Está en la página 1de 58

Ben; Bev y Richie.

Eddie y Stan; Mike y Bill.

Ben, Beverly y Richie (son amigos desde la primaria, pero Bev y Richie son
un poco más cercanos, confidentes).

Eddie, Stan, Mike y Bill (estos también son amigos desde la primaria, pero
en este caso, Eddie es más cercano a Stan y Mike a Bill, sus propios
confidentes).

Eddie y Richie tuvieron dos hijas (Laurel y Maxine).


April tuvo dos hijos con un hombre (Joseph) (April y Quentin).
Y Maxine no quiso tener hijos y es gay, es la más joven de las hijas.

Arranca con una escena en la que Richie y Eddie les cuentan a sus nietos
por primera vez la historia de cómo conoció no solo a su esposo sino
también a sus mejores amigos.
La historia transcurre cuando llega el verano y ambos grupos se convergen
en uno solo haciéndose muy buenos amigos entre todos

De cada 10 (número solo para ejemplificar) escenas 2, 3 serán para las


parejas secundarias. Estas serán:
Bill / chica (Robin Friedman)
Mike / nadie
Stan / chico (Bowers)

PAREJAS PRINCIPALES: Eddie y Richie; Stan y Henry; Ben y Beverly.

Eddie tiene un crush con una chica, Richie le ayuda a conquistarla

Eddie tiene conflictos con su mamá, y está enamorado de una chica.


OBJ (revelarse con su madre y enamorarse de Rich en el proceso).

Richie tiene conflictos con su padre y esta enamorado de Eddie.


OBJ (amigarse con su padre y ser novio de Eddie)

Bev X Ben / Ben X Bev

Stan tiene problemas con su padre y esta enamorado de H. Bowers


Bowers tiene problemas con su padre y esta por Stan
Mike esta por una chica llamada Lisa
Bill esta por una chica que no conocemos (por ahora)

En la pelea final (Los papás de Henry y Stan contra estos mismos, a la que
luego se sumarian los perdedores restantes), envían a prisión a ambos
progenitores.

Capítulo I
Corrían los niños del comedor a la cocina y de vuelta hacia el patio trasero.
Eran tan bonitos ambos. La pequeña de coletas celestes y mejillas en
tonos rosas, y el niño con sus bellos bucles color caramelo y grandísimos
ojos.
En el horno se cocía a fuego lento una deliciosa tarta de membrillo que
era vigilada por Joseph.El aroma perfumaba la habitación entera.
Era una maravillosa escena, a decir verdad. Y aunque su abuelo los
adoraba con locura, era ya bastante mayor y no tenía suficiente energía
para aguatar por más tiempo aquella inagotable y vigorosa actitud. Por
ello decidió que les contaría una historia, y al ver a su esposo haciendo
limonada para todos, sonrió nostálgico. Ya sabía qué iba a contarles.
Se sentó en el sillón, recibió con una sonrisa de adoración la bebida que su
esposo le daba y llamó a los pequeños.
- Niños, vengan – dijo con calma –. Voy a contarles una pequeña
gran historia.
Los niños se dieron miradas cómplices y fueron corriendo al regazo de su
abuelo Richard.
- Bueno – dijo haciendo una pausa –, esto pasó hace mucho
tiempo ya. Así que le voy a pedir a su abuelo que me ayude a
recordar ciertas cosas – alternaba su mirada entre sus nietos y su
esposo. Este último le correspondió con un guiño –. Ok,
empecemos con el último verano antes de que todo cambie en
nuestras diminutas vidas.
“Teníamos todosalrededor de quince años más o menos, era un verano
caluroso pero inspirador, de esos en los que salir era la única ventaja de
ser niño. Era para nosotros obligatorio estar afuera, salir a buscar algo que
hacer para no morir del aburrimiento. Y mis mejores amigos Ben y Beverly
eran mi compañía recurrente.
Esos dos eran de las mejores cosas que le pasaron en la vida. Si no hubiera
sido por ellos no hubiera sobrevivido en Derry. Era en ese entonces, y lo es
ahora, un pueblo muy cerrado de mente y los chicos eran muy violentos.
El hombre omitiría ciertas cosas para que los pequeños no
tuvieranpesadillas, de todas maneras.
Desesperadamente, esa tarde de sol los adolescentes intentaban retrasar
el derretimiento de sus cuerpos con un helado de paleta a la vuelta de una
vieja calleja. Las bicis parecían igual de agotadas que ellos, encimadas una
a las otras.
Ben, recostado sobre la esquina de una pared, acomodó su gorra color
verde y soltó:
- Deberíamos ir la biblioteca, ahí hay aire acondicionado –miraba
alternada pero lánguidamente a los otros dos.

- Ni siquiera voy a responder a eso – dijo automáticamente el


chico de rizos azabache –haré como que nunca dijiste eso que
creo haber escuchado.
Mientras Rich Tozier sacaba sus gafas para limpiar los cristales con la parte
baja de su camiseta, a la pelirroja se le ocurrió algo.
- Creo que mejor podríamos ir a la cantera – dijo mirando alotro
chico, el rubio le sonrió–. ¿Qué les parece?
La cantera era su propia piscina pública y gratuita. Tenía agua, poca gente
(de hecho, eran solo ellos) y podían tomar sol después de zambullirse. No
necesitaban más.
El problema era que Bowers estaba rondando por la zona con su pandilla
de ineptos y nadie se atrevía a ir.
- No lo sé, Bev – respondió algo inseguro Richie –. Tengo
muchísimo calor, pero no quiero morir aún. Quiero perder mi
virginidad antes.
La muchacha suspiró profundamente y le reprochó:
- Piensa en algo entonces. Hasta ahora solo Ben y yo hemos
propuesto ideas.
No podía replicarle a eso, ella tenía razón, y el calor estaba acabando con
su reserva de neuronas. Así que aceptóla idea de ir los tres a la cantera.
De camino los tres solo hacían bromas e intentabanpasársela bien. Todos
eran unos marginados, y había días muy oscuros, pasaron por situaciones
por las que desearíanno haber pasado. Por estose mantenían unidos tanto
como podían, sino, las cosas no hubieran salido tan bien.
Al llegar, el sol estaba justo arriba de sus cabelleras y, aparentemente, al
ver el agua, a todos se les olvidó por completo el asunto Bowers. Así que
se quitaron apresuradamente la ropa, no toda por supuesto, y se tiraron
de uno en uno desde lo alto de aquel risco. Primero Richie.
Fue una sensación maravillosa sentir el agua fría abrazándole el cuero
cabelludo, eso refrescó susideas un poco. Cuando salió a la superficie,
volteó hacia todos lados. No vio ni a Ben ni a Beverly en el agua, miró
sobre el risco y tampoco estaban allí. Se preocupó por ellos por menos de
un segundo cuando sintió algo que casi le hace ensuciar sus calzoncillos.
Dos manos, una en cada una de sus piernas lo tiraron hacia abajo para
sumergirle, se desesperó por un instante, cuando, entre el alboroto ahí
abajo, vio de manera tenue a Beverly cerca suya aguantando la respiración
y la risa, por supuesto.
Salió del agua fingiendo estar enojado con ambos, pero al segundo soltó
una carcajada a coro con ellos.
- ¿Qué fue eso? – cortó Ben en voz baja, de repente, algo
exaltado.
Era cierto, un sonido de ramas crujiendo y voces a lo lejos inquietó a la
pelirroja y al más alto también.
- No lo sé, vamos – dijo este último –. Despacio.
Intentaron salir hacia un lado de la cantera que daba al bosque, cerca de
un gigantesco montón de hojas y ramas, haciendo el menor ruido posible.
Allíse ocultamos hasta poder divisar qué o quiénes hacían ese ruido. Si
eran Bowers y sus amigos, estaban fritos, así qué el corazón les iba a todos
a mil.
Mientras se asomaba, Richie pudo ver a un chico delgado de flequillo a un
lado que salía de adentro del bosque y detrás de él salía otro de rizos,
estaban algo lejos así que no le preocupaba tanto que le vieran. Respiró
tranquilo. Él conocía a esos chicos, eran de la clase de historia que
también compartía con Ben. Le sonrió tranquilizadoramente a este. Detrás
de los dos primeros, salió otro muchacho, uno moreno y vio que alguien
más había detrás pero justo en ese instantese resbaló hacia el agua.
Intentó fugazmente agarrarse de algo, pero solo consiguió que Beverly
callera consigo, pues tomóla camiseta de la chica.
En ese momento Ben les advirtió que los chicos, obviamente los habían
visto y venían a ver qué pasaba. Mientras el rubio les ayudaba a ambos a
levantarse, llegaron ellos preguntando si estaban todos bien. El de
flequillo ofreció una mano al azabache y se presentó como “Bill”, él ya lo
conocía; el moreno dijo que su nombre era “Mike”; al de rizos también lo
conocía, era Stan, de la clase de la señora Álvarez.
Y, de repente, el mundo se pausó indefinidamente en ese instante.
- Hola – le dijo a él –, soy Richie. Es un placer – continuó
extendiendo su mano hacia sí y acercándose un poco también –.
Él miró hacia otro lado, algo avergonzado, Richie no podía apartar la
mirada de su rostro, luego le devolvió la mirada una vez más y dijo:
- Soy Ed – sonrió suavemente, le estrechó la mano –. También es
un placer – y apartó la mirada hacia el suelo.
El muchacho de bucles negros sonrió de lado y se fue hacia atrás. Mientras
lo miraba, pensaba en nada. Solo su carita de niño bueno y sus manos
suaves de crema humectante. Con su cangurera celeste y sus zapatillas de
deportes. Era precioso. Simplemente, precioso.
Cuando estaba pensando que le gustaría mucho poder tocar sus manos
una vez más, sintió un suave golpe en su brazo izquierdo. Miró hacia
Beverly, quien lo había provocado, algo confundido, y ella solo agrandó
sus ojos un segundo y apretó sus labios un poco. Entendió que estaba
mirando demasiado al chico así que simplemente se avergonzó
muchísimo, ycon las mejillas teñidas de carmín apartó la mirada al suelo
también.
- ¿Qué tal chicos? – dijo la pelirroja para salvar el incómodo
momento – Soy Beverly – extendió su mano hacia Mike, luego
Bill –. Ellos son Richie y Ben – por último saludo al de pelo rizado
y a Ed.
- Bueno – dijo Mike–, nosotros estábamos buscando hongos en el
bosque. ¿Ustedes qué hacían? – puso sus brazos en jarra yo los
miró de manera pícara.
La mirada de terror que Ben soltó a Richie en ese momento, fue sutil, pero
aquello lo perturbó un poco. Al ver esto, la pelirroja se acercó a él y tomó
disimuladamente su mano y le guiño un ojo.
- Bueno, en realidad estábamos nadando para matar un poco el
calor – respondió Beverly –. Pero podemos ayudarlos si quieren,
¿no, chicos? – esto lo dijo más para Ben que para mí, pues lo
miraba fijamente a él. El rubio asintió.
- Ok – dijo el muchacho alto y delgado al fin, hasta él creyó que ya
no podría hablar –, hagámoslo. Busquemos hongos
alucinógenos.
Salió decidido hacia el bosque, entusiasmado con la idea. Sintió unos
pasitos rápidos viniendo hacia sí.
- Oye, Rich – dijo Ben a su lado –. Creo que deberíamos ir a buscar
nuestra ropa y la de Bev.
- Oh, sí. Claro, que imbécil – respondió él.
Luego de ir a por la ropa, y vestirse, todos se pusieron a buscar los hongos
en el bosque. Bev hablaba fluidamente con Stan y Ed. Ben estaba con
Mike y Richie estaba pensando amargamente como prácticamente se
expuso frente a un grupo de desconocidos con cara de bobo mirando a un
chico.
- Ey, ¿qué onda? – le habló Bill de manera agradable – Estas algo
meditabundo. Soy Bill, creo que ya lo dije, pero, por las dudas –
terminó levantando los hombros.
El chico azabache le dio una sonrisa de lado y dijo – Claro, Bill, lo recuerdo.
Soy Richie – miró hacia el frente y pensó un segundo –. Sí, creo que estaba
pensando en – se cortó de repente pues vio que traía una camiseta
interesante –. Ey, ¿te gusta Bob Dylan?
Él miró instintivamente hacia su pecho y soltó – Si, por supuesto. Es un
Dios. ¿Te gusta a ti? – preguntó.
- Claro, “Oh Mercy” es genial por completo. Digo, todo el álbum –
respondió el chico Tozier algo emocionado.
- Honestamente, prefiero “The freewheelin´”.
- Oh, eres un tipo de la vieja escuela.
Ambos rieron, la estaban pasando muy bien. Bill era un gran chico.
Además de Dylan le contó que escuchaba Queen, Metallica y Radiohead.
Richie le comentó que los conocía pero que nunca había escuchado a las
últimas dos bandas. Y aprovechó para contarle sobre sus gustos también,
le enseñó su playera de Nirvana y la pasaron bien un rato. Luego el amable
chico quiso ir a hablar con su amigo Stan así que se acercaron los dos a él,
quien estaba todavía con Bev y el chico con el que el alto pasó vergüenza.
Estuvieron un rato hablando, resultó que Stan es fanático de la música
clásica, aunque aceptó que Queen era excelente. Beverly habló sobre su
fanatismo con Michael Jackson, Bill dijo que era muy bueno también. Así
fueron cambiando los tópicos en la conversación. Richie mientras, se
moría de ganas de ver una vez más ese rostro, pero obvio no lo haría, no
quería que su amiga le tenga que picar otra vez el costado por quedarse
mirando demasiado tiempo. Pensaba en esto hasta que escucho esa voz.
Él había hablado, ahora tenía una excusa para, al menos, verle un
momento y la aprovecharía sin dudarlo.
- Creo que “Nightmare on Elm Street” es buena, pero “Friday
13th” tiene mejor historia – dijo con sus brazos cruzados -. Solo
digo.
- Sí, es cierto – dijo Tozier -. Es más trágica la historia del joven
Jason.
Tuvo que carraspear un poco después de decir eso, le costó que las
palabras salieran de su boca, pero valió la pena cuando él levantó una ceja
interesado.
- ¡Eh, chicos! – gritó de repente Mike –. Aquí, vengan.
Ben estaba de cuclillas junto a Mike. Todos se agacharon y allí estaban,
hongos. Mike los juntó, él era un amante de todo lo relacionado con la
naturaleza, pues sus padres también lo eran, y le habían enseñado todo
sobre aquello. Bill les había contado sobre esto en su basta charla anterior
con el nuevo grupo de chicos.
Decidieron que no los comerían allí mismo, ni mucho menos a esas horas,
estaba anocheciendo y sus familias los esperaban en casa. Entonces
quedaron para ir al otro día, todos juntos y en bicicleta, a la cantera. Allí
podrían consumirlos en paz, al amparo del sol de verano.
Todos juntos se acompañaron repartiéndose en cada casa. Richard tuvo la
oportunidad de ver donde Ed vivía, una casa de clase media como la suya
o la de sus amigos. Aunque cuando el chico de la cangurera celeste tocó la
puerta de su propia casa y su mamá abrió, esta lo metió tironeándole de la
playera, y gritó que ya era hora de la cena y que todos deberían de tener
cuidado con Ed, que él era frágil y que, si realmente eran sus amigos,
debían cuidarle mejor. Luego echo un vistazo de arriba abajo a de rizos
ocres y masculló una frase de la que Richie solo percibió la palabra
“delincuente”.

