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Traducciones Independientes

El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias personas que sin
ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y corregir los capítulos del libro.

El motivo por el cual hacemos esto es porqué queremos que todos tengan la oportunidad de leer
esta maravillosa saga lo más pronto posible, sin tener que esperar tanto tiempo para leerlo por el
idioma en que fue hecho.

Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de lucro, es por esto
que este libro se podrá descargar de forma gratuita y sin problemas.

También les invitamos que en cuanto esté el libro a la venta en sus países, lo compren. Recuerden
que esto ayuda a la escritora a que siga publicando más libros de esta maravillosa saga.

Disfruten de su lectura.

Saludos, Traducciones Independientes.


Créditos

Traductores
s Sergio Palacios

s Cotota

s Anto Raffaele

s Sandra Martin

s Akasha San

s Luisa Tenorio

s Andiie RS

s Mary Aguilar

s Karla Sbraccia

s Irais A. Galvez

s Yunnu Heedz

s Roxana Bonilla

s Isa Martinez

s Stephany Sojo

s Carolina Suarez

s Alina Montoya

s Cecilia García

s Tay Paredes

s Idrys

s Marina Martinez

s Genesiis Mediina

s Lu Na

s Laura Yépez

s Mafer Torres
Correctores
S Cotota

S Reshi
S Sandra Martin

S Anto Raffaele

Diseño

S Lu Na

Corrección Final

S Reshi
Sinópsis
“Una lucha por su trono. Una guerra contra la oscuridad”.

El largo camino hacia el trono apenas ha comenzado para Aelin Galathynius. 

Lealtades se han roto y comprado, amigos se han perdido y ganado, y aquellos que poseen magia
se encuentran en contra de los que no.

Mientras los reinos de Erilea se van fracturando a su alrededor, los enemigos deberán convertirse
en aliados si Aelin desea mantener a los que ama alejados de caer en las fuerzas oscuras listas
para reclamar su mundo. Con la guerra cerniéndose sobre todos los horizontes, la única posibil-
idad de salvación está en una búsqueda desesperada que puede marcar el fin de todo lo que es
querido para Aelin.

El viaje de Aelin desde Asesina a Reina ha fascinado a millones en todo el mundo, y en esta quinta
entrega dejará a los fans sin aliento. 

¿Tendrá Aelin éxito en mantener su mundo desde los fragmentos, o todo se derrumbará abajo?
Para Tamar,

Mi campeón, hada madrina y caballero de brillante armadura.

Gracias por creer en esta saga desde la primera página


Anochecer
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Reshi

Los tambores habían sonado a través de las dentadas colinas de las Montañas Negras desde la
puesta del sol.

Desde el afloramiento rocoso en el que su tienda de guerra se agitaba con el viento, la Princesa
Elena Galathynius había monitoreado el ejército del enemigo toda la tarde mientras limpiaba a
través de esas montañas en olas de ébano. Y ahora que el sol tenía tiempo que se fue, las hogu-
eras del enemigo brillaban sobre las montañas y valles debajo como una sábana de estrellas.

Tantos fuegos, tantos, comparados con aquellos ardiendo de su lado del valle.

Ella no necesitaba el don de sus oídos Hada para escuchar las oraciones de su ejército humano,
algunas habladas y otras en silencio. Ella misma ofreció algunas en las horas pasadas, aunque
sabía que no iban a ser contestadas.

Elena nunca había considerado que podría morir, nunca consideró que iba a ser tan lejos de las
tierras verdes de Terrasen. Que su cuerpo podría no ser quemado, sino devorado por esas bestias
del ser oscuro.

No iba a haber una señal o marca que le indicara al mundo donde la Princesa de Terrasen había
caído. No iba a haber ni una marca, nada ninguno de ellos.

—Necesitas descansar—le dijo una voz madura y masculina, desde la entrada de la tienda atrás
de ella.

Elena miró sobre su hombro, sobre su pelo suelto plateado, colgando de la piel y capas de su ar-
madura. Pero la mirada penetrante de Gavin estaba ya puesto en los dos ejércitos extendiéndose
bajo ellos. En esa estrecha marca negra de demarcación, que muy pronto sería cruzada.

A pesar de toda su charla de descanso, Gavin no se había quitado su armadura al entrar a su


tienda hace horas. Sólo hace unos minutos sus líderes de guerra habían finalmente salido de la
tienda, sosteniendo mapas en sus manos y ni una pizca de esperanza en sus corazones. Ella lo
podía sentir en ellos, el miedo. La desesperación.

Los pasos de Gavin crujieron en la tierra rocosa y seca mientras se aproximaba su solitaria vigi-
lante, en silencio gracias a sus años recorriendo la selva del Sur.

Elena una vez más observó los interminables fuegos del enemigo.

—Las fuerzas de tu padre aún pueden lograrlo—dijo él ásperamente.


La esperanza de un tonto. Su inmortal audición había escuchado cada palabra de las horas de
debate dentro de la tienda detrás de ellos.

—Este valle es ya una trampa de muerte—dijo Elena.

Y ella los había guiado a todos ahí.

Gavin no le contestó.

—Llegado el amanecer —continuó—Todo será manchado de sangre.

El líder al lado de ella siguió en silencio. Tan raro, de Gavin, ese silencio. Ni un parpadeo de esa
indomable fiereza brilló en sus ojos abiertos, y su larga cabellera café colgaba. No podía recordar
la última vez que tomaron un baño.

Gavin se giró hacia ella con esa mirada evaluadora que la había conquistado desde el momento
que lo conoció por primera vez en el salón de su padre años atrás. Vidas atrás.

Tan diferente tiempo, tan diferente mundo, cuando las tierras habían estado llenas de cantos y luz,
cuando la magia no había comenzado a crecer en la sombra creciente de Erawan y sus soldados
demoniacos. Se preguntaba cuando tiempo Orynth aguantaría una vez la masacra de aquí del
Sur terminara. Se preguntaba si Erawan destruiría primero el palacio brillante de su padre, o si
quemaría la librería real, quemaría el corazón y conocimiento de una eternidad. Y luego quemaría
a su gente.

—El amanecer está a horas aún—dijo Gavin, pasando saliva—Suficiente tiempo para ti para in-
tentarlo.

—Nos van a hacer pedazos antes de que podamos despejar los caminos…

—No nosotros. Tú—la fogata iluminando su rostro en un parpadeante alivio— Sólo tú.

—No abandonaré a esta gente—sus dedos encontrando los de él—O a ti.

El rostro de Gavin no se inmutó.

—No hay forma de evadir el mañana. O el baño de sangre. Escuchaste lo que el mensajero dijo,
sé que lo escuchaste. Anielle es un matadero. Nuestros aliados del norte se han ido. El ejército
de tu padre está demasiado lejos. Todos moriremos antes de que el sol esté arriba de nosotros.

—Todos moriremos algún día de todos modos.

—No—Gavin estrujo su mano—Yo moriré. Esas personas ahí abajo, ellos morirán. Ya sea por
espada o tiempo. Pero tú…—su mirada se dirigió a sus orejas puntiagudas, la herencia de su
padre—Tú podrás vivir por siglos. Milenios. No tires eso a la basura por una ya perdida batalla.

—Prefiero morir pronto mañana que vivir por cientos de años con la vergüenza de un cobarde.

Pero la mirada de Gavin estaba puesta de nuevo en el valle. En su gente, la última línea de
defensa contra la horda de Erawan.
—Ponte detrás de las líneas de tu padre—le dijo—y continúa la pelea desde ahí.

—No será de ningún uso—tragó pesadamente.

Lentamente, Gavin le miró. Y después de todos estos meses, de todo este tiempo, ella confesó.

—El poder de mi padre comienza a fallar. Está cerca ya, unas décadas de perecer. La luz de Mala
se atenúa dentro de él con cada día que pasa. No podrá enfrentarse a las fuerzas de Erawan
y ganar. —Las últimas palabras de su padre antes de que ella se embarcará en esta misión
condenada “Mi sol se está poniendo, Elena. Debes encontrar un camino donde asegurar que el
tuyo aún se levante.

—¿Y escogiste este momento para decírmelo? —el color de la piel del rostro de Gavin se había
ido.

—Elijo ahora, Gavin, porque no hay esperanza para mí tampoco, ya sea si huya hoy o pelee
mañana. El continente va a caer,

Gavin se acercó hacia las docenas de tiendas en el afloramiento. Amigos de él.

Amigos de ella.

—Ninguno de nosotros va a salir de aquí mañana—dijo él.

Y fue la forma en la que sus palabras quebraron, la forma en la que sus ojos brillaron, que le
hicieron acercarse a sus manos una vez más. Nunca, ninguna vez en todas sus aventuras, en
todos los horrores que habían soportado juntos, le había visto llorar.

—Erawan ganará y dominará estas tierras, y todas las demás, eternamente—Gavin susurró.

Los soldados se movieron en las tiendas debajo. Hombres y mujeres, murmurando, jurando,
llorando. Elena observó la fuente de su terror, por todo lo largo a través del valle.

Uno por uno, como si una grande mano de oscuridad los barriera, los fuegos del campamento del
ser oscuro se apagaron. Los tambores latieron aún más fuertes.

Él había llegado al fin.

Erawan mismo había llegado para ver la última lucha del ejército de Gavin.

—No van a esperar hasta el amanecer—dijo Gavin, una mano extendiéndose hacia donde Damaris
estaba envainada a su lado.

Pero Elena tomó su brazo, ese músculo fuerte como granito debajo de su armadura.

Erawan había venido.

Tal vez los dioses aún estaban escuchando. Tal vez la fiereza del alma de su madre los había
convencido.
Elena tomó el rostro salvaje de Gavin, ese rostro que había llegado a amar sobre todos los demás.
Y le dijo

—No vamos a ganar esta batalla. Y no vamos a ganar esta guerra.

Su cuerpo tembló ante la resistencia de ir a donde sus líderes de guerra, pero él le dio ese respeto
de escucharla. Siempre se habían dado eso mutuamente, lo habían aprendido a la difícil.

Con su mano libre, Elena giró sus dedos en el aire entre ellos. La magia en sus venas ahora
bailaba, de flamas a agua a vid a hielo. No un abismo eterno como el de su padre, pero un versátil
y ágil don de magia. Dado por su madre.

—No vamos a ganar esta guerra— repitió Elena, el rostro de Gavin radiante en la luz de su
incesante poder—Pero podemos retrasarla por un momento. Puedo llegar al otro lado del valle en
una hora o dos—volvió sus dedos un puño, cortando su magia.

—Lo que buscas hacer es una locura, Elena—le dijo Gavin, frunciendo sus cejas— es un suicidio.
Sus tenientes te van a atrapar antes de que puedas deslizarte a través de sus líneas.

—Exactamente. Van a llevarme justo ante él, ahora que ha llegado. Me considerarán su valioso
prisionero, no su asesina.

—No—sonada cómo una orden y una súplica al mismo tiempo.

—Mata a Erawan, y sus bestias entrarán en pánico. Lo suficiente para que las fuerzas de mi padre
lleguen, para que se unan con lo que quede de las nuestras, y rompan las fuerzas del enemigo.

—Dices “Mata a Erawan” como si fuera una fácil tarea. Él es un Rey del Valg, Elena. Incluso
aunque te llevarán ante él, te tendría bajo su poder incluso antes de que hagas un movimiento.

Su corazón se encogió, pero aun así forzó las palabras fuera de sus labios.

—Es por eso que…—no podía detenerse en sus labios temblorosos—Es por eso que necesito
que vengas conmigo, en lugar de pelear con tus hombres.

Gavin sólo le siguió mirando.

—Porque necesito…—lágrimas corrían por sus mejillas—Te necesito como una distracción.
Necesito que me compres tiempo para pasar por sus defensas internas. —Justo como la batalla
de mañana les iba a comprar tiempo.

Porque Erawan iría tras Gavin primero. El guerrero humano que había sido un bastión contra las
fuerzas del Señor Oscuro por tanto tiempo, quien había peleado contra él cuando ningún otro
podía… el odio de Erawan hacia el príncipe humano era sólo comparado contra el mismo odio que
tenía hacia el padre de Elena.

Gavin la estudió por un largo momento, entonces con sus dedos limpió las lágrimas de sus mejillas.

—No se le puede matar, Elena. Escuchaste al oráculo de tu padre decirlo.


—Lo sé—asintió ella.

—E incluso si lográramos contenerlo, atraparlo… —Gavin consideró las palabras—Sabes que


sólo estamos moviendo la guerra hacia alguien más –a quien sea que gobierne estas tierras algún
día.

—Esta guerra—dijo con calma—es sólo el segundo movimiento de un juego que ha estado siendo
jugado desde aquellos antiguos días a través del mar.

—Vamos a detenerla para que alguien más la herede si él escapa. Y no va a salvar a esos
soldados de ser asesinados mañana.

—Si no actuamos, no va a haber nadie que herede esta guerra—dijo Elena. La duda brillaba en
los ojos de Gavin—. Incluso ahora—prosiguió ella—nuestra magia está fallando, nuestros dioses
nos abandonan. Huyen de nosotros. No tenemos aliados Hadas fuera de esos en las fuerzas de
mi padre. Y su poder, como el nuestro, está desvaneciéndose. Pero quizás, cuando ese tercer
movimiento venga… tal vez los jugadores en nuestro juego sin terminar serán diferentes. Tal vez
será un futuro en donde Hadas y humanos pelean lado a lado, unidos en poder. Tal vez encontrarán
una forma de terminar esto. Así que vamos a perder esta batalla, Gavin—dijo—nuestros amigos
morirán en ese campo de batalla al venir el amanecer, y lo vamos a usar como nuestra distracción
para contener a Erawan para que Erilea pueda tener un futuro.

Los labios de Gavin se tensaron, sus ojos color zafiro, abiertos.

—Nadie debe saberlo—ella dijo, su voz quebrándose—. Incluso si tenemos éxito, nadie debe
saber qué hicimos.

La duda se reflejaba en las líneas de su rostro. Ella apretó su mano aún más fuerte.

—Nadie, Gavin.

La agonía se notaba en su rostro. Pero asintió.

Mano en mano, miraron hacia la oscuridad revistiendo las montañas, los tambores retumbantes
del ser oscuro sonando como martillos en hierro. Muy pronto, esos tambores iban a ser ahogados
en gritos de soldados muriendo. Muy pronto, los campos del valle iban a estar bañados en ríos
de sangre.

—Si vamos a hacer esto, necesitamos irnos ahora—dijo Gavin, su atención de nuevo puesto en
las tiendas cercanas. Sin despedidas. Sin últimas palabras—Le daré la orden a Holdren para
liderar mañana. Él sabrá que decirle a los demás.

Ella asintió, y fue confirmación suficiente. Gavin soltó su mano, dirigiéndose a la tienda más
cercana a la de ellos, a donde su querido amigo y más leal líder de pelea estaba de seguro
aprovechando lo mejor que podía sus últimas horas con su nueva esposa.

Elena giró sus ojos lejos antes de que los hombros de Gavin empujaran a través de las pesadas
mantas.
Miró sobre los fuegos, a través del valle, a la oscuridad puesta en el otro lado. Podía jurar que le
miraba de vuelta, que escuchaba las miles de piedras mientras las bestias del ser oscuro afilaban
sus garras venenosas en ellas.

Levantó sus ojos hacia el cielo bañado de humo, las columnas de humo separándose por un latido
para revelar una noche salpicada de estrellas.

El Líder del Norte parpadeó de vuelta a ella. Tal vez su último regalo de Mala a estas tierras, en
esta era, al menos. Tal vez un gracias a Elena misma, y una despedida.

Porque para Terrasen, para Erilea, Elena caminaría hacia la eterna oscuridad acechando a través
del valle para comprarles a todos una oportunidad.

Elena mandó una última plegaria en un pilar de humo levantándose del suelo del valle para que
los no nacidos, lejos de esta noche, herederos de una carga que podría salvar o consumir Erilea,
le pudieran perdonar por lo que estaba a punto de hacer.
Parte 1
Capítulo 1
Traducido por Cotota

Corregido por Reshi

La respiración de Elide Lochan quemó su garganta con cada jadeo inhalado mientras cojeaba hasta
el bosque empinado en la colina.

Debajo de las hojas empapadas que cubrían los suelos de Oakwald, las sueltas piedras grises hacían
una pendiente traicionera, los imponentes robles estirándose demasiado alto por encima de ella
como para agarrar las ramas que caían por abajo. Haciéndole frente a la potencial caída aprove-
chando la velocidad, Elide pasó por encima del borde de la escarpada cumbre, su pierna hormi-
gueando de dolor cuando se dejó caer de rodillas.

Las colinas arboladas rodaron en todas direcciones, los árboles como barrotes de una jaula sin fin.

Semanas. Habían pasado semanas desde que Manon Blackbeak y las Trece la habían dejado en
este bosque, la Líder del Ala ordenándole que se dirigiera hacia el norte. Para encontrar a su reina
perdida, ahora ya adulta y poderosa y también para encontrar a Celaena Sardothien, quienquiera
que fuese, así Elide pudiera pagar la deuda que le debía la vida de Kaltain Rompier.

Incluso semanas más tarde, sus sueños estaban plagados de esos momentos finales en Morath:
los guardias que habían intentado arrastrarla para ser implantada con la descendencia Valg, la
completa masacre de la Líder del Ala hacia ellos, y Kaltain Rompier en su último acto –tallando la
extraña, oscura piedra que había sido cosida en su brazo y ordenándole a Elide que se la llevara a
Celaena Sardothien.

Justo antes de que Kaltain volviera a Morath una ruina humeante.

Elide puso una sucia y temblorosa mano en la dura protuberancia metida en su bolsillo de pecho
de cuero volante que todavía llevaba. Podría haber jurado sentir un tenue palpitar que se hizo eco
en su pie, un contra latido de su propio corazón acelerado.

Elide se estremeció en la luz del sol acuosa que goteaba a través del verde dosel. El verano pesaba
sobre el mundo, el calor ahora lo suficientemente opresivo que el agua se había convertido en lo
más preciado.

Había sido así desde el principio –pero ahora su día entero, su vida, giraba alrededor de ello.

Afortunadamente, Oakwald estaba plagado de corrientes después de la última de las nieves de


las montañas que se derritió corriendo como serpientes de las cimas. Por desgracia, Elide había
aprendido de la manera difícil sobre qué agua beber.
Tres días atrás, había estado a punto de morir con vómitos y fiebre después de tragar agua de una
charca estancada. Tres días atrás, sufrió de temblores tan gravemente que pensó que sus huesos
se agrietarían. Tres días atrás, lloró en silencio por la desesperación triste de que iba a morir aquí,
sola en este bosque sin fin, y nadie lo sabría.

Y a pesar de todo, esa piedra en el bolsillo del pecho vibraba y latía. En sus febriles sueños, podría
haber jurado que le susurró, que le cantaba canciones de cuna en idiomas que no creía que las len-
guas humanas podían pronunciar.

No había oído de eso, pero todavía se preguntaba. Se preguntaba si la mayoría de seres humanos
habrían muerto.

Se preguntaba si portaba un don o una maldición hacia el norte. Y si esta Celaena Sardothien sa-
bría qué hacer con él.

Dile que puedes abrir cualquier puerta, si tienes la llave, Kaltain había dicho. Elide a menudo estu-
diaba la piedra negra iridiscente cuando se detuvo para un necesario descanso. Ciertamente, no se
parecía a una llave: áspera-cortada, como si hubiera sido cortada de un trozo más grande de piedra.
Tal vez las palabras de Kaltain eran un enigma que tenía un significado solo para su destinatario.

Elide se descolgó la mochila demasiado ligera de los hombros y abrió la tela de lona. Se había que-
dado sin alimentos hace una semana y empezó a hurgar en busca de bayas. Todas ellas eran ajenas,
pero un susurro de una memoria de sus años con su niñera, Finnula, le habían advertido frotarlas
en la muñeca primero, para ver si producía alguna reacción.

Muchas veces, además de una gran parte del tiempo, lo hacían.

Pero de vez en cuando se topaba con un arbusto flácido con las correctas, y se había saciado a sí
misma antes de llenar la mochila. Buscó en el interior de la lona de colores rosa y azul, Elide exca-
vando por el último puñado, envuelto en una camisa de repuesto, la blanca tela manchada ahora
de rojo y púrpura.

Un puñado, que debía durar hasta que encontrara su próxima comida.

El hambre roía en ella, pero Elide comió solo la mitad. Tal vez encontraría más al avanzar antes de
detenerse para pasar la noche.

No sabía cómo cazar y el pensamiento de capturar a otro ser vivo, de romper su cuello o golpear su
cráneo con una roca… Todavía no estaba tan desesperada.

Tal vez ella no era una Blackbeak después de todo, a pesar de la línea de sangre oculta de su madre.

Elide lamió sus dedos para limpiar el jugo de la baya, la suciedad y todo, y jadeó cuando se puso de
pie con las piernas tiesas, doloridas. No duraría mucho tiempo sin la comida, pero no podía arries-
garse a aventurarse en un pueblo con el dinero que Manon le había dado, o hacia cualquiera de los
fuegos de los cazadores que vio estas últimas semanas.

No, ella había visto suficiente de la bondad y misericordia de los hombres. Nunca olvidaría como
esos guardias la miraron de forma lasciva hacia su cuerpo desnudo, porqué su tío la vendió al Du-
que Perrington.

Haciendo una mueca, Elide echó su mochila sobre los hombros y con cuidado anduvo hacia la pen-
diente de la colina alejada, abriéndose paso entre las rocas y raíces.

Tal vez dio un giro equivocado. ¿Cómo iba a saber cuándo habría cruzado la frontera de Terrasen,
de todos modos?

¿Y cómo encontraría alguna vez a su reina, a su corte?

Elide alejo estos pensamientos, manteniéndose en las sombras oscuras y evitó las manchas de luz
solar. Solo la pondrían más sedienta, más caliente.

Encontrar agua, tal vez era más importante que buscar bayas, antes de que la oscuridad llegara.

Llegó al pie de la colina, suprimiendo un gemido ante el laberinto de madera y piedra.

Parecía que ahora se encontraba en un arroyo seco encaminado entre las colinas. Torcía bruscamente
hacia delante –hacia el norte. Un suspiro la sacudió. Gracias Annieth. Al menos la Señora de las
Cosas Sabias no la había abandonado aún.

Habría seguido el cauce del río durante el tiempo que fuera posible, permaneciendo en el norte, y
entonces…

Elide no sabía qué sensación, exactamente, se levantó en ella. No olía o veía u oía, por nada más
allá de la pudrición de la marga y la luz del sol y las piedras y el susurro de las hojas altas por
encima que estaban fuera de lo común.

Pero lo había. Como un hilo en un gran tapiz que la había enganchado, encerrando su cuerpo.

El zumbido y crujido de la selva guardaron silencio un instante después.

Elide escaneó las colinas, el lecho del río. Las raíces de un roble alto de la colina más cercana
sobresalían por un lado de la pendiente cubierta de hierba, proporcionando una mata de madera y
musgo sobre el arroyo muerto. Perfecto.

Fue cojeando por ello, dañando su pierna herida, las piedras estrepitosas y desgarradoras en sus
tobillos. Ella casi podía tocar las puntas de las raíces cuando el primer boom ahuecado se hizo eco.

No un estruendo. No, ella nunca olvidaría éste sonido en concreto, también, persiguiendo sus
sueños tantos despiertos y dormidos.

El batir de poderosas alas correosas. Wyverns1.

Y tal vez lo más mortal: brujas Ironteeth2 que los montaban, con los sentidos tan agudos y afinados
como sus monturas.

Elide se lanzó a por la saliente de raíces gruesas cuando los aleteos se acercaban, el bosque silencioso
1 Wyverns: dragones heráldicos o guivernos

2 Brujas Ironteeth: brujas dientes de hierro.


como un cementerio. Piedras y palos rotos en sus propias manos, las rodillas golpeando la tierra
rocosa que se apretaba en la ladera y escudriñó la cubierta a través del entramado de raíces.

Un latido –entonces el otro ni siquiera fue un latido después. Tan sincronizadas que nadie en el
bosque podría creer que era solo un eco, pero Elide lo sabía: dos brujas.

Había recogido información suficiente en su tiempo en Morath para conocer a las Ironteeth que
estaban bajo las órdenes de mantener sus números ocultos. Volarían en la perfecta, reflejada
formación, por lo que podrían escuchar sus oídos solo a un wyvern.

Pero estas dos, fueran quienes fuera, estaban descuidadas. O tan descuidadas como una de las
brujas inmortales, letales podrían ser. Miembros de un aquelarre de nivel inferior, quizás. En una
misión de exploración.

O a la caza de alguien, susurró en su cabeza una pequeña y petrificada voz.

Elide se presionó más fuerte contra el suelo, las raíces cavándose en la espalda, mientras supervisaba
la cubierta.

Y ahí. La falta de definición de un veloz movimiento, una forma enorme deslizándose justo encima
de la cubierta, haciendo sonar las hojas. Una correosa, y membranosa ala, su borde inclinado en
una garra curvada, el veneno deslizándose, brillando en la luz del sol.

En raras ocasiones –tan raramente– se mostraban a la luz del día. Cualquier cosa que ellas cazaban
–tenía que ser importante.

Elide no se atrevió a respirar demasiado fuerte hasta que esos aleteos se desvanecieron, navegando
hacia el norte.

Hacía el campamento en la Brecha Ferian, donde Manon había mencionado que la segunda mitad
de su hueste acampaba.

Elide solo se movió cuando los zumbidos y los chillidos de la selva se reanudaron. Por permanecer
inmóvil durante tanto tiempo logró que sus músculos sufrieran calambres, y ella se quejó mientras
estiraba sus piernas, luego los brazos, luego rodó sus hombros.

Sin fin –este viaje era sin fin. Daría cualquier cosa por un techo seguro sobre su cabeza. Y una
comida caliente. Tal vez buscarla, aunque solo fuera por una noche, valía la pena el riesgo.

Abriéndose paso a lo largo del cauce totalmente seco, Elide dio dos pasos antes de que la sensación-
esa-no es-una-sensación vibrara de nuevo, como si una calidad, femenina mano se hubiera
apoderado de su hombro para detenerla.

La madera enredad murmuró con vida. Pero podía sentirlo –sentir algo ahí. No brujas o wyverns o
animales. Pero alguien –alguien la estaba observando. Alguien la estaba siguiendo.

Elide casualmente desenvainó el cuchillo de lucha que Manon le dio a la salida de este bosque
miserable.
Deseaba que la bruja le hubiera enseñado cómo matar.

Lorcan Salvaterre había estado huyendo de aquellos animales malditos desde hace dos días.

No los culpaba a ellos. Las brujas habían sido molestas cuando se coló en su campo del bosque en la
oscuridad de la noche, sacrificando a tres de sus centinelas sin que ellas o sus monturas lo notaran,
y arrastró a una cuarta contra los árboles para ser interrogada.

Le llevó dos horas para romper a la bruja Yellowlegs, escondidos tan profundamente en la garganta
de una cueva que incluso sus gritos fueron ahogados. Dos horas, y luego estuvo cantando para él.

Ejércitos de brujas gemelas ahora estaban a punto de tomar el continente: uno en Morath, uno en
la Brecha Ferian. Las Yellowlegs no sabían nada de lo que el poder del Duque Perrington ejercía
–no sabían nada de lo que Lorcan ya cazó: las otras dos Llaves del Wyrd, sus hermanas que lleva-
ban una larga cadena alrededor de su cuello. Tres astillas de piedra de la ruptura de una Puerta
del Wyrd profana, cada llave capaz de un poder tremendo y terrible. Y cuando se unieran las tres
Llaves del Wyrd… podrían abrir esa puerta entre los mundos. Destruir esos mundos, o llamar a sus
ejércitos. Y mucho, mucho peor.

Lorcan le concedió a la bruja el regalo de una muerte rápida.

Sus hermanas lo habían estado buscando desde entonces.

Agazapado en un matorral metido en la ladera de una cuesta empinada, Lorcan observó a la chica
ocultándose en las raíces. Él había estado escondiéndose aquí en primer lugar, escuchando el cla-
mor de su torpe acercamiento, y había visto su tropiezo y debilidad cuando finalmente escuchó el
barrido hacia ellos.

Ella fue delicadamente construida, lo suficientemente pequeña como para que él pudieran pensar
que apenas había pasado el primer sangrado si no fuera por los completos pechos debajo de sus
cueros ceñidos.

Esas prendas habían atrapado su interés inmediatamente. Las Yellowlegs llevaban otras similares
–todas las brujas las tenían. Sin embargo, esta chica era humana.

Y cuando se volvió en su dirección, sus ojos oscuros recorrieron el bosque con una evaluación que
era demasiado vieja, demasiado practicada, que no pertenecía a un niño. Al menos dieciocho –tal
vez más. Su cara pálida estaba sucia, flaca. Probablemente había estado aquí por mucho tiempo,
luchando por encontrar comida. Y el cuchillo que empujó se sacudía lo suficiente como para suge-
rir que probablemente no tenía idea de qué hacer con él.

Lorcan se mantuvo oculto, observándola escanear las colinas, la corriente, la cubierta. Ella sabía
que estaba ahí fuera, de alguna manera.
Interesante. Cuando quería permanecer oculto, pocos podían encontrarlo.

Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, pero terminó escaneando la hondonada, forzando una
suave respiración a través de los labios fruncidos, y siguió adelante. Lejos de él. Con cada paso co-
jeaba; probablemente se hizo daño a sí misma estrellándose a través de los árboles.

La longitud de la trenza se sacudía contra su mochila, su oscuro cabello sedoso más que el suyo.
Más oscuro. Negro como una noche sin estrellas.

El viento cambió, soplando su aroma hacia él, y Lorcan aspiro, permitiendo que sus sentidos Fae
–sentidos que había heredado de parte de su padre– evaluaran y analizaran, como lo habían hecho
durante más de cinco siglos.

Humana. Definitivamente humana, pero…

Él conocía el olor.

Durante los últimos meses, había sacrificado muchas, muchas criaturas que llevaban su olor.

Bueno, esto no era conveniente. Tal vez un regalo de los dioses: alguien útil para interrogar.

Pero más tarde –una vez que tuviera la oportunidad de estudiarla.

Aprender sus debilidades.

Lorcan cruzó la espesura, ni siquiera un murmullo de ramita en su paso.

La niña poseída por el demonio cojeó hasta el lecho del río, el cuchillo inútil todavía fuera, su
agarre en la empuñadura de forma totalmente ineficaz.

Bien.

Y así Lorcan comenzó su cacería.


Capítulo 2
Traducido por Luisa Tenorio Carpio
Corregido por Cotota

El golpeteo de la lluvia goteando a través de las hojas y la neblina baja del Bosque Oakwald casi
ahogaba la creciente corriente entre los baches y huecos.

Agachada junto al arroyo, de pieles vacías olvidadas en el banco cubierto de musgo, Aelin Ashryver
Galathynius extendió una mano llena de cicatrices sobre el agua corriendo y dejó que la canción de
la tormenta matutina la limpiara.

El crujido que rompía las nubes de tormenta y la ardiente respuesta del rayo había sido un violento
y frenético golpe una hora antes del amanecer, ahora extendiéndose más a lo lejos, calmando su
furia, así como Aelin calmaba su propio centro quemado de magia.

Respiraba en la fría neblina y lluvia fresca, arrastrándolos profundamente en sus pulmones. Su


magia parpadeó en respuesta, como un bostezo de buenos días y cayera de vuelta a dormir.

De hecho, alrededor del campamento a la vista, sus compañeros seguían durmiendo, protegidos de
la tormenta por un escudo invisible que había hecho Rowan, y al abrigo del frío del norte que per-
sistía incluso en pleno verano por una alegre llama rubí que ella había mantenido encendida toda
la noche. Era la llama la cosa que había dificultado trabajar alrededor –cómo mantenerla chispor-
roteando mientras también convocaba al pequeño regalo de agua que su madre le había dado.

Aelin flexionó sus dedos sobre el arroyo.

Al otro lado del arroyo, en lo alto de una roca cubierta de musgo metida en los brazos de un nudoso
roble, había un par de pequeños huesos –blancos dedos flexionados y agrietados, un espejo de sus
propios movimientos.

Aelin sonrió y dijo en voz tan baja que apenas era audible sobre el arroyo y la lluvia:

—Si tiene algunos consejos, amigo, me encantaría escucharlos.

Los dedos larguiruchos se lanzaron hacia atrás sobre la cima de la roca –así como tantos otros en
estos bosques, que fueron tallados con símbolos y espirales.

La Gente Pequeña los había seguido desde que cruzaron la frontera hacia Terrasen.

Escoltando, había insistido Aedion cada vez que ellos se dejaban ver, profundos ojos parpadeando
desde una maraña de zarzas o mirando de cerca a través de un racimo de hojas sobre uno de los
famosos árboles de Oakwald. Ellos no se habían acercado tanto a Aelin para obtener un aspecto
sólido de ellos.
Pero habían dejado pequeños regalos a las afueras de la frontera de los escudos nocturnos de Row-
an, de alguna manera depositados sin alertar a cualquiera de ellos que estaba de guardia.

Una mañana, había sido una corona de violetas silvestres. Aelin se la había dado a Evangeline,
quién había llevado la corona sobre su cabeza dorada rojiza hasta que ésta se vino abajo. A la
mañana siguiente, dos coronas esperaban: una para Aelin, y una más pequeña para la chica con
cicatrices. Otro día, la gente pequeña dejó una réplica de Rowan en su forma de halcón, elaborado
de plumas de gorrión, bellotas, y cáscaras de escarabajo. Su Príncipe Fae había sonreído un poco
cuando lo había encontrado –y la llevaba en su alforja desde entonces.

Aelin sonrió ante el recuerdo. A pesar de saber que la gente pequeña les estaba siguiendo cada
uno de sus pasos, escuchando y observando, habían hecho cosas algo… difíciles. No es como si le
importara de alguna manera, pero el deslizamiento entre los árboles con Rowan era ciertamente
menos romántico sabiendo que tenían audiencia. Especialmente cuando Aedion y Lysandra se
habían hartado de sus silenciosa, intensas miradas que los dos dieron endebles excusas para sacar
fuera de vista y escena por un rato a Aelin y Rowan durante un tiempo: la Lady había dejado caer
su pañuelo inexistente sobre una ruta inexistente muy atrás; o que ellos necesitaban más leña para
un fuego que no necesitaba madera que quemar.

Y en cuanto a su audiencia actual…

Aelin extendió los dedos sobre el arroyo, dejando que su corazón se convirtiera en un estanque del
bosque calentado por el sol, dejando que su mente se sacudiera libre de sus límites normales.

Una cinta de agua ondeaba arriba del arroyo, gris y clara, y ella la movió a través de sus dedos ex-
tendidos como si estuviera enhebrando un telar.

Inclinó su muñeca, admirando la forma en que podía ver su piel a través del agua, dejando que se
deslizara bajo su mano y curvándose alrededor de su muñeca. Le dijo al hada mirando desde el
otro lado de la roca:

—No hay mucho que informar a sus compañeros, ¿verdad?

Las hojas empapadas crujieron detrás de ella, y Aelin sabía que era sólo porque Rowan quería que
oyera que se acercaba.

—Cuidado, o ellos dejarán algo húmedo y frío en tu saco de dormir la próxima vez.

Aelin se obligó a soltar el agua dentro del arroyo antes de mirar por encima del hombro.

—¿Crees qué aceptan peticiones? Porque dejaría mi reino por un baño caliente justo ahora.

Los ojos de Rowan bailaron mientras ella se levantaba. Ella bajó el escudo que se había puesto a
sí misma para mantenerse seca –el vapor esfumándose de la llama invisible mezclándose con la
niebla a su alrededor. El Príncipe Fae arqueó una ceja.

—¿Debería estar preocupado por qué estés tan cariñosa tan temprano en la mañana?

Ella rodó sus ojos y se volvió hacia la roca donde el hada había estado monitoreando sus intentos
chapuceros para dominar el agua. Pero sólo las hojas salpicadas de lluvia y la niebla serpenteante
permanecieron.

Manos fuertes se deslizaron por su cintura, tirando de ella con intensidad, mientras los labios de
Rowan rozaron su cuello, justo debajo de su oreja.

Aelin arqueó la espalda contra él mientras su boca vagaba a través de su garganta, calentando su
piel de la niebla helada.

—Buenos días —respiró.

El gruñido en respuesta de Rowan hizo que doblara los dedos del pie.

No se habían atrevido a parar en una posada, incluso después de cruzar a Terrasen hace tres días,
no cuando todavía había tantos ojos enemigos fijos en las carreteras y las tabernas. Cuando todavía
corrían filas de soldados de Adarlan marchando fuera de tu territorio maldito gracias a los decretos
de Dorian.

Especialmente cuando esos soldados muy bien podrían marchar de vuelta aquí, y muy bien po-
drían optar por aliarse ellos mismos con el monstruo en Morath en lugar de su verdadero rey.

—Si quieres tomar un baño —murmuró Rowan contra su cuello—, vi una piscina a un cuarto de
milla atrás. Podrías calentarla… para los dos.

Ella corrió sus uñas por el dorso de las manos de él, por sus antebrazos hacia arriba.

—Podría hervir a todos los peces y las ranas dentro. Dudo que fuera muy agradable después.

—Al menos tendríamos el desayuno preparado.

Ella se rió en voz baja, y los dientes de Rowan rascaron el punto sensible en su cuello que se encon-
traba con su hombro. Aelin clavó los dedos en los poderosos músculos de sus antebrazos, sabore-
ando la fuerza allí.

—Los señores no van a estar aquí hasta el atardecer. Tenemos tiempo —sus palabras fueron sin
aliento, apenas más que un susurro.

Al cruzar la frontera, Aedion había enviado mensajes a los pocos señores de su confianza, coor-
dinando la reunión que iba a pasar hoy –en este claro, que Aedion mismo había utilizado para
reuniones de rebeldes encubiertas estos largos años.

Habían llegado temprano a investigar el terreno, las trampas y ventajas. Ni rastro de cualquier ser
humano merodeando: Aedion y la Perdición1 siempre se habían asegurado de que cualquier prue-
ba fuera limpiada lejos de miradas hostiles. Su primo y su legendaria legión ya habían hecho tanto
para garantizar la seguridad de Terrasen esta última década. Pero ellos todavía no estaban toman-
do ningún riesgo, incluso con los señores quienes antes habían sido hombres de la corte de su tío.

—Podría ser tentador —dijo Rowan, mordiendo su oreja de una manera que hizo difícil pensar—.
Necesito estar en mi camino en una hora —para explorar el terreno por delante por cualquier
1 La Perdición/The Bane: se refiere al ejército de Aedion.
amenaza. Besos como lengüetas de fuego cepillaron su mandíbula, su mejilla—. Y mantengo lo que
dije. No te tomaré contra un árbol la primera vez.

—No sería contra un árbol, sería en una piscina —una risa oscura contra su ahora ardiente piel. Fue
un esfuerzo no tomar una de sus manos y guiarla hasta sus pechos, para rogarle que la tocara, que
la tomara, que la probara—. Sabes, estoy empezando a pensar que eres un sádico.

—Confía en mí, no me parece fácil, tampoco —tiró de ella un poco más fuerte contra él, dejándola
sentir la evidencia empujando con impresionante demanda contra su trasero. Casi gimió ante eso,
también.

Entonces Rowan se apartó, y ella frunció el ceño ante la pérdida de su calor, por la pérdida de esas
manos y ese cuerpo y esa boca. Se dio la vuelta, encontrando los ojos verde pino puestos en ella, y
provocó una chispa a través de su sangre más brillante que cualquier magia.

Pero él dijo:

—¿Por qué estás tan coherente tan temprano?

Ella le sacó la lengua.

—Me hice cargo de la guardia de Aedion, desde que Lysandra y Ligera roncaban suficientemente
fuerte como para despertar a los muertos —la boca de Rowan se crispó hacia arriba, pero Aelin se
encogió de hombros—. No podía dormir de todos modos.

Su mandíbula se tensó mientras miraba hacia donde el amuleto estaba oculto debajo de su camisa
y la chaqueta de cuero oscuro encima de ella.

—¿Está la Llave del Wyrd molestándote?

—No, no es eso —había tenido que usar el amuleto después de que Evangeline lo hubiera robado
directo de sus alforjas y se puso el collar. Sólo lo habían descubierto porque la niña había regresa-
do de lavarse con el amuleto de Orynth mostrándolo con orgullo sobre sus ropas de viaje. Gracias
a los dioses que habían estado profundamente en Oakwald en ese momento –pero Aelin no iba a
tomar más riesgos.

Especialmente ahora que Lorcan aún creía que tenía el auténtico.

No habían oído del guerrero inmortal desde que salieron de Rifthold, y Aelin a menudo se pregunt-
aba cuán lejos al sur había ido, si es que todavía no se había dado cuenta de que tenía una Llave del
Wyrd falsa dentro del amuleto de Orynth igualmente falso. Si él había descubierto dónde estaban
los otros dos escondidos por el rey de Adarlan y el Duque Perrington.

No Perrington, sino Erawan.

Un escalofrío se deslizó por su espalda, como si la sombra de Morath hubiese tomado forma detrás
de ella y un dedo con garras la recorriera a lo largo de su columna vertebral.

—Es sólo… esta reunión —dijo Aelin, agitando una mano—. ¿Podríamos haberla hecho en Orynth?
Fuera en el bosque es parecido a como estar a… capa y espada.

Los ojos de Rowan se volvieron de nuevo al horizonte del norte. Al menos otra semana se extendía
entre ellos y la ciudad –el único glorioso corazón de su reino. De este continente. Y cuando llegaran
allí, sería un sinfín de consejos y preparativos y decisiones que sólo ella podía tomar. Esta reunión
que Aedion había dispuesto no sería más que el comienzo todo.

—Es mejor ir hacia la ciudad con los aliados establecidos que entrar sin saber lo que puedas en-
contrar —dijo Rowan al final. Él le dio una sonrisa irónica y dirigió una mirada mordaz a Goldryn,
enfundada a través de su espalda, y a los diversos cuchillos atados a ella—. Y además pensé que
‘capa y espada’ era tú segundo nombre.

Ella le ofreció un gesto vulgar a cambio.

Aedion había sido tan cuidadoso con sus mensajes mientras armaban la reunión –había elegido
este lugar lejos para evitar bajas de cualquier tipo posibles o los ojos de espías. Y a pesar de que él
confiaba en los señores, de quien él a ella había familiarizado en estas últimas semanas, Aedion
aún no los había informado de cuántos viajaban a su reunión, ni de los talentos que tenían. Solo
por si acaso.

No importaba que Aelin fuera portadora de un arma capaz de acabar con todo este valle, junto con
las grises montañas Staghorn sobre él. Y eso era sólo su magia.

Rowan jugó con un mechón de su cabello, que había crecido casi hasta sus pechos de nuevo.

—¿Estás preocupada porque Erawan aún no ha hecho un movimiento?

Ella succionó un diente.

—¿Qué es lo está esperando él? ¿Estamos locos por esperar una invitación para marchar contra él?
¿O es que está dejando reunir nuestras fuerzas, dejándome volver con Aedion para conseguir a La
Perdición y levantar a un ejército más grande alrededor, solo así él pueda disfrutar de nuestra total
desesperación cuando fallemos?

Los dedos de Rowan se detuvieron en su pelo.

—Has oído al mensajero de Aedion. Esa explosión se llevó una buena parte de Morath. Él podría
estar reconstruyéndose a sí mismo.

—Nadie se ha atribuido la explosión así como que haya sucedido. No creo eso.

—Tú no confías en nada.

Ella lo miró a los ojos.

—Confío en ti.

Rowan rozó un dedo por su mejilla. La lluvia era intensa nuevamente, su golpeteo suave el único
sonido por millas.
Aelin se puso de puntitas. Sintió los ojos de Rowan sobre ella todo el tiempo, sintió que su cuerpo
le seguía con atención depredadora, mientras ella besaba la comisura de su boca, el arco de sus
labios, la otra esquina.

Suaves, burlones besos. Diseñados para ver cuál de ellos cedía en primer lugar.

Rowan lo hizo.

Con una inhalación brusca, la agarró por las caderas, tirando de ella contra él mientras inclinó su
boca sobre la de ella, profundizando el beso hasta que sus rodillas amenazaban con doblarse. Su
lengua rozó perezosamente –hábiles caricias que le decían a ella lo que él era capaz de hacer en
otro lugar.

Brasas chisporrotearon en su sangre, y el musgo debajo de ellos silbó mientras la lluvia se con-
vertía en vapor.

Aelin rompió el beso, con la respiración entrecortada, satisfecha de encontrar el propio pecho de
Rowan subiendo y bajando en un ritmo irregular. Tan nuevo –lo que había entre ellos seguía sien-
do tan nuevo, tan… crudo. Absolutamente incontenible. El deseo era sólo el comienzo del mismo.

Rowan hacía a su magia cantar. Y tal vez esa era la unión carranam entre ellos, pero… su magia
quería bailar con la suya. Y por la escarcha chispeante en sus ojos, ella sabía que la de él exigía lo
mismo.

Rowan se inclinó hacia delante hasta que estuvieron frente a frente.

—Pronto —prometió, con la voz ronca y baja—. Vamos a un lugar seguro en algún lugar defendible.

Debido a que su seguridad siempre era lo primero. Para él, mantenerla protegida, mantenerla viva,
siempre era lo primero. Él había aprendido de la manera difícil.

Su corazón se tensó, y se echó hacia atrás para levantar una mano a su cara. Rowan leyó la suavidad
de sus ojos, su cuerpo y su propia ferocidad inherente se deslizó en una dulzura que pocos podían
ver. Su garganta le dolía por el esfuerzo de mantener las palabras.

Había estado enamorada de él desde hace tiempo. Más de lo que quería admitir.

Trató de no pensar en ello, si él sentía lo mismo. Esas cosas, esos deseos estaban en el fondo de una
lista de prioridades muy, muy larga y sangrienta.

Así que Aelin besó a Rowan suavemente, sus manos otra vez entrelazadas en su cadera.

—Corazón de Fuego —dijo sobre su boca.

—Buitre —murmuró en la suya.

Rowan rió, el ruido resonando en su pecho.

Desde el campamento, la dulce voz de Evangeline sonó a través de la lluvia:


—¿Ya es hora del desayuno?

Aelin resopló. Efectivamente, Ligera y Evangeline ahora estaban empujando a la pobre Lysandra,
tumbada como un leopardo fantasma junto al fuego de leña inmortal. Aedion, enfrente del fuego,
estaba tan inmóvil como una roca. Ligera podría probablemente saltar sobre él a la próxima.

—Esto no puede terminar bien —murmuró Rowan.

Evangeline aulló:

—¡Cooooomida! —Ligera contestó con un aullido un segundo más tarde.

Entonces un rugido de Lysandra onduló hacia ellos, silenciando a la niña y perra.

Rowan rió de nuevo y Aelin pensó que nunca podría cansarse de ello, esa risa. Esa sonrisa.

—Debemos hacer el desayuno —dijo, volviéndose hacia el campamento—, antes de que Evangeline
y Ligera saqueen todo el sitio.

Aelin rió, pero miró por encima de su hombro a la selva que se extendía hacia Staghorns. Hacia los
señores que eran la esperanza de hacer su camino hacia el sur –para decidir cómo iban a proceder
con la guerra… y la reconstrucción de su reino roto.

Cuando volvió a mirar, Rowan estaba a la mitad de camino al campo, el pelo dorado rojizo de Evan-
geline parpadeando mientras ella se dirigía a través de los árboles empapados, el príncipe pidiendo
por tostadas y huevos.

Su familia –y su reino.

Dos sueños que creía perdidos, se dio cuenta cuando el viento del norte le revolvió el cabello. Que
ella haría cualquier cosa –estropearse a sí misma, venderse a sí misma– para protegerlos.

Aelin estaba a punto de dirigirse al campamento para alejar a Evangeline de la cocina de Rowan
cuando notó el objeto en lo alto de la roca a través del arroyo.

Despejó la corriente en un salto y estudió cuidadosamente lo que le habían dejado las hadas.

Fabricado con las ramitas, telarañas, y escamas de pescado, el pequeño wyvern era alarmante-
mente precioso, sus alas extendidas y los colmillos de espinas rugiendo.

Aelin dejó el wyvern donde estaba, pero sus ojos se desplazaron hacia el sur, hacia la antigua cor-
riente de Oakwald, y Morath acechando mucho más allá de allí. Con Erawan renacido, esperando
por ella con su horda de brujas Ironteeth y soldados Valg de infantería.

Y Aelin Galathynius, Reina de Terrasen, sabía que el tiempo llegaría pronto para probar lo mucho
que ella podría sangrar por Erilea.

l
Era útil, Aedion Ashryver pensó, viajar con dos dotados con manipuladores mágicos.

Especialmente durante el mal tiempo.

Las lluvias se detuvieron durante todo el día, mientras se preparaban para la reunión. Rowan había
volado hacia el norte dos veces para seguir el progreso de los señores, pero no los había podido
rastrear por su olor.

Nadie le hacía frente a los caminos notoriamente fangosos de Terrasen en este tiempo. Pero con
Ren Allsbrook en su compañía, Aedion tenía pocas dudas de que ellos se quedarían ocultos hasta la
puesta del sol de todos modos. A menos que el tiempo les hubiera retrasado. Lo que era una buena
posibilidad.

Un trueno retumbó, tan cerca que los árboles se estremecieron. Los relámpagos llegaron apenas un
segundo después, haciendo parecer a las hojas empapadas con plata, iluminando el mundo con tal
intensidad que sus sentidos Fae estaban cegados. Pero al menos estaba seco. Y cálido.

Habían esquivado tanto a la civilización que Aedion apenas había presenciado o sido capaz de
rastrear cuántos manipuladores mágicos se habían escapado escondiéndose, o quien ahora esta-
ba disfrutando el regreso de sus dones. Sólo había visto a una niña, de no más de nueve, tejiendo
zarcillos de agua por encima de la fuente en solitario de su pueblo para entretenerse y el placer de
un grupo de niños.

Caras de piedra, adultos con cicatrices habían mirado desde las sombras, pero ninguno había in-
terferido para bien o para mal. Los mensajeros de Aedion ya habían confirmado que la mayoría
de la gente ahora sabía que el rey de Adarlan había ejercido sus poderes oscuros para reprimir la
magia estos últimos diez años. Pero aun así, dudaba que quienes habían sufrido su pérdida, luego
del exterminio de su especie, pudieran cómodamente revelar sus poderes en cualquier momento.

Al menos hasta que la gente como sus compañeros, y esa chica en la plaza, les mostraran al mun-
do que era seguro hacerlo. Que una chica con un don del agua podría garantizar a su pueblo y sus
tierras de cultivo prosperidad.

Aedion frunció el ceño hacia el cielo oscuro, girando distraídamente la Espada de Orynth entre sus
manos. Incluso antes de que la magia hubiera desaparecido, se había producido un tipo de miedo
por encima de todo, los portadores de magia siendo parias en el mejor de los casos, muertos en el
peor de ellos. Cortes en cada territorio los habían buscado como espías y asesinos durante siglos.
Pero su corte…

Un ronroneo gutural encantado retumbó a través de su pequeño campamento, y Aedion desvió su


mirada al tema de sus pensamientos. Evangeline estaba arrodillada sobre su colchoneta de dormir,
tarareando mientras cepillaba suavemente el pelaje de Lysandra.

Le había llevado días para acostumbrarse a la forma de leopardo fantasma. Años en los Staghorns
acostumbrado a la reacción intensa de terror en él. Pero era Lysandra, garras replegadas, tendida
sobre su vientre como en su sala de cepillado.
Espía y asesina de hecho. Una sonrisa tiró de sus labios en los ojos verdes pálido, párpados pesados
con placer. Eso sería un buen espectáculo para los señores cuando llegaran.

La cambiadora de forma había utilizado estas semanas de viaje para probar nuevas formas: pája-
ros, animales, insectos que tenían una tendencia a vibrar en su oído o morderlo. En raras ocasiones
–tan raramente– Lysandra había tomado la forma humana que él había conocido de ella. Teniendo
en cuenta todo lo que le habían hecho a ella y todo lo que se había visto obligada a hacer en ese
cuerpo humano, Aedion no la culpaba. A pesar de que tendría que tomar forma humana pronto,
cuando fuera presentada como una dama en la corte de Aelin.

Se preguntó si ella usaría esa exquisita cara, o encontraría otra piel humana que le convendría.

Más que eso, a menudo se preguntaba lo que se sentía ser capaz de cambiar hueso y piel y color,
aunque él no había preguntado. Sobre todo porque Lysandra no había estado en forma humana el
tiempo suficiente para hacerlo.

Aedion se parecía a Aelin, sentada frente al fuego con Ligera tumbada en su regazo, jugando con las
largas orejas de la perra –esperando como todos ellos. Su prima, sin embargo, estaba estudiando
la antigua espada –la espada de su padre– que Aedion con tan poca ceremonia giraba y lanzaba
de mano en mano, cada pulgada de la empuñadura de metal y el pomo de hueso roto tan familiar
para él como su propia cara. El dolor brilló en sus ojos, tan rápido como el rayo encima, y luego
desapareció.

Ella le había regresado la espada a él en cuanto salieron de Rifthold, eligiendo mantener a Goldryn
en su lugar. Había intentado convencerla para mantener la espada sagrada de Terrasen, pero ella
había insistido en que estaba mejor en sus manos, que merecía el honor más que nadie, incluyén-
dola a ella.

Se estaba volviendo más tranquila cuanto más al norte viajaban. Quizás semanas en la carretera la
habían minado.

Después de esta noche, dependiendo de lo que reportaran los señores, él intentaría encontrarle un
lugar tranquilo para descansar por un día o dos antes de hacer el último tramo de la caminata a
Orynth.

Aedion desenroscó sus pies, envainando la espada al lado del cuchillo que Rowan le había regala-
do, y se dirigió a ella. La cola de Ligera lo golpeó a modo de saludo mientras se sentaba al lado de
su reina.

—Podrías necesitar un corte de pelo —dijo. De hecho, su pelo había crecido más de lo que él acos-
tumbraba mantener—. Esta casi del mismo largo que el mío —Ella frunció el ceño—. Hace parecer
que nos pusimos de acuerdo.

Aedion resopló, acariciando la cabeza de la perra.

—¿Y qué si lo hicimos?

Aelin se encogió de hombros.


—Si quieres empezar a usar conjuntos a juego, estoy dentro.

Él sonrió.

—La Perdición nunca me dejaría olvidarlo.

Su legión ahora acampaba en las afueras de Orynth, donde les había ordenado reforzar las defen-
sas de la ciudad y esperar. Esperar a matar y morir por ella.

Y con el dinero que Aelin había conseguido maquinando el asesinato de su antiguo maestro esta
primavera, podrían comprarse un ejército para ayudar a La Perdición. Quizás mercenarios, tam-
bién.

La chispa en los ojos de Aelin murió un poco como si ella también considerara todo lo que impli-
caba estar al mando de su legión. Los riesgos y costos –no de oro, sino de sus vidas. Aedion podría
haber jurado que la fogata parpadeó también.

Ella se había sacrificado y luchado y casi muerto una y otra vez durante los últimos diez años. Sin
embargo, él sabía que se resistía a enviar soldados –enviarlo a él– a luchar.

Que, por encima de todo, sería su primera prueba como reina.

Pero antes de eso… esta reunión.

—¿Recuerdas todo lo que te dije acerca de ellos?

Aelin le dio una mirada plana.

—Sí, lo recuerdo todo, primo —ella le dio un golpecito en sus costillas, justo donde aún se seguía
curando el tatuaje que Rowan le había pintado hace tres días. Todos sus nombres, entrelazados en
un complejo nudo de Terrasen a la derecha cerca de su corazón. Aedion hizo una mueca mientras
ella pinchó la carne dolorida, y él golpeó lejos sus manos mientras ella enumeraba—. Murtaugh era
el hijo de un granjero, pero se casó con la abuela de Ren. A pesar de que no nació en la línea Alls-
brook, sigue contando con un asiento, a pesar de tu insistencia en que Ren tome el título —ella miró
hacia el cielo—Darrow es el propietario más rico después de su servidor, y más que eso, él controla
a los pocos señores que sobreviven, principalmente a través de años de cuidadosa manipulación
durante la ocupación de Adarlan —le dio una mirada lo suficientemente afilada para cortar la piel.

Aedion levantó las manos.

—¿Me puedes culpar por querer asegurarme de que todo vaya bien?

Ella se encogió de hombros, pero no mordió el anzuelo.

—Darrow era amante de tu tío —añadió, estirando las piernas delante de él—. Por décadas. Él nun-
ca me ha hablado ni una vez sobre tu tío, pero… ellos eran muy cercanos, Aelin. Darrow no lamenta
públicamente a Orlon más allá de lo necesario después de la muerte de un rey, pero se convirtió en
un hombre diferente después. Es un duro bastardo ahora, pero aun así es una persona justa. Gran
parte de lo que ha hecho ha sido por su amor eterno por Orlon y Terrasen. Su propia maniobra nos
mantuvo lejos de morir de hambre y en la miseria. Recuerda eso —de hecho, Darrow estaba en la
delgada línea entre servir al Rey de Adarlan y debilitarlo.

—Yo. Lo. Sé —dijo ella con fuerza. Empujó demasiado lejos –ese tono era probablemente su prime-
ra y última advertencia de que estaba empezando a enojarse. Se había pasado muchas de las millas
que habían viajado en esos últimos días hablándole de Ren, y Murtaugh, y Darrow. Aedion sabía
que ella podía probablemente ahora recitar sus tierras, sus cultivos y el ganado y los bienes que
producían, sus antepasados, y los miembros de la familia muertos y sobrevivientes de esta última
década. Pero presionarla una última vez, para asegurándose de que lo sabía… No podía eliminar
sus instintos para asegurarse de que todo iría bien. No cuando había tanto en juego.

Desde donde había estado posado en una rama alta para vigilar el bosque, Rowan chasqueó su pico
y aleteo en la lluvia, navegando a través de su escudo como si se abriera para él.

Aedion descansó a sus pies, explorando el bosque, escuchando. Sólo el goteo de la lluvia en las ho-
jas llenó sus oídos. Lysandra se estiró, dejando al descubierto sus largos dientes mientras lo hacía,
sus garras como agujas patinándose libres y brillando en la luz del fuego.

Hasta que Rowan diera el visto bueno, hasta que fueran sólo los señores y nadie más, los protoco-
los de seguridad se mantendrían.

Evangeline, como le habían enseñado, se arrastró al fuego. Las llamas se separaron como cortinas
para permitirle el paso a ella y a Ligera, que sintiendo el miedo de la niña se mantuvo cerca, pasan-
do a través de un anillo interior que no la quemaba. Pero que derretiría los huesos de sus enemigos.

Aelin simplemente echó un vistazo a Aedion en una orden silenciosa, y él dio un paso hacia el lado
occidental del fuego, Lysandra ocupó un lugar en la parte sur. Aelin tomó el norte, pero miraba al
oeste, hacia donde Rowan aleteaba.

Una brisa seca y caliente fluía a través de su pequeña burbuja, y las chispas bailaban como luciér-
nagas en los dedos de Aelin, su mano colgando casualmente a su lado. La otra tomaba a Goldryn,
el rubí en su empuñadura brillaba como una llama.

Las hojas se movían ligeramente y las ramas chasqueaban y la Espada de Orynth brillaba en oro y
rojo a la luz de las llamas de Aelin mientras él desenvainaba. Ladeó la antigua daga que Rowan le
había regalado en su otra mano. Rowan había estado enseñándole a Aedion –enseñándoles a todos
ellos, en realidad– sobre las viejas costumbres estas semanas. Acerca de las tradiciones y códigos
olvidados hace tiempo de los Fae, en su mayoría abandonadas, incluso en los tribunales de Maeve.
Pero que renacerían aquí, y se sancionarían a partir de ahora, mientras caían en los roles y deberes
que ellos habían resuelto y decidido para sí mismos.

Rowan salió de la lluvia en su forma Fae, su cabello plateado pegado a la cabeza, su tatuaje marca-
do en su rostro bronceado. No había señales de los señores.

Pero Rowan sostenía su cuchillo de caza contra la garganta desnuda de un hombre joven y de del-
gada nariz y lo condujo hacia el fuego –el extraño viajero estaba manchado con la ropa empapada
y sostenía el escudo de Darrow con notable fastidio.

—Un mensajero —dijo Rowan entre dientes.


l

Aelin decidió en ese mismo momento que no le gustaban las sorpresas.

Los ojos azules del mensajero estaban muy abiertos, pero su cara pecosa mojada por la lluvia es-
taba en calma. Estable. Incluso cuando vio a Lysandra, sus colmillos dorados con la luz del fuego.
Incluso cuando Rowan lo empujó al frente, con ese cruel cuchillo todavía en su garganta.

Aedion señaló con la barbilla hacia Rowan.

—No puede entregar el mensaje con un cuchillo en su garganta.

Rowan bajó su arma, pero el príncipe Fae no envainó el cuchillo. No se movió a más de un pie del
hombre.

Aedion demandó:

—¿Dónde están?

El hombre se inclinó ligeramente a su prima.

—En una taberna, a cuatro millas de aquí, General.

Las palabras murieron cuando Aelin al fin dio la vuelta a la curva del fuego. Mantuvo la flama alta,
mantuvo a Evangeline y Ligera en su interior. El mensajero dejó escapar un pequeño ruido.

Él sabía. Por la manera en que él mantenía la mirada entre ella y Aedion, viendo los mismos ojos, el
mismo color de pelo… él sabía. Y como si el pensamiento le había golpeado, el mensajero se inclinó.

Aelin observó la forma en que el hombre bajó los ojos, vio la parte trasera de su cuello expuesta, su
piel brillaba con la lluvia. Su magia se calentó en respuesta. Y esa cosa –ese horrible poder colgan-
do entre sus senos– parecía abrir un antiguo ojo en toda la conmoción.

El mensajero se puso rígido, con los ojos abiertos ante la cercanía silenciosa de Lysandra, retor-
ciéndose los bigotes mientras olía su ropa mojada. Él fue lo suficientemente inteligente como para
permanecer quieto.

—¿Está cancelada la reunión? —dijo Aedion de modo cortante, explorando el bosque de nuevo.

El hombre hizo una mueca.

—No, General, pero quieren que vayan a la taberna donde se están quedando. Debido a la lluvia.

Aedion rodó los ojos.


—Ve a decirle a Darrow que arrastre su cuerpo hasta aquí. El agua no lo va a matar.

—No es Lord Darrow —dijo el hombre rápidamente—. Con el debido respeto, Lord Murtaugh no ha
estado bien este verano. Lord Ren no lo quería afuera en la oscuridad y la lluvia.

El viejo había recorrido los reinos como un demonio del infierno esta primavera, recordó Aelin. Tal
vez le había pasado factura. Aedion suspiro.

—Sabes que necesitaremos explorar la taberna primero. La reunión será más tarde de lo que qui-
eren.

—Por supuesto, General. Ellos cuenta con eso —el mensajero se encogió cuando por fin vio a Evan-
geline y a Ligera dentro del anillo de fuego seguras. Y a pesar del príncipe Fae armado junto a él, a
pesar del leopardo fantasma con las garras desenvainadas que lo olía, la visión del fuego de Aelin
hizo su cara palidecer—. Pero ellos están esperando y Lord Darrow es impaciente. El estar fuera de
las paredes Orynth lo pone ansioso. Nos pone a todos ansiosos, en estos días.

Aelin resopló suavemente. Por supuesto.


Capítulo 3
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Cotota

Manon Blackbeak estaba de pie con su atención fija hacia un extremo del largo y, oscuro puente en
Morath, mientras observaba a las brujas de su abuela descender de las nubes grises.

Incluso con las columnas y pilares de humo de las incontables forjas, los ropajes color obsidiana de
la Gran Bruja del Clan de Brujas Blackbeak era inconfundible. Nadie más se vestía como la Matro-
na. Su grupo de brujas barrió sobre la cobertura de nubes, manteniendo una respetable distancia
de la Matrona, y un jinete extra flanqueando su masivo ser.

Manon, sus Trece en rango detrás de ella, no hicieron ningún movimiento mientras los wyverns y
sus jinetes aterrizaban en las piedras negras del patio a través del puente. A lo lejos, el murmullo
de un inmundo y arruinado río rugía, haciendo competencia con el ruido del roce de piedras y el
crujir de alas.

Su abuela había venido a Morath.

O lo que quedaba de ello, cuando un tercio no era nada más que escombros.

Asterin silbó mientras la abuela de Manon desmontaba en un suave movimiento, frunciendo el


ceño hacia la negra fortaleza que se asomaba arriba de Manon y sus Trece. El Duque Perring-
ton estaba esperando en su cámara de consejo, y Manon no tenía duda de que su mascota, Lord
Vernon, haría su mejor intento para socavar y sacudirla en cada vuelta. Si Vernon fuera a hacer
un movimiento para deshacerse de Manon, sería ahora, cuando su abuela estaba viendo por ella
misma lo que Manon había logrado hacer.

Y fallado en hacer.

Manon mantuvo su espalda recta mientras su abuela se encaminaba a través del ancho puente, sus
pasos ahogados por la corriente del río, el aleteo de alas distantes, y de esas forjas trabajando día
y noche para equipar a su ejército. Cuando ella vio el blanco en los ojos de su abuela, Manon hizo
una reverencia.

El crujir de ropas agitándose le hizo saber que sus Trece habían hecho lo mismo.

Cuando Manon levantó su cabeza, su abuela estaba frente a ella.

Muerte, crueldad y astucia, esperaba en esa mirada de ónix y motas doradas.

—Llévame con el duque —le dijo la Matrona en forma de saludo.


Manon sintió a sus Trece ponerse rígidas. No por las palabras, sino por el grupo de brujas de la
Gran Bruja siguiéndole sus talones. Extraño, tan extraño de ellas el seguirla, el protegerla.

Pero esta era una ciudadela de hombres, y demonios. Y esta podía ser una estancia extendida, si no
es que permanente, a juzgar por el hecho de que su abuela había traído consigo a la hermosa joven
bruja de pelo negro que actualmente calentaba su cama. La Matrona sería una tonta si no hubiera
traído protección extra. Incluso si las Trece habían sido siempre suficiente. Debían ser suficiente.

Era un esfuerzo no mostrar sus uñas de hierro ante la amenaza imaginable.

Manon hizo una reverencia una vez más y se giró hacia las imponentes puertas abiertas de Morath.
Las Trece se separaron de Manon y la Matrona mientras ellas pasaron, y luego se cerraron en
rango como un velo letal. No había oportunidades de error, no cuando se trataba de la heredera y
la Matrona.

Los pasos de Manon eran casi silenciosos mientras guiaba a su abuela a través de los pasillos
oscuros, las Trece y el grupo de brujas de la Matrona siguiéndolas de cerca. Los sirvientes, haya
sido por espiar o instinto humano, no estaban por ningún lado.

La Matrona habló mientras descendían la primera de las muchas escaleras en forma de espiral
hacia la nueva cámara de consejo del duque:

—¿Algo que reportar?

—No, Abuela —Manon evitó el impulso de mirar de soslayo a la bruja, al pelo negro con rayas grises,
los pálidos rasgos tallados con viejo odio, los dientes oxidados permanentemente mostrados.

La cara de la Gran Bruja que había marcado a la Segunda de Manon. Aquella que había lanzado al
fuego al hijo muerto de Asterin, negándole el derecho de sostenerlo siquiera una vez. Aquella quien
había golpeado y quebrado a su Segunda, aventándola a la nieve a morir, y mentido a Manon por
casi un siglo.

Manon se preguntaba qué pensamientos ahora se agitaban en la mente de Asterin mientras


caminaban. Se preguntaba qué pasaba por la mente de Sorrel y Vesta, quienes habían encontrado
a Asterin en la nieve. Y luego la sanaron.

Y nunca le dijeron nada a Manon sobre ello, tampoco.

La criatura de su abuela, eso era lo que Manon era. Nunca se había visto como algo odiable.

—¿Descubriste la causa de la explosión? —las ropas de la Matrona se remolinaban detrás de ella


mientras entraban al largo y estrecho pasillo hacia la cámara de consejo del duque.

—No, Abuela.

Esos ojos oscuros con motas doradas le miraron.

—Que conveniente, Líder del Ala, que te quejes sobre los experimentos de crianza del duque, sólo
para que las Yellowlegs se hayan incinerado días después —le espetó su abuela.
A buena hora, Manon casi dijo. A pesar de los grupos de brujas perdidos en la explosión, fue una
maldita, buena suerte que esos engendramientos de esas brujas de Yellowlegs-Valg hayan parado.
Pero Manon sintió, más que escuchar, la atención de sus Trece puesta en la espalda de su abuela.

Y quizás algo como miedo se asentó en Manon.

Hacia la acusación de la Matrona, y la línea que sus Trece estaban marcando. Que habían marcado
desde hace mucho tiempo.

Desafío. Eso es lo que había sido en estos meses pasados. Si la Gran Bruja sabía de ello, ataría
a Manon a un poste y la azotaría hasta que su piel estuviera colgando en tiras. Haría a las Trece
observar, para probar su carencia de poder para defender a su heredera, y después les haría lo
mismo a ellas. Tal vez echando agua salada en ellas una vez terminado. Y después hacerlo de
nuevo, día tras día.

Manon dijo fríamente:

—Escuché el rumor de que fue la mascota del duque, esa humana. Pero como fue incinerada en el
fuego, nadie lo pudo confirmar. No quise desperdiciar tu tiempo con chismes y teorías.

—Ella estaba atada a él.

—Parece que su Fuego Sombra no lo estaba —Fuego Sombra, el enorme poder que habría derretido
a sus enemigos en cuestión de latidos cuando lo combinaran con esas torres de espejos alineados
que las tres Matronas habían construido durante la Brecha Ferian. Pero con Kaltain muerta…
también lo estaba la amenaza de aniquilación pura.

Incluso si el duque no sufriría con otro maestro ahora que su rey estaba muerto. Rechazaría la
reclamación del Príncipe Heredero al trono.

Su abuela no dijo nada mientras continuaron su camino adelante.

La otra pieza del tablero, el príncipe de ojos zafiro quien había estado esclavizado a un príncipe
Valg. Ahora libre. Y aliado con la joven reina de pelo dorado.

Llegaron a las puertas del concejo, y Manon borró todo pensamiento de su cabeza mientras los
guardias con la cara blanca les abrían las puertas negras para ellas.

Los sentidos de Manon se afinaron a una calma asesina en el momento que puso sus ojos en la
piedra de ébano y a quien estaba de pie frente a ella.

Vernon: alto, larguirucho, con su sonrisa de satisfacción, vestido del verde de Terrasen.

Y un hombre de pelo rubio, con su rostro blanco como el marfil.

No había señal del duque. El extraño se giró hacia ellos. Incluso su abuela hizo una pausa.

No a la belleza del hombre, no a la fuerza de su esculpido cuerpo y las finas prendas negras que
vestía. Pero a esos ojos dorados. Gemelos a los de Manon.
Los ojos de los Reyes del Valg.

Manon observó las salidas, las ventanas, las armas que podía usar cuando pelearan hacia su salida.
El instinto la tenía dando un paso delante de su abuela; el entrenamiento la tenía palpando dos
cuchillas antes de que los ojos dorados del hombre parpadearan siquiera.

Pero el hombre fijó esos ojos del Valg en ella. Sonrió.

—Líder del Ala —miró a su abuela e inclinó su cabeza—. Matrona.

La voz era carnal y dulce y cruel. Pero el tono, la demanda en él…

Algo en la sonrisa de Vernon ahora se veía más tenso, su piel tan pálida.

—¿Quién eres tú? —le dijo Manon al extraño, más una orden que una pregunta.

El hombre movió su barbilla bruscamente a los asientos vacíos en la mesa.

—Tú sabes perfectamente quien soy, Manon Blackbeak.

Perrington. En otro cuerpo, de alguna forma. Porque…

Porque esa cosa mística, asquerosa que ella algunas veces vislumbró al mirar a esos ojos… ahí es-
taba, en carne y hueso.

La dura cara de la Matrona le dijo que ella ya había adivinado.

—Crecí cansado de vestir esa carne flácida —dijo, deslizándose con gracia felina hacia la silla al
lado de Vernon. Una ola de largos y poderosos dedos—. Mis enemigos saben quién soy. Mis aliados
lo saben también.

Vernon inclinó su cabeza y murmuró:

—Mi Señor Erawan, si te complace, permíteme ofrecerle a la Matrona una bebida. Su viaje ha sido
largo.

Manon juzgó al hombre alto. Dos regalos había ofrecido: respeto a su abuela, y el conocimiento
sobre el verdadero nombre del duque. Erawan.

Se preguntó que sabría sobre él Ghislaine, quien hacía guardia en el pasillo más allá.

El rey Valg asintió en aprobación. El Lord de Perranth se empujó a la pequeña mesa de buffet
contra la pared, agarrando un jarro mientras Manon y la Matrona se deslizaban hacia los asientos
frente al rey demonio.
Respeto, algo que Vernon no le había ofrecido sin hacerle caras primero. Pero ahora…

Tal vez ahora que el Lord de Perranth se había dado cuenta del tipo de monstruo que sostenía su
correa, estaba desesperado por aliados. Sabía, quizás, que Manon… que Manon había de hecho
formado parte de esa explosión.

Manon aceptó la copa tallada en forma de cuerno de agua que Vernon puso frente a ella pero no
bebió. Tampoco su abuela.

Al otro lado de la mesa, Erawan sonrió vagamente. Ni oscuridad, ni corrupción salían de él, como
si fuera lo suficientemente poderoso para mantenerla contenida, oculta y sin ser notada, salvo por
sus ojos. Los ojos de ella.

Detrás de ellos, el resto de las Trece y el grupo de su abuela permanecían en el pasillo, sólo sus Se-
gundas se mantuvieron en el cuarto una vez que las puertas fueron selladas de nuevo.

Atrapándolas con el rey Valg.

—Entonces —dijo Erawan, mirándolas en una forma que tuvo a Manon apretando sus labios para
evitar mostrar sus dientes—. ¿Están las fuerzas en la Brecha Ferian preparadas?

—Se moverán a la puesta del sol —dijo su abuela, dando una breve inclinación de su barbilla—.
Estarán en Rifthold dos días después de eso.

Manon no se atrevió a girar en su asiento.

—¿Estás mandando al ejército a Rifthold?

—Te estoy mandando a ti a Rifthold —el rey demonio le dio una mirada estrecha—, a que tomes de
vuelta la ciudad. Cuando hayas terminado tu tarea, la legión de Ferian se estacionará ahí bajo el
comando de Iskra Yellowlegs.

A Rifthold. A finalmente, finalmente pelearían, para ver qué cosas podían hacer sus wyverns en
batalla–

—¿Ellos sospechan del ataque?

Una sonrisa sin vida.

—Nuestras fuerzas se moverán lo suficientemente rápido para que cualquier voz los alcance —sin
duda por qué esta información había sido guardada hasta ahora.

Manon golpeó su pie contra el suelo, estando ya ansiosa por moverse, para comandar órdenes a las
otras en preparaciones.

—¿Cuántos grupos de brujas debo llevar al norte?

—Iskra vuela con la segunda mitad de nuestra legión aérea. Creo que sólo unos pocos grupos de
brujas de Morath serán necesarios —un reto, y una prueba.
—Volaré con mis Trece y con dos grupos de brujas como escoltas —consideró Manon. No había
necesidad para sus enemigos el tener un buen conteo de cuántos grupos de brujas volaban en la
legión aérea, o para la totalidad de ir cuando ella apostaría buen dinero de que incluso las Trece
serían suficientes para saquear la capital.

Erawan sólo inclinó su cabeza en acuerdo. Su abuela le dio un muy apenas perceptible asentimiento,
lo más cerca que podía recibir de ella como un tipo de aprobación.

Manon preguntó:

—¿Qué hay sobre el príncipe? —Rey. Rey Dorian.

Su abuela le disparó una mirada, pero el demonio dijo:

—Quiero que tú personalmente lo traigas a mí. Si él sobrevive el ataque.

Y con la fiera reina ahora fuera, Dorian Havilliard y su ciudad estaban indefensas.

Importaba poco para ella. Esto era la guerra.

Pelea esta batalla, y ve a casa a los Wastes1 al final de ella. Incluso si este hombre, el rey demonio,
podría muy bien incumplir su palabra.

Se encargaría de eso después. Pero primero… batalla abierta. Ella ya podía escuchar su canto
salvaje correr por sus venas.

El rey demonio y su abuela estaban hablando de nuevo, y Manon mandó lejos la melodía de escudos
chocando y espadas desenvainadas lo suficiente para procesar sus palabras.

—Una vez que la capital esté asegurada, quiero esos botes en el Avery.

—¿Los hombres del Lago Plateado están de acuerdo? —su abuela estudió el mapa acomodado en la
mesa con suaves piedras. Manon siguió la mirada de la Matrona al Lago Plateado, y el otro fin del
Avery, y a su ciudad, ubicada contra los Colmillos Blancos: Anielle.

Perrington –Erawan– encogió sus hombros.

—Su lord no ha declarado aún una alianza conmigo o con el niño rey. Sospecho que cuando la palabra
le llegue de la perdición de Rifthold, encontraremos a sus mensajeros arrastrándose a nuestras
puertas —hubo destello de una sonrisa—. Su Fortaleza a lo largo de las Cascadas Occidentales
del lago aún tiene cicatrices de la última vez que mis ejércitos marcharon por ahí. He visto los
interminables monumentos en Anielle de esa guerra, su lord sabrá que tan fácil puedo convertir su
ciudad en un osario2.

Manon estudió de nuevo el mapa, guardando para sí las preguntas.

Viejo. El rey Valg era tan viejo que la hacía sentir joven. Que hacía ver a su abuela como un niño,
1 Los Wastes son las tierras a las que pertenecían las Brujas Ironteeth pero las Brujas Crochan se las arrebataron, desterrándolas.

2 Osario: lugar donde se depositan los huesos. Usualmente encontrado en cementerios.


también.

Tonta, quizás su abuela había sido una tonta por venderlas a una alianza involuntaria con esta
criatura. Se obligó a sí misma a encontrarse con la mirada de Erawan.

—Con fortalezas en Morath, Rifthold, y Anielle, eso sólo cubre la mitad de Adarlan del sur. ¿Qué
hay del norte de la Brecha Ferian? ¿O el sur de Adarlan?

—Bellhaven se mantiene bajo mi control, sus señores y mercaderes aman su oro demasiado.
Melisande… —los ojos dorados del rey demonio se fijaron en la zona occidental del país a través de
las montañas—. Eyllwe permanece destrozado debajo de ella, Fenharrow es un caos árido hacia el
este. El mejor interés de Melisande es continuar aliando sus fuerzas con las mías, especialmente
cuando Terrasen no tiene ni un cobre de su nombre —la mirada del rey deambuló hacia el norte—.
Aelin Galathynius habrá llegado a su lugar ahora. Y cuando Rifthold se haya ido, ella también
encontrará que tan sola está en el Norte. La heredera de Brannon no tiene aliados en este continente.
Ya no.

Pero Manon notó la manera en la que los ojos del rey demonio se lanzaban hacia Eyllwe, sólo por
un parpadeo.

Miró a su abuela, quien permanecía pasiva aún, mirando a Manon con una expresión que prometía
una muerte segura si seguía empujando más lejos. Pero Manon le dijo a Erawan:

—Tu capital es el corazón de tu comercio. Si desato mi legión sobre él, vas a tener pocos aliados
humanos…

—La última vez que miré, Manon Blackbeak, era mi legión.

Manon sostuvo la mirada de Erawan, a pesar de que le hacía sentirse vulnerable.

—Vuelve Rifthold una completa ruina —dijo secamente—, y los gobernantes como el Lord de Anielle
o la Reina de Melisande o los Señores de Fenharrow podrían muy bien encontrar que vale la pena
el intentar arrasar contra ti. Si destruyes tu propia capital, ¿Por qué habrían ellos de creer tus
reclamaciones hacia una alianza? Envía un mensaje delante de nosotros que el rey y la reina son
enemigos del continente. Establécenos como liberadores de Rifthold, no conquistadores, y tendrás
a los otros gobernantes pensando las cosas dos veces antes de aliarse con Terrasen. Saquearé la
ciudad lo suficiente para ti para mostrar nuestro poder, pero mantén a las brujas Ironteeth lejos
de convertirlo en escombros.

Esos ojos dorados se abrieron en consideración.

Ella sabía que su abuela estaba a una palabra más de clavar sus uñas bajo la mejilla de Manon,
pero mantuvo sus hombros hacia atrás. A ella no le importaba la ciudad, o la gente. Pero esta
guerra podría de hecho tornarse contra ellos si la aniquilación de Rifthold unía a sus enemigos
dispersados. Y retrasar a las Blackbeak de regresar a los Wastes.

Los ojos de Vernon destellaron para encontrarse con los de ella. Miedo, pero cálculo.

—La Líder del Ala tiene un punto, mi señor —le murmuró a Erawan. ¿Qué sabía Vernon que ella
no?

Pero Erawan ladeó la cabeza, deslizando su dorado cabello sobre su frente.

—Es por eso que eres mi Líder del Ala, Manon Blackbeak, y por qué Iskra Yellowlegs no ganó la
posición.

El disgusto y el orgullo se pelearon en ella, pero solo asintió.

—Una cosa más.

Ella permaneció quieta, esperando.

El demonio rey se acomodó en su asiento.

—Hay una muralla de cristal en Rifthold. Imposible no verla —ella lo sabía, se había puesto en lo
alto de ella—. Daña a la ciudad lo suficiente para infundir miedo, para mostrar nuestro poder. Pero
esa muralla… derrúmbala.

Lo único que pudo decir fue:

—¿Por qué?

Esos ojos dorados hirvieron lento como carbones calientes.

—Porque destruir ese símbolo quebrará los espíritus de los hombres tanto como lo haría un baño
de sangre.

Esa muralla de cristal, el poder de Aelin Galathynius. Y la misericordia. Manon mantuvo la mirada
el tiempo suficiente para asentir. El rey apuntó su barbilla hacia las puertas indicando un silencioso
despido.

Manon estaba fuera del cuarto antes de que él se girara hacia Vernon. No se le ocurrió hasta que
estaba muy lejos que debió haberse quedado a proteger a su Matrona.

Las Trece no hablaron hasta que llegaron a su armería personal en el campamento del ejército aba-
jo, ni habían arriesgado una palabra mientras ensillaban a sus wyverns en su nuevo nido.

Barriendo a través del humo y la oscuridad que siempre envolvía Morath, los dos grupos de brujas
escolta que Manon había seleccionado –ambos Blackbeak– se dirigieron a sus propias armerías.

Bien.

Ahora de pie en el barro del piso del valle afuera del adoquinado laberinto de forjas y tiendas, Ma-
non le dijo a sus Trece:

—Volamos en treinta minutos —detrás de ellas, herreros y personal estaban apresurándose para
poner la armadura a los wyverns encadenados.

Si ellos eran inteligentes, o rápidos, no se moverían entre esas fauces. De inmediato, el wyvern azul
cielo de Asterin estaba con sus ojos midiendo al hombre cerca de ella.

Manon se vio medio tentada de ver si le daría una mordida, pero le dijo a su grupo de brujas:

—Si tenemos suerte, llegaremos antes que Iskra y estableceremos la línea de como un saqueo se lle-
va a cabo. Si no lo somos, buscaré a Iskra y su grupo de brujas al llegar y detendré la masacre. De-
jen al príncipe para mí —no se atrevió a mirar a Asterin mientras lo decía—. No tengo duda alguna
de que las Yellowlegs intentarán reclamar su cabeza. Detengan a cualquier que se atreva a tomarla.

Y quizás ponerle un fin a Iskra también. Los accidentes ocurren todo el tiempo en batallas.

Las Trece hicieron una reverencia en consentimiento. Manon sacudió su cabeza sobre su hombro,
a la armería bajo las tiendas con lonas de mala calidad.

—Completamente armadas —les dirigió una amplia sonrisa—. No queremos hacer nuestra gran
aparición si no vamos a vernos de otra forma que con nuestro mejor aspecto.

Doce sonrisas iguales respondieron la suya, y se fueron, dirigiéndose hacia las mesas y maniquíes
donde su armadura había sido cuidadosa y meticulosamente construida los meses pasados.

Sólo Asterin permaneció a su lado mientras Manon agarraba a Ghislaine por un brazo cuando la
centinela de pelo rizado pasó a su lado.

Ella murmuró sobre los golpes metálicos de la forja y los rugidos de los wyverns:

—Dime lo que sabes sobre Erawan —Ghislaine abrió su boca, de piel oscuro pálido, y Manon espe-
tó—. Concisamente.

Ghislaine tragó saliva, asintiendo mientras el resto de Las Trece se preparaba detrás de ellas. La
guerrera susurró de manera que sólo Manon y Asterin pudieran escuchar.

—Él era uno de los tres reyes del Valg quienes invadieron el mundo en el inicio de los tiempos.
Los otros dos fueron ya sea asesinados, o enviados de vuelta a su mundo oscuro. Se quedó varado
aquí, con un pequeño ejército. Huyó a este continente después de que Maeve y Brannon aplastaran
sus fuerzas, y duró miles de años reconstruyendo sus números en secreto, muy en lo profundo de
los Colmillos Blancos. Cuando él estuvo listo, cuando se dio cuenta que la flama del Rey Brannon
estaba atenuándose, Erawan lanzó su ataque para reclamar el continente. La leyenda cuenta que
fue derrotado por la misma hija de Brannon y su pareja humana.

—Parece que la leyenda es falsa —resopló Asterin.

—Alístate —dijo Manon soltando el brazo de Ghislaine—. Diles a las otras cuando puedas.

Ghislaine inclinó su cabeza y se dirigió hacia el arsenal.


Manon ignoró la mirada de Asterin. Ahora no era momento para tener esa conversación.

Encontró al herrero mudo en su forja usual, sudor corriendo por su frente manchada en hollín.
Pero sus ojos eran fuertes, tranquilos, mientras él hacía a un lado la lona de la carpa de su mesa de
trabajo para revelar su armadura. Pulida, lista.

El traje de metal oscuro había sido formado como un wyvern a escala. Manon corrió un dedo
a través de las placas superpuestas y levantó un guante, perfectamente formado para su propia
mano.

—Es hermoso.

Horrible, pero hermoso. Se preguntó qué diría él del hecho de que había forjado esa armadura para
ella que vestiría mientras iba a terminar las vidas de sus compatriotas. Su rostro colorado no reveló
nada.

Se despojó de su capa roja y comenzó a ponerse la armadura pieza por pieza. Se deslizó sobre
ella como una segunda piel, flexible y maleable donde necesitaba serlo, inflexible donde su vida
dependía de ello.

Cuando hubo terminado, el herrero le miró y asintió, después se agachó debajo de su mesa para
poner otro objeto sobre ella. Por un momento, Manon sólo pudo quedarse viendo su casco coronado.

Había sido forjado del mismo metal oscuro, la nariz y frente formadas para que la mayoría de su
cara permaneciera en sombras, salvo por su boca. Y sus dientes de hierro. Las seis lanzas de la
corona sobresalían hacia arriba como pequeñas espadas.

El casco de un conquistador. El casco de un demonio.

Manon sintió los ojos de Sus Trece, ya armadas, sobre ella mientras escondía su cabello en el cuello
de su armadura y se colocaba el casco sobre su cabeza.

Encajó fácilmente, el interior frío contra su piel caliente. Incluso con las sombras que escondían
la mayoría de su rostro, podía ver al herrero con perfecta claridad mientras su barbilla bajaba en
aprobación.

Ella no tenía idea de porqué se molestó, pero Manon se encontró a sí misma diciendo:

—Gracias.

Otro gesto poco profundo fue su única respuesta antes de que ella se retirara de su mesa.

Los soldados se hicieron a un lado de su camino mientras ella señalaba a Sus Trece y montaba a
Abraxos, su wyvern brillando en su nueva armadura.

No miró hacia atrás a Morath mientras se elevaba a los cielos grises.


Capítulo 4
Traducido por Sergio Palacios
Corregido por Cotota

Aedion y Rowan no dejaron que el mensajero de Darrow se fuera para advertirles a los señores de
su llegada. Si ésta era una maniobra para mantenerlos en pasos desiguales, a pesar de todo lo que
Murtaugh y Ren habían hecho por ellos esta primavera, entonces ellos iban a tomar ventaja de
cualquier forma que pudieran.

Aelin supuso que debía haber tomado el clima tormentoso como un presagio. O tal vez la edad de
Murtaugh proveía una excusa conveniente para Darrow para ponerla a prueba. Controló su tem-
peramento ante el pensamiento.

La taberna estaba erigida en un cruce justo dentro de la maraña de Oakwald. Con la lluvia y la
noche llegando, estaba lleno, y tuvieron que pagar el doble para guarecer a sus caballos. Aelin
estaba claramente consciente de que una palabra de ella, una chispa delatora de su fuego, habría
vaciado no sólo los establos, sino la taberna misma.

Lysandra se había retirado poco más de medio kilómetro atrás, y para cuando ellos llegaron, se
escabulló por los arbustos y asintió con su cabeza empapada.

Todo despejado.

Dentro de la posada, no había ni un cuarto disponible para renta, y la taberna misma estaba llena
de viajeros, cazadores, y quienes escapaban del aguacero. Algunos inclusive se sentaban contra las
paredes, y Aelin suponía que así sería como más o menos sus amigos y ella pasarían la tarde una
vez concluyera la reunión.

Varias cabezas se giraron hacia ellos cuando entraron, pero las capuchas y mantas cubrían sus
rostros y armas, y esas cabezas rápidamente se giraron de vuelta a sus bebidas, cartas, o canciones
de borrachos.

Lysandra finalmente había vuelto a su forma humana, y fiel a su juramento meses atrás, sus una
vez pechos grandes eran ahora pequeños. A pesar de lo que les esperaba en el comedor privado en
la parte trasera de la posada, Aelin volteó a ver la mirada de la cambia-formas y sonrió.

—¿Mejor? —le murmuró sobre la cabeza de Evangeline mientras el mensajero de Darrow, con Ae-
dion a su lado, pasaban entre la multitud.

—Oh, no tienes una idea —la cara de Lysandra era un tanto salvaje.

Detrás de ellos, Aelin podía jurar que escuchó a Rowan reírse entre dientes.
El mensajero y Aedion tomaron un pasillo, la lámpara oscura parpadeando entre las gotas de lluvia
todavía deslizándose sobre el redondo y marcado escudo colocado atrás de la espalda de su primo.
El Lobo del Norte, quien, aunque había ganado batallas con su velocidad y fuerza Fae, se había ga-
nado el respeto y la lealtad de su legión como un hombre, como un humano. Aelin, aun en su forma
Fae, se preguntó si debió haberse cambiado de forma.

Ren Allsbrook esperaba ahí. Ren, otro amigo de la infancia, a quien ella casi mataba, a quien in-
tentó matar este invierno pasado, y quien no tenía idea de quién realmente era ella. Quien se había
quedado en su apartamento sin saber que le pertenecía a su reina perdida. Y Murtaugh... ella tenía
vagas memorias del hombre, en su mayoría recuerdos de él sentado en la mesa de su tío, deslizán-
dole a ella tartas de moras.

Cualquier bien que quedaba, cualquier pizca de seguridad, era gracias a Aedion, las abolladuras y
marcas estropeando su escudo como prueba absoluta de ello, y de los tres hombres que la espera-
ban.

Los hombros de Aelin comenzaron a inclinarse hacia dentro, pero Aedion y el mensajero hicieron
una pausa ante la puerta de madera, tocando una vez. Ligera acarició su pantorrilla, con su cola
meneándose, y Aelin le sonrió al can, quien se sacudió de nuevo, lanzando gotas de agua. Lysandra
resopló. Traer un perro mojado a una junta secreta, muy de la realeza.

Pero Aelin se había prometido a ella misma, meses y meses atrás, que no iba a pretender ser nadie
más que ella misma. Se había arrastrado a través de la oscuridad, la sangre y la desesperación, y
ella había sobrevivido. E incluso Lord Darrow podía ofrecer hombres y fondos para la guerra... ella
tenía ambas cosas, también. Más serían mejor, pero ella no traía las manos vacías. Había logrado
esto por ella misma. Para todos ellos.

Aelin enderezó sus hombros mientras Aedion se paraba en el cuarto, hablando ya con las personas
que estaban adentro.

—Solo ustedes bastardos nos harían caminar hasta aquí bajo la lluvia porque no se quisieron mo-
jar. Ren, te ves apagado, como siempre. Murtaugh, siempre es un placer. Darrow... tu cabello luce
tan mal como el mío.

Alguien dentro dijo con una voz fría y cortante:

—Dada la discreción con la que arreglaste esta reunión, uno pensaría que te estás escabullendo
entre tu propio reino, Aedion.

Aelin llegó a la puerta entreabierta, debatiéndose sobre si valía la pena interrumpir la conversación
para decirles a esos tontos dentro que mantuvieran su boca cerrada, pero…

Lo hicieron. Con sus oídos Fae, ella podía percibir más sonidos que los humanos promedio. Dio un
paso delante de Lysandra y Evangeline, dejándoles entrar detrás de ella mientras hacia una pausa
en la entrada de la puerta para inspeccionar el comedor privado.

Una ventada, agrietada para calmar el sofocante calor de la posada. Una larga mesa rectangular
ante una crepitante chimenea, plagada de platos vacíos, migas, bandejas vacías de comida. Dos
ancianos estaban sentados ahí, uno con un mensajero susurrando algo tan quedo para sus oídos
Fae para escucharlo, antes de que hiciera una reverencia a todos y se saliera del cuarto. Ambos
ancianos se enderezaron mientras miraban pasando donde Aedion estaba en la mesa, hacia ella.

Pero Aelin enfocó su mirada al hombre de pelo negro quien estaba por la chimenea, un brazo apoy-
ado contra el mantel, su aperlada cara llena de cicatrices y pozos.

Recordaba esas espadas gemelas en su espalda. Esos oscuros y quemantes ojos.

Su boca se había secado para cuando se hizo para atrás la capucha. Ren Allsbrook comenzó.

Pero los ancianos se habían levantado de sus sillas. Ella conocía a uno de ellos.

Aelin no sabía cómo no reconoció a Murtaugh aquella noche cuando había ido al almacén para
matar a tantos de ellos. Especialmente cuando había sido él quien detuvo la masacre.

El otro anciano, sin embargo... aunque con arrugas, su rostro se mostraba fuerte, resistente. Sin
mostrar sorpresa o felicidad o calidez. Un hombre quien solía salirse con la suya, quien era obede-
cido sin cuestionamiento. Su cuerpo era delgado pero fuerte, y su columna seguía recta. Un guer-
rero no de espada, sino de mente.

Su tío abuelo, Orlon, había sido ambas. Y amable, nunca había escuchado una palabra de coraje
o severidad de Orlon. Este hombre, sin embargo... Aelin sostuvo la mirada en esos ojos grises de
Darrow, un predador reconociendo a otro.

—Lord Darrow —dijo ella, inclinando su cabeza. Ella no pudo evitar su sonrisa torcida—. Luce
tostado.

El rostro de Darrow permaneció impasible. Nada impresionado.

Muy bien, entonces.

Aelin observó a Darrow, esperando, negándose a romper su mirada hasta que le hiciera una rev-
erencia.

Un leve movimiento de su cabeza fue todo lo que pudo ofrecerle.

—Un poco más abajo —le ronroneó.

Darrow no hizo tal cosa.

Fue Murtaugh quien se inclinó profundamente hasta la cintura y dijo:

—Majestad. Nos disculpamos por enviar al mensajero a buscarles, pero mi nieto se preocupa por
mi salud —dijo con un intento de sonrisa—. Para mi disgusto.

Ren ignoró a su abuelo y retiró el mantel, los sonidos de sus botas el único sonido mientras rodeaba
la mesa.

—Lo sabías —le dijo a Aedion.


Lysandra, sabiamente, cerró la puerta y le ofreció a Evangeline y a Ligera el irse a la ventana, a
observar si habían ojos escudriñando. Aedion le dirigió a Ren una breve sonrisa.

—Sorpresa.

Antes de que el joven lord pudiera replicar, Rowan se posó al lado de Aelin y se quitó la capucha.

Los hombres se pusieron rígidos mientras el guerrero Fae era revelado en su gloria, violencia bril-
lando ya en sus ojos. Estos puestos ya en Lord Darrow.

—Vaya, esa es una mirada que no había visto en años —murmuró Darrow.

Murtaugh controló su sorpresa, y quizás su miedo, lo suficiente para extender una mano hacia las
sillas vacías frente a ellos.

—Por favor, siéntense. Mil disculpas por el desorden. No nos habíamos dado cuenta de que el
mensajero los iba a traer tan rápido —Aelin no hizo ningún gesto para sentarse. Tampoco sus
compañeros. Murtaugh agregó—. Podemos ordenar comida fresca si lo desean. Deben estar ham-
brientos —Ren le disparó a su abuelo una mirada incrédula que le dijo a ella todo lo que necesitaba
saber sobre la opinión del rebelde hacia ella.

Lord Darrow la estaba mirando de nuevo. Evaluándola.

Humildad, gratitud. Ella debía intentarlo; ella podría intentarlo, maldita sea. Darrow se había
sacrificado por su reino; él tenía hombres y dinero que ofrecer en esta batalla acechante contra
Erawan. Ella había llamado para esta reunión; ella había pedido a estos señores el reunirse y ver-
los. ¿A quién le importaba si era en otro lugar? Ellos estaban aquí. Eso era suficiente.

Aelin se forzó a sí misma a caminar hacia la mesa. Para reclamar la silla frente a Darrow y Mur-
taugh.

Ren permaneció de pie, monitoreándola con una mirada de fuego.

Le dijo suavemente a Ren:

—Gracias, por ayudar al Capitán Westfall esta primavera.

Un músculo parpadeó en su mandíbula, pero dijo:

—¿Cómo está? Aedion mencionó su herida en su carta.

—Lo último que supe, es que estaba en camino a los sanadores en Ántica. Hacia Torre Cesme.

—Bien.

—¿Podrían molestarse en iluminarme sobre el cómo se conocen? —dijo Lord Darrow—. ¿O deberé
recurrir a adivinar?

Aelin comenzó a contar hasta diez ante el tono. Pero fue Aedion quien dijo mientras se sentaba:
—Cuidado, Darrow.

Darrow entrelazó sus nudosos pero cuidados dedos y los puso sobre la mesa.

—¿O qué? ¿Me reducirá a cenizas, Princesa? ¿Derretirá mis huesos?

Lysandra se deslizó en la silla al lado de Aedion y preguntó con dulce y delicada educación como
había sido entrenada:

—¿Queda un poco de agua en esa jarra? Viajar a través de la tormenta fue algo agotador.

Aelin podía haber besado a su amiga por el intento de romper la cortante tensión.

—¿Quién, si se puede saber, eres tú? —Darrow frunció el ceño ante la exquisita belleza, sus ojos
abiertos que no se volvieron tímidos a pesar de sus palabras amables. Bien, él no sabía quiénes
viajaban con ella o Aedion. O con qué dones contaban.

—Lysandra —contestó Aedion, quitándose su escudo y colocándolo en el suelo detrás de él con un


golpe seco—. Lady de Caraverre.

—No hay ningún Caraverre —dijo Darrow.

—Lo hay ahora —Aelin se encogió de hombros. Lysandra se había decidido por un nombre hace
una semana, sea lo que significara, corriendo como un rayo a mitad de la noche y prácticamente
gritándoselo a Aelin una vez que había logrado controlarse a sí misma lo suficiente para volver a
su forma humana. Aelin dudó si alguna vez olvidaría la imagen del leopardo fantasma con los ojos
bien abiertos intentando hablar. Ella le sonrió a Ren, aun viéndola como un halcón—. Me tomé la
libertad de comprar la tierra que tu familia cedió. Parece que van a ser vecinos.

—¿Y de qué linaje —reguntó Darrow, su boca apretándose al ver el tatuaje de Lysandra, la marca
visible sin importar que forma tomara— procede nuestra Lady Lysandra?

—No organizamos ésta junta para discutir linajes y herencias —contestó Aelin de vuelta. Ella miró
a Rowan, quién le dio un asentimiento de confirmación que la posada estaba lo suficientemente
lejos del cuarto y no había nadie dentro de un margen para escuchar.

Su Príncipe Fae se dirigió a la mesa de servir ubicada contra la pared para ir por el agua que Ly-
sandra había pedido. La olió, y ella supo que su magia pasó por la jarra, probando el agua ante
cualquier veneno o droga, mientras él levitaba cuatro vasos sobre ellos con un viento fantasma.

Los tres señores observaron silenciosamente con sus ojos abiertos. Rowan se sentó y como si nada
vertió el agua, después trajo otro vaso, lo llenó, y lo llevo flotando a Evangeline. La niña brillo de
emoción ante la magia y se enfocó de nuevo a mirar hacia la ventana empapada por la lluvia. Es-
cuchando mientras pretendía ser hermosa, inútil y pequeña, como Lysandra le había enseñado.

Lord Darrow dijo:

—Al menos tu guerrero Fae es bueno para algo más que violencia.

—Si esta reunión es interrumpida por fuerzas enemigas —dijo Aelin suavemente—, estará más que
agradecido por esa violencia, Lord Darrow.

—¿Y qué de tú particular don? ¿Deberé de estar agradecido de él, también?

A él no le importó cómo lo supo. Aelin enderezó su rostro, escogiendo cada palabra, forzándose a
sí misma a pensar en lo que debía.

—¿Hay algún tipo de habilidades que preferiría que poseyera?

Darrow sonrió. La sonrisa no llegó a sus ojos.

—Un poco de control le caería bien a Su Alteza.

Del otro lado de ella, Rowan y Aedion estaban tensos como cuerdas de arco. Pero si ella podía con-
trolar su temperamento, ellos también podían.

Su Alteza. No Majestad.

—Tendré eso en consideración —le dijo con una sonrisa en su rostro—. En lo que a mi corte respec-
ta y yo, nos quisimos reunir con ustedes hoy.

—¿Corte? —Lord Darrow levantó sus cejas grisáceas. Entonces él lentamente pasó su mirada sobre
Lysandra, luego Aedion, y finalmente Rowan. Ren estaba observándolos a todos, algo como anhelo
y consternación en su rostro—. ¿Esto es lo que consideras una corte?

—Obviamente, la corte se expandirá una vez que estemos en Orynth…

—Y para ese caso, no veo como siquiera pueda ser una corte, dado que tú aún no eres una reina.

Ella mantuvo su barbilla en alto.

—No estoy segura de entender lo que quieres decir.

Darrow dio un sorbo de su tarro de cerveza. El ruido sordo hecho por la taza mientras la ponía
sobre la mesa hizo eco a través del cuarto. Detrás de él, Murtaugh se había quedado quieto como
muerto.

—Cualquier gobernador de Terrasen debe ser aprobado por las familias gobernantes de cada ter-
ritorio.

Hielo, frío y antiguo, corrió por sus venas. Aelin deseo que pudiera culpar a la cosa que colgaba de
su cuello.

—Está diciéndome —dijo ella con mucha calma, el fuego palpitando en sus intestinos, bailando con
su lengua—, que aunque soy la última Galathynius viva, ¿mi trono aún no me pertenece?

Pudo sentir la atención de Rowan puesta sobre ella, pero no quitó la mirada de Lord Darrow.

—Le estoy diciendo, Princesa, que aunque tú seas la última persona viva, descendiente directo de
Brannon, hay otras posibilidades, otras direcciones a las cuales ir, si eres considerada inadecuada.
—Weylan, por favor —interrumpió Murtaugh—, no aceptamos la oferta de reunirnos para esto.
Sino para discutir el reconstruir, el ayudarla y trabajar con ella.

Todos lo ignoraron.

—¿Otras posibilidades como usted? —le preguntó Aelin a Darrow. El humo se movía en su boca.
Ella se lo tragó y envió dentro, casi ahogándose con él.

Darrow no hizo más que un estremecimiento.

—No veo como esperas que nosotros que permitamos que una asesina de diecinueve años desfile
por nuestro reino y comience a ladrar órdenes, sin importar su linaje.

Piensa en ello, toma un fuerte respiro. Hombres, dinero, ayuda para tu ya roto pueblo. Eso es lo
que ofrece Darrow, lo que puedes ganar, si tan solo pudieras controlar tu maldito temperamento.

Sofocó el fuego en sus venas a meras brasas.

—Entiendo que mi historia personal pueda ser considerada problemática…

—Encuentro todo en ti, Princesa, problemático. Sin mencionar tu elección de amigos y miembros
de corte. ¿Puedes explicarme porqué una prostituta está en tu compañía y se hace pasar por una
dama? ¿Por qué uno de los sirvientes de Maeve está sentado a tu lado? —Hizo una mueca en di-
rección a Rowan—. Príncipe Rowan, ¿no es así? —debió haber unido toda la información que el
mensajero le susurró en su oído al llegar—. Oh sí, hemos escuchado de ti. Que interesante giro de
eventos, que incluso cuando nuestro reino es débil y su heredero tan joven, uno de los más confi-
ables guerreros de Maeve logra conseguir un puesto seguro, después de tantos años de contemplar
nuestro reino con tanta consternación. O quizás la mejor pregunta es, ¿por qué servir a los pies de
Maeve cuando podías gobernar al lado de la Princesa Aelin?

Tomó demasiado esfuerzo en no tornar sus dedos en puños.

—El Príncipe Rowan es mi carranam. Él está sobre toda duda.

—Carranam. Un término olvidado hace mucho. ¿Qué otras cosas te enseñó Maeve en Doranelle
esta primavera?

Ella se tragó su respuesta cuando la mano de Rowan se encontró con la suya por debajo de la mesa,
su rostro aburrido, sin interés. La calma de una feroz y helada tormenta. ¿Permiso para hablar,
Majestad?

Tuvo el presentimiento de que Rowan iba a disfrutar mucho, pero mucho la tarea de triturar a
Darrow en piezas pequeñas. También tenía el sentimiento de que disfrutaría mucho, pero mucho
el unírsele.

Aelin asintió silenciosamente, más que nada por la pérdida de palabras mientras batallaba por
mantener sus flamas a raya.

Honestamente, se sintió levemente mal por Darrow mientras el Príncipe Fae le dirigía una mirada
que traía consigo trescientos años de fría violencia.

—¿Me está acusando de tomar el juramento de sangre de mi reina con deshonor?

Nada humano, nada piadoso en esas palabras.

Para su sorpresa, Darrow no se encogió. Al contrario, levantó sus cejas hacia Aedion, y luego sa-
cudió su cabeza hacia Aelin.

—¿Diste tu juramento sagrado a este... macho?

Ren se sobresaltó un poco mientras observaba a Aedion, la cicatriz rígida contra su piel bronceada.
Ella no había estado ahí para protegerlo de ello. O para proteger a las hermanas de Ren cuando su
academia de magia se convirtió en un matadero durante la invasión de Adarlan. Aedion captó la
sorpresa de Ren y suavemente sacudió su cabeza, como diciendo, lo explicaré luego.

Pero Rowan se acomodó en su silla con una sonrisa, y era una cosa horrible, terrible de verse.

—He conocido a muchas princesas con reinos a heredar, Lord Darrow, y le puedo decir que ab-
solutamente ninguna de ellas fue lo suficientemente estúpida como para permitir que un hombre
las manipulara de esa forma, y mucho menos lo es mi reina. Pero si yo fuera a hacer mi cami-
no al trono, elegiría un mucho más pacífico y próspero reino —dijo, encogiéndose de hombros—.
Pero no creo que mi hermano y hermana en este cuarto me permitirían vivir por mucho tiempo si
sospecharan que busco el mal para mi reina, o para su reino.

Aedion asintió severamente, pero detrás de él, Lysandra se enderezó, no en coraje o sorpresa, sino
por orgullo. Rompió el corazón de Aelin tanto como lo llenó de luz.

Aelin le sonrió lentamente a Darrow, sus flamas acumulándose.

—¿Cuánto tiempo le tomó para hacer una lista de todas las formas posibles para insultarme y acu-
sarme durante esta reunión?

Darrow la ignoró y giró su barbilla hacia Aedion.

—Estás muy callado esta noche.

—No creo que quieras escuchar en este momento mis pensamientos, Darrow —contestó Aedion.

—Tu juramento de sangre es robado por un príncipe extranjero, tu reina es una asesina que apunta
a prostitutas para servirle, y a pesar de eso, ¿tú no tienes nada que decir?

La silla de Aedion crujió, y Aelin se atrevió a mirarlo, para encontrarlo agarrando los lados de la
silla tan fuerte que sus nudillos estaban blancos.

Lysandra, aunque rígida en su respaldo, no le dio a Darrow el placer de sonrojarse en vergüenza.

Y ella tuvo suficiente. Chispas danzaron en las puntas de sus dedos bajo la mesa.

Pero Darrow continuó antes de que Aelin pudiera hablar o incinerar el cuarto.
—Tal vez, Aedion, si deseas todavía obtener un puesto oficial en Terrasen, podrías ver si tus pari-
entes en Wendlyn han reconsiderado tu proposición de compromiso de hace muchos años. Ver si
te van a reconocer como familia. Qué diferencia pudiera haber hecho, si nuestra amada Princesa
Aelin se hubiera comprometido, si Wendlyn no hubiera rechazado la oferta de formalmente unir
nuestros reinos, probablemente a petición de Maeve —una sonrisa en dirección a Rowan.

Su mundo tembló un poco. Incluso Aedion palideció. Nadie había indicado que había habido un
intento oficial de comprometerlos. Que los Ashryvers habían verdaderamente llevado a Terrasen
a la guerra y ruina.

—¿Qué van a decir nuestras adorables masas de nuestra princesa salvadora —musitó Darrow, po-
niendo sus manos extendidas en la mesa—, cuando ellos oigan sobre el cómo ella ha gastado su
tiempo mientras ellos sufrían? —una bofetada en la cara, una tras otra—. Pero —agregó Darrow—,
siempre has sido bueno en prostituirte muy bien, Aedion. Aunque me pregunto si la Princesa Aelin
sabe que…

Aelin se lanzó.

No con fuego, pero con hierro.

La daga temblando entre los dedos de Darrow brillaba con la luz de la chimenea crepitante.

Aelin gruñó en el rostro del hombre viejo, Rowan y Aedion medio fuera de sus sillas, Ren yendo por
su espada, pero mirando con náusea, náusea hacia la vista de un leopardo fantasma ahora sentado
donde Lysandra había estado hace un momento.

Murtaugh observó a la cambia-formas. Pero Darrow fulminó con la mirada a Aelin, su rostro blan-
co por la ira.

—¿Quieres arrojar insultos hacia mí, Darrow? Adelante —siseó Aelin, su nariz casi tocando la de
él—. Pero si insultas a los míos una vez más, no volveré a fallar —ella movió sus ojos hacia la daga
entre los dedos extendidos del anciano, un pelo separando la daga de su piel moteada.

—Veo que heredaste el temperamento de tu padre —se mofó Darrow—. ¿Es así como planeas
gobernar? Cuando no te agrade alguien, ¿lo vas a amenazar? —Deslizó la mano de la daga y retro-
cedió lo suficiente para cruzarse de brazos—. ¿Qué pensaría Orlon de este comportamiento, de esta
intimidación?

—Escoge tus palabras sabiamente, Darrow —le advirtió Aedion.

Darrow levantó sus cejas.

—Todo el trabajo que he hecho, todo lo que he sacrificado estos diez años pasados, ha sido en el
nombre de Orlon, para honrarlo y salvar su reino, mi reino. No tengo planes de dejar que una mi-
mada y arrogante niña destruya eso con su temperamento y rabietas. ¿Disfrutaste las riquezas de
Rifthold estos años, Princesa? ¿Te fue muy fácil olvidarnos en el Norte mientras estabas compran-
do ropas y sirviendo para el monstruo que asesinó a tu familia y amigos?

Hombres, y dinero, y una Terrasen unida.


—Incluso tu primo, a pesar de toda su prostitución, nos ayudó en el Norte. Y Ren Allsbrook —una
mano señalando hacia donde Ren—, mientras tú vivías en lujos, ¿Sabías que Ren y su abuelo es-
taban raspando juntos cada cobre que podían, todo para encontrar una manera de mantener el
esfuerzo de los rebeldes vivo? ¿Que dormían en cuclillas en chozas y dormían bajo caballos?

—Es suficiente —dijo Aedion.

—Deja que siga —dijo Aelin, sentándose de vuelta en su silla y cruzándose de brazos.

—¿Qué más hay por decir, Princesa? ¿Crees que la gente de Terrasen estará encantada de tener a
una reina que sirvió a su enemigo? ¿Aquella que compartió la cama con el hijo de su enemigo?

Lysandra gruñó suavemente, haciendo temblar los vasos.

Darrow estaba imperturbable.

—¿Y una reina quien indudablemente comparte ahora la cama con un Príncipe Fae quien sirvió al
otro enemigo a nuestras espaldas? ¿Qué se supone que nuestro pueblo piense de eso?

Ella no quería pensar cómo Darrow había adivinado, cómo había leído en ellos.

—Quien comparte mi cama —dijo ella—, no es de tu incumbencia.

—Y es por eso que no estás en condiciones para gobernar. Con quien compartes la cama es preocu-
pación de todos. ¿Le mentirás a tu gente sobre tu pasado, negando que serviste al ya muerto rey, y
que serviste a su hijo, también, de una manera diferente?

Debajo de la mesa, la mano de Rowan se disparó para sostener la de ella, sus dedos cubiertos en
hielo que calmaron el fuego que comenzaba a arder en sus uñas. No en advertencia o reprimenda,
sino para decirle que él, también, estaba peleando en un esfuerzo por controlar las ganas de usar el
plato de comida de peltre para golpear la cabeza de Darrow.

Así que ella no desvió la mirada de Darrow, incluso mientras entrelazaba sus dedos con los de
Rowan.

—Le diré a mi gente —dijo Aelin suave pero no débil—, la completa verdad. Les mostraré las cica-
trices en mi espalda de Endovier, las cicatrices en mi cuerpo por años como Celaena Sardothien,
y les diré que el nuevo Rey de Ádarlan no es un monstruo. Les diré que tenemos un enemigo: ese
bastardo en Morath. Y Dorian Havilliard es la única oportunidad de supervivencia, y futura paz en
nuestros dos reinos.

—¿Y si no lo es? ¿Destruirás su castillo de piedra como hiciste con el de cristal?

Chaol había mencionado esto, meses atrás. Ella debió considerarlo más, que los humanos ordi-
narios demandarían respuestas respecto a su poder. Contra el poder de la corte juntándose alrede-
dor de ella. Pero dejó que Darrow creyera que ella había quebrado el castillo de vidrio; le dejó creer
que ella había asesinado al rey. Mejor eso que la potencialmente desastrosa verdad.

—En caso de que todavía desees ser parte de Terrasen —continuó Darrow cuando ninguno de ellos
le contestó—, estoy seguro que Aedion puede encontrar un uso para ti en La Perdición. Pero no
tengo ningún uso para ti en Orynth.

Aelin levantó sus cejas.

—¿Hay algo más que quieras decirme?

La mirada de Darrow se volvió dura.

—No reconozco tu derecho de gobernar; no te reconozco como la Reina de Terrasen. Tampoco lo


hacen los Señores de Sloane, Ironwood, y Gunnar, quienes conforman los restos de la mayoría de
lo que en su tiempo fue la corte de tu tío. Incluso si la familia Allsbrook se alía contigo, sigue siendo
un voto contra cuatro. El General Ashryver no tiene tierras o título aquí, por decir un resultado. En
lo que consta de Lady Lysandra, Caraverre no es un territorio reconocido, así como tampoco recon-
ocemos su linaje o tu compra de esas tierras —palabras formales, para declaraciones formales—. Y
ya sea que busques regresar a Orynth y ocupar tu trono sin nuestra invitación, será considerado un
acto de guerra y traición —Darrow sacó un pedazo de papel de su chaqueta, lleno de fina escritura
y cuatro diferentes firmas al fondo—. A partir de este momento, hasta que se decida lo contrario,
podrás permanecer como Princesa por sangre, pero no reina.
Capítulo 5
Traducido por Sergio Palacios
Corregido por Cotota

Aelin se quedó viendo y viendo a ese pedazo de papel, a los nombres que habían firmado mucho
antes de esa noche, los hombres que habían decidido contra ella sin reunirse con ella, los hombres
que habían cambiado su futuro, su reino, con solamente sus firmas.

Tal vez debió haber esperado a hacer esta reunión hasta que estuviera en Orynth, hasta que su gen-
te la viera regresar y entonces hubiera sido más difícil el echarla de la acera del palacio.

Aelin tomó un respiro.

—Nuestra perdición se encuentra en el Sur de Ádarlan, y ¿es en esto en lo que se enfocan?

Darrow se burló.

—Cuando tengamos necesidad de tus... habilidades, enviaremos un mensaje.

Ningún fuego ardía en ella, ni siquiera una brasa. Como si Darrow hubiera apretado en ella su
puño, apagándola.

—La Perdición —dijo Aedion con un tono de esa legendaria insolencia—, no contestará a nadie que
no sea Aelin Galathynius.

—La Perdición —le espetó Darrow— es nuestra ya de comandar. Dada la situación de que no hay
un gobernador apropiado para el trono, los señores controlan los ejércitos de Terrasen —una vez
más analizó a Aelin, como si sintiera su vago plan de públicamente regresar a su ciudad, para ha-
cerle más difícil a él el callarla, brillando mientras se formaba la idea—. Pon un pie en Orynth, y
afrontarás las consecuencias.

—¿Es esa una amenaza? —gruñó Aedion, una mano lanzándose a agarrar la empuñadura de la Es-
pada de Orynth envainada a su lado.

—Es la ley —dijo Darrow simplemente—. Una que generaciones de gobernadores Galathynius han
honrado.

Había tantos rugidos en su cabeza, tantos como un vacío quieto en el mundo había más allá.

—El Valg marcha hacia nosotros, un rey Valg marcha hacia nosotros —dijo Aedion, empujando, el
general encarnado—, y tu reina, Darrow, puede ser la única persona capaz de mantenerlo a raya.

—La guerra es un juego de números, no magia. Tú bien sabes esto, Aedion. Peleaste en Theralis —la
gran planicie antes de Orynth, anfitriona de la decisiva y final batalla mientras el imperio había
barrido sobre ellos. La mayoría de las fuerzas y comandantes de Terrasen no habían escapado de la
masacre, tanta que los ríos corrieron completos de sangre al día siguiente. Si Aedion había pelea-
do ahí... Dioses, él debía de tener apenas catorce. Su estómago se retorció. Darrow concluyó—. La
magia nos falló ya una vez. No confiaremos en ella de nuevo.

Aedion espetó:

—Vamos a necesitar aliados.

—No hay aliados —dijo Darrow—. A menos que Su Alteza decida ser útil y darnos hombres y ejér-
citos a través del matrimonio —una mirada dura hacia Rowan—, estamos solos.

Aelin se debatía sobre revelar lo que sabía, el dinero que había planeado y matado para obtener,
pero…

Algo frío y aceitoso resonó a su alrededor. Matrimonio hacia un rey extranjero, o príncipe o em-
perador.

¿Sería este el precio? No solo en derramamiento de sangre, sino ¿renunciar a sueños? Para ser una
princesa eterna, pero ¿nunca una reina? Para pelear con no sólo magia, pero también con el poder
de su sangre: La realeza.

No podía mirar a Rowan, no podía mirar a esos ojos verde-pino sin sentirse enferma.

Se había reído una vez de Dorian –reído y regañado por admitir que la idea del matrimonio a cual-
quiera que no fuera su alma gemela era aborrecible. Lo reprendió por escoger amor sobre la paz
de su reino.

Tal vez los dioses sí la odiaban. Tal vez esta era su prueba. El escapar de una esclavitud sólo para
caminar a otra. Tal vez este era el castigo por esos años en las riquezas de Rifthold.

Darrow le dirigió una pequeña y satisfactoria sonrisa.

—Encuéntrame aliados, Aelin Galathynius, y tal vez pueda considerar tu posición en el futuro de
Terrasen. Piensa en ello. Gracias por pedirnos que nos reuniéramos.

Silenciosamente, Aelin se levantó de la silla. Los otros hicieron lo mismo. Excepto Darrow.

Aelin arrancó el pedazo de papel que él había firmado y examinó las malditas palabras, las firmas
garabateadas. El crepitar del fuego era el único sonido.

Aelin lo silenció.

Y las velas. Y al candelabro de hierro sobre la mesa.

La oscuridad se hizo, silencio cortado sólo por las inhalaciones gemelas de respiración de Mur-
taugh y Ren. El golpeteo de la lluvia sonando en el cuarto oscuro.

Aelin habló en la oscuridad, hacia donde Darrow estaba sentado:


—Le sugiero, Lord Darrow, que se acostumbre a esto. Porque si perdemos esta guerra, la oscuridad
reinará para siempre.

Hubo un chasquido y una chispa –a continuación un cerillo chisporroteaba mientras encendía la


vela de la mesa. La mirada arrugada, llena de odio de Darrow parpadeaba a la vista.

—Los hombres pueden hacer su propia luz, Heredera de Brannon.

Aelin observó la flama solitaria que Darrow había encendido. El papel en sus manos se hizo ceni-
zas.

Antes de que pudiera hablar, Darrow lo hizo:

—Esa es nuestra ley, nuestro derecho. Ignoras ese decreto, Princesa, y estarás profanando todo por
lo que tu familia vivió y murió. Los Señores de Terrasen han hablado.

La mano de Rowan se mantuvo firme en su espalda. Pero Aelin miró a Ren, su rostro duro. Y sobre
el rugido de su cabeza, le dijo:

—Ya sea que votes o no en mi favor, hay un lugar para ti en esta corte. Por todo en lo que ayudaste a
Aedion y al capitán hacer. Por Nehemia —Nehemia, quien había trabajado con Ren, peleado con él.
Algo como dolor ondulaba en los ojos de Ren, y el abrió su boca para hablar, pero Darrow le cortó:

—Que desperdicio de vida fue esa—espetó Darrow—. Una princesa realmente dedicada a su gente,
quien peleó hasta su último aliento por…

—Una palabra más —dijo Rowan suavemente—, y no me importa cuántos señores te apoyen y
cuáles sean tus leyes. Una palabra más sobre eso, y te destriparé antes de que puedas levantarte de
esa silla. ¿Entendido?

Por primera vez, Darrow miró a los ojos de Rowan y palideció ante la muerte que se encontraba
esperándolo ahí. Pero las palabras del lord habían encontrado su marca, dejando un estremecedor
sentido de entorpecimiento a su paso.

Aedion recogió la daga de Aelin de la mesa.

—Tendremos tus pensamientos en consideración —recogió su escudo y puso una mano en el hom-
bro de Aelin para guiarla fuera del cuarto. Fue sólo el avistamiento de ese escudo lastimado y lleno
de cicatrices, la antigua espada colgando a su lado, lo que puso sus pies en movimiento, deslizán-
dose a través de ese entorpecimiento denso.

Ren se movió para abrir la puerta, dando un paso hacia el pasillo para escanearlo, y dándole a
Lysandra bastante espacio mientras ella pasaba, Evangeline y Ligera en su felpuda cola, sin miedo
a seguir ocultando secretos.

Aelin encontró la mirada del joven lord y tomó aire para decir algo, cuando Lysandra gruñó en el
pasillo.

Una daga estaba instantáneamente en la mano de Aelin, inclinada y lista.


Pero era el mensajero de Darrow, precipitándose hacia ellos.

—Rifthold —dijo jadeando mientras derrapaba para detenerse, arrojando gotas de lluvia hacia el-
los—. Uno de los exploradores de la Brecha Ferian acaba de llegar corriendo. Las brujas Ironteeth
vuelan hacia Rifthold. Van a saquear la ciudad.

Aelin se paró en un claro mientras salían del brillo de la posada, la fría lluvia empapando su pelo
y causando escalofríos en su piel. Mojándolos a todos, porque Rowan ahora se acomodaba las es-
padas extra que le daba, conservando cada gota de su magia por lo que estaba a punto de hacer.

Dejaron que el mensajero soltara la información que había recibido, que no era mucha la verdad.

Las brujas Ironteeth fijas en la Brecha Ferian estaban ahora volando hacia Rifthold. Dorian Havil-
liard iba a ser su objetivo. Vivo o muerto.

Ellas llegarían a la ciudad caída la noche mañana, y una vez tomaran Rifthold… la red de Erawan
sobre la mitad del continente estaría completa. Ninguna fuerza de Melisande, Fenharrow, o Ey-
llwe podrían alcanzarlo, y ninguna de las fuerzas de Terrasen, tampoco. No sin invertir meses en
atravesar las montañas.

—No hay nada que se pueda hacer por la ciudad —dijo Aedion, su voz cortando entre la lluvia. Los
tres permanecieron bajo cubierta de un gran roble, todos manteniendo un ojo sobre Ren y Mur-
taugh, quienes estaban hablando con Evangeline y Lysandra, de vuelta en su forma humana. Su
primo continuó, la lluvia chocando contra el escudo en su espalda—. Si las brujas vuelan a Rifthold,
entonces prácticamente Rifthold está perdido.

Aelin se preguntaba si Manon Blackbeak estaría liderando el ataque, si eso era una bendición. La
Líder del Ala les había salvado una vez ya, pero sólo como paga por una deuda de vida. Dudaba que
la bruja se vería obligada a aventarles un hueso tan pronto.

Aedion volteó a ver a Rowan.

—Dorian debe ser salvado a toda costa. Conozco el estilo de Perrington –Erawan. No creas ningu-
na promesa que haga, y no dejes que capturen vivo a Dorian —Aedion pasó una mano por su pelo
empampado por la lluvia y agregó—, o a ti, Rowan.

Eran las palabras más horribles que había escuchado. El asentimiento de confirmación por parte
de Rowan hizo que sus rodillas temblaran. Ella no quiso pensar en los dos viales de vidrio que
Aedion le había puesto en las manos al príncipe antes. Lo que contenían. Ni siquiera sabía cómo
o cuándo las había obtenido.

Nada más que eso. Nada más que…


—Lo salvaré —murmuró Rowan, rozando su mano con la de ella.

—No te pediría esto si no fuera… Dorian es vital. Lo perdemos, y perderemos todo soporte en Ádar-
lan —Y uno con algunas personas con magia que pudieran enfrentarse contra Morath.

El asentimiento de Rowan fue duro.

—Te sirvo, Aelin. No te disculpes por ponerme en uso.

Porque sólo Rowan, conduciendo en los vientos con su magia, podía alcanzar Rifthold a tiempo.
Incluso ahora, él podría estar ya muy tarde. Aelin tragó duro, luchando con el sentimiento de que
el mundo estaba siendo arrancado bajo sus pies.

Un atisbo de un movimiento cerca del árbol atrajo su mirada, y Aelin mantuvo su mirada neutra
mientras estudiaba lo que había sido dejado por pequeñas y delgadas manos en la base del viejo
roble. Ninguno de los otros parpadeó siquiera hacia esa dirección.

Rowan terminó de alistar sus armas, observándola a ella y a Aedion con una mirada franca de un
guerrero.

—¿Dónde nos reuniremos una vez que asegure al príncipe?

—Ve al norte —dijo Aedion—. Mantente lejos de la Brecha Ferian.

Darrow apareció en el otro lado del claro, ladrando una orden a Murtaugh sobre que fuera a él.

—No —dijo Aelin. Ambos guerreros se giraron.

Ella se dirigió al norte entre la turbia lluvia y los truenos.

No pondría un pie en Orynth; ella no vería su hogar.

Encuéntrame aliados, le había dicho con desprecio Darrow.

No se había atrevido a ver qué le habían dejado la Gente Pequeña en aquel árbol azotado por la
lluvia a tan sólo unos metros de ahí.

—Si Ren es de confianza —le dijo Aelin a Aedion—, dile que vaya con La Perdición, que esté listo
para marchar y meter presión por el Norte. Si no podremos liderarlos, entonces tendremos que
trabajar sobre las órdenes de Darrow lo mejor que podamos.

Las cejas de Aedion se levantaron.

—¿En qué estás pensando?

Aelin se giró hacia Rowan.

—Consigue un barco y viaja al sur con Dorian. Ir por tierra es muy arriesgado, pero tus vientos en
el mar pueden tenerte ahí en unos días. A la Bahía de la Calavera.
—Mierda —Aedion dio un respiro.

Pero Aelin apuntó con un pulgar sobre su hombro a Ren y Murtaugh y le dijo a su primo:

—Me dijiste que ellos estaban en comunicación con el Capitán Rolfe. Has que uno de ellos nos es-
criba una carta de recomendación. Ahora mismo.

—Creí que tú conocías a Rolfe —dijo Aedion.

Aelin le dirigió una breve sonrisa.

—Él y yo partimos en... malos términos, por decirlo de alguna forma. Pero si Rolfe puede volverse
de los nuestros...

Aedion terminó por ella:

—Entonces tendremos una pequeña flota que pueda unir al Norte y al Sur, y enfrentarse a los blo-
queos1.

Y fue bueno el que ella hubiera tomado todo ese oro de Arobynn para pagar por ello.

—Bahía de la Calavera puede ser el único lugar seguro para nosotros para escondernos, para con-
tactar a otros reinos —eno se atrevió en decirles que Rolfe tal vez podría tener más que una flota
de barcos. Le dijo a Rowan—: Espera por nosotros ahí. Nos iremos directo a la costa esta noche, y
zarparemos a las Islas Muertas. Estaremos dos semanas detrás de ti.

Aedion le dio unas palmadas en el hombro a Rowan en señal de despedida y se dirigió hacia Ren
y Murtaugh. Un latido después, el anciano estaba cojeando hacia la posada, con Darrow sobre sus
talones, demandando respuestas.

Mientras Murtaugh escribiera esa carta, a ella no le importaba.

A solas con Rowan, le dijo:

—Darrow espera de mí que tome esta orden, sumisa. Pero si podemos reunir a un equipo en el Sur,
podemos empujar a Erawan justo hacia las espadas de La Perdición.

—Eso podría todavía no convencer a Darrow y los demás...

—Me encargaré de eso más tarde —dijo, salpicando agua mientras sacudía su cabeza—. Por ahora,
no tengo planes de perder esta guerra sólo porque un viejo bastardo ha descubierto que le gusta
jugar al rey.

La mirada de Rowan era fiera y oscura. Se inclinó, rozando sus labios con los de ella.

—No tengo planes de dejarle mantener ese trono tampoco, Aelin.

1 Bloqueos: se refiere a grupos de barcos que delimitan una zona, defendida por ellos. Como una “frontera”
marítima.
Ella sólo pudo respirar.

—Vuelve a mí —el pensamiento de lo que le esperaba en Rifthold le golpeó de nuevo. Dioses, oh,
dioses. Si algo le pasaba a él...

Rowan acarició su mejilla mojada con uno de sus nudillos, siguiendo el contorno de su boca con su
pulgar. Ella puso una mano en su musculoso pecho, justo con esos dos frascos de veneno estaban
ocultos. Por un latido se debatió en volver ese líquido en vapor.

Pero si Rowan era atrapado, si Dorian era atrapado...

—No puedo... no puedo dejarte ir…

—Sí puedes —le dijo con poca oportunidad de argumentar. La voz de su príncipe comandante—. Y
lo harás —Rowan de nuevo acarició sus labios—. Cuando me encuentres de nuevo, tendremos esa
noche. No me importa dónde o quién esté cerca —le dio un beso en su mejilla y le dijo sobre su piel
húmeda por la lluvia—. Tú eres mi Corazón de Fuego.

Ella tomó su rostro con ambas manos, y lo atrajo hacia ella para besarlo.

