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L’humanité
«Vampyria es, además de una saga, ¡una auténtica
revelación literaria! En la Corte de las Tinieblas, el dos
veces ganador del prestigioso Prix de l’Imaginaire
transforma al Rey Sol en un vampiro inmortal. ¡Todo un
éxito!»
Le Figaro
Cnews
Índice
Preámbulo
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Epílogo
Agradecimientos
Para E.
El bosque más funesto y menos transitado es,
comparado con París, un lugar seguro.
¡Desgraciado aquel que, impelido por un asunto imprevisto,
deambula demasiado tarde por sus calles!
Tras cerrar la puerta adormecido, todos los días me acuesto al
caer el sol;
pero apenas apago la luz de mi habitación,
no se me permite cerrar los párpados.
***
Al claro de luna
cierra bien tu puerta:
los vampiros salen
al caer de la noche.
A Pierrot se le pasa la borrachera,
ellos lo despellejarán
¡y luego los gules
le romperán los huesos!
CANCIÓN POPULAR que se entonaba en el anochecer en París
(tres siglos y medio más tarde, año 299 de la era de las
Tinieblas)
PREÁMBULO
La intrusión
«¡Ahora!»
Girando sobre mis talones, le rodeo la cabeza con los
brazos atados y basculo en su espalda. Acto seguido, tiro
con todas mis fuerzas de su cuello apretando las tres
vueltas del cordón en su prominente nuez.
—Yo…, que… —farfulla respirando entrecortadamente.
Su espada dibuja unos molinetes furiosos en el aire
tratando de atravesarme, pero lo que antes era mi punto
débil se ha convertido ahora en el fuerte: el guardia no
logra dar con mi cuerpo menudo, del que se burlaba hace
apenas unos segundos.
Mis pies se separan del suelo. Me aferro con todo mi
peso al garrote improvisado, como si tocara un
instrumento de cuerda. La campana humana de la que
cuelgo emite unos hipos guturales, como si tintineara. El
estruendo de la tormenta impide que se oigan, al igual
que ahoga el ruido que hacen nuestros cuerpos al caer al
suelo.
El guardia suizo tira por fin la espada para llevarse las
manos al cuello y tratar de desasirse de mi abrazo
mortal. Si hubiera utilizado sus músculos de hombre
adulto para obligarme a soltarlo desde el principio, sin
duda lo habría conseguido. Pero ha perdido unos
segundos preciosos aferrado al mango de la espada, de
manera que ahora empieza a perder energía. A pesar de
lo mucho que se agitan, sus dedos no logran introducirse
entre el cordón tenso y su cuello amoratado; por su
parte, los míos están tan crispados bajo el garrote que se
han puesto blancos.
¡Apretar!
¡Silenciarlo para siempre!
¡Para vengar a Paulin, a Bastien y a todas las víctimas
de la Magna Vampyria!
De repente, siento un dolor agudo en el cuero
cabelludo: deslizándose por el triple cordón de seda, una
de las manos del guardia ha llegado hasta mi nuca y me
ha agarrado el pelo. Tira de él con todas sus fuerzas, las
últimas de un hombre que siente que la muerte se acerca.
Me muerdo el interior de las mejillas para no gritar y
causar un alboroto en palacio. A medida que mis dientes
se clavan en mi carne, el garrote se va hundiendo en la
del guardia suizo.
Sus venas se hinchan como culebras pulsantes.
De repente, la mano que tiraba de mi pelo lo suelta.
El cuello que tengo entre mis puños cerrados deja de
palpitar.
La gruesa cabeza se mueve y se ladea suavemente.
Me levanto poco a poco, con la respiración
entrecortada y los dedos entumecidos, horrorizada por
haberme visto obligada a matar para salvar mi piel y el
secreto de la Fronda.
El Gran Reposo
Rey Luis:
Reencuentros
La maldición
—¡Estoy segura!
Naoko suspira.
—¡Puta!
—¡Lamemuertos!
Ningún soldado interviene: esos hombres están a las
órdenes de Mélac, y el gran escudero ya nos previno que
no iban a levantar un solo dedo para ayudarnos.
—Gracias, señora…
—Blanche de La Roncière —concluye ella.
Se me encoge el estómago.