Al cerrar la puerta, hubo un segundo de silencio en el que los adolescentes


se miraron un poco incomodos por la situación hasta que Mike distendió
todo con un “cálmese, señora” por lo bajo. Y todos intentaron reír de
manera disimulada.
- Pobre Eddie, su mamá está loca – dijo Bill cuando paró de reír –.
Lo mima demasiado, creo yo.
- Si, si mi mamá hiciera algo como eso no sabría con qué cara salir
a la calle luego – dijo Mike –. Lo compadezco.
Después de eso, acompañaron a Bill a casa. Su hermanito estaba jugando
con su papá en el patio delantero, aparentemente estaban armando lo
que Richie percibió como un cohete a escala. Cuando el chico del flequillo
a un lado llegó, dijo que les ayudaría así irían pronto a cenar. Luego
continuaron con Mike y Stan que vivían cerca el uno del otro.
Los papás de Mike ofrecieron a todo el grupo a quedarse a cenar alegando
que ya era muy tarde para que fueran por ahí solos, pero de la mejor
manera tuvieron que decir que no. Porque, aunque quisieran quedarse,
sus familias los esperaban en casa ya.
En cambio, el papá de Stan al abrir la puerta ni siquiera les dirigió la
palabra, solo envió a su hijo a su cuarto y dio un portazo que le hizo al
azabache doler profundamente los dientes.
Solo quedaban los tres chicos de un comienzo. Así que decidieron que
acompañarían a Beverly a su casa para avisar a su mamá se quedarían
todos en casa de Ben. Podrían haber llamado desde la casa del rubio, pero
honestamente todos querían saludar a la mama de la pelirroja.
- Hola, chicos – dijo alegremente la mujer –. Que gusto que hayan
venido – sonrió agitando el pelo del rubio amigo de su hija, este
le respondió con una enorme sonrisa y un suave `hola´.
- ¿Cómo te trata este verano, Karen? – dijo Richie dejando un
beso rápido en la mejilla de la mujer y apuntó fugazmente
dentro del hogar – ¿Será que se puede pasar a inspeccionar su
humilde morada?
- Oh, por supuesto que sí joven Tozier. Sería para mí un honor
acogerlo en vuestra estada – respondió la mujer con un fingido
acento británico.
Los otros dos chicos miraban la escena aguantando profundamente la risa.
Cuando todos estuvieron dentro le comentaron a Karen sobre sus planes
en casa de Ben. Cuando el chico delgado mencionó el nombre de este
último, la mujer miró a su hija de manera disimulada levantando una ceja
y esta le lanzó una mirada muy parecida a la que le arrojó a Richie en la
cantera, esa con los ojos abiertos y los labios apretados y apresuró a su
madre a que diera una respuesta.
- ¿Entonces? ¿puedo ir? Si, ok. Perfecto, ya nos vamos. Adiós,
mamá. Muchas gracias, te quiero – dijo atropelladamente la
muchacha levantándose de su silla y besando a su madre en la
frente. Esta la tomó suavemente del hombro haciendo que
detuviera esa repentina actitud apresurada.
- Ey, espera – suspiró risueña –. Sí, claro, no hay ningún problema.
Ten toma algo de dinero, cariño – le dijo aquello último a Ben –.
Dáselo a tu madre, ¿sí?
- Claro, señora – respondió Ben amablemente.
- ¿Y para mí, mami? – bromeó el joven con la playera de Nirvana.
La pelirroja mujer sobó el cabello de este y les dijo – Cuídense, niños, por
favor. Los quiero a todos.
Se despidieron todos de la mujer con besos en la mejilla y se fueron
rumbo a casa del rubio, aunque no sin que antes Richie abriera la nevera y
sacara un plátano de allí. Karen solo se mordió el labio inferior y rodó los
ojos, de manera alegre. Adolescentes, pensó, siempre están hambrientos.
Rumbo a la casa de Ben, todos estaba hablando sobre los chicos que
habían conocido aquel día. Ben les contaba que Mike le había hecho
conocer infinidad de datos informativos sobre los hongos y la naturaleza
en general. Le dijo cómo se sentiría al comerlos, cuánto tardarían en
actuar, cómo debe ser el ambiente para no pasarla mal y demás cosas. Así
que ahora se sentía mucho más cómodo con lo que harían mañana y
estaba dispuesto.
- Sí, yo creo que todos son muy amables y buenos. Algunos son
algo atractivos también – dijo la pelirroja con dobles intenciones
– ¿No crees, Rich?
Richie caminaba lánguidamente, con sus manos en los bolcillos y pateando
una piedra mientras escucho a su amiga decir aquello, la miró y trago
seco. Se había puesto nervioso con la sugerencia de la chica. Los otros dos
se sonrieron con complicidad.
- Sí, yo también lo creo, Bev – dijo Ben –. Además, a algunos les
comió la lengua el gato, también. ¿No crees?
- Así es, mi querido Ben, eso mismo estaba por comentarte
Richie decidió que era suficiente – Ok, ok. Ya estuvo – soltó haciendo un
gesto con la mano –. Sí, puede que me haya quedado en blanco con en
frente de esos chicos, pero tampoco fue la gran cosa.
- Mmm, yo creo que fue solo uno de ellos el que te inquietó tanto
– la pelirroja continuó –. Simplemente es que eres tú tan tú.
Siempre atrevido, siempre por delante, con tus chistes. Y con ese
chico, solo te quedaste ahí con cara de bobo. No lo sé, me
sorprendió – se sinceró la joven.
Lo pensó un momento, y era cierto, ese chico lo había hecho sentir raro. Él
sabía que le gustaban los chicos, ya había sentido cosas con otros niños
cuando era más joven. De hecho, lo habían golpeado una vez cuando tenía
algo así como ocho años. Estaban todos los niños de la cuadra jugando en
el parque y le había tomado la mano a uno de sus mejores amigos, su
nombre era Louis, según recordaba. Louis no parecía enojado en un
principio, pero luego se acercaron algunos chicos más grandes y
empezaron a cuestionar, muy enojados, lo que estaban haciendo. Uno de
ellos separó sus manos de un tirón, no fue nada agradable. Después otro
comenzó a preguntar que qué `carajos´ hacían, y le decían que no querían
`maricones´ en su pueblo. Que les darían una lección y se los llevaron a
rastras a ambos hacia un lugar apartado en el que los golpearon
salvajemente y les llenaron la boca con barro. Luego de eso Richie llegó a
casa con barro en toda su ropa y heridas en su rostro y espalda, pues lo
habían pateado entre los tres chicos cuando cayó al suelo. Su mamá le
explicó que no debía hacer esas cosas porque la gente lo `malinterpretaría
´. Además, en muchas otras ocasiones había oído palabras como aquellas,
se las decían a los chicos más débiles, palabras como `nena´ o `maricón´,
eran muy comunes en Derry. Las oía a diario.
Y todas esas situaciones le dieron una lección muy valiosa a Richie, a la
gente le enojaban muchísimo cualquier cosa que se relacionara con ser
gay o, incluso, ser débil. Como si fuesen sinónimos prácticamente.
Por eso mismo estaba enojado consigo al haberse quedado mirando así a
ese chico. Se había expuesto, él sabía que sus amigos lo apoyaban, ya
había hablado con ellos al respecto hace tiempo, por esto se sentía tan
cómodo con ellos. Pero lo había hecho en frente de cuatro desconocidos.
Fue un grave error para él y se arrepentía. Pero, al mismo, tiempo sintió
que fue un impulso, algo que le salió desde dentro. Si se hubiera podido
controlar lo hubiese hecho. Pinky promise.
- Sí, lo sé – respondió al fin –. Fue raro, lo siento.
- No, Rich, no debes disculparte. Está bien, solo que tú siempre
eres tan precavido que me sorprendió que prácticamente te
lanzaras a sus brazos – bromeo la chica para alivianar la tensión
de su amigo. Realmente funcionó, ya que Richie enderezó la
espalda.
- Si, Rich – comenzó el rubio –. Ese chico era bastante guapo, la
verdad.
El mencionado le sonrió de lado a Ben y suspiró – Pues, de hecho. Ben,
amigo mío, debo confesar que es uno de los niños más bonitos que he
tenido el placer de avistar – completó risueño el joven.
- Pues déjeme decirle, joven Tozier – interrumpió la menor –, que
aquel mozo debe de creer, indudablemente, que es usted un
apolíneo joven, de todas maneras. De lo contrario, debo admitir,
que creo que debería visitar el consultorio de un buen
oftalmólogo – concluyó imitando el acento británico del que su
madre era amante.
Entre risas y bromas sobre Richie y Eddie, llegaron a casa del chico
robusto. Los papás de Ben los saludaron con vigor, apretaron las mejillas
de Beverly y estrujaron al más alto. La pelirroja y el azabache se conocían
desde los siete años, en un parque. Ella estaba sentada haciendo moldes
en la arena con su pequeño balde de plástico azul, cuando vino un niño y
los pisoteó con fuerza a cada uno. La adorable niña se levantó del suelo,
miró al niño que seguía esperando a que ella dijera algo, y le estampó su
baldecito cargado con el contenido del arenero sobre su cabeza. El niño,
lentamente se sacó el balde de allí, se limpió un poco su ropa. Ni siquiera
gritó ni dijo nada solo se limitó a extender su mano y presentarse como
Richie Tozier. Se hicieron inseparables desde entonces. Ambos tenían un
carácter fuerte, y siempre que podían, defendían a los niños más
pequeños de los abusivos de la escuela. De hecho, así fue como
conocieron a Ben.
La joven pelirroja caminaba por los pasillos de su nueva escuela
secundaria, las clases habían terminado y ella estaba yendo a por Richie.
Habían quedado que se verían al terminar fuera del salón de primer año
del chico de bucles. Beverly estaba colocándose distraídamente su
campera de abrigo cuando creyó oír un suave sollozo dentro del baño de
niños. Paró en seco. Casi no había estudiantes así que si lo que había oído
era acertadamente un llanto, si hacía silencio, lo volvería a oír. Y otra vez,
ahí estaba ese sollozo de nuevo. Se preocupó y por un segundo creyó que
lo correcto era ir a buscar a Richie para que él pudiera entrar a ver qué
pasaba, ya que era un baño de chicos. Pero sus instintos fueron más
fuertes, así que solo se fijó a los lados para que nadie la viera y abrió la
puerta.
- ¿Hola? – preguntó suavemente mientras se acercaba al cubículo
del cual provenía aquel sonido, este cesó casi al instante – Soy
Beverly Marsh, ¿está todo bien ahí? – pobre niño, pensó, se
preguntaba qué le habría pasado. Pudo oír algunos movimientos
rápidos y atolondrados dentro.
- Eh, sí – dijo una vocecita algo ronca, quizá por haber estado
llorando –. Estoy bien, gracias – soltó apresuradamente.
Luego de eso, Ben esperó un poco para asegurase de que la joven se
hubiera ido, y abrió la puerta. Pero entonces, cuando salió, la pelirroja
pudo verlo. El joven estaba que chorreaba pintura de todos colores por
cada parte de su ser. Puso los ojos grandes.
Él pegó un saltito de sorpresa al verla ahí, sentada en los lavabos. Al
mirarla a los ojos la chica tenía una expresión de horror pero se suavizó
cuando cruzaron miradas. Ella suspiró pesadamente, le regaló una sonrisa
tranquilizadora y le dijo – Entiendo que no hayas querido mencionar esto
cuando te pregunté pero oí que alguien lloraba desde afuera y quise ver
qué ocurría.
Cuando mencionó el llanto, el pequeño rubio le esquivó la mirada algo
incómodo, pero luego la volvió a mirar. Le obsequió una sonrisa
tranquilizadora a la pelirroja quien la correspondió de inmediato y le dijo –
No debes preocuparte. En serio, estoy bien.
La chica bajó del lavabo y se acercó a él mirándole a los ojos, extendió su
mano en forma de saludo, él miró su mano y le hizo señas a la chica
señalándose a sí mismo para que mire lo obvio. Ella automáticamente
ignoró esto. Estrechó la mano de él y dijo – Soy Beverly, Beverly Marsh.
- Yo soy Ben, Benjamin Hanscom. Es un gusto – sonrió
vergonzosamente hacia la chica –. Estamos en la misma clase de
sociales con la señora Anderson.
- Bueno, Ben de sociales, ¿me dirás que fue lo que te pasó?
El muchacho estaba resignado, ya lo habían visto cubierto de pintura, que
había sido el principal motivo por el cual se ocultó en los baños desde un
principio. Así que le contó brevemente a la pelirroja el cómo había
ocurrido tal desastre.
Había sido algo así, excepto que mantuvo el anonimato de los tres chicos,
Henry Bowers y Patrick Hockstetter lo metieron junto con Robin Friedman
al baño de hombres mientras esta última se quedó en la puerta viendo
que nadie entrara. El hijo del comisario le vació varias latas con pintura
acrílica sobre su cabello y ropa, a la vez que Patrick lo tenía inmovilizado
contra una de las paredes del cubículo, riéndose. El chico intentaba
desesperada e inútilmente escapar de ellos sacudiéndose y retorciéndose,
pero en uno de estos movimientos, se calló su walkman al suelo de aquel
sucio baño. Bowers apenas lo vio, saltó sobre este con todo su peso una y
otra vez. Los tres cobardes salieron corriendo después del ataque. Y Ben
se quedó ahí, lamentando la pérdida de su mejor amigo pensando en qué
le diría a su madre cuando lo viera así.
- Por eso estaba – tosió incómodamente – llorando cuando me
encontraste.
- Pues, Ben, déjame disculparme por esos imbéciles – decía con
honestidad –. Y permíteme ofrecerte un lugar donde quitarte
todo esto, y algo de ropa limpia.
- No lo sé, Beverly. No quiero estropear tu casa y que luego tengas
problemas por mi culpa.
La joven, en respuesta, lo tomó de la mano y salieron juntos de la escuela.
Buscó a Richie afuera ya que creyó que había tardado demasiado como
para que su amigo siguiera esperándola en el salón. Y así fue, el rizado la
esperaba tumbado bajo su árbol favorito, un pino blanco americano en el
que siempre pasaban el rato. La niña tuvo que patearle las costillas para
que despertara, tenía el sueño pesado como un yunque.
El trío que pronto se volvería inseparable, fue directo a casa de Beverly.
Esta, en el camino, presentó al joven rubio a su mejor amigo y, por
supuesto, él se rió de Ben a carcajadas y luego lo saludó educadamente.
Al llegar a destino, la dueña de casa le ofreció al muchacho que se duchara
mientras ella le buscaba algo de ropa cómoda. Cuando estuvo limpio y
vestido, ella fue a presentárselo a su mamá. Mientras Richie se había
desmayado en el sillón del living.
La joven mujer estuvo encantada con el niño y le comentó, a pesar de las
protesta de él, que había puesto su ropa a lavar y la tendría lista para que
Beverly se la llevara a la escuela al día siguiente. El joven, ruborizado un
poco ante la idea de volver a ver a la pelirroja al otro día y otro por la
vergüenza de que otra persona lavara su ropa, aceptó. La amabilidad se la
cobró con un jugoso interrogatorio de cómo había terminado así. La
madre de la joven estaba indignada, quería ir al establecimiento educativo
y montar todo un número. Y es que, a decir verdad, estaba en lo correcto.
El niño había sido retenido contra su voluntad por unos niños apenas
mayores en el baño del colegio, era algo para llamar la atención, pero
bueno, el chico Hanscom logró persuadir a la tenaz mujer, ahora podía ver
de dónde venía esa seguridad que Beverly llevaba a todos lados con sigo.
La chica del grupo, a pesar de que Ben no había mencionado ni nombres
ni apellidos de los implicados en su agresión, después de algunas semanas
los había conseguido y tuvo que jurar venganza de alguna manera. Ben era
tan dulce que no se merecía, de ninguna manera, aquel espantoso trato.
Un día, cuando los tres dummies, como le gustaba referirse a ellos,
descuidaron su mochila por un momento al final de las clases y al costado
de un árbol, les puso unos cuantos petardos dentro, los encendió y corrió
lejos.

