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EDITORIAL

Antología de cuentos
Eclosión
Libro de cuentos. 160 páginas. 40.000 guaraníes.

La obra

El Taller de Escritura Semiomnisciente (TES), dirigido por el escritor Sebastian Ocampos, nace
brevemente en 2011, renace en 2013 y se fortalece en los siguientes años. En él participan jóvenes y
adultos paraguayos y extranjeros animados por el deseo de compartir experiencias y de enfrentar entre
colegas los problemas de la creación literaria que en la soledad no han logrado resolver.

El resultado del aprendizaje colectivo es Eclosión, antología de cuentos, primera publicación de la


mayoría de los treinta cuentistas. Los lectores reconocerán rápidamente que las historias y la forma de
narrarlas varían de autor a autor; que cada uno se ha desentrañado a sí mismo y a su entorno desde
diferentes apreciaciones y cuestionamientos; y que la diversidad lingüística del castellano actual está
representada.

Los autores

Los autores, varios premiados en concursos nacionales, son: Zunilda Acosta, Arturo Aguilera, Adan
Amarilla (Premio , Hernán Aquino, Alicia Aranda, César Barreto, Inés Bazzano, María Luz Benítez,
José Biancotti, Lilian Córdoba, Rubén Cuevas, Erasmo Martín Fonseca, José Galeano Sosa, María
Rosa Gil, Patricia Cabañas, Pamela González Cañete, Eliana González Ugarte, Oscar González
Villalba, Esteban Hermosa, Giovanni Lobatti, Ricardo Loup, Adriana Marecos, Juan Monges Pacce,
Fernando Pereira, Alexandra Pose, Jazmín Sánchez, Giuliano Sardi, Tania Sosa Caniza, Juan de Dios
Valdez y Paulina Velázquez.

El libro también cuenta con la introducción y un cuento premiado de Sebastian Ocampos (mención en
el Premio Academia Paraguaya de la Lengua Española 2015), responsable de la edición.
Extractos de la introducción

Muchos de los grandes escritores que leemos aprendieron a escribir a solas, no en talleres de escritura,
sobre todo teniendo en cuenta que la literatura fue el último arte en enseñarse y aprenderse en forma
grupal. Los demás artistas, desde hace siglos, algunos ¡milenios!, han contado con un maestro o una
institución que los orientara en las primeras escaramuzas con la creación. Músicos, pintores,
escultores, dramaturgos, danzarines, arquitectos, casi todos ellos primero fueron discípulos de un
experto o recibieron los preceptos iniciáticos en una escuela o academia.
La enseñanza de la escritura literaria debió esperar hasta la segunda mitad del siglo XIX. De
Europa pasó a los Estados Unidos y de ahí a América Latina y el resto del mundo. A pesar de los
detractores que todavía ponen en duda la relevancia de los talleres, la realidad nos demuestra desde
hace décadas que muchos de los grandes escritores contemporáneos salieron de alguno de ellos. Solo
en el Paraguay, varias de las escritoras que empezaron a publicar en los 80 asistieron al Taller Cuento
Breve de Hugo Rodríguez-Alcalá (1917-2007). Y unas de ellas continuaron su formación en el taller
de Carlos Villagra Marsal.
En el TES practicamos tres actividades básicas y pedagógicas no certificadas por ninguna
institución: primero, comunicamos con el ejemplo placentero que el hábito de la lectura diaria es la
base de todo escritor; segundo, compartimos los textos (ensayos, cartas, entrevistas, artículos, etc.) de
los autores que analizan sus propias obras y las de sus escritores envidiados, respetados y admirados
para que nos ayuden a comprender el humano y muchas veces idealizado proceso de la creación
literaria; tercero, presentamos al grupo nuestras obras escritas en forma individual, solo las que valen
la pena leer, analizar, criticar y pulir en grupo, pues le dedicamos bastante tiempo a cada una. Y de
tanto en tanto recibimos la visita de un escritor para conversar sobre los temas literarios que se les
ocurra preguntar a los presentes. Entre 2013 y 2015 tuvimos la suerte y el gusto de charlar y beber con
los connacionales Miguel Ángel Fernández, Javier Viveros, Arístides Ortiz, Julio Benegas y por
supuesto Maybell Lebron. También con el salvadoreño Elmer Menjívar y el boliviano Rodrigo
Urquiola Flores, quienes nos introdujeron a la literatura de sus países, que desconocíamos casi por
completo.
Las tres actividades mencionadas se realizan todas a la vez y en todos los lugares posibles: en los
encuentros sabatinos ―cuando nos vemos las caras, sobrevivimos a las ironías y los sarcasmos y
terminamos compartiendo la merienda colectiva―, en las tertulias semanales ―cuando estamos más
interesados en embriagarnos suavemente y discutimos sobre cualquier tema―, en los viajes al interior
y al exterior ―cuando participamos en foros y ferias del libro― y en los espacios virtuales (correo
electrónico, Facebook, Telegram, Whatsapp), canales digitales sumamente importantes porque a través
de ellos hacemos llegar gratuitamente todos los materiales al grupo.
En los tres años del TES, leímos y releímos a muchos de los considerados maestros internacionales
de la escritura breve, desde los clásicos Edgar Allan Poe y Villiers de L'Isle Adam hasta los jóvenes
finalistas y ganadores del Premio Gabriel García Márquez de Cuento Hispanoamericano; así como a
los grandes cuentistas paraguayos, desde Rafael Barrett («en el Paraguay y al lado tuyo me hice al fin
hombre», escribió a Panchita), José Antonio Villarejo, Gabriel Casaccia, Roa Bastos, Bareiro Saguier
y Ana Iris Chávez hasta los nuevos ganadores de los concursos nacionales.