Rowan pasó sus brazos alrededor de ella, estrujándola contra él, sus manos moviéndose como si
estuvieran sintiendo la esencia de ella en sus palmas. Su besar era salvaje, hielo y fuego entrelaza-
dos. Incluso la lluvia parecía pausarse mientras ellos al fin se separaron, jadeando.

Y a través de la lluvia y el fuego y el hielo, a través de la oscuridad y el relampagueo y los truenos,


una palabra pasó por su cabeza, una respuesta y un reto y una verdad que inmediatamente negó,
ignoró. No por ella misma, sino por él, por él…

Rowan cambió con un resplandor más brillante que el relámpago.

Para cuando ella terminó de parpadear, un enorme halcón estaba aleteando a través de los árboles
y hacia la noche agitada por la lluvia. Rowan soltó un chillido mientras viraba a la derecha, hacia la
costa, el sonido de una despedida y una promesa y un grito de guerra.

Aelin se tragó toda la opresión en su garganta mientras Aedion se aproximaba a ella y la tomaba
por el hombro.

—Lysandra quiere que Murtaugh se lleve a Evangeline. Para un “entrenamiento de señorita”. La


niña se reúsa a ir. Tal vez tengas... ayudar.

La niña estaba en efecto aferrada a su señora, los hombros temblando con la fuerza de su llanto.
Murtaugh volteó a ver sin poder hacer nada, ahora de regreso de la posada.

Aelin caminó por el lodo, el suelo chapoteando. Qué tan lejos, hacía cuánto tiempo, su agradable
mañana parecía.

Tocó el cabello empapado de Evangeline, y la niña se giró lo suficiente para Aelin para que le dijera
a ella:

—Eres una miembro de mi corte. Y como tal, respondes a mí. Eres inteligente, y valiente, y alegre,
pero nos estamos dirigiendo a oscuros y horribles lugares en donde incluso yo temo entrar.

Los labios de Evangeline temblaron. Algo en el pecho de Aelin se tensó, pero dejó escapar un leve
silbido, y Ligera, quien se había estado cubriendo de la lluvia bajo sus caballos, se escabulló hacia
ellos.

—Necesito que cuides a Ligera —dijo Aelin, acariciando la cabeza del sabueso, sus largas orejas—,
porque en esos oscuros y horribles lugares, un perro puede estar en peligro. Tú eres la única a
quien puedo confiarle su seguridad. ¿Puedes cuidarla por mí? —ella pudo haberlos apreciado más,
esos felices, tranquilos, y aburridos momentos en el camino. Debió haber saboreado cada segundo
que estuvieron juntos, a salvo.

Sobre la niña, el rostro de Lysandra era duro, sus ojos brillando con algo más que la lluvia. Pero la
dama asintió hacia Aelin, incluso aunque estudiaba a Murtaugh una vez más con una atención de
depredador.

—Quédate con Lord Murtaugh, aprende sobre su corte y sus trabajos, y protege a mi amiga —le dijo
Aelin a Evangeline, poniéndose en cuclillas para besar la cabeza empapada de Ligera. Una vez. Dos
veces. Ligera distraída lamía la lluvia de su rostro—. ¿Puedes hacer eso? —le repitió Aelin.

Evangeline miró al perro, y luego a su señora. Y asintió.

Aelin besó la mejilla de la niña y le susurró a su oído:

—Usa tu magia en estos viejos miserables mientras estás en ello —se retiró para guiñarle un ojo a
la niña—. Gáname de vuelta mi reino, Evangeline.

Pero la niña estaba más allá de sonrisas, y asintió de nuevo.

Aelin besó a Ligera una vez más y se giró a su primo quien la esperaba mientras Lysandra se hin-
caba en el lodo ante la niña, cepillando hacia atrás su pelo mojado y hablando muy bajo para sus
oídos Fae.

La boca de Aedion era una línea firme mientras dirigía sus ojos lejos de Lysandra y la niña e in-
clinaba su cabeza hacia Ren y Murtaugh. Aelin comenzó a andar a su lado, haciendo pausa a unos
metros de distancia de los señores Allsbrook.

—Su carta, Majestad —dijo Murtaugh, extendiendo un tubo sellado con cera.

Aelin lo tomó, inclinando su cabeza en señal de gracias.

—A menos que quieras cambiar de un tirano a otro —le dijo Aedion a Ren—, te sugiero que pre-
pares a La Perdición y a los otros para empujar desde el Norte.

Murtaugh contestó por su nieto:

—Darrow tiene buenas intenciones.

—Darrow —le interrumpió Aedion—, es ahora un hombre con los días contados.
Todos voltearon a ver a Aelin. Pero ella observaba la posada asomándose a través de los árboles, y
al anciano otra vez gritando por ellos, una fuerza de la naturaleza en su propio derecho. Ella dijo:

—No tocaremos a Darrow.

—¿Qué? —espetó Aedion.

—Apuesto todo mi dinero a que él ya tomó las medidas necesarias para que si llega a sucederle una
muerte prematura, nosotros no podamos poner un pie en Orynth nunca más —Murtaugh le dio
un asentimiento sombrío. Aelin se encogió de hombros—. Así que no lo tocaremos. Jugaremos su
juego, sus reglas y leyes y juramentos.

Algunos pasos a lo lejos, Lysandra y Evangeline aún hablaban suavemente, la niña ahora llorando
en los brazos de su señora, Ligera ansiosa acariciando su cadera.

Aelin se encontró con la mirada de Murtaugh.

—No te conozco, Lord, pero fuiste leal a mi tío, a mi familia todos estos largos años —deslizó una
daga guardada en una funda oculta en su muslo. Ellos se encogieron mientras la deslizaba sobre
su palma. Incluso Aedion se sobresaltó. Aelin apretó su palma ensangrentada convirtiéndola en
un puño, manteniéndola en el aire entre ellos—. Por esa lealtad, entiendes lo que las promesas de
sangre significan para mí cuando digo que si esa niña es lastimada, física o de otra forma, no me
importa qué leyes existan, que reglas rompa —Lysandra se había girado hacia ellos, sus agudos
sentidos detectando sangre—, si Evangeline es lastimada, ustedes arderán. Todos ustedes.

—¿Amenazando a tu corte leal? —bufó una fría voz mientras Darrow se detenía unos pies atrás.
Aelin le ignoró. Murtaugh tenía los ojos como platos, igual que Ren.

Su sangre se filtraba entre la tierra.

—Que ésta sea su prueba.

Aedion juró. Él entendía. Si los Señores de Terrasen no podían mantener a una niña a salvo en su
reino, no se podían asegurar de salvar a Evangeline, de cuidar a alguien que no les daría ningún
beneficio, ganarles dinero o rangos... ellos merecían perecer.

Murtaugh hizo de nuevo una reverencia.

—Tu deseo es mi orden, Majestad —agregó con voz queda—. Yo perdí a mis nietas. No perderé a
otra —con eso, el anciano caminó hacia donde Darrow esperaba, haciéndolo a un lado.

Su corazón se tensó, pero Aelin le dijo a Ren, la cicatriz escondida por las sombras de su capucha
empapada por la lluvia:

—Desearía tener tiempo para hablar. Tiempo para permitirme explicar.

—Eres buena alejándote de este reino. No veo porque ahora sería diferente.

Aedion dejó escapar un gruñido de advertencia, pero Aelin lo cortó:


—Júzgame todo lo que quieras, Ren Allsbrook. Pero no le falles a este reino.

Ella pudo ver las palabras no dichas en los ojos de Ren. Como tú hiciste por diez años.

El golpe la impactó bajo y profundo, pero se giró. Mientras lo hacía, notó como los ojos de Ren se
fijaban en la pequeña niña, en las cicatrices brutales que pasaban por el rostro de Evangeline. Casi
gemelas a las de él. Algo en su mirada se relajó, sólo un poco.

Pero Darrow estaba ahora caminando a velocidad de rayo hacia Aelin, haciendo a un lado a Mur-
taugh, su rostro blanco de la ira.

—Tú... —empezó.

Aelin levantó su mano, fuego saltando en sus dedos, la lluvia volviéndose vapor arriba de ellos. La
sangre corría por su muñeca gracias al corte profundo, hermano del otro corte en su mano derecha,
brillante como el rubí de Goldryn, asomado por encima del hombro.

—Haré una promesa más —dijo, volviendo su mano ensangrentada un puño mientras la bajaba
hacia ellos. Darrow se tensó.

La sangre goteaba sobre el suelo sagrado de Terrasen, y su sonrisa se volvió letal. Incluso Aedion
contuvo la respiración a su lado.

Aelin dijo:

—Te prometo que no importa que tan lejos vaya, sin importar el costo, cuando llames por mi ayu-
da, yo iré. Te lo prometo por mi sangre, en el nombre de mi familia, que no le daré la espalda a
Terrasen como tú me la has dado a mí. Te prometo, Darrow, que cuando el día llegue y te arrastres
por mi ayuda, pondré a mi reino antes de mi orgullo y no te mataré por esto. Creo que el verdadero
castigo será que me veas en el trono por el resto de tu miserable vida.

Su cara se había vuelto de blanca a morada.

Ella simplemente se dio la vuelta.

—¿A dónde crees que vas? —demandó Darrow. Así que Murtaugh no le había dicho todos los det-
alles sobre su plan de ir a las Islas Muertas. Interesante.

Ella miró sobre su hombro.

—A llamar por viejas deudas y promesas. Para levantar un ejército de asesinos y ladrones y exilia-
dos y plebeyos. Para terminar lo que se empezó hace mucho, mucho tiempo.

Silencio fue su respuesta.

Así que Aelin y Aedion se dirigieron a donde Lysandra ahora los monitoreaba, con una mirada
solemne bajo la lluvia, Evangeline abrazándose a sí misma y Ligera recostada contra la pequeña y
silenciosa sollozante niña.

Aelin le dijo a la cambia formas y al general, encerrando el vacío de su corazón, encerrando el dolor
y la preocupación de su mente:

—Viajamos ahora.

Y cuando ellos se dispersaron para ir por los caballos, Aedion dando un beso suave a Evangeline
en su cabeza empapada antes de que Murtaugh y Ren la guiaran de vuelta a la posada con consid-
erable gentileza, Darrow alejándose a zancadas sin dar ningún tipo de despedida, cuando Aelin
estaba sola, finalmente se aproximó a ese roble viejo.

La Gente Pequeña había sabido del ataque de los wyverns esta mañana.

Así que ella supuso que esta pequeña efigie, la cual estaba ya desbaratándose por la incesante llu-
via, era otro tipo de mensaje. Uno sólo para ella.

El templo de Brannon en la costa había sido hecho cuidadosamente, un inteligente y pequeño


armatoste de ramas y rocas para formar los pilares y el altar... y en la roca sagrada en su centro,
habían creado un ciervo blanco de lana de oveja, sus majestuosas cornamentas no más que espinas
curveadas.

Una orden, a dónde ir, qué necesitaba obtener. Ella estaba dispuesta a escuchar, a seguir la corri-
ente. Incluso si significaba decirle a los otros la mitad de la verdad.

Aelin destruyó la reconstrucción del templo pero conservó al ciervo en su palma, la lana desinflán-
dose por la lluvia.

Los caballos relinchaban mientras Aedion y Lysandra los acarreaban más cerca, pero Aelin lo sin-
tió un latido antes de que él emergiera de los distantes árboles cubiertos por el velo de la noche.
Demasiado lejos en el bosque para ser nada más que un fantasma, un fragmento del sueño de un
antiguo dios.

Apenas respirando, lo miró tanto como se atrevió, y cuando Aelin montó en su caballo, se preguntó
si sus compañeros podían ver que no era lluvia lo que brillaba en su rostro mientras se cubría con
su capucha negra.

Se preguntaba si ellos, también, habían visto al Señor del Norte parado observando en la profundi-
dad del bosque, el brillo inmortal del ciervo blanco silencioso en la lluvia, llegando a darle a Aelin
Galathynius una despedida.
Capítulo 6
Traducido por Cotota
Corregido por Reshi

Dorian Havilliard, Rey de Adarlan, odiaba el silencio.

Se había convertido en su compañero, caminando junto a él a través de los pasillos vacíos de su


castillo de piedra, en cuclillas en la esquina de su desordenada habitación de la torre por la noche,
sentado en la mesa en cada comida.

Siempre había sabido que un día sería rey.

No había esperado heredar un trono destrozado y una fortaleza desocupada.

Su madre y su hermano menor todavía estaban instalados en su residencia de la montaña en Ara-


rat. No había enviado a buscarlos. Les había dado la orden de que se quedaran, en realidad.

Aunque solo fuera porque eso significaría el regreso de la acicalada corte de su madre, y él con mu-
cho gusto tomaría el silencio a sus risitas disimuladas. Aunque solo fuera porque eso significaría
mirar el rostro de su madre, el rostro de su hermano y mentir acerca de que había destruido el cas-
tillo de cristal, que había sacrificado la mayor parte de sus cortesanos, y que había terminado con
su padre. Mentir acerca de lo qué había hecho su padre, el demonio que había morado dentro de él.

Un demonio que se había reproducido con su madre, no una vez, sino dos veces.

De pie en el pequeño balcón de piedra encima de su torre privada, Dorian contempló la mancha
brillante de Rifthold bajo el sol poniente, la cinta espumosa del Avery emprendiendo su camino al
interior del mar, curvándose alrededor de la ciudad como anillos de una serpiente, y luego fluyen-
do directamente a través del corazón del continente.

Levantó las manos ante la vista, las palmas ásperas por los ejercicios y el manejo de la espada que
había vuelto a aprender una vez más. Sus guardias favoritos, los hombres de Chaol, estaban todos
muertos.

Torturados y asesinados.

Sus recuerdos de su tiempo bajo el control del collar de piedra del Wyrd eran tenues y borrosos.
Pero en sus pesadillas, a veces estaba en el calabozo bajo este castillo, con sangre que no era suya
cubriendo sus manos, gritos que no eran los suyos zumbando en sus oídos, rogándole misericordia.

No él, se dijo. El príncipe Valg lo había hecho. Su padre lo había hecho.

Todavía había tenido dificultades para reunir su mirada con el nuevo Capitán de la Guardia, un
amigo de Nesryn Faliq, cuando le había pedido al hombre que le mostrara cómo luchar, que le
ayudara a ser más fuerte, más rápido.

Nunca más. Nunca más volvería a ser débil e inútil y asustadizo.

Dorian echó su mirada hacia el sur, como si pudiera ver todo el camino a Antica. Se preguntó si
Chaol y Nesryn habían llegado allí, se preguntó si su amigo ya estaba en la Torre Cesme, si ya tenía
curado su cuerpo roto por los dotados maestros.

El demonio dentro de su padre había hecho eso, también, rompiendo la columna vertebral de
Chaol.

El hombre que luchó dentro de su padre había impedido el golpe final.

Dorian no había poseído ningún control, ninguna fuerza, cuando él observó al demonio usar su
propio cuerpo, cuando el demonio había torturado y matado y hecho lo que quisiera. Tal vez su
padre había sido el hombre más fuerte al final. El mejor hombre.

No es que él hubiera tenido la oportunidad de conocerlo como hombre. Como humano.

Dorian flexionó los dedos, la chispa helada en la palma de su mano. Salvaje magia, y sin embargo
no había nadie aquí para enseñarle. Nadie se atrevía a preguntar.

Se apoyó contra la pared de piedra al lado de la puerta del balcón.

Él apoyó la mano en la línea pálida marcando su garganta. Incluso con las horas que había pasado
fuera entrenando, la piel donde el collar había estado una vez establecido no se había oscurecido a
un bronceado dorado. Tal vez siempre permanecería pálido.

Tal vez sus sueños siempre serían perseguidos por una voz sibilante del príncipe demonio. Tal vez
él siempre se despertaría con el sudor sintiéndose como la sangre de Sorscha sobre él, al igual que
la sangre de Aelin cuando la apuñaló.

Aelin. Ni una palabra de ella, o de cualquier persona relacionada con el regreso de la reina a su
reino. Intentó no preocuparse, a contemplar el por qué había tanto silencio.

Ese silencio, cuando los exploradores de Nesryn y Chaol le trajeron la noticia de que Morath se
movía.

Dorian miró dentro, hacia la pila de papeles en su desordenado escritorio, e hizo una mueca.
Todavía tenía una desagradable cantidad de papeleo que hacer antes de dormir: cartas por firmar,
planes que leer…

Un trueno murmuró al otro lado de la señal.

Tal vez era una señal de que debía ir a trabajar, a menos que quisiera estar hasta las oscuras horas
de la madrugada una vez más. Dorian se volvió, suspirando fuertemente por la nariz, y el trueno
retumbó de nuevo.

Demasiado pronto, y el sonido era demasiado corto.


Dorian escaneó el horizonte. Sin nubes, nada más que el cielo rojo y rosa y dorado.

Pero la ciudad descansando a los pies de la colina del castillo pareció detenerse. Incluso el sucio
Avery pareció detener su deslizamiento cuando el boom volvió a sonar.

Había oído ese sonido antes.

Su magia se agitaba en sus venas, y se preguntó qué percibió cuando el hielo recubrió su balcón
contra su voluntad, de manera tan rápido y fría que las piedras se quejaron.

Intentó enrollarla de nuevo dentro de sí, como si fuera una bola de hilo que se había caído de sus
manos, pero no le hizo caso, extendiéndose más gruesa, más rápido sobre las piernas. A lo largo del
arco de la puerta, detrás de él, curvándose por la cara de la torre–

Un cuerno sonó en el oeste. Una nota alta, balando.

Se cortó antes de que terminara.

Por el ángulo de la terraza, no podía ver de dónde venía. Se precipitó a su habitación, dejando su
magia para las piedras, y se precipitó por la ventana abierta occidental. Estaba a mitad de camino
a través de los pilares de libros y papeles cuando vio el horizonte. Cuando su ciudad comenzó a
gritar.

Definiéndose en la distancia, borrando la puesta de sol como una tormenta de murciélagos, volaba
una legión de wyverns.

Brujas armadas totalmente, rugiendo sus gritos de batalla hacia el manchado color del cielo.

Manon y sus Trece habían estado volando sin parar, sin dormir. Habían dejado dos aquelarres de
escolta detrás ayer, sus wyverns demasiado agotados para mantenerse al día. Sobre todo cuando
las Trece hicieron todas aquellas carreras y patrullas adicionales durante meses, y en silencio,
construyendo sólidamente su resistencia.

Volaron alto para mantenerse ocultas, y por los huecos de las nubes, el continente había parpadea-
do por debajo en variados tonos de verde verano y amarillo y reluciente zafiro. Hoy había estado lo
suficientemente claro para que ninguna nube las ocultara cuando se precipitaron hacia Rifthold, el
sol comenzando su descenso final en el oeste.

Hacia su patria perdida.

Con la altura y la distancia, Manon vio totalmente la carnicería en el horizonte, por fin revelando
la expansión de la ciudad capital. El ataque había comenzado sin ella. La legión de Iskra seguía ca-
yendo sobre ella, todavía rodeando el palacio y la pared de cristal que lucía como una cresta sobre
la ciudad en el borde oriental.

Ella empujó a Abraxos con las rodillas, una orden silenciosa para ir más rápido.

Lo hizo, pero a duras penas. Él estaba cansado. Todos ellos lo estaban.

Iskra quería la victoria para sí misma. Manon no tenía ninguna duda de que la heredera Yellowlegs
había recibido órdenes para detenerse… pero solo una vez que Manon llegara. Perra. Perra por
llegar aquí en primer lugar, por no esperar…

Más y más cerca ellas arrasaban la ciudad.

Los gritos llegaron hasta ellos muy pronto. Su capa roja se convirtió en una rueda de remolino.

Manon dirigió a Abraxos hacia el castillo de piedra en la cima de la colina, apenas asomándose
por encima de ese cristal que brillaba en la pared, la pared que había recibido orden de derribar, y
esperaba que no hubiera sido demasiado tarde en un solo sentido.

Y ella sabía qué demonios estaba haciendo.


Capítulo 7
Traducido por Andiie RS
Corregido por Reshi

Dorian había hecho sonar la alarma, pero los guardias ya lo sabían. Y cuando se había precipitado
a bajar las escaleras de la torre, le bloquearon el camino, diciéndole que se quedara en su torre.
Trató de seguir otra vez, ayudar, pero le rogaron que se quedara. Le rogaron, para que así no lo
perdieran. Fue la desesperación, y lo joven que sonaban sus voces, lo que lo mantuvieron en su
torre. Pero no inservible. Dorian se situó en su balcón, con una mano alzada ante él. 

Desde esa distancia, no podía hacer nada mientras que los wyverns desataban el infierno más allá
de la pared de cristal. 

Despedazaban a través de edificios, desgarrando techos con sus garras, tomando gente -su gente-
de la calle. Cubrieron los cielos con una manta de colmillos y garras, y aunque desde la ciudad los
guardias los atacaban, los wyverns no se detenían. 

Dorian convocó su magia, ordenándole obedecer, convocando hielo y viento a su palma, dejándola
construir. Debió haber entrenado, debió haberle pedido a Aelin que le enseñara algo mientras ella
estaba aquí. Los wyverns volaron más cerca del castillo y de la pared de cristal que lo rodeaba,
como si quisieran enseñarle que tan impotente era antes de que vinieran por él. 

Déjalos venir. Déjalos acercarse lo suficiente a su magia. Tal vez él no tuviera el alcance de Aelin, tal
vez no fuera capaz de envolver a la cuidad con su poder, pero si ellos se acercaban lo suficiente… Él
no sería débil o se acobardaría otra vez. El primero de los wyverns impactó con la pared de cristal. 

Enorme, mucho más grande que la bruja de pelo blanco y su montura con cicatrices. Seis de ellos
fueron por su castillo, por su torre. Por su rey. Entonces les daría un rey. Los dejó que se arrastraran
más cerca, apretando sus dedos en un puño; excavando hacia abajo, abajo, abajo dentro de su
magia. 

Muchas brujas permanecían en la pared de cristal, golpeando contra ella con las colas de sus
wyverns, agrietando poco a poco el cristal opaco. Como si los seis que habían volado hacia el castillo
fueran lo suficiente como para saquear el castillo. Podía ver sus figuras ahora, ver sus trajes de
cuero tachoneados con hierro, la puesta de sol centelleando en las enormes corazas de los wyverns
mientras corrían deprisa por encima de los todavía no sanados pisos del castillo. Y cuando Dorian
pudo ver sus dientes de hierro mientras le sonreían, cuando los gritos de los guardias que tan
valientemente disparaban flechas desde las puertas del castillo y las ventanas se convirtieron en un
estruendo en sus oídos, extendió su mano hacia las brujas. Hielo y viento rasgaron dentro de ellas,
haciendo trizas bestia y jinete. Los guardias gritaron alarmados, luego cayó un aturdidor silencio. 

Dorian jadeó en busca de aire, jadeó para recordar su nombre y lo que era cuando la magia se drenó
de él. Había matado cuando estaba esclavizado, pero nunca por su propia decisión. Y mientras la
carne muerta llovía, con un ruido sordo en los terrenos del castillo, mientras la sangre se mezclaba
con el aire… Más, su magia protestaba, descendiendo y ascendiendo en espiral al mismo tiempo,
arrastrándolo otra vez dentro de sus gélidos remolinos.

Más allá de la agrietada pared de cristal, su ciudad estaba sangrando. Gritando de terror. Cuatro
wyverns más cruzaron la desmoronante pared de cristal, inclinándose mientras que sus jinetes
observaban a sus hermanas despedazadas. 

Llantos se quebraron desde sus gargantas inmortales, los zarcillos en las cintas amarillas a
través de sus cabezas chasqueando en el viento. Dispararon sus wyverns hacia el cielo, como si se
estuvieran alzando y alzando y luego se fueran a caer directamente encima de él. Una sonrisa bailó
en los labios de Dorian cuando desató su magia de nuevo, un látigo bifurcado rompiendo contra
los ascendentes wyverns. 

Más sangre y pedazos de wyverns y brujas cayeron al suelo, todos cubiertos de hielo tan grueso que
se destrozaban tras las losas del patio. Dorian excavó aún más adentro. Tal vez si pudiera llegar a
la ciudad, podría emitir una red más amplia. Fue entonces cuando el otro ataque tomó lugar. No
por el frente o arriba o abajo. Si no por un costado. Su torre se meció hacia un lado, y Dorian fue
arrojado hacia delante, impactando contra el balcón de piedra, evitando por poco caer por el borde.
La piedra se agrietó y madera se astilló, y había evitado ser aplastado por un pedazo de roca solo
por la magia que había arrojado sobre sí mismo cuando se cubrió la cabeza. Se giró hacia el interior
de su cuarto. 

Un gran y enorme hoyo se había abierto en un costado y en el techo.  Y encaramada en la piedra


resquebrajada, una sólidamente construida bruja ahora le sonreía con dientes de hierro capaces
de desgarrar carne, una descolorida cinta de cuero amarillo en torno a sus cejas. Desató su magia,
pero chisporroteó con una luz mortecina. 

Muy pronto, muy rápido, se dio cuenta. Muy descontrolada. Sin tiempo suficiente para alzar lo
más hondo de su poder. Las cabezas de los wyverns se deslizaron dentro de la torre. Detrás de él,
otros seis wyverns embistieron la pared, alzándose por su parte expuesta. Y la muralla misma… la
muralla de Aelin… Bajo esas frenéticas, furiosas garras y colas… se colapsó completamente.

Dorian observó la puerta que daba a las escaleras de la torre, donde los guardias ya deberían de
estar cargando a través. Solo el silencio permaneció. Muy cerca, pero llegar a esa puerta requeriría
pasar en frente de las fauces del wyvern. Exactamente por lo que la bruja estaba sonriendo. Una
oportunidad, tendría una sola oportunidad de hacer esto. Dorian apretó los dedos, sin conceder
a la bruja tiempo para estudiarlo un poco más. Arrojó una mano hacia delante, hielo aplastante
brotó de su palma hacia los ojos del wyvern. Rugió, retrocediendo, y entonces corrió. Algo afilado
cortó su oreja y se incrustó en la pared detrás de él. Una daga. Siguió corriendo a toda prisa hacia
la puerta.

La cola latigueó a través de su visión, basto un latido de su corazón antes de que impactara en su
costado. Su magia era una capa alrededor de él, escudando sus huesos, su cráneo, y fue lanzado
contra la pared de piedra. Lo suficientemente fuerte que las piedras se agrietaron. Lo suficientemente
fuerte que la mayoría de los humanos estarían muertos. Estrellas y oscuridad danzaron en su visión.
La puerta estaba tan cerca. Dorian trató de levantarse, pero sus extremidades no le obedecieron.
Aturdido; aturdido por el calor húmedo goteaba justo por debajo de sus costillas. 

Sangre. 

No era un corte profundo, pero suficiente para lastimar, cortesía de una de las espinas que estaban
en esa cola. Espinas cubiertas de un brillo verdoso. 

Veneno. 

Algún tipo de veneno que debilitaba y paralizaba antes de que te matara. No sería tomado de
nuevo, no a Morath, o al duque y sus collares. Su magia azotó contra la paralización provocada por
el veneno, un beso letal. Magia curativa. Pero lenta, debilitada por su descuidado momentos antes.
Dorian intentó arrastrarse hasta la puerta, jadeando a través de sus rechinantes dientes. La bruja
ladró un comando a su wyvern y Dorian se recuperó lo suficiente como para estirar la cabeza. Para
verla sacar sus espadas y empezar a desmontar. 

No, no, no…

La bruja no llegó al suelo. Un latido de corazón después encaramada a su silla de montar,


balanceando una pierna por encima. Al siguiente, su cabeza se había ido, su sangre rociando a
su wyvern mientras este rugía y se giraba. Y era impactado contra la torre por otro, wyvern más
pequeño, lleno de cicatrices y vicioso, con alas resplandecientes. 

Dorian no se quedó a ver qué es lo que pasaba, no se lo preguntó. Se arrastró hacia la puerta, su
magia devorando el veneno que debió haberlo matado, un torrente furioso de luz peleando con
toda la fuerza posible en contra de la verdosa oscuridad. 

Piel rajada, músculo, y hueso hormigueando mientras se tejían juntas lentamente y esa chispa
parpadeo y se consumió en sus venas. 

Dorian estaba alcanzando el picaporte de la puerta cuando el pequeño wyvern aterrizó en el


arruinado hoyo de su torre, sus enormes colmillos goteando sangre en el diseminado papeleo del
que había estado quejándose hace unos minutos. Su blindada y ágil jinete desmontó, las flechas
en el carcaj a través de su espalda chocando contra la empuñadura de la poderosa espada ahora
atada con correa junto al carcaj. Ella se quitó el casco coronado con delgadas, cuchillas en forma de
lanceta. Reconoció su cara antes de que recordara su nombre. Reconoció el cabello blanco, como la
luz de la luna sobre agua, que se derramaba por su negra, y escamada armadura; reconoció los ojos
de oro quemado. Reconoció esa imposiblemente bella cara, llena de fría sed de sangre y astucia
malvada. 

—Levántate —gruñó Manon Blackbeak.

Mierda. 

El mundo era un canto estable en la cabeza de Manon mientras acechaba a través de las ruinas
de la torre del rey, la armadura tronando contra las piedras caídas, papel revoloteando, y libros
diseminados. 
Mierda, mierda, mierda. 

Iskra no estaba en ningún lado en el que se la pudiera encontrar, no en el castillo, al menos. Pero su
aquelarre si estaba. Y cuando Manon había divisado a esa centinela Yellowlegs encaramada dentro
de la torre, preparándose para reclamar esa muerte para ella misma… un siglo de entrenamiento e
instinto se depositaron sobre Manon. 

Todo lo que había tomado era un golpe de Cuchilla de Viento1 mientras Abraxos volaba, y la
centinela de Iskra estaba muerta. 

Mierda, mierda, mierda. 

Luego Abraxos atacó la montura restante, una montura de mirada aburrida que no tuvo ni
oportunidad de rugir antes de que los dientes de Abraxos se afianzaran alrededor de su ancho
cuello y sangre y carne volaron mientras caían a través del aire. No tuvo ni un latido de corazón
disponible para maravillarse que Abraxos no había perdido la batalla, que no había cedido. Su
wyvern con corazón de guerrero. 

Le daría una ración de carne extra. La oscura y sangrienta chaqueta del joven rey estaba cubierta
con polvo y suciedad. Pero sus ojos azul zafiro estaban despejados, más bien muy abiertos, mientras
ella le rugía otra vez por encima de la estridente ciudad, “levántate.” 

Alcanzó una mano hacia la manija de hierro de la puerta. No para pedir ayuda o para escapar, se
dio cuenta, si no como un soporte para poder levantarse. Manon estudió sus largas piernas, más
musculosas que la última vez que lo vio. Entonces notó la herida asomándose a través del costado
de su estropeada chaqueta. No profunda ni salía a borbotones, pero…

Mierda, mierda, mierda. 

El veneno de la cola del wyvern era mortal en la peor situación, paralizadora en el mejor. Paralizadora
con solo un rasguño. Debería estar muerto. O muriendo.

—¿Qué es lo que quieres? —dijo él con la voz áspera, sus ojos pasando de ella a Abraxos, quien
estaba ocupado monitoreando los cielos en busca de cualquier otro ataque, sus alas susurrando
con impaciencia. 

El rey se estaba comprando tiempo a sí mismo, mientras su herida sanaba. 

Magia. Solo la magia muy poderosa podría haberlo salvado de la muerte. 

Manon chasqueó. 

—Tranquilo —y lo jaló para ponerlo en pie. Él no retrocedió ante su toque, o ante sus uñas de hierro
que se engancharon y rasgaron a través de su chaqueta. Era más pesado de lo que había esperado,
como si hubiera comprimido más músculo debajo de sus ropas también. Pero con su fuerza de
inmortal, cargarlo para ponerlo de pie requería solo un poco de energía. Había olvidado lo alto que
era. Cara a cara. Dorian suspiró mientras bajaba la cabeza para mirarla y respiro.

1 Cuchilla de Viento/Wind-Cleaver: espada de Manon.


—Hola, brujita —alguna antigua y depredadora parte de ella se despertó ante la media sonrisa. Se
incorporó ladeando sus orejas hacia él. Ni una bocanada de miedo. 

Interesante.

Manon ronroneó de vuelta.

—Hola, principito —Abraxos gruñó en advertencia, y Manon giró la cabeza para descubrir otro a
wyvern volando brusca y rápidamente por ellos—. Vete —dijo, dejándolo que se sostuviera por sí
mismo mientras tiraba de la puerta para abrirla. Los gritos de los hombres que se encontraban
varios niveles abajo se elevaron para encontrarlos. Dorian se hundió contra la pared, como si
mantuviera toda su atención en permanecer vertical—. ¿Existe alguna salida? ¿Otra salida?

El rey la juzgó con una franqueza que la puso a gruñir. Detrás de ellos, como si la Madre hubiera
extendido su mano, un poderoso viento golpeó al wyvern y a su jinete lejos de la torre, haciéndolos
caer en la ciudad. Incluso Abraxos rugió, adhiriéndose a las rocas de la torre tan fuerte que la roca
se agrietaba bajo sus garras.

—Hay pasajes—dijo el rey—. Pero tú... 

—Entonces encuéntralos. Vete —él no se movió del punto dónde estaba apoyado contra la pared. 

—¿Por qué? —la pálida línea aún se recortaba a través de su garganta, el fuerte contraste contra su
bronceada piel. Pero ella no aceptaba el cuestionamiento de parte de los mortales. Ni siquiera por
reyes. Ya no más. Así que ignoró su pregunta y dijo:

—Perrington ya no es como parece. Es un demonio en un cuerpo mortal, y ha desalojado a su


anterior piel para ponerse una nueva. Un hombre de cabello rubio. Cría al mal en Morath, un mal
que planea desatar en cualquier momento. Esta es solo una muestra —chasqueó una mano con
punta de hierro hacia la destrucción que los rodeaba—. Una manera de romper sus espíritus y
ganar el favor de otros reinos poniéndolos a ustedes como el enemigo. Reúne a tus fuerzas antes de
que tenga la oportunidad de incrementar sus números a un tamaño inconquistable. Él no quiere
tomar solo esta tierra, sino toda Erilea.

—¿Por qué será que su jinete heredera me está diciendo esto? —dijo Dorian.

—Mis razones no son de tu incumbencia. Escapa —otra vez, ese poderoso viento estalló contra
el castillo, empujando hacia atrás cualquier fuerza cercana, dejando a las piedras gimiendo. Un
viento que olía a pino y nieve, una familiar y extraña esencia. Antiguo y hábil y cruel.

—Mataste a esa bruja —en efecto, la sangre de la centinela manchaba las piedras. Cubría a Cuchilla
del Viento y a su tirado casco. Asesina de brujas. Manon empujó fuera el pensamiento, junto con la
pregunta que venía implícita.

—Me debes una deuda de vida, Rey de Adarlan. Prepárate para el día en el que venga a reclamarla.

La sensual boca de Dorian se apretó. 

—Pelea con nosotros. Ahora, pelea con nosotros contra él ahora —a través de la puerta, gritos y
exclamaciones de guerra rasgaban el aire. Las brujas se las habían arreglado para aterrizar en
algún lado, para haberse infiltrado en el castillo. Sería una cuestión de minutos antes de que fueran
encontrados. Y si para entonces el rey no se había ido… Tiró de él lejos de la pared y lo empujó
hacia la escalera. Sus piernas se doblaron, y colocó una bronceada mano contra la Antigua pared
de piedra mientras le lanzaba una mirada por encima del ancho hombro. Una mirada. 

—¿No sabes reconocer a la muerte cuando la ves? —siseó, bajo y vicioso.

—He visto la muerte, y peor —dijo él, esos ojos azul zafiro congelados mientras la inspeccionaban
desde la cabeza hasta la blindada punta de la bota y de regreso otra vez—. La muerte que tu ofreces es
amable comparada con eso —eso hirió algo en ella, pero el rey ya estaba cojeando por las escaleras,
una mano colocada en la pared. Moviéndose tan malditamente lento mientras el veneno dejaba su
cuerpo, su magia seguramente batallando con todo lo que no lo dejara en este lado de la vida. 

La puerta en la base de la torre se destrozó. Dorian se detuvo ante las cuatro centinelas Yellowlegs
que entraron deprisa, gruñendo hasta el hueco central de la torre. 

Las brujas se detuvieron, parpadeando ante su Líder del Ala. Cuchilla de Viento sacudiéndose en
su mano. Mátalo, mátalo ahora, antes de que puedan propagar las palabras que has compartido
con él… 

Mierda, mierda, mierda. 

Manon no tenía que decidir. En un torbellino de acero, las Yellowlegs murieron antes de que
pudieran girarse hacia que había explotado a través de la puerta. Cabello plateado, cara y cuello
tatuados, y orejas ligeramente puntiagudas. La fuente de ese viento. Dorian maldijo, tambaleándose
un paso, pero los ojos del guerrero Fae estaban posados en ella. Solo ira letal brillaba ahí. El aire en
la garganta de Manon se convirtió en nada. 

Un sonido estrangulado salió de ella, y trastabilló hacia atrás, arañando su garganta como si pudiera
labrar una salida de aire. Pero la magia del hombre se mantuvo firme. 

Él la mataría por lo que había tratado de hacerle a su reina. Por la flecha que Asterin había disparado,
intentando penetrar el corazón de la reina. Una flecha que el salvó cuando saltó enfrente de ella.
Manon cayó de rodillas. 

El rey estaba inmediatamente al lado de ella, estudiándola por un latido de corazón antes de que
rugiera hacia la parte baja de las escaleras.

—¡NO! —eso era todo lo que se necesitaba. Aire inundó su boca, sus pulmones, y Manon jadeó,
espalda arqueada mientras ella tomaba aire. Su clase no tenía escudos mágicos que las protegieran
de ataques como ese. Solo cuando estaban más desesperadas, más furiosas, una bruja podía
convocar el núcleo de su magia, con devastadoras consecuencias. Aún las más sanguinarias y
desalmadas de ellas solo susurraban acerca del acto: El rendimiento. La cara de Dorian nadaba en
su lacrimosa visión. Manon aún jadeaba en busca de ese fresco, aire salvavidas mientras él decía:

—Encuéntrame cuando hayas cambiado de opinión, Blackbeack.

Después el rey se había ido.


Capítulo 8
Traducido por Mary Aguilar

Corregido por Reshi

Rowan Whitethorn había llegado sin alimento ni agua por dos días.

Había llegado a Rifthol demasiado tarde.

La capital estaba bajo las garras de las brujas y de sus wyverns. Había visto varias ciudades caer por
siglos para saber que esta había caído.

Incluso si las personas se unieron, sería solo para satisfacer más muertes con su cabeza. Las brujas
ya habían derribado el muro de vidrio de Aelin. Otra iniciativa calculada por Erawan.

Había sido un esfuerzo dejar a los inocentes luchar por sus propios medios, para correr fuerte y
rápido al castillo de piedra y la torre del rey, había sido una orden dada para él por su reina.

Él había llegado demasiado tarde—pero no si un atisbo de esperanza.

Dorian Havilliard tropezó y se apresuró hacia abajo por los pasillos del castillo. Rowan, con su
profundo sentido del olfato y oído manteniéndolos en zonas donde el conflicto se intensificaba. Si
los túneles secretos estaban vigilados, si no podían llegar hacia las alcantarillas… Rowan calculaba
plan tras plan, pero ninguno terminaba bien.

—Por aquí— jadeo el Rey, era la primera cosa que Dorian había dicho mientras corría por las es-
caleras.

Estaban en una parte residencial del palacio, que Rowan sólo había visto desde la parte exterior
cuando exploraba— en forma de halcón. Las habitaciones de la reina

—Hay una salida secreta en el dormitorio de mi madre.

Las puertas pálidas de la recamara real habían sido bloqueadas.

Rowan atacó a través de ellas con la mitad de un pensamiento, empalando el lujoso mobiliario y el
arte de las paredes con astillas de madera. Adornos y objetos de valor hechos añicos.

—Lo siento— Rowan, dijo al rey: sin sentirlo en absoluto.

Su magia parpadeaba en un aleteo lejano para hacerle saber que estaba agotando. Dos días de
cabalgar por los vientos a una velocidad de vértigo, combatiendo los wyverns, había tomado su
peaje.
Dorian inspecciono el daño de forma casual.

—Alguien lo habría hecho de todos modos— no había ningún sentimiento, ningún dolor detrás de
ello. Se apresuró por el cuarto, cojeando un poco. Si el rey hubiera poseído una fracción menos de
magia, él podría haber sucumbido a la cola venenosa del dragón.

Dorian alcanzo un gran retrato dorado, de una mujer hermosa de cabello castaño con un bebe de
ojos color zafiro mirando en sus brazos.

El rey lo miró por un latido de corazón más largo de lo necesario, lo suficiente para que Rowan se
diera cuenta de todo. Pero Dorian arrastró la pintura hacia él, para revelar una pequeña trampilla.

Rowan vio que el rey entraba dentro de ésta, con una vela en la mano, antes de utilizar su magia
para hacer flotar la pintura de vuelta a su lugar de descanso, y, a continuación, cerrar la puerta
detrás de ellos.

El pasillo era apretado, las piedras polvorientas. Pero el viento delante susurraba sobre espacios
abiertos, sobre humedad y moho. Rowan envió un poco de magia para sondear las escaleras que
ahora se dirigían hacia abajo y a las muchas salas por delante. Ningún signo de hundimiento de
cuando ellos habían destruido la torre del reloj. Ningún signo de enemigos acechando, o el tufo
corrupto de los Valg y sus bestias. Una pequeña suerte.

Sus oídos hada recogieron los sonidos sordos de los gritos y los gritos de los moribundos por enci-
ma de ellos.

—Debería quedarme—Dijo Dorian suavemente. Un regalo de la magia del rey, entonces —el oído
realzado. La magia cruda que podría concederle cualquier regalo: hielo, llamas, curación, sentidos
aumentados y fuerza. Quizás el cambio de forma, si lo intentara.

—Eres más útil a tu gente vivo —dijo Rowan, su voz a la intemperie contra las piedras. El agota-
miento le fastidiaba, pero él lo apartó. Descansaría cuando estuvieran a salvo.

El rey no respondió.

—he visto muchas ciudades caer. He visto reinos enteros caer. Y la destrucción que vi cuando
volaba, es suficiente para decir que ni siquiera con tus considerables dones podrías hacer. —Dijo
Rowan. No estaba completamente seguro de lo que ellos harían si aquella destrucción fuera atraída
hacia las puertas de Orynth. O por qué Erawan estaba esperando para hacerlo. Pensaría sobre eso
más tarde.

—Debería morir con ellos—fue la respuesta del rey.

Llegaron a la parte inferior de la escalera, que daba paso ahora a la amplitud en cámaras respira-
bles. Rowan serpenteaba nuevamente su magia a través de los numerosos túneles y escaleras. En
el de la derecha sugirió una alcantarilla en la parte inferior. Bien.

—He sido enviado aquí para impedir que hicieras justamente eso—dijo Rowan por fin.

El rey le echó un vistazo sobre su hombro, estremeciéndose un poco por el movimiento donde
todavía se extendía la herida. Rowan sospechó que era una herida profunda realizada hace unos
minutos antes, ahora sólo una cicatriz roja en el lateral de su chaqueta rasgada.

—Ibas a matarla— Él sabía a quién se refería el rey.

—¿Por qué me dijiste que no lo hiciera? —

Entonces el rey le relató el encuentro mientras se adentraban más profundo en la entrañas del
castillo.

—Yo no confiaría en ella— dijo Rowan después que Dorian hubiera terminado.

—Pero quizás lo dioses nos lanzaran un hueso. Quizás la heredera Blackbeak se una a nuestra cau-
sa.

Si sus crímenes no eran descubiertos primero. Pero incluso si ellos sólo tenían trece brujas y sus
wyverns, si aquel aquelarre fuese el más experto de todas las Ironteeth… eso podría significar la
diferencia entre la caída de Orynth o el levantamiento contra Erawan.

Alcanzaron las alcantarillas del castillo. Incluso las ratas escapaban por la pequeña entrada de la
corriente, como si los bramidos de los wyverns fueran una sentencia de muerte.

Pasaron por un arco sellado por piedras, sin duda derrumbadas por la erupción de fuego del infi-
erno este verano.

El pasaje de Aelin, se dio cuenta Rowan con un profundo tirón en el pecho. Y unos pasos más ad-
elante, un antiguo grupo de manchas de sangre seca en las piedras a lo largo de la orilla del agua.
Un humano flotaba allí, manchado y sucio.

—Ella destripó a Archer Finn justo allí—dijo Dorian, siguiendo su mirada.

Rowan no se permitió pensar acerca de eso, o que esos imbéciles habían dado involuntariamente a
una asesina una habitación que conectaba con la recámara de su reina.

Había un barco amarrado al poste de piedra. Su casco casi podrido, pero bastante sólido. Y la rejilla
al pequeño castillo había permanecido abierta.

Rowan lazo su magia hacia afuera, probando el aire más allá de las alcantarillas.

Ninguna señal de alas, ninguna sangre perfumada en su trayectoria. Una parte tranquila, de este
castillo. Si las brujas hubieran sido inteligentes, habrían tenido centinelas vigilando cada pulgada
de él.

Pero de los gritos y suplicas que continuaban encima. Rowan sabía que las brujas estaban demasi-
ado perdidas en su sed de sangre para pensar claramente. Al menos durante unos minutos.

Rowan movió su barbilla al barco.

—Sube—
Dorian miró con el ceño fruncido el moho y la putrefacción

—tendremos mucha suerte si esto no se derrumba alrededor de nosotros.

—De ti—Rowan corrigió. —Alrededor de ti. Yo no voy a subir.

Dorian oyó su tono de voz y sabiamente subió.

—Que estás…

Rowan dio un tirón de su capa y lo lanzó sobre el rey.

—Túmbate y pon esto sobre ti— con la cara un poco pálida, Dorian obedeció.

Rowan rompió las cuerdas con un destello de sus cuchillos, el cambio, alas que baten bastante
fuerte informaron a Dorian lo que estaba pasando, la magia de Rowan gimió y tiró mientras era
empujado por lo que parecía un vacío, serpenteando el navío de las alcantarillas como si alguien
accidentalmente lo hubiera desatado.

Volando a través de la boca de alcantarilla, rodeó el barco con una pared de aire duro que contenía
el aroma del rey y mantenía cualquier flecha que perforara su cuerpo.

Rowan miró atrás sólo una vez mientras volaba sobre el pequeño río, muy por encima de la barca.

Sólo una vez, en la ciudad que había forjado y roto y protegido su reina.

Su muro de cristal no era más que trozos y fragmentos relucientes en las calles y la hierba.

Estas últimas semanas de viaje habían sido una tortura—la necesidad de reclamarla, de saborearla,
le sacaba de sus casillas. Y dado lo que Darrow había dicho… quizá, a pesar de su promesa cuando
partió, había sido una buena cosa no haber llegado hasta el final.

Aquello había estado en su subconsciente mucho antes de Darrow y sus decretos de mierda: él era
un príncipe, pero sólo de nombre.

No tenía ningún ejército, ningún dinero. Los sustanciales fondos que poseía estaban en Doranelle
—y Maeve nunca permitiría que los reclamara. Probablemente habían sido ya distribuidos entre
sus entrometidos primos, junto con sus tierras y residencias. No importaba si algunos de ellos —los
primos con los que había sido criado— se negasen a aceptarlos, con la lealtad y terquedad típica
de los Whitethorn Ahora, todo lo que Rowan podía ofrecer a su reina era la fuerza de su espada, la
profundidad de su magia y la lealtad de su corazón.

Esas cosas no ganan guerras.

Había olisqueado la desesperación en ella perfumado, aunque su rostro lo ocultaba, cuando Dar-
row había hablado. Y él conocía la fiereza de su alma: Ella lo haría. Considerar el matrimonio con
un extranjero Príncipe o Señor. Incluso si esta cosa entre ellos… incluso si él sabía que no era mera
lujuria, o incluso sólo amor.

Esta cosa entre ellos, la fuerza, podría devorar el mundo.


Y si no lo controlaban, se controlaban, muy bien podría provocar el final del mismo.

Esa fue la razón por la que no había pronunciado las palabras que había pensado decirle desde
hacía algún tiempo, aún cuando cada instinto estaba rugiendo en él para hacerlo cuando se sepa-
raron. Y quizá perder a Aelin sería su castigo por permitir que muriera su compañera. Su castigo
para finalmente dejar ir el dolor y el desamor.

El ritmo de olas era apenas perceptible en el rugido de los inocentes y wyverns gritando por ayuda
que nunca llegaría. Encerró el dolor en el pecho, y las ganas de darse la vuelta.

Esto era la guerra. Estas tierras podrían soportar cosas mucho peores en los próximos días y meses.
Su reina, no importa cómo él intentaba protegerla, podría soportar cosas mucho peores.

En el momento en el que el pequeño navío se deslizaba serpenteando por el pequeño río hacia
el delta del Avery, un Halcón de cola blanca elevándose encima de él, los muros del castillo se
bañaron en sangre.
Capítulo 9
Traducido por Karla Sbraccia

Corregido por Sandra

Elide Lochan sabía que estaba siendo cazada.

Durante tres días ahora, había tratado de perder a lo que sea que la estuviese siguiendo a través de
la interminable extensión de Oakwald. Y en el proceso, ella misma se había perdido.

Tres días casi sin dormir, apenas deteniéndose el tiempo suficiente para buscar comida y agua.

Giró una vez hacia el sur, para dar marcha atrás y apartarlo de su rastro. Había terminado dirigién-
dose durante un día en esa dirección. Luego hacia el oeste, hacia las montañas. Luego hacia el sur,
posiblemente este; no podía decirlo. Había estado corriendo entonces. Oakwald, tan denso que
apenas podía seguir al sol. Y sin una vista clara de las estrellas, sin atreverse a parar y encontrar un
árbol fácil de subir, no pudo encontrar al Señor del Norte, su baliza a casa.

Al mediodía del tercer día, estaba cerca del llanto. De agotamiento, de ira, de un miedo profundo
hasta los huesos. Lo que sea que tomó su tiempo cazándola seguramente se tomaría su tiempo al
matarla.

Su cuchillo temblaba en su mano mientras se detenía en un claro, un repentino, ágil arroyo bailando
a través de él. Su pierna le dolía, su arruinada e inútil pierna.

Ella le habría ofrecido al dios oscuro su alma por unas horas de paz y seguridad.

Elide dejó caer el cuchillo en la hierba junto a ella, cayendo de rodillas delante del arroyo y bebiendo
rápido y profundo. El agua llenó el vacío en su estómago dejado por bayas y raíces. Volvió a llenar
su cantimplora, con las manos temblando incontrolablemente.

Temblando tanto que dejó caer la tapa de metal en la corriente.

Maldijo, sumergiéndose en el agua fría hasta los codos mientras buscaba la tapa, acariciando las
rocas resbaladizas y las vides de algas de río, rogando una pausa solitaria…

Sus dedos se cerraron sobre la tapa cuando el primer aullido sonó a través del bosque.

Elide y el bosque se quedaron inmóviles.

Había oído perros ladrando, había escuchado a los coros fantasmales de los lobos cuando había
sido transportada desde Perranth a Morath.

Esto no era ninguno. Esto era...


Habían habido noches en Morath en las que había sido sacada del sueño debido a aullidos como
este.

Aullidos que había creído eran imaginarios cuando no sonaron de nuevo. Nadie nunca los mencionó.

Pero ahí estaba el sonido. Ese sonido.

Vamos a crear maravillas que harán temblar al mundo.

Oh, dioses. Elide atornilló a ciegas la tapa a la cantimplora. Lo que sea que pudiera ser, se acercaba
rápidamente. Tal vez un árbol, un árbol alto, podría salvarla. Esconderla. Tal vez.

Elide se giró para empujar su cantimplora en su bolso.

Pero un guerrero estaba agachado al otro lado del arroyo, un largo, perverso cuchillo equilibrado
sobre su rodilla.

Sus ojos negros la devoraban, su cara dura por debajo de una igual oscuridad, cabello largo hasta
los hombros cuando dijo en una voz como el granito.

—A menos que quieras ser el almuerzo, chica, te sugiero que vengas conmigo.

Una pequeña y antigua voz le susurró al oído que al fin había encontrado a su implacable cazador.

Y ahora los dos se convirtieron en las presas de alguien más.

Lorcan Salvaterre escuchó los gruñidos en aumento en el antiguo bosque y sabía que probable-
mente estaban a punto de morir.

Bueno, la chica estaba a punto de morir. Ya sea en las garras de lo que los persiguió o al final de la
hoja de Lorcan. Aún no lo había decidido.

Humana. Su esencia a canela y bayas de saúco de ella era completamente humana, y sin embargo
ese otro olor se mantuvo, ese tinte de oscuridad revoloteando a su alrededor como las alas de un
colibrí.

Él podría haber sospechado que ella había convocado a las bestias si no fuera por el olor del miedo
tiñendo el aire. Y por el hecho de que la había estado rastreando durante tres días ahora, dejándola
perderse a sí misma en el enmarañado laberinto de Oakwald, y había encontrado poco para indicar
que estaba esclavizada por un Valg.

Lorcan se puso de pie, y sus ojos oscuros se ensancharon mientras absorbía su imponente altura.
Ella permaneció de rodillas por el arroyo, una mano sucia estirándose por la daga que tontamente
había descartado en la hierba. No era tonta o lo suficiente desesperada como para levantarla contra
él.

—¿Quién eres?

Su ronca voz era baja no el alto tono dulce que había esperado de su delicado cuerpo, totalmente
curvado. Baja, fría y constante.

—Si quieres morir —dijo Lorcan—. Entonces adelante: sigue haciendo preguntas. —Se dio la vuelta,
hacia el norte.

Y fue entonces cuando comenzó la segunda serie de gruñidos. De la otra dirección.

Dos manadas acercándose, La hierba y la tela se agitaban, y cuando levantó la vista, la chica estaba
de pie, daga en ángulo, el rostro enfermizamente pálido al darse cuenta de lo que estaba sucediendo:
estaban siendo arreados.

—Este u Oeste —dijo Lorcan. En los cinco siglos que había estado matando su camino a través
del mundo, él nunca había oído gruñidos como esos de ninguna clase o bestia. Liberó su hacha de
donde la tenía atada a su lado.

—Este. —La chica respiró, con los ojos como dardos de una a otra dirección—. Me..me dijeron que
me mantuviera fuera de las montañas. Wyverns, grandes, bestias aladas, las patrullan.

—Sé lo que es un wyvern —dijo.

Algún temperamento se quebró en sus ojos oscuros ante su tono, pero el miedo se lo llevó. Ella
comenzó a retroceder hacia la dirección que había elegido. Una de las criaturas soltó un grito
de lamento. No un sonido canino. No, este era agudo, chillando, como un murciélago. Pero más
profundo. Más hambriento.

—Corre —dijo.

Ella lo hizo.

Lorcan tenía que darle crédito a la chica: a pesar de la pierna aún herida, a pesar del cansancio
que la había hecho descuidada estos últimos días, se cernió como un ciervo a través de los árboles,
su terror probablemente descartando cualquier dolor. Lorcan saltó el ancho arroyo en un fácil
movimiento, cerrando la distancia entre ellos en cuestión de latidos. Lentos; estos humanos eran
tan condenadamente lentos. Su respiración ya era irregular mientras se arrastraba a si misma
hasta una colina, haciendo el ruido suficiente para alertar a sus seguidores.

Estrellándose en la maleza detrás de ellos, desde el sur. Dos o tres por el sonido de ello. Grandes,
por las ramas rompiéndose y el golpeteo de pisadas.

La chica alcanzó la parte superior de la colina, tropezando. Se quedó en posición vertical, y Lorcan
observó la pierna otra vez.

No había ninguna razón para haberla seguido durante tanto tiempo si moría ahora. Por un instante,
contempló el peso en su chaqueta, la Llave del Wyrd escondida. Su magia era fuerte, la más fuerte
de cualquier varón semi-Hada en ningún otro reino, ningún dominio. Pero si utilizaba la llave…

Si utilizaba la llave, entonces merecía la condenación que caería sobre él.

Así que Lorcan arrojó un neto de su poder detrás de ellos, una barrera invisible flotando espirales
negras de viento. La chica se puso rígida, azotando su cabeza a él mientras el poder ondulaba lejos
en una onda. Su piel palideció aún más, pero ella continuó, mitad cayéndose, mitad corriendo
abajo por la colina.

El impacto de cuatro cuerpos masivos contra su magia llegó un momento más tarde.

El aroma de su sangre mientras se cortaba a sí misma sobre roca y raíz se empujó hacia su nariz.
Ella no era ni de lejos lo suficientemente rápida.

Lorcan abrió la boca para ordenarle que se apresurara cuando el muro invisible se rompió.

No roto, pero agrietado, como si esas bestias lo hubieran dividido.

Imposible. Nadie podía pasar a través de esos escudos. Ni siquiera Rowan-estoy en celo-Whitethorn

Pero, efectivamente, la magia se había dividido

La chica cayó al barranco en la parte inferior de la colina, casi sollozando ante la plana amplia zona
boscosa extendiéndose delante. Ella corrió a toda velocidad, la trenza oscura golpeando, la mochila
rebotando contra su delgada espalda. Lorcan se movió detrás de ella, mirando los árboles de lado
y lado mientras los gruñidos y crujidos comenzaron de nuevo.

Estaban siendo arreados, ¿pero hacia qué? Y si estas cosas habían rasgado su magia en pedazos...

Hacía mucho, mucho tiempo desde que había tenido un nuevo enemigo para estudiar, para domar.

—Sigue adelante —gruñó, y la chica no hizo mucho más que mirar por encima de su hombro como
Lorcan golpeó una parada entre dos robles imponentes. Había estado en una espiral hacia abajo
en su magia durante días, planeando usarla con la chica humana-pero-no cuando se aburrió de
acecharla. Ahora su cuerpo estaba lleno de ella, el poder doliendo por salir.

Lorcan volteó su hacha en su mano, una, dos veces, el metal cantando a través de la espesura del
bosque. Un viento frío afilado en negra niebla bailaba entre los dedos de su otra mano.

No un viento como el de Whitethorn, y no luz y fuego como el de la puta reina de Whitethorn. Ni


siquiera magia cruda como la del nuevo Rey de Adarlan.

No, la magia de Lorcan era una de voluntad —de muerte y pensamiento y destrucción. No había
ningún nombre para ella. Ni siquiera su reina había sabido lo que era, de donde había venido.
Un regalo del dios oscuro, de Hellas, Maeve lo había meditado, un regalo oscuro, para su oscuro
guerrero. Y dejado así.

Una sonrisa salvaje bailó en los labios de Lorcan mientras dejaba que su magia subiera a la
superficie, dejaba que su oscuro rugido llenara sus venas.
Él había derrumbado ciudades con este poder.

No creía que a estas bestias, sin importar como cayeran, les iría mucho mejor.

Aminoraron el paso mientras se acercaban, sintiendo que un depredador los esperaba, midiéndolo.

Por primera vez en un maldito largo tiempo, Lorcan no tenía palabras para lo que vio.

Tal vez debería haber matado a la chica. Una muerte a su mano sería misericordiosa en comparación
con lo que gruñía delante de él, en cuclillas bajo enormes garras, trituradoras de carne. No era un
Sabueso del Wyrd. No, estas cosas eran mucho peores.

Su piel era de un azul moteado, tan oscuro que era casi negro. Cada larga extremidad, ligeramente
musculosa había sido implacablemente diseñada y perfeccionada. Para las largas garras al final de
sus manos, manos de cinco dedos, ahora curvadas ante la anticipación de un ataque.

Pero no eran sus cuerpos lo que lo aturdieron.

Era la forma en que las criaturas se detuvieron, sonriendo bajo sus rotas narices como de murciélago,
para revelar hileras dobles de dientes como agujas, y entonces se pusieron de pie sobre sus patas
traseras.

De pie en su completa altura, como un hombre que se arrastra podría levantarse. Lo eclipsaban por
al menos 30 centímetros.

Y los atributos físicos que parecían alarmantemente familiares se confirmaron cuando el más
cercano a él abrió su horrible boca y dijo:

—No hemos probado la carne de tu clase aún.

El hacha de Lorcan se movió hacia arriba.

—No puedo decir que haya tenido el placer, tampoco.

Había muy, muy pocas bestias que podían hablar las lenguas de los mortales y Hadas. La mayoría
lo había desarrollado a través de la magia, la desgracia ganada o bendecida.

Pero allí, en los ojos entornados de placer en anticipación a la violencia, brillaban oscuros ojos
humanos.

Whitethorn le había advertido de lo que estaba ocurriendo en Morath, había mencionado que los
Sabuesos del Wyrd podrían ser la primera de muchas cosas terribles en ser liberadas. Lorcan no
se había dado cuenta de que esas cosas tendrían cerca de dos metros y medio de altura y parte
humana, parte de lo que sea que Erawan había hecho para convertirlo en esto.

El más cercano se atrevió a dar un paso, pero siseó, siseó a la línea invisible que había dibujado. El
poder de Lorcan parpadeaba y latía en las garras de los dedos envenenados de la criatura, mientras
empujaba el escudo.

Cuatro contra uno. Normalmente, probabilidades favorables para él.


Normalmente.

Pero él llevaba la Llave del Wyrd que buscaban, y ese anillo de oro que había robado de Maeve,
después dado y robado de Aelin Galathynius. El anillo de Athril.

Y si le entregaban cualquiera a su amo...

Entonces Erawan poseería las tres Llaves del Wyrd. Y sería capaz de abrir una puerta entre los
mundos para dar rienda suelta a sus hordas Valg en espera sobre todos ellos. Y en cuanto al anillo
de oro de Athril... Lorcan no tenía ninguna duda de que Erawan destruiría el anillo forjado por la
misma Mala, el único objeto en Erilea que concedía inmunidad a su portador contra la Piedra del
Wyrd... y los Valg.

Así que Lorcan se movió. Más rápido de lo que podían llegar a detectar, arrojó su hacha a la criatura
más lejana a él, su enfoque puesto en su compañero, mientras empujaba el escudo.

Todos ellos se giraron hacia su compañero cuando el hacha golpeó su cuello, profunda y permanente.

Todos se volvieron para verlo caer. Letal por naturaleza, pero sin entrenamiento.

La atención de las bestias desviada por un instante, los siguientes dos cuchillos de Lorcan volaron.

Las dos cuchillas incrustadas hasta la empuñadura en sus rígidas frentes, sus cabezas tambaleándose
hacia atrás mientras los estrepitosos golpes los pusieron de rodillas.

El del centro, el que había hablado, desató un grito primario que hizo que los oídos de Lorcan
zumbaran. Se lanzó a por el escudo.

Rebotó, la magia más densa esta vez. Lorcan sacó su larga espada y un cuchillo.

Y sólo podía ver como la cosa le rugía al escudo y golpeaba contra él con ambas manos con
estropeadas garras... y su magia, su escudo, fundido bajo su tacto.

Dio un paso a través de su escudo como si fuera una puerta.

—Ahora vamos a jugar.

Lorcan se agachó en una postura defensiva, preguntándose cuán lejos la chica había llegado,
si siquiera se había vuelto para mirar lo que los perseguía. Los sonidos de su huida se habían
desvanecido.

Detrás de la criatura, sus compañeros temblaban.

No, revivían.

Cada uno de ellos levantó una fuerte mano llena de garras hacia las dagas a atravesando sus cráneos,
y tiraron de ellas hacia fuera.

El metal raspó sobre hueso.


Sólo el que tenía su cabeza ahora atada por solo unos cuantos tendones se mantuvo abajo.
Decapitación, entonces.

Incluso si eso significaba acercarse lo suficiente para hacerlo.

La criatura ante él sonrió con alegría salvaje.

—¿Qué eres? —dijo Lorcan entre dientes.

Los otros dos estaban ahora en sus pies, las heridas en sus cabezas ya curadas, erizados en amenaza.

—Somos cazadores de Su Majestad Oscuro —dijo el líder con una reverencia burlona—. Somos los
ilken. Y hemos sido enviados para recuperar a nuestra presa.

¿Esas brujas habían enviado a estas bestias por él? Cobardes, para no hacer su propia cacería.

El ilken continuó, dando un paso hacia él con piernas que se doblaban hacia atrás.

—Íbamos a dejarte tener una muerte rápida, un regalo —Sus fosas nasales se ampliaron, olfateando
el bosque silencioso—. Pero como te has interpuesto entre nosotros y nuestra presa... saborearemos
tu largo final.

No él. Él no era lo que los wyverns habían estado acechando en estos días, lo que estas criaturas
habían venido a reclamar. No tenían idea de lo que llevaba, de lo que era.

—¿Qué quieres de ella? —preguntó, vigilando la aproximación progresiva de los tres.

—No es de tu incumbencia —dijo el líder.

—Si hay una recompensa en ello, te ayudaré.

Oscuros ojos sin alma destellaron hacia él.

—¿Tu no proteges a la chica?

Lorcan se encogió de hombros, rezando para que no pudieran oler su engaño mientras le compraba
a ella más tiempo, comprarse a si mismo tiempo para resolver el rompecabezas de su poder.

—Ni siquiera sé su nombre.

Los tres ilken se miraron entre sí, una mirada de pregunta y decisión. Su líder dijo:

—Es importante para nuestro rey. Recupérala, y él te llenará de un poder mucho más grande que
el de escudos débiles.

¿Era ese el precio para los seres humanos que habían sido una vez, magia que era de alguna manera
inmune a lo que fluía de forma natural en este mundo? ¿O la elección había sido tomada de ellos,
con tanta seguridad como sus almas habían sido robadas, también?

—¿Por qué es importante?


No estaban por la labor de confesar. Se preguntó cuánto tiempo tomaría reponer el suministro de
cualquiera que fuera el poder que les permitió dividir la magia. Tal vez estaban comprándose a sí
mismos tiempo, también.

El ilken dijo:

—Es una ladrona y una asesina. Debe ser llevada a nuestro rey por justicia.

Lorcan podría haber jurado que una mano invisible le tocó el hombro.

Él conocía ese toque, había confiado en él toda su vida. Lo había mantenido vivo este tiempo.

Un toque en su espalda para seguir adelante, para luchar y matar y respirar en la muerte. Un toque
en el hombro para en cambio correr. Para saber que sólo la perdición esperaba adelante, y la vida
se tendía detrás.

El ilken sonrió una vez más, sus dientes brillantes en la penumbra del bosque.

A modo de respuesta, un grito rompió desde el bosque detrás de él.


Capítulo 10
Traducido por Irais A. Galvez
Corregido por Cotota

Elide Lochan se paró frente a una criatura nacida de las pesadillas de un dios oscuro.

A través del claro, se elevaba sobre ella, sus garras clavándose en la marga del suelo del bosque. 

—Allí estas —silbó entre dientes más afilados que los de un pez—. Ven conmigo niña, y te concederé
un final rápido.

Mentía. Vio cómo la evaluaba, las garras encrespadas como si ya pudiera sentirlas triturando en su
vientre suave. La cosa había aparecido en su camino como si una nube de noche se hubiera dejado
caer allí, y se echó a reír cuando ella gritó. Su cuchillo se sacudió cuando se levantó.

Se paraba como un hombre, hablaba como uno. Y sus ojos... Eran absolutamente desalmados, sin
embargo, la forma de ellos... Eran humanos, era monstruoso, ¿qué horrible mente había imaginado
una cosa así?

Sabía la respuesta.

Ayuda. Necesitaba ayuda. Pero el hombre del arroyo probablemente estaba muerto en las garras de
otros animales. Se preguntó por cuánto tiempo su magia había resistido.

La criatura dio un paso hacia ella, sus musculosas piernas cerrando la distancia demasiado rápido.
Ella retrocedió hacia los árboles, a la dirección por la que había venido.

—¿Es tu sangre tan dulce como tu cara, niña? —su lengua grisácea probó el aire entre ellos. 

Piensa, piensa, piensa. 

¿Qué haría Manon ante dicha criatura? 

Manon, ella recordó, estaba equipada con garras y colmillos por su cuenta. 

Sin embargo una pequeña voz le dijo al oído, Tú también. Usa lo que tienes. 

Había otras armas a parte de las de hierro y acero.

A pesar de que sus rodillas temblaban, Elide levantó la barbilla y se encontró con los ojos negros y
humanos de la criatura.

—Cuidado —dijo, bajando la voz al ronroneo que Manon tan a menudo había usado para asustar a
la astucia de todo el mundo. Elide metió la mano en el bolsillo de su abrigo, sacando el fragmento
de piedra y apretándolo en su puño, queriendo que otra presencia mundana llenara el claro, el
mundo. Rezó para que la criatura no viera en su puño, no preguntara qué estaba en él mientras
ella seguía con voz cansina—. ¿Crees que el Rey Oscuro estará contento si me haces daño? —miró
bajo su nariz a él. O lo mejor que pudo mientras se enderezaba aunque fuera varios pies más
pequeña—. He sido enviada a buscar a la chica. No interfieras.

La criatura parecía reconocer las pieles de combate entonces.

Parecía olfatear ese extraño, aroma que rodeaba alrededor la roca.

Y vaciló.

Elide mantuvo la cara una máscara de desagrado frío. 

—Apártate de mí vista.

Ella casi vomitó cuando empezó a caminar hacia él, hacia una muerte segura. Pero pisoteó a lo
largo, rondando como Manon había hecho tan a menudo. Elide se obligó a mirarlo a la horrible
cara como de murciélago, a su paso.

—Dile a tus hermanos que si interfieren de nuevo, yo personalmente voy a supervisar la delicia que
experimentaran en las mesas de Morath.

La duda todavía bailaba en sus ojos, junto con el miedo real. Eran un golpe de suerte, esas palabras
y frases, en base a lo que había oído. Ella no se permitió considerar lo que habían hecho para que
tal criatura temblara con la mención.

Elide estaba a cinco pasos de la criatura, muy consciente de que su columna vertebral era ahora
vulnerable a esas garras y dientes de trituración, cuando eso preguntó: 

—¿Por qué huyes a nuestra aproximación?

Ella dijo sin volverse, con esa voz fría, viciosa de Manon Blackbeak:

—No tolero las preguntas de los subordinados. Ya has perturbado mi búsqueda y lesionado mi
tobillo con tu ataque inútil. Ora para que no recuerde tu cara cuando vuelva a la Fortaleza.

Ella supo su error en el momento en que contuvo la respiración sibilante.

Aun así, mantuvo sus piernas en movimiento, la espalda recta.

—Qué casualidad —reflexionó—, que nuestra presa de manera similar es coja.

Que Anneith la salvara. Tal vez no había notado la cojera hasta entonces. Tonta. Tonta.

Correr no le haría ningún bien, correr proclamaría a la criatura que había ganado, que estaba en lo
correcto. Se detuvo, como si su temperamento hubiera sido arrancado de su correa, y chasqueó la
cara hacia la criatura. 

—¿Sobre qué estas silbando? — lo dijo con convicción y rabia absoluta.


Una vez más la criatura se detuvo. Una oportunidad, sólo una oportunidad. La criatura iba a saber
muy pronto que había sido engañado.

Elide mantuvo su mirada. Era como mirar una serpiente muerta a los ojos.

Dijo con la calma letal que a las brujas les gustaba usar:

—No me hagas revelar lo que Su Oscura Majestad puso dentro de mí sobre la mesa.

Como en respuesta, la piedra en su mano latía, y ella podría haber jurado que la oscuridad
parpadeaba.

La criatura se estremeció y retrocedió un paso.

Elide no consideró lo que había hecho mientras se burlaba una última vez y se alejó.

Lo hizo quizá media milla antes de que el bosque estuviera de nuevo lleno del parloteo de vida.

Cayó de rodillas y vomitó.

Nada más que bilis y agua salió. Estaba tan ocupada lanzando hasta sus entrañas por el miedo
estúpido y alivio que no notó el acercamiento de nadie hasta que fue demasiado tarde.

Una mano ancha apretó en su hombro, dándole vueltas a su alrededor.

Ella sacó su daga, pero era demasiado tarde. La misma mano la soltó para golpear la cuchilla a la
hierba.

Se encontró mirando el rostro salpicado de tierra del hombre de la corriente. No, no era suciedad.

Sangre que apestaba, sangre negra.

—¿Cómo? —dijo, tropezando un paso de distancia.

—Tú primero —gruñó, pero giró la cabeza hacia el bosque detrás de ellos. Ella siguió su mirada. No
vio nada.

Cuando miró a su dura cara, yacía una espada contra su garganta.

Ella trató de retroceder, pero él la agarró del brazo, sosteniéndola como trozo de acero en su piel. 

—¿Por qué hueles como uno de ellos? ¿Por qué te persiguen?

Había embolsado la piedra, o de lo contrario podría haberle mostrado. Pero el movimiento podría
causar que golpeara, y esa pequeña voz susurró que mantuviera la piedra oculta.

Ella ofreció otra verdad. 

—Debido a que he pasado los últimos meses en Morath, viviendo entre ese olor. Ellos me buscan
porque me las arreglé para liberarme. Huyo a la seguridad del norte.
Más rápido de lo que podía ver, bajó la cuchilla sólo para cortarla sobre su brazo. Un rasguño, poco
más que un susurro de dolor.

Ambos vieron como su sangre roja surgió y escurría.

Parecía suficiente respuesta para él.

—Puedes llamarme Lorcan —dijo, aunque ella no había preguntado. Y con eso, la atrajo sobre su
ancho hombro como un saco de patatas y corrió.

Elide sabía dos cosas en cuestión de segundos:

Que las criaturas restantes –sin embargo eran muchas– tenían que estar sobre su pista y acercándose
rápido. Tenían que haberse dado cuenta de que los había engañado para liberarse.

Y que el hombre, moviéndose rápido como el viento entre las robles, era semi-Fae.

Lorcan corrió y corrió, sus pulmones engullendo grandes bocanadas de aire asfixiante de la selva.
Colgada al hombro, la chica ni siquiera gemía mientras las millas pasaron. Había llevado paquetes
más pesados que ella por rangos de una montaña entera.

Lorcan desaceleró cuando su fuerza por fin comenzó a flanquear, la gastó más rápido gracias a la
magia que había utilizado para logar dominar a esas tres bestias, el maltrato más allá de su inmu-
nidad natural, y entonces mató a dos, mientras fijaba al otro el tiempo suficiente para correr a toda
velocidad por la chica.

Había tenido suerte.

La chica, al parecer, había sido inteligente.

Corrió antes de detenerse, poniéndola en el suelo con fuerza suficiente para que ella hiciera una
mueca –hizo una mueca y saltó un poco en ese tobillo herido. Su sangre había fluido roja en vez del
negro hediondo que implicaba la posesión de Valg, pero todavía no se explicaba cómo había sido
capaz de intimidar a un ilken a la sumisión.

—¿A dónde vamos? —dijo ella, balanceando su bolso para sacar su cantimplora. Esperó las lágri-
mas y oraciones y súplicas. Ella simplemente desenroscó la tapa del recipiente revestido de cuero
y bebió profundamente. 

Entonces, para su sorpresa, le ofreció un poco.

Lorcan no lo tomó. Ella simplemente volvió a beber.

—Vamos a la orilla del bosque, al Río Acanthus.


—¿Dónde…dónde estamos? —la vacilación dijo basta: había calculado el riesgo de revelar lo
vulnerable que estaba con esa pregunta... y decidió que estaba demasiado desesperada por la
respuesta.

—¿Cuál es tu nombre?

—Marion —ella le sostuvo la mirada con una especie de acero inquebrantable que lo tenía inclinando
la cabeza.

Una respuesta por una respuesta. Él dijo: 

—Estamos en el medio de Adarlan. Estabas alrededor de un día de caminata hasta el río Avery.

Marion parpadeó. Se preguntó si ella siquiera sabía o había considerado cómo iba a cruzar el
poderoso cuerpo de agua que se había llevado naves capitaneados por el más experimentado de los
hombres y las mujeres.

Ella dijo: 

—¿Estamos apurados, o me puedo sentar por un momento?

Escuchó los sonidos de la selva para cualquier indicio de peligro, y luego hizo un gesto con la
barbilla.

Marion suspiró mientras se sentaba en el musgo y las raíces. Ella lo observó.

—Creía que todos los Fae estaban muertos. Incluso los semi-Fae.

—Soy de Wendlyn. Y tú —dijo, las cejas ligeramente elevadas— eres de Morath.

—No de…Escapo de…

—¿Por qué, y cómo?

Sus ojos entornados le contaron lo suficiente: sabía que él aún no la creía, no del todo, sangre roja
o no. Sin embargo, ella no respondió, en su lugar se inclinó sobre sus piernas a desatarse una bota.
Sus dedos temblaban un poco, pero ella lo consiguió a través de los cordones, tirando fuera la bota,
retirando el calcetín, y enrollando por la pierna el pantalón de cuero para revelar…

Mierda. Había visto un montón de cuerpos arruinados en sus días, había arruinado un montón,
pero rara vez eran dejados sin tratar. La pierna de Marion era un lío de tejido cicatrizado y hueso
torcido. Y justo por encima de su tobillo estaban heridas aun curándose donde sin lugar a dudas
habían habido grilletes.

Ella dijo en voz baja:

—Los aliados en Morath por lo general están sanos. Su magia oscura seguramente podría curar un
inválido, y seguramente ellos no tendrían ningún uso para uno.

Por eso se las había arreglado tan bien con la renguera. Ella había tenido años para dominarla, por
la coloración del tejido de la cicatriz.

Marion echó la pierna del pantalón hacia abajo, pero dejó su pie desnudo, masajeando. Ella siseó
entre dientes. 

Él se sentó en un tronco caído a unos pocos pies de distancia, quitándose su propia mochila para
desvalijar a través de ella. 

—Dime lo que sabes de Morath —dijo, y le tiró una lata de ungüento directa desde Doranelle.

La chica lo miró, sus ojos afilados observando lo que era, de dónde era, y lo que posiblemente
contenía la lata. Cuando ella se los llevó a la cara, ella asintió en silencioso de acuerdo a su oferta:
alivio del dolor en busca de respuestas. Desenroscó la tapa, y él captó la forma en que su boca se
abrió mientras ella inhalaba las penetrantes hierbas.

El dolor y el placer bailaron a través de su rostro cuando se empezó a frotar el ungüento en sus
viejas heridas.

Y mientras trabajaba, hablaba.

Marion le dijo de la anfitriona de las Ironteeth, de la Líder del Ala y las Trece, de los ejércitos
acampados alrededor de la guarida de la montaña, de los lugares donde sólo hacían eco los gritos,
de las innumerables forjas y herreros. Describió su propio escape: sin previo aviso, no sabía cómo,
el castillo había explotado. Lo había visto como su oportunidad, disfrazándose con el traje de una
bruja, agarrando una de sus mochilas, y corriendo. En el caos, nadie la había perseguido.

—He estado corriendo durante semanas —dijo—. Al parecer, apenas he recorrido la mitad de la
distancia.

—¿A te diriges dónde?

Marion miraba hacia el norte. 

—Terrasen.

Lorcan sofocó un gruñido. 

—No te estás perdiendo mucho.

—¿Tú tienes noticias de ello? —la alarma llenó esos ojos.

—No —dijo, encogiéndose de hombros. Ella terminó de frotar su pie y tobillo—. ¿Qué hay en
Terrasen? ¿Tu familia? —no había preguntado por qué había sido llevada a Morath. A él no le
importaba escuchar su triste historia. Todo el mundo tenía una, había descubierto.

El rostro de la chica se tensó. 

—Estoy en deuda con una amiga, alguien que me ayudó a salir de Morath. Ella me pidió que
encontrara a alguien llamada Celaena Sardothien. Así que esa es mi primera tarea: saber quién es,
dónde está. Terrasen parece un mejor lugar para empezar que Adarlan.
No había engaño, ningún susurro de este encuentro siendo nada más que oportunidad.

—Y entonces —la chica continuó, el brillo en sus ojos cada vez mayor—, necesito encontrar a Aelin
Galathynius, la Reina de Terrasen.

Fue un esfuerzo para no ir por su espada. 

—¿Por qué?

Marion miro hacia él, como si de alguna manera incluso se hubiera olvidado que él estaba allí. 

—Escuché un rumor de que ella está levantando un ejército para detener al de Morath. Tengo la
intención de ofrecer mis servicios.

—¿Por qué? —dijo de nuevo. Al margen de la inteligencia que la había mantenido fuera de las
garras del ilken, no vio ninguna otra razón para que la perra-reina necesitara a la chica.

La boca entera de Marion se tensó.

—Porque soy de Terrasen y creí que mi reina estaba muerta. Y ahora ella está viva, y luchando,
así que voy a luchar con ella. De manera que ninguna otra chica será sacada de su casa y llevada
Morath y olvidada.

Lorcan se debatió en decirle lo que sabía: que sus dos misiones eran una y la misma. Pero eso
llevaría a las preguntas de ella, y no estaba de humor.

—¿Por qué deseas ir a Morath? Todo el mundo está huyendo de él.

—Fui enviado por mi ama para detener la amenaza que representa.

—Eres un hombre, un macho —no era un insulto, pero Lorcan se le quedó mirando de todos modos.

—Tengo mis habilidades, al igual que tú tienes las tuyas.

Sus ojos se clavaron en sus manos, ahora con costra de sangre negra seca. Se preguntó, sin embargo,
si ella estaba imaginando la magia que había provocado allí.

Esperó a que Marion preguntara más, pero ella se puso el calcetín, luego su bota, y amarró los
cordones por arriba.

—No debemos descansar por mucho tiempo —ciertamente.

Ella cayó sobre sus pies, haciendo un poco una mueca, pero frunció el ceño mirando hacia su pierna.
Lorca tomó eso como respuesta suficiente con respecto a la eficiencia de la pomada. Ella se inclinó
para recuperar la lata, su cortina oscura de pelo barriendo sobre su cara. En algún momento, se
había liberado de su trenza.

Se levantó, arrojándole la lata. La cogió con una mano.

—Una vez que llegamos al Acanthus, ¿entonces qué?


Se guardó la lata en su capa. 

—Hay un sinnúmero de comerciantes con caravanas y carnavales de temporada vagando por las
llanuras, pasé a muchos en mi camino aquí. Algunos incluso podrían estar tratando de cruzar el
río. Entraremos en uno de ellos. Ocultos. Una vez que hemos cruzado y paseemos bastante lejos en
los pastizales, tomarás uno camino al norte; yo iré al sur.

Sus ojos se estrecharon ligeramente. Pero Marion dijo: 

—¿Por qué quieres viajar conmigo?

—Hay más detalles sobre el interior de Morath que quiero que me digas. Voy a mantenerte fuera
de peligro, y tú me los proporcionarás.

El sol comenzó su descenso final, bañando el bosque en oro. Marion frunció el ceño ligeramente. 

—¿Lo juras? ¿Qué me protegerás?

—No te dejé con el ilken hoy, ¿verdad?

Ella lo miró con una claridad y franqueza que lo hizo detenerse.

—Júralo.

Rodó sus ojos.

—Lo prometo —la chica no tenía idea de que durante los últimos cinco siglos, las promesas eran la
única moneda que realmente negociaba—. No voy a abandonarte.

Ella asintió, aparentemente satisfecha con eso.

—Entonces te diré lo que sé.

Empezaron a caminar en dirección este, lanzando su mochila sobre su hombro.

Pero Marion dijo: 

—Van a estar a la caza de nosotros en cada paso, buscando en los vagones. Si me pudieron encontrar
aquí, me encontrarán en cualquier camino principal.

Y encontrarlo a él, también, si las brujas estaban todavía buscando por su sangre.

Lorcan dijo:

—¿Y tienes alguna idea para evitar esto?

Una leve sonrisa bailaba alrededor del capullo rosa de su boca, a pesar de los horrores que habían
escapado, su miseria en el bosque. 

—Podría.
Capítulo 11
Traducido por Karla Sbraccia
Corregido por Cotota

Manon Blackbeak aterrizó en Morath más que lista para comenzar a cortar gargantas.

Todo se había ido a la mierda.

Todo.

Ella había acabado con esa perra Yellowlegs y su wyvern, salvado al rey de ojos zafiro, y visto al
Príncipe Fae asesinar a esas cuatro otras centinelas Yellowlegs.

Cinco. Cinco brujas Yellowlegs ahora yacían muertas, ya sea por su mano o por su falta de acción.
Cinco miembros del aquelarre de Iskra.

Al final, apenas había participado en la destrucción de Rifthold, dejándola a las otras. Pero se ha-
bía puesto otra vez su yelmo coronado, entonces ordenó a Abraxos navegar a la torre más alta del
castillo de piedra y rugir su victoria, y dominio.

Incluso en las distantes paredes blancas de la ciudad, despedazando a los guardias y a la gente hu-
yendo, los wyverns se habían detenido a su orden de retirarse. Ni un aquelarre desobedeció.

Las Trece la habían encontrado momentos más tarde. No les dijo lo que había sucedido, pero am-
bas Sorrel y Asterin la miraron de cerca: la primera para inspeccionar los cortes o heridas recibidas
durante el “ataque” que Manon había afirmado que ocurrió, la última porque había estado con
Manon ese día que habían volado a Rifthold y pintado un mensaje para la Reina de Terrasen en
sangre Valg.

Con las Trece posadas en las torres del castillo, algunas drapeadas a lo largo de ellas como gatos o
serpientes, Manon había esperado a Iskra Yellowlegs.

Mientras Manon ahora acechaba por los tenues y apestosos pasillos de Morath, ese yelmo corona-
do metido en el hueco de su brazo, Asterin y Sorrel sobre sus talones, repasó esa conversación de
nuevo.

Iskra había aterrizado en el único espacio que quedaba: un pedacito más bajo de techo debajo de
Manon. El posicionamiento había sido intencional.

El cabello castaño de Iskra se había desenredado de su apretada trenza, y su rostro altivo estaba
salpicado con sangre humana mientras le había gruñido a Manon:

—Esta fue mi victoria.


Su rostro velado en sombras debajo del yelmo, Manon había dicho:

—La ciudad es mía.

—Rifthold era mío para tomar, tú sólo estabas para supervisar —un destello de dientes de hierro.
En la torre a la derecha de Manon, Asterin gruñó en señal de advertencia. Iskra puso sus ojos
oscuros en la centinela rubia y gruñó de nuevo—. Saca a tu manada de perras de mi ciudad.

Manon midió a Fendir, el macho de Iskra.

—Has dejado tu huella lo suficiente. Tu trabajo se ha notado.

Iskra temblaba de rabia. No por las palabras.

El viento había cambiado, soplando hacia Iskra.

Soplando la esencia de Manon hacia ella.

—¿A cuál? —Hervía Iskra—. ¿A cuál de las mías mataste?

Manon no había cedido, no había permitido ni un atisbo de remordimiento o preocupación brillar.

—¿Por qué debería conocer cualquiera de sus nombres? Ella me atacó mientras me acercaba a mi
presa, con ganas de conseguir al rey para sí misma y dispuesta a atacar a una heredera para ello. Se
merecía su castigo. Especialmente porque mi presa se escapó mientras me ocupaba de ella.

Mentirosa, mentirosa, mentirosa.

Manon reveló sus dientes de hierro, la única parte de su cara visible debajo de aquel yelmo coronado.

—Otras cuatro yacen muertas en el interior del castillo, a mano del príncipe Fae que vino a rescatar
al rey, mientras yo me ocupaba de tu perra rebelde. Considérate afortunada, Iskra Yellowlegs, de
que no tomo la pérdida de tu piel también.

El rostro bronceado de Iskra se había puesto pálido. Estudió a Manon, todas las Trece ensambladas.
Entonces dijo:

—Haz lo que quieras con la ciudad. Es tuya —dijo con un destello de una sonrisa mientras levantaba
su mano y señalaba a Manon. Las Trece se tensaron a su alrededor, flechas sacadas en silencio y
apuntadas a la heredera Yellowlegs—. Pero tú, Líder del Ala... —esa sonrisa creció y tiró de las
riendas de su wyvern, preparándose para surcar los cielos—. Eres una mentirosa, Asesina de Brujas.

Entonces ella se había ido.

Elevándose no por la ciudad, sino por los cielos.

En cuestión de minutos, desapareció de la vista, navegando hacia Morath.

Hacia la abuela de Manon.


Manon ahora miró a Asterin, luego a Sorrel, mientras desaceleraron hasta detenerse antes de girar
la esquina que llevaría al salón del consejo de Erawan. Donde sabía que Iskra, y su abuela, y las otras
Matronas estarían esperando. En efecto, una mirada alrededor de la esquina reveló a las Terceras y
Cuartas de varios aquelarres en guardia, mirándose las unas a las otras tan sospechosamente como
los hombres de cara blanca posados junto a las puertas dobles.

Manon le dijo a su Segunda y Tercera:

—Esto va a ser un lío.

Sorrel dijo en voz baja:

—Nos ocuparemos de ello.

Manon apretó el casco un poco más fuerte.

—Si todo va mal, tienen que tomar a las Trece e irse.

Asterin respiró.

—No puedes entrar ahí, Manon, aceptando la derrota. Niégalo hasta tu último aliento —si Sorrel
ya se había dado cuenta de que Manon había matado a esa bruja para salvar a su enemigo, no lo
demostró. Asterin demandó—. ¿Adónde siquiera iríamos?

Manon dijo:

—No sé ni me importa. Pero cuando esté muerta, las Trece serán un objetivo para cualquier persona
con una cuenta pendiente —una lista muy, muy larga. Sostuvo la mirada de su Segunda—. Consigue
sacarlas. A cualquier costo.

Se miraron la una a la otra. Sorrel dijo:

—Haremos lo que pidas, Líder del Ala.

Manon esperó, esperó por cualquier objeción de su Segunda, pero los ojos oscuros de Asterin eran
brillantes cuando ella inclinó su cabeza y murmuró su acuerdo.

Un nudo en el pecho de Manon se aflojó, y movió sus hombros una vez antes de alejarse. Pero
Asterin agarró su mano.

—Ten cuidado.

Manon debatió chasquearle para no ser una tonta cobarde, pero... ella había visto lo que su abuela
era capaz de hacer. Estaba tallado en la carne de Asterin.

No entraría luciendo culpable, luciendo como una mentirosa. No, ella haría que Iskra se arrastrara
para el final.

Así que Manon tomo una sólida respiración antes de reanudar su paso tormentoso, la capa roja
ondeando detrás de ella en un viento fantasma.
Todo el mundo se quedó mirando mientras se acercaban. Pero eso era de esperarse.

Manon no se dignó a reconocer a las Terceras y Cuartas ensambladas, a pesar de que las evaluó
a través de su visión periférica. Dos jóvenes del aquelarre de Iskra. Seis viejas, dientes de hierro
salpicados de óxido, de los aquelarres de las Matronas. Y…

Había otras dos centinelas jóvenes en el pasillo, con bandas trenzadas de cuero azul teñido sobre
sus cejas.

Petrah Blueblood había venido.

Si las herederas y sus Matronas estaban todas reunidas...

Ella no tenía lugar para el miedo en su cáscara de un corazón.

Manon abrió las puertas, Asterin sobre sus talones, Sorrel cayendo atrás para unirse a las demás
en el pasillo.

Diez brujas se volvieron hacia Manon cuando entró. Erawan no estaba a la vista en ninguna parte.

Y a pesar de que su abuela estaba en el centro de donde todas se pararon en la habitación, su


propia Segunda contra la pared de piedra detrás de Manon, alineada con las otras cuatro Segundas
reunidas, la atención de Manon fue a la heredera de cabellos dorados.

A Petrah.

No había visto a la heredera Blueblood desde el día de los Juegos de Guerra, cuando Manon había
salvado su vida de una caída mortal. Salvado su vida, pero fue incapaz de salvar la vida de la wyvern
de Petrah, cuya garganta había sido despedazada por el macho de Iskra.

La heredera Blueblood de pie junto a su madre, Cresseida, ambas altas y delgadas. Una corona de
estrellas de hierro sobre la pálida frente de la Matrona, la cara debajo ilegible.

A diferencia de la de Petrah. Precaución, alerta brillaba en sus ojos azul profundo. Llevaba su traje
de cuero de montar, una capa de azul medianoche colgando de ganchos de bronce en los hombros,
su trenza dorada serpenteando sobre su pecho. Petrah siempre había sido extraña, la cabeza en las
nubes, pero esa era la manera de las Bluebloods.

Místicas, fanáticas, extremistas estaban entre los más agradables términos utilizados para
describirlas a ellas y a su adoración a la Diosa de las Tres Caras

Pero había un vacío en la cara de Petrah que no había estado allí hace meses. El rumor había
afirmado que la pérdida de su wyvern había roto a la heredera, que no se había levantado de la
cama durante semanas.

Las brujas no se lamentan, porque las brujas no aman lo suficiente como para permitir que las
rompiera. Incluso si Asterin, ahora ocupando su lugar junto a la Segunda de la Matrona Blackbeak,
había demostrado lo contrario.

Petrah asintió, una ligera inclinación de la barbilla, más que un mero reconocimiento de una
heredera a otra.

Manon se volvió hacia su abuela antes de que alguien pudiera darse cuenta.

Su abuela se paró en sus voluminosos vestidos negros, su cabello oscuro trenzado sobre la corona
de su cabeza. Al igual que la corona que su abuela buscó para ellas, para ella y Manon. Grandes
Reinas de Wastes, una vez le había prometido a Manon. Incluso si eso significaba vender a cada
bruja en esta habitación.

Manon se inclinó hacia su abuela, hacia las otras dos Matronas reunidas.

Iskra gruñó desde el lado de la Matrona Yellowlegs, una antigua y doblada anciana con trozos de
carne aún en sus dientes del almuerzo. Manon fijó a la heredera con una mirada fría mientras se
enderezaba.

—Tres están reunidas —comenzó su abuela, y todos los huesos en el cuerpo de Manon se pusieron
rígidos.

—Tres Matronas, en honor a las tres caras de nuestra Madre —Doncella, Madre, Anciana. Era por
eso que la Matrona Yellowlegs era siempre antigua, por qué la Blackbeak era siempre una bruja en
su mejor momento, y por qué Cresseida, como la Matrona Blueblood, todavía se veía joven y fresca.

Pero Manon no se preocupaba por eso. No cuando las palabras eran dichas.

—La Hoz de la Anciana cuelga por encima de nosotros —entonó Cresseida—. Que sea la hoja de
justicia de la Madre.

Esto no era una reunión.

Esto era un juicio.

Iskra comenzó a sonreír.

Como si un hilo se tejiera entre ambas, Manon pudo sentir a Asterin enderezarse detrás de ella,
sentir a su Segunda preparándose para lo peor.

—La sangre llama a la sangre —raspó la anciana Yellowlegs—. Vamos a decidir cuánto se debe.

Manon se mantuvo inmóvil, sin atreverse a mostrar ni una pulgada de miedo, de recelo.

Los juicios de las brujas eran brutales, exactos. Por lo general, los problemas eran resueltos con
tres golpes a la cara, costillas y estómago. En raras ocasiones, sólo en las circunstancias más graves,
las tres matronas se reunían para impartir juicio.

La abuela de Manon dijo:

—Estás acusada, Manon Blackbeak, de segar a una centinela Yellowlegs sin provocación más allá
de tu propio orgullo.

Los ojos de Iskra quemaron positivamente.


—Y, como la centinela era parte del propio aquelarre de la heredera Yellowlegs, también es un
crimen contra Iskra —la cara de su abuela estaba apretada con rabia, no por lo que había hecho
Manon, pero por ser descubierta—. A través de ya sea tu propio descuido o mala planificación, las
vidas de otros cuatro miembros del aquelarre fueron terminadas. Su sangre, también, mancha tus
manos —los dientes de hierro de su abuela brillaron en la luz de las velas—. ¿Niegas estos cargos?

Manon mantuvo la espalda recta, miró a cada una de ellas a los ojos.

—No niego que maté a la centinela de Iskra cuando intentó reclamar mi premio correspondiente.
No niego que las otras cuatro fueron asesinadas por el Príncipe Fae. Pero sí niego cualquier falta
de mi parte.

Iskra siseó.

—Se puede oler la sangre de Zelta en ella, oler el miedo y el dolor.

Manon se burló.

—Hueles eso, Yellowlegs, debido a que tu centinela tenía el corazón de una cobarde y atacó a otra
hermana de armas. Cuando se dio cuenta que no iba a ganar nuestra lucha, ya era demasiado tarde
para ella.

La cara de Iskra se contrajo con furia.

—Mentirosa…

—Dinos, Heredera Blackbeak —dijo Cresseida—. Lo que sucedió en Rifthold tres días pasados.

Así que Manon lo hizo.

Y por primera vez en su siglo de miserable existencia, le mintió a sus mayores. Tejió un fino tapiz
de mentiras, creyendo las historias que les dijo. Mientras terminaba, señaló a Iskra Yellowlegs.

—Es de conocimiento común que la heredera Yellowlegs ha codiciado por mucho tiempo mi
posición. Tal vez se precipitó de nuevo aquí para lanzarme acusaciones así podría robar mi lugar
como Líder del Ala, al igual que su centinela trató de robar a mi presa.

Iskra se encrespó pero mantuvo su boca cerrada. Petrah dio un paso hacia adelante, sin embargo,
y habló.

—Tengo preguntas para la heredera Blackbeak, si no sería una impertinencia.

La abuela de Manon parecía que preferiría tener sus propias uñas arrancadas, pero las otras dos
asintieron.

Manon se enderezó, preparándose para lo que Petrah pensaba que estaba haciendo.

Los ojos azules de Petrah estaban tranquilos cuando se encontró con la mirada de Manon.

—¿Me considerarías tu enemigo o rival?


—Te considero una aliada cuando la ocasión lo requiere, pero siempre una rival, sí —era la primera
cosa verdadera que Manon había dicho.

—Y sin embargo, me salvaste de una muerte segura en los Juegos de Guerra. ¿Por qué?

Las otras matronas se miraron las unas a las otras, con rostros ilegibles.

Manon levantó la barbilla.

—Debido a que Keelie peleó por ti mientras moría. Yo no permitiría que su muerte fuera
desperdiciada. Podía ofrecerle a un compañero guerrero nada menos.

Al oír el nombre de su wyvern muerto, el dolor se dibujó en el rostro de Petrah.

—¿Recuerdas su nombre?

Manon sabía que no era una pregunta intencionada. Pero asintió de todos modos.

Petrah enfrentó a las Matronas.

—Ese día, Iskra Yellowlegs casi me mata, y su macho masacró a mi hembra.

—Hemos tratado con eso —interrumpió Iskra, con los dientes destellando—. Y descartado como
accidental…

Petrah levantó una mano.

—No he terminado, Iskra Yellowlegs.

Nada más que brutal acero en esas palabras cuando se dirigió a la otra heredera. Una pequeña
parte de Manon estaba contenta de no estar en el extremo receptor de eso.

Iskra vio el asunto sin terminar que esperaba en ese tono y retrocedió.

Petrah bajó la mano.

—Manon Blackbeak tuvo la oportunidad de dejarme morir ese día. La elección más fácil hubiera
sido dejarme morir, y ella no estaría siendo acusada como lo está ahora. Pero arriesgó su vida, y la
vida de su montura, para librarme de la muerte.

Una deuda de vida, eso era lo que había entre ellas. ¿Pensaba Petrah llenarla hablando en su favor
ahora? Manon contuvo su mueca.

Petrah continuó.

—No comprendo por qué Manon Blackbeak me salvaría únicamente para luego traicionar a sus
hermanas Yellowlegs. Ustedes la coronaron Líder del Ala por su obediencia, disciplina y brutalidad,
no dejen que la ira de Iskra Yellowlegs manche las cualidades que vieron en ella entonces, y que
todavía brillan hoy. No pierdan a su Líder del Ala por un malentendido.
Las Matronas de nuevo se miraron entre ellas mientras Petrah se inclinaba, retrocediendo a su
lugar a la derecha de su madre. Pero las tres brujas continuaron esa discusión no hablada entre
ellas. Hasta que la abuela de Manon dio un paso adelante, las otras dos cayendo atrás, cediéndole
la decisión a ella. Manon casi se hundió en alivio.

Ella acorralaría a Petrah la próxima vez que la heredera fuera tan tonta como para estar afuera
sola, hacerla admitir el por qué había hablado a favor de Manon.

La mirada oro y negro de su abuela era dura. Implacable.

—Petrah Blueblood ha dicho la verdad.

Esa tensa, apretada cuerda entre Manon y Asterin se aflojó, también.

—Sería un desperdicio perder a nuestra obediente, leal Líder del Ala.

Manon había sido golpeada antes. Podía soportar los puños de su abuela de nuevo.

—¿Por qué debería la heredera del Clan de Brujas Blackbeak dar su vida por la de una mera
centinela? Líder del Ala o no, sigue siendo la palabra de heredera contra heredera en este asunto.
Pero la sangre aun ha sido derramada. Y la sangre se debe pagar.

Manon de nuevo agarró su yelmo. Su abuela sonrió un poco.

—La sangre derramada debe ser igual —entonó su abuela. Su atención se movió sobre el hombro
de Manon—. Así que tú, nieta, no morirás por esto. Pero una de tus Trece lo hará.

Por primera vez en un largo, largo tiempo, Manon sabía a lo que el temor, a lo que la impotencia
humana, sabía cuándo su abuela dijo, el triunfo iluminando sus ojos antiguos.

—Tu Segunda, Asterin Blackbeak, deberá pagar la deuda de sangre entre nuestros clanes. Ella
muere al amanecer mañana.
Capítulo 12
Traducido por Yunn Hedz

Corregido por Cotota

Sin Evangeline retrasándolos, Aelin, Aedion, y Lysandra viajaron con poco descanso mientras se
dirigían hacia la costa.

Aelin permaneció en su forma Fae para mantenerse al ritmo con Aedion, a quien ella admitió
a regañadientes que era el mejor jinete, mientras que Lysandra se desplazaba dentro y fuera de
distintas formas de aves para explorar la tierra por delante de cualquier peligro. Rowan la estuvo
instruyendo en la forma de hacerlo, las cosas a tener en cuenta y lo que debía evitar o cómo conse-
guir un vistazo más de cerca, mientras habían estado en el camino estas semanas. Pero Lysandra
encontró poco que informar de los cielos, y Aelin y Aedion encontraron pocos peligros en el suelo
mientras cruzaban los valles y llanuras de las bajas tierras de Terrasen.

Poco quedaba del alguna vez rico territorio.

Aelin trató de no pensar en ello demasiado, en las haciendas raídas, las granjas abandonadas, las
caras delgadas de las personas cada vez que se aventuraban en la ciudad, con capas y disfrazados,
por los suministros que se necesitaban desesperadamente. A pesar de que se había enfrentado a la
oscuridad y resurgido llena de luz, susurró una voz en su cabeza, Tú has hecho esto, tú hiciste esto,
tú hiciste esto.

Esa voz a menudo sonaba como el tono glacial de Weylan Darrow.

Aelin dejó piezas de oro en su camino, escondido bajo una taza de té ofrecido a ella y Aedion en una
mañana tormentosa; lo dejo en la caja de pan de un agricultor que les había dado rodajas y un poco
de carne para Lysandra en forma de halcón; lo deslizó en el cajón de monedas de un posadero que
les había ofrecido un recipiente adicional gratis de estofado al ver la rapidez con la que se comieron
su almuerzo.

Pero el oro no aliviaba las grietas en su corazón, la horrible voz que la atormentaba en su vigilia y
en sus sueños.

Para el momento en el que llegaron a la antigua ciudad portuaria de Ilium una semana más tarde,
había parado de dejar oro.

Se había empezado a sentir más como un soborno. No para su gente, que no tenían la menor idea
que había estado entre ellos, sino para su propia conciencia.

Las llanuras verdes finalmente se transformaron en costas rocosas, áridas millas antes de que la
ciudad de paredes blancas se levantara entre el mar de un color turquesa pálido y la amplia desem-
bocadura del río Florine que serpenteaba hacia el interior, todo el camino hasta Orynth. El pueblo
de Illium era tan antiguo como Terrasen, y probablemente había sido olvidado por los comerci-
antes y la historia si no fuera por el templo en ruinas en el borde del noreste de la ciudad, atrayendo
peregrinos para mantenerlo floreciendo.

Se le llamaba , El Templo de la Piedra, había sido construido en torno a la misma roca donde Bran-
non había colocado su pie por primera vez sobre el continente antes de navegar por el río Florine
hacia su fuente en la base de los Staghorns. Cómo la Gente Pequeña supo cómo conservar el templo
para ella, no tenía idea.

El corpulento y expansivo templo de Ilium se había erigido en un pálido acantilado con vistas im-
ponentes del tormentoso y bello pueblo detrás de él y el océano infinito más allá, tan azul que hacia
recordar a Aelin las aguas tranquilas del Sur.

Aguas a donde Rowan y Dorian deberían estar dirigiéndose, si tenían suerte. Aelin trató de no pen-
sar en eso, tampoco. Sin el príncipe Fae a su lado, había un horrible silencio sin fin.

Casi tan silencioso como las blancas paredes de la ciudad, y las personas en su interior. Encapu-
chados y armados hasta los dientes debajo de sus pesadas capas, Aelin y Aedion atravesaban las
puertas abiertas, no más de dos cautelosos peregrinos en su camino hacia el templo. Disfrazados
por discreción, y por el hecho de que Illium estaba ahora bajo la ocupación Adarlaniana.

Lysandra había traído la noticia esa mañana después de volar por delante, deteniéndose en forma
humana sólo el tiempo necesario para informarles.

—Deberíamos haber ido al norte hacia Eldrys —murmuró Aedion mientras cabalgaban junto a un
grupo de centinelas de rostro duro en armadura Adarlaniana, los soldados solamente mirando ha-
cia ellos para notar el observador halcón con nariz afilada posado en el hombro de Aelin. Ninguno
señaló el escudo oculto entre las alforjas de Aedion, cuidadosamente oculto por los pliegues de la
capa. O las espadas que ambos habían ocultado también. Damaris estaba donde había sido guar-
dada durante estas semanas en el camino: atada debajo de las pesadas bolsas que contenían los
antiguos libros de hechizos que había tomado prestados de biblioteca real de Dorian en Rifthold—.
Todavía podemos dar la vuelta.

Aelin le lanzó una mirada por debajo de las sombras de su capucha.

—Si piensas por un momento que voy a dejar esta ciudad en manos de Adarlan, puedes irte al infi-
erno —Lysandra chasqueó su pico en señal de acuerdo.

La Gente Pequeña no se había equivocado al enviar el mensaje de venir aquí, su conservación del
templo era casi perfecta. A través de cualquier magia que poseían, habían previsto las noticias
mucho antes de que llegaran a Aelin en el camino: Rifthold había caído, su rey había desaparecido
y la ciudad era saqueada por las brujas. Alentado por esto, y por el rumor de que ella no estaba to-
mando de nuevo su trono, sino más bien huyendo, el Señor de Meah, el padre de Roland Havilliard
y uno de los señores más poderosos de Adarlan, se había marchado con su guarnición de tropas
más cerca de la frontera en Terrasen. Y reivindicado este puerto para sí mismo.

—Cincuenta soldados están acampando aquí —le advirtió Aedion a ella y a Lysandra.
La cambiaformas solo hinchó sus plumas como diciendo, ¿Y?

Su mandíbula se apretó.

—Créeme, quiero un pedazo de ellos, también. Pero…

—No me estoy escondiendo en mi propio reino —intervino Aelin—. Y no voy a irme sin enviar un
recordatorio de a quien le pertenece esta tierra.

Aedion se mantuvo en silencio mientras doblaban por la esquina, dirigiéndose hacia la pequeña
posada junto al mar que Lysandra también había explorado esa mañana. En el otro lado de la ciu-
dad desde el templo.

El templo que los soldados tenían el coraje de usarlo como cuartel.

—¿Se trata de enviar un mensaje a Adarlan, o a Darrow? —Preguntó Aedion al fin.

—Se trata de liberar a mi pueblo, que ha tenido que lidiar con estos Adarlanianos de mierda por
demasiado tiempo —espetó Aelin, mientras controlaba las riendas de su yegua en el patio de la
posada. Las garras de Lysandra se clavaron en su hombro en un silencioso acuerdo. A unos metros
más allá de la desgastada pared del patio, el mar brillaba como un zafiro brillante—. Nos movemos
al caer la noche.

Aedion permaneció en silencio, con el rostro parcialmente oculto mientras el propietario de la


posada se escabullía y les aseguraba una habitación para la noche. Aelin dejó que su primo se in-
quietara un poco, manteniendo su magia bajo control. Ella no había liberado nada esa mañana,
deseando tener toda su fuerza para lo que iban a hacer esta noche, pero la tensión ahora tiró de
ella, una picazón sin alivio, un filo que no podía controlar.

Sólo cuando estaban instalados en su pequeña habitación de dos camas, y Lysandra se sentó en el
alféizar de la ventana, Aedion dijo:

—Aelin, sabes que ayudaré, sabes que quiero a estos bastardos fuera de aquí. Pero la gente de Ilium
ha vivido aquí durante siglos, conscientes de que en la guerra, son los primeros en ser atacados.

Y estos soldados podrían fácilmente volver tan pronto se fueran, él no necesitaba agregar.

Lysandra picoteó la ventana, una solicitud tranquila. Aelin se acercó, abrió la ventana para dejar
entrar la brisa del mar en revoloteo.

—Los símbolos tienen poder, Aedion —dijo ella, mirando a la cambiaformas mientras abanicaba
sus moteadas alas. Ella había leído libros y libros sobre eso durante la ridícula competencia en
Rifthold.

Él resopló.

—Lo sé. Créeme, los he usado como una ventaja para mí tan a menudo como pudiera —acarició
la empuñadura de hueso de la Espada de Orynth para dar énfasis—. Ahora que lo pienso, le dije
exactamente lo mismo una vez a Dorian y a Chaol —él negó con la cabeza ante el recuerdo.
Aelin simplemente se apoyó en el alféizar de la ventana.

—Ilium solía ser la plaza fuerte de los Mycenianos.

—Los Mycenianos no son más que un mito, ellos fueron desterrados hace trescientos años. Si estás
buscando un símbolo, ellos son bastante anticuados, y divisores.

Ella lo sabía. Los Mycenianos habían gobernado Ilium no como nobleza, sino como señores del
crimen. Y durante una guerra hace mucho tiempo, su letal flota había sido tan crucial para ganar
que habían sido declarados legítimos por el rey que gobernaba en ese momento. Hasta que habían
sido exiliados siglos después por su negativa a acudir en ayuda de Terrasen en otra guerra.

Se encontró con la mirada de ojos verdes de Lysandra mientras la cambiaformas bajaba sus alas,
suficientemente frías. Ella había estado distante en el camino esta semana, prefiriendo las plumas
o pelaje en vez de la piel. Tal vez debido a que alguna pieza de su corazón ahora cabalgaba hacia
Orynth con Ren y Murtaugh. Aelin acarició la sedosa cabeza de su amiga.

—Los Mycenianos abandonaron a Terrasen para que no murieran en una guerra en la que no
creían.

—Y se separaron y desaparecieron poco después, para no ser vistos de nuevo —respondió Aedi-
on—. ¿Cuál es tu punto? ¿Crees que liberando a Illium los convocará de nuevo? Ellos están lejos,
Aelin, y sus dragones de mar con ellos.

De hecho, no había ninguna señal en cualquier lugar en esta ciudad de la legendaria flota y guer-
reros que habían navegado a las guerras a través de mares distantes y violentos, que habían de-
fendido estas fronteras con su propia sangre derramada sobre las olas más allá de las ventanas. Y
la sangre de sus dragones de mar, siendo tanto aliados como armas. Sólo cuando el último de los
dragones había muerto, con el corazón roto por haber sido desterrados de las aguas de Terrasen,
los Mycenianos habían verdaderamente estado perdidos. Y sólo cuando los dragones de mar re-
gresaran los Mycenianos, también, volverían a casa. Al menos eso era lo que sus antiguas profecías
afirmaban.

Aedion comenzó a quitar las hojas adicionales ocultas en sus alforjas, a excepción de Damaris, y
las ató, una por una. Comprobó dos veces que el cuchillo de Rowan estuviera asegurado a su lado
antes de que dijera a Aelin y Lysandra, aún junto a la ventana:

—Sé que las dos tienen la creencia de que los hombres estamos aquí para proveerles con una bonita
vista y comida, pero yo soy un general de Terrasen. Tenemos que encontrar un ejército, no gastar
nuestro tiempo persiguiendo fantasmas. Si no conseguimos una horda para ir al Norte a mediados
de otoño, las tormentas de invierno nos mantendrán alejados por tierra y mar.

—Si estás tan versado en que los símbolos tienen poder, Aedion —dijo ella—, entonces sabes porque
qué Ilium es vital. No podemos permitir que Adarlan lo domine. Por una docena de razones —ees-
taba segura de que su primo ya había calculado todas ellas.

—Entonces recupera la ciudad —desafió Aedion—. Pero nosotros necesitamos zarpar en la madru-
gada —los ojos de su primo se estrecharon—. El templo. Es también por el hecho que tomaron el
templo, ¿no es así?
—Ese templo es mi derecho de nacimiento —dijo Aelin—. No puedo permitir que este insulto quede
impune —ella movió sus hombros. Revelar sus planes, explicarse a ella misma… Necesitaría algún
tiempo para acostumbrarse. Pero había prometido que iba a tratar de ser más abierta... acerca de
su conspiración. Y por esta cuestión, al menos, ella podría ser más abierta—. Tanto para Adarlan
como para Darrow. No si un día pienso reclamar mi trono.

Aedion lo consideró. Luego resopló, un atisbo de sonrisa en su rostro.

—Una reina indiscutible, no sólo de sangre, sino también de leyendas —su cara se mantuvo con-
templativa—. Tú serías la reina indiscutible si pudieras hacer que la llama del rey floreciera de
nuevo.

—Lástima que Lysandra sólo puede cambiarse a sí misma y no a las cosas —murmuró Aelin. Lysan-
dra chasqueó su pico en acuerdo, hinchando sus plumas.

—Dicen que la llama del rey floreció una vez durante el reinado de Orlon —reflexionó Aedion—.
Sólo una flor, que se encuentra en Oakwald.

—Lo sé —dijo Aelin en voz baja—. La mantuvo dentro de un cristal en su escritorio —todavía re-
cordaba las pequeñas flores de color rojo y naranja, tan simples en su creación, pero tan vibrantes
que siempre le habían quitado el aliento. Habían florecido en los campos y en las montañas en todo
el reino el día en que Brannon puso un pie en este continente. Y durante siglos después, si alguna
vez se encontró una solitaria flor, el soberano actual era considerado bendecido, el reino verdader-
amente en paz.

Antes de que la flor fuera descubierta en la segunda década del reinado de Orlon, la última había
sido vista noventa y cinco años antes. Aelin tragó saliva.

—¿Acaso Adarlan…?

—Darrow la tiene —dijo Aedion—. Fue la única cosa de Orlon que consiguió antes de que los sol-
dados tomaran el palacio.

Aelin asintió, su magia parpadeando en respuesta. Incluso la Espada de Orynth había caído en las
manos de Adarlan, hasta que Aedion la había ganado de nuevo. Sí, su primo entendía quizás más
que cualquier otra persona el poder que un solo símbolo podía ejercer. Cómo la pérdida o la reivin-
dicación de uno podrían quebrar o reunir un ejército, un pueblo.

Suficiente, era suficiente la destrucción y el dolor infligido a su reino.

—Vamos —dijo a Lysandra y Aedion, en dirección a la puerta—. Será mejor que comamos antes de
levantar el infierno.
Capítulo 13
Traducido por Yunn Hedz

Corregido por Cotota

Había pasado un largo tiempo desde que Dorian había visto tantas estrellas.

Muy por detrás de ellos, el humo todavía manchaba el cielo, las columnas iluminadas por la luz de
la luna creciente. Al menos los gritos se habían desvanecido hacía millas atrás. Junto con el batir
de poderosas alas.

Sentado detrás de él en el bote de un solo mástil, el Príncipe Rowan Whitethorn contemplaba la


extensa y negra calma del mar. Estaban navegando hacia el sur, empujados por la propia magia
del príncipe, hacia las Islas Muertas. El guerrero Fae los había hecho llegar rápidamente a la costa,
donde no había tenido ningún reparo sobre robar el barco, mientras que su propietario estaba en-
focado en la cubierta de pánico de la ciudad en el oeste. Y todo el tiempo, Dorian había estado en
silencio, inútil. Tal como lo había sido mientras que su ciudad era destruida, su pueblo asesinado.

—Deberías comer —dijo Rowan desde el otro extremo de la pequeña embarcación.

Dorian miró hacia el saco de suministros que Rowan también había robado. Pan, queso, man-
zanas, pescado seco... El estómago de Dorian se revolvió.

—Fuiste atravesado por una púa envenenada —dijo Rowan, su voz no más fuerte que las olas romp-
iendo contra su barco mientras el rápido viento los empujaba desde atrás—. Tu magia se drenó
mientras te mantenía vivo y caminando. Es necesario que comas, o de lo contrario no la vas a re-
poner —una pausa—. ¿Acaso Aelin no te advirtió sobre eso?

Dorian tragó.

—No. En realidad, no tuvo el tiempo para enseñarme acerca de la magia —miró hacia la parte tra-
sera del barco, donde Rowan se sentó con una mano apoyada en el timón. La vista de esas orejas
puntiagudas era todavía un shock, incluso meses después de reunirse con el hombre. Y el cabello
plateado…

No como el pelo de Manon, que era de un blanco puro de la luz de luna sobre la nieve.

Se preguntó qué había sido de la Líder del Ala, a quién había matado por él, por qué lo había per-
donado.

No perdonado. Rescatado.

Él no era un tonto. Sabía que lo había hecho por razones que serían beneficiosas para ella. Ella era
tan diferente a él como el guerrero que estaba sentado en el otro extremo de la barca, incluso aún
más.

Y, sin embargo, esa oscuridad, esa violenta, cruda y honesta forma de mirar el mundo... no habría
secretos con ella. No habría mentiras.

—Necesitas comer para mantener tu fuerza —Rowan continuó—. Tu magia se alimenta de tu en-
ergía, se alimenta de ti. Mientras más descansado estés, mayor es la fuerza. Aún más importante,
mayor es el control. Tu poder es tanto parte de ti como la magia en sí. Si se deja a sus propias
necesidades, te consumirá, te usará como una herramienta —los dientes de Rowan destellaron
mientras sonreía—. A cierta persona que conocemos le gusta desviar su poder, usarlo en cosas
frívolas para mantener su control —Dorian podía sentir la mirada de Rowan inmovilizándolo como
un golpe físico—. La elección es tuya de cuánto lo permites en tu vida, cómo usarlo, pero dejar pas-
ar demasiado tiempo sin dominarla, Majestad, y te destruirá.

Un escalofrío recorrió la espalda de Dorian.

Y tal vez era el océano abierto, o las infinitas estrellas por encima de ellos, pero Dorian dijo:

—No fue suficiente. Ese día... ese día en que Sorscha murió, no fue suficiente para salvarla —Él
puso las manos en su regazo—. Sólo desea destruir.

Se hizo el silencio, por tiempo suficiente para que Dorian se preguntara si Rowan se había quedado
dormido. No se había atrevido a preguntar cuando el príncipe durmió por última vez; ciertamente
había comido lo suficiente como lo haría un hombre muerto de hambre.

—Yo no estuve allí para salvar a mi compañera cuando fue asesinada, tampoco —dijo Rowan por
fin.

Dorian se enderezó. Aelin le había dicho muchas cosas acerca de la historia del príncipe, pero no
esto. Supuso que no era su secreto, su pena para compartir.

—Lo siento —dijo Dorian.

Su magia había sentido el vínculo entre Aelin y Rowan, el vínculo que iba más allá de sangre, de su
magia, y él había asumido que era simplemente porque eran compañeros, y no querían decirle a
todo el mundo. Pero si Rowan ya tenía una compañera, y la había perdido...

Rowan dijo:

—Vas a odiar el mundo, Dorian. Te vas a odiar a ti mismo. Vas a odiar tu magia, y odiarás cualquier
momento de paz o la felicidad. Pero yo tenía el lujo de un reino en paz y no dependiendo de mí. Tú
no.

Rowan cambió el timón, ajustando su curso para adentrarse en el mar ya que la costa sobresalía a
su encuentro, una pared ascendente de acantilados. Él sabía que viajaban con rapidez, pero tenían
que estar casi a medio camino de la frontera sur, y viajando mucho más rápido sin darse cuenta
bajo el amparo de la oscuridad.

Dorian dijo al fin:


—Soy el soberano de un reino roto. Mi gente no sabe quién los gobierna. Y ahora que estoy huy-
endo... —él negó con la cabeza, el agotamiento royendo sus huesos—. ¿Le he entregado mi reino a
Erawan? ¿Qué, qué puedo hacer desde aquí?

El crujido de la nave y la corriente de agua eran los únicos sonidos.

—Tu pueblo sabe que no estabas entre los muertos. Depende de ti decirles cómo interpretarlo, si es
que deben verlo como que los abandonaste, o si quieres que te vean como un hombre que se está
yendo para encontrar ayuda, para salvarlos. Debes dejarlo claro.

—Al ir a las Islas Muertas.

Un movimiento de cabeza.

—Aelin, cómo era de esperar, tiene una tensa historia con el Señor Pirata. Tú no. Está en tu mejor
interés hacer que te vea como un aliado ventajoso. Aedion me dijo una vez que las Islas Muertas
fueron invadidas por el general Narrok y varias de las fuerzas de Erawan. Rolfe y su flota huyeron,
y aunque Rolfe es ahora una vez más el gobernante de la Bahía de la Calavera, esa desgracia podría
ser tu camino con él. Convéncelo de que no eres el hijo de tu padre, y que le otorgarás a Rolfe y a
sus piratas privilegios.

—¿Quieres decir convertirlos en corsarios?

—Tienes el oro, tenemos oro. Si prometiendo dinero a Rolfe y rienda suelta para saquear los barcos
de Erawan nos asegura una armada en el sur, seríamos tontos si no lo hacemos.

Dorian consideró las palabras del príncipe.

—Nunca he conocido a un pirata.

—Conociste a Aelin cuando ella todavía estaba fingiendo ser Celaena —dijo Rowan con sequedad—.
Te puedo prometer que Rolfe no será mucho peor.

—Eso no es tranquilizador.

Una risa resopló. Se hizo el silencio entre ellos de nuevo. Por fin, Rowan dijo:

—Lo siento, sobre Sorscha.

Dorian se encogió de hombros, y se odió a sí mismo por el gesto, como si disminuyera lo que
Sorscha había significado, lo valiente que había sido, lo especial.

—Sabes —dijo—, a veces me gustaría que Chaol estuviera aquí, para ayudarme. Y a veces me alegro
de que no lo esté para que no estuviera en riesgo de nuevo. Estoy contento de que esté en Antica
con Nesryn —estudió al príncipe, las letales líneas de su cuerpo, la quietud depredadora con la que
estaba sentado, incluso cuando estaba a cargo de su barco—. ¿Podrías…podrías enseñarme acerca
de la magia? No todo, quiero decir, pero… lo que pudieras, siempre que podamos.

Rowan lo consideró por un momento, y luego dijo:


—He conocido a muchos reyes en mi vida, Dorian Havilliard. Y es raro el hombre que pidió ayuda
cuando la necesitaba, que tenía que dejar a un lado el orgullo.

Dorian estaba bastante seguro de que su orgullo había sido destrozado bajo las garras del príncipe
Valg.

—Te voy a enseñar todo lo que pueda antes de llegar a la Bahía de la Calavera —dijo Rowan—. Po-
demos encontrar a alguien que haya escapado de los asesinos, alguien que pueda enseñarte más
que yo.

—Le enseñaste a Aelin.

Una vez más, el silencio. Entonces:

—Aelin es mi corazón. Le enseñé lo que sabía, y funcionó porque nuestras magias se comprend-
ieron entre sí en el fondo, del mismo modo que lo hicieron nuestras almas. Eres... diferente. Tu
magia es algo que rara vez me he encontrado. Necesitas a alguien que lo entienda, o al menos que
te entrene. Pero yo puedo enseñarte el control; te puedo enseñar acerca de llegar hasta el fondo de
tu poder, y cuidar de ti mismo.

Dorian le dio las gracias.

—La primera vez que conociste a Aelin, ¿sabías que….?

Un resoplido.

—No. Dioses, no. Quisimos matarnos el uno al otro —la diversión parpadeó—. Ella estaba... en un
lugar muy oscuro. Los dos lo estábamos. Pero ambos guiamos al otro fuera de él. Encontramos
una forma, juntos.

Por un latido del corazón, Dorian sólo podía mirar. Como si leyera su mente, Rowan dijo:

—Vas a encontrar tu camino, también, Dorian. Vas a encontrar la salida.

No tenía las palabras adecuadas para transmitir lo que había en su corazón, por lo que suspiró
hacia el estrellado cielo infinito.

—Hacia la Bahía de la Calavera, entonces.

La sonrisa de Rowan fue en destelló blanco en la oscuridad.

—Hacia la Bahía de la Calavera.


Capítulo 14
Traducido por Yunn Hedz

Corregido por Cotota

Vestido en color negro-batalla de la cabeza a los pies, Aedion Ashryver se mantuvo en las sombras
de la calle al otro lado del templo y observó a su prima escalar el edificio junto a él.

Ya habían asegurado un pasaje en un barco para mañana por la mañana, junto con otro barco men-
sajero para navegar a Wendlyn, con cartas suplicando a los Ashryvers por ayuda firmados tanto
por Aelin como por el propio Aedion. Debido a lo que habían aprendido hoy...

Había estado en Ilium suficientes veces en la última década para saber su camino alrededor. Por lo
general, él y su Perdición acampaban afuera de las paredes de la ciudad y disfrutaban tan a fondo
en las tabernas que habían terminado vomitando en su propio casco la mañana siguiente. Un leja-
no llanto del silencio de asombro se oía mientras que él y Aelin habían caminado por las polvori-
entas y pálidas calles, disfrazados y poco sociables.

En todas esas visitas a la ciudad, él nunca se había imaginado que atravesaría esas calles con su
reina, o que su rostro sería tan serio mientras veía a las personas asustadas e infelices, las cicatrices
hechas de la guerra.

No hubo flores lanzadas en su camino, no hubo trompetas que cantaran su regreso. Sólo el oleaje
del mar, el aullido del viento, y el sol abrasador por encima de ellos. Y la rabia ondulando de Aelin
a la vista de los soldados estacionados alrededor de la ciudad…

Todos los extraños eran observados lo suficiente que habían tenido que tener cuidado al proteger
su nave. Para la ciudad, el mundo, estarían abordando la Dama de Verano a media mañana, en
dirección norte hacia Suria. Pero en su lugar estarían escabulléndose en el Cantor del Viento justo
antes del amanecer para navegar hacia el sur llegado el amanecer. Habían pagado en oro el silencio
del capitán.

Y su información. Habían estado a punto de salir de la cabina del hombre cuando él había dicho:

—Mi hermano es un comerciante. Se especializa en las mercancías procedentes de tierras lejanas.


Él me trajo noticias la semana pasada de que varios barcos fueron vistos reuniéndose a lo largo de
la costa occidental del territorio Fae.

Aelin había preguntado:

—¿Para navegar hacia aquí? —al mismo tiempo que Aedion había exigido:

—¿Cuántos barcos?
—Cincuenta, todos barcos de guerra —el capitán había dicho, mirándolos con cuidado. Sin duda
asumiendo que eran agentes de una de las muchas coronas en juego en esta guerra—. Un ejército
de guerreros Fae acampaban en la playa más allá. Parecían estar esperando la orden para zarpar.

La noticia probablemente se difundió rápidamente. Causando pánico a la gente. Aedion había es-
crito una nota para enviar advertencias a su segundo de preparar a la Perdición, y contrarrestar los
salvajes rumores.

El rostro de Aelin había palidecido un poco, y él apoyó una mano firme entre sus omóplatos. Pero
ella sólo se había tensado más ante su contacto y le preguntó al capitán:

—¿Su hermano tiene la sensación de que la reina Maeve se ha aliado con Morath, o que ella está
viniendo para ayudar Terrasen?

—Ninguno —el capitán interrumpió—. Él solo navegaba cerca, aunque si la armada estaba
desplegada así, dudo que era secreto. No sabemos nada más, tal vez las naves eran para otra guerra.

La cara de su reina no demostraba nada en la oscuridad de la capucha. Aedion hizo lo mismo.

Excepto que su rostro se había mantenido de esa manera todo el camino de vuelta, y en las horas
desde entonces, cuando habían afilado sus armas y luego se deslizaron de nuevo a las calles bajo
el amparo de la oscuridad. Si Maeve de hecho estaba reuniendo un ejército para hacerles frente...

Aelin se detuvo en lo alto del techo, la brillante empuñadura de Goldryn envuelta en una tela para
ocultar su resplandor, y Aedion miró entre su figura oscura y las patrullas de vigilancia de Adarlan
patrullando las paredes del templo metros abajo.

Pero su prima volvió la cabeza hacia el mar, como si pudiera ver todo el camino hasta llegar a Maeve
y su flota en espera. Si la perra inmortal se había aliado con Morath... Seguramente Maeve no sería
tan estúpida. Tal vez los dos gobernantes oscuros se destruirían mutuamente en su búsqueda de
poder. Y es probable que destruyeran este continente en el proceso.

Sin embargo, un Rey Oscuro y una Reina Oscura unidos contra la Portadora de Fuego…

Tenían que actuar con rapidez. Cortar la cabeza de una serpiente antes de tratar con la otra.

Hubo un gruñido entre dientes, y Aedion miró hacia donde Lysandra esperaba detrás de él, a la es-
pera de la señal de Aelin. Ella estaba en su ropa de viaje, un poco gastada y sucia. Ella había estado
leyendo un libro de aspecto antiguo en toda la tarde. Criaturas Olvidadas de lo Profundo o como
se llamará. Una sonrisa tiró de sus labios mientras se preguntaba si ella lo había tomado prestado
o robado.

La dama miró hacia donde Aelin seguía de pie en el techo, nada más que una sombra. Lysandra se
aclaró la garganta un poco y dijo en una voz demasiado baja para que cualquiera pudiera escuchar,
ya sea la reina o los soldados en la calle:

—Aceptó el decreto de Darrow con demasiada calma.

—Difícilmente llamaría a todo esto calma —pero él sabía lo que la cambia formas quería decir. Des-
de que Rowan se había ido, desde que había llegado la noticia de la caída de Rifthold, Aelin había
estado presente la mitad del tiempo. Distante.

Los pálidos ojos verdes de Lysandra lo inmovilizaron en el suelo.

—Es la calma antes de la tormenta, Aedion.

Cada uno de sus instintos depredadores se animó.

Los ojos de Lysandra se movieron de nuevo a la esbelta figura de Aelin.

—Una tormenta se acerca. Una gran tormenta.

No las fuerzas acechándose en Morath, no Darrow conspirando en Orynth o Maeve reuniendo su


armada, pero la mujer en ese techo, las manos apoyadas en el borde mientras se ponía en cuclillas.

—¿No tienes miedo de...? —él no podía decir el resto. De algún modo se había acostumbrado a
tener a la cambia formas cuidando de la espalda de Aelin, había encontrado la idea poderosamente
atractiva. Rowan a su derecha, Aedion a su izquierda, Lysandra a su espalda: nada ni nadie podría
llegar a su reina.

—No, no, nunca —dijo Lysandra. Algo se tranquilizó en su pecho—. Pero cuanto más lo pienso,
más... más parece que todo esto ya fue planeado, establecido hace mucho tiempo. Erawan tuvo
décadas antes de que Aelin naciera para atacar, décadas en las que nadie con sus poderes, o con los
de Dorian, existió para desafiarlo. Sin embargo, el destino o la fortuna quisieron que él se moviera
ahora. En el momento en que una Portadora de Fuego camina sobre la tierra.