El pelo rubio ceniza…
Los ojos de color azul celeste…
—Yo… lo siento…
—¿Qué es lo que siente? —replica ella alzando la
barbilla—. Los vencedores no piden perdón. ¿Se ha visto
alguna vez al lobo disculparse por devorar al cordero o al
águila por abalanzarse sobre el conejo?
Me parece oír en boca de su madre las palabras de
Tristan: es algo que me duele. Esa fe que considera que
la fuerza es la única virtud. La voluntad de poder que lo
aplasta todo a su paso. Por ese motivo impedí que
Tristan accediera al trono, porque, si lo hubiera logrado,
habría gobernado de forma aún más despiadada que el
Inmutable.
—¡La ley del más fuerte siempre es la mejor! —insiste
Blanche de La Roncière; la dureza de sus palabras
contrasta con la armonía de su cara, que conserva la
belleza a pesar de los años—. Y tú fuiste más fuerte que
mi hijo, Diane de Gastefriche. Fuiste más fuerte que
todos los que estamos aquí reunidos. La derrota es el
destino de los débiles, por eso no te pido misericordia.
Una sonrisa se dibuja en sus labios, morados a causa
del frío. Esa mujer es el cerebro que urdió la
conspiración de La Roncière. Representa todo lo que
aborrezco —la arrogancia de los poderosos que
equiparan al pueblo con el ganado—, su impasibilidad
me estremece. Además, su carácter me recuerda al de mi
madre, son dos señoras combatiendo en campos
diametralmente opuestos.
—No, no te pido misericordia —repite ante el silencio
atento de los prisioneros—. Solo te pido que me
escuches, porque tengo algo que decirte en nombre de
Tristan, unas palabras que lo cambiarán todo.
Se me hiela la sangre.
¿A qué secreto se refiere Blanche de La Roncière? ¿Es
posible que conozca mi verdadera identidad? Tristan
descubrió que yo era plebeya, pero me juró que no se lo
diría a nadie antes de casarse conmigo y de
transmutarme. ¿Y si me hubiera mentido? ¿Y si le
hubiera revelado todo a su madre en una carta? ¿Y si
ahora esta pretendiera que hablase para salvar su vida?
¡Debo saber a qué atenerme y protegerme al precio
que sea!
Me levanto desempolvando mi vestido y arreglándome
el pelo pegajoso, y me dirijo con paso lento hacia el carro
sin dejar de mirar a esa prisionera maniatada. A mi
alrededor, el mutismo de los condenados tiene algo de
recogimiento, es casi religioso, como si estuviera
avanzando por la nave de una iglesia hacia la que podría
haber sido mi suegra.
La dama de La Roncière inclina el pecho fuera del
reborde del carro sin perder la gracia a pesar de la
pobreza de su atuendo y de las cadenas.
El suplicio
—¿Cómo lo sabe?
—Su reputación la precede —responde abriendo
apenas los labios.
La escolta
¡Otra pesadilla!
Otra visión de muerte: ¡la mía!
El recuerdo de la última amenaza de Blanche de La
Roncière es una bofetada: «Que mis últimas palabras se
queden grabadas en tu memoria: ¡yo te maldigo! ¡Tristan
volverá para vengarme!».
Los Incurables
Hélénaïs enmudece.
Los inocentes
De Pierrot ya sobrio
arrancarán la piel;
los gules, ¡gran oprobio!,
del hueso sacarán miel.
Los arcanos
—¿Los arcanos?
A modo de respuesta, una pequeña tabla de madera
sale por la ventana formando una especie de mostrador
improvisado entre el ocupante del reclusorio y yo.
Después, las manos del recluso atraviesan la rendija. A
la luz del día me parecen aún más viejas de lo que las
recordaba. La carne es escasa y los huesos tan visibles
que podrían ser las manos de un esqueleto. En cuanto a
las uñas, largas y amarillas, no debe de habérselas
cortado desde hace mucho tiempo, dada la espantosa
manera en que se arquean hacia arriba las de los
pulgares.
Temblando, recuerdo la manera en que el recluso se
presentó a mí la primera vez que nos vimos: me dijo que
estaba medio muerto.
¿Por qué?
—Deje de irse por las ramas y dígamelo —le imploro
con el estómago encogido—. ¿Esa carta significa que voy
a morir antes de encontrar a la Dama? ¿O tampoco en
este caso caben las interpretaciones literales? ¡Cuando
vine al cementerio por primera vez, me predijo la
muerte, la oscuridad y la desolación!
