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Beverly y Richie: Ben Bev y Richie. Eddie y Stan Mike y Bill
Beverly y Richie: Ben Bev y Richie. Eddie y Stan Mike y Bill
Ben, Beverly y Richie (son amigos desde la primaria, pero Bev y Richie son
un poco más cercanos, confidentes).
Eddie, Stan, Mike y Bill (estos también son amigos desde la primaria, pero
en este caso, Eddie es más cercano a Stan y Mike a Bill, sus propios
confidentes).
Arranca con una escena en la que Richie y Eddie les cuentan a sus nietos
por primera vez la historia de cómo conoció no solo a su esposo sino
también a sus mejores amigos.
La historia transcurre cuando llega el verano y ambos grupos se convergen
en uno solo haciéndose muy buenos amigos entre todos
En la pelea final (Los papás de Henry y Stan contra estos mismos, a la que
luego se sumarian los perdedores restantes), envían a prisión a ambos
progenitores.
Capítulo I
Corrían los niños del comedor a la cocina y de vuelta hacia el patio trasero.
Eran tan bonitos ambos. La pequeña de coletas celestes y mejillas en
tonos rosas, y el niño con sus bellos bucles color caramelo y grandísimos
ojos.
En el horno se cocía a fuego lento una deliciosa tarta de membrillo que
era vigilada por Joseph.El aroma perfumaba la habitación entera.
Era una maravillosa escena, a decir verdad. Y aunque su abuelo los
adoraba con locura, era ya bastante mayor y no tenía suficiente energía
para aguatar por más tiempo aquella inagotable y vigorosa actitud. Por
ello decidió que les contaría una historia, y al ver a su esposo haciendo
limonada para todos, sonrió nostálgico. Ya sabía qué iba a contarles.
Se sentó en el sillón, recibió con una sonrisa de adoración la bebida que su
esposo le daba y llamó a los pequeños.
- Niños, vengan – dijo con calma –. Voy a contarles una pequeña
gran historia.
Los niños se dieron miradas cómplices y fueron corriendo al regazo de su
abuelo Richard.
- Bueno – dijo haciendo una pausa –, esto pasó hace mucho
tiempo ya. Así que le voy a pedir a su abuelo que me ayude a
recordar ciertas cosas – alternaba su mirada entre sus nietos y su
esposo. Este último le correspondió con un guiño –. Ok,
empecemos con el último verano antes de que todo cambie en
nuestras diminutas vidas.
“Teníamos todosalrededor de quince años más o menos, era un verano
caluroso pero inspirador, de esos en los que salir era la única ventaja de
ser niño. Era para nosotros obligatorio estar afuera, salir a buscar algo que
hacer para no morir del aburrimiento. Y mis mejores amigos Ben y Beverly
eran mi compañía recurrente.
Esos dos eran de las mejores cosas que le pasaron en la vida. Si no hubiera
sido por ellos no hubiera sobrevivido en Derry. Era en ese entonces, y lo es
ahora, un pueblo muy cerrado de mente y los chicos eran muy violentos.
El hombre omitiría ciertas cosas para que los pequeños no
tuvieranpesadillas, de todas maneras.
Desesperadamente, esa tarde de sol los adolescentes intentaban retrasar
el derretimiento de sus cuerpos con un helado de paleta a la vuelta de una
vieja calleja. Las bicis parecían igual de agotadas que ellos, encimadas una
a las otras.
Ben, recostado sobre la esquina de una pared, acomodó su gorra color
verde y soltó:
- Deberíamos ir la biblioteca, ahí hay aire acondicionado –miraba
alternada pero lánguidamente a los otros dos.
Capítulo II
El pequeño Eddie Kaspbrak daba vueltas sobre sí mismo en su cama,
estaba teniendo un sueño un poco turbulento. Tenía su cuerpo sumergido
hasta la cintura en arenas movedizas y estaba completamente
desesperado, pero no podía hacer nada, de hecho, cada vez que gritaba se
hundía más y más. Hasta que notó algo sobre su cabeza.
Estaba en lo que parecía ser una selva, rodeado de árboles y plantas
cuando, de repente, todo comenzó a sacudirse por presión del aire.
Levantó la mirada y vio un helicóptero bajando a un lado de donde él
estaba.
Una figura bajó de él y se acercó, apenas podía verle, pues la escena era
muy confusa pero era un hombre joven, aparentemente. Sobre su cabeza,
unos rizos oscuros algo húmedos, quizá por el clima del lugar, vestía una
suerte de uniforme militar con botas y pantalón color arena.
El jovenzuelo, que estaba completamente desesperado en un principio, se
sintió repentinamente en calma con su presencia. No comprendía
demasiado qué sucedía pero parecía que el chico venía a rescatarle de
aquella desagradable tribulación.
De improviso, el otro joven enterró sus manos en aquel espantoso mejunje
natural, tomó con una seguridad asombrosa sus caderas y tiró de ellas. Era
algo sobrenatural, pues nadie tiene tanta fuerza pero qué sabrían los
sueños de las leyes de la física. Lo cargó en sus brazos y Eddie le rodeó el
cuello con los suyos, cuando hizo esto, pudo ver su cara.
Se despertó, exaltado. Aquello había sido raro. Ese rostro. Claro, era aquél
chico de cabello negro que había conocido el día anterior en el bosque. El
chico ese simplemente se quedó ahí, mirándolo fijamente y frente a todos
sus amigos, le pareció algo tonto, pero le dio un poco de curiosidad
también. Por qué se le habrá quedado viendo así, quizás lo reconoció de
algún otro lado, por ahí de la escuela o quizás solo era algo bobo, y ya.
Ahora no importaba eso, su alarma había sonado, eran las siete de la
mañana. Había hecho planes con sus amigos para eso de las tres de la
tarde pero, si quería ir, debía hacer sus quehaceres con más ímpetu que
nunca. Ayer su mamá se enojo bastante con él y sus amigos, había llegado
algo desarreglado por haber estado en el bosque y tenía sus Nike Cortez
repletas de barro.
Él sabía perfecto que su mamá estaba exagerando y se avergonzaba cada
vez que ella reprendía a sus compañeros por cosas que había hecho él,
pero siempre fue así y él la amaba tal cual. Aunque le gustaría más
libertad estaba bien así.