Cuando el show de comienzo, ella estaba a, por lo menos, doscientos


metros de distancia. A pesar de esto, pudo contemplar el espectáculo de
perfectamente, se regocijó con aquello. Bowers nunca supo qué los
golpeó.

Estaban ya sus estómagos repletos con puré de papas y bastones de carne


empanada y frita que la mamá de Ben había hecho. Así que decidieron
que era hora de ir a acostarse, pues mañana los esperaba un día largo. Se
levantaron de la mesa agradecidos por la comida.
Mientras Ben llevaba almohadas a la habitación y Richie acomodaba las
bolsas de dormir en el suelo de esta, Beverly cepillaba sus dientes en el
cuarto de baño del piso de abajo.
Pensaba en aquel día. Había habido varias situaciones similares con Ben
después de eso, no con respecto a Bowers sino a las miradas que se
lanzaban el uno al otro y cosas parecidas. Claro que en ese entonces eran
unos niños, pero, Beverly pensó, ´ya no más`. Ahora eran todos unos
bonitos muchachos de quince años, a los chicos les cambió la voz, ella le
había crecido sus pechos, sus caderas se ensancharon un poco y se sentía
bastante atraída hacia los chicos. Aunque había uno que estaba encerrado
en una jaula en su cabeza y parecía que alguien se había tragado la llave, y
era el niño que ayudó en su casa ese mismo día.
Ben era una gran persona, siempre atento a los detalles, pues se la pasaba
recomendando a Beverly bandas nuevas para escuchar y se podría decir
que difícilmente le disgustaban a la pelirroja. También le regalaba cosas
todo el tiempo, no caras ni ostentosas, cosas como flores que agarraba de
la calle o libros que al él le habían gustado. Y la chica no podía estar más
feliz por esto, cada cosa que Ben le había entregado alguna vez la tenía
guardada en una caja de cartón de color naranja dentro de su closet. Una
vez, cuando Richie llegó empapado a su casa por culpa de una fuerte
tormenta, su amiga le ofreció que tomara un suéter de dentro de este. Allí
encontró la dichosa caja y le hizo un interrogatorio digno del FBI el cual
finalizó con la chica, roja como un tomate, confesándole a su amigo que
sentía algo por el joven rubio.
Pensar en aquello le ponía un poco triste porque, por supuesto, Ben no
sentía lo mismo. Bueno, en realidad, ella creía que este algo se traía entre
manos, pero al mismo tiempo ninguno de los dos había hecho nada por
quitarse sus dudas. Así que seguía todo igual desde hacía un par de años
ya.

Mientras tanto en el piso de arriba, Ben y Richie ya habían terminado de


abrigar las bolsas de dormir y se habían puesto uno en cada una de estas,
pues prefirieron dejar a su amiga en la cama.
- Oye, Ben.
- Mmm.
- Creo que deberías hablarme un poco sobre los hongos, quiero
estar un poco más informado. Hasta ahora solo he probado
alcohol, tabaco y marihuana una sola vez.
- Está bien, te contaré lo que me dijo Mike.
Justo al acabar esta frase, entró Beverly por la puerta. Empezó a
acomodarse mientras Ben hablaba.
- Pues dijo que son alucinógenos, o sea, que cambian la manera
en que la vista, y a veces el tacto, perciben las cosas –
comentaba a la vez que veía a Beverly –. También me dijo que
debe ser en un ambiente tranquilo en el que no nos sintamos en
peligro o podría hacernos pasar por un mal viaje.
La pelirroja apagó la luz. Ben suspiró.
- Dijo que tardaran unos cuarenta minutos más o menos en
actuar.
- Pues estoy algo ansiosa por probarlos – dijo ella.
Luego de esto sus dos amigos se quedaron dormidos, pero a Richie le
costaba conciliar el sueño. Pensaba. Pensaba en los alucinógenos y en su
padre, pensaba en el verano y el chico de aquel día. En que era muy
bonito y le gustaría que sea su amigo para así poder conocerle un poco
más, al menos.
- Ey, Bev – susurró – ¿Estás despierta? Pss.
- Pues, ahora sí, Rich – dijo algo fastidiada.
- Bev – hizo una pequeña pausa –, ¿tú crees que sería muy
arriesgado que invite a salir a un chico?
- Pues – pensó –, no. A ver, tienes que probar antes de ser directo,
ve rodeándole. Hazle insinuaciones y, quizás, si captas que tú
también le gustas, puedes preguntarle. Creo que será lo mejor
para evitar una posible paliza, amigo mío – terminó de decir con
una débil sonrisa.
- Ok, gracias, Bev – dijo –. Te quiero.
- Yo también te quiero, tonto.

En esa misma noche, pero en otro lugar.


En ese mismo pueblo en el que nada ocurre, pero en otro hogar,
otra cabecita estaba que no podía soñar.

Capítulo II
El pequeño Eddie Kaspbrak daba vueltas sobre sí mismo en su cama,
estaba teniendo un sueño un poco turbulento. Tenía su cuerpo sumergido
hasta la cintura en arenas movedizas y estaba completamente
desesperado, pero no podía hacer nada, de hecho, cada vez que gritaba se
hundía más y más. Hasta que notó algo sobre su cabeza.
Estaba en lo que parecía ser una selva, rodeado de árboles y plantas
cuando, de repente, todo comenzó a sacudirse por presión del aire.
Levantó la mirada y vio un helicóptero bajando a un lado de donde él
estaba.
Una figura bajó de él y se acercó, apenas podía verle, pues la escena era
muy confusa pero era un hombre joven, aparentemente. Sobre su cabeza,
unos rizos oscuros algo húmedos, quizá por el clima del lugar, vestía una
suerte de uniforme militar con botas y pantalón color arena.
El jovenzuelo, que estaba completamente desesperado en un principio, se
sintió repentinamente en calma con su presencia. No comprendía
demasiado qué sucedía pero parecía que el chico venía a rescatarle de
aquella desagradable tribulación.
De improviso, el otro joven enterró sus manos en aquel espantoso mejunje
natural, tomó con una seguridad asombrosa sus caderas y tiró de ellas. Era
algo sobrenatural, pues nadie tiene tanta fuerza pero qué sabrían los
sueños de las leyes de la física. Lo cargó en sus brazos y Eddie le rodeó el
cuello con los suyos, cuando hizo esto, pudo ver su cara.
Se despertó, exaltado. Aquello había sido raro. Ese rostro. Claro, era aquél
chico de cabello negro que había conocido el día anterior en el bosque. El
chico ese simplemente se quedó ahí, mirándolo fijamente y frente a todos
sus amigos, le pareció algo tonto, pero le dio un poco de curiosidad
también. Por qué se le habrá quedado viendo así, quizás lo reconoció de
algún otro lado, por ahí de la escuela o quizás solo era algo bobo, y ya.
Ahora no importaba eso, su alarma había sonado, eran las siete de la
mañana. Había hecho planes con sus amigos para eso de las tres de la
tarde pero, si quería ir, debía hacer sus quehaceres con más ímpetu que
nunca. Ayer su mamá se enojo bastante con él y sus amigos, había llegado
algo desarreglado por haber estado en el bosque y tenía sus Nike Cortez
repletas de barro.
Él sabía perfecto que su mamá estaba exagerando y se avergonzaba cada
vez que ella reprendía a sus compañeros por cosas que había hecho él,
pero siempre fue así y él la amaba tal cual. Aunque le gustaría más
libertad estaba bien así.
O eso era lo que se había convencido a sí mismo de querer pues cada vez
que se enojaba con ella revivía aquella pelea que habían tenido hacía un
par de años atrás. Había sido algo tonta pero ese no fue el problema sino
lo que sucedió a consecuencia de esta.
Discutían porque Ed quería ir con sus amigos de campamento al Acadia
National Park, al sureste del estado, pero a su madre no le gustó ni un
poco la idea de que su niño se alejara de ella tanto tiempo ni que
estuviera al cuidado de otras personas y mucho menos con ¨esos
revoltosos dando vueltas por ahí¨. No, claro que no dejaría que eso
pasara.
El chico exponía duramente su punto con los mejores argumentos que
alguien de doce años podría encontrar, cuando vio que a su madre se le
habían subido los colores. Tenía la cara roja, se veía acalorada, pero
apenas era primavera así que no podía ser por el clima. Entonces paró un
momento para preguntarle si se sentía bien.
Al final, tuvo que llamar a una ambulancia.
Su mamá estuvo internada unos días en el hospital. Le habían dicho que
sufrió un pico de tensión por estrés. Recomendaron hacer reposo y que
intentara no recibir emociones fuertes por un tiempo. El muchacho se
encargó de darle atención en su casa.
Durante un tiempo, el chico, quien apenas estaba entrando en la
adolescencia, tuvo que encargarse al completo de su casa. Su mamá
recibía una pensión por la muerte de su esposo, Eddie no lo había
conocido pero su madre siempre le hablaba de él. Había muerto cuando el
joven recién había nacido en un desafortunado accidente de auto. Fueron
precavidos y cuando nació su hijo contrataron un seguro de vida, esto más
la pensión mensual por su fallecimiento, le dieron la oportunidad a su
mamá de abrir un pequeña tienda de artículos de limpieza en la calle
principal de la ciudad de Derry.
Entonces, él se encargaba de hacer las compras para la casa, atendía la
tienda con ayuda de algún vecino e intentaba que su madre no hiciera los
quehaceres. Con el tiempo, poco a poco, su mamá se fue recuperando y
pudieron repartirse los deberes entre los dos. Pero ese incidente quedó
grabado a fuego en su mente. Esto provocó que se sintiera impotente
cada vez que su mamá lo mandaba. Y ella casi no había cambiado, seguía
sin llevarse con sus amigos, no lo dejaba ir casi a ningún lado, siempre
tenía que estar inventando excusas. Pero no podía hacer nada, su madre
era frágil y el era responsable por ella.
Se levantó de su cama buscando sus chanclas con la mirada, las vio debajo
de su mesa de noche, se las colocó y fue al baño. Vio su cara en el espejo,
recordó el día anterior una vez más, le encantaba pasar el tiempo con sus
amigos, sonrió. Al hacer aquella mueca, se dio cuenta de que algunos
bellos salían de manera desordenada en su mentón y sobre su labio
superior. Decidió que se afeitaría luego de ducharse, pues le parecía que
le daban un aspecto algo sucio.
Ya cambiado y arreglado, bajó a la cocina para hacer el desayuno. Después
de colocar el agua sobre el fuego, fue a la puerta principal donde su madre
le había hecho dejar sus zapatillas el día anterior. Corrió al lavabo de la
concina y las remojó, comenzó por quitar los cordones.
Al terminar, su calzado había quedado como nuevo, el rojo del logo estaba
brillante. Apagó el fuego y salió al patio trasero con algunas pinzas de ropa
en una mano y las Nike Cortez en otra. Volvió a la casa para continuar con
el resto del desayuno: un bol con ensalada de frutas y un té de hierbas.
Siempre que a él le tocaba hacer de comer, generalmente, el desayuno y
la cena, el jovenzuelo preparaba alimentos saludables, ya que a Sonia, su
madre, los doctores también le habían recomendado llevar algo de
cuidado en su dieta.
Terminó de preparar todo y fue a despertar a la mujer. Eran ya las ocho de
la mañana y sabía que era la hora en que se despertaba usualmente. Él
terminaría de comer y se iría en bici al centro, ya que le tocaba abrir la
tienda.
Se colocó su fiel cangurera, unas alpargatas viejas, una gorra blanca y
salió.
El sol pegaba tan fuerte que lo único que podía pensar era en tomar un
enorme vaso con hielo y Light Coke en su patio trasero, además el sueño
de esta mañana no fue lo único que perturbó su descanso, la noche
anterior estuvo dando vueltas y vueltas en su lecho hasta pegar ojo.
Desde que le sucedió aquello a su madre y tuvo tantas presiones en su
vida, había noches en las que le costaba dormirse más que otras. Pensaba
que se quedaría solo, que estropearía el negocio de su familia, que le iría
mal académicamente o cosas como esas. Encontró como solución a su
insomnio ocasional, la música. Se refugiaba en los brazos de todos los
autores que sus amigos le habían regalado alguna vez, Bruce Sprigsteen,
Abba, Bob Dylan, The Smiths y demás.
Ahora estaba en esas también, escuchaba `Dancing Queen´ mientras