No sé si sus pálidas manos tiemblan debido a la edad,
o al terror, lo cual sería aún más espantoso, porque
desconozco su causa.
—No niego que vi en tu palma una línea de muerte
interminable —admite el adivino de un tirón—. Y que
hayas sacado al arcano sin nombre en posición contraria
no me tranquiliza. Debo…, tengo que reflexionar sobre
todo eso. En cualquier caso, hoy no estás receptiva, no
escuchas. Vuelve mañana.
La torre
—¡Ábrenos, tabernero!
—Está cerrado. ¡Esto no es el hospicio!
Mantenerme despierta…
Tengo que luchar para no quedarme dormida…
—¡Ayayay!
Abro bruscamente los ojos, el corazón me late
enloquecido.
¿Una pesadilla?
Sí, ahora recuerdo que me adormecí un momento en el
taburete; por lo visto, el resto me lo imaginé. Lo que me
preocupa es que desde que bebí el Sorbo del Rey mis
sueños tienden a ser desagradablemente premonitorios.
Cuando me he visto morir en sueños… ¡ha sucedido que
luego he estado a punto de hacerlo en la vida real!
—Creo que los gules no tardarán en llegar —balbuceo.
—¿Qué es, otra de tus falsas intuiciones? —se burla
Hélénaïs—. ¡Puedes quedártela! Además, en caso de que
los gules se decidan a aparecer de una vez, aquí estamos
bien resguardados, como dijo Suraj. No saldremos de
esta bodega hasta que la carga de esos seres espantosos
termine, luego cogeremos a la Dama de los Milagros
como si fuera una flor.
Mientras habla señala con un dedo la gruesa cadena
que cierra la trampilla.
—Los gules no vendrán por ahí —digo.
—Entonces, ¡no vendrán!
Haciendo caso omiso de las burlas de la escudera, me
precipito hacia las estanterías y empiezo a sacar las
botellas, cuyo contenido está medio congelado.
—¡Ayudadme! —grito inclinándome para hacer rodar
un pesado tonel.
«¡No, Jeanne!»
«¡Ahora no!»
«¡Recuerda que solo puedes utilizarlo una vez!»
Hélénaïs es la primera en saltar por la ventana rota.
Tras tomar impulso, la sigo y aterrizo en el empedrado
cubierto de hielo, en la calle.
El gul me habló.
Oí con toda claridad la frase que salió de su boca, que
en teoría era incapaz de articular palabras humanas.
«¿Quién eres tú?» Esas cuatro sílabas cavernosas
llevan toda la noche dando vueltas en mi cabeza en la
posada del Gato Amarillo, donde nos refugiamos después
de la derrota del Temple.
Esta mañana, tras largas horas de insomnio
macerando en mis pensamientos y en la bilis negra, una
jaqueca espantosa me oprime el cerebro.
A pesar de todo, me levanto, me visto y me aseo un
poco ante el espejo desportillado que cuelga de la pared,
encima de una palangana de agua fría. «¿Quién eres tú?»
Mientras contemplo mi reflejo, pienso en la auténtica
baronesa, cuya identidad he usurpado. Debido a la
imprudencia que cometió al recibir a mi hermano en su
casa y a la cobardía de no advertirnos de que la
Inquisición iba a por nosotros, Bastien y el resto de mi
familia murieron. Cuando su padre, el barón, quiso
atravesarme con su espada ropera, yo, la última
Froidelac que seguía con vida, utilicé su arma como
escudo. Habría preferido que todo eso no sucediera,
porque quizá la auténtica Diane de Gastefriche no era tan
mala, dado lo mucho que la quería Bastien. Es posible
que, a su manera, fuera también víctima de una
educación rígida, de un padre tiránico, de las terribles
circunstancias que se viven en la Magna Vampyria…
Llaman a la puerta.
Reprimo mi nostalgia.
—¡Adelante!
Son Suraj y Hélénaïs. Como de costumbre, nos
reunimos en mi habitación para tomar un desayuno
frugal a base de pan seco y café diluido. A juzgar por sus
caras descompuestas, han debido pasar una noche tan
agitada como la mía.
Nadie responde.