O eso era lo que se había convencido a sí mismo de querer pues cada vez
que se enojaba con ella revivía aquella pelea que habían tenido hacía un
par de años atrás. Había sido algo tonta pero ese no fue el problema sino
lo que sucedió a consecuencia de esta.
Discutían porque Ed quería ir con sus amigos de campamento al Acadia
National Park, al sureste del estado, pero a su madre no le gustó ni un
poco la idea de que su niño se alejara de ella tanto tiempo ni que
estuviera al cuidado de otras personas y mucho menos con ¨esos
revoltosos dando vueltas por ahí¨. No, claro que no dejaría que eso
pasara.
El chico exponía duramente su punto con los mejores argumentos que
alguien de doce años podría encontrar, cuando vio que a su madre se le
habían subido los colores. Tenía la cara roja, se veía acalorada, pero
apenas era primavera así que no podía ser por el clima. Entonces paró un
momento para preguntarle si se sentía bien.
Al final, tuvo que llamar a una ambulancia.
Su mamá estuvo internada unos días en el hospital. Le habían dicho que
sufrió un pico de tensión por estrés. Recomendaron hacer reposo y que
intentara no recibir emociones fuertes por un tiempo. El muchacho se
encargó de darle atención en su casa.
Durante un tiempo, el chico, quien apenas estaba entrando en la
adolescencia, tuvo que encargarse al completo de su casa. Su mamá
recibía una pensión por la muerte de su esposo, Eddie no lo había
conocido pero su madre siempre le hablaba de él. Había muerto cuando el
joven recién había nacido en un desafortunado accidente de auto. Fueron
precavidos y cuando nació su hijo contrataron un seguro de vida, esto más
la pensión mensual por su fallecimiento, le dieron la oportunidad a su
mamá de abrir un pequeña tienda de artículos de limpieza en la calle
principal de la ciudad de Derry.
Entonces, él se encargaba de hacer las compras para la casa, atendía la
tienda con ayuda de algún vecino e intentaba que su madre no hiciera los
quehaceres. Con el tiempo, poco a poco, su mamá se fue recuperando y
pudieron repartirse los deberes entre los dos. Pero ese incidente quedó
grabado a fuego en su mente. Esto provocó que se sintiera impotente
cada vez que su mamá lo mandaba. Y ella casi no había cambiado, seguía
sin llevarse con sus amigos, no lo dejaba ir casi a ningún lado, siempre
tenía que estar inventando excusas. Pero no podía hacer nada, su madre
era frágil y el era responsable por ella.
Se levantó de su cama buscando sus chanclas con la mirada, las vio debajo
de su mesa de noche, se las colocó y fue al baño. Vio su cara en el espejo,
recordó el día anterior una vez más, le encantaba pasar el tiempo con sus
amigos, sonrió. Al hacer aquella mueca, se dio cuenta de que algunos
bellos salían de manera desordenada en su mentón y sobre su labio
superior. Decidió que se afeitaría luego de ducharse, pues le parecía que
le daban un aspecto algo sucio.
Ya cambiado y arreglado, bajó a la cocina para hacer el desayuno. Después
de colocar el agua sobre el fuego, fue a la puerta principal donde su madre
le había hecho dejar sus zapatillas el día anterior. Corrió al lavabo de la
concina y las remojó, comenzó por quitar los cordones.
Al terminar, su calzado había quedado como nuevo, el rojo del logo estaba
brillante. Apagó el fuego y salió al patio trasero con algunas pinzas de ropa
en una mano y las Nike Cortez en otra. Volvió a la casa para continuar con
el resto del desayuno: un bol con ensalada de frutas y un té de hierbas.
Siempre que a él le tocaba hacer de comer, generalmente, el desayuno y
la cena, el jovenzuelo preparaba alimentos saludables, ya que a Sonia, su
madre, los doctores también le habían recomendado llevar algo de
cuidado en su dieta.
Terminó de preparar todo y fue a despertar a la mujer. Eran ya las ocho de
la mañana y sabía que era la hora en que se despertaba usualmente. Él
terminaría de comer y se iría en bici al centro, ya que le tocaba abrir la
tienda.
Se colocó su fiel cangurera, unas alpargatas viejas, una gorra blanca y
salió.
El sol pegaba tan fuerte que lo único que podía pensar era en tomar un
enorme vaso con hielo y Light Coke en su patio trasero, además el sueño
de esta mañana no fue lo único que perturbó su descanso, la noche
anterior estuvo dando vueltas y vueltas en su lecho hasta pegar ojo.
Desde que le sucedió aquello a su madre y tuvo tantas presiones en su
vida, había noches en las que le costaba dormirse más que otras. Pensaba
que se quedaría solo, que estropearía el negocio de su familia, que le iría
mal académicamente o cosas como esas. Encontró como solución a su
insomnio ocasional, la música. Se refugiaba en los brazos de todos los
autores que sus amigos le habían regalado alguna vez, Bruce Sprigsteen,
Abba, Bob Dylan, The Smiths y demás.
Ahora estaba en esas también, escuchaba `Dancing Queen´ mientras
pedaleaba enérgicamente hacia la tienda intentando ir por debajo de la
sombra de aquellos árboles en el camino. Al llegar dejó su bici a un lado
cuando comenzó a sonar `Stand by me´ de Oasis, la cantaba suave pero
apasionadamente cuando alguien le tocó el hombro varias veces. Volteó
algo horrorizado de que lo hubieran visto en esa situación. Pero su rostro
se relajó al instante, pues ahí estaba ella, con la sonrisa más bonita. La
chica que le había regalado su primer beso y con quien se imaginaba
cuando escuchaba canciones románticas.
La veía en algunos años, con sus hijos y teniendo una casa en el campo,
libre del ruido de la ciudad y la gente mala. Tendrían dos niños, un perro y
un gato llamados Relámpago y Trueno, respectivamente. El nombre de los
niños los elegiría ella, por supuesto.
Su nombre era Laurel, tenía unos atractivos diecisiete años y ayudaba a la
madre del joven con la tienda algunos días de la semana. Eddie sabía bien
cuáles. Cuando la conoció, hacía un año, quiso saber más sobre ella al
instante, pero no quería preguntarle a su madre, ya que sabía que la
mujer lo avergonzaría frente a la joven de alguna manera. Así que
simplemente, fue a la tienda durante una semana completa y supo sobre
sus horarios, días y horas, como todo un acosador.