—¿A dónde quieres llegar? —él había considerado todo esto antes, durante esas largas vigilancias
en la carretera. Todo era horrible, imposible, pero, muchas cosas en sus vidas desafiaban la lógica
o la normalidad. La cambia formas junto a él lo demostraba.

—Morath está desatando sus horrores —dijo Lysandra—. Maeve se mueve a través del mar. Dos
diosas caminan de la mano con Aelin. Más que eso, Mala y Deanna han velado por ella toda de su
vida. Pero tal vez no la vigilan. Tal vez...la están moldeando. Para que un día la puedan desatar,
también. Y me pregunto si los dioses han pesado los costos de esa tormenta. Y si consideran que
las bajas valen la pena.

Un escalofrío se deslizó por su espina dorsal.

Lysandra continuó, en voz tan baja que Aedion se preguntó si no temía que la reina escuchará, pero
sí los dioses:

—Aún tenemos que ver el alcance total de la oscuridad de Erawan. Y creo que todavía tenemos que
ver el alcance total del fuego de Aelin.

—Ella no es un inconsciente peón —él desafiaría a los dioses, encontraría una manera de matarlos,
si amenazaban Aelin, si consideraban estas tierras como un digno sacrificio para derrotar al Rey
Oscuro.
—¿Es realmente tan difícil para ti estar de acuerdo conmigo por una sola vez?

—Nunca estoy de acuerdo.

—Siempre tienes una respuesta para todo —ella sacudió la cabeza—. Eres insoportable.

Aedion sonrió.

—Es bueno saber que finalmente estoy consiguiendo meterme debajo de tu piel. ¿O son pieles?

Ese asombrosamente bello rostro se volvió positivamente malvado.

—Cuidado, Aedion. Muerdo.

Aedion se inclinó un poco más cerca. Él sabía que había líneas con Lysandra, sabía que había
límites que no cruzaría, no empujaría. No después de lo que ella había soportado desde la infancia,
no después de que había recuperado su libertad. No después de lo que había pasado, también.

Incluso si él aún no le había dicho Aelin algo al respecto. ¿Cómo podría hacerlo? ¿Cómo podía ex-
plicar lo que le habían hecho, lo que él se había visto obligado a hacer en esos primeros años de la
conquista?

Pero coquetear con Lysandra era inofensivo, tanto para él como para la cambia formas. Y dioses,
era bueno hablar con ella durante más de un minuto entre las formas. Así que chocó sus dientes y
le dijo:

—Es bueno que sepa cómo hacer que las mujeres ronroneen.

Ella se rio en voz baja, pero el sonido murió mientras miraba hacia su reina de nuevo, la brisa del
mar moviendo su sedoso cabello oscuro.

—En cualquier momento —le advirtió.

A Aedion le importaba una mierda lo que pensaba Darrow, de lo que se había burlado. Lysandra
había salvado su vida, había luchado por su reina y había puesto todo en la línea, incluyendo a su
pupila, para rescatarlo de la ejecución y reunirlo con Aelin. Había visto con qué frecuencia los ojos
de la cambia formas se precipitaban detrás de ellos los primeros días, como si pudiera ver a Evan-
geline con Murtaugh y Ren. Él incluso sabía que parte de ella se quedó con la chica, al igual que
una parte de Aelin se quedó con Rowan. Se preguntó si alguna vez lo sentiría, ese grado de amor.

Por Aelin, sí, pero... era una parte de él, así como sus órganos eran una parte de él. Nunca había
sido una opción, como el desinterés de Lysandra con esa niña había sido, como Rowan y Aelin se
habían escogido entre sí. Tal vez era estúpido considerarlo, teniendo en cuenta lo que había sido
entrenado para hacer y lo que les esperaba en Morath, pero... Él nunca lo diría en mil años, pero
mirando a Aelin y Rowan, a veces los envidiaba.

Ni siquiera quería pensar en qué más Darrow había querido decir, que una unión entre Wendlyn
y Terrasen se había intentado hace más de diez años, con el matrimonio entre él y Aelin siendo el
precio de venta, sólo para ser rechazado por sus parientes a través del mar.
Amaba a su prima, pero la idea de tocarla de esa manera hizo que su estómago se revolviera. Tenía
la sensación de que ella devolvía el sentimiento.

Ella no le había mostrado la carta que había escrito a Wendlyn. No se le había ocurrido hasta ahora
pedirle verla. Aedion miró fijamente la figura solitaria ante la inmensidad del oscuro mar.

Y se dio cuenta de que no quería saber.

Era un general, un guerrero perfeccionado por la sangre y la rabia y la pérdida; había visto y hecho
cosas que todavía lo despertaban, noche tras noche, pero...No quería saber. Aún no.

Lysandra dijo:

—Debemos salir antes del amanecer. No me gusta el olor de este lugar.

Él inclinó la cabeza hacia los cincuenta soldados acampado dentro de las paredes del templo.

—Obviamente.

Pero antes de que pudiera hablar, llamas azules brillaron en las puntas de los dedos de Aelin. La
señal.

Lysandra cambió a un leopardo fantasma, y Aedion se desvaneció en las sombras mientras que ella
soltó un rugido que despertó a las casas cercanas. La gente se derramó fuera de sus puertas mien-
tras que los soldados abrían las puertas al templo para ver de qué se trataba la conmoción.

Aelin estuvo fuera de la azotea en un par de ágiles maniobras, aterrizando con una felina gracia
mientras que los soldados salían a la calle, con las armas hacia fuera y los ojos muy abiertos.

Esos ojos crecieron cuando Lysandra se escabulló al lado de Aelin, gruñendo. Cuando Aedion se
puso a caminar a su otro lado. Juntos, se quitaron las capuchas. Alguien jadeó detrás de ellos.

No por sus cabellos de oro, sus caras. Pero por la mano envuelta en llamas azules mientras que
Aelin la levantaba por encima de su cabeza y decía a los soldados que les apuntaban con ballestas:

—Fuera de mi templo.

Los soldados parpadearon. Uno de los habitantes del pueblo detrás de ellos comenzó a llorar cuan-
do una corona de fuego apareció en lo alto del cabello de Aelin. Cuando poco a poco la tela que
cubría a Goldryn se quemaba y el rubí brillaba de color rojo sangre.

Aedion sonrió a los bastardos Adarlanianos, desenganchó el escudo de su espalda, y dijo:

—Mi señora les da una opción: váyanse ahora... o nunca se irán.

Los soldados se miraron. La llama alrededor de la cabeza de Aelin quemó más brillante, un faro en
la oscuridad. Los símbolos de hecho tienen poder.

Allí estaba ella, coronada por llamas, una fuerza contra la noche. Así que Aedion sacó la espada
de Orynth de su vaina a lo largo de su columna vertebral. Alguien gritó a la vista de la antigua y
poderosa espada.

Cada vez más soldados llenaban el patio del templo más allá de la puerta. Y algunos dejaron caer
sus armas abiertamente, levantando sus manos. Retrocediendo.

—Cobardes desgraciados —gruñó un soldado, moviéndose hacia el frente. Un comandante, por las
decoraciones en su uniforme rojo y dorado. Humano. No había anillos negros en ninguno de ellos.
Su labio se curvó al contemplar a Aedion, el escudo y la espada con un ángulo listo para atacar—.
El Lobo del Norte —la mueca se profundizó—. Y la perra respiradora de fuego.

Aelin, a su crédito, sólo parecía aburrida. Y como había dicho la última vez a los soldados humanos
reunidos allí, cambiando el peso de pie:

—Vivan o mueran; es su elección. Pero decídanse ahora.

—No le hagan caso a la perra —rompió el comandante—. Simples trucos de salón, dijo el Señor de
Meah.

Pero otros cinco soldados dejaron caer sus armas y corrieron. Corriendo directamente hacia las
calles.

—¿Alguien más? —preguntó Aelin en voz baja.

Treinta y cinco soldados permanecieron, con armas hacia fuera, rostros serios. Aedion había lucha-
do en contra y junto a estos hombres. Aelin lo miró cuestionándolo. Aedion asintió. El comandante
tenía sus garras en ellos, sólo se retirarían cuando el hombre lo ordenara.

—Ven entonces. Vamos a ver lo que tienes que ofrecer —se burló el comandante—. Tengo a la pre-
ciosa hija de un granjero con la que quiero terminar.

Como si estuviera soplando una vela, Aelin exhaló una bocanada hacia el hombre.

En primer lugar, el comandante se quedó en silencio. Como si cada pensamiento, cada sentimiento
se hubiera detenido. A continuación, su cuerpo parecía más rígido, como si hubiera sido converti-
do en piedra.

Y por un instante, Aedion pensó que el hombre había sido convertido en piedra mientras que su
piel, su uniforme Adarlaniano, se tomaba distintas tonalidades de gris.

Pero a medida que la brisa del mar soplaba, y el hombre simplemente se deshacía en nada más que
cenizas, Aedion se dio cuenta con un poco de shock lo que ella había hecho.

Lo había quemado vivo. De adentro hacia afuera. Alguien gritó.

Aelin se limitó a decir:

—Te lo advertí —unos pocos soldados retrocedieron.

Pero la mayoría mantuvo su posición, el odio y el asco a la magia brillaba, a su reina, a él.
Y Aedion sonrió como lobo cuando levantó la espada de Orynth y se lanzó a sí mismo contra la
línea de soldados de la izquierda que levantaban las armas, Lysandra lanzándose hacia la derecha
con un gruñido gutural, y Aelin haciendo llover llamas de oro y rubí sobre el mundo.

Recuperaron el templo en veinte minutos.

Habían pasado sólo el diez antes de que tuvieran el control, los soldados ya sea muertos o, si se
habían rendido, arrastrados a la mazmorra de la ciudad por los hombres y las mujeres que se
habían unido a la lucha. Los otros diez minutos transcurrieron mientras recorrían el lugar en busca
de atacantes. Pero sólo encontraron sus equipos y negación, y la vista del templo en tan mal estado,
las paredes sagradas talladas con los nombres de los brutos Adarlanianos, las antiguas urnas de
interminable fuego extinguido o utilizado como orinales…

Aelin había dejado a todos ver cuando envió un fuego arrasador por el lugar, tragándose cualquier
rastro de los soldados, la eliminación de años de suciedad y polvo y excrementos de gaviota para
revelar los gloriosos y antiguos grabados debajo, tallados en cada pilar y el paso y la pared.

El complejo del templo se componía de tres edificios alrededor de un enorme patio: los archivos,
la residencia de los sacerdotes muertos hace mucho tiempo, y el templo propiamente como tal,
donde la antigua Roca estaba. Fue en los archivos, la zona más defendible, donde dejó a Aedion
y Lysandra para encontrar algo adecuado para usar como cama, un muro de llamas ahora abarca
todo el sitio.

Los ojos de Aedion todavía brillaban con la emoción de la batalla cuando ella había dicho que
quería un momento a solas cerca de la Roca. Él había luchado muy bien, y ella se aseguró de dejar
algunos hombres con vida para que él pudiera derribarlos. No era el único símbolo aquí esta noche,
no era el único observado.

Y en cuanto a la cambia formas que había atacado a esos soldados con tal salvaje ferocidad... Aelin
la dejó de nuevo en forma de halcón, posada sobre una podrida viga en los cavernosos archivos,
mirando a la enorme representación de un dragón de mar tallado en el suelo, al fin revelada por el
fuego abrasador. Uno de los muchos tallados similares, el patrimonio de un pueblo exiliado desde
hace mucho tiempo.

Desde cualquier espacio en el interior del templo, el romper de las olas en la orilla susurraba o
rugía. No había nada para absorber el sonido, para disminuirlo. Grandes y extensas habitaciones
y patios donde debería haber habido altares y estatuas y jardines de reflexión estaban totalmente
vacíos, el humo de su fuego todavía presente.

Bien. El fuego podría destruir, pero también limpiar.

Ella se arrastró por los terrenos oscurecidos del complejo del templo hacia el más íntimo y sagrado
de los santuarios que se extendía hasta el borde del mar. La luz dorada se filtró en el suelo rocoso
ante las escaleras del santuario, luz de la eternamente-ardiente llama para honrar el don de Bran-
non.

Aún vestida de negro, Aelin era poco más que una sombra mientras atenuaba el fuego a somnolien-
tas brasas y entraba en el corazón del templo.

Una gran pared de mar había sido construida para hacer retroceder la ira de las tormentas de la
propia piedra, pero aun así, el espacio estaba húmedo, el aire lleno de salmuera.

Aelin limpió la masiva antecámara y salió entre los dos gruesos pilares que enmarcaban el santu-
ario interior. En su otro extremo, abierto a la ira del mar más allá, surgía la enorme Roca negra.

Era suave como el cristal, sin duda por las manos reverentes que la habían tocado a lo largo de
milenios, y tal vez tan grande como un vagón de un mercado de granjeros. Sobresalía hacia arriba,
dominando sobre el mar, y la luz de las estrellas rebotaba en su picada superficie de mientras que
Aelin extinguía cada llama con excepción de la única vela blanca que se agitaba en el centro de la
Roca.

Los tallados del templo no revelaron marcas de Wyrd o más mensajes de la Pequeña Gente. Sólo
remolinos y ciervos.

Tendría que hacerlo de la manera antigua, entonces.

Aelin subió las pequeñas escaleras que permitían a los peregrinos acercarse para contemplar la
sagrada Roca, luego subió a ella.
Capítulo 15
Traducido por Yunn Hdez

Corregido por Cotota

El mar pareció detenerse. 

Aelin sacó la llave del Wyrd de su chaqueta, dejándola descansar entre sus pechos mientras se
sentaba en el saliente borde de la piedra y miró hacia el nocturno mar. 

Y esperó. 

Lo plateado de la luna creciente estaba empezando a descender cuando una profunda voz mascu-
lina dijo detrás de ella:

—Te ves más joven de lo que pensaba.

Aelin se quedó mirando el mar, mientras que su estómago se apretó.

—Pero hermosa, ¿verdad?

No oyó ningún paso, pero la voz estaba definitivamente más cerca cuando dijo:

—Al menos mi hija estaba en lo cierto acerca de tu humildad.

—Es curioso, ella nunca dio a entender que tenías sentido del humor.

Un susurro del viento a su derecha, y a continuación, largas y musculadas piernas debajo de una
armadura antigua aparecieron junto a ella, pies calzados con sandalias colgando sobre las olas. Fi-
nalmente se atrevió a volver la cabeza, dándose cuenta que la armadura tenía un cuerpo masculino
de gran alcance y un ancho y hermoso rostro. Él podría haber engañado a cualquiera de que era de
carne y hueso, si no fuera por el pálido resplandor de la luz azul a lo largo de sus bordes. 

Aelin inclinó la cabeza ligeramente hacia Brannon. 

Una media sonrisa era su único reconocimiento, su cabello rubio rojizo cambiante a la luz de la
luna. 

—Una batalla brutal pero eficiente —dijo. 

Ella se encogió de hombros.

—Me dijeron que viniera a este templo. He encontrado que estaba ocupado. Lo desocupé. De nada. 
Sus labios formaron una sonrisa. 

—No me puedo quedar mucho tiempo.

—Pero vas a lograr darme tantas advertencias crípticas cómo sea posible, ¿verdad?

Las cejas de Brannon se levantaron, sus ojos de color coñac arrugándose con diversión. 

—Hice que mis amigos te enviaran un mensaje para venir aquí por una razón, sabes.

—Oh, estoy segura de ello —no se habría arriesgado a reclamar el templo de otra manera—. Pero
primero cuéntame sobre Maeve —había tenido que esperar lo suficiente desde que aventaron su
mensaje en su regazo. Ella tenía sus propias condenadas preguntas. 

La boca de Brannon se apretó.

—Especifica lo que necesitas saber.

—¿Puede ser asesinada?

La cabeza del rey giró hacia ella. 

—Ella es antigua, Heredera de Terrasen. Era antigua cuando yo era un niño. Sus planes son de gran
alcance.

—Lo sé, lo sé. ¿Pero moriría si clavo una cuchilla en su corazón? ¿Si le corto la cabeza? 

Una pausa.

—No sé.

—¿Qué?

Brannon negó con la cabeza. 

—No lo sé. Todo Fae puede morir, sin embargo, ella ha vivido más tiempo que nuestras esperanzas
de vida, y su poder... nadie realmente entiende su poder.

—Pero viajaste con ella para poder recuperar las Llaves…

—No sé. Pero siempre temía mi fuego. Y el tuyo. 

—¿No es Valg, verdad?

Una risa baja. 

—No. Fría como uno, pero no —los bordes de Brannon comenzaron a desdibujarse un poco.

Pero vio la pregunta en sus ojos y asintió para que continuara. 


Aelin tragó, su mandíbula apretándose un poco mientras se obligaba a respirar.

—¿El poder es cada vez más fácil de manejar?

La mirada de Brannon se suavizó un poco.

—Sí y no. Cómo afecta tus relaciones con aquellos a tu alrededor se vuelve más duro que controlar
la fuente de poder, y aun así estás atado a él. La magia no es un regalo fácil en cualquier forma,
sin embargo, el fuego… No quemamos sólo con nuestra magia, sino también con nuestras propias
almas. Para mejor o peor —su atención se desvió hacia Goldryn, mirando por encima del hombro,
y él se rió por la silenciosa sorpresa—. ¿La bestia en la cueva esta muerta?

—No, pero me dijo que te echa de menos y que debes hacerle una visita. Él está solo ahí afuera.

Brannon rió de nuevo.

—Nos hubiéramos divertido juntos, tú y yo.

—Estoy empezando a desear que te hubieran mandado para lidiar conmigo en vez de tu hija. El
sentido del humor debe saltarse una generación. 

Tal vez fue la peor cosa que pudo haber dicho. Porque el sentido del humor al instante desapareció
de ese hermoso rostro moreno, esos ojos de color coñac se volvieron fríos y duros. Brannon agarró
su mano, pero sus dedos atravesaron los de ella, directo hasta la misma piedra.

—La Cerradura, Heredera de Terrasen. Te convocado aquí por ella. En los Pantanos de Piedra, se
encuentra una ciudad hundida, la Cerradura está escondida allí. Es necesaria para unir las llaves
en la destruida Puerta del Wyrd. Es la única manera de conseguir que regresen de nuevo a esa
puerta y sellarla de forma permanente. Mi hija te ruega…

—¿Qué Cerradura…?

—Encuentra la Cerradura. 

—¿Dónde, en los Pantanos de Pierda? No es exactamente una pequeña…

Brannon se había ido. Aelin frunció el ceño y empujó el amuleto de Orynth de regreso en su camisa.

—Por supuesto que hay una maldita Cerradura —murmuró.  

Ella gimió un poco mientras bajaba sus pies, y frunció el ceño hacia el oscuro mar que se estrellaba
a meros metros de distancia. A la reina a través de el, preparando su armada.

Aelin le sacó la lengua. 

—Bueno, si Maeve aun no está preparada para atacar, sin duda esto la va a obligar a hacerlo —Ae-
dion salió detrás de las sombras de un pilar cercano. 

Aelin se puso rígida, siseó. 


Su primo le sonrió, su dentadura blanca.

—¿Crees que no sabía que tenías algo más en la manga de por qué nos trajiste a este templo? ¿O
que en esta primavera en Rifthold no me enseñó nada acerca de tu tendencia a estar planeando
cosas a la vez? 

Ella rodó los ojos, dando un paso fuera de la sagrada piedra y pisando fuerte por las escaleras. 

—Asumo que has oído todo.

—Brannon incluso me guiñó un ojo antes de desaparecer. 

Ella apretó la mandíbula. Aedion apoyó el hombro contra el pilar tallado. 

—Una Cerradura, ¿eh? ¿Y cuando, precisamente, ibas a informarnos sobre este nuevo cambio de
dirección?

Se dirigió hacia él.

—Cuando se me antojara, ahí es cuando. Y no es un cambio en la dirección, todavía no. Tener ali-
ados sigue siendo nuestro objetivo, no las ordenes crípticas de miembros de la realeza muertos.

Aedion se limitó a sonreír. Una ondulación en las oscuras sombras del templo llamó su atención, y
Aelin dejó escapar un suspiro.

—Ustedes dos son honestamente insoportables.

Lysandra se posó en la parte superior de una estatua que estaba cerca y chasqueó su pico con des-
caro. 

Aedion deslizó un brazo alrededor de los hombros de Aelin, guiándola de regreso hacia la destar-
talada residencia dentro del recinto.

—Nueva corte, nuevas tradiciones, dijiste. Incluso para ti. Comenzando con un menor número de
esquemas y secretos que toman años de mi vida cada vez que haces una gran revelación. Aunque
sin duda disfrutamos ese nuevo truco con la ceniza. Muy artístico

Aelin le clavó en el costado.

—No te…

Las palabras se detuvieron cuando unos pasos crujieron sobre la tierra seca del patio cercano. El
viento sopló cerca, llevando un aroma que conocían demasiado bien. 

Valg. Uno poderoso, si es que había entrado a través de su muro de llamas. 

Aelin desvainó a Goldryn mientras que la espada de Aedion chillaba en voz baja, la Espada de
Orynth reluciendo como el acero recién forjado bajo la luz de la luna. Lysandra se mantuvo en alto,
agachándose más en las sombras. 
—¿Vendidos o suerte de mierda? —murmuró Aedion. 

—Probablemente ambas cosas —murmuró Aelin mientras que una figura aparecía a través de dos
pilares.

Era robusto, con un ligero sobrepeso, no toda la belleza imposible que los príncipes Valg preferían
cuando habitaban un cuerpo humano. Pero el inhumano hedor, incluso con ese collar en su ancho
cuello... Por lo tanto mucho más fuerte de lo habitual. 

Por supuesto, Brannon no podría haberse tomado la molestia de advertirle.  

El Valg salió a la luz de los braseros sagrados. 

Los pensamientos se arremolinaban en su cabeza cuando vio su rostro.

Y Aelin sabía que Aedion había tenido razón: sus acciones esta noche habían enviado un mensaje.
Una declaración de su ubicación. Erawan había estado esperando este encuentro mucho más
tiempo que un par de horas. Y el rey Valg sabía ambos lados de su historia.

Porque era el Jefe Supervisor de Endovier quien les sonreía. 

 Ella todavía soñaba con él. 

Con esa rubia cara común mirándola de reojo, mirando a las otras mujeres en Endovier. Con su
risa cuando fue despojada hasta la cintura y azotada en plena luz del día, luego dejada colgada de
sus ataduras en el sol abrasador o el penetrante frío. Con su sonrisa cuando ella fue metida en esos
pozos sin luz; la sonrisa todavía entendida a lo ancho cuando la sacaron de allí días o semanas más
tarde. 

La empuñadura de Goldryn se sentía viscosa en su mano. Fuego quemó al instante a lo largo de


los dedos de la otra. Maldijo a Lorcan por robar de nuevo el anillo de oro, por llevarse esa poca
inmunidad, de redención. 

Aedion estaba mirando entre ellos, leyendo el reconocimiento en sus ojos. 

El Supervisor de Endovier se burló de ella:

—¿No vas a presentarnos, esclava?

La quietud absoluta que se deslizaba sobre el rostro de su primo le dijo lo suficiente sobre lo que
estaba pasando, junto con la mirada a las tenues cicatrices en sus muñecas, donde los grilletes
habían estado.

Aedion se deslizó entre ellos, sin duda leyendo cada sonido, sombra y aroma para ver si el hombre
estaba solo, calculando que tan difícil y que tanto tendrían que luchar para salir de allí. Lysandra
voló a otro pilar, lista para cambiar y atacar con tan solo una palabra. 

Aelin trató de reunir el aplomo que la había protegido y sacado de todo aquello. Pero todo lo que
veía era al hombre arrastrando a esas mujeres detrás de los edificios; lo único que escuchaba era
el golpe de esa rejilla de hierro sobre su fosa sin luz; todo lo que olía era la sal y la sangre y los cu-
erpos sin lavar; lo único que sentía era la abrasadora humedad de su sangre deslizándose por su
desfigurada espalda.

No voy a tener miedo; no voy a tener miedo.

—¿Acaso se han acabado los chicos guapos en los reinos para que lo uses? —Aedion arrastró las
palabras, comprándoles tiempo para averiguar las probabilidades. 

—Ven un poco más cerca —el capataz sonrió—, y vamos a ver si eres un mejor cambio, General.

Aedion dejó escapar una risa baja, la Espada de Orynth siendo levantada un poco más alto. 

—No creo que seas capaz de sobrevivir a mí.

Y fue la visión de aquella espada, la espada de su padre, la espada de su pueblo...

Aelin levantó la barbilla, y las llamas que rodeaban su mano izquierda brillaron con más fuerza.

Los llorosos ojos azules del capataz se deslizaron a los de ella, estrechándose con diversión. 

—Es una lástima que no tuvieras ese pequeño regalo cuando te puse en esos pozos. O cuando pinté
la tierra con tu sangre.

Un bajo gruñido fue la respuesta de Aedion. Pero Aelin se obligó a sonreír.

—Ya es tarde. Acabo de aplastar a tus soldados. Vamos a sacar esta conversación fuera del camino
para que pueda tener algo de descanso.

El capataz curvó los labios.

—Vas a aprender modales muy pronto, chica. Todos ustedes. 

El amuleto entre sus pechos parecía quejarse, un destello de un salvaje y antiguo poder.

Aelin lo ignoró, dejando fuera cualquier pensamiento sobre él. Si el Valg, si Erawan, tuviera una
brisa de que poseía lo que tan desesperadamente buscaban…

El capataz volvió a abrir la boca. Ella atacó. 

El fuego lo estampó contra la pared más cercana, subiendo por su garganta, a través de las orejas,
de la nariz. Llamas que no quemaban, llamas que eran una mera blanca luz cegadora.

El supervisor rugió, destrozándose mientras su magia lo cubría, se fundía con él. 


Pero no había nada dentro para aferrarse. No había oscuridad para ser quemada, no había ninguna
brasa a la que dar vida. Solamente…

Aelin se tambaleó hacia atrás, la magia desvaneciéndose y las rodillas cediendo como si hubiera
sido herida. Su cabeza palpitó, y las náuseas se agitaban en sus intestinos. Ella conocía ese sen-
timiento, ese sabor.

Hierro. Como si el núcleo del hombre estuviera hecho de hierro. Y ese aceitoso y horrible regusto…
Piedra del Wyrd. 

El demonio dentro del capataz dejó escapar una risa ahogada. 

—¿Qué son los collares y los anillos en comparación con un corazón sólido? Un corazón de hierro
y Piedra del Wyrd para reemplazar el corazón de los cobardes.

—¿Por qué? —ella suspiró. 

—Fui puesto aquí para demostrar lo que te espera si es que tu corte y tu deciden visitar Morath

Aelin estrelló su fuego en él, restregando su interior, golpeando ese núcleo de oscuridad pura en el
interior. Una vez más, de nuevo, otra vez. El supervisor seguía rugiendo, pero Aelin siguió atacan-
do, hasta…

Vomitó todo en las piedras que estaban entre ellos. Aedion la levantó. 

Aelin levantó la cabeza. Se había quemado su ropa, pero no tocó la piel. 

Y allí, latiendo contra las costillas como si se tratara de un puño que perforara a través de la piel,
estaba su corazón 

Golpeaba contra su piel, huesos y carne estirados.

Aelin se echó hacia atrás. Aedion pusó una mano en su trayectoria mientras que el supervisor se
arqueó en agonía, con la boca abierta en un grito silencioso. 

Lysandra voló por debajo de las vigas del techo, cambiando a la forma de leopardo a su lado y
gruñendo. 

Una vez más, el puño golpeó desde el interior. Y luego huesos fueron rotos, perforando hacia el
exterior, rasgando a través de músculos y la piel como si su cavidad torácica fueran los pétalos de
una flor que se abre. No había nada en su interior. No había sangre, no había órganos. 

Sólo una poderosa y eterna oscuridad, y dos parpadeantes brasas doradas en su núcleo. 

No brasas. Ojos. Brillando con antigua malicia. Se estrecharon en reconocimiento y placer. 

Tomó cada onza de su fuego para armase de valor, para inclinar la cabeza en un ángulo vivaz y
arrastrando las palabras:

—Por lo menos sabes cómo hacer una buena entrada, Erawan.


Capítulo 16
Traducido por Roxana Bonilla
Corregido por Sandra

El capataz habló, pero la voz no era la suya. Y la voz no era de Perrington.

Era una voz nueva, una voz antigua, una voz de un mundo y una época diferente, una voz que se
alimentaba de gritos, sangre y dolor. Su magia se agitó contra el sonido, e incluso Aedion maldijo
en voz baja, todavía tratando de ponerla detrás de él.

Pero Aelin se mantuvo firme contra la oscuridad que los miraba desde el pecho agrietado del hom-
bre. Y sabía que, incluso si su cuerpo no se había roto de manera irreparable, no quedaba nada en
su interior para salvar de todos modos. Nada que valiera la pena salvar para empezar.

Ella flexionó los dedos a los costados, reuniendo su magia contra la oscuridad que se enrollaba y se
arremolinaba dentro del pecho destrozado del hombre.

Erawan dijo:

—Creo que la gratitud está a la orden, Heredera de Brannon.

Ella movió las cejas hacia arriba, saboreando humo en su boca. Calma, murmuró a su magia. Tenía
que ser cuidadosa, tenía que ser tan cuidadosa para que no viera el amuleto alrededor de su cuello,
para que no sintiera la presencia de la última Llave del Wyrd en su interior. Con las dos primeras
ya en su posesión, si Erawan sospechaba que la tercera Llave estaba en este templo, y que su total
dominio sobre esta tierra y todas las demás estaba lo suficientemente cerca para conseguirlo...
Tenía que mantenerlo distraído.

Así que Aelin resopló.

—¿Exactamente, por qué debería agradecerte?

Las brasas de los ojos se deslizaron hacia arriba, como si inspeccionaran el cuerpo hueco del
capataz.

—Por este pequeño regalo de advertencia. Por librar al mundo de unas pocas alimañas más.

Y por hacer darte cuenta de lo inútil que será ponerte en mi contra, susurró esa voz directamente
en su cráneo.

Ella lanzó fuego hacia el exterior en una maniobra ciega, tropezando contra Aedion ante la caricia en
esa hermosa voz espantosa. Por la cara pálida de su primo, supo que él también la había escuchado,
sentido su tacto violador.
Erawan rió.

—Me sorprende que trataras de salvarlo primero. Teniendo en cuenta lo que te hizo en Endovier.
Mi príncipe apenas podía soportar estar dentro de su mente, ya era tan vil. ¿Encuentras placer en
decidir quién será salvado y quién está más allá de eso? Así de fácil, convertirte en una pequeña
diosa ardiente.

Náusea, verdadera y fría, la golpeó.

Pero fue Aedion quien sonrió satisfecho:

—Pensaría que tendrías mejores cosas que hacer, Erawan, que burlarte de nosotros en las horas
muertas de la mañana. ¿O es sólo una forma de sentirte mejor acerca de Dorian Havilliard
deslizándose a través de tus redes?

La oscuridad siseó. Aedion apretó el hombro de ella en señal de advertencia silenciosa. Termínalo
ahora. Antes de que Erawan pudiera golpear. Antes de que pudiera sentir que la Llave del Wyrd
que buscaba estaba a escasos pies de distancia.

Así que Aelin inclinó su cabeza a la fuerza mirándolos a través de carne y hueso.

—Sugiero que descanses y recuperes fuerzas, Erawan —ronroneó ella, guiñándole un ojo con cada
fragmento de bravuconería que quedaba en ella—. Lo vas a necesitar.

Se escuchó una risa baja mientras las llamas empezaban a aletear en sus ojos, calentando su sangre
con una deliciosa calidez bienvenida.

—En efecto. Especialmente teniendo en cuenta los planes que tengo para el aspirante a rey de
Adarlan.

El corazón de Aelin se detuvo.

—A lo mejor deberías haberle dicho a tu amante que se disfrazara antes de que sacara a Dorian
Havilliard de Rifthold —esos ojos se estrecharon hasta convertirse en rendijas—. Cuál era su
nombre... Oh, sí —Erawan respiró, como si alguien se lo hubiera susurrado—. Príncipe Rowan
Whitethorn de Doranelle. Qué gran premio sería él.

Aelin cayó en picado hacia el fuego y la oscuridad, negándose a ceder una pulgada al terror que se
arrastraba sobre ella.

Erawan canturreó:

—Mis cazadores ya están rastreándolos. Y voy a hacerles daño, Aelin Galathynius. Voy a afiliarlos
en mis generales más fieles. Comenzando con tu Príncipe Fae.

Un ariete del azul más caliente golpeó en ese hoyo en la cavidad torácica del hombre, en esos ojos
ardientes.

Aelin mantuvo su magia concentrada en ese pecho, en los huesos y carne derritiéndose, dejando
sólo el corazón de hierro y la Piedra Wyrd sin tocar. Su magia fluía a su alrededor como una corriente
creciente más allá de una roca, quemando ese cuerpo, a esa cosa dentro de él.

—No te molestes en salvar cualquier parte de él —Aedion gruñó suavemente.

Con su magia rugiendo fuera de ella, Aelin miró por encima del hombro. Lysandra estaba ahora en
forma humana al lado Aedion, con los dientes apretados hacia el capataz

La mirada le costó.

Oyó el grito de Aedion antes de que ella sintiera el puño de oscuridad de Erawan estrellarse contra
su pecho.

Sintió el aire presionarse contra ella cuando fue arrojada hacia atrás, sintió su cuerpo estamparse
contra la pared de piedra antes de que la agonía de esa oscuridad realmente penetrara en ella. Su
respiración paró, su sangre se detuvo.

Levántate. Levántate. Levántate.

Erawan rió suavemente mientras Aedion fue al instante a su lado, arrastrándola a sus pies mientras
su mente y su cuerpo trataban de reordenarse a sí mismos.

Aelin lanzó su poder de nuevo, dejando a Aedion creer que ella le permitía mantenerla en posición
vertical simplemente porque se olvidó de dar un paso más lejos, no porque sus rodillas temblaban
tan violentamente que no estaba segura de que pudiera soportarlo.

Pero su mano se mantuvo estable, al menos, mientras la extendía.

El templo alrededor de ellos se estremeció ante la fuerza del poder que arrojó de sí misma. Polvo
y escombros caían desde el alto techo encima; columnas se balanceaban como amigos borrachos.

Los rostros de Aedion y Lysandra brillaban a la luz azul de su llama, sus facciones sorprendidas
pero fijas con sólida determinación, e ira. Ella se inclinó más hacia Aedion mientras su magia rugía
fuera ella, su agarre más apretado en la cintura.

Cada latido del corazón era toda una vida; cada respiración dolía.

Pero el cuerpo del capataz finalmente se destrozó bajo su poder, los escudos oscuros alrededor
cedieron ante ella.

Y una pequeña parte de ella se dio cuenta de que sucedió solamente cuando Erawan se dignó a
salir, esos divertidos ojos como brasas consumiéndose hasta ser nada.

Cuando el cuerpo del hombre fue sólo cenizas, Aelin hizo retroceder su magia, envolviendo su
corazón en ella. Agarró el brazo de Aedion, tratando de no respirar demasiado fuerte, que no
escuchara el roce de sus pulmones maltratados, que no se diera cuenta de cuan fuerte una sola
pluma de oscuridad le había golpeado.

Un ruido sordo resonó en el templo silencioso cuando el trozo de hierro y Piedra Wyrd cayeron.

Ese era el costo, el plan de Erawan. Que se diera cuenta de que la única merced que podría ofrecer
a su corte sería la muerte.

Si alguna vez fueran capturados... él la haría observar mientras todos ellos eran vaciados y llenados
de su poder. Le haría mirar sus rostros cuando hubiese terminado, y encontrado ningún rastro de
sus almas en su interior.

Entonces se pondría a trabajar en ella.

Y Rowan y Dorian... Si Erawan los estaba cazando en este mismo momento, si supiera que estaban
en la Bahía Calavera y cuán fuerte realmente le había golpeado…

Las llamas de Aelin se juntaron en un fuego tranquilizante, y finalmente encontró suficiente fuerza
en sus piernas para empujarse lejos del agarre de Aedion.

—Tenemos que estar en ese barco antes del amanecer, Aelin —dijo—. Si Erawan no nos estaba
engañando…

Aelin se limitó a asentir. Tenían que llegar a la Bahía Calavera tan rápido como los vientos y las
corrientes pudieran llevarlos.

Pero cuando se volvió hacia el arco del templo, en dirección a los archivos, miró su pecho,
completamente intacto, aunque el poder de Erawan le había pegado como una lanza arrojada.

Había fallado. Por tres pulgadas, Erawan había estado a punto de golpear el amuleto. Y posiblemente
detectado la Llave del Wyrd en su interior.

Sin embargo, el golpe todavía resonaba contra sus huesos en ondas brutales.

Un recordatorio de que ella podría ser la Heredera de Fuego... pero Erawan era el Rey de la
Oscuridad.
Capítulo 17
Traducido por Roxana Bonilla
Corregido por Sandra

Manon Blackbeak observó al cielo negro por encima de Morath desteñirse a gris podrido en la úl-
tima mañana de vida de Asterin.

No había dormido la totalidad de la noche; no había comido o bebido; no había hecho nada más
que afilar a Cuchilla de Viento en la gélida apertura del nido wyvern. Una y otra vez, había afilado
la hoja, apoyada contra el cálido costado de Abraxos, hasta que sus dedos estuvieron demasiado
entumecidos de frío como para mantener agarre de la espada o piedra.

Su abuela había ordenado que Asterin fuese encerrada en las entrañas más profundas del calabozo
de la Guarida, tan fuertemente custodiada que era imposible escapar. O un rescate.

Manon había jugueteado con la idea durante las primeras horas después de anunciada la sentencia.
Pero rescatar Asterin sería traicionar a su Matrona, a su clan. Su error, fue su propio error, sus
propias malditas decisiones, que habían llevado a esto.

Y si ella traspasaba esa línea de nuevo, el resto de las Trece serían eliminadas. Tuvo suerte de que
no hubiera sido despojada de su título como Líder del Ala. Al menos todavía podría liderar a su
Clan, protegerlas. Mejor que permitir que alguien como Iskra tomara el mando.

El asalto de la legión de la Brecha Ferian en Rifthold bajo el mando de Iskra había sido descuidado,
caótico, no era el cuidadoso y sistemático saqueo que Manon hubiera planeado de habérsele pedido.
No haría ninguna diferencia ahora si la ciudad estaba en la ruina completa o medio destruida. No
alteraba el destino de Asterin.

Así que había poco que hacer, aparte de afilar su antigua hoja y memorizar las Palabras de Solicitud.
Manon tendría que decirlas en el momento oportuno. Este último regalo podría dárselo a su prima.
Su único regalo.

No la larga, lenta tortura y decapitación que era típica de una ejecución bruja.

Pero la rápida misericordia de la propia hoja de Manon.

Botas se arrastraron sobre la piedra e hicieron crujir la paja que cubría el suelo del nido. Manon
conocía ese paso, lo conocía tan bien como la propia marcha de Asterin.

—¿Qué? —le dijo a Sorrel sin mirar atrás.

—El amanecer se acerca —dijo su Tercera.


Futura segunda. Vesta se convertiría en Tercera, y... y tal vez Asterin al fin vería a ese cazador suyo,
vería a la brujilla prematura que habían tenido juntos.

Asterin nunca más montaría los vientos; Asterin nunca más se elevaría en el lomo de su montura
celeste. Los ojos de Manon se deslizaron al otro lado del nido wyvern, moviendo sus dos patas,
despierta cuando los otros no.

Como si pudiera sentir la fatalidad de su señora haciendo señas con cada momento que pasaba.

¿Qué sería de la hembra cuando Asterin se hubiera ido?

Manon se puso de pie, Abraxos empujando la parte posterior de sus muslos con su hocico. Ella
se inclinó, rascando su cabeza escamosa. Estaba segura sobre a quién se suponía que estaba
reconfortando. Su capa carmesí, tan sangrienta y sucia como el resto de ella, todavía estaba sujeta
en su clavícula.

Las Trece se convertirían en doce. Manon encontró la mirada de Sorrel.

Pero la atención de su Tercera estaba en Cuchilla de Viento, desnuda en la mano de Manon. Su


Tercera dijo:

—Eso significa que prepararás las Palabras de Solicitud.

Manon trató de hablar. Pero no pudo abrir la boca. Así que se limitó a asentir.

Sorrel miró hacia el arco abierto más allá de Abraxos.

—Desearía que hubiera tenido la oportunidad de ver los Wastes. Sólo una vez.

Manon se obligó a levantar la barbilla.

—Nosotras no deseamos. Nosotras no esperamos —dijo a su futura Segunda. Los ojos de Sorrel se
volvieron hacia ella, algo como dolor intermitente allí. Manon recibió el golpe interno. Ella dijo—:
Seguiremos adelante, nos adaptaremos.

Sorrel dijo en voz baja, pero no débilmente:

—Ella va morir para mantener tus secretos.

Fue lo más cercano que había llegado al franco desafío. Al resentimiento.

Manon enfundó a Cuchilla de Viento a su lado y se dirigió a la escalera, incapaz de encontrarse con
la mirada curiosa de Abraxos.

—Entonces me habrá servido bien como Segunda, y será recordada por ello.

Sorrel no dijo nada.

Así que Manon descendió a la penumbra de Morath para matar a su prima.


l

La ejecución no se iba a realizar en el calabozo.

Más bien, su abuela había seleccionado una amplia terraza con vistas a una de las infinitas caídas
en el barranco enroscada alrededor de Morath. Las brujas estaban agrupadas en el balcón, prácti-
camente vibrando con sed de sangre.

Las Matronas estaban delante del grupo reunido, Cresseida y la Matrona Yellowlegs flanqueadas
por cada una de sus herederas, todas frente a las puertas abiertas a través del cuales Manon y las
Trece salieron de la torre de la Guarida.

Manon no oyó el murmullo de la multitud; no oyó el rugido del viento rasgando entre las altas to-
rres; no oyó el golpe de los martillos en las forjas del valle.

No cuando su atención se dirigió a Asterin, de rodillas antes de las matronas. Ella, también, se en-
frentaba a Manon, todavía en su traje de cuero de montar, su pelo dorado enmarañado y salpicado
de sangre. Ella levantó la cara.

—Era justo —la abuela de Manon arrastró lentamente las palabras, silenciando a la multitud—, que
Iskra Yellowlegs también vengara a los cuatro centinelas sacrificados en tu guardia. Tres golpes por
cada uno de los centinelas muertos.

Doce golpes en total. Pero por los cortes y contusiones en la cara de Asterin, el labio partido, la
forma en que acunaba su cuerpo mientras se inclinaba sobre sus rodillas... Había sido mucho más
que eso.

Lentamente, Manon miró a Iskra. Cortes desfiguraban sus nudillos, todavía en carne viva por los
golpes que le había dado a Asterin en el calabozo.

Mientras Manon había estado arriba, melancólica.

Manon abrió la boca, su rabia era un ser vivo golpeando violentamente en sus entrañas, en su san-
gre. Pero Asterin habló en su lugar:

—Alégrate de saber, Manon —su Segunda dijo ásperamente con una leve sonrisa presumida—, que
tuvo que encadenarme para hacerlo.

Los ojos de Iskra destellaron.

—Aun así gritaste, perra, cuando te azoté.

—Basta —interrumpió la abuela de Manon, agitando una mano.

Manon apenas oyó la orden.


Habían azotado a su centinela como a un subordinado, como a una bestia mortal.

Alguien gruñó, baja y viciosa, a su derecha.

El aliento salió de ella cuando se encontró a Sorrel, una roca inamovible, una roca sin sentimien-
tos, desnudando sus dientes hacia Iskra, hacia los reunidos aquí. La abuela de Manon dio un paso
adelante, llena de disgusto. Detrás de Manon, las Trece eran una inamovible pared en silencio.

Asterin comenzó a explorar sus caras, y Manon se dio cuenta de que su Segunda comprendió que
era la última vez que lo haría.

—La sangre se paga con sangre —dijeron al unísono la abuela de Manon y la Matrona Yellowlegs,
recitando sus rituales mayores. Manon irguió su columna, esperando el momento adecuado.

—Cualquier bruja que desee extraer sangre en nombre de Zelta Yellowlegs puede pasar al frente.

Uñas de hierro se deslizaron fuera de las manos de todo el aquelarre Yellowlegs.

Asterin solo miró a las Trece, con la cara ensangrentada inmóvil, los ojos claros.

La Matrona Yellowlegs dijo:

—Formen una fila.

Manon se abalanzó.

—Invoco el derecho de ejecución.

Todo el mundo se congeló.

La cara de la abuela de Manon palideció de ira. Pero las otros dos Matronas, incluso la Yellowlegs,
se limitaron a esperar.

Manon dijo, con la cabeza en alto:

—Reclamo el derecho a la cabeza de mi Segunda. La sangre se paga con sangre, pero por el filo de
mi espada. Ella es mía, y su muerte será mía.

Por primera vez, la boca de Asterin se apretó, los ojos brillantes. Sí, ella entendió que era el único
regalo que Manon podía darle, el único honor que quedaba.

Fue Cresseida Blueblood quien intervino antes de que los otras dos Matronas pudieran hablar.

—Por salvar la vida de mi hija, Líder del Ala, te será concedido.

La Matrona Yellowlegs giró la cabeza hacia Cresseida, una réplica en sus labios, pero era demasiado
tarde. Las palabras habían sido pronunciadas, y las reglas debían ser obedecidas a cualquier precio.

Con la capa roja Crochan aleteando detrás de ella en el viento, Manon se atrevió a dar un vistazo
a su abuela. Sólo el odio brillaba en esos antiguos ojos, odio, y un destello de satisfacción por que
Asterin sería acabada después de décadas de ser considerada una Segunda indigna.

Pero al menos esta muerte era ahora suya para dar.

Y al este, deslizándose sobre las montañas como oro fundido, el sol comenzó a elevarse.

Cien años había tenido con Asterin. Siempre había pensado que tendrían un centenar más.

Manon dijo suavemente a Sorrel:

—Dale la vuelta. Mi Segunda verá el amanecer por última vez.

Sorrel, obediente, dio un paso adelante, girando a Asterin para hacer frente a las Brujas Mayores,
a la multitud por la barandilla, y a la rara salida del sol perforando a través de la oscuridad de
Morath.

La sangre empapaba a través de la parte posterior de los cueros de su Segunda.

Y sin embargo Asterin se arrodilló, cuadrando los hombros y con la cabeza alta, ya que no veía en
el amanecer, sino a Manon mientras ella caminaba alrededor de su Segunda para tomar un lugar a
pocos pies de las Matronas.

—En algún momento antes del desayuno, Manon —dijo su abuela a unos pocos pies detrás.

Manon sacó a Cuchilla de Viento, la hoja cantando en voz baja mientras se deslizaba libre de su
vaina.

La luz del sol hacía resplandecer el balcón cuando Asterin susurró, en voz tan baja que sólo pudo
oírla Manon:

—Lleva mi cadáver a la cabaña.

Algo en el pecho de Manon se rompió, se rompió con tanta violencia que se preguntó si era posible
que alguien no lo hubiera escuchado.

Manon levantó su espada.

Todo lo que tomaría era una palabra de Asterin y ella podría salvar su propio pellejo. Derramar los
secretos de Manon, sus traiciones, y ella saldría libre. Sin embargo, su Segunda no pronunció ni
una palabra.

Y Manon entendió en ese momento que había fuerzas mayores que la obediencia y la disciplina, y
la brutalidad. Comprendió que no había nacido sin alma; ella no había nacido sin corazón.

Porque allí estaban ambos, rogándole no blandir la hoja.

Manon miró a las Trece, de pie alrededor Asterin en un medio círculo.

Una por una, levantaron dos dedos hacia sus frentes.


Un murmullo recorrió la multitud. El gesto no honraba a una Bruja Mayor.

Sino a una Reina Bruja.

No había habido una Reina Bruja en quinientos años, ya sea entre las Crochans o las Ironteeth. Ni
una.

El perdón brillaba en los rostros de sus Trece. El perdón y la comprensión y lealtad que no eran
obediencia ciega, sino forjada en el dolor y la batalla, en la victoria y la derrota compartida. Forjada
en la esperanza de una mejor vida, un mejor mundo.

Por fin, Manon encontró la mirada de Asterin, las lágrimas deslizándose por el rostro de su Segunda.
No de miedo o dolor, pero a modo de despedida. Un centenar de años, y todavía Manon deseaba
que hubieran tenido más tiempo.

Por un instante, pensó en esa montura de color azul celeste en el nido, el wyvern que esperaría y
esperaría por un jinete que nunca volvería. Pensó en una tierra rocosa verde extendiéndose hacia
el mar occidental.

Con las manos temblorosas, Asterin llevó los dedos a la frente y los extendió.

—Lleva a nuestra gente a casa, Manon —ella respiró.

Manon puso en posición a Cuchilla de Viento, preparándose para el golpe.

La Matrona Blackebeak dijo bruscamente:

—Termina de una vez, Manon.

Manon encontró los ojos de Sorrel, luego los de Asterin. Y Manon dio a las Trece su orden final.

—Corran.

Entonces Manon Blackbeak se giró y blandió a Cuchilla de Viento hacia abajo, hacia su abuela.
Capítulo 18
Traducido por Irais A. Galvez
Corregido por Ella R

Manon sólo vio el destello de los dientes de hierro oxidados de su abuela, el brillo de las uñas de
hierro mientras ella las levantaba para protegerse de la espada, pero fue demasiado tarde.

Manon envió a Cuchilla de Viento hacia abajo, un golpe que habría cortado a la mayoría de los
hombres por la mitad.

Sin embargo, su abuela se precipitó hacia atrás con suficiente rapidez que la espada surcó su torso,
rasgando la tela y piel, mientras cortaba entre sus pechos en una línea superficial. Sangre azul ro-
ció, pero la Matrona continuó moviéndose, bloqueando el siguiente golpe de Manon con sus uñas
de hierro con tanta fuerza que Cuchilla de Viento rebotó.

Manon no miró para ver si las Trece obedecían. Pero Asterin estaba rugiendo; rugiendo y gritando
que parara. Los gritos se hicieron más distante, a continuación, se hizo eco, como si estuviera aho-
ra adentro de la sala, siendo arrastrada cada vez más lejos.

No había sonidos de sus perseguidores, como si los espectadores estuvieran demasiado aturdidos.
Bien.

Iskra y Petrah tenían las espadas desenvainadas y los dientes de hierro hacia abajo mientras pasa-
ban entre sus Matronas y Manon, arreando a sus dos grandes brujas lejos de allí.

La Matrona del aquelarre Blackbeak se lanzó hacia delante, sólo para ser detenida por una mano.

—Mantente fuera —ordenó su abuela, jadeante mientras Manon la rodeaba. Sangre azul se filtraba
hacia abajo delante de su abuela. Una pulgada más cerca, y estaría muerta.

Muerta.

Su abuela le enseñó los dientes oxidados.

—Ella es mía —sacudió la barbilla hacia Manon—. Hacemos esto de la manera antigua.

El estómago de Manon se revolvió, pero envainó la espada.

Con un movimiento de sus muñecas sus uñas salieron hacia afuera, y al chasquear la mandíbula,
sus dientes descendieron.

—Vamos a ver cuán buena eres, Líder del Ala —su abuela siseó, y atacó.
Manon nunca había visto a su abuela luchar, nunca se entrenó con ella.

Y una pequeña parte de ella se preguntó si era porque su abuela no quería que otros supieran cuán
hábil era.

Manon apenas podía moverse lo suficientemente rápido como para evitar que las uñas rasgaran su
rostro, su cuello, su barriga, cediendo paso tras paso tras paso.

Sólo tenía que hacer esto durante lo suficiente para comprar tiempo a las Trece para que llegaran
a los cielos.

Su abuela cortó su mejilla, pero Manon bloqueó el golpe con el codo, cerrando la articulación hacia
abajo con fuerza en el antebrazo de su abuela. La bruja gritó de dolor, y Manon giró fuera de su
alcance, dando vueltas de nuevo.

—No es muy fácil atacar ahora, ¿o si, Manon Blackbeak? —Jadeó su abuela mientras que se
estudiaban entre sí. Nadie se atrevía a moverse alrededor de ellas; las Trece habían desaparecido,
incluso hasta la última de ellas. Casi se desplomó de alivio. Ahora debía mantener a su abuela
ocupada el tiempo suficiente para evitar que diera a los espectadores la orden de perseguirlas—.
Es mucho más fácil con una cuchilla, el arma de los cobardes seres humanos —su abuela hervía—.
Con los dientes, las uñas... tienes que darle significado.

Se abalanzaron la una a la otra, una parte fundamental de ella se agrietaba con cada cuchillada y
arrastre y bloqueo. Se apartaron otra vez.

—Tan patética como tu madre —escupió su abuela—. Tal vez morirás como ella, también, con mis
dientes en tu garganta.

Su madre, a quien había matado mientras ella estaba saliendo, quien había muerto dándola a luz…

—Durante años, he tratado de quitar su debilidad fuera de ti, entrenándote —Su abuela escupió
sangre azul sobre las piedras—. Por el bien de las Ironteeth, hice de ti una fuerza de la naturaleza,
una guerrera sin igual. Y así es como me lo pagas…

Manon no dejó que las palabras la desconcertaran. Fue por la garganta, sólo para hacer una finta
y rasgar.

Su abuela gritó de dolor, genuino dolor, mientras las garras de Manon trituraban su hombro.

La sangre bañaba su mano, la carne se aferraba a sus uñas…

Manon se tambaleó hacia atrás, la bilis le quemaba la garganta.

Vio venir el golpe pero sin embargo no tuvo tiempo para detenerlo, mientras la mano derecha de
su abuela cortaba a través de su vientre.

Cuero, tela y piel rasgada. Manon gritó.

La sangre, caliente y azul, se precipitó fuera de ella antes de que su abuela se hubiera lanzado de
nuevo.
Manon empujó una mano contra su abdomen, presionando contra la piel desmenuzada. La sangre
se escurría entre sus dedos, salpicando sobre las piedras.

En lo alto, un wyvern rugió. Abraxos.

La Matrona Blackbeak rió, sacudiendo la sangre de Manon fuera de sus uñas.

—Voy a cortar a tu wyvern en pequeños pedazos y darlo de comer a los perros.

A pesar de la agonía en su vientre, la visión de Manon se afiló.

—No si yo te mato primero.

Su abuela se rio entre dientes, todavía dando vueltas, evaluándola.

—Estas despojada del título como Líder del Ala. Estás despojada de tu título de heredera —paso a
paso, cada vez más cerca, una víbora serpenteando alrededor de su presa—. A partir de este día,
eres Manon Asesina de Brujas, Manon Asesina de Familiares.

Las palabras la golpearon como piedras. Manon retrocedió hasta la barandilla del balcón,
presionando la herida en su estómago para evitar la pérdida de sangre. La multitud se apartó como
el agua a su alrededor. Sólo un poco más, solo un minuto o dos.

Su abuela se detuvo, parpadeando hacia las puertas abiertas, como si se hubiese dado cuenta
que las Trece habían desaparecido. Manon atacó de nuevo antes de que pudiera dar la orden de
perseguirlas.

Golpear con fuerza, dar una estocada, acuchillar, esquivar… se movían en un torbellino de hierro,
sangre y piel.

Pero a medida que Manon se retorcía, las heridas en su estómago empeoraron y tropezó. Su abuela
no desperdició ni un latido. Golpeó.

No con sus uñas o dientes, sino con el pie.

La patada en el estómago de Manon la hizo gritar, un rugido de nuevo respondido por Abraxos,
encerrado en lo alto. Moriría pronto, al igual que ella. Rezó para que las Trece lo liberaran, lo
dejaran unírseles a ellas donde sea que huyeran.

Manon se estrelló contra la barandilla de piedra del balcón y se desplomó sobre los azulejos negros.
Sangre azul filtrándose fuera de ella, manchando los muslos de sus pantalones.

Su abuela se acercó lentamente, jadeando.

Manon se aferró a la barandilla del balcón, arrastrándose hasta ponerse de pie una última vez.

—¿Quieres saber un secreto, Asesina de Familiares? —Respiró su abuela.

Manon se desplomó contra la barandilla del balcón, la caída por debajo se veía infinita y como un
alivio. La llevarían a las mazmorras, ya sea para usarla para la reproducción de Erawan, o para
torturarla hasta que suplicara morir. Quizás ambas.

Su abuela habló en voz tan baja que incluso Manon apenas pudo oírla por encima de sus propios
jadeos para tomar aire.

—Mientras que tu madre trabajaba para darte a luz, ella confesó quien era tu padre. Ella dijo que...
que serías tú quien rompiera la maldición, quien nos salvaría. Dijo que tu padre era un extraño tipo
de Príncipe Crochan. Y que tu sangre mezclada sería la clave —su abuela llevó sus uñas a su boca y
lamió la sangre azul de Manon.

No.

No.

—Así que tú has sido una Asesina de Familiares toda tu vida —ronroneó su abuela—Cazando a esas
Crochans, tus parientes. Cuando eras una brujita, tu padre te buscó por tierras y mares. Él nunca
dejó de amar a tu madre. Amarla —escupió—. Y amarte a ti. Así que lo maté.

Manon contempló la caída por debajo, la muerte que llamaba.

—Su desesperación fue deliciosa cuando le dije lo que había hecho con ella. En lo que te convertiría.
No en un signo de paz, sino de guerra.

Hecho.

Hecho.

Hecho.

Las uñas de hierro de Manon astillaron la piedra oscura de la barandilla del balcón. Y entonces su
abuela pronunció unas palabras que la rompieron.

—¿Sabes por qué esa Crochan estuvo espiando en la Brecha Ferian durante esta primavera? Había
sido enviada para encontrarte a ti. Después de ciento dieciséis años de búsqueda, finalmente habían
averiguado la identidad del hijo perdido de su príncipe muerto.

La sonrisa de su abuela era horrible en su triunfo absoluto. Manon juntó fuerza en sus brazos, en
sus piernas.

—Su nombre era Rhiannon, nombrada así tras la última reina Crochan. Y ella era tu media hermana.
Ella misma me lo confesó en nuestras mesas. Pensó que así salvaría su vida. Y cuando vio en lo que
te habías convertido, optó por dejar que aquel conocimiento muriera con ella.

—Soy una Blackbeak —dijo Manon con voz áspera, la sangre asfixiando sus palabras.

Su abuela dio un paso, sonriendo mientras canturreaba:

—Tú eres una Crochan. La última de su línea de sangre real, luego de la muerte de tu hermana a tus
propias manos. Eres una Reina Crochan.
El silencio absoluto de las brujas se agrupó.

Su abuela llegó dónde ella se encontraba.

—Y vas a morir como una para el momento en que haya terminado contigo.

Manon no dejó que las uñas de su abuela la tocaran. Un estallido sonó cerca.

Manon utilizó la fuerza que había reunido en sus brazos y piernas, para arrojarse a la cornisa de
piedra del balcón.

Y se rodó fuera de ella hacia el aire libre.

Aire y rocas y viento y sangre…

Manon chocó contra una cálida y curtida piel, gritando cuando el dolor de sus heridas oscureció
su visión.

Encima, en algún lugar lejano, su abuela estaba chillando órdenes.

Manon clavó las uñas en la piel curtida, enterrando sus garras profundamente. Debajo de ella,
hubo un ladrido de incomodidad que reconoció. Abraxos.

Pero ella se mantuvo firme, y él abrazó al dolor mientras se inclinaba hacia un lado, desviándose
fuera de la sombra de Morath.

Ella las sentía a su alrededor.

Manon logró abrir los ojos, acomodando el cristalino techo contra el viento en su lugar.

Edda y Briar, sus Sombras, ahora estaban flanqueándola. Sabía que habían estado allí, esperando
en las sombras con sus wyverns, oyendo cada una de esas últimas palabras condenatorias.

—Las otras han continuado volando. Nos enviaron a recuperarte —Edda, la mayor de las hermanas,
gritó por encima del rugido del viento—. Tú herida…

—Es poco profunda —dijo Manon bruscamente, forzando el dolor a un lado para centrarse en la
tarea en cuestión. Estaba sobre el cuello de Abraxos, la silla de montar unos pies detrás de ella. Una
a una, cada respiración era una agonía, ella liberó sus uñas de su piel y se deslizó hacia la silla de
montar. Él niveló el vuelo, ofreciendo aire suave para que se abrochara al arnés.

La sangre se filtraba a través de las gubias en su vientre; pronto la montura se volvió resbaladiza.
Detrás de ellos, varios rugidos hicieron que las montañas temblaran.
—No podemos permitir que alcancen a las otras —Manon alcanzó a decir.

Briar, con su pelo negro ondeando tras ella, se le acercó.

—Seis Yellowlegs pisándonos los talones. Del aquelarre personal de Iskra. Acercándose rápido.

Con una cuenta pendiente, sin duda les habían dado vía libre para que las mataran.

Manon inspeccionó los picos y barrancos de las montañas que los rodeaban.

—Dos cada una —le ordenó. Los wyverns negros de las Sombras eran enormes, expertos en sigilo,
pero devastadores en una pelea—. Edda, tú lleva dos hacia el oeste; Briar, tu estrella a los otros dos
hacia el este. Dejen los dos últimos para mí.

No había señales del resto de las Trece en las nubes grises o en las montañas.

Bien, se habían escapado. Era suficiente.

—Mátenlos, luego encuentran a las otras —Manon ordenó, cubriéndose con un brazo la herida.

—Pero, Líder del Ala…

El título casi socavó su voluntad. Pero Manon ladró:

—Es una orden.

Las Sombras inclinaron la cabeza. Entonces, como si compartieran una mente, un corazón, se
inclinaron hacia ambas direcciones, alejándose de Manon como pétalos al viento.

Como sabuesos rastreando un aroma, cuatro Yellowlegs se separaron de su grupo para hacer frente
a cada una de las Sombras.

Los dos en el centro volaron más rápido, más duro, separándose para encerrar a Manon. Su visión
se volvió borrosa.

No era una buena señal, no era una buena señal en absoluto.

Ella le susurró a Abraxos:

—Hagamos de esto una última función digna de una canción —él rugió en respuesta.

Las Yellowlegs pasaron lo suficientemente cerca de Manon para que ella pudiese contar sus armas.
Un grito de batalla rompió, proveniente de la que estaba a su derecha.

Manon clavó su talón izquierdo en el costado de Abraxos.

Como una estrella fugaz, el arremetió hacia abajo, hacia los picos de las montañas cubiertos de
ceniza. Las Yellowlegs se zambulleron con ellos.

Manon se dirigió hacia una quebrada que atravesaba la columna vertebral de la cordillera, su visión
proyectándose en blanco y negro y con niebla. Un escalofrío se arrastró en sus huesos.

Las paredes de la quebrada se cerraron alrededor de ellos como las fauces de una bestia poderosa,
y ella tiró de las riendas una vez.

Abraxos extendió sus alas y se deslizó a lo largo de un lado de la quebrada antes de tomar una
corriente y nivelarse, aleteando como el infierno a través del corazón de la grieta, pilares de piedra
sobresaliendo del suelo como lanzas.

Las Yellowlegs, tan atrapadas en su sed de sangre, sus wyverns demasiado grandes y voluminosos,
retrocedieron ante el barranco, ante la curva cerrada…

Un golpe seco y un chillido, y toda la quebrada se estremeció.

Manon se tragó su ladrido de agonía para mirar hacia atrás. Uno de los wyverns había entrado en
pánico, demasiado grande para el espacio, y chocó contra una columna de piedra. Huesos rotos y
sangre caían hacia abajo.

Pero el otro wyvern había logrado encauzar, y ahora navegaba hacia ellos, sus alas tan anchas que
casi rozaban cada lado del barranco.

Manon jadeó a través de sus dientes con sangre:

—Vuela, Abraxos.

Y su gentil, con corazón de guerrero montura voló.

Manon se centró en mantenerse en la silla de montar, en mantener el brazo presionado contra


su herida para contener la sangre, en mantener ese frío letal lejos de ella. Había sufrido lesiones
suficientes para saber que su abuela había golpeado profunda y severamente.

La quebrada se desvió a la derecha, y Abraxos tomó la vuelta con una habilidad experta. Rezó para
oír un ruido sordo, seguido del rugido del wyvern perseguidor al golpear las paredes, pero ninguno
llegó.

Manon conocía estos cañones mortales. Ella había volado a través de aquel camino en innumerables
ocasiones durante las interminables e inútiles patrullas estos meses. Las Yellowlegs aisladas en la
Brecha Ferian, no lo habían hecho.

—Hasta el final, Abraxos —dijo. Su rugido fue la única confirmación.

Una oportunidad. Tendría una sola oportunidad. Entonces ella podría morir con mucho gusto,
sabiendo que las Trece no serían perseguidas. Hoy no, al menos.

Vuelta tras vuelta, Abraxos se precipitó por la quebrada, estrellando su propia cola contra las rocas
para enviar escombros volando a las Yellowlegs.

La jinete esquivó las rocas, su wyvern meneándose en el viento. Más cerca, Manon la necesitaba
más cerca. Tiró de las riendas de Abraxos, y él comprobó su velocidad.
Vuelta tras vuelta tras vuelta, la roca negra relampagueaba, borrosa al igual que su propia visión.
La Yellowleg estaba lo suficientemente cerca como para lanzar una daga.

Manon miró por encima del hombro con su mala visión a tiempo para verla hacer precisamente
eso. No una, sino dos dagas, metal brillando en la luz tenue del cañón.

Manon se preparó para el impacto del metal contra carne y hueso.

Abraxos tomó la última curva mientras la centinela lanzó sus dagas a Manon. Una torre, un
impenetrable muro de piedra negro se erguía a pocos pies de distancia.

Pero Abraxos se disparó hacia arriba, tomando la corriente ascendente y navegando fuera del
corazón de la quebrada, tan cerca que Manon podía tocar la pared sin salida.

Las dos dagas se clavaron en la roca donde Manon había estado momentos antes.

Y la centinela Yellowleg, en su voluminoso y pesado wyvern, lo hizo también.

La roca gimió, mientras el wyvern y su jinete chocaron contra de ella. Y cayeron al suelo del
barranco.

Jadeante, con el aliento rasposo, húmedo y con sangre, Manon dio unas palmaditas en el lado de
Abraxos. Incluso el gesto fue débil.

—Bien hecho —logró decir.

Las montañas se volvieron pequeñas otra vez. Oakwald se extendió ante ella. Árboles, la protección
de los árboles podrían ocultarla...

—Oak... —dijo, con voz áspera.

Manon no terminó de dar la orden, antes de que la Oscuridad se arrastrara a reclamarla.


Capítulo 19
Traducido por Ella R
Corregido por Cotota

Elide Lochan se mantuvo callada durante los dos días en los cuales, junto a Lorcan, caminaron a
través de los límites orientales de Oakwald, hacia las llanuras más allá.

Ella no le había hecho las preguntas que parecían ser más importantes, en cambio, decidió dejarlo
que creyera que era una muchacha tonta, cegada de gratitud hacia él por haberla salvado.

Él rápidamente había olvidado que, a pesar de haberla llevado hacia afuera, ella había sido quien
se había salvado a sí misma. Y él había aceptado su nombre, el nombre de su madre, sin dudarlo.
Si Vernon estaba tras sus pasos… había sido un error de idiota, pero no había manera de deshacer
lo ya hecho, al menos no sin levantar sospechas por parte de Lorcan.

Por lo que mantuvo su boca cerrada, tragándose sus preguntas. Como por qué él la estaba cazando.
O quién era su señora para comandar tal poderoso guerrero, por qué quería ir hacia Morath,
por qué continuaba tocando un objeto debajo de su chaqueta oscura. Y por qué había estado tan
sorprendido, aunque lo había intentado ocultar cuand había mencionado a Celaena Sardothien y
a Aelin Galathynius.

Elide no tenía dudas de que el guerrero tuviera secretos, y a pesar de su promesa de protegerla, ni
bien obtuviera todas las respuestas que necesitaba, aquella protección desaparecería.

Sin embargo, durmió profundamente estas dos últimas noches, gracias al estómago lleno de carne,
cortesía de la caza de Lorcan. Él había rejuntado dos conejos, y cuando ella había devorado toda
su parte en cuestión de minutos, él le había dado la mitad de lo que le quedaba. Ella no se había
molestado en ser cortés negándose.

Era media mañana cuando la luz en el bosque se volvió más brillante, el aire más fresco. Y luego el
rugido de aguas poderosas, el Acanthus.

Lorcan acechó adelante y Elide pudo haber jurado que hasta los árboles se inclinaron lejos de él
cuando levantó una mano para indicarle de modo silencioso que esperara.

Ella obedeció, se quedó merodeando en la penumbra de los árboles, rezando para que él no los
hiciera regresar hacia el embrollo de Oakwald, para que a no le negaran este pasó hacia el brillante
y vasto mundo…

Lorcan hizo otra seña, para que avanzara. Todo estaba despejado.

Elide guardó silencio mientras avanzaba, parpadeando hacia el abrumante sol, desde la última fila
de árboles hasta que llegó al lado de Lorcan en una alta y pedregosa ribera. 
El río era enorme, con turbulentas sombras grises y marrones, las últimas aguas de deshielo
proveniente de las montañas. Tan amplio y salvaje que supo que no podría atravesarlo nadando, y
que el cruce tendría que hacerse en algún otro lado. Pero pasando el río, como si el agua fuese un
límite entre dos mundos…

Colinas y praderas de césped verde esmeralda se imponían al otro lado del Acanthus, como un mar
sibilante bajo un cielo azul sin nubes, estirándose lejos hacia el eterno horizonte.

—No puedo recordar —murmuró ella; las palabras apenas audibles sobre la rugiente canción
del río—, la última vez que vi… —En Perranth, encerrada en aquella torre, solo había podido echar
un vistazo a la ciudad, tal vez al lago también, si el día estaba lo suficientemente despejado. Luego,
había estado prisionera en aquel vagón, después en Morath, donde solo había montañas, cenizas y
ejércitos. Y durante la huida con Manon y Abraxos, había estado demasiado perdida en el miedo y
la aflicción como para notar algo. Pero ahora… Ella no podía recordar la última vez que había visto
los rayos de sol bailar sobre las praderas, o pajaritos marrones balancearse y precipitarse hacia la
brisa caliente que los envolvía.

—El camino se encuentra cerca de una milla aguas arriba —dijo Lorcan, sus oscuros ojos indiferentes
hacia el Acanthus o los pastos ondulantes más allá—. Si quieres que tu plan funcione, ahora sería
el momento para prepararte.

Ella le lanzó una mirada asesina. 

—Tú tienes que hacer la mayoría del trabajo —con un movimiento de cejas negras. Elide clarificó—:
Si este ardid ha de tener éxito, por lo menos tienes que… pretender ser humano.

Nada sobre el hombre sugería que su herencia humana era propia en él.

—Esconde un poco más tus armas —continuó—. Deja solo la espada al alcance.

Incluso la poderosa espada sería una mortal señal reveladora de que Lorcan no era un viajero
ordinario.

Ella hurgó en el bolsillo de su chaqueta hasta extraer una tira de cuero extra. 

—Ata tu cabello hacia atrás. Te verás menos… —Su voz se fue apagando al notar la leve diversión
con un dejo de advertencia en sus ojos— salvaje. —Se obligó a decir, colgando la tira de cuero
entre ellos. Los anchos dedos de Lorcan se cerraron alrededor de ésta, frunciendo los labios
mientras obedecía—. Y desabróchate la chaqueta —continuó, rebuscando en su catálogo mental
de características, alguna que le hiciera parecer menos amenazante, menos intimidante. Lorcan
obedeció aquella orden también y pronto, la camisa gris oscura debajo de su ajustada chaqueta negra
se dejó ver, revelando un ancho y musculoso pecho. Se veía más inclinado a trabajar arduamente,
que a los campos de batalla, por lo menos.

—¿Y tú? —dijo él, sus cejas todavía alzadas.

Elide se inspeccionó y apoyó su bolso en el suelo. Primero, se quitó la chaqueta de cuero, aunque
se sintió como si una capa de piel se le hubiese desprendido, luego enrolló las mangas de su camisa
blanca. Pero sin el ajustado cuero, el tamaño real de sus pechos se podía ver, señalándola como
una mujer, y no la niña que la gente asumía que era. Luego se volvió hacia su cabello; extrajo
mechones de sus trenzas y las reacomodó en un moño en lo alto de su cabeza. El peinado de una
mujer casada, en vez de los mechones volando al viento y las trenzas de la juventud.

Guardó su chaqueta dentro de su bolso, poniéndose de pie derecha para mirar a Lorcan.

Sus ojos viajaron desde sus pies hacia su cabeza, y volvió a fruncir el ceño. 

—Los pechos más grandes no probarán ni esconderán nada.

Sus mejillas se calentaron. 

—Tal vez distraigan a los hombres lo suficiente como para que no hagan preguntas.

Al decir eso, comenzó a dirigirse río arriba, intentando no pensar en los hombres que había tocado
y de quienes se había burlado en aquella celda. Pero si la llevaba a salvo a través del río, usaría su
cuerpo para su beneficio. Los hombres verían lo que querían ver: una bonita joven a quien no se le
ponían los pelos de punta por su atención, quien hablaba de forma amable y cálida. Alguien digno
de confianza, alguien dulce y a la vez anodino.

Lorcan rastreó a su alrededor y luego la alcanzó para caminar junto a ella como un verdadero
acompañante y no como un tipo de escolta que estaba allí por obligación, durante la última media
milla alrededor de la curva del río.

Caballos, carretas y gritos les dieron la bienvenida antes de que pudieran verlos.

Pero allí estaba: un extenso y erosionado puente de piedra, vagones, carretas y jinetes alineados
en tropel a cada lado. Y cerca de dos docenas de guardias, vistiendo los colores de Adarlan,
supervisaban cada orilla, recolectando peajes y…

Verificando los vagones, inspeccionando cada rostro y a cada persona. 

Los ilken sabían sobre su cojera.

Elide aminoró el paso, manteniéndose cerca de Lorcan mientras se acercaban a las barracas en
ruinas de su lado del río. Siguiendo el camino, flanqueado por árboles, se encontraban unos edificios
en el mismo estado deplorable, que eran un frenesí de actividad. Una posada y una taberna. Para
que los viajeros esperasen lejos de la frontera con un trago o una comida, o tal vez alquilasen una
habitación cuando hubiese clima desapacible.

Tantas personas, humanos. Nadie parecía estar en pánico, o herido, o enfermo. Y los guardias, a
pesar de sus uniformes, se movían como hombres mientras controlaban los vagones pasando las
barracas, que servían como paradas de cobro de peajes y cuarteles para dormir.

Ella le dijo a Lorcan mientras se dirigían hacia el camino de tierra y la distante frontera:

—No sé qué clase de magia posees, pero si puedes hacer mi cojera algo menos evidente…

Antes de que pudiera terminar, una fuerza como el viento de una noche helada empujó contra su
tobillo y su pantorrilla, y luego se envolvió alrededor de su pierna en un agarre sólido. Una tobillera.
Sus pasos se igualaron y ella tuvo que retener la urgencia de mirar boquiabierta a la sensación de
caminar firme y segura. No se permitió disfrutarlo, saborearlo, no cuando sería probable que solo
durara hasta que hubiesen despejado el puente. 

Los vagones de los comerciantes estaban detenidos, llenos de productos de quienes no habían
querido arriesgarse a cruzar el río Avery hacia el norte; los rostros serios de sus conductores,
debido a la espera y a las inminentes inspecciones. Elide echó un vistazo a los conductores, a los
comerciantes y a los otros viajeros… Cada uno de ellos hacía gritar a sus instintos de que serían
traicionados al segundo que pidieran transporte u ofrecieran una moneda a cambio de mantenerse
en silencio.

Rastrear la fila llamaría la atención de los guardias, por lo que Elide utilizó cada paso para estudiarla,
mientras parecía que se dirigía hacia la parte trasera. Pero llegó al final de la fila con las manos
vacías.

Lorcan, sin embargo, lanzó una aguda mirada detrás de ella, hacia la taberna, cubierta de cal para,
sin duda, esconder las rocas próximas a derrumbarse.

—Vamos a conseguir algo de comer mientras esperamos —dijo él, lo suficientemente fuerte como
para que el vagón frente a ellos lo oyera y lo descartara.

Ella asintió. Alguien más podría estar adentro, y su estómago estaba gruñendo. Excepto…

—No tengo dinero —murmuró mientras se acercaban a la blanquecina puerta de madera. Mentira.
Ella tenía oro y plata de Manon. Pero no lo iba a exhibir frente a Lorcan, con promesa o sin ella.

—Yo tengo bastante —dijo él severamente, y ella delicadamente se aclaró la garganta.

Él levantó sus cejas.

—No harás que ganemos aliados si te ves así —dijo ella, dándole una pequeña y dulce sonrisa—.
Entra allí viéndote como un guerrero y llamarás la atención.

—¿Qué debería ser, entonces?

—Lo que sea que necesitemos que seas cuando llegue el momento. Solo que… no más resplandeciente.

Él abrió la puerta y para el momento en que sus ojos se ajustaron al brillo que desprendían los
candelabros de hierro forjado, el rostro de Lorcan había cambiado. Sus ojos podían nunca ser
cálidos, pero una afable sonrisa estaba en su cara, sus hombros relajados, como si estuviera
ligeramente molesto por la espera, pero deseoso por una buena comida.

Casi se veía humano.

La taberna rebosaba de gente, el ruido tan ensordecedor que ella apenas pudo hablar lo
suficientemente alto a la cantinera que se encontraba más cerca para ordenar el almuerzo. Se
apretujaron entre las apiñadas mesas y Elide notó que más de un par de ojos se dirigían primero
hacia su pecho y luego hacia su rostro. Entreteniéndose.
Se tragó la sensación de estar arrastrándose y mantuvo sus pasos pausados mientras se dirigía a una
mesa pegada contra la pared de atrás, que una pareja con aspecto cansado acababa de desocupar.

Un bullicioso grupo de ocho estaba apiñado alrededor de una mesa a unos centímetros de ellos, una
mujer de mediana edad con una risa estridente instantáneamente se señalaba como su líder. Los
demás en la mesa, una hermosa mujer con cabello color azabache, un hombre barbudo de pecho
fuerte y grueso, cuyas manos eran tan grandes como los platos de la comida, y algunas personas
de aspecto escandaloso, mantenían su vista clavada en la mujer mayor, estimando sus respuestas
y escuchando atentamente lo que ella tenía para decir.

Elide se deslizó en la desgastada silla de madera, Lorcan reclamó para sí la que estaba frente a ella;
su tamaño hizo que se ganara una mirada del hombre barbudo y la mujer de mediana edad en la
mesa. 

Elide sopesó aquella mirada.

Evaluación. No para una lucha, tampoco para intimidar. Más bien para apreciar y calcular.

Elide se preguntó durante un latido si Anneith había alentado a la otra pareja para que se alejara y
liberara justo aquella mesa para ellos. Por esa misma mirada.

Elide tendió su mano sobre la mesa, la palma hacia arriba, y le brindó a Lorcan una sonrisa
somnolienta, la misma que una vez había visto que dirigía una criada de la cocina a un cocinero de
Morath. 

—Esposo —dijo suavemente, contorneando los dedos.

La boca de Lorcan se tensionó, pero tomó su mano igualmente, sus dedos empequeñecidos contra
los de él.

Sus callosidades rasparon contra las suyas. Él lo notó en el mismo tiempo que Elide, y desplazó su
mano para ahuecar la de ella y así poder inspeccionar su palma. Ella cerró su mano, girándola para
volver a agarrar la de él.

—Hermano —murmuró Lorcan, para que nadie más pudiese escuchar—. Soy tu hermano. 

—Tú eres mi esposo —dijo ella en el mismo tono—. Estamos casados hace tres meses. Sígueme en
esto.

Él echo un vistazo a su alrededor, sin notar la mirada de evaluación que le estaban dando. La duda
todavía bailaba en sus ojos, junto con una pregunta silenciosa.

Ella simplemente dijo:

—Los hombres no temerán ante la amenaza de un hermano. Aún seguiría sin reclamar, aún estaría
abierta a… invitaciones. He visto el poco respeto que tienen los hombres hacia algo que creen que
tienen derecho a reclamar. Por lo que eres mi marido —siseó— hasta que diga lo contrario.

Una sombra parpadeó en los ojos de Lorcan, junto con otra pregunta. Una a la que ella no quería
ni podía responder. Su mano se apretó contra la de ella, demandándole que lo mirara. Ella se negó.

Su comida llegó, afortunadamente, antes de que Lorcan pudiera preguntar.

Estofado, vegetales comestibles y conejo. Ella atacó, casi derritiendo su paladar con la primera
mordida.

El grupo detrás de ellos comenzó a hablar nuevamente, y ella escuchó mientras comía, seleccionando
partes y trozos, como si fuesen caracoles en una costa.

—Tal vez les podemos ofrecer una representación para que reduzcan el precio del peaje a la mitad
—dijo el hombre rubio con barba.

—Improbable —dijo la líder—. Aquellos idiotas nos cobrarían por la función. Peor, disfrutarían
de la representación y demandarían que nos quedemos un rato. No podemos permitirnos perder
tiempo. No cuando otras compañías ya están moviéndose. No queremos llegar a todas las ciudades
de las llanuras después que todo el mundo.

Elide casi se ahogó con su estofado. Anneith debió haber liberado esta mesa, entonces. Su plan
había sido encontrar una compañía o un carnaval en el que pudiera participar, disfrazarse como
trabajadores, y esto…

—Si pagamos el precio completo del peaje —dijo la mujer hermosa—, es posible que lleguemos al
primer pueblo muertos de hambre y apenas capaces de hacer la función.

Elide levantó su mirada hacia Lorcan, él asintió.

Tomó un sorbo del jugo de su estofado, armándose de valor, pensando en Asterin Blackbeak.
Encantadora, confiada, intrépida. Ella siempre había tenido su cabeza en un ángulo vivaz, una
soltura de sus extremidades, un dejo de sonrisa en sus labios. Elide tomó una respiración, dejando
que aquellos recuerdos se sumieran en músculos, carne y hueso.

Luego giró en su silla, un brazo envuelto alrededor de su espalda, mientras se inclinaba hacia su
mesa y decía con una sonrisa:

—Lamento interrumpir su almuerzo, pero no pude evitar escuchar su conversación —todos se


volvieron hacia ella con las cejas levantadas, los ojos de la líder fueron directamente hacia el rostro
de Elide. Ella vio la evaluación: joven, bonita, inmaculada para llevar una vida dura. Elide mantuvo
su expresión simpática, queriendo que sus ojos se alegraran—. ¿Forman parte de alguna clase de
compañía teatral? —ella señaló a Lorcan con un movimiento de cabeza—. Mi marido y yo hemos
estado buscando entrar a una durante semanas sin suerte… están todas llenas.

—También la nuestra —dijo la líder.

—Cierto —respondió Elide alegremente—, pero el precio de aquel peaje es excesivo… para cualquiera.
Y si fuésemos a estar en un negocio juntos, tal vez solo de forma temporal… —la rodilla de Lorcan
tocó la suya en señal de advertencia. Ella lo ignoró—. Estaríamos contentos de contribuir con la
tarifa…compensar cualquier diferencia adeudada.
La mirada de evaluación de la mujer se volvió una de precaución. 

—Sin duda somos un carnaval. Pero no tenemos la necesidad de agregar nuevos miembros.

El hombre barbudo y la hermosa mujer dispararon miradas a la mujer, reprimendas en sus ojos.

Elide se encogió de hombros. 

—Bien, entonces. Pero en caso de que cambie de opinión antes de su partida, mi esposo —un gesto
hacia Lorcan, quien estaba dando su mejor intento de una sonrisa casual—, es un experto lanzador
de espadas. Y en nuestro grupo anterior ganaba bastantes monedas compitiendo contra hombres
que buscaban superarlo en las proezas de fuerza.

La líder puso sus afilados ojos sobre Lorcan, inspeccionando su altura, sus músculos y postura.

Elide supo que había adivinado bien sobre la vacante que necesitaban llenar cuando la mujer le
dijo:

—¿Y tú qué hacías para ellos?

—Trabajaba como pitonisa… ellos me llamaban su oráculo —un gesto desdeñoso—. Principalmente
sombras y suposiciones —tendría que ser, considerando el pequeño hecho de que no sabía leer.

La mujer continuó poco impresionada:

—¿Y cuál era el nombre de su grupo?

Probablemente ellos los conocían… conocían cada grupo que rondaba por las llanuras.

Ella escaneó su memoria buscando algo que la ayudase, algo…

Yellowlegs. Las brujas en Morath habían mencionado una vez a Baba Yellowlegs, quien había
viajado con un carnaval para evitar que la descubrieran, quien había muerto en Rifthold este
invierno sin explicación… Detalle tras detalle, enterrados en las catacumbas de su memoria, ahora
desbordaban.

—Estuvimos en el Carnaval de los Espejos —dijo Elide. Reconocimiento, sorpresa, respeto, brillaban
en los ojos de la líder—. Hasta que Baba Yellowlegs, nuestra dueña, fue asesinada en Rifthold este
invierno pasado. Nos fuimos y hemos estado buscando trabajo desde entonces.

—¿Desde dónde han venido, entonces? —preguntó el hombre barbudo.

Fue Lorcan quien respondió esta vez. 

—Mi familia vive en el lado oeste de los Colmillos. Hemos pasado los últimos meses junto a ellos,
esperando a que la nieve se derritiera, ya que el paso se tornó muy peligroso. Cosas extrañas han
estado sucediendo —agregó— en las montañas estos días.

La compañía se quedó quieta.


—Sin duda —dijo la mujer pelinegra. Ella miró a su líder. 

—Ellos podrían ayudarnos a pagar el peaje, Molly. Y desde que Saul se fue, aquel acto ha quedado
vacío… —probablemente era su lanzador de espadas.

—Como dije —Elide se metió en la conversación con la bonita sonrisa de Asterin—, estaremos aquí
durante poco tiempo, así que si cambian de opinión… háganoslo saber. Si no… —saludó con su
cuchara abollada—. Buen viaje.

Algo centelleó en los ojos de Molly, pero la mujer los miró de reojo una vez más. 

—Buen viaje —murmuró.

Elide y Lorcan regresaron a su mesa.

Y cuando la cantinera fue a cobrarles por la comida, Elide buscó dentro del bolsillo interno de su
chaqueta y extrajo una moneda de plata.

Los ojos de la camarera se abrieron con sorpresa, pero fueron los afilados ojos de Molly, y los de
los demás en la mesa, los que Elide notó mientras la joven desaparecía para luego volver con su
cambio.

Lorcan se mantuvo en silencio cuando Elide dejó una generosa propina en la mesa, pero ofrecieron
sonrisas agradables cuando abandonaron la mesa y la taberna.

Elide fue directamente hacia la parte trasera de la fila, todavía manteniendo aquella sonrisa en su
rostro, su espalda derecha.

Lorcan avanzó furtivamente cerca suyo, no lo suficientemente notable para el frente en el que se
estaban colocando. 

—¿Con que no tenías dinero, eh?

Ella le dio una mirada de costado. 

—Parece que me equivoque.

Hubo un destello de dientes blancos cuando él sonrió, genuinamente esta vez. 

—Bien, esperemos que tú y yo tengamos lo suficiente, Marion, porque Molly está a punto de hacerte
una oferta.

Elide se volvió ante el ruido de pisadas de unas botas negras y encontró a Molly ante ellos, los otros
estaban merodeando, algunos se escabullían alrededor de la taberna, para sin duda recuperar los
vagones.

Las duras facciones de Molly estaban ruborizadas, como si hubiese estado discutiendo. Pero ella
solo chasqueó la lengua y dijo:

—Lapso temporal. Si son una mierda, quedan afuera y no les devolveremos el dinero del peaje.
Elide sonrió, no fingiendo del todo. 

—Marion y Lorcan a su servicio, señora.

Su esposa. Por todos los dioses

Llevaba vivo más de quinientos años y esto… esta muchacha, joven, demonio, lo que sea que fuera,
había engañado y mentido para conseguir un trabajo. Un lanzador de espadas, sin duda.

Lorcan merodeó en las afueras de la taberna, con Marion a su lado. Un pequeño grupo, debido a
la falta de fondos, junto a otro que había conocido días mejores, se dio cuenta cuando dos vagones
amarillos aparecieron tambaleándose estrepitosamente, tirados por cuatro caballos.

Marion observó cuidadosamente como Molly trepaba al el asiento del conductor al lado de la be-
lleza pelinegra, quien no le presto ni la mínima atención a Lorcan.

Bien, teniendo a Marion como su maldita esposa desde luego había puesto un fin a algo más que
aprecio con la despampanante mujer. 

Era un esfuerzo no gruñir. No había estado con una mujer desde hacía meses ahora. Y por
supuesto, por supuesto, había tenido el tiempo y el interés en una… solo para ser encadenado por
las mentiras de alguien más.

Su esposa.

Por lo menos Marion no era desagradable a la vista, notó mientras ella obedecía los ladridos de
Molly que le ordenaban que subiera a la parte trasera del segundo vagón. Algunos de los otros
miembros del grupo los siguieron en caballos de estado lamentable.

Marion tomó la mano extendida del hombre barbudo y éste fácilmente la arrastró dentro del vagón.
Lorcan rastreó, evaluando a todos los del grupo, a todos en el pequeño pueblo improvisado. Un
número de hombres y algunas mujeres, había notado Marion cuando pasó dando zancadas.

El dulce rostro a dúo con las pecaminosas curvas, y sin la cojera, con el cabello fuera de su cara…
Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sabía que la gente notaría esas cosas, pensaría
sobre ellas, en vez de su astuta mente y las mentiras con las que los alimentaba.

Lorcan ignoró la mano que el hombre barbudo le ofrecía y saltó dentro de la parte trasera del vagón,
recordándose que debía sentarse cerca de Marion, poner un brazo sobre sus huesudos hombros y
verse aliviado y feliz de volver a pertenecer a un grupo.

Provisiones llenaron el vagón, junto con otras cinco personas las cuales todas sonrieron a Marion,
y luego rápidamente alejaban la vista de él.
Marion apoyó una mano en su rodilla y Lorcan evitó la urgencia de encogerse. Había sido una
sorpresa más temprano, el sentir lo ásperas que eran aquellas delicadas manos.

No había sido solo una prisionera en Morath, sino que también una esclava.

Los callos eran antiguos y lo suficientemente densos que era probable que  hubiese trabajado
durante años. Trabajo duro, por lo que se veía, y con aquella pierna arruinada…

Intentó no pensar en el sabor fuerte del miedo y dolor que había sentido cuando ella le había
contado lo poco que creía en la bondad y decencia de los hombres. No dejo que su imaginación
hurgara demasiado profundo respecto al por qué ella podía sentirse de esa manera.

El vagón estaba caliente, el aire empapado de transpiración humana, heno, la mierda de los caballos
alineados frente a ellos, el fuerte olor del hierro proveniente de las armas.

—¿Viajan ligeros de pertenencias? —preguntó el hombre barbudo; Nik, había dicho que se llamaba.

Mierda. Se había olvidado que los humanos viajaban con el equipaje como si se estuviesen mudando
a alguna parte…

—Perdimos la mayoría mientras viajábamos fuera de las montañas. Mi esposo —dijo Marion, con
un encantador fastidio—, insistió en que vadeáramos un arroyo caudaloso. Tengo suerte que se
haya molestado en ayudarme, ya que desde luego no fue tras nuestras provisiones. 

Nik soltó una risita por lo bajo. 

—Sospecho que estaba más enfocado en salvarte a ti, que en los bolsos.

Marion puso sus ojos en blanco, dándole un golpecito en la rodilla a Lorcan. Él casi se encogió ante
cada toque.

Incluso con sus amantes, fuera de la cama, no le gustaba el contacto casual y descuidado. Algunas
encontraban aquello intolerable. Algunas pensaban que podían transformarlo en un hombre
decente, quien solo quería un hogar y una buena mujer que trabajara a su lado. Ninguna de ellas
había tenido éxito.

—Puedo salvarme a mí misma —dijo Marion alegremente—. Pero sus espadas para el acto, nuestras
provisiones de comida, mis ropas… —un sacudón de cabeza—. Su acto puede llegar a ser un poco
deslucido hasta que encontremos algún lugar donde comprar más suministros.

Nik se encontró con la mirada de Lorcan y la sostuvo durante más tiempo del que la mayoría de
los hombres se atrevía. De lo que hacía para el carnaval, Lorcan no estaba seguro. A veces actuaba,
pero definitivamente era parte de la seguridad. La sonrisa de Nik se desvaneció un poco. 

—La tierra más allá de los Colmillos no es buena. Los de tu pueblo deben ser gente dura para vivir
allí.

Lorcan asintió. 

—Una vida más dura —dijo— de la que quiero para mi mujer.


—La vida en el camino no es mucho mejor —rebatió Nik.

—Ah —Marion se metió en la conversación—, ¿pero no lo es? ¿Una vida de cielos abiertos y
carreteras, de deambular donde el viento te lleve, sin tener que responder a nada y a nadie? Una
vida de libertad… —ella sacudió su cabeza—. ¿Qué más podría pedir que vivir una vida sin ser
controlada por jaulas?

Lorcan sabía que las palabras no eran mentira. Él había visto su expresión cuando habían
contemplado la hermosa llanura.

—Dicho por alguien quien ha pasado el tiempo suficiente en el camino —dijo Nik—, siempre
termina de dos maneras con los de nuestro tipo: te estableces en un lugar y nunca más vuelves a
viajar o deambulas para siempre.

—Quiero ver la vida, ver el mundo —dijo Marion, su voz cada vez más suave Quisiera ver todo.

Lorcan se preguntó si Marion tendría la oportunidad de hacer aquello si él fallaba en su tarea, si la


Llave del Wyrd que llevaba, terminaba en manos equivocadas.

—Mejor no deambular muy lejos —dijo Nik, frunciendo el ceño—. No después de lo que sucedió en
Rifthold, o lo que se está fraguando en Morath.

—¿Qué sucedió en Rifthold? —lo cortó Lorcan, lo suficientemente duro que Marion le dio un
apretón su rodilla.

Nik rascó distraídamente su barba color trigo. 

—La ciudad entera ha sido saqueada, una invasión, dicen, de terrores voladores con mujeres-
demonios como sus jinetes. Brujas, si uno cree los rumores. Ironteeth, sacadas directamente de la
leyenda —dijo Nik con un escalofrío.

Santos dioses. La destrucción habría sido un panorama que contemplar. Lorcan se forzó a escuchar,
a concentrarse y no comenzar a calcular casualidades y lo que significaría para esta guerra, mientras
Nik continuaba:

—No hubo palabra sobre el joven rey. Pero la ciudad pertenece a las brujas y a sus bestias. Dicen
que viajar al norte es hacer frente a una trampa mortal; viajar al sur es otra trampa mortal… Así
que —un encogimiento de hombros—, nos dirigiremos al este. Tal vez podamos encontrar una
forma de evitar lo que sea que esté esperando en cualquier dirección. Tal vez la guerra llegue y
tengamos que dispersarnos con los vientos —Nik lo miró por encima del hombro—. Los hombres
como tú y yo podemos estar conscriptos.

Lorcan retuvo una oscura risita. Nadie podía forzarlo a nada, salvo una persona y ella… Su pecho
se tensó. Era mejor no pensar en su reina.

—¿Tú crees que ambos lados hagan eso? ¿Forzar a los hombres a luchar? —Las palabras de Marion
sonaron jadeantes.

—No lo sé —dijo Nik; el aroma y el sonido del río ahora eran tan abrumadores que Lorcan supo
que estaban cerca del peaje. Buscó dentro de su bolsillo el dinero que Molly había demandado.
Era mucho más que su parte justa, pero no le importaba. Estas personas podían irse al infierno al
momento que estuvieran seguramente escondidos en lo profundo de las infinitas llanuras—. Las
fuerzas del Duque Perrington podrían no querernos, si tienen a las brujas y las bestias de su lado.

Y mucho peor, quiso decir Lorcan. Sabuesos del Wyrd e ilkens y los dioses sabrán qué más.

—Pero Aelin Galathynius —meditó Nik. La mano de Marion se volvió a apoyar débilmente sobre
la rodilla de Lorcan—. Quién sabe qué es lo que hará. No ha pedido ayuda, no ha llamado a los
soldados para que acudan a ella. Sin embargo, mantuvo a Rifthold en su agarre, mató al rey y
destruyó su castillo. Pero devolvió la ciudad. 

El banco debajo de ellos gimió cuando Marion se inclinó hacia adelante.

—¿Qué sabes sobre Aelin?

—Rumores por aquí y por allí —dijo Nik, encogiéndose de hombros—. Dicen que es tan hermosa
como un pecado, y más fría que el hielo. Dicen que es una tirana, una cobarde, una puta. Dicen que
ha sido bendecida por los dioses… o maldecida por ellos. ¿Quién sabe? Diecinueve parece una edad
horriblemente joven para llevar semejante carga… Los rumores sostienen que su corte es fuerte,
dura. Una cambia formas cuida sus espaldas, y dos príncipes guerreros la flanquean en ambos
lados.

Lorcan pensó en aquella cambia formas, quien había vomitado bruscamente no una, sino dos
veces, sobre él; pensó en aquellos príncipes guerreros… Uno de ellos era el hijo de Gavriel.

—¿Nos salvará o nos condenará a todos? —Consideró Nik, ahora controlando la línea que
serpenteaba detrás de su vagón—. No sé si me gusta mucho la idea de que todo esté en sus manos,
pero… si ella gana, tal vez la tierra mejore… la vida en sí mejore. Y si ella falla… tal vez todos nos
merezcamos una maldición, de cualquier forma.

—Ella ganará —dijo Marion con una fuerza tranquila. Las cejas de Nik se elevaron.

Hombres gritaron y Lorcan dijo:

—Dejaría la charla sobre ella para otro momento. 

Botas crujieron y luego, hombres uniformados estaban mirando en la parte trasera del vagón. 

—Fuera —ordenó uno—. Alinéense —los ojos del hombre se atoraron en Marion.

El brazo de Lorcan se apretó alrededor de ella, mientras una fea y muy familiar luz llenaba los ojos
del soldado. Lorcan se tragó un gruñido y le dijo a ella:

—Ven, esposa.

El soldado lo había notado, entonces. El hombre retrocedió un paso, algo pálido, y luego ordenó
que inspeccionaran los suministros.

Lorcan saltó hacia afuera primero, tomando a Marion de la cintura para ayudarla a bajar del vagón.
Cuando ella logró alejarse un paso, él la acercó de un tirón de vuelta contra él, un brazo alrededor
de su abdomen. Se encontró con la mirada de cada soldado mientras pasaban, y se preguntó quién
estaría cuidando a la belleza pelinegra al frente.

Un momento más tarde, la muchacha junto con Molly pasaron por allí. Un oscuro sombrero
bordeado colgaba sobre la cabeza de la belleza, la mitad de su rostro moreno oscurecido, su cuerpo
escondido dentro de un pesado abrigo que alejaba las miradas de cualquier curva femenina. Incluso
el aspecto de su boca era desagradable; como si la mujer se hubiese metido dentro de la piel de otra
persona completamente.

Sin embargo, Molly le dio un empujoncito a la mujer para colocarla entre Lorcan y Nik. Luego
tomo la bolsa con dinero de la mano que Lorcan tenía libre sin ni siquiera unas gracias.

La belleza pelinegra se inclinó hacia adelante para murmurarle a Marion:

—No los mires a los ojos, y no les respondas si te hablan.

Marion asintió, agachando la cabeza y concentrándose en el suelo. Contra él, podía sentir el corazón
de ella acelerándose… salvaje, a pesar de la calmada sumisión que estaba escrita sobre cada línea
de su cuerpo.

—Y tú —le siseó la belleza mientras los soldados inspeccionaban su vagón, y tomaban lo que
quisieran—. Molly dice que si comienzas una pelea, estás fuera, y no pagaremos la fianza para
sacarte de prisión. Así que deja que hablen y que se rían, pero no interfieras.

Lorcan debatió entre decir que podía masacrar a toda aquella guarnición si tuviera ganas, pero
asintió.

Luego de cinco minutos, gritaron otra orden. Molly entregó el dinero de Lorcan junto con el suyo,
para pagar el peaje, más un excedente para un “pase rápido”. Después estuvieron todos de vuelta
en el vagón, ninguno atreviéndose a ver qué se habían robado. Marion estaba temblando levemente
contra él, que la mantenía apretada a su lado, pero su expresión estaba en blanco, aburrida.

Los guardias no habían tenido mucho para cuestionarles; no habían preguntado por una mujer con
renguera.

El Acanthus rugía debajo de ellos al cruzar el puente, las ruedas de los vagones retumbaban contra
las antiguas piedras. Marion continuaba temblando.

Lorcan volvió a estudiar su rostro, el indicio de rojo en sus mejillas, su boca apretada.

No temblaba por el miedo, notó al capturar un olorcillo de su esencia. Un leve olor fuerte, tal vez,
pero mayormente algo rojo y caliente, algo salvaje e intenso…

Ira. Estaba hirviendo de furia, tanto que la hacía temblar. Por la inspección, por las miradas lascivas
de los guardias.

Una idealista, eso era lo que Marion era. Alguien quien quería luchar por su reina, quien creía, al
igual que Nik, que este mundo podía mejorar.
Mientras llegaban al otro lado del puente, los soldados los dejaron pasar sin protestar, mientras
serpenteaban hasta cruzar la frontera en aquel lado y emergían en las llanuras, Lorcan se asombró
ante aquella rabia, ante la creencia de un mundo mejor.

No quería decirles a Marion ni a Nik que su sueño era un sueño de tontos.

Marion se relajó lo suficiente para mirar hacia afuera de la parte trasera del vagón, a los pastizales
que flanqueaban la ancha carretera de tierra, al cielo azul, al río rugiente, y a la inminente expansión
de Oakwald detrás de ellos. Y por toda su ira, un vacilante tipo de asombro creció en sus oscuros
ojos. Él lo ignoró.

Lorcan había visto lo peor y lo mejor de los hombres durante quinientos años.

No había tal cosa como un mundo mejor, como un final feliz. 

Porque no había finales.

Y no habría nada esperando por ellos en esta guerra, nada esperando por una joven esclava que
había logrado escapar, más que una frívola tumba.
Capítulo 20
Traducido por Ella R
Corregido por Cotota

Lo único que necesitaba Rowan Whitethorn era un lugar para descansar. No le importaba una
mierda si era una cama o una pila de heno, o incluso debajo de un caballo en un establo. Mientras
fuese tranquilo y hubiese un techo que lo cubriera del torrencial velo de la lluvia, no le importaba.

La Bahía de la Calavera era lo que se esperaba, y a la vez no. Edificios destartalados pintados de
todos colores, la mayoría en mal estado, desbordaban de gente que cerraba ventanas y recogía la
ropa que colgaba en las sogas, frente a la tormenta que había perseguido a Rowan y a Dorian den-
tro de la bahía minutos antes.

Encapuchados y cubiertos por una capa, nadie les había hecho ninguna pregunta una vez que
Rowan hubo volteado cinco monedas de cobre al jefe del muelle. Lo suficiente para que no abrierá
la boca, pero no lo suficiente para garantizar que alguno de los ladrones que posiblemente estaban
monitoreando los muelles fueran tras de ellos.

Dorian había mencionado dos veces ahora, que no estaba seguro de cómo Rowan seguía funcio-
nando. Para ser honesto, Rowan tampoco lo sabía. Se había permitido dormitar solo algunas horas
en los últimos días. El agotamiento se avecinaba, deteriorando fuertemente el agarre en su magia,
su concentración.

Cuando Rowan no había estado discutiendo con los vientos para impulsar su esquife a través de
las vibrantes aguas cálidas del archipiélago de las Islas Muertas, había estado elevándose a lo alto
para controlar si se avecinaban enemigos. No había visto ninguno. Solo el océano turquesa y las
blancas arenas salpicadas con oscuras piedras volcánicas. Todo aquello rodeado por el follaje verde
esmeralda y las montañosas islas que se extendían tan lejos como los ojos de un halcón podían ver.

Los truenos resonaron a través de la Bahía de la Calavera y el mar turquesa más allá del puerto
parecía brillar intensamente, como si un relámpago distante hubiese iluminado el océano entero.
Junto a los muelles, una taberna pintada de color cobalto permanecía ligeramente resguardada,
incluso con la tormenta parecía cernirse sobre ellos.

El Dragón del Mar. Los propios cuarteles generales de Rolfe, llamados así tras su barco, según los
reportes de Aelin. Rowan consideró ir hacia ellos, nada más que dos viajeros perdidos buscando
refugio por la tormenta.

Pero él y el joven rey habían elegido otro camino, durante las incansables horas que había cumplido
su promesa de enseñarle a Dorian sobre la magia. Habían trabajado solo por minutos a la vez, ya
que no sería muy útil si el rey rompía su pequeño bote, en el caso que su poder se escurriera de sus
ataduras. Por lo que habían sido ejercicios con hielo: evocar una bola de escarcha en su palma, para
luego dejar que se derritiera. Una y otra vez.

Incluso ahora, plantado como una piedra en medio de un torrente de gente acarreando mercancías
lejos de la furia de la tormenta, el rey estaba flexionando y relajando sus dedos, dejando que Rowan
se orientara, mientras su mirada viajaba sobre la bahía en forma de herradura, hasta la colosal
cadena extendida a través de su desembocadura, actualmente debajo de la superficie.

Rompedor de Barcos, era llamada la cadena. Incrustada con bálanos y cubierta con una bufanda
de algas marinas, estaba conectada a la torre de vigilancia en ambos lados de la bahía, donde los
guardias la levantarían o la bajarían para dejar salir a los barcos. O dejarlos dentro hasta que
hubiesen pagado los considerables peajes. Habían tenido suerte que la cadena hubiera estado ya
baja, anticipándose a la tormenta.

Debido a que su plan para anunciar que estaban allí sería… calmo. Diplomático.

Ya que necesitaba serlo, dado que la última vez que Aelin había puesto un pie en la Bahía de la
Calavera, dos años atrás, había roto aquella cadena. Y destrozado una de las torres de vigilancia,
ahora reconstruidas (Rolfe, al parecer, había agregado una torre gemela sobre la bahía desde
entonces), además de media ciudad. E inutilizado los timones de cada barco en el puerto, incluyendo
el apreciado Dragón del Mar de Rolfe.

Rowan no estaba sorprendido, pero al ver el alcance del infierno que ella había desatado… Santos
dioses.

Por lo que el anuncio de la llegada de Dorian sería lo opuesto a aquello. Alquilarían habitaciones en
una posada respetable y luego solicitarían una audiencia con Rolfe. Apropiado y digno.

Los relámpagos destellaron y Rowan escaneó rápidamente la calle delante de ellos, una mano
agarrando su capucha para que el viento no revelase su herencia Fae.

Una posada con paredes color esmeralda se encontraba en la otra punta de la cuadra, su cartel
dorado golpeteando contra el salvaje viento. EL OCÉANO ROSA.

La posada más bonita de la ciudad, les había dicho el jefe del muelle cuando habían preguntado.
Ya que por lo menos necesitaban parecer como si les fuera bien con el dinero que luego ofrecerían
a Rolfe.

Y tener algo de descanso, aunque fuera algunas pocas horas. Rowan dio un paso hacia la posada,
casi decayendo por el alivio, y miró por encima del hombro para indicarle al rey que lo siguiera.

Pero, como si los propios dioses quisieran ponerlo a prueba, una ráfaga de viento frio por la lluvia
roció sus rostros, y una sensación punzó en su despertar. Un cambio en el aire. Como un gran
bolsillo de poder agrupado cerca de ellos, haciéndoles señas para que se acercaran a él.

Su mano empapada voló instantáneamente hacia el cuchillo que estaba a su lado, mientras
inspeccionaba los techos, que solo revelaban una cortina de lluvia. Rowan aclaró su mente,
escuchando a la ciudad y la tormenta alrededor de ellos.

Dorian alejó el pelo mojado de su rostro, y abrió la boca para hablar, hasta que notó el cuchillo.
—Tú también lo sientes.

Rowan asintió, la lluvia chorreando por su nariz.

—¿Qué sientes tú?

El inexperto poder del rey podría captar diferentes sensaciones, diferentes indicios, que los que su
viento, su hielo y su instinto podían detectar. Pero sin el entrenamiento adecuado, podía no estar
claro.

—Se siente… antiguo —dijo Dorian apenado, y sobre la tormenta—: Salvaje, despiadada. No puedo
deducir nada más.

—¿Te hace acordar al Valg?

Si había una persona que lo sabría, sería el rey antes que él.

—No —dijo Dorian, suprimiendo su mirada—. Ellos eran aberrantes a mi magia. Esta cosa aquí…
Solo hace que mi magia curiosee. Precavida, pero curiosa. Pero está escondido, de alguna manera.

Rowan enfundó su cuchillo.

—Entonces mantente cerca y alerta.

Dorian nunca había estado en un lugar como la Bahía de la Calavera.

Incluso con la pesada lluvia azotándolos mientras cazaban la fuente de aquel poder a lo largo de la
calle principal, se había maravillado con la mezcla de anarquía y completo orden que reinaba en la
ciudad isleña. No se inclinaba ante ningún rey, ni nadie que tuviera sangre azul, sin embargo esta-
ba regida por el Señor de los Piratas quien había arañado su camino al poder, gracias a sus manos
tatuadas con un mapa de los océanos del mundo.

Un mapa, según los rumores, que había revelado donde le aguardaban los enemigos, los tesoros y
las tormentas. El costo: su alma eterna.

Aelin había confirmado una vez que en efecto, Rolfe no tenía alma y que sin dudas, estaba tatuado.
En cuanto al mapa… Ella se había encogido de hombros diciendo que Rolfe había asegurado que
había dejado de moverse cuando la magia había caído. Dorian se preguntó si aquel mapa ahora
indicaba que él y Rowan estaban caminando por su ciudad, si los marcaba como enemigos.

Tal vez la llegada de Aelin sería sabida mucho antes que pusiera un pie en la isla.

Encapuchados, cubiertos con una capa y empapados por completo, Dorian y Rowan recorrieron
un amplio circuito por las calles vecinas. La gente había desaparecido rápidamente y las embarca-
ciones en el puerto se mecían salvajemente debido a las olas que lamían el amplio atracadero y lle-
gaban hasta los adoquines. Las palmeras azotaban y ni siquiera las gaviotas se atrevían a moverse.

Su magia permanecía dormida, emitiendo un murmullo de descontento cuando él se había puesto


rígido ante los fuertes ruidos que provenían de adentro de las tabernas, posadas y tiendas por las
que pasaban. A su lado, Rowan se abrió paso entre la tormenta, la lluvia y el viento parecían par-
tirse en dos para él.

Llegaron al embarcadero, el masivo y preciado buque de Rolfe se mecía en las agitadas aguas, las
velas atadas frente a la tormenta.

Por lo menos Rolfe estaba allí. Por lo menos aquello había salido bien.

Dorian estaba tan ocupado observando el barco que casi choca contra la espalda de Rowan, cuando
el príncipe guerrero se detuvo.

Se tambaleó hacia atrás, Rowan afortunadamente no hizo comentarios al respecto, luego inspec-
cionó el edificio que había llamado la atención del príncipe.

Su magia se espabiló, al igual que un ciervo alarmado.

—No debería estar siquiera sorprendido —refunfuñó Rowan, y el cartel pintado de azul se agitó con
el viento sobre la entrada de la taberna. EL DRAGÓN DEL MAR.

Dos guardias estaban plantados en la mitad de la cuadra, no llevaban uniformes, pero el hecho de
estar parados en medio de una tormenta con las manos en sus espadas, los delataba como tales.

Rowan inclinó su cabeza en una forma que le indicó a Dorian que el príncipe probablemente estaba
contemplando si valía la pena arrojar a los hombres hacia el agitado puerto. Pero nadie los detuvo
cuando Rowan le dio a Dorian una mirada de advertencia y luego abrió la puerta que conducía a la
taberna personal del Señor de los Piratas. Luz dorada, especias, pisos y paredes de madera lustra-
dos les dieron la bienvenida.

Estaba vacía, a pesar de la tormenta. Completamente vacía, salvo por la docena de mesas.

Rowan cerró la puerta detrás de Dorian, escaneando la habitación, las pequeñas escaleras en la
parte de atrás. Desde donde estaban, Dorian podía ver las letras que cubrían la mayoría de las
mesas.

Cazador de Tormentas. Señora Ann. Tigre Estrellado.

Las popas de los navíos. Cada mesa estaba construida con ellas.

No habían sido tomadas de los naufragios. No, aquel era un salón de trofeos, un recordatorio para
aquellos que habían conocido al Señor de los Piratas de cómo se había ganado su corona.

Todas las mesas parecían centradas alrededor de una en la parte trasera, más grande y más desgas-
tada que las otras. Zorro Marino. Las enormes tiras estaban marcadas con quemaduras y gubias,
pero la inscripción se mantenía nítida. Como si Rolfe no quisiera nunca olvidar cual barco era uti-
lizado como su mesa personal.

Pero en cuanto al hombre en sí y al poder que habían sentido… No había señal de ninguno.

Una puerta detrás de la barra se abrió, y una delgada joven con cabellos castaños salió de ella. Su
mandil la delataba como la camarera, pero sus hombros estaban echados hacia atrás, su cabeza en
alto, sus ojos grises y afilados mientras los escudriñaba y continuaba poco impresionada.

—Él se estaba preguntando cuando ustedes vendrían a fisgonear —dijo la joven, con un acento rico
y marcado, como el de Aedion.

Rowan dijo:

—¿Oh?

La camarera sacudió su delicada barbilla hacia la angosta escalera de madera en la parte de atrás.

—El Capitán quiere verlos en su oficina. Piso de arriba, segunda puerta.

—Por qué.

Incluso Dorian sabía que no debía ignorar aquel tono. Pero la muchacha se había limitado a aga-
rrar un vaso y acercarlo a la luz que desprendían las velas en busca de manchas, luego había ex-
traído un trapo de su mandril. Tatuajes gemelos de rugientes dragones de mar grises se dejaban
ver alrededor de sus bronceados antebrazos, las bestias parecían deslizarse cuando sus músculos
giraban con el movimiento.

Sus escamas hacían juego con el color de sus ojos a la perfección, notó cuando ella posó sus ojos
sobre Dorian y Rowan una vez más antes de decir fríamente:

—No lo hagan esperar.

Dorian murmuró a Rowan mientras subían por las oscuras escaleras crujientes:

—Podría ser una trampa.

—Posiblemente —dijo Rowan con igual calma—. Pero considera que se nos permitió acudir a él. Si
fuera una trampa, el movimiento más inteligente habría sido atraparnos desprevenidos.

Dorian asintió, algo relajándose en su pecho.

—¿Y tú, tu magia está… mejor?

Las duras facciones no le decían nada.


—Me las arreglaré —no era una respuesta.

A lo largo del pasillo ubicado en el segundo piso, cuatro jóvenes con mirada de acero estaban apos-
tados con finas espadas cuyas empuñaduras fueron hechas luego de haber atacado a los dragones
marinos, seguramente la marca de su capitán. Ninguno se molestó en hablar, mientras él y Rowan
buscaban la puerta indicada.

El Príncipe Fae golpeó una vez. Un gruñido fue todo lo que tuvieron como respuesta.

Dorian no sabía qué esperaba del Señor de los Piratas.

Pero un hombre con pelo negro, pasando por poco los treinta años, holgazaneando en un diván
de terciopelo rojo, frente a la curva de las ventanas salpicadas por la lluvia no era lo que esperaba.
Capítulo 21
Traducido por Ella R

Corregido por Cotota

El Señor de los Piratas de la Bahía de la Calavera no se giró desde donde estaba, tumbado en el
diván, con pilas de papeles cubriendo la desgastada alfombra azul cobalto debajo de él. Según las
prolijas columnas que Dorian apenas podía distinguir, desde donde él y Rowan estaban ubicados
a pocos pasos dentro de la oficina del hombre, los papeles parecían estar repletos con cálculos de
mercancías o expensas, ganadas ilícitamente, o de otra manera.

Pero Rolfe continuó observando como las embarcaciones se ladeaban y mecían en el puerto, la
sombra de la cadena hundida del Rompedor de Barcos surcaba al mundo echado a la suerte de la
tormenta más allá de ellos.

Rolfe probablemente se había enterado de su llegada, no gracias a ningún mapa mágico, sino por
estar sentado allí. En efecto, oscuros guantes de cuero adornaban sus manos; el material estaba
gastado y agrietado debido al paso del tiempo. No dejaban entrever ni un atisbo de los legendarios
tatuajes.

Rowan no se movió; apenas parpadeó mientras asimilaba al capitán y a la oficina. El mismo Dorian
había participado en demasiadas maniobras políticas, como para conocer los usos del silencio, el
poder de quién hablaba primero. El poder de hacer esperar a alguien.

El repiqueteo de la lluvia contra la ventana y el amortiguado goteo de sus propias ropas empapadas
sobre la andrajosa alfombra llenaban el silencio.

El Capitán Rolfe hizo tamborilear un dedo enguantado contra el brazo del diván, al tiempo que ob-
servaba la bahía por un instante más largo, como si se asegurara que el Dragón del Mar continuara
flotando. Luego se volvió hacia ellos.

—Quítense las capuchas. Quiero saber con quién estoy hablando.

Dorian se puso rígido ante la orden, pero Rowan dijo:

—Su camarera nos dejó sobreentendido que usted sabía malditamente bien quienes somos.

Una media sonrisa irónica apareció en los labios de Rolfe, la esquina superior izquierda marcada
con una pequeña cicatriz. Por fortuna no de Aelin.

—Mi camarera habla demasiado.

—¿Entonces por qué la mantienes aquí?


—Un regalo para los ojos, que difícilmente vienen por aquí —dijo Rolfe, desenrollando sus pies.
Era tan alto como Dorian y sus ropas eran simples, negras de fina elaboración. Un florete elegante
colgaba a un lado, junto con una daga haciendo juego.

Rowan resopló, pero para sorpresa de Dorian, se quitó la capucha.

Los ojos verde mar de Rolfe destellaron, sin duda ante el cabello plateado, las orejas puntiagudas
y los ligeramente alargados colmillos. O el tatuaje.

—Un hombre con la misma afición por la tinta que yo —dijo Rolfe con un movimiento de cabeza
apreciativo—. Creo que tú y yo nos entenderemos bien, Príncipe.

—Macho —corrigió Rowan—. Las hadas masculinas no son hombres humanos.

—Semánticas —dijo Rolfe, volviendo su atención hacia Dorian—. Así que tú eres el rey por quien
todo el mundo está tan agitado.

Dorian finalmente llevó su capucha hacia atrás.

—¿Qué hay sobre ello?

Con una mano enguantada, Rolfe señaló un escritorio cubierto de papeles y dos sillas revestidas
ante este. Como el mismo hombre, era elegante pero desgastada, ya fuese por el tiempo, el uso o
las batallas del pasado. Y aquellos guantes… ¿cubrían los mapas tatuados allí?

Rowan le hizo a Dorian una seña para que se sentara. Las llamas de las velas quemaban a lo largo
de la alcantarilla, mientras ellos pasaban y tomaban asiento.

Rolfe bordeó las pilas de papeles en el piso y tomó su lugar en el escritorio. Su silla tallada, de
respaldo alto podría bien haber sido un trono de algún reino distante.

—Pareces increíblemente calmado para ser un rey que acaba de ser declarado traidor de la corona
y ladrón del trono.

Dorian se alegró de haber estado en proceso de sentarse. Rowan levantó una ceja.

—¿Según quién?

—Según los mensajeros que llegaron ayer —dijo Rolfe, inclinándose hacia atrás en su asiento y
cruzando sus brazos—. El Duque Perrington, ¿o debería llamarlo Rey Perrington ahora?, emitió
un decreto firmado por la mayoría de los lores y señoras de Adarlan, que lo nombraba a usted, Su
Majestad, un enemigo de su reino y afirmaba que él había liberado a Rifthold de sus garras, luego
de que tú y la Reina de Terrasen hubieran masacrado a tantos inocentes esta primavera. También
declaró que cualquier aliado —un movimiento de cabeza hacia Rowan—, es un enemigo. Y que
serás aplastado por sus ejércitos si no te rindes.

El silencio se apoderó de su mente. Rolfe continuó, un poco más gentil.

—Tu hermano ha sido nombrado heredero de Perrington y Príncipe de la corona.


Oh dioses. Hollin era un niño, pero sin embargo… algo se había podrido dentro de él, infectado…

Él lo había dejado allí. En vez de lidiar con su madre y su hermano, él les había ordenado que se
quedaran en aquellas montañas. Donde ahora eran como ovejas rodeadas por una manada de
lobos.

Deseaba que Chaol estuviera con él. Deseaba que el tiempo solo… se detuviera, para que pudiera
arreglar todas estas piezas fracturadas de él mismo, ponerlas en alguna clase de orden, si no
recomponerlas por completo.

Rolfe dijo:

—Por la mirada en tu rostro, adivino que tu llegada aquí sin duda tiene algo que ver con el hecho
de que Rifthold ahora yace en ruinas y que la gente está huyendo a donde puede.

Dorian expulsó los pensamientos traicioneros y dijo, con voz cansina:

—Vine para averiguar de qué lado está usted, Capitán, en lo que concierne a este conflicto.

Rolfe se acomodó hacia adelante en su asiento, sus antebrazos descansando sobre el escritorio.

—Debes estar sin duda desesperado, entonces —una rápida mirada a Rowan—. ¿Y tú reina esta
igualmente desesperada por mi ayuda?

—Mi reina —dijo Rowan— no forma parte de esta discusión.

Rolfe se limitó a sonreírle a Dorian.

—¿Tu deseas saber de qué lado estoy? Estoy del lado que se mantenga alejado de mi territorio.

—Hay rumores —contrarrestó Rowan calmadamente— que afirman que la zona más oriental de
este archipiélago ya no forma parte de tu territorio, en cualquier caso.

Rolfe sostuvo la mirada de Rowan. Un latido de corazón transcurrió. Luego otro. Un músculo se
movió en la mandíbula de Rolfe.

Luego se quitó los guantes para revelar sus manos tatuadas desde la punta de los dedos hasta la
muñeca. Después volvió las palmas hacia arriba, mostrando un mapa del archipiélago y qué…

Dorian y Rowan se inclinaron hacia adelante al ver que las aguas azules en efecto fluían, pequeños
puntos entre ellas, navegaban. Y en la zona más oriental del archipiélago, curvándose hacia el
mar…

Aquellas aguas eran grises, las islas un marrón rojizo. Pero nada se movía, no había puntos que
indicaran barcos. Como si el mapa se hubiera congelado.

—Tienen magia que los protege, incluso de esto —dijo Rolfe —. No puedo estimar un cálculo de sus
navíos, sus hombres o sus bestias. Los exploradores nunca regresan. Este invierno, oímos rugidos
provenientes de las islas, algunos casi humanos, otros definitivamente no. A menudo avistamos…
cosas sobresaliendo de aquellas rocas. Hombres, pero a la vez no. Dejamos la zona sin controlar
durante mucho tiempo, y ahora pagamos el precio.

—Bestias —dijo Dorian—. ¿Qué clase de bestias?

Una sonrisa triste, la cicatriz estirándose.

—De las que hacen que considere huir de este continente, Su Majestad.

La condescendencia golpeó algo suelto en el talante de Dorian.

—He atravesado más pesadillas de las que se imagina, Capitán.

Rolfe bufó, pero sus ojos fueron a la pálida línea que atravesaba la garganta de Dorian.

Rowan se inclinó hacia atrás en su silla con una perezosa gracia; el Comandante de Guerra
personificado.

—Debe ser una sólida tregua la que usted mantiene, entonces, si continua acampando aquí con
muy pocos navíos en su puerto.

Rolfe simplemente volvió a ponerse sus desgastados guantes.

—Mi flota debe ejercer un poco de piratería de vez en cuando, sabes. Hay cuentas que pagar y todo
eso.

—Me imagino. Especialmente cuando emplea a cuatro guardias para que vigilen su pasillo.

Dorian captó el hilo de lo que Rowan pensaba y le dijo al Príncipe Hada:

—No sentí el olor del Valg en la ciudad —no, lo que sea que haya sido aquel poder… se había
camuflado en la nada ahora.

—Eso es porque —dijo Rolfe, arrastrando las palabras, cortando lo que tenían que decir— matamos
a la mayoría de ellos.

El viento azotó contra las ventanas, salpicando lluvia sobre ellas.

—Y en lo que respecta a los cuatro hombres en el pasillo, ellos son todo lo que queda de mi
tripulación. Gracias a la batalla que tuvimos durante esta primavera para reclamar esta isla, luego
de que el general de Perrington nos la haya robado.

Dorian maldijo en voz baja y de forma vil. El capitán asintió.

—Pero nuevamente soy el Señor de los Piratas de la Bahía de la Calavera, y si las islas del este están
tan lejos como piensa llegar Morath, entonces Perrington y sus bestias pueden tenerlas. El Punto
Muerto1 es apenas algo más que cuevas y rocas, de todas formas.

—¿Qué clase de bestias? —preguntó Dorian nuevamente.

1 Dead End, en inglés.


Los pálidos ojos verdes de Rolfe se oscurecieron.

—Wyverns de Mar. Las Brujas comandan los cielos con sus dragones, pero estas aguas ahora son
regidas por bestias engendradas de las batallas navales, los infames daños de un antiguo patrón.
Imagínense una criatura de la mitad del tamaño de un barco de primera categoría, más rápida
que un delfín de carrera, y el daño que puede causar con sus dientes y sus garras, junto con una
venenosa cola del tamaño de un mástil. Peor, si matas a una de sus sanguinarias crías, los adultos te
cazarán hasta el fin del mundo —Rolfe se encogió de hombros—. Así que encontrará, Su Majestad,
ningún interés de mi parte en disturbar las islas del este, en cuanto ellos no me disturben aún más.
No tengo interés en hacer algo, salvo continuar obteniendo beneficios de mis esfuerzos —sacudió
una mano vagamente hacia los papeles desparramados de arriba abajo.

Dorian se mordió la lengua. La oferta que había planeado hacer… Sus fondos pertenecían a Morath
ahora. Dudaba que los corsarios se ofrecieran como voluntarios basados en créditos.

Rowan le dio una mirada que decía lo mismo. Otra ruta para lograr que Rolfe se uniera a su causa,
después de todo. Dorian escudriñó la oficina, el gusto se inclinaba hacia las ropas elegantes, sin
embargo, había muy poco sin usar. La ciudad semi-destrozada alrededor de ellos. Los cuatro
sobrevivientes de la tripulación. La manera en que Rolfe había mirado la línea blanca alrededor
de su garganta.

Rowan abrió su boca, pero Dorian dijo:

—No fueron simplemente asesinados, su tripulación. Algunos fueron secuestrados, ¿no es así?

Los ojos verde mar de Rolfe se tornaron fríos.

Dorian continuó:

—Capturados, junto con otros, y llevados hacia las Islas Muertas. Usados para obtener información
sobre cómo y dónde golpearlo a usted. La única forma de liberarlos cuando los enviaron de vuelta,
como demonios dentro de sus cuerpos, fue decapitarlos. Quemarlos.

Rowan preguntó bruscamente:

—¿Eran anillos o collares lo que usaban, Capitán?

La nuez de Adán de Rolfe subió y bajó. Después de un largo momento, dijo:

—Anillos. Ellos dijeron que habían sido liberados. Pero no eran los mismos hombres que… —Un
sacudón de cabeza—. Demonios —dijo en un respiro, como si explicara algo. —. Eso es lo que él
puso en ellos.

Así que Rowan le contó. Del Valg, de su princesa y de Erawan, el último rey Valg.

Incluso Rolfe tuvo la sensatez de verse perturbado mientas Rowan concluía;

—Se ha desprendido del disfraz de Perrington. Es solo Erawan ahora… Rey Erawan, aparentemente.

Los ojos de Rolfe vagaron hacia el cuello de Dorian nuevamente, y le resultó casi imposible no
tocarse la cicatriz que tenía allí.

—¿Cómo sobreviviste a aquello? Incluso cortamos los anillos, pero mis hombres… se habían ido.

Dorian sacudió su cabeza.

—No lo sé —el no tener respuesta no significaba que los hombres de Rolfe fuesen… menos, por
no haber sobrevivido. Quizás él había sido infestado por un príncipe Valg, quien había disfrutado
tomándose su tiempo.

Rolfe corrió una hoja de papel de su escritorio, leyéndola nuevamente por un instante, como si
fuera una mera distracción mientras pensaba. Al fin dijo:

—Eliminar lo que queda de ellos en las Islas Muertas no hará una mierda contra el poderío de
Morath.

—No —contrarrestó Rowan—, pero si tenemos al archipiélago, podemos utilizar esas islas para
librar una batalla desde los mares, mientras atacamos por tierra. Podemos usar estas islas para
albergar flotas provenientes de otros reinos, de otros continentes.

Dorian agregó:

—Mi Mano se encuentra actualmente en el continente sur, en Antica precisamente. Él les persuadirá
para que envíen una flota —es lo mínimo que Chaol podía hacer por él, por Adarlan.

—Ninguna vendrá —dijo Rolfe—. No han venido en diez años, desde luego no vendrán ahora —
escudriñó a Rowan y luego agregó con una pequeña sonrisa de superioridad—. Especialmente
luego de las últimas noticias.

Esto no terminaría bien, decidió Dorian cuando Rowan preguntó rotundamente:

—¿Qué noticias?

Rolfe no respondió, se limitó a observar la bahía tormentosa, o lo que fuese que llamara su
atención allí afuera. Unos cuantos meses duros para el hombre, se dio cuenta Dorian. Alguien
aferrándose a este lugar a través de pura arrogancia y fuerza de voluntad. Y todas aquellas mesas
abajo, ensambladas con partes de navíos conquistados… ¿Cuántos enemigos estaban circulando,
esperando una oportunidad para vengarse?

Rowan abrió la boca, sin duda para exigir una respuesta, cuando Rolfe golpeó fuertemente su bota
tres veces contra el desgastado suelo de madera. Otro golpe sonó como respuesta en la pared.

El silencio cayó entre ellos. Dado el odio que Rolfe sentía hacia los Valg, Dorian dudaba que Morath
estuviera a punto de saltar a cerrar su boca, pero… se deslizó dentro de su magia, a medida que las
pisadas producían un ruido sordo por el pasillo. Por el aspecto tenso del rostro tatuado de Rowan,
supo que el príncipe estaba haciendo lo mismo. Especialmente cuando Dorian sintió que su magia
se acercaba a la del Príncipe Fae, al igual que lo había hecho aquel día sobre el castillo de cristal,
junto con Aelin.
Las pisadas se detuvieron fuera de la puerta de la oficina y, nuevamente, aquel pulso de la extraña
y poderosa magia se alzó. La mano de Rowan se deslizó a una distancia casual del cuchillo de caza
que llevaba en el muslo.

Dorian se concentró en su respiración, en jalar líneas y trozos de su magia. El hielo ardió en sus
palmas mientras la puerta de la oficina se abría.

Dos machos con cabello dorado aparecieron en el umbral.

El gruñido de Rowan resonó a través del suelo de madera y a lo largo de los pies de Dorian, mientras
él asimilaba los músculos, las orejas puntiagudas, la boca grande que revelaba los colmillos…

Los dos extraños, la fuente de aquel poder… eran Fae.

El que tenía los ojos oscuros como la noche y una afilada sonrisa miró a Rowan y dijo lentamente:

—Me gustaba tu pelo cuando estaba más largo.