NUNCA ENCONTRARÁS LA
CORTE DE LOS MILAGROS,
PERO ES POSIBLE QUE LA
CORTE DE LOS MILAGROS TE
ENCUENTRE CUANDO HAYAS
PERDIDO TODA ESPERANZA.
LOS SUEÑOS MÁS
MARAVILLOSOS SE HACEN
REALIDAD. LAS PESADILLAS
MÁS ESPANTOSAS TAMBIÉN.
Obsesión
Lágrimas
La Dama.
Es ella.
La transacción
—¿Por qué?
—Vamos a atravesar una galería secreta, que solo
nosotros conocemos. A pesar de que fuera es de día y
que, por tanto, los gules deben de estar durmiendo en
sus tugurios, no conviene despertarlos.
Acto seguido, me amordaza la boca como medida de
precaución. Él también guarda silencio, de manera que
mi imaginación puede volar libremente durante el
camino. ¿Adónde me llevan así? ¿Hasta los confines de
París? He intentado dormir todo lo posible para
acumular fuerzas. Poco importa a quien me entreguen:
pienso ponérselo difícil, a pesar de que con las manos
atadas no me va a resultar muy fácil.
Al salir de la galería siento que un viento fresco
penetra por el borde del saco que me impide ver. Creía
que habíamos llegado a nuestro destino, pero no es así,
porque volvemos a ponernos en marcha.
—¿Naoko?
Guiño frenéticamente los ojos para evitar que los
copos de nieve me cieguen; al final distingo un pequeño
caballo escondido tras los árboles, en el borde de la
avenida más próxima. Está a apenas unos metros de mí,
pero su pelaje gris tordo se mimetiza de tal manera con
la nieve y la niebla que nadie lo ha visto hasta ahora. Es
Calypso, la yegua de Naoko. La joven japonesa está a
lomos de ella, envuelta en una larga capa de color beis
claro con capucha. En una mano empuña una pistola, la
misma con la que, supongo, ha provocado la pelea en que
ha muerto el portador de los lingotes. Me tiende la otra
mano.
Me levanto de un salto mientras, a mis espaldas, el
intercambio de balas prosigue y corro hacia ella para
agarrar el brazo que me tiende con las dos manos atadas.
Por suerte, Naoko y yo somos menudas. Mi amiga
refunfuña mientras me ayuda a subir, aferrándose con
todas sus fuerzas a la crin de Calypso para no perder el
equilibrio.
Apenas me siento en la grupa del animal, mi amiga lo
espolea. Las cuerdas con las que me han atado las
muñecas me impiden sujetarme, de manera que tengo
que apretar con fuerza los muslos contra los flancos
palpitantes de la bestia para no caerme.
No lo sé.
No quiero saberlo.
Con el pelo empapado por la nieve fundida, me dejo
caer sobre el jergón implorando al sueño que me lleve
con él.
15
El acuerdo
—¿Jeanne?
Me revuelvo en el enmohecido jergón.
No quiero soñar ni tener visiones del pasado o del
futuro.
Solo quiero sumergirme en el océano negro del olvido.
—¿Qué ocurrió?
—Calypso cayó abatido por una bala.
En la grieta se eleva un gemido casi inaudible. Naoko
estaba tan unida a su yegua como yo lo estoy a Typhon.
—No sufrió —le aseguro sintiendo una punzada de
dolor al recordar la bala que mató a Calypso—. Pero,
dime, ¿cómo me encontraste?
Naoko deja de sollozar. El silencio es total, como la
oscuridad. Para hablar solo necesitamos susurrar, cosa
que me permite imaginar que mi amiga está a mi lado,
sin ninguna pared que nos separe.
—Orfeo me puso sobre aviso —me explica.
—¿Orfeo?
La exhumación
HERMANA AMARANTE
274 - 297
Inspiro hondo.
El aire cerrado de la cripta me parece más sofocante
que nunca.
El triunfo
El baile
La retribución
—¿Cómo dices?
Hospicio cerrado
¿Cederá al final?
¿Conseguirá lord Raindust dar en el blanco y matar a
la Dama?
Toco el anillo de ónix, lista para desenroscar la piedra
cuando llegue el momento.
Milagros
No future.
Una frase lapidaria, una llave maestra: la que por fin
me abre la puerta del alma de Sterling.
—¿Shakespeare de nuevo?
—No, esta vez la cita es mía. Es demasiado tarde. Las
Tinieblas han triunfado. Devorarán el mundo y se nos
llevarán a todos.