Cuando salió de su ensoñación, tuvo que atender a lo que la joven le
decía.
Ella se quedó esperando una respuesta de él, pues le había hecho una
pregunta que, claro, él no escucho por andar soñando despierto.
- Entonces… – dijo ella dejando el espacio, cuando se dio cuenta
de que el niño no le había hecho caso, repitió - ¿Irás al festival?
Es dentro de una semana.
- Oh, sí, claro – soltó torpemente.
- Ok – ella se le quedó mirando un momento algo extrañada por
su comportamiento –, ¿abres tú o abro yo?
El muchacho al escuchar esto, sin decir palabra, se puso manos a la obra.
Tomó las llaves de su bolsillo para abrir el candado que bloqueaba la
cortina metálica de la tienda. Cuando la tuvo arriba, abrió la puerta de
vidrio e ingresó junto a su compañera.
Era un lugar pequeño pero tenían su clientela recurrente, así que no se
podía quejar de cómo les estaba yendo. Gran parte de sus clientes
habituales eran señoras mayores lo que hacía de su jornada laboral algo
aburrida pero, al menos, evitaba a los matones del pueblo. Eso siempre se
agradece.
Tenía que estar ahí hasta el mediodía así que se puso a hacer tiempo
acomodando los jabones de tocador en canastitas, separándolos por
color, forma o si tenían perfume o no. A la vez conversaba cómodamente
con Laurel. Eran muy buenos amigos, a decir verdad. Aquel último año en
el que empezaron a trabajar juntos, se conocieron bastante bien.
Se sentía sumamente cómodo contándole cosas a ella, y ella no parecía
tener problemas para contarle cosas a él. Solía hablarle sobre su situación
familiar y sobre cómo sus padres solían discutir mucho, sobre todo en
domingo, cuando su papá no iba a trabajar y se quedaba en casa bebiendo
cerveza y mirando la televisión, lo que hacía molestar mucho a su madre.
También le había contado sobre sus planes a futuro. Primero, la
Universidad de California, para alejarse de `este sucio lugar´ según sus
propias palabras; luego montaría su propio bufete de abogados en
Hollywood que se encargaría de las demandas de los actores a las
productoras y viceversa. Eran grandes planes, según Eddie, pero le
deprimía un poco cuando le hablaba de ello tan fervientemente, con sus
ojitos azules repletos de ilusión, ya que él había imaginado otra cosa para
ambos.
Aunque siempre había dado por sentado que nunca se confesaría pues se
consideraba un cobarde total, el beso que se habían dado hacía
exactamente una semana atrás, le había hecho creer otra cosa sobre ellos
dos.
Había tenido lugar después del trabajo, en la tarde de un día de lluvia de
verano. El olor del concreto húmedo se colaba por cualquier rendija y
habían entrado solo seis personas en todo el día. Ambos jóvenes se
encontraban solos, a Ed no le tocaba trabajar esa tarde pero su madre
debió hacer unos trámites y tuvo que encargarse él.
Estaban aburridos y encontraron divertido comenzar a hacerse preguntas.
Preguntas sobre la familia, la escuela, los amigos, hasta que…
- Oye y, ¿qué hay de tu primer beso? – preguntó ella sentándose
en una silla. Él hizo lo mismo.
El pequeño muchacho de rulos café se heló por un instante, su cara estaba
en llamas, parecía un pimiento habanero. No sabía que contestar, le daba
mucha vergüenza admitir que no había besado nunca a nadie pero sobre
todo le aterraba que ella supiese esto. Aunque definitivamente debía
contestar, pues tampoco quería que ella lo viera dudando tanto por una
simple pregunta.
- Ok – muy tarde –, no has dado tu primer beso – dijo ella y,
aunque él se imaginó esas mismas palabras saliendo de su boca,
no utilizó el tono burlesco con el qué él había pensado que se lo
diría.
- Pues – respondió al fin – no. No he besado a nadie aún.
Ella se le quedó mirando, esto lo puso algo incómodo porque creía que de
alguna manera se estaba aguantando la risa o que simplemente analizaba
lo fracasado que era.
- ¿Qué pasa? – preguntó intentando suavizar su voz.
- Lo siento, nada. Solo me sorprende.
- Bueno, algunos de mis amigos tampoco han besado a nadie
nunca, así que no soy tan raro.
- No dije que fueras raro, de hecho, eso fue lo que me sorprendió
– dijo mirándole fijamente a los ojos –. Eres muy lindo, Ed. Y las
chicas pronto se darán cuenta.
Ella lo miraba y él intentaba no cagarse en sus pantalones, estaba en un
momento tenso así que lo único que pudo hacer fue sonreír mirando al
suelo y soltar un pequeño `gracias´. ¡Qué cobarde!, pensó
Luego de eso entraron dos personas al local así que los dos chicos tuvieron
que atenderles, cuando estos se fueron, dieron por terminada la jornada y
se dispusieron a acomodar todo para el día siguiente en completo silencio.
Ya estaban fuera de la tienda, el joven Kaspbrak no había llevado su
bicicleta ese día pues no quería mojarse ni mancharse con barro la
espalda. Así que decidió que acompañaría a Laurel a su casa después de
enterarse que ella no traía paraguas.
Una vez más, estuvieron hablando y hablando durante todo el camino.
Estaban despidiéndose en la puesta de su casa, cuando comenzó a llover
más fuerte y Ed se percató de que estaba cayendo agua en la mochila que
llevaba puesta la chica, así que dio un paso cerca de ella para intentar
cubrirla.
Ella se quedó en silencio mirándole a los ojos. Él, por un instante, sintió
algo de curiosidad por cómo se verían sus ojos de cerca. Entonces, la miró.
Se brotó de vergüenza su rostro y sintió como se contraía su estómago de
cosquillas. Pero valió la pena, ver esos orbes oscuros de noche era algo
por lo que presumir toda la vida.
Habían pasado algunos maravillosos segundos, mientras sentía que su
nuca y espalda se empapaban de agua de lluvia, cuando vio una pequeña
sonrisa descansando en sus labios.
Luego ella llevó su mano detrás de la oreja del joven de bucles castaños y
cerrando no solo sus labios sino también la distancia entre ambos, le besó.