Una daga incrustada en la pared, apenas un milímetro alejado de la oreja del macho fue la única
respuesta de Rowan.
Capítulo 22
Traducido por Ella R
Corregido por Cotota

Dorian no vió cuando el Príncipe Hada lanzó la daga, hasta que la hoja produjo un ruido seco al
clavarse en la pared de madera, su empuñadura aún temblando debido al impacto.

Pero el macho de ojos oscuros y piel bronceada, tan hermoso que Dorian tuvo que parpadear, son-
rió con superioridad a la daga temblando arriba de su cabeza.

—¿Tu puntería fue así de mala cuando cortaste tu cabello?

El otro macho a su lado, bronceado, con ojos de leon y una constante clase de tranquildad para él,
levantó sus amplias y tatuadas manos.

—Rowan, baja tus armas. No estamos aqui por ti.

Porque ya había más armas en las manos de Rowan. Dorian ni siquiera había oído cuando se levan-
tó, mucho menos cuando desenvainó la espada o la elegante hachuela que tenía en la otra mano.

La magia de Dorian se retorció en sus venas mientras estudiaba a los dos extraños. Aquí estás,
decía.

Junto a Rowan, su magia se había acostumbrado al impactante abismo de poder del príncipe, pero
tres de estos machos juntos, antiguos, poderosos y prístinos… Ellos eran su propia vorágine. Po-
dían destrozar esta ciudad sin nisiquiera intentarlo. Se preguntó si Rolfe se había percatado de ello.

El Señor de los Piatas dijo secamente:

—Asumo que se conocen.

El serio de ojos dorados asintió, sus pálidas ropas tan parecidas como las que Rowan prefería: tela
texturada y eficiente, apta para los campos de batalla. Una franja de tatuajes negros rodeaba el
musculoso cuello del macho. El estómago de Dorian dio un tumbo. Desde la distancia, podría muy
bien haber sido otra clase de collar negro.

Rowan dijo tensamente:

—Gavriel y Fenrys solían… trabajar conmigo.

Los ojos verde mar de Rolfe se lanzaron entre ellos, evaluando, pesando.

Fenrys, Gavriel. Dorian conocía esos nombres. Rowan los había mencionado durante su viaje hasta
aquí… Dos miembros del cadre1 de Rowan.

Rowan le explicó a Dorian:

—Están jurados con sangre a Maeve. Al igual que yo solía estar.

Eso significaba que estaban bajo sus órdenes. Y si Maeve había enviado no uno, sino dos de sus
tenientes a este continente, estando ya Lorcan aqui…

Rowan dijo entre dientes, envainando sus armas.

—¿Qué negocios tienen con Rolfe?

Dorian libró su magia dentro suyo. Se asentó en su centro como un trozo de cinta caída.

Rolfe agitó una mano a los machos.

—Ellos son los portadores de las noticias que te prometí, entre otras cosas.

—Y estábamos a punto de sentarnos a almorzar —dijo Fenrys, aquellos oscuros ojos bailando—.
¿Les importa? —Fenrys no esperó su respuesta, sino que se escbulló de vuelta al vestíbulo y salió
de allí.

El que estaba tatuado, Gavriel, suspiró lentamente.

—Es una larga historia, Rowan, y una que tú y el Rey de Adarlan —un rápido vistazo en su dirección—
deben oír —hizo gestos hacia el vestíbulo y dijo, completamente impávido—: Tú sabes que Fenrys
se pone de mal humor cuando no come.

—Escuché eso —dijo una profunda voz masculina desde el vestíbulo.

Dorian se contuvo de sonreír, observando la reacción de Rowan, en cambio. Pero el Príncipe Fae
solo sacudió su cabeza hacia Gavriel en una orden silenciosa para que los guiara.

Ninguno de ellos, ni siquiera Rolfe, habló mientras descendían hacia el salon principal. La camarera
se había ido, solo vasos relucientes detrás del bar eran la prueba de que ella había estado allí. Y en
efecto, devorando un plato caliente de algo que olía como estofado de pescado, Fenrys ahora los
esperaba en una mesa en la parte trasera.

Gavriel se deslizó en el asiento al lado del guerrero, su plato casi lleno derramándose un poco
cuando la mesa se movió, y le dijo a Rowan cuando el príncipe se detuvo en la mitad de la habitación:

—Está… —El guerrero Fae hizo una pausa, como si estuviese sopesando las palabras y pensando
en cómo podría reaccionar Rowan si la pregunta estaba mal planteada. Dorian supo porqué al
siguiente instante—. ¿Está Aelin Galathynius contigo?

Dorian no sabía donde mirar: a los guerreros ahora reunidos en la mesa, a Rowan a su lado, o a
1 Cadre: hace referencia al grupo de guerreros Fae que Maeve mantiene a su alrededor: Gavriel,
Vaughan, Lorcan, Fenrys y Connall son los que hemos conocido hasta ahora. Rowan fue miembro ante-
rior a él, cuando estaba jurado a ella.
Rolfe que tenía las cejas alzadas mientras se inclinaba contra la barandilla de las escaleras, sin
tener idea de que la reina era su gran enemiga.

Rowan sacudió su cabeza una vez, un rápido y cortante movimiento.

—Mi reina no está en nuestra compañía.

Fenrys levantó las cejas pero continuó devorando su comida, su chaqueta gris desabotonada
revelaba un moreno pecho musculoso que se entreveía por la abertura de su camisa blanca. Un
bordado dorado se arremolinaba a lo largo de las solapas de la chaqueta, el único signo de riqueza
ente ellos.

Dorian no sabía muy bien lo que había sucedido la primavera pasada con el cadre de Rowan, pero…
ellos obviamente no habían terminado en buenos términos. Por lo menos no por parte de Rowan.

Gavriel se levantó para agarrar dos sillas, las más cercanas a la salida, notó Dorian. Quizás Gavriel
era el que mantenía la paz entre el cadre.

Rowan no hizo un solo movimiento para ayudarlos. Era tan fácil olvidarse que el príncipe tenía
siglos de manejar cortes extranjeras, había ido a guerras y vuelto de ellas. Con estos machos.

Rowan no se molestó en ser diplomático, sin embargo dijo:

—Diganme de qué va esta maldita noticia.

Fenrys y Gavriel intercambiaron una mirada. El primero simplemente rodó sus ojos y le hizo a
Gavriel un gesto con su cuchara para que hablara.

—La flota de Maeve está navegando hacia este continente.

Dorian se alegró de no haber tenido nada en su estómago.

Las palabras de Rowan sonaron guturales cuando preguntó:

—¿Esa perra se está aliando con Morath? —Le brindó a Rolfe lo que Dorian consideraba una mirada
fria como el hielo—. ¿Usted se está aliando con ella?

—No —dijo Gavriel imparcialmente.

Para darse mérito, Rolfe se limitó a encogerse de hombros.

—Te lo he dicho, no quiero formar parte en esta guerra.

—Maeve no es de la clase que comparte poder —interrumpió Gavriel tranquilamente—. Pero antes
que nos fuéramos, ella estaba alistando una escuadra para partir hacia Eyllwe.

Dorian exhaló un silbido.

—¿Por qué Eyllwe? ¿Es posible que estuviera enviando ayuda?


Por la mirada en el rostro de Rowan, Dorian podía decir que el príncipe ya estaba catalogando,
marcando y analizando lo que sabía de su antigua reina, de Eyllwe y cómo se relacionaba con todo
lo demás.

Dorian intentó controlar su acelerado corazón, sabiendo que probablemente ellos pudieran oír su
cambio de ritmo.

Fenrys bajó su cuchara.

—Dudo que esté enviando ayuda a alguien en absoluto, por lo menos en lo que concierne a este
continente. Y además ella no nos contó sus razones específicas.

—Siempre se los dijo —contrarrestó Rowan—. Nunca se ha guardado una información así.

Los oscuros ojos de Fenrys se movieron rápidamente.

—Eso era antes que tú la humillaras al cambiarla por Aelin del Fuego Salvaje. Y antes que Lorcan
la abandonara también. No confía en ninguno de nosotros ahora.

Eyllwe… Maeve tenía que saber lo querido que el reino era para Aelin. Pero enviar una flota…
Tenía que haber algo allí, algo que valiera su tiempo. Dorian recordó cada lección que se le había
enseñado, cada libro que había leído en el reino. Pero no le despertó nada.

Rowan dijo:

—Maeve no puede creer que puede conquistar Eyllwe, por lo menos no durante un período
extendido de tiempo, no sin arrastrar a todo su ejército aquí y dejar a su reino desprotegido.

Pero tal vez se había esparcido escasamente a Erawan, incluso si el costo de la invasión de Maeve
fuese excesivo…

—Repito —dijo Fenrys —, no conocemos los detalles. Solo se lo dijimos —un movimiento de
barbilla hacia donde Rolfe continuaba inclinado contra la barandilla, cruzado de brazos— como
una advertencia de cortesía, entre otras cosas.

Dorian notó que Rowan no preguntó si hubieran extendido la cortesía hacia ellos si no hubiesen
estado allí. O qué exactamente, eran las otras cosas. El príncipe le dijo a Rolfe:

—Necesito despachar mensajes. Inmediatamente.

Rolfe estudió sus manos enguantadas.

—¿Por qué molestarse? ¿No llegará el destinatario lo suficientemente pronto?

—¿Qué? —Dorian se abrazó a si mismo ante el temperamento hiviendo de rabia en el tono de


Rowan.

Rolfe sonrió.

—Dicen los rumores que Aelin Galathinius destruyó al General Narrok y a sus tenientes en Wendlyn.
Y que lo ha logrado con un Príncipe Fae a su lado. Impresionante.

Los colmillos de Rowan se dejaron ver.

—¿Y su punto, Capitán, es…?

—Solo deseo saber si Su Majestad, la Reina de Fuego, espera un gran desfile a su llegada.

Dorian dudaba que a Rolfe le gustase mucho su otro título: la Asesina de Adarlan. El gruñido de
Rowan fue suave.

—Repito, ella no vendrá aqui.

—¿Oh? Quieres decir que su amante va a rescatar al Rey de Adarlan, y, en vez de llevarlo hacia el
norte, él lo trae aquí, ¿y eso no significa de alguna manera que tendré la oportunidad de pronto
jugar al anfitrión con ella?

Al mencionar la palabra amante, Rowan le dio a Fenrys una mirada letal. El hermoso macho,
realmente no había otra manera de describirlo, solo se encogió de hombros.

Pero Rowan le dijo a Rolfe:

—Ella me pidió que trajera al Rey Dorian para persuadirlo a usted para que se una a nuestra causa.
Pero como usted no tiene interés en ningún plan que no sea el suyo, parecería que nuestro viaje
fue en vano. Por lo que prescindiremos de usted en esta mesa, especialmente si es incapaz de
despachar mensajeros —Rowan fijó su vista en las escaleras detrás de Rolfe—. Puede retirarse.

Fenrys se ahogó con una risa oscura, pero Gavriel se tensó cuando Rolfe siseó:

—No me importa quien seas y qué poder ejerces. Tú no me das órdenes en mi territorio.

—Mejor váyase acostumbrando a acatarlas —dijo Rowan, su voz estaba calma en una forma que
hacía que cada instinto de Dorian se preparase para correr—, porque si Morath gana esta guerra,
ellos no se conformarán con dejarlo contonearse por estas islas, pretendiendo ser el rey. Ellos le
bloquearán el acceso a cada puerto y a cada río, negarán sus comercios con las ciudades de las que
ha terminado dependiendo. ¿Quienes serán sus compradores cuando no quede nadie para adquirir
sus mercaderías? Dudo que Maeve se moleste –o lo recuerde siquiera.

Rolfe lo cortó.

—Si estas islas son saqueadas, navegaremos hacia otras, y otras. Los mares son mi cielo; sobre las
olas, siempre seremos libres.

—Dificilmente lo llamaría a acuclillarse en su taberna por miedo a los asesinos del Valg que están
libres.

Las manos enguantadas de Rolfe se flexionaron y luego volvieron a su antigua posición, y Dorian se
preguntó si agarraría el florete a su lado. Pero entonces, el Señor de los Piratas se dirigió a Fenrys
y a Gavriel.
—Nos reuniremos aquí mañana a las once —cuando su mirada se posó en Rowan, esta se volvió
más dura—. Envía a todos los malditos mensajeros que quieras. Puedes quedarte hasta que tu reina
llegue, lo cual no tengo duda que hará. En esa ocasión, oiré lo que la legendaria Aelin Galathynius
tenga que decir por ella misma. Hasta entonces, lárguense de aqui —Sacudió su barbilla hacia
Gavriel y Fenrys nuevamente—. Pueden hablar con los príncipes en sus malditos albergues —Rolfe
se fue ofendido hacia la puerta principal, abriéndola de un tirón para revelar una cortina de lluvia
y a los cuatro jóvenes de mirada dura merodeando en el muelle empapado. Sus manos salieron
disparadas hacia sus armas, pero Rolfe no hizo ningún movimiento para reunirlos. Se limitó a
señalar la puerta.

Rowan observó al hombre durante un momento, luego se dirigió a sus antiguos compañeros.

—Vamonos.

No eran lo suficientemente estúpidos para discutir.

Esto era malo. Innegablemente malo.

La magia de Rowan se crispó mientras trataba de mantener los escudos alrededor suyo y de Dorian
intactos. Pero no dejó que Fenrys ni Gavriel sintieran un olorcillo de su agotamiento, no reveló ni
un poco del esfuerzo que le costaba mantener la magia y concentrarse al mismo tiempo.

Rolfe podría muy bien ser una causa perdida contra Erawan o Maeve, especialmente una vez que
viera a Aelin. Si ella hubiese estado presente durante esta conversación, Rowan tenía el presen-
timiento que hubiese terminado con el Dragon del Mar, ambos, la posada y el navío anclado al
puerto, en llamas. Pero aquellos wyverns de mar… y la escuadra de Maeve… Pensaría en eso más
tarde. Pero mierda. Solo, mierda.

La posadera sin sentido del Océano Rosa no hizo preguntas cuando Rowan pagó dos habitaciones,
las mejores que la posada podía ofrecer. No cuando puso una moneda de oro en el mostrador.
Alojamiento por dos semanas, además de todas las comidas, establo para los caballos si tuvieran
alguno y servicio de lavandería ilimitada, había ofrecido con una mirada a sus ropas.

Y lo que fuese que los invitados desearan, añadió cuando Rowan silbó afiladamente, y Dorian,
Fenrys y Gavriel cruzaron el patio adoquinado, encapuchados mientras rodeaban la efusiva fuen-
te. La lluvia caia sobre las palmeras en macetas, haciendo crujir las buganvillas color violeta que
trepaban por las paredes hacia los balcones pintados de blanco, todavía cerrados por la tormenta.

Rowan pidió a la mujer que enviara suficiente comida como para ocho personas, luego acechó las
escaleras pulidas en la parte trasera del sombrío comedor, los otros formando una fila detrás de él.
Fenrys afortunadamente mantuvo su boca cerrada hasta que llegaron a la habitación de Rowan, se
deshicieron de sus capas y Rowan encendió algunas velas. El acto solo dejó un vacío en su pecho.
Fenrys se hundió en una de las sillas acolchonadas ante el oscuro hogar, pasando un dedo por su
brazo pintado de negro.

—Que fino lugar. ¿Cual de las realezas está pagando, entonces?

Dorian, quien estaba a punto de reclamar el asiento cerca del pequeño escritorio ante el ventanal
cerrado, se tensó. Gavriel le dió a Fenrys una mirada que decía, Por favor no armes un alboroto.

—¿Acaso hace la diferencia? —pregunto Rowan mientras iba de pared a pared, levantado los cua-
dros enmarcados de una exhuberante flora en busca de algúna mirilla o punto de acceso a la ha-
bitación. Después verificó debajo de la cama con sábanas blancas, sus postes de madera negra
besados por la luz de las velas, intentando no pensar en aquello por todas sus resoluciones… ella
había compartido esta habitación con él. Esta cama.

El lugar era seguro, sereno, incluso con el ritmo de la lluvia cayendo en el patio y sobre el techo, el
olor a fruta dulce denso en el aire.

—Alguien debe tener dinero para financiar esta guerra —ronroneó Fenrys, mirando como Rowan
finalmente se inclinaba contra una cómoda baja junto a la puerta—. Aunque quizás considerando
el decreto de ayer por parte de Morath, se estarán mudando a unos cuartos más… economicos.

Bueno, aquello decía suficiente sobre lo que Fenrys y Gavriel sabían con respecto al decreto de
Erawan, en lo referente a Dorian y sus aliados.

—Preocúpate de tus propios asuntos, Fenrys —dijo Gavriel.

Fenrys bufó, jugando con un pequeño bucle de cabello dorado de su nuca.

—Cómo te las arreglas para caminar con tanto acero encima, Whitethorn, siempre ha sido un
misterio para mí.

Rowan dijo suavemente:

—Cómo nadie nunca ha intentado cortarte la lengua para que dejes de hablar, siempre ha sido un
misterio para mí también.

Una risita ahogada.

—Me han dicho que es mi mejor rasgo. Por lo menos las mujeres piensan así.

Una risa se le escapó a Dorian por lo bajo, el primer sonido proveniente del rey que Rowan había
atestiguado. Rowan apoyó las manos sobre la cómoda.

—¿Cómo mantuviste tu aroma escondido?

Los ojos de león de Gavriel se oscurecieron.

—Un nuevo truco de Maeve, para mantenernos invisibles en una tierra donde no reciben a los de
nuestra clase amigablemente —sacudió su barbilla hacia Rowan y Dorian—. Aunque parece que no
es totalmente efectivo.
—Ustedes dos mejor que tengan una maldita buena explicación de porqué están aquí. Y porqué
arrastraron a Rolfe dentro de lo que sea que fuese.

Fenrys dijo lentamente:

—Tú consigues siempre lo que quieres Rowan, y sin embargo continúas siendo un bastardo frío
como el hielo. Lorcan estaría orgulloso.

—¿Dónde está Connall? —Fue la burlona respuesta de Rowan, nombrando al gemelo de Fenrys.

El rostro de Fenrys se tensó.

—¿Dónde crees que esté? Uno de nosotros siempre es el ancla.

—Ella dejaría de retenerlo como garantía si tú no hicieras tu descontento tan obvio.

Fenrys siempre había sido un grano en el culo. Y Rowan no había olvidado que fue él quien había
deseado la tarea de manejar a Aelin Galathynius esa primavera pasada. Fenrys amaba las cosas
salvajes y hermosas, y tener a Aelin colgada ante él… Maeve debía saber que era una tortura.

Quizás era una tortura para Fenrys, también, estar lejos del agarre de Maeve, sabiendo que su
gemelo se había quedado en Doranelle, que si Fenrys nunca regresaba… Connall sería castigado
de formas inimaginables. Era cómo la reina los había atrapado en primer lugar: las crías eran algo
extraño entre los Fae, ¿pero gemelos? Incluso más raro. Y para unos gemelos dotados con fuerza
antes de nacer, que crecieran para convertirse en machos cuyo dominio competía al mismo nivel
que los de guerreros siglos más antiguos que ellos…

Maeve los había codiciado. Fenys había rechazado la oferta de unirse a su servicio. Por lo que ella
fue tras Conall; el que era oscuro donde Fenrys era dorado, el que era tranquilo cuando Fenrys
rugía, el que reflexionaba cuando Fenrys cometía una imprudencia.

Fenrys obtuvo lo que quiso: mujeres, gloria, riqueza. Connall, si bien era habilidoso, siempre quedó
en la sombra de su gemelo. Entonces, cuando la reina se acercó para hablarle sobre un juramento
de sangre, en el momento que Fenrys, no Connall, había sido seleccionado para luchar en la guerra
contra los Akkadianos… Connall lo había llevado a cabo.

Y cuando Fenrys regresó para encontrar a su hermano bajo el control de la reina, y supo lo que
Maeve lo había obligado a hacer a puertas cerradas… Fenrys había hecho una oferta: él haría el
juramento, pero solo para hacer que Maeve dejara de molestar a su hermano. Por más de un siglo
ahora, Fenrys había servido en el dormitorio de la reina, se había sentado encadenado con grilletes
junto a su trono oscuro.

A Rowan podría haberle agradado el macho. Lo hubiese respetado. Si no fuese por su maldita
bocaza.

—Entonces —dijo Fenrys, consiente de que no había respondido la demanda de información de


Rowan—, ¿tendremos que llamarte pronto Rey Rowan?

Gavriel murmuró:
—Por los dioses en el cielo, Fenrys —dio un suspiro como si hubiese atravesado un largo sufrimiento,
y luego agregó—: Tu llegada, Rowan, fue un giro afortunado de eventos.

Rowan enfrentó al macho frente a él; el segundo al mando de Maeve ahora que Rowan había
dejado una vacante para el título. Como si el guerrero de cabellos dorados hubiese leído el nombre
de sus ojos, Gavriel preguntó:

—¿Dónde está Lorcan?

Rowan se había estado debatiendo cómo responder aquella pregunta, desde el momento en que
lo había visto. Que Gavriel haya preguntado… ¿por qué ellos habían ido a la Bahía de la Calavera?

—No sé donde está Lorcan —dijo Rowan. No era una mentira. Si tenían suerte, su antiguo
comandante obtendría las otras dos Llaves del Wyrd, se daría cuenta que Aelin lo había engañado,
y vendría corriendo, entregándoselas a ella para que entonces las destruya.

Si tenían suerte.

Gavriel dijo:

—No sabes dónde está, pero lo has visto —Rowan asintió.

Fenrys resopló.

—¿De verdad vamos a jugar a verdades y mentiras? Solo dinos, bastardo.

Rowan clavó su mirada en Fenrys. El Lobo Blanco de Doranelle le devolvió una sonrisa. Que los
dioses los ayuden a todos si Fenrys y Aedion alguna vez se sentaban en la misma habitación juntos.

Rowan dijo:

—¿Estás aquí por orden de Maeve, antes que la flota?

Gavriel sacudió su cabeza.

—Nuestra presencia no tiene nada que ver con la flota que está navegando. Ella nos envió para
cazarlo. Ya sabes el crimen que ha cometido.

Un acto de amor, aunque solo fuese en el retorcido sentido en que Lorcan podía amar las cosas.
Solo en la retorcida manera en que amaba a Maeve.

—Él asegura estár haciéndolo de acuerdo con los intereses de ella —dijo Rowan casualmente,
consiente de que el rey estaba sentado a su lado. Rowan conocía bien la afilada inteligencia
subestimada, debajo de aquella sonrisa encantadora. Sabía que el valor de Dorian no estaba en su
divina magia, sino en su mente. Se había aferrado al temor y al trauma de Rolfe a manos del Valg
y había extendido los cimientos, de los que se aseguraría que Aelin explotaría.

—Lorcan siempre ha sido arrogante en ese tema —dijo lentamente Fenrys—. Esta vez ha cruzado
el límite.
—¿Así que han sido enviados aquí para recuperar a Lorcan?

Aquellos tatuajes en la garganta de Gavriel, marcas que el mismo Rowan había tatuado, se movieron
con cada palabra, cuando él dijo:

—Nos han enviado aquí para matarlo.


Capítulo 23
Traducido por Karla Sbraccia

Corregido por Sandra

Dioses santos.

Rowan se congeló.

—Eso explica por qué estáis aquí vosotros dos, entonces.

Fenrys apartó su cabello de sus ojos oscuros.

—Tres, en realidad. Vaughan se fue ayer por la tarde para volar al norte, mientras tomamos
el Sur. —Vaughan, con su forma de águila pescadora, podría cubrir el lejano duro terreno con
mayor facilidad—. Aterrizamos en esta ciudad de mierda para ver si Rolfe tenía tratos con Lorcan,
sobornarlo para que nos alertara si Lorcan pasaba por aquí de nuevo, buscando contratar un barco.
—Bahía Calavera sería uno de los pocos puertos donde Lorcan podía hacer tal cosa sin preguntas—
Advertir a Rolfe sobre la armada de Maeve fue parte de convencer al bastardo para ayudarnos.
Vamos a hacer nuestro camino en el continente desde aquí, iniciaremos nuestra búsqueda en el
Sur. Y ya que estas tierras son bastante grandes... —Un destello de dientes blancos en una sonrisa
salvaje—. Cualquier indicio sobre su paradero general sería muy apreciado, Príncipe.

Rowan se debatió. Pero si atrapaban a Lorcan, y el comandante tenía la posesión de incluso una de
las llaves del Wyrd... Si traían a la vez al comandante y a las llaves de vuelta a Maeve, especialmente
si ella ya estaba navegando por Eyllwe por cualquiera fueran sus razones...

Rowan se encogió de hombros.

—Me lavé las manos de todos ustedes esta primavera. Los asuntos de Lorcan son suyos.

—Tu cabrón… —gruñó Fenrys.

Gavriel interrumpió

—¿Si pudiéramos negociar?

Había algo como dolor, y arrepentimiento, en los ojos de Gavriel. De todos ellos, Gavriel
probablemente había sido su único amigo.

Rowan se debatió si debería decirle sobre el hijo que estaba ahora haciendo su camino hasta aquí.
Se debatió si a Aedion le gustaría la oportunidad de conocer a su padre... tal vez antes de que la
guerra los hiciera cadáveres a todos.
Pero Rowan dijo: —¿Les ha dado Maeve permiso para negociar en su nombre?

—Sólo recibimos nuestras ordenes —Fenrys arrastró las palabras—, y el permiso de utilizar todos
los medios necesarios para matar a Lorcan. No mencionó a tu reina en absoluto. Por lo que equivale
a un sí.

Rowan se cruzó de brazos.

—Me envían un ejército de guerreros de Doranelle, y les diré dónde está Lorcan, y a donde planea
ir.

Fenrys soltó una risa áspera.

—Tetas de la Madre, Rowan. Incluso si pudiéramos, la Armada ya está en uso.

—Supongo que tendré que conformarme con vosotros dos, entonces.

Dorian tuvo el buen sentido de no parecer tan sorprendido como los antiguos hermanos de armas
de Rowan.

Fenrys se echó a reír.

—¿Qué? ¿Trabajar para tu reina? ¿Luchar en sus batallas?

—¿No es eso lo que quieres, Fenrys? —Rowan lo fijó con una mirada—. ¿Servir a mi reina? Has
estado tirando de la correa durante meses. Bueno, aquí está tu oportunidad.

Toda la diversión se borró de la hermosa cara de Fenrys.

—Eres un bastardo, Rowan.

Rowan se volvió a Gavriel.

—Estoy asumiendo que Maeve no especificó cuándo tenían que hacer esto. —Una inclinación poco
profunda fue su única confirmación—. Y técnicamente estarían cumpliendo con su mandato.

El juramento de sangre operaba en específicas, claras demandas. Y dependía del contacto físico
cercano para permitir que el tirón consiguiera someter al cuerpo. A esta distancia... ellos tenían
que obedecer las órdenes de Maeve, pero podrían utilizar cualquier laguna en el lenguaje para su
propio beneficio.

—Lorcan podría ni bien haber desaparecido para el momento en el que consideres que nuestro
trato se ha cumplido —respondió Fenrys.

Rowan sonrió un poco.

—Ah, pero la cosa es... el camino de Lorcan eventualmente lo llevará justo de vuelta a mí. A mi
reina. Quién sabe cuánto tiempo tomará, pero él nos encontrará de nuevo. Momento en el cual, él
será suyo. —Dio unos golpecitos con un dedo contra su bíceps—. La gente va a estar hablando de
esta guerra por mil años. Más tiempo. —Rowan sacudió su barbilla hacia Fenrys—. Tú nunca has
evitado una pelea.

—Eso es si sobrevivimos —dijo Fenrys—. ¿Y qué de los dones de Brannon? ¿Cuánto tiempo durará
una sola llama contra la oscuridad que se reúne? Maeve ocultó sus motivos acerca de la armada y
Eyllwe, pero al menos nos dijo quien realmente reina en Morath.

Cuando Rowan había caminado a través de la puerta del Dragón de Mar, se había preguntado qué
dios había enviado la tormenta que los había empujado a llegar a la Bahía Calavera en este día, en
este momento.

Juntos, él y el cadre habían tomado una legión de las fuerzas de Adarlan ésta primavera y ganado,
fácilmente.

E incluso si Lorcan, Vaughan y Connall no estaban con ellos... un guerrero Hada era tan bueno
como un centenar de soldados mortales. Quizás más.

Terrasen necesitaba más tropas. Bueno, aquí estaba un ejército de tres hombres.

Y en contra de las legiones aéreas Ironteeth, necesitarían la velocidad y la fuerza Fae y siglos de
experiencia.

Juntos, habían saqueado ciudades y reinos por Maeve; juntos, habían librado la guerra y la
terminaron.

Rowan dijo: —Hace diez años, no hicimos nada para parar esto. Si Maeve hubiera enviado una
fuerza, podríamos haber evitado que creciera tan fuera de control. Nuestros hermanos fueron
cazados y asesinados y torturados. Maeve dejó que sucediera por despecho, porque la madre de
Aelin no cedería a sus deseos. Así que sí, mi Corazón de Fuego es una llama en el mar de oscuridad.
Pero ella está dispuesta a luchar, Fenrys. Está dispuesta a encargarse de Erawan, encargarse de
Maeve y de los propios dioses, si eso significa que la paz se puede tener.

Al otro lado de la sala, los ojos de Dorian se habían cerrado. Rowan sabía que el rey lucharía, y
caería luchando hasta el final, y que su regalo podría hacer una diferencia entre la victoria y la
derrota. Sin embargo... él era inexperto. Aún sin probar, a pesar de todo lo que había soportado.

—Pero Aelin es una persona —prosiguió Rowan—, e incluso sus dones podrían no ser suficientes
para ganar. Sola —respiró, encontrando la mirada de Fenrys, luego la de Gavriel—, ella morirá. Y
una vez que la llama se apague, se acabó. No hay una segunda oportunidad. Una vez que ese fuego
se extinga, estamos todos condenados, en cada tierra y en cada mundo.

Las palabras eran veneno en su lengua, sus mismos huesos doloridos ante el pensamiento de esa
muerte, lo que le haría si llegara a suceder.

Gavriel y Fenrys se miraron entre sí, hablando de esa manera silenciosa que solía hacer con ellos.

Había una carta que Rowan tuvo que jugar para convencerlos, convencer a Gavriel.

Incluso si la especificidad del mando de Maeve lo pudiera permitir, ella podría muy bien castigarlos
por actuar en torno a sus órdenes. Lo había hecho antes; todos ellos llevaban las cicatrices de eso.
Conocían el riesgo, tan bien como lo hacía Rowan. Gavriel negó con la cabeza ligeramente hacia
Fenrys.

Antes de que pudieran recurrir a decir que no, Rowan le dijo a Gavriel: —Si no luchas en esta
guerra, Gavriel, entonces condenas a tu hijo a morir.

Gavriel se congeló.

Fenrys escupió.

—Tonterías —Incluso Dorian estaba boqueando un poco.

Rowan se preguntó cuán molesto Aedion estaría cuando dijo: —Piensa en mi propuesta. Pero estas
al tanto de que tu hijo viene a Bahía Calavera. Es posible que desees esperar para decidir hasta que
lo conozcas.

—¿Quién…? —Rowan no estaba seguro de que Gavriel estuviera respirando correctamente. Las
manos del guerrero estaban apretadas con tanta fuerza que las cicatrices sobre sus nudillos estaban
de un blanco lunar—. ¿Tengo un hijo?

Una parte de Rowan se sentía como el cabrón que Fenrys afirmaba que era y no el macho que Aelin
creía que era mientras asentía.

La información habría salido tarde o temprano.

Si Maeve se hubiera enterado primero, ella podría haber maquinado para atrapar a Aedion, podría
haber enviado al cadre a matarlo o a robarlo. Pero ahora, Rowan supuso, que había atrapado al
cadre él mismo. Era sólo una cuestión de cuán desesperadamente Gavriel quería conocer a su
hijo... y cuanto miedo tenían de fallarle a Maeve en caso de que no encontraran a Lorcan.

Así que Rowan dijo fríamente: —Manténganse fuera de nuestro camino hasta que ellos lleguen y
nosotros nos quedaremos fuera del suyo.

Ponerse de espaldas a ellos iba en contra de todo instinto, pero Rowan mantuvo sus escudos
apretados, su magia se propagó para alertarlo si cualquiera siquiera respiraba mal mientras se
giraba para abrir la puerta de la habitación en una despedida silenciosa. Tenía mucho que hacer.
Comenzando con escribirle una advertencia a la familia real de Eyllwe y a las fuerzas de Terrasen.
Terminando con tratar de averiguar cómo diablos podían librar dos guerras a la vez.

Gavriel se levantó, con el rostro flojo, pálido, algo como devastación escrito allí.

Rowan atrapó la chispa de comprensión que destelló a través de los ojos de Dorian un instante
antes de que el rey la enterrara. Sí, a primera vista, Aedion y Aelin parecían hermanos, pero era la
sonrisa de Aedion la que revelaba su herencia. Gavriel sabría en un latido... si la esencia de Aedion
no lo delataba primero.

Fenrys dio un paso más cerca del macho, una mano sobre su hombro mientras entraban al pasillo.
Para ambos Rowan y Fenrys, Gavriel siempre había sido su interlocutor. Nunca entre ellos, no, él
y Fenrys... era en cambio más fácil estar sobre la garganta del otro.
Rowan dijo a sus dos ex compañeros: —Si siquiera le insinúan sobre el hijo de Gavriel a Maeve,
nuestro trato ha terminado. Nunca encontrarán a Lorcan. Y si Lorcan aparece... Yo felizmente le
ayudaré a matarlos. —Rowan rezó no tener que llegar a eso, a una pelea tan brutal y devastadora.

Esta era la guerra, sin embargo. Y no tenía intención de perderla.


Capítulo 24
Traducido por Andiie RS
Corregido por Ella R

El Cantor del Viento zarpó de Ilium al amanecer, su tripulación y capitán inconscientes de que los
dos individuos encapuchados, y su halcón mascota, quienes habían pagado en oro no tenían la in-
tención de quedarse durante todo el viaje hasta Leriba. Como pudieran unir las piezas del rompe-
cabezas sabrían que esos dos individuos eran nada más y nada menos que el general y la reina que
habían liberado a su pueblo la noche anterior, pero no los dejarían darse cuenta.

Era considerado un viaje sencillo, a lo largo de la costa del continente, aunque Aelin se preguntó
si al expresar esa afirmación garantizaría que no fuera un viaje fácil. Primero, estaba el asunto de
navegar por las aguas de Adarlan, cerca de Rifthold, específicamente. Si las brujas patrullaban
lejos del mar…

Pero no tenían otra opción, no con la red que Erawan había estirado a través del continente. No
con su amenaza de encontrar y capturar a Rowan y Dorian aun zumbando en su mente, junto con
el palpitante moretón morado en su pecho, justo sobre su corazón.

De pie en la cubierta de la nave, el creciente sol tiñendo la bahía turquesa de Ilium en tonos dora-
dos y rosas, Aelin se preguntó si la próxima vez que viera esas aguas, estarían teñidas de rojo. Se
preguntó por cuánto tiempo los soldados de Adarlan permanecerían en su lado de la orilla.

Aedion dio varios pasos hacia ella, acabado con su tercera inspección. —Todo se ve bien.

—Lysandra dijo que todo estaba despejado. —En efecto, desde muy arriba en el mástil principal de
la nave, a la mirada de halcón de Lyssandra no se le escapaba nada.

Aedion frunció el ceño. —Sabes, ustedes las damas podrían dejarnos hacer las cosas de vez en
cuando.

Aelin alzó una ceja. —¿Dónde estaría la diversión en eso? —Pero sabía que eso sería poner en
marcha una discusión, invitando a que los otros, a que Aedion, pelearan por ella. Había sido lo
bastante malo en Rifthold, al saber que esos anillos y collares podrían esclavizarlos, y lo que Erawan
le había hecho a ese capataz… como un experimento.

Aelin echó un vistazo a la apresurada tripulación, conteniéndose de ordenarles que se apuraran.


Cada minuto retrasado era un minuto en el que Erawan se acercaba a Rowan y a Dorian. Era solo
cuestión de tiempo hasta que un reporte llegara a él con información sobre su paradero. Aelin
golpeó ligeramente el pie en la cubierta.

Siempre le había gustado el olor y la sensación del mar. Pero ahora… aun el beso de esas olas
parecía decir Apúrense, apúrense.
—El Rey de Adarlan, y Perrington supongo, me tuvieron en su agarre por años —dijo Aedion. Su
voz estaba lo suficientemente tensa como para que Aelin desviara la vista del mar hacia él. Se había
agarrado a la barandilla de madera, las cicatrices en sus manos rígidas en contraste con su piel
bronceada por el verano. —. Se reunieron conmigo en Terrasen, en Adarlan. Por los dioses, me
mantuvo en su mazmorra de mierda. Y aun así no me hizo eso a mí. Me ofreció el anillo pero no se
dio cuenta de que usaba uno falso en su lugar. ¿Por qué no rajarme a la mitad y corromperme? Él
debió haber sabido, él tuvo que saber que tú vendrías por mí.

—El rey dejó a Dorian en paz el tiempo que pudo, quizás esa bondad se extendió hacia ti también.
Quizás él sabía que si tú te hubieras ido, yo bien podría haber decidido dejar que su mundo se fuera
al infierno y no haberlo liberado por despecho.

—¿Habrías hecho eso?

Las personas que amas solo son armas que van a ser usadas contra ti, Rowan le había dicho una
vez.

—No malgastes tu energía preocupándote acerca de lo que pudo haber sido. —Ella sabía que no
había contestado su pregunta.

Aedion no la miró mientras decía—: Sabía lo que había sucedido en Endovier, Aelin, pero al ver a
ese capataz, al oír lo que estaba diciendo… —Su garganta se movió. —Estaba tan cerca de las minas
de sal. Ese año… estaba acampando junto con La Perdición justo sobre la frontera durante tres
meses.

Ella giró bruscamente la cabeza hacia él. —No iremos por ese camino. Erawan envió a aquel hombre
por una razón, por esta razón. Sabe acerca de mi pasado, quiere que sepa que está al tanto de él, y
lo usará en mí. En nuestra contra. Usará a cualquiera que conozcamos, si así lo requiere.

Aedion suspiró. —¿Me habrías contado lo que pasó la noche anterior si no hubiera estado ahí?

—No lo sé. Apuesto a que te habrías despertado en cuanto hubiera descarrillado mi poder sobre él.

Él resopló. —Es difícil de errar.

El lloriqueo de las gaviotas precipitándose sobre su cabeza llenó el silencio que le siguió a ese
comentario. A pesar de su declaración de no mantenerse en el pasado, Aelin dijo cuidadosamente—:
Darrow dijo que peleaste en Theralis. —Había querido preguntar eso durante semanas, pero no
había podido controlar los nervios.

Aedion fijó su mirada en las agitadas aguas. —Eso fue hace mucho tiempo.

Ella tragó para bajar el ardor en su garganta. —Apenas tenías catorce años.

—Sí, los tenía. —Su mandíbula se apretó. Ella se podía imaginar la carnicería. Y el horror, no solo
de un chico matando y luchando, sino viendo a las personas que le importaban caer. Uno por uno.

—Lo siento —dijo en un exhalo. —. Siento que hayas tenido que soportar aquello.
Aedion se giró hacia ella. No había pista de su altiva arrogancia e insolencia. —Theralis es el campo
de batalla que más veo… en mis sueños —Se puso a frotar una salpicadura sobre barandilla. —.
Darrow se aseguró de que me mantuviese lejos de lo más duro, pero estábamos agobiados. Era
inevitable.

Él nunca le había contado, que Darrow había tratado de protegerlo. Puso una mano encima de la
mano de Aedion y la apretó. —Lo siento —dijo de nuevo. No se animó a preguntar nada más.

Él se encogió de hombros. —Mi vida como guerrero había sido escogida mucho antes de esa batalla.

En efecto, ella no conseguía imaginárselo sin aquella espada y escudo, ambos actualmente atados
con una correa sobre su espalda. Ella no pudo decidir si eso era algo bueno. El silencio se estableció
entre ellos, pesado y viejo y cansado.

—No lo culpo —dijo Aelin por fin. —No culpo a Darrow por negarme la entrada a Terrasen. Yo
hubiese hecho lo mismo, hubiese juzgado igual si fuese él.

Aedion frunció el ceño. —Pensé que ibas a luchar en contra de su decreto.

—Lo haré —juró. —. Pero… entiendo porqué Darrow lo hizo.

Aedion la observó antes de asentir. Un oscuro asentimiento, de un soldado a otro.

Ella puso una mano sobre el amuleto debajo de sus ropas. Su antiguo, espiritual poder flotó hasta
ella, y un escalofrío bajó por su espalda. Encuentra la Cerradura.

Lo bueno es que la Bahía de la Calavera quedaba de paso en su camino hacia los Pantanos de
Piedra en Eyllwe.

Y mejor aún que su gobernante tenía un mapa mágico tatuado en las manos. Un mapa que revelaba
enemigos, tormentas… y tesoros escondidos. Un mapa para encontrar cosas que no deseaban ser
encontradas.

Aelin bajó su mano, apoyando ambas sobre la barandilla y examinando la cicatriz a través de cada
palma. Tantas promesas y juramentos hechos. Tantas deudas y favores que atender todavía.

Aelin se preguntó qué respuestas y juramentos se encontraría en la Bahía Calavera.

Si es que llegaban antes de que Erawan lo hiciera.


Capítulo 25
Traducido por Andiie RS
Corregido por Ella R

Manon Blackbeak despertó con los susurros de las hojas, el distante canto de los pájaros caute-
losos, y el hedor de la marga y vieja madera.

Ella gimió mientras abría los ojos, entrecerrándolos ante la torda luz del sol que se colaba a través
de las pesadas copas de los árboles.

Ella conocía esos árboles. Oakwald.

Seguía atada a la silla de montar, Abraxos estaba tumbado debajo de ella, su cuello estirado para
poder monitorear sus respiraciones. Sus oscuros ojos se ensancharon con pánico mientras gemía,
tratando de incorporarse. Había caído de llano sobre su espalda, indudablemente había estado
acostada ahí por bastante tiempo, a juzgar por la sangre azul que cubría los costados de Abraxos.

Manon levantó la cabeza para examinar su estómago y ahogó un grito cuando los músculos se
contrajeron.

Un calor húmedo goteó de su abdomen. Las heridas apenas habían cicatrizado, por eso se estaban
rasgando tan fácilmente.

Su cabeza palpitaba como cientos de forjas. Y su boca estaba tan seca que apenas podía mover la
lengua.

Primera tarea: bajar de la silla de montar. Después trataría de evaluarse a sí misma. Luego agua.

Un arroyo farfullaba cerca, lo bastante cerca que se preguntó si Abraxos habría escogido aquel sitio
a propósito.

Él resopló preocupado, y ella siseó mientras su estómago se desgarraba un poco más. —Detente
—dijo con voz áspera. —. Estoy…bien.

No estaba bien, ni siquiera cerca de estarlo.

Pero no estaba muerta.

Y eso era un comienzo.

La otra mentira: su abuela, las Trece, el reclamo Crochan… Lidiaría con eso cuando no tuviese un
pie en la Oscuridad.
Manon se quedó ahí durante unos largos minutos, respirando a pesar del dolor.

Limpiar la herida; detener el sangrado.

No tenía nada encima más que cuero, y su blusa… No tenía la fuerza suficiente para hervir el lino.

Debería rezar para que su gracia inmortal mantuviera al margen cualquier infección.

Sangre Crochan en ella…

Manon se incorporó en un repentino tirón, no dándose tiempo para negarse, mordiendo su labio
tan fuerte para reprimir un grito, que hizo que sangrara llenando su boca de un sabor cobrizo.

Pero al menos estaba incorporada. Sangre goteó por debajo del cuero que utilizaba para volar, pero
se concentró en desabrochar el arnés, una hebilla a la vez.

No estaba muerta.

La Madre todavía tenía algún uso para ella.

Libre del arnés, Manon miró fijamente la respiración de Abraxos sobre el suelo cubierto de musgo.

Que la Oscuridad la amparara, esto iba a doler.

El solo hecho de mover su cuerpo para girar su pierna hacia un costado la hizo apretar los dientes
para evitar un sollozo. Si las uñas de su abuela hubieran estado envenenadas, ya estaría muerta.

Pero habían estado dentadas, dentadas en vez de afiladas, y llenas de óxido.

Una larga cabeza empujó su rodilla, y encontró a Abraxos ahí, con el cuello estirado, su cabeza
justo debajo de sus pies y el ofrecimiento en sus ojos.

No confiando en mantenerse consiente por mucho tiempo, Manon se deslizó sobre su amplia,
ancha cabeza, respirando a través de las ondas de ardiente dolor. Su aliento calentó su fría piel
mientras la depositaba suavemente sobre el claro lleno de hierba.

Se recostó sobre su espalda, dejando que Abraxos la olfateara, un débil gimoteo provenía de él.

—Bien… —ella jadeó. —Estoy…

Manon se despertó al atardecer.

Abraxos estaba enroscado alrededor de ella, su ala acomodada de tal modo que improvisaba un
abrigo.
Al menos estaba caliente. Pero su sed…

Manon gimió, y el ala se retrajo instantáneamente, revelando una cabeza curtida y ojos preocupados.
—Tú… mamá gallina —jadeó, deslizando sus brazos debajo de ella y empujándose hacia arriba.

Oh dioses, oh dioses, oh dioses…

Pero ya estaba sentada. Agua. Ese arroyo…

Abraxos era demasiado grande como para andar entre los árboles, pero necesitaba agua. Pronto.
¿Cuántos días habían pasado? ¿Qué tanta sangre había perdido?

—Ayuda —ella respiró.

Unas poderosas mandíbulas se cerraron alrededor del cuello de su túnica, levantándola con tal
generosidad que hizo que el pecho de Manon se apretara. Se tambaleó, arrastrando una mano
sobre su curtido costado, pero se mantuvo derecha.

Agua, luego podría dormir más.

—Espera aquí —dijo, trastabillando hacia el árbol más cercano, una mano en su vientre, Cuchilla
de Viento se sentía como un peso en su espalda. Se debatió en dejar la espada atrás, pero cualquier
movimiento extra, incluso el desatar la correa atada a través de su pecho, era impensable.

Árbol tras árbol, se tambaleaba, las uñas clavándose en cada tronco para mantenerse a sí misma
derecha, su respiración entrecortada llenando el silencio del bosque.

Estaba viva, estaba viva…

El arroyo era apenas más que un chorrito a través de las musgosas rocas. Pero era claro y rápido y
la cosa más hermosa que había visto.

Manon inspeccionó el agua. Si se arrodillaba, ¿se podría parar de nuevo? Dormiría aquí si tenía
que hacerlo. Una vez que bebiera.

Cuidadosamente, con los músculos temblando, se arrodilló en la orilla. Se tragó su sollozo mientras
se inclinaba ante el arroyo, mientras más sangre emanaba de su herida. Bebió los primeros manojos
sin parar, luego fue más despacio, su estómago doliendo dentro y fuera ahora.

Una ramita se rompió, y Manon ya estaba sobre sus pies, su instinto sobrepasando el dolor tan
rápido que la agonía la golpeó un instante más tarde. Pero de todas maneras escaneó los árboles,
las rocas, las copas de los árboles y pequeñas colinas.

Una fría voz femenina dijo desde el otro lado del arroyo—: Parece que caíste muy lejos de tu nido,
Blackbeak.

Manon no podía detectar a quién pertenecía, a que bruja a quien había conocido…

Por detrás de las sombras de un árbol, una impactante mujer emergió.


Su cuerpo era flexible y ligero, su cabello castaño suelto cubría parcialmente su desnudez. Ni una
sutura de ropa cubriendo aquella piel de color crema. Ni una cicatriz o marca estropeaba su piel
pura como la nieve. El sedoso cabello de la mujer se movía con ella mientras se acercaba.

Pero la mujer no era una bruja. Y sus ojos azules… Corre. Corre.

Ojos de un azul glaciar resplandecían aún en la sombra del bosque. Y una boca totalmente roja,
hecha para la habitación, se partió en una muy blanca sonrisa mientras analizaba a Manon, la
sangre, la herida. Abraxos rugió en advertencia, haciendo temblar el suelo, los árboles, las hojas.

—¿Quién eres? —Manon dijo, su voz tosca.

La joven mujer ladeó la cabeza, como un petirrojo que veía a gusano retorcerse. —El Rey Oscuro
me llama su Sabueso Sanguinario.

Manon hizo que cada respiración contara mientras reunía fuerzas. —Nunca he escuchado hablar
de ti —le dijo con voz áspera.

Algo muy oscuro como para ser sangre se deslizó bajo la piel color crema en el abdomen de la mujer,
luego desapareció. Colocó una pequeña, hermosa mano en el lugar donde se había retorcido, sobre
la curva de su tenso vientre. —No habrías escuchado de mí. Hasta tu traición, estuve escondida
debajo de esas otras montañas. Pero cuando él afiló el poder que existía dentro de mi propia
sangre… —Esos ojos azules taladraron a Manon, y era maldad la que brillaba ahí. —Él podría hacer
mucho contigo Blackbeak. Muchísimo. Me mandó para que llevara a su jinete coronado a su lado
una vez más…

Manon dio un paso hacia atrás, solo uno.

—No hay dónde escapar. No con tu vientre apenas dentro de ti. —Ella sacudió su castaño cabello
detrás de un hombro. —Oh, que diversión tendremos ahora que te encontramos, Blackbeak. Todos
nosotros.

Manon se tensó, desenvainando a Cuchilla del Viento mientras la forma de la mujer resplandecía
como un sol negro, luego se onduló, los bordes expandiéndose, cambiando suavemente, hasta que…

La mujer había sido una ilusión. Un encanto. La criatura que había yacido ante ella había nacido
en la oscuridad, tan blanca que dudaba que alguna vez hubiera sentido el beso del sol hasta ahora.
Y la mente que la había inventado… La imaginación de alguien nacido en otro mundo, uno donde
las pesadillas merodeaban en la oscura y fría tierra.

El cuerpo y la cara eran vagamente humanas. Pero, Sabueso Sanguinario. Sí, eso era conveniente.
Las fosas nasales eran enormes, los ojos tan largos y sin párpados que se preguntó si el mismo
Erawan se los habría extraído, y su boca… Los dientes eran muñones negros, la lengua gruesa y
roja, para probar el aire. Y fuera de ese cuerpo blanco, la forma de viajar de Manon: alas.

—Verás —el Sabueso Sanguinario ronroneó. —. ¿Verás lo que puede darte? Ahora puedo probar el
viento, oler su propia médula. Justo como te olí a ti a través de la tierra.

Manon dejó un brazo puesto sobre su vientre mientras el otro temblaba, levantando a Cuchilla del
Viento.

El Sabueso Sanguinario se rió, bajo y suave. —Voy a gozar esto, supongo —dijo, y se precipitó.

Viva, estaba viva, y se mantendría de esa forma.

Manon se echó para atrás, deslizándose entre dos árboles, tan cerca que la criatura los golpeó, una
pared de madera en su camino. Esos ojos de ternero se estrecharon con ira, y sus blancas manos,
terminadas en garras capaces de excavar en la tierra, se hundieron en la madera mientras se movía
hacia atrás…

Solo para estancarse.

Tal vez la Madre la estaba cuidando.

El Sabueso Sanguinario se había introducido a sí mismo entre dos árboles, mitad fuera, mitad
dentro, gracias a esas alas, la madera estrujándose…

Manon corrió. Dolor rasgó a través de ella con cada paso, y sollozó a través de los dientes mientras
corría deprisa entre los árboles. Un chasquido y un crujido de madera y hojas sonaron en su espalda.

Manon se empujó a sí misma, una mano presionando contra su herida, agarrando a Cuchilla
del Viento lo bastante fuerte que se sacudía. Pero ahí estaba Abraxos, ojos salvajes, las alas ya
aleteando, preparándose para el vuelo.

—Vamos —dijo con voz áspera, lanzándose contra él cuando la madera crujió atrás de ella.

Abraxos la atrapó en el momento en que ella dio un salto en su dirección, pero no sobre él, sino
hacia sus garras, en esas poderosas garras que la envolvían debajo de sus pechos, su estómago
goteando un poco más mientras se levantaba hacia arriba, arriba, arriba, a través de madera y
ramas y nidos.

El aire chasqueaba bajo sus botas, y Manon con los ojos llorosos se asomó hacia abajo para ver las
garras del Sabueso Sanguinario tratando de alcanzarla desesperadamente. Pero era demasiado
tarde.

Con un chillido de furia en sus labios, el Sabueso Sanguinario retrocedió unos cuantos pasos hacia
el borde del claro, preparándose para hacer una carrera y saltar hacia aire, mientras las alas de
Abraxos se sacudían como el infierno.

Despejaron el cielo, sus alas aplastando ramas, arrojándolas hacia el Sabueso Sanguinario. El viento
estrellándose contra Manon mientras Abraxos volaba con ella, más alto y más alto, en dirección al
este, hacia las planicies, este y sur…

La cosa no se detendría durante mucho tiempo. Abraxos lo sabía también.

Lo había planeado.

Un parpadeo de blanco rompió a través de las copas de los árboles debajo de ellos.
Abraxos arremetió. Una rápida y letal zambullida, su rugido de furia haciendo que la cabeza de
Manon zumbara.

El Sabueso Sanguinario no tuvo tiempo de inclinarse mientras la poderosa cola de Abraxos se cerró
de golpe contra ella, púas de acero cubiertas de veneno dando en el blanco.

Sangre negra y podrida salió disparada; las alas de membrana color marfil se dividieron.

Después fueron de regreso hacia arriba mientras el Sabueso Sanguinario caía a través de las copas
de los árboles, muriendo o herido, a Manon no le importaba.

—Te encontraré —el Sabueso Sanguinario chirrió desde el suelo del bosque.

Viajaron millas antes de que las palabras gritadas se desvanecieran.

Manon y Abraxos se detuvieron lo suficiente para que ella trepara a su espalda y se atara a ella. No
había ninguna señal de otros wyverns en los cielos, ni un indicio de que el Sabueso Sanguinario
los estuviera persiguiendo. Quizás el veneno la mantendría escondida durante un tiempo, si no lo
hacía permanentemente.

—A la costa —Manon dijo por encima del viento mientras el cielo sangraba de color carmesí hasta
volverse una oscuridad final. —. Un lugar seguro.

La sangre goteó entre sus dedos, más rápido y más fuerte que antes, solo un momento antes de que
la Oscuridad la reclamara de nuevo.
Capítulo 26
Traducido por Sandra

Corregido por Cotota

Incluso después de dos semanas en la Bahía Calavera, siendo totalmente ignorados por Rolfe a
pesar de sus peticiones de reunirse con ellos, Dorian no se había habituado por completo al calor
y la humedad. Le perseguía día y noche, despertándole empapado en sudor, persiguiéndole dentro
del Océano Rosa cuando el sol estaba en su cénit.

Y desde que Rolfe se había negado a verles, Dorian trataba de llenar sus días con otras cosas a parte
de quejarse por el calor. Las mañanas eran para practicar su magia en un claro de la jungla a unas
pocas millas de distancia. Peor, Rowan le hacía correr hasta allí y de regreso; y cuando volvían
para comer, tenía la “opción” de comer antes o después de uno de los agotadores entrenamientos
de Rowan.

Honestamente, Dorian no tenía ni idea de cómo Aelin había sobrevivido meses a eso, cómo se ha-
bía enamorado del guerrero mientras lo hacía. A pesar de que suponía que tanto la reina como el
príncipe poseían una vena sádica que los hacía compatibles.

Algunos días, Fenrys y Gavriel se reunían con ellos en el patio de la posada para ejercitarse o para
señalar cosas acerca de la técnica de Dorian con la espada y la daga sin habérselo pedido. Algunos
días, Rowan les permitía quedarse, otros, les echaba con un gruñido.

Esto último, Dorian se dio cuenta, sucedía cuando incluso el calor y el sol no podían alejar las
sombras de los últimos pocos meses, cuando se despertaba sintiendo el sudor como la sangre de
Sorscha, cuando no podía soportar siquiera el roce de su túnica contra su cuello.

No sabía si agradecerle al Príncipe Fae por haberlo notado u odiarlo por la amabilidad.

Durante las tardes, él y Rowan merodeaban por la ciudad en busca de rumores y noticias, miran-
do a los hombres de Rolfe tan cerca como los miraban a ellos. Sólo siete capitanes de la armada
empobrecida de Rolfe estaban en la isla, ocho incluyendo a Rolfe, con aún menos embarcaciones
ancladas en la bahía. Algunos habían huido tras el ataque del Valg; algunos ahora dormían con los
peces en el fondo del puerto, junto con sus barcos.

Los informes llegaron de Rifthold: la ciudad bajo el mando de las brujas, la mayor parte de ella en
ruinas, la nobleza y los mercaderes habían huido a otros estados del país y abandonado la pobreza
para valerse por sí mismos. Las brujas controlaban las puertas de la ciudad y los muelles, nada ni
nadie atrancaba en ellos sin que ellas lo supieran. Peor aún, los barcos de la Brecha Ferian esta-
ban navegando abajo por el Avery hacia Rifthold, llevando extraños soldados y bestias que habían
transformado la ciudad en su terreno de caza personal.
Erawan no estaba siendo tonto con los planes de esta guerra. Esos barcos merodeando por el Avery
eran demasiado pequeños, había dicho Rowan, y no había forma de que la fuerza situada en el
Punto Muerto fuera la totalidad de la armada de Erawan. Así que, ¿dónde había estado la flota de
Adarlan todo este tiempo?

Rowan había descubierto la respuesta después de cinco días de estancia: el Golfo de Oro. Parte de
la flota había estado posicionada cerca de la costa noreste de Eyllwe, parte escondida en los puertos
de Melisande, donde, según los rumores, su reina estaba permitiendo circular a los soldados de
Morath en la dirección que quisieran. Erawan había dividido su flota con habilidad, emplazándola
en tantos lugares estratégicos que Rowan informó a Dorian de que tendría que sacrificar tierras,
aliados y ventajas geográficas para mantener otras.

Dorian odiaba admitir al guerrero Fae que él nunca había oído hablar sobre ninguno de esos planes
en los últimos años, las reuniones de su consejo sólo trataban de política, comercio y esclavos. Una
distracción, se dio cuenta, una manera de mantener a los señores y gobernantes del continente
enfocados en una cosa mientras otros planes eran puestos en marcha. Y ahora… si Erawan había
convocado a la flota del golfo, probablemente navegarían alrededor de la costa sur de Eyllwe y sa-
quearían todas las ciudades hasta que llegaran a la puerta de Orynth.

Tal vez tuvieran suerte y la flota de Erawan se encontrara con la de Maeve. Aunque no habían es-
cuchado nada de ésta última. Ni siquiera un susurro de dónde y cuán rápido navegaban sus barcos.
O un susurro de dónde había ido Aelin Galathynius. Dorian sabía que Rowan cazaba por la ciudad,
por noticias sobre ella.

Así que Dorian y Rowan recogían núcleos de información y volvían a la posada cada noche para
analizarlos junto con gambas especiadas de las templadas aguas del archipiélago y arroz al vapor
de comerciantes del sur del continente, sus vasos de color naranja, infusiones descansando sobre
los mapas y cartas de navegación que habían comprado en la ciudad. La información era sobre
todo de segunda –o tercera mano–, y una prostituta corriente que patrullaba las calles que parecía
saber tanto como los marineros que trabajaban en los muelles.

Pero ninguna de las prostitutas o de los marineros tenía noticias de la suerte del Príncipe Hollin o
de la Reina Georgina. La guerra se acercaba, y el destino de un niño y una reina trivial quien nunca
se había molestado en tomar el poder por sí misma era de poco interés para cualquiera, excepto
para Dorian, al parecer.

En una tarde particularmente tórrida, refrescada ahora gracias a una tormenta eléctrica deslum-
brante, Dorian había dejado su tenedor junto a su plato de peces de arrecife al vapor y dijo a Rowan:

—Creo que estoy cansado de esperar a que Rolfe se reúna con nosotros.

El tenedor de Rowan resonó en su plato cuando lo bajó, y esperó con calma sobrenatural. Dónde
habían estado Gavriel y Fenrys por la tarde, le importaba poco. Dorian estaba realmente agradeci-
do por su ausencia cuando dijo:

—Necesito algo de papel, y un mensajero.


l

Rolfe los convocó a ellos y al cadre en la taberna del Dragón del Mar tres horas después.

Rowan había estado enseñándole a escudarse en los últimos días, y Dorian erigió uno alrededor de
sí mismo cuando Rolfe los llevaba a los cuatro por el pasillo de encima de la taberna, en dirección
a su despacho.

Su idea se había desenvuelto suavemente, perfectamente.

Nadie había notado que la carta que Rowan había mandado después de la comida era la misma
carta que más tarde fue entregada a Dorian en la posada.

Pero los espías de Rolfe se habían dado cuenta del shock que Dorian había representado mientras
la leía, la consternación, el miedo y la rabia ante la noticia que había recibido. Rowan, como era
de esperar, se había acelerado y gruñido ante las noticias recibidas. Se habían asegurado de que el
criado que estaba fregando el pasillo hubiera escuchado su mención de que esa información alte-
raba el curso de la guerra, que el propio Rolfe podría ganar mucho de ella, o perder todo.

Y ahora, a zancadas de la oficina del hombre, Dorian no podía decir si le complacía o le enervaba
que fueran observados tan de cerca que su plan había funcionado. Gravriel y Fenrys, por suerte,
no habían hecho preguntas.

El Señor de los Piratas, vestido con una chaqueta azul pálido y oro, se detuvo ante la puerta de
roble de su oficina. Sus guantes puestos, el rostro un poco demacrado. Dudaba que la expresión
mejorase cuando Rolfe se diera cuenta de que no había ninguna noticia, y que tendría esta reunión
tanto si quería como si no.

Dorian captó que los tres machos Fae evaluaban cada respiración de Rolfe, su postura, escuchando
los sonidos del primer y segundo oficial un nivel por debajo. Los tres intercambiaron impercepti-
bles asentimientos de cabeza. Aliados, al menos hasta que Rolfe les escuchase.

Rolfe abrió la puerta, murmurando:

—Espero que esto valga mi tiempo —y se dirigió hacia la penumbra más allá. A continuación, se
detuvo en seco.

Incluso en la luz acuosa, Dorian podía ver perfectamente a la mujer sentada en el escritorio de Rol-
fe, su ropa negra sucia, armas relucientes y sus pies apoyados sobre la superficie de madera oscura.

Aelin Galathynius, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza, les sonrió a todos y dijo:

—Me gusta mucho más este despacho que el otro, Rolfe.


Capítulo 27
Traducido por Stephany Sojo
Corregido por Cotota

Dorian no se atrevió a moverse cuando Rolfe dejó salir un gruñido.

—Tengo un recuerdo claro, Celaena Sardothien, de decir que si tu ponías un pie en mi territorio de
nuevo, tu vida acabará.

—Ah —dijo Aelin, bajando sus manos pero dejando sus pies todavía apoyados sobre la mesa de
Rolfe—. Pero ¿dónde estaría la diversión en eso?

Rowan todavía era como la muerte al lado de él. La sonrisa de Aelin se convirtió en felina cuando
finalmente bajó sus pies y corrió sus manos a lo largo de un lado de la mesa, evaluando la suave
madera como si fuera un caballo de premio.

Ella inclino su cabeza a Dorian.

—Hola, Majestad.

—Hola, Celaena —dijo con toda la calma que pudo, muy consciente de que los dos machos Fae
detrás de él podían escuchar su corazón tronando. Rolfe giró la cabeza hacia él.

Porque era Celaena quien estaba sentada aquí, para cualquier propósito, era Celaena Sardothien
en esta habitación.

Ella apuntó con su barbilla hacia Rolfe.

—Has visto mejores días, pero considerando que la mitad de tu flota te abandonó, yo diría que
luces lo suficientemente decente.

—Sal de mi silla —dijo Rolfe demasiado bajo.

Aelin no hizo tal cosa. Ella solamente le dio a Rowan un barrido sensual desde los pies a la cara.

La expresión de Rowan permaneció ilegible, la intención en sus ojos, cercanos a brillar. Y luego
Aelin le dijo a Rowan con una sonrisa secreta.

—Tú, no lo sé, pero me gustas.

Los labios de Rowan tiraron hacia arriba.

—No estoy en el mercado, por desgracia.


—Lástima —dijo Aelin, ladeando la cabeza mientras notaba un plato de pequeñas esmeraldas en la
mesa de Rolfe. No lo hagas, no…

Aelin limpió las esmeraldas en una mano, seleccionándolas mientras miraba a Rowan debajo de
sus pestañas.

Debe ser una rara y asombrosa belleza para serle tan fiel.

Dioses sálvenlos a todos ellos. Él podría haber jurado que Fenrys tosió detrás de él.

Aelin tiró las esmeraldas en el plato de metal como si fueran trozos de cobre, el ruido sordo siendo
el único sonido.

—Debe ser inteligente —ruido sordo— y fascinante —ruido sordo— y muy, muy talentosa —Ruido
sordo, ruido sordo, ruido sordo hacían las esmeraldas. Ella examino las cuatro gemas restantes en
su mano—. Debe ser la persona más maravillosa que jamás haya existido.

Otra tos detrás de él, de Gavriel esta vez. Pero Aelin solo tenía ojos para Rowan cuando el guerrero
le dijo:

—Es de hecho eso. Y más.

—Hmmm —dijo Aelin, rodando las esmeraldas en su palma llena de cicatrices con experta facilidad.

Rolfe gruñó:

—Qué. Estás. Haciendo. Tú. Aquí.

Aelin vertió las esmeraldas en el plato.

—¿Es esa la manera de hablar con una vieja amiga?

Rolfe se dirigió hacia la mesa, y Rowan se estremeció con moderación cuando el Señor de los
Piratas apoyó las manos sobre la superficie de la mesa.

—Lo último que escuché, es que tu maestro estaba muerto, y vendiste el gremio a sus subalternos.
Eres una mujer libre. ¿Qué haces en mi ciudad?

Aelin se encontró con sus ojos verde mar, con una irreverencia que Dorian se preguntó si había
nacido con ella o se había perfeccionado a través de la habilidad, y la sangre y la aventura.

—La guerra está llegando, Rolfe. ¿No se me permite sopesar mis opciones? Pensé ver qué planeas
hacer tú.

Rolfe miro por encima de su hombro ancho a Dorian.

—Los rumores dicen que ella era tu Campeona este otoño. ¿Quieres tratar con esto?

Dorian dijo suavemente:


—Vas a encontrar Rolfe, que uno no trata con Celaena Sardothien. Uno sobrevive a ella.

Un destello de una sonrisa de Aelin. Rolfe rodo los ojos y le dijo a la reina asesina:

—Así que, ¿cuál es el plan, entonces? Hiciste un negocio para salir de Endovier, te convertiste en la
Campeona del Rey, y ahora que él está muerto, ¿deseas ver cómo puedes beneficiarte?

Dorian intentó no estremecerse. Muerto, su padre estaba muerto y en sus propias manos.

—Sabes cómo funcionan mis gustos —dijo Aelin—. Incluso con la fortuna de Arobynn y la venta
del gremio… La guerra puede ser un tiempo provechoso para las personas que son inteligentes con
sus negocios.

—¿Y dónde está la mocosa de dieseis años autosuficiente que destruyó seis de mis naves, robó dos
de ellas y destruyó mi ciudad, todo por el bien de doscientos esclavos?

Una sombra brilló en los ojos de Aelin que envió un escalofrío por la columna de Dorian.

—Pasa un año en Endovier, Rolfe, y se aprende rápidamente cómo jugar un tipo diferente de juego.

—Te lo dije —Rolfe hervía de veneno silencioso—. Tú tendrás que pagar un día por tanta arrogancia.

La sonrisa de Aelin se convirtió en letal.

—De hecho lo hice. Y lo mismo hizo Arobynn Hamel.

Rolfe parpadeó, sólo una vez, luego se enderezó.

—Sal de mi asiento. Y vuelve a poner la esmeralda que deslizaste bajo tu manga.

Aelin inhaló, y con un destello de sus dedos, una esmeralda, la cuarta que Dorian había olvidado,
apareció entre sus dedos.

—Bueno. Al menos tu vista no está fallando en tu vejez.

—Y la otra —dijo Rolfe con los dientes apretados.

Aelin volvió a sonreír. Y luego se echó hacia atrás en la silla de Rolfe, levantó la cabeza, y escupió
una esmeralda que de alguna manera ella había mantenido oculto bajo su lengua. Dorian vio el
arco de la joya limpiamente a través del aire.

Un golpe seco en el plato fue el único sonido.

Dorian miró a Rowan. Pero el deleite brillaba en los ojos del príncipe, el deleite y el orgullo y la
lujuria que se cocía a fuego. Dorian apartó rápidamente la mirada.

Aelin le dijo al Señor de los Piratas:

—Tengo dos preguntas para ti.


La mano de Rolfe se movió hacia su espada.

—No estás en posición privilegiada para hacer preguntas.

—¿No lo estoy? Después de todo, te hice una promesa hace dos años y medio. Una que firmaste.

Rolfe gruñó.

Aelin apoyó su barbilla sobre un puño.

—¿Tienes tú o tiene cualquiera de tus barcos comprando, negociando, o transportando esclavos


desde ese… día desafortunado?

—No.

Una leve inclinación de cabeza satisfecha

—¿Y proporcionaste un refugio para ellos aquí?

—No hemos salido de nuestro camino, pero si alguno llegara, sí —cada palabra era más apretada
que la anterior, un resorte a punto de estallar hacia adelante y estrangular a la reina. Dorian oró
para que el hombre no fuera lo suficientemente tonto para lanzarse sobre ella. No con Rowan
observando cada uno de sus alientos.

—Bien y bien —dijo Aelin—. Inteligente de ti, no mentirme. Como me tomé la libertad cuando
llegué esta mañana para mirar en tus almacenes, dar una vuelta en los mercados. Y entonces me
encontré aquí... —ella pasó las manos sobre los papeles y libros sobre la mesa—, para ver tus libros
de contabilidad por mí misma —ella arrastró un dedo por una página que contenía varias columnas
y números—. Textiles, especias, artículos de porcelana para el comedor, arroz del continente del
sur, y diversos contrabandos, pero... no hay esclavos. Tengo que decir que estoy impresionada.
Tanto porque cumpliste tu palabra y por mantener bien cuidados los registros.

Un bajo gruñido.

—¿Sabes lo que me costó tu truco?

Aelin movió sus ojos hacia un trozo de pergamino en la pared, varias dagas, espadas, e incluso
tijeras incrustadas en ella, prácticas de tiro, al parecer, por Rolfe.

—Bueno, está la lista del bar del que salí sin pagar... —dijo sobre el documento, que era de hecho
una lista de elementos, y sagrados dioses, era una gran suma de dinero.

Rolfe se volvió hacia Rowan, Fenrys, y Gavriel.

—¿Quieren mi ayuda en esta guerra? Aquí está el costo. Mátenla. Ahora. Entonces mis barcos y
hombres son suyos.

Los ojos oscuros de Fenrys brillaban, pero no hacia Rolfe, cuando Aelin se puso de pie. Sus ropas
eran negras desgastadas por el viaje, su cabello dorado brillando a la luz gris. E incluso en una
habitación de asesinos profesionales, se llevó la mayor parte de aire.
—Oh, yo no creo que lo hagan —dijo—. O incluso puedan.

Rolfe se volvió a ella.

—Encontrarás que no eres tan hábil en la cara de los guerreros Fae.

Ella señaló una de las sillas frente al escritorio.

—Es posible que desees sentarte.

—Vete al infierno

Aelin dejó escapar un silbido.

—Permítame presentarle a usted, capitán Rolfe, a la incomparable, la hermosa, y la absoluta y


absolutamente versátil Reina de Terrasen.

Las cejas de Dorian se arrugaron. Pero sonaron pasos, y entonces–

Los machos se giraron mientras Aelin Galathynius de hecho entró en la habitación, vestido con una
túnica de color verde oscuro igual de desgastada y sucia, el pelo de oro suelto, con los ojos de color
turquesa y oro riendo cuando pasó de largo ante una boca abierta Rolfe y se sentó en el brazo del
sillón de Aelin.

Dorian no podía decirlo, sin el sentido del olfato de un Fae, no podía decirlo.

—¿Qué…qué maldad es esta?—soltó Rolfe entre dientes, dando un solo paso.

Aelin y Aelin se miraron entre sí. La de negro sonrió hacia la recién llegada.

—Oh, es magnífica, ¿verdad?

La de verde sonrió, pero a pesar de su alegría, toda su malvada travesura... Era una sonrisa suave,
hecha con una boca que estaba quizás menos acostumbrada a gruñidos y dientes al descubierto y
alejarse diciendo cosas horribles, arrogantes. Lysandra, entonces.

Las dos reinas se enfrentaron a Rolfe.

—Aelin Galathynius no tenía gemela —gruñó, una mano en su espada.

Aelin de negro, la verdadera Aelin, que había sido uno de ellos desde el principio, hizo rodar sus
ojos.

—Ugh, Rolfe. Arruinas mi diversión. Por supuesto que no tengo una gemela.

Ella tiró su barbilla hacia Lysandra, y la carne de la cambiadora brilló y se fundió, el pelo
convirtiéndose en una pesada, recta caída de cabellos oscuros, su piel siendo besada por el sol, con
los ojos brillando de un llamativo verde.

Rolfe ladró en alarma y se tambaleó hacia atrás sólo para que Fenrys lo sostuviera con una mano
en el hombro cuando el guerrero Fae dio un paso adelante, con los ojos muy abiertos.

—Una cambia formas —respiró Fenrys.

Aelin y Lysandra se fijaron en el guerrero con una mirada impresionada que habría enviado a
hombres inferiores a correr.

Incluso el plácido rostro del Gavriel estaba flojo a la vista de la cambia formas: sus tatuajes
moviéndose mientras tragaba. El padre de Aedion. Y si Aedion estaba aquí con Aelin...

—A pesar de estar tan intrigado como yo de ver al cadre presente —dijo Aelin—, ¿va a verificar que
Su Gran Excelencia Pirata que soy quien digo ser, y podemos pasar a asuntos más urgentes?

La cara de Rolfe estaba blanca de la furia al darse cuenta de que todos habían conocido quien
verdaderamente se sentó delante de ellos.

Dorian dijo:

—Ella es Aelin Galathynius. Y Celaena Sardothien.

Pero fueron Fenrys y Gavriel, de la parte exterior, a quién Rolfe se volvió.

Gavriel asintió, los ojos de Fenrys ahora fijos en la reina.

—Ella es quien dice ser.

Rolfe se volvió hacia Aelin, pero la reina frunció el ceño hacia Lysandra mientras la cambia formas
le entregó un tubo con un sello de cera.

—Hiciste tu pelo más corto.

—Trata de llevar el pelo largo como este y mira si duras más de un día —dijo Lysandra, tocando el
cabello cepillado de su clavícula.

Rolfe caminó hacia ellos. Aelin sonrió a su compañero y se enfrentó al Señor de los Piratas.

—Por lo tanto, Rolfe —la reina, arrastrando las palabras, lanzaba el tubo de mano en mano—,
vamos a hablar de este pequeño negocio de negarte a ayudar a mi causa.
Capítulo 28
Traducido por Cocota

Corregido por Ella R

Aelin Galathynius no se molestó en contener su suficiencia cuando Rolfe señaló la mesa grande al
lado derecho de su oficina, mucho más grande que el pedazo de mierda de oficina en donde una
vez ella y Sam lo conocieron.

Ella alcanzó de un paso su asiento designado antes de que Rowan estuviera a su lado, una mano
sobre su codo.

Su cara, oh, dioses, ella había extrañado esa cara dura e inquebrantable, estaba tensa cuando él
se inclinó para susurrar con la suavidad de un Fae. —El cadre está trabajando con nosotros con la
condición de conducirlos a Lorcan, puesto que Maeve los mandó a matarlo. Me he negado a revelar
su paradero. La mayoría de la flota de Adarlan está en el Golfo de Oro gracias a algún acuerdo
asqueroso con Melisande para utilizar sus puertos y la propia escuadra de Maeve está navegando
hacia Eyllwe… si es para atacar o ayudar, no lo sabemos.

Bueno, era agradable saber que el absoluto el infierno les esperaba y que la información sobre la
armada de Maeve era correcta. Pero entonces Rowan añadió—: Y te extrañé como los demonios.

Ella sonrió a pesar de lo que le había dicho, retrocediendo para mirarlo. Intacto, ileso.

Era más de lo que podía haber esperado. Incluso con la noticia que hubo entregado.

Aelin decidió que particularmente no le importaba una mierda quién estaba viendo y se puso de
puntillas para rozar su boca contra la suya. Había utilizado todo su ingenio y habilidades para
evitar dejar rastros de su olor que él detectara, y el deleite sorprendido en su rostro había valido
absolutamente la pena.

La mano de Rowan en su brazo la apretó mientras se alejaba. —El sentimiento, Príncipe —


murmuró—, es mutuo.

Los otros estaban haciendo lo posible para no verlos, salvo por Rolfe, que todavía estaba hirviendo.

—Oh, no luzca tan enfadado, Capitán —dijo, alejándose de Rowan y deslizándose en un asiento
frente a Rolfe. —. Me odia, lo odio, y ambos odiamos que nos digan qué hacer los entrometidos
gobernantes de imperios… es una combinación perfecta.

Rolfe escupió. —Casi destruiste todo por lo que he trabajado. Tu lengua de plata y arrogancia no te
ayudarán en esto.

Solo por el placer de hacerlo, ella le sonrió y le sacó la lengua. No era una cosa real, pero una lengua
bífida de fuego de plata se retorció como una serpiente en el aire.

Fenrys se atragantó con una risa oscura. Ella no le hizo caso. Se ocuparía de su presencia allí
después. Ella solo rezó para ser capaz de advertirle a Aedion antes de que se encontrara con su
padre, quien ahora estaba sentado dos asientos más allá, y la miraba boquiabierto como si ella
tuviera diez cabezas.

Dioses, incluso la expresión era como la de Aedion. ¿Cómo no se dio cuenta esa primavera en
Wendlyn? Aedion había sido un niño la última vez que ella lo había visto, pero ahora era un
hombre… Con la inmortalidad de Gavriel, incluso lucían de la misma edad. Diferentes de muchas
maneras, pero esa mirada… era un reflejo.

Rolfe no estaba sonriendo. —Una reina que juega con fuego no es alguien que pueda ser un aliado
sólido.

—Y un pirata cuyos hombres lo abandonaron en la primera prueba de lealtad lo hace un comandante


naval de mierda, sin embargo, aquí estoy, en esta mesa.

—Cuidado, chica. Me necesitas más de lo que yo te necesito a tí.

—¿Lo hago? —Un baile, es lo que era todo aquello. Mucho antes de que ella hubiera puesto un pie
en esta horrible isla, esto había sido un baile, y ahora estaba entrando en su segundo movimiento.
Dejó la carta de recomendación sellada por Murtaugh sobre la mesa entre ellos. — La forma en
que lo veo, tengo el oro y tengo la capacidad de elevarlo de un delincuente común a un respetable,
establecido hombre de negocios. Fenharrow puede discutir quién es el dueño de estas islas, pero…
¿y si fuera a darle mi apoyo a usted? ¿Y si fuera a convertirlo no un Señor Pirata sino en un Rey
Pirata?

—¿Y quién comprobaría la palabra de una princesa de diecinueve años de edad?

Ella sacudió con fuerza su barbilla hacia el tubo sellado con cera. —Murtaugh Allsbrook lo haría. Él
le escribió una bonita y larga carta sobre ello.

Rolfe levantó el tubo, lo estudió y con una risita lo arrojó hacia el cubo de basura. El golpe hizo eco
a través de la oficina.

—Yo lo haría —dijo Dorian, inclinándose hacia delante antes de que Aelin pudiera gruñir por la
carta ignorada. —. Nosotros ganaremos esta guerra, y tendrás a los dos reinos más grandes en este
continente proclamándote el indiscutible Rey de los Piratas. La Bahía de la Calavera y las Islas
Muertas no se convertirían en un refugio para tu pueblo, sino en un buen hogar. Un nuevo reino.

Rolfe dejó escapar una risa baja. —La charla de jóvenes idealistas y soñadores.

—El mundo —dijo Aelin—, será salvado y rehecho por los soñadores, Rolfe.

—El mundo será salvado por guerreros, hombres y mujeres que derramen su sangre por él. No por
promesas vacías y sueños dorados.

Aelin puso sus manos sobre la mesa.


—Quizás. Pero si ganamos esta guerra, será un nuevo mundo… uno libre. Esa es mi promesa, para
usted y para cualquier persona que vaya a marchar bajo mi bandera. Un mundo mejor. Y tendrá
que decidir cuál será su lugar en él.

—Esa es la promesa de una niña que todavía no sabe cómo funciona realmente el mundo —dijo
Rolfe—. Los maestros son necesarios para mantener el orden, para mantener las cosas funcionando
productivamente. No terminará bien para aquellos que buscan solo destruirlas.

Aelin ronroneó—: ¿Quieres oro, Rolfe? ¿Quieres un título? ¿Quieres gloria o una mujer o tierra? ¿O
es solo la sed de sangre la que te maneja? —Ella le dio una mirada afilada a sus manos enguantadas.
— ¿Cuál sería el costo del mapa? ¿Cuál sería el objetivo final para ese sacrificio tuviera lugar?

—No hay nada que puedas ofrecer o decir, Aelin Galathynius, que no pueda alcanzar por mí mismo
—Una sonrisa maliciosa. —. A menos que piensen en ofrecerme tu mano y hacerme rey de tu
territorio… esa podría ser una propuesta interesante.

Bastardo. Egoísta, horrible bastardo. Él la había visto con Rowan. Se mantenía con calma mientras
ambos tomaban asiento, la muerte en los ojos de Rowan.

—Parece que le estás apostando al caballo equivocado —canturreó Rolfe. Él movió sus ojos hacia
Dorian—. ¿Qué noticias has recibido?

Pero ese caballo equivocado le cortó suavemente. —No hay ninguna. Pero te alegrará saber que
tus espías en el Océano Rosa sin duda están haciendo su trabajo. Y que Su Majestad es un actor
consumado. —Aelin contuvo una risa.

La cara de Rolfe se oscureció. —Salgan de mi oficina.

Dorian dijo fríamente—: ¿Debido a un pequeño rencor te niegas a considerar aliarte con nosotros?

Aelin resopló. —Dificilmente llamaría a la destrucción de su pobre ciudad de mierda y de sus naves
un “pequeño rencor”.

—Tienes dos días para irte de esta isla —dijo Rolfe, sus dientes apretados. —. Después de eso, la
promesa que hice dos años y medio atrás todavía se mantendrá —Una burla a sus compañeros—.
Llévate a tú… colección de animales salvajes contigo.

Humo se enroscó en su boca. Había esperado un debate, pero… Era momento de reagruparse, un
tiempo para ver lo que Rowan y Dorian habían hecho y planificar los próximos pasos.

Dejó que Rolfe pensara que ella dejaba el baile sin terminar por ahora.

Aelin caminó en el estrecho pasillo, una pared de músculo a sus espaldas y a su lado, y se enfrentó
a otro dilema: Aedion.

Él estaba merodeando fuera de la posada para monitorizar cualquier fuerza hostil. Si ella iba directo
hacia él, sería llevarlo cara a cara con su perdido hace mucho tiempo y completamente ajeno padre.

Aelin dio tres pasos por el pasillo cuando Gavriel dijo detrás de ella—: ¿Dónde está él?
Lentamente, se volvió a mirarlo. El rostro moreno del guerrero era apretado, los ojos llenos de
tristeza y acero.

Ella sonrió. —Si te refieres al dulce, querido Lorcan…

—Sabes a quién me refiero.

Rowan dio un paso entre ellos, sin que su cara dura produzca algo. Fenrys se metió en el pasillo,
cerrando la puerta del despacho de Rolfe, y los observó con oscura diversión. Oh, Rowan le había
contado mucho sobre él. Un rostro y cuerpo que mujeres y hombres matarían por poseer. Lo que
Maeve le obligó a hacer, lo que había dado por su gemelo.

Pero Aelin se pasó la lengua por los dientes y le dijo a Gavriel—: No sería mejor preguntar ¿Quién
es él?

Gavriel no sonrió. No se movió. Estaba comprando tiempo, ganando tiempo para Aedion…

—A ti no te toca decidir cuándo, dónde y cómo te reunirás con él —dijo Aelin.

—Es mi hijo, maldecido por los dioses. Creo que tengo el derecho de hacerlo.

Aelin se encogió de hombros. —Ni siquiera tienes la oportunidad de decidir si se te permite llamarlo
así.

Esos ojos castaños brillaron; las manos tatuadas se cerraron en puños. Pero Rowan dijo—: Gavriel,
ella no tiene la intención de alejarlo de ti.

—Dime dónde está mi hijo. Ahora.

Ah, allí estaba. La cara del León. El guerrero quien derribó ejércitos, cuya reputación hacía que los
soldados más fríos se estremecieran. Cuyos guerreros caídos estaban tatuados por todo su cuerpo.

Pero Aelin miró sus uñas, y luego frunció el ceño ante la sala que quedó vacía detrás de ella. —No
tengo ni idea de dónde ha ido.

Parpadearon, luego se giraron a contemplar dónde Lysandra había estado una vez. Donde ella
había ahora desaparecido, volando, resbalando o arrastrándose lentamente hacia la ventana
abierta. Para alejar a Aedion.

Aelin solo le dijo a Gavriel, su voz plana y fría—: No vuelvas a darme órdenes.

Aedion y Lysandra ya estaban esperando en el Océano Rosa y mientras entraban al bonito patio,
Aelin apenas sacó la energía necesaria para comentarle a Rowan que estaba sorprendida de que no
hubiera cedido ante el pedido del guerrero.
Dorian, unos pasos detrás, se rió en voz baja, lo cual era bueno, supuso. Bueno que se estuviera
riendo. No lo había hecho la última vez que lo vio.

Y habían pasado semanas desde que ella misma había reído, sintió que aquel peso se levantaba el
tiempo suficiente como para hacerlo.

Le dio a Rowan una mirada que le decía que lo encontraría en el piso de arriba y se detuvo a mitad
de su camino a través del patio. Dorian, sintiendo su intención, se detuvo también.

El aire de la noche estaba cargado de fruta dulce y enredaderas, la fuente en el centro gorgoteando
en voz baja. Se preguntó si el dueño de la posada procedía del Desierto Rojo, si ellos habrían visto
el uso del agua, la piedra y la vegetación en la Fortaleza de los Asesinos Silenciosos.

Pero Aelin le murmuró a Dorian—: Lo siento. Sobre lo de Rifthold.

El rostro curtido por el verano del rey se tensó. —Gracias… por la ayuda.

Aelin se encogió de hombros. —Rowan está siempre buscando una excusa para mostrarse. Los
rescates dramáticos le dan propósito y finalidad a su aburrida e inmortal vida.

Se escuchó una tos acentuada desde las puertas del balcón abierto por encima de ellos, lo
suficientemente afilada como para informarle que Rowan la había oído y no olvidaría la pequeña
broma cuando estuvieran solos.

Esbozó una sonrisa. Fue una sorpresa y una delicia, supuso, que una relajada y respetuosa calma
fluyera entre Rowan y Dorian durante su paseo hasta aquí.

Hizo un gesto para que el rey continuara junto a ella y le dijo en voz baja, muy consciente de cuántos
espías poseía Rolfe dentro del edificio. —Parece que tú y yo estamos actualmente sin coronas,
gracias a unas pocas piezas de papel de mierda.

Dorian no le devolvió la sonrisa. Las escaleras crujieron bajo sus pies mientras se dirigían a la
segunda planta. Estaban casi en la sala que Dorian había indicado cuando dijo—: Tal vez es una
cosa buena.

Ella abrió y cerró la boca, y optó, por una vez, guardar silencio, moviendo la cabeza un poco al
entrar a la recámara.

La reunión estaba en silencio, totalmente. Rowan y Dorian dispusieron con todo detalle lo que les
había sucedido, Aedion presionando para saber el recuento de las brujas, sus armaduras, la forma
en que volaban, las formaciones que utilizaban. Cualquier cosa para alimentar a la Perdición, para
amplificar sus defensas en el norte, independientemente de quién los mandara. El general del
Norte, quién tomaría todas las piezas y construiría su resistencia. Pero la gran facilidad con la que
la legión de las Dientes de Hierro había tomado la ciudad…

—Manon Blackbeak —reflexionó Aedion—, sería una aliada valiosa, si podemos conseguir que
volviera.

Aelin echó un vistazo a los hombros de Rowan, donde una pequeña cicatriz ahora estropeaba la
piel de oro debajo de su ropa.

—Tal vez tener a Manon para enfurecer a sus parientes encendería una batalla interna entre las
brujas —dijo—. A lo mejor nos ahorrarían la tarea de matarlas y se destruirían entre sí.

Dorian se enderezó en su silla, pero solo el cálculo frío se arremolinaba en sus ojos cuando
respondió—: Pero ¿qué es lo que quieren? Más allá de nuestras cabezas, quiero decir. ¿Por qué
aliarse con Erawan en absoluto?

Y todos ellos parecieron ver entonces el fino collar de cicatrices que estropeaban la base de la
garganta de Aelin, donde el aroma la marcaba de forma permanente como una Asesina de Brujas.
Baba Yellowlegs había visitado el castillo este invierno para esa alianza, pero ¿y si hubiera habido
algo más?

—Podemos contemplar los porqués y el cómo más tarde —declaró Aelin. —. Si nos encontramos
con cualquiera de las brujas, las capturamos con vida. Quiero resolver algunas dudas.

Luego ella explicó lo que había visto en Ilión. La orden que Brannon le había dado: Encontrar la
Cerradura. Bueno, él y su pequeña misión podían hacer la fila.

Era interminable, supuso mientras cenaba aquella noche cangrejo sazonado con especias y arroz.
Esta carga, estas amenazas.

Erawan había estado planeando esto durante décadas. Tal vez durante siglos, mientras él dormía,
había planeado llevar a cabo todo esto. Y ella estaba a punto de recibir nada más que las órdenes
oscuras de miembros de la realeza muertos hace mucho tiempo para encontrar una manera de
detenerlo, contaba con nada más que malditos meses para reunir una fuerza contra él.

Dudaba que fuera una coincidencia que Maeve navegara por Eyllwe en el mismo momento en que
Brannon le ordenó que fuera a los Pantanos de Piedra en la península suroeste. O que la maldita
flota de Morath estuviera tan cerca del Golfo de Oro, justo por el otro lado.

No era tiempo suficiente para hacer lo que necesitaban, para arreglar las cosas.

Pero… pequeños pasos.

Ella tenía que lidiar con Rolfe. El pequeño detalle para asegurar la alianza de su pueblo. Y el mapa
que ella todavía tenía que convencerlo de usar para ayudarla en la búsqueda de la Cerradura.

Pero primero… mejor asegurar que el infernal mapa efectivamente funcionaba.


Capítulo 29
Traducido por Cocota

Corregido por Ella R

Demasiados animales merodeando por las calles a esa hora podían atraer el tipo equivocado de
atención.

Pero Aedion todavía deseaba que la Cambiaformas estuviera usando piel o plumas en lugar de…
esto.

No es que fuera un dolor de ojos el verla como una mujer joven de pelo castaño y ojos verdes. Ella
podría haber pasado como una de las preciosas doncellas de las montañas del norte de Terrasen
con esa coloración. Era debido a quién tenía que ser Lysandra mientras esperaban justo dentro de
un callejón. Debido a quién se suponía que debía ser él, también.

Lysandra se apoyó contra la pared de ladrillo, un pie apoyado contra él para revelar el largo de su
muslo de color blanco cremoso. Y Aedion, con su mano apoyada contra la pared al lado de la cabeza
de ella, no era más que un cliente de una hora.

No había sonidos en el callejón, excepto el repiqueteo de las ratas excavando a través de la fruta
podrida, putrefacta. La Bahía de la Calavera era precisamente la pocilga que él esperaba que fuera,
tal como su Señor Pirata.

Quién ahora, sin saberlo, llevaba encima el único mapa que conducía a la Cerradura que Aelin
tenía que ordenado encontrar. Cuando Aedion se había quejado de que por supuesto era un mapa
que no podían robar, Rowan fue quien sugirió este… plan. Trampa. Lo que sea que fuese.

Miró la delicada cadena de oro colgando alrededor de la pálida garganta de Lysandra, trazando su
longitud por debajo de la parte delantera de su corpiño, donde el Amuleto de Orynth estaba ahora
escondido debajo.

—¿Admirando la vista?

Aedion parpadeó frente a la generosa visión de sus pechos. —Lo siento.

Sin embargo, la Cambiaformas de alguna manera notó los pensamientos agitados en su cabeza.
—¿Piensas que esto no va a funcionar?

—Creo que hay un montón de cosas valiosas en esta isla, ¿por qué Rolfe se molestaría en ir tras
esto? —Tormentas, enemigos, y tesoros, era lo que el mapa mostraba. Y desde que él y Lysandra
no eran los dos primeros… solo uno, al parecer, sería capaz de aparecer en ese mapa tatuado en las
manos de Rolfe.
—Rowan afirmó que Rolfe encontraría el amuleto suficientemente interesante como para ir tras él.

—Rowan y Aelin tienen una tendencia para decir una cosa y que signifique algo completamente
distinto —Aedion exhaló una respiración por la nariz. —. Ya hemos estado aquí una hora.

Ella arqueó una ceja castaña rojiza. —¿Tienes algún otro lugar para ir?

—Estás cansada.

—Todos estamos cansados —dijo bruscamente.

Él cerró la boca, sin querer que su cabeza fuera arrancada por el momento.

Cada cambio sacaba algo de Lysandra. Cuánto más grande fuera el cambio, cuánto más grande
fuera el animal, más pronunciado era el costo. Aedion había sido testigo de su transformación
de mariposa a abejorro, a colibrí, a murciélago en el lapso de unos pocos minutos. Pero pasar de
humano a leopardo fantasma, oso, alce o caballo, ella había demostrado una vez, le tomaba más
tiempo entre cambios; la magia teniendo que sacar fuerzas para convertirse de ese tamaño, para
llenar el cuerpo con todo su inherente poder.

Pasos casuales sonaron, acentuados por un silbido de dos notas. La respiración de Lysandra rozó
su mandíbula ante el sonido. Aedion, sin embargo, se tensó ligeramente a medida que esos pasos
se acercaban, y se encontró mirando al hijo de su gran enemigo. Rey, ahora.

Pero seguía siendo un rostro que había odiado, que se mofó de él, que se debatió en cortar en
pequeños pedazos durante muchos, muchos años. Una cara que había visto borracha y fuera de
sus cabales en fiestas hace apenas estaciones atrás; una cara que había visto enterrada en contra
cuellos de mujeres cuyos nombres nunca se molestó en aprender; una cara que se había burlado
de él en esa mazmorra.

Ese rostro estaba ahora con una capucha y para todo el mundo, parecía que estaba allí para solicitar
los servicios de Lysandra, una vez que Aedion terminara con ella. El general apretó los dientes.

—¿Qué?

Dorian miró a Lysandra, como si analizara la mercancía, y Aedion luchó contra el impulso de
erizarse. —Rowan me envió para ver si tenían alguna evolución —El príncipe y Aelin estaban de
regreso en la posada, bebiendo en la sala comedor, donde todos los ojos de los espías de Rolfe
pudieran verlos e informar sobre ellos. Dorian parpadeó ante Cambiaformas, comenzando a
decir—: Y por los dioses, realmente puedes asumir cualquier forma.

Lysandra se encogió de hombros, la irreverente prostituta de calle que debatía su precio. —No es
tan interesante como piensas. Me gustaría ver si puedo convertirme en una planta. O un poco de
viento.

—¿Puedes… hacer eso?

—Por supuesto que ella puede —dijo Aedion, apoyándose en la pared y cruzándose de brazos.
—No —dijo Lysandra, fulminando con la mirada en dirección a Aedion. —. Y no hay nada que
informar. Ni siquiera un olorcillo de Rolfe o de sus hombres.

Dorian asistió, deslizando sus manos en los bolsillos. Silencio.

El tobillo de Aedion ladró de dolor cuando Lysandra sutilmente le dio una patada.

Mantuvo su ceño fruncido cuando le dijo al rey—: Así que tú y Whitethorn no se mataron el uno al
otro.

Las cejas de Dorian se arrugaron. —Me salvó la vida, casi se quemó al hacerlo. ¿Por qué debería
estar otra cosa salvo agradecido? —Lysandra le dio a Aedion una sonrisa de suficiencia.

Pero el rey le preguntó—: ¿Vas a ver a tu padre?

Aedion se encogió de hombros. Había estado contento por su aventura esta noche, para evitar
decidir aquello. Aelin no sacó el tema, y él se había alegrado de ir allí, incluso cuando lo ponía en
riesgo de toparse con el macho.

—Por supuesto que lo veré —dijo Aedion con fuerza. La cara de Lysandra, pálida como la luna,
estaba en calma, estable mientras lo miraba; el rostro de una mujer entrenada para escuchar a los
hombres, para no mostrar nunca sorpresa…

A él no le molestaba lo que ella había sido, o lo que interpretaba ahora, solo los monstruos que
habían visto la belleza en la cual la niña se convertiría y la llevaron a ese burdel. Aelin le contó lo
que Arobynn le había hecho al hombre que ella había amado. Era un milagro que la Cambiaformas
pudiera sonreír en absoluto.

Aedion señaló con la barbilla a Dorian. —Ve a decirle a Aelin y Rowan que no necesitamos que
merodeen. Podemos manejarlo por nuestra propia cuenta.

Dorian se puso rígido, pero salió del callejón, no más que un insatisfecho posible cliente.

Lysandra pasó una mano sobre el pecho de Aedion y le dijo entre dientes—: Ese hombre ha
soportado suficiente, Aedion. Un poco de amabilidad no te mataría.

—Él apuñaló a Aelin. Si lo conocieras tanto como lo hago yo, no lo adularías tanto…

—Nadie espera que lo adules. Sin embargo, una palabra amable, un poco de respeto…

Él rodó los ojos. —Mantén la voz baja.

Ella lo hizo, pero continuó—: Él fue esclavizado; fue torturado durante meses. No solo por su padre,
sino por esa cosa dentro de él. Él fue violado, e incluso si no puedes perdonarlo por apuñalar a Aelin
en contra de su propia voluntad, entonces trata de tenerle un poco de compasión por aquello. —El
corazón de Aedion repiqueteó por la ira y el dolor en su rostro. Y esa palabra que ella había usado…

Tragó saliva, echando un vistazo a la calle detrás de ellos. No había señales de que alguien estuviera
a la caza de un tesoro. —Conocí a Dorian como un imprudente, arrogante…
—Yo sabía que tu reina era de la misma manera. Éramos niños entonces. Se nos permitía cometer
errores, descubrir quién queremos ser. Si le darás a Aelin el regalo de tu aceptación…

—No me importa si era tan arrogante y vanidoso como Aelin, no me importa si fue esclavizado
por un demonio que poseyó su mente. Lo miro y veo a mi familia masacrada, veo esas huellas
que conducían al río, y escucho a Quinn decirme que Aelin se ahogó y murió. —Su respiración era
irregular, y su garganta quemaba, pero lo ignoró.

Lysandra dijo—: Aelin lo perdonó. Aelin no se lo recriminó ni una sola vez.

Aedion gruñó. Lysandra le gruñó de vuelta y mantuvo fijamente su mirada no con el rostro
entrenado o construido para los dormitorios, sino con el verdadero que se hallaba debajo, salvaje,
irrompible e indomable. No importaba qué cuerpo llevara, ella encarnaba a los Staghorns, el
corazón de Oakwald.

Aedion dijo con la voz ronca—: Lo intentaré.

—Esfuérzate más. Inténtalo mejor.

Aedion apoyó la palma de su mano contra la pared y se inclinó para mirar con el ceño fruncido su
rostro. Ella no cedió ni una pulgada. —Existe un cierto orden y rango en nuestra corte, lady, y la
última vez que revisé, no eras la número tres. No me des órdenes.

—Esto no es un campo de batalla —dijo entre dientes Lysandra. —. Todos los rangos son una
formalidad. Y la última vez que yo revisé… —Ella clavó su dedo en su pecho, justo entre sus
pectorales, y él pudo haber jurado que la punta de una garra perforó la piel debajo de su ropa.
—, tú no eras lo suficientemente patético como para imponer rangos de y así ocultarte por estar
equivocado.

Su sangre chispeó y vibró. Aedion se encontró disfrutando de las curvas sensuales de su boca,
ahora presionada en una delgada línea debido a la ira.

El temperamento irascible en sus ojos se desvaneció, y cuando alejó su dedo como si se hubiera
quemado, él se congeló ante el pánico que llenó sus rasgos en su lugar. Mierda. Mierda…

Lysandra retrocedió un paso, demasiado casual para que se tratase de otra cosa que no fuera un
movimiento calculado. Pero Aedion intentó, por el bien de ella, dejar de pensar en su boca…

—¿Realmente quieres conocer a tu padre? —preguntó ella con calma. Con demasiada calma.

Él asintió, tragando saliva. Demasiado pronto, ella no querría que el toque de un hombre se
prolongase durante mucho tiempo. Tal vez para siempre. Y él estaría condenando si la empujaba a
eso antes de que ella quisiera. Y dioses antiguos, si alguna vez Lysandra miraba a cualquier hombre
con un interés de esa forma… él estaría contento por ella. Contento de que ella estuviera eligiendo
por sí misma, incluso si no era él a quien ella elegía…

—Yo… —Aedion tragó saliva, obligándose a recordar lo que le habían preguntado. Su padre. Claro.
—. ¿Él quiso verme? —Fue lo único que pudo pensar en preguntar.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado, un movimiento tan felino que él se preguntó si ella no estaría
usando demasiado tiempo la piel de leopardo fantasma.

—Casi arrancó la cabeza de Aelin cuando ella se negó a decirle dónde estabas y quién eras —Hielo
llenó sus venas. Si su padre había sido grosero con ella… —, pero me dio la sensación —aclaró
rápidamente Lysandra al ver que él se ponía tenso. —, que es el tipo de hombre que respetaría tus
deseos, si optas por no verlo. Sin embargo, en esta pequeña ciudad, con la compañía que estamos
teniendo… eso podría resultar imposible.

—¿También tuviste la sensación de que aquello podría persuadirlo para ayudarnos? ¿El conocerme?

—No creo que alguna vez Aelin te pidiera eso a ti —dijo Lysandra, poniendo una mano sobre el
brazo que continuaba apoyado por encima de su cabeza.

—¿Qué le digo siquiera? —murmuró Aedion. —. He escuchado muchas historias sobre él, el León
de Doranelle. Es un maldito caballero blanco. No creo que vaya a aprobar a un hijo que la mayoría
de las personas llaman la Puta de Adarlan. —Ella chasqueó la lengua, pero Aedion la inmovilizó
con una mirada. —¿Qué harías tú?

—No puedo responder a esa pregunta. Mi propio padre… —Ella sacudió la cabeza. Él sabía acerca
de eso; el padre Cambiaformas que había abandonado a su madre o ni siquiera había sabido que
estaba embarazada. Y luego la madre que había arrojado a Lysandra a la calle cuando descubrió su
linaje. —Aedion, ¿qué quieres hacer? No por nosotros, no por Terrasen, sino por ti.

Inclinó un poco la cabeza, mirando de reojo a la calle de nuevo en silencio. —Toda mi vida ha sido…
no sobre lo que yo quiero. No sé cómo elegir esas cosas.

No, desde el momento en que hubo llegado a Terrasen a los cinco años, había sido entrenado, su
camino había sido elegido. Y cuando Terrasen ardió gracias a las antorchas de Adarlan, otra mano
se había apoderado de la correa de su destino. Incluso ahora, con la guerra sobre ellos… ¿Había
algo que realmente quería para sí mismo? Todo lo que quiso había sido el juramento de sangre. Y
Aelin se lo había entregado a Rowan. Él no estaba resentido con ella por eso, ya no, pero… No se
dio cuenta de que había pedido tan poco.

Lysandra dijo en voz baja—: Yo sé. Yo sé lo que se siente.

Él levantó la cabeza, encontrando sus ojos verdes de nuevo en la oscuridad. A veces deseaba que
Arobynn Hamel todavía siguiera vivo, solo para poder matar él al rey de los asesinos.

—Mañana por la mañana —murmuró—. ¿Vendrás conmigo? A verlo.

Ella guardó silencio durante un momento antes de decir—: ¿De verdad quieres que vaya contigo?

Lo hacía. No podía explicar por qué, pero él la quería allí. Ella se colaba bajo su piel tan
condenadamente fácil, pero… Lysandra lo afianzaba. Tal vez porque era algo nuevo. Algo que no
había encontrado, algo que no lo había llenado de esperanza, dolor y deseos. No muchos de ellos,
al menos.

—Si no te importa… sí. Te quiero allí.


Ella no respondió. Él abrió la boca, pero pasos sonaron.

Ligeros. Demasiado casuales.

Se inclinaron más en las sombras del callejón, la pared sin salida asomándose detrás de ellos. Si
esto iba mal…

Si iba mal, tenían de su lado a una Cambiaformas capaz de triturar un tropel de hombres. Aedion
le dirigió a Lysandra una sonrisa cuando se inclinó sobre ella una vez más, su nariz olisqueando la
esencia de su cuello.

Aquellos pasos se acercaron y Lysandra soltó una respiración, su cuerpo volviéndose dócil.

Desde las sombras de su capucha él vigilaba el callejón adelante, las sombras y los rayos de la luz
de la luna preparándolo para lo que pudiera suceder. Ellos habían elegido el callejón sin salida por
una razón.

La chica se dio cuenta de su error un paso más tarde. —Oh.

Aedion alzó la vista, sus propias facciones ocultas dentro de la capucha, cuando Lysandra ronroneó
a la joven que coincidía perfectamente con la descripción de la mesera de Rolfe que Rowan les
había dado. —Estaré lista en dos minutos, por si quieres esperar tu turno.

El color manchó las mejillas de la chica, pero les dirigió una mirada pétrea, escaneándolos de pies
a cabeza. —Giro equivocado —dijo.

—¿Estás segura? —canturreó Lysandra. —. Un poco tarde en la noche para dar un paseo.

La camarera de Rolfe les dirigió una aguda mirada y se marchó de nuevo por la calle.

Ellos esperaron. Un minuto. Cinco. Diez. Ningún otro se aproximó.

Aedion al fin se apartó, Lysandra observando la entrada del callejón. La Cambiaformas enredó un
rizo castaño rojizo alrededor de su dedo. —Parece poco probable que fuera un ladrón.

—Algunos dicen cosas similares acerca de ti y de Aelin —canturreó Lysandra en acuerdo.

Aedion reflexionó—: Tal vez era apenas una exploradora… los ojos de Rolfe.

—¿Por qué molestarse? ¿Por qué no solo venir y tomar la cosa?

Aedion volvió a mirar el amuleto que desaparecía bajo el corpiño de Lysandra. —Tal vez pensó que
estaba buscando otra cosa.

Lysandra, sabiamente, no sacó el amuleto de Orynth fuera de su vestido. Sin embargo, sus palabras
quedaron flotando entre ellos, mientras escogían cuidadosamente su camino de vuelta al Océano
Rosa.
Capítulo 30
Traducido por Cocota
Corregido por Ella R

Después de dos semanas de lenta marcha a través de las fangosas llanuras, Elide estaba cansada de
usar el nombre de su madre.

Cansada de estar constantemente alerta para escuchar los ladridos de Molly para que limpiara
después de cada comida (un error, sin duda, el haberle dicho a la mujer que tuvo alguna experien-
cia lavando platos en cocinas ocupadas), cansada de escuchar a Ombriel, la belleza de pelo oscuro
que no actuaba en todo el carnaval pero era la sobrina de Molly y su guardiana del dinero, cuan-
do le cuestionaba sobre cómo se había herido la pierna, de dónde venía su familia y cómo había
aprendido a observar a los demás con tanta intensidad que podía girar una moneda como si fuera
un oráculo.

Al menos Lorcan apenas la usaba, ya que ellos apenas habían hablado mientras la caravana march-
aba a través de los campos llenos de barro. El suelo estaba tan saturado con la lluvia veraniega que
caía diariamente por las tardes, que los vagones a menudo se quedaban atascados. Apenas habían
recorrido algo de distancia en absoluto, y cuando Ombriel agarraba a Elide mirando fijamente ha-
cia el norte, le preguntaba, otra pregunta recurrente, qué había en el norte para llamar su atención
con tanta frecuencia. Elide siempre mentía, siempre la eludía. La situación de dormitorio entre
Elide y su marido, afortunadamente, era más fácil de evitar.

Con la tierra empapada, dormir era casi imposible. Por lo que las mujeres se recostaban donde
podían en los dos vagones, dejando que los hombres echaran a la suerte cada noche quién obten-
dría cualquier espacio restante y dormiría en el suelo encima de un improvisado piso de juncos.
Lorcan, de alguna manera, siempre conseguía sacar la paja más corta, ya fuera por sus propios
medios, por los juegos de manos de Nik, quién dirigía la seguridad y el juego de azar nocturno, o
simplemente por pura mala suerte.

Pero por lo menos aquello mantenía a Lorcan lejos, muy lejos de ella, y mantenía sus interacciones
al mínimo.

Las pocas conversaciones que habían tenido, mantenidas cuando él la acompañaba a sacar agua
de una corriente agitada o a recoger cualquier tipo de leña que pudiera encontrarse en la llanura,
no la molestaron mucho, tampoco. Él le exigió más detalles en cuánto a Morath, más información
sobre la ropa de los guardias, los ejércitos acampando alrededor de ellos, los siervos y las brujas.

Había comenzado por la parte superior de la Fortaleza, con los nidos de águilas, wyverns y brujas.
Luego ella descendió, piso por piso. Les había tomado estas dos semanas para lograr abrirse camino
hacia los subniveles, y sus compañeros no tenían idea de que mientras la joven pareja casada se
escabullía para buscar más “leña”, los susurros de dulces promesas eran la última de las cosas en
sus mentes.

Cuando la caravana se detuvo esa noche, Elide se dirigió hacia un grupo de árboles en el centro del
campo para qué se podría utilizar para su gran fogata. Lorcan se arrastró a su lado, tan silencioso
como los pastos silbantes alrededor de ellos. El relinchar de los caballos y las conversaciones de
sus compañeros preparándose para la cena se desvanecieron detrás de ellos, y Elide frunció el ceño
cuando su bota se hundió profundamente en el barro. Ella tiró de él, su tobillo ladrando por tener
que sostener su peso, y apretó los dientes hasta que…

La magia de Lorcan empujó contra su pierna, una mano invisible liberando su bota, haciendo que
ella cayera sobre él. Su brazo y costado eran tan duros e inflexibles como la magia que había usado,
y ella se alejó una vez que se hubo recuperado, la hierba alta crujiendo debajo suyo.

—Gracias —murmuró.

Lorcan acechó por delante y dijo sin mirar hacia atrás—: Acabamos en las tres mazmorras y en sus
entradas ayer por la noche. Háblame de lo que hay dentro de ellas.

Su boca se secó un poco al recordar la celda en la que se había acuclillado, el oscuro y estancado
aire…

—No sé lo que hay dentro —mintió ella, siguiéndolo. —. El sufrimiento de personas, sin duda.

Lorcan se encorvó, lasu oscura cabeza desapareciendo bajo una ola de hierba. Cuando salió, dos
palos estaban presos entre sus enormes manos. Él los partió con poco esfuerzo—: Describiste todo
lo demás sin ningún problema. Sin embargo, tu olor cambió hace un momento. ¿Por qué?

Ella pasó junto a él, inclinándose una y otra vez para recoger toda la madera dispersa que pudo
encontrar.

—Ellos hicieron cosas horribles ahí abajo —dijo por encima del hombro. —. A veces se podía oír a
la gente gritando. —Ella rezó para que Terrasen fuera mejor. Tenía que serlo.

—¿A quiénes mantienen allí? ¿Soldados enemigos? —Posibles aliados, sin duda, para lo que
planeaban hacer.

—A quien fuera que quisieran torturar. —Las manos de los guardias, sus expresiones de desprecio…
—¿Supongo que te marcharás tan pronto como termine de describir el último hoyo de Morath? —
Arrancó palo tras palo, su tobillo oponiéndose con cada cambio en su equilibrio.

—¿Hay algún problema si lo hago? Ese fue nuestro trato. Me he quedado más tiempo de lo que
pensaba.

Se giró, encontrándolo con un brazo lleno de palos grandes. Bruscamente los volcó sobre la pequeña
pila que sostenía en sus brazos y sacó el hacha de su costado, las ramas cayendo detrás de él.

—Entonces estoy a punto de jugar a la esposa abandonada, ¿cierto?

—Ya estás jugando al oráculo, ¿así que cual es la diferencia en hacer otro papel? —Lorcan empujó
su hacha hacia abajo sobre la rama con un sólido ¡thwack! La hoja se hundió inquietantemente
profunda; la madera se quejó. —Describe las mazmorras.

Estaba siendo justo y aquello era lo que habían negociado, después de todo: su protección y ayuda
para sacarla del camino del peligro, a cambio de lo que sabía. Y había sido complaciente con todas
las mentiras que ella había soltado a su compañía; callado, sin embargo había estado de acuerdo
con ella.

—Las mazmorras desaparecieron —Alcanzó a decir Elide—. O la mayoría de ellas debieron


desaparecer. Junto con las catacumbas.

Thwack, thwack, thwack. Lorcan cortó la rama, la madera produciendo un grito al astillarse. Se
puso a cortar otra sección.

—¿Desaparecidas en aquella explosión? —Levantó su hacha, los músculos de su poderosa espalda


moviéndose debajo de su camisa oscura, pero se detuvo. —Dijiste que estabas cerca del patio
cuando ocurrió la explosión, ¿cómo sabes que las mazmorras desaparecieron?

Bien. Ella había mentido al respecto. Pero…

—La explosión provino de las catacumbas y se llevó con ella algunas de las torres. Es de suponer
que las mazmorras estarían en su camino, también.

—No hago planes basados en suposiciones —Volvió a cortar en dos la rama, y Elide rodó los ojos a
su espalda. —. Dime el diseño de la mazmorra del norte.

Elide se volvió hacia el sol poniente que manchaba los campos con naranja y oro más allá de ellos.

—Figúratelo tú mismo.

El ruido del metal contra la madera se detuvo. Hasta el viento en las hierbas se calmó.

Pero ella había soportado la muerte y la desesperación y el terror, y ella le había contado lo
suficiente; había volteado cada horrible piedra, mirado en cada esquina oscura de Morath para él.
Su rudeza, su arrogancia… Él podía irse al infierno.

Ella apenas había puesto un pie sobre la hierba cuando Lorcan estuvo delante de ella, no más
que una sombra letal personificada. Incluso el sol parecía evitar los amplios planos de su rostro
bronceado, no obstante, el viento se atrevía a ondular las hebras de seda negra de su cabello.

—Tenemos un trato, chica.

Elide se reunió con esa mirada careciente de profundidad. —No especificaste cuándo tenía que
decirte. Así que me puedo tomar todo el tiempo que quiera para recordar detalles, si deseas
exprimirme hasta el último de ellos.

Mostró sus dientes. —No juegues conmigo.

—¿O qué? —Ella lo rodeó como si no fuera más que una roca en un arroyo. Por supuesto, caminar
con mal genio era un poco difícil cuando cojeaba con cada paso, pero mantuvo la barbilla en alto.
—. Mátame, hazme daño, y aún estarás sin respuestas.

Más rápido de lo que pudo ver un brazo la atacó, agarrándola por el codo. —Marion —gruñó.

Ese nombre. Miró su severo y salvaje rostro; un rostro nacido en una época diferente, en un mundo
diferente.

—Quitame tu mano de encima.

Lorcan, para su sorpresa, lo hizo inmediatamente.

Pero su rostro no cambio, no parpadeó, cuando dijo—: Vas a decirme lo que quiero saber…

La cosa en su bolsillo empezó a zumbar y golpear, un latido de corazón fantasma en sus huesos.

Lorcan dio un paso, sus fosas nasales dilatadas con delicadeza. Como si pudiera sentir el despertar
de la piedra. —Qué eres —dijo en voz baja.

—No soy nada —respondió, su voz hueca. Tal vez cuando encontrara a Aelin y a Aedion, ella
encontraría un propósito, alguna manera de ser útil para el mundo. Por ahora, ella era una mensajera,
una recadera de esa piedra, para Celaena Sardothien. Sin embargo Elide podría encontrar a una
persona en este vasto mundo sin fin. Tenía que llegar al norte, y rápidamente.

—¿Por qué vas con Aelin Galathynius?

La pregunta era demasiado tensa para ser casual. No, cada pulgada del cuerpo de Lorcan parecía
apretado. Rabia contenida e instintos depredadores.

—Conoces a la reina —ella respiró.

Él parpadeó. No por la sorpresa, sino para ganar tiempo.

Él lo sabía, y estaba considerando qué decirle a ella, de qué manera…

—Celaena Sardothien está bajo el servicio de la reina —dijo—. Tus dos caminos son uno. Encuentra
a una y encontrarás a la otra.

Él hizo una pausa, esperando.

¿Esta sería su vida, entonces? ¿Gente, desgraciada, siempre mirando por sí mismos, cada bondad
viniendo con un costo? ¿Su propia reina, al menos, la miraría con calidez en sus ojos? ¿Aelin
siquiera la recordaría?

—Marion —dijo de nuevo, la palabra mezclada con un gruñido.

El nombre su madre. Su madre, y su padre. Las últimas personas que la habían mirado con
verdadero afecto. Incluso Finnula, todos esos años encerrada en esa torre, siempre la había visto
con una mezcla de piedad y temor.

No podía recordar la última vez que había sido abrazada. O consolada. O le habían sonreído con
cualquier clase de amor verdadero por ser quién era.

Las palabras de repente se tornaron duras, la energía para sacar a relucir una mentira o replica era
demasiado alta como para preocuparse. Así que Elide ignoró la orden de Lorcan y se dirigió hacia
el grupo de vagones pintados.

Manon había venido por ella, se recordó a sí misma con cada paso. Manon, y Asterin, y Sorrel. Pero
incluso ellas la habían dejado sola en el bosque.

La lástima, se recordó a sí misma, la autocompasión no le harían ningún bien. No con tantas millas
entre ella y cualquier atisbo de un futuro que tuviera oportunidad de encontrar. Pero incluso cuando
ella llegara, entregara su carga y se encontrara con Aelin… ¿qué podía ofrecerle? Ni siquiera podía
leer, dioses antiguos. La simple idea de explicarle eso a Aelin, a alguien…

Pensaría en eso más tarde. Ella podría lavar la ropa de la reina si tenía que hacerlo. Al menos no
tenía la necesidad de saber leer y escribir para hacer eso.

Elide no escuchó a Lorcan en ese tiempo mientras se acercaba, los brazos cargados con enormes
troncos.

—Me dirás lo que sabes —dijo entre dientes. Ella casi suspiró, pero él agregó —, una vez que estés…
mejor.

Ella supuso que, para él, la tristeza y la desesperación eran algún tipo de enfermedad.

—Bien.

—Bien —él dijo de vuelta.

Sus compañeros estaban sonriendo cuando ella y Lorcan regresaron. Habían encontrado un terreno
seco al otro lado de los vagones, lo suficientemente sólido para instalar las tiendas de campaña.

Elide vio que habían levantado una para ella y Lorcan y deseó que volviera a llover.

Lorcan había entrenado a suficientes guerreros para saber cuándo no presionar. Había torturado a
suficientes enemigos para saber cuándo estaban a un paso de quebrarse en formas que los dejarían
inútiles.

Por lo que Marion, cuando su olor había cambiado, cuando incluso él había sentido el extraño
poder de otro mundo, oculto en su sangre, cambiando a dolor… peor, a desesperanza…

Le había querido decir que no se molestara en tener esperanza, de todos modos.

Pero ella estaba apenas en la adultez. Tal vez la esperanza, tonta como era, la había sacado de
Morath. O por lo menos su inteligencia lo había hecho, con mentiras y todo.

Él había tratado con suficiente gente, había matado, se había acostado y había luchado junto a
bastantes personas, como para saber que Marion no era mala, conspirativa, o totalmente egoísta.
Deseó que ella fuera todo aquello, porque eso lo haría más fácil; haría su tarea mucho más fácil.

Pero si ella no le contaba acerca de Morath, si él la quebraba por presionarla demasiado… Necesitaría
todas las ventajas cuando se metiera en la Fortaleza. Y cuando escapara de nuevo.

Ella lo había hecho una vez. Quizás Marion era la única persona viva que había logrado escapar.

Estaba a punto de explicarle eso a ella cuando él vio lo que estaba mirando: la tienda de campaña.

Su tienda de campaña.

Ombriel se adelantó, echando una mirada cautelosa como de costumbre a su camino, y astutamente
le informó a Elide que por fin tendrían una noche a solas.

Con los brazos llenos de troncos, Lorcan solo podía ver como aquel rostro pálido por la tristeza y
la desesperación se transformaba en juventud y travesuras, en anticipado rubor, tan fácilmente
como si hubiese estado sosteniendo una máscara. Ella incluso le dio un vistazo coqueto antes de
sonreírle a Ombriel y correr para volcar sus brazos llenos de ramas y ramitas en el hoyo que habían
preparado para el fuego nocturno.

Poseía el buen sentido de, por lo menos, sonreírle a la mujer que se suponía que era su esposa, pero
cuando dejó caer su propia carga en el hoyo del fuego, ella se había alejado hacia la carpa, montada
a una buena distancia de las demás.

Era pequeña, se dio cuenta con horror. Probablemente destinada para el lanzador de espada que
la utilizó la última vez. La figura delgada de Marion se deslizó a través de las solapas de tela blanca
con apenas una ondulación. Lorcan solo frunció el ceño antes de agacharse para meterse adentro.

Y se mantuvo inclinado ligeramente. Su cabeza atravesaría la tela que servía de techo si se ponía de
pie en toda su altura. Alfombras tejidas se juntaban por encima de los juncos en el congestionado
interior, y Manon estaba al otro lado de la tienda, encogiéndose ante el saco de dormir en el
improvisado suelo.

La carpa probablemente tenía suficiente espacio para una cama y una mesa adecuada, si era
necesario, pero a menos que estuvieran acampando más de una noche, dudaba de que obtuvieran
alguna de esas cosas.

—Voy a dormir en el suelo —ofreció él con suavidad. —. Usa la bolsa de dormir.

—¿Qué pasa si alguien viene?

—Entonces les diremos que tuvimos una pelea.

—¿Todas las noches? —Marion se giró, sus ricos ojos encontrándose con los suyos. El frío y cansado
rostro estaba de vuelta.
Lorcan consideró sus palabras.

—Si alguien entra en nuestra tienda de campaña sin permiso esta noche, nadie aquí cometerá el
mismo error otra vez.

Había castigado a hombres en los campos de guerra por menos.

Pero sus ojos permanecieron cansados, completamente poco impresionados e inmóviles.

—Bien —dijo de nuevo.

Demasiado cerca, demasiado cerca del borde de quebrarse totalmente. —Puedo buscar algunas
cubetas, calentar el agua y podrías bañarte aquí, si quieres. Montaré guardia afuera.

Comodidades para la criatura, para conseguir que ella confíe en él, para que esté agradecida, para
que quiera ayudarle. Para aliviar esa peligrosa fragilidad.

En efecto, Marion bajó la mirada hacia sí misma. La camisa blanca ahora cubierta de tierra, los
pantalones de cuero marrón estaban sucios, las botas…

—Voy a ofrecerle a Ombriel una moneda para que lave todo para ti esta noche.

—No tengo más ropa que ponerme.

—Puedes dormir sin ellas

La cautela se perdió en un instante de desconcierto. —¿Contigo aquí?

Evitó el impulso de rodar los ojos.

Ella soltó—: ¿Qué pasa con tu propia ropa?

—¿Qué hay con ellas?

—Tú… Estás muy sucio, también.

—Puedo esperar otra noche —Ella probablemente suplicaría dormir en el vagón si él se encontraba
aquí desnudo…

—¿Por qué debería ser la única desnuda? ¿No funcionaría mejor el engaño si tú y yo aprovecháramos
la oportunidad a la vez?

—Eres muy joven —dijo cuidadosamente—. Y yo soy muy viejo.

—¿Cuántos años tienes?

Ella nunca lo había preguntado.

—Viejo.
Ella se encogió de hombros.

—Un cuerpo es un cuerpo. Apestas tanto como yo. Dormirás afuera si no te lavas.

Una prueba, no impulsada por un deseo o la lógica, pero… para ver si él la escucharía. Quién tenía
el control. Conseguirle un baño, hacer lo que le pedía… Otorgarle un sentido de control sobre la
situación. Él le dio una leve sonrisa. —Bien —repitió él.

Cuando Lorcan se empujó a través de la tienda de nuevo, cargando con agua, descubrió a Marion
sentada en el saco de dormir, descalza, ese arruinado tobillo y pie extendiéndose ante ella. Sus
pequeñas manos estaban apoyadas en la carne destrozada, descolorida, como si los hubiera estado
frotando para aliviar el dolor.

—¿Qué tanto te duele todos los días? —A veces él utilizaba su magia para darle un soporte al tobillo.
Cuando recordaba hacerlo. No era muy a menudo.

El enfoque de Marion, sin embargo, se fue derecho a la caldera humeante que él había puesto en el
piso, luego al cubo que había acarreado encima de su hombro para usarlo también.

—Lo he tenido desde que era una niña —dijo ella distante, como si estuviera hipnotizada por el
agua limpia. Se levantó sobre sus desiguales pies, haciendo una mueca ante su pierna destrozada.
—. Aprendí a vivir con él.

—Esa no es una respuesta.

—¿Por qué te importa? —Las palabras eran poco más que un aliento mientras soltaba su pelo largo
y grueso, su vista aún fija en el baño.

Tenía curiosidad; quería saber cómo, cuándo y por qué. Marion era hermosa, seguramente el
arruinarla de esa manera había sido con alguna mala intención. O para prevenir algo peor.

Ella al fin le dio un vistazo. —Dijiste que montarías guardia. Pensé que querías decir afuera.

Resopló. De hecho lo hizo. —Disfrútalo —dijo, deslizándose fuera de la tienda una vez más.

Lorcan estaba de pie sobre la hierba, monitoreando el campamento ocupado, la gran cuenca
que formaba el cielo al oscurecer. Odiaba las llanuras. El exceso de espacio abierto; demasiada
visibilidad.

Detrás de él, sus oídos captaron el suspiro y el silbido del cuero deslizándose hacia abajo sobre la
piel, el roce de telas pesadas desprendiéndose. Luego, más débiles y suaves sonidos de unas ropas
más delicadas deslizándose fuera. Después silencio, seguido de un ruido muy, muy tranquilo. Como
si ella no quisiera que ni siquiera los dioses oyeran lo que estaba haciendo. El heno crujiendo.
Luego el ruido sordo del colchón siendo levantado y cayendo…

La pequeña bruja estaba ocultando algo. El heno crujió de nuevo mientras ella regresaba a la
caldera.

Ocultando algo debajo del colchón, algo que estaba llevando con ella y no quería que él lo supiera.
El agua salpicó, y Marion dejó escapar un gemido de sorprendente profundidad y sinceridad. Él
bloqueó el sonido.

Pero incluso mientras lo hacía, los pensamientos de Lorcan se desviaron hacia Rowan y la perra
de su reina.

Marion y la reina tenían la misma edad, una era oscura, la otra de oro. ¿Se molestaría en absoluto
la reina con Marion una vez que llegara? Probablemente, si despertaba su curiosidad de por qué
ella deseaba ver a Celaena Sardothien, pero… ¿qué pasaría después?

No era de su incumbencia. Había dejado su conciencia sobre los adoquines de las callejuelas de
Doranelle cinco siglos atrás. Él había matado a hombres que suplicaron por sus vidas, destruyó
ciudades enteras y ni una vez se volvió a mirar a los escombros humeantes.

Rowan lo había hecho, también. Malditos dioses, Whitethorn había sido su más eficaz general,
asesino y verdugo durante siglos. Habían devastado reinos y luego se emborrachaban y se acostaban
con el estupor de las siguientes celebraciones que duraban días sobre las ruinas.

Ese invierno, él había tenido un maldito buen comandante a su disposición, brutal y feroz, y
dispuesto a hacer casi cualquier cosa que Lorcan le ordenara.

La siguiente vez que había visto a Rowan, el príncipe había estado rugiendo, desesperado por
lanzarse en la oscuridad letal para salvar la vida de una princesa sin trono. Lorcan lo había sabido,
en ese momento.

Lorcan había sabido, cuando él lo había sostenido en la hierba fuera de Mistward, el príncipe
golpeando y gritando por Aelin Galathynius, que todo estaba a punto cambiar. Sabía que el
comandante que había valorado había cambiado irrevocablemente. Ya no iban a inundarse en vino
y mujeres; Rowan ya no miraría hacia el horizonte sin algún atisbo de nostalgia en sus ojos.

El amor había roto a una perfecta herramienta de matar. Lorcan se preguntó si le llevaría más
siglos dejar de estar tan molesto al respecto.

Y la reina, princesa, fuera cual fuera la manera en que Aelin se llamaba a sí misma… Ella era una
tonta. Podría haber intercambiado el anillo de Athril por los ejércitos de Maeve, por una alianza
para borrar a Morath de la tierra. Incluso sin saber lo que era el anillo, ella podría haberlo utilizado
para su provecho.

Pero ella había elegido a Rowan. Un príncipe sin corona, sin ejército, sin aliados. Ellos merecían
perecer juntos.

La cabeza empapada de Marion salió de la tienda, y Lorcan se torció para ver la pesada manta de
lana envuelta a su alrededor como un vestido.

—¿Puedes llevar la ropa ahora? —Ella arrojó su pila hacia fuera. Había atado en su ropa interior
con su camisa blanca y los cueros… Nunca estarían secos antes de la mañana, y probablemente se
encogerían hasta ser inútiles si se lavaban incorrectamente.

Lorcan se inclinó, recogiendo el bulto de ropa y tratando de no mirar dentro de la tienda para
averiguar lo que ella había escondido debajo del saco de dormir.

—¿Qué hay de la guardia permanente?

Llevaba el pelo pegado a la cabeza, lo que aumentaba las líneas afiladas de sus pómulos, su nariz
fina. Pero sus ojos estaban brillantes de nuevo, sus labios una vez más como un capullo de rosa,
cuando ella dijo—: Por favor, haz que los laven. Con rapidez.

Lorcan no se molestó en asentir mientras llevaba su ropa fuera de la tienda, dejando que se sentara
en el interior parcialmente desnuda. Ombriel estaba cocinando lo que fuera que estaba en la olla
sobre el fuego. Estofado de conejo probablemente. De nuevo. Lorcan examinó la ropa en sus manos.

Treinta minutos más tarde, regresó a la tienda, un plato de comida en la mano. Marion se sentó en
el saco de dormir, los pies extendiéndose ante ella, la manta colocada por debajo de sus hombros.

Su piel era tan pálida. Nunca había visto una piel tan limpiamente blanca. Como si nunca le
hubieran permitido salir al exterior.

Sus cejas oscuras se fruncieron ante el plato, entonces vio el bulto bajo su brazo. —Ombriel estaba
ocupada, así que lavé la ropa yo mismo.

Ella se sonrojó.

—Un cuerpo es un cuerpo —él repitió simplemente. —. Lo mismo ocurre con la ropa interior.

Ella frunció el ceño, pero su atención estaba fija de nuevo en el plato. Lo colocó delante de ella. —
Traje tu cena, ya que asumí que no querrías sentarte entre todos envuelta en la cobija —El soltó el
monto de ropa sobre su saco de dormir. —. Y te conseguí ropa de Molly. Ella te cobrará por eso, por
supuesto. Pero al menos no dormirás desnuda.