pedaleaba enérgicamente hacia la tienda intentando ir por debajo de la
sombra de aquellos árboles en el camino. Al llegar dejó su bici a un lado
cuando comenzó a sonar `Stand by me´ de Oasis, la cantaba suave pero
apasionadamente cuando alguien le tocó el hombro varias veces. Volteó
algo horrorizado de que lo hubieran visto en esa situación. Pero su rostro
se relajó al instante, pues ahí estaba ella, con la sonrisa más bonita. La
chica que le había regalado su primer beso y con quien se imaginaba
cuando escuchaba canciones románticas.
La veía en algunos años, con sus hijos y teniendo una casa en el campo,
libre del ruido de la ciudad y la gente mala. Tendrían dos niños, un perro y
un gato llamados Relámpago y Trueno, respectivamente. El nombre de los
niños los elegiría ella, por supuesto.
Su nombre era Laurel, tenía unos atractivos diecisiete años y ayudaba a la
madre del joven con la tienda algunos días de la semana. Eddie sabía bien
cuáles. Cuando la conoció, hacía un año, quiso saber más sobre ella al
instante, pero no quería preguntarle a su madre, ya que sabía que la
mujer lo avergonzaría frente a la joven de alguna manera. Así que
simplemente, fue a la tienda durante una semana completa y supo sobre
sus horarios, días y horas, como todo un acosador.
Cuando salió de su ensoñación, tuvo que atender a lo que la joven le
decía.
Ella se quedó esperando una respuesta de él, pues le había hecho una
pregunta que, claro, él no escucho por andar soñando despierto.
- Entonces… – dijo ella dejando el espacio, cuando se dio cuenta
de que el niño no le había hecho caso, repitió - ¿Irás al festival?
Es dentro de una semana.
- Oh, sí, claro – soltó torpemente.
- Ok – ella se le quedó mirando un momento algo extrañada por
su comportamiento –, ¿abres tú o abro yo?
El muchacho al escuchar esto, sin decir palabra, se puso manos a la obra.
Tomó las llaves de su bolsillo para abrir el candado que bloqueaba la
cortina metálica de la tienda. Cuando la tuvo arriba, abrió la puerta de
vidrio e ingresó junto a su compañera.
Era un lugar pequeño pero tenían su clientela recurrente, así que no se
podía quejar de cómo les estaba yendo. Gran parte de sus clientes
habituales eran señoras mayores lo que hacía de su jornada laboral algo
aburrida pero, al menos, evitaba a los matones del pueblo. Eso siempre se
agradece.
Tenía que estar ahí hasta el mediodía así que se puso a hacer tiempo
acomodando los jabones de tocador en canastitas, separándolos por
color, forma o si tenían perfume o no. A la vez conversaba cómodamente
con Laurel. Eran muy buenos amigos, a decir verdad. Aquel último año en
el que empezaron a trabajar juntos, se conocieron bastante bien.
Se sentía sumamente cómodo contándole cosas a ella, y ella no parecía
tener problemas para contarle cosas a él. Solía hablarle sobre su situación
familiar y sobre cómo sus padres solían discutir mucho, sobre todo en
domingo, cuando su papá no iba a trabajar y se quedaba en casa bebiendo
cerveza y mirando la televisión, lo que hacía molestar mucho a su madre.
También le había contado sobre sus planes a futuro. Primero, la
Universidad de California, para alejarse de `este sucio lugar´ según sus
propias palabras; luego montaría su propio bufete de abogados en
Hollywood que se encargaría de las demandas de los actores a las
productoras y viceversa. Eran grandes planes, según Eddie, pero le
deprimía un poco cuando le hablaba de ello tan fervientemente, con sus
ojitos azules repletos de ilusión, ya que él había imaginado otra cosa para
ambos.
Aunque siempre había dado por sentado que nunca se confesaría pues se
consideraba un cobarde total, el beso que se habían dado hacía
exactamente una semana atrás, le había hecho creer otra cosa sobre ellos
dos.
Había tenido lugar después del trabajo, en la tarde de un día de lluvia de
verano. El olor del concreto húmedo se colaba por cualquier rendija y
habían entrado solo seis personas en todo el día. Ambos jóvenes se
encontraban solos, a Ed no le tocaba trabajar esa tarde pero su madre
debió hacer unos trámites y tuvo que encargarse él.
Estaban aburridos y encontraron divertido comenzar a hacerse preguntas.
Preguntas sobre la familia, la escuela, los amigos, hasta que…
- Oye y, ¿qué hay de tu primer beso? – preguntó ella sentándose
en una silla. Él hizo lo mismo.
El pequeño muchacho de rulos café se heló por un instante, su cara estaba
en llamas, parecía un pimiento habanero. No sabía que contestar, le daba
mucha vergüenza admitir que no había besado nunca a nadie pero sobre
todo le aterraba que ella supiese esto. Aunque definitivamente debía
contestar, pues tampoco quería que ella lo viera dudando tanto por una
simple pregunta.
- Ok – muy tarde –, no has dado tu primer beso – dijo ella y,
aunque él se imaginó esas mismas palabras saliendo de su boca,
no utilizó el tono burlesco con el qué él había pensado que se lo
diría.
- Pues – respondió al fin – no. No he besado a nadie aún.
Ella se le quedó mirando, esto lo puso algo incómodo porque creía que de
alguna manera se estaba aguantando la risa o que simplemente analizaba
lo fracasado que era.
- ¿Qué pasa? – preguntó intentando suavizar su voz.
- Lo siento, nada. Solo me sorprende.
- Bueno, algunos de mis amigos tampoco han besado a nadie
nunca, así que no soy tan raro.
- No dije que fueras raro, de hecho, eso fue lo que me sorprendió
– dijo mirándole fijamente a los ojos –. Eres muy lindo, Ed. Y las
chicas pronto se darán cuenta.
Ella lo miraba y él intentaba no cagarse en sus pantalones, estaba en un
momento tenso así que lo único que pudo hacer fue sonreír mirando al
suelo y soltar un pequeño `gracias´. ¡Qué cobarde!, pensó
Luego de eso entraron dos personas al local así que los dos chicos tuvieron
que atenderles, cuando estos se fueron, dieron por terminada la jornada y
se dispusieron a acomodar todo para el día siguiente en completo silencio.
Ya estaban fuera de la tienda, el joven Kaspbrak no había llevado su
bicicleta ese día pues no quería mojarse ni mancharse con barro la
espalda. Así que decidió que acompañaría a Laurel a su casa después de
enterarse que ella no traía paraguas.
Una vez más, estuvieron hablando y hablando durante todo el camino.
Estaban despidiéndose en la puesta de su casa, cuando comenzó a llover
más fuerte y Ed se percató de que estaba cayendo agua en la mochila que
llevaba puesta la chica, así que dio un paso cerca de ella para intentar
cubrirla.
Ella se quedó en silencio mirándole a los ojos. Él, por un instante, sintió
algo de curiosidad por cómo se verían sus ojos de cerca. Entonces, la miró.
Se brotó de vergüenza su rostro y sintió como se contraía su estómago de
cosquillas. Pero valió la pena, ver esos orbes oscuros de noche era algo
por lo que presumir toda la vida.
Habían pasado algunos maravillosos segundos, mientras sentía que su
nuca y espalda se empapaban de agua de lluvia, cuando vio una pequeña
sonrisa descansando en sus labios.
Luego ella llevó su mano detrás de la oreja del joven de bucles castaños y
cerrando no solo sus labios sino también la distancia entre ambos, le besó.
Fue un beso suave y tierno que tan solo duró un instante pero para el
muchacho se sintió como un huracán que empezó en su boca y acabó en
la punta de sus dedos del pie. Algo nuevo y completamente alocado.
Había sido su primer beso y le había gustado, la chica le gustaba, todo
había estado de lujo.
Pero después de eso, ella entró a su casa, él se fue caminado a la suya, y
no volvieron a hablar del asunto. Ella no había iniciado la conversación y él
realmente era demasiado tímido para hacerlo.
Aunque siempre había sido así de cobarde, como decía él mismo, eso le
había hecho cambiar de parecer un poco. Lo meditó durante varios días,
incluso había pedido la opinión de sus amigos.
Había escuchado a Bill decir que sí daba mucho miedo y que el cuerpo se
tensa pero que si intentas parar esa catarata de pensamientos negativos
durante un segundo apenas, te dices a ti mismo que nada pude salir mal y,
con ese impulso das el paso, el resultado puede ser toda una sorpresa. O
no. Pero que nunca está de más el intento.
En cambio Stan pensaba que si no se sentía del todo cómodo y creía que
lo mejor sería esperar un poco, pues eso sería lo indicado. Esas cosas
tienen que darse solas, según él, no pueden forzarse.
Por ese motivo, ahora estaba absolutamente decidido y dispuesto. Tenía
un plan, para ser específicos.
Este sería el último verano de la joven de ojos azules en Derry, así que
encontraría el momento perfecto para confesarse y hablar sobre el beso, y
los hijos, Relámpago, Trueno, la casa en el campo. Bueno, por ahora solo
hablaría del beso.
- Oye, entonces, dices que el festival es dentro de unos días, ¿no?
– dijo él de repente a la vez que acomodaba unos aromatizantes.
- Eso mismo – ella ponía precio a unas cajas de jabones –. ¿Irás?
- Si, obvio, ¿vamos? - o sea - ¿Vas tú también? – titubeó.
- Claro – respondió ella –. ¿Cómo vas con tus amigos?
- Bueno, pues bastante bien. Hoy quedamos en la cantera para –
dudó si contarle o no sobre los hongos – nadar un poco. Además
conocimos unos chicos en el bosque ayer.
- Vaya, un encuentro inesperado, eh – ella parecía genuinamente
interesada –. Y, ¿son geniales o son una panda de imbéciles
como la de Bowers?
Ok, le contaría, necesitaba despejarse dudas, Mike le había informado un
poco pero él jamás probó drogas así que le preguntaría, ella era mayor y,
si la conocía un poco, sabía que era algo alocada.
- No, la verdad sí son un poco geniales. Un chico me dio la razón
con respecto a mi argumento de que Jason es mejor que Freddy.
Ella se rió fuertemente. – Sí, claro – Ya habían discutido sobre que slayer
era el mejor y la joven no estaba de acuerdo con el muchacho para nada.
- Oye, sabes, Mike nos llevó al bosque adrede ayer. Porque pues,
quería buscar hongos cerca de los árboles.
- Ok, Mike me agrada, pequeño – respondió ella con seguridad –.
Así que van a comerlos hoy, ¿tú también?
Él lo dudó, pero sintió que se vería tonto rechazándolo frente a ella, así
que solo dijo – Claro, todos lo haremos.
- Cool – luego se quedaron un minuto en un silencio algo extraño
–. Sabes recuerdo haber comido hongos en la secundaria.
Recuerdo que me puse a llorar porque mi mejor amigo no sabía
si ir al baile de invierno con un moño o con una corbata – intentó
tranquilizar al chico.
- ¿Qué? – dijo él algo confundido, cómo alguien podía llorar no
solo por un problema de alguien más sino que por uno tan tonto
como ese.
- Exacto, es que luego me dijeron que las setas hacen que
empatices de una forma extremadamente ridícula – soltó una
pequeña risita que quedó posada en sus ojos un rato más.
- Ya veo – él sonreía mientras la veía haciendo otras cosas.
- No debes de preocuparte Ed, tus amigos son buenos chicos y van
a cuidarse entre todos – ella dijo esto con un aire de tristeza –.
Hubo una vez, cuando mis papás me enviaron a un campamento
de verano, en que conocí a unos chicos. Estuvimos una de esas
noches bebiendo y riendo junto a una fogata que habíamos
hecho cerca del lago, y a alguien se le ocurrió tomar LSD. Eso no
estuvo nada mal, de hecho fue muy agradable. Pero, entrada la
noche, a alguien le pareció sumamente divertido tirarme a mí, yo
no estaba de acuerdo, al agua. Y sabes, jamás debes hacer eso.
Me refiero a hacer preocupar o alterar a alguien que consumió
drogas duras, sobre todo si es la primera vez. Me desmayé y
tuvieron que hacerme resucitación. Fue de las peores cosas de
mi vida.
- Eso no me deja nada tranquilo, sabes.
Ella soltó una carcajada que hizo sonreír profundamente al castaño – No,
tonto, lo que quiero decir es que a ti no te pasará eso porque tus amigos
son geniales, según lo que me has contado, ¿cierto?
- Los mejores.