Fue un beso suave y tierno que tan solo duró un instante pero para el
muchacho se sintió como un huracán que empezó en su boca y acabó en
la punta de sus dedos del pie. Algo nuevo y completamente alocado.
Había sido su primer beso y le había gustado, la chica le gustaba, todo
había estado de lujo.
Pero después de eso, ella entró a su casa, él se fue caminado a la suya, y
no volvieron a hablar del asunto. Ella no había iniciado la conversación y él
realmente era demasiado tímido para hacerlo.
Aunque siempre había sido así de cobarde, como decía él mismo, eso le
había hecho cambiar de parecer un poco. Lo meditó durante varios días,
incluso había pedido la opinión de sus amigos.
Había escuchado a Bill decir que sí daba mucho miedo y que el cuerpo se
tensa pero que si intentas parar esa catarata de pensamientos negativos
durante un segundo apenas, te dices a ti mismo que nada pude salir mal y,
con ese impulso das el paso, el resultado puede ser toda una sorpresa. O
no. Pero que nunca está de más el intento.
En cambio Stan pensaba que si no se sentía del todo cómodo y creía que
lo mejor sería esperar un poco, pues eso sería lo indicado. Esas cosas
tienen que darse solas, según él, no pueden forzarse.
Por ese motivo, ahora estaba absolutamente decidido y dispuesto. Tenía
un plan, para ser específicos.
Este sería el último verano de la joven de ojos azules en Derry, así que
encontraría el momento perfecto para confesarse y hablar sobre el beso, y
los hijos, Relámpago, Trueno, la casa en el campo. Bueno, por ahora solo
hablaría del beso.
- Oye, entonces, dices que el festival es dentro de unos días, ¿no?
– dijo él de repente a la vez que acomodaba unos aromatizantes.
- Eso mismo – ella ponía precio a unas cajas de jabones –. ¿Irás?
- Si, obvio, ¿vamos? - o sea - ¿Vas tú también? – titubeó.
- Claro – respondió ella –. ¿Cómo vas con tus amigos?
- Bueno, pues bastante bien. Hoy quedamos en la cantera para –
dudó si contarle o no sobre los hongos – nadar un poco. Además
conocimos unos chicos en el bosque ayer.
- Vaya, un encuentro inesperado, eh – ella parecía genuinamente
interesada –. Y, ¿son geniales o son una panda de imbéciles
como la de Bowers?
Ok, le contaría, necesitaba despejarse dudas, Mike le había informado un
poco pero él jamás probó drogas así que le preguntaría, ella era mayor y,
si la conocía un poco, sabía que era algo alocada.
- No, la verdad sí son un poco geniales. Un chico me dio la razón
con respecto a mi argumento de que Jason es mejor que Freddy.
Ella se rió fuertemente. – Sí, claro – Ya habían discutido sobre que slayer
era el mejor y la joven no estaba de acuerdo con el muchacho para nada.
- Oye, sabes, Mike nos llevó al bosque adrede ayer. Porque pues,
quería buscar hongos cerca de los árboles.
- Ok, Mike me agrada, pequeño – respondió ella con seguridad –.
Así que van a comerlos hoy, ¿tú también?
Él lo dudó, pero sintió que se vería tonto rechazándolo frente a ella, así
que solo dijo – Claro, todos lo haremos.
- Cool – luego se quedaron un minuto en un silencio algo extraño
–. Sabes recuerdo haber comido hongos en la secundaria.
Recuerdo que me puse a llorar porque mi mejor amigo no sabía
si ir al baile de invierno con un moño o con una corbata – intentó
tranquilizar al chico.
- ¿Qué? – dijo él algo confundido, cómo alguien podía llorar no
solo por un problema de alguien más sino que por uno tan tonto
como ese.
- Exacto, es que luego me dijeron que las setas hacen que
empatices de una forma extremadamente ridícula – soltó una
pequeña risita que quedó posada en sus ojos un rato más.
- Ya veo – él sonreía mientras la veía haciendo otras cosas.
- No debes de preocuparte Ed, tus amigos son buenos chicos y van
a cuidarse entre todos – ella dijo esto con un aire de tristeza –.
Hubo una vez, cuando mis papás me enviaron a un campamento
de verano, en que conocí a unos chicos. Estuvimos una de esas
noches bebiendo y riendo junto a una fogata que habíamos
hecho cerca del lago, y a alguien se le ocurrió tomar LSD. Eso no
estuvo nada mal, de hecho fue muy agradable. Pero, entrada la
noche, a alguien le pareció sumamente divertido tirarme a mí, yo
no estaba de acuerdo, al agua. Y sabes, jamás debes hacer eso.
Me refiero a hacer preocupar o alterar a alguien que consumió
drogas duras, sobre todo si es la primera vez. Me desmayé y
tuvieron que hacerme resucitación. Fue de las peores cosas de
mi vida.
- Eso no me deja nada tranquilo, sabes.
Ella soltó una carcajada que hizo sonreír profundamente al castaño – No,
tonto, lo que quiero decir es que a ti no te pasará eso porque tus amigos
son geniales, según lo que me has contado, ¿cierto?
- Los mejores.
Capítulo III
El Sol se encontraba un poco por debajo de su punto más alto. Serían algo
así como las seis de la tarde. El joven amante de la naturaleza, hurgaba en
su bolso, el cual había dejado cerca de las bicicletas, a unos metros del
agua, buscando algo con tantas ganas como quien busca una botella de
agua fría en un día caluroso como aquel.
Se encontraban en la orilla cerca de la roca gigante, sentados estilo indio
en una gran ronda. Charlaban animadamente los unos con los otros.
Mike llegó y se sentó junto a Bill y Beverly. Les comentó una vez más
sobre los efectos y algunas precauciones a todo el grupo, y procedió a
proveer a cada quién con una dosis moderada, ideal para una primera vez.
Entre sus manos, los jóvenes sostenían tres setas, un aproximado de 1.5g,
según su amigo Mike. Eran de un aspecto algo particular, su cabeza era
pequeña, del tamaño de una moneda pero su tallo era largo, bastante de
hecho, unos diez o doce centímetros más o menos. Su sabor era
prácticamente nulo pero su textura no resultó del todo agradable para el
grupo de amigos, eran sumamente pastosos.