Ella rebuscó en el guiso, sin ni siquiera darle las gracias.

Lorcan estaba a punto de salir cuando ella dijo—: Mi tío… Él es un comandante de Morath. —
Lorcan se congeló. Y miró directamente a la bolsa de dormir. Pero Marion continuó entre bocado
y bocado. —Él… me encerró en el calabozo una vez.

El viento en los pastos murió; la fogata mucho más allá de su tienda de campaña parpadeaba, la
gente alrededor de ella acurrucándose más cerca juntos como insectos nocturnos que se quedaban
en silencio y las pequeñas, peludas criaturas de las llanuras correteaban fuera de sus madrigueras.

Marion, o bien no se dio cuenta del aumento de su poder oscuro, la magia besada por la misma
Muerte, o no le importó. Ella continuó. —Su nombre es Vernon, y él es inteligente y cruel, y
probablemente tratará de mantenerte vivo si te encuentra. Él maneja a la gente para ganar poder
para sí mismo. No tiene piedad, ni alma. No hay ningún código moral que lo guíe.

Ella regresó a su comida, había terminado por la noche.

Lorcan dijo en voz baja—: ¿Te gustaría que lo mate por ti?

Sus límpidos ojos negros subieron a su rostro. Y por un momento, pudo ver a la mujer en que se
había convertido, en la que se estaba convirtiendo. Alguien que, independientemente del lugar en
el que hubiera nacido, una reina la premiaría por tenerla a su lado. —¿Habrá un costo?

Lorcan ocultó su sonrisa. Inteligente y astuta, pequeña bruja.

—No —dijo, y era en serio. —. ¿Por qué te encerró en el calabozo?

La garganta blanca de Marion tragó saliva una vez. Dos veces. Ella parecía sostener su mirada por
un esfuerzo de voluntad, por la negación no de ceder ante él, sino ante sus propios temores. —
Porque deseaba ver si su línea de sangre se podía cruzar con el Valg. Por eso me llevaron a Morath.
Para ser usada para engendrar, al igual que una yegua premiada.

Cada pensamiento se vació de la cabeza de Lorcan.

Había visto, tratado y soportado muchas, muchas cosas indecibles, pero esto… —¿Tuvo éxito? —se
las arregló para preguntar.

—No conmigo. Hubo otras antes que yo, quienes… La ayuda llegó demasiado tarde para ellas.

—La explosión no fue accidente, ¿cierto?

Un pequeño movimiento de cabeza.

—¿Lo hiciste tú? —Miró hacia la bolsa de dormir, a lo que fuese que estaba oculto debajo.

Una vez más, una sacudida de cabeza.

—No voy a decir quién, ni cómo. No sin poner en riesgo la vida de las personas que me salvaron.

—Fueron los ilken…

—No. Los ilken no son las criaturas que fueron criadas en las catacumbas. Aquellos… aquellos
provenían de las montañas de alrededor de Morath. Por medio de métodos mucho más oscuros.

Maeve tenía que saberlo. Ella tenía que saber lo que estaban haciendo en Morath. Los horrores
que se estaban engendrando allí, el ejército de demonios y bestias que competían contra cualquier
leyenda. Ella nunca se aliaría con tanto mal, nunca sería tan tonta como para aliarse con el Valg. No
cuando ella había librado una guerra contra ellos milenios atrás. Pero si ella no luchaba… ¿Cuánto
tiempo pasaría antes de que estas bestias aullaran alrededor de Doranelle? ¿Antes de que su propio
continente estuviera en estado de sitio?

Doranelle podría resistir. Pero probablemente él estaría muerto, una vez que encontrara una
manera de destruir las llaves y Maeve lo castigara. Y con él muerto y Whitethorn probablemente
convertido en carroña, también… ¿cuánto tiempo duraría Doranelle? ¿Décadas? ¿Años?

Una pregunta se coló en la mente de Lorcan, llevándolo hasta la actualidad, a la pequeña tienda
cubierta. —Tu pie que ha estado arruinado por años, sin embargo. ¿Él te encerró en el calabozo
tanto tiempo?

—No —dijo ella, ni siquiera pestañeando ante su dura descripción. —. Yo estuve en el calabozo solo
durante una semana. El tobillo, la cadena… Él me hizo eso mucho antes.

—¿Qué cadena?

Ella parpadeó. Y él supo que ella había evitado decirle un detalle en particular.

Pero ahora que lo veía… podía distinguir, entre la masa de cicatrices, una banda blanca. Y allí, en
torno a su prefecto, precioso otro tobillo, estaba su gemelo.

Un viento mezclado con polvo y frialdad de una tumba royó a través del campo. Marion se limitó a
decir—: Cuando mates a mi tío, pregúntaselo tú mismo.
Capítulo 31
Traducido por Cocota
Corregido por Ella R

Bien, por una parte, al menos el mapa de Rolfe funcionaba.

Había sido idea de Rowan, en realidad. Y ella quizás se había sentido un poco culpable al dejar que
Aedion y Lysandra creyeran que el Señor de los Piratas solo había ido tras el amuleto de Orynth,
pero… por lo menos ahora sabían que su mapa profano funcionaba. Y que, sin duda, el Señor de los
Piratas vivía con terror de que el Valg volviera a este puerto.

Se preguntó qué había hecho Rolfe con ello, lo que su mapa le había mostrado de la Llave del
Wyrd. Si revelaba la diferencia entre eso y los anillos de Piedra del Wyrd con los que habían
sido esclavizados sus hombres. Cualquiera que fuera la razón, el Señor Pirata había enviado a su
camarera a explorar cualquier indicio del Valg, sin darse cuenta de que Rowan había seleccionado
ese callejón sin salida para asegurarse de que solamente alguien enviado por Rolfe se aventuraría
tan al interior de éste. Y puesto que Aelin no tenía alguna duda de que Aedion y Lysandra habían
logrado colarse inadvertidamente a través de las calles… Bueno, al menos esa parte de su noche
había salido bien.

En cuanto al resto de ella… Era más de medianoche cuando Aelin se preguntó cómo demonios
ella y Rowan alguna vez volverían a la normalidad si sobrevivían a esta guerra. Si no habría algún
día en que no fuera tan fácil saltar por encima de los tejados como si fueran piedras en un arroyo,
entrar a la habitación de alguien y presionar una cuchilla en la garganta del ocupante.

Hicieron los dos primeros en el lapso de quince minutos.

Y cuando encontraron a Gavriel y Fenrys esperándolos en su habitación compartida en la posada


Dragón de Mar, Aelin supuso que no necesitaba molestarse con el tercero1. Aunque tanto ella como
Rowan mantuvieron sus manos de manera casual al alcance de sus dagas, mientras se inclinaba
contra la pared al lado de la ventana ahora cerrada. Habían descorrido el pestillo con el viento de
Rowan, solo para que una vela se encendiera en el momento en que la ventana se abrió. Revelando
a dos guerreros Fae con rostros de piedra, ambos vestidos y armados.

—Podrían haber utilizado la puerta —dijo Fenrys con los brazos cruzados, un poco demasiado
informal.

—¿Por qué molestarse cuando una entrada espectacular es mucho más divertida? —respondió
Aelin.

La hermosa cara de Fenrys se contrajo con diversión que no llegó a sus ojos onix. —Qué pena sería
1 La enumeración corresponde a lo que mencionó en el párrafo anterior: saltar por los tejados, entrar a la habitación de alguien y mantener una cuchilla

contra el cuello de una persona.


que te pierdas algo de eso.

Ella le sonrió. Él le devolvió la sonrisa.

Ella supuso que ambas sonrisas eran menos que una mueca y más… dientes expuestos.

Ella resopló. —Ustedes dos lucen como si hubiesen disfrutado su verano en Doranelle. ¿Cómo está
la dulce tía Maeve?

Las manos tatuadas de Gavriel se cerraron en puños flojos.

—Me niegas el derecho de ver a mi hijo y sin embargo irrumpes en mi habitación en la oscuridad
de la noche demandándonos que divulguemos información sobre nuestra reina.

—Uno, yo no te he negado nada, gatito.

Fenrys dejó escapar lo que podría haber sido una risa ahogada.

—Es la decisión de tu hijo, no la mía. No tengo tiempo suficiente para vigilarlo o realmente
preocuparme. —Mentiras.

—Debe ser difícil encontrar el tiempo para cuidarlo en absoluto —Interrumpió Fenrys—, cuando te
estás enfrentando a un período de vida mortal —Una astuta y cortante mirada a Rowan. —. ¿O es
que ella debería Asentarse2 pronto?

Oh, él era un bastardo. Un amargo y contundente bastardo, el lado risueño de la moneda forjado
por el entrenamiento hosco de Lorcan. Maeve tenía ciertamente un tipo.

La cara de Rowan no dijo nada. —La cuestión del Asentamiento de Aelin no es de tu incumbencia.

—¿No lo es? Saber si ella es inmortal cambia las cosas. Muchas cosas.

—Fenrys —advirtió Gavriel.

Ella sabía lo suficiente sobre eso, la transición que atravesaban los Fae de sangre pura, y algunos
demi-Fae, una vez que sus cuerpos se establecieran en la juventud inmortal. Era un duro proceso, sus
cuerpos y su magia necesitaban de meses para adaptarse a la repentina congelación y reordenación
de su proceso de envejecimiento Algunos Fae no tenían control sobre su poder, algunos incluso los
perdían totalmente durante el tiempo que tardaban en Asentarse.

Y los demi-Fae… algunos podían vivir más de lo normal, algunos podrían tener el verdadero regalo
de la inmortalidad. Como Lorcan. Y posiblemente Aedion. Ellos lo averiguarían en los próximos
años, si salía a su madre… o al hombre sentado al otro lado de la habitación. Si sobrevivían a la
guerra.

Y en cuanto a ella… no se permitía pensar en eso. Precisamente por las razones que Fenrys afirmaba.

—No veo en qué cambiaría —le dijo ella—. Ya hay una reina inmortal. Sin duda, una segunda no
2 Hace referencia cuando el metabolismo de las Fae, demi-Fae o Brujas se “asientan”, como Rowan, Manon, las Trece, la Matrona etc.; es decir, llegan a

cierta edad y quedan con ese aspecto para siempre.


sería nada nuevo.

—¿Y vas a entregar juramentos de sangre a los hombres que llamen tu atención, o solo tendrás a
Whitethorn a tu lado?

Podía sentir la agresión comenzando a escurrirse en Rowan, y ella estaba medio tentada a gruñir,
Son tus amigos. Trata con ellos. Pero él se mantuvo en silencio, conteniéndose a sí mismo, cuando
ella dijo—: No parecían tan interesados en mí ese día en Mistward.

—Créeme, él lo estaba —murmuró Gavriel.

Aelin levantó una ceja. Pero Fenrys le estaba dando a Gavriel una mirada que prometía una muerte
lenta.

Rowan explicó—: Fenrys fue el que… se ofreció para entrenarte cuando Maeve nos dijo que vendrías
a Wendlyn.

Así que fue él. Interesante. —¿Por qué?

Rowan abrió la boca, pero Fenrys le interrumpió. —Me habría sacado de Doranelle. Y probablemente
nos habríamos divertido mucho más, de todos modos. Sé lo que el bastardo de Whitethorn puede
llegar a ser cuando se trata de entrenar.

—Ustedes dos se habrían quedado en aquella azotea en Varese y bebido hasta morir —dijo Rowan—.
Y en cuanto al entrenamiento… Estás vivo el día de hoy, gracias a eso, muchacho.

Fenrys rodó los ojos. Más joven, ella se dio cuenta. Aún viejo para los estándares humanos, pero
Fenrys era y se sentía más joven. Más salvaje.

—Hablando de Varese… —dijo Aelin con fresca diversión. —, y Doranelle…

—Te avisé —dijo Gavriel en voz baja—, que es poco lo que sabemos acerca de los planes de Maeve,
y aún menos lo que podemos revelar debido a las limitaciones del juramente de sangre.

—¿Cómo lo hace? —Preguntó sin rodeos Aelin. —Con Rowan no es… Cada orden que le doy, incluso
las más casuales, son suyas para decidir qué hacer con ellas. Solo cuando tironeo enérgicamente
del lazo puedo hacer que… se rinda. E incluso entonces es más bien una sugerencia.

—Es diferente con ella —dijo Gavriel suavemente. —. Depende del líder a quién se le ha jurado.
Ustedes dos prestaron juramento el uno al otro con amor en sus corazones. Tú no tenías ningún
deseo de poseerlo o gobernarlo.

Aelin trató de no estremecerse ante la verdad de la palabra, amor. Ese día… cuando Rowan la había
mirado a los ojos mientras bebía su sangre… había empezado a darse cuenta de lo que era. Que el
sentimiento que los atravesaba, tan poderoso que no había lenguaje para describirlo… No era una
simple amistad, sino algo nacido y se fortalecido por esta.

—Maeve —añadió Fenrys—, lo ofrece con esas cosas en mente. Y así el vínculo en sí nace de la
obediencia hacia ella, sin importar qué. Ella ordena, nosotros nos sometemos. Para lo que sea que
desee. —Las sombras bailaron en sus ojos, y los dedos de Aelin se cerraron en puños. El hecho que
Maeve haya sentido la necesidad de obligar a cualquiera de ellos a meterse en su cama… Rowan le
había dicho que su linaje familiar, aunque distante, era todavía lo suficientemente cercano como
para impedir que Maeve lo buscara, pero los demás…

—Por lo que no podrían romperlo por su cuenta.

—Nunca, si lo hiciéramos, la magia que nos une a ella nos mataría en el proceso —dijo Fenrys. Ella
se preguntó si él lo había intentado. Cuantas veces. Él inclinó la cabeza hacia un lado, el movimiento
puramente lupino. —. ¿Por qué preguntas eso?

Porque si Maeve de alguna manera podía reclamar propiedad sobre la vida de Aedion gracias a su
línea de sangre, no podría hacer nada para ayudarlo.

Aelin se encogió de hombros.

—Porque me desvié de la idea. —Ella le dedicó una pequeña sonrisa que sabía que volvía a Rowan
y a Aedion locos, y, sí. Parecía que era una manera segura de molestar a cualquier macho Fae,
porque la ira cruzó el rostro estúpidamente perfecto de Fenrys.

Ella miró sus uñas. —Yo sé que ustedes dos están en edad avanzada y ya ha pasado su hora de
dormir, así que haré esto rápido: la flota de Maeve está navegando hacia Eyllwe. Ahora somos
aliados. Pero mi camino podría llevarme directo a un conflicto con esa flota, tal vez con ella, lo
desease o no. —Rowan se tensó ligeramente y deseó que no pareciera débil el echarle un vistazo a
él, tratando de leer lo que provocó la reacción.

—Nuestra… su red de información es demasiado extensa —contrarrestó Rowan. —. No hay una


posibilidad de que no sepa ya que la flota del imperio está acampando en el Golfo de Oro.

Aelin se preguntó con qué frecuencia su Príncipe Fae tenía que corregirse a sí mismo en silencio
acerca de los términos que utilizaba. Nuestra, su… Se preguntó si alguna vez se percataba de los
dos machos frunciendo el ceño ante ellos.

—Maeve podría interceptarlo —reflexionó Gavriel—. Podría derrotar a la flota de Morath como
prueba de sus intenciones para ayudarte a ti, y luego… utilizarlo en cualquier plan que tenga más
allá de aquello.

Aelin chasqueó la lengua. —Incluso con soldados Fae en esas naves, no sería tan estúpida como
para correr el riesgo de tales pérdidas catastróficas solo para entrar en mis gracias de nuevo. —No
importaba que Aelin supiera que aceptaría cualquier oferta de ayuda de Maeve, riesgosa o no.

La sonrisa de Fenrys brilló. —Oh, las pérdidas de vidas Fae son de poco interés para ella. Es probable
que solo aumenten su excitación al respecto.

—Cuidado —dijo Gavriel. Dioses, casi sonaba idéntico a Aedion con ese tono.

Aelin continuó—: Independientemente. Ustedes dos saben lo que enfrentamos con Erawan; sabes
lo que quería de mí Maeve en Doranelle. Lo que a Lorcan le quedaba por hacer. —Sus rostros habían
recuperado la calma de guerreros y no vacilaron tanto cuando ella preeguntó—: ¿Maeve les dio la
orden de tomar esas llaves de Lorcan también? ¿Y el anillo? ¿O solo su vida la que reclamarán?

—Si decimos que nos dio la orden de recuperar todo —Fenrys arrastró las palabras, apoyando las
manos detrás de él en la cama. —, ¿vas a matarnos, Heredera de Fuego?

—Dependerá de lo útil que resultes ser cómo aliado —dijo Aelin simplemente.

El peso que colgaba entre sus pechos bajo la camisa retumbó como si fuera una respuesta.

—Rolfe tiene armas —dijo Gavriel en voz baja. —, o las recibirá.

Aelin levantó una ceja. —¿Y oír hablar sobre eso me costará?

Gavriel no era lo suficientemente estúpido como para preguntar por Aedion. El guerrero se limitó
a decir—: Se llaman lanzas de fuego. Los alquimistas en el sur del continente las desarrollaron
para sus propias guerras por el territoro. Más que eso, no sabemos, pero el dispositivo puede ser
manejado por un solo hombre, con un efecto devastador.

Y con portadores de magia todavía acostumbrándose a sus regalos devueltos, o en su mayoría


muertos gracias a Adarlan… Ella no estaría sola. No era la única portadora de fuego en aquel campo
de batalla.

Pero solo si la armada de Rolfe se unía a la de ella. Si él hacía lo que ella cuidadosamente, tan
cuidadosamente, estaba guiándolo a hacer. Llegar al continente austral tomaría meses que no
tenía. Pero si Rolfe ya había ordenado un suministro… Aelin asintió con la cabeza a Rowan una vez
más, y se alejaron de la pared.

—¿Eso es todo? —Exigió Fenrys. —. ¿Podremos saber lo que van a hacer con esta información, o
somos sus lacayos, también?

—No confías en mí; yo no confío en ti —dijo Aelin. —. Es más fácil así. —Ella dio un codazo para
abrir la ventana. —Pero gracias por la información.

Las cejas de Fenrys se levantaron tanto que ella se preguntó si Maeve había pronunciado aquellas
palabras en su oído. Y sinceramente deseó haber derretido a su tía aquel día en Doranelle.

Ella y Rowan saltaron y se treparon a los tejados de la Bahía de la Calavera, las antiguas tejas
todavía húmedas por la lluvia del día.

Cuando el Océano Rosa brilló como una joya pálida una cuadra adelante, Aelin se detuvo en las
sombras al lado de una chimenea y murmuró—: No hay margen para el error.

Rowan le puso una mano en el hombro.

—Lo sé. Haremos que valga.

Los ojos le ardían.

—Estamos jugando un juego contra dos monarcas que han gobernado y conspirado durante más
tiempo que la mayoría de los reinos que han existido. —E incluso para ella, las probabilidades de
ser más inteligente y maniobrar mejor que ellos… —Al ver el cadre, cómo Maeve los contiene… Ella
estuvo tan cerca de separarnos esta primavera. Tan cerca.

Rowan deslizó el pulgar sobre su boca. —Incluso si Maeve me hubiera mantenido esclavizado,
habría luchado. Cada día, cada hora, con cada respiración. —Él la besó suavemente y le dijo sobre
sus labios—: Habría luchado por el resto de mi vida para encontrar una manera de volver otra vez
a ti. Lo supe desde el momento en que emergiste de la oscuridad del Valg y me sonreíste a través
de tus llamas.

Se tragó el nudo en la garganta y levantó una ceja.

—¿Estabas tan dispuesto a hacer eso antes de todo esto? Eran muy pocos beneficios en ese entonces.

Diversión y algo más profundo bailó en sus ojos.

—Lo que sentí por ti en Doranelle y lo que siento por ti ahora es lo mismo. Solo que en ese entonces
no creí que alguna vez llegaría la oportunidad de actuar en base a ello.

Ella sabía por qué necesitaba oírlo, él lo sabía, también. Las palabras de Darrow y Rolfe bailaban
alrededor de su cabeza, un interminable coro de amargas amenazas. Pero Aelin solo sonrió
socarronamente hacia él. —Entonces actúa de inmediato, Príncipe.

Rowan dejó escapar una risa baja, y no dijo nada más mientras reclamaba su boca, empujando su
espalda contra la derruida chimenea. Ella se abrió para él, y su lengua se deslizó dentro, exhaustiva,
perezosa.

Oh, dioses… esto. Esto era lo que la hacía perder la cabeza, este fuego entre ellos.

Podrían reducir el mundo entero a cenizas con él. Él era de ella y ella era de él, y se habían encontrado
el uno al otro a través de siglos de derramamiento de sangre y pérdida, a través de océanos, reinos
y guerras.

Rowan se echó hacia atrás, respirando con dificultad, y le susurró contra sus labios—: Incluso
cuando estás en otro reino, Aelin, tu fuego todavía está en mi sangre, en mi boca. —Ella dejó escapar
un suave gemido y se arqueó contra él mientras su mano rozaba la parte trasera, sin preocuparse
de si alguien los veía en las calles debajo.

—Tú dijiste que no me tomarías contra un árbol la primera vez —respiró ella, deslizando sus manos
por sus brazos, por toda la amplitud de su esculpido pecho. —. ¿Qué pasa con una chimenea?

Rowan resopló otra risa y mordió su labio inferior. —Recuérdame otra vez por qué te he echado de
menos.

Aelin se rió, pero el sonido fue silenciado rápidamente cuando Rowan reclamó de nuevo su boca y
la besó con profundidad bajo la luz de la luna.
Capítulo 32
Traducido por Cocota
Corregido por Ella R

Aedion había estado despierto la mitad de la noche, debatiendo los méritos de cada lugar posible
donde se podría reunir con su padre. En la playa parecía estar pidiendo una conversación privada
que no estaba totalmente seguro de que quería tener; en el cuartel de Rolfe se sentía demasiado
público; el patio de la posada se sentía demasiado formal… Se había sacudido y dado vuelta en
su cama, casi dormido cuando escuchó a Aelin y a Rowan regresar pasada la medianoche. No le
sorprendía que se hubieran escabullido sin decírselo a nadie. Pero al menos ella había ido con el
Príncipe Fae.

Lysandra, durmiendo como un tronco, no se había movido cuando sus pasos crujieron en el pasillo
de afuera. Ella apenas había podido cruzar las puertas horas antes, Dorian ya estaba dormido en su
catre, antes que ella cambiara a su cuerpo habitual y se balanceara sobre sus pies.

Aedion apenas se había dado cuenta de su desnudez, no cuando ella se tambaleó y él se lanzó para
agarrarla antes de que cayera sobre la alfombra.

Ella había parpadeado aturdida hacia él, su piel pálida. Así que él la había puesto suavemente so-
bre el borde de la cama, tirando de una manta y envolviéndola alrededor de ella.

—Has visto a un montón de mujeres desnudas —Había dicho ella, sin molestarse en mantenerla en
su lugar. —. Hace demasiado calor para la lana.

Así que la manta se deslizó por su espalda mientras ella se inclinaba hacia adelante, apoyando sus
antebrazos en las rodillas y respirando profundamente. —Dioses, me marea tanto.

Aedion puso una mano en su espalda desnuda y la acarició suavemente. Ella se puso rígida al tacto,
pero él dibujó grandes y luminosos círculos sobre esa piel aterciopelada. Después de un momento,
ella dejó escapar un sonido que podría haber sido un ronroneo.

El silencio se prolongó durante un tiempo suficiente hasta que Aedion se dio cuenta de que de
alguna manera ella se había quedado dormida. Y no el sueño normal, sino el sueño en el que a
veces Aelin y Rowan entraban con el fin de permitir recuperarse de su magia. Tan profundo y
exhaustivo que ningún entrenamiento podría penetrarlo, ningún instinto podría anteponérsele. El
cuerpo había reclamado lo que necesitaba, a cualquier coste, a cualquier vulnerabilidad.

Acomodándola entre sus brazos antes de que pudiera caer directamente sobre su cara, Aedion
la arrastró sobre un hombro y la llevó hacia la cabecera de la cama. Corrió las sábanas frescas
de algodón con una mano y luego la acostó, su cabello, nuevamente largo, cubriendo sus pechos
grandes y firmes. Muchos más pequeños que los que había visto en ella por primera vez. No le
importaba el tamaño que tenían, eran hermosos de todas formas.

No se había despertado de nuevo, y él se había deslizado a su propio catre. Solo se durmió una vez
que la luz hubo cambiado al goteo grisáceo y acuoso que precede al amanecer, se despertó justo
después de la salida del sol, y se dio por vencido totalmente. Dudaba que cualquier rastro de sueño
acudiera a él hasta que la reunión ocurriera.

Así que Aedion se duchó y vistió, debatiendo si luciría como un tonto por cepillarse el pelo para su
padre.

Lysandra estaba despierta cuando volvió de nuevo a la habitación, el color afortunadamente de


vuelta en sus mejillas, el rey todavía dormido en su catre.

Pero la Cambiaformas inspeccionó a Aedion y le dijo—: ¿Qué es lo que llevas puesto?

Lysandra hizo que se cambiara su ropa sucia de viaje, irrumpió en la habitación de Aelin y Rowan,
vistiendo solamente su propia sábana, y se llevó todo lo que quería del armario del Príncipe Fae.

Aelin ladró un ¡Fuera! que probablemente se escuchó desde el otro lado de la bahía, y Lysandra
sonrió con maldad felina al regresar, extendiendo una camisa verde y pantalones hacia él.

Cuando él salió del baño, la muchacha ya estaba vestida con ropas propias, que él no sabía de
dónde había conseguido. Era simple: botas altas hasta la rodilla, y una camisa blanca metida
dentro de unos pantalones negros y ajustados. Había dejado la mitad de su pelo suelto, la otra
mitad amarrado, y ahora enroscaba la masa sedosa que había quedado libre sobre su hombro.
Lysandra lo observó con una sonrisa de aprobación. —Mucho mejor. Mucho más principesco y
menos… desaliñado.

Aedion le dio una reverencia burlona.

Dorian se agitó, una fresca brisa comenzó a palpitar, como si su magia se hubiese despertado
también, echó un vistazo a los dos, luego al reloj de repisa sobre la chimenea. Tiró de la almohada
sobre sus ojos y se volvió a dormir.

—Muy de la realeza —dijo Aedion, dirigiéndose a la puerta.

Dorian gruñó algo a través de la almohada que Aedion optó por no oír.

Él y Lysandra desayunaron tranquilamente en el comedor, aunque tuvo que forzar la mitad de la


comida hacia abajo. La Cambiaformas no hizo preguntas, ya sea por consideración o porque estaba
tan ocupada llevando a su cara cada bocado ofrecido en la mesa del buffet.

Dioses, las mujeres en su corte comían más que él. Se suponía que la magia quemaba sus reservas de
energía tan rápido que era un milagro que no estuvieran arrancándose las cabezas de un mordisco
constantemente.
Se dirigieron a la taberna de Rolfe en silencio, también, los centinelas apostados en la puerta se
hicieron a un lado, sin ni siquiera una pregunta. Él cogió el mango de la puerta cuando Lysandra
finalmente dijo—: ¿Estás seguro?

Él asintió. Y eso fue todo.

Aedion abrió la puerta y encontró al cadre precisamente donde había supuesto que estaría a esas
horas: comiendo el desayuno en la taberna. Los dos machos se detuvieron cuando ellos entraron.

Y los ojos de Aedion fueron directamente al hombre de cabellos dorados, uno de los dos, pero… No
se podía negar cuál era su…

Gavriel dejó el tenedor en el plato a medio comer.

Vestía ropas como las de Rowan, y al igual que el Príncipe Fae, estaba fuertemente armado, incluso
en el desayuno.

Aelin era su otro lado de una moneda clara, pero Gavriel era un reflejo turbio. Los afilados y amplios
rasgos; la dura boca, la había heredado de él. El cabello dorado era diferente; más iluminado por
el sol a diferencia del largo a la altura del hombro color miel dorada de Aedion. Y la piel de Aedion
era un tono oro Ashryver, no el bañado por el sol e intenso bronceado.

Poco a poco, Gavriel se puso de pie. Aedion se preguntó si él también había heredado aquella
gracia, la quietud depredadora, la ilegible y absorta cara, o si ambos habían sido entrenados de esa
manera.

La encarnación del León.

Había querido hacerlo de esa manera, un poco más que una emboscada, para que su padre no
tuviera tiempo de preparar discursos bonitos. Él quería ver lo que haría su padre cuando se
enfrentara a él, qué clase de macho era, cómo reaccionaba a algo…

El otro guerrero, Fenrys, estaba mirando entre ellos, un tenedor a mitad de camino entre su boca
abierta.

Aedion se obligó a caminar, las rodillas sorprendentemente firmes, incluso cuando su cuerpo se
sentía como si pertenecía a otra persona. Lysandra se mantuvo a su lado, sólida y con los ojos
brillantes. Con cada paso que daba, su padre lo inspeccionaba, su cara no cediendo a nada, hasta
que…

—Luces… —respiró Gavriel, hundiéndose en su silla. —. Luces mucho como ella.

Aedion sabía que Gavriel no se refería a Aelin. Incluso Fenrys veía al León ahora, la pena ondulando
en aquellos ojos castaños.

Pero Aedion apenas recordaba a su madre. Apenas recordaba algo más que su moribundo y
destrozado rostro.

Así que dijo—: Murió para que tu reina no pusiera sus garras sobre mí.
No estaba seguro de que su padre estuviera respirando. Lysandra se acercó aún más, una sólida
roca en el agitado mar de su rabia.

Aedion inmovilizó a su padre con una mirada, sin estar seguro de dónde venían las palabras, la ira,
pero allí estaban, saliendo de sus labios como látigos. —Podrían haberla curado en los recintos Fae,
pero ella no iba a acercarse a ellos, no los dejaría venir por temor a Maeve —Escupió el nombre. —,
al saber que yo existía. Por temor a que estuviera esclavizado a ella, como tú lo estabas.

El rostro moreno de Gavriel había sido drenado de todos los colores. Lo que fuera que Gavriel
hubiera sospechado hasta ahora, a Aedion no le importaba. El Lobo le gruñó al León—: Ella tenía
veintitrés años de edad. Nunca se casó, y su familia la repudió. Ella se negó a decirle a alguien
quien me había engendrado, y tomó tu desdén, tu humillación, sin una pizca de autocompasión.
Ella lo hizo porque me amaba a mí, no a ti.

Y de repente deseó haberle pedido a Aelin que viniera, para que pudiera decirle que quemara a
aquel guerrero hasta convertirlo en cenizas, como había hecho con el comandante en Ilium, porque
el mirarlo a la cara, su cara… él lo odió. Él lo odiaba por los veintitrés años de edad que su madre
había tenido, más joven que lo era él ahora cuando ella murió, sola y triste.

Aedion gruñó—: Si la perra de tu reina intenta llevarme, le cortaré la garganta. Si ella le hace daño
a mi familia más de lo que ya hizo, te cortaré la tuya, también.

Su padre dijo con la voz ronca—: Aedion.

El sonido del nombre que su madre le había dado en sus labios…

—No quiero nada de ti. A menos que pienses ayudarnos, en cuyo caso no opondré… resistencia.
Pero más allá de eso, no quiero nada de ti.

—Lo siento —dijo su padre, los ojos del Leon llenos de un dolor tan grande que Aedion se preguntó
si no habría golpeado a un hombre ya caído.

—Yo no soy a quién tienes que pedirle perdón —dijo, volviéndose hacia la puerta.

La silla de su padre raspó contra el suelo. —Aedion.

Aedion siguió caminando, Lysandra caminando a su lado.

—Por favor —dijo su padre cuando la mano de Aedion se cerró sobre la manija.

—Vete al infierno —dijo Aedion, y salió.

No regresó al Océano Rosa. No podía soportar estar cerca de la gente, estar cerca de sus sonidos
y olores. Así que se dirigió hacia la espesa montaña, ubicada por encima de la bahía, perdiéndose
a sí mismo en la selva de hojas y sombras y suelo húmedo. Lysandra iba un paso detrás de él, tan
silenciosa como él.

No fue hasta que encontró un afloramiento rocoso que sobresalía de un lado de la montaña que
pasaba por lo alto de la bahía, de la ciudad, más allá de las aguas cristalinas, que se detuvo. Que se
sentó. Y respiró.

Lysandra se sentó junto a él en la roca plana, cruzando sus piernas debajo de ella.

Él dijo—: No tenía planeado decir nada de eso.

Estaba mirando hacia la cercana torre de vigilancia situada en la base de la montaña. Miró cómo
sus ojos verdes contemplaban el nivel inferior donde el Rompe-navíos se envolvía alrededor de una
gran rueda, la escalera exterior en espiral hasta la propia torre, hasta los niveles superiores, donde
una catapulta, y un masivo arpón montado en la torreta, ¿o era una ballesta gigantesca?, estaban
inmovilizados en el lugar, el asiento de su portador y una flecha apuntando hacia un enemigo
invisible en la bahía más abajo. Con el tamaño del arma y la máquina que había sido manipulada
para lanzarla hacia la bahía, no dudaba que podía romper a través de un caso y causar un letal daño
a un barco. O arponear a tres hombres a través él.

Lysandra dijo simplemente—: Hablaste desde el corazón. Tal vez fue bueno que él oyera eso.

—Lo necesitamos para trabajar con nosotros. Podría haberlo convertido en un enemigo.

Ella colocó el pelo sobre su hombro. —Confía en mí, Aedion, no lo hiciste. Si le hubieras dicho que
caminara por las brasas, lo habría hecho.

—Se dará cuenta muy pronto de lo que, exactamente, soy, y quizás no esté tan desesperado.

—¿Quién, exactamente, crees que eres? —Ella frunció el ceño. —¿La Puta de Adarlan? ¿Es eso lo
que todavía piensas de ti mismo? El general que mantuvo a su reino unido, que salvó a su pueblo
cuando fue olvidado incluso por su propia reina, ese es el hombre que conozco —Ella gruñó en voz
baja, pero no hacia él. —. Y si empieza a señalar con el dedo, yo le recordaré que él ha servido a esa
perra en Doranelle durante siglos sin preguntar.

Aedion resopló. —Pagaría un buen dinero para verte enfrentarlo cara a cara. Y a Fenrys.

Ella lo empujó con el codo. —Di la palabra, General, y voy a transformarme en la cara de sus
pesadillas.

—¿Y qué criatura es esa?

Ella le dio una pequeña sonrisa de complicidad. —Algo en lo que he estado trabajando.

—No quiero saber, ¿cierto?

Los dientes blancos destellaron. —No, realmente no quieres.

Se rió, sorprendido de que aún pudiera hacerlo.

—Es un bastardo guapo, le doy el crédito por eso

—Creo que a Maeve le gusta coleccionar hombres bonitos.

Aedion resopló. —¿Por qué no? Ella tiene que tratar con ellos durante toda la eternidad. Mejor
también sean agradables a la vista.

Ella volvió a reír, y el sonido le quitó un peso de encima.

Cargando con Goldryn y Damaris por primera vez, Aelin entró al Dragón del Mar dos horas más
tarde y deseó los días en que podía dormir sin el temor o la urgencia de algo tirando de ella.

Deseó los días en que ella podía haber tenido tiempo para acostarse con su maldito amante y no
optara por atrapar unas cuantas horas de sueño en su lugar.

Ella lo había querido. Ayer por la noche, habían vuelto a la posada, y ella se había bañado más rápido
de lo que alguna vez lo había hecho. Incluso había surgido del baño desnuda… y había encontrado
a su Príncipe Fae dormido encima de la brillante cama blanca, todavía vestido, viéndose como si
hubiese tenido la intención de cerrar los ojos mientras ella se lavaba.

Y el pesado agotamiento de él… Ella había dejado a Rowan descansar. Se acurrucó junto a él por
encima de las mantas, todavía desnuda, y cayó inconsciente antes de que su cabeza se asentara
contra su pecho. Llegaría un momento, ella lo sabía, cuando no serían capaz de dormir de manera
tan segura, tan profundamente.

Unos cinco minutos antes de que Lysandra irrumpiera, Rowan se había despertado y había
comenzado el proceso de despertarla a ella, también. Poco a poco, burlonamente, con golpecitos de
propiedad a lo largo de su torso desnudo, sus muslos, acentuados con pequeños besos y mordiscos
por su boca, su oreja, su cuello.

Pero tan pronto como Lysandra entró como un trueno en la habitación para robar ropa para Aedion,
tan pronto como le había explicado a dónde iría él… la interrupción había durado. Le había hecho
recordar qué, exactamente, necesitaba llevar a cabo el día de hoy. Con un hombre actualmente
inclinado a matarla a ella y una flota esparcida y paralizada.

Gavriel y Fenrys ahora estaban sentados con Rolfe a la mesa en la parte trasera de la taberna, sin
señales de Aedion, ambos con los ojos abiertos mientras ella se contoneaba.

Se podría haber pavoneado ante la mirada, si Rowan no hubiese estado merodeando directamente
detrás de ella, ya preparado para cortar sus gargantas.

Rolfe se puso de pie. —¿Qué estás haciendo aquí?

—Yo tendría mucho, mucho cuidado con forma en que le habla a ella hoy, Capitán —dijo Fenrys
con más cautela y consideración de la que ella lo había visto usando ayer. Sus ojos estaban fijos en
Rowan, quien de hecho observaba a Rolfe como si fuera la cena. —. Elija sus palabras sabiamente.

Rolfe miró a Rowan, vio su rostro, y pareció captarlo.


Tal vez la precaución haría que Rolfe estuviera más inclinado a estar de acuerdo con su solicitud
hoy. Si jugaba bien. Si hubiera jugado bien todas las cosas.

Aelin le dio a Rolfe una pequeña sonrisa y se apoyó en la mesa vacía al lado de ellos, las astilladas
letras doradas en los listones formaban la palabra Cortador de Niebla. Rowan tomó el lugar junto a
ella, su rodilla cepillando la suya. Cómo si incluso unos pocos pies de distancia fueran insoportables.

Pero ella sonrió un poco más ampliamente a Rolfe. —Vine a ver si habías cambiado de opinión.
Acerca de mi alianza.

Rolfe tamborileó sus dedos tatuados sobre la mesa, justo sobre algunas letras doradas que decían
Trilladora. Y al lado de esta… un mapa del continente estaba extendido entre Rolfe y los guerreros
Fae.

No era el mapa que realmente, realmente necesitaba, ahora que sabía que la maldita cosa funcionaba,
pero… Aelin se puso rígida ante lo que vio.

—¿Qué es eso? —dijo, señalando las figuritas de plata acampando en la parte central del continente,
una línea impenetrable desde la Brecha Ferian hacia la desembocadura del Avery. Y las figuras
adicionales en el Golfo de Oro. Y en Melisande y Fenharrow y cerca de la frontera del norte de
Eyllwe.

Gavriel, luciendo un poco como si alguien le hubiera golpeado en la cabeza dioses, ¿cómo había
ido la reunión con Aedion?, dijo antes de que Rolfe pudiera conseguir que Rowan le destrozara la
garganta por cualquier respuesta que ya tuviera preparada—: El Capitán Rolfe recibió la noticia
esta mañana. Quería nuestro consejo.

—Qué es esto —dijo ella, apuñalando con un dedo cerca de la línea principal de las figuras estiradas
a través del centro del continente.

—Es el último informe —Rolfe arrastró las palabras. —, de las ubicaciones de los ejércitos de
Morath. Se han puesto en posición. La ayuda al Norte es ahora imposible. Y están preparados para
atacar Eyllwe.
Capítulo 33
Traducido por Isa Martinez

Corregido por Cotota

—Eyllwe no tiene un ejército —dijo Aelin, sintiendo la sangre drenarse de su cara—. Ahí no hay
nada ni nadie para pelear después de la primavera, salvo por las bandas de militares rebeldes.

Rowan le dijo a Rolfe:

—¿Tienes los números exactos?

—No —dijo el capitán—. Las noticias llegaron solo como advertencia, para mantener cualquier
envío fuera del Avery. Quería sus opiniones —dio un asentimiento con la barbilla al cadre—, para
entregarlo. Aunque supongo que debería haberte invitado también, pues parecen interesados en
hablar sobre mis negocios.

Ninguno de ellos se dignó a responder. Aelin escaneó esa línea, la línea de ejércitos.

—¿Cuán rápido se pueden mover? — dijoRowan.

—Las legiones salieron de Morath hace cerca de tres semanas atrás —informó Gavriel—. Se mueven
más rápido que cualquier ejército que hubiera visto.

El momento en que…

No. No, no, eso no podía ser, por Ilium, porque ella se burló de él…

—Es una exterminación —dijo Rolfe de mala manera.

Ella cerró los ojos, tragando saliva. Aunque el capitán no se atreviera a hablar.

Rowan deslizó una mano a lo largo de su espalda, en un consuelo silencioso. Él sabía, estaba
uniéndolo también.

Ella abrió sus ojos, esa línea de fuego en su visión, su corazón, y dijo:

—Es un mensaje. Para mí —desplegó su puño, mirando la cicatriz.

—¿Por qué atacar Eyllwe entonces? —preguntó Fenrys—. ¿Y porque moverse a su posición pero no
saquearlo?

Ella no podía decir las palabras en voz alta. Que ella había traído eso sobre Eyllwe por burlarse de
Erawan, porque él sabía de quién se había cuidado Celaena Sardothien, y quería romper su espíritu,
su corazón, mostrándole lo que podía hacer con sus ejércitos. Lo que ellos podrían hacer, siempre
que a él le apeteciera. No a Terrasen… pero al reino de la amiga que amó tan entrañablemente.

El reino que ella juró proteger, salvar.

Rowan dijo:

—Tenemos lazos personales con Eyllwe. Él sabe que le importa.

Los ojos de Fenrys se demoraron en ella, escaneándola. Pero Gavriel, con la voz estable, dijo:

—Erawan ahora tiene todo al sur del Avery. Salvo por el archipiélago. E incluso ahí, tiene un punto
de apoyo en el Punto Muerto.

Aelin permaneció en ese mapa, en el espacio que ahora lucía tan pequeño al norte.

Al oeste, la vasta extensión de los Wastes se explayó a donde las montañas continentales se dividían.

Y su mirada zigzagueaba en un pequeño nombre en la costa oeste.

Briarcliff.

El nombre cambió dentro de ella, el estremecimiento la despertó, y se dio cuenta que habían estado
hablando, debatiendo cual ejército podría moverse con rapidez a ese terreno.

Se frotó la cien, mirando esa mota en el mapa.

Considerando la deuda de vida contraída con ella.

Su mirada se arrastró abajo, al sur. Al Desierto Rojo. Donde otra deuda de vida estaba, muchas
deudas de vida, esperando ser cobradas.

Aelin se dio cuenta de que le habían preguntado algo, pero no le dio importancia a la figura de
afuera que le dijo en voz baja a Rolfe:

—Vas a darme tu armada. Vas a armarlos con esas lanzas de fuego que sé que has ordenado, y lo
enviarás con cualquier extra a la flota Myceniana cuando llegue.

Silencio.

Rolfe rompió en carcajadas y se sentó de nuevo

—Como el infierno que lo soy —agitó la mano tatuada sobre el mapa, las aguas entintadas en el
produciendo y cambiando en un cierto patrón el cual se preguntó si solo ella podía leer. Un patrón
que ella necesitaba que él fuera capaz de leer, para encontrar la Cerradura—. Esto demuestra cuán
completamente superada estas —mordió sus palabras—. La flota Myceniana es poco más que un
mito. Un cuento para dormir.

Aelin observaba la empuñadura de la espada de Rolfe, a la posada en sí y su barco anclado justo


afuera.
—Eres el heredero del pueblo de Myceniano—dijo Aelin—. Y he venido a reclamar la deuda que le
deben a mi línea de sangre.

Rolfe no se movió ni parpadeó.

—¿O todas las referencias del dragón del mar eran producto de algún fetiche personal? —preguntó
Aelin.

—Los Mycenianos se han ido —dijo Rolfe rotundamente.

—No lo creo. Creo que se han estado escondiendo aquí, en las Islas Muertas, por mucho, mucho
tiempo. Y que de alguna manera acabó de rasgar su camino de regreso al poder.

Los tres hombres Fae se observaron entre ellos.

Aelin le dijo Rolfe:

—He liberado Ilium de Adarlan. Tomé de vuelta la ciudad, tu antiguo hogar, para ti. Para los
Mycenianos. Es tuya, si te atreves a reclamar a tu pueblo como herencia.

La mano de Rolfe se sacudió ligeramente. Empuño su mano, colocándola debajo de la mesa.

Ella permitió que un destello de su magia se elevara a la superficie y entonces permitió al oro en sus
ojos brillar como una llama. Gavriel y Fenrys se enderezaron cuando su poder llenó la habitación,
cuando llenó la ciudad. Las llaves del Wyrd entre sus pechos comenzaron a tamborilear, susurrando.

Ella sabía que no había nada humano, nada mortal en su cara.

Sabía eso porque la piel trigueña de Rolfe había palidecido con un brillo enfermizo.

Cerró los ojos y soltó un suspiro.

El zarcillo de poder que había reunido ondulaba la distancia en una línea invisible.

El mundo se estremeció en su despertar. Una campana sonó en la ciudad una vez, dos veces, en
su fuerza. Incluso las aguas en la bahía se estremecieron a su paso dentro y hacia fuera en el
archipiélago.

Cuando Aelin abrió los ojos, la mortalidad había regresado.

—¿Qué demonios fue eso? —demandó Rolfe.

Fenrys y Gavriel estaban muy interesados en el mapa después de aquello.

Rowan dijo suavemente:

—Mi señora tiene que liberar trozos de su poder cada día o podría consumirla.

A pesar de sí misma, a pesar de lo que había hecho, decidió que quería a Rowan llamándola mi
señora al menos una vez cada día.
Rowan continuó, presionando a Rolfe sobre el movimiento de los ejércitos. El Señor de los Piratas,
a quien Lysandra había confirmado semanas atrás que era Myceniano gracias a los propios espías
de Arobynn y sus compañeros de negocios, parecía casi incapaz de hablar, gracias a la oferta que
había dispuesto para él. Pero Aelin se limitó a esperar.

Aedion y Lysandra llegaron después de algún tiempo, y su primo solo se salvó de la mirada de Gavriel
mientras su atención continuaba en el mapa y cayó en la mentalidad del general, demandando
detalles largos y minuciosos.

Pero Gavriel silenció con una mirada a su hijo, viendo en los ojos de su prima un dardo sobre el
mapa, escuchando los sonidos de sus voces como si eso fuera una canción que tratara de memorizar.

Lysandra se desvió a la ventana, monitoreando la bahía.

Como si pudiera ver la ondulación que Aelin había enviado al mundo.

La cambiaformas le había dicho a Aedion por ahora, el por qué habían ido realmente a Ilium. No
solo para ver a Brannon, no solo para salvar a esas personas… pero por esto. Ella y la cambiaformas
habían tramado el plan durante aquella larga noche de relojes juntos en el camino, teniendo en
cuenta todos los peligros y beneficios.

Dorian se acercó diez minutos más tarde, sus ojos yendo directamente a Aelin. Él también lo había
sentido.

El rey dio un saludo amable a Rolfe, y luego permaneció en silencio mientras se le informaba sobre
el posicionamiento de los ejércitos de Erawan. Entonces se deslizó en un asiento al lado de ella,
mientras que los otros hombres continuaron discutiendo las rutas de suministro y armas, siendo
llevados círculo tras círculo por Rowan.

Dorian simplemente le dio una mirada ilegible y dobló el tobillo sobre la rodilla.

El reloj dio las once, y Aelin se puso de pie en medio de todo lo que Fenrys había estado diciendo
acerca de varias armaduras y Rolfe veía la posible inversión en el mineral para abastecer la demanda.

El silencio se hizo de nuevo. Aelin le dijo Rolfe:

—Gracias por tu hospitalidad.

Y se dio la vuelta. Dio un paso antes de que él demandara:

—¿Eso es todo?

Ella miró sobre su hombro, Rowan se aproximaba a su lado. Aelin dejó que un poco de su flama
ardiera en la superficie.

—Sí, si no me darás el ejército, si no te unirás con la mitad de los Mycenianos y regresar a Terrasen,
entonces, encontraré a alguien que lo haga.

—No hay nadie más.


De nuevo, sus ojos fueron al mapa sobre la mesa.

—Una vez dijiste que pagaría por mi arrogancia. Y lo hice. Muchas veces. Pero Sam y yo tomamos la
ciudad completa y la flota, y las destruimos. Todo por dos mil vidas que tú considerabas menos que
humanas. Entonces quizás he estado desestimándome a mí misma. Quizás no te necesito después
de todo.

Ella se volvió de nuevo, y Rolfe se mofó:

—Sam murió aun suspirando por ti, o ¿finalmente dejaste de tratarlo como basura?

Hubo un sonido ahogado, y golpe sordo y el traqueteo de unos lentes. Ella observó lentamente
hasta encontrar a Rowan con su mano alrededor del cuello de Rolfe, el capitán presionado sobre el
mapa, las figuras esparcidas por todas partes, Rowan gruñendo entre dientes cerca de la rasgadura
de la oreja de Rolfe.

Fenrys sonrió un poco.

—Te dije que eligieras tus palabras cuidadosamente, Rolfe.

Aedion parecía estar haciendo su mejor esfuerzo por ignorar a su padre cuando le dijo al capitán:

—Un gusto conocerte —luego se encaminó hacia donde Aelin, Dorian, y Lysandra esperaban junto
a la puerta.

Rowan se inclinó, murmurando algo al oído de Rolfe que lo hizo palidecer, entonces lo empujó con
un poco más de fuerza contra la mesa antes de pavonearse hacia Aelin.

Rolfe puso sus manos sobre la mesa, empujando hacia arriba para ladrar sin duda algunas palabras
estúpidas contra ellos, pero se contuvo. Como si un pulso lo golpeara a través de su cuerpo.

Volteó sus manos, ajustando los bordes de sus palmas juntas.

Sus ojos se levantaron, pero no a ella. A las ventanas.

A las campanas que habían comenzado a sonar en las torres de vigilancia gemelas que flanqueaban
la entrada de la bahía.

El repique frenético en las calles más allá vacilante, silenciado.

Cada gemido queriendo decir que estaba lo suficientemente claro.

La cara de Rolfe palideció.

Aelin observó como la negrura que la tinta había grabado allí, se extendió a través de los dedos, a
sus palmas. Tan negro como solo un Valg podía hacerlo.

Oh, no había duda de que ahora el mapa estaba trabajando.

Ella les dijo a sus compañeros:


—Déjennos. Ahora.

Rolfe ya estaba saltando hacia ella, hacia la puerta. No dijo nada cuando él la abrió, caminando
hacia el muelle, donde su primer compañero y cabo ya estaban corriendo tras él.

Aelin cerró la puerta detrás de Rolfe y examinó a sus amigos. Y al cadre.

Fue Fenrys quien habló primero, poniéndose de pie y mirando por la ventana mientras Rolfe y sus
hombres se precipitaban.

—Recuérdame nunca sacar tu lado malo.

Dorian dijo en voz baja:

—Si esa fuerza llega a esta ciudad, estas personas…

—No lo harán —dijo Aelin, encontrándose con la mirada de Rowan. Ojos verdes como un pino le
sostenían la propia.

Muéstrales porqué eres mi juramento de sangre, ella le dijo en silencio.

Un indicio de una sonrisa maliciosa. Rowan se volvió hacia ellos.

—Vámonos.

—¿Irnos? —Espetó Fenrys, apuntando a la ventana—. ¿A dónde?

—Hay un barco —dijo Aedion— anclado en el otro lado de la isla —Él inclinó la cabeza hacia
Lysandra—. Tú pensarías que notarían un bote siendo arrastrado hacia el mar por un tiburón
anoche, pero…

La puerta se abrió de golpe, y la imponente figura de Rolfe llenó el espacio.

—Tú.

Aelin puso una mano sobre su pecho.

—¿Yo?

—Tú enviaste esa magia fuera de aquí; tú los convocaste.

Ella soltó una risa, empujando fuera de la mesa.

—Si alguna vez me entero de un talento tan útil, lo usaré para convocar a mis aliados, creo. O los
Mycenianos, ya que pareces tan firme en que no existen —ella miró por encima de su hombro, el
cielo todavía estaba claro—. Buena suerte —dijo ella, dando un paso a su alrededor.

Dorian espetó:

—¿Qué?
Aelin observó al Rey de Adarlan por encima.

—Esta no es nuestra batalla. Y no voy a sacrificar el destino de mi reino a través de una escaramuza
con el Valg. Si tienes algún sentido, no lo harás, también —la cara de Rolfe estaba desencajada de
ira, incluso cuando el miedo, profundo y verdadero, brillaba en sus ojos. Ella dio un paso hacia las
calles caóticas pero se detuvo, volviéndose hacia el Señor de los Piratas—. Supongo que el cadre va
a venir conmigo también. Ya que ahora son mis aliados.

En silencio, Fenrys y Gavriel se acercaron, y ella podría haber suspirado con alivio de que lo hicieron
sin lugar a dudas, que Gavriel estaba dispuesto a hacer lo que fuera para estar cerca de su hijo.

Rolfe siseó:

—¿Piensas que la retención de tu ayuda me va a influir para ayudarte? —pero lejos más allá de la
bahía, entre las islas distantes, una nube de oscuridad se formó.

—Quise decir lo que dije, Rolfe. Puedo hacerlo bien sin ti, armada o no. Mycenianos o no. Y esta isla
se ha vuelto peligrosa para mi causa —ella inclinó la cabeza hacia el mar—. Ofreceré una oración
a Mala por ti —ella palmeó la empuñadura de Goldryn—. Un pequeño consejo, de una criminal
profesional a otro: cortarles la cabeza. Es la única forma de matarlos. A menos que los quemes
vivos, pero yo apuesto más que saltarás del barco y nadarás a la orilla antes de que tu flama pueda
causarles daño.

—¿Y qué hay de tu idealismo, qué hay de esa niña que me robó doscientos esclavos? ¿Dejarás a las
personas de esta isla perecer?

—Sí —dijo simplemente—. Te lo dije, Rolfe, que Endovier me enseñó algunas cosas.

Rolfe lanzó una maldición.

—¿Crees que Sam se prestaría para esto?

—Sam está muerto —dijo ella—, porque hombres como tú y Arobynn tienen poder. Pero el reino
de Arobynn ya ha terminado —ella sonrió ante el horizonte oscuro—. Parece que el tuyo terminará
pronto también.

—Tu perra…

Rowan gruñó, dando un paso antes de que Rolfe se apartara.

Pisadas sonaban en la tierra, entonces el cabo de Rolfe llenó la puerta. Jadeó mientras descansaba
una mano en el umbral, la otra agarrando el pomo en forma de dragón de mar de la espada.

—Estamos hasta el cuello de mierda.

Aelin se detuvo. La cara de Rolfe se tensó.

—¿Qué tan malo? —preguntó el capitán.

Se secó el sudor de la frente.


—Ocho buques de guerra llenos de soldados, al menos un centenar de cada uno, más en los niveles
más bajos que no pude ver. Están flanqueados por dos wyverns marinos. Todo moviéndose rápido
como vientos de tormenta llevándoselos.

Aelin cortó una mirada a Rowan.

—¿Qué tan rápido podemos llegar a ese barco?

Rolfe estaba mirando los pocos barcos en el puerto, con el rostro muy pálido. El Rompedor de
Barcos afuera en la bahía, la cadena actualmente por debajo de la superficie en calma. Fenrys, al
ver la mirada del capitán, observó:

—Los wyverns marinos se ajustarán a esa cadena. Obtendrán gente de esta isla. Utiliza cada bote y
la balandra que tengas y sácalos fuera.

Rolfe se volvió lentamente a Aelin, sus ojos verde mar hirviendo de odio. Y resignación.

—¿Es un intento por llamar mi atención?

Aelin jugó con el final de su trenza.

—No. Es una conveniente oportunidad, pero no.

Rolfe los examinó a todos, el poder que podría nivelar esta isla si así lo deseaban. Su voz era ronca
cuando al fin habló.

—Quiero ser almirante. Quiero todo este archipiélago. Quiero Ilium. Y cuando la guerra termine,
quiero Señor delante de mi nombre, como era antes en los nombres de mis antepasados, ​​hace largo
tiempo atrás. ¿Qué hay de mi pago?

Aelin lo observó a su vez, toda la sala en silencio mortal en comparación con el caos del exterior.

—Por todo buque de Morath que saquees, puedes mantener lo que sea oro y tesoros a bordo del
mismo. Pero las armas y municiones irán al frente. Te daré la tierra, pero no hay títulos reales más
allá de los de Señor de Ilium y Rey del Archipiélago. Si tienes descendencia, voy a reconocerlos
como tus herederos, así como cualquier niño que Dorian pudiera tener.

Dorian asintió con gravedad.

—Adarlan te reconocerá a ti y tus herederos, y esta tierra como tuya.

Rolfe siseó:

—Tú envía a esos bastardos hacia lo negro profundo y mi flota es tuya. No puedo garantizar que los
Mycenianos se levantarán, sin embargo. Hemos estado dispersados ​​demasiado lejos y demasiado
tiempo. Sólo un pequeño número vive aquí, y no se moverán sin la debida motivación... —miró
hacia la barra, como si hubiera esperado ver a alguien detrás de ella.

Pero Aelin tendió la mano, sonriendo débilmente.


—Déjamelo a mí.

La piel tatuada se reunió con cicatrices como carne cuando Rolfe le dio la mano. Con la fuerza
suficiente para romper los huesos, pero lo hizo bien. Envió una pequeña llama ardiente en los
dedos.

Él siseó, tirando hacia atrás su mano, y Aelin sonrió.

—Bienvenido al ejército de Su Majestad, Corsario Rolfe —hizo un gesto hacia la puerta abierta—.
¿Vamos?

Aelin estaba loca, se dio cuenta Dorian. Brillante y malvada, pero loca.

Y tal vez era la mayor, gran mentirosa sin arrepentimientos que había encontrado nunca.

Había sentido su llamada barrer a través del mundo. Sintió el fuego zumbar contra su piel. No
hubo duda de a quién pertenecía. Y no había duda de que había ido derecho al Punto Muerto,
donde las fuerzas que moraban allí no sabrían que había una persona viva con ese tipo de llama a
su disposición, y rastrearían la magia de vuelta aquí.

No sabía lo que había desencadenado, porqué lo había elegido ahora, pero…

Pero Rowan había informado a Aelin cómo el Valg daba caza a Rolfe. Cómo se había visto el día
de hoy la ciudad y la noche, aterrado de su regreso. Entonces Aelin lo había utilizado a su favor.
Los Mycenianos, santos dioses. Eran poco más que un cuento para dormir con una moraleja
de precaución. Pero aquí estaban, cuidadosamente ocultos y lejos. Hasta que Aelin los había
ahuyentado con humo.

Y cuando el Señor de los Piratas y la Reina de Terrasen se dieron la mano y ella sonrió a Rolfe,
Dorian se dio cuenta de que... tal vez podría tener un poco más de maldad y locura, también.

Esta guerra no se ganaría en sonrisas y modales.

Sería ganada por una mujer dispuesta a jugar con toda una isla llena de gente para conseguir lo que
necesitaba para salvar a todos. Una mujer cuyos amigos estaban igualmente dispuestos a seguir
el juego, para rasgar sus almas en pedazos si eso significaba salvar la mayor población. Sabían del
peso de la vida en pánico alrededor de ellos si jugaban mal. Quizás Aelin más que cualquier otra
persona.

Aelin y Rolfe asechaban a través de la puerta abierta y la taberna en la calle más allá. Detrás de él,
Fenrys dejó escapar un silbido.

—Que los Dioses te ayuden, Rowan, esa mujer es...


Dorian no esperó a escuchar el resto mientras seguía al pirata y la reina en la calle, Aedion y
Lysandra detrás de él. Fenrys se mantuvo a distancia de los demás, pero se mantuvo cerca de
Gavriel, con la mirada fija en su hijo. Dioses, se parecían tanto, se movían igual, el León y el Lobo.

Rolfe ladró a sus hombres que esperaban en una línea delante de él:

—Todo buque que pueda soportar los hombres navegará ahora —recitó órdenes, delegando a sus
hombres en varias naves a lo largo de la tripulación para hacerlos trabajar, incluyendo su propia
nave, mientras que Aelin se quedó allí, con las manos apoyadas en las caderas, mirando a todos
ellos

Ella dijo al capitán:

—¿Cuál es tu barco más rápido?

Señaló el suyo.

Ella le sostuvo la mirada, y Dorian esperó por el descabellado e imprudente plan. Pero ella, sin
mirar cualquiera de ellos, dijo:

—Rowan, Lysandra, Fenrys, y Gavriel, estarán conmigo. Aedion, ve al norte en la torre de vigilancia
con un hombre y monten el arpón. Cualquier nave que se acerque demasiado a la cadena, abre un
agujero a través de sus condenados dioses —Dorian se puso rígido cuando al fin se dirigió a él,
viendo las órdenes ya en sus ojos. Él abrió la boca para protestar, pero Aelin dijo simplemente—:
Esta batalla no es lugar para un rey.

—¿Y lo es para una reina?

No había diversión, nada más que helada calma mientras le entregó una espada que no se había
dado cuenta que había estado llevando a su lado. Damaris.

Goldryn todavía estaba atada a su espalda, su rubí brillando como una brasa viva como ella dijo:

—Uno de nosotros tiene que vivir, Dorian. Tomarás la torre sur de vigilancia, quédate en la base, y
ten lista tu magia. Cualquier fuerza que intente cruzar la cadena, tienes que sacarla.

No con el acero, pero si con magia. Sujetó a Damaris en su cinturón para la espada, un peso extra.

—¿Y qué vas a hacer? —exigió. Como si fuera la respuesta, su poder se retorcía en su estómago,
como un aspa rizada para golpear.

Aelin miró a Rowan, a su mano tatuada.

—Rolfe, consigue las cadenas de hierro que han dejado los esclavos con los que traficabas. Vamos
a necesitarlas.

Por ella, por Rowan. Como un cheque contra su magia, si se salían de control.

Porque Aelin... Aelin iba a llevar la nave directo al corazón de la flota enemiga y los golpearía a
todos ellos fuera del agua.
Capítulo 34
Traducido por Carolina Suarez C.
Corregido por Cotota

Ella era una mentirosa, asesina, y ladrona, y Aelin tenía el presentimiento de que sería llamada
peor cuándo acabara la guerra. Pero cuando una natural oscuridad se reunía en el horizonte, se
preguntó si había mordido más de lo que sus colmillos y sus amigos podían masticar.

No dejo que el miedo tuviera ni una pulgada de ella.

No hizo nada excepto dejar que el humo de la fogata fuera hacia ella.

Asegurar esta alianza sólo era una parte del plan. La otra parte, la gran parte... Era el mensaje. No
a Morath.

Para el mundo.

A cualquier potencial aliado que estuviera mirando en el continente, contemplando si era de hecho
una causa perdida.

Hoy su mensaje viajaría como trueno a través de los reinos.

Ella no era una princesa rebelde, rompiendo castillos enemigos y matando a los reyes.

Era una fuerza de la naturaleza. Era una calamidad y una comandante de los guerreros inmortales
de leyenda. Y si esos aliados no se le unían… Quería que pensaran en hoy, en lo que ella haría, y que
se preguntaran si tal vez la encontrarían en sus costas, en sus puertos, un día, también.

Ellos no habían venido hace diez años. Ella quería que supieran que no los había olvidado.

Rolfe terminó de ladrar órdenes a sus hombres y se precipitó a bordo del Dragón del Mar, Aedion
y Dorian precipitándose a toda velocidad en los caballos para llevarlos a sus respectivas torres de
vigilancia. Aelin giro hacia Lysandra, la cambia formas monitoreando todo calmadamente. Aelin
dijo en voz baja:

—¿Sabes que necesito que hagas?

Los ojos verde musgo de Lysandra eran brillantes cuando ella asintió.

Aelin no se permitió abrazar a la cambia formas. No se permitió mucho mientras tocaba la mano
de su amiga. No con Rolfe mirando. No con todos los ciudadanos de esta ciudad mirando, los
Mycenianos perdidos entre ellos. Así que Aelin se limitó a decir:
—Buena caza.

Fenrys dejó salir un sonido ahogado, como si se diera cuenta de lo que le había exigido a su cambia
formas. Junto a él, Gavriel todavía estaba demasiado ocupado mirando a Aedion, que no había
echado una mirada hacia su padre antes de blandir su escudo y su espada en su espalda, poniendo
una mirada de lamento, y galopó a la torre de vigilancia.

Aelin le dijo Rowan, el viento ya bailando en el pelo de plata de su príncipe guerrero:

—Nos movemos ahora.

Y así lo hicieron.

La gente estaba entrando en pánico en las calles mientras la fuerza oscura tomaba forma en el
horizonte: enormes barcos con velas negras, que convergían en la bahía como si estuvieran de
hecho cargados con un viento sobrenatural.

Pero Aelin, Lysandra cerca de ella, se marchó a la torre del Dragón del Mar, Rowan y sus dos
compañeros llevaban el paso detrás de ellos.

Personas detenidas y boquiabiertas subían por la pasarela, asegurando y reordenando sus armas.
Cuchillos y espadas, el hacha de Rowan relucía mientras él la clavaba a su lado, un arco y un carcaj
lleno de flechas negras con plumas que Aelin supuso que Fenrys podía disparar con una precisión
mortal, y más hojas. A medida que merodeaban agitándose en la cubierta del Dragón del Mar, la
madera pulida meticulosamente, Aelin supuso que juntos formaban un arsenal caminante.

Tan pronto como Gavriel puso un pie a bordo fue arrastrado por los hombres de Rolfe. Los otros,
sentados en los bancos que flanqueaban la cubierta, levantaron los remos, dos hombres en un
asiento. Rowan les hizo un gesto con la barbilla a Gavriel y Fenrys, y los dos sin nada más que decir
fueron a reunirse con los hombres, su cadre cayendo en el rango y ritmo que era mayor que en
otros reinos.

Rolfe salió por una puerta que sin duda llevaba a sus habitaciones, dos hombres detrás de él que
llevaban enormes cadenas de hierro.

Aelin camino hacia ellos.

—Ánclenlas al palo mayor y asegúrense de que hay suficiente espacio para que lleguen justo...
aquí —ella señaló hacia donde ella se encontraba, en el centro de la cubierta. Era suficiente espacio
limpio para todo el mundo, suficiente espacio para que ella y Rowan trabajaran.

Rolfe ladró una orden para que empezaran a remar, mirando a Fenrys y Gavriel, que remaban un
remo cada uno, mostrando los dientes debido a la fuerza considerable en el movimiento.

Lentamente, el barco comenzó a moverse, los otros a su alrededor emocionándose.

Pero primero tenían que estar fuera de la bahía, tenían que conseguir pasar el límite del Quebrador
de Barcos.
Los hombres de Rolfe aseguraban las cadenas alrededor del mástil, dejando suficiente longitud
para para que llegaran a Aelin.

El hierro le proporcionaría una mordida, un ancla para recordarle quién era, lo que era. El hierro la
mantendría atada cuando la inmensidad de su magia, la magia de Rowan, amenazara con llevársela.

El Dragón del Mar avanzó sobre el puerto, los llamados y gruñidos de los hombres de Rolfe mientras
remaban ahogaron el ruido de la ciudad detrás de ellos.

Ella lanzó una mirada hacia la torre de vigilancia, para ver a Dorian llegar, entonces el cabello
dorado de Aedion se veía por la escalera exterior de caracol hacia el enorme arpón montado en la
parte superior. Su corazón se tensó por un momento mientras recordaba entre el pasado y el ahora
un tiempo en que había visto a Sam corriendo por esas mismas escaleras, no para defender esta
ciudad, sino para destruirla.

Se sacudió esos recuerdos y se volvió a Lysandra, que se situaba en la cubierta, mirando a su primo
también.

—Ahora.

Incluso Rolfe hizo una pausa por su pedido en la palabra.

Lysandra se sentó en la barandilla de madera con gracia, giró sus piernas a un lado... y se dejó caer
en el agua.

Los hombres de Rolfe se precipitaron al carril. La gente en los barcos que los flanqueaban hizo lo
mismo, al ver a la mujer zambullida en el azul vivo.

Pero no era una mujer la que salió.

A continuación, en el fondo, Aelin pudo distinguir el brillo y el cambio y la propagación. Los


hombres comenzaron a maldecir.

Pero Lysandra siguió creciendo y creciendo por debajo de la superficie, a lo largo del piso el puerto
de arena.

Más rápido, los hombres remaban.

Pero la velocidad de la nave era nada en comparación con la velocidad de la criatura que emergió
de las olas.

Un ancho hocico de color verde jade, acribillada con dentadura blanca, sopló un fuerte aliento a
continuación, arqueándose hacia atrás bajo el agua, revelando en un instante una enorme cabeza
y ojos astutos y luego desapareció.

Algunos hombres gritaron. Rolfe apoyó una mano en el volante. Su primera compañera, esa espada
de dragón de mar recién pulida a su lado, cayó a sus rodillas.

Lysandra guiaba, y ​​dejaba ver su largo y potente largo que rompía la superficie poco a poco
mientras se sumergía hacia abajo, sus escamas de jade brillando como joyas en el sol cegador del
mediodía. Verían la leyenda directamente de sus profecías: los Mycenianos sólo volverían cuando
los dragones de mar lo hicieran.

Y así Aelin se había asegurado de que uno se presentara justo en el puerto.

—Santos Dioses —murmuró Fenrys desde donde remaba.

De hecho, esa fue la única reacción que Aelin pudo dar mientras el dragón de mar iba hacia el
fondo, a continuación nadando por delante.

Ya que esas poderosas aletas, alas que Lysandra extendía bajo el agua, se metían dentro de sus
pequeños brazos delanteros y patas traseras, su cola enorme, como picos que servía como un timón.

Algunos de los hombres de Rolfe estaban murmurando:

—Un dragón, un dragón para defender nuestra propia nave... Las leyendas de nuestros padres...
—de hecho, la cara de Rolfe estaba pálida mientras miraba hacia el lugar donde Lysandra se había
desvanecido en la nada, sin soltar el volante para evitar caerse.

Dos wyverns de mar... contra un dragón de mar.

Para todo el fuego en el mundo que no funcionaría bajo el mar. E iban a tener una oportunidad de
diezmar esos barcos, no podía haber una interferencia por debajo de la superficie.

—Vamos, Lysandra —Aelin suspiro, y envió una oración a Temis, la Diosa de las Cosas Salvajes,
para mantener a la cambiadora ligera e inquebrantable bajo las olas.

Aedion tiró el escudo de su espalda y se estrelló contra el asiento ante el arpón gigante de hierro, su
longitud quizá una mano más alta que él, con una cabeza más grande que la suya. Sólo había tres
lanzas. Tendría que hacer valer sus tiros.

Al otro lado de la bahía, podía simplemente hacer que el rey tomara la posición a lo largo de la
almena en el nivel más bajo de la torre.

En la misma bahía, el barco de Rolfe remó más y más hacia el Quebrador de Barcos para debilitar
la cadena.

Aedion pisó uno de los tres pedales que le permitían pivotar el lanzador, agarrando el asa a cada lado
mientras colocaba la lanza en su lugar. Con cuidado, precisamente, apuntó el arpón hacia el borde
exterior de la bahía, donde las dos ramas de la isla se inclinaron hacia la otra para proporcionar un
paso hacia el puerto.

Las olas rompían un poco más allá, un arrecife. Bueno para romper los buques en contra, y, sin
duda, donde Rolfe plantaría su barco, con el fin de engañar a la flota de Morath en ensartase a sí
mismos en ella.

—¿Qué demonios es eso? —uno de los centinelas manejando el artillero respiró, apuntando hacia
las aguas de la bahía.

Una poderosa y larga sombra recorría por delante del Dragón del Mar bajo el agua, más rápido
que el barco, más rápido que un delfín. Su cuerpo largo y serpenteante se disparó a través del mar,
llevado por las alas que también habían podido ser aletas.

El corazón de Aedion se detuvo en seco.

—Es un dragón de mar —alcanzó a decir.

Bueno, al menos ahora sabía qué forma secreta Lysandra había estado trabajando.

Y por qué Aelin había insistido en entrar al interior del templo de Brannon. No sólo para ver al
rey, no sólo para recuperar la ciudad para los Mycenianos y Terrasen, sino... para que Lysandra
pudiera estudiar el tamaño natural, los detalles de los dragones de mar. Para convertirse en un
mito viviente.

Esas dos... Oh, esas astutas e intrigantes diablillas. Una reina de leyendas, de hecho.

—Cómo... cómo... —el centinela se volvió hacia los otros, balbuceaban entre sí—. ¿Nos va a defender?

Lysandra se acercó al Quebrador de Barcos, girando y formando arcos, inclinándose lo largo de


las rocas como si consiguiera una sensación en su nueva forma. Consiguiendo una idea en el poco
tiempo que tenían.

—Sí —Aedion respiró cuando el terror inundó sus venas—. Sí, lo hará.

El agua estaba caliente, tranquila, y sin edad.

Y ella era una sombra en escala que alejó al pez de color joya que se deslizó entre sus casas de coral;
era una amenaza que se elevaba a través del agua que hizo que los pájaros blancos que flotando en
la superficie se dispersaran en vuelo, ya que sintieron su paso a continuación.

Los rayos de sol se transmitían en pilares a través del agua, y Lysandra, y la pequeña parte que
mantenía humana, se sentía como si se estuviera deslizando a través de un templo de la luz y la
sombra.

Pero allí, lejos, se llevaban a cabo ecos y vibraciones que sentía. Incluso los depredadores más
grandes de estas aguas revoloteaban, moviéndose a los mares abiertos más allá de las islas. Ni si-
quiera la promesa del agua teñida de color rojo podría mantenerlos en el camino de las dos fuerzas
a punto de chocar.

Por delante, los poderosos enlaces del Quebrador de Barcos se hundían en las profundidades, al
igual que el colosal collar de alguna diosa que se inclinaba para beber el mar.

Ella había estado leyendo acerca de ellos, los largamente olvidados y muertos desde hace mucho
tiempo atrás dragones de mar, a instancias de Aelin. Gracias a que su amiga había sabido que Rolfe
tendría mano escasa con los Mycenianos con los que sólo podía conseguir hasta el momento, pero
si podían ejercer el poder del mito... la gente podría reunirse a su alrededor. Y con un hogar para
ofrecerles finalmente, entre estas islas y Terrasen...

Lysandra había estudiado las tallas de los dragones de mar en el templo, una vez que Aelin había
quemado la suciedad en ellos. Su magia había llenado las cavidades que los tallados no habían
mostrado. Al igual que las nasales que destrozaban cada aroma de la corriente, los oídos que des-
cifraban las distintas capas de sonido.

Lysandra se precipitó por el arrecife más allá de los labios entreabiertos de la isla. Tendría que
guardar las alas, pero aquí... aquí se pondría de pie.

Aquí tendría que dar rienda suelta a su instinto salvaje, yaciendo en la parte de ella que sentía y
cuidaba.

Estas bestias, o como fueran hechas, sólo eran eso: bestias. Animales.

Ellos no lucharían con moral y códigos. Ellos lucharían hasta la muerte, y lucharían por sobrevivir.
No tendrían piedad, ni compasión.

Tendría que luchar como ellos lo hacían. Ella lo había hecho antes, se había vuelto salvaje no sólo
ese día el castillo de cristal, sino la noche anterior que había sido capturada y esos hombres habían
tratado de tomar a Evangeline. Esto no sería diferente.

Lysandra clavó las garras curvadas, triturando el hueso en el arrecife para sostener su posición en
contra del empuje de la corriente, y miró hacia el azul silencioso que se extendía sin fin por delante.

Así comenzó su vigilia de la muerte.


Capítulo 35
Traducido por Cotota

Corregido por Reshi

Encaramada en el carril del Dragón de Mar, agarrando la escalera de cuerda que fluía desde el más-
til levantado, Aelin saboreó la espuma refrescante que rociaba su cara mientras la nave avanzaba a
través de las ondas. Una vez que el barco estuvo separado de los otros, Rowan dejó que sus vientos
llenaran sus velas, poniendo al Dragón de Mar volar hacia la cadena gigantesca.

Era difícil no mirar atrás cuando pasaban por la cadena sumergida… y luego el Rompedor de Bar-
cos comenzó a levantarse fuera del agua.

Sellándolos fuera de la bahía, donde los otros barcos de Rolfe esperaban a salvo detrás de la línea
de la cadena, para vigilar la ciudad ahora observándolos silenciosamente.

Si todo iba bien, solo necesitarían este barco, le había dicho a Rolfe.

Y si iba mal, entonces sus naves no harían la diferencia de todos modos.

Apretando la cuerda con fuerza, Aelin se asomó, el vibrante azul y blanco de abajo pasando en un
rápido desenfoque. No demasiado rápido, le había dicho a Rowan. No malgastes tu fuerza, apenas
dormiste anoche.

Acababa de inclinarse para pellizcarse la oreja antes de deslizarse sobre el banco de Gavriel para
concentrarse.

Él seguía allí, su poder permitiendo que los hombres cesaran de remar y se prepararan para lo que
se extendía hacia ellos. Aelin volvió a mirar hacia delante, hacia aquellas velas negras que borraban
el horizonte.

La Llave del Wyrd en su pecho murmuró en respuesta.

Podía sentirlos: su magia podía probar la maldad en el viento. Ninguna señal de Lysandra, pero
estaba allí.

El sol cegaba las olas mientras la magia de Rowan se hacía más lenta, trayendo un deslizamiento
constante hacia los dos picos de la isla que se curvaba el uno hacia el otro.

Era hora.

Aelin se apartó de la barandilla, las botas golpeando la madera empapada de la cubierta. Muchos
ojos se volvieron hacia ella, hacia las cadenas que se extendían por la cubierta principal.
Rolfe caminó hacia ella, descendiendo desde el alcázar elevado, donde había estado manejando el
timón.

Ella recogió una cadena pesada de hierro, preguntándose qué había sostenido antes. Rowan se
levantó en sus pies en un movimiento constante, agraciado. La alcanzó cuando Rolfe lo hizo.

El capitán demando:

—¿Y ahora?

Aelin sacudió la barbilla hacia las naves lo bastante cerca como para distinguir las figuras que se
apretujaban en las distintas cubiertas. Muchas, muchas figuras.

—Los atraemos lo más cerca que podamos. Cuando puedas ver el blanco de sus ojos, nos gritas.

Rowan agregó:

—Y luego anclas del lado de estribor. Dale la vuelta.

—¿Por qué? —preguntó Rolfe mientras Rowan la ayudaba a sujetar el grillete alrededor de su
muñeca.

Ella rechazó el hierro, su magia retorciéndose. Rowan agarró su barbilla entre el pulgar y el índice,
haciéndole ver su mirada fija, cuando le dijo a Rolfe:

—Porque no queremos los mástiles en el camino cuando abramos fuego. Parecen una parte bastante
importante de la nave.

Rolfe gruñó y se alejó.

Los dedos se deslizaron hasta cubrir su mandíbula, su pulgar rozando su mejilla.

—Extraemos nuestro poder, lento y constante.

—Lo sé.

Él inclinó la cabeza, con las cejas levantadas. Una media sonrisa curvó su pecaminosa boca.

—Has estado dándole vueltas a tu poder durante días, ¿verdad?

Ella asintió. Había tomado la mayor parte de su concentración, había sido un esfuerzo el permanecer
en el presente, manteniéndose activo y consciente mientras estaba excavando de un lado a otro,
tirando todo su poder como pudiera sin llamar la atención.

—No quería arriesgarme aquí. No si estabas drenado por salvar a Dorian.

—Si me recupero, te lo haré saber. Así que ese pequeño espectáculo de la mañana…

—Una manera de sacar ventaja completa del poder —dijo con ironía—. Y hacer que Rolfe se moje
—él se rió entre dientes y soltó su rostro para pasar por ella el otro grillete. Odiaba ese antiguo y
horrible tacto en su piel, sobre la suya, mientras lo cerraba alrededor de su muñeca tatuada.

—Apresúrate —dijo Rolfe desde donde había vuelto a su sitio al timón.

De hecho, los barcos estaban alcanzándolos. Ninguna señal de esos wyverns de mar, aunque la
cambia pieles también permanecía fuera de vista.

Rowan apretó su cuchillo de caza, el acero brillante bajo el sol abrasador. Mediodía.

Precisamente por qué había entrado en la oficina de Rolfe casi dos horas antes.

Ella había prácticamente tocado la campana de la comida para los invasores en el Punto Muerto.
Había apostado que no esperarían hasta el anochecer, pero al parecer temían a la ira de su amo si
ella deslizaba sus redes más de lo que le temían a la propia luz. O eran demasiado estúpidos para
darse cuenta de que la heredera de Mala sería más poderosa.

—¿Quieres hacer los honores, o yo debería? —dijo Rowan. Fenrys y Gavriel se habían puesto de pie,
con las cuchillas levantadas mientras vigilaban desde una distancia segura. Aelin extendió su mano
libre, su palma marcada y le quitó el cuchillo. Una rebanada rápida tenía a su piel picando, sangre
caliente calentando su pegajosa piel por el agua de mar.

Rowan tomó el cuchillo un latido del corazón más tarde, y el olor de su sangre llenó su nariz,
poniendo sus sentidos alerta. Pero extendió su palma ensangrentada.

Su magia se arremolinaba alrededor de su mundo, crujiendo en sus venas, sus oídos. Ella retuvo el
impulso de golpear su pie en el suelo, de rodar sus hombros.

—Lento —dijo Rowan, como si sintiera el gatillo que su poder estaba ahora encendiendo—, y firme.

Su brazo encadenado se deslizó alrededor de su cintura para abrazarla.

—Estaré contigo en cada paso del camino.

Levantó la cabeza para estudiar su rostro, los planos ásperos y el curvado tatuaje. Se inclinó para
besarle la boca. Y cuando sus labios se encontraron con los de ella, él unió sus palmas sangrantes.

La magia se sacudió a través de ella, antigua, perversa y astuta, y ella se arqueó contra él, con las
rodillas dobladas cuando su poder calamitoso rugió.

Sabía que todos los que estaban en cubierta veía a dos amantes abrazados.

Pero Aelin bajó, bajó, bajó a su poder, sintiéndolo hacer lo mismo con el suyo, sintiendo que cada
gota de hielo, viento y relámpagos salían chocando contra él. Y cuando llegó a ella, el núcleo de su
poder cedió al suyo, derritiéndose y convirtiéndose en brasas e incendios forestales. Se convirtió en
el corazón fundido de la tierra, dando forma al mundo y dando a luz nuevas tierras.

Más y más profundamente, ella fue.

Aelin tenía una vaga sensación de que el barco se mecía bajo ello, sintiendo que el débil mordisco
del hierro rechazaba su magia, sintiendo la presencia de Fenrys y Gavriel parpadeando alrededor
de ellos como velas.

Habían pasado meses desde que salió profundamente del abismo de su poder.

Durante el tiempo que había entrenado con Rowan en Wendlyn, el límite de su poder se había
autoimpuesto.

Y entonces ese día con el Valg, ella se había roto a través de él, había descubierto todo un nivel
oculto debajo. Lo sacó de ella cuando rodearon a Doranelle con su poder, tardando un día entero
para cavar tan profundo, preparando lo que necesitaba.

Aelin había iniciado ese descenso tres días atrás.

Ella esperaba que se detuviera después del primer día. Para golpear ese fondo que sintió antes una
vez.

No lo hizo.

El brazo de Rowan aún la abrazaba fuertemente contra ella, y tenía la distante y oscura sensación
de que su abrigo se rascaba ligeramente contra su rostro, la dureza de las armas atadas por debajo,
el olor de él frotándose sobre ella, calmándola.

Ella era una piedra que se dejó caer en el mar de poder, su poder.

Abajo

abajo

abajo.

Ahí, ahí estaba en el fondo. El fondo cubierto de cenizas, el pozo de un cráter inactivo.

Solo la sensación de sus propios pies contra la cubierta de madera le impedía hundirse en esa
ceniza, aprendiendo lo que podía dormir debajo de ella.

Su magia susurró para empezar a cavar a través de esa ceniza y fango. Pero el puño de Rowan se
apretó en su cintura.

—Fácil —murmuró en su oído—. Fácil.

Aún más de su poder fluía hacia ella, el viento y el hielo arremolinándose con su poder,
arremolinándose en un torbellino.

—Ciérralo ahora —le advirtió Rolfe desde cerca, en otro mundo.

—Apunta al centro de la flota —le ordenó Rowan—. Envía los barcos que flanquean que se dispersan
sobre el arrecife —donde se hundirían, dejando a los sobrevivientes para ser liquidados con las
flechas lanzadas por Fenrys y los hombres de Rolfe. Rowan tenía que estar alerta, entonces, viendo
la fuerza que se aproximaba.

Podía sentirlos, sentir que su magia se elevaba en respuesta a la oscuridad que se acumulaba más
allá del horizonte de su conciencia.

—Está casi al alcance —dijo Rolfe.

Ella empezó a levantarse, arrastrando el abismo de llamas y brasas con ella.

—Tranquila —murmuró Rowan.

Más arriba, más alto, Aelin se levantó, de vuelta hacia el mar y la luz del sol.

Aquí, esa luz del sol parecía acudir. A mí.

Su magia surgió para ella, para esa voz.

—¡Ahora! —ladró Rolfe.

Y como una bestia salvaje liberada de su correa, su magia estalló.

Ella lo había estado haciendo tan bien cuando Rowan le entregó su poder.

Lo rechazó varias veces, pero… tenía el descenso bajo control.

Incluso si su poder… si el pozo había sido más profundo que antes. Era fácil olvidar que ella todavía
estaba creciendo, que su poder maduraría con ella.

Y cuando Rolfe gritó ¡Ahora!, Rowan sabía que había olvidado su juicio.

Un pilar de llama que no ardía salió de Aelin, estrellándose contra el cielo, convirtiendo el mundo
en rojo, naranja y oro.

Aelin fue arrancada de sus brazos con su fuerza, y Rowan agarró su mano en un apretón aplastante,
negándose a permitir que rompiera esa línea de contacto. Los hombres a su alrededor tropezaron
hacia atrás, cayendo sobre sus traseros mientras se quedaban boquiabiertos de terror y asombro.

Más arriba, esa columna de llama se arremolinaba, un torbellino de muerte y vida y renacimiento.

—Dioses santos —susurró Fenrys tras él.

Todavía la magia de Aelin se derramaba en el mundo. Aún se quemaba más, salvaje.


Tenía los dientes apretados, la cabeza echada hacia atrás mientras jadeaba, con los ojos cerrados.

—Aelin —le advirtió Rowan. El pilar de llama comenzó a expandirse, ahora atado con azul y
turquesa. Llama que podría derretir el hueso, romper la tierra.

Demasiado. Él le había dado demasiado, y ella había cavado demasiado profundo en su poder–

A través de las llamas que los encerraban, Rowan vislumbró a la frenética flota enemiga, moviéndose
ahora para huir, para salir de la distancia.

La exhibición en curso de Aelin no era para ellos.

Porque no había escapatoria, no con el poder que había arrastrado con ella.

La exhibición era para los demás, para la ciudad que los miraba.

Para que el mundo supiera que no era una mera princesa jugando con brasas bonitas.

—Aelin —dijo Rowan de nuevo, tratando de tirar de ese vínculo entre ellos.

Pero no había nada.

Solo la bofetada de alguna bestia inmortal y antigua. Una bestia que había abierto un ojo, una
bestia que hablaba en la lengua de mil mundos.

El hielo inundó sus venas. Llevaba la Llave del Wyrd.

—Aelin —pero Rowan lo sintió entonces. Sentía que el fondo de su poder se abría como si la bestia
dentro de esa Llave del Wyrd hubiera pisado fuertemente con su pie, y la ceniza y la roca incrustada
se desmoronaran debajo de ella.

Y reveló un turbulento, fundido núcleo de magia debajo de él.

Como si fuera el ardiente corazón de la propia Mala.

Aelin se sumergió en ese poder. Se bañó en él.

Rowan trató de moverse, trató de gritarle para que se detuviera–

Pero Rolfe, con los ojos muy abiertos con lo que solo podía ser terror y temor, rugió ante ella:

—¡Abran fuego!

Ella oyó eso. Y tan violentamente como había perforado el cielo, ese pilar de fuego disparado, se
disparó contra ella, enrollándose y envolviéndose dentro de ella, fusionándose en un núcleo de
poder tan caliente que chisporroteaba él, quemando su alma misma–

Las llamas parpadearon en el mismo instante en que llegó a Rowan con manos ardientes y le quitó
los últimos restos de su poder.
Justo cuando arrancó la mano de la suya.

Justo cuando su poder y la Llave del Wyrd entre sus pechos se fusionaron.

Rowan cayó de rodillas, y había una grieta dentro de su cabeza, como si el trueno se deslizara a
través de él.

Cuando Aelin abrió los ojos, se dio cuenta de que no era un trueno, sino el sonido de una puerta
que se abría de golpe.

Su rostro se volvió inexpresivo. Fría como las lagunas entre las estrellas. Y sus ojos…

Turquesa quemada brillante… alrededor de un núcleo de plata. Sin ningún toque de oro para ser
encontrado.

—Esa no es Aelin —susurró Fenrys.

Una débil sonrisa floreció en su boca, nacida de la crueldad y la arrogancia, y examinó la cadena de
hierro envuelta alrededor de su muñeca.

El hierro se derritió, el mineral fundido chisporroteando a través de la cubierta de madera y en la


oscuridad por debajo. La criatura que miraba a través de los ojos de Aelin enrolló sus dedos en un
puño. La luz se filtraba entre sus dedos apretados.

Luz blanca fría. Zarcillos parpadearon, plata llameante…

—Aléjate —le advirtió Gavriel—. Aléjate y no mires.

Gavriel estaba de rodillas, con la cabeza inclinada y los ojos apartados. Fenrys siguió su ejemplo.

—Deanna —susurró Rowan. Ella dirigió los ojos a él en pregunta y confirmación.

Y ella le dijo, con una voz que era profunda y hueca, joven y vieja:

—Cada llave tiene una cerradura. Dile a la Reina Que Fue Prometida que la recupere pronto, porque
todos los aliados del mundo no harán ninguna diferencia si ella no maneja la Cerradura, si ella no
pone esas llaves en ella. Dile que la llama y el hierro, enlazados juntos, se funden en plata para
saber lo que debe ser encontrado. Un simple paso es todo lo que necesitará.

Entonces apartó la vista de nuevo.

Y Rowan se dio cuenta de cuál era el poder en su mano. Se dio cuenta de que la llama que ella
desataría sería tan fría que ardería, se dio cuenta de que era el frío de las estrellas, el frío de la luz
robada.

No fuego salvaje, sino fuego de la luna.

l
En un momento estaba allí. Y entonces no lo estaba.

Y luego fue empujada a un lado, encerrada en una caja sin llave, y el poder no era suyo, su cuerpo
no era suyo, su nombre no era suyo.

Y ella podía sentir al Otro allí, llenándola, riéndose en silencio mientras se maravillaba del calor del
sol en su rostro, de la húmeda brisa marina que cubría sus labios con sal, ante el dolor de la mano
ahora sanada de su herida.

Había transcurrido tanto tiempo desde que el Otro sintió esas cosas, las había sentido enteramente
y no como algo intermedio y diluido.

Y esas llamas… sus llamas y su amada magia… ahora le pertenecían al Otro.

A una diosa que había caminado por la puerta temporal que colgaba entre sus pechos y se apoderó
de su cuerpo como si fuera una máscara para usar.

No tenía palabras, porque no tenía voz, ni yo, ni nada–

Y solo podía mirar a través de una ventana mientras sentía a la diosa, que tal vez no la había
protegido, sino que la había perseguido toda su vida, pues en este momento, en esta oportunidad,
examinaba la oscura flota que estaba por delante.

Tan fácil de destruir.

Pero más vida brillaba, detrás. Más vida para borrar, para oír sus gritos agonizantes con sus propios
oídos, para presencia de primera mano lo que era dejar de ser de una manera que lo diosa nunca
podría…

Observó cómo su propia mano, envuelta en una llama blanca y palpitante, comenzó a moverse
desde donde había estado dirigida hacia la oscura flota.

Hacia la ciudad desprotegida en el corazón de la bahía.

El tiempo se desaceleró y se estiró mientras su cuerpo giraba hacia esa ciudad, mientras su propio
brazo se levantaba, su puño apuntando hacia el corazón. Había gente en los muelles, los vástagos
de un clan pedido, algunos corriendo de la pantalla de fuego que desencadenó momentos atrás.
Sus dedos comenzaron a desplegarse.

—¡No!

La palabra era un rugido, una súplica, y la plata y el verde brillaron en su visión.

Un nombre. Un nombre resonó a través de ella mientras se lanzaba en la trayectoria de ese puño,
ese fuego lunar, no solo para salvar a los inocentes en la ciudad, sino para salvar a su alma de la
agonía si ella los destruía a todos–
Rowan. Y como su rostro quedó claro, su tatuaje bajo el sol, cuando ese puño lleno de inimaginable
poder ahora se abría hacia su corazón–

No había fuerza en ningún mundo que pudiera mantenerla contenida.

Y Aelin Galathynius recordó su propio nombre cuando se estrelló contra la jaula en la que la diosa
la había empujado, mientras agarraba a esa diosa por la maldita garganta y la lanzaba hacia fuera,
a través de ese agujero que la infiltró y lo selló–

Aelin se aferró a su cuerpo, a su poder.

Fuego como el hielo, el fuego robado de las estrellas–

El pelo de Rowan seguía moviéndose mientras se estrellaba contra su puño desenrollado.

El tiempo se lanzó de nuevo, lleno y rápido e implacable. Aelin solo tenía suficiente para arrojarse
de lado, para mover el puño ahora abierto, apuntarlo a cualquier parte menos a él–

El barco debajo de ella, el centro y el flanco izquierdo de la flota oscura más allá de ella, y el borde
exterior de la isla detrás de él estallaron en una tormenta de fuego y hielo.
Capítulo 36
Traducido por Akasha San

Corregido por Cotota

No era tan tranquilo debajo de las olas, incluso cuando los apagados sonidos de los gritos, de la
colisión, de la muerte hicieron eco hasta ella.

Aelin se hundió, de la misma manera en la que se había hundido en su poder, el peso de la llave del
Wyrd alrededor de su cuello como una pesada carga.

Deanna. Ella no sabía cómo, no sabía por qué.

La Reina Que Fue Prometida.

Sus pulmones obstruidos y quemados.

Shock. Tal vez había entrado en shock.

Se hundió más, tratando de encontrar su camino de regreso a su cuerpo, a su mente.

El agua salada picó sus ojos.

Una mano grande y fuerte agarro la parte posterior de su cuello y tiró, remolcándola en brazos con
movimientos constantes.

Que había hecho, que había hecho, que había hecho…

La luz y el aire explotaron a su alrededor, y la mano que la sujetaba por el cuello ahora rodeaba su
pecho, tirando de ella contra un duro cuerpo masculino, manteniendo su cabeza por encima de las
turbulentas olas.

—Te tengo —dijo una voz que no era la de Rowan.

Otros. Debía de haber otros en el barco, y ella había hecho bien en matarlos a todos.

—Majestad —dijo el hombre, una pregunta y una tranquila orden.

Fenrys. Ese era su nombre.

Ella parpadeó, y su nombre, su título, su destructivo poder la golpearon al regresar, el mar y la


batalla y la amenaza del enjambre de Morath.

Más tarde. Más tarde se ocuparía de esa diosa en celo que había pensado usarla como una sacerdo-
tisa. Más tarde, contemplaría cómo destrozaría cada mundo hasta dar con Deanna y hacerla pagar.

—Espera —dijo Fenrys por sobre el caos que se filtraba: hombres gritando, el gemido de cosas al
romperse, el crujir de las llamas—. No te sueltes.

Antes de que pudiera recordar cómo hablar, se desvanecieron en la nada. En una oscuridad que era
sólida e insustancial y que la apretó con fuerza.

Entonces estaban de nuevo en el agua, flotando entre las olas mientras se reorientaba y escupía
en busca de aire. Se habían movido, de alguna manera habían saltado distancias, juzgando por el
panorama completamente diferente de restos flotando alrededor de ellos.

Fenrys la sostuvo contra él, su intrincado tatuaje. Cualquiera que fuera la magia que poseyera para
moverlos entre distancias cortas se llevó todo lo que tenía. Contuvo una profunda respiración.

Entonces se hundieron de nuevo, dentro de la oscuridad, vacío, y sin embargo apretado. Solo pa-
saron un par de latidos antes de que el agua y el cielo regresaran.

Fenrys gruñó, apretando el brazo alrededor de ella mientras nadaba con el otro hacia la orilla,
apartando los escombros. Su respiración era ahora un sonido áspero y húmedo. Cualquiera que
fuera su magia, la gastó.

Pero Rowan, dónde estaba Rowan…

Ella hizo un sonido que podría haber sido su nombre, podría haber sido un sollozo.

Fenrys jadeó.

—Él está en el arrecife, está bien.

Ella no le creyó. Golpeó el brazo del guerrero Fae hasta que la soltó, se deslizó en las frías aguas
abiertas y giró hacia el lugar donde Fenrys se dirigía. Otro débil sonido salió de ella cuando vio a
Rowan de pie en el arrecife con el agua hasta las rodillas. Su brazo ya estaba extendido hacia ella,
a pesar de que aún les separaban treinta metros.

Bien. Ileso. Vivo. Un Gavriel igualmente empapado a su lado, frente a ella…

Oh dioses, oh dioses.

La sangre manchaba el agua. Había cuerpos por todas partes. La flota de Morath…

La mayor parte se había ido. Nada más que oscura madera astillada a través del archipiélago y pe-
dazos quemados de tela y cuerda. Sin embargo, tres naves permanecieron.

Tres naves que ahora convergían en las ruinas del Dragón del Mar, acercándose, como las nubes
de una tormenta.

—Tienes que nadar —gruñó Fenrys a su lado, su dorado cabello empapado pegado a su cabeza—.
Ahora mismo. Tan rápido como puedas.
Ella giró la cabeza hacia él, parpadeando para alejar el escozor del agua salada.

—Nada ahora —gruñó Fenrys, unos caninos se divisaron en el agua, y ella no se permitió conside-
rar que estaba rondando por debajo de ellos mientras él la tomaba nuevamente del cuello y prácti-
camente la aventaba hacia adelante.

Aelin no esperó. Se concentró en el brazo extendido de Rowan mientras nadaba, su cara mostraba
una cuidadosa calma, el comandante en una batalla. Su magia estaba agotada, su magia era una
tierra baldía y la de él… ella le había robado su poder.

Piensa en eso más adelante. Aelin empujó hacia abajo y pasó por debajo de grandes trozos de es-
combro, pasó…

Pasó cadáveres. Los hombres de Rolf. Muertos en el agua. ¿Estaría el capitán entre ellos en alguna
parte?

Probablemente había matado a su primer y único aliado humano en esta guerra, y a su único cami-
no directo a la Cerradura. Y si las noticias de su muerte se propagaban…

—¡Más rápido! —ladró Fenrys.

Rowan envainó la espada, sus rodillas se doblaron.

Entonces él estaba nadando hacia ella, rápido y suave, pasando entre y debajo de las olas, el agua
parecía desprenderse de él. Ella quería gruñir que podía hacerlo sola, pero…

La alcanzó, no pudo decir nada antes de que se deslizara detrás de ella. Ayudándola al igual que
Fenrys.

¿Y qué podía hacer él en el agua sin su magia, contra las enormes fauces abiertas de un wyvern
marino?

Ignoró la sensación aplastante en su pecho y se precipitó por el arrecife, Gavriel esperaba donde
Rowan había estado. Debajo de ella, la plataforma del coral apareció por fin, y ella casi sollozó, sus
músculos temblaban cuando Gavriel se agachó para que ella pudiera alcanzar su mano extendida.

El León fácilmente la arrastró fuera del agua. Sus rodillas se doblaron tan pronto como sus botas
se estabilizaron en las irregulares cabezas del coral, pero Gavriel mantuvo su agarre sobre ella,
dejando que se apoyara en él sutilmente. Rowan y Fenrys estaban afuera un latido después, y el
príncipe estaba instantáneamente ahí, con las manos sobre su cara, su pelo empapado nuevamente
manchado, escaneando sus ojos.

—Estoy bien —carraspeó ella, con la voz ronca. Por la magia o la diosa o el agua salada que había
tragado—. Soy yo.

Eso fue suficiente para Rowan, quien miraba las tres naves que se dirigían hacia ellos.

A su otro lado, Fenrys se había doblado, jadeaba con las manos sobre las rodillas. Levantó su
cabeza para mirarla, su pelo goteaba, pero le dijo a Rowan.
—Estoy agotado, tendremos que esperar hasta que me recupere o nadar hasta la orilla.

Rowan le dio un rápido movimiento de cabeza que Aelin interpretó como una señal de entendimiento
y agradecimiento, y entonces miró hacia atrás. El arrecife parecía ser una extensión de la negra costa
rocosa muy por detrás de ellos, pero con la marea, tendrían que nadar por tramos. Arriesgándose
a lo que estuviera debajo del agua…

Debajo del agua. Con Lysandra.

No había señales del wyvern o del dragón.

Aelin no sabría decir si eso era algo bueno o malo.

Aelin y los machos Fae habían llegado al arrecife y ahora estaban encima de él con el agua hasta
las rodillas.

Lo que sea que había sucedido… había ido horriblemente mal. Tan mal que Lysandra podría haber
jurado una feroz, salvaje presencia que olvidó esquivar su larga sombra mientras el mundo arriba
explotaba.

Cayó del coral, la corriente rompiendo y arremolinándose. Madera y cuerda y lona llovieron en la
superficie, algunos hundiéndose profundamente. Luego aparecieron cuerpos y brazos y piernas.

Sin embargo… ahí estaban el capitán y su comandante luchando contra los restos flotantes que los
enredaban, tratando de arrastrarlos hacia el fondo arenoso.

Sacudiendo su sorpresa, Lysandra se deslizo hacia ellos.

Rolfe y su hombre se congelaron cuando se acercó, buscando armas a los lados debajo de las olas.
Sin embargo, ella alejó los restos que seguramente los hubiera ahogado, a continuación, empezó a
nadar de regreso, dejó que se agarraran a ella. No tenía mucho tiempo…

Rolfe y su comandante se aferraron a sus piernas, adhiriéndose como percebes mientras ella los
propulsaba a través del agua, pasando las ahora ennegrecidas ruinas. En el lapso de un minuto ella
los dejó sobre una pared de rocas, y emergió sólo el tiempo suficiente para engullir una respiración
antes de la inmersión.

Había más hombres luchando en el agua. Ella se unió a ellos, esquivando escombros, hasta…

La sangre manchaba el agua. Y no de los chorros que habían estado tiñendo el agua antes de que
el barco explotara.

Grandes, turbulentas nubes de sangre. Como si unas grandes mandíbulas se hubieran cerrado al-
rededor de un cuerpo y hubieran puesto presión.

Lysandra se lanzó hacia adelante, su poderosa cola golpeando de ida y vuelta, su cuerpo ondulante,
compitiendo contra los tres botes que se dirigían hacia los sobrevivientes. Tenía que actuar ahora,
mientras los wyverns estaban distraídos saciándose.

El hedor del barco negro le llegó incluso bajo las olas. Como si la negra madera hubiera sido bar-
nizada en sangre podrida.

A medida que se acercaba a la parte baja de una de las naves, dos poderosas sombras tomaron
forma en el azul.

Lysandra sintió caer su atención sobre ella al momento que su cola golpeo el casco.

Una vez. Dos veces.

Madera rompiéndose. Gritos amortiguados provenientes de arriba.

Retrocedió, tomó impulso, y golpeo con su cola el casco por tercera vez.

La madera se rompió y se astilló, arrancándole escamas, pero el daño estaba hecho. El agua estaba
siendo aspirada más allá de ella, más y más, derramándose a través de la madera como una herida
mortal que iba creciendo. Dio marcha atrás, lejos de la tracción del agua, hacia abajo, abajo y abajo
mientras los dos wyverns que se daban un frenético festín de hombres se detuvieron.

Lysandra corrió hacia el próximo barco. Debía lograr que los barcos se hundieran, así sus aliados
podrían con los soldados que fueran saliendo nadando del agua uno por uno.

La segunda nave fue más prudente.

Lanzas y flechas silbaron a través del agua, hacia ella. Se lanzó al suelo arenoso, entonces, se im-
pulsó hacia arriba, arriba, arriba, arriba, hacia el vulnerable vientre de la nave, preparó su cuerpo
para el impacto…

Otro impacto la alcanzó antes de que llegara a la nave.

Más rápido de lo que podía percibir, deslizándose desde uno de los lados de la nave, el wyvern
marino se lanzó hacia ella.

Garras rompieron y cortaron, y ella giró por instinto, azotando su cola tan fuerte que el wyvern
cayó al agua provocando borbotones.

Lysandra se lanzó hacia atrás, consiguiendo una vista del wyvern mientras este la miraba desde
abajo.

Oh, dioses.

Era casi dos veces su tamaño, hecho del más oscuro azul, su parte inferior blanca salpicada de azul.
El cuerpo era parecido al de una serpiente, alas apenas más grandes que aletas a lo largo de los
costados. No hecho para la velocidad o viajes largos, pero… pero para ser largo, con garras curvea-
das, de grandes fauces ahora abiertas, saboreando la sangre y la sal y la esencia de ella, revelaban
dientes delgados y afilados como los de una anguila.

Colmillos en forma de gancho. Para sujetar y destrozar.

Detrás del wyvern, otro se unió a la formación.

Los hombres pataleaban y gritaban por encima de su cabeza. Si no conseguía hundir las naves
enemigas…

Lysandra apretó sus alas a sus costados. Deseo haber tomado una bocanada más grande de aire,
haber llenado sus pulmones al tope de su capacidad. Abanicando con su cola la corriente, dejó que
la sangre de donde la madera de la nave había atravesado su piel fluyera hacia ellos.

Supo el momento en que la sangre llegó a ellos.

El momento en el que supieron que no era un animal ordinario.

Entonces Lysandra se sumergió.

Rápido y con fluidez, Lysandra se sumergió en las profundidades. Si hubieran sido criados para
matar, entonces ella hubiera tenido que ser más rápida.

Lysandra se deslizo debajo de ellos, pasando bajo sus sombras antes de que ellos pudieran siquiera
girar. Se dirigió a mar abierto.

Vamos, vamos, vamos–

Como una jauría tras una liebre, le dieron caza.

Había un banco de arena flanqueado por arrecifes justo al norte.

Se dirigió hacia allí, nadando como el infierno.

Uno de los wyverns era más rápido que el otro, lo suficiente para que el chasquido de sus fauces
agitara el agua en su cola–

El agua se volvió más clara, más brillante. Lysandra se impulsó en línea recta al arrecife que se
asomaba por encima de las profundidades, un pilar de vida y actividad. Giró alrededor del banco
de arena…

Otro wyvern apareció delante de ella, el segundo se mantenía cerca de su cola.

Muy listos.

Pero Lysandra se arrojó a un lado, a las aguas poco profundas del banco de arena, y dejó que el
movimiento la impulsara, una y otra vez, cerca y más cerca a la estrecha lengua de arena. Clavó su
garrar profundamente, buscando agarre, arena rociándola y formando una costra en ella, y había
dejado su cola levantada, su cuerpo mucho más pesado fuera del agua.
El wyvern que había pensado atraparla con la guardia baja rodeando el banco de arena en la otra
dirección se impulsó fuera del agua y cayó en el banco de arena.

Ella atacó, rápida como una cobra.

Dejando su cuello expuesto, ella clavó sus dientes alrededor y apretó.

Se sacudió, sacudió su cola, pero ella apretó hasta llegar a la espina dorsal. Arqueo su espalda
cuando ella rompió su cuello.

Sangre negra con sabor a carne rancia le inundó la garganta.

Soltando al wyvern muerto, escaneo las aguas color turquesa, los restos flotantes, las dos naves
restantes y el puerto–

¿Dónde estaba el segundo wyvern? ¿Dónde diablos estaba?

Bastante listo, se dio cuenta, para saber cuándo la muerte estaba sobre él y buscar una presa más
fácil.

Eso era la aleta dorsal con espinas que se estaba sumergiendo. Con dirección a…

Donde se encontraban Aelin, Rowan, Gavriel y Fenrys encima del arrecife, espadas desenvainadas,
rodeados en todos sus flancos por agua.

Lysandra se sumergió en las olas, arena y sangre se quedaron atrás. Uno más… sólo un wyvern
más, entonces podría ocuparse de hundir las naves…

El wyvern restante alcanzo el afloramiento del coral, ganando velocidad, como si quisiera saltar del
agua y tragarse a la reina.

No llegó a más de veinte metros de la superficie.

Lysandra se arrojó contra él, ambos golpearon el coral con tanta fuerza que se estremeció debajo de
ellos. Pero ella enterró sus garras en la espina del wyvern, su boca alrededor de su nuca, sacudiendo,
dando todo por la canción de supervivencia, por los gritos que demandaban a su cuerpo matar,
matar, matar–

Cayeron a aguas abiertas, el wyvern aun peleaba, el agarre de su cuello se estaba perdiendo–

No. Un barco de guerra se cernió sobre ellos, y Lysandra se hundió en lo más profundo, reunió toda
su fuerza mientras extendía sus alas y se impulsaba hacia arriba–

Golpeó el casco del barco que ahora estaba sobre ellos con el wyvern. La bestia rugió con furia.
Golpeó otra y otra vez. El casco crujió. Al igual que el cuerpo del wyvern.

Observó a la bestia quedarse inerte. Observó como el agua entraba a raudales por el casco ahora
roto de la nave. Escucho a los soldados a bordo comenzar a gritar.

Aflojo su agarre sobre la bestia y la dejo irse al fondo del mar.


Una nave más. Solo una nave más…

Estaba tan cansada. Cambiar después no sería posible por unas horas.

Lysandra salió a la superficie, respiró, preparándose.

Los gritos de Aelin la alcanzaron antes de que pudiera sumergirse de nuevo.

Pero no eran de dolor… eran de advertencia. Una palabra, una y otra vez. Una palabra para ella.

Nada.

Lysandra giró la cabeza hacia donde la reina estaba de pie sobre el arrecife. Pero Aelin estaba
apuntando detrás de Lysandra. No hacia la nave que quedaba… hacia el mar abierto.

Donde tres grandes formas rompían a través de las olas, dirigiéndose hacia ella.
Capítulo 37
Traducido por Akasha San

Corregido por Cotota

La reina de Aedion estaba en el arrecife, Rowan a su lado, su padre y Fenrys flanqueándolos. Rolfe
y la mayoría de sus hombres estaban en el lado opuesto de la bahía a la boca del arrecife.

Y a través del canal entre ellos…

Una nave de guerra.

Un dragón marino.

Y tres wyverns de mar.

Wyverns de mar adultos. Los primeros dos… no habían llegado a crecer completamente.

—Oh, mierda —el centinela que estaba junto a Aedion en la torre de vigilancia empezó a malde-
cir—. Oh, mierda. Oh, mierda. Oh, mierda.

Los wyverns marinos que Rolfe había reclamado, irían al fin del mundo para matar a quien hubie-
ra matado a su descendencia. Sólo estar en el corazón del continente le habría salvado, e incluso
entonces, las aguas nunca volverían a ser seguras.

Y Lysandra había matado a dos.

Parecía que no habían llegado por si solos. Y de los vítores de los soldados Valg a bordo de la nave
restante… había sido una trampa. Las crías habían sido la carnada.

Las crías habían sido solo un poco más grandes que Lysandra. Los adultos, eran tres veces su ta-
maño.

Más largos que la nave de guerra ahora ahí, los arqueros disparaban a los hombres que intentaban
nadar hasta la orilla en el canal que se había convertido en una trampa mortal para el dragón ma-
rino verde.

El dragón marino verde que se encontraba entre las tres monstruosas criaturas y su reina, varada
en esas rocas sin una pizca de magia en sus venas. Su reina, gritando una y otra vez a Lysandra que
nadara, que cambiara, que huyera.

Pero Aedion había visto a Lysandra tomar la forma de las dos crías.

En la segunda se había quedado rezagada. Y él había visto sus transformaciones tan a menudo en
los últimos meses para saber que no podría cambiar lo suficientemente rápido ahora, tal vez no
tenía siquiera la fuerza necesaria para hacerlo.

Estaba atrapada en su forma, tanto como sus compañeros lo estaban en el arrecife. Y si Lysandra
intentaba siquiera llegar a la orilla… él sabía que los wyverns la alcanzarían antes de ella pudiera
llegar a aguas poco profundas.

Cada vez más rápido, los tres wyverns se acercaron. Lysandra permaneció en la boca de la bahía.

Manteniendo la línea.

El corazón de Aedion se detuvo.

—Está muerta —uno de los centinelas masculló entre dientes—. Oh, dioses. Está muerta–

—Cierra tú maldita boca —gruñó Aedion, observando la bahía, deslizándose en ese frío y calculador
lugar que le permitía tomar decisiones en las batallas, sopesando costos y riesgos.

Dorian, sin embargo, tuvo una idea antes que él.

Al otro lado de la bahía, con una mano levantada y brillante como una estrella, Dorian señalaba a
Lysandra una y otra vez con su poder. Ven, ven, ven, el rey parecía estar llamándola.

Los tres wyverns se hundieron bajo las olas.

Lysandra giró, hundiéndose…

Pero no hacia Dorian.

Aelin dejó de gritar. Y la magia de Dorian se apagó.

Aedion solo observó como la sombra cambiaba de forma mientras se disparaba hacia los tres
wyverns, encontrándolos de frente.

Los tres wyverns se irguieron, la garganta de Aedion se secó.

Y por primera vez, odio a su prima.

Odio a Aelin por haberle pedido esto a Lysandra, pedirle defenderlos y asegurar que los Mycenianos
pelearan por Terrasen. Odio a las personas que habían dejado cicatrices tales en Lysandra que
estaba dispuesta a tirar su vida. Odiaba… se odiaba a si mismo por estar atrapado en esta inútil
torre, con un arma de guerra capaz de sólo un disparo a la vez.

Lysandra puso como objetivo al wyvern del medio, y cuando solo cien metros los separaban, giró
hacia la izquierda.

Rompieron la formación, uno buceaba poco profundo, uno se mantuvo en la superficie, y el otro
se hundió de nuevo. Querían encerrarla. Encerrarla en un punto desde donde la tuvieran atrapada
desde cualquier ángulo y entonces partirla en pedazos. Sería sucio y cruel.
Lysandra se disparó a través del canal. En trayectoria recta…

Directamente hacia la nave de guerra restante.

Hubo una lluvia de flechas dirigidas a ella.

La sangre fluyo desde donde algunas flechas atravesaron sus escamas de jade.

Ella siguió nadando, su sangre mantenía a los wyverns cerca de ella, el que estaba más cerca de
la superficie, en un frenesí, impulsándose a sí mismo para saborear más de su sangre, morderla…

Lysandra se acercó a la nave, tomando flecha tras flecha y saltó fuera del agua.

Chocó contra los soldados y la madera del mástil, laminado, retorciéndose, y destrozando, los
mástiles gemelos rompiéndose bajo su cola.

Golpeó el otro lado, se hundió en un movimiento, sangre roja brillante por todos lados.

El wyvern a su espalda dio un poderoso salto hacia el barco describiendo un arco que le quitó
el aliento a Aedion. Pero con los tocones dentados de los mástiles apuntando hacia arriba como
lanzas…

El wyvern cayó justo encima con un crujido que Aedion escucho a través de la bahía.

Peleó, pero ahora la madera se encontraba atravesándolo y saliendo por su espalda.

Y debajo del enorme peso… la nave empezó a agrietarse y hundirse.

Lysandra no perdió tiempo estudiando la situación, y Aedion apenas podía respirar mientras ella
se disparó de nuevo a través de la bahía, los dos wyverns estaban tan horriblemente cerca que sus
estelas se combinaban.

Uno se sumergió, las profundidades se lo tragaron. Pero el segundo, continuaba a su cola…

Lysandra dirigió a uno hasta el alcance de Dorian.

Se acercó lo más que pudo a la orilla y a la torre, trayendo al segundo wyvern con ella. El rey
extendió ambas manos.

El wyvern continuó más allá, solo para azotar el agua convertida en hielo. Hielo sólido, como nunca
había existido.

Los centinelas junto a Aedion se quedaron en silencio. El wyvern rugió, tratando de liberarse, pero
el hielo del rey lo aprisionó más, atrapándolo. Cuando la bestia dejó de moverse, escarcha en forma
de escamas lo cubrían del hocico hasta la cola.

Dorian lanzó un grito de guerra.

Y Aedion tuvo que admitir que el rey no era tan inútil después de todo, cuando la catapulta detrás
de Dorian, y la roca del tamaño de un vagón fue lanzada hacia la bahía.
Justo encima del wyvern congelado.

La roca encontró hielo y carne. Y el wyvern se rompió en mil pedazos.

Rolfe y sus hombres estaban vitoreando, gente vitoreaba desde los muelles de la ciudad.

Pero aún quedaba un wyvern a la izquierda del puerto. Y Lysandra estaba…

Ella no tenía idea de donde estaba el wyvern.

El alargado cuerpo color verde golpeó el agua, sumergiéndose bajo las olas, casi frenético.

Aedion escaneó la bahía, girando en la silla de artillería mientras lo hacía, buscando alguna pista
de la colosal y oscura sombra

—¡A TU IZQUIERDA! —rugió Gavriel a través de la bahía, la magia, sin duda, amplificaba su voz.

Lysandra giró y allí estaba el wyvern, acelerando desde las profundidades, como si fuera un tiburón,
emboscando a su presa.

Lysandra comenzó a moverse. Un campo de restos flotantes se extendía a su alrededor, las naves
hundidas de sus enemigos como islas de la muerte, y allí había una cadena… si pudiera llegar a ella
y escalar… no, era demasiado pesada, demasiado lenta.

Se acercó de nuevo hacia la torre de Dorian, pero el wyvern no se acercaba. Sabía la fatalidad que
le esperaba ahí. Se mantuvo fuera del rango de alcance, jugando con ella mientras regresaba al
campo de escombros entre las naves enemigas. Hacia el mar abierto.

Aelin y los otros observaban con impotencia desde el afloramiento del arrecife mientras los dos
monstruos se deslizaban, el wyvern lanzaba pedazos de casco roto y mástiles al aire, destinados a
la cambia formas.

Uno golpeo a Lysandra en el costado y ella se hundió.

Aedion se levantó de su asiento, un grito en sus labios. Pero ahí estaba ella, sangre fluyendo a medida
que avanzaba y avanzaba, mientras conducía al wyvern a través del corazón de los escombros, luego
dio un giro, cerrado. El wyvern la siguió a través de la sangre que enturbiaba el agua, lanzando un
chorro de arena que ella esquivó ágilmente.

Lo había sumido en un frenesí de sangre.

Y Lysandra, maldita sea, lo guio hacia los restos de las naves enemigas, donde soldados Valg
trataban de salvarse. El wyvern pasó a través de soldados y madera como si no fueran más que
velos de gasa.

Saltando a través del agua, girando alrededor de escombros y coral y cuerpos, el sol brillando sobre
verdes escamas y sangre escarlata, Lysandra guio al wyvern en una danza de la muerte.

Cada movimiento más lento a medida que su sangre goteaba en el agua.


Y entonces, cambio de dirección. Dirigiéndose a la bahía. Hacia la cadena.

Giró hacia el norte, hacia él.

Aedion examinó la masiva lanza delante de él.

Doscientos cincuenta metros de aguas abiertas la separaban del alcance de su flecha.

—NADA —Aedion rugió aún si ella no podía escucharlo—. ¡NADA, LYSANDRA!

El silenció se extendió por toda la Bahía de la Calavera mientras el dragón color jade nadaba por
su vida.

El wyvern la estaba alcanzando, buceando por debajo.

Lysandra pasó por debajo de los eslabones de la cadena, y la sombra del wyvern se extendió debajo
de ella.

Tan pequeña. Ella era tan pequeña comparada con él, una mordida era todo lo que bastaba.

Aedion se obligó a sentarse de nuevo en la silla de artillero, sujetado las palancas y haciendo girar
la máquina mientras ella nadaba y nadaba hacia él.

Un disparo. Eso era todo lo que él tendría. Un maldito tiro.

Lysandra se lanzó hacia adelante, y Aedion sabía que ella era consciente de que la muerte se cernía
sobre ella. Sabía que ella estaba forzando ese corazón de dragón marino hasta casi detenerlo. Sabía
que el wyvern había alcanzado el fondo y ahora se lanzaba hacia arriba, arriba, arriba hacia su
vulnerable vientre.

Unos cuantos metros más, solo unos cuantos latidos más.

El sudor se deslizó por la frente de Aedion, su corazón latía tan violentamente que lo escuchaba
como si fueran truenos. Movió la lanza, ligeramente, ajustando su puntería.

El wyvern salió de las profundidades, fauces abiertas, listo para cortarla por la mitad de un tajo.

Lysandra entró en el rango de alcance y saltó, un salto limpio que la sacó del agua, toda escamas
brillantes y sangre. El wyvern saltó tras ella, agua fluyendo de sus fauces abiertas al tiempo que se
eleva.

Aedion disparó, golpeando las palmas en las palancas.

El largo cuerpo de Lysandra se arqueó alejándose de las fauces mientras el wyvern salía limpiamente
del agua, dejando al descubierto su blanca garganta.

La masiva lanza de Aedion la atravesó limpiamente.

Sangre brotó de las fauces abiertas, y los ojos de la criatura de desviaron cuando cayó hacia atrás.
Lysandra chocó contra el agua, provocando un penacho tan alto que bloqueó la vista de ambos
mientras caían al mar.

Cuando el agua se calmó, no había más que su sombra, y una creciente mancha de sangre negra.

—Usted… Usted… —balbuceó el centinela.

—Vuelvan a cargar —ordenó, de pie en su asiento mientras escaneaba el agua burbujeante.

Dónde estaba ella, dónde estaba ella…

Aelin se alzó sobre los hombros de Rowan, escaneando la bahía.

Y entonces, una cabeza verde asomó a la superficie. Sangre negra se pulverizó en el aire cuando
sacó la cabeza cortada del wyvern del agua.

Vítores, desenfrenados y salvajes vítores, explotaron de todos los rincones de la bahía.

Pero Aedion ya se encontraba corriendo, saltando la mitad de las escaleras que lo llevarían hacia
la playa, hacia donde Lysandra nadaba, su sangre reemplazando el licor negro que teñía el agua.

Tan lento, cada uno de sus movimientos era tan dolorosamente lentos. Perdió su rastro mientras
descendía por debajo de la línea de árboles, su pecho pesaba.

Raíces y piedras arrancadas a su paso, pero sus veloces pies Fae volaron sobre el suelo hasta que se
convirtió en arena, hasta que la luz rompió a tabes de los árboles, y ahí estaba ella, tumbada sobre
la playa, sangrando por todas partes.

Más allá de ellos, en la bahía, el Rompedor de Barcos atracó, y la flota de Rolfe fue a recoger a los
soldados sobrevivientes, y salvar a cualquiera de los suyos que siguiera ahí afuera.

Vagamente señaló hacia Aelin y los otros, dentro del agua, nadando hacia la tierra.

Aedion cayó de rodillas, haciendo una mueca cuando lanzó arena sobre ella. Su cabeza era casi tan
grande como él, pero sus ojos… esos ojos verdes, del mismo color que sus escamas…

Llenos de dolor. Y cansancio.

Levantó una mano hacia ella, pero ella mostró sus dientes, un gruñido bajo deslizándose fuera de
ella.

Él levanto las manos, alejándolas.

No era la mujer la que lo miraba, era la bestia en la que se había convertido. Como si se hubiera
entregado completamente a sus instintos, había sido la única forma para sobrevivir.

Tenía heridas y cortes por todos lados. Goteaba sangre, empapando la blanca arena.

Rowan y Aelin, uno de ellos podían ayudarla. Si pudieran convocar su magia después de lo que la
reina había hecho. Lysandra cerró sus ojos, su respiración entrecortada.
—Abre tus malditos ojos —gruñó Aedion.

Ella gruño de vuelta, pero abrió uno de sus ojos.

—Ya llegaste muy lejos. No mueras en esta decadente playa.

El ojo se entrecerró, con un toque de temperamento femenino. Tenía que traer a la mujer de vuelta.
Que tomara el control. O la bestia nunca los dejaría acercarse lo suficiente para ayudarla.

—Puedes agradecerme cuando tu pateado trasero se cure.

Una vez más, el ojo lo observó con cautela, un parpadeo de temperamento. Pero el animal prevalecía.

Aedion arrastró las palabras, incluso cuando su alivio comenzaba a romper su máscara de calmada
arrogancia.

—La mitad de los inútiles centinelas de la torre de vigilancia se han enamorado de ti —mintió—.
Uno dijo que quería casarse contigo.

La bestia dio un gruñido bajo. Se apoyó en un pie, pero mantuvo el contacto visual mientras sonreía.

—¿Pero sabes lo que les dije? Les dije que ninguno de ellos tenía ninguna maldita posibilidad —
Aedion bajo la voz, manteniendo su dolorida y exhausta mirada—. Porque yo me casaré contigo
—le prometió—, algún día. Me casaré contigo. Seré generoso y te dejaré elegir cuando, aun si es
dentro de diez años. O veinte. Pero un día, serás mi esposa.

Sus ojos se estrecharon, en lo que solo podía llamar indignación y exasperación femeninas.

Él se encogió de hombros.

—Princesa Lysandra Ashryver suena bien, ¿no?

Entonces el dragón resopló. Divertido. Exhausto, pero… divertido.

Abrió sus mandíbulas, como si tratara de hablar, pero se dio cuenta de que no podía en ese cuerpo.
Sangre de filtró a través de sus enormes dientes y se estremeció de dolor.

Olas rompiéndose y estrellándose, y ahí estaban Aelin y Rowan, y su padre y Fenrys. Todos ellos
empapados, cubiertos de arena y grises como la muerte.

Su reina alcanzó a Lysandra con un sollozo, arrojándose a la arena antes de que Aedion pudiera
advertirle.

Pero Lysandra solo hizo una mueca cuando la reina puso una mano sobre ella, diciendo una y otra
vez:

—Lo siento, lo siento tanto.

Fenrys y Gavriel, quienes tal vez habían salvado su vida con ese grito amplificado acerca de la
ubicación de los wyverns, se detuvieron cerca de la línea de árboles mientras Rowan se acercaba,
inspeccionando las heridas.

Fenrys vio la mirada de Aedion, vio la advertencia en su cara, si alguno se acercaba a la cambia
formas, y dijo:

—Ese fue un tiro endemoniadamente bueno, muchacho —su padre asintió en silencio con la cabeza.

Aedion los ignoró a ambos. Cualquiera que fuera la magia de su prima y de Rowan que se había
agotado, estaba restaurada. Las heridas de la cambia formas estaban de pronto cerradas, una por
una. Despacio, dolorosamente despacio, pero… el sangrado se detuvo.

—Perdió mucha sangre —observó Rowan hacia ninguno de ellos en particular—. Demasiada.

—Nunca había visto algo así en mi vida —murmuró Fenrys. Ninguno de ellos lo había hecho.

Aelin estaba temblando, una mano en su amiga, su cara tan blanca y diciéndoles que eran
innecesarias las duras palabras que estuvieran guardando para ella. Su reina sabía el costo. Le
había tomado tanto tiempo confiar en ellos para hacer algo. Si Aedion la enfrentaba ahora, incluso
si aún lo anhelara… Aelin nunca podría delegar de nuevo. Porque si Lysandra no hubiera estado en
el agua cuando las cosas fueron tan, tan mal…

—¿Qué pasó? —Suspiró, capturando la mirada de Aelin—. ¿Qué demonios paso ahí afuera?

—Perdí el control —dijo Aelin con voz ronca. Como si no pudiera evitarlo, su mano se desvió hacia
su pecho. Donde, a través del blanco de su camisa, se podía distinguir el Amuleto de Orynth.

Entonces lo supo. Supo exactamente lo que Aelin llevaba. ¿Qué hubiera interesado tanto a Rolfe en
ese mapa, similar a la esencia Valg para hacer que viniera corriendo?

Supo porque había sido tan importante, tan vital, el arriesgarlo todo para obtenerlo de Arobynn
Hamel. Supo que había utilizado una llave del Wyrd hoy, y que eso casi los había matado a todos…

Él estaba temblando ahora, la ira había tomado el control. Pero Rowan le gruñó, bajo y viciosamente:

—Guárdalo para después —porque Fenrys y Gavriel se habían tensado, vigilando.

Aedion le gruñó de vuelta. Rowan le dio una mirada fría y constante que le dijo que en tanto
comenzara a hacer alusión a lo que llevaba la reina, le arrancaría la lengua. Literalmente.

Aedion reprimió la ira.

—No podemos llevárnosla, y está demasiado débil para cambiar.

—Entonces esperaremos aquí hasta que pueda hacerlo —dijo Aelin. Pero sus ojos se dirigieron a
la bahía, donde Rolfe estaba siendo ayudado en los barcos de rescate. Y a la ciudad poco más allá,
donde aún vitoreaban.

Una victoria, pero muy cercana a una derrota. Los sobrevivientes Mycenianos, salvados por uno
de sus dragones largo tiempo perdidos. Aelin y Lysandra habían convertido antiguas profecías en
hechos tangibles.
—Yo me quedaré —dijo Aedion—. Tú hazte cargo de Rolfe.

Su padre se ofreció a sus espaldas.

—Puedo conseguir algunos suministros de la torre de vigilancia.

—Bien —dijo él.

Aelin gimió, poniéndose de pie, pero bajó la mirada hacia él antes de tomar la mano extendida de
Rowan. Dijo suavemente.

—Lo siento.

Aelin se alejó sin más despedidas.

El León se mantuvo vigilando, manteniéndose fuera de vista y sin que lo escucharan mientras el
Lobo velaba por el dragón aún extendido sobre la playa.

Durante horas, el Lobo se mantuvo ahí. Mientras la marea limpiaba el puerto de sangre. Mientras
las naves del Señor de los Piratas enviaban a cualquier enemigo restante contra el aplastante azul.
Mientras la joven reina regresaba a la ciudad en el corazón de la bahía para manejar cualquier
turbulencia.

Una vez que el sol comenzó a ocultarse, el dragón se agitó, y poco a poco su forma brilló y se enco-
gió, sus escamas se suavizaron hasta el tono de su piel, su hocico se fundió en un rostro humano
impecable, y las rechonchas extremidades se alargaron en doradas piernas. La arena se pegó a su
cuerpo desnudo, y ella trató de levantarse y falló. El Lobo se movió entonces, arrojando su capa
alrededor de ella y la levanto en sus brazos.

La cambia formas no se opuso, y sus ojos se cerraron mientras el Lobo echaba a andar por la playa
hacia los árboles, con su cabeza apoyada contra su pecho.

El León permaneció fuera de la vista y mantuvo su oferta de prestar ayuda. Escondida en las pala-
bras que necesitó decir al Lobo, quien había derrotado a un wyvern marino con una flecha. Veinti-
cuatro años y ya era un mito susurrado sobre las fogatas.

Los eventos de hoy, sin duda, se contarían alrededor de fogatas en tierras donde el León no había
vagado en todos sus siglos.

El León observó al Lobo desvanecerse entre los árboles, con dirección a la cuidad al final del sen-
dero, la cambia formas, inconsciente en sus brazos.