Por la vereda del lado opuesto a la Tienda de Artículos para el Hogar de la


familia Kaspbrak, se encontraba caminando a un lado de su bicicleta, un
risueño y silbador Richie Tozier, pues parecía que alguien había olvidado
compara las bebidas para ese día.
Al joven le gustaba la idea de estar un rato a solas en la calle principal. Le
parecía encantadora la idea de ver a la gente haciendo sus cosas y, no iba
a negarlo, algunos muchachos del pueblo se había puesto bastante
guapos. Por su puesto que el tampoco iba mirando así como sin disimulo,
pues no quería que se lo llevasen a los Barrens y nadie lo volviera a ver.
Pero, de todas maneras, él les miraba, le gustaban. Los hombres eran
sumamente atractivos para él y se sentía bien cuando pensaba en ellos. Le
atraían físicamente pero también había veces en las que veía a un
muchacho y le parecía tan tierno que no podía evitar imaginarse cuidando
de él, dándole regalos, yendo juntos al cine, acostados en el parque
mientras él peinaba su cabello. Al menos los sueños son gratis.
Por ejemplo, ahí hay un muchacho rubio de unos dieciséis, alto. Se ve
bastante sexi cargando ese sillón sobre el camión. Pero es un segundo de
mirarlo, luego debe apartar la vista, si sabe lo que le conviene. Pero no
importa, ahí hay otro, un joven moreno al que se queda mirando
disimuladamente mientras apoya su bici sobre un poste de luz. Se ve
musculoso, como de su misma edad, aunque se ve que este tiene algo de
bigote. A Richie no le crecía vello facial aún.
Entrando a la tienda también pudo divisar a un joven que atendía allí. Era
pelirrojo, de unos veintitantos. Aprovechó la cola en que tenía que esperar
para mirarle más detenidamente. Era delgado, no como los otros dos
chicos que se veía que hacían ejercicio, pero su cabello era asombroso. A
medida que se acercaba, pudo ver que tenía unos ojos color miel que
seguramente podrían verse tan bien de cerca.
Richie pensaba en ese cabello rojizo entrelazado en sus dedos,
seguramente oliera a vainilla, como la tienda, hasta que una mano le tocó
la espalda y señaló al frente. El chico pelirrojo le miraba con cara de pocos
amigos y le decía `vamos, niño, dime qué buscas´.
El chico de bucles negros salió de la tienda con dos cervezas, cabizbajo y
con la cara inyectada en sangre. Rápidamente se dispuso a colocar la bolsa
con las botellas en el portaequipajes trasero de su bicicleta. Quería salir lo
más pronto de ahí.
Cuando estaba a punto de subir y salir pedaleando lo más fuerte que
pudiera, vio en la vereda de enfrente un chico castaño con el cabello
ensortijado. Este no solo le pareció precioso sino que, esta vez, lo conocía.
Era Ed, uno de sus nuevos amigos del bosque. Este estaba fuera de una
tienda borrando algo de un cartel. Richie no lo pensó mucho y cruzó la
calle con su bici a cuestas.
- Ey – dijo –, Eddie ¿qué tal?
El chico pegó un pequeño saltito de sorpresa, pues estaba abstraído por
completo – Eh, hola – respondió cuando vio quién era y se levantó, ya que
estaba de cuclillas –. Pues, estoy trabajando – le dio una sonrisa amable.
- Oh, no sabía que trabajabas. Bueno, en realidad, no sé nada de
ti, así que… – Richie trataba de relajar su pulso. Sentía el corazón
justo dentro de la laringe.
- Claro, es que nos conocimos a penas ayer. ¿Qué traes ahí? – dijo
señalando la parte trasera de la bicicleta.
- Oh, son algunas cervezas para hoy. Voy camino a la cantera ¿tú
vas? – preguntó yendo a un costado de la tienda para dejar su
bici recargada sobre la pared y volvió cerca del muchacho. Este
estaba ahora recargando el cartel y lo llevaba adentro.
- Sí, claro. Solo debo cerrar la tienda y anotar unos pedidos y ya
voy para allá.
- Pues, si quieres, puedo esperarte y vamos juntos ¿qué dices?
- En realidad, creo que voy a tardar un rato, no quiero hacerte
esperar.
- No me importa, honestamente. Puedo esperar por ti – dijo
aquello último en un susurro. Pudo sentir sus mejillas arder.
- Claro, Rich, como prefieras. Ven, puedes esperarme sentado, así
no te cansas – le ofreció una silla alta detrás de la caja
registradora.
- Oh, no, está bien. Mejor te ayudo así no haces todo tu solo.
El azabache iba a decir algo más cuando oyó una voz femenina que venía
de detrás de la tienda decir algo que no distinguió del todo pero si
escucho una palabra clave `Eddie-bear´. Esto le pareció curioso. Pues creía
que el joven estaba solo. Al instante salió de atrás de una cortina una
chica hermosa, parecía algo mayor que ellos. Esta se acercó a Ed y le dijo.
- Listo, pequeño. Ya podemos bajar la cortina – le despeinó el
cabello en el proceso.
- Ok – le sonrió bobamente, lo que fue percibido por el otro joven
en la habitación este carraspeó algo incómodo –. Oh, él es
Richie, es uno de los chicos que te conté – dijo alegremente
tomando un cuaderno de sobre el mostrador y comenzando a
anotar algo allí. Mientras los otros dos se presentaron.
- Bueno, Eddie, vas a tener que disculparme pero no creo que
pueda ayudarte a cerrar hoy. Mamá está en la ciudad por un
trabajo y mi papá no sabe siquiera calentar agua para preparar el
té. Así que debo ir a limpiar y cocinar – dijo bastante molesta con
la situación y apenada por no poder terminar su labor allí –.
Aunque veo que te dejo en buenas mano, ¿cierto, Richie?
- Claro, yo me encargo – le guiñó un ojo despreocupadamente.
La chica le regalo al azabache una amplia sonrisa por el gesto, se despidió
de ambos y se fue a casa.
Se habían quedado solos y en silencio, así que el castaño le pidió si le
podía ayudar contando unas velas aromáticas para ver cuales faltaban y
debían pedir a la distribuidora. Hicieron lo mismo con unos portes de
acondicionador de cabello y con unas esponjas para platos.
- Mm, Ed – dijo tímidamente el joven más alto intentando parecer
casual.
- ¿Sí? – respondió este mientras continuaba escribiendo en su
cuaderno.
- Esa chica – lo pensó una vez más, no quería que él se sintiera
incómodo, pero en serio quería saber algo –, ¿te gusta?
El chico Kaspbrak intentó no ahogarse con su propia saliva al escuchar eso,
no lo logró pues tosió fuertemente.
- ¿Cómo?
- Bueno, pues. Me dio la sensación de que ella te gustaba, lo
siento, quizás me equivoqué. No quise ponerte incómodo.
- No, está bien, no me incomodó – mintió, estaba aterrado. No
solía compartir sus sentimientos, a veces, ni siquiera con sus
amigos. Y que alguien que no conocía le expusiera así, vamos,
que no se desmayo porque estaba apoyado sobre el mostrador
–. Y, pues, bueno puede ser que me guste un poco ella.
- Oh.
Al muchacho de cabello negro se le retorció el estómago de tal manera
que creyó que, quizás lo mejor sería ir al hospital y que le revisaran que
todo esté en su lugar.
Siguieron haciendo el inventario en silencio un rato más hasta que Eddie
confirmó que ya era hora de irse. Bajaron la cortina metálica, tomaron sus
bicis y salieron rumbo a la cantera.
El camino fue algo silencioso también, el chico castaño intentaba hablar
de cosas triviales como música o el clima pero el otro chico parecía
distraído o enfadado. Así que se rindió poco antes de llegar a destino. Le
pareció algo extraño ese comportamiento pero lo dejo estar, ya se le
pasaría.
Sentados en una roca enorme en la parte baja de la cantera, estaban ya
todos los jóvenes del grupo. Stan estaba hablando animadamente con
Beverly, Bill estaba acostado sobre una toalla, al igual que Mike, tomando
el sol. Ben se había sentado a un lado de estos dos y charlaban
casualmente.
Los recién llegados fueron recibidos con un corto grito de festejo cortesía
de sus compañeros de aventuras. Estos dejaron tiradas sus bicis, Richie fue
a abrasar a su amiga pelirroja quien le correspondió alegre, pero le
preguntó disimuladamente al oído si estaba bien. Richie simplemente
asintió y le dio una sonrisa algo forzada. La chica dudó un poco pero llegó
a la conclusión de que luego hablarían.
Decidieron que comerían los hongos un poco más tarde, para poder
disfrutar el agua un poco más pues hacia bastante calor.
Estuvieron un buen rato bebiendo cerveza y nadando cuando a cierta
pelirroja se le ocurrió explorar el bosque, el día que habían estado
buscando las setas le había parecido maravilloso. Era fresco, pues había
mucha vegetación, pero los claros que se formaban por el espacio que
dejaban las copas de los árboles entre sí hacia que luciera muy luminoso. Y
esa misma luz hacia que todo lo verde se viera más fluorescente. Era una
vista que hacía que el ánimo le subiera hasta las nubes. No es que lo
necesitara por algo en particular, simplemente le ponía de buenas.
El joven de cabellos rubios la había visto adentrarse allí, asimismo decidió
que la iba a asustar. Entonces, se alejó del grupo saliendo del agua sin
intenciones de hacer mucho barullo. La chica caminaba a unos cuantos
pasos suyos, suspiraba y miraba hacia arriba. Inhalaba el aire fresco con
grandes bocanadas y sonreía a la naturaleza.
El muchacho estaba realmente concentrado en no hacer ruidos para que
el susto de ella sea genuino pero cuando se enfocó en su cabello que
estaba húmedo, más oscuro que de costumbre y se pegaba a su espalda
dejando gotas que se resbalaban como por un tobogán, su cuerpo se
desconectó de su cerebro. Pisó una rama seca que allí, en el profundo
silencio del bosque, pareció como si hubiese quebrado el tronco de un
árbol.
Ella giró instintivamente la cabeza dejando ver su rostro sin expresión
alguna hasta que vio quien había provocado aquel sonido y sus comisuras
casi tocan sus orejas.
- Hola – dijo él con los ojos sonrientes –. Lo siento solo quería
asustarte.
La pelirroja caminó más cerca de él – Normalmente la gente dice `Lo
siento, no quería asustarte´, Ben – decía risueña ya en frente suyo.
Estuvieron un rato mirándose, mientras sus pensamientos iban a mil. Ben
pensaba que ella era preciosa, Beverly pensaba que él era demasiado
tierno y lindo. Ella se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja
mirando al suelo algo avergonzada de cómo la estaba viendo. Ben notó
esto y se ruborizó un poco también así que decidió tomarle la mano a
Beverly y correr.
La joven corrió junto a él algo confundida pero fascinada de cómo se
sentía su mano con la de su mejor amigo. De repente el rubio paró en
seco, la chica apenas se percató de esto ya que estaba mirando sus manos
juntas. Pero cuando subió la mirada hacia adelante, vio que estaban frente
a una pequeña cascada en un claro en medio del bosque.
- Dios mío, Ben – expresó con asombro la muchacha –. ¿De dónde
salió esto?
- ¿Te gusta?
El lugar era maravilloso, como nada que haya visto en la vida real, quizás
alguna que otra fotografía de postal pero esto era sobrenatural. El color
dorado de los rayos del sol revestía las rocas que eran aliviadas de su
ardor por el agua de que caía desde arriba. Esta era tan clara que parecía
caribeña. Era un lugar alucinante.
- Me encanta – respondió simplemente.
- Sé que no puedo regalar algo que no es mío, y sobretodo nada
que sea de la madre naturaleza pero si pudiera hacerlo te
obsequiaría esto a ti – decía esto mientras alternaba el posar de
sus ojos entre ella y el césped silvestre.
La pelirroja joven sintió como esas palabras fueron directo a su estómago
haciendo que de allí subiera un calor hasta la punta de su lengua. Giró una
vez más la cabeza hacia el muchacho y le regaló una tierna sonrisa.
- Eres muy dulce, Ben – dijo –. Pero creo que Mike te mataría por
decir algo así.
Ambos rieron relajando la situación un poco. Cuando acabaron, ambos se
miraron cómplices.
- ¿Quién va primero? – dijo el chico robusto – Debe estar helada.
Beverly no lo pensó dos veces. Se lanzó de bolita, no estaban muy lejos del
agua así que no había maneras muy creativas de entrar. El chico no se
quiso quedar atrás así que allá fue.
Se quedaron allí jugando guerra de agua y también Marco Polo, la estaban
pasando genial.
Y hablando de Marco Polo, en esas mismas estaba los demás chicos en la
cantera. Esta vez le había tocado a Bill quien se deslizo como un pez hasta
su amigo de bucles dorados cediéndole su puesto. Stan atrapó fácilmente
a Eddie pues este estaba algo distraído.
El chico Kaspbrak miraba como Richie seguía arriba de la roca gigante,
bebiendo, con sus chanclas peligrosamente al borde de sus pies colgantes,
y su camisa veraniega abierta. Sus gafas parecían espejos por la luz del sol.
Se le veía perdido en el paisaje, y la verdad, el castaño creía que era culpa
suya, aunque no estaba seguro de por qué. Ya que el azabache había
estado de lo más alegre en la tienda hasta que, de la nada, se quedó
callado. Y ahora continuaba con ese humor.
Cuando Stan le tocó la pierna, lo felicitó con guiño de ojo y dejó que sus
amigos se divirtieran entre ellos. Se premió a sí mismo por ello, pues
apenas puso un pie fuera del agua comenzaron a tirase agua entre sí con
todas sus fuerzas y el odiaba ese juego, le molestaba mucho el agua en sus
oídos y no poder ver por su culpa. Rodó los ojos.
Tomó una toalla que había traído en su bicicleta, pues era muy precavido,
la puso alrededor de su cuello y subió cuidadosamente a la roca. Se sentó
a su lado. Pensó en que no se había puesto a evaluar con qué pregunta
empezar, así que tendría que improvisar.
- Oye, ¿te la vas a acabar tu solo? – en el momento se arrepintió
un poco pues si el otro joven estaba enojado con él, esa había
sido una pregunta un tanto agresiva.
- No, ten – le dijo sonriendo un poco de lado –. Lo siento.
Esto relajó un poco los pensamientos del castaño pues parecía que Richie
intentaba ser amable con él.
- Am, ¿todo bien? – preguntó para tantear el terreno. No a todas
las personas les gusta que te entrometas en sus cosas, menos
cuando se encuentran de malas.
Richie le miró entrecerrando los ojos por el reflejo de la luz, puso sus
piernas en estilo indio y miró sus manos. Parecía que estaba buscando las
palabras, pero el otro muchacho decidió que quería ayudarle. Así que
habló primero.
- Sabes, si en algún momento hice o dije algo. En serio lo lamento
– le salió de manera atropellada –, no era mi int-
El chico más alto lo interrumpió – Oye, no – Ed se calló –. Lamento mucho
que hayas creído que era tu culpa.
- No, está bien. Es solo que estábamos charlando de lo más bien,
hasta que tú dejaste de hacer preguntas y tu ánimo se fue a otro
lado allí en la tienda.
- Oh – dijo él con pesadumbre -. Es cierto, lo siento, en serio. Es
solo que tú mencionaste que esa chica te gustaba y pues – paró
a pensar un segundo, no podía decirle la verdad – creo que a mí
también me gusta alguien y pues, me hiciste recordar que no soy
correspondido – sonrió de lado, algo triste –. Eso es todo, Eddie.
Eddie se sintió mal por él, así que lo pensó. Le generaba algo de rechazo,
casi como algo físico, un malestar en el estómago pensar en hablar sobre
sus asuntos personales. Pero al ver al chico, que había sido tan amable con
él y sus amigos, sintió que merecía el esfuerzo.
- Bueno, Rich – dijo después de un rato –. Sabes, creo que
podríamos estar en el mismo equipo.
Richie se tensó por un segundo. Esa frase, esas palabras. No podía ser,
cómo se había dado cuenta, si él se cuidó. Fue discreto. No podía ser.
Una mano en su hombro le sacó de su maquinar – Lo que quiero decir es
que ella es atenta y es muy bonita también. Pero me trata como si fuese
mi hermana mayor – el azabache relajó su cuerpo al escuchar aquello.
Como podía siquiera habérsele ocurrido esa tontería –. No creo tener
oportunidad alguna.
Viró la cabeza un poco para verle, el muchacho estaba con la botella de
cerveza en las manos, apenas si le había dado un trago. Sus bucles, algo
húmedos aún, estaban peinados sutilmente hacia atrás. Se veía
maravillosamente hermoso. Su cara era otro cuento, tenía esa expresión
derrotada con su barbilla apoyada sobre uno de sus hombros, el más
próximo a Richie, con un puchero en sus labios.
- Eres muy lindo – qué, qué había dicho. `No, no, no, eres un
imbécil, Richard Tozier´, pensó. El otro chico lo miró algo
confundido –. Ahm, quiero decir que eres atractivo y además
pareces ser bueno, amable con la gente – intentaba no seguir
cagándola, así que tomó un respiro –. Lo siento, me refiero a que
si alguien te gusta deberías decírselo. Es lo que creo yo.

- Si, lo sé, Rich – pensó –. Creo que soy demasiado cobarde.

- Bueno, si es por ser cobarde. Yo lo soy bastante.

- Sí, pero tú te has confesado. Yo creo que lo mejor sería dejar


todo como está. Verás, siempre he tenido amigos, pero siempre
han sido los mismos. Y si conozco a alguien no es gracias a mí,
por lo general. Como con ustedes tres – dijo apuntándolo a él y
refiriéndose a los otros dos jóvenes –. Si no hubiese sido por Bill
o por ti, no me hubiera atrevido a acercarme a nadie nuevo – al
azabache le entró una fea sensación de ardor en la nuca al
recordar aquel momento con el otro chico –. Entonces, ella es mi
logro personal. Nadie me regaló su amistad, lo logré por mí
mismo, y eso es muy especial para mí, sabes. Por eso no quiero
perderla.
Richie podía escuchar a su corazón diciéndole que parara con aquella
situación, sentía como empezaban a fallar sus ventrículos. Pero no era lo
que él quería hacer, a pesar de la fea sensación, Eddie era una gran
persona y no le importaba que jamás le viera con esos ojos. Sentía una
gran necesidad de ser su amigo, de enseñarle cosas, de aprender de él, de
protegerlo.
- Bueno, pues lo que yo creo es que todo eso que dices es muy
bonito. Y que si alguien me dijera que siente todo eso por mí, me
sentiría muy afortunado – dijo mirándole profundamente a los
ojos, le sonrió de lado –. En mi opinión, deberías decírselo.
Además, ella se ve bastante madura. Seguro no haría tan cosa
como dejar de ser tu amiga, en el caso de que no te
corresponda, claro.
En ese momento le entraron unas muy fuertes ganas de abrazarlo y no
soltarle nunca más. Claro que no lo haría, hacía poco que se conocían y
además alguien en su cerebro se le ocurrió que era una buena idea dejar
salir aquello de hacía un rato. Si Richie hubiera podido, hubiera despedido
al incompetente.
- Gracias, Rich. En serio me ha servido esto – el joven de más baja
estatura estaba regalándole una de las mejores sonrisas que
Richie había visto nunca. Pensó seriamente en enmarcarla y
colgarla sobre su escritorio en casa.
Ambos cerraron fuertemente los ojos al mismo tiempo, sintiendo algo
helado en sus caras. Con la boca abierta de par en par e hinchando sus
pulmones, limpiaron por encima sus ojos y miraron unos centímetros más
debajo, donde sus amigos estaban. Estos estaban carcajeándose sin
tapujos justo enfrente suyo.
El joven Kaspbrak miró al pelinegro y este lo miró a él. Al mismo tiempo se
irguieron y saltaron al agua, en un solo movimiento, a perseguir a los
demás. Stan corría casi asustado de que el nuevo integrante del grupo lo
atrapara pues había ido a por él. Eddie intentaba agarrar a Bill que se
escabullía nadando, aunque subía a la superficie rápidamente ya que la
risa hacía que no pudiera aguantar mucho.
Mike miraba todo desde la orilla, muy risueño con lo que sucedía,
mientras animaba a Richie y Eddie a que cazaran a los otros dos. Hasta
que los chicos se dieron cuenta de que estaban distribuyendo sus fuerzas
erróneamente. Se lanzaron entre los cuatro un par de miradas cómplices.
Y lo siguiente que hicieron fue salir a perseguir a su amigo moreno, quien
ni torpe ni perezoso, al advertir aquellas intenciones, empezó a correr.
Había dado una vuelta a un árbol intentado escapar, cuando se le ocurrió
subir a la roca de hacía un rato. Saltó al agua y comenzó ágilmente a nadar
hasta la orilla que daba al bosque.
Los demás no se rendían, seguían tras él. Cuando el chico llegó a tierra
firme e intentaba pararse, chocó estrepitosamente con un cuerpo. Ambos
cayeron golpeándose duro.
Yacían en el suelo Ben y Mike, adoloridos, cuando los demás llegaron. No
esperaron de ninguna manera a comprobar si estaban bien o no antes de
empezar a descostillarse entre todos. La única que estaba preocupada por
ambos era la pelirroja quien les había preguntado unas cuantas veces si se
habían golpeado la cabeza. Sobre todo al chico rubio.
De todas maneras, las risas se contagiaron y todos comenzaron a carcajear
drásticamente.
Había sido un día maravilloso. El calor era naturalmente insoportable e ir a
la cantera en un momento así, había sido de las mejores decisiones que
tomarían jamás. Las cervezas y las risas hacían de todo todavía mejor.
Pero aún tenían algo pendiente, y su amigo Mike, no dejaría que lo
olvidaran.