Al terminar de comerlos, el joven moreno les comentó que debían esperar
unos cuarenta minutos para que les hiciera efecto. Mientras tanto, podían
hacer otras cosas.
Así pues, algunos se fueron a dar un paseo por ahí. Otros solo quisieron
descansar un poco sobre el césped. Richie por su parte, caminaba sin
rumbo por entre los árboles. No pensaba particularmente en nada. Se le
sumó su amigo rubio en un momento, este no dijo nada, ninguno lo hizo,
de hecho.
Caminaban tranquilamente por ahí sin decirse nada, eso les gustaba a
ambos del otro, esa compañía sin ningún otro complemento. La compañía
que se disfruta sola, como un primer plato sin guarnición. Simple. Para
algunos, sin sentido, pero para otros, exquisita.
El cuerpo empezó a hacérseles más pesado. Al instante pensaron que era
el cansancio y el calor, pues se derretían. Pero no era eso, ya que no
tenían tanto calor como para sentirse así por ello.
Así pues Ben los guió hasta el claro de luz en el que había pasado un
hermoso rato con su pelirroja favorita. Se recostaron a orillas de la
pequeña laguna que había allí con los brazos detrás de la cabeza y las
piernas recogidas.
Miraban hacia arriba apreciado el color fosforescente de las copas de los
árboles. El cuerpo del pelinegro se derretía y miraba atontado como las
grietas que se hacían entre los doseles se veían con una claridad
abrumadora, como si en lugar de los vidrios de sus anteojos tuviera los de
un microscopio. De hecho, notó como todo parecía formar un sistema
completo en el que estas grietas eran una especie de venas y los árboles y
el agua podían respirar. Literalmente estaba viendo al bosque respirando.
Giró la cabeza algo atontado y risueño y pudo ver que algo similar ocurría
con las grietas que se hacían entre las hierbas del suelo. Los pequeños
canales a los que poca atención había prestado nunca, cobraron una
visibilidad maravillosa. Podía ver cada grano de tierra a la perfección.
En un momento se percató de que su estómago estaba riéndose, como si
fuera un ser individual. Pero no lo se reía, no. Estaba tentado de risa,
carcajeándose solo. Al azabache no le causó ninguna mala impresión, a
pesar de entender que aquello no era normal. De hecho, a este se le
contagió aquel estado, soltando una risotada estrepitosa.
Después de calmarse un poco, ya que su abdomen le escocía, viró la
cabeza lánguidamente y pudo ver a Ben tan lejos de él que le extrañó,
pues se habían recostado uno junto al otro. Estaba muy lejos, parecían
decenas de metros.
El rubio, por lo pronto, recostado bocabajo, tocaba el césped como si
nunca lo hubiera sentido bajo las yemas de sus dedos. Richie observaba
con la misma atención aquella acción. Cruzaron miradas. Ben se
encontraba con la mandíbula despegada de la parte superior, como
asombrado, y con ambas manos pellizcando un diminuto trébol de tres
hojas. Y el azabache estaba con la boca igual de abierta y con la mirada
clavada en el trébol también. Los dos chicos se partieron de la risa al ver
que ambos estaban haciendo la misma bobada.
Aunque su risa traía algo raro consigo. Se oía como si viniera de dentro de
una lata de tomates. Como con un eco extraño que nunca estuvo ahí. Un
sonido metálico salía de sus gargantas.
Entonces, ambos se irguieron quedando sentados con los pies muy cerca
del agua. Sin pensarlo demasiado, los sumergieron allí. Pero el agua no se
sentía como siempre, se sentía como espesa, como si alguien hubiera
puesto mucho polvo de gelatina sin sabor allí. Y el movimiento de
respiración que esta hacía no dejó para nada tranquilo a Richie que
incluso, creyó haberla oído suspirar. Esto no le agradó del todo a chico, así
que quitó sus extremidades de ahí y cuando subió la vista, pudo ver cómo
una pequeñísima especie de pececillos salía del mismo agujero que el
agua de la cascada.
Después de esto, entendió que era momento de calmarse un poco, así que
se recostó una vez más con la espalda mirando al cielo mientras se
acariciaba el cabello a sí mismo haciendo pequeños rulitos con sus dedos
sobre sus bucles naturales.
Ben, por su parte, se encontraba dentro de la laguna flotando bocarriba.
Una sensación completamente nueva en el calor del sol lo hizo pensar. Lo
percibió como miles y miles de diminutas criaturas que viajaban a través
de los rayos del astro que calentaban su piel con sus propios alientos. Era
un sentimiento muy bonito a pesar de que le hacía cosquillas.
Se quedó pensando en eso con los ojos cerrados cuando sintió como sus
globos oculares traspasaban sus párpados y su cuerpo se iba con ellos a
volar por ahí.
Abrió los ojos un poco alterado y decidió ir a recostarse con Richie. Al salir
del agua y mirar al frente, pudo ver asombrado algo que desafiaba
cualquier ley natural. Un árbol de tronco grueso, de esos que no llegas a
rodear con los brazos, en medio del bosque. Color azul eléctrico. Se acercó
a este, maravillado, a tocar su corteza de peculiar tono.
Se podía sentir algo raro al tener su mano de cerca, pues al sentirlo sin
llegar a tocarlo, se percibía una especie de energía emitida desde dentro
del tronco.
No pudo reprimir sus ganas de abrazarlo fuertemente. Asimismo lo hizo, y
luego se reclinó sobre su base y se quedó allí. Pensando cómo la
naturaleza era todo un conjunto de sistemas, como el cuerpo humano, y
como cambiaba de forma justo enfrente de sus narices, y en cómo podía
sentir cada poro de esta.
Por otra parte, Beverly se encontraba recostada sobre una toalla color
naranja encima de la gran roca, a su lado un rubio rizado trataba de
controlar su enorme sonrisa.
Stan no había querido consumir ni hongos ni cerveza, pues esta le parecía
asquerosa y los hongos, simplemente le parecía demasiado pronto.
Aunque no se privó de estar un poco a tono con sus compañeros, ya que
fumó sus tres pitadas reglamentarias de marihuana. Esto es porque el
chico tenía la teoría de que menos de tres solo le causaba un hambre
voraz, pero más de tres lo hacían estar tonto. Así que eso hizo.
Ambos estaban disfrutando de su estado actual, la sensación de que la
toalla era la alfombra de Aladín era compartida.
