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Hefesto, dios del fuego, de la forja, de los herreros y de los artesanos, era uno de los que
amaban a Afrodita en secreto. Hefesto era hijo de Hera y de Zeus, dios de dioses. También era
todo lo contrario de Afrodita: una criatura poco agraciada. De hecho, según el mito de Afrodita
y Ares, cuando Hefesto nació su propia madre se molestó con su fealdad y lo expulsó del
Olimpo.
Ante el rechazo humillante que recibió de su propia madre, decidió vengarse. Por eso
construyó en su taller un trono mágico y mediante engaños consiguió que Hera se sentara allí.
Al hacerlo, ella quedó atrapada sin poder moverse.
Ante las súplicas de Hera, Hefesto puso una sola condición para liberarla: que los dioses le
dieran a Afrodita como esposa. Zeus le concedió el deseo. A la diosa de la belleza no le hizo
ninguna gracia la situación. Detestaba a Hefesto porque no era hermoso como ella.
Hefesto trataba sin descanso de ganarse el afecto de Afrodita. Diseñaba para ella hermosas
joyas en su taller. Sin embargo, ella no tenía ningún interés en el dios del fuego. Por el
contrario, cada vez que podía, le era infiel con otros dioses, e incluso con mortales, sin que su
esposo se diera cuenta.
Ares, dios de la guerra, de la violencia, de la virilidad masculina y defensor de los más débiles.
También era hijo de Hera y Zeus. A diferencia de Hefesto, tenía una figura muy hermosa.
También tenía debilidad por las diosas y las mujeres. Nunca se tomaba la molestia de
conquistarlas, sino que simplemente las hacía suyas. Pero cuando el dios de la guerra se
encontró con la diosa de la belleza, se enamoró perdidamente. A diferencia de lo que hacía
con sus otras amantes, decidió cortejarla. La llenaba de regalos y halagos para ganar su amor.
Los dos pasaban mucho tiempo juntos, hasta que Afrodita le correspondió plenamente.
Hefesto, su esposo, pasaba todas las noches en su taller de forja. Los dos amantes
aprovechaban esta situación para amarse hasta el amanecer. A Ares siempre le acompañaba
un joven llamado Alectrión. Él se quedaba vigilando la puerta. Su misión era avisarles en qué
momento aparecía Helios, el Sol, en el horizonte. Helios todo lo veía y ellos debían mantener
su romance en secreto. Para los griegos, cualquier dios o diosa podía tener todo tipo de
escarceos amorosos con quien quisiera. Lo que no estaba permitido era tener un solo amante
y mantenerlo, pero esta relación de los dioses era precisamente eso.
Todo andaba bien, hasta que un día, Alectrión, cansado de la rutina diaria, se quedó dormido
mientras vigilaba. Por eso no pudo avisar que Helios ya estaba ahí. Este último vio a los
amantes entre las mismas sábanas en las que Afrodita dormía con Hefesto. Lleno de
indignación, buscó al dios del fuego y se lo contó todo. Hefesto se sintió herido y como era
costumbre, solo pensó en vengarse. Para hacerlo, diseñó una fabulosa red de hilos de oro.
Eran tan finos que no se veían, pero al mismo tiempo eran extremadamente resistentes.
Valiéndose de artimañas, dejó la red de hilos de oro sobre la cama. Luego le dijo a Afrodita que
se iría de viaje.
Pero, por desgracia para el abochornado marido, los amantes no se esforzaron mucho por
mantener su promesa. La relación de Ares y Afrodita se consolidó. De su unión nacieron hijos
de carácter belicoso como su padre: Deimos y Fobos (la personificación del temor y el horror).
Así como también, tuvieron hijos de carácter voluble y apasionado: Eros (Cupido), Anteros y
Armonía.
Moraleja
Posterior al escándalo, todos los dioses comprendieron que ni el amor ni la guerra son
controlables, que la fuerza del deseo es imparable y que no hay leyes que puedan regir los
sentimientos.
Suponemos que la escena representa el momento posterior al acto del amor, pues Marte está
durmiendo plácidamente y no se despierta ni con el cuerno que sopla un sátiro en su oreja nin
con las avispas revoloteando a su alrededor.