Capítulo III
El Sol se encontraba un poco por debajo de su punto más alto. Serían algo
así como las seis de la tarde. El joven amante de la naturaleza, hurgaba en
su bolso, el cual había dejado cerca de las bicicletas, a unos metros del
agua, buscando algo con tantas ganas como quien busca una botella de
agua fría en un día caluroso como aquel.
Se encontraban en la orilla cerca de la roca gigante, sentados estilo indio
en una gran ronda. Charlaban animadamente los unos con los otros.
Mike llegó y se sentó junto a Bill y Beverly. Les comentó una vez más
sobre los efectos y algunas precauciones a todo el grupo, y procedió a
proveer a cada quién con una dosis moderada, ideal para una primera vez.
Entre sus manos, los jóvenes sostenían tres setas, un aproximado de 1.5g,
según su amigo Mike. Eran de un aspecto algo particular, su cabeza era
pequeña, del tamaño de una moneda pero su tallo era largo, bastante de
hecho, unos diez o doce centímetros más o menos. Su sabor era
prácticamente nulo pero su textura no resultó del todo agradable para el
grupo de amigos, eran sumamente pastosos.
Al terminar de comerlos, el joven moreno les comentó que debían esperar
unos cuarenta minutos para que les hiciera efecto. Mientras tanto, podían
hacer otras cosas.
Así pues, algunos se fueron a dar un paseo por ahí. Otros solo quisieron
descansar un poco sobre el césped. Richie por su parte, caminaba sin
rumbo por entre los árboles. No pensaba particularmente en nada. Se le
sumó su amigo rubio en un momento, este no dijo nada, ninguno lo hizo,
de hecho.
Caminaban tranquilamente por ahí sin decirse nada, eso les gustaba a
ambos del otro, esa compañía sin ningún otro complemento. La compañía
que se disfruta sola, como un primer plato sin guarnición. Simple. Para
algunos, sin sentido, pero para otros, exquisita.
El cuerpo empezó a hacérseles más pesado. Al instante pensaron que era
el cansancio y el calor, pues se derretían. Pero no era eso, ya que no
tenían tanto calor como para sentirse así por ello.
Así pues Ben los guió hasta el claro de luz en el que había pasado un
hermoso rato con su pelirroja favorita. Se recostaron a orillas de la
pequeña laguna que había allí con los brazos detrás de la cabeza y las
piernas recogidas.
Miraban hacia arriba apreciado el color fosforescente de las copas de los
árboles. El cuerpo del pelinegro se derretía y miraba atontado como las
grietas que se hacían entre los doseles se veían con una claridad
abrumadora, como si en lugar de los vidrios de sus anteojos tuviera los de
un microscopio. De hecho, notó como todo parecía formar un sistema
completo en el que estas grietas eran una especie de venas y los árboles y
el agua podían respirar. Literalmente estaba viendo al bosque respirando.
Giró la cabeza algo atontado y risueño y pudo ver que algo similar ocurría
con las grietas que se hacían entre las hierbas del suelo. Los pequeños
canales a los que poca atención había prestado nunca, cobraron una
visibilidad maravillosa. Podía ver cada grano de tierra a la perfección.
En un momento se percató de que su estómago estaba riéndose, como si
fuera un ser individual. Pero no lo se reía, no. Estaba tentado de risa,
carcajeándose solo. Al azabache no le causó ninguna mala impresión, a
pesar de entender que aquello no era normal. De hecho, a este se le
contagió aquel estado, soltando una risotada estrepitosa.
Después de calmarse un poco, ya que su abdomen le escocía, viró la
cabeza lánguidamente y pudo ver a Ben tan lejos de él que le extrañó,
pues se habían recostado uno junto al otro. Estaba muy lejos, parecían
decenas de metros.
El rubio, por lo pronto, recostado bocabajo, tocaba el césped como si
nunca lo hubiera sentido bajo las yemas de sus dedos. Richie observaba
con la misma atención aquella acción. Cruzaron miradas. Ben se
encontraba con la mandíbula despegada de la parte superior, como
asombrado, y con ambas manos pellizcando un diminuto trébol de tres
hojas. Y el azabache estaba con la boca igual de abierta y con la mirada
clavada en el trébol también. Los dos chicos se partieron de la risa al ver
que ambos estaban haciendo la misma bobada.
Aunque su risa traía algo raro consigo. Se oía como si viniera de dentro de
una lata de tomates. Como con un eco extraño que nunca estuvo ahí. Un
sonido metálico salía de sus gargantas.
Entonces, ambos se irguieron quedando sentados con los pies muy cerca
del agua. Sin pensarlo demasiado, los sumergieron allí. Pero el agua no se
sentía como siempre, se sentía como espesa, como si alguien hubiera
puesto mucho polvo de gelatina sin sabor allí. Y el movimiento de
respiración que esta hacía no dejó para nada tranquilo a Richie que
incluso, creyó haberla oído suspirar. Esto no le agradó del todo a chico, así
que quitó sus extremidades de ahí y cuando subió la vista, pudo ver cómo
una pequeñísima especie de pececillos salía del mismo agujero que el
agua de la cascada.
Después de esto, entendió que era momento de calmarse un poco, así que
se recostó una vez más con la espalda mirando al cielo mientras se
acariciaba el cabello a sí mismo haciendo pequeños rulitos con sus dedos
sobre sus bucles naturales.
Ben, por su parte, se encontraba dentro de la laguna flotando bocarriba.
Una sensación completamente nueva en el calor del sol lo hizo pensar. Lo
percibió como miles y miles de diminutas criaturas que viajaban a través
de los rayos del astro que calentaban su piel con sus propios alientos. Era
un sentimiento muy bonito a pesar de que le hacía cosquillas.
Se quedó pensando en eso con los ojos cerrados cuando sintió como sus
globos oculares traspasaban sus párpados y su cuerpo se iba con ellos a
volar por ahí.
Abrió los ojos un poco alterado y decidió ir a recostarse con Richie. Al salir
del agua y mirar al frente, pudo ver asombrado algo que desafiaba
cualquier ley natural. Un árbol de tronco grueso, de esos que no llegas a
rodear con los brazos, en medio del bosque. Color azul eléctrico. Se acercó
a este, maravillado, a tocar su corteza de peculiar tono.
Se podía sentir algo raro al tener su mano de cerca, pues al sentirlo sin
llegar a tocarlo, se percibía una especie de energía emitida desde dentro
del tronco.
No pudo reprimir sus ganas de abrazarlo fuertemente. Asimismo lo hizo, y
luego se reclinó sobre su base y se quedó allí. Pensando cómo la
naturaleza era todo un conjunto de sistemas, como el cuerpo humano, y
como cambiaba de forma justo enfrente de sus narices, y en cómo podía
sentir cada poro de esta.

Por otra parte, Beverly se encontraba recostada sobre una toalla color
naranja encima de la gran roca, a su lado un rubio rizado trataba de
controlar su enorme sonrisa.
Stan no había querido consumir ni hongos ni cerveza, pues esta le parecía
asquerosa y los hongos, simplemente le parecía demasiado pronto.
Aunque no se privó de estar un poco a tono con sus compañeros, ya que
fumó sus tres pitadas reglamentarias de marihuana. Esto es porque el
chico tenía la teoría de que menos de tres solo le causaba un hambre
voraz, pero más de tres lo hacían estar tonto. Así que eso hizo.
Ambos estaban disfrutando de su estado actual, la sensación de que la
toalla era la alfombra de Aladín era compartida.
Como si alguien hubiera apagado el interruptor de gravedad y se le
hubiera olvidado así.
La chica del grupo aun estaba recuperándose de su alucinación anterior,
pues creyó haber visto una cabellera rizada entre las formas de las nubes
y, por alguna razón esto le dio pie a su cerebro para que recordara una
anécdota sobre su amigo Richie Tozier en la que el joven estaba
empecinado en entrar a una fábrica abandonada y para ello debía trepara
una cerca de alambre de unos dos metros. Cuestión, el chico quedó
enganchado de la entrepierna y llorando mientras que la pelirroja se reía
debajo sin poder ayudarle.
Pues eso mismo le ocurría ahora a la joven, no podía parar de reír. Y
contárselo a Stan no había sido la mejor de las ideas. El chico casi se cae
de aquella roca hacia el agua. Obvio, también se rieron de esto.

Luego, a medida que el sol se iba ocultando, el viaje iba llegando a su fin
de a poco. Y con ello las preguntas más personales vinieron, sobre todo de
parte de la pelirroja hacia el chico rizado, pues este era demasiado tímido
para hacer ese tipo de preguntas.
Ella le hablaba sobre su amistad con el pelinegro y el rubio, y él le contaba
sobre cosas mundanas también.
Pero su estado aun un poco drogado y la confianza que le dedicaba la
chica hacían que sintiera una enorme sensación de seguridad, así pues le
contó un poco sobre él.
Habló sobre la iglesia y sobre su padre. Le comentaba, solo un poco
afligido, que su padre era sumamente exigente e inconformista con su él,
pues parecía que nada de lo que hiciera fuera suficiente.
Siempre encontraba el ejemplo de otra persona que lo hiciera mejor que
su hijo, sea lo que fuera de lo que estaban hablando.
Siempre le reprochaba su forma de ser y sus maneras. Le contó a Beverly
con una voz apenas audible por la vergüenza, sobre que su padre aun
elegía su ropa. No le decía que ponerse cada día pero era su padre quien
se encargaba de comprar cada una de sus prendas de vestir.
Y le confesó, algo apenado, que ciertas veces sentía un poco de celos de
sus amigos por llevar camisetas de las bandas que les gustaban o gorras
con inscripciones graciosas y demás.
No era que a él le gustaran esas bandas en específico pero le atraía el
hecho de portar una prenda que diga simbólicamente “a mí me gusta esto
y no tengo ningún problema con que le mundo lo sepa”.

- Debe ser como estar orgulloso de ti mismo – acabó por decir.

A Beverly le dio un poco de pena por Stan y algo de rabia hacia su padre.
Ella tenía la experiencia de Richie sobre la opresión de los padres por eso
la historia del chico le causó un malestar familiar.
Sintió que había solo una cosa que valía la pena hacer. Así que miró al
rubio rizado a los ojos y con una enorme sonrisa que no mostraba dientes,
lo abrazó tan cálido como ella imaginó que se merecía.

- Sé que no nos conocemos mucho, Stan – dijo despegándose para


mirarle a los ojos una vez más –. Pero quiero que conmigo seas
tú mismo.

El chico se emociono un poco pues era un tema delicado para él, y el


hecho de que la joven le haya dicho una cosa como esa le hizo sentir que
tenía superpoderes. Fue algo maravilloso. Tenía ahora una nueva amiga y
estaba muy emocionado por esto.
Ambos chicos volvieron a recostarse sobre aquella toalla anaranjada y se
quedaron dormidos tomados de las manos y con las comisuras de los
labios casi tocando sus orejas. En un sereno estado de paz.
Eso hasta que oyeron un barullo a su lado. Ambos giraron su cabeza
instintivamente.
*
Hacía unos veinte minutos que todos los chicos se habían acabado su
ración de setas, pero él seguía allí, con los suyos recostados sobre las
palmas de sus manos extendidas.
Eddie había estado meditando y meditando aquella decisión pero luego de
recordar los consejos de Laurel, sentía que ella tenía toda la razón. No
dudaba que sus amigos le fueran a cuidar, pues él haría lo mismo con
ellos.
Pero había algunas cosas que le hacían sentir el estómago helado. Por
ejemplo, por más absurdo que se sentía por pensar eso, tenía la sensación
de que su madre descubriría de alguna manera que había tomado drogas.
También le daba algo de miedo el tema del bad trip, la verdad.
Aunque luego vio a su alrededor, Stan y Beverly estaban a la orilla, uno
junto al otro, riendo de cualquier cosa; Mike y Bill se habían sentado bajo
la fuertísima luz del Sol, frente a frente, se miraban cada uno sus propias
manos aparentemente maravillados y con sonrisas bobas en sus rostros.
Había visto como Richie y Ben se dirigían al bosque hacía unos minutos
pero de seguro estaban en el mismo mood.
Se decía a sí mismo que era un tonto, un cobarde sin más. Todos tenían su
misma edad pero Eddie se sentía un niñito tonto. Volvió a mirarlos sobre
el sudor de sus manos, esa extraña forma que poseían, ese horrendo
color. Seguro sabían fatal.
Por su cabeza, imágenes de chicos en su escuela, insultándole, diciéndole
“fagot”, “nene de mamá”, Patrick Hockstetter diciéndole que era una
gallina, su madre que le trataba como niño pequeño.
Un intenso color rojizo tiñó su cuerpo subiendo por su pecho hasta llegar a
la coronilla. Ya estuvo.
Sin siquiera mirarlos ni una vez más, abrió la boca y estampó su mano
contra su boca haciendo una expresión de asco al sentir los hongos en su
boca. Los masticó con enojo, masticaba sus emociones junto a ellos.
Al tragarlos, esperó unos cinco minutos. Tocó su cara, miró sus manos,
intentó recordar algo gracioso, pero nada lo hizo actuar como lo hacían
sus amigos.
Que tonto, pensó. Quizás sus amigos estaban bajo los efectos del alcohol y
por eso estaban así. Quizás fingían. Aquello último era casi imposible de
creer, pero esas eran las conclusiones que su cerebro le dejaba tomar
pues, él se sentía como siempre, sin nada nuevo en su ser.
Se quitó la playera y se tiró al agua, nadó un poco para matar el tiempo.
Aun tenía esa preocupación en el cuerpo sobre su situación con Laurel.
Quizás los hongos que le tocaron eran inofensivos. Era imposible que su
madre este por el bosque, ¿no?
El cuerpo le pesaba, quizás fuera el calor o el hecho de haber nadado
demasiado. Una vez más esos ojos azulados le hacían entrar en calor las
mejillas, aunque el frio del estómago volvió cuando pensó en debía
solucionar esa situación. Soltó un largo suspiro.
Flotando bocarriba, pensaba. En todo, en como todo era complejo y difícil
sin siquiera ser complejo y difícil. Necesitaba soluciones. Los pedidos de
productos que debía haber hecho y no hizo. A veces sentía que lo hacía lo
suficiente. En general, en su vida. Cerró los ojos.
Algunos minutos había pasado divagando entre esos hostiles
pensamientos cuando comenzó a sentir que el agua estaba en un estado
distinto al habitual. Era como si se hubiese puesto más espesa, suave,
mullida, como un colchón. Puso ambas manos apenas apoyando sobre
esta y bajó y subió repetidamente. Se sentía bien. Una risilla tonta escapó
de su boca, aun con los ojos cerrados
Se sintió a gusto por un momento, a pesar de todo y del chasco de los
hongos, se sintió cómodo.
Claro, no duraría mucho, pues algo rosando su espalda bajo el agua le hizo
saltar hacia un lado mientras miraba preocupado dentro de esta. Creyó
haber visto algo moverse. De forma torpe pero intentado hacerlo lo más
rápido posible, corrió hacia lo orilla. Volvió a mirar aterrado hacia donde
se encontraba antes, luego procuró mirar a sus compañeros, a ver si
alguien había visto al monstruo que en el agua habitaba. Cada quien
seguía con lo suyo.
“No Ed, no ha nada allí. Cálmate”, se decía así mismo, “Seguro había sido
algo como una planta”. Pero por si acaso no se entraría de nuevo a la
cantera.
Cuando se quiso dar cuenta, empezó a sentir las gotas que bajaban por su
cuerpo, cada una de ellas. Eran como bichos sobre su piel. No le agradó la
sensación, tomo la primera toalla que encontró y comenzó a secarse
desesperadamente. Cuando estuvo por fin seco del todo, incluso había
secado su short un poco, respiró profundo, tiró la toalla al suelo y se
recostó. Estaba algo húmeda así que prefirió sentarse en ella mejor.
Trataba de destensar el cuerpo no pensando en aquellas cosas raras, pero
no pudo evitar mirar aquel arbusto. No era un experto en plantas o en la
naturaleza en general, pero estaba casi seguro de que jamás había visto
en La Cantera un arbusto color rosa. Era flúor, muy notorio.
Probó restregándose los ojos, su último recurso. No funcionó. Bueno, sería
mejor dejarlo pasar, pensó.
Se sentía un poco mareado, quizás fuera el alcohol, quizás el calor del Sol,
quizás las fuertes cosas que estaban pasando. Se limitó a mirar sus propias
rodillas frente suyo. Pero fue demasiado.
Se le ablandó todo el cuerpo y desplomó hacía atrás haciendo que la tierra
se levantara un poco del suelo. O al menos eso fue lo que alertó a algunos
de sus amigos como Mike, quien salió disparado hacia su propio bolso una
vez más en el día. O Richie quien justo salía del bosque junto a Ben, no le
importó que hubiera quince metros de agua frente a él o siquiera que
llevara puesta su playera, se lanzó al ver que el muchacho estaba en
problemas.
Cuando Richie llegó Beverly, que estaba junto a Eddie, se apartó un poco
dejándole paso al joven azabache. Este tomó la cabeza del castaño y le
hablaba.
- Eh, Ed – decía – ¿Estás bien? – le sacudió un poco más y el chico
reaccionó.
Aunque algo confundido, el joven reaccionó y miró a Richie a los ojos,
perdido.
- Richie – susurró.
Mike llegó a un lado del grupo, ya habían llegado todos, con una botella
de jugo de naranjas y kiwis con mucha azúcar que él mismo había
preparado para un suceso como este. Acercó la botella al chico en el
suelo, Richie le decía a este que levantara un poco la cabeza, de manera
dulce, intentando no denotar lo preocupado que se sentía.
Un fuerte silbido hizo que todos voltearan la cabeza para ver en aquella
dirección.
- Oh, Dios. No estoy para esto – dijo exhausto el castaño de
flequillo y salió a correr.