Como si alguien hubiera apagado el interruptor de gravedad y se le
hubiera olvidado así.
La chica del grupo aun estaba recuperándose de su alucinación anterior,
pues creyó haber visto una cabellera rizada entre las formas de las nubes
y, por alguna razón esto le dio pie a su cerebro para que recordara una
anécdota sobre su amigo Richie Tozier en la que el joven estaba
empecinado en entrar a una fábrica abandonada y para ello debía trepara
una cerca de alambre de unos dos metros. Cuestión, el chico quedó
enganchado de la entrepierna y llorando mientras que la pelirroja se reía
debajo sin poder ayudarle.
Pues eso mismo le ocurría ahora a la joven, no podía parar de reír. Y
contárselo a Stan no había sido la mejor de las ideas. El chico casi se cae
de aquella roca hacia el agua. Obvio, también se rieron de esto.
Luego, a medida que el sol se iba ocultando, el viaje iba llegando a su fin
de a poco. Y con ello las preguntas más personales vinieron, sobre todo de
parte de la pelirroja hacia el chico rizado, pues este era demasiado tímido
para hacer ese tipo de preguntas.
Ella le hablaba sobre su amistad con el pelinegro y el rubio, y él le contaba
sobre cosas mundanas también.
Pero su estado aun un poco drogado y la confianza que le dedicaba la
chica hacían que sintiera una enorme sensación de seguridad, así pues le
contó un poco sobre él.
Habló sobre la iglesia y sobre su padre. Le comentaba, solo un poco
afligido, que su padre era sumamente exigente e inconformista con su él,
pues parecía que nada de lo que hiciera fuera suficiente.
Siempre encontraba el ejemplo de otra persona que lo hiciera mejor que
su hijo, sea lo que fuera de lo que estaban hablando.
Siempre le reprochaba su forma de ser y sus maneras. Le contó a Beverly
con una voz apenas audible por la vergüenza, sobre que su padre aun
elegía su ropa. No le decía que ponerse cada día pero era su padre quien
se encargaba de comprar cada una de sus prendas de vestir.
Y le confesó, algo apenado, que ciertas veces sentía un poco de celos de
sus amigos por llevar camisetas de las bandas que les gustaban o gorras
con inscripciones graciosas y demás.
No era que a él le gustaran esas bandas en específico pero le atraía el
hecho de portar una prenda que diga simbólicamente “a mí me gusta esto
y no tengo ningún problema con que le mundo lo sepa”.
A Beverly le dio un poco de pena por Stan y algo de rabia hacia su padre.
Ella tenía la experiencia de Richie sobre la opresión de los padres por eso
la historia del chico le causó un malestar familiar.
Sintió que había solo una cosa que valía la pena hacer. Así que miró al
rubio rizado a los ojos y con una enorme sonrisa que no mostraba dientes,
lo abrazó tan cálido como ella imaginó que se merecía.
*
Se encontraba holgazaneando junto a sus dos compañeros de líos,
escuchando música con uno de sus audífonos sobre su oreja y el otro
corrido hacia atrás para poder oír lo que los chicos decían. A un lado de él,
Patrick forjaba cuidadosamente un cigarro de marihuana con sus manos
mientras se reía de algo que había dicho Henry.
Robin, por lo pronto estaba fumando tabaco mientras hablaba sobre
alguna chica que le gustaba. El rubio estaba un poco distraído, pensaba en
su padre. Habían querido conseguir algunas cervezas pero este
aparentemente había hablado con cada tienda en el pueblo para que no
se les ocurriese venderles alcohol de ningún tipo a esos tres. No era de las
cosas más terribles que había hecho su padre, sin embargo estaba
molesto por ello.
Estaban alejados del centro pues no querían que les cachara fumando
marihuana tampoco. Pero aquí todo era aburrido, ni siquiera podían ir al
arcade a jugar Donkey Kong o ir al parque a reírse de la gente que está
aprendiendo a andar en bicicleta. Bueno eso último quizás sí podrían
hacerlo pero no estaba de humor.
Se sentía frustrado. Su padre era muy respetado por ser el sheriff pero él
que era su hijo, se sentía que siempre estaba bajo su sombra, que nunca
sería algo más que él. La gente le trataba como a un niño, por eso luego de
cumplir los doce años, decidió que sería más rudo, más serio, más
´hombre`, según él. Además de su estúpido secreto, ese que le hacía
sentirse como una nena, como un marica. No, eso no. Ahora no quería
pensar en ello. Le hacía rabiar.
Henry le sonrió con resignación – Vamos, Henry. Hagamos algo loco – dijo
esta vez Patrick intentando animarle.
El mencionado se rio un poco y dijo – Bueno, está bien. Vamos a nadar un
poco y luego podemos ir al arcade, quiero mi revancha, tonto – dijo
apuntándole con el dedo al pecho del joven. Este le sacó la lengua
infantilmente y le entregó el cigarro de marihuana.
Fumaron, tosieron y fumaron más hasta acabarlo. Cuando estuvieron
sobre el sendero que llevaba a la cantera, tiraron la colilla por ahí. Estaban
riendo y bromeando, fumando tabaco, cuando oyeron que había gente en
la cantera. A Henry no le gustó esto, pues cuando había gente tenía que
fingir y, como ya dijo, no estaba de humor para ello. Bueno, ya qué.
Lo primero que pudo ver fue una montaña de bicicletas en una esquina.
Puso cada una de sus manos sobre el estómago de sus amigos y luego
llevó el dedo índice a sus labios, haciendo que estos dejaran de hacer
ruidos.
Pudo verlos amuchados y un poco alterados. Había más gente de la ususal
en ese grupo pero ahí estaba. No pudo verle la cara, pero podía distinguir
quién era. Le había mirado tantas veces antes que era imposible no saber
cómo lucía su cuerpo o sus ropas. Esos ñoños, pensaba, son malditamente
afortunados por ser sus amigos. Henry les guardaba un gran resentimiento
por ello.
Entonces se le ocurrió algo. Miró a sus amigos y les hizo unas señas para
que tomaran algunas de las bicis, un para cada quien. Cuando vio que
había dos que no podrían llegar a tomar, les dijo en un susurro: “Vamos a
tener que correr”. Ambos asintieron enérgicamente, preparados para
cualquier cosa.