Y el León se preguntó si él mismo sería mencionado en esas historias susurradas, si su hijo


permitiría alguna vez que el mundo supiera quien lo había engendrado. O si acaso le importaba.
Capítulo 38
Traducido por Akasha San
Corregido por Cotota

La reunión con Rolfe en el puerto de nuevo a salvo fue rápida. Franca.

Y Aelin supo que si no conseguía salir de la cuidad en una o dos horas, ella bien podía explotar de
nuevo.

Cada llave tiene una cerradura, había dicho Deanna, un pequeño recordatorio de la orden de Bran-
non. Usa su voz. Y la había llamado por ese título… ese título que afectó alguna cuerda de horror
y entendimiento en ella, tan profunda que aún trabajaba en lo que significaba. La Reina Que Fue
Prometida.

Aelin irrumpió en un saliente de la playa en el lado opuesto de la isla, tenía que correr, necesitaba
mantener su sangre corriendo, necesitaba silenciar los pensamientos de su cabeza. Detrás de ella,
los pasos de Rowan eran tan silenciosos como la muerte.

Solo habían estado los dos en la reunión con Rolfe. Ensangrentado, empapado, el Señor de los Pi-
ratas se reunió con ellos en la habitación principal de su posada, su nombre ahora un recordatorio
permanente de la nave que ella había destruido. Él demandó.

—¿Qué diablos pasó?

Y ella había estado tan cansada, tan molesta y llena de disgusto y desesperación, que había sido
casi imposible reunir fanfarronería.

—Cuando seas bendecido por Mala, descubrirás que a veces su control puede fallar.

—¿Fallar? No sé de qué diablos hablaban ahí abajo, pero desde donde estoy parado, parece que
perdieron la maldita cabeza y estaban a punto de disparar a mi ciudad.

Rowan, apoyado en el borde de una mesa cercana, explicó.

—La magia es un ser vivo. Cuando te encuentras tan al fondo, recordarte, recordar tu propósito,
necesita mucho esfuerzo. El que mi reina lo hiciera antes de que fuera demasiado tarde es un logro
en sí mismo.

Rolfe no estaba impresionado.

—Me parece que fuiste una niña pequeña jugando con un poder demasiado grande para manejarlo,
y solo tu príncipe saltarín te hizo decidir no sacrificar a gente inocente.
Aelin cerró los ojos el tiempo que toma un latido, la imagen de Rowan saltando frente a ese puño
de fuego lunar parpadeando frente a ella. Cuando abrió los ojos, dejo que su crepitante seguridad
se convirtiera en algo frio y duro.

—A mí me parece —dijo ella—, que el Señor de los Piratas de la Bahía de la Calavera y heredero largo
tiempo perdido de Mycenian se alió con una joven reina tan poderosa que puede diezmar ciudades
si así lo desea. Me parece que se ha hecho intocable con esa alianza, y cualquier tonto que tratara
de hacerle daño, robarle, tendría que vérselas conmigo. Así que sugiero que salve todo lo que pueda
de su precioso barco, lloré a las docenas de hombres de los cuales asumo la responsabilidad de su
perdida y a cuyas familias voy a recompensar, y cierre su jodida boca.

Se volvió hacia la puerta, el agotamiento y la rabia le mordían los huesos.

Rolfe dijo a su espalda.

—¿Quieres saber cuál fue el costo de este mapa?

Ella se detuvo, Rowan mirando entre ellos, con el rosto impasible.

Ella sonrió sobre su hombro.

—¿Tú alma?

Rolfe dejó escapar una risa ronca.

—Sí, en cierto modo. Cuando tenía dieciséis, era poco más que un esclavo en una de esas purulentas
naves, mi herencia Myceniana era sólo un billete para obtener una paliza —puso una mano tatuada
en las letras de Trilladora—. Cada moneda que ganaba regresaba aquí, a mi madre y hermana. Y
un día la nave fue atrapada por una tormenta. El capitán era un bastardo arrogante, se rehusó a
buscar un puerto seguro, y la nave fue destruida. La mayor parte de la tripulación se ahogó. Me dejé
arrastrar por un día, hasta que quedé varado en una isla en el borde del archipiélago, y desperté
para encontrar a un hombre mirándome desde arriba. Le pregunté si estaba muerto, él se rió y
preguntó que qué era lo que quería. Estaba delirando, le dije que quería ser capitán, que quería ser
el Señor de los Piratas de la Bahía de la Calavera y hacer que los tontos y arrogantes capitanes cómo
el que había matado a mis amigos se inclinaran ante mí. Creí que estaba soñando cuando explicó
que si me concedía las habilidades para serlo habría un precio. Lo que más valorara en el mundo,
él lo tendría. Le dije que lo pagaría, fuera lo que fuese. No tenía pertenencias, ni riquezas, ni familia
de todos modos. Unas pocas monedas de cobre no serían nada. Él sonrió antes de desaparecer en
la niebla. Desperté con el tatuaje en mis manos.

Aelin esperó.

Rolfe continuó.

—Regresé aquí, encontré naves amigas usando el mapa que ese extraño había tatuado. El regalo
de un dios, o eso pensaba. Pero no fue hasta que vi las cortinas negras en las ventanas de mi casa
de campo que empecé a preocuparme. Y no fue hasta que supe que mi madre y hermana habían
usado su poco dinero para alquilar un bote e ir en mi búsqueda, y que el bote había regresado a
puerto, pero ellas no, que me di cuenta del precio que había pagado. Eso era lo que el mar clamaba.
Lo que él clamaba. Y eso me hizo lo suficientemente desalmado para perderme en esta ciudad, este
archipiélago —los ojos verdes de Rolfe eran tan implacables como el Dios del Mar que lo bendijo y
maldijo—. Ese fue el precio de mi poder. ¿Cuál será el tuyo, Aelin Galathynius?

No respondió antes que la tormenta se fuera. La voz de Deanna hizo eco en su mente.

La Reina Que Fue Prometida.

Ahora, de pie en esa playa vacía y monitoreando la brillante extensión de mar mientras los últimos
rayos de sol se desvanecían, Rowan dijo detrás de ella:

—¿Usaste la llave de Wyrd porque querías?

Ningún indicio de juicio, o condena. Solo curiosidad, y preocupación.

Aelin habló con voz áspera.

—No. No sé lo que paso. Un minuto eran ustedes… entonces ella vino —se frotó el pecho, evitando
tocar la cadena de oro. Su garganta se cerró cuando toco la marca en su pecho, justo entre sus
pectorales, donde su puño lo había golpeado—. ¿Cómo pudiste? —preguntó en un respiro, un
temblor la recorrió—. ¿Cómo pudiste ponerte frente a mí de esa manera?

Rowan dio un paso más cerca de ella, pero no más. El romper de las olas y los graznidos de las
gaviotas que se dirigían a casa para pasar la noche llenaban el espacio entre ellos.

—Si hubieras destruido la ciudad, yo habría tenido que destruirte a ti, y a cualquier esperanza de
una alianza.

El temblor empezó en sus manos, extendiéndose a sus brazos, su pecho, sus rodillas. Fuego y
cenizas arremolinándose en su lengua.

—Si te hubiera matado —dijo entre dientes, pero se atraganto con las palabras, incapaz de terminar
ese pensamiento, la idea de... Su garganta quemaba, y ella cerró los ojos, llamas ondulaban a su
alrededor—. Creí que había encontrado el fondo de mi poder —admitió, magia desbordándose,
demasiado pronto, demasiado pronto después de que se hubiera vaciado—. Creí que lo que había
encontrado en Wendlyn era el fondo. No tenía idea de que solo era… una antecámara.

Aelin levantó sus manos, abrió sus ojos para encontrar sus dedos envueltos en llamas. La oscuridad
se extendió por el mundo. A través del velo color oro y azul y rojo, miró a su príncipe. Levanto sus
manos envueltas en llamas entre ellos.

—Ella me robó, me tomó. Y pude sentirla, sentir su conciencia. Era como si ella fuera una araña,
esperando en su red por décadas, sabiendo que un día sería lo suficientemente fuerte y estúpida
para usar mi magia y la llave juntas. Tal vez hasta toque la campana que anuncia la cena —su fuego
se volvió más caliente, brillante, y ella dejó que creciera y parpadeara.

Una irónica, amarga sonrisa.

—Parece que quiere que hagamos de la búsqueda de la Cerradura una prioridad, nos dio el mensaje
dos veces.

En efecto.

—¿No es suficiente el lidiar con Erawan y Maeve, para cumplir las órdenes de Brannon y Elena?
¿Ahora tengo que enfrentar la ira de los dioses respirando en mi nuca también?

—Tal vez fue una advertencia, tal vez Deanna deseaba mostrarte cómo un dios no amigable podía
ser utilizado si no tienes cuidado.

—Ella disfrutó cada maldito segundo de lo que pasó. Ella quería ver de que era capaz mi poder, lo
que puede hacer con mi cuerpo, con la llave —sus llamas se volvieron más ardientes, desgarrando
su ropa hasta convertirla en cenizas, hasta que estuvo desnuda y solo vestía sus llamas—. Y el cómo
me llamó, La Reina Que Fue Prometida. ¿Prometida cuándo? ¿A quiénes? ¿Para hacer qué? Nunca
había oído esa frase en mi vida, ni siquiera antes de la caída de Terrasen.

—Lo averiguaremos —y eso fue todo.

—¿Cómo puedes estar tan… bien con esto? —ascuas brotaban de ella como un enjambre de
luciérnagas.

La boca de Rowan se tensó.

—Créeme, Aelin, estoy todo menos bien con la idea de que eres sólo un juego para esos bastardos
inmortales. Estoy cualquier cosa menos bien con la idea de que puedan apartarte de mí sólo así. Si
pudiera cazaría a Deanna y la haría pagar por ello.

—Ella es la diosa de la cacería. Creo que estarías en desventaja —sus flamas se apagaron un poco.

Él le dio una media sonrisa.

—Es una inmortal altiva. Está obligada a no mirar hacia arriba. Además… —se encogió de hombros—.
Tengo a su hermana de mi lado —ladeó su cabeza, estudiando su fuego, estudiando su cara—. Tal
vez esa es la razón por la cual Mala se me apareció esa mañana, porque me bendijo.

—¿Por qué eres el único suficientemente arrogante y loco para cazar a una diosa?

Rowan se quitó sus botas, aventándolas a la arena seca detrás de él.

—Porque soy el único lo suficientemente arrogante y loco para pedirle a Mala Portadora de Fuego
que me deje estar con la mujer que amo.

Sus flamas se convirtieron en oro puro ante sus palabras, ante esa palabra. Pero ella dijo:

—Tal vez eres el único lo suficientemente arrogante y loco para amarme.

Su inalterable mascara se rompió.

—Esta nueva profundidad en tu poder, Aelin, no cambia nada. Lo que Deanna hizo, no cambia nada.
Aún eres joven, tu poder sigue creciendo. Y si esta nueva ola de poder nos da la más ligera ventaja
contra Erawan, entonces agradezcamos a los dioses oscuros por ello. Pero tú y yo aprenderemos
a manejar tu poder juntos. No tienes que enfrentarlo sola; no decidirás que nadie puede amarte
porque posees poderes que pueden salvar y destruir. Si empiezas a resentir ese poder… —negó con
la cabeza—. No creo que podamos ganar esta guerra si te vas por ese camino.

Aelin entró en las olas y cayó de rodillas, nubes de vapor a su alrededor como grandes penachos.

—A veces —admitió sobre el agua sibilante—, me gustaría que alguien más peleara esta guerra.

Rowan entró en las aguas burbujeantes, su magia protegiéndolo de su calor.

—Ah —dijo, arrodillándose a su lado mientras ella continuaba mirando hacia el oscuro mar
abierto—. Pero ¿quién más seria capaz de meterse bajo la piel de Erawan? Nunca subestimes el
poder de una arrogante insufrible.

Ella se rio entre dientes, comenzando a sentir el frio beso del agua sobre su desnudo cuerpo.

—Desde que recuerdo, Príncipe, fue una arrogante insufrible la que se ganó tú irritante, inmortal
corazón.

Rowan se inclinó hacia el fino velo de la llama ahora fundiéndose en un dulce aire nocturno y
mordió su labio inferior. Una aguda, insinuante mordida.

—Ahí está mi Corazón de Fuego.

Aelin le dejó levantarla entre las olas y la arena para mirarlo a la cara por completo, le dejó deslizar
su boca a lo largo de su mandíbula, la curva de su pómulo, la punta de su oreja de hada.

—Estos —dijo, mordisqueando el lóbulo de su oreja—. Me han estado tentando por meses —su
lengua trazo la delicada punta, y su espalda se aqueo. Sus fuertes manos tomándola en la cadera—.
A veces, mientras dormías a mi lado en Mistward, tomó toda mi concentración no inclinarme sobre
ti y morderlos. Morderte toda.

—Hmmm —dijo ella, ladeando la cabeza para darle un acceso completo a su cuello.

Rowan obedeció su silenciosa demanda, dejando besos y suaves mordiscos en su garganta.

—Nunca he tomado a una mujer en la playa —ronroneó contra su piel, aspirando suavemente en el
espacio entre su cuello y su hombro—. Y mira que, estamos lejos de cualquier clase de… seguridad
—una mano se desvió de su cadera para acariciar las cicatrices de su espalda, la otra ahueco su
trasero, pegándola completamente a él.

Aelin extendió sus manos sobre su pecho, tirando de su camisa blanca sobre su cabeza. Cálidas olas
chocaban contra ellos, pero Rowan la sostuvo rápidamente, inamovible, inquebrantable.

Aelin recobró su conciencia lo suficiente para decir.

—Alguien podría venir a buscarnos.

Rowan sopló una risa contra su cuello.


—Algo me dice —dijo, su aliento deslizándose por su piel—, que no te importará si nos descubren.
Si alguien ve como planeo adorarte.

Sintió las palabras flotando ahí, se sintió flotando ahí, al borde de un acantilado. Tragó. Pero Rowan
la había atrapado cada vez que caía, primero, cuando había caído en ese abismo de desesperación
y dolor; segundo, cuando el castillo se había roto y ella había caído a la tierra. Y ahora, esta tercera
vez… Ella no sentía miedo.

Aelin sostuvo la mirada de Rowan y dijo sin rodeos.

—Te amo. Estoy enamorada de ti, Rowan. Lo he estado desde hace un tiempo. Y sé que hay límites
en lo que puedes darme, y sé que tal vez necesites tiempo…

Sus labios se aplastaron contra los de ella, y le dijo en su boca, dejando caer palabras más preciosas
que rubíes y esmeraldas y zafiros dentro de su corazón, de su alma.

—Te amo. No hay límites en lo que puedo darte, no necesito tiempo. Aun cuando este mundo sea
un susurro olvidado de polvo entre las estrellas, te amaré.

Aelin no supo cuándo comenzó a llorar, cuando su cuerpo empezó a temblar por la fuerza de su
llanto. Ella nunca había dicho tales palabras, a nadie. Nunca se dejó ser tan vulnerable, nunca
sintió esta sensación tan ardiente e infinito, tan demandante que podría morir por su fuerza.

Rowan la echó hacia atrás, secando sus lágrimas con sus pulgares, una tras otra. Dijo suavemente,
casi inaudible sobre el estruendo de las olas alrededor de ellos:

—Corazón de fuego

Ella sorbió sus lágrimas.

—Buitre.

Él rugió una risa y ella le dejó acostarla sobre la arena con una gentileza cercana a reverencial. Su
esculpido pecho exhaló suavemente mientras recorría su desnudo cuerpo con la mirada.

—Eres… tan hermosa.

Ella sabía que no se refería a la piel ni a sus curvas ni a sus huesos.

Pero Aelin siguió sonriendo, riendo por lo bajo.

—Lo sé —dijo, levantando los brazos por sobre su cabeza, dejando el amuleto de Orynth en un
lugar seguro, en lo alto de la playa. Sus dedos se hundieron en la suave arena mientras arqueaba la
espalda en un lento movimiento.

Rowan siguió cada movimiento, cada contracción de musculo y piel. Cuando su mirada se detuvo
en sus pechos, brillando por el sudor, su expresión se volvió voraz.

Luego su mirada se desvió más abajo. Abajo. Y cuando se detuvo en el vértice de sus muslos y sus
ojos se volvieron vidriosos, Aelin le dijo:
—¿Te vas a quedar mirando toda la noche?

La boca de Rowan se abrió ligeramente, su respiración entrecortada, su cuerpo mostrándole donde


precisamente iba a terminar esto.

Un viento fantasma sopló entre las palmeras, susurrando sobre las olas. Su magia se estremeció
cuando sintió, más que vio, el escudo de Rowan cayendo alrededor de ellos. Ella envió su propio
poder contra él, golpeando y tocando el escudo en chispas llameantes.

Los caninos de Rowan brillaron.

—Nada pasará a través del escudo. Y nada va a herirme, tampoco.

Algo que estaba apretado en su pecho, se soltó.

—¿Es tan diferente? Con alguien como yo.

—No lo sé —admitió Rowan. Una vez más, sus ojos se deslizaron a lo largo de su cuerpo, como si
pudiera ver a través de su piel su ardiente corazón—. Nunca había estado con… un igual. Nunca me
hubiera permitido ser tan desatado.

Por cada pequeño ataque de poder que lanzaba hacia él, él se lo devolvía. Ella se apoyó en sus
codos, llevando su boca hacia la nueva cicatriz en su hombro, pequeña y dentada, tan larga como
la punta de una flecha. La besó una, dos veces.

El cuerpo de Rowan estaba tan tenso por encima de ella, que pensó que sus músculos estallarían.
Pero sus manos eran gentiles mientras se desviaban a su espalda, acariciando sus cicatrices y los
tatuajes que él había puesto sobre ella.

Las olas le hacían cosquillas y la acariciaban, y él se colocó sobre ella, pero ella levantó una mano
hacia su pecho, interrumpiendo su movimiento. Ella sonrió contra su boca.

—Si somos iguales, entonces no entiendo porque aun estas medio vestido.

No le dio oportunidad de explicarse mientras trazaba con su lengua la comisura de su boca,


mientras sus dedos abrían la hebilla del cinturón de su gastada espada. No estaba segura de que
estuviera respirando.

Y solo para ver lo que haría, lo palmeo sobre el pantalón.

Rowan soltó una maldición.

Ella se rió en voz baja, beso su nueva cicatriz una vez más, y arrastró un dedo hacia abajo con
pereza, indolentemente, manteniendo su mirada a cada centímetro que tocaba.

Y cuando Aelin apoyó la palma de su mano en él otra vez, dijo.

—Eres mío.

Rowan comenzó a respirar de nuevo, irregular y salvaje como las olas que rompían a su alrededor.
Ella desabrochó el primer botón de su pantalón.

—Soy tuyo —dijo entre dientes.

Otro botón desabrochado.

—Y me amas —dijo ella. No era una pregunta.

—Cualquiera que sea el final —suspiró.

Desabrochó el tercer y último botón, y él la soltó para tirar sus pantalones en la arena cercana,
lanzando sus calzoncillos con ellos. La boca de Aelin se secó mientras lo miraba.

Rowan había sido criado y perfeccionado para la batalla, y en cada pulgada era un guerrero de
sangre pura.

Él era la cosa más hermosa que jamás hubiera visto. Suyo, él era suyo, y…

—Eres mía —dijo Rowan en un respiro, y ella sintió que reclamaba sus huesos, su alma.

—Soy tuya —contestó.

—Y me amas —tal esperanza y tranquila alegría en sus ojos, debajo de toda esa ferocidad.

—Cualquiera que sea el final —por mucho, mucho tiempo había estado solo y errante. No más.

Rowan la besó de nuevo. Lentamente. Suave. Una mano se deslizó hacia arriba por su torso mientras
se recostaba sobre ella, sus caderas encajando en las de ella. Ella jadeó un poco al contacto, jadeó
más cuando sus nudillos rozaron la pesada y dolorida parte inferior de su pecho. Mientras se
inclinaba a besar el otro.

Sus dientes rozaron su pezón, y sus ojos se cerraron, un gemido saliendo de su boca.

Oh, dioses. Oh, ardientes, dioses en celo. Rowan sabía lo que estaba haciendo; el realmente, dioses
malditos, lo sabía.

Su lengua se movió contra su pezón, y ella echó su cabeza hacia atrás, sus dedos clavándose en sus
hombros, instándole a hacer más, a tomarla más duro.

Rowan gruñó en aprobación, su pecho aún en su boca, en su lengua, su mano trazando un perezoso
camino de sus costillas hacia su cintura, sus muslos, y de regreso. Ella se arqueó en una demanda
silenciosa.

Un toque fantasma, como si el viento del norte le diera forma, la golpeó en su pecho desnudo.

Aelin estalló en llamas.

Rowan rió amenazadoramente a los rojos y dorados y azules que estallaron a su alrededor,
iluminando las palmeras que se elevaban por el borde de la playa, las olas rompiendo detrás de él.
Ella tal vez hubiera entrado en pánico, se hubiera mortificado, no le hubiera dejado llevar su boca
a la de ella, si él no tuviera esas manos fantasmas de hielo, como besos de viento trabajando en sus
pechos, su propia mano dejando de acariciar, cada vez más cerca de donde ella lo necesitaba.

—Eres magnifica —murmuró contra sus labios, su lengua deslizando en su boca.

Su dureza empujó contra ella y ella sacudió su cadera, necesitando encajar contra él, hacer lo que
fuera para aliviar el dolor entre sus piernas. Rowan gimió, y ella se preguntó si habría otro hombre
en el mundo desnudo y boca abajo con una mujer en llamas, que mirara a esas llamas sin una pizca
de miedo.

Ella deslizó su mano entre ellos, y cuando cerró sus dedos alrededor de él, maravillándose del
acero aterciopelado que envolvía, Rowan gimió otra vez, empujándose en su mano. Atrajo su boca
contra la de ella, mirando fijamente esos ojos verde pino mientras deslizaba su mano por él. Él bajo
la cabeza, no para besarla, sino para ver donde ella lo acariciaba.

Un viento rugiente lleno de hielo y nieve estalló alrededor de ellos. Y fue su turno de reír. Pero
Rowan agarró su muñeca, alejando su mano. Ella abrió su boca para protestar, queriendo tocar
más, probar más.

—Déjame —gruñó Rowan sobre el agua marina sobre la piel entre sus pechos—. Déjame tocarte —
su voz tembló lo suficiente para que Aelin levantara su barbilla con su pulgar y su índice.

Un destello de miedo y alivio asomaban detrás de su mirada lujuriosa. Como si hacer eso, tocarla,
fuera un recordatorio de lo que había hecho hoy, que estaba a salvo, como si le hubiera dado placer.
Ella se inclinó, rozando su boca contra la de él.

—Haz tu peor esfuerzo, Príncipe.

La sonrisa de Rowan era nada menos malvada mientras se alejaba para llevar una amplia mano
desde su garganta hasta la unión de sus muslos. Ella se estremeció ante la pura posesión del toque,
su respiración se volvió apretada mientras agarraba fuertemente sus muslos y abría sus piernas,
dejándola al descubierto para él.

Otra ola se estrelló, rompiéndose a su alrededor, el agua fría como cientos de besos a lo largo de su
piel. Rowan besó su ombligo, luego su cadera.

Aelin no podía apartar los ojos de su brillante cabello plateado con agua salada y luz de luna, de sus
amplias manos sosteniéndola para él mientras su cabeza caía entre sus piernas.

Y mientras Rowan la saboreaba en esa playa, mientras se reía contra su piel resbaladiza al tiempo
que ella gritaba con voz ronca su nombre rompiéndose a través de las palmeras y la arena y el agua,
Aelin dejó de lado toda razón.

Ella se movía, ondeando sus caderas, pidiéndole más, más, más. Y Rowan lo hizo, deslizó un dedo
dentro de ella mientras su lengua rozaba ese punto, y oh, dioses, ella iba a explotar como una
estrella de fuego–

—Aelin —gruño, su nombre como una petición.


—Por favor —ella gimió—. Por favor.

Esas palabras fueron su perdición. Rowan se elevó sobre ella otra vez, y ella dejó escapar un sonido
que bien podría haber sido un gemido, bien podría haber sido su nombre.

Entonces Rowan tenía una mano apoyada en la arena al lado de su cabeza, entrelazando los dedos
en su pelo, mientras lo guiaba a su interior. A su primer empujón, ella olvidó su propio nombre.
Y mientras se deslizaba con embestidas suaves y ondulantes, llenándola centímetro a centímetro,
ella olvidó que era una reina y que tenía un cuerpo separado al de él y un reino y un mundo que
cuidar.

Cuando Rowan estaba profundamente dentro de ella, temblando de contención mientras la dejaba
adaptarse, ella levantó sus manos envueltas en llamas a su cara, viento y hielo soplaba y rugía a su
alrededor, bailando a través de las olas ribeteadas en llamas. No había palabras en sus ojos; ni en
los de ella.

Las palabras no harían justicia. En ningún lenguaje, en ningún mundo.

Él se inclinó, reclamando su boca mientras comenzaba a moverse, y se dejaron ir completamente.

Podría haber estado llorando, o podrían ser las lágrimas de él sobre su rostro, convirtiéndose en
vapor en medio de sus llamas.

Ella arrastró sus manos por su poderosa y musculosa espalda, sobre cicatrices de batallas y horrores
de largo tiempo atrás. Y como sus embestidas se volvieron más profundas, ella enterró sus dedos,
arrastrando sus uñas a través de su espalda, reclamándolo, marcándolo. Su cadera golpeando al
tiempo que ella dibujaba un camino de sangre, y ella se arqueó, dejando al descubierto su garganta.
Para él, sólo para él.

La magia de Rowan se volvió loca, aunque la boca en su garganta era cuidadosa, aun mientras
sus caninos se arrastraban por su piel. Y al toque de esos letales dientes contra ella, la muerte
que flotaba en las inmediaciones y las manos que siempre serian gentiles con ella, que siempre la
amarían…

La liberación explotó a través de ella como pólvora. Y aunque no podía recordar su nombre, recordó
el de Rowan mientras lloraba al tiempo que él seguía moviéndose, exprimiendo hasta la última
gota de placer, el fuego convirtiendo la arena alrededor de ellos en cristal.

La liberación de Rowan llegó por la simple vista de la de ella, y él gimió su nombre para que lo
recordara, uniéndose viento y hielo sobre el agua.

Aelin lo sostuvo a través de ella, enviando su fuego como ópalo a que se arremolinara con su poder.
Una y otra vez, mientras se derramaba en ella, hielo y fuego bailaron en el mar.

El impacto continuó, silencioso y precioso, incluso cuando se calmó. Los sonidos del mundo
regresaron, su respiración entrecortada como el silbido de las olas rompiéndose mientras le dejaba
perezosos besos en la sien, la nariz, la boca. Aelin alejó sus ojos de la belleza de su magia combinada,
de la belleza de ellos, y encontró que su cara era lo más hermoso de todo.
Estaba temblando, y también lo estaba Rowan mientras permanecía sobre ella. Él hundió su rostro
en el hueco entre su cuello y su hombro, su respiración desigual calentando su piel.

—Nunca… —trató, su voz ronca—. No sabía que podía ser…

Ella pasó los dedos por su espalda llena de cicatrices una y otra vez.

—Lo sé —suspiró—. Lo sé.

Ya, ella quería más, ya estaba calculando cuanto tendría que esperar.

—Una vez me dijiste que no mordías a las mujeres de otros hombres —Rowan se tensó un poco.
Pero ella continúo con timidez—. Eso significa… ¿Qué morderías a tu mujer, entonces?

Comprensión brilló en esos ojos verdes mientras levantaba la cabeza de su cuello para estudiar el
lugar donde sus caninos habían perforado su piel.

—Esa fue la primera vez en que perdí realmente el control, lo sabes. Quería aventarte de un
precipicio, sin embargo, te mordí antes de saber lo que estaba haciendo. Creo que mi cuerpo lo
sabía, mi magia lo sabía. Y tú sabias… —Rowan soltó una respiración entrecortada— tan bien. Te
odie por ello. No podía dejar de pensar en ti. Me despertaba en la noche con tu sabor en mi lengua,
despertaba pensando en tu tonta y hermosa boca —deslizó el pulgar sobre sus labios—. No quieres
saber las cosas depravadas que he pensado acerca de esta boca.

—Hmmm, puede ser, pero no has respondido a mi pregunta —dijo Aelin, incluso mientras los
dedos de sus pies se cerraron en el agua cálida y la arena mojada.

—Sí —dijo Rowan con voz grave—. Algunos machos disfrutan haciéndolo. Para marcar territorio,
por placer…

—¿Las mujeres muerden a los hombres?

El comenzó a endurecerse dentro de ella cuando preguntó. Oh, dioses, amantes Fae. Todos deberían
tener la maldita suerte de tener uno. Rowan habló con voz ronca.

—¿Quieres morderme?

Aelin observó su garganta, su glorioso cuerpo, y su cara que alguna vez odió ferozmente. Y se
preguntó si era posible amar a alguien lo suficiente para morir por esa persona. Si fuera posible
amar a alguien tanto que la distancia y la muerte no fueran una preocupación.

—¿Estoy limitada a tu cuello?

Los ojos de Rowan se dilataron, y el empuje que le dio por respuesta, fue respuesta suficiente.

Se movieron juntos, ondulando como el mar delante de ellos, y cuando Rowan rugió de nuevo
su nombre al negro salpicado de estrellas, Aelin esperaba que los dioses lo hubieran escuchado y
supieran que sus días estaban contados.
Capítulo 39
Traducido por Akasha San

Corregido por Cotota

Rowan no sabía si alegrarse, emocionarse o aterrorizarse de haber sido bendecido con una reina y
amante con tan poca atención a la decencia. La había tomado tres veces en esa playa, dos en la are-
na, luego una tercera vez dentro de las cálidas aguas. Sin embargo, su sangre seguía electrificada.
Y aun así él aun quería más.

Habían nadado en aguas poco profundas para lavar la costra de arena en ellos, pero Aelin le había
envuelto sus piernas alrededor de su cintura, besado su cuello, entonces lamió su oreja en el mo-
mento que él mordía la de ella, y él se había enterrado en ella de nuevo. Ella sabía la razón por la
cual él necesitaba de su contacto, la razón por la que necesitaba su sabor en su lengua, y luego con
el resto de su cuerpo. Ella necesitaba lo mismo.

Él aun lo necesitaba. Cuando terminaron después de la primera vez, había quedado incapacitado,
para tirar de su cordura y juntarla de nuevo después de la unión que había terminado con… su
liberación. Lo rompió y lo unió de vuelta. Su magia había sido una canción, y ella había sido…

Nunca había tenido nada como ella. Todo lo que le había dado, ella se lo había devuelto. Y cuando
ella lo había mordido durante la segunda vez en la arena… su magia había dejado seis palmeras
cercanas en astillas mientras llegaba a un clímax tan intenso que pensó que su cuerpo se rompería.

Pero una vez que habían terminado, cuando se pusieron a caminar de verdad hacia la Bahía de la
Calavera envuelta en nada más que sus llamas, él le había dado su camisa y cinturón. Lo que hizo
poco para cubrirla, especialmente aquellas hermosas piernas, pero al menos era menos probable
que iniciara una revuelta.

Probablemente, tal vez. Sería demasiado obvio lo que habían hecho en esa playa al momento en
que entraran en el rango de alcance de cualquier persona con un sentido del olfato sobrenatural.

Él la había marcado, enriqueciendo la esencia que se había aferrado a ella antes. La había marcado
profunda y realmente, y no había como deshacerlo, no había como lavarlo. Ella lo había reclamado,
y él la había reclamado a ella, y sabía que ella estaba bien con lo que eso implicaba, justo como él
sabía… él sabía que había sido una gran decisión por parte de ella. Una decisión final acerca de con
quien compartiría el lecho real.

El trataría de vivir a la altura de ese gran honor, trataría de encontrar la manera de probar que
lo merecía. Para que así ella no pensara que le había apostado al caballo equivocado. De alguna
manera. Se lo ganaría. Incluso cuando tenía tan poco que ofrecer más allá de su magia y su corazón.

Pero también conocía a su reina. Y sabía que a pesar de la enormidad de lo que habían hecho, Aelin
también le había mantenido en esa playa para alejar a otros. Evitar el contestar sus preguntas y
demandas. Pero dejó un pie dentro de Océano Rosa, vio luz en la habitación de Aedion, y supo que
sus amigos no serían fáciles de evadir.

De hecho, Aelin frunció el ceño ante la luz, rápidamente remplazado por una expresión de
preocupación cuando recordó a la cambia formas que estaba inconsciente. Sus pies descalzos
fueron silenciosos por las escaleras y corredores mientras corría hacia la habitación, sin molestarse
en tocar antes de abrir de golpe la puerta.

Rowan soltó una profunda respiración, intentando invocar su magia para apagar el fuego que aún
corría por su sangre. Para calmar sus instintos rugiendo y provocándolo. No para tomarla, sino
para eliminar a cualquiera que lo intentara.

Un momento peligroso, para cualquier macho Fae, la primera vez que tomaban a una amante.
Peor, cuando eso significaba algo más.

Dorian y Aedion estaban sentados en dos sillones frente a la oscura chimenea, con los brazos
cruzados.

Y la cara de su primo palideció con lo que podría haber sido terror mientras él captaba la esencia
de Aelin, las marcas en ambos e invisibles para ellos.

Lysandra estaba sentada en la cama, su cara calmada pero sus ojos recorriendo a la reina. Fue la
cambia formas la que ronroneó.

—¿Disfrutaste el paseo?

Aedion no se atrevía a moverse y estaba dando una mirada de advertencia a Dorian para que
tampoco lo hiciera. Rowan controló la rabia que sintió al ver a otros machos cerca de su reina,
recordándose que eran sus amigos, pero…

Esa furia primigenia se esfumó cuando Aelin se estremeció de alivio al encontrar a la cambia formas
casi completamente curada y lúcida. Pero su reina sólo se encogió de hombros.

—¿No es eso para lo único que todos los hombres Fae sirven?

Rowan arqueo las cejas, riendo mientras se debatía el recordarle como ella le había rogado por
más, el cómo había pronunciado las palabras por favor y oh, dioses, y entonces unos extras por
favor en medio del acto. Él disfrutaría sacando esos modales de ella otra vez.

Aelin le lanzó una mirada, desafiándolo a hablar. Y a pesar de haberla poseído hace poco, a pesar
del hecho de que aún podía saborearla, Rowan supo que cuando se encontraran en la cama de
nuevo, ella no obtendría el descanso que quería. Las mejillas de Aelin se sonrojaron, mientras
advertía sus planes, pero ella levantó el amuleto de su cuello, dejándolo caer en la mesita baja entre
Aedion y Dorian, y dijo:

—Descubrí que esta era la tercera llave del Wyrd cuando estaba en Wendlyn.

Silencio.
Entonces, como si no hubiera hecho añicos cualquier sensación de seguridad, Aelin sacó el mutilado
Ojo de Elena de su bolsa, lo levantó en el aire, y lo sacudió ante la barbilla del Rey de Adarlan.

—Creo que es tiempo de que conozcas a tu ancestro.

Dorian escuchó la historia de Aelin.

Acerca de la llave del Wyrd que ella llevaba en secreto, sobre lo que había pasado ese día en la ba-
hía, acerca de cómo habían engañado a Lorcan y cómo dejarían que el guerrero regresara por ellos,
esperaban que con las otras dos llaves en sus manos. Y, si tenían suerte, para entonces ya habrían
encontrado la Cerradura, cosa que le habían ordenado ya dos veces para recuperarla de los Panta-
nos de Piedra, la única cosa capaz de devolver las llaves del Wyrd a la puerta de la cual habían sido
cortadas y poner fin a la amenaza de Erawan para siempre.

Ningún número de aliados harían la diferencia si ellos no eran capaces de detener a Erawan de
usar las llaves del Wyrd para liberar las hordas de Valg de su propio reino sobre Erilea. Su posesión
de dos llaves del Wyrd había provocado tal oscuridad. Si conseguía la tercera, obtendría control
sobre la Puerta del Wyrd y podría abrirla hacia cualquier mundo que deseara, usarla para traer a
cualquier ejército conquistador… Tenían que encontrar esa Cerradura para anular las llaves.

Cuando la reina hubo terminado, Aedion echaba humo silenciosamente, Lysandra tenía el ceño
fruncido, y Aelin estaba ahora apagando las velas en la habitación con apenas un gesto de su mano.
Dos libros antiguos, sacados de las abarrotadas alforjas de Aedion, estaban abiertos sobre la mesa.
Él conocía esos libros, no tenía idea de que ella los había tomado de Rifthold. El deformado metal
del amuleto del Ojo de Elena descansaba sobre uno de ellos mientras Aelin revisaba por segunda
vez las marcas en las viejas páginas manchadas.

La oscuridad cayó mientras ella usaba su propia sangre para grabar esas marcas en el suelo de
madera.

—Parece que nuestra cuenta por daños a esta ciudad va a aumentar —murmuró Lysandra.

Aelin resopló.

—Sólo lo cubriremos con la alfombra —terminó de hacer la marca, una marca del Wyrd, se dio
cuenta Dorian con un escalofrío, y dio un paso hacia atrás, levantando el Ojo en su puño.

—¿Ahora qué? —dijo Aedion.

—Ahora mantenemos nuestras bocas cerradas —dijo Aelin con dulzura.

La luz de la luna se extendió por el suelo, devorada por las oscuras líneas que ella había hecho.
Aelin fue hacia Rowan donde, sentado en el borde de la cama, todavía sin camisa gracias a que la
reina la estaba usando, y se sentó junto a él, una mano en su rodilla.

Lysandra fue la primera en notarlo.

Sentada en la cama, sus ojos verdes brillando con un destello animal mientras la luz de la luna
en las marcas de sangre las hacia brillar. Aelin y Rowan se sacudieron a sus pies. Dorian soló
observaba las marcas, la luz de luna, el haz de luz que brillaba a través de las puertas abiertas del
balcón.

Como si la luz misma fuera una puerta, el rayo de luz lunar se convirtió en una figura humanoide.

Parpadeaba, su forma apenas visible. Como el producto de un sueño.

El vello en los brazos de Dorian se erizó. Y tuvo el buen sentido de deslizarse fuera de la silla y caer
sobre su rodilla mientras inclinaba la cabeza.

Fue el único que lo hizo. El único, se dio cuenta, que había hablado con el compañero de Elena,
Gavin. Hace mucho tiempo, en otra vida. Trató de no pensar en lo que significaba que él portara
ahora la espada de Gavin, Damaris. Aelin no se la había pedido de vuelta, no se veía inclinada a
hacerlo.

Una ahogada voz de mujer, como si lo estuviera llamando desde muy lejos, parpadeando con la
imagen.

—Demasiado… lejos —dijo una voz joven, suave.

Aelin dio un paso adelante y cerró los antiguos libros antes de apilarlos con un golpe.

—Bueno, Rifthold no está disponible exactamente, y tu tumba está destrozada, mala suerte.

Dorian levantó la cabeza mientras observaba entre la parpadeante figura de luz lunar y la joven
reina de carne y hueso.

El cuerpo apenas formado de Elena se desvaneció, luego reapareció, como si el viento la perturbara.

—No puedo… mantenerme.

—Entonces lo haré rápido —la voz de Aelin era tan afilada como una espada—. No más juegos.
No más medias verdades. ¿Por qué Deanna apareció hoy? Lo entiendo: encontrar la Cerradura es
importante. Pero ¿qué es? Y dime ¿a qué se refirió cuando me llamó la Reina Que Fue Prometida?

Como si las palabras golpearan a la reina muerta con la fuerza de un rayo, su ancestro apareció,
completamente corpórea.

Era exquisita: su rostro joven y grave, su largo cabello blanco plateado, como el de Manon, y sus
ojos… de un azul deslumbrante. Ahora fijos en él, el vestido que llevaba flotaba por una briza
fantasma.

—Levántate, joven rey.


Aelin resopló.

—¿Podemos saltarnos el juego de oh-bendito-espíritu-ancestral?

Pero Elena volteó hacia Rowan, Aedion. Su esbelto y hermoso cuello se inclinó.

Y Aelin, dioses benditos, chaqueó los dedos a la reina, una, dos veces, llamando su atención.

—Hola Elena —arrastró las palabras—. Qué bueno verte. Ha pasado mucho tiempo. ¿Te importaría
contestar algunas preguntas?

Irritación brilló en los ojos de la reina muerta. Pero Elena mantuvo la barbilla alta y echó sus
esbeltos hombros hacia atrás.

—No tengo mucho tiempo. La conexión es muy difícil de mantener tan lejos de Rifthold.

—Que sorpresa.

Las dos reinas se quedaron mirando la una a la otra.

Elena, el Wyrd fuera maldito, habló primero.

—Deanna es un dios. Ella no tiene reglas ni moral ni códigos como nosotros. El tiempo no existe
para ella de la forma en que existe para nosotros. Tú dejaste que tu magia tocara la llave, la llave
abrió una puerta, y resultó que Deanna estaba observando en ese preciso momento. El que haya
hablado contigo es todo un regalo. Que te las arreglaras para empujarla de vuelta antes de que
estuviera lista… no olvidará pronto ese insulto, Majestad.

—Puede unirse a la fila —dijo Aelin.

Elena sacudió su cabeza.

—Hay… hay tanto que no te he dicho.

—¿Como el hecho de que tú y Gavin nunca mataron a Erawan, les mintieron a todos al respecto, y
después dejaron que nosotros lidiáramos con él?

Dorian se arriesgó a mirar a Aedion, pero su expresión era dura, calculadora, siempre el general,
fija en la reina muerta ahora de pie en la habitación con ellos. Lysandra, Lysandra se había ido.

No, en forma de un Leopardo Fantasma, se deslizaba a través de las sombras. La mano de Rowan
descansaba casualmente sobre su espada, Dorian dejó que su propia magia barriera la habitación
y se dio cuenta de que el arma sería la distracción física para el golpe mágico que lanzaría sobre
Elena si ella miraba a Aelin de forma burlona. De hecho, un fuerte escudo de aire se extendía ahora
entre ambas reinas, y sellaba la habitación, también.

Elena sacudió su cabeza, su plateado cabello ondulando.

—Tú estabas destinada a recuperar las llaves del Wyrd antes de que Erawan llegara tan lejos.
—Bueno, no lo hice —espetó Aelin—. Perdóname si no fuiste del todo clara con tus instrucciones.

Elena dijo:

—No tengo tiempo para explicar, pero ahora es la única opción. Para salvarnos, para salvar Erilea,
es la única opción posible —y a pesar de todos los choques entre ellas, la reina expuso sus palmas
ante Aelin—. Deanna y mi padre te dijeron la verdad. Pensé… pensé que estaba destruida, pero si
te dijeron que encontraras la Cerradura… —se mordió el labio.

Aelin dijo.

—Brannon dijo que fuera a los Pantanos de Piedra de Eyllwe para encontrar la Cerradura. ¿Dónde
precisamente, en los pantanos?

—Hubo una gran ciudad en el corazón de los pantanos —Elena suspiró—. Ahora se encuentra
medio enterrada en la llanura. En el templo que se encuentra en el centro, colocamos los restos
de la Cerradura. Yo no… mi padre obtuvo la Cerradura a un terrible precio. Costo… el cuerpo de
mi madre, su vida mortal. Una Cerradura para las llaves del Wyrd, para sellar la puerta cerrada, y
mantener las llaves dentro para siempre. No entendía para lo que había sido destinada, mi padre
nunca me dijo nada acerca de ello hasta que fue demasiado tarde. Todo lo que sabía era que la
Cerradura solo podía ser utilizada una vez, su poder era capaz de sellar cualquier cosa que se
deseara. Así que la robé. La use para mí misma, para mi pueblo. He pagado por ese crimen desde
entonces.

—La usaste para sellar a Erawan en su tumba —dijo Aelin en voz baja.

La suplica se desvaneció del rostro de Elena.

—Mis amigos murieron en el valle de las Montañas Negras ese día así que tal vez tenía la
oportunidad de detenerlo. Escuché sus gritos, incluso en el corazón del campamento de Erawan.
No me disculparé por tratar de poner fin a la masacre de modo que los sobrevivientes pudieran
tener un futuro. De modo que tú pudieras tener un futuro.

—Así que usaste la Cerradura, y ¿después la aventaste a una ruina?

—La colocamos dentro de la ciudad santa en la llanura, para que fuera una conmemoración de las
vidas perdidas. Pero un gran cataclismo sacudió la tierra años más tarde… y la ciudad se hundió,
el agua del pantano la inundó, y la Cerradura fue olvidada. Nadie nunca la recuperó. Su poder ya
había sido utilizado. Era poco más que metal y cristal.

—¿Y ya no lo es?

—Si ambos, mi padre y Deanna lo mencionaron, debe ser vital para detener a Erawan.

—Perdona si no confío en la palabra de una diosa que trató de usarme como una marioneta para
volar en pedazos este pueblo.

—Sus métodos son poco convencionales, pero ella no pretendía las…


—Patrañas.

Elena parpadeó de nuevo.

—Ve a los Pantanos de Piedra. Encuentra la Cerradura.

—Se lo dije a Brannon y te lo diré a ti: tenemos asuntos más urgentes de los que…

—Mi madre murió forjando la Cerradura —la interrumpió Elena bruscamente, sus ojos ardientes—.
Dejó ir su cuerpo mortal para forjar la Cerradura para mi padre. Fui la que rompió la promesa de
cómo debía utilizarse.

Aelin parpadeó, y Dorian se preguntó si debía preocuparse cuando ella se había quedado sin
palabras. Pero Aelin susurró:

—¿Quién era tu madre?

Dorian busco en su memoria, todas las lecciones de historia de la familia real, pero no pudo
recordar.

Elena hizo un sonido que bien pudo ser un sollozo, su imagen desvaneciéndose en telarañas y luz
de luna.

—Quien amó a mi padre más que nadie. Quien lo bendijo con muchos dones, y se ligó ella misma a
un cuerpo mortal y le ofreció el regalo de su corazón.

Los brazos de Aelin quedaron flojos a sus costados.

—Mierda —soltó Aedion.

Elena rió sin humor mientras le decía a Aelin.

—¿Por qué crees que tu fuego quema tan intensamente? No es solo la sangre de Brannon la que
corre por tus venas. También la de Mala.

Aelin suspiró.

—Mala Portadora de Fuego era tu madre.

Elena ya se había ido.

Aedion dijo:

—Honestamente, es un milagro que no se maten la una a la otra.

Dorian no se molestó en mencionar que eso era técnicamente imposible, dado que una de ellas
ya estaba muerta. Más bien, procesó todo lo que la reina había dicho y demandado. Rowan, que
permanecía en silencio, parecía hacer lo mismo. Lysandra olfateó las marcas de sangre, como si
buscara cualquier prueba de que la antigua reina seguía por ahí.
Aelin miraba por las puertas abiertas del balcón, los ojos entornados y la boca en una línea apretada.
Abrió el puño y examinó el Ojo de Elena, sosteniéndolo en su palma.

El reloj marcó la una de la mañana. Lentamente. Aelin se giró hacia ellos. Hacia él.

—La sangre de Mala fluye por tus venas —dijo, con voz ronca, los dedos cerrados alrededor del Ojo
de Elena antes de guardarlo en el bolsillo de la camisa.

Él parpadeo, dándose cuenta de que en efecto lo hacía. Que tal vez ambos estaban tan
considerablemente dotados por eso. Dorian le dijo a Rowan, aunque sólo fuera porque él hubiera
podido escuchar o presenciar algo en todos sus viajes.

—¿Es realmente posible, para un dios volverse un simple mortal?

Rowan, que había estado observando a Aelin con cautela, se volvió hacia él.

—Nunca había oído sobre tal cosa. Pero… los Fae han renunciado a su vida inmortal para unir su
vida a la de sus compañeros mortales —Dorian tenía la sensación de que Aelin estaba examinando
deliberadamente una mancha en su camisa—. Es posible que Mala encontrara una forma de hacerlo.

—No es solo posible —dijo Aelin—. Ella lo hizo. Ese… abismo de poder que destapé hoy… eso fue de
Mala misma. Elena puede ser varias cosas, pero no estaba mintiendo respecto a eso.

Lysandra cambió de nuevo a su forma humana, balanceándose lo suficiente para llegar a la cama
antes de que Aedion se levantara para ayudarla.

—Así que, ¿qué hacemos ahora? —preguntó, con voz ronca—. Erawan tiene a su flota en el Golfo de
Oro; Maeve navega hacia Eyllwe. Pero ninguno de los dos sabe que tenemos esta llave del Wyrd, o
que esa Cerradura existe… y que se encuentra a la mitad de sus fuerzas.

Por un instante, Dorian se sintió como un tonto inútil mientras todos ellos, él incluido, miraban a
Aelin. Él era el Rey de Adarlan, se recordó. Un igual a ella. Aún si sus tierras y gente habían sido
robadas y su capital capturada.

Pero Aelin se frotó los ojos con el pulgar y el índice, soltando un largo suspiro.

—De verdad, de verdad odio a esa vieja charlatana —levantó la cabeza, observándolos a todos, y
dijo simplemente—. Navegaremos hacia los Pantanos de Piedra por la mañana para encontrar esa
Cerradura.

—¿Qué pasará con Rolfe y los Mycenianos? —preguntó Aedion.

—Tomará la mitad de su flota para buscar al resto de los Mycenianos, donde quiera que se hayan
escondido. Después todos navegaran hacia el norte, hacia Terrasen.

—Rifthold se encuentra a mitad de camino de aquí a allá, con wyverns patrullando —observó
Aedion—. Y este plan depende en si podemos confiar en que Rolfe cumpla realmente su promesa.

—Rolfe sabe mantenerse fuera del radar —dijo Rowan—. No tenemos más opciones que confiar en
él. Y honró la promesa que le hizo a Aelin de liberar a los esclavos hace dos años y medio —no había
duda de que Aelin lo había hecho cumplir minuciosamente.

—¿Y la otra mitad de la flota de Rolfe? —presionó Aedion.

—Algunos se quedarán a resguardar el archipiélago —dijo Aelin—. Los demás vendrán con nosotros
a Eyllwe.

—No puede luchar contra la armada de Maeve con una fracción de la flota de Rolfe —dijo Aedion,
cruzando sus brazos. Dorian estuvo de acuerdo, dejando que el general lo supiera—. Por no hablar
de las fuerzas en Morath.

—No voy buscando pelea —fue todo lo que Aelin dijo. Y eso fue todo.

Se dispersaron, Aelin y Rowan salieron hacia su propia habitación.

Dorian permaneció despierto, incluso cuando la respiración de sus compañeros se volvió lenta y
profunda. Reflexionó sobre cada palabra que Elena había dicho, reflexionó sobre aquella lejana
aparición de Gavin, quien lo había despertado para detener a Aelin de abrir ese portal. Tal vez
Gavin lo había hecho no para salvar a Aelin de su condena, sino para mantener a esos dioses de
fríos ojos lejos de apoderarse de ella como lo había hecho Deanna hoy.

Mantuvo esa idea alejada para considerarla cuando fuera menos propenso a sacar conclusiones.
Pero los hilos tejían una red a través de su mente, en tonos rojos y verdes y dorados y azules,
brillando y zumbando, susurrando sus secretos en lenguas que no eran habladas en este mundo.

Una hora después del amanecer, partieron de la Bahía de la Calavera en el barco más rápido del
que Rolfe podía prescindir. Rolfe no se molestó en despedirse, ya que se encontraba preparando
su flota, antes de zarpar hacia las cristalinas y exuberantes aguas del archipiélago. Le dio a Aelin
un regalo de despedida: vagas coordinadas de la ubicación de la Cerradura. Lo había encontrado
en su mapa, o más bien, la ubicación general. Algún tipo de centinelas debían estar colocados a su
alrededor, les advirtió el capitán, si su tatuaje no podía determinar el lugar exacto. Pero era mejor
que nada, supuso Dorian. Aelin tampoco se había quejado tanto.

Rowan volaba en altos círculos muy arriba en su forma de halcón, explorando el terreno de adelan-
te y atrás. Fenrys y Gavriel estaban en los remos, ayudándolos a enfilarse fuera del puerto, Aedion
también ayudaba, a una cómoda distancia de su padre. Dorian estaba parado en el timón, a un lado
del hosco y bajo capitán, una mujer anciana que no tenía interés en hablar con él, rey o no. Lysan-
dra nadaba por debajo de las olas en una forma u otra, resguardándolos de cualquier amenaza bajo
la superficie.

Pero Aelin se quedó sola en la proa, su dorado cabello suelto y flotando detrás de ella, tan inmóvil
que bien podría haber sido otra figura decorativa como la que se encontraba debajo. El sol saliente
le dio un brillo dorado, no se veía ni rastro de la luna de fuego que había amenazado con destruirlos
a todos.

Pero incluso mientras la reina se mantenía brillante ante las sombras del mundo… un rastro frío
trazo el contorno del corazón de Dorian.

Y se preguntó si Aelin estaba de alguna manera observando el archipiélago, y el mar, y el cielo,


como si nunca fuera a verlos de nuevo.

Tres días después, estaban casi afuera del agarre del archipiélago. Dorian estaba de nuevo en el
timón, Aelin en la proa, los otros dispersos en diversas rondas de exploración y descanso.

Su magia se sentía antes que él. Una sensación de presencia, de advertencia y despertar.

Él escaneó el horizonte. Los guerreros Fae se quedaron en silencio antes que los demás.

Se veía como una nube al inicio, una pequeña nube arrastrada por el viento. Después como una
gran ave.

Cuando los marineros comenzaron a correr por sus armas, la mente de Dorian al fin escupió el
nombre de la bestia que se deslizaba hacia ellos con brillantes y grandes alas. Wyvern.

Solo había uno. Y un jinete encima de él, cuyo blanco cabello estaba suelto, cayendo hacia un lado.
A medida que el jinete también.

El wyvern voló más bajo, deslizándose sobre el agua. Lysandra estaba lista al instante, esperando
por las órdenes de la reina para cambiar a la forma con la que pelearía…

—No —la palabra salió arrancada de los labios de Dorian antes de que pudiera pensar. Pero entonces
salió, una y otra vez, mientras el wyvern y su jinete se acercaban a la nave.

La bruja estaba inconsciente, su cuerpo colgando de lado porque no estaba despierta, porque eso
era sangre azul cubriéndola por completo. No disparen; no disparen…

Dorian rugía la orden se precipitaba hacia donde Fenrys apuntaba con su arco, una larga flecha
negra apuntaba al cuello expuesto de la bruja. Sus palabras fueron tragadas por los disparos de los
marineros y su capitán. La magia de Dorian creció mientras desenvainaba a Damaris…

Pero la voz de Aelin cortó a través de la refriega.

—¡Alto al fuego!

Todos se detuvieron. El wyvern voló más cerca, se ladeó, rodeando el barco.

Sangre azul formaba costras a los lados con cicatrices de la bestia. Tanta sangre. La bruja estaba
apenas sobre la silla de montar. Su rostro estaba vaciado de color, los labios más pálidos que el
hueso de una ballena.

El wyvern completo el rodeo, deslizándose más cerca esta vez, preparándose para aterrizar tan
cerca del barco como fuera posible. No para atacar… buscando ayuda.

En un momento, el wyvern se elevaba suavemente sobre las olas color cobalto. Entonces la bruja
parecía tan deformada, como si su cuerpo no tuviera huesos. Como si en ese instante, cuando la
ayuda estaba a escasos pasos de distancia, cualquiera que fuera la suerte que la había mantenido
en la silla, la abandonara.

El silencio se hizo en el barco al momento en que Manon Blackbeak cayó de la silla de montar,
cayendo a través del viento y el rocío del mar, y golpeaba el agua.
Parte 2
Capítulo 40
Traducido por Alina Montoya Guash
Corregido por Cotota

El humo había escocido los ojos de Elide en gran parte de la gris y húmeda mañana.

Sólo los granjeros quemando campos abandonados sin explotar, Molly había asegurado, así las
cenizas podrían fertilizar la tierra para la cosecha del próximo año. Ellos tendrán que estar millas
lejos, pero el humo y la ceniza podían viajar lejos con el viento rápido hacia el norte. El viento que
conducía a casa, hacia Terrasen.

Pero ellos no la estaban conduciendo hacia Terrasen. La conducían precisamente al este, recto
hacia la costa.

Pronto ella tendría que cortar hacia el norte. Ellos habían pasado a través de un pueblo, sólo uno,
y sus habitantes ya habían sido llenados de errantes carnavales y artistas. Aún con la noche apenas
debajo del camino, Elide ya sabía que ellos probablemente solamente ganarían dinero para cubrir
sus gastos para quedarse.

Ella había atraído una grande suma de cuatro clientes hacia su pequeña tienda de campaña
demasiado lejos, en su mayoría hombres jóvenes buscando saber quién de las chicas de la aldea les
gustaba, apenas dándose cuenta de que Elide, debajo de abundante maquillaje pegado como crema
en su rostro, no era tan mayor como ellos lo eran. Ellos habían corrido deprisa cuando sus amigos
habían corrido, susurrando a través de las tapas de estrellas pintadas que un espadachín estaba
haciendo un espectáculo increíble, y sus brazos eran por poco la medida de tres troncos.

Elide había fruncido el ceño, los dos hacia los dos inútiles hombres jóvenes que se habían
desvanecido, uno sin pagar, y hacia Lorcan, por robar el espectáculo.

Esperó los dos minutos enteros antes de empujarse fuera de la tienda de campaña, el ingente,
ridículo tocado que Molly había punteado en su cabello enganchado en las tapas. Había pedazos
de cuentas colgantes y amuletos colgados desde la cresta de la carpa, y Elide los golpeó fuera de sus
ojos, por poco tropezándose con su correspondiente bata rojo intenso mientras ella iba para ver
qué era todo ese escándalo.

Si el hombre joven del pueblo hubiese sido impresionado por los músculos de Lorcan, eso no era
nada con lo que sus músculos estaban haciendo al hombre joven.

Y la mujer más mayor, Elide se dio cuenta, no importándole apretarse a través de la firmemente
abarrotada multitud antes de que la improvisada plataforma en la que Lorcan estaba de pie
apareciera, haciendo malabarismos y lanzando espadas y cuchillos.

Lorcan no era un artista natural. No, él tenía el descaro para realmente verse aburrido allí,
limitándose a lucir completamente silencioso.
Pero lo que le faltaba de encanto lo compensaba con su sin camisa, aceitado cuerpo. Y dioses
sagrados…

Lorcan hacía que los hombres jóvenes que la visitaron en su tienda lucieran como… niños.

Él balanceó y arrojó sus armas como si fueran nada, y ella tenía el sentimiento de que el guerrero
estaba simplemente yendo hacia una de sus rutinas de ejercicio diarias. Pero el gentío todavía
decía ooh y aah hacia cualquier giro y lanzamiento y cogida, y monedas todavía se deslizaban en la
cacerola hacia el borde del escenario.

Con las antorchas alrededor suyo, el pelo oscuro de Lorcan parecía engullir la luz, sus ojos ónix
sosos y aburridos. Elide se preguntó si él estaba contemplando el asesinato de todos babeando
como perros alrededor de un hueso. Ella no podía echarle la culpa.

Un goteo de sudor se deslizó a través del fresco salpicando de su cabello negro en su esculpido torso.
Elide miró, un poco paralizada, como esta gota de sudor se movía bajo las musculadas marcas de
su estómago. Más abajo.

No mejor que esas mujeres que se lo comían con los ojos, se dijo a sí misma, antes de regresar a su
tienda de campaña cuando Molly la observó desde atrás de ella:

—Tu marido podría solamente reacomodarse en el asiento allí, arreglando sus medias, y las mujeres
podrían vaciar sus bolsillos por la oportunidad de quedárselo mirando.

—Él tiene ese efecto dondequiera que nosotros íbamos con nuestro antiguo carnaval —mintió Elide.

Molly chasqueó su lengua.

—Eres afortunada —murmuró mientras Lorcan arrojaba su espada más alto en el aire y la gente
jadeaba—, que todavía te mire del modo en que lo hace.

Elide se preguntó si Lorcan podría mirarla en absoluto si ella le contaba cuál era su nombre, quién
era ella, qué soportaba. Él había dormido en el suelo de la tienda de campaña cada noche, tampoco
era que ella alguna vez le hubiese importado el ofrecerle pasar. Él usualmente aparecía después de
que hubiese caído dormida, y se iba antes de que despertara. Para hacer esto, no tenía ni idea de
cómo lo había hecho, quizás ejercicio, hasta que ese cuerpo fuera… como ése.

Lorcan arrojaba tres cuchillos al aire, inclinándose sin una pizca de humildad o diversión hacia el
gentío. Ellos jadearon otra vez mientras las cuchillas apuntaban a una expuesta columna vertebral.

Pero en una fácil, bonita maniobra, Lorcan rodó, cogiendo cada cuchilla una después de otra.

La multitud lo vitoreó, y Lorcan con soltura miró hacia su cazo de monedas.

Más de cobre, y algunas de plata, se derramaron, como el tamborileo de la lluvia.

Molly dejó escapar una risa baja.

—El deseo y el miedo pueden aflojar cualquier cartera de cuerdas —una mirada afilada—. ¿No
tendrías que estar en tu tienda de campaña?

A Elide no le importaba responder cuando se marchó, y podría haber maldecido cuando sintió una
corta mirada de Lorcan hacia ella, en el tocado y las oscilantes gotas, en los largos, voluminosos
ropajes. Ella siguió actuando, y sobrevivió a unos pocos hombres jóvenes, y alguna mujer joven,
preguntando sobre sus vidas amorosas antes de que se encontrase a sí misma otra vez sola en esa
estúpida tienda de campaña, la oscuridad sólo iluminada por una esfera de cristal colgado con
pequeñas velas dentro.

Estaba esperando a que Molly finalmente gritara que el carnaval finalizó cuando Lorcan cruzó
el rellano por los alerones de la carpa, limpiando su rostro con un trozo de tela que no era
indudablemente su camisa.

Elide dijo:

—Molly te estará rogando que tú te quedes, te das cuenta.

Él se deslizó en la silla plegable ante su mesa redonda.

—¿Es ésa tu predicción profesional?

Ella aplastó unos hilos de gotas oscilantes entre sus ojos.

—¿Vendiste tu camiseta, también?

Lorcan le dio una salvaje sonrisa.

—Conseguí diez de bronce de una esposa de un granjero por ella.

Elide frunció el ceño.

—Eso es asqueroso.

—El dinero es dinero. Supongo que tú no tienes que preocuparte de eso, con todo el oro que has
ahorrado.

Elide resistió su mirada fija, sin preocuparse de verse agradable.

—Tú estás en un raro buen humor

—Tener a dos mujeres y un hombre ofreciendo un sitio en sus camas esta noche hacen eso en una
persona.

—¿Entonces por qué estás aquí? —eso salió más afilado de lo que ella pretendía.

Él midió las esferas colgantes, la alfombra de tejido, el mantel negro, y después sus manos, con
cicatrices y callosas y pequeñas, agarradas al borde de la mesa.

—¿No sería echar a perder tu trampa si saliese a escondidas en la noche con alguien más? Tú me
esperarías para sacarme fuera con mi trasero, estando con el corazón roto y enfurecida por el resto
de tu tiempo aquí.

—Podrías también disfrutar de ti mismo —ella dijo—. Tú te irás pronto de todos modos.

—Así como tú —le recordó él.


Elide tamborileó un dedo en el mantel, la áspera tela rasguñando contra su piel.

—¿Qué es eso? —exigió él. Como si eso fuese un inconveniente para ser educada.

—Nada.

Eso no era nada, no obstante. Ella conocía porqué se había retrasado en esa vuelta hacia el norte,
esa inevitable partida de este grupo y un trayecto final sola.

Ella apenas podía hacer impacto en un alejado carnaval. ¿Qué demonios podría hacer en una corte
de tan poderosa gente, especialmente sin ser capaz de leer? Mientras Aelin era capaz de destruir
reyes y salvar ciudades, ¿qué demonios podría hacer para probar su valor? ¿Lavar sus ropas?
¿Lavar sus platos?

—Marion —él dijo bruscamente.

Ella levantó la vista, sorprendida de encontrarlo todavía ahí. Los oscuros ojos de Lorcan eran
ilegibles en la penumbra.

—Tienes suficientes hombres jóvenes que son incapaces de dejar de mirarte hacia ti esta noche.
¿Por qué no tener un poco de diversión con ellos?

—¿Por qué? —ella chasqueó. El pensamiento de un extraño tocándola, sin rostro, un hombre sin
nombre maltratándola en la oscuridad...

Lorcan la tranquilizó. Él dijo con demasiada calma:

—Cuando estuviste en Morath, alguien…

—No —ella sabía lo que él quería decir—. No, eso no llegó tan lejos —pero la memoria de esos
hombres tocándola, riéndose de su desnudez… Ella la empujó lejos—. No he estado nunca con un
hombre. Nunca he tenido la oportunidad o el interés.

Él ladeó su cabeza, su oscuro y sedoso cabello deslizándose por su rostro.

—¿Prefieres a las mujeres?

Ella pestañeó hacia él.

—No, no pienso eso. No sé lo que prefiero. Otra vez, yo nunca… yo nunca he tenido la oportunidad
de sentir… eso —deseo, lujuria, ella no lo conocía. Y ella no sabía cómo o por qué ellos se habían
enrollado a hablar sobre esto.

—¿Por qué? —y con todo del considerable foco de Lorcan apuntado a ella, con el modo que él había
mirado hacia su boca pintada de rojo, Elide le quería contar. Sobre la torre, y Vernon, y sus padres.
Sobre por qué, si ella nunca sentiría deseo, si eso era el resultado de confiar en alguien mucho más
que aquellos horrores desapareciesen, el resultado de saber que ellos podrían luchar con dientes y
zarpas para mantener su libertad y nunca la encerrasen o la abandonasen.

Elide abrió su boca. Acto seguido el chillido empezó.


l

Lorcan no sabía por qué demonios él estaba en la ridícula y pequeña tienda de campaña del oráculo
de Marion. Él necesitaba lavarse, la necesidad de limpiarse el sudor y el aceite y sentir lejos todos
esos ojos que se lo comían.

Pero él había divisado a Marion en la multitud mientras había finalizado su actuación patética. No
la había visto más temprano en la tarde antes de que ella se hubiese vestido con ese tocado y esos
ropajes, pero… quizá eran los cosméticos, el intenso lápiz de ojos alrededor de sus ojos, el modo en
el que los labios pintados de rojo hacían que su boca pareciese una fresca pieza de fruta, pero… la
había visto.

Dándose cuenta de la manera en que los hombres la habían localizado, también. Algunos la habían
mirado totalmente boquiabiertos, asombro y lujuria escritos a lo largo de sus cuerpos, como Marion
se detenía, ajena, al borde de la multitud y divisaba a Lorcan al mismo tiempo.

Preciosa. Después de unas pocas semanas de comer, de seguridad, la aterrorizada, demacrada


joven mujer de alguna manera pasó de bonita a preciosa. Él había finalizado su actuación más
temprano de lo que tenía pensado, y para el momento en que había alzado la mirada otra vez,
Marion se había ido.

Como un perro maldito de dios, él recogió su aroma entre la multitud y la siguió de vuelta hacia su
tienda de campaña.

En las sombras y resplandecientes luces adentro, con el tocado y las gotas colgantes y oscuros
ropajes rojos… el oráculo encarnado. Serena, exquisita… y completamente prohibida.

Y él había estado demasiado concentrado en maldecir para quedarse mirando hacia esa desarrollada
y pecaminosa boca mientras ella admitía que todavía no había sido tocada, que él no había detectado
nada incorrecto hasta que el chillido empezó.

No, él había estado demasiado ocupado contemplando qué sonidos podrían proceder desde esa
boca llena si lentamente, gentilmente, le enseñaba el arte del dormitorio.

El ataque, Lorcan supuso, era el modo de Hellas de decirle que mantuviera su miembro en sus
pantalones y su mente saliera de las alcantarillas.

—Ponte detrás de una carreta y permanece allí —chasqueó él antes de lanzarse fuera de la tienda
de campaña. No esperó a ver si ella obedecía. Marion era inteligente, sabía que podría resistir una
mejor oportunidad de sobrevivir si lo escuchaba y encontraba refugio.

Lorcan soltó su don a través del sitio del carnaval que estaba en pánico, una ola de oscuridad, un
terrible poder propagándose en una ola pequeña, después corriendo de regreso para contarle qué
se sentía. Su poder era jubiloso, jadeante en un modo que él conocía demasiado bien: muerte.

En un final del campo extenso estaban los alrededores del pequeño pueblo. En el otro, un bosquecillo
de árboles y una noche infinita, y alas.
Sobrepasando, musculosas formas cayeron desde el cielo, su magia recogió cuatro. Cuatro ilken
mientras ellos llegaban, zarpas fuera y desnudando esos dientes que hacen jirones la carne. Las
curtidas alas, eso parecía, los marcaron como alguna ligera variación de los que los habían seguido
en Oakwald. Una variación, o una perfección de un ya despiadado cazador.

La gente corría, gritando, hacia el pueblo, hacia la protección de los oscuros campos más allá.

Esos fuegos lejanos no habían sido empezados por los granjeros para quemar sus desocupados
campos.

Habían sido comenzados para enturbiar los cielos, para ocultar el aroma de esas bestias. Para él. O
cualquiera de los otros experimentados guerreros.

Marion. Ellos estaban cazando a Marion.

El carnaval estaba sumido en el caos, los caballos estaban chillando y corcoveando. Lorcan cayó
hacia donde los cuatro ilken habían aterrizado en el corazón del campamento, la izquierda donde
él había estado actuando minutos antes, al tiempo para ver una tierra por donde unos jóvenes
huían y volteaban sobre su espalda.

El hombre joven estaba todavía gritando por los dioses quienes no podrían contestar cuando los
ilken se inclinaron hacia abajo, golpeando libremente con una zarpa grande, y abriendo su vientre
con un delicado puñetazo. Él todavía estaba chillando cuando los ilken bajaron su mutilado rostro
y celebraron.

—¿Qué en los ardientes demonios son aquellas bestias? —esa era Ombriel, con una larga espada, y
sujetada de una manera que le decía que ella sabía cómo empuñarla. Nik vino vociferando detrás
de ella, dos rugidos, sosteniendo oxidadas cuchillas en sus carnosas manos.

—Soldados de Morath —era todo lo que Lorcan proporcionó. Nik estaba observando la cuchilla
y el hacha que Lorcan había desenvainado, y él no había pensado pretender no conocer cómo
usarla, para ser un simple hombre de los lugares salvajes, como decía con fría precisión—. Ellos son
naturalmente capaces de cortar a cuchilladas la mayoría de la magia, y solamente decapitándolos
los mantendremos a raya.

—Ellos tienen por poco ocho pies —dijo Ombriel, su rostro pálido.

Lorcan los dejó con sus cálculos y miedos, entrando en el anillo de luz en el corazón del campamento
mientras los cuatro ilken acababan de jugar con el hombre joven. El humano estaba todavía vivo,
silenciosamente articulando súplicas por ayuda.

Lorcan soltaba golpes con su poder y podría haber maldecido que el joven hombre tenía gratitud
en sus ojos mientras la muerte lo besaba en saludo.

Los ilken levantaron la mirada como uno solo, siseando suavemente. Sangre deslizándose de sus
dientes.

Lorcan excavaba con su poder, preparándose para distraer y confundirlos, si su resistencia hacia
la magia era verdad. Quizá Manon habría tenido tiempo para correr. El ilken que había rasgado
abriendo el vientre del joven hombre dijo hacia él, más alto mientras su lengua gris danzaba:
—¿Tú eres el único a cargo?

Lorcan simplemente dijo:

—Sí.

Eso decía lo suficiente. Ellos no sabían quién era él, su papel en el escape de Marion.

Los cuatro ilken sonrieron.

—Buscamos a una chica. Ella mató a nuestros parientes, y algunos otros.

¿Ellos la culpaban por la muerte de los ilken hace aquellas semanas? ¿O era la excusa ideal para
sus propios fines?

—La rastreamos hacia el Acanthus cruzando… Ella tendría que estar escondida allí, entre tu gente
—una mueca.

Lorcan deseaba que Nik y Ombriel mantuvieran sus bocas cerradas. Si ellos siquiera comenzaban
a delatarlos, el hacha en sus manos se movería.

—Comprueba otro carnaval. Hemos estado en este grupo por meses.

—Ella es pequeña —continuó, sus demasiado humanos ojos parpadeando—. Lisiada de una pierna.

—No sabemos nada de eso.

Ellos la raptarían hasta los confines de la tierra.

—Haz que tu grupo se alinee para… inspeccionarlos.

Los harían caminar. Les echarían una ojeada. Buscando a una mujer joven con el cabello negro con
cojera y cualquiera de las otras pistas que su tío les hubiese proporcionado.

—Tú los has ahuyentado a todos. Tardarán días antes de que vuelvan. Y, otra vez —dijo Lorcan,
su hacha golpeando un poco más arriba—, no hay nadie en mi caravana que coincida con tal
descripción —detrás de él, Nik y Ombriel estaban en silencio, su terror era un hedor que se le metía
hacia arriba en su nariz. Lorcan deseaba que Marion permaneciese escondida.

Los ilken sonrieron, la más espantosa sonrisa que Lorcan había contemplado en todos sus cientos
de años.

—Tenemos oro —ciertamente, los ilken detrás de él tenían una bolsa de cadera que se hundía con
él—. Su nombre es Elide Lochan. Su tío es el Lord de Perranth. Él te recompensará generosamente
por habérsela entregado.

Las palabras golpearon a Lorcan como piedras. Marion, Elide había… mentido. Había logrado
impedir que incluso oliera la mentira en ella, había utilizado las suficientes verdades y su propio
miedo general para mantener su aroma de eso escondido–

—No conocemos a nadie con tal nombre —dijo Lorcan otra vez.

—Lástima —canturreó el centinela—. Porque si tú la tenías en tu compañía, nosotros tendríamos


que haberla apresado y abandonarlos. Pero ahora… —el ilken sonrió a sus tres compañeros, y sus
negras alas crujieron—. Ahora parece que nosotros hemos volado un gran camino para nada. Y
estamos muy hambrientos.
Capítulo 41
Traducido por Alina Montoya Guash

Corregido por Cotota

Elide se apretujó a sí misma en un suelo oculto en la mayor de las carretas y oró que nadie la
descubriera. O empezara a quemar cosas. Su frenética respiración era el único sonido. El aire crecía
apretado y caliente, sus piernas temblaban y se acalambraban de estar dobladas en una bola, pero
ella todavía esperaba, ella todavía se mantendría escondida.

Lorcan había corrido, él sólo correría en la lucha. Ella había huido a la tienda de campaña al tiempo
de ver cuatro ilken, alados ilken, descendiendo en el campamento. Ella no se había detenido lo
suficiente para ver qué sucedía después.

El tiempo pasaba, minutos o quizá horas, ella no era capaz de decir.

Ella había hecho esto. Había traído esas cosas aquí, hacia esa gente, hacia la caravana...

Los gritos crecían más alto, después atenuados. Después nada.

Lorcan debería estar muerto. Todo el mundo debería estar muerto.

Sus orejas se tensaron, y ella intentó silenciar su respiración para escuchar cualquier sonido de
vida, de acción más allá de su pequeño, caliente espacio escondido. Sin duda, esto era usualmente
reservado para los que pasaban de contrabando, no planeado para un humano viviendo.

Ella no podría estar escondida mucho más. Si los ilken los masacraban a todos, buscarían a
cualquier superviviente. Podrían probablemente rastrearla con el olfato.

Tendría que correr por ello. Tendría que fugarse, pensar qué podría hacer, y correr a toda velocidad
por los oscuros campos y orar que otros no aguardasen allá. Sus pies y pantorrillas se habían
entumecido minutos antes y ahora hormigueaban incesantemente. No debería de ser capaz de
caminar muy bien, y su estúpida, inútil pierna…

Escuchó otra vez, orando a Anneith para que volteara la atención de los ilken a otra parte.

Solamente el silencio la recibía. No más gritos.

Ahora. Debería irse ahora, mientras tuviese la protección de la oscuridad.

Elide no daba a su miedo otro latido de su corazón para que susurrara veneno a su sangre. Había
sobrevivido a Morath, sobrevivido a semanas sola. Lo haría, tenía que hacerlo, y no podría en lo
más absoluto importarle ser la maldita lavaplatos de la reina de los dioses si eso significaba que
ella podía vivir–
Elide se desenroscó, los hombros adoloridos mientras ella silenciosamente hacía ceder la trampilla
hacia arriba, la alfombra de la pequeña área deslizándose de vuelta. Ella escaneó el interior de la
carreta, los bancos vacíos en cualquiera de los dos lados, después estudió la atrayente noche más
allá. Luz vertida desde el campamento detrás de ella, pero adelante… un mar de negrura. El campo
estaba quizás a treinta pies de distancia.

Elide se dobló de dolor mientras la madera gemía al tiempo que ella levantó la trampilla lo
suficientemente alta para que se deslizase, boca abajo, por encima de las tarimas de madera. Pero
su ropa se enganchó, obligándola a detenerse. Elide apretó sus dientes, estirando a ciegas. Pero eso
la había cogido dentro del espacio para gatear. Anneith la salvara…

—Cuéntame —habló arrastrando las palabras una voz profunda de hombre detrás de ella, desde
cerca del asiento del conductor—. ¿Qué hubieras hecho si yo fuese un soldado ilken?

El alivio volvió sus huesos líquidos, y Elide aguantó un gemido. Ella se volteó para encontrar a
Lorcan cubierto en sangre negra, sentado en el banco detrás del asiento del conductor, las piernas
extendidas ante él. Su hacha y espada yacían desechadas detrás de él, cubiertas en esa sangre negra
también, y Lorcan ociosamente evaluaba un largo troncho de trigo mientras él contemplaba hacia
la pared de telas de la carreta.

—La primera cosa que yo hubiese hecho en tu lugar —reflexionó Lorcan, aún sin mirar hacia ella—,
me hubiera deshecho de los ropajes. Te hubieses caído llanamente en tu rostro si hubieses corrido,
y el rojo podría ser tan bueno como una campana avisando la cena.

Ella estiró la ropa otra vez, y la tela se rompió finalmente. Frunciendo el entrecejo, ella pateó donde
había quedado libre y encontró un sitio un poco suelto de paneles de madera.

—La segunda cosa que yo hubiese hecho —siguió Lorcan, sin preocuparse de limpiar la sangre
salpicada en su rostro—, es contarme la maldita verdad de los dioses. ¿Sabías que aquellas bestias
ilken aman hablar con verdadero estímulo? Y ellos me contaron unas muy, muy interesantes cosas
—aquellos oscuros ojos finalmente se deslizaron hacia ella, completamente rabiosos—. Pero tú no
me contaste la verdad, ¿lo hiciste, Elide?

Sus ojos estaban amplios, su rostro palideció de color detrás de los cosméticos. Ella había perdido
el tocado en alguna parte, y su oscura capa de cabello se deslizó libre de algunos de sus alfileres
mientras ella trepaba por el oculto compartimento. Lorcan observó cada movimiento, evaluando y
sopesando y debatiendo qué, exactamente, hacer con ella.

Mentirosa. Ingeniosa y pequeña mentirosa.

Elide Lochan, legítima Señora de Perranth, escurriéndose, golpeando la trampilla cerrada y


resplandeciendo hacia él desde donde ella se hincó de rodillas en el suelo. Él miró con furia a su
izquierda de vuelta.
—¿Por qué tendría que haber confiado en ti —dijo ella con impactante frialdad— cuando tú me
estabas acechando en el bosque por días? ¿Por qué tendría que haberte dicho una cosa sobre mí
cuando me podrías haber vendido al mejor postor?

Su cuerpo dolió; su cabeza palpitó por la matanza que él había apenas hecho para sobrevivir. Los
ilken se habían ido, pero no voluntariamente. Y el único que habían mantenido vivo, el único que
Nik y Ombriel le habían rogado para matarlo y lo hicieron, le había contado muy poco, para ser
exactos.

Pero Lorcan había decidido que su esposa no necesitaba conocer eso. Decidió que ése era el tiempo
para ver qué podría revelar ella si él permitiese que algunas mentiras de sí mismo la engañaran.

Elide miró con furia hacia sus armas, hacia la sangre que apestaba cubriéndolo como aceite.

—¿Los mataste a todos?

Bajó el tallo de trigo de su boca.

—¿Piensas que estaría aquí si no lo hubiese hecho?

Elide Lochan no era un simple humano intentando retornar hacia su país natal y servir a su reina.
Ella era una señora de sangre real que quería volver hacia esa zorra respira fuego al Norte para
ofrecer cualquier ayuda que pudiese. Ella y Aelin podrían ser adecuadas para cada una, él decidió.
La mentirosa de rostro pequeño y la insufrible, arrogante princesa.

Elide se desplomó en el banco, masajeando sus pies y pantorrillas.

—Estoy arriesgando mi cuello por ti —él dijo demasiado silenciosamente—, y ya decidiste no


contarme que tu tío es no solamente un simple comandante en Morath, sino que también es la
mano derecha de Erawan, y tú eres su preciada posesión.

—Te he contado lo suficiente de la verdad. Quien soy yo no supone diferencia alguna. Y yo no soy
la posesión de nadie.

Su temperamento tiró hacia las ataduras que él había con cuidado mantenido cortas antes de cargar
con su aroma hacia esta carreta. Fuera, los otros estaban empacando con apuro, preparándose
para huir antes de que los aldeanos decidieran culparlos por el desastre.

—Hace una diferencia el quien eres. Con tu reina en movimiento, tu tío sabe que ella tiene que
pagar un alto precio para tenerte de vuelta. Tú no sólo eres un simple bien de crianza, eres una
herramienta de negociación. Tendrías que ser la que lleve a esa zorra hacia sus pies.

Rabia cruzó en su rostro atractivo y huesudo.

—Tú guardas bastantes secretos también, Lorcan —escupió su nombre como una maldición—. Y
todavía no he sido capaz para decidir si es insultante o divertido que pienses que yo soy demasiado
estúpida para notarlo. Que tú pienses que soy cualquier chica asustadiza y confundida, demasiado
agradecida con la presencia de tal fuerte, amenazante soldado para hasta cuestionar porqué estás
ahí o qué querrías o cuál es tu interés en todo esto, no es mi problema. Yo te di exactamente lo
que querías ver: una joven mujer perdida necesitada de ayuda, quizá un poco hábil para mentir y
engañar, pero básicamente que no valía la pena pensar en ella unos pocos minutos. Y tú, con toda
tu inmortal arrogancia, no pensaste dos veces. ¿Por qué lo harías, cuando los humanos son tan
inútiles? ¿Por qué te tendrías que molestar, cuando planeaste abandonarme en el momento que tú
tuvieses lo que necesitases?

Lorcan pestañeó, quedándose clavado en el suelo. Ella no retrocedía ni un milímetro.

No podía recordar la última vez que alguien le había hablado de esa manera.

—Sería cuidadoso con lo que pudieras decirme.

Elide le dio una pequeña sonrisa llena de odio.

—¿O qué? ¿Me venderás a Morath? ¿Me usarás como tu billete dentro?

—No había pensado en hacer eso, pero gracias por la idea.

Su garganta subió y bajó, la única señal de su miedo. Y ella dijo claramente y sin pista de titubeo:

—Si intentas llevarme hacia Morath, yo acabaré con mi propia vida antes de que puedas llevarme
al puente de la Fortaleza.

Ése era el hilo, la promesa, que desató su enfado, su total ira que… que ella había ciertamente
estado jugando con sus expectativas de ella, con su arrogancia y prejuicios. Él dijo cuidadosamente:

—¿Qué es lo que estás llevando que los hace querer cazarte tan incansablemente? No es tú sangre
real, no es tu magia y tu uso para la crianza. El objeto que llevas contigo, ¿qué es eso?

Quizá ésa era la noche para la verdad, quizá la muerte se cernía lo bastante cerca para hacerla un
poco temeraria, pero Elide dijo:

—Es un regalo, para Celaena Sardothien. De una mujer mantenida encerrada en Morath, quien
había esperado un largo tiempo para pagarle por su pasada amabilidad. Más que eso, no lo sé.

Un regalo para una asesina, no la reina. Quizá nada para que se diera cuenta, pero…

—Déjame verlo.

—No.

Ellos se sostuvieron la mirada otra vez. Y Lorcan supo que si quisiera, él podría esperar hasta que
ella estuviera dormida, cogerlo por sí mismo, y desaparecer. Ver qué podría hacer que se volviera
tan protectora con ello.

Pero él sabía… alguna pequeña y estúpida parte de él sabía que si tomaba de esta mujer a la
que ya le habían robado tanto… No sabía si existía otra cosa viniendo de eso. Había hecho tales
despreciables, despiadadas cosas en los siglos y no lo había pensado dos veces. Se había deleitado
en ellas, disfrutado, la crueldad.
Pero eso… ahí había una línea. De alguna manera… de algún modo existía alguna maldita línea
divina ahí.

Ella pareció percatarse de su decisión, con cualquier don que tuviese. Sus hombros se desplomaron,
y ella se quedó mirando impasiblemente hacia la pared de tela mientras los sonidos de su grupo
ahora crecían más cerca, su deseo de escapar y empaquetar, abandonar lo que podía ser escatimado.

Elide dijo silenciosamente:

—Marion era el nombre de mi madre. Murió defendiendo a Aelin Galathynius de su asesino. Mi


madre le dio a Aelin tiempo para correr, para escapar por lo que ella podría volver para rescatarnos
a todos. Mi tío, Vernon, observó y sonrió mientras mi padre, el Señor de Perranth, era ejecutado
en el exterior de nuestro castillo. Acto seguido usurpó el título de mi padre y sus tierras y su casa.
Y por los siguientes diez años, mi tío me encerró en la torre más alta del Castillo de Perranth, con
sólo mi niñera de compañía. Cuando yo me rompí mis pies y mi tobillo, él no confió demasiado en
los curanderos para permitirles tratarlo. Mantuvo rejas en las ventanas de la torre para impedir
que me suicidará, y encadenó mis tobillos para impedirme correr. La abandoné por primera vez en
una década cuando él me metió dentro de una carreta como prisión y me llevó hacia Morath. Allí,
me hizo trabajar como una sirvienta, para mi propia humillación y terror con el que se deleitaba.
Planeé y soñé con escapar cada día. Y cuando fue tiempo… aproveché mi oportunidad. No sabía
sobre los ilken, solamente había oído rumores de letales cosas siendo criadas en las montañas
más allá de la Fortaleza. No tengo tierras, dinero, armas para ofrecer a Aelin Galathynius. Pero la
encontraré, y ayudaré de cualquier modo que yo pueda. Aunque solo sea para cuidar a una niña,
solo una, soportando lo que hice.

Él dejó que la verdad en sus palabras se sumiera en él. Dejó que modificaran su vista de ella. Sus…
planes.

Lorcan dijo bruscamente:

—Yo tengo más de quinientos años. Soy el juramento de sangre de la Reina Maeve de las Hadas, y
soy su segundo al mando. He hecho enormes y terribles cosas en su nombre, y querré hacer más
antes de que la muerte me venga a buscar. Nací como un bastardo en las calles de Doranelle, corría
salvaje con los otros niños desechados hasta que noté que mis talentos eran diferentes. Maeve se
dio cuenta, también. Puedo matar más rápido, puedo percibir cuando la muerte está cerca. Creo
que mi magia es muerte, dada a mí por el mismísimo Hellas. Estoy en estas tierras en nombre de
mi reina, aunque vine sin su permiso. Ella podría muy bien cazarme y matarme por ello. Si sus
centinelas llegan buscándome, es en tu mejor interés pretender no saber quién y qué soy —había
más, pero… Elide había estado guardando secretos, también. Se habían ofrecido a cada uno lo
suficiente por ahora.

Nada de miedo alguno mancilló su aroma, ni un trazo de él. Todo lo que Elide dijo fue:

—¿Tienes familia?

—No.

—¿Tienes amigos?
—No —su camarilla de guerreros no contaba. No le había importado cuando el maldito de los dioses
de Whitethorn los abandonó para servir a Aelin Galathynius; Fenrys no hacía secreto alguno que
odiaba el vínculo; Vaughan estaba apenas alrededor; él no podía defender la posición irrompible
de Gavriel; y Connall estaba demasiado ocupado celando a Maeve como un animal la mayor parte
del tiempo.

Elide dobló su cuello, su cabello deslizándose sobre su rostro. Él casi alzó una mano para peinárselo
de vuelta y leer sus oscuros ojos. Pero sus manos estaban cubiertas en esa asquerosa sangre. Y tuvo
el sentimiento de que Elide Lochan no quería ser tocada a no ser que ella pidiera serlo.

—Entonces —murmuró ella—, tú y yo somos lo mismo en este punto, al menos.

Sin familia, sin amigos. Eso no había parecido muy patético hasta que lo dijo, hasta que él
repentinamente se vio a sí mismo a través de los ojos de ella.

Pero Elide se encogió de hombros, subió sus pies mientras la voz de Molly ladró desde cerca.

—Tendrías que limpiarte, te ves como un guerrero otra vez.

Él no estaba seguro si lo que ella quería decir fuese un cumplido.

—Nik y Ombriel, desafortunadamente, se dieron cuenta de que tú y yo quizá no somos lo que


parecemos.

Alarma destelló en sus ojos.

—Tendríamos que abandonar–

—No. Ellos guardarán nuestros secretos —si solamente porqué ellos habían visto a Lorcan atacar a
esos ilken, y sabían precisamente qué podía hacerles si ellos solamente respirasen incorrectamente
en su dirección—. Podemos quedarnos por algún tiempo aún, hasta que tengamos claro esto.

Elide asintió, su grave cojera mientras ella se dirigía hacia el reverso de la carreta. Ella se sentó
en el borde antes de subirlo, su tobillo roto demasiado débil y punzante hasta para saltar. Aún se
movía con bastante dignidad, siseando un poco cuando su pie hacía contacto con el suelo.

Lorcan observó su cojera en la noche, sin ni siquiera echar una mirada hacia atrás.

Y se preguntó qué demonios estaba haciendo.

Y él se preguntó qué demonios estaba haciendo.


Capítulo 42
Traducido por Alina Montoya Guash

Corregido por Cotota

La Muerte olía como sal, sangre, madera y putrefacción.

Y eso dolía.

La oscuridad la abrazaba, eso dolía como el infierno. Los Únicos Ancianos habían mentido en
que eso curaba todas las enfermedades, si los trozos de dolor sobre su abdomen fuesen cualquier
indicio. Ni mencionar el dolor de cabeza, la simple sequedad de su boca, el llameante picotazo en
la otra cortada en su brazo.

También la Muerte era otro mundo, otro reino. Quizá ella se había ido hasta el maldito reino que
los humanos tanto temían.

Odiaba a la Muerte.

Y la Muerte se podía ir al infierno, también.

Manon Blackbeak se quebró abriendo sus párpados que estaban demasiado pesados, demasiado
llameantes, y entornó los ojos contra la luz de la linterna parpadeante que se mecía sobre los
paneles de madera de la habitación en la que yacía.

No era una habitación real, ella se dio cuenta por el hedor de la sal y la sacudida y rechinamiento
del mundo alrededor de ella. Estaba en una cabina, en un barco.

Una pequeña y sucia cabina, con apenas espacio para esa cama, una portilla demasiado pequeña
para sus hombros incluso se metieran…

Ella se paró erguida. Abraxos. ¿Dónde estaba Abraxos?

—Relájate —habló arrastrando las palabras una voz femenina demasiado familiar desde el espacio
sombrío cerca de los pies de la cama.

El dolor estalló en el vientre de Manon, una retrasada respuesta hacia su repentino movimiento, y
miró entre los blancos vendajes que ahora picaban contra sus dedos y a la joven reina, reclinándose
en la silla junto a la puerta. Observó entre la mujer y las cadenas ahora alrededor de sus muñecas,
alrededor de sus tobillos, sujetados entre las paredes con lo que parecían ser agujeros recientemente
perforados.

—Parece que me debes una deuda de vida una vez más, Blackbeak —dijo Aelin Galathynius,
reflejando un frío humor en sus ojos turquesa.

Elide. Si Elide estaba aquí…

—Tu exigente niñera wyvern está bien, por cierto. No sé cómo tú acabaste con una dulce cosa como
ésa como montura, pero él está conforme con tumbarse en el sol en la cubierta de la proa. No puedo
decir que eso haga particularmente felices a los marineros, especialmente al limpiar luego de que
se salga.

Encuentra algún lugar seguro, le había dicho a Abraxos. ¿Había encontrado de alguna manera a la
reina? ¿De algún modo sabiendo que ése era el único sitio en el que ella tendría alguna posibilidad
de sobrevivir?

Aelin reforzó sus pies en el suelo, las botas haciendo suavemente un ruido sordo. Había un honesto
tipo de impaciencia con algún tipo de sandeces que no habían estado ahí la última vez que Manon
había visto a la mujer. Como si la guerrera que se había reído de su forma de batallar encima del
templo de Temis hubiera perdido un poco de ese retorcido entretenimiento pero obtenido más de
su ingeniosa crueldad.

El vientre de Manon dio un latido de dolor que la hizo morder su labio para ahogar su siseo.

—Quien te dio eso no estaba jugando —dijo la reina—. ¿Problemas en casa?

Esos no eran asuntos de la reina, o de cualquier otra persona.

—Déjame curarme, y después seguiré mi camino —habló Manon con voz ronca, su lengua
deshidratada, una dura cáscara.

—Oh, no —ronroneó Aelin ronroneó—. Tú no irás a ningún lado. Tu montura hará lo que sea que
le complazca, pero tú eres oficialmente nuestra prisionera.

La cabeza de Manon empezó a girar, pero se forzó a sí misma a decir,

—¿Nuestra?

Una pequeña sonrisa cómplice. Después la reina se levantó con gracia. Su cabello era más largo, su
rostro más esbelto, sus ojos turquesa duros y cazadores. La reina dijo simplemente:

—Estas son las reglas, Blackbeak. Tratas de escapar, mueres. Hieres a alguien, mueres. Tú de algún
modo nos pones a alguno de nosotros en problemas… Pienso que entiendes a dónde voy con esto.
Metes un pie fuera de la línea, y finalizaré lo que empecé ese día en el bosque, deuda de vida o no.
Esta vez no necesito una espada para hacerlo.

Mientras ella hablaba, doradas llamas parecían parpadear en sus ojos. Y Manon se dio cuenta con
no una pequeña emoción, aún con su dolor, que la reina podría ciertamente acabar con ella antes
de que estuviera lo suficientemente cerca para matarla.

Aelin se giró hacia la puerta, su mano con cicatrices en el pomo.

—He encontrado astillas en tu vientre antes de que te curara. Te sugiero no mentir a cualquiera que
pueda tolerar estar alrededor de ti lo suficiente para saber la historia completa —ella sacudió su
mentón hacia el suelo. Un cántaro y un bote yacían ahí—. El agua está al lado de la cama. Si puedes
alcanzarla.

Después ella se había ido.

Manon escuchó sus firmes pisadas desvaneciéndose. Ninguna otra voz o sonido más allá de las
vueltas de las olas contra el barco, el gemido de la madera, y, gaviotas. Ellas tenían que estar
todavía dentro del alcance de la costa, luego. Navegando hacia donde… ella tenía que descifrar eso.

Una vez que estuviera curada. Una vez que se hubiera quitado esos hierros. Una vez que se hubiera
subido en Abraxos.

Pero ¿ir hacia dónde? ¿Hacia quién?

Allí no había ningún nido de águilas para recibirla, ningún Clan que la protegiera de su abuela. Y
las Trece… ¿Dónde estaban ahora? ¿Habían sido cazadas?

El estómago de Manon ardió, pero alcanzó el agua. El dolor azotó su mano lo suficiente fuerte para
que se diera por vencida después de un latido del corazón.

Ellas lo habían escuchado, sin duda, qué era ella. Las Trece la habían oído.

No solamente una Crochan mestiza… sino la última Reina Crochan.

Y su hermana… su media hermana…

Manon miró fijamente hacia lo sombreado, hacia el techo de madera.

Era capaz de sentir esa sangre de Crochan en sus manos. Y su capa… esa capa roja estaba acomodada
sobre el borde de la cama. La capa de su hermana. Eso que su abuela le había hecho poner, sabiendo
a quién le pertenecía, sabiendo a quien Manon le había cortado la garganta.

No era más la heredera Blackbeak, sangre de Crochan o no.

La desesperación se enrolló como un gato alrededor del dolor en el vientre de Manon. No era nadie
ni nada.

No recordaba el caer dormida.

l
La bruja durmió por tres días después de que Aelin reportara que había despertado. Dorian llegó a
esa estrecha cabina con Rowan y la reina cada vez que ellos curaban un poco más de ella, observando
la manera que su magia trabajara, pero no se atrevía a intentar nada en la inconsciente Blackbeak.

Aún inconsciente, cada respiración de Manon, cada sacudida, era un recordatorio que era una
depredadora de nacimiento, su agonizante bello rostro una cuidada máscara para atraer a los
confiados a su perdición.

Eso se sentía que valía, de alguna manera, considerando que ellos estaban probablemente
navegando hacia su propia fatalidad.

Mientras los dos barcos de Rolfe los habían escoltado bajo el litoral de Eyllwe, ellos se habían
mantenido alejados bien de la costa. Una malvada tempestad los había anclado entre el pequeño
grupo de islas de las aguas de Leriba, y habían solamente sobrevivido gracias a los propios vientos
de Rowan protegiéndolos. La mayoría de ellos todavía pasaban su tiempo enteramente con la
cabeza metida en un cubo. Él mismo incluido.

Estaban cerca de Banjali ahora, y Dorian había intentado y falló en no pensar en su amiga muerta
con cada legua cerca de la bonita ciudad. Intentó y falló en no considerar si Nehemia podría haber
estado con ellos en este mismo barco si las cosas no hubiesen ido tan terriblemente mal. Intentó y
falló en no contemplar si ese toque que ella le había dado una vez, la marca del Wyrd que ella había
esbozado sobre su pecho, había de algún modo… despertado ese poder suyo. Si eso hubiese sido
una maldición tanto como una bendición.

Él no había tenido el coraje para preguntar lo que Aelin estaba sintiendo, aunque la encontraba
frecuentemente mirando fijamente hacia la costa, aún si bien ellos no pudiesen verlo, aún si bien
ellos no estuvieran cerca.

Otra semana, quizá menos, si bien la magia de Rowan ayudara, podría tenerlos al borde del este
de los Pantanos de Piedra. Y una vez que ellos estuvieran cerca de… tenían que confiar en las vagas
direcciones de Rolfe para guiarlos.

Y evitar la armada de Melisande, la armada de Erawan ahora, él supuso, esperando solamente


alrededor de la península en el Golfo de Oro.

Pero por ahora… Dorian estaba observando la habitación de Manon, ninguno de ellos asumiendo
el riesgo en lo que a la heredera Blackbeak se refería.

Él aclaró su garganta mientras sus párpados se movían, sus oscuros párpados emergiendo, acto
seguido levantándose completamente.

Ojos dorados, adormecidos, nebulosos le encontraron.

—Hola, brujita —dijo él.

Su llena, sensual boca algo apretada, o en un reprimido mohín o sonrisa, él no era capaz de decir.
Pero ella se reacomodó en el asiento, su cabello blanco luna deslizándose hacia adelante, sus
cadenas rechinando.

—Hola, principito —dijo ella. Dioses, su voz era como papel de lija.

Él miró hacia la jarra de agua.

—¿Gustas una bebida?

Ella tenía que estar sedienta. Ellos apenas habían sido capaces de conseguir un goteo en su garganta,
no queriendo arriesgarse a esos ahogados o liberados dientes de hierro de dondequiera que ella los
guardase.

Manon estudió la jarra, después a él.

—¿Y soy tu prisionera, también?

—Mi deuda de vida está pagada —dijo él simplemente—. No eres nada para mí en absoluto.

—¿Qué pasó? —habló con voz ronca. Una orden, y únicamente él le daba permiso a ella para hacerla.

Pero él llenó el vaso, intentando no mirarse como si él estuviese calculando su alcance en esas
cadenas mientras se lo daba a ella. Ningún signo de sus uñas de acero mientras sus delgados dedos
envolvían el cubo. Ella se dobló de dolor suavemente, se dobló de dolor un poco más mientras lo
levantaba hacia sus todavía pálidos labios, y bebió. Y bebió.

Ella vació el vaso. Dorian silenciosamente lo rellenó para ella. Una vez. Dos veces. Tres veces.

Cuando ella finalmente acabó, él dijo:

—Tu wyvern voló directo como una flecha hacia nosotros. Te caíste de la montura y en el agua
casi a cincuenta yardas de nuestro barco. Cómo te encontramos, no lo sabemos. Te sacamos fuera
del agua, el mismo Rowan tuvo que temporalmente vendar tu estómago en la cubierta antes de
que pudiéramos aún bajarte aquí. Es un milagro que no hubieses muerto por pérdida de sangre
solamente. Nunca pensamos en una infección. Te tuvimos aquí abajo por una semana, Aelin y
Rowan trabajando en ti, te tuvieron que cortar, abrir otra vez en algunos sitios para sacar la mala
carne fuera. Has estado dentro y fuera desde ése entonces.

Dorian no se sentía cómodo para mencionarle que él había sido el único quien había saltado dentro
del agua. Sólo… actuó, como Manon había actuado cuando ella le había salvado en su torre. Él no
le debía nada menos. Lysandra, en su forma de dragón marino, los había alcanzado momentos
después, y él había aguantado la pesada agua y a Manon en sus brazos mientras escalaba sobre la
espalda del tramoyista. La bruja había estado demasiado pálida, y la herida en su estómago… Él casi
había vomitado su almuerzo por su vista. Ella lucía como un pez que había sido descuidadamente
destripado.

Destripada, Aelin había confirmado una hora después cuando sostuvo una astilla de metal, por
alguien con muy, muy afiladas uñas de hierro.

Nadie de ellos había mencionado que eso podría haber sido un castigo, para salvarle.
Manon estaba evaluando la habitación con los ojos rápidamente claros.

—¿Dónde estamos?

—En el mar.

Aelin le había ordenado que él no le diese a ella información alguna sobre sus planes y localización.

—¿Tienes hambre? —preguntó él, preguntándose qué, exactamente, ella comería.

Ciertamente, sus ojos dorados se desplazaron hacia su garganta.

—¿En serio? —él levantó una ceja.

Sus fosas nasales se ensancharon un poco.

—Sólo por deporte.

—¿Eres tú … parcialmente humana, al menos?

—No de las maneras que cuentan.

Cierto, porque las otras partes… Fae, Valg… Era la sangre Valg que había dado forma a las brujas,
El mismo príncipe que se había infestado, compartió sangre con ella. Desde el negro hoyo de su
memoria, imágenes y palabras se deslizaban fuera, de ese príncipe viendo los ojos dorados con
los que Dorian se encontró, chillándole para que escapara… Los ojos de los reyes Valg. Él dijo
cuidadosamente:

—¿Por lo que te podrías considerar a ti misma más Valg que humana, entonces?

—Los Valg son mis enemigos, Erawan es mi enemigo.

—¿Y eso nos hace ser aliados?

Ella no reveló alguna indicación de cualquier manera.

—¿Hay alguna mujer joven en tu grupo llamada Elide?

—No —¿Quién demonios era?—. No hemos hallado nunca a nadie con ese nombre.

Manon cerró sus ojos por un latido de corazón. Su delgada garganta subió y bajó.

—¿Has oído noticias de mis Trece?

—Tú eres la primera jinete y wyvern que hemos visto en semanas —él pensó por qué ella lo había
preguntado, por qué se encontraba demasiado quieta—. No sabes si ellas están vivas.

Y con esas virutas de hierro en su barriga…

La voz de Manon era plana y fría como la muerte.


—Cuéntale a Aelin Galathynius que no se tome la molestia de usarme para negociaciones. La
Matrona Blackbeak no me reconocerá, como heredera o bruja, y lo único que conseguirán es revelar
su ubicación precisa.

Su magia parpadeó.

—¿Qué pasó después de Rifthold?

Manon estaba echada hacia abajo, inclinando su cabeza lejos de él. La espuma de la portilla abierta
cayó en su cabello blanco y lo fijó brillando en la sombría cabina.

—Todo tiene un precio.

Y esas palabras, el hecho de que la bruja hubiese volteado su cara y luciera como si esperara que la
muerte la reclamara, fue lo que lo hizo canturrear:

—Una vez te dije que me encontrarías otra vez, parece que no podías esperar a ver mi guapo rostro.

Sus hombros se pusieron algo tensos.

—Estoy hambrienta.

Él sonrió lentamente.

Como si ella hubiese escuchado esa sonrisa, Manon le lanzó una mirada asesina.

—Comida.

Pero ahí había todavía un borde, un demasiado frágil borde describiendo cada línea de su cuerpo.
Cualquier cosa que hubiese sucedido, cualquier cosa que ella hubiese padecido… Dorian cubrió
con su largo brazo la espalda de su silla.

—Está viniendo en pocos minutos. Odiaría para ti el que te consumieras en nada. Eso sería una
lástima porque perdería a la más bonita mujer en el mundo demasiado rápido en su inmortal y
retorcida vida.

—No soy una mujer —fue todo lo que ella dijo. Pero ese caliente temperamento golpeó esos líquidos
ojos dorados.

Él le dio un perezoso encogimiento de hombros, quizá sólo porque ella estaba atada con cadenas,
quizá porque, aunque la muerte que ella emitía le entusiasmó, no sentía un tirón de miedo.

—Bruja, mujer… siempre y cuando las partes que lo formen estén ahí, ¿qué diferencia hace?

Ella se reposó sobre la posición en la que estaba sentada, la incredulidad y la furia en su perfecto
rostro. Ella mostró sus dientes en un silencioso gruñido.

Dorian le ofreció una perezosa sonrisa de vuelta.

—Lo creas o no, este barco tiene un antinatural número de atractivos hombres y mujeres a bordo.
Tú encajarás. Y encajarás con los cascarrabias inmortales, supongo.

Ella vio hacia la puerta momentos antes de que él escuchase pisadas acercándose. Ellas eran
silenciosas hasta que el pomo se volteó, revelando el ceñudo rostro de Aedion.

—Despierta y lista para arrancar las gargantas, parece —el general dijo a modo de saludo. Dorian
se levantó, cogiendo la bandeja de lo que parecía ser pez cocido para él. Se preguntó si debería
examinarlo por veneno debido a la mirada que Aedion le estaba dando a Manon. Ella miró con
furia directa de regreso hacia el guerrero de cabello rubio.

Aedion dijo:

—Te habría disparado a ti y a tu pequeño animal wyvern para limpiar el cielo si me hubiesen dado
mi oportunidad. Estate agradecida de que mi reina te encuentra más útil viva.

Acto seguido se marchó.

Dorian puso la bandeja dentro del alcance de Manon y miró el olisqueo hacia él. Ella dio un lento y
cuidadoso bocado, como si dejara que se deslizara por su garganta a su curado vientre y veía cómo
se asentaba ahí. Como si ciertamente lo hubiera examinado por veneno. Mientras ella esperaba,
Manon dijo:

—¿No das órdenes en este barco?

Fue un esfuerzo enfocado en no erizarse.

—Tú conoces mis circunstancias. Ahora estoy a la misericordia de mis amigos.

—¿Y la Reina de Terrasen es tu amiga?

—No hay nadie más que quisiese guardando mi espalda —otro sería Chaol, pero… no había un
propósito en pensar en él, en echarlo de menos.

Manon finalmente dio otro bocado de su pez cocido. Después otro. Y otro.

Y él se dio cuenta de que ella estaba evitando hablar con él. Lo suficiente para que él preguntara:

—Fue tu abuela quien te hizo eso, ¿cierto?

Su cuchara se inmovilizó en medio del bol de madera de patatas fritas. Lentamente, ella volteó su
rostro hacia él. Ilegible, un rostro escrito de pesadillas y fantasías de medianoche.

—Lo siento —admitió él—, si el costo de salvarme ese día en Rifthold era… era éste.

—Descubre si mis Trece están vivas, principito. Haz eso, y yo soy tuya para que me órdenes.

—¿Dónde las viste por última vez?

Nada. Ella tragó otra cucharada.


Él la presionó:

—¿Ellas estuvieron presentes cuando tu abuela te hizo esto?

Sus hombros se curvaron un poco, y ella se sirvió otra cucharada del turbio líquido pero no lo
sorbió.

—El costo de Rifthold fue la vida de mi Segunda. Me rehusé a pagarlo. Por lo que le compré a mis
Trece el tiempo para correr. El momento en el que empuñe mi espada hacia mi abuela, mi título,
mi legión, estuvo perdido. Perdí a las Trece mientras huía. Desconozco si están vivas, o si han
sido cazadas —sus ojos se cerraron de golpe para él, brillantes más que el vapor de su cocido—.
Encuéntralas para mí. Entérate si ellas viven o si han retornado hasta la Oscuridad.

—Estamos en el medio del océano. Aquí no habrán noticias de nada por un tiempo.

Ella volvió a comer.

—Ellas son todo lo que he perdido.

—Entonces supongo que tú y yo somos dos herederos sin coronas.

Un bufido sin humor. Su cabello blanco se movió con la brisa del mar.

Dorian se levantó y caminó hacia la puerta.

—Haré lo que pueda.

—Y, Elide.

Otra vez, ese nombre.

—¿Quién es ella?

Pero Manon estaba de vuelta con su cocido.

—Sólo cuéntale a Aelin Galathynius que Elide Lochan está viva, y está buscándola.

La conversación con el rey le arrebató todo de ella. Una vez que la comida estaba en su vientre, una
vez que ella bebió más agua, Manon se echó en la cama y durmió.

Y durmió.

Y durmió.
La puerta se abrió de golpe en un punto, y ella tuvo el vago recuerdo de la Reina de Terrasen,
después de su general príncipe, ordenando respuestas sobre algo. Elide, quizá.

Pero Manon había yacido ahí, medio despierta, reticente de pensar o hablar. Se preguntó si querría
haber parado de respirar, si su cuerpo no lo hubiese hecho por su cuenta.

No se había percatado de lo imposible que era la supervivencia de las Trece hasta que prácticamente
le rogó a Dorian Havilliard encontrarlas por ella. Hasta que ella se hubiera encontrado a si misma
lo suficientemente desesperada para vender su espada por alguna noticia de ellas.

Si ellas quisieran servirla después de todo. Una Blackbeak, y una Crochan.

Y sus padres… asesinados por su abuela. Ellos habían prometido un mundo de paz a una niña. Y
ella había dejado que su abuela la puliera en una niña para la guerra.

Los pensamientos giraban y se arremolinaban, debilitando su fuerza, silenciando colores y sonidos.


Se despertaba y hacia sus necesidades cuando necesariamente podía, comía cuando la comida
faltaba, pero ella permitía que ese pesado, sin sentido dormir la arraigase.

A veces, Manon soñaba que estaba en esa habitación en el Omega, su media hermana de sangre
en sus brazos y su boca. A veces, se quedaba de pie al lado de su abuela, una bruja completamente
crecida y no la brujita que había sido en este tiempo, y ayudaba a la Matrona a cortar en pedacitos
a un guapo, barbudo hombre quien rogaba por su vida, la vida de sus hijos. A veces, ella volaba
por encima de una exuberante tierra verde, la canción de un viento de occidente cantando su casa.

A menudo, el sueño era que un enorme gato, pálido y manchado como la vieja nieve en el granito,
se sentaba en la cabina con ella, su larga cola balanceándose de regreso y lejos cuando éste se daba
cuenta de su vidriada atención. A veces, era un sonriente lobo blanco. O un tranquilo león de la
montaña con ojos dorados.

Manon deseaba que ellos pusieran sus mandíbulas alrededor de su garganta y la estrujasen.

Nunca lo hicieron.

Así que Manon Blackbeak dormía. Y por lo tanto soñaba.

Así que Manon Blackbeak durmió. Así que soñó.


Capítulo 43
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Cotota

Lorcan aún se preguntaba qué demonios estaba haciendo tres días después. Habían dejado las
llanuras de ese pueblo muy atrás, pero el terror de esa noche caía sobre las caravanas del carnaval
como una gruesa sábana con cada kilómetro que los vagones recorrían en el camino.

Los otros no se habían molestado en saber cómo, exactamente, habían sobrevivido a los ilken, no
se habían dado cuenta de que los ilken eran casi imposibles de matar, y ningún mero mortal hubi-
era podido matar a uno, mucho menos a cuatro. Nik y Ombriel les dieron a él y a Elide un amplio
espacio, y sólo cuando descubría sus cautelosas y vigilantes miradas en las cenas en la fogata cada
noche le revelaron que aún estaban tratando de unir cabos sobre quién y qué él era.

Elide se mantuvo muy lejos de él, también. No habían tenido la oportunidad de poner sus tiendas
de campaña usuales debido a que huían muy deprisa, pero esa noche, a salvo dentro de las mural-
las en las pequeñas planicies de un pueblo, habían compartido un cuarto en una posada barata que
Molly había pagado de mala gana.

No era difícil vigilar a Elide mientras observaba el pueblo, luego la posada, con esos ojos pene-
trantes, esos destellos de sorpresa y confusión que a veces pasaban por su rostro.

Usó un poco de su magia para mantener su pie estable. Ella nunca habló de ello. Y algunas veces
esa oscura y vil magia de él pasaría suave contra lo que fuera que ella cargaba, el regalo de una
mujer moribunda a una asesina impulsiva, y retrocedía.

Lorcan no había presionado para verlo desde aquella noche, aunque había pasado una gran can-
tidad de tiempo contemplando lo que podía haber salido de Morath. Collares y anillos eran sus
primeras ideas.

Whitethorn y la perra de la reina no tenían idea de los ilken, tal vez ni de la mayoría de los horrores
que Elide había compartido con él. Él se preguntaba qué haría con esas criaturas una pared de
fuego salvaje, y si los ilken estaban de alguna forma entrenando contra el arsenal de Aelin Galath-
ynius. Si Erawan era inteligente, él tendría algo en mente.

Mientras los otros caminaban hacia la posaba destartalada en busca de comida y descanso, Elide le
informó a Molly que iría a una caminata alrededor del río, y se dirigió hacia las calles de guijarros.
Y aunque su estómago estaba gruñendo, Lorcan la siguió, como un esposo deseando cuidar a su
hermosa esposa en un pueblo que había visto mejores días… décadas. Sin duda por causa de las
incesantes construcciones de caminos por Adarlan alrededor del continente y el hecho de que este
pueblo había quedado muy lejos de cualquier arteria a través de las tierras.
La tormenta que él podía sentir viniendo desde el horizonte retumbaba hacia el pueblo de piedra,
la luz cambiando de dorada a plata. En cuestión de minutos, la leve humedad que había se fue por
una barrida de bienvenida frescura. Lorcan le dio a Elide una distancia de tres cuadras antes de que
fuera hacia ella para decirle:

—Va a llover.

Ella le dio una leve mirada.

—Sé lo que una tormenta significa.

El pueblo amurallado había sido construido en un lado de un río pequeño y medio olvidado. Vieja
agua, peces, y madera podrida aparecieron antes de que las aguas fangosas y serenas lo hicieran, y
era precisamente en la orilla del muelle del río que Elide hizo una pausa.

—¿Qué estás buscando? —le pregunto él al fin, un ojo en los oscuros cielos. Los trabajadores del
muelle, los marineros, y mercaderes, monitoreaban las nubes, también, mientras se movían aprisa
por ello. Algunos se apresuraban a amarrar las barcazas grandes y de panza plana, asegurando los
suaves remos que usaban para navegar en el río. Él había visto un reino, quizás hacia trescientos
años, que dependía de barcazas para llevar sus bienes de un extremo a otro. Su nombre se le escap-
aba, perdido en las catacumbas de su memoria. Lorcan se preguntaba si aún existiría, escondido
en lo lejos entre dos cordilleras en el otro lado del mundo.

Los brillantes ojos de Elide siguieron a un grupo de hombres bien vestidos dirigiéndose hacia lo
que parecía ser una taberna.

—Las tormentas significan albergue —murmuró—. Un refugio significa estar atorado adentro sin
nada qué hacer más que hablar. Hablar significa noticias sobre mercaderes y marineros sobre el
resto de la tierra —esos ojos cortaron sobre él, un humor seco danzando desde ahí—. Eso es lo que
significa una tormenta.

Lorcan parpadeó mientras ella seguía a esos hombres quienes habían entrado en la taberna bajo el
muelle. Las primeras gotas gordas de la tormenta comenzaron a caer en los adoquines del muelle.

Lorcan siguió a Elide dentro de la taberna, parte de él admitiendo que en todos sus quinientos años
de supervivencia y matanza y servicio, nunca había encontrado a alguien tan… indiferente hacia él.
Incluso esa maldita de Aelin tenía una idea de la amenaza que él poseía. Tal vez vivir con monstru-
os le había arrancado cualquier tipo de miedo adecuado hacia ellos. Se preguntaba cómo Elide no
se había convertido en uno en el proceso.

Lorcan tomó los detalles de la bodega por instinto y entrenamiento, más no encontró nada que
valiera la pena revisar dos veces. El hedor del lugar, cuerpos sucios sin bañar, orina, moho, lana
húmeda, amenazaban con sofocarlo. Pero en el lapso de unos momentos, Elide había agarrado una
mesa cerca de un grupo de esas personas en el muelle y ordenó dos tarros de cerveza y lo que fuera
que tuvieran de comida del día.

Lorcan se deslizó en una de las sillas de madera al lado de ella, preguntándose si la maldita cosa
colapsaría cuando crujió. Relámpagos sonaban afuera, y todos los ojos se giraron hacia las venta-
nas con vista al muelle. La lluvia cayó después de ello, haciendo que las barcazas se menearan y
balancearan.

Comida cayó frente a ellos, los tazones traqueteando y enviando salpicaduras del pegajoso estofado
sobre la mesa astillada. Elide no hizo ni poco en mirarlo, o tocar las cervezas que fueron puestas
frente a ellos con la misma indiferencia, mientras escaneaba el lugar.

—Bebe —le ordenó ella.

Lorcan se debatió en si decirle que ella no le daba órdenes, pero… le gustaba ver a esta pequeña y
refinada criatura en acción. Le gustaba verla observar un cuarto de extraños y seleccionar a su pre-
sa. Porque era una cacería, para la mejor y más segura fuente de información. Hacia una persona
que no reportaría a una guarnición del pueblo aún bajo el control de Adarlan que una mujer de
pelo oscuro estaba preguntando cosas sobre las fuerzas enemigas.

Por lo que Lorcan bebió y la observó mientras ella observaba a otros. Tantos pensamientos calcula-
dores bajo ese pálido rostro, tantas mentiras a salir de esos labios rosados. Parte de él se pregunt-
aba si su reina la encontraría útil, si Maeve se daría cuenta que quizás fue la misma Anneith quien
le enseñó a la niña a mirar, escuchar, y mentir.

Parte de él temía la idea de Elide en las manos de Maeve. En lo que se convertiría. Lo que Maeve
le pediría hacer como una espía o cortesana. Tal vez era mejor que Elide fuera mortal, y su vida
tan corta para que a Maeve no le importara perfeccionarla en posiblemente su centinela más cruel.

Estaba tan ocupado en pensar sobre ello que casi no se dio cuenta de Elide se inclinó hacia atrás
casualmente en su silla e interrumpió en la mesa de mercaderes y capitanes detrás de ella.

—¿Qué quieres decir con que Rifthold ha caído?

Lorcan se puso firme. Pero ellos habían escuchado la noticia hacía semanas.

El capitán más cerca de ellos, una mujer en sus treintas, observó a Elide, luego a Lorcan, y entonces
dijo:

—Bueno, no ha caído, pero… las brujas ahora lo controlan, bajo el mando del Duque Perrington.
Dorian Havilliard ha sido destituido.

Elide, esa mugre mentirosa, hizo un gesto de completa sorpresa.

—Hemos estado lejos de estas tierras por semanas. ¿Dorian Havilliard está muerto? —murmuró
las palabras, como si estuviera horrorizada, como evitando ser escuchada.

Otra persona en la mesa, un anciano de barba larga, dijo:

—Nunca encontraron su cuerpo, pero si el duque está declarando que él ya no es el rey, asumo que
está vivo. No tiene caso hacer proclamaciones sobre un hombre muerto.

Los truenos sacudieron la taberna, casi ahogando sus susurros cuando ella dijo:

—¿Habrá… habrá ido al Norte? ¿Hacia… ella?


Ellos sabían exactamente a quién se refería Elide. Y Lorcan sabía exactamente porque ella había
venido aquí.

Ella se iba a ir. Mañana, cuando fuera que el carnaval terminara. Lo más seguro es que ella contra-
taría a uno de estos botes para llevarla hacia el norte, y él… entonces él iría al sur. A Morath.

Sus compañeros intercambiaron miradas, pesando la apariencia de la joven mujer, y de Lorcan.


Intentó sonreír, para lucir blando y no una amenaza. Ninguno de ellos le regresó la mirada, aunque
debió haber hecho algo bien, porque el hombre de la barba dijo

—Ella no está en el Norte.

Fue el turno de Elide de quedarse quieta.

El hombre de la barba continuó:

—Hay un rumor, de que ella estaba en Ilium, venciendo a ejércitos. Luego dijeron que estuvo en
Bahía de la Calavera la semana pasada, haciendo todo un infierno. Ahora ella zarpó a otro lado,
algunos dicen que a Wendlyn, algunos dicen que a Eyllwe, algunos que huyó al otro lado del mun-
do. Pero ella no está en el Norte. No lo estará por un tiempo, por lo que parece. No es inteligente
el dejar tu hogar indefenso, si me lo preguntas. Pero ella apenas es una mujer; ella no puede saber
mucho de la guerra después de todo.

Lorcan dudaba eso, y dudaba que la perra no hiciera un movimiento sin Whitethorn o el hijo de
Gavriel interfiriendo. Pero Elide dejó escapar un vibrante suspiro.

—¿Por qué dejar Terrasen para empezar?

—¿Quién sabe? —la mujer volvió a su comida y compañía—. Parece que la reina tiene un hábito de
aparecer donde menos se le espera, desatando caos, y desaparecer de nuevo. Hay buen dinero en
la mesa apostado sobre dónde aparecerá de nuevo. Yo digo Banjali, de Eyllwe, Vross dice que en
Varese, de Wendlyn.

—¿Por qué Eyllwe? —presionó Elide.

—Ni idea, sería una tonta si anuncia sus planes —la mujer le dio una mirada firme como si dijera
que guardara silencio sobre ello.

Elide volvió a su comida y cerveza, la lluvia y truenos ahogando el ruido en el lugar.

Lorcan la miró beberse todo el tarro en silencio. Y cuando se veía menos sospechosa, se levantó y
se fue.

Elide fue a otras dos tabernas en el pueblo, siguiendo exactamente el mismo patrón. Las noticias
cambiaban un poco con cada encuentro, pero la historia general era que Aelin se estaba moviendo,
tal vez al sur o al este, y nadie sabía qué esperar.

Elide salió de la tercera taberna, con Lorcan sobre sus talones. No habían hablado ni una vez desde
que entró en la primera taberna. Él había estado muy perdido en el contemplar cómo sería el volver
a viajar de repente por su cuenta. El dejarla… y no volver a verla.

Y ahora, de pie en la lluvia y los truenos, Elide le dijo:

—Se suponía que iría al norte.

Lorcan se encontró a sí mismo no queriendo confirmarle ni objetar. Como un tonto inútil, se en-
contró a sí mismo… dudando si empujarla de vuelta a su destino original.

Ella bajó su mirada, agua y luz dando un tono dorado a sus mejillas.

—¿A dónde me dirijo ahora? ¿Cómo la encuentro?

Él se atrevió a decir

—¿Qué dedujiste de los rumores? —él había analizado cada pedazo de información, pero quería ver
a esa ingeniosa mente trabajar.

Y una pequeña parte de él quería ver qué decidiría ella sobre sus caminos separados, también.

Elide dijo suavemente:

—Banjali, en Eyllwe. Creo que ella se dirige a Banjali.

Lorcan intentó no verse tan aliviado. Había llegado a la misma conclusión, si sólo porque era lo que
Whitethorn hubiera hecho, y él había entrenado al príncipe por unas cuantas décadas.

Ella se talló su rostro.

—¿Qué tan… qué tan lejos está?

—Lejos.

Ella bajó sus manos, sus rasgos rígidos y blancos huesos.

—¿Cómo llegó allá? ¿Cómo…? —ella se sobó su pecho.

—Puedo conseguirte un mapa —se encontró a sí mismo diciendo. Sólo para ver si ella le pregun-
taría si se podía quedar.

Su garganta tembló, y ella sacudió su cabeza, su cabello negro agitándose.

—No sería de uso alguno.

—Los mapas siempre son útiles.

—No si no puedes leer.

Lorcan parpadeó, preguntándose si había escuchado bien. Pero rubor manchó sus pálidas mejillas,
y ahí había verdadera vergüenza y desesperación, acumulándose en sus oscuros ojos.
—Pero tú… —no le había habido oportunidad alguna para ello estas semanas, se dio cuenta, ningu-
na oportunidad donde ella pudo haberlo revelado.

—Aprendí lo esencial, pero cuando, cuando todo pasó —dijo ella—, y fui puesta en esa torre… mi
niñera era analfabeta. Así que nunca aprendí más. Por lo que olvidé lo que ya sabía.

Él se preguntó si se hubiera dado cuenta si ella no se lo hubiera dicho.

—Pues parece que has sobrevivido sorprendentemente sin ello.

Habló sin consideración, pero pareció ser lo correcto a decir. Las esquinas de sus labios se levan-
taron.

—Supongo que sí, lo he hecho —dijo ella.

La magia de Lorcan llegó hacia la guarida antes de que los escuchara o sintiera.

Se deslizaron con sus espadas, armas rudimentarias, medio oxidadas, y luego se hundieron en su
miedo creciente y emoción, quizás una gota de sed de sangre.

No era bueno. No cuando se dirigían hacia ellos.

Lorcan cortó la distancia entre él y Elide.

—Parece que nuestros amigos del carnaval quisieron conseguir de manera fácil una moneda de
plata.

La impotente desesperación de su rostro se cambió a unos ojos bien abiertos en alerta.

—¿Se acercan los guardias?

Lorcan asintió, los pasos lo suficientemente cerca para él como para contar cuántos se aproximaban
de la guarida en el centro del pueblo, sin duda buscando atraparlos entre sus espadas y el río. Si él
fuera del tipo de persona que apuesta echaría uno a la suerte hacia que los dos puentes que abar-
caban el río, a diez cuadras hacia cada lado de ellos, estaban ya llenos de guardias.

—Tienes dos opciones —le dijo—. O puedo terminar esto aquí, y volver a la posada para saber si
Nik y Ombriel querían deshacerse de nosotros… —la boca de Elide se apretó, y él sabía su respuesta
antes de que le dijera la otra opción—. O nos podemos subir en una de esas barcazas y largarnos
de aquí.

—La segunda —respiró.

—Bien —fue su única respuesta mientras apretaba la mano de Elide y tiraba de ella hacia adelante.
Incluso con su poder apoyando su pierna, ella era muy lenta–

—Sólo hazlo —le cortó.

Por lo que Lorcan tiró de ella sobre un hombro, tomando su hacha con la otra mano, y corrió hacia
el agua.
l

Elide rebotaba y se golpeaba con el ancho hombro de Lorcan, estirando su cabeza lo suficiente para
mirar la calle detrás de ellos. No había señal de los guardias, pero… esa pequeña voz la cual en oc-
asiones le susurraba en su oído ahora le insistía y rogaba que se fuera. Que saliera de aquí.

—Las puertas en la entrada de la ciudad —suspiró ella mientras músculo y hueso golpeaban su
vientre—, estarán ahí también.

—Déjamelos a mí.

Elide intentó no imaginar a qué se refería, pero entonces ya estaban en los muelles, Lorcan corrien-
do hacia las barcazas, bajando veloz las escaleras y hacia el largo muelle de madera. El barco era
más pequeño que los otros, su cámara de un solo cuarto en el centro pintada con verde brillante.
Vacía, salvo por unas cuantas cajas de carga en la proa.

Lorcan guardó su hacha, y Elide se agarró de su hombro, dedos cavando en su músculo, mientras
la colocaba en la parte alta del borde del barco y sobre los tablones de madera. Ella tropezó un paso
mientras sus piernas se ajustaban al meneo del río, pero…

Lorcan ya estaba girando hacia el hombre delgado quien se disparó como cañón hacia ellos, con un
cuchillo afuera.

—Ese es mi bote —bramó. Se dio cuenta con quién, exactamente, iba a pelear mientras llegaba de
las escaleras de madera y hacia el muelle y viendo el tamaño de Lorcan, el hacha y la espada ahora
en las manos del soldado, y la expresión de una muerte segura en su rostro.

Lorcan dijo simplemente:

—Es nuestro bote ahora.

El hombre miró entre ellos.

—Ustedes… no podrán pasar los puentes o las murallas de la ciudad…

Momentos. Tenía unos pocos momentos antes de que los guardias llegaran–

Lorcan le dijo al hombre:

—Entra. Ahora.

El hombre comenzó a retroceder.

Elide puso una mano en la parte amplia del bote y dijo con calma:
—Él te matará antes de que subas las escaleras. Sácanos de la ciudad, y te juro que te liberaremos
una vez estemos seguros.

—Rebanarás mi garganta para entonces, tan bien como lo harías ahora —el hombre dijo, tragando
aire.

En efecto, el hacha de Lorcan se meneó de una forma que ella había aprendido significaba que es-
taba a punto de lanzarla.

—Te pido que lo reconsideres —le dijo Elide.

La muñeca de Lorcan se giró aún más. Lo haría, mataría a este hombre inocente, sólo para sacarlos
de aquí–

El hombre soltó el mango de su cuchillo, y lo guardó en la vaina a su lado.

—Hay una curva en el río pasando el pueblo. Bájame ahí.

Eso era todo lo que Elide necesitaba oír mientras el hombre se apresuraba entre ellos, desatando
sogas y saltando hacia el bote con la gracia de alguien que lo había hecho mil veces. Él y Lorcan
agarraron los palos para empujar el barco hacia el río, y tan pronto estuvieron en la marcha, Lor-
can siseó:

—Si nos traicionas, estarás muerto antes de que los guardias puedan siquiera abordar —el hombre
asintió, ahora orientándolos hacia la salida este del pueblo, mientras Lorcan llevaba a Elide al in-
terior de la cabina.

El interior de la cabina estaba alineado con ventanas, todas lo suficientemente limpias para saber
que el hombre le tenía afecto a su bote. Lorcan medio la aventó debajo de una mesa en el centro
de la habitación, la tela bordada cubriéndola como un escudo de todo excepto sonidos: los pasos
de Lorcan volviéndose silenciosos, aunque ella podía sentirlo tomar un lugar escondido para mon-
itorear los movimientos desde la cabina; el patrón de la lluvia en el techo; el golpeteo del remo
mientras ocasionalmente golpeaba en el lado de la barcaza.

Su cuerpo pronto comenzó a temblar por estar tan quieta y callada.

¿Sería esta su vida para el futuro a venir? ¿Siendo cazada y perseguida a través del mundo?

Y encontrar a Aelin… ¿Cómo lo iba a hacer? Ella podía regresar a Terrasen, pero no sabía quién
gobernaba en Orynth. Si Aelin no había tomado de vuelta su trono… tal vez era un silencioso men-
saje de que el peligro estaba ahí. Que no todo estaba bien en Terrasen.

Pero el ir a Eyllwe por una suposición… de todos los rumores que Elide había escuchado en las
últimas dos horas, esa decisión del capitán había sido la más sabia.

El mundo parecía estar quieto con una silenciosa tensión, con una onda de miedo.