*
Se encontraba holgazaneando junto a sus dos compañeros de líos,
escuchando música con uno de sus audífonos sobre su oreja y el otro
corrido hacia atrás para poder oír lo que los chicos decían. A un lado de él,
Patrick forjaba cuidadosamente un cigarro de marihuana con sus manos
mientras se reía de algo que había dicho Henry.
Robin, por lo pronto estaba fumando tabaco mientras hablaba sobre
alguna chica que le gustaba. El rubio estaba un poco distraído, pensaba en
su padre. Habían querido conseguir algunas cervezas pero este
aparentemente había hablado con cada tienda en el pueblo para que no
se les ocurriese venderles alcohol de ningún tipo a esos tres. No era de las
cosas más terribles que había hecho su padre, sin embargo estaba
molesto por ello.
Estaban alejados del centro pues no querían que les cachara fumando
marihuana tampoco. Pero aquí todo era aburrido, ni siquiera podían ir al
arcade a jugar Donkey Kong o ir al parque a reírse de la gente que está
aprendiendo a andar en bicicleta. Bueno eso último quizás sí podrían
hacerlo pero no estaba de humor.
Se sentía frustrado. Su padre era muy respetado por ser el sheriff pero él
que era su hijo, se sentía que siempre estaba bajo su sombra, que nunca
sería algo más que él. La gente le trataba como a un niño, por eso luego de
cumplir los doce años, decidió que sería más rudo, más serio, más
´hombre`, según él. Además de su estúpido secreto, ese que le hacía
sentirse como una nena, como un marica. No, eso no. Ahora no quería
pensar en ello. Le hacía rabiar.

- Eh, Harry – sacudía sus manos delante de su rostro lo que hizo


que el joven espabilara pidiendo disculpas – ¿Qué pensabas?

Lo pensó un momento, le daba algo de vergüenza siempre hablar de lo


mismo, su padre. Sus amigos debían estar artos de escucharlo siempre
diciendo lo mismo. Seguro rodaban los ojos cuando les comentaba al
respecto.

- Nada, lo siento, una estupidez – sonrió hacia ella.


- Tu padre es un imbécil, Harry, no debes preocuparte por él. Mira
– apuntó con las manos hacia los tres –, la estamos pasando bien
a pesar de que intentó que no lo hagamos – la chica rodeó al
rubio con uno de sus brazos por los hombros, era un poco más
alta que él así que siempre se permitía dicho acto –. No
necesitamos nada más, basta de pensar en él.

Henry le sonrió con resignación – Vamos, Henry. Hagamos algo loco – dijo
esta vez Patrick intentando animarle.
El mencionado se rio un poco y dijo – Bueno, está bien. Vamos a nadar un
poco y luego podemos ir al arcade, quiero mi revancha, tonto – dijo
apuntándole con el dedo al pecho del joven. Este le sacó la lengua
infantilmente y le entregó el cigarro de marihuana.
Fumaron, tosieron y fumaron más hasta acabarlo. Cuando estuvieron
sobre el sendero que llevaba a la cantera, tiraron la colilla por ahí. Estaban
riendo y bromeando, fumando tabaco, cuando oyeron que había gente en
la cantera. A Henry no le gustó esto, pues cuando había gente tenía que
fingir y, como ya dijo, no estaba de humor para ello. Bueno, ya qué.
Lo primero que pudo ver fue una montaña de bicicletas en una esquina.
Puso cada una de sus manos sobre el estómago de sus amigos y luego
llevó el dedo índice a sus labios, haciendo que estos dejaran de hacer
ruidos.
Pudo verlos amuchados y un poco alterados. Había más gente de la ususal
en ese grupo pero ahí estaba. No pudo verle la cara, pero podía distinguir
quién era. Le había mirado tantas veces antes que era imposible no saber
cómo lucía su cuerpo o sus ropas. Esos ñoños, pensaba, son malditamente
afortunados por ser sus amigos. Henry les guardaba un gran resentimiento
por ello.
Entonces se le ocurrió algo. Miró a sus amigos y les hizo unas señas para
que tomaran algunas de las bicis, un para cada quien. Cuando vio que
había dos que no podrían llegar a tomar, les dijo en un susurro: “Vamos a
tener que correr”. Ambos asintieron enérgicamente, preparados para
cualquier cosa.
Entonces, Henry puso sus dedos pulgar e índice cada uno a un lado
diferente de su boca y soltó un sonoro silbido. Ni siquiera se quedaron a
ver como los perdedores reaccionaban a esto, solo salieron dejando una
nube de polvo.
Cuando estaban por salir del sendero, el rubio se volteó y había dos de los
miembros del grupo persiguiéndoles montados en las dos bicis que
quedaban, pero no estaba quien le hubiera gustado que estuviera
siguiéndole. No importaba, igual debía ir a toda potencia.
Se adelantó un poco en la formación sobre sus dos amigos. Se deslizaron
sobre la bajada relativamente empinada que había luego del pequeño
sendero. Todos sabían bien que era lo que venía luego, una curva bastante
cerrada, que a la velocidad que estaban yendo podría salir mal para
cualquiera de ellos.

- ¡Cuidado adelante! – gritó para que lo escucharan Robin y


Patrick.

Los tres chicos se inclinaron a favor a la curva todo lo que pudieron. Sus
rostros y ropas se llenaron de tierra seca, pero poco les importaba.
Siguieron hasta salir del bosque por la pequeña calle Hannaford que todos
en el pueblo utilizaban para llegar al bosque y la cantera.

Unos metros más atrás, los dos chicos, el moreno y el castaño de flequillo
luchaban duramente contra las deformaciones del terreno.

- Eh, Mike – dijo Bill –. Ahí – señalaba la calle asfaltada con su


dedo.

A toda velocidad salieron del bosque en aquella dirección, aunque


frenaron de golpe al darse cuenta de que no veían a los tres chicos por
ningún lado.

- Me parece que nos perdieron – decía el moreno –. Vamos a dar


unas vueltas por el pueblo.

Bill asintió, estaba enfurecido y la adrenalina le recorría el cuerpo. Empujó


con odio su pedal derecho y después el izquierdo impulsándose
fuertemente hacia adelante. El viento revolvía su cabello, sus cejas y labios
fruncidos. El moreno se encontraba igual. Por dentro, al igual que ellos, la
mitad de los adolescentes del pueblo se hacían muchas veces la misma
pregunta: ¿qué era lo que hacía que Henry Bowers se comportara de esa
forma? Era como si le causara una gran satisfacción el sufrimiento ajeno o
simplemente se divertía con ello. Sus amigos también eran unos tontos
por hacer lo que él decía siempre, pero él era el cráneo.
No era la primera vez que esta pregunta se posaba sobre su cabeza a él
tampoco. De hecho, los molestaban bastante seguido a él y sus amigos,
sobre todo a Stan y Eddie. A ellos dos siempre intentaban agarrarlos solos,
ya sea separados o juntos pero a ellos dos, sin Bill y Mike, pues los muy
cobardes sabían que estos últimos se les plantaban cara a cara en
cualquier situación. No era que no les diera miedo pelear o ser golpeados,
simplemente les daba mucha rabia que no pudieran divertirse haciendo
otras cosas. Por qué siempre tenían que insultar o molestar a otras
personas para pasar el rato.

- Imbéciles – dijo acelerando el paso.

A unos quinientos metros, aun en la cantera, el azabache recogía


cuidadosamente las cosas de Ed, todavía estaba húmedo de haber
cruzado el agua con la ropa puesta y sentía algo de vergüenza de haber
hecho aquello tan impulsivo. Relojeaba cada tanto al joven mientras hacía
su tarea, el castaño estaba recostado sobre una pequeña roca bebiendo
cada tanto unos sorbos de el jugo mágico de Mike, como lo bautizó Richie.
Sonrió. `Tan bonito´, pensaba, ojala pudiera verlo dormir, debe ser igual a
un ángel. Como ahora mismo.

- ¿Cómo te sientes? – preguntó una vez recogido todo


acercándose a él.

- Pues – se tomó una pausa – creo que un poco mejor. El jugo de


Mike fue realmente mágico – le dijo con una sonrisa genuina.
El chico más alto se le quedó viendo como si fuera una diosa griega. Pero
se sacudió un poco. Vamos, Rich, se decía, no seas tan obvio o vas a hacer
que te golpeen.

- Oye, aquí están tus cosas – le entregó la mochila del chico con
todas sus cosas dentro –. Excepto tu bici, claro.

- Muchas gracias, Rich. Eres un muy buen amigo nuevo.

El pelinegro sintió que ese conjunto de palabras era un poquito doloroso.


Susurró un `gracias´ mirando al suelo.

- ¿Vamos, chicos? – preguntó Ben con su mochila en el hombro a


ambos de forma amable. A su lado Beverly miraba a la nada.

Ya estaban todos listos, con sus mochilas en los hombros, preparados para
volver a casa después de un día… peculiar.
Esos chicos habían hecho algo completamente arriesgado al salir detrás de
aquella pandilla sin dudarlo ni un segundo. Cualquier cosa podría pasarles,
era peligroso, absurdo, casi estúpido. O al menos eso pensaban, delante
de la fila en la caminata, Ben y Beverly, pues los chicos amigos del moreno
y el castaño sabían que si alguien le podía hacer frente a Henry Bowers y
su panda de bobos, esos eran ellos. De hecho, así fue como se conocieron.

Tenía unos once años aproximadamente, Bill y Mike habían estado


jugando basketball toda la tarde hasta que las piernas les ardieron. Ahora
iban por una limonada y un sandwich de la mamá de Bill a su casa, ella los
hacía con jamón, queso y una salsa de aceitunas que a ambos les
encantaba. Se les hacía agua la boca de solo pensarlo.
El chico de piel morena rebotaba el balón al mismo tiempo que hablaba
sobre una bicicleta MTB que creía que sus padres le iban a regalar para su
cumpleaños y estaba muy emocionado por ello.
Bill le contaba sobre una niña que había conocido en vacaciones, en Ohio,
cuando toda la familia había ido a visitar a unos parientes. Le había
gustado mucho, se tomaban de las manos en el parque, siempre estaban
juntos y, lo más importante según él, le había dado su primer beso. Mike
lo felicitó enérgicamente por aquello sacudiéndole su cabello.
- Estoy feliz por ti, Gran Bill – decía risueño –, pero las niñas
todavía me parecen igual que los niños, no veo la diferencia. De
hecho, hablé con mi padre sobre eso y él me dijo que no debía
apresurarme a hacer cosas que no deseo aún. Que en algún
momento empezarán a gustarme las chicas pero que mientras
disfrute que no me gustan.

- Mmm, tu padre tiene razón, no debes apresurarte pero – pensó


un segundo – no entendí eso de “disfrutar que no te gustan”.

- Bueno, la verdad, yo tampoco entendí eso – dijo pensativo el


joven.

Hablaron un rato más sobre tonteras suyas hasta que a unas dos cuadras
de la casa del castaño, al doblar la esquina, vieron a un grupo de chicos
montados en bicicletas que iban alrededor de otros dos chicos quienes
iban a pie. Les rodeaban mientras caminaban y se veía como les decían
cosas, se escuchaba como se reían. Los dos chicos parecían asustados pero
seguían caminado hacia adelante con la mirada pegada al asfalto.
Los dos chicos se dieron por aludidos de quienes eran esos tres, `los
tontos del pueblo´, `la panda de bobos´, `los tres mosquetontos´ y otros
apodos con que los habían bautizado ellos dos. Bowers, Friedman y
Hockstetter eran los payasetes de la clase, los que siempre estaban
molestando a todo aquel que se cruzara en su camino.
Bill y Mike iban a la misma clase que ellos y veían como todo el año
escolar insultaban, acosaban y molestaban a todos aquellos que no les
dijeran algo. Pues eran unos cobardes, si alguno se levantaba de su silla y
les decía cuatro cosas, estos retrocedían al instante sin una sola palabra
de por medio.
El castaño viró la cabeza hacia su amigo a su lado, este le miró también.
Asintieron firmemente con el entrecejo fruncido, el moreno soltó el balón
y salieron a correr hacia el grupo. Corrían agitando sus brazos y graznado
como pájaros enojados, con los ojos desorbitados. Al verlos, los tres chicos
se amucharon entre los tres, se miraron un segundo y salieron dejando
una silueta de aire como en los dibujos animados.
Denbrough y Hanlon relajaron el cuerpo y comenzaron a carcajearse
fuertemente, se sostenían de los hombros para no caer al suelo, lágrimas
salían de sus ojos. Eso había sido maravilloso, lo recordarían siempre.
Por otra parte, los otros dos chicos se habían asustado un poco al
escuchar esos sonidos que hacían los otros dos así que siguieron
caminando despacio pero continuo, hacia adelante. Para cuando el
moreno y su amigo dejaron de reír, los chicos estaban en la otra esquina.
Tuvieron que trotar hacia ellos al grito de “Oigan, esperen”.
Los dos chicos habían volteado a verles, parecían un poco perturbados.

- Chicos, lo sentimos – dijo Mike una vez llegaron a su lado, los


otros habían parado pero no les miraban –, no queríamos
asustarlos a ustedes también – decía risueño al acordarse del
rostro de Bowers.

- Si, solo queríamos que esos tontos los dejaran en paz. Sentimos
haberlos asustado – paró un segundo a tomar aire –. Soy
William, pueden decirme Bill, él es mi amigo Mike – dijo
señalando a su acompañante.