Entonces, Henry puso sus dedos pulgar e índice cada uno a un lado
diferente de su boca y soltó un sonoro silbido. Ni siquiera se quedaron a
ver como los perdedores reaccionaban a esto, solo salieron dejando una
nube de polvo.
Cuando estaban por salir del sendero, el rubio se volteó y había dos de los
miembros del grupo persiguiéndoles montados en las dos bicis que
quedaban, pero no estaba quien le hubiera gustado que estuviera
siguiéndole. No importaba, igual debía ir a toda potencia.
Se adelantó un poco en la formación sobre sus dos amigos. Se deslizaron
sobre la bajada relativamente empinada que había luego del pequeño
sendero. Todos sabían bien que era lo que venía luego, una curva bastante
cerrada, que a la velocidad que estaban yendo podría salir mal para
cualquiera de ellos.
Los tres chicos se inclinaron a favor a la curva todo lo que pudieron. Sus
rostros y ropas se llenaron de tierra seca, pero poco les importaba.
Siguieron hasta salir del bosque por la pequeña calle Hannaford que todos
en el pueblo utilizaban para llegar al bosque y la cantera.
Unos metros más atrás, los dos chicos, el moreno y el castaño de flequillo
luchaban duramente contra las deformaciones del terreno.
- Oye, aquí están tus cosas – le entregó la mochila del chico con
todas sus cosas dentro –. Excepto tu bici, claro.
Ya estaban todos listos, con sus mochilas en los hombros, preparados para
volver a casa después de un día… peculiar.
Esos chicos habían hecho algo completamente arriesgado al salir detrás de
aquella pandilla sin dudarlo ni un segundo. Cualquier cosa podría pasarles,
era peligroso, absurdo, casi estúpido. O al menos eso pensaban, delante
de la fila en la caminata, Ben y Beverly, pues los chicos amigos del moreno
y el castaño sabían que si alguien le podía hacer frente a Henry Bowers y
su panda de bobos, esos eran ellos. De hecho, así fue como se conocieron.
Hablaron un rato más sobre tonteras suyas hasta que a unas dos cuadras
de la casa del castaño, al doblar la esquina, vieron a un grupo de chicos
montados en bicicletas que iban alrededor de otros dos chicos quienes
iban a pie. Les rodeaban mientras caminaban y se veía como les decían
cosas, se escuchaba como se reían. Los dos chicos parecían asustados pero
seguían caminado hacia adelante con la mirada pegada al asfalto.
Los dos chicos se dieron por aludidos de quienes eran esos tres, `los
tontos del pueblo´, `la panda de bobos´, `los tres mosquetontos´ y otros
apodos con que los habían bautizado ellos dos. Bowers, Friedman y
Hockstetter eran los payasetes de la clase, los que siempre estaban
molestando a todo aquel que se cruzara en su camino.
Bill y Mike iban a la misma clase que ellos y veían como todo el año
escolar insultaban, acosaban y molestaban a todos aquellos que no les
dijeran algo. Pues eran unos cobardes, si alguno se levantaba de su silla y
les decía cuatro cosas, estos retrocedían al instante sin una sola palabra
de por medio.
El castaño viró la cabeza hacia su amigo a su lado, este le miró también.
Asintieron firmemente con el entrecejo fruncido, el moreno soltó el balón
y salieron a correr hacia el grupo. Corrían agitando sus brazos y graznado
como pájaros enojados, con los ojos desorbitados. Al verlos, los tres chicos
se amucharon entre los tres, se miraron un segundo y salieron dejando
una silueta de aire como en los dibujos animados.
Denbrough y Hanlon relajaron el cuerpo y comenzaron a carcajearse
fuertemente, se sostenían de los hombros para no caer al suelo, lágrimas
salían de sus ojos. Eso había sido maravilloso, lo recordarían siempre.
Por otra parte, los otros dos chicos se habían asustado un poco al
escuchar esos sonidos que hacían los otros dos así que siguieron
caminando despacio pero continuo, hacia adelante. Para cuando el
moreno y su amigo dejaron de reír, los chicos estaban en la otra esquina.
Tuvieron que trotar hacia ellos al grito de “Oigan, esperen”.
Los dos chicos habían volteado a verles, parecían un poco perturbados.
- Si, solo queríamos que esos tontos los dejaran en paz. Sentimos
haberlos asustado – paró un segundo a tomar aire –. Soy
William, pueden decirme Bill, él es mi amigo Mike – dijo
señalando a su acompañante.
- Si, lo sabemos. Son bastante tontos, ¿no creen? – dijo esta vez
Mike.
Ya un poco más relajados, los chicos hablaron durante unos cien metros
hasta que, al llegar a la puerta de Bill, este los invitó a dentro a tomar y
comer algo y para jugar algún juego y charlar. Los chicos aceptaron,
aunque ambos tuvieron que llamar por teléfono a sus (sobre) protectores
padres. Pero se quedaron allí un buen rato después de eso. Jugaron
snakes and ladders y comieron sándwiches de jamón y queso hasta
reventar. Se enteraron que todos irían a la misma segundaria el año
entrante así pues supieron que no se podrían separa o quizás ninguno
quisiera hacerlo ya.
Capítulo IV
Era casi de noche y caminaba pesadamente con su mochila sobre los
hombros, intentando que cada paso durara para siempre. No quería llegar
a casa, hoy no. Su padre le había visto irse montando su bicicleta y sabía
que era inevitable que le interrogara al respecto.
Estaba a dos calles, ojalá hubieran sido mil. Se repetía a sí mismo que
debía inventar una excusa buenísima sino quería ser castigado hasta el fin
de los tiempos pero sabía que no existía en el mundo tal cosa y, además,
no quería mentir, sabía que era pésimo en eso, no resistía la presión.
Con sus manos dentro de los bolsillos y la mirada clavada en la punta de
sus zapatos, suspiró pesadamente. Una calle. Sabía que al doblar la
esquina ahí estaría su casa. De hecho, si tan solo levantara la mirada
podría ver perfectamente aquella enorme e imponente cruz de madera
sobre el techo de esta.
Subía cada escalón de la pequeña escalera de la entrada de su hogar hasta
llegar a estar frente a la puerta de entrada. Un escalofrío le atravesó el
cuerpo, desde la nuca hasta el final de su columna vertebral al escuchar
ruidos dentro. Se estremeció.