Pero entonces la voz del hombre sonó de nuevo, y el metal crujió, una puerta. Las puertas de la
ciudad.
Ella se quedó bajo la mesa, contando su respiración, pensando a través de todo lo que podía es-
cuchar. Ella dudaba que el carnaval los hubiera pasado por alto.

Y apostaba todo el dinero de su bota que Nik y Ombriel habían sido los que los delataron ante los
guardias, decidiendo que ella y Lorcan eran una amenaza, especialmente con los ilken cazándola.
Se preguntaba si Molly lo había sabido desde un principio, desde su primera reunión, que eran
mentirosos y había dejado que Nik y Ombriel los vendieran cuando la recompensa era demasiado
buena para pasarla por alto, el costo de la lealtad muy grande.

Elide suspiró por la nariz. Un chapoteo sonó, pero el barco siguió navegando.

Al menos se había traído consigo la piedra, aunque extrañaba sus ropas, aunque estuvieran en mal
estado. Estas prendas estaban creciendo más en el calor, y si iban a Eyllwe, estarían sofocantes…

Los pasos de Lorcan sonaron.

—Sal.

Estremeciéndose por su tobillo ladrando de dolor, ella gateó de debajo de la mesa y se asomó.

—¿No hay problema?

Lorcan sacudió su cabeza. Estaba empapado con lluvia o agua de río. Ella miró al lado de él hacia
donde el hombre estaba conduciendo el barco. No había nadie ahí… o en la parte trasera del bote.

—Él nadó de vuelta en la curva —le explicó Lorcan.

Elide dejó salir un respiro.

—Pudo bien correr al pueblo y avisarles. No tomará mucho tiempo para que nos alcancen.

—Nos haremos cargo de ello —dijo Lorcan, dándose la vuelta. Muy rápido. Evitando su mirada
muy aprisa–

Ella miró el agua, y vio las manchas en las mangas de su camiseta. Como… como si se hubiera la-
vado las manos muy deprisa, torpemente.

Ella miró hacia el hacha al lado de él mientras salía de la cabina.

—Lo mataste, ¿verdad? —eso había sido el chapoteo en el río. Un cuerpo siendo aventado por la
borda.

Lorcan se detuvo. Y miró sobre su hombro. No había nada humano en sus oscuros ojos.

—Si quieres sobrevivir, tendrás que estar dispuesta a hacer lo que sea necesario.

—Pudo haber tenido una familia que dependía de él —ella no había visto un anillo de bodas, pero
no significaba nada.

—Nik y Ombriel no nos dieron esa consideración cuando nos reportaron en la guarida —miró en
la cubierta, y ella corrió hacia él. Árboles frondosos se alineaban en el río, un escudo viviente alre-
dedor de ellos.

Y ahí… había una mancha en los tablones, brillante y oscura. Su estómago se revolvió.

—Planeabas mentirme respecto a ello —ella se enfureció—, pero ¿cómo ibas a explicar eso?

Un encogimiento de hombros. Lorcan tomó el remo y se movió con una fluida gracia al lado de la
barcaza, donde los empujó lejos de un banco de arena aproximándose.

Él había matado al hombre–

—Le juré dejarlo ir.

—Tú lo juraste, no yo.

Sus dedos de tornaron puños. Y esa cosa, esa piedra, envuelta en ese pedazo de tela dentro de su
chaqueta comenzó a agitarse.

Lorcan se enderezó, agarrando firme el remo en sus manos.

—¿Qué es eso? —dijo suavemente.

Ella se mantuvo firme. Ni loca retrocedería ante él, ni loca le permitiría intimidarla, superarla,
matar gente para que pudieran escapar…

—Qué. Es. Eso.

Ella se negó a hablar, a siquiera tocar ese bulto en su bolsillo. Temblaba y gruñía, como una bestia
abriendo un ojo, pero ella no se atrevió a alcanzarlo, siquiera el reconocer esa extraña presencia de
otro mundo.

Los ojos de Lorcan se abrieron ligeramente, y entonces dejó el remo a un lado y caminó hacia la cu-
bierta y hacia dentro de la cabina. Ella se retuvo en el borde, insegura de si seguirlo o tal vez saltar
al agua y nadar a la costa, pero…

Hubo un ruido sordo de metal sobre metal, como si algo hubiera sido abierto, y luego…

El grito de Lorcan sacudió el bote, el río, los árboles. Aves de largas patas salieron volando,

Entonces Lorcan abrió la puerta, tan violentamente que casi la arranca de las bisagras, y aventó lo
que parecía ser los restos de un amuleto roto hacia el río. O eso intentó. Lorcan lo aventó tan fuerte
que rebotó en el río y se estrelló en un árbol, perforando un trozo de madera.

Él se giró, y la ira de Elide trastabilló un paso ante la abrasadora ira alterando sus rasgos. Él la
asechó, tomando el remo como evitando el querer estrangularla, y le dijo

—¿Qué es eso que cargas?

Y la demanda, la violencia y el derecho y la arrogancia, la tuvieron viendo rojo a ella, también. Por
lo que Elide le dijo con una calma mortal:

—¿Por qué no simplemente me rebanas la garganta y lo averiguas?

Las fosas nasales de Lorcan se ensancharon.

—Si tienes un problema conmigo por matar a alguien que apestaba a traición apenas tuviera un
momento para hacerlo, entonces vas a amar a tu reina.

Por un tiempo, él deducía que la conocía, que la conocía lo suficiente para llamarla de horribles
formas, pero–

—¿Qué quieres decir?

Lorcan, por los dioses, se miraba como si al fin su temperamento se hubiera desatado mientras
decía

—Celaena Sardothien es una asesina de diecinueve años, quien se hace llamar a sí misma la mejor
en el mundo —un bufido—. Ella ha matado y se ha deleitado y comprado su camino por la vida y
en ningún momento se ha disculpado por ello. Se glorifica en ello. Y entonces esta primavera, uno
de mis centinelas, el Príncipe Rowan Whitethorn, tuvo la tarea de encargarse de ella cuando llegó
a las costas de Wendlyn. Resulta, que se enamoró de ella en su lugar, y ella de él. Resulta, que lo
que fuera que estaban haciendo en las Montañas Cambrias le hicieron dejar de llamarse Celaena y
empezar a usar su verdadero nombre de nuevo —una sonrisa brutal—. Aelin Galathynius.

Elide apenas podía sentir su cuerpo.

—¿Qué? —fue lo único que pudo articular.

—¿Tu reina escupe fuego? Es una maldita asesina. Entrenada para ser una asesina desde el mo-
mento que tu madre murió defendiéndola. Entrenada para ser no más que el hombre que masacró
a tu madre y a tu familia.

Elide sacudió su cabeza, sus manos aflojándose.

—¿Qué? —dijo de nuevo.

Lorcan rió sin ganas.

—Mientras estabas encerrada en esa torre por diez años, ella se complacía con las riquezas de
Rifthold, mimada y protegida por su maestro, el Rey de los Asesinos, a quien ella mató a sangre fría
esta primavera. Por lo que encontrarás que tu salvadora perdida es un poco mejor que yo. Encon-
trarás que ella hubiera matado a ese hombre de la misma forma que yo, y tenía tan poca tolerancia
de tus quejidos como yo.

Aelin… una asesina. Aelin, la misma persona a quien tenía que entregarle la piedra…

—Tú lo sabías —dijo ella—. Todo este tiempo que hemos estado juntos, sabías que estaba buscando
a la misma persona.
—Te dije que encontrar a una sería encontrar a la otra.

—Tú lo sabías, y no me dijiste, ¿por qué?

—Aún no me has dicho tus secretos, no veo porque debo decirte los míos tampoco.

Ella apretó sus ojos en silencio, intentando ignorar la mancha oscura en la madera, intentando
calmar la furia de sus palabras y sellar ese agujero que se había abierto bajo sus pies. ¿Qué había
estado en ese amuleto? ¿Por qué había gruñido y–?

—Tu pequeña reina —se mofó Lorcan— es una asesina, y una ladrona, y una mentirosa. Así que si
vas a llamarme tales cosas, entonces prepárate para restregárselas a ella también.

Su piel estaba tan rígida, sus huesos tan frágiles para soportar la ira que había tomado control. Ella
buscó por las palabras correctas para herirlo, lastimarlo, como si estas fueran puñados de rocas
que ella podía lanzar a la cabeza de Lorcan.

—Estaba equivocada —siseó Elide—, dije que tú y yo nos parecíamos, que no teníamos familia, o
amigos. Pero yo tengo nada porque la tierra y las consecuencias me separaron de ellas. Tú tienes
nada porque nadie puede digerir el estar contigo —ella intentó… y lo logró, si la ira que destellaba
en sus ojos era cualquier indicio, mirar del suelo a él, incluso con él siendo más alto—, y ¿sabes cuál
es la mayor mentira que le dices a todos, Lorcan? Que lo prefieres así. Pero ¿lo que yo he escucha-
do, cuando despotricaste sobre la perra de mi reina? Todo lo que escuchaba eran las palabras de
alguien que está muy, pero muy celoso, y solo, y patético. Todo lo que escuché fueron las palabras
de alguien que vio a Aelin y al Príncipe Rowan enamorarse y se resintió por su felicidad, porque tú
eres tan infeliz —no podía detener las palabras una vez empezaron a salir—. Así que llama a Aelin
una asesina y ladrona y mentirosa. Llámala una reina perra y una escupe fuego. Pero discúlpame
si yo lo veo por mí misma para ser el juez de esas cosas cuando la vea. Lo cual haré —apuntó hacia
el río fangoso fluyendo alrededor de ellos—. Voy a ir a Eyllwe. Llévame a la costa, y me lavaré las
manos de ti tan fácil como te lavaste las manos de ese hombre.

Lorcan la miró, mostrando sus dientes lo suficiente para enseñar esos alargados colmillos. Pero a
ella no le importó su linaje Fae, o su edad, o su habilidad para matar.

Después de un momento, él volvió a empujar con el remo contra el fondo del río, no para llevarlos
a la costa, sino para guiarlos hacia enfrente.

—¿No escuchaste lo que dije? Llévame a la costa.

—No.

Su ira venció cualquier tipo de sentido común, cualquier advertencia de Anneith mientras ella se
lanzaba hacia él.

—¿No?

Él dejó que el remo halara el agua y giró su mirada hacia ella. Ninguna emoción, ni siquiera ira
rondaba por ahí.
—El río se desvió hacia al sur desde hace dos millas. Por el mapa en la cabina, podemos tomarlo
todo derecho por el sur, y luego encontrar la ruta más rápida a Banjali —ella se quitó la lluvia de su
goteante frente mientras Lorcan se acercaba a ella lo suficiente para compartir el aliento—. Resul-
ta, que ahora yo también tengo asuntos pendientes con Aelin Galathynius, también. Felicidades,
Señorita. Te acabas de conseguir un guía a Eyllwe.

Una luz fría y asesina estaba en los ojos de Lorcan, mientras ella se preguntaba de qué demonios
estaba hablando.

Pero esos ojos se sumergieron en sus labios, apretados firmes por su ira. Y una parte de ella que
no tenía nada que ver con miedo se quedó quieta ante la atención, incluso si otras partes de ella se
derritieron un poco.

Los ojos de Lorcan al fin encontraron los suyos, y su voz fue como un rugido de medianoche mien-
tras le decía

—Hasta donde a todos les concierne, aun eres mi esposa.

Elide no objetó, incluso mientras caminaba de vuelta a la cabina, la insufrible magia de él ayudan-
do su cojera, y cerraba de un portazo tan fuerte que el vidrio se sacudió.

Las nubes de tormenta se desvanecieron para revelar una noche bañada de estrellas y una luna lo
suficientemente brillante para que Lorcan navegara por el estrello y durmiente río.

Los condujo hora tras hora, contemplando con precisión el cómo iba a matar a Aelin Galathynius
sin que Elide o Whitethorn se interpusieran en su camino, y luego sobre cómo iba a rebanar su
cuerpo y dárselo de comer a los cuervos.

Ella le había mentido. Ella y Whitethorn lo habían engañado ese día que el príncipe le había entre-
gado la Llave del Wyrd.

No había nada dentro del amuleto más que uno de esos anillos –un anillo de piedra del Wyrd
absolutamente inútil, envuelto en un pedazo de pergamino. Y en él estaba escribo en garabatos
femeninos:

Esperando descubras términos más creativos que “perra” para llamarme cuando en-
cuentres esto.

Con todo mi amor,


A. A. G.

Él la mataría. Lentamente. Creativamente. Había sido forzado a hacer una promesa de sangre
sobre que el anillo de Mala de verdad ofrecía inmunidad del Valg cuando era portado, sin pensar
sobre demandar si su Llave del Wyrd era real, también.

Y Elide, lo que Elide portaba, lo que le había hecho darse cuenta… pensaría en eso más tarde. Pen-
saría sobre qué hacer con la Lady de Perranth después.

Su única consolación era que había robado de vuelta el anillo de Mala, pero esa pequeña perra aún
tenía la llave. Y si Elide tenía que ir hacia Aelin de todas formas… oh, él encontraría a Aelin para
Elide.

Y él haría que la Reina de Terrasen se arrastrara antes de terminar todo.


Capítulo 44
Traducido por Cecilia García
Corregido por Cotota

El mundo comenzó y terminó con fuego.

Un mar de fuego sin espacio para el aire, para ningún otro sonido más allá de la tierra fundida en
una cascada. El verdadero corazón del fuego, el juguete para la creación y la destrucción. Y ella se
estaba ahogando en él.

Su peso la sofocaba a medida que se retorcía, buscando una superficie o un fondo para apoyar los
pies. Ninguno existía.

A medida que inundaba su garganta, surgiendo en su cuerpo y fundiéndola, comenzó a gritar


silenciosamente, suplicándole que se detuviera.

Aelin.

El nombre rugió en el núcleo de la llama en el corazón del mundo, era un faro, una llamada. Ella
había nacido esperando oír esa voz, la había buscado ciegamente toda su vida y la seguiría hasta el
fin de todas las cosas.

—AELIN.

Aelin se inclinó fuera de la cama, con la garganta ardiendo así como sus ojos. Verdaderas llamas.
Dorados y azules tejidos sobre franjas ardiendo lentamente en fuegos rojos. Verdaderas llamas,
erupcionando de ella; las sábanas quemaban, la habitación y el resto de la cama se salvaba del
incendio, y el barco en medio del mar se salvó de la incineración, por una inquebrantable, irrompible
pared de aire.

Manos envueltas en hielo apretaron sus hombros, y a través de las llamas, el rostro fruncido de
Rowan apareció, ordenándole respirar.

Inspiró. Más llamas se precipitaron por su garganta.

No había ningún amarre, ninguna correa para controlar su magia. Oh, dioses, oh, dioses, no podía
ni siquiera sentir una amenaza de agotamiento cercana. No había nada más que esa flama.

Rowan le sujetó la cara entre sus manos, había una ondulación de vapor donde su hielo y viento se
encontraban con ella.

—Tú eres su dueña; tú lo controlas. Tu miedo le otorga el derecho de tomar el control.


Su cuerpo se curvó fuera del colchón de nuevo, totalmente desnudo. Probablemente había quemado
su ropa, la camisa favorita de Rowan. Sus llamas ardieron más salvajemente.

Él la sujetó fuertemente, forzándola a mirarle a los ojos mientras gruñía:

—Te veo. Veo cada parte de ti. Y no tengo miedo.

No tendré miedo.

Una línea en el brillo ardiente.

Mi nombre es Aelin Ashryver Galathynius…

Y no tendré miedo.

Tan cierto como que ella la agarraba con su mano, la correa apareció.

La oscuridad fluía, tranquila y la calma donde ese abismo de fuego había rugido. Tragó saliva, una
vez, dos.

—Rowan.

Sus ojos brillaron con un brillo casi animal, revisando cada parte de ella.

Su latido estaba desenfrenado, tronando en pánico.

—Rowan —repitió.

Él todavía no se movía, no dejaba de mirarla buscando signos de peligro. Algo en el pecho de ella
se movió en pánico.

Aelin agarró su hombro, clavando sus uñas sobre la violencia exuberante en cada línea de su cuerpo.,
como si él hubiera perdido cualquier tipo de ataduras en sí mismo en luchar para mantenerla a ella
en ese cuerpo y no a una diosa o algo peor.

—Cálmate. Ahora.

Él no hizo eso. Rodando sus ojos, Aelin tiró de sus manos en su cara para apoyarse y tiró las
sábanas fuera de ellos.

—Estoy bien —dijo ella, pronunciando cada palabra—. Has visto eso. Ahora tráeme agua. Tengo
sed.

Una orden básica y sencilla. Para servir, en la forma en que él le había explicado en que a los
machos Fae les gustaba ser necesitados, para llenar una parte de ellos que quería quejarse y adorar.
Para traerle de vuelta al nivel de razonamiento y civilización.

La cara de Rowan todavía estaba fría con ira salvaje, y el terror insidioso corría bajo esa superficie.

Así que Aelin se inclinó, mordió su mandíbula, asegurándose de que sus colmillos le arañaban, y
dijo sobre su piel:

—Si no empiezas a actuar como un príncipe, puedes dormir en el suelo.

Rowan regresó, su mirada salvaje no era enteramente de este mundo, pero lentamente, como si las
palabras se hundieran, sus rasgos se suavizaron. Todavía se veía enfadado, pero no como si estuviera
a punto de matar a la amenaza que se cernía sobre ella, mientras se inclinaba, devolviéndole el
mordisco, y le dijo al oído:

—Haré que te arrepientas de usar ese tipo de amenazas, Princesa.

Oh, dioses. Sus dedos se cerraron, pero le dio una sonrisa afectuosa mientras él se ponía de pie, con
cada músculo de su cuerpo desnudo ondeando con el movimiento, y lo observó adelantarse con
gracia felina al lavabo y al lavamanos por encima de este.

El bastardo tuvo el valor de mirarla mientras levantaba la jarra. Y luego le ofreció una sonrisa
satisfactoria mientras tomaba un vaso hacia el borde, deteniéndose con experta precisión.

Ella debatió enviar una lengua de fuego para quemar su culo desnudo mientras dejaba la jarra con
enfatizado cuidado y calma. Y luego se dirigió de nuevo a la cama, con los ojos en cada paso del
camino, y cogió el agua en la pequeña mesa a su lado.

Aelin se apoyó en sus rodillas, sorprendentemente estables, y le encaró.

Sólo los crujidos del barco y el silbido de las olas contra él llenaban la habitación.

—¿Qué fue eso? —preguntó ella en voz baja.

Sus ojos se cerraron.

—Fui… yo perdiendo el control.

—¿Por qué?

Él miró a la portilla y al mar a la luz de la luna al otro lado. Era muy raro que él evitara su mirada.

—¿Por qué? —insistió.

Rowan finalmente enfrentó su mirada.

—No sabía si ella había tomado el control de nuevo —no importaba que la Llave del Wyrd estuviera
ahora en la cama y no alrededor de su cuello—. Incluso cuando me di cuenta de que estabas sólo
a merced de la magia, todavía… La magia tomó tu cuerpo. Hacía mucho tiempo que no estaba
seguro… de cómo traerte de vuelta —mostró sus dientes, soltando una respiración irregular, la
ira ahora dirigida al interior—. Antes de que me llames un maldito territorial Fae, permíteme
disculparme y explicar que es muy difícil…

—Rowan —él se quedó quieto. Ella atravesó la pequeña distancia que quedaba entre ellos, cada
paso era como la respuesta a alguna pregunta que su alma se había hecho desde el momento en que
había comenzado a existir—No eres humano. No espero que lo seas.
Él casi parecía retroceder. Pero ella puso una mano en su pecho desnudo, sobre su corazón. Este
todavía latía bajo su palma.

Dijo en voz baja, sintiendo el corazón bajo su mano:

—No me importa si eres Fae, o humano, o Valg o uno de esos malditos skinwalkers. Eres lo que
eres. Y lo que quiero… lo que necesito, Rowan, es alguien que no se disculpe por ello. Por lo que
es. Tú no lo has hecho ni una sola vez —se inclinó para besar la piel desnuda donde su mano había
estado—Por favor no comiences a hacerlo ahora. Sí, algunas veces me pones de los nervios con esa
tontería territorial Fae, pero… Oí tu voz. Me despertó. Me ayudó a salir de ese… lugar.

Él inclinó su cabeza hasta que su frente se apoyó contra la de ella.

—Desearía tener algo más que ofrecerte, durante la batalla y fuera de ella.

Ella deslizó sus brazos alrededor de su cintura desnuda.

—Me ofreces más de lo que jamás habría esperado —parecía ir a objetar, pero ella dijo—. Y me di
cuenta cuando Darrow y Rolfe dijeron que necesitaría vender mi mano en matrimonio por el bien
de esta guerra, que debería hacer lo contrario.

Rowan soltó un resoplido.

—Típico. Pero si Terrasen necesita…

—Así es como yo lo veo —dijo ella, alejándose para examinar su mirada seria—. No gozamos del
lujo del tiempo. Y un matrimonio con un reino extranjero, con sus contratos y distancias, más los
meses que toma levantar y enviar un ejército… no disponemos de ese tiempo. Sólo tenemos el
ahora. Y lo que no necesito es un marido que intente entrar en un constante duelo conmigo, o a
quien voy a tener que encerrar en algún lugar por su propia seguridad, o que se esconderá en una
esquina cuando me despierte con llamas a mi alrededor —besó su pecho tatuado de nuevo, justo
por encima de su poderoso y latiente corazón—. Esto, Rowan, esto es todo lo que necesito. Tan solo
esto.

Las reverberaciones de su profunda respiración hacían eco en su mejilla, y él pasó una mano
acariciando su cabello, a lo largo de su espalda desnuda. Más abajo.

—Una corte que puede cambiar el mundo.

Ella besó la comisura de su boca.

—Encontraremos una manera, juntos —las palabras que él le había dado en una ocasión, las
palabras que habían comenzado a curar su corazón destrozado. Y el suyo propio—. ¿Te hice daño?
—sus palabras tenían un tono áspero.

—No —acercó el pulgar a su pómulo—. No, no me hiciste daño. Ni nada parecido.

Algo en su pecho se hundió, y Rowan la tomó entre sus brazos a medida que hundía la cara en su
cuello. Sus manos callosas acariciaban su espalda, sobre todas y cada una de las cicatrices y los
tatuajes que él había hecho sobre ella.

—Si sobrevivimos a esta guerra —murmuró ella después de un rato sobre su cuello—, tú y yo
aprenderemos a relajarnos. A dormir toda la noche.

—Si sobrevivimos esta guerra, Princesa —dijo, pasando un dedo por la ranura de su columna—,
estaré feliz de hacer lo que quieras. Incluso aprender a relajarme.

—¿Y si no llegamos a tener un momento de paz, incluso después de conseguir la Cerradura, las
llaves y enviar a Erawan de vuelta a su reino infernal?

La diversión se desvaneció, sustituida por algo más profundo a medida que sus dedos se detuvieron
en su espalda.

—Incluso sí tenemos amenazas de guerra cada día, incluso si tenemos que acoger a emisarios
exigentes, incluso si tenemos que visitar reinos horribles y aparentar estar contentos, estaré feliz
de hacerlo si estás a mi lado.

Sus labios temblaron.

—Oh, tú… ¿Desde cuando sabes hacer discursos tan bonitos?

—Tan solo necesitaba la excusa adecuada para aprender —dijo, besándola en la mejilla.

Su cuerpo se tensó y fundió en todos los lugares a medida que su boca iba descendiendo, presionando
suavemente, mordiendo los besos sobre su mandíbula, su oreja y su cuello. Le clavó los dedos en la
espalda, dejando al descubierto su garganta mientras sus colmillos la arañaban suavemente.

—Te amo —susurró Rowan sobre su piel, y chasqueó su lengua sobre el punto donde sus colmillos
habían arañado—. Caminaría hacia el ardiente corazón del infierno para encontrarte.

Tan solo les quedaban meros minutos, era lo que ella habría querido decir. Pero Aelin solo arqueó
su espalda un poco más, y un débil y necesario ruido salió de ella. Esto, él… ¿Alguna vez cesaría el
deseo? La necesidad de no solo estar cerca de él, sino de tenerle tan dentro de ella que sintiera sus
almas juntarse y su magia bailar… La cuerda que la había sacado de ese núcleo en llamas de locura
y destrucción.

—Por favor —susurró ella. Sus uñas se clavaban en su espalda en énfasis.

El gemido bajo de Rowan fue su única respuesta a medida que la cargaba. Ella envolvió las piernas
alrededor de su cintura, dejando que la llevara no a la cama, sino a la pared, y la sensación de la
madera fría contra su espalda, comparado con el calor y la dureza de él empujando hacia el frente.

Aelin jadeaba entre dientes mientras él volvía a lamer sobre el punto en su cuello.

—Por favor.

Ella sintió su sonrisa sobre su piel cuando Rowan la penetró en un largo y potente golpe y mordió
sobre su cuello.
Una reclamación, poderosa y verdadera, que comprendió que él necesitaba desesperadamente.
Que ella necesitaba, y sus dientes en su cuello, su cuerpo dentro del de ella… Iba a quemarse, iba a
astillarse aparte en la necesidad aplastante–

Las caderas de Rowan comenzaron a moverse, marcando un ritmo suave y lento mientras mantenía
sus colmillos enterrados en su cuello. A medida que su lengua se deslizaba sobre las marcas gemelas
de placer clavadas con delicado dolor, y saboreaba cada esencia como si fuera vino.

Él se rió, suave y perversamente, mientras la liberación la hizo morder en su hombro para evitar
gritar lo bastante fuerte para despertar a las criaturas durmiendo en el fondo del mar.

Cuando Rowan finalmente apartó la boca de su cuello, haciendo que su magia curara las pequeñas
marcas que había dejado, y con las manos apretadas en sus muslos, sujetándola contra la pared
mientras se introducía más profundamente, y más duramente.

Aelin solamente arrastró los dedos por su pelo cuando le dio un beso salvaje, y saboreó su propia
sangre en su lengua.

Ella susurró en su boca:

—Siempre encontraré la forma de volver a ti.

Esta vez, cuando Aelin sobrepasó el límite, Rowan se desplomó con ella.

Manon Blackbeak se despertó.

No había habido ningún sonido, ningún olor, ningún indicio de que se había despertado, pero
esos instintos depredadores habían sentido algo fuera de lugar y habían hecho que su sueño se
desmoronara.

Ella parpadeó mientras se incorporaba. Su herida era ahora un dolor agudo, y notó que su cabeza
estaba libre de lo que fuera que esa bruma había sido.

La habitación era casi negra, salvo por la luz de la luna que se filtraba a través de la rejilla que
iluminaba su estrecha cabina. ¿Cuánto tiempo había pasado durmiendo en horrible melancolía?

Escuchó atentamente los crujidos del barco. Un leve gruñido sonaba desde encima.

Abraxos. Todavía estaba con vida. Todavía, durmiendo, si conocía esa somnolienta respiración
a modo de gruñido. Intentó poner a prueba los grilletes en sus muñecas, levantándolos para
examinar la cerradura. Un complejo e ingenioso artilugio; las cadenas eran gruesas y estaban
ancladas fuertemente a la pared. Sus tobillos tampoco estaban mucho mejor.
No podía recordar la última vez que había estado encadenada. ¿Cómo lo había soportado Elide por
toda una década?

Quizás podría encontrar a la chica una vez que saliera de allí. Dudaba que el Rey Havilliard tuviera
alguna noticia de las Trece, de todos modos. Se fugaría a lomos de Abraxos, volaría hacia la costa, y
encontraría a Elide antes de buscar a su aquelarre. Y entonces… no sabía que haría. Pero era mejor
que quedarse como un gusano al sol, dejando que cual fuera la desesperación que había tomado el
control en los últimos días o semanas causara estragos en ella.

Pero como si lo hubiera convocado, la puerta se abrió.

Dorian estaba ahí parado con una vela en…

No era una vela. Llama pura envolvía sus dedos. Esta hizo brillar sus ojos zafiro cuando la vio
despierta.

—¿Fuiste tú, quien envió esa onda de poder?

—No —aunque no era muy difícil adivinar quien había sido, entonces—. Las brujas no tienen ese
tipo de magia.

Él inclinó la cabeza; su cabello negro azulado formaba reflejos dorados a causa de las llamas.

—Pero has tenido una larga vida.

Ella asintió con la cabeza, y él lo tomó como una invitación para sentarse en su silla habitual.

—Se le suele llamar Convocación —dijo, y un escalofrío le recorrió la espalda—. A la pequeña


porción de magia que poseemos. Por lo general no podemos ejercerla, pero por un momento en la
vida de una bruja ella puede convocar un gran poder para liberar sobre sus enemigos. El coste es
que ella queda incinerada durante la explosión, y su cuerpo se rinde a la Oscuridad. En las guerras
de brujas, guerreras de ambos lados hacen Convocaciones durante cada batalla y pelea.

—Es un suicidio. Volarse a ustedes mismas en pedazos… y llevarse a los enemigos con ustedes.

—Lo es, y no es agradable de ver. A medida que una Ironteeth da su vida, su poder la llena y se
desata en una onda negra. Una manifestación de lo que se encuentra en nuestras almas.

—¿Lo has presenciado alguna vez?

—Una vez. Por una joven bruja asustada que sabía que no podría conseguir gloria de ninguna otra
forma. Ella se llevó consigo la mitad de nuestras fuerzas Ironteeth así como de las Crochans.

Su mente se perdió en esa palabra. Crochans. Su gente.

No eran su gente. Ella era una Blackbeak, dioses.

—¿Lo usarán las Ironteeth en nosotros ahora?

—Si se enfrentan a aquelarres de menor nivel, sí. Las más mayores son demasiado arrogantes y
hábiles para elegir la Convocación en lugar de luchar. Pero las más jóvenes, los aquelarres más
débiles se asustan o desean ganar valor por medio del sacrificio.

—Es asesinato.

—Es guerra. La guerra se sanciona con asesinato, no importa de qué lado estés —hielo parpadeaba
en su cara, y ella preguntó—. ¿Has matado a un hombre alguna vez?

Abrió la boca para negar, pero la luz en su mano se apagó.

Lo había hecho. Cuando tenía el collar, suponía. El Valg en su interior lo había hecho. En varias
ocasiones.

Y no limpiamente.

—Recuerda lo que te hicieron hacer —dijo Manon—, cuando los enfrentes de nuevo.

—Dudo que alguna vez llegue a olvidarlo, brujita —se puso de pie, dirigiéndose hacia la puerta.

Manon dijo:

—Las cadenas me están poniendo la piel en carne viva. Seguramente sientes simpatía por la gente
encadenada —Dorian se detuvo. Ella levantó las manos, mostrando las cadenas—. Doy mi palabra
de no herir a nadie.

—No es algo que yo pueda decidir. Ahora que lo dices, quizás contarle a Aelin lo que quiere te
pondrá de su lado.

Manon no tenía ni idea de que era lo que la reina quería de ella. Ni la más mínima.

—Cuanto más tiempo permanezca aquí, principito, más posibilidades hay de que haga alguna
estupidez cuando me liberen. Deja al menos que sienta el viento en mi cara.

—Tienes una ventana, levántate y ponte ahí en frente.

Una parte de ella se enderezó ante esa dureza, ante esa masculinidad en su tono de voz, y en la
rectitud de sus amplios hombros. Ella suspiró:

—Si yo hubiera estado dormida, ¿te habrías parado a mirarme durante un rato?

Una fría diversión brillaba en sus ojos.

—¿Te habrías negado?

Y quizás ella era imprudente y salvaje y un poco estúpida debido a la pérdida de sangre, pero dijo:

—Si planeas colarte aquí en las horas más oscuras de la noche, deberías tener al menos la decencia
de asegurarte de que yo gano algo de ello.

Sus labios se movieron, aunque la sonrisa era fría y sensual de una forma que le hizo preguntare
cómo se sentiría jugar con un rey que poseía magia en bruto como esa. Si le haría suplicar por
primera vez en su larga vida. Parecía ser capaz de ello, quizás estaba dispuesto a dejar un poco de
crueldad en la habitación. Su sangre bullía.

—Por muy tentador que parezca verte desnuda y encadenada… —Dorian soltó una risa baja—. No
creo que disfrutes la pérdida de control.

—¿Y has estado con tantas mujeres para ser capaz de saber lo que una bruja quiere tan fácilmente?

Su sonrisa se volvió vaga.

—Un caballero nunca cuenta esas cosas.

—¿Con cuántas? —sólo tenía veinte años, aunque era un príncipe, y ahora rey. Las mujeres
probablemente habían caído por él desde que su voz cambió.

—¿Con cuántos hombres has estado tú? —contraatacó.

Sonrió.

—Los suficientes para saber cómo manejar las necesidades de príncipes mortales. Para saber qué
es lo que te hará suplicar —no importaba que ella estuviera pensando justamente en lo contrario.

Se desplazó a través de la habitación, pasando de largo la distancia de sus cadenas, directo hacia su
respiración. Se inclinó sobre ella, pegando casi la nariz, su rostro no mostraba sorpresa en la curva
de sus labios cuando dijo:

—No creo que puedas saber el tipo de cosas que necesito, brujita. Y jamás volveré a suplicar nada
en mi vida.

Y luego se fue. Manon se quedó mirando, y un siseo de rabia escapó de sus propios labios. Por la
oportunidad que había tenido de agarrarle, tomarlo como rehén, y demandar su libertad; por la
arrogancia en su suposición; por el calor que se había acumulado en su interior y que ahora latía
tan insistentemente que le hacía juntar las piernas.

Nunca había sido rechazada. Los hombres caían en pedazos, a veces literalmente, para meterse en
su cama.

Y ella… no sabía que habría hecho si él hubiera aceptado la propuesta, si hubiera podido descubrir
qué era lo que el rey podía hacer, exactamente, con esa preciosa boca y ese cuerpo tonificado. Era
una distracción, y una excusa, suponía, para odiarse a sí misma aún más.

Todavía estaba hirviendo cuando la puerta se abrió de nuevo.

Dorian se apoyó contra la madera envejecida, con los ojos todavía brillando en una forma que no
sabría si era de lujuria, odio o ambos. Él giró la cerradura sin mirarla.

Su corazón de apretó. Todo su enfoque inmortal se redujo a su calmada y tranquila respiración, y


a su rostro ilegible.
Su voz era áspera cuando dijo:

—No voy a malgastar mi aliento diciéndote lo estúpido que sería tratar de tomarme como rehén.

—Yo no malgastaré el mío diciéndote que tomes sólo lo que te ofrezco y nada más.

Sus orejas se alzaron para escuchar, pero incluso su maldito corazón era un latido sólido. Ni una
muestra de miedo. Él dijo:

—Necesito oírte decir sí —sus ojos se posaron en las cadenas.

Le llevó un momento comprender, pero dejó escapar una suave risa.

—Muy considerado, principito. Pero sí. Lo hago por voluntad propia. Puede ser nuestro pequeño
secreto.

No era nada ni nadie ahora de todos modos. Compartir la cama con su enemigo no era nada
comparado con la sangre Crochan que corría por sus venas.

Comenzó a desabotonar la camisa blanca que llevaba vistiendo por sabe Dios cuanto tiempo, pero
él gruñó:

—Lo haré yo mismo.

Ni loca le dejaría. Se agarró el segundo botón.

Unas manos invisibles se envolvieron alrededor de sus muñecas, lo bastante fuerte para que soltara
la camisa.

Dorian se le acercó.

—Dije que lo haría yo —Manon contempló cada parte de él a medida que se le acercaba, y un
escalofrío de placer la recorrió—. Te sugeriría escuchar.

La pura arrogancia masculina que había en tan solo esa declaración…

—Estás cortejando la muerte si…

Dorian puso su boca a la altura de la de ella.

Fue un roce ligero como una pluma, apenas un susurro. Intencionado, calculado, y tan inesperado
que la hizo arquearse ligeramente.

Besó la comisura de su boca con la misma suavidad sedosa. Y luego el otro lado. Ella no se movió,
ni siquiera una respiración, como cada parte de su cuerpo esperaba ver qué haría luego.

Pero Dorian se echó hacia atrás, estudiando sus ojos con frío distanciamiento. Lo que fuera que le
había traído allí, le hizo alejarse.

Los dedos invisibles en sus muñecas se desvanecieron. La puerta se abrió. Y esa sonrisa arrogante
regresó cuando Dorian se encogió de hombros y dijo:

—Quizás otra noche, brujita.

Manon casi gritó mientras él se deslizaba fuera de la puerta, y no regresó.


Capítulo 45
Traducido por Tay Paredes

Corregido por Flo

La Bruja estaba lúcida pero molesta.

Aedion tenía el placer de servirle el desayuno y trató de no notar el persistente aroma de excitación
femenina en el camarote, o que la esencia de Dorian estaba mezclada con la de ella.

El Rey tenía derecho a seguir adelante, Aedion se recordó a si mismo horas más tarde cuando
escaneaba el horizonte a altas horas de la tarde desde el timón del barco. En las calmadas horas
de su vigía, normalmente meditaba sobre la rigurosa reprimenda que Lyssandra le había dado con
respecto a su ira y crueldad hacia el Rey. Y quizás, solo quizás, Lyssandra tenía razón. Y quizás el
hecho de que Dorian pudiera mirar a una mujer con interés luego de haber visto a Sorcha decapitada
era un milagro. Pero… ¿La Bruja? ¿Eso es con lo que quiere enredarse?

Se lo preguntó a Lysandra cuando se reunió con él treinta minutos después, todavía empapada de
patrullar las aguas por delante. Todo despejado.

Lyssandra peinó su cabello color tinta con los dedos, frunciendo el ceño.

—Tenía clientes que perdieron a sus esposas o amantes, y querían algo que los distraiga. Querían lo
opuesto a como su amante había sido, quizás para hacer sentir el acto completamente distinto. Lo
que él vivió cambiaría a cualquiera. Muy bien ahora podría encontrarse a sí mismo siendo atraído
por cosas peligrosas.

—Ya tenía una inclinación por ellas. —murmuró Aedion, mirando hacia donde Aelin y Rowan
combatían en la cubierta principal, sudor reluciendo en oro mientras la luz de la tarde cambiaba al
ocaso. Dorian descansaba en los escalones cercanos al alcázar, Damaris apoyada sobre sus rodillas,
medio despierta en el calor. Una parte de Aedion sonrió, sabiendo que Rowan sin duda patearía su
trasero por ello.

—Aelin era peligrosa, pero seguía siendo humana —Observó Lyssandra— Manon no… lo es. A él
probablemente le gusta de esa manera y si fuera tú, me mantendría fuera de ello.

—No voy a meterme en el medio de ese desastre, no te preocupes. Aun así, no dejaría que esos
dientes de hierro estén cerca de mi parte favorita si yo fuera él. —Aedion sonrió mientras que
Lyssandra llevó su cabeza hacia atrás y rió. Añadió: —Además, ver a Aelin y a la Bruja ir cara a cara
esta mañana sobre Elide, fue suficiente para recordarme que debo permanecer fuera y disfrutar
del espectáculo.

La pequeña Elide Lochan, viva y por ahí afuera, buscándolos. Dioses. La mirada en la cara de
Aelin cuando Manon había revelado detalle tras detalle, lo que Vernon había intentado hacerle a
la chica…

Habrá un juicio en Perranth por eso. Aedion mismo colgaría al Lord de sus intestinos, mientras
Vernon seguía con vida. Y luego lo haría pagar por los diez años de horror que Elide había soportado.
Por la pierna desfigurada y las cadenas. Por la torre.

Encerrada en una torre, en una ciudad que él había visitado tantas veces en los últimos diez años,
tantas que no podía contarlas.

Ella podía incluso haber visto a La Perdición desde esa altura, mientras venían y dejaban la ciudad.
Posiblemente pensando que él la había olvidado o que tampoco tenía interés por ella.

Y ahora estaba ahí afuera. Sola.

Con una pierna permanentemente desfigurada, sin entrenamiento, sin armas. Si tenía suerte,
quizás llegaría al encuentro con La Perdición antes que ellos. Sus comandantes reconocerían su
nombre, la protegerían. Eso si ella se atrevía a revelar su identidad en primer lugar.

Había necesitado de todo su autocontrol para no estrangular a Manon por abandonarla en el medio
de Okwald, por no haberla llevado volando directo a Terrasen.

Aunque Aelin, no se molestó en contenerse.

Dos golpes, los dos tan rápidos que ni siquiera la Líder de Ala los vio venir.

Un golpe inclinado hacia la cara de Manon. Por dejar a Elide.

Y luego un círculo de fuego alrededor de su garganta, golpeándola contra la madera, mientras


Aelin la hacía jurar que la información era la correcta.

Rowan le recordó secamente a Aelin que Manon era responsable también del escape y rescate
de Elide. Aelin dijo apenas, que si Manon no lo hubiera sido, el fuego ya estaría atravesando su
garganta.

Y eso fue todo.

Aelin, dado el fervor con cual peleaba con Rowan a través de la cubierta, todavía estaba molesta.

La bruja, por el gruñido y la esencia en su cabina, seguía molesta.

Aedion estaba más que listo para llegar a los Pantanos de Piedra, incluso si lo que los esperaba allí
no era muy agradable.

Tres días más los separaban de la costa oeste. Y luego…luego todos verían que tanto valía una
alianza con Rolfe, si se podía confiar en el hombre.

—No puedes evitarlo para siempre, ¿sabes? —dijo Lyssandra, llevando su atención hacia la otra
razón por la cual necesitaba salir de este barco.
Su padre se sentaba cerca de donde Abraxos se había enroscado a lo largo de la proa, vigilando y
observando al dragón. Aprendiendo cómo matarlos, dónde atacar.

No importaba si el dragón no era más grande que un sabueso gigante, lo suficientemente dócil
como para no molestarse en encadenarlo. No tenían una cadena tan grande de todas formas, y la
bestia reusaría a irse hasta que Manon lo hiciera también. Abraxos solo se movía para cazar peces o
jugar, Lyssandra lo escoltaba en forma de dragón marino por debajo de las olas. Y cuando la bestia
estaba tumbada en la cubierta…El León le hacía compañía.

Aedion apenas le había hablado a Gavriel desde la Bahía de la Calavera.

—No lo estoy evadiendo —dijo Aedion— Solo no tengo interés en hablar con él.

Lyssandra cambió su mojado cabello hacia un hombro, frunciendo el ceño ante las manchas
húmedas de su blanca camiseta.

—Yo, por una vez, me gustaría escuchar la historia sobre cómo él cruzó caminos con tu madre. Él
es amable para ser uno del ejército de Maeve. Mejor que Fenrys.

En efecto, Fenrys provocaba en Aedion las ganas de romper cosas. Esa cara risueña, el fanfarroneo,
la oscura arrogancia…era otro espejo, concluyó. Pero uno que seguía a Aelin a cualquier parte
como un perro. O un lobo, supuso.

Aedion no se había deshuesado frente al hombre en el campo de pelea, pero observó cuidadosamente
cómo Fenrys se enfrentó a Rowan y a Gavriel, dos de los cuales había entrenado al hombre. Fenrys
peleaba como Aedion se lo había esperado. Un guerrero con siglos de entrenamiento contra dos
asesinos letales con los que pelear. Pero no había podido presenciar un indicio de la magia que le
permitía a Fenrys saltar entre lugares cómo si atravesara una puerta invisible.

Como si sus pensamientos invocaran al guerrero inmortal, Fenrys se sacudió de las sombras bajo
la cubierta y le sonrió a todos antes de tomar su posición de guardia cerca del palo de trinquete.
Estaban todos en un horario de vigilancias y patrullas, Lyssandra y Rowan usualmente tomaban
la tarea de volar lejos de la vista para sondear por delante o detrás de la nave, o para comunicarse
con las dos naves escoltas. Aedion no se había atrevido a decirle a la Cambiaformas que él contaba
los minutos hasta que ella volviera, que su pecho se sentía insoportablemente apretado hasta que
presenciaba cualquier figura alada o de pez volador que ella utilizara para volver hacia ellos.

Al igual que su prima, él no tenía duda de que la Cambiaformas no tomaría bien sus preocupaciones
menores.

Lyssandra observaba minuciosamente a Aelin y Rowan, sus espadas imprevisibles mientras se


enfrentaban golpe a golpe.

—Lo has estado haciendo bien con tus lecciones. —Aedion le dijo a la Cambiaformas.

Los verdes ojos de Lyssandra se entrecerraron. Todos habían tomado turnos para acompañar a la
Cambiaformas a través de la dominación de varias armas y combate cuerpo a cuerpo. Lyssandra
conocía un poco de ello por su tiempo con Arobynn; él le había enseñado porque era una manera
de proteger a su inversión, le contó ella.
Pero ella quería saber más. Cómo matar a hombres de innumerables formas. No debería haberlo
perturbado tanto cómo lo hizo. No cuando ella se había reído de la declaración que Aedion
había hecho en la Bahía de la Calavera. Ella no lo había vuelto a mencionar. Él no había sido lo
suficientemente estúpido como para hacerlo tampoco.

Aedion siguió a Lyssandra, incapaz de evitarlo, mientras ella se acercaba hacia el combate entre la
Reina y el Príncipe; Dorian se movió rápido para silenciosamente para hacerle un espacio en los
escalones. Aedion tomó en cuenta el gesto y el respeto del Rey, moviendo a un lado sus propios
sentimientos encontrados mientras se instaló por sobre ellos y se enfocó en su prima y en Rowan.

Pero ellos habían llegado a un callejón sin salida, lo suficiente como para que Rowan lo diera por
terminado y envainara su espada. Luego dio unos golpecitos a la nariz de Aelin cuando ella se veía
molesta por no ganar. Aedion se rio por lo bajo, mirando a la Cambiaformas mientras que la Reina
y el Príncipe daban zancadas hacia el jarro de agua y las copas contra la barandilla de la escalera,
ayudándose entre sí.

Estaba apunto de ofrecerle a Lyssandra una ronda final en el ring antes del atardecer cuando
Dorian abrazó sus rodillas y le dijo a Aelin a través de la barandilla: —No creo que ella haga nada
si la dejamos salir.

Aelin tomó un pequeño sorbo de su agua, todavía respirando con dificultad.

—¿Llegaste a esa conclusión antes, durante, o después de visitarla en medio de la noche?

Oh Dioses. Iba a ser ese tipo de conversación.

Dorian le dio una media sonrisa. —Tú tienes una preferencia por los guerreros inmortales, ¿Por
qué yo no?

Fue el leve chasquido de su vaso sobre la mesita que hizo a Aedion prepararse, a realmente empezar
a calcular la disposición de las diferentes cubiertas. Fenrys aún los monitoreaba desde el palo de
trinquetes, Lyssandra seguía al otro lado de Dorian. Él suponía que al estar sobre Dorian en las
escaleras y Aelin al lado de ellos, él estaría precisamente en el medio.

Exactamente donde juró no estar.

Rowan, al lado contrario de Aelin, le dijo a Dorian. —¿Hay alguna razón, Majestad, por la cual
crees que la bruja debería ser liberada?

Aelin le disparó una mirada de puro fuego.

Bien, dejemos que el príncipe lidie con su ira. Incluso días después de la reclamación que había
dejado a todos pretendiendo que no notaban las dos heridas con formas de agujeros en el cuello de
Rowan, o los delicados y viciosos rasguños sobre sus hombros, el Príncipe hada todavía lucía como
un hombre que apenas había podido sobrevivir a una tormenta y había disfrutado cada salvaje
segundo de ello.

Sin mencionar las heridas gemelas en el cuello de Aelin esta mañana. Él casi le rogó que utilizara
una bufanda.
—Por qué no los encerramos a ustedes en una habitación… —Dorian señaló a los guerreros Fae a
través de la cubierta con su barbilla, luego a Lyssandra a su derecha. —… y vemos que tan bien les
va luego de tanto tiempo.

Aelin dijo— Cada centímetro de ella fue diseñado para capturar hombres. Para hacerlos pensar que
es inofensiva.

—Créeme, Manon Blackbeak es cualquier cosa menos inofensiva.

Aelin continuó,— Ella y las de su clase son asesinas. Son criadas sin consciencia. Sin importar lo
que su abuela le hizo, siempre será de esa manera. No pondré en peligro las vidas de las personas
de esta nave para que tú puedas dormir mejor por la noche. —Sus ojos brillaron con un golpe mudo.

Todos se movieron, y Aedion estaba a punto de preguntarle a Lyssandra si quería combatir,


conversación terminada, cuando Dorian dijo un poco muy silencioso: —Soy Rey, ¿sabes?

Ojos turquesa y dorado golpearon a Dorian. Aedion casi podía sentir las palabras que Aelin trataba
de pensar, su temperamento rogándole que apagara el desafío. Con unas cuantas frases, ella podía
filetear su espíritu como a un pescado, haciendo trizas los fragmentos del hombre que quedaban
luego de que el príncipe Valg lo había violado. Y si lo hacía, perdería a un aliado poderoso que
necesitaría no solo en esta guerra, pero también lo haría si la sobrevivían. Luego, esos ojos se
suavizaron un poco. Un amigo. Perdería eso también.

Aelin se masajeó las cicatrices de sus muñecas, expuestas en la dorada luz del atardecer. Las que
ponían enfermo a Aedion cuando las veía.

Ella le dijo a Dorian luego de un momento. —Movimientos controlados. Si ella deja el cuarto, se
queda bajo guardia, uno de los Fae a todo momento, además de uno de nosotros. Esposas en sus
muñecas, no en los pies. Sin cadenas en la habitación, pero un guardia fuera de ella.

Aedion visualizó el pulgar que Rowan rozó contra una de las cicatrices de la muñeca de ella.

Dorian solo dijo: —Está bien.

Aedion debatió sobre si decirle a Dorian que un compromiso por parte de Aelin debería ser
celebrado.

La voz de Aelin se convirtió en un letal ronroneo. —Luego de que terminaste de coquetear con ella
ese día en Oakwald, ella y su aquelarre trataron de matarme.

—Tú la provocaste. —contra argumentó Dorian. —Y me siento aquí hoy por lo que ella arriesgó
cuando fue a Rifthold dos veces.

Aelin secó el sudor de la ceja. —Tenía sus propias razones, y dudo que fuera porque ella, en sus
cientos de años de matanzas, decidiera que tu linda cara la convertiría en buena.

—La tuya convirtió y sacó a Rowan de una promesa de sangre de tres siglos.

Fue el padre de Aedion el que habló calmadamente mientras que dejaba su puesto cerca de Abraxos
en la proa para acercarse a ellos.

—Yo sugeriría, Majestad, que eligiera otro argumento.

En efecto, cada instinto de Aedion despertó frente a la ira congelada que ahora describía cada
musculo del Príncipe.

Dorian lo notó también, y dijo, quizás un poco culposo: — No pretendía ofender, Rowan.

Gavriel dobló su cabeza, cabello dorado deslizándose sobre su amplio hombro, y dijo con un
espectro de sonrisa: —No se preocupe, Majestad. Fenrys le ha dado a Whitethorn suficiente mierda
por ello como para que le dure otros tres siglos.

Aedion pestañó frente al humor, el indicio de una sonrisa.

Pero Aelin lo salvó del esfuerzo de decidir si responder a esa sonrisa al decirle a Dorian: —¿Entonces?
Veamos si a la Líder del Ala le gustaría tomar un turno en la cubierta antes de la cena.

Dorian estaba en lo correcto al verse receloso, decidió Aedion. Pero Aelin ya estaba alcanzando el
lado opuesto de la cubierta, Fenrys abandonando su puesto cerca del palo de trinquetes; esa aguda
y amarga mirada deslizándose sobre todos mientras pasaban.

Pero Fenrys los iba a seguir, sin duda. Seguro como el infierno que liberarían a la bruja sin estar
todos presentes. Incluso el ejército parecía entender eso.

Así que Aedion siguió a su reina hasta las penumbras de la nave, la noche asentándose sobre ellos,
y rezó para que Aelin y Manon no fueran a romper el barco en pedazos.

Subir a una cama con una bruja. Aelin apretó sus dientes mientras se acercaba a la habitación de
Manon.

Dorian había sido alguna vez notorio cuando se trataba de mujeres, pero esto… Aelin resopló, de-
seando que Chaol estuviera presente, solo para ver la mirada en su cara.

Incluso si aliviaba un nudo en su pecho el saber que Chaol y Faliq estaban en el sur. Quizás levan-
tando un ejército a través del Océano Estrecho y así marchar hacia el norte. Si es que todos tenían
suerte.

“Si es que”. Aelin odiaba esa palabra. Pero…su amistad con Dorian era lo suficientemente
precaria. Ella había accedido a su pedido parcialmente por algún fragmento de amabilidad, pero
mayoritariamente porque sabía que había más cosas sobre Morath que Manon tenía que decirles.
Sobre Erawan. Y mucho más.
Y dudaba que la bruja fuera comunicativa, especialmente cuando Aelin había perdido un poco su
temperamento esta mañana. Y quizás la hacía una conspiradora y horrible persona por usar el
interés de Dorian como un velo para endulzar a la bruja, pero…era la guerra.

Aelin flexionó su mano mientras se acercaba a la habitación de la bruja, las luces balanceándose en
las fuertes olas que iban sobrellevando desde el mediodía.

Rowan había curado el cardenal en el dorso de sus nudillos del golpe que le había dado a la bruja
y ella le había agradecido al bloquear la puerta de su habitación y ponerse de rodillas frente a él.
Todavía podía sentir los dedos de él enrollados en su cabello con fuerza, aún escuchaba su gemido…

Rowan, ahora un paso por detrás, movió su cabeza en su dirección. ¿En qué demonios estás
pensando?

Pero las pupilas de él brillaron lo suficiente como para que ella se diera cuenta de que él sabía
precisamente a donde su mente había ido mientras caminaban a la cabina de la bruja. Que Fenrys
se encontrara lejos en el pasillo le decía lo suficiente sobre el cambio en su esencia.

Las cosas usuales, miró a Rowan con una tonta sonrisa. Matanzas, Tejidos, cómo hacerte gemir de
esa forma de nuevo…

La cara de Rowan reflejó una expresión de dolor que la hizo sonreír. Especialmente cuando su
garganta se contrajo mientras tragaba con dificultad. Segunda vuelta, parecía decir. Tan pronto
como terminemos. Tendremos una segunda vuelta. Esta vez, yo podré ver qué sonidos haces.

Aelin apenas caminó hasta la jamba de la puerta de Manon, la cual se encontraba abierta. La risa
silenciosa de Rowan la hizo enfocarse, la hizo parar de sonreír como una idiota confundida por el
deseo, enamoradiza…

Manon estaba sentada y erguida sobre la cama, ojos dorados oscilando entre Rowan, Dorian y ella.

Fenrys se deslizó detrás de ellos, su atención directamente en la bruja. Sin duda embobado por la
belleza, la gracia, la blah blah blah perfección de ella

Manon dijo, bajo y plano. —¿Quién es este?

Dorian levantó una ceja, siguiendo su mirada.

—Ya lo conociste antes. Él es Fenrys, guerrero comprometido a la reina Maeve.

Fue el estrechamiento de los ojos de Manon lo que activó algunos instintos. El brillo de los dilatados
orificios nasales de Manon mientras percibía la esencia del hombre, su olor apenas detectable en
la estrecha cabina.

—No, no lo es. —Dijo Manon.

Las garras de hierro de a bruja aparecieron en un pestañeo antes de atacar a Fenrys.


Capítulo 46
Traducido por Idrys

Corregido por Flo

Todavía era instintivo ir a por un cuchillo antes de que Aelin fuera a por su magia.

Y mientras Fenrys saltaba hacia Manon con un gruñido, fue el poder de Rowan quien lo mandó de
un golpe través de la habitación.

Antes de que el macho hubiera terminado de deslizarse por el suelo, Aelin puso un muro de llamas
entre ellos.

—¿Qué diablos? —escupió ella.

De rodillas, Fenrys se arañó la garganta —al aire con el que Rowan le estaba ahogando.

La cabina era demasiado pequeña para que todos encajaran sin acercarse demasiado. Hielo bailó
en las yemas de los dedos de Dorian mientras se deslizaba junto a Manon, todavía encadenada
junto a la cama.

—¿Qué quieres decir, que este no es Fenrys? —dijo Aelin a la bruja, sin apartar los ojos de él.
Rowan dejó escapar un gruñido detrás de ella.

Y Aelin miró con una mezcla de horror y fascinación como el pecho de Fenrys se amplió en una
poderosa exhalación. Mientras él se ponía de pie y observaba el muro de llamas.

Como si la magia de Rowan hubiera desaparecido.

Y mientras la piel de Fenrys parecía brillar y desvanecerse, una criatura pálida como la nieve surgió
de la ilusión desvanecida, Aelin le dio a Aedion una mirada sutil por encima del hombro.

Su primo se movió al instante, las llaves para las cadenas de Manon aparecieron de su bolsillo.

Pero Manon no se movió mientras la cosa tomaba forma, todas sus extremidades delgadas, sus alas
plegadas apretadamente; el horrible rostro deformado olfateándoles…

Las cadenas de Manon se liberaron con un chirrido.

Aelin dijo a la cosa más allá de su muro de llamas: — ¿Qué eres?

Manon respondió por ella. —El sabueso de Erawan.

La cosa sonrió, revelando negros tocones podridos de dientes. —A tu servicio —dijo eso. Ella dijo,
Aelin se dio cuenta mientras notaba las mamas pequeñas y arrugadas en su pecho estrecho.

—Así que tus tripas permanecieron dentro—le ronroneó a Manon.

—¿Dónde está Fenrys? —exigió Aelin.

La sonrisa del sabueso no vaciló. —En patrulla de la nave, en otro nivel, supongo. Inconsciente,
al igual que tú estabas inconsciente, de que uno de los tuyos no estaba realmente con ustedes
mientras yo….

—Ugh, otro hablador —dijo Aelin, volteando su trenza sobre un hombro—. Déjame adivinar:
mataste a un marinero, tomaste su lugar, aprendiste lo que necesitabas sobre cómo llegar a Manon
en este barco y a nuestras patrullas, y... ¿qué? ¿Planeabas llevártela por la noche? —Aelin frunció
el ceño hacia el cuerpo delgado de la cosa. —Te ves como si apenas pudieras levantar un tenedor…
y no lo has hecho en meses.

El sabueso parpadeó, y luego siseó.

Manon dejó escapar una risa baja.

Aelin dijo—: ¿Honestamente? Podrías simplemente haberte colado aquí y haberte ahorrado mil
estúpidos pasos…

—Cambia formas —siseó la cosa, lo suficiente ávido como para que las palabras de Aelin se trabaran.

Sus enormes ojos se habían ido directos a Lisandra, gruñendo suavemente en la esquina en su
forma de leopardo fantasma.

—Cambia formas —silbó de nuevo, ese anhelo retorciendo sus características.

Y Aelin tuvo la sensación de que sabía cómo había empezado esta cosa. Lo que Erawan había
atrapado y mutilado en las montañas alrededor de Morath.

—Como estaba diciendo —Aelin arrastró las palabras lo mejor que pudo—, realmente lo echaste a
perder…

—Vine por la heredera Blackbeak —jadeó el sabueso—. Pero miraos todos, un tesoro digno de
vuestro peso en oro.

Sus ojos se volvieron turbios, como si ya no estuviera aquí, como si hubiera caído en otra habitación…

Mierda.

Aelin atacó con su llama.

El sabueso gritó…

Y la llama de Aelin se derritió en vapor.

Rowan se encontraba allí al instante, poniéndose detrás de ella, su espada fuera. Su magia…
—Me deberías de haber entregado a la bruja. —El sabueso se rió, y arrancó la escotilla en un lado
de la nave—. Ahora él sabe con quién viajas, en qué barco navegas...

La criatura se lanzó por el agujero que había labrado en el lado de la nave, envuelto en espuma.

Una flecha con punta negra golpeó contra su rodilla, y luego otra.

El Sabueso bajó a unos centímetros de la libertad.

Gruñendo mientras entraba en la habitación, Fenrys disparó otra, clavándole el hombro en los
tablones de madera.

Al parecer, él no se tomaba muy bien el ser suplantado. Le dio a Rowan una mirada furiosa que
decía mucho. Exigiendo a todos por qué no habían notado la diferencia.

El sabueso se arrancó las flechas, sangre negra rociando la habitación, llenándola con su olor. Aelin
tenía una daga en ángulo, lista para volar; Manon estaba a punto de saltar; el hacha de Rowan
estaba ladeada…

El sabueso tiró una correa de cuero negra en el centro de la habitación.

Manon se detuvo en seco.

—Tu Segunda gritó cuando Erawan la rompió —dijo el sabueso—. Su Oscura Majestad envía esto
como recordatorio.

Aelin no se atrevía a apartar los ojos de la criatura. Pero podría haber jurado que Manon se balanceó.

Y a continuación, el sabueso dijo a la bruja—: Un regalo del rey Valg... a la última Reina Crochan
viviente.

Manon miró y miró fijamente a esa correa de cuero trenzado que Asterin había llevado todos los
días, incluso cuando la batalla no lo exigía, y no le importaba lo que el Sabueso les había dicho
a los otros. No le importaba si ella era la heredera del clan de brujas Blackbeak o la Reina de las
Crochans. No le importaba si…

Manon no terminó el pensamiento debido al rugido que silenció todo en su cabeza.

El rugido que salió de su boca mientras se lanzaba hacia el Sabueso.

Las flechas que atravesaban la bestia arañaron a Manon mientras abordaba ese cuerpo huesudo
contra la madera. Garras y dientes le cortaban la cara, pero Manon consiguió poner las manos
alrededor de ese cuello y hierro rasgó a través de la piel húmeda.
Entonces esas garras quedaron inmovilizadas contra la madera debajo de unas manos fantasmales
mientras Dorian se acercó con paso tranquilo, su cara inflexiblemente inmóvil. El Sabueso se
retorció, esas garras tratando liberarse…

La criatura gritó cuando esas manos invisibles le aplastaron los huesos.

Y luego, le atravesaron.

Manon miró boquiabierta las duras manos un momento antes de que La Sabuesa gritara, tan fuerte
que sus propios oídos zumbaron. Pero Dorian canturreó—: Acaba con ella.

Manon levantó la otra mano, queriendo que el hierro la cortara pero que no le fortaleciera.

Los otros observaban detrás de ellos, con las armas listas.

Sin embargo, La Sabuesa jadeó—: ¿No quieres saber lo que dijo tu Segunda antes de morir? ¿Por
lo que rogó?

Manon vaciló.

—Qué marca tan horrible en el estómago —impura. ¿Hiciste tu eso, Blackbeak?

No. No, no, no…

—Un bebé, dijo que había dado a luz una brujilla muerta.

Manon se congeló por completo.

Y no le importó mientras la Sabuesa se lanzó a su garganta, mostrando los dientes.

No fue la llama o el viento lo que rompió el cuello de la Sabuesa.

Pero si unas manos invisibles.

El crujido resonó en la habitación, y Manon se volvió hacia Dorian Havilliard. Sus ojos zafiro eran
totalmente implacables. Manon gruñó. —¿Cómo te atreves a quitarme mi matanza…?

Los hombres en la cubierta comenzaron a gritar, y Abraxos rugió.

Abraxos.

Manon giró sobre sus talones y corrió a través de la pared de guerreros, a toda velocidad por el
pasillo, hasta las escaleras…

Sus uñas de hierro arrancaron trozos de madera resbaladiza cuando tiró de ella hacia arriba,
doliéndole el estómago. El aire bochornoso de la noche la golpeó, y luego el olor del mar, y
entonces….

Había seis de ellos.


La piel no era blanca hueso como la de la Sabuesa, sino más bien con manchas oscuras, cruzadas
con sombras. Aladas, todas con caras humanoides y cuerpos…

Ilken, uno de ellos siseó mientras destripó a un hombre con un golpe de sus garras. Somos los
ilken, y hemos llegado a la fiesta. De hecho, los piratas estaban muertos en la cubierta, la sangre
cobriza oliendo tan fuerte que llenaba sus sentidos mientras corría por donde había sonado el
rugido de Abraxos.

Pero él se encontraba en el aire, agitándose en lo alto, la cola oscilando.

La cambia formas en forma de wyvern a su lado.

Enfrentándose a tres de las figuras más pequeñas, mucho más ágiles mientras ellos…

Una llama estalló en la noche, junto con el viento y el hielo.

Un ilken se derritió. Al segundo le habían arrancados las alas. Y el tercero… el tercero se congeló
en un sólido bloque y se rompió en la cubierta.

Ocho ilken más aterrizaron, uno de ellos rasgando el cuello de un marinero gritando en la cubierta…

Los dientes de hierro de Manon se cerraron. La llama atacó de nuevo, lanzándose hacia los terrores
que se aproximaban.

Sólo para que ellos lo atravesaran sin problemas.

El barco se convirtió en un cuerpo a cuerpo mientras alas y garras desgarraban delicadas pieles
humanas, mientras los guerreros inmortales se desataron a sí mismos sobre los Ilken que
aterrizaban en la cubierta.

Aedion se lanzó tras Aelin en el momento en que rugió el Wyvern.

Llegó hasta la cubierta principal antes de que esas cosas atacaran.

Antes de que la llama de Aelin rasgara desde la cubierta delantera y de que se diera cuenta de que
su prima se podía cuidar a sí misma porque, mierda, el rey Valg había estado ocupado. Ilken, se
habían llamado a sí mismos.

Había dos de ellos ahora delante de él en el alcázar, donde había corrido para evitar que el primer
oficial y Capitán tuvieran sus órganos arrancados de sus vientres. Ambos animales median casi dos
metros y medio y nacidos de las pesadillas, pero sus ojos... esos eran ojos humanos. Y sus olores...
como carne podrida, pero... humana. Parcialmente.

Se encontraban entre él y las escaleras de vuelta a la cubierta principal. —Vaya recompensa nos ha
dado esta caza —dijo uno.

Aedion no se atrevió a desviar su atención de ellos, a pesar de que oyó vagamente a Aelin ordenar a
Rowan a que fuera a ayudar a los otros barcos. Vagamente escuchó un lobo y el gruñido de un león,
y sintió el beso frío como el hielo que chocaba contra el mundo.

Aedion agarró su espada, dándose la vuelta una vez, dos veces. ¿El Señor Pirata los había vendido
a Morath? La forma en que la Sabuesa había mirado Lysandra…

Su rabia se convirtió en canción dentro de su sangre.

Lo evaluaron, y Aedion se volvió de nuevo. Dos contra uno, podría tener una oportunidad.

Fue entonces cuando el tercero se abalanzó desde las sombras detrás de él.

Aelin mató a uno con Goldryn. Decapitado.

Los otros dos... no habían estado demasiado contentos, si su incesante chillido en los momentos
siguientes fuera alguna indicación.

El rugido de un león atravesó la noche, y Aelin rezó que Gavriel estuviera con Aedion en algún
lugar…

Los dos enfrente de ella, bloqueando el camino a la cubierta, finalmente detuvieron sus siseantes
ataques el tiempo suficiente para preguntar—: ¿Dónde están tus llamas ahora?

Aelin abrió la boca. Pero entonces Fenrys saltó de un trozo de noche como si simplemente hubiera
corrido a través de una puerta y se hubiera estrellado contra el más cercano. Tenía una meta, al
parecer.

Las mandíbulas de Fenrys fueron alrededor de la garganta del Ilken, y el otro giró, con las garras
afuera.

Ella no fue lo suficientemente rápida como para detenerlo mientras dos conjuntos de garras cor-
taron a través de la bata blanca, a través del escudo con el que se protegía a sí mismo, y el grito de
dolor de Fenrys ladró a través del agua.

Espadas gemelas de fuego atravesaron los dos cuellos Ilken.

Cabezas rodaron sobre la cubierta machada de sangre.

Fenrys se tambaleó hacia atrás, dando un paso antes de estrellarse en las tablas. Aelin lo levantó,
maldiciendo.
Sangre y huesos y baba verdosa —veneno. Como el de las colas de los wyverns.

Como si soplara un millar de velas, hizo a un lado su llama, concentrándose en la curación del
agua. Fenrys cambió de nuevo en un macho, con los dientes apretados, maldiciendo en voz baja y
viciosa, una mano contra sus rasgadas costillas. —No te muevas —le dijo ella.

Inmediatamente había enviado a Rowan a los otros buques, y este había tratado de discutir, pero...
había obedecido. Ella no tenía idea donde se encontraba la Líder del Ala—La Reina Crochan. Santo
Dios.

Aelin preparó su magia, tratando de calmar su corazón rabioso…

—Los otros —jadeó Aedion cojeando hacia ellos, recubierto de sangre negra—, están bien.

Ella casi sollozó de alivio, hasta que se dio cuenta de la forma en la que brillaban los ojos de su
primo, y ​​que... que Gavriel, ensangrentado y cojeando peor que Aedion se encontraba un paso por
detrás de su hijo. ¿Qué demonios había sucedido?

Fenrys gimió, y ella se concentró en sus heridas, ese veneno deslizándose por su sangre. Ella abrió
la boca para decirle a Fenrys que bajara la mano cuando unas alas se agitaron.

No del tipo que amaba.

Aedion se puso inmediatamente delante de ellos, la espada desenvainada, haciendo una mueca de
dolor, pero uno de los Ilken levantó una garra. Negocio.

Su primo se detuvo. Pero Gavriel se movió imperceptiblemente más cerca del ilken mientras este
olía a Fenrys y sonreía.

—No te molestes —la cosa le dijo a Aelin, riendo en voz baja—. A él no le quedará mucho tiempo
de vida.

Aedion gruñó, tanteando sus cuchillos de combate. Aelin recuperó su llama. Sólo el más caliente
de su fuego podría matarlos —cualquier cosa menos y permanecerían ilesos. Ella pensaría en las
implicaciones a largo plazo de ello más tarde.

—Me mandaron a entregar un mensaje —dijo el ilken, sonriendo por encima del hombro hacia el
horizonte—. Gracias por confirmar en La Bahía de la Calavera de que llevas lo que busca Su Oscura
Majestad.

El estómago de Aelin cayó a sus pies.

La llave. Erawan sabía que tenía la Llave del Wyrd.


Capítulo 47
Traducido por Sandra

Corregido por Cotota

Rowan arrastró su trasero de nuevo a su barco, su magia casi lanzada por el aire.

Los otros dos barcos habían permanecido imperturbables, que incluso habían tenido el descaro de
preguntar el motivo de los gritos.

Rowan no se molestó en explicar que era un ataque enemigo ni había echado el ancla hasta que
hubo terminado antes de marcharse. Había vuelto a la carnicería.

Volvió con el corazón latiendo tan fuerte que pensó que vomitar sería un alivio al tiempo que se
precipitaban hacia tierra y contemplaba a Aelín de rodillas sobre la cubierta. Hasta que vio a Fen-
rys sangrando entre sus manos.

Hasta que el último ilken aterrizó frente a ellos.

Su rabia era una afilada lanza letal, un grito de guerra de su magia se lanzó a través del cielo, la cu-
bierta como objetivo. Explosiones concentradas, que había descubierto que podían pasar a través
de cualquier repelente que hubiera en ellos.

Arrancaría la cabeza de esa cosa inmediatamente.

Pero entonces el ilken se rió justo cuando Rowan aterrizó y cambió, mirando por encima de su
hombro.

—Morath espera ansioso para darte la bienvenida —la criatura sonrió burlonamente y se lanzó
hacia el cielo antes de que Rowan pudiera lanzarse a por ella.

Pero Aelin no se movía. Gavriel y Adion, sangrando y cojeando, apenas se movían. Fenrys, con el
pecho lleno de una sangre verdosa, veneno…

El poder brilló en las manos de Aelín cuando se arrodilló sobre Fenrys, concentrándose en ese poco
de agua que se le había dado, una gota de agua en un mar de fuego…

Rowan abrió la boca para ofrecer ayuda cuando Lysandra apareció de entre las sombras.

—¿Alguien va a lidiar con esa cosa o tengo que hacerlo yo?

De hecho, el ilken volaba hacia la distante costa, poco más que un poco de negrura contra el
oscurecido cielo, precipitándose hacia la costa, sin duda para volar derecho a Morath para hacer
el reporte.
Rowan recogió el arco caído de Fenrys y su carcaj de flechas de punta negra.

Ninguno le detuvo mientras caminaba hacia la barandilla, las salpicaduras de sangre bajo sus botas.

Los únicos sonidos eran las olas golpeando, los gemidos de los heridos y el gemido del poderoso
arco cuando colocó una flecha y tiró de la cuerda. Más y más lejos. Sus brazos se tensaron, pero se
concentró en el distante aleteo de la mancha oscura.

—Una moneda de oro a que falla —jadeó Fenrys.

—Guarda tu aliento para la curación —espetó Aelin.

—Que sean dos —dijo Aedion detrás de él—. Yo digo que acierta.

—Se pueden ir todos al infierno —gruñó Aelin. Pero luego agregó—. Que sean cinco. Diez si lo
derriba del primer disparo.

—Hay trato —gimió Fenrys, su voz llena de dolor.

Rowan apretó los dientes.

—Recuérdame por qué me molesto con cualquiera ustedes.

Luego disparó.

La flecha era casi invisible, ya que volaba a través de la noche.

Y con su vista Fae, Rowan vio con perfecta claridad cómo la flecha alcanzaba su objetivo.

Justo a través de la cabeza de la cosa.

Aelin se rio silenciosamente mientras eso golpeaba el agua, su salpicadura visible incluso desde la
distancia.

Rowan se volvió y frunció el ceño hacia ella. La luz brillaba en la punta de sus dedos mientras
arreglaba el destrozado pecho de Fenrys. Pero miró al macho, luego a Aedion y dijo:

—Paguen, idiotas.

Aedion rio, pero Rowan captó la sombra en los ojos de Aelin mientras reanudaba la curación de
su ex centinela. Entendió por qué ella le había hecho caso, incluso con Fenrys herido. Porque si
Erawan supiera dónde estaban… Tendrían que moverse. Rápido.

Y rezar para que las instrucciones de Rolfe para llegar a la Cerradura no estuvieran equivocadas.

l
Aedion estaba harto de sorpresas.

Harto de sentir su corazón pararse en el pecho.

Como lo había hecho cuando Gavriel había saltado para salvar su trasero del ilken, el León des-
garrando en él con una ferocidad que había dejado a Aedion allí de pie como un novato con su
primera espada de práctica.

El estúpido bastardo se había herido en el proceso, recibiendo un golpe en el brazo y las costillas
que hicieron al macho gritar de dolor. El veneno de esas garras, afortunadamente, se había agotado
con otros hombres.

Pero fue el olor de la sangre de su padre lo que puso en marcha a Aedion, aquella metálica, mortal
esencia. Gavriel sólo había parpadeado con él, cuando Aedion había ignorado el dolor punzante en
la pierna, cortesía de un golpe momentos antes justo encima de la rodilla, y habían luchado espalda
con espalda hasta que esas criaturas no fueron más que un montón de espasmos de hueso y sangre.

No había dicho una palabra al macho antes de envainar la espada y ponerse el escudo en la espalda
y partir en busca de Aelin.

Seguía arrodillada sobre Fenrys, ofreciéndole a Rowan sólo una palmada en el muslo cuando
irrumpió para ayudar con el otro herido. Una palmadita en el muslo, algo sobre lo que Aedion
estaba seguro de que su Perdición habría juzgado imposible.

Aedion dejó el cubo de agua que ella le había pedido junto a Fenrys, tratando de no hacer una
mueca cuando ella extrajo el veneno verde que brotaba. A pocos pies de distancia, su padre estaba
atendiendo a un pirata llorica, que tenía poco más de un desgarro en el muslo.

Fenrys siseó, y Aelin dejó escapar un gruñido de dolor para sí misma.

—¿Qué? —inquirió Aedion.

Aelin sacudió la cabeza una vez. Una afilada desestimación. Pero él observó cuando cerró los ojos
con Fenrys, bloqueando y sujetándole de una forma que le dijo a Aedion que lo que estaba a punto
de hacer iba a doler. Había visto esta misma mirada suceder entre los sanadores y los soldados
cientos de veces en los campos de batalla y las tiendas de los sanadores después.

—¿Por qué —jadeó Fenrys— no —otro jadeo— les derretiste simplemente?

—Porque quería obtener algo de información de ellos antes de que te los cargaras, bastardo Fae
mandón —ella apretó los dientes otra vez y Aedion apoyó una mano en su espalda mientras el
veneno sin duda luchaba contra su magia. Mientras trataba de limpiarlo. Se inclinó un poco ante
su toque.

—Puedo sanar por mi cuenta —dijo Fenrys con voz ronca, notando el esfuerzo—. Vayan por los
otros.

—Oh por favor —le espetó—. Eres totalmente insoportable. Esa cosa tenía veneno en sus garras.
—Los demás…

—Dime cómo funciona tu magia, cómo puede saltar entre diferentes lugares de esa manera —una
forma inteligente, fácil, de mantenerlo concentrado en otra cosa.

Aedion estaba concentrado en la cubierta, asegurándose de que no era necesario, y luego,


cuidadosamente, cubrió la sangre y el veneno que se escapaba del pecho de Fenrys. Tuvo que doler
muchísimo. Probablemente el latido insistente de su pierna no era nada en comparación.

—Nadie sabe de dónde viene ni qué es —dijo Fenrys entre respiraciones superficiales flexionando
y estirando los dedos en los costados—. Pero me permite deslizarme entre los pliegues del mundo.
Sólo acorta las distancias y sólo un par de veces antes de agotarme, pero… es útil en el campo de
batalla —jadeó a través de sus dientes apretados mientras los bordes de la herida comenzaban
a juntarse uno con otro—. Aparte de eso, no tengo nada especial. Velocidad, fuerza, la curación
rápida… más que el promedio Fae, pero el mismo stock de dones. Puedo protegerme y proteger a
otros, pero no puedo llamar a un elemento.

La mano de Aelin oscilaba ligeramente por encima de su herida.

—¿De qué está hecho tu escudo entonces?

Fenrys intentó encogerse de hombros, pero no pudo. Pero Gavriel murmuró desde donde trabajaba
con el aún-lloriqueante-pirata:

—De arrogancia.

Aelin rió, pero no se atrevió a apartar los ojos de la herida de Fenrys cuando dijo:

—¿Así que tienes sentido del humor, Gavriel?

El León de Doranelle brindó una sonrisa cautelosa por encima del hombro. El gemelo de aspecto
raro de Aedion sonreía. Aedion le había llamado Tío Gatito una vez, pero un ataque risa brutal
de Aedion hizo que se replantease cuidadosamente el usar ese término de nuevo. Para crédito de
Gavriel, sólo había dirigido a Aelin un largo suspiro, que parecía utilizar sólo cuando ella o Fenrys
estaban alrededor.

—Ese sentido del humor aparece sólo una vez cada siglo —dijo Fenrys con voz áspera—. Por lo que
será mejor que te tranquilices o será la última vez que lo veas.

Aelin soltó una carcajada, pero se desvaneció rápidamente.

Algo frío y aceitoso se deslizó en la garganta de Aedion.

—Lo siento —añadió Fenrys, haciendo una mueca ante las palabras o el dolor.

Aelin preguntó antes de que las palabras calasen en Aedion.

—¿De dónde vienes? Lorcan lo sé, era un bastardo de los barrios pobres.

—Lorcan era un bastardo incluso en el palacio de Maeve, no te preocupes —sonrió Fenrys con el
bronceado rostro pálido. Los labios de Aelin se curvaron en una sonrisa—. Connall y yo somos hijos
de los nobles que habitan en la parte sureste de las tierras de Maeve… —siseó.

—¿Sus padres? —inquirió Aedion. Aelin parecía tener que esforzarse para hablar. Aedion la había
visto curar pequeños cortes, y reparar poco a poco las heridas de Manon a lo largo de días, pero…

—Nuestra madre era una guerrera —dijo Fenrys, cada palabra con dificultad—. Ella nos formó
como tales. Nuestro padre lo era, también, pero solía estar ausente en la guerra. Ella tuvo la tarea
de defender nuestro hogar, nuestras tierras. Y de informar a Maeve —ronco, ambos respirando
trabajosamente. Aedion se movió para que Aelin pudiera apoyarse completamente contra él, el
peso mordiendo en la rodilla ya hinchada—. Cuando Con y yo teníamos treinta años, tirábamos de
la correa para ir a Doranelle con ella para ver la ciudad, conocer a la reina, y hacer… lo que a los
hombres jóvenes les gusta hacer con el dinero en los bolsillos y la juventud de su parte. Sólo Maeve
se fijó en nosotros y… —necesitó más tiempo para recuperar el aliento en esta ocasión—. No fue
bien a partir de ahí.

Aedion conocía el resto, así como Aelin.

La última parte del veneno se deslizó del pecho de Fenrys. Y Aelin respiró.

—Ella sabe que odias el juramento, ¿no es así?

—Maeve lo sabe —dijo Fenrys—. Y no tengo ninguna duda de que ella me envió aquí con la esperanza
de que estaría torturado por la libertad temporal.

Las manos de Aelin temblaban, su cuerpo sacudiéndose contra sí mismo. Aedion deslizó una mano
alrededor de su cintura.

—Siento que estés atado a ella —fue todo lo que dijo Aelin.

Las heridas en el pecho de Fenrys comenzaron a cerrarse. Rowan acechó como si notara que se
estaba desmayando.

La cara de Fenrys seguía grisácea, todavía tensa, cuando miró a Rowan y le dijo a Aelin:

—Esto es lo que se supone que debemos hacer, proteger, servir, cuidar. Lo que ofrece Maeve
es… una burla de eso —comprobó las heridas de su pecho, ahora cicatrizando, zurciéndose tan
lentamente—. Pero es lo que llama a un Fae, la sangre del macho, lo que le guía. Lo que todos
estamos buscando, incluso cuando decimos que no lo estamos.

El padre de Aedion seguía sobre el pirata herido.

Aedion, sorprendiéndose incluso a sí mismo, dijo a Gavriel por encima del hombro:

—¿Y tú crees que Maeve cumple eso, o es como dice Fenrys?

Su padre parpadeó, siendo eso toda la conmoción que mostró, y luego se enderezó, el marinero
herido ahora dormido ante él tras la curación. Aedion aumentó el peso de su mirada leonada,
tratando de acabar con el núcleo de esperanza que brillaba en los ojos del león.
—Vengo de una casa noble, también. Soy el menor de tres hermanos. No heredaría o mandaría, así
que eso me llevó a ser soldado. Eso hizo que Maeve se fijara en mí y me hiciera la oferta. No había,
no hay mayor honor.

—Eso no es una respuesta —dijo Aedion en voz baja.

Su padre giró los hombros. Inquietud.

—Sólo la odié una vez. Sólo la quise dejar una vez.

No continuó. Y Aedion sabía qué era lo que no había dicho.

Aelin se apartó un mechón de pelo de la cara.

—¿Tanto la amabas?

Aedion trató de no mostrar la gratitud hacia él que ella le había pedido.

Las manos de Gavriel tenían los nudillos blancos, apretadas en puños.

—Ella era una estrella brillante en siglos de oscuridad. Habría seguido esa estrella hasta los confines
de la tierra, si me hubiese dejado. Pero no lo hizo, y respeté sus deseos de permanecer lejos. De no
verla de nuevo. Fui a otro continente y no me permití mirar atrás.

Los crujidos del barco y los gemidos de los heridos eran los únicos sonidos. Aedion reprimió el
impulso de ponerse de pie y caminar lejos. Parecería un niño, no un general que había luchado su
camino a través de campos de batalla con sangre derramada que llegaba a las rodillas.

Aelin dijo, otra vez, porque Aedion no fue capaz de emitir las palabras.

—¿Intentaste romper el juramento de sangre por ella? ¿Por ellos?

—El honor es mi código —dijo Gavriel—. Pero si Maeve hubiera intentado hacerte daño, a ti o a ella,
Aedion, hubiera hecho todo lo que estuviera en mi mano para salvarte.

Las palabras golpearon a Aedion, y entonces fluyeron a través de él. No se permitió pensar en ello,
en la verdad que había sentido en cada palabra. La forma en que su nombre había sonado en los
labios de su padre.

Su padre comprobó las lesiones persistentes del pirata herido, luego se trasladó a otro. Aquellos
ojos leonados se deslizaron a la rodilla de Aedion, hinchada bajo los pantalones.

—Hay que atender eso, o en un par de horas estará demasiado rígida para funcionar.

Aedion sintió la atención de Aelin volverse hacia él, el escaneo de sus lesiones, pero mantuvo la
mirada de su padre y dijo:

—Sé cómo tratar mis propias heridas —los sanadores del campo de batalla y la Perdición le habían
enseñado lo suficiente a lo largo de los años—. Atiende tus propias heridas —en efecto, el macho
tenía costras de sangre en su camisa.
Había tenido suerte, mucha suerte de que ya se hubiera agotado el veneno en esas garras. Gavriel
parpadeó hacia sí mismo, su banda de tatuajes se movió al tragar, y luego continuó sin decir nada
más.

Aelin por fin se separó de Aedion por fin, probando y fallando a ponerse de pie. Aedion la cogió
cuando vio sus ojos ahora apagados desenfocarse, pero Rowan ya estaba allí, recogiéndola sin
problemas antes de que tocase las tablas. Demasiado rápido, ella debía haber vaciado sus reservas
demasiado rápido y sin ningún tipo de alimentos en su sistema.

Rowan sostuvo su mirada, el pelo de Aelin flácido mientras descansaba la cabeza contra su pecho.
La tensión, las tripas de Aedion se revolvieron. Morath sabía a lo que se enfrentaba. A quién se
enfrentaba.

Erawan había construido a sus comandantes en consecuencia. Rowan asintió como si fuera la
confirmación a los pensamientos de Aedion, pero sólo dijo:

—Levanta esa rodilla.

Así que Aedion fue su propia compañía para el resto de la noche: primero haciendo guardia,
después sentado contra el mástil en el alcázar, con la rodilla levantada de hecho, para disminuir el
sombrío calambre interior.

Finalmente el sueño estaba empezando a tirar de él cuando la madera se quejó de unos pies detrás,
y sabía que ella lo había hecho sólo porque quiso, para evitar sobresaltarle.

El leopardo fantasma se sentó junto a él, moviendo la cola, y se encontró con sus ojos un momento
antes de ponerle su enorme cabeza sobre el muslo.

En silencio, observaron las estrellas que parpadeaban sobre las tranquilas olas, Lysandra frotando
la cabeza contra su cadera.

La luz de las estrellas tiñó su pelaje con un color plata apagado, y una sonrisa apareció en los labios
de Aedion.
Capítulo 48
Traducido por Marina Martinez

Corregido por Cotota

Trabajaron durante toda la noche, echando el ancla el suficiente tiempo como para que el grupo
tapara el agujero en la habitación de Manon. Aguantaría por ahora, le dijo el capitán a Dorian, pero
que los dioses les ayuden si les pilla otra tormenta antes de llegar a las ciénagas.

Atendieron a los heridos durante horas, y Dorian estaba agradecido por la pequeña magia sana-
dora que Rowan le había enseñado mientras volvía a unir trozos de carne. Imaginando que era un
puzzle, o trozos de tela desagarrada, mantuvo su escasa cena en el estómago. Pero el veneno… Él
dejó eso para Rowan, Aelin y Gavriel.

Para cuando la mañana se había transformado en un gris enfermizo, sus caras estaban cetrinas,
con profundas manchas oscuras debajo de sus ojos. Fenrys, al menos, estaba cojeando por ahí, y
Aedion había dejado a Aelin curar su rodilla lo suficiente como para que volviera a andar, pero…
habían visto días mejores.

Las piernas de Dorian temblaban un poco mientras contemplaba la cubierta llena de sangre. Al-
guien había tirado los cuerpos de las criaturas por la borda, junto con lo peor de los restos, pero…
Y si lo que había dicho el Sabueso Sanguinario era cierto, ellos no podían permitirse el lujo de ir a
puerto y arreglar el resto de los estropicios del barco.

Un gruñido, bajo y reverberante, sonó, y Dorian miró a través de la cubierta, hacia la proa.

La bruja seguía allí. Seguía curando las heridas de Abraxos, como había estado haciendo durante
toda la noche. Una de las criaturas le había mordido varias veces, afortunadamente, sin veneno en
los dientes, pero… había perdido algo de sangre. Manon no había dejado que nadie se acercara.

Aelin lo había intentado una vez, y cuando Manon le enseñó los dientes, Aelin había maldecido lo
suficiente como para hacer que todos los demás se pararan en seco, diciendo que ella se lo merecía
si la bestia moría. Manon había amenazado con arrancarle la columna y Lysandra había sido forza-
da a vigilar el espacio entre ellas dos durante una hora, colgada en las cuerdas del mástil principal
en su forma de leopardo fantasma, con la cola meciéndose con la brisa.

Pero ahora, el pelo blanco de Manon colgaba sin vida, el cálido viento de la mañana tiraba vaga-
mente de sus mechones mientras se apoyaba en el lomo de Abraxos.

Dorian sabía que estaba pisando terreno peligroso. La otra noche, él había estado listo para
desnudarla lentamente y poner esas cadenas en buen uso. Y cuando él encontró sus dorados ojos
devorándolo tan intensamente cuando él quería devorar otras partes de ella…
Como si hubiera sentido su mirada, Manon miró en su dirección. Incluso a través de la cubierta,
cada centímetro entre ellos se volvió tenso. Por supuesto, Aedion y Fenrys lo notaron al instante,
haciendo una pausa de limpiar la sangre de la cubierta, este último resoplando.

Ambos se habían curado lo suficiente como para andar, pero ninguno se movió para interferir
cuando Manon se acercó a él. Si ella no había huido o atacado aún, ellos habían decidido que no se
iba a molestar en hacerlo ahora.

Manon, se acercó a la barandilla, contemplando el agua interminable, los hilillos de nubes rosas se
esparcían por el horizonte. Sangre oscura manchaba su camiseta, sus manos:

—¿Te tengo que agradecer por esta libertad?

Él cruzó sus antebrazos en la barandilla de madera

—Quizás.

Ojos dorados se deslizaron hacia él.

—La magia, ¿qué es?

—No lo sé —dijo Dorian, estudiando sus manos—, se siente como una extensión de mí, como manos
reales que puedo controlar.

Por un latido, pensó en cómo se habían sentido cuando le agarró de las muñecas, como su cuerpo
había reaccionado, relajado y tenso como a él normalmente le gustaba, mientras que su boca
apenas había acariciado la suya. Sus ojos dorados brillaron como si se estuviese acordando de eso
también, y Dorian se encontró diciendo:

—No te haría daño.

—Pero te gustó matar al Sabueso Sanguinario.

Él ni siquiera se molestó en ocultar el hielo en sus ojos.

—Sí.

Manon se acercó tanto como para rozar con su dedo la pálida cinta alrededor de su cuello, y él se
olvidó que estaban en un barco lleno de gente observando.

—Podías haberle hecho sufrir, pero te decidiste por un golpe limpio. ¿Por qué?

—Porque incluso con los enemigos, hay una línea.

—Entonces ahí tienes tu respuesta.

—No he preguntado nada.

Manon resopló.
—Has tenido esa mirada toda la noche, si te estas convirtiendo en un monstruo como el resto de
nosotros. La próxima vez que mates, acuérdate de esa línea.

—¿Dónde estás tú en esa línea, brujita?

Ella encontró su mirada, como si quisiera que el viera un siglo de todo lo que ella había hecho.

—No soy mortal. Yo no juego con tus reglas. He matado y cazado hombres por diversión. No me
confundas con una humana, principito.

—No tengo interés en mujeres humanas —ronroneó—. Demasiado rompibles.

Incluso mientras decía eso, las palabras se clavaron en una herida profunda y dolorosa en él.

—Los ilken —dijo, empujando ese dolor—. ¿Sabías de ellos?

—Asumo que son parte de lo que sea que hay en esas montañas.

Una ronca voz femenina habló:

—¿A qué te refieres, lo que sea que hay en esas montañas?

Dorian casi salta de su propia piel. Aelin, parecía, había estado tomando notas de su fantasmal
amiga leopardo. Incluso Manon parpadeó ante la reina empapada en sangre que se encontraba
ahora detrás de ellos.

Manon miró a Aedion y Fenrys cuando oyeron la orden de Aelin para que se acercaran, seguidos
por Gavriel. La camisa de Fenrys todavía colgaba a tiras. Al menos Rowan estaba vigilando los
mástiles, y Lysandra se fue volando por ahí, en busca de algún peligro.

La bruja dijo:

—Nunca he visto a los ilken. Sólo he oído sobre ellos, he oído sus gritos cuando mueren. Luego sus
rugidos cuando volvían a hacerlos. No sabía que eso era lo que eran. O que Erawan los mandaría
tan lejos de sus nidos. Mis Sombras los vieron de refilón, solo una vez. Sus descripciones encajaban
con lo que atacó anoche.

—¿Son los ilken mayoritariamente rastreadores o guerreros? —dijo Aelin

El aire fresco parecía hacer que Manon estuviera más dispuesta a soltar información, porque apoyó
su espalda en la barandilla, encarando el grupo de asesinos a su alrededor.

—No lo sabemos. Usaron las nubes a su favor. Mis Sombras pueden encontrar lo que sea que no
quiera ser encontrado, y aun así no pudieron ni cazar ni rastrear esas cosas.

Aelin se puso un poco tensa, frunciendo el ceño al agua que fluía detrás de ellos. Y entonces no dijo
nada, como si las palabras se hubieran desvanecido y el cansancio, algo más pesado que eso, se
hubiera asentado.

—Despierta —dijo Manon


Aedion soltó un gruñido amenazador.

Aelin lentamente levantó sus ojos hacia la bruja, y Dorian se preparó para lo que venía.

—Así que te equivocaste —dijo Manon—, y te persiguieron. No te distraigas con las pequeñas
derrotas. Esto es la guerra. Ciudades se perderán, la gente será masacrada. Y si yo fuera tú, estaría
más preocupada sobre por qué enviaron tan pocos ilken.

—Si tú fueras yo —Aelin murmuró en un tono que hizo que la magia de Dorian se elevara, hielo
helando las yemas de sus dedos. La mano de Aedion se deslizó a su espada—. Si tú fueras yo —una
baja y amarga risa. Dorian no había oído ese sonido desde… desde ese dormitorio ensangrentado
en un castillo de cristal que ya no existía—. Bueno, tú no eres yo, Blackbeak, así que confío en que
mantengas tus reflexiones sobre ese asunto para ti.

—No soy una Blackbeak —dijo Manon.

Todos se quedaron mirándola. Pero la bruja apenas miró a la reina.

Aelin dijo con un leve movimiento de su mano llena de cicatrices.

—Claro. Ese asunto. Vamos a escuchar la historia entonces.

Dorian se preguntó si llegarían a las manos, pero Manon simplemente esperó durante unos pocos
latidos, miró hacia el horizonte de nuevo, y dijo:

—Cuando mi abuela me quitó mi título de heredera y Líder del Ala, también me quitó mi herencia.
Me dijo que mi padre era un Príncipe Crochan, y que ella había matado a mi madre y a él por
conspirar el fin de la enemistad entre nuestra gente y romper la maldición en nuestras tierras.

Dorian miró a Aedion. La cara del Lobo del Norte estaba tensa, sus ojos de Ashryver brillaban,
pensando todas las posibilidades de lo que Manon estaba diciendo.

Manon dijo un poco entumecida, como si fuera la primera vez que ella había hablado de ello incluso
para sí misma:

—Soy la última Reina Crochan, la última descendiente directa de la misma Rhiannon Crochan.

Aelin silbó, levantando las cejas.

—Y —continuó Manon—, si mi abuela lo reconoce o no, soy la heredera del clan Blackbeak. Mis
brujas, que han luchado a mi lado durante cientos de años, los han pasado matando Crochans.
Soñando con el hogar que yo prometí que les devolvería. Y ahora estoy desterrada, mis Trece
perdidas y dispersas. Y ahora soy la heredera de la corona de nuestro enemigo. Así que no eres la
única, Majestad, que tiene planes que se tuercen. Así que espabila y piensa que hacer ahora.

Dos reinas, había dos reinas entre ellos. Dorian pensó.

Aelin cerró sus ojos y soltó una risa ronca. Aedion se volvió a poner tenso, como si esa risa podía
terminar fácilmente en violencia o paz, pero Manon permaneció ahí. Desgastando la tormenta.
Cuando Aelin abrió los ojos, su sonrisa haciéndose más pequeña pero más cortante, dijo a la Reina
Bruja:

—Sabía que salve tu patético trasero por alguna razón.

La sonrisa a modo de respuesta de Manon era aterradora.

Todos los hombres parecieron soltar el aliento que estaban conteniendo, Dorian incluido.

Pero entonces Fenrys mordió su labio inferior, escaneando el cielo.

—Lo que no entiendo es ¿porque han esperado tanto para hacer algo así? Si Erawan los quiere tan
muertos —un gesto hacia Dorian y Aelin—, ¿por qué dejarles madurar, dejar que se vuelvan más
poderosos?

Dorian trató de no estremecerse con ese pensamiento. No habían estado preparados.

—Porque escapé de Erawan —dijo Aelin. Dorian intentó no acordarse de esa noche hace diez años,
pero el recuerdo se presentó ante él, y ella, y Aedion—. Él creía que estaba muerta. Y Dorian… su
padre lo ocultó. Lo mejor que pudo.

Dorian encerró ese recuerdo también. Especialmente cuando Manon giró su cabeza con curiosidad.

Fenrys dijo:

—Maeve sabía que estabas viva. Lo más probable es que Erawan también.

—Quizás ella se lo dijo a Erawan —dijo Aedion.

Fenrys giró su cabeza hacia el general.

—Ella nunca ha tenido contacto con Erawan, o Adarlan.

—Que tú sepas —musitó Aedion—. A no ser que ella sea de las que hablan en el dormitorio.

Los ojos de Fenrys se oscurecieron.

—Maeve no comparte poder. Ella vio a Adarlan como un inconveniente. Todavía lo hace.

Aedion contra argumentó:

—Todo el mundo puede ser comprado por un precio.

—Innombrable es el precio de la lealtad de Maeve —estalló Fenrys—. No puede ser comprada.

Aelin se puso tensa ante las palabras del soldado.

Ella parpadeó mirándolo, frunciendo sus cejas mientras sus labios murmuraban silenciosamente
las palabras que él había dicho.
—¿Qué pasa? —preguntó Aedion.

Aelin murmuró:

—Innombrable es mi precio —Aedion abrió la boca, sin duda para preguntar que había despertado
su interés, pero Aelin miró a Manon con el ceño fruncido—. ¿Puede tu gente ver el futuro? ¿Verlo
como pueden verlo los oráculos?

—Algunos —admitió Manon—, las Bluebloods dicen que pueden.

—¿Pueden otros clanes?

—Ellas dicen que para los Ancianos, pasado, presente y futuro sangran juntos.

Aelin negó con la cabeza y se dirigió hacia la puerta que daba al pasillo con las estrechas cabinas.
Rowan saltó del mástil y se transformó, sus pies golpeando las planchas justo cuando terminó. Él
ni siquiera los miró mientras la seguía hacia el pasillo y cerraba la puerta tras él.

—¿De qué iba eso? —preguntó Fenrys

—Un Anciano —musitó Dorian, luego le murmuró a Manon—. Baba Yellowlegs.

Todos se giraron hacia él. Pero los dedos de Manon rozaron su clavícula, donde el colgante de
cicatrices de Aelin causado por Yellowlegs todavía rodeaba su cuello en un blanco puro.

—Este invierno, ella estaba en tu castillo —le dijo Manon—, trabajando como una adivina.

—¿Y qué dijo? —Aedion se cruzó de brazos. Él sabía de la visita, se acordó Dorian. Aedion siempre
tenía puesto un ojo en las brujas, en todos los jugadores poderosos del reino, había dicho una vez.

Manon miró de arriba abajo al general.

—Yellowlegs era una adivina, un oráculo muy poderoso. Apuesto a que sabía quién era la reina en
el momento en el que la vio. Y vio cosas que planeó vender al mejor postor —Dorian trató de no
estremecerse ante el recuerdo. Aelin había cercenado a Yellowlegs cuando ella había amenazado
con vender sus secretos. Aelin nunca dijo nada acerca de una amenaza sobre los suyos propios.
Manon continuó—. Yellowlegs no le habría dicho nada claro a la reina, sólo con términos velados.
Así volvería loca a la chica cuando lo entendiera.

Una mordaz mirada a la puerta por la que había desaparecido Aelin.

Ninguno de ellos dijo nada más, incluso cuando más tarde tomaron gachas frías para desayunar.

El cocinero, al parecer, no había sobrevivido a la noche.

l
Rowan llamó a la puerta de su baño privado. Ella había echado llave. Entró en su habitación luego
en el baño y lo encerró afuera.

Y ahora ella estaba vomitando.

—Aelin —él gruñó suavemente.

Una brusca toma de aliento, luego una arcada, luego, más vómito.

—Aelin —rugió, debatiendo cuánto tiempo más era sociablemente aceptable para que echara abajo
la puerta. Actúa como un príncipe, ella le había gruñido la otra noche.

—No me siento bien —era su débil respuesta. Su voz estaba hueca, plana en un modo que él no
había oído por mucho tiempo.

—Entonces déjame entrar para que te cuide —dijo él tan calmada y racionalmente como pudo.

Ella le había encerrado afuera, encerrado afuera.

—No quiero que me veas así.

—Te he visto hacerte pis encima. Puedo aguantar lo de vomitar. Cosa que también te he visto hacer
antes.

Diez segundos. Diez segundos más parecía un buen espacio de tiempo antes de que arrancara el
pomo y partiera la cerradura.

—Solo, dame un minuto.

—¿Qué es lo que ha dicho Fenrys para que te pongas así? —él lo había oído todo desde su lugar en
el mástil.

Completo silencio. Como si ella estuviera enrollando el crudo terror de vuelta a sí misma,
empujándolo a un lugar dónde no pudiera mirarlo o sentirlo o admitirlo. O hablar sobre él.

—Aelin.

El pomo giró.

Su cara estaba gris, sus ojos rojizos. Su voz rota cuando dijo:

—Quiero hablar con Lysandra.

Rowan miró al cubo que ella casi había llenado, luego a sus pálidos labios. Al sudor que aparecía
en su frente.

Su corazón se paró de golpe mientras contemplaba que… que puede que ella no estuviera mintiendo.

Y por qué puede que ella estuviese enferma. Él trató de buscar su aroma, pero el vómito era
demasiado fuerte, el espacio muy pequeño y lleno de olor a océano. Él tropezó un paso hacia atrás,
cerrando esos pensamientos. Sin otra palabra más, él abandonó su habitación.

Estaba entumecido mientras buscaba a la cambia formas, que ahora había vuelto a su forma
humana mientras devoraba un frío y pastoso desayuno. Con una mirada de preocupación, Lysandra
silenciosamente hizo lo que le ordenó.

Rowan cambió y se elevó tan alto que el barco se convirtió en un palillo tambaleante ahí abajo. Las
nubes refrescaban sus plumas; el viento rugía sobre el puro pánico que martilleaba en su corazón.

Planeaba perderse en el amanecer mientras buscaba algún peligro, para aclararse antes de que
volviera a ella y empezara a preguntar preguntas cuya respuesta puede que no estuviera listo aun
para escuchar.

Pero la costa apareció, y sólo su magia evitó que se cayera al vacío ante lo que los primeros rayos
del sol revelaron.

Anchos, resplandecientes ríos y serpenteantes riachuelos fluían a través de la ondulante esmeralda


y oro de los campos que los delimitaban, el oro quemado de los bancos de arena flanqueando cada
lado.

Y donde pequeños pueblos de pescadores habían una vez mirado hacia el mar… Fuego.

Decenas de esos pueblos ardiendo.

En el barco debajo de él, los marineros empezaron a gritar, llamándose unos a otros cuando la
costa por fin pudo divisarse en el horizonte y el humo se hacía visible.

Eyllwe.

Eyllwe estaba ardiendo.


Capítulo 49
Traducido por Genesiis Mediina

Corregido por Cotota

Elide no habló con Lorcan por tres días.

Ella no hubiera hablado con él por otros tres, tal vez por tres malditos meses, si la necesidad no
hubiera requerido que rompieran ese odioso silencio.

Su ciclo había llegado. Y a través de cualquier constante, la dieta saludable que ella había estado
consumiendo el mes pasado, este llego desde un inconsistente chorrito hasta el diluvio con el que
había despertado esta mañana.

Ella se precipito de la estrecha cama en la cabina hasta el pequeño retrete de a bordo, revolviendo
cada cajón y cada caja que pudo encontrar, pero… claramente, una mujer nunca había pasado nin-
gún tiempo en este infernal bote. Tuvo que recurrir a rasgar el mantel bordado para barcos, y para
cuando ella se hubo limpiado así misma, Lorcan estaba despierto y ya dirigiendo el bote.

Ella le dijo rotundamente:

—Necesito suministros.

—Aun sigues apestando a sangre.

—Sospecho que seguiré apestando a sangre por varios días más, y se pondrá peor antes que mejo-
rar, así que necesito suministros. Ahora.

Él se volvió desde su usual lugar cercano a la proa, olfateando una vez. La cara de ella estaba
ardiendo, su estómago era un nudo desastroso de cólicos.

—Me detendré en el siguiente pueblo.

— ¿Cuándo será eso? —el mapa era inútil para ella.

—Al anochecer.

Habían navegado recto a través de cada pueblo o puesto a lo largo del rio, sobreviviendo de los
peces que Lorcan atrapaba. Estaba tan irritada de su propia impotencia que después del primer
día, comenzó a copiar sus movimientos, y había ganado una gorda trucha en el proceso. Hizo que
la matara y la destripara y la cocinara, pero… por lo menos ella había atrapado esa cosa.

Elide dijo:
—Muy bien.

Lorcan dijo:

—Muy bien.

Ella se dirigió hacia la cabina para encontrar algunas otras telas que la ayudaran, cuando Lorcan
dijo:

—Apenas sangraste la última vez.

La última cosa que ella necesitaba era tener esta conversación.

—Quizá mi cuerpo finalmente se sintió lo suficientemente seguro como para ser normal.

Porque incluso él, asesinando a ese hombre, mintiendo, y luego escupiendo la verdad acerca de
Aelin en su cara…Lorcan iría en contra de cualquier amenaza sin pensarlo dos veces. Quizá por su
propia supervivencia, pero él le había prometido su protección. Ella había sido capaz de dormir por
las noches porque él yacía en el piso entre ella y la puerta.

—Así que…no hay nada malo, entonces —ni siquiera se molestó en mirarla cuando lo dijo.

Pero ella ladeó la cabeza, estudiando los fuertes músculos de su espalda. Incluso mientras
se rehusaba a hablar con él, lo observaba, y hacia excusas para mirarlo mientras realizaba sus
ejercicios cada día, usualmente sin camisa.

—No, no hay nada malo —dijo ella. Por lo menos, eso esperaba. Pero Finnula, su niñera, siempre
chasqueaba la lengua y decía que sus ciclos fueron llenos de manchas, ligeros e irregulares. Para
este que había llegado precisamente un mes tarde… Ella no se sentía maravillada al respeto.

Lorcan dijo:

—Bien, esto nos retrasa como si fuera así.

Ella posó los ojos en su espalda, no tan sorprendida por la respuesta, y cojeó hacia la cabina.

Él necesitaba detenerse de todas maneras, Lorcan se dijo a sí mismo mientras observaba el trueque
de Elide con una posadera del pueblo por los suministros que necesitaba.

Ella se había envuelto su largo cabello negro en un rojo pañuelo roto que había robado de esa
lamentable y pequeña barcaza, e incluso usaba un acento con un timbre nasal mientras hablaba
con la mujer, todo su aspecto estaba lejos de la agraciada, tranquila mujer que él había pasado tres
días ignorando.
Lo cual estaba bien. Había usado esos tres días para solucionar sus planes para Aelin Galathynius,
cómo le devolvería el favor que ella le había dado.

La posada parecía segura, así que Lorcan dejó a Elide con su trueque, el resultado, que ella quería
ropa nueva, también, y se paseó por las destartaladas calles más apartadas del pueblo en busca de
suministros.

Las calles estaban muy activas con los comerciantes del río y los pescadores con las amarras para
la noche. Lorcan logró intimidar a su manera la compra de una caja de manzanas, carne de venado
seca y algo de avena por la mitad de su usual precio. Solo para mantenerlo lejos, los mercaderes a
lo largo del muelle en ruinas le arrojaron algunas peras, para la encantadora dama, dijo él.

Lorcan, con los brazos llenos de su mercancía, estaba casi en la barcaza cuando las palabras
resonaron en su cabeza, un sonido descentrado.

No había visto a Elide pasando por esa sección del muelle. No había espiado al hombre mientras
había estado atracando, o cuando se habían ido. Los rumores podían dar cuentas de ello, pero esto
era un pueblo del río: los extraños siempre estaban yendo y viniendo, y pagado por su anonimato.

Se apresuró a regresar a la barcaza, la niebla ondulaba desde el río, oscureciendo el pueblo y la


orilla opuesta. Para el momento en el que arrojó la caja y las mercancías dentro del barco, ni
siquiera se molestó en atarlas a cabo, las calles estaban vacías.

Su magia se agitaba. El escudriño la niebla, las manchas de oro eran velas brillando en las ventanas.
No está bien, no está bien, no está bien, su magia susurraba.

¿Dónde estaba ella?

Rápido, la quería a ella, contando las cuadras que los habían llevado a la posada. Ella debería estar
de vuelta ahora.

La niebla lo presionaba. Chillando y resonando en sus botas.

Lorcan gruñó hacia los adoquines mientras las ratas corrían por delante, hacia el río. Ellas se
arrojaban a sí mismas dentro del río, arrastrándose y arrastrándose unas encima de otras.

Algo estaba viniendo, algo estaba aquí.

La posadera insistió en que ella se probara la ropa antes de comprarla. Ella había puesto desor-
denadamente la ropa en los brazos de Elide y la había conducido hacia una habitación en la parte
trasera de la posada.

Los hombres la miraban fijamente, muy ansiosamente, cuando pasó y bajó por el estrecho pasillo.
Típico de Lorcan dejarla mientras él buscaba lo que necesitaba. Elide se metió dentro de la habita-
ción, encontrándola fría y oscura. Se movió, buscado una vela y un pedernal.

La puerta se cerró de golpe, encerrándola adentro.

Elide se abalanzó sobre la manija mientras esa pequeña voz susurraba, Corre corre corre corre
corre corre.

Se estrelló contra algo musculoso, huesudo y correoso.

Apestaba a carne podrida y sangre vieja.

Una vela chispeo para iluminar a través de la habitación. Revelando una mesa de madera, una chi-
menea vacía, ventanas selladas, y…

Vernon. Sentado del otro lado de la mesa, sonriéndole como un gato.

Unas fuertes manos con garras puntiagudas la sujetaron de los hombros, las uñas cortaban a través
de su piel. El ilken la sujeto firmemente cuando su tío dijo lentamente:

—Qué aventura has tenido, Elide.


Capítulo 50
Traducido por Andiie RS

Corregido por Cotota

—¿Cómo me encontraste? —jadeó Elide, el hedor de los ilken casi haciéndola vomitar.

Su tío se levantó sobre sus pies en un fluido, lento movimiento, enderezando su túnica verde.

—¿Preguntando cosas para comprarte tiempo? Inteligente, pero predecible —sacudió su barbilla
hacia la criatura. La criatura soltó un bajo y gutural chasquido.

La puerta se abrió detrás de ellos, revelando a otros dos ilken que abarcaban el pasillo con sus alas
y horribles caras. Oh dioses. Oh, dioses.

Piensa piensa piensa piensa piensa.

—Tu compañero, lo último que escuchamos, era que estaba poniendo suministros en su bote y
desamarrándolo. Probablemente debiste pagarle más.

—Él es mi esposo —siseó ella—. No tienes el derecho de alejarme de él, ninguno —porque una vez
que ella estaba casada, el reclamo de Vernon sobre su vida se acababa.

Vernon dejó escapar una risa baja.

—Lorcan Salvaterre, el segundo al mando de Maeve, ¿es tu esposo? En serio, Elide —agitó una
mano perezosa hacia el ilken—. Nos marchamos ahora.

Pelea ahora, ahora, antes de que tengan la oportunidad de moverla, de llevársela.

Pero, ¿a dónde correría? La posadero la había vendido, alguien había dado su posición en este río.

El ilken tiró de ella. Plantó sus talones en las tablillas de madera, algún bien tendría que traer.

Dejó salir una risita y acercó su boca a su oreja.

—Tu sangre huele limpia —ella retrocedió, pero él la agarró más fuerte, su grisácea lengua
cosquilleando en un lado de su cuello. Darle una paliza, pero aun así ella no podía hacer nada
mientras torcían por el pasillo hacia los otros dos ilken que estaban esperando. Hacia la puerta
trasera, ni a unos diez metros de distancia, ya abierta hacia la noche que yacía más allá.

—¿Viste lo que guarde para ti en Morath, Elide? —canturreó Vernon, plantado un paso detrás de
ellos. Ella golpeó sus pies contra el piso de madera, una y otra vez, tirando de la puerta, de cualquier
cosa con la que pudiera hacer palanca para empujar y pelear contra esa criatura.
No.

No.

No.

Lorcan se había ido, ya había obtenido todo lo que quería de ella y se había ido. Ella lo había estado
retrasando, había traído enemigo tras enemigo por él.

—¿Y que es lo que vas a hacer de regreso en Morath —reflexionó Vernon—, ahora que Manon
Blackbeak está muerta?

El pecho de Elide se resquebrajó ante las palabras. Manon.

—Destripada por su propia abuela y arrojada por uno de los lados de la Fortaleza por su desobediencia.
Por supuesto, te protegeré de tus parientes, pero… Erawan estará interesado en aprender lo que ha
sido hasta ahora de lo que… tomaste de Kaltain.

La piedra en el bolsillo de su chaqueta.

Vibró y susurró, despertando cuando ella se resistía.

Nadie en la ahora callada posada en el extremo opuesto del pasillo se molestó en venir alrededor
de la esquina e investigar sus gritos sin palabras. Otro ilken apareció más allá de la puerta trasera
abierta.

Cuatro de ellos. Y Lorcan se había ido.

La piedra en su pecho empezó a hervir.

Pero una voz que era joven y vieja, sabia y dulce, susurró, No la toques. No la uses. No la descubras.

Ha estado dentro de Kaltain, le indujo el mal. La hizo convertirse en esa… cáscara.

Una cáscara para que algo más la llenara.

La puerta abierta se podía vislumbrar.

Piensa piensa piensa.

No podía respirar lo suficiente para pensar, el hedor del ilken la rodeaba prometiendo el tipo de
horrores que tendría que enfrentar cuando ellos la llevaran de regreso a Moreath.

No, ella no volvería. No les dejaría llevársela, romperla y usarla

Un golpe. Ella tenía un golpe.

No, susurró una voz en su cabeza. No.

Pero había un cuchillo en el costado de su tío mientras se paseaba hacia adelante y afuera de la
puerta. Era todo lo que necesitaba. Había visto a Lorcan hacerlo mientras cazaba.

Vernon se detuvo en el patio trasero, una larga, caja rectangular de hierro esperando ante él.

Había una pequeña ventana en ella.

Y manijas en ambos bordes.

Ella sabía lo que los ilken harían mientras que los otros tres caían en su lugar alrededor de la caja.

La iban a meter adentro, cerrar la puerta, y volar para regresarla a Morath.

La caja era un poco más grande que un ataúd que estaba parado.

La puerta ya estaba abierta.

Los ilken tendrían que lanzarla dentro. Por un latido de corazón, la dejarían ir. Tendría que usarlo
a su favor.

Vernon holgazaneaba a un lado de la caja. Ella no se atrevió a mirar su cuchillo.

Un sollozo rompió desde su garganta. Moriría aquí, en este inmundo patio trasero, con estas
horribles cosas alrededor de ella. No vería el sol de nuevo, o reiría, o escucharía música–

Los ilken se movieron alrededor de la caja, alas susurrando.

Cinco pies. Cuatro. Tres.

No, no, no, la sabia voz le suplicaba.

No sería llevada de vuelta a Morath. No les dejaría tocarla o corromperla.

Los ilken la empujaron hacia adelante, un violento empuje para mandarla tambaleante dentro de
la caja.

Elide se giró, golpeando primero con la cara en el borde, su nariz crujiendo, pero se giró hacia su
tío. Su tobillo rugiendo mientras recargaba su peso en el para arremeter contra el cuchillo en su
costado.

Vernon no tuvo tiempo de entender lo que estaba tratando de hacer cuando ella sacó el cuchillo de
la vaina en su cadera. Mientras ella volteaba en cuchillo en sus dedos, su otra mano envolviendo la
empuñadura.

Mientras sus hombros se curvaban hacia adentro, su pecho cediendo, y dirigió la cuchilla a casa.

l
Lorcan tenía el golpe de gracia.

Escondido en la niebla, los cuatro ilken no lo podían detectar mientras que el hombre que segura-
mente era el tío de Elide tenía a los ilken arrastrándola hacia la caja de encarcelamiento.

Era hacia él a quien Lorcan estaba apuntando con su hacha.

Elide estaba sollozando. Por el terror y la desesperación.

Cada sonido acrecentaba la rabia en algo tal letal que Lorcan difícilmente podía ver bien.

Entonces los ilken la arrojaron hacia esa caja de hierro.

Y Elide probó que no estaba bromeando cuando dijo que nunca regresaría a Morath. Escuchó
como su nariz se rompió cuando golpeó el borde de la caja, escuchó la exclamación de sorpresa de
su tío cuando ella se giró y se lanzó por él.

Y agarró su daga. No para matarlo.

Por primera vez en cinco siglos, Lorcan supo lo que era el verdadero miedo cuando Elide giró esa
daga hacia ella, la hoja inclinada para sumergirse hacia y dentro de su corazón.

Arrojó su hacha.

Cuando la punta de esa daga perforó el cuero sobre sus costillas, el mango de madera de su hacha
golpeó su muñeca.

Elide bajo la mano con un grito, la daga volando lejos.

Lorcan ya se estaba moviendo cuando voltearon hacia donde estaba encaramado en el tejado. Saltó
hacia el techo más cercano, hacia las armas que había puesto ahí minutos antes, sabiendo que ellos
emergerían de esta puerta.

Su siguiente cuchillo atravesó el ala de un ilken. Luego otro para mantenerlo abajo antes de que
ubicaran su localización. Pero Lorcan ya estaba corriendo rápidamente por el tercer tejado flan-
queando el patio trasero. Hacia la espada que había dejado ahí. La arrojó con precisión a través de
la cara del más cercano.

Quedaban dos, junto con Vernon, gritando que metieran a la chica en la caja.

Elide estaba corriendo como el infierno por el estrecho callejón que daba afuera del patio trasero,
no hacia la ancha calle. El callejón, muy pequeño para que los ilken pudieran caber, especialmente
con todo el escombro y la basura puestos ahí. Buena chica.

Lorcan saltó y rodó sobre el siguiente tejado, a las dos dagas restantes.

Las lanzó, pero los ilken ya habían aprendido cuál era su objetivo, su estilo de lanzamiento.

No habían aprendido el de Elide.


No había ido hacia el callejón solo para salvarse. Había ido por el hacha.

Y Lorcan miró mientras la mujer se deslizaba detrás del ilken distraído y dirigía el hacha dentro de
sus alas.

Con una muñeca lastimada. Con la nariz goteando sangre por su cara.

El ilken gritó, golpeando para agarrarla, aun cuando había caído sobre sus rodillas.

Donde ella lo quería.

El hacha ya se balanceaba de nuevo antes de que el grito del ilken terminara de sonar.

El grito fue interrumpido un latido de corazón más tarde cuando su cabeza rebotó contra las pie-
dras.

Lorcan se precipitó fuera del tejado, dirigiéndose hacia el ilken que quedaba agitado ante ella.

Pero éste pivoteó y corrió hacia donde estaba Vernon acurrucado contra la puerta, su cara drenada
de color.

Sollozando, su propia sangre derramada sobre las piedras, Elide se giró hacia su tío también. Con
el hacha ya levantada.

Pero el ilken alcanzó a su tío, lo tomó en sus fuertes brazos, y ambos salieron disparados hacia el
cielo.

Elide lanzó el hacha de todas formas.

No pegó en el ala del ilken por un susurro de viento.

El hacha se estampó contra los guijarros del piso, sacando un pedazo de roca. Muy cerca del ilken
con las alas desgarradas, que ahora se arrastraba hacia la salida del patio trasero.

Lorcan observó mientras Elide tomó su hacha y caminó hacia la siseante, rota bestia.

Azotó sus garras hacia ella. Elide fácilmente esquivó el golpe.

La bestia gritó mientras ella pisó fuertemente su ala estropeada, interrumpiendo su arrastre hacia
la libertad.

Cuando el silencio cayó, ella dijo con una tranquila y despiadada voz que él nunca la había oído
usar, clara a pesar de la sangre obstruyendo una de sus narinas:

—Quiero que Erawan sepa que la próxima vez que los mande por mí como una jauría de perros, le
regresaré el favor. Quiero que Erawan sepa que la próxima vez que lo vea, voy a labrar el nombre
de Manon en su maldito corazón —lágrimas rodaron por su cara, silenciosas e interminables mien-
tras que la cólera que ahora esculpía sus facciones en algo poderoso y terriblemente hermoso—.
Pero parece que esta noche no es realmente tu noche —le dijo Elide al ilken, levantando de nuevo
el hacha por encima de su hombro. El ilken podría haber estado lloriqueando mientras que ella
sonreía con gravedad—. Porque solo se necesita a uno para entregar en mensaje. Y tus compañeros
ya están en camino.

El hacha cayó.

Carne y hueso y sangre se derramaron por las piedras.

Ella se quedó ahí, contemplando el cadáver, la apestosa sangre que goteaba de su cuello.

Lorcan, quizás un poco entumecido, se aproximó y tomó el hacha de sus manos. ¿Como había sido
capaz de usarla con una muñeca dolorida?

Ella siseó y sollozó ante el movimiento. Como si cualquiera fuera la fuerza que había asaltado sus
venas se hubiera desvanecido, dejando solo dolor.

Se agarró la muñeca, completo silencio mientras rodeaba al ilken muerto y cortaba las cabezas de
los cuerpos. Uno tras otro, recuperando sus armas mientras lo hacía.

Las personas dentro de la posada estaban intranquilas, preguntándose por el ruido, preguntándose
si era seguro salir para ver qué había pasado con la chica a la que de buena gana habían traicionado.

Por un latido de corazón, Lorcan se debatió el terminar con el posadero. Pero Elide dijo:

—Suficiente muerte.

Lágrimas surcaban su rostro a través de las salpicaduras de sangre negra en sus mejillas, sangre
que parecía una mofa de pecas. Sangre, carmesí y pura, corría desde su nariz hacia abajo por su
boca y barbilla, ya endureciéndose.

Así que envainó el hacha y la levantó en sus brazos. Ella no se opuso.

La cargó a través del pueblo envuelto en niebla, hacia donde su bote estaba amarrado. Justo ahora,
con espectadores ya reunidos, sin duda para recoger sus suministros cuando los ilken se fueran.
Un gruñido de Lorcan los tuvo deslizándose en la niebla.

Cuando se posó en la barcaza, el bote balanceándose debajo de él, Elide dijo:

—Él me dijo que te habías ido.

Lorcan aún no la bajaba, sosteniéndola en alto con un brazo mientras desamarraba las cuerdas.

—Le creíste.

Ella se limpió la sangre de la cara, luego hizo una mueca de dolor hacia la sensible muñeca, y la
nariz rota. Él tendría que atender eso. Incluso entonces, podría estar ligeramente torcida para
siempre. Dudaba que a ella le importara.

Sabía que quizás ver esa nariz torcida sería un símbolo de que había peleado y sobrevivido.

Lorcan la depositó en el suelo, encima de la caja de manzanas, justo dónde la pudiera ver. Ella se
sentó en silencio mientras él tomaba el poste y los empujaba lejos del muelle, lejos de ese odioso
pueblo, alegre al estar envueltos por la niebla mientras flotaban río abajo. Podrían permitirse
estar dos días más en el río antes de que tuvieran que cortar por tierra para sacudirse cualquier
enemigo que estuviera rastreándolos. Lo bueno es que estaban lo bastante cerca de Eyllwe como
para lograrlo en unos días a pie.

Cuando no había nada más que niebla flotando y el correr del río contra el bote, Lorcan habló de
nuevo:

—No habrías detenido esa daga.

Ella no respondió, y el silencio siguió lo suficiente como para que se girara hacia donde ella estaba
encaramada en la caja.

Lágrimas caían por su cara mientras tenía la mirada fija en el agua.

Él no sabía cómo consolar, como calmar, no en el modo en el que ella lo necesitaba.

Así que bajó el poste y se sentó al lado de ella en la caja, la madera gimiendo.

—¿Quién es Manon?

Había escuchado la mayor parte de lo que Vernon había siseado dentro del comedor privado
mientras arreglaba su trampa en el patio trasero, pero algunos detalles lo eludieron.

—La Líder del Ala de la legión Ironteeth —dijo Elide, con la voz temblando, las palabras
enganchándose a la sangre que se secaba en su nariz.

Lorcan tuvo un disparo en la oscuridad.

—Ella fue la que te sacó. Ese día, ella era por qué estabas usando el uniforme de las brujas, por qué
acabaste deambulando por Oakwald

Un asentimiento.

—Y Kaltain, ¿quién era ella? —la persona que le había dado esa cosa que cargaba.

—La mujer de Erawan, su esclava. Era de mi edad. Él puso la piedra dentro de su brazo y la convirtió
en un fantasma viviente. Nos compró tiempo a Manon y a mí para correr, incineró la mayor parte
de Morath en el proceso, y a sí misma.

Elide se revolvió en su chaqueta, su respiración pesada con lágrimas aun resbalando por su cara.
La respiración de Lorcan se detuvo mientras ella sacaba un trozo de tela negra.

La esencia que emanaba de ella era femenina, extranjera, rota y triste y fría. Pero había otra esencia
debajo de ella, una que conocía y odiaba…

—Kaltain dijo que tenía que dárselo a Celaena, no a Aelin —dijo Elide, temblando con sus lágrimas—.
Porque Celaena… ella le dio una capa caliente en un calabozo helado. Y ellos no dejaron que Kaltain
cargara la capa con ella cuando la trajeron a Morath, pero se las arregló para salvar este pedazo.
Para recordar el pagarle a Celaena por su amabilidad. Pero… ¿Qué tipo de regalo es esta cosa? ¿Qué
es esto? —ella apartó un pliegue de la tela, revelando una oscura astilla de roca.

Cada gota de su sangre se volvió fría y caliente, despierta y muerta.

Ella estaba sollozando tranquilamente.

—¿Por qué este sería un pago? Todos mis huesos me dicen que no la toque. Mi… una voz me dijo
que ni siquiera pensara en ella…

Estaba mal. La cosa en su hermosa, sucia mano estaba mal. No pertenecía aquí, no debería estar
aquí.

El dios que había visto por él toda su vida había retrocedido. Incluso la muerte le temía a eso.

—Ponlo lejos —dijo él toscamente—. Ahora.

Con la mano temblando, lo hizo. Solo cuando estaba escondido dentro de su chaqueta él dijo:

—Primero hay que limpiarte. Ajustar esa nariz y esa muñeca. Te diré todo lo que se mientras lo
hago.

Ella asintió, con la mirada en el río.

Lorcan la examinó, agarrando su barbilla y forzándola a mirarlo. Sin esperanza, sus ojos negros se
encontraron con los de él. Limpió una lágrima perdida con su pulgar.

—Hice la promesa de protegerte. No la voy a romper, Elide.

Ella trató de zafarse, pero él la agarró un poco más fuerte, dejando sus ojos en los de él.

—Siempre voy a encontrarte —le juró.

Su garganta se movió.

Lorcan susurró:

—Lo prometo.

Elide examinó cuidadosamente todo lo que Lorcan le había dicho mientras limpiaba su cara, ins-
peccionaba su nariz y muñeca, atando esta última en un paño suave, y rápidamente, pero no de
forma brutal, puso otro en su nariz.

Llaves del Wyrd. Puertas del Wyrd.


Aelin tenía una Llave del Wyrd. Estaba buscando las otras dos.

Pronto para que fuera solo una más, una vez que Elide le diera la llave que llevaba.

Dos llaves, contra una. Quizás ganarían esta guerra.

Incluso si Elide no sabía cómo Aelin podría usarlas y no destruirse a sí misma. Pero… las dejaría
con ella. Erawen podía tener ejércitos, pero si Aelin tenía dos llames…

Trató de no pensar en Manon. Vernon había mentido sobre Lorcan abandonándola, para romper
su espíritu, para conseguir que ella fuera de buena gana. Tal vez Manon no estaba muerta, tampo-
co.

No lo creería hasta que tuviera la prueba. Hasta que todo el mundo le gritara que la Líder del Ala
se había ido.

Lorcan estaba de vuelta en la proa para el momento en que se había cambiado una de sus camisas
mientras las otras ropas se secaban. Su muñeca latía, un sordo, insistente dolor, su cara no lucía
mejor y Lorcan le había prometido que probablemente tendría un ojo negro, pero… su cabeza es-
taba clara.

Se acercó a él, mirándolo mientras empujaba el remo contra el fondo fangoso del río.

—Maté a esas cosas.

—Hiciste un buen trabajo con ello —dijo él.

—No me arrepiento de ello.

Oscuros ojos se deslizaron a ella.

—Bien.

Ella no sabía por qué lo decía, por qué sentía una necesidad o como si fuera digna de cualquier cosa
de él en absoluto, pero Elide se puso de puntillas, besando su mejilla áspera por la barba, y dijo:

—Siempre te voy a encontrar también, Lorcan.

Ella lo sintió mirándola, aun cuando se había metido en la cama minutos más tarde.

Cuando se despertó, había tiras limpias de ropa para su ciclo al lado de la cama.

Su propia camisa, lavada y seca de la noche a la mañana, ahora cortada para utilizarla en lo que
fuera.
Capítulo 51
Traducido por Cecilia García
Corregido por Cotota

La costa de Eyllwe estaba en llamas.

Habían navegado durante tres días, pasando un pueblo tras otro. Algunos todavía ardían, de otros
tan solo quedaban cenizas. Y en cada uno de ellos, Aelin y Rowan habían trabajado para apagar
esas llamas.

Rowan podía volar en su forma de halcón hasta allí pero… lo odiaba. Odiaba que no pudieran
permitirse el lujo de detenerse el tiempo suficiente para ir hasta la orilla. Así que lo hacía desde
la embarcación, sumergiéndose en la profundidad de su poder, extendiéndolo para que pudiera
atravesar mar y cielo y arena, para reducir esos incendios uno por uno.

Hacia el final del tercer día, ella estaba flaqueando, tan sedienta que ninguna cantidad de agua era
capaz de saciarla, con los labios agrietados y en escamas.

Rowan se había acercado a la orilla tres veces para preguntar quien lo había hecho.

Y cada vez la respuesta había sido la misma: la oscuridad había aparecido en la noche, del tipo
que apagaba las estrellas, y entonces las villas habían ardido bajo flechas ardientes que apenas las
vieron cuando estas ya habían alcanzado a sus víctimas.

Pero sobre la localización de la oscuridad o de las fuerzas de Erawan… no había ni rastro.

Ni de Maeve, tampoco.

Rowan y Lysandra habían volado alto y ancho en busca de ambos… pero nada.

Algunos aldeanos aseguraban que les habían atacado fantasmas. Los fantasmas de sus difuntos,
volviendo desde tierras distantes.

Hasta que comenzaron a susurrar otro rumor.

Que la propia Aelin Galathynius estaba haciendo arder Eyllwe, pueblo por pueblo. En venganza
por no haber ayudado a su reino diez años atrás.