Con la cabeza vuelta hacia mí en la picota, me escruta
más intensamente que nunca; por primera vez, percibo
en él cierta forma de fragilidad.
—La sed de los vampyros está aumentando en todo el
mundo —resopla—. Dentro de poco no habrá suficientes
mortales para alimentarlos, y entonces se matarán entre
ellos. Esa situación se vive ya en el frente oriental con las
estirges. Las abominaciones nocturnas pululan por todas
partes, y al final también acabarán devorándose entre sí
hasta que no quede nada.
Inspiro hondo. El aire húmedo de la cueva satura mis
fosas nasales con unos aromas rocosos tan viejos como el
tiempo.
El juicio
Deslumbramiento total.
Como sucedió hace poco en el hospicio, la repentina
diferencia de luz es tan brutal que me veo obligada a
cerrar los párpados. Tardo varios segundos en abrirlos
de nuevo, el tiempo necesario para que mis pupilas se
acostumbren; pero, incluso así, mis ojos siguen llenos de
lágrimas.
Un astro parece haberse elevado ante mí: la luna
oculta de las profundidades. Es un círculo luminoso de
color blanco resplandeciente, tan ancho y brillante que
eclipsa las constelaciones de faroles milagrosos que
pueblan el valle subterráneo.
Una silueta alta destaca en el contraluz cegador.
El contraste es demasiado fuerte para que pueda
distinguir sus rasgos, pero aun así entreveo su contorno
envuelto en un vestido largo, el pelo suelto y un extraño
tocado similar a dos cuernos erguidos.
Es ella.
—Jamás.
La aliada
Las hermanas
—¿Orfeo?
Señalo a mi peculiar amigo, que sigue atrapado en la
picota, delante de la boca de la Devoración.
Mi anillo de ónix…
¿Tendrá algún efecto en un lugar con una iluminación
tan fuerte como esta?
Mientras una tormenta de dudas se desencadena en mi
mente, oigo un grito tras de mí:
El aluvión
Alguien grita:
—¡Un dique! ¡Han hecho un dique en el Bièvre!
—Pero ¡eso es imposible! —replica la Dama—. ¡El lecho
del río es subterráneo!
—Salvo en la desembocadura, señora, donde va a parar
el Sena —precisa Martial, que sigue empuñando la
espada encima del cuello de Orfeo.
Los cortesanos que hasta hace unos instantes
clamaban su ardor guerrero, se miran inquietos en la
penumbra.
¡Es mi oportunidad!
La Devoración
—¿Qué?
—Cuando llegues a la superficie, permitirás que Orfeo
se lleve a Pierrot con él.
Esa pregunta…
Me parece haber sido proyectada al Temple, cuando
imaginé que un gul se dirigía a mí. Ahora comprendo, sin
embargo, que no era una fantasía.
Hoy, al igual que entonces, una criatura me habla
después de haberme lamido la piel…, ¡y yo la entiendo!
¿Será posible que los gules, esos engendros en teoría
descerebrados, puedan entender el sentido de mis
palabras?
—¡Soy Diane de Gastefriche, escudera del rey de las
Tinieblas! —sollozo—. ¡Si no me suelta, el soberano se
enfadará!
Mi amenaza no parece impresionar a los gules, que
siguen inmovilizando mis piernas.
¡Es imposible!
—¿A qué sabe una Gastefriche, para empezar? —
pregunta una segunda voz aún más ronca.
La Ciudad de la Luz
—Cállate, milord.
Rastrillo el estiércol para cubrir sus blandas manos, su
pálido pecho, su frente inmóvil.
—«No cubras las malas hierbas con estiércol, porque
se volverán más… vigorosas.»
—¿Y luego?
—Luego decidirás tu porvenir. Si quieres seguir
poniendo tus visiones a favor de una buena causa, serás
bienvenido. Te prometo una cosa: sea cual sea tu
decisión, eres libre; nunca te encerraremos contra tu
voluntad.
La promesa parece tranquilizar a ese niño
extraordinario.
Se envuelve en la capa de jardinero y se tapa la cabeza
con la capucha.
—¿2014 dices…?
—¡Orfeo!
—¡Ha regresado!
—La acompaña el gran escudero, a pesar de que ya no
es escudera…
Se acabó la introspección.
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