***

Una de las dagas sostenidas por los detractores de los talleres de escritura es la influencia de sus
orientadores en los participantes. La influencia es inevitable, pero no absoluta, sobre todo si en los
grupos se recomiendan entre sí a muchos autores y comparten, intercambian y obsequian libros, como
lo hacemos en el TES. Las vidas y las lecturas diversas aportan una heterogeneidad necesaria en la
formación general de cualquier persona, más aún en la de los artistas.
El recorrido literario de cada uno de los treinta narradores de la presente antología es único. Unos
tuvieron los recursos para volverse lectores desde niños o adolescentes, otros debieron hacer su propio
camino hacia la biblioteca personal. Varios tuvieron el privilegio de participar en otros talleres o de
contar con la amistad de profesores o escritores que les encauzaran en sus primeros pasos con la
escritura. A todos les une el hecho de haber compartido un periodo de sus existencias en el TES,
espacio en el que adquirieron o revalidaron las herramientas para practicar el oficio de escribir en
soledad, como todos los escritores de todos los tiempos.
Adelanto de Best Seller de Adam Amarilla, uno de los cuentos del libro

Si usted me viera, amable lector, diría con toda seguridad que soy un ganador ―un winner, me diría
un amigo―, montado como estoy en este incontestable descapotable del año, dos puertas, de
resplandeciente negro como algunos de mis recuerdos. Y es que voy, por si fuera poco, oculto detrás
de unos refinados anteojos oscuros, empilchado con un informal traje de diseñador, oliendo a esencia
del mejor perfume que se confunde con mi tabaco de finísima elaboración. Luzco una sonrisa
congelada, aburrida de tanto haberla practicado y escenificado. Hace mucho que no sonrío
genuinamente. Pero, ¡qué más da! Sigo avanzando, campeón mundial, por esta límpida avenida, lisa,
donde mi regio convertible se hace fina daga. Sí, es muy posible que usted diga: «¡Tiene al mundo en
sus manos!» con mis más de treinta y cinco millones de libros vendidos a nivel mundial, y traducidos
a siete idiomas. Puede también afirmar que he borrado de la consideración general al mejor y más
reconocido escritor de esta tierra, y en consecuencia, el cielo es mi límite.
Por último, diré que he dejado atrás la sombra implacable de mi amigo, eximio escritor e
incorruptible editor Sebastian. Pero, supongo, usted no conoce esa historia de mi pasado. Me dispongo
a relatarla; así podrá sacar sus propias conclusiones. Considere que mi cuenta bancaria crece de
manera exponencial a cada paso, a cada sonrisa dura, a cada autógrafo estampado.
Llego a la cafetería ubicada a cuatro cuadras de su casa. Sebastian, siempre calculador, me citó ahí
para evitar esfuerzos mayores. Mientras estaciono, diviso su biciclo y no puedo evitar sonreír por los
tiempos en los que fuimos dos simples hombres y peleábamos ―él, mejor pertrechado; yo, apenas
soldado raso― la batalla por dignificar el oficio, dedicándonos de pleno a ser escritores.
Cuando la puerta de acceso se cierra a mis espaldas y el aroma a buen café me gana por completo,
veo a este hombre a quien los años le estaban pasando factura en la piel, en la intensidad de la
mirada... y en la sonrisa. Claro, Sebastian en sus años de solidez anímica no andaba por ahí regalando
sonrisas; sin embargo, apenas accedí a esta rústica y afable cafetería me recibió con su sonrisa
genuinamente bonachona. Habitual en él, pero, hasta donde sabía, poco utilizada.
Algunas cosas debieron de haber pasado en el camino durante estos años que separan esos buenos
momentos en los que compartimos algunos proyectos editoriales y, especialmente, los días del taller
de escritura que él dirigía con relativo éxito, y yo ostentaba el curioso récord de ser el participante que
cargaba sobre sí la mayor cantidad de tiempo de risas y burlas de parte de los demás, y por supuesto
del mismísimo Sebastian.
«Algunas de tus malas costumbres no han quedado atrás con el paso del tiempo, por ejemplo, tu
impuntualidad». Por lo que estoy comprobando, Sebastian sigue ensayando diversas formas de decir
«¡Hola!» En todas sus fórmulas, el componente primordial es la ácida y directa crítica lanzada como
estilete dirigido a la zona más vulnerable de su interlocutor circunstancial. En esta ocasión, no tengo
forma de esquivar el dardo y vi su cara de ganador invicto de la partida que en tantas ocasiones me
dejó mal parado frente a los más diversos espectadores.
Porque si algo tenía ―y tiene― este amigo es su carácter implacable. No le he visto jamás declinar
el verbo ante una transacción que pusiera como moneda de cambio su propia postura.

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