- Yo soy Ed y él es Stan – dijo con una pequeña sonrisa, un poco


más relajado, al igual que el chico de rulos –. Y gracias por eso.
Ellos siempre están diciéndonos cosas y molestando.

- Si, lo sabemos. Son bastante tontos, ¿no creen? – dijo esta vez
Mike.

- Pues, la verdad, sí – dijo Stan algo bajo pero todos lo escucharon


y se rieron.

Ya un poco más relajados, los chicos hablaron durante unos cien metros
hasta que, al llegar a la puerta de Bill, este los invitó a dentro a tomar y
comer algo y para jugar algún juego y charlar. Los chicos aceptaron,
aunque ambos tuvieron que llamar por teléfono a sus (sobre) protectores
padres. Pero se quedaron allí un buen rato después de eso. Jugaron
snakes and ladders y comieron sándwiches de jamón y queso hasta
reventar. Se enteraron que todos irían a la misma segundaria el año
entrante así pues supieron que no se podrían separa o quizás ninguno
quisiera hacerlo ya.

Capítulo IV
Era casi de noche y caminaba pesadamente con su mochila sobre los
hombros, intentando que cada paso durara para siempre. No quería llegar
a casa, hoy no. Su padre le había visto irse montando su bicicleta y sabía
que era inevitable que le interrogara al respecto.
Estaba a dos calles, ojalá hubieran sido mil. Se repetía a sí mismo que
debía inventar una excusa buenísima sino quería ser castigado hasta el fin
de los tiempos pero sabía que no existía en el mundo tal cosa y, además,
no quería mentir, sabía que era pésimo en eso, no resistía la presión.
Con sus manos dentro de los bolsillos y la mirada clavada en la punta de
sus zapatos, suspiró pesadamente. Una calle. Sabía que al doblar la
esquina ahí estaría su casa. De hecho, si tan solo levantara la mirada
podría ver perfectamente aquella enorme e imponente cruz de madera
sobre el techo de esta.
Subía cada escalón de la pequeña escalera de la entrada de su hogar hasta
llegar a estar frente a la puerta de entrada. Un escalofrío le atravesó el
cuerpo, desde la nuca hasta el final de su columna vertebral al escuchar
ruidos dentro. Se estremeció.
Le pasaban muchas cosas por la cabeza, pero recordó algo que le ayudó
un poco. Alguna vez Bill le había aconsejado a Eddie una maniobra-
antinervios. Así que siguió el antiguo consejo de su amigo, como siempre.
Apoyó su mano sobre el pomo de aquella puerta de algarroba negra y
tomó una gran bocanada de aire, giró su mano a la vez que soltaba el aire
y se propuso estar calmo e improvisar.
Anunció su presencia en voz alta. La entrada era una recepción de unos
cinco por tres metros, una escalera que iba a su habitación y la de su
padre, el living comedor a su derecha y, a su izquierda, una pequeña
cocina. Investigó ambos sectores y no había rastros de su padre. Suspiró
aliviado, suponiendo que estaría en su cuarto descansando, después de
todo, ya era de noche y él se acostaba temprano.
Entonces, dejó su mochila a un lado de la escalera y estaba por
encaminarse hacia la cocina, pues tenía mucha hambre, cuando escuchó
el crujir de la última madera del último escalón de esta.

- Ya te he dicho que no dejes tus cosas botadas por la casa – su


voz era rígida, el muchacho se tensó –. Es un poco tarde, ¿no
crees?

- Lo siento, padre – ni siquiera se atrevió a explicar sus actos,


miraba al suelo.

El hombre caminó hasta llegar a su altura, le acomodó el cuello de su


camisa mangacorta de manera algo brusca y le hizo levantar la cabeza con
el dedo – ¿Dónde está tu bicicleta?
Stan ni siquiera respiro, simplemente escupió todo como si lo hubiera
estado guardando durante años, con la menor cantidad de detalles
posibles. No quería delatara a nadie, a todos sus amigos y a él le
disgustaban los soplones. Era casi una regla.
Le contó que estaba nadando con sus amigos en la cantera y que
aprovecharon un momento de descuido para tomar tres de las bicis y se
las llevaron quién sabe dónde. Recordó fugazmente que debía llamar a
casa de sus dos amigos y verificar que se encontraran bien. Al terminar el
relato, se quedó esperando el sermón y las reglas del castigo de parte de
su padre pero se sorprendió enormemente cuando el hombre lo único que
hizo fue apretarle muy fuerte el hombro al punto de que el chico hizo una
mueca, suspiró ofuscado y le dijo – Vete a la cama – asimismo subió las
escaleras y se encerró en su habitación.
Honestamente, había salido mejor de los esperado aunque esto mismo
hacía que fuera peor de lo esperado. No lo había dejado del todo
tranquilo, quizá ahora su padre estuviera pensado un buen castigo para él.
El apetito se le había caído del estómago al suelo con el crujir de aquel
escalón, así que solo se fue a su habitación intentado hacer el menor ruido
posible. Cargando su mochila en un hombro y con el entrecejo fruncido
llegó a cuarto, cerró cuidadosamente la puerta y se fue a dormir.

Su padre no era tonto y sabía quiénes podrían ser esos bribones. Conocía
a Oscar Bowers, el hombre siempre estaba en el confesionario hablando
de su hijo. Siempre se encontraba molesto con el chico, le hablaba sobre
su mal comportamiento y las cosas que hacía. Una vez le había dicho que
había sido un error.
Luego de aquello, el señor Uris solo pensaba que era lo que necesitaba el
muchacho era un reformatorio, uno militar si era posible, pues en esos sí
que se reformaba a los jóvenes. De hecho, lo habían mencionado algunas
veces en sus charlas fuera del confesionario.
Para él era algo obvio, ese chico y sus amigos habían sido los que hurtaron
la bicicleta de su hijo. Bueno, su hijo, eso era otro tema. Siempre tan
sumiso, tan blando. Nunca se había defendido solo, siempre intervenía
alguien para ayudarlo. No le hubiera extrañado si los chicos en la escuela
se referían a él como `marica´ o algo parecido pues, si era completamente
honesto, si él tuviera quince años y viera como su hijo, de la misma edad,
reacciona de esa manera tan cobarde a los problemas, también lo hubiese
hecho.
Y por más que la idea hubiera estado en su cabeza un tiempo, jamás lo
enviaría a un internado militar pues no duraría mucho tiempo en una
pieza. Era demasiado endeble, un enclenque, un alfeñique y no solo
hablando de su cuerpo sino su actitud aniñada y cobarde.
El pensamiento de que jamás una chica querría estar con un muchacho así
le era imposible de apaciguar. Le preocupaba, pues esta era la edad en la
que los adolescentes empezaban a explorar su sexualidad y, aunque él
fuese un pastor y si alguien venia a su iglesia con un problema parecido, le
hubiera dicho que los adolescentes deberían esperar hasta el casamiento,
o en su defecto, hasta la mayoría de edad para tener relaciones sexuales,
este era su hijo y si era necesario que tuviera relaciones con una chica
para enderezarse y endurecerse, él lo aprobaría sin dudarlo.
Sabía que ese chico Bowers no tenía remedio y que su hijo jamás se
enfrentaría a él, así que decidió que iría él mismo a hablar con el sr.
Bowers, seguro acordarían algo, un castigo, una reprimenda.
Como detestaba a las `malas semillas´ y ese muchacho era una.

El infernal ruido de la alarma que Bill Denbrough olvidó apagar durante el


período de verano, hizo que este se despertara con un fuerte dolor de
cabeza. Perezosa pero desesperadamente tanteó sobre su mesita de
noche hasta que sintió el botón de apagado debajo de sus dedos. Con un
gimoteo y los ojos aún cerrados, volvió a taparse con sus sábanas, hacía
calor pero las cortinas de su habitación habían quedado entreabiertas y la
luz del sol le pinchaba detrás de los ojos.
Tenía un poco de resaca del día anterior, para qué iba a mentir. Pero no
solo del alcohol y las sustancias sino de frustración. Recordó aquellos
sucesos, el `inadaptado social de Bowers y los bobos que lleva siempre
consigo´ les habían robado las bicis a tres de sus amigos.
Pensó en Stan y cómo su padre debió haberle regañado, en Eddie y cómo
haría no solo para ir a trabajar sino para que su madre le dejara salir otra
vez después de que alguien le haya robado. Seguro la señora se había
inventado una escena con armas de fuego, rehenes, policías, un tiroteo y
todo. Además, estaba Richie y su… bueno, la verdad no conocía a Richie
tanto pero se lamentó de que le hubieran quitado su bici.
Mike y él habían estado hasta que cayó la noche recorriendo el pueblo y
preguntando por acá y por allá si alguien había visto a tres chicos con bicis.
Varios se les rieron en la cara diciéndoles que habían visto decenas de
grupos de tres chicos en bicis durante todo el día.
Sin haber tenido ni un poco de suerte, se despidieron y cada uno volvió a
casa. En la cena Bill les contó a sus padres sobre el tema, ya que les
preguntaron el porqué llevaba cara de `pocos amigos´. Siempre se sintió
cómodo contándoles sus cosas a sus padres, hasta cierto punto eran como
amigos, pues no le contaría sobre el alcohol y las drogas, claro, pero los
sucesos de sus vidas eran compartidos en la cena o el almuerzo, casi
siempre. Y, si el implicado lo permitía, debatían sobre ello.
Asimismo le dieron tres consejos, uno por cada miembro de la familia.
Aunque amaba a su hermanito el primer consejo que descartó fue el suyo
pues este le había propuesto ir con `ese niño´, según él, y decirle que
`nunca, nunca, nunca jamás te prestaré mis cosas, pues eres malo con mis
amigos´. Todos rieron al mismo tiempo que miraban con ternura al
pequeñajo, pues eso había sido muy inocente de su parte.
Por su parte, su padre le dijo que lo mejor sería hacer otra vuelta por el
pueblo en la mañana con mejor luz, este no era demasiado grande, Mike y
él aun tenían sus bicicletas y entre dos personas sería más sencillo.
`Divídanse y conquistaran, chicos´, le había dicho.
Su madre, en cambio, le había aconsejado pasar el día siguiente con sus
amigos intentar levantarles el ánimo y que no recuerden tanto la pérdida
de sus bienes personales. `Seguro ya deben sentirse bastante mal como
para seguir echando sal a la herida´.
Y ahora, debajo de sus sábanas, se debatía cual consejo era el ideal para
ejecutar. Al pensar en lo que su madre había dicho, comenzó a pensar en
sus amigos, siempre le relajaba un poco pensar en ese grupo. El tiempo
con ellos nunca era un desperdicio, ni si quiera cuando literalmente iban a
`perder el tiempo´.
El verano era definitivamente su mejor estación, los helados, la música
veraniega, la sombra de algún árbol, la cantera, los Barrens…
Abruptamente, quitó las sábanas de su rostro y se levantó corriendo al
baño, se mojó un poco bruscamente la cara y se la secaba al mismo
tiempo que corría a su placar y sacaba unos shorts y una playera.
Bajó la escalera con sus zapatillas y calcetines en una de sus manos.
Corriendo al teléfono casi se cae, escuchó en el fondo que alguien quizá su
madre, le gritó ` ¡cuidado! ´. Pero poco caso le hizo, levanto el tubo y
marcó.

- Ey – dijo a modo de saludo apresurado –. Vístete, voy para tu


casa.

Stan oía lo que Richie le decía y al principio no confía del todo, pues él
conocía a Eddie hacía más tiempo y creía que sus palabras lograrían
calmarle pero al ver que esto no funcionaba, decide dejarlo en manos del
azabache.
Sin pensarlo demasiado Richie se arrodilla junto al chico e intenta hacer
que lo vea a los ojos – Ey, Ed. Mírame – le dice más de una vez hasta que
el joven hace caso. Sus ojos estaban húmedos y su ceño estaba en
extremo fruncido –. Respira conmigo. Lento – intentaba que estabilice su
agitación.
El castaño sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, la nuca le ardía
pero al mismo tiempo al ver a los ojos a Richie sintió que algo en su
mirada le transmitía confort, entonces intentó hacer lo que este le decía.
Inhaló y exhaló. Inhaló y exhaló. Lo habrá hecho unas quince veces antes
de dejar de sentir que el pecho el rozaba el mentón.
- Piensa en un color, el color verde. Todas las cosas que son de
color verde – Richie intentó calmarse un poco –. El césped, las
plantas, las copas de los árboles – sonrió suavemente relajando
los músculos de su cara –, el agua de la piscina comunitaria en
invierno.
El chico quien había calmado bastante su respiración y sentía que la nuca
ya no le escocía como antes soltó una pequeña carcajada risueña. Miraba
a Richie con esa sonrisa y este le miraba, un poco más relajado, de la
misma manera. El contacto de sus miradas se cortó inevitablemente
cuando el de bucles rubios se inclinó un poco para abrazarlo fugazmente y
preguntar si se encontraba mejor.
El castaño asentía con una sonrisa a su amigo para luego hacerle una seña
con la mano para que le ayudara a levantarse.

Luego del pequeño incidente con Ed, los chicos acompañaron a Beverly y
Ben a casa de la pelirroja pues la madre de esta lo había invitado a
quedarse a comer antes de que ambos fueran a la cantera. Al llegar y ver
todos los chicos que eran, la mujer los invitó alegremente a todos a pasar
la noche si deseaban pero el chico rubio sabía que debía regresar a casa a
enfrentar a su padre con la noticia del robo de su bicicleta y Richie quería
acompañar al castaño a casa ya que se veía algo agotado, había sido un
largo día para todos. Así que luego de agradecer insistentemente a Karen
y despedirse de sus amigos, los tres chicos caminaron hasta la esquina de
la calle de la pelirroja y se despidieron también.

- Ey, Richie – dijo el de rulos –. Gracias – se lo había dicho en serio,


Eddie nunca había tenido un ataque de pánico hasta donde él
sabía y le había dado un buen susto y que el chico le hubiera
ayudado le hizo tenerle mucho respeto.

El azabache solo respondió un apenas audible “no hay de qué” y sonrió a


Stan cortésmente. Eddie ya había saludado a su mejor amigo y se
encontraba esperando por Richie en la acera de enfrente.
Caminaban sin decir nada, el más alto miraba al otro de reojo, quería
hablarle pero no sabía qué decir. Además sentía que un poco de
preocupación relacionada al reciente incidente todavía quedaba en él.
- Sabes – dijo –, no fue algo que hayas provocado o querido.
El chico que andaba cabizbajo y con el ceño fruncido, levantó la vista hacia
su acompañante, algo confundido.

- Me refiero a las bicicletas, la tuya en concreto – el otro asintió


repetitivamente volviendo la vista hacia adelante mientras lo oía
–. Quiero decir que a veces las cosas simplemente pasan, y
debes hacer el intento de no obsesionarte pensado una y otra
vez en ellas – intentaba encontrar palabras que no fueran
demasiado atrevidas –. Porque sino luego hacen que uno se
sienta mal en todos sentidos, incluso en el cuerpo.

Eddie no decía nada, solo había asentido con la cabeza múltiples veces, y
se mantenía con la mirada fija en camino. El azabache había hecho su
mejor esfuerzo pero no había logrado que el chico se relajara así que
creyó que lo mejor era que se quedara callado. Creía también que había
dado un buen discurso, es decir, las cosas que dijo, en serio las creía y
todo pero lo que más quería con ellas era que el muchacho se sintiera
menos presionado.

- Sabes – dijo el castaño sorprendiendo a Richie en su maquinar


interno –,

También podría gustarte