Le pasaban muchas cosas por la cabeza, pero recordó algo que le ayudó
un poco. Alguna vez Bill le había aconsejado a Eddie una maniobra-
antinervios. Así que siguió el antiguo consejo de su amigo, como siempre.
Apoyó su mano sobre el pomo de aquella puerta de algarroba negra y
tomó una gran bocanada de aire, giró su mano a la vez que soltaba el aire
y se propuso estar calmo e improvisar.
Anunció su presencia en voz alta. La entrada era una recepción de unos
cinco por tres metros, una escalera que iba a su habitación y la de su
padre, el living comedor a su derecha y, a su izquierda, una pequeña
cocina. Investigó ambos sectores y no había rastros de su padre. Suspiró
aliviado, suponiendo que estaría en su cuarto descansando, después de
todo, ya era de noche y él se acostaba temprano.
Entonces, dejó su mochila a un lado de la escalera y estaba por
encaminarse hacia la cocina, pues tenía mucha hambre, cuando escuchó
el crujir de la última madera del último escalón de esta.
Su padre no era tonto y sabía quiénes podrían ser esos bribones. Conocía
a Oscar Bowers, el hombre siempre estaba en el confesionario hablando
de su hijo. Siempre se encontraba molesto con el chico, le hablaba sobre
su mal comportamiento y las cosas que hacía. Una vez le había dicho que
había sido un error.
Luego de aquello, el señor Uris solo pensaba que era lo que necesitaba el
muchacho era un reformatorio, uno militar si era posible, pues en esos sí
que se reformaba a los jóvenes. De hecho, lo habían mencionado algunas
veces en sus charlas fuera del confesionario.
Para él era algo obvio, ese chico y sus amigos habían sido los que hurtaron
la bicicleta de su hijo. Bueno, su hijo, eso era otro tema. Siempre tan
sumiso, tan blando. Nunca se había defendido solo, siempre intervenía
alguien para ayudarlo. No le hubiera extrañado si los chicos en la escuela
se referían a él como `marica´ o algo parecido pues, si era completamente
honesto, si él tuviera quince años y viera como su hijo, de la misma edad,
reacciona de esa manera tan cobarde a los problemas, también lo hubiese
hecho.
Y por más que la idea hubiera estado en su cabeza un tiempo, jamás lo
enviaría a un internado militar pues no duraría mucho tiempo en una
pieza. Era demasiado endeble, un enclenque, un alfeñique y no solo
hablando de su cuerpo sino su actitud aniñada y cobarde.
El pensamiento de que jamás una chica querría estar con un muchacho así
le era imposible de apaciguar. Le preocupaba, pues esta era la edad en la
que los adolescentes empezaban a explorar su sexualidad y, aunque él
fuese un pastor y si alguien venia a su iglesia con un problema parecido, le
hubiera dicho que los adolescentes deberían esperar hasta el casamiento,
o en su defecto, hasta la mayoría de edad para tener relaciones sexuales,
este era su hijo y si era necesario que tuviera relaciones con una chica
para enderezarse y endurecerse, él lo aprobaría sin dudarlo.
Sabía que ese chico Bowers no tenía remedio y que su hijo jamás se
enfrentaría a él, así que decidió que iría él mismo a hablar con el sr.
Bowers, seguro acordarían algo, un castigo, una reprimenda.
Como detestaba a las `malas semillas´ y ese muchacho era una.
Stan oía lo que Richie le decía y al principio no confía del todo, pues él
conocía a Eddie hacía más tiempo y creía que sus palabras lograrían
calmarle pero al ver que esto no funcionaba, decide dejarlo en manos del
azabache.
Sin pensarlo demasiado Richie se arrodilla junto al chico e intenta hacer
que lo vea a los ojos – Ey, Ed. Mírame – le dice más de una vez hasta que
el joven hace caso. Sus ojos estaban húmedos y su ceño estaba en
extremo fruncido –. Respira conmigo. Lento – intentaba que estabilice su
agitación.
El castaño sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, la nuca le ardía
pero al mismo tiempo al ver a los ojos a Richie sintió que algo en su
mirada le transmitía confort, entonces intentó hacer lo que este le decía.
Inhaló y exhaló. Inhaló y exhaló. Lo habrá hecho unas quince veces antes
de dejar de sentir que el pecho el rozaba el mentón.
- Piensa en un color, el color verde. Todas las cosas que son de
color verde – Richie intentó calmarse un poco –. El césped, las
plantas, las copas de los árboles – sonrió suavemente relajando
los músculos de su cara –, el agua de la piscina comunitaria en
invierno.
El chico quien había calmado bastante su respiración y sentía que la nuca
ya no le escocía como antes soltó una pequeña carcajada risueña. Miraba
a Richie con esa sonrisa y este le miraba, un poco más relajado, de la
misma manera. El contacto de sus miradas se cortó inevitablemente
cuando el de bucles rubios se inclinó un poco para abrazarlo fugazmente y
preguntar si se encontraba mejor.
El castaño asentía con una sonrisa a su amigo para luego hacerle una seña
con la mano para que le ayudara a levantarse.
Luego del pequeño incidente con Ed, los chicos acompañaron a Beverly y
Ben a casa de la pelirroja pues la madre de esta lo había invitado a
quedarse a comer antes de que ambos fueran a la cantera. Al llegar y ver
todos los chicos que eran, la mujer los invitó alegremente a todos a pasar
la noche si deseaban pero el chico rubio sabía que debía regresar a casa a
enfrentar a su padre con la noticia del robo de su bicicleta y Richie quería
acompañar al castaño a casa ya que se veía algo agotado, había sido un
largo día para todos. Así que luego de agradecer insistentemente a Karen
y despedirse de sus amigos, los tres chicos caminaron hasta la esquina de
la calle de la pelirroja y se despidieron también.
Eddie no decía nada, solo había asentido con la cabeza múltiples veces, y
se mantenía con la mirada fija en camino. El azabache había hecho su
mejor esfuerzo pero no había logrado que el chico se relajara así que
creyó que lo mejor era que se quedara callado. Creía también que había
dado un buen discurso, es decir, las cosas que dijo, en serio las creía y
todo pero lo que más quería con ellas era que el muchacho se sintiera
menos presionado.