como una transacción «en la que se pide más de lo que se da». La
práctica subsiguiente convirtió la prohibición en absoluta, y durante muchos siglos
las leyes contra la usura disfrutaron de un amplio respaldo oficial. D urante la Edad
M edia, la usura y la doctrina del «precio justo» fueron los principales temas econó
micos que ocuparon a los escolásticos.
En latín, usura, de la que se deriva la misma palabra en castellano, significa pago
por el uso del dinero en una transacción que produce una ganancia (es decir, un
beneficio neto) para el prestamista; mientras que interesse, que da lugar a la palabra
«interés», quiere decir «pérdida» y fue reconocido por el derecho eclesiástico y civil
como un reembolso por una pérdida o un gasto. El interés se consideraba, por lo
general, como una compensación por el pago atrasado o por la pérdida de beneficios
experimentada por el prestamista que no podía emplear su capital en algún uso
alternativo durante el tiempo del préstamo. El riesgo no se consideraba general
mente como una justificación del interés, porque los préstamos estaban general
mente asegurados por el valor de la propiedad, que representaba una cantidad muy
superior al dinero adelantado. Así, la prohibición de la usura no estaba concebida
para frenar los elevados beneficios de la empresa con riesgo. Por ejemplo, la societas
(sociedad) era una forma reconocida de organización comercial desde los tiempos
romanos. Su objetivo de obtener beneficios estaba reconocido oficialmente y las
ganancias del comercio eran consideradas como ingresos derivados del esfuerzo y
del riesgo. El census era un tipo de instrum ento financiero primitivo, que combinaba
elementos de una hipoteca y de una renta vitalicia. Bajo los términos de este
contrato, el prestatario incurría «en la obligación de pagar un rendimiento anual de
la propiedad rentable», generalmente una finca rústica. P or su naturaleza, un census
no era considerado usurario.
Además, los depósitos bancarios se habían convertido en una forma de inversión
en el siglo x iii . Los comerciantes-banqueros pagaban intereses por los depósitos. Ya
en el siglo xn, las letras de cambio com binaban las divisas con el crédito, aunque el
interés se ocultaba a menudo bajo un tipo de cambio alto. En otras palabras,
durante la Edad Media, la doctrina de la Iglesia sobre la usura, coexistiendo con
formas legitimadas de percepción de intereses, contribuyó a promover un doble
patrón que se convirtió cada vez más en arbitrario a medida que transcurría el
tiempo, creando de este modo oportunidades para la explotación por parte de
quienes establecían las reglas7.
7 Según Raymond De Roover («The Scolastics, Usury and Foreign Exchange», Business Hislory
Review, vol. 41 (1967), p. 266), prenderos y pequeños prestamistas fueron las principales víctimas de las
campañas de la Iglesia contra la usura, «pero a los grandes banqueros con conexiones internacionales no
PENSAMIENTO ECONOM ICO ANTIGUO Y M EDIEVAL 37
CONCLUSION
Aunque el período que va desde la antigüedad griega hasta el final de la Edad Media
representa aproximadamente dos mil años, la estructura económica fundamental de
la civilización occidental cambió poco durante ese tiempo. Tanto la antigüedad
griega como el feudalismo europeo se caracterizaron por economías pequeñas,
se les causaba ninguna molestia. Lejos de ser criticados, fueron llamados ‘hijos particularmente queridos
de la Iglesia’ y se preciaban de ser los cambistas del Papa».
8 Antes del Renacimiento, los límites legales para los préstamos personales de las casas de empeños
iban de un bajo 10 % en Italia hasta un 300 % en Provenza. En el siglo xtv, los lombardos cargaban a
menudo el 50 %, aunque el límite legal más común para las casas de empeños, era, en efecto, del 43 %.
Los monarcas, como el emperador Federico II (1211-1250), pagaban con frecuencia intereses del 30 al
40 % a los acreedores, especialmente cuando las garantías no eran líquidas. Los préstamos comerciales
devengaban por lo general unos tipos de interés entre el 10 y el 25 %, dependiendo de la suficiencia de los
créditos comerciales (véase Sidney Homer, A History o f Interest Rales, ed. rev. New Brunswick, N. J.:
Rutgers University Press, 1977, pp. 89-103).
38 HISTO RIA DE LA TEORIA ECO N OM ICA Y DE SU METODO
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