No importaba que ella estuviera apagando las llamas. No creyeron a Rowan cuando trató de
explicarles quien extinguía los incendios a bordo de un barco distante.

Él le dijo que no escuchara, que no lo dejara entrar en ella. Así que lo intentó.

Y había sido durante uno de esos momentos en el que Rowan había recorrido la cicatriz en su
mano con el pulgar, inclinándose para besar su cuello. Suspiró sobre ella, y ella supo que había
encontrado una respuesta para la pregunta que le había hecho huir esa mañana en el barco. No,
ella no estaba embarazada.

Solo habían hablado sobre ese tema en una ocasión, la semana pasada. Cuando ella se apartó de él,
jadeando y cubierta de sudor, y él le preguntó si estaba tomando un tónico. Ella simplemente dijo
que no.

Él se quedó quieto.

Y entonces le explicó que si había heredado tanto de la sangre Fae de Mab, muy probablemente
había heredado la inclinación de los Fae para concebir. E incluso si el momento era horrible… si ésta
era la gran oportunidad de proporcionar a Terrasen un heredero y un futuro… no la desperdiciaría.
Sus ojos verdes se volvieron distantes, pero asintió, besando su hombro. Y eso había sido todo.

Ella no había reunido el valor para preguntarle si quería tener el bebé. Si quería tener hijos, teniendo
en cuenta lo ocurrido con Lyria.

Y durante el breve momento antes de que saliera volando de vuelta a la orilla para apagar más
llamas, no tuvo el valor de explicar por qué había tenido el valor de tampoco explicarle por qué
había vomitado hasta las entrañas esa mañana.

Los últimos tres días habían sido una mancha borrosa. Desde el momento en que Fenrys había
pronunciado esas palabras, Innombrable es mi precio, todo había sido una mancha de humo y
llamas y olas y sol.

Pero a medida que el sol se ocultaba el tercer día, Aelin de nuevo alejó esos pensamientos a medida
que la embarcación de escolta comenzaba a hacer señales a lo lejos, con su tripulación trabajando
frenéticamente para echar el ancla.

El sudor resbalaba por su ceja y su garganta estaba prácticamente seca. Pero se olvidó de su sed
y del cansancio mientras miraba lo que los hombres de Rolfe habían estado espiando momentos
atrás.

Una tierra llana y bañada por agua bajo el cielo nublado se extendía hacia el interior a la vista.
Hierba mohosa y prados color hueso grisáceo cubrían los baches y agujeros, pequeñas islas de vida
sobre las aguas de un gris pálido, cristalino, entre ellos. Y por encima de todo eso, sobresaliendo
desde el agua salobre y la tierra jocosa como los restos de un cadáver mal enterrado había ruinas.
Inmensas y desmoronadas ruinas, de lo que una vez fue una ciudad increíble ahogada en la llanura.

Los Pantanos de Piedra.

Manon permitió que los humanos y Fae se encontraran con los capitanes de las otras dos naves.

Había oído la noticia con bastante rapidez: lo que buscaban se hallaba a un día y medio hacia el
interior. Precisamente donde, no lo sabían, ni lo que tardarían en encontrar su localización exacta.
Hasta que regresaran, los barcos permanecerían anclados aquí.

Y Manon, al parecer, se uniría a ellos en el viaje hacia el centro de la isla. Dado que la reina
sospechaba que si era dejada atrás, su pequeña flota no estaría intacta cuando regresaran.

Mujer lista.

Pero ese era el otro problema. Al que se enfrentaba Manon ahora, viéndose ansiosa y fuera de sí.

La cola de Abraxos dio un ligero latigazo, sus clavos de hierro rasparon y arañaron la primitiva
cubierta del barco. Como si hubiera oído la orden de la reina hacía sólo un minuto: el wyvern se
debe ir.

En la extensión llana y abierta de los pantanos, él sería demasiado llamativo.

Manon apoyó su mano en su hocico lleno de cicatrices, mirando hacia esos ojos negros sin fondo.

—Debes ocultarte en algún lugar.

Un jadeo cálido y doloroso llegó a su palma.

—No te quejes de ello —dijo Manon, incluso cuando algo se retorcía y revolvía en su vientre—.
Mantente fuera de vista y alerta, y vuelve dentro de cuatro días —se permitió a sí misma inclinarse
hacia delante, apoyando su frente contra el hocico. Un gruñido retumbó en sus huesos—. Hemos
sido un equipo, los dos. Unos pocos días no es nada, amigo.

Él le levantó la cabeza con la suya propia.

Manon tragó saliva.

—Has salvado mi vida. Muchas veces. Nunca te lo he agradecido.

Abraxos dejó escapar otro leve gemido.

—Tú y yo —le prometió—, desde ahora hasta que la oscuridad nos reclame.

Se obligó a alejarse, a agarrar su hocico solo una vez más. Retrocedió un paso, y luego otro.

—Ve.

Él no se movió y ella le mostró los dientes de hierro.

—Ve.

Abraxos le dirigió una mirada llena de reproche, pero su cuerpo se tensó y sus alas se elevaron.

Y Manon decidió que nunca había odiado a nadie más de lo que odiaba a la Reina de Terrasen y a
sus amigos. Por obligarle a irse. Por causar esta separación, cuando tantas dificultades no habían
podido hacerlo.

Pero Abraxos ya se encontraba en el aire causando que las velas se estremecieran al viento de sus
alas, y Manon observó hasta que se convirtió en un punto en el horizonte, y hasta que las lanchas
fueron preparadas para llevarles hasta los pastos y las aguas grises estancadas de los pantanos a lo
lejos.

La reina y su corte se preparaban, colocándose armas de la misma forma en que algunas personas
se adornaban con joyas, moviéndose entre preguntas y respuestas mutuas. Se parecían mucho
a sus Trece. Tanto que tuvo que darse la vuelta, escondiéndose en las sombras del trinquete y
controlando su respiración en un ritmo calmado.

Sus manos temblaron. Asterin no estaba muerta. Las Trece no habían muerto.

Había mantenido esos pensamientos en la bahía. Pero ahora, con el olor a flores del wyvern
disipándose en el horizonte… La última parte de la Líder del Ala se había desvanecido con él.

Un viento húmedo la arrastró hacia el interior, hacia esos pantanos. Arrastrando su capa roja con
ella.

Manon pasó un dedo por la capa carmesí que se había obligado a verter esa mañana.

Rhiannon.

Nunca había oído ni un susurro de que la sangre real Crochan había conseguido salir de esa
masacre en el campo de batalla cinco siglos atrás. Se preguntó si alguna de las Crochans a parte de
su hermanastra sabía que la hija de Lothian Blackbeak y un príncipe Crochan había sobrevivido.

Manon desabrochó el botón que juntaba la capa en sus hombros. Sintió el peso del cerrojo de tela
roja sobre sus manos.

Unos pocos golpes de sus uñas para sujetar una tira larga y delgada de la capa. Unos pocos
movimientos la mantenían agarrando una tira larga y delgada de su capa, y los últimos para atarla
al final de la trenza, roja oscura en contraste con el blanco lunar de su cabello.

Manon salió de las sombras por detrás del trinquete y se asomó por el borde de la nave.

Nadie dijo nada cuando tiró la capa de su hermanastra al mar.

El viento la transportó a unos pocos pies sobre las olas antes de que se sacudiera como una hoja
muerta sobre la tierra sobre la profundidad. Un charco de sangre, así era cómo se veía desde la
distancia a medida que la marea la alejaba más y más hacia el océano.

Vio al Rey de Adarlan y la Reina de Terrasen esperando en la barandilla de la cubierta principal.


Sus compañeros subían a la lancha que aguardaba sobre las olas.

Se encontró con los ojos zafiro de ella, y luego con esos turquesa y dorados.

Sabía que lo habían visto. Quizás no entenderían qué había significado la capa… pero entendían el
gesto por lo que era.

Manon relajó la mandíbula y aflojó las uñas de nuevo a medida que se acercaba a ellos.

Aelin Galathynius dijo lentamente:

—Nunca dejas de ver sus rostros.


Tan solo cuando estaban remando hacia la orilla, el rocío empapándolos, que Manon entendió que
la reina no se refería a las Trece. Y Manon se preguntó si Aelin, también, había observado la capa
flotando mar adentro y pensado que se asemejaba a sangre derramada.
Capítulo 52
Traducido por Lu Na

Corregido por Cotota

No lograron llegar a Leriba. O a Banjali. Ni siquiera se acercaron.

Lorcan sintió la presión en sus hombros que había guiado y ensombrecido el curso de su vida, esa
mano invisible e insistente de sombra y muerte. Así que fueron rumbo al Sur, después al Oeste,
navegando rápidamente por la red de canales del río Eyllwe.

Elide no tuvo objeción o pregunta alguna cuando él explico que si el mismo Hellas les estaba pi-
sando los talones, era porque la reina que estaban persiguiendo estaba probablemente en esa di-
rección. Donde quiera que eso los llevara. No habían ciudades ahí afuera, solo prados infinitos que
bordeaban el extremo sur de Oakwald, y después de eso, pantanos.

Pero si ahí era donde él tenía que ir… El dios oscuro tocó sus hombros y nunca lo había guiado mal.
Vería lo que podía encontrar.

No dejo que le detuviera mucho tiempo el hecho de que Elide cargará una Llave de Wyrd. Que es-
tuviera tratando de llevársela a su enemigo. Tal vez la suma de sus poderes los llevaría a eso, a ella.

Y entonces, si jugaba bien sus cartas, tendría las dos llaves.

Si era más inteligente y rápido y despiadado que los otros.

Después, la parte más peligrosa de todas: viajar con dos llaves en su posesión, dentro del corazón
de Morath, para cazar la tercera. La rapidez sería su mejor aliado y la única oportunidad para so-
brevivir.

Y probablemente nunca más volvería a ver a Elide, o a ninguno de los otros.

Habían abandonado por último la barcaza esa mañana, metiendo cualquier suministro que cu-
piera dentro de sus paquetes antes de prepararse para los ondulantes pastos. Horas después, la
respiración de Elide era entrecortada a medida que ascendían por la colina en lo profundo de la
llanura. Desde hacía dos días que él venía sintiendo el aroma salado en el aire, debían estar cerca
de la orilla de los pantanos. Elide tragó con fuerza, y él le pasó la cantimplora mientras observaban
los bordes de la colina.

Elide se detuvo, relajando sus brazos a los costados.

Y el mismo Lorcan se congeló al contemplar lo que se extendía delante de ellos.

—¿Qué es éste lugar? —Elide respiró, como si la temerosa tierra de sí misma pudiera escuchar.
Tan lejos como podía ver, creciendo en el horizonte, la tierra se había hundido unos buenos nueve
metros, una severa y brutal grieta que abarcaba desde las orillas del acantilado, no la colina, sobre
la cuál estaban, como si un dios furioso hubiera estampado su pie sobre la llanura y dejado una
gran huella.

La plateada agua salobre cubría la mayor parte de ello, todavía como un espejo, interrumpido so-
lamente por los montones de tierra, las islas cubiertas de hierba y las bellas ruinas que se derrum-
baban.

—Este es un mal sitio —susurró Elide—. No deberíamos estar aquí.

De hecho, el vello de sus brazos se había erizado, cada instinto en alerta al escanear el pantano, las
ruinas, los arbustos y el grueso follaje que había ahogado alguna de las islas.

Incluso el dios de la muerte dejó de empujar y se escondió detrás de los hombros de Lorcan.

—¿Qué es lo que sientes?

Sus labios apenas tenían color.

—Silencio. Vida, pero como… silencio. Como si…

—¿Cómo si qué? —presionó él.

Sus palabras fueron un respiro de estremecimiento.

—Como si todas las personas que alguna vez vivieron aquí, hace mucho tiempo, estuvieran atra-
padas dentro… como si siguieran… por debajo —señaló una ruina, un domo curveado y roto que
había sido probablemente un salón de baile conectado al capitel. Un palacio—. No creo que éste
sea un lugar para vivir, Lorcan. Las bestias dentro de esas aguas… no creo que ellos toleren a los
intrusos. Ni tampoco los muertos.

—¿Es la piedra o la diosa que te cuida la que te dice estas cosas?

—Es mi corazón el que murmura una advertencia. Anneith está callada. No creo que ella quiera
estar cerca de aquí. No creo que ella nos siga.

—¿Fue a Morath pero no viene hasta aquí?

—¿Que hay dentro de estos pantanos?—preguntó en su lugar—. ¿Por qué Aelin se dirigió hasta
aquí?

Esa, parecía, era la cuestión. Ya que si ellos eligieron esto, seguramente la reina y Whitethorn lo
sintieron también y solo los conduciría hacia una recompensa o una amenaza.

—No lo sé —admitió—. No hay ninguna ciudad o destacamento cerca —aun así, era donde el dios
oscuro lo había guiado y donde aún su mano lo empujaba hacía una aventura, incluso si se estre-
mecía.

Nada más que ruinas y denso follaje en esas pequeñas islas, o seguridad de lo que sea que moraba
bajo las aguas vidriosas.

Pero Lorcan obedeció los empujones del dios en sus hombros y guio a la Señora de Perranth hacia
delante.

—¿Quién vivió aquí? —preguntó Elide, observando a la desgastada cara de la estatua sobresaliente
del casi derrumbado muro de piedra. Se tambaleó en el borde de la pequeña isla donde estaban
parados, no dudaba que la mujer esculpida cubierta de musgo hubiera sido alguna vez hermosa, así
como hubiera sido de ayuda un rayo de luz y la azotea que desde entonces se había podrido. Pero
el velo que había sido tallado en ella ahora parecía un velo de muerte. Elide sintió un escalofrío.

—Este lugar fue olvidado y destrozado siglos antes de que yo naciera —dijo Lorcan.

—¿Perteneció a Eyllwe?

—Fue parte de un reino que ahora no existe, gente perdida que deambuló mezclándose con aque-
llos que pertenecían a otras tierras.

—Debieron haber sido muy talentosos para hacer tan hermosos construcciones.

Lorcan gruñó en acuerdo. Habían pasado dos días desde que se movieron para cruzar el pantano,
ningún signo de Aelin. Habían dormido al refugio de las ruinas, aunque ninguno de ellos consiguió
un verdadero descanso. Los sueños de Elide estaban llenos con caras pálidas, miradas lechosas de
gente que jamás conoció, llorando y suplicando mientras el agua se metía en sus gargantas y nari-
ces. Incluso despierta, podía verlos, escuchar sus quejidos en el viento.

Lorcan se había quejado el primer día de la brisa a través de las piedras.

Lo había visto en sus ojos. Él también escuchaba la muerte.

Escuchaban los truenos del cataclismo que había caído sobre la tierra justo debajo de ellos, habían
escuchado la corriente del agua que los devoraba mucho antes de que ellos pudieran correr. Cu-
riosas bestias del mar, el pantano y el río se habían reunido en los años siguientes, haciendo de las
ruinas un terreno de caza, dándose un banquete una que otra vez cuando los ahogados cadáveres
flotaban. Cambiando, adaptándose y creciendo más grandes, pesados e inteligentes de lo que sus
antepasados habían sido.

Había sido gracias a esas bestias que les había tomado tanto tiempo cruzar el pantano. Lorcan
podía escanear las tranquilas aguas en medio de las islas seguras. Algunas veces era claro caminar
por el agua a la altura del pecho, agua salada. A veces no lo era.

A veces incluso las islas no eran seguras. Dos veces ahora, que ella se había salpicado con una larga
y escamosa cola corrediza, plateada como armadura, detrás de un muro de piedra o de un pilar
roto. Tres veces, había visto unos enormes ojos dorados, con una hendidura en las pupilas, vigilan-
do desde los juncos.

Lorcan la había arrastrado por encima del hombro y echado a correr cada vez que se daba cuenta
de que no estaban solos.

Luego estaban las serpientes, a quienes les gustaba colgar de los árboles como apariciones que
drenaban la existencia de las islas. Y los incesantes, moscos mordaces, que no se comparaban a las
nubes de mosquitos que algunas veces los cazaban por horas. O hasta que Lorcan enviaba una ola
de su poder oscuro hacía ellos y caían a la tierra como una llovizna oscura.

Pero cada vez que él mataba… ella sentía la tierra estremecerse. No por temor a él… pero como si
estuviera despertando. Escuchando.

Preguntándose quién se había atrevido a caminar por ahí.

En la cuarta noche, Elide estaba tan cansada, tan nerviosa, que quería lloriquear mientras entra-
ban hacía un raro santuario: una sala en ruinas, con partes del entrepiso aún intactas. Estaba a
cielo abierto, y las vides habían ahogado las tres paredes, pero la escalera de piedra había perma-
necido sólida y estaba en lo alto de la isla que nada podría avanzar fuera del agua para escalar y
alimentarse de ellos. Lorcan tuvo que colocar virutas de vid y ramas sobre la base y lo más alto de
la escalera para que pudiera alertarlos en caso de que alguna bestia se deslizara por los peldaños.

No se arriesgaron a encender una fogata pero ella no la echó de menos, porque estaba lo suficien-
temente cálido. Acostada a un lado de Lorcan, entre la barrera que proporcionaba su cuerpo y la
piedra que tenía a su izquierda, Elide observó las titilantes estrellas, y el adormecedor zumbido de
los insectos era un constante sonido en sus oídos. Algo rugió a la distancia.

Los insectos se detuvieron. El pantano parecía poner toda su atención en ese salvaje y profundo
rugido.

Lentamente, la vida tomó su curso, aunque más silenciosa.

—Duerme, Elide —murmuró Lorcan.

Respiró profundo, el miedo corría por su sangre.

—¿Qué fue eso?

—Una de las bestias, ya sea una llamada de apareamiento o una advertencia territorial.

Ella no quería saber que tan grandes eran esas bestias. Con el atisbo de ojos y colas era suficiente.

—Cuéntame sobre ella —susurró Elide—, tu reina.

—Dudo que eso ayude para que duermas mejor.

Se giró hacía el otro lado, descubriéndolo acostado sobre su espalda, mirando el cielo.

—¿Crees que ella te mate por lo que has hecho? —una cabezada—. Aun así tú te arriesgaste por su
bien —inclinó su cabeza y la apoyó en su mano—. ¿La amas?

Esos ojos, más oscuro que los espacios entre las estrellas, se deslizaron hacía ella.

—He estado enamorado de Maeve desde la primera vez que posé mis ojos en ella.

—¿Acaso eres… eres su amante? —no había dudado en preguntarlo, aunque realmente no quería
saberlo.

—No, me ofrecí una vez. Ella se rió de mí por la insolencia—su boca se tensó—, así que me hice
invaluable de otras formas.

Otra vez, el rugido que silenciaba al mundo por unos latidos se oyó a la distancia. ¿Se había escu-
chado más cerca o era su imaginación? Cuando se giró para verlo, los ojos de Lorcan estaban en su
boca.

—Tal vez ella usó tu amor como su ventaja. A lo mejor le interesaba arrastrarte con ella. Tal vez
cambie de parecer cuando se dé cuenta que estás pensando en… irte.

—Le hice un juramento de sangre. Nunca me iré.

Sintió una opresión en el pecho al escucharlo.

—Entonces puede descansar tranquila sabiendo que suspirarás por ella toda la eternidad.

Las palabras salieron más filosas de lo que pretendía sonar, así que se obligó a mirar a las estrellas,
pero Lorcan agarró su barbilla más rápido de lo que ella pudo detectar. Él la miro detenidamente,
escaneando sus ojos.

—No cometas el error de creerme un tonto romántico. No sostengo ninguna pizca de esperanza
por ella.

—Eso no parece amor en absoluto.

—¿Y tú qué sabes del amor? —estaba tan cerca, no se había dado cuenta en qué momento se había
acortado la distancia entre ellos.

—Creo que el amor te hace... te hace feliz —dijo Elide, recordando a su madre y a su padre. Cuán
seguido ellos habían sonreído y reído, y cómo se miraban el uno al otro—. Debería hacerte ser la
mejor versión posible de ti.

—¿Estás implicando que yo no soy ninguna de esas cosas?

—Para empezar no creo ni que sepas qué es la felicidad.

Se quedó pensativo.

—No me importa… no me importa estar a tu alrededor.

—¿Es un cumplido?
Una media sonrisa se asomó por esa cara que parecía tallada en granito. Y ella quería… quería
tocarla. Esa sonrisa, esa boca. Tocarla con sus dedos, con sus labios. Lo hacía lucir joven, lo hacía
lucir… guapo.

Así que levantó sus temblorosos dedos y tocó sus labios.

Lorcan se quedó helado, aún faltaba la mitad, sus ojos estaban solemnes y resueltos.

Pero ella siguió trazando el contorno de sus labios, encontrando que la piel debajo de sus dedos era
suave y cálida, un gran contraste para las duras palabras que salían regularmente de ellos.

Se acercó a la esquina de sus labios, y él giró su rostro y lo colocó sobre su mano, descansando su
áspera mejilla sobre su palma. Sus párpados se cerraban pesadamente a medida que ella le rozaba
su mejilla con el pulgar.

Elide susurró:

—Yo te escondería. En Perranth. Si tu… si tú haces lo que tienes que hacer, y necesitas un lugar
para ir… tendrías un lugar ahí. Conmigo.

Sus ojos se abrieron de golpe, pero no había crueldad en ellos, no había frialdad, nada sobre la luz
que brillaba en ellos.

—Sería un hombre sin honor, podría perjudicarte y hacerte quedar mal.

—Si alguien piensa eso, no debería tener un lugar en Perranth.

Su garganta se entrecorto.

—Elide, tú necesitas…

Pero ella se levantó suavemente, reemplazando con su boca el lugar en donde habían estado sus
dedos.

El beso fue suave, tranquilo y corto. Apenas un toqueteo entre sus labios y los suyos.

Pensó que Lorcan podría haberse quedado temblando mientras ella se retiraba. El calor creció a
través de sus mejillas. Pero se obligó a decir, sorprendida de que se voz estuviera tan tranquila:

—No necesitas contestarme ahora. O nunca. Podrías aparecerte en el umbral de mi casa en diez
años y la oferta seguiría en pie. Pero eso sí, es seguro que hay un lugar para ti en Perrant, si alguna
vez lo necesitas o lo deseas.

Algo parecido a la agonía cruzó por sus ojos, era la expresión más humana que le había visto hacer.

Pero él se inclinó hacia adelante, y pese a los pantanos, pese a cualquier fuerza que colisionara en
el mundo, por primera vez en diez años, Elide se encontró a si misma sin miedo mientras Lorcan
acariciaba sus labios con los suyos. Sin temor a nada mientras lo hacía de nuevo, besando una es-
quina de sus labios y luego la otra.
Sus besos gentiles y pacientes, acompasados con la suavidad de sus manos al apartar un mechón
de cabello sobre sus ojos, al recorrer su cadera y su dorso. Ella levantó sus manos para acariciar
su rostro, arrastró sus dedos y los introdujo en su sedoso cabello mientras se arqueaba hacía él,
deseando el peso de su cuerpo sobre el suyo.

La lengua de Lorcan arremetió hacia la línea de su boca y Elide se maravilló por lo natural que se
sintió abrirla para él, cómo su cuerpo cantaba al contacto, su dureza en contra de su suavidad. Lor-
can gimió al primer contacto de su lengua contra la de ella, su cadera presionando la suya de ma-
nera que el calor subía a través de ella, haciendo que su cuerpo se arqueara en contra de su cuerpo
en respuesta y en demanda.

Él la besó con pasión en respuesta a esa solicitud, su mano se deslizó recorriendo suavemente sus
muslos, abriendo sus piernas para poderla colocar por completo entre ellas. Y todo él estaba listo
por ella… ella se dio cuenta de que estaba jadeando, mientras se apretaba contra él mientras Lor-
can arrancó su boca de la suya y le besó el mentón, su cuello, sus orejas. Estaba temblando, no de
miedo sino de deseo mientras Lorcan suspiraba su nombre una y otra vez sobre su piel.

Como una oración, así es como sonaba su nombre en sus labios. Ella tomó su cara en sus manos,
encontrando sus ojos centelleantes y su respiración entrecortada, como la suya.

Elide se atrevió a recorrer con sus manos desde sus mejillas hacia su cuello, justo encima del cuello
de su camisa. Su piel era como seda acalorada. Se estremeció al toque, inclinó su cabeza de modo
que su oscuro cabello se desparramara en su frente, y dirigió su cadera hacia las suyas lo suficiente
para que un pequeño gemido saliera de ella. Más, se dio cuenta de que ella quería mucho más.

Sus ojos se encontraron con los de ella en una silenciosa pregunta, su mano detenida sobre su piel
encima de su corazón. Era un violento y estruendoso palpitar.

Levantó su cabeza para poder besarlo, y sus labios coincidieron con los de él, ella murmuró y él
contestó.

Lorcan levantó la cabeza de golpe. Se había puesto instintivamente sobre sus pies, girando en di-
rección al noreste.

Donde una oscuridad había empezado a extenderse a través de las estrellas, borrándolas una por
una.

Toda pizca de calor o deseo, desapareció de ella.

—¿Es una tormenta?

—Necesitamos correr —.dijo Lorcan. Aún era de noche y faltaban más de seis horas para el ama-
necer. Cruzar los pantanos ahora… Más y más estrellas eran engullidas por esa oscuridad reunida.

—¿Qué es eso? —se esparcía más lejos con cada palpitar. Incluso a lo lejos, las bestias del pantano
habían dejado de rugir.

—Ilkens —murmuró Lorcan—. Eso es un ejército de ilkens.


Elide sabía que no estaban viniendo por ella.
Capítulo 53
Traducido por Cotota

Corregido por Reshi

Dos días en los interminables Pantanos de Piedra, dos, no el día y medio que el maldito de Rolfe
había sugerido, y Aelin ya estaba inclinada a quemar todo el lugar hasta el suelo. Gracias al agua y
la humedad, nunca estaba seca, siempre sudorosa y pegajosa. Y lo peor de todo: los insectos.

Ella mantuvo a los pequeños demonios lejos gracias a un escudo de llama invisible, viéndose solo
por el zumbido cuando lo golpeaban. Podía haberse sentido mal si no hubieran intentado comerla
viva el primer día allí. Si no hubieran arañado las decenas de mordidas rojas e hinchadas hasta que
la piel sangró, y Rowan la ayudó para sanarlas.

Después del ataque del Sabueso Sangriento, sus propias habilidades curativas la habían agotado.
Así que Rowan y Gavriel jugaron a los curanderos con todos ellos, atendiendo las picaduras que
punzaban, a las ronchas de las plantas picantes, a los arañazos de los trozos de ruinas sumergidos
y dentados que los cortaban si no tenían cuidado al vadear a través sobre el agua salobre.

Solo Manon parecía inmune a las cunetas del pantano, encontrando la belleza fiera y podrida y de
los pantanos agradable. Ella, de hecho, le recordaba a Aelin a una de las horribles bestias del río
que gobernaban ese lugar, con esos ojos dorados, esos dientes afilados y brillantes… Aelin trató de
no pensar demasiado en ello. Intentado imaginar salir de ese lugar y estar en tierra seca y crujiente.

Pero en el corazón de ésta muerte, estaba la miserable Cerradura de Mala.

Rowan estaba explorando adelante en forma de halcón mientras el sol avanzaba hacia el horizonte,
Lysandra examinando las aguas entre las pequeñas colinas cuando algo viscoso y escalado hizo que
Aelin compusiera una mueca, provocando un siseo indignado de una lengua dividida antes de que
la cambia pieles salpicara el agua.

Aelin hizo una mueca de nuevo mientras avanzaba con dificultad por una de esas pequeñas colinas
cubiertas de espinosas zarzas y coronadas con dos pilares caídos. Un laberinto diseñado para ras-
carse y trocearse y rasgarse.

Así que envío una ráfaga de fuego a través de la colina, convirtiéndola en cenizas marchitas. Se
aferró a sus botas húmedas cuando algo pasó por encima de ella, una pasta gris empapada.

Fenrys se rió a su lado mientras bajaban la colina.

—Bueno, esa es una manera de superarlo —él le tendió una mano para guiarla por el agua, y una
parte de ella rechazó la idea de ser escoltada, pero… estaría condenada si caía a un pozo acuoso.
Ella tenía una muy, muy buena idea de lo profundo que era debajo de ellos. No tenía ningún interés
en nadar entre los restos podridos de la gente.

Fenrys le apretó la mano con fuerza mientras recorrían el agua hasta su pecho. Primero la arrastró a
la orilla y luego la bajaron. Sin duda, podía saltar las lagunas entre las islas en forma de lobo, como
Gavriel. Por qué se molestaba en quedarse en su forma Fae estaba más allá de su comprensión.

Aelin utilizó su magia para secarse lo mejor que pudo, luego usando un zarcillo para secar la ropa
de Fenrys y Gavriel también.

Un gasto inofensivo y casual de poder. Incluso si usarlo durante tres días seguidos en la ardiente
costa de Eyllwe la había drenado. No drenando su llama, sino solo… físicamente. Mentalmente. Aun
sentía que podía dormir durante una semana. Pero la magia murmuró incesante, implacablemente.
Aunque ella estuviera cansada…

El poder exigía más. Secar la ropa entre las inmersiones en el agua de los pantanos, al menos,
mantenía la maldita cosa tranquila. Por ahora.

Lysandra apartó su espantosa cabeza de un enredo de zarzas, y Aelin gritó, retrocediendo un


paso. La cambia pieles sonrió, revelando dos colmillos muy afilados. Fenrys soltó una carcajada,
escrutando a la cambiadora mientras se deslizaba unos cuantos metros por delante.

—Así que puedes cambiar de piel y hueso, ¿pero sigues manteniendo la marca?

Lysandra se detuvo a unos cuantos centímetros del agua, y en la isla que estaba por delante, Aedion
se tensó, incluso mientras caminaba. Bueno. Al menos no la única que le arrancaría la garganta a
alguien si se burlaba de Lysandra. Pero su amiga cambió, brillando y expandiéndose, hasta que se
convirtió en un humano, un Fae.

Hasta que Fenrys se miró a sí mismo, aunque a una versión más pequeña para encajar en las ropas
de la mujer.

Gavriel, despejando la maleza detrás de ellos, tropezó un paso ante la vista.

Lysandra dijo, con una voz casi idéntica a la voz de Fenrys:

—Supongo que siempre será mi opinión.

Ella extendió su muñeca, empujando hacia atrás la manga de su chaqueta para revelar su piel
dorada, empañada con esa marca.

Pero ella seguía observándose mientras continuaban andando y subiendo, y finalmente comentó:

—Tu audición es mejor —Lysandra pasó la lengua por los caninos ligeramente alargados.

Fenrys se encogió un poco.

—¿Cuál es el punto de esto? —preguntó.

Gavriel se acercó más y le dio un empujón lejos de la cambia formas, caminando unos pasos por
delante de ella.
—Que Fenrys es la última persona en preguntar. Si quieres una respuesta adecuada, ese es el punto.

Lysandra se rió, sonriendo al León mientras subían la colina. Era extraño, ver su sonrisa en el rostro
de Fenrys. Fenrys captó la mirada de Aelin y se volvió haciendo una mueca, sin duda encontrándolo
igualmente desconcertante.

Ella rió entre dientes.

Alas se adelantaron y Aelin se tomó un momento para maravillarse mientras Rowan se acercaba
a ellos con fuerza y rapidez.

Rápido, fuerte, inquebrantable.

Gavriel retrocedió unos cuantos pasos mientras Lysandra se detuvo junto a Aedion en lo alto de
la colina y cambió su forma. Ella se balanceó un poco y Aelin se lanzó, solo Aedion alcanzándola
en un segundo, agarrando a Lysandra suavemente por su codo mientras Rowan aterrorizaba y se
movía. Todos necesitaban un buen y largo descanso.

Su Príncipe Fae dijo:

—Muertos por delante, estaremos allí mañana por la tarde.

Cuando volviera a ver a Rolfe, tendrían una pequeña charla sobre cómo, exactamente, se calculaban
las distancias en ese mapa infernal.

Pero la cara de Rowan había palidecido bajo los tatuajes. Después de un momento, agregó:

—Puedo sentirlo, mi magia puede sentirlo.

—Dime que no está a menos de veinte pies de agua.

Un movimiento rápido y cortante de la cabeza.

—No quería arriesgarme a acercarme demasiado. Pero me recuerda al templo del Comedor Pecado1.

—Así que es un lugar realmente encantador, acogedor y relajante —dijo ella.

Aedion se rió entre dientes, con los ojos en el horizonte. Dorian y Manon se arrastraron a la orilla
de abajo, a paso lento, la bruja explorando el mar de islas que había delante. Si notó algo, la bruja
no dijo nada.

Rowan inspeccionó la isla en la que se encontraban: alta, protegida por un muro de piedra que se
derrumbaba a un lado, espinas por el otro.

—Aquí acamparemos esta noche. Es lo suficientemente seguro.

Aelin casi se hundió de alivio. Lysandra pronunció un débil agradecimiento a los dioses.

1 Nota de Traducciones Independientes: no sabemos exactamente a qué se refiere con esta frase. En inglés, sale “Sin-Eater’s temple”, palabras que no

salieron a lo largo del PDF ni en los libros anteriores. Quizás haga referencia a un episodio no narrado/escena extra.
En cuestión de minutos, habían aclarado lo suficiente de un área general, a través del trabajo
físico y mágico, para encontrar asientos entre los enormes bloques de piedra, y Aedion comenzó
a cocinar: una comida bastante triste de pan duro y criaturas del pantano que Gavriel y Rowan
cazaron, considerándolos lo suficientemente seguros para comer.

Aelin no miró a su primo, prefiriendo no saber qué demonios estaba a punto de bajar por su
garganta.

Los demás parecían inclinados a desviar su atención también, y aunque Aedion logró manejar sus
escasas especias con sorprendente talento, parte de la carne era… masticable. Babosa. Lysandra
había sido cortés, pero en el fondo, rechazó la comida.

La noche se estableció, un mar de estrellas parpadeando en existencia. Aelin no podía recordar


la última vez que estuvo tan lejos de la civilización, tal vez en el cruce del océano hacia y desde
Wendlyn.

Aedion, sentado a su lado, pasó el odre donde iba el vino. Ella bebió de allí, contenta por el amargo
tobogán que arrastró cualquier sabor persistente de carne.

—No me digas nunca qué fue eso —le murmuró Aelin, observando a los demás en silencio terminar
su propia comida. Lysandra murmuró en acuerdo.

Aedion sonrió un poco perversamente, examinando a los demás también. A pocos metros de
distancia, medio en sombras, Manon supervisaba todo. Pero la mirada de Aedion se detuvo en
Dorian, y Aelin se preparó. Pero la sonrisa de su primo se volvió más suave.

—Él todavía come como una señorita fina.

Dorian levantó la cabeza bruscamente, pero Aelin se echó a reír. Hace diez años, se habían sentado
en torno a una mesa juntos y le había dicho al príncipe Havilliard lo que pensaba de sus modales
en la mesa.

Dorian parpadeó cuando el recuerdo sin duda resurgió, incluso cuando los otros se miraron entre
ellos.

El rey hizo una reverencia magnánima.

—Yo lo tomaré como un cumplido —de hecho, sus manos estaban en su mayoría limpias, su ropa
ahora seca, inmaculada.

Sus propias manos… Aelin se metió en el bolsillo el pañuelo. La cosa estaba tan sucia como el resto
de ella, pero… era mejor usar sus pantalones. Sacó el Ojo de Elena desde donde estaba normalmente
envuelto en su interior, poniéndolo sobre su rodilla mientras limpiaba los restos de especias y grasa
en sus dedos, luego ofreciéndole el pedazo de seda a Lysandra. Aelin pasó los dedos casualmente
sobre el metal doblado del Ojo mientras la cambia pieles limpiaba sus manos, la piedra azul en su
núcleo parpadeando con el fuego cobalto.

—Por lo que recuerdo —continuó Dorian con una sonrisa astuta—, ustedes dos–
El ataque ocurrió tan rápido que Aelin no lo notó ni lo vio hasta que terminó.

En un instante, Manon estaba sentada al borde del fuego, y los pantanos detrás de ella eran una
oscura erupción.

Al siguiente, escamas y dientes blancos parpadearon hacia ella, estallando en la maleza en la orilla.
Y luego, quietud y silencio mientras la enorme bestia del pantano se congelaba en su lugar.

Detenida por manos invisibles, fuertes.

La espada de Manon estaba a medio salir, su respiración entrecortada mientras miraba a las fauces
blanco-rosadas que se extendían lo suficiente como para romper una cabeza. Los dientes eran cada
uno tan largo como el pulgar de Aelin.

Aedion juro. Los otros no se movieron tanto.

Pero la magia de Dorian mantuvo a la bestia inmóvil, congelada sin hielo para ser vista. El mismo
poder que había ejercido contra el Sabueso Sangriento. Aelin examinó para ver si tenía alguna
cuerda, cualquier hilo de poder brillante, y no encontró ninguno. Ni siquiera había levantado una
mano para dirigir la magia. Interesante.

Dorian le preguntó a Mano, la bruja aun mirando a la muerte que bostezaba ante su rostro.

—¿Lo mataré o lo pondré libre?

Sin duda, Aelin tenía una opinión al respecto, pero una mirada de advertencia de Rowan la hizo
cerrar la boca. Y la dejó un poco abierta ante su príncipe.

Oh, tú viejo cabrón astuto. Su rostro áspero y tatuado no revelaba nada.

Manon miró a Dorian.

—Libéralo.

El rostro del rey se tensó, y luego la bestia se marchó en la oscuridad, como si un dios la hubiera
arrojado a través de los pantanos. Un distante chapoteo sonó.

Lysandra suspiró.

—¿No son hermosas?

Aelin le dirigió una mirada. La cambia pieles sonrió.

Pero Aelin volvió a mirar a Rowan, sosteniendo su mirada. Qué conveniente que tu escudo se
desvaneciera justo cuando esa cosa se deslizaba. Qué excelente oportunidad para una lección de
magia. ¿Y si hubiera salido mal?

Los ojos de Rowan brillaron. ¿Por qué crees que el agujero de magia se abrió en donde estaba la
bruja?
Aelin se tragó la risa de consternación. Pero Manon Blackbeak estaba mirando al rey, su mano
todavía en su espada. Aelin no se molestó en fingir mirar como si no estuviera observándolos
cuando la bruja movió sus ojos de oro. Al ojo de Elena que todavía se balanceaba en la rodilla de
Aelin.

Los labios de Manon se curvaron en sus dientes.

—De dónde sacaste eso.

El pelo de los brazos de Aelin se erizó.

—¿El ojo de Elena? Fue un regalo.

Pero la bruja volvió a mirar a Dorian, como si la salvara de esa cosa… Oh, Rowan no había bajado
el escudo solo para una lección de magia, ¿verdad? Esta vez, Aelin no se atrevió a mirarle, no
mientras Manon deslizaba sus dedos en la tierra fangosa para dibujar una forma.

Un círculo grande y dos círculos superpuestos, uno encima del otro, dentro de su circunferencia.

—Esa es la Diosa de Tres Caras —dijo Manon con voz baja—. Llamamos a esto… —dibujó una línea
gruesa en el círculo central, en el espacio en forma de ojo donde se superponían—, el Ojo de la
Diosa. No Elena —volvió a rodear el exterior—. Anciana —dijo ella apuntando la circunferencia más
externa. Rodeó el círculo superior interior—. Madre —ella rodeó el fondo—. Doncella —apuñaló el
ojo dentro—. Y el corazón de la Oscuridad dentro de ella.

Era el turno de Aelin para sacudir la cabeza. Los demás no parpadearon.

Manon volvió a decir:

—Ese es un símbolo de las Ironteeth. Las profetas Bluebloods lo tienen tatuado sobre sus corazones.
Y las que ganaban el valor en la batalla, cuando vivíamos en los Wastes… una vez les dieron esos.
Para marcar nuestra gloria, nuestra bendición de la Diosa.

Aelin se debatió si arrojar el amuleto de los dioses malditos al pantano, pero dijo:

—El día que vi a Baba Yellowlegs… el amuleto se volvió pesado y cálido en su presencia. Pensé que
me estaba advirtiendo. Tal vez fue en… reconocimiento.

Manon estudió el collar de cicatrices que atravesaba la garganta de Aelin.

—¿Su poder funcionó incluso con la magia contenida?

—Me dijeron que ciertos objetos estaban… exentos —la voz de Aelin se tensó—. Baba Yellowlegs
conocía la historia de las Llaves del Wyrd y las puertas. Ella fue la que me habló de ellas. ¿Es parte
de tu historia también?

—No. No en esos términos —dijo Manon—. Pero Yellowlegs era Anciana, ella sabía de cosas ahora
perdidas para nosotras. Ella rasgó las paredes de la ciudad Crochan.

—Las leyendas dicen que la masacre fue… catastrófica —dijo Dorian.


Las sombras parpadearon en los ojos de Manon.

—Ese campo mortal, según lo último que he oído, todavía es estéril. Ni una hoja de hierba crece
en él. Dicen que es la maldición de Rhiannon Crochan. O de la sangre que lo empapó durante las
últimas tres semanas de esa guerra.

—¿Qué es exactamente la maldición? —preguntó Lysandra, frunciendo las cejas.

Manon examinó sus uñas de hierro, el tiempo suficiente como para que Aelin pensara que no
respondería. Aedion devolvió el odre de vino a su regazo, y Aelin bebió otra vez de él cuando
Manon por fin respondió:

—Rhiannon Crochan sostuvo las puertas de su ciudad durante tres días y tres noches contra las tres
matronas Ironteeth. Sus hermanas estaba muertas alrededor de ella, sus niños fueron sacrificados,
su consorte clavado a una de las caravanas de guerra Ironteeth. La última Reina Crochan, la
esperanza final de su dinastía de mil años… Ella no fue suave. Solo cuando cayó la madrugada del
cuarto día que la ciudad estaba realmente perdida. Y cuando ella estaba muriendo en ese campo de
exterminio, cuando las Ironteeth tiraron abajo las paredes alrededor de la ciudad y masacraron a
su pueblo… ella nos maldijo. Maldijo a las tres matronas, y a través de ellas, a todas las Ironteeth.
Ella maldijo a la misma Yellowlegs, quien le dio a Rhiannon su golpe final.

Ninguno de ellos se movía, hablaba o respiraba demasiado alto.

—Rhiannon juró en su último aliento que ganaríamos la guerra, pero no la tierra. Que por lo
que habíamos hecho, heredaríamos la tierra solo para verla marchitar y morir en nuestras
manos. Nuestras bestias se marchitarían y quedarían muertas; nuestras brujas caerían muertas,
envenenadas por los arroyos y los ríos. Los peces se pudrirían en los lagos antes de que pudiéramos
atraparlos. Conejos y ciervos huirían a través de las montañas. Y el Reino de las Brujas, una vez
verde, se convertiría en desierto.

“Las Ironteeth se echaron a reír, bebiendo de la sangre Crochan. Hasta que nació la primera
brujilla Ironteeth, muerta. Y luego otra y otra. Hasta que el ganado se pudrió en los campos, y los
cultivos se marchitaron durante la noche. Al final del mes, no había comida. En el segundo, los
tres clanes de las Ironteeth se estaban volviendo uno al otro, rasgándose en pedazos. Así que la
Matrona nos ordenó a todas al exilio. Separó a los clanes para cruzar las montañas y vagar hasta
donde pudiéramos. Cada pocas décadas, enviarían grupos para intentar trabajar la tierra, para
ver si la maldición todavía continuaba. Esos grupos nunca regresaron. Hemos sido vagabundas
durante quinientos años, la herida empeorando por el hecho de que los humanos eventualmente la
tomaron para sí mismos. Y la tierra les respondía.

—Pero ¿piensas retornar allí? —preguntó Dorian.

Esos ojos de oro no eran de esta tierra.

—Rhiannon Crochan dijo que había una manera, solo había para romper la maldición —Manon
tragó saliva y recitó en una voz fría y apretada:— Sangre a sangre y alma a alma, juntos esto se
hizo, y solo juntos se puede deshacer. Sean el puente, sean la luz. Solo cuando el hielo se derrita,
cuando las flores broten de los campos de sangre, que la tierra sea testigo, volverán a casa —Manon
jugueteó con el final de su trenza, el pedazo de manto rojo que había atado a su alrededor—. Cada
bruja Ironteeth en el mundo ha meditado esa maldición. Durante cinco siglos, hemos tratado de
romperla.

—¿Y tus padres… su unión fue hecha para romper esta maldición? —preguntó Aelin, cuidadosamente.

Un movimiento de cabeza afilado.

—No sabía, que la sangre de Rhiannon sobrevivió —y ahora corría por las venas azules de Manon.

Dorian reflexionó:

—Elena es anterior a las guerras de las brujas en un milenio. El Ojo no tuvo nada que ver con eso
—frotó su cuello—. ¿Cierto?

Manon no respondió, solo extendió un pie para borrar el símbolo que había trazado en la tierra.

Aelin vació el resto del vino y volvió a meter el Ojo en su bolsillo.

—Tal vez ahora entiendas —le dijo a Dorian—, por qué he encontrado a Elena un poco difícil de
tratar.

La isla era lo suficientemente ancha como para poder tener una conversación sin ser oída.

Rowan supuso que eso era precisamente lo que quería su antiguo cadre cuando lo encontraron
en la escalera de caracol que se ocultaba sobre la isla y sus alrededores. Apoyándose contra una
sección que alguna vez había sido una pared curva, Rowan exigió:

—¿Qué?

Gavriel dijo:

—Debes tomar a Aelin a mil millas de aquí. Esta noche.

Una ola de sus instintos mágicos y afilados le dijo que todos estaban a salvo en las inmediaciones,
calmando la rabia asesina que se había metido en su pensamiento.

Fenrys dijo:

—Lo que nos espera mañana, ha estado esperando mucho tiempo, Rowan.

—¿Y cómo saben eso ustedes?

Los ojos rojizos de Gavriel resplandecieron en la oscuridad.


—La vida de tu amada y la bruja están entrelazadas. Han sido conducidas aquí, por fuerzas que
incluso no podemos entender.

—Piénsalo —dijo Fenrys—. Dos hembras cuyos caminos se cruzaron esta noche de una manera que
rara vez hemos visto. Dos reinas, que podrían controlar cualquiera de la mitad de este continente,
dos caras de una moneda. Ambas mestizas. Manon, una Ironteeth y una Crochan. Aelin…

—Humana y Fae —terminó Rowan por él.

—Entre ellas, cubren las tres razas principales de esta tierra. Entre las dos, son mortales e inmortales;
una adora el fuego, la otra a la Oscuridad. ¿Necesito continuar? Se siente como si estuviéramos
jugando en las manos de quienquiera que haya estado corriendo este juego por eones.

Rowan le dirigió una mirada a Fenrys que solía hacer que los hombres retrocedieran. Incluso
mientras lo consideraba, Gavriel lo interrumpió para decir:

—Maeve ha estado esperando, Rowan. Desde Brannon. Para que alguien le lleve las llaves. Por tu
Aelin.

Maeve no había mencionado la Cerradura esta primavera. Tampoco había mencionado el anillo de
Mala. Rowan dijo lentamente, sus palabras una promesa de muerte.

—¿Maeve te envío a causa de esta Cerradura, también?

—No —dijo Fenrys—. No, nunca mencionó eso —se puso de pie y se volvió hacia un rugido lejano y
brutal—. Si Maeve y Aelin van a la guerra, Rowan, si se encuentran en un campo de batalla…

Intentó no imaginárselo. La carnicería catastrófica y la destrucción.

Tal vez deberían haber permanecido en el Norte, apuntalando sus defensas.

Fenrys respiró.

—Maeve no se permitirá perder. Ya, ella te ha reemplazado.

Rowan se giró sobre Gavriel.

—Quién.

Aquellos ojos de león se oscurecieron.

—Cairn.

La sangre de Rowan se heló, más fría que su magia.

—¿Está loca?

—Ella nos hizo su promoción un día antes de que nos fuéramos. Él sonreía como un gato con un
canario en su boca mientras salíamos del palacio.
—Es un sádico —Cairn… Ninguna cantidad de entrenamiento, tanto fuera del campo de batalla
como dentro, habían roto la inclinación del guerrero Fae por la crueldad. Rowan lo había encerrado,
lo había azotado, lo había disciplinado, había manejado cualquier pizca de compasión que pudiera
reunir… pero nada. Cairn había nacido saboreando el sufrimiento de los demás.

Así que Rowan lo había expulsado de su propio ejército, arrojándolo al regazo de Lorcan. Cairn
había durado cerca de un mes con Lorcan antes de ser llevado a una legión aislada, comandada por
un general que no era del cadre y que no tenía ningún interés en serlo. Los relatos de lo que Cairn
le hizo a los soldados e inocentes que encontró…

Había pocas leyes contra el asesinato con los Fae. Y Rowan había considerado ahorrarle al mundo
la vileza de Cairn cada vez que le veía. Para que Maeve lo nombrara en el cadre, para darle poder
e influencia casi sin control–

—Apostaría todo lo que tengo en oro de que ella espera que Aelin se rompa a sí misma destruyendo
a Erawan… y luego la golpeará cuando sea más débil —reflexionó Fenrys.

Para que Maeve no le hubiera dado a ninguno de los machos una orden de mordaza a través
del juramento de sangre… Ella quería que él, quería que Aelin, tuvieran ese conocimiento. Para
preocuparse y especular.

Fenrys y Gavriel intercambiaron miradas cautelosas.

—Todavía le servimos, Rowan —murmuró Gavriel—. Y todavía tenemos que matar a Lorcan cuando
llegue el momento.

—¿Por qué plantear esto en absoluto? No me meteré en tu camino. Tampoco Aelin, créeme.

—Porque —dijo Fenrys—, el estilo de Maeve no es ejecutar. Es castigar, lentamente. Durante


años. Pero quiere a Lorcan muerto. Y no medio muerto, o con una ranura de garganta, sino
irrevocablemente muerto.

—Decapitado y quemado —dijo Gavriel con tristeza.

Rowan dejó escapar un suspiro.

—¿Por qué?

Fenrys lanzó una mirada por el borde de las escaleras, hasta donde dormía Aelin, con su cabello
dorado brillando a la luz de la luna.

—Lorcan y tú son los machos más poderosos del mundo.

—Olvidas que Lorcan y Aelin ni siquiera pueden estar en el mismo espacio de respiración. Dudo
que haya una posibilidad de alianza entre ellos.

—Todo lo que estamos diciendo —explicó Fenrys—, es que Maeve no toma decisiones sin motivos
considerables. Estate listo para cualquier cosa. Enviar su armada, donde quiera que esté, es solo
el comienzo.
Las bestias del pantano rugieron, y Rowan quiso rugir de regreso. Si Aelin y Cairn se habían
encontrado alguna vez, si Maeve tenía algún plan más allá de su codicia por las llaves…

Aelin se revolvió en el sueño, frunciendo el ceño ante el alboroto, Lysandra dormitando a su lado
en forma de leopardo fantasma. Rowan se empujó contra la pared, más que dispuesto a unirse a su
reina. Pero también se encontró a Fenrys mirándolo fijamente, con el rostro apretado y tenso. La
voz de Fenrys era un susurro roto cuando dijo:

—Mátame. Si esa orden es dada. Mátame, Rowan, antes de que tenga que hacerlo.

—Estarás muerto antes de que puedas llegar a un pie de ella.

No era una amenaza, sino una promesa y una simple declaración de hechos. Los hombros de Fenrys
cayeron en agradecimiento.

—Me alegro, sabes —dijo Fenrys con una gravedad inusual—, tener este tiempo. Esto que Maeve
me dio involuntariamente. Esto de llegar a saber, cómo era estar aquí, como es ser parte de esto.

Rowan no tenía palabras, así que miró a Gavriel.

Pero el León se limitó a asentir con la cabeza mientras miraba fijamente al pequeño campamento
de abajo. A su hijo durmiente.
Capítulo 54
Traducido por Lu Na

Corregido por Cotota

El último tramo del camino, a la mañana siguiente, fue el más largo, pensó Manon.

Cerca, muy cerca de la Cerradura, la reina con el emblema de bruja en su bolsillo estaba buscando.

Se había dormido, considerando como podría estar conectado, pero sin poder averiguar nada. To-
dos ellos se despertaron antes del amanecer, forzados a recobrar el conocimiento gracias a la sofo-
cante humedad, tan pesada que se sentía como si una capa reposara sobre los hombros de Manon.

La reina estaba calmada donde caminaba a la cabeza del grupo, su compañero explorando en lo
alto, y su primo y la cambia pieles flanqueándola, la última usando una piel de víbora de pantano
totalmente espantosa. El Lobo y el León en la retaguardia, oliendo y escuchando por si algo malo
pasaba.

La gente que alguna vez había habitado estas tierras no había encontrado finales felices o al menos
agradables. Ella podía sentir, incluso ahora, su dolor, susurrando a través de las piedras, ondu-
lando a través del agua. Esa bestia de pantano que se había colado sobre ella durante la noche era
uno de los horrores menos preocupantes del lugar. A su lado, la cara tensa y bronceada de Dorian
Havilliard sugería que sentía lo mismo.

Manon caminó por el agua hasta la cintura a través de una poza espesa de agua caliente y preguntó
solo para sacarse un poco de tensión encima:

—¿Cómo usará ella las llaves para desaparecer a Erawan y su Valg? O, en realidad lo que importa,
¿Cómo se va a deshacer de todas las cosas que ha creado que no son de un reino animal original, y
son alguna clase de híbrido?

Los ojos de zafiro se deslizaron hacía ella.

—¿Qué?

—¿Hay algún modo de distinguir qué y quién permanece y quién no? ¿O todos los de sangre Valg
—puso una mano sobre su pecho empapado— serán enviados al reino de oscuridad y frialdad?

Los dientes de Dorian destellaron al apretarlos.

—No lo sé —admitió, mirando a Aelin saltar ágilmente sobre una piedra—. Si lo hace, asumo que
nos dirá cuándo es lo más conveniente para ella.

Y lo menos conveniente para ellos, no tuvo que añadirlo.


—Supongo entonces que ella decide ¿no? Quién se queda y quién se va.

—Desaparecer gente para que vivan con el Valg no es algo que Aelin haría de buen gusto.

—Pero al final de cuentas, es ella la que decide.

Dorian hizo una pausa sobre una pequeña colina.

—Cualquiera que sostenga esas llaves, tendrá la opción de decidir. Y será mejor que le reces a cual-
quier dios malvado que adoras que al final de todo sea Aelin la que las sostenga.

—¿Y qué hay de ti?

—¿Por qué desearía estar yo cerca de esas cosas?

—Eres tan poderoso como ella. Tú podrías manejarlo. ¿Por qué no?

Los demás tomaban distancia, pero Dorian permanecía ahí. Incluso tuvo la audacia para agarrarla
fuertemente por la muñeca.

—¿Por qué no?

Había una frialdad inflexible en esa hermosa cara. No podía girarse y dejar de verla. Una brisa ca-
liente y húmeda pasó, arrastrando su cabello con ella. El viento no lo tocó, no movió un solo cabello
de su oscura cabellera. Un escudo, él se estaba protegiendo. ¿Se estaba protegiendo de ella o de
cualquier cosa que se encontrara en este pantano? Él dijo suavemente:

—Porque yo fui el que lo hizo.

Ella esperó.

Sus ojos de zafiro eran finos como partículas de hielo.

—Maté a mi padre. Rompí el castillo. Purgué a mi propia corte. Entonces, si yo tuviera las llaves,
Líder del Ala —terminó en cuanto liberó su muñeca—, no tengo ninguna duda de que haría lo mis-
mo una vez más, a través del continente.

—¿Por qué? —respiró, relajando su sangre enfriándose.

Ella estaba, en realidad, un poco atemorizada por la rabia helada que ondulaba a través de Dorian
cuando dijo:

—Porque ella murió. Y antes de que lo hiciera, éste mundo se encargó de que sufriera, que sintiera
miedo y estuviera sola. E incluso cuando nadie recuerde quién era, yo lo haré. Nunca podré olvidar
el color de sus ojos, o la forma en la que sonreía. Y nunca les perdonaré por arrebatármela.

Demasiado frágil, había dicho sobre las mujeres humanas. No le asombraba que hubiese venido a
ella.

Manon no tenía respuesta y sabía que él no estaba buscando una, aunque así ella dijo:
—Bien.

Hizo caso omiso del alivio que destelló a través de su cara mientras ella avanzaba.

Los cálculos de Rowan no habían estado equivocados: alcanzaron la Cerradura a mediodía.

Aelin supuso que incluso si Rowan no hubiera explorado con anticipación, habría sido obvio des-
de el momento en que contemplaron el inundado y complejo laberinto de pilares hundidos que la
Cerradura sostenía en el domo de piedra que se derrumbaba en el centro. Principalmente porque
todo, cada hierbajo y gota de agua, parecía inclinarse lejos de ahí. Como si el complejo fuera el os-
curo y ondulante latido del corazón de los pantanos.

Rowan se movió al llegar delante de donde ellos se habían reunido sobre un pedazo de tierra her-
bosa y seca en las afueras del complejo, sin perder un solo paso al caminar hacia su lado. Trató de
no parecer muy aliviada por su seguro regreso.

Se dio cuenta de que realmente los torturó, por ponerse en peligro siempre que lo consideraba ne-
cesario. Quizá ella trataría de mejorar en eso, si este temor era al final todo lo que habían sentido.

—Todo este lugar es demasiado tranquilo —dijo Rowan—, sondeé el área, pero… nada.

Aedion sacó la espada de Orynth de su espalda.

—Rodearemos el perímetro, haciendo pequeños avances hasta llegar al edificio mismo. Ninguna
sorpresa.

Lysandra se distanció de ellos, preparándose para el cambio.

—Tomaré el agua, si escuchan dos rugidos, suban a un lugar más alto. Un rugido y está despejado.

Aelin movió la cabeza en confirmación y ordenó seguir avanzando. Para el tiempo en que Aedion
cruzó de un tajo la pared externa del complejo, Lysandra se había resbalado en el agua, toda esca-
mas y garras.

Rowan movió bruscamente su barbilla en dirección a Gavriel y Fenrys. Ambos hombres cambiaron
silenciosamente y trotaron hacía delante, el último uniéndose a Aedion, y el otro en la dirección
contraria.

Rowan se mantuvo a lado de Aelin, Dorian y la bruja a sus espaldas, mientras esperaban que todo
estuviera despejado.

Cuando el solitario rugido de Lysandra atravesó el aire, Aelin murmuró hacía Rowan:

—¿Cuál es la trampa? ¿Dónde está? Es demasiado fácil.


Era verdad, no había nada ni nadie ahí. Ninguna amenaza más allá de lo que pudieran encontrar
en los hoyos y las pozas.

—Créeme, lo he estado considerando.

Ella casi podía sentirlo deslizándose dentro de aquel frío y espantoso lugar, donde el instinto con
el que nacía y siglos de entrenamiento lo habían hecho ver el mundo como un campo de entrena-
miento, dispuesto a hacer cualquier cosa para erradicar alguna amenaza hacía ella. No era sola-
mente por su naturaleza Fae, si no la naturaleza Rowan. Para proteger y blindar, para pelear por
lo que amaba.

Aelin dio un paso más y le besó el cuello.

Aquellos ojos de pino verde se suavizaron ligeramente al alejarse de las ruinas para escanear su
rostro.

—Cuando regresemos a la civilización —dijo él, mientras su voz se profundizaba al besar su mejilla,
sus orejas, su frente—, voy a encontrar la posada más agradable en éste maldito continente.

—¿Oh? —él besó su boca. Una vez, dos.

—Con la mejor comida, una cama asquerosamente cómoda y una bañera grande.

Incluso en los pantanos, era fácil embriagarse de él, con su sabor, su olor, con su voz y al sentirlo.

—¿Qué tan grande? —murmuró.

—Lo suficientemente grande para dos —dijo él sobre sus labios.

Su sangre hirvió ante la promesa. Lo besó una vez, breve pero profundamente.

—No tengo ninguna defensa contra tales ofertas. Sobre todo aquellas hechas por un hombre guapo.

Frunció el ceño al escuchar guapo, mordisqueando su oreja con sus colmillos.

—Mantengo a una alta, sabes, Princesa. Como recordatorio, para pagarte la próxima vez que este-
mos solos por todas esas cosas maravillosas que dices.

Sus dedos se retorcieron dentro de sus botas empapadas. Pero lo acarició sobre el hombro, revisán-
dolo con absoluta irreverencia, diciendo mientras avanzaba:

—Espero que me hagas rogar por ello.

El gruñido de respuesta hizo que un calor floreciera en su corazón.

El sentimiento, pese a todo, duró solo un minuto. Después de unos cuántos giros dentro del labe-
rinto de paredes y pilares que se derrumbaban, dejando a Dorian para cuidar la entrada y a Rowan
deslizándose hacia el frente, Aelin se encontró a si misma a un lado de la bruja, quien lucía más
aburrida que otra cosa. Bastante justo. Después de todo, la habían arrastrado hasta aquí.
Vadeando tan silenciosamente cómo podían dentro de los altísimos arcos y pilares de piedra,
Rowan señaló un cruce de caminos más adelante. Se estaban acercando.

Aelin desenvainó a Goldryn, Manon desenfundó su propia espada en respuesta.

Aelin levantó sus cejas mientras echaba un vistazo entre las dos espadas.

—¿Cómo es llamada tu espada?

—Cuchilla de Viento.

Aelin chasqueó la lengua.

—Buen nombre.

—¿La tuya?

—Goldryn.

Un destello de dientes de hierro fue apenas visto en lo que parecía una media sonrisa.

—Un nombre no tan bueno.

—Culpa a mis ancestros.

Ella sin duda lo hacía. Por muchas, muchas cosas.

Alcanzando el cruce de caminos, uno se dirigió hacia la izquierda, el otro hacia la derecha. Ninguna
señal que indicara la dirección del camino que conducía a la ruina.

Rowan le dijo a Manon:

—Tú ve hacia la izquierda. Silba si encuentras algo.

Manon acechó entre las piedras, el agua y las cañas, los hombros tensos los suficiente para sugerir
que no había apreciado la orden, pero no era lo suficientemente tonta como para discutir con él.

Aelin sonrió un poco al pensar que Rowan y ella podían continuar lo que habían dejado. Dejando
que su mano libremente recorriera un muro lleno de tallados, ella dijo casualmente:

—Esa amanecer en el que Mala se te apareció ¿Qué fue exactamente lo que te dijo?

El echó un vistazo a su dirección.

—¿Por qué?

Su corazón palpitó con fuerza, y tal vez eso le hizo sentir una cobarde por decirlo ahora.

Rowan la agarró por el codo al leer su cuerpo, oliendo su miedo y dolor.


—Aelin.

Se recompuso, nada más que piedra, agua y zarza a su alrededor, y giró en la esquina.

Y allí era.

Incluso Rowan olvidó demandar una respuesta a lo que ella le había estado diciendo mientras
supervisaban la superficie abierta flanqueada por las paredes puntuales que se derrumbaban y los
pilares que se caían. Y al final en el norte…

—Gran sorpresa —refunfuñó Aelin—. Hay un altar.

—Es un cofre —corrigió Rowan con media sonrisa—. Tiene una tapa.

—Incluso mejor —dijo ella, dándole un codazo. Sí, sí, ella le diría más tarde.

El agua que los separaba a ellos del cofre permanecía inmóvil, plata brillando, demasiado oscura
para ver si había un fondo más allá de los pasos que indicaban las escaleras. Aelin buscó con su
magia de agua, esperando una señal de lo que había debajo de esa superficie, pero sus llamas que-
maban demasiado fuerte.

El agua salpicó por todo el camino y Manon apareció en la pared contraria. Su atención se fue hacia
el enorme cofre de piedra en el espacio trasero, la piedra rota y desbordante de hierbajos y vides.
Comenzó a cruzar a través del agua, un paso a la vez.

—No toques el cofre —dijo Aelin

Manon solo le regaló una larga mirada y siguió su camino hacia la tarima.

Tratando de no resbalar sobre el liso piso, Aelin cruzó el espacio, chapoteando agua sobre la tarima
al alcanzarla, Rowan se encontraba cerca detrás de ella.

Manon se inclinó sobre el cofre para estudiar la tapa pero no lo abrió. Estudiarla, Aelin se dio cuen-
ta entonces, por las incontables marcas de Wyrd que estaban talladas sobre la piedra.

Nehemia habría sabido cómo usar las marcas. Las había aprendido y era lo suficientemente cono-
cedora de ellas como para manejar su poder. Aelin nunca había querido preguntar cómo, por qué
o cuándo.

Pero aquí estaban, las marcas de Wyrd, escondidas profundamente en Eyllwe.

Aelin dio un paso hacia Manon, examinando la tapa más estrechamente.

—¿Sabes qué son?

Manon movió su larga y blanca cabellera hacia su espalda.

—Nunca he visto tales marcas.

Aelin examinó algunos, su memoria agudizándose por la traducción.


—Algunos de estos símbolos no los había visto antes. Algunos son… —se rascó un poco la cabeza—.
¿Crees que deberíamos aventar una piedra para ver qué es lo que esto hace? —preguntó, girando
hacia donde Rowan estaba parado, echando un vistazo sobre su hombro.

Pero un latido hueco en el aire pulsó a su alrededor, haciendo callar el incesante zumbido del inha-
bitado pantano. Y fue ese absoluto silencio, el ladrido de sorpresa de Fenrys, que había hecho que
Aelin y Manon cambiaran de posición flanqueando a la defensiva. Como si ellas hubieran hecho lo
mismo cien veces antes.

Pero Rowan permanecía quieto, explorando el cielo gris, las ruinas y el agua.

—¿Qué es esto? —susurró Aelin

Antes de que su príncipe pudiera contestar, Aelin lo sintió de nuevo. Un palpitar, un aire oscuro
demandando su atención. No el Valg. No, esta oscuridad había nacido de algo más.

—Lorcan —susurró Rowan, con una mano en su espada pero sin desenvainarla.

—¿Es esta su magia? —Aelin se estremeció por el beso de la muerte que había llegado hasta ella. Lo
golpeó mandándolo lejos como si fuera un mosquito. Y eso la intentó morder en respuesta.

—Es su señal de advertencia —murmuró Rowan

—¿Para qué? —preguntó Manon bruscamente.

Rowan se estaba moviendo al instante, escalando las altas paredes con facilidad, incluso una pared
de piedra que se desmenuzaba. Se equilibró en la cima, inspeccionando la tierra al otro lado de la
pared.

Entones se echó para atrás suavemente, el chapoteo al aterrizar consiguió hacer eco en las piedras.

Lysandra se deslizó alrededor de un racimo de hierbajos y se detuvo con un rápido golpe de su cola
escamada mientras Rowan decía con calma.

—Hay una legión aérea acercándose.

Manon respiró brevemente.

—¿Ironteeth?

—No —dijo Rowan, encontrando la fija mirada de Aelin con una firmeza helada que había visto a
través de él por siglos de batalla—. Ilkens

—¿Cuántos? —la voz de Aelin se volvió distante y hueca.

Rowan tragó con la garganta, y ella supo que él se había dado cuenta que en el horizonte y las tie-
rras que los rodeaban no había ninguna oportunidad de ganar una batalla como la que se acercaba,
pero tampoco ninguna oportunidad de salir de ella. Incluso cuando todos ellos tuvieran que com-
prar tiempo con sus propias vidas para que ella saliera con vida.
—Quinientos.
Capítulo 55
Traducido por Alina Montoya

Corregido por Cotota

La respiración de Lorcan repicó en su garganta con cada inhalación, pero él siguió corriendo a
través de los pantanos, Elide detrás de él, nunca quejándose, sólo ojeando los cielos con sus amplios
y oscuros ojos.

Lorcan mandó otra parpadeante explosión de su poder. No hacia el lado del ejército que corría
no demasiado lejos adelante, pero más lejos, hacia donde sea que Whitethorn y su reina zorra
pudiesen estar en ese podrido lugar. Si esos ilken los alcanzasen más allá antes de que Lorcan
pudiese llegar, esa Llave del Wyrd que la zorra lleva podría estar prácticamente perdida. Y Elide…
Él no escuchó esos los pensamientos.

Los ilkens volaban firmes y rápidos, dirigiéndose hacia lo que tenía que ser el corazón de los
pantanos. ¿Qué demonios había llamado la atención de la reina allí?

Elide flaqueó, y Lorcan la sujetó debajo de su codo para mantenerla erguida mientras ella se
tropezaba por encima de un poco de piedra picada. Más rápido. Si los ilken los cogían desprovistos,
si ellos tomaban su venganza y esa llave…

Lorcan mandó una explosión después de otra explosión de su poder en cada dirección.

Llaves aparte, él no quería ver la mirada en el rostro de Elide si los ilken los cogían a ellos primero.
Y encontraron lo que quedaba de la portadora de fuego y su corte.

No había a donde ir.

En el corazón de ese podrido plan, allí no había donde correr, o esconderse.

Erawan los había seguido allí. Había enviado quinientos ilken para recuperarlos. Si los ilken los
habían encontrado en el mar y en ese interminable páramo, no había duda de que ellos hubieran
sido capaces de encontrarlos si ellos intentasen esconderse entre las ruinas.

Todos ellos estaban en silencio mientras se reunían en una colina cubierta de hierba en el borde
de las ruinas, observando esa masa negra tomando forma. Hondo en las ruinas detrás de ellos, el
centro todavía aguardaba. Intacto.

Aelin sabía que la Cerradura no podía ayudar, aparte de que perdería su tiempo en abrir su
recipiente. Brannon podría ponerse en la línea para quejarse.

Y Lorcan… dondequiera fuera de aquí. Ella pensaría en eso más tarde. Por lo menos Fenrys y
Gavriel se habían quedado, prefiriéndolo más que salir volando para cumplir la orden del asesinato
de Maeve.

Rowan dijo, sus ojos clavados en esas ligeras, curtidas alas lejos en el horizonte:

—Usaremos las ruinas en ventaja nuestra. Forcémoslos para estrecharse en las zonas de las llaves
—como una nube de saltamontes, los ilken taparon las nubes, la luz, el cielo. Una aburrida, vidriosa
tipo de calma extendida sobre Aelin.

Ocho contra quinientos.

Fenrys rápidamente de regreso ató su cabello rubio en una cola.

—Nos lo repartimos, los sacamos. Antes de que ellos sean capaces de estar lo suficientemente
cerca. Mientras ellos estén todavía en el aire —golpeteó su pie en el suelo, rodando sus hombros,
como si estuviera sacudiendo el agarre de ese juramento de sangre rugiéndole que cazara a Lorcan.

Aelin habló en tono áspero:

—Hay otra manera.

—No —fue la respuesta de Rowan.

Ella tragó duro y alzó su mentón.

—No hay nada ni nadie fuera de aquí. El riesgo de usar esa llave podría ser mínimo.

Los dientes de Rowan destellaron mientras gruñía:

—No, y es punto final.

Aelin dijo demasiado silenciosamente:

—Tú no me das órdenes.

Ella vio más que sintió que el estado de ánimo de Rowan se alzaba con vertiginosa velocidad.

—Tú tendrás que sacarme a la fuerza esa llave de mis frías y muertas manos.

Él quiso decir eso, también, él la haría matar antes de que él la dejase usar la llave en cualquier
capacidad más allá de usarla en la Cerradura.

Aedion dejó salir una baja y amarga risa.


—Querías enviar un mensaje a tus enemigos sobre tu poder, Aelin —más cerca y más cerca ese
ejército se acercaba, y el hielo y el viento de Rowan la lamían mientras él excavaba en su magia.
Aedion sacudió su mentón hacia el ejército aproximándose—. Parece que Erawan envió su respuesta.

Aelin siseó:

—¿Me culpas por esto?

Los ojos de Aedion se oscurecieron.

—Tendríamos que haber permanecido en el Norte.

—No tenía alternativa. Tengo que hacerte recordar.

—Lo hiciste —Aedion respiró, ninguno de los otros, ni siquiera Rowan, se metieron—. Tuviste
elección todo el tiempo, y optaste por destellar tu magia alrededor.

Aelin sabía muy bien que sus ojos estaban ahora parpadeando en llamas mientras daba un paso
hacia él.

—Así que adivino que la etapa “eres perfecta” está acabada, supongo.

El labio de Aedion se dobló entre sus dientes.

—Esto no es un juego, es la guerra, y tú has presionado y presionado a Erawan a mostrar su mano.


Rehusaste mantener tus estrategias por nosotros en primer lugar, para dejarnos intervenir, cuando
nosotros habíamos luchado en batallas.

—No te atrevas a echarme la culpa —Aelin miró dentro de sí misma, hacia su poder allí. Abajo y
abajo llegó, hacia ese hoyo de eterno fuego.

—Éste no es el momento —propuso Gavriel.

Aedion tiró una mano en su dirección, una silenciosa, feroz orden para que el León callara su boca.

—¿Dónde están todos tus aliados, Aelin? ¿Dónde están nuestros ejércitos? Todo lo que tenemos
para mostrar para nuestros refuerzos es un Señor Pirata quien muy bien podría cambiar de opinión
si escucha sobre esto de los labios equivocados.

Ella contuvo sus palabras. Tiempo. Había necesitado tiempo.

—Si vamos a seguir con la alternativa —dijo Rowan—, tenemos que ponernos en posición.

Las llamas chispearon en las puntas de sus dedos.

—Lo haremos juntos —ella intentó no parecer ofendida hacia sus cejas levantadas, sus bocas casi
abiertas—. La magia podría no durar contra ellos. Pero robemos su voluntad —sacudió su mentón
hacia Rowan, hacia Aedion—. Planéenlo.

Así que ellos lo hicieron. Rowan pisó hacia su lado, una mano en su espalda más baja. El único
consuelo que mostraría, cuando él sabía, ambos sabían, que no había sido su argumento el que
ganó. Le dijo a los machos Fae:

—¿Cuántas flechas?

—Diez carcajes, completamente cargados —dijo Gavriel, observando a Aedion mientras sacaba la
Espada de Orynth de su espalda y la volvía a abrochar a su costado.

Retornada a su forma humana, Lysandra había andado sin rumbo hasta el borde de la colina, de
vuelta agarrotada mientras los ilken se dirigían al horizonte.

Aelin dejó a los hombres para planear sus posiciones y se equivocasen junto a su amigo.

—No tienes que luchar. Puedes permanecer con Manon, vigilando la otra dirección.

Ciertamente, Manon estaba escalando ya una de las paredes de las ruinas, un carcaj con
inquietantemente pocas flechas colgadas sobre su espalda junto a Cuchilla de Viento. Aedion le
había ordenado explorar la otra dirección por cualquier desagradable sorpresa. La bruja lo había
observado preparada para discutir, hasta que ella pareció darse cuenta de que, en su campo de
batalla al menos, ella no era el primer depredador.

Lysandra holgadamente trenzó su cabello negro, su dorada piel amarillenta.

—No sé cómo ellos habían hecho esto tantas veces. Por cientos de años.

—Honestamente, no lo sé, tampoco —dijo Aelin, observando por encima de un hombro hacia los
hombres Fae ahora analizando el plano de los pantanos, el flujo de los vientos, cualquier cosa para
utilizar en su ventaja.

Lysandra se masajeó la cara, después cuadró sus hombros.

—Las bestias del pantano están fácilmente enfurecidas. Como alguien que conozco —Aelin pinchó
a la cambia formas con un codo, y Lysandra resopló, aún con los ejércitos adelante—. Puedo
irritarlos, amenazar sus nidos. Así que cuando los ilken aterrizasen…

—Ellos no sólo tendrán que lidiar con nosotros —Aelin le dio una desalentadora sonrisa.

Pero la piel de Lysandra estaba todavía pálida, su respiración un poco superficial. Aelin enhebró
sus dedos a través de los de la cambia formas y los apretó firmemente.

Lysandra se los apretó de vuelta una vez antes de soltarlos para moverlos.

—Te lo señalaré cuando lo haya hecho.

Aelin solamente asintió, deteniéndose en la ladera un momento para observar a la blanca ave de
patas largas aletear sobre el pantano, hacia esa oscuridad construida.

Ella se volteó de regreso hacia los otros al tiempo para ver a Rowan sacudir su mentón hacia
Aedion, Gavriel, y Fenrys.
—Les arreas tres a ellos, para nosotros.

—¿Y tú lote? —dijo Aedion, evaluándola a ella, Rowan, y Dorian.

—Tomo el primer disparo —dijo Aelin, llamas danzando en sus ojos.

Rowan inclinó su cabeza.

—Mi señora quiere el primer disparo. Tomará el primer disparo. Y cuando ellos se estén dispersando
en un pánico ciego, entraremos.

Aedion le dio una larga mirada.

—No pierdas este tiempo.

—Estúpido —le gritó ella.

La sonrisa de Aedion no le alcanzó a sus ojos mientras daba zancadas para ir a buscar armas extra
de sus mochilas, cogiendo un carcaj de flechas en cada mano, lanzando uno de los arcos largos
sobre su amplia espalda acompañando con su escudo. Manon ya se había colocado a sí misma por
encima de las paredes detrás de ellos, refunfuñando mientras se encordaba el otro arco de Aedion.

Rowan le estaba diciendo a Dorian:

—Corta las explosiones. Encuentra tus blancos, el centro de los grupos, y utiliza solamente esa
magia que sea necesaria. No la gastes toda una vez. Apunta a las cabezas, si puedes.

—¿Qué hay cuando ellos hayan empezado a aterrizar? —preguntó Dorian, examinando el terreno.

—Cúbrete a ti mismo, ataca cuando puedas. Mantén la pared en tu espalda todo el tiempo.

—No voy a ser su prisionero otra vez.

Aelin intentó dejar fuera lo que él hubiese querido decir con eso.

Pero Manon dijo desde la pared sobre ellos, una flecha ahora holgadamente colocada en su arco:

—Si llegaras a eso, principito, yo te mataría antes de que ellos pudiesen hacerlo.

Aelin siseó:

—Tú no harás tal cosa.

Ambos la ignoraban hasta que Dorian dijo:

—Gracias.

—Nadie de nosotros será llevado como prisionero —gruño Aelin, y se marchó.

Y allí no habría ni un segundo o tercer disparo.


Sólo el primer disparo. Sólo su disparo.

Quizá éste era tiempo para ver cuán profunda venía esa nueva voluntad de poder. Que vivía dentro
de eso.

Quizá era tiempo para que Morath aprendiera a chillar.

Aelin se reforzó hasta el borde del agua, después saltó en la siguiente isla de hierba y piedra. Rowan
silenciosamente saltó detrás de ella, siguiéndola ritmo a ritmo. No fue hasta que ellos alcanzaron
la siguiente colina que él dobló su rostro hacia ella, su piel dorada se estiró tensa, sus ojos tan fríos
como los propios de ella.

Solamente esa ira estaba dirigida hacia ella, quizás más lívida desde que lo había visto en Mistward.
Ella rechinó sus dientes en una fiera y desalentadora sonrisa.

—Lo sé, lo sé. Sólo añado sugerir usar la Llave del Wyrd para esos cálculos de todas las horribles
cosas que hago y digo.

Curtidas, masivas alas golpearon el aire, y las crías que chillaban por fin empezaban afluir hacia
ellos. Sus rodillas temblaron, pero ella reprimió el miedo, sabiendo que él podría olfatearlo,
sabiendo que los otros podrían, también.

Por lo que se envalentonó a sí misma a dar otro paso en la empapada y cargada llanura de juncos,
hacia ese ejército de ilken. Ellos estarían encima de ellos en minutos, menos, quizás.

Y un horrible, miserable Lorcan les había comprado ese tiempo extra. Donde sea que ese bastardo
estuviese.

Rowan no objetaba mientras ella daba otro paso, después otro. Ella tuvo que poner distancia entre
todos ellos, tenía que estar segura que cada última brasa era capaz de alcanzar a ese ejército y que
ella no gastase su fuerza por viajar lejos para hacerlo.

Lo que significaba caminar hacia fuera de los pantanos solitarios. A esperar por esas cosas para que
estuvieran los más cerca posible para ver sus dientes. Ellos tenían que saber quién ahora desfilaba
a través de los juncos hacia ellos. Lo que ella les haría.

Pero aun así los ilken cargaban sin detenerse.

En la distancia, lejos hacia la derecha, las criaturas del pantano empezaron a rugir, sin duda alguna
por el despertar de Lysandra. Rezó para que las bestias estuvieran hambrientas. Y que a ellas no les
molestara la carne reproducida de Morath.

—Aelin —la voz de Rowan cortó a través del agua y las plantas y el viento. Ella se paró, mirando
por encima de su hombro hacia donde él ahora permanecía de pie en el banco de arena, como si
hubiera sido imposible no seguirla.

Los fuertes, firmes huesos de su cara estaban asentados con esa brutalidad del guerrero. Pero sus
ojos verde pino estaban resplandecientes, casi suaves, mientras decía:
—Recuerda quién eres. Cada paso de tu camino hacia abajo, y cada paso de tu camino de vuelta.
Recuerda quién eres. Y que eres mía.

Ella pensó en las nuevas y delicadas cicatrices en su espalda, marcas de sus propias uñas, que él
se había rehusado a curar con su magia, y en cambio las había endurecido con agua del mar, la sal
cerrando las cicatrices en el lugar antes de que el inmortal cuerpo pudiera suavizarlas. Sus marcas
declaradas, él había respirado en su boca la última vez que había estado dentro de ella. Así que
él y cualquiera que los viese podría saber que él le pertenecía a ella. Que él era de ella, solamente
mientras ella fuera de él.

Y porque él era de ella, porque ellos eran todos de ella…

Aelin se dio la vuelta por él y corrió a toda velocidad sobre la colina.

Con cada paso hacia el ejército cuyas alas que solamente podía divisar, observó esas bestias que
Lysandra había irritado, aun cuando ella empezó un suave, mortífero descenso entres los núcleos
de su magia.

Había estado rondando en torno a la mitad de la repisa de su poder por días, un ojo en los agitados,
fundidos abismos muy por debajo. Rowan lo sabía. Fenrys y Gavriel, en definitiva. Protegiéndolos,
secando sus ropajes, matando los insectos que los molestaban… todas las pequeñas maneras para
aliviar las tensiones, para mantenerse a sí misma firme, para acostumbrarse a su profundidad y
presión.

Para entrar más profundo en su poder, más en su cuerpo, su mente, aplastada por la presión de la
misma. Ese era el agotamiento, cuando la presión ganaba, cuando la magia se drenaba demasiado
rápido o demasiado ansiosamente, cuando estaba gastada y todavía el portador intentaba agarrar
más profundo de lo que debería.

Aelin se detuvo de golpe en el corazón de la colina. Los ilken la habían avistado en su corrida a toda
velocidad y ahora aleteaban hacia ella.

Desconociendo los tres hombres quienes estaban lejos, las flechas listas para presionar a los
soldados de Erawan entre sus llamas.

Si ella fuera capaz de quemarlos a través de sus defensas. Tenía que exprimir cada parte de su
poder para incinerarlos a todos. El verdadero poderío de Aelin, la Portadora de Fuego. Ni una
brasa menos.

Así que Aelin abandonó cada parte atrapada de civilización, de conciencia y leyes y humanidad, y
se desplomó entre su fuego.

Ella voló por ese maldito abismo, sólo lejanamente conocedora de la humedad yaciendo abundante
en su piel, de la presión construyéndose en su cabeza.

Disparó directamente hacia abajo, y se fue de trasero, portando todo ese poder con ella hacia la
superficie. La resistencia podría ser enorme. Y ésa podría ser la prueba, la verdadera prueba, de
control y fuerza. Fácil, demasiado fácil para lanzar una jabalina en el corazón de fuego y ceniza. La
parte difícil era llevarlo a cabo; que era cuando el estallido ocurriría.
Más profundo y más profundo, Aelin disparó con su poder. A través de sus distantes y mortales
ojos, ella notó a los ilken volando más cerca. Una misericordia, si ellos habían sido alguna vez
humanos, quizá destruirlos podría ser una indulgencia.

Aelin sabía que alcanzaría su antiguo borde de poder gracias a las campanas que le advertían en su
sangre que repiqueteaban en su despertar. Que repiqueteaban mientras se lanzaba a sí misma en
las ardientes profundidades del infierno.

La Reina de la Llama y la Sombra, la Heredera de Fuego, Aelin del Fuego Salvaje, Corazón de
Fuego…

Ella se quemó a través de cada título, así mientras se convertía en ellos, se volvía en lo que esos
embajadores extranjeros habían siseado cuando ellos silbaron la información sobre una pequeña
reina que crecía, con un inestable poder en Terrasen. Una promesa que había sido susurrada en la
oscuridad.

La presión empezó a construirse en su cabeza, en sus venas.

Lejos y detrás, seguros y fuera de su alcance, ella sintió los parpadeos de la magia de Rowan y
Dorian mientras ellos congregaban las explosiones que podrían contestar la suya propia.

Aelin se disparó en el inexplorado núcleo de su poder.

El infierno fue sin cesar.

El infierno siguió y continuó.


Capítulo 56
Traducido por Andiie RS

Corregido por Cotota

Lorcan sabía que ellos serían muy lentos, con advertencia o sin ella.

Elide estaba jadeando por aire, abriéndose camino mientras Lorcan se detenía en la cercanía de
una enorme, llanura inundada. Se apartó un mechón de cabello de la cara, el anillo de Athril bri-
llando en su dedo. No había preguntado acerca de dónde provenía o lo que hacía cuando él lo desli-
zó en su dedo esta mañana. Solo le había advertido que no se lo tenía que quitar nunca, que podría
ser la única cosa que la mantendría a salvo de los ilken, de Morath.

La fuerza había barrido hacia el norte y lejos de donde Lorcan y Elide habían acarreado sus trase-
ros, sin duda para tener un mejor enfoque. Y en el extremo más apartado de la llanura, muy lejos
como para la vista humana de Elide pudiera ver claramente, el cabello plateado de Whitethorn
centelleaba, el Rey de Adarlan a su lado. Magia, brillante y fría, se arremolinaba alrededor de ellos.
Y más lejos…

Por los dioses del cielo. Gavriel y Fenrys estaban en el caramillo, arcos preparados. Y el hijo de
Gavriel. Apuntando a la armada que se aproximaba. Esperando por…

Lorcan siguió el camino hacia donde apuntaban sus miradas.

No a la armada que se acercaba a ellos.

Sino a la reina parada sola en el corazón de la llanura inundada.

Lorcan entendió muy tarde que él y Elide estaban en el lado equivocado de la línea de demarcación,
muy lejos del norte donde los compañeros de Aelin estaban seguros detrás de ella.

Lo entendió en el exacto latido de corazón en el que los ojos de Elide cayeron en la mujer rubia que
daba frente a la armada.

Sus brazos se aflojaron a sus costados. Su cara drenada de todo color.

Elide se tambaleó un paso, un paso hacia Aelin, un ruidito saliendo de ella.

Ahí es cuando lo sintió.

Lorcan lo había sentido antes, ese día en Mistward. Cuando la Reina de Terrasen yacía devastada
ante los príncipes Valg, cuando su poder había surgido gigante desde lo más profundo, poniendo
al mundo a temblar.
Eso no era nada, nada, comparado con el poder que ahora rugía en el mundo.

Elide trastabilló, mirando boquiabierta hacia la esponjosa tierra mientras el agua de pantano se
ondulaba.

Quinientos ilken acercándose alrededor de ellos. Habían tomado su advertencia, y habían hecho
una trampa.

Y ese poder… ese poder que Aelin ahora estaba arrastrando hacia arriba desde cualquier agujero
del infierno que tuviese dentro de ella, desde cualquier hoyo ardiente que estuviera condenada a
soportar… Su despertar iba a arrasar con ellos.

—¿Qué es… —jadeó Elide, pero Lorcan se abalanzó sobre ella, arrojándolos al piso, cubriendo su
cuerpo con el de él. Lanzó un escudo sobre ellos, cayendo en picado fuerte y rápidamente dentro
de su magia, el descenso casi descontrolado. Él no tuvo tiempo de hacer nada más que derramar
cada pizca de su poder en su escudo, en la barrera que los podía proteger de ser derretidos en nada.

No debería haber gastado esfuerzos en haberles advertido. No cuando ahora eso probablemente
los mate a él y a Elide.

Whitethorn sabía, aún en Mistward, que la reina aún no se escalonaba en su derecho de nacimiento.
Sabía que este tipo de poder florecía una sola vez en una sola era, y el servirle, el servirla a ella…

Una corte que no solo cambiaría el mundo. Si no que lo reconstruiría.

Una corte que conquistaría este mundo, y cualquier otro que desearan.

Si es que lo deseaban. Si es que esa mujer en la llanura lo deseaba. Y esa era la pregunto, ¿o no?

—Lorcan —Elide susurró, su voz quebrada en el anhelo por la reina, o el terror de ella, el no sabría
decirlo.

No tuvo tiempo de adivinar, cuando un salvaje rugido estalló desde los árboles. Una orden.

Y luego un grito de flechas, precisas y brutalmente apuntadas, volaron desde los pantanos para
golpear en los flancos exteriores de los ilken. Ubicó los tiros de Fenrys por las flechas de punta
negra que fácilmente encontraron sus blancos. El hijo de Gavriel tampoco falló. Los ilken caían del
cielo, y los otros entraban en pánico, aleteando contra otros, reacomodándose hacia adentro.

Justo en donde la Reina de Terrasen dio rienda suelta a la máxima fuerza de su poder contra ellos.

El momento en el que Lysandra rugió la señal de que las bestias del pantano se encabritaron y
estaba segura detrás de sus líneas otra vez, el momento en el que los ilken se acercaron tanto que
Aedion podía hacerles caer del cielo como gansos, su reina estalló.

Aún con el objetivo de Aelin lejos de ellos, aun con el escudo de Rowan, el calor del fuego quemaba.

—Por los dioses —se encontró Aedion diciendo mientras se tropezaba de nuevo a través de los ár-
boles, cayendo más lejos atrás de la línea de ataque—. Por los malditos dioses.

El corazón de la legión no tuvo oportunidad de gritar cuando fueron removidos por un mar de
llamas.

Aelin no era una salvadora para reunirse detrás, sino un cataclismo que se sobrevive.

El fuego aumentó su temperatura, sus huesos gimiendo mientras sudor caía por su frente. Pero
Aedion tomó un nuevo punto, echando un vistazo para asegurarse de que su padre y Fenrys hubie-
ran hecho lo mismo a través de la llanura ahogada, y apuntado a los ilken que viraban lejos de la
trayectoria de las llamas. Hizo que sus flechas contaran.

Cenizas caían a la tierra en una lenta y estable nieve.

No lo suficientemente rápido. Como si sintiera el arrastrado ritmo de Aelin, hielo y viento estalla-
ron por encima de su cabeza.

Donde flamas oro y rojo no derretían la legión de Erawan, Dorian y Rowan los desgarraban.

Los ilken se mantenían, como si fueran una mancha de oscuridad, difícil de quitar.

Aelin todavía seguía ardiendo. Aedion ni siquiera podía verla en el corazón de ese poder.

Había un precio, tenía que haber algún precio por semejante poder.

Ella había nacido sabiendo el peso de su corona, de su magia. Había sentido su aislamiento mucho
antes de llegar a la adolescencia. Y eso parecía suficiente castigo, pero… tenía que haber un precio.

Innombrable es mi precio. Eso fue lo que la bruja había dicho.

El entendimiento brilló en la orilla de la mente de Aedion, simplemente fuera de alcance. Disparo


su antepenúltima flecha, directo entre los ojos de un ilken desenfrenado.

Uno por uno, su propia falta de resistencia a la magia cedió paso a esos estallidos de hielo, y viento,
y llamas.

Y entonces Whitethorn comenzó a caminar dentro de la tormenta de fuego a solo cincuenta pies
por delante. Hacia Aelin.

l
Lorcan clavó a Elide a la tierra, lanzando cada sombra y hueco de oscuridad en ese escudo.

Las llamas eran tan calientes que el sudor goteaba por su frente, cayendo en su sedoso cabello,
extendido por el verde musgo. El agua de pantano alrededor de ellos hervía.

Hervía. Peces flotaban panza para arriba. Los pastos se secaban y se incendiaban. El mundo entero
era un reino de los infiernos, sin final ni principio.

La desgarrada, oscura alarma de Lorcan levantó su cabeza hacia atrás y rugió al unísono con la
llameante canción del poder de la reina.

Elide se estaba encogiendo, puños apretándose en su camisa, la cara enterrada en su cuello mien-
tras él hacia rechinar sus dientes y superaban la tormenta de fuego. No solo fuego, se dio cuenta.
Sino viento y hielo. Otras dos, poderosas magias se le unieron, desgarrando a los ilken. Y su propio
escudo.

Ola tras ola, la magia abollaba su poder. Un poder menor podría haberse quebrado contra él. Una
magia más pequeña podría haber tratado de pelear, y no dejar que el poder solamente barriera
sobre ellos.

Si Erawan pusiera un collar alrededor del cuello de Aelin Galathynius… todo se acabaría.

Tener una correa en esa mujer, en ese poder… ¿Sería un collar capaz de contener eso?

Había movimiento a través de las flamas.

Whitethorn estaba rondando a través de los pantanos hirvientes, sus pasos sin prisa.

La flama se arremolinaba alrededor del escudo en forma de domo de Rowan, arremolinándose con
su frío viento.

Solo un hombre que hubiera perdido la maldita cabeza se pasearía dentro de esa tormenta.

Los ilken morían y morían y morían, lentamente y no todos limpiamente, mientras su oscura ma-
gia les fallaba. Los que trataban de escapar de las llamas o el viendo o el hielo eran derribados por
flechas. Los que se las arreglaban para aterrizar eran desgarrados por emboscadas de garras, col-
millos y chasqueantes colas escamosas.

Habían hecho que cada minuto de su advertencia contara. Habían montado fácilmente una trampa
para los ilken. Y habían caído rápidamente.

Pero Rowan alcanzó a la reina en el corazón de los pantanos mientras las llamas se apagaban.
Mientras su propio viento se extinguía, y plumas de implacable hielo quebrantaban a los pocos
ilken aleteando en los cielos.

Ceniza y resplandeciente hielo llovían, grueso y arremolinándose como nieve, ascuas danzando
entre grumos que alguna vez fueron los ilken. No hubo sobrevivientes. Ni uno.

Lorcan no se atrevió a levantar el escudo.


No hasta que el príncipe pisara la pequeña isla donde la reina estaba. No hasta que Aelin se girara
hacia Rowan, y la única llama que quedaba era una corona de fuego encima de su cabeza.

Lorcan miró en silencio mientras Rowan deslizaba una mano por su cadera, la otra acunando un
lado de su cara, y besó a su reina.

Ascuas movieron su cabello desamarrado mientras envolvía sus brazos en el cuello de Rowan y los
presionaba más cerca. Una corona de llamas doradas parpadeaba con vida encima de la cabeza de
Rowan, la gemela a la que Lorcan había visto arder ese día en Mistward.

El conocía a Whitethorn. Él sabía que el príncipe no era ambicioso, no en el modo en que los in-
mortales podían serlo. El probablemente habría amado a la mujer aunque fuera ordinaria. Pero
este poder…

En el baldío que era su alma, Lorcan sintió ese tirón. Lo odió.

Era por qué Whitethorn se dirigió hacia ella, porque Fenrys estaba ahora a mitad de camino a tra-
vés de la llanura, deslumbrado, la atención fija en donde estaban parados, enredados en el otro.

Elide se movió debajo de él.

—¿Ya… ya se acabó?

Dado el calor con el que la reina estaba besando a su príncipe, no estaba completamente seguro de
que decirle a Elide. Pero la dejó escurrirse de debajo de él, girando sobre sus pies para espiar a las
dos figuras en el horizonte. Se levantó, viendo con ella.

—Los mataron a todos —dijo ella.

Una legión entera, acabada. No fácilmente, pero, lo habían logrado.

Ceniza siguió cayendo, juntándose en el cabello negro como la noche de Elide. Cuidadosamente
retiró un poco, luego puso un escudo encima de ella para que no cayera más sobre ella.

Él no la había tocado desde la noche anterior. No había tenido tiempo, y no había querido pensar
en lo que su beso le había hecho a él. Como lo había desbaratado completamente y torcido su
carácter en formas de las que no estaba seguro de si podía vivir con ellas.

Elide dijo:

—¿Qué hacemos ahora?

Le tomó un momento entender a lo que ella se refería. Aelin y Rowan por fin se separaron, aunque
el príncipe se inclinó para acariciar su cuello.

El poder llama al poder entre los Fae. Quizás Aelin Galathynius tenía mala suerte con que el cadre
estuviera atado al poder de Maeve mucho antes de que ella naciera, que estuvieran encadenados a
Maeve en vez de a ella. Quizás ellos eran los desdichados, por no resistir por algo mejor.

Lorcan sacudió la cabeza para disipar esos inútiles y traicioneros pensamientos.


Ahí estaba Aelin Galathynius. Drenada de poder.

Lo sentía ahora, la absoluta falta de sonido o sentimiento o calor donde habían estado desenfrenados
en una tormenta momentos antes. Un frío progresivo.

Había vaciado su alijo completo. Todos lo habían hecho. Tal vez Whitethorn había ido hacia ella,
puesto sus brazos alrededor de ella, no porque quisiera montarla en el medio del pantano, sino
para mantenerla vertical una vez que su poder se hubiera ido. Una vez que ella fuera vulnerable.

Abierta a ataques.

¿Qué hacemos ahora? había preguntado Elide.

Lorcan sonrió ligeramente.

—Vamos a decir hola.

Ella se negó ante la variación de su tono.

—No estas bajo términos amistosos.

Ciertamente no, y no lo iba a estar, no cuando la reina estaba entre sus puntos de mira. No cuando
ella tuviera esa llave del Wyrd… la hermana a la que Elide cargaba.

—No me atacarán —dijo él, y empezó a caminar en su dirección. El agua de pantano estaba casi
hirviendo, e hizo una mueca hacia los peces flotando, ojos lechosos abiertos hacia el cielo. Ranas
y otras bestias se agitaban en medio de ellos, tambaleándose con las olas que mandaba al pasar.

Elide siseó cuando entró al agua caliente siguiéndolo.

Lentamente, Lorcan se acercaba a su presa, demasiado concentrado en la perra escupe fuego como
para notar que Fenrys y Gavriel habían desaparecido de sus posiciones entre los árboles.
Capítulo 57
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Cotota

Cada paso hacia Aelin era una eternidad, y cada paso era de alguna forma demasiado rápido.

Elide nunca había tan consciente de su cojera. De sus prendas sucias; de su largo y desarreglado
cabello; de su pequeño cuerpo y la carencia de cualquier perceptible don.

Ella había imaginado el poder de Aelin, soñado sobre cómo había destrozado el castillo de cristal.

Pero no había considerado la realidad de que al verlo desatado haría que sus huesos temblaran de
terror. O que los otros poseerían tan poderosos dones, hielo y viento mezclándose con fuego, hasta
que sólo la muerte llovía en el lugar. Casi se sintió mal por los ilken que habían matado. Casi.

Lorcan estaba silencioso. Tenso.

Ella era capaz de leer su comportamiento ahora, esos pequeños detalles que él creía nadie podría
detectar. Pero ahí, ese fugaz tirón del lado izquierdo de su boca. Ese era un intento de contener
cualquier tipo de ira que estaba embargándolo en ese momento. Y ahí, esa pequeña inclinación de
su cabeza hacia la derecha… ese era su sentido de evaluar y reevaluar cada alrededor, cada arma y
obstáculo a la vista. Lo que fuera que fuera esta reunión, Lorcan no esperaba que saliera bien.

Él esperaba pelear.

Pero Aelin –Aelin– había ahora girado hacia ellos desde donde ella estaba de pie en ese montículo
de pasto. Su príncipe de pelo plateado giró con ella. Dio un paso casual frente a ella. Aelin camino
alrededor de él. Él intentó bloquearla de nuevo. Ella lo hizo a un lado con un codo y se quedó en
su lugar a su lado. El Príncipe de Doranelle, el amante de su reina. ¿Cuánta influencia tendría su
opinión sobre Aelin? Si él odiaba a Lorcan, ¿su desprecio y desconfianza por ella sería inmediato
también?

Ella debió pensar en ello, cómo se vería el estar con Lorcan. Acercarse con Lorcan.

—¿Arrepintiéndote de tu elección de aliados? —le dijo Lorcan con completa calma. Como si él hu-
biera podido leer su rostro también.

—Envía un mensaje, ¿no?

Ella podría jurar que algo como dolor parpadeó en sus ojos. Pero era típico de Lorcan, incluso
cuando explotó ante él en la barcaza, apenas había parpadeado.

—Parece que nuestro contrato entre nosotros va a terminar, de todos modos —le dijo fríamente—.
Me aseguraré de explicar los términos, no te preocupes. Odiaría que ellos pensaran que caíste bajo
por estar conmigo.

—No quise decir eso.

—No me importa —bufó.

Elide se detuvo, esperando para llamarle un mentiroso, en parte porque ella sabía que él estaba
mintiendo y por otro lado porque su propio pecho se tensó ante las palabras. Pero se mantuvo en
silencio, dejándolo caminar adelante, la distancia entre ellos haciéndose más larga con cada zan-
cada que daba.

Pero ¿qué le diría siquiera a Aelin? ¿Hola? ¿Cómo estás? ¿Por favor no me quemes? ¿Disculpa el
que sea tan sucia y torpe?

Una suave mano tocó su hombro. Presta atención. Mira alrededor.

Elide levantó la mirada de donde veía sus ropas sucias. Lorcan estaba quizás ya unos seis metros
lejos, los otros meras figuras en el horizonte.

La mano invisible apretó su hombro. Observa. Mira.

¿Mirar qué? Cenizas y hielo llovían a la derecha, ruinas erguidas a la izquierda, nada más que pan-
tanos extendiéndose a lo lejos. Pero Elide se detuvo, mirando el mundo alrededor de ella.

Algo estaba mal. Algo hizo que las criaturas que habían sobrevivido la tormenta de magia estuvier-
an silenciosas de nuevo. Los pastos quemados susurraban y suspiraban.

Lorcan siguió caminando, su espalda erguida, aunque no había ido a por sus armas.

Mira mira mira.

¿Mirar qué? Ella giró en su lugar pero no encontró nada. Abrió su boca para llamar a Lorcan.

Unos ojos dorados parpadearon en el arbusto a no más de treinta pasos lejos.

Enormes ojos dorados, fijos en Lorcan mientras caminaba pocos metros lejos. Un león, listo para
saltar, para arrancar piel y quebrar huesos–

No–

La bestia voló de los arbustos quemados.

Elide gritó el nombre de Lorcan.

Él giró, pero no hacia el león. Sino hacia ella, esa furiosa mirada mirándola a ella–

Pero ella estaba corriendo, su pierna gritando de dolor, mientras Lorcan finalmente sentía el ataque
a punto de caer sobre él.
Lorcan sacó su cuchillo de caza, tan rápido que sólo se vio un destello de luz gris del hierro.

Bestia y Fae cayeron, justo hacia el agua fangosa.

Elide se lanzó hacia él, un grito mudo quebrándose en ella. Ese no era un león ordinario. Ni por
poco. No por la forma en la que conocía cada movimiento de Lorcan mientras rodaban por el agua,
mientras esquivaban y se deslizaban y se lanzaban, sangre chorreando, magia chocando, escudo
contra escudo…

Entonces el lobo atacó.

Un enorme lobo blanco, corriendo de la nada, salvaje con ira y toda ella enfocada en Lorcan.

Lorcan se separó del puma, sangre escurriendo de su brazo, su pierna, jadeando. Pero el lobo se
había desvanecido en nada. Dónde estaba, dónde estaba…

Apareció de la nada en el aire, como si hubiera salido de un puente invisible, a tres metros de
donde Lorcan.

No era un ataque. Era una ejecución.

Elide vio una brecha entre dos montículos de tierra, pasto congelado deslizándose por sus palmas,
algo tronando en su pierna–

El lobo saltó hacia la espalda vulnerable de Lorcan, sus ojos llenos de sed de sangre, dientes bril-
lando.

Elide salió por una pequeña colina, el tiempo acabándose bajo ella.

No no no no no no.

Feroces colmillos se acercaron a la columna de Lorcan.

Entonces Lorcan la escuchó, escuchó el sollozo tembloroso de ella mientras se aventaba sobre él.

Sus ojos oscuros brillaron en lo que pareció terror mientras ella se abalanzaba sobre su espalda
desprotegida.

Mientras él descubría ese golpe mortal no llegando del león frente a él, sino de las fauces del lobo
cerrándose alrededor del brazo de Elide en lugar de en el cuello de Lorcan.

Elide pudo jurar que los ojos del lobo brillaron en horror como si intentara remover el golpe sobre
ella, mientras un oscuro, pesado escudo se batía sobre ella, robando su aliento con su increíble
solidez.

Sangre y dolor y hueso y pasto y un bramido de furia.

El mundo tembló mientras ella y Lorcan caían, su cuerpo cayendo sobre el de él, las fauces del lobo
separándose de su brazo.
Elide se encogió sobre él, esperando a que el lobo y el león lo terminaran, tomaran su cuello entre
sus fauces y lo quebraran.

Pero ningún ataque vino. El silencio inundó al mundo.

Lorcan la giró, su respiración inconstante, su rostro sangriento y pálido mientras la tomaba del
suyo, su brazo.

—ElideElideElide–

Ella no podía respirar, no podía ver más allá de la sensación de su brazo que era nada más que piel
desgarrada y hueso astillado–

Lorcan tomó su rostro antes de que ella pudiera mirar y le espetó:

—¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué? —no espero por una respuesta. Él levantó su cabeza, su gruñido
tan feroz que hizo eco en sus huesos, haciendo que el dolor en su brazo surgiera lo suficientemente
violento que la hizo sollozar.

Él le gruñó al león y al lobo, su escudo un viento remolinante de obsidiana alrededor de ellos.

—Ambos están muertos. Ambos están muertos–

Elide giró su cabeza lo suficiente para ver al lobo blanco mirarlos. A Lorcan. A ver al lobo cambiar
en un parpadeo de luz en el hombre más hermoso que había contemplado. Su rostro dorado-café
se tensó al mirar su brazo. Su brazo, su brazo…

—Lorcan, nos dieron órdenes —dijo una gentil y desconocida voz desde donde el puma, también,
se había cambiado a un macho Fae.

—Al diablo tus mentadas órdenes, bastardo estúpido–

El guerrero lobo siseó, su pecho ensanchándose.

—No podremos luchar más contra esa orden, Lorcan–

—Baja el escudo —dijo el que estaba calmado—. Puedo sanar a la chica. Deja que se vaya.

—Los mataré a ambos —juró Lorcan—. Los mataré–

Elide miró a su brazo.

Había una pieza faltante. De su antebrazo. Había sangre brotando sobre los restos del pasto que-
mado. Un hueso blanco sobresaliendo–

Tal vez ella comenzó a gritar, o a sollozar o a temblar en silencio.

—No mires —le espetó Lorcan, apretando su rostro de nuevo para poner sus ojos en los de él. Su
mirada estaba marcada con tal ira que muy apenas lo podía reconocer, pero él no hizo movimiento
alguno contra los hombres.
Su poder se había agotado. Él casi lo agotó al protegerla del fuego de Aelin y de quien hubiera sido
la otra magia en el campo. Ese escudo… era todo lo que le quedaba a Lorcan.

Y si él removía el escudo para que la pudieran curar… lo matarían. Él les había advertido del ataque,
y ellos aun así lo matarían.

Aelin, dónde estaba Aelin–

El mundo se estaba oscureciendo de las orillas, su cuerpo comenzando a ceder en lugar de aguan-
tar el dolor que reordenaba todo en su vida.

Lorcan se tensó como si sintiera ese aturdimiento amenazante.

—Tú sánala —le dijo al hombre de ojos gentiles—, y entonces continuaremos–

—No —dijo ella. No para esto, no para ella–

Los ojos ónix de Lorcan eran indescifrables mientras él escaneaba su rostro. Y entonces le dijo
suavemente:

—Yo quería ir a Perranth contigo.

Lorcan removió el escudo.

No era una decisión difícil. Y no le asustaba. No tanto como esa herida fatal en el brazo de ella le
asustaba.

Fenrys había mordido una arteria. Se desangraría en minutos.

Lorcan había nacido de y bendecido con la oscuridad. Regresar a ella no era una tarea difícil.

Pero dejar esa brillante y bella luz ante él apagarse… en sus huesos, antiguos y gruñones, no podía
aceptarlo.

Ella había sido olvidada… por todos y todo. Y aun así ella había tenido esperanzas. Y aun así ella
había sido amable con él.

Y aun así ella le había ofrecido un atisbo de paz en el período que la conoció.

Le había ofrecido un hogar.

Él sabía que Fenrys no sería capaz de luchar contra la orden de matar de Maeve. Sabía que Gavriel
se mantendría fiel a su palabra y la sanaría, pero Fenrys no podría mantenerse contra esa orden
del juramento de sangre.
Él sabía que el bastardo se arrepentiría. Sabía que el lobo había estado aterrado desde el momento
en que Elide había saltado entre ellos.

Lorcan removió su escudo, rezando que ella no mirara cuando el baño de sangre comenzara. Cuan-
do él y Fenrys fueran garra contra garra y colmillos contra colmillos. Él duraría contra el guerrero.
Hasta que Gavriel se les uniera.

El escudo se desvaneció, y Gavriel estaba instantáneamente de rodillas, alcanzando con sus anchas
manos su brazo. El dolor la paralizaba, pero ella intentó decirle a Lorcan que corriera, que pusiera
de vuelta los escudos–

Lorcan se paró, silenciando su plegaria.

Él confrontó a Fenrys. El guerrero temblaba en resistencia, sus manos pegadas a los lados resistiendo
el ir por alguna de sus espadas.

Elide seguía sollozando, seguía rogándole.

Las facciones de Fenrys estaban marcadas en arrepentimiento.

Lorcan sólo le sonrió al guerrero.

Eso sacó a Fenrys de su trance.

Su centinela saltó hacia él, con la espada lista, mientras Lorcan levantaba la suya también, desde
ese momento sabiendo qué movimiento planeaba usar Fenrys. Le había entrenado sobre cómo
hacerlo. Y sabía que Fenrys dejaría baja su guardia en el lado izquierdo, sólo por un latido, expo-
niendo su cuello–

Fenrys aterrizó frente a él, deslizándose por lo bajo y esquivando por la derecha.

Lorcan inclinó la espada hacia ese lado vulnerable de su cuello.

Y entonces ambos fueron lanzados hacia atrás por un viento helado e inquebrantable. Lo que fuera
que quedara de él después de la batalla.

Fenrys estaba frenético, perdido en la sed de sangre, pero el viento golpeó contra él. Y una vez más.
Y una vez más. Manteniéndolo abajo. Lorcan luchaba contra ello, pero el escudo que Whitethorn
había lanzado sobre ellos, el poder bruto que ahora usaba para mantenerlos abajo, era demasiado
fuerte cuando su propia magia estaba agotada.

Botas crujieron en el pasto quemado. Esparcido en una pequeña colina, Lorcan levantó su mirada.
Whitethorn yacía de pie entre él y Fenrys, los ojos del príncipe brillando de furia.

Rowan examinó a Gavriel y Elide, la última aun llorando, aun rogando que se detuvieran. Pero su
brazo…

Un rasguño estropeaba ese brazo blanco como la luna, pero la rigurosa curación de Gavriel había
llenado los agujeros, la piel faltante y los huesos rotos. Debió haber usado toda su magia para–
Gavriel se tambaleó ligeramente.

La voz de Whitethorn era como la grava.

—Esto termina ahora. Ustedes dos no los tocarán. Ellos están bajo la protección de Aelin Galath-
ynius. Si los lastiman, sería considerado un acto de guerra.

Palabras específicas y antiguas, la única forma que una orden de sangre podía ser detenida. No
rechazarla, sino retrasarla un poco. Darles a todos tiempo.

Fenrys jadeó, pero en sus ojos brilló un poco de alivio. Gavriel se hundió un poco.

Los ojos de Elide seguían mostrando un poco de dolor, el baño de pecas en sus mejillas contrastan-
do con su innatural blancura en su piel.

Whitethorn le dijo a Fenrys y a Gavriel:

—¿Estamos claros sobre qué rayos sucederá si pasan la línea?

Para la eterna sorpresa de Lorcan, ambos bajaron su cabeza y dijeron:

—Sí, Príncipe.

Rowan dejó caer los escudos, y entonces Lorcan se precipitó hacia Elide, quien batalló para sen-
tarse, boquiabierto ante su brazo casi sanado. Gavriel, sabiamente, retrocedió. Lorcan examinó su
brazo, su rostro, deseando tocarla, olerla–

No se dio cuenta que los pasos ligeros en el pasto no les pertenecían a sus compañeros.

Pero sí conocía esa voz femenina que dijo desde atrás

—¿Qué demonios está pasando?

Elide no tenía palabras para expresarle a Lorcan lo que sintió en el momento que él dejó caer el
escudo. Lo que sentía cuando el príncipe guerrero tatuado de cabello plateado había detenido esa
fatal masacre.

Pero ella no tenía aliento en su cuerpo cuando miró sobre el ancho hombro de Lorcan y vio a la
mujer de cabello dorado dirigirse hacia ellos.

Joven, más aun así su rostro… era un rostro antiguo, cauteloso y astuto y poderoso. Hermoso, con
esa piel besada por el sol, y esos vibrantes ojos turquesa. Ojos turquesa, con un núcleo de oro alre-
dedor de su pupila.
Ojos Ashryver.

Lo mismo para el apuesto hombre de cabellera dorada quien llegaba al lado de ella, su cuerpo mus-
culoso tenso mientras analizaba si tenía que esparcir sangre, un arco colgando de su mano.

Dos lados de la misma moneda.

Aelin. Aedion.

Ambos estaban mirándola con esos ojos Ashryver.

Aelin parpadeó. Y su rostro dorado se arrugó mientras decía

—¿Eres tú Elide?

Todo lo que pudo hacer Elide fue asentir. Lorcan estaba rígido como la cuerda de un arco, su cuer-
po aun un poco inclinado hacia sobre ella.

Aelin se acercó más, sus ojos nunca apartándose del rostro de Elide. Joven, se sentía tan joven
comparada con la mujer que se aproximaba. Había cicatrices sobre las manos de Aelin, y en su
cuello, alrededor de sus muñecas… donde esposas habían estado.

Aelin se deslizó sobre sus rodillas no más de medio metro de distancia, y se le ocurrió a Elide que
debería estar haciendo una reverencia, su cabeza en el suelo–

—Te pareces… tanto a tu madre —dijo Aelin, su voz quebrándose. Aedion en silencio se arrodilló,
poniendo una fuerte mano sobre el hombro de Aelin.

Su madre, quien se había ido alegre, quien había peleado para que esta mujer pudiera vivir–

—Lo siento —le dijo Aelin, sus hombros curvándose hacia adentro, su cabeza cayendo un poco
mientras las lágrimas se deslizaban sobre sus ruborizadas mejillas—. Lo siento tanto —¿Cuántos
años habían estado esas palabras encerradas?

El brazo de Elide dolió, pero no la detuvo de tocar la mano de Aelin, puesta en su pierna.

De tocar esa cicatrizada y bronceada mano. Piel cálida y pegajosa encontró la punta de sus dedos.

Real. Esto era, Aelin era, real.

Como si Aelin se diera cuenta de lo mismo, su cabeza se levantó. Ella abrió su boca, pero sus labios
temblaron, y la reina los apretó uno contra otro.

Nadie de los que estaban ahí habló.

Y entonces Aelin le dijo a Elide:

—Ella me consiguió tiempo.

Elide supo a quién se refería la reina.


La mano de Aelin comenzó a temblar. La voz de la reina se quebró por completo mientras decía

—Estoy viva aquí por tu madre.

Elide sólo pudo susurrar:

—Lo sé.

—Ella me dijo que te dijera… —un tembloroso inhalar. Pero Aelin no separó su mirada, incluso
mientras lágrimas continuaban cayendo sobre la suciedad de sus mejillas— Tu madre me dijo que
te dijera que te ama… mucho. Esas fueron sus últimas palabras hacia mí. ‘Dile a mi Elide que la
amo mucho’.

Por diez años, Aelin había sido la portadora de esas últimas palabras. Diez años, a través de muertes,
desesperanzas y guerra, Aelin las había cargado a través de reinos.

Y aquí, en el fin del mundo, se habían encontrado una vez más. Aquí en el fin del mundo, sólo por
un latido, Elide sintió el cálido toque de la mano de su madre acariciar su hombro.

Lágrimas cayeron de los ojos de Elide mientras se deslizaban libres. Pero entonces el pasto crujió
detrás de ellos.

Ella vio ese cabello blanco primero. Luego esos ojos dorados.

Y Elide sollozó mientras Manon Blackbeak surgía, sonriendo ligeramente.

Mientras Manon Blackbeak la veía y a Aelin, rodilla a rodilla en el pasto, y articulaba una palabra.

Esperanza.

No muerte. Ninguno de ellos estaba muerto.

Aedion dijo con voz áspera

—Está tu brazo–

Aelin lo tomó, gentilmente. Inspeccionando el corte, la nueva piel rosa que revelaba la que había
estado faltando hace unos breves momentos. Aelin se giró de rodillas, gruñéndole al guerrero lobo.

El macho de cabello rubio apartó la mirada mientras la reina mostraba su disgusto.

—No fue su culpa —alcanzó a decir Elide.

—La mordida —dijo Aelin secamente, sus ojos turquesa brillando—, sugiere lo contrario.

—Lo siento —contestó el macho, ya sea a la reina o a Elide, ella no sabía. Sus ojos se giraron a Aelin,
algo como devastación en ellos.

Aelin ignoró las palabras. El hombre se estremeció. Y el príncipe de cabellera plateada pareció
darle una breve mirada de lástima.
Pero si la orden no había venido de Aelin para matar a Lorcan…

Aelin le dijo al otro hombre de cabello rubio detrás de Elide, aquél que la había sanado, el león

—Asumo que Rowan les dijo sobre el asunto. Los tocan, se mueren. Hacen aunque sea el respirar
mal en su dirección, y están muertos.

Elide intentó no retorcerse ante la fiereza. Especialmente cuando Manon sonrió con retorcido plac-
er.

Aelin se tensó ante la bruja que llegó por su espalda expuesta, pero le permitió a Manon el ponerse
a su derecha. Para mirar a Elide con esos ojos dorados

—Bien hecho, brujilla —le dijo Manon a ella. Manon vio a Lorcan tanto como Aelin lo hizo.

Aelin bufó.

—Te ves un poco peor que la última vez.

—Lo mismo digo —le espetó Lorcan.

La mueca de Aelin era aterradora.

—Recibiste mi nota, ¿verdad?

La mano de Aedion se había deslizado a su espada–

—La espada de Orynth —exclamó Elide, notando el pomo de hueso, las marcas antiguas. Aelin y
Lorcan se detuvieron en las gargantas del otro—. La espada… tú…

Vernon se había burlado de ella una vez. Había dicho que fue tomada por el Rey de Adarlan y que
fue fundida. Quemada, junto con el trono de astas.

Los ojos turquesa de Aedion se suavizaron.

—Sobrevivió. Nosotros sobrevivimos.

Los tres de ellos, los restos de su corte, de sus familias.

Pero Aelin estaba de nuevo mirando a Lorcan, erizada, esa retorcida mirada de vuelta. Elide dijo
suavemente:

—Sobreviví, Majestad, gracias a él —ella señaló con su barbilla a Manon—, y gracias a ella. Estoy
aquí por ellos dos.

Manon asintió, su atención ahora en el bolsillo donde había visto a Elide guardar ese pedazo de
piedra. La afirmación de lo que estaba buscando. El recordatorio de la tercera parte del triángulo.

—Estoy aquí —dijo Elide mientras Aelin ponía esos inquietos ojos en ella— gracias a Kaltain Romp-
ier —su garganta se cerró, pero ella presionó a través de ella mientras sus temblorosos dedos tom-
aban ese pedazo de tela de su bolsillo. La sensación de otro mundo que pulsaba en su palma.

“Ella me dijo que le diera esto a usted. Para Celaena Sardothien, quiero decir. Ella no sabía que el-
las… que ustedes eran la misma persona. Ella dijo que era un pago por… por un manto cálido en un
calabozo frío —no estaba avergonzada de las lágrimas que caían, no en honor de lo que esa mujer
había hecho. Aelin estudió el pedazo de tela en la mano temblorosa de Elide—. Creo que ella man-
tuvo esto como un recuerdo de amabilidad —dijo Elide con voz ronca—. Ellos… ellos la rompieron,
y la lastimaron. Y ella murió sola en Morath. Ella murió sola, para que yo no lo hiciera… para que
ellos no pudieran… —ninguno de ellos habló o se movió. Ella no podía decir si eso lo hacía peor. Si
la mano que Lorcan puso sobre su espalda le hizo llorar más fuerte.

Las palabras trastabillaron de la boca de Elide.

—Ella dijo q-que recordara su promesa de castigarlos a todos. Y d-dijo que podía abrir cualquier
puerta, sólo si tenía la l-llave.

Aelin apretó sus labios y cerró sus ojos.

Un hombre hermoso de pelo oscuro se acercó. Él era quizás unos años mayor que ella, pero cam-
inaba con tal gracia que se sentía tal pequeña y sin modales ante él. Sus ojos zafiro se enfocaron en
Elide, astutos y ecuánimes, y dijo:

—¿Kaltain Rompier salvó tu vida? ¿Y te dio eso?

Él la conocía, la había conocido.

Manon Blackbeak dijo en un tono de voz débil pero divertida:

—Lady Elide Lochan de Perranth, conoce a Dorian Havilliard, Rey de Adarlan —el rey levantó sus
cejas a la bruja.

—M-majestad —tartamudeó, inclinando su cabeza. Ella debía en verdad ponerse de pie. De dejar
de estar en el suelo como un gusano. Pero ese manto y la piedra seguían en su mano.

Aelin limpió su rostro sucio con una manga, y luego se enderezó.

—¿Sabes qué es lo que cargas, Elide?

—S-sí, Majestad.

Ojos turquesa, fascinados y cautelosos, se posaron sobre los de ella. Y luego hacia los de Lorcan.

—¿Por qué no la tomaste? —la voz era hueca y dura. Elide sospechaba que tendría suerte si nunca
usaba ese tono con ella.

Lorcan encontró su mirada sin parpadear.

—No era mío para tomar.

Aelin ahora miraba entre ellos, viendo demasiado. Y no había calidez en el rostro de la reina, pero
ella le dijo a Lorcan:

—Gracias… por traerla a mí.

Los demás parecieron intentar no mostrarse tan impactados por las palabras.

Pero Aelin se giró a Manon.

—Yo la reclamo. Sangre de bruja en sus venas o no, ella es Lady de Perranth, y ella es mía.

Ojos dorados brillaron con un poco de desafío.

—¿Y si la reclamo por las Blackbeaks?

—¿Blackbeaks, o Crochans? —ronroneó Aelin.

Elide parpadeó. ¿Manon…y las Crochans? ¿Qué estaba haciendo la Líder del Ala aquí? ¿Dónde
estaba Abraxos? La bruja dijo:

—Cuidado, Majestad. Con tu poder reducido a cenizas, tendrás que pelear conmigo a la antigua de
nuevo.

Esa mirada peligrosa volvió a su rostro.

—¿Sabes? He estado ansiosa por la segunda ronda.

—Chicas —el príncipe de cabello plateado les dijo apretando los dientes.

Ambas se giraron, dándole a Rowan Whitethorn unas horripilantes sonrisas inocentes. El Príncipe
Fae, para su sorpresa, sólo hizo una mueca después de que desviaron la mirada.

Elide deseaba que pudiera esconderse detrás de Lorcan cuando ambas mujeres pusieron esa casi
letal atención sobre ella de nuevo. Manon se acercó, sacudiendo la mano de Elide, hacia donde la
de Aelin esperaba.

—Ahí tienes, acaba con esto de una vez —dijo Manon.

Aelin se encogió levemente, pero guardó en su bolsillo el paño y la llave dentro. Una sombra in-
stantáneamente se separó del corazón de Elide, una presencia susurrante ahora silenciada.

Manon le ordenó:

—De pie. Estábamos en la mitad de algo.

Se acercó a ayudarla, pero Lorcan se adelantó y lo hizo él mismo. No soltó su agarre del brazo de
Elide, y ella intentó no inclinarse en su calor. Intentó no parecer como que acababa de conocer a su
reina, a su amiga, a su corte, y… que de alguna forma encontraba a Lorcan el más seguro de todos.

Manon le lanzó una sonrisa burlona a Lorcan.


—Tú reclamo hacia ella, Fae, está en el fondo de la lista —dientes de hierro se mostraron, volviendo
ese hermoso rostro petrificante. Lorcan no la dejó ir. Manon hizo un sonido que usualmente sig-
nificaba muerte—. No. La. Toques.

—Tú no me das órdenes, bruja —le dijo Lorcan—. Y no tienes que decir sobre nosotros dos.

Elide frunció la frente hacia él.

—Sólo lo estás empeorando.

—Nos gusta llamarlo ‘Disparates territoriales de machos’ —le confió Aelin—. O ‘Fae territoriales
bastardos’, la cual también queda igual de bien.

El Príncipe Fae detrás de ella tosió firmemente.

La reina miró por encima de su hombro, con sus cejas levantadas.

—¿Estoy olvidando alguna otra expresión de cariño?

Los ojos del guerrero príncipe brillaron, incluso aunque su rostro permanecía en un estado pred-
atorio.

—Creo que lo has cubierto todo.

Aelin le guiñó a Lorcan.

—La lastimas, y derretiré tus huesos —dijo a secas, y se alejó de ellos.

La sonrisa revestida de hierro de Manon se ensanchó, y le dio a Lorcan una burlona inclinación
mientras seguía a la reina.

Aedion miró a Lorcan y bufó.

—Aelin hace lo que quiere, pero creo que me dejará ver cuántos huesos puedo romperte antes de
que ella los derrita —y entonces él, también, se fue caminando hacia las dos mujeres. Una plateada,
otra dorada.

Elide casi grita cuando un leopardo fantasma apareció de la nada, moviendo sus bigotes en direc-
ción a Lorcan, para luego trotar detrás de las mujeres, su felpuda cola meneándose detrás.

Entonces el rey se fue, y luego los machos Fae. Hasta que sólo el Príncipe Rowan Whitethorn qued-
aba ahí de pie. Le dio a Elide una mirada.

Elide inmediatamente se removió del agarre de Lorcan. Aelin y Aedion se detuvieron más adelante,
esperándola. Sonriendo levemente, en bienvenida.

Por lo que Elide se dirigió hacia ellos, hacia su corte, y no miró atrás.
l

Rowan había permanecido en silencio durante los siguientes minutos, observando.

Lorcan estaba dispuesto a morir por Elide. Había estado dispuesto a hacer a un lado su viaje por
Maeve para asegurar que Elide viviera. Y había entonces actuado lo suficientemente territorial
para hacer a Rowan preguntarse si se había visto tan ridículo alrededor de Aelin todo el tiempo.

Ahora solos, Rowan le dijo a Lorcan

—¿Cómo nos encontraste?

Una sonrisa.

—El dios oscuro me guió hasta aquí. El ejército de los ilken hizo el resto.

El mismo Lorcan que conocía desde hace siglos, y al mismo tiempo… no. Algo en él se había vuelto
indiferente, no, calmado.

Lorcan miró hacia la fuente de esa calma, pero su mandíbula se tensó ante su atención ahora a
donde Aelin caminaba al lado de ella.

—Ese poder puede destruirla fácilmente, ¿sabes?

—Lo sé —admitió Rowan. Lo que había hecho hace unos minutos, el poder que había invocado y
desatado… había sido una canción que había hecho a su magia estallar en masa.

Cuando la resistencia de los ilken por fin había cedido ante el fuego y el hielo y el viento, Rowan
no había podido controlar el anhelo de caminar en el corazón de fuego de ese poder y verla brillar
con él.

A medio camino de la planicie, se había dado cuenta que no sólo era el encanto de ella lo que tiraba
de él. Era la mujer adentro de ello, quien podría necesitar contacto físico con otro ser vivo que le
recordara a ella misma que tenía un cuerpo, y gente que la amaba, y de retroceder de esa calma
asesina que sin piedad había desvanecido a los ilken de los cielos. Pero entonces las flamas se des-
vanecieron, los enemigos lloviendo como cenizas y hielo y cadáveres, y entonces ella lo miró… por
los dioses, cuando ella lo miró, él casi cae de rodillas.

Reina, y amante, y amiga, y más. No le había importado que tenían una audiencia. Él tenía el deseo
de tocarla, de cerciorarse que ella estaba bien, de sentir a la mujer que podía hacer cosas tan gran-
diosas y terribles y aun así mirarlo con esa vibrante y aclamada vida en sus ojos.

Tú me haces querer vivir, Rowan.

Se preguntaba si Elide Lochan había de alguna forma hecho que Lorcan hiciera lo mismo.

Le dijo a Lorcan:
—¿Y qué de tu misión?

Cualquier suavidad se desvaneció de las facciones de granito de Lorcan.

—¿Por qué no me dices porqué estás en este lugar de mierda, y luego discutimos mis planes?

—Aelin puede decidir qué decirte.

—Tan buen perro.

Rowan le dio una sonrisa floja, pero se detuvo de comentar sobre esa joven mujer, delicada y de
cabello oscuro, quien ahora sostenía las ataduras del mismísimo Lorcan.
Capítulo 58
Traducido por Sergio Palacios
Corregido por Sandra

Kaltain Rompier había cambiado el curso de esta guerra.

Dorian no se había sentido nunca tan avergonzado de sí mismo.

Debió haber sido mejor. Debió haber visto mejor. Todos ellos debieron de hacerlo.

Los pensamientos le daban vueltas y vueltas mientras Dorian apoyaba la espalda en el templo me-
dio inundado, en silencio observando mientras Aelin estudiaba el pecho en el altar como si fuera
un oponente.

La reina estaba ahora flanqueada por Lady Elide, Manon del otro lado del pelo negro de la mujer,
Lysandra extendida en un leopardo fantasma a los pies de la reina.

El solo poder en ese grupo era asombroso. Y Elide... Manon le había murmurado algo a Aelin en su
caminar de vuelta a las ruinas sobre el que Elide era vigilada por Anneith.

Vigilada, así como el resto de ellos lo era por otros dioses.

Lorcan salió de las ruinas, Rowan a su lado, Fenrys, Gavriel y Aedion acercándose a ellos, manos
en sus espadas, sus cuerpos aun vibrando en tensión mientras mantenían a Lorcan en la mira. Es-
pecialmente guerreros de Maeve.

Otro anillo de poder.

Lorcan —Lorcan, bendecido por Hellas mismo. Rowan se lo había dicho en ese viaje en bote hacia
las Islas Muertas. Hellas, dios de la muerte. Quien había viajado aquí con Anneith, su conyugue.

Los vellos de los brazos de Dorian se erizaron.

Descendientes —cada uno de ellos bendecido por un dios diferente, cada uno de ellos discreta, si-
lenciosamente, guiado aquí. No era una coincidencia. No podía serlo.

Manon se dio cuenta de su presencia, él de pie unos metros atrás, y leyó la cautela que estaba en su
rostro, saliéndose del círculo de mujeres para ir a su lado.

—¿Qué?

—Tengo un mal presentimiento de esto —Dijo Dorian, apretando su mandíbula.


Él estaba esperando una despedida, o una burla, pero Manon dijo

—Explícate.

Abrió la boca para responder, pero Aelin se separó del estrado.

La Cerradura —la Cerradura que contendría las Llaves del Wyrd, que le permitiría a Aelin ponerlas
de vuelta en su puerta. Gracias a Kaltain, gracias a Elide, ellos sólo necesitaban una más. Donde
fuera que Erawan la tuviera. Pero obteniendo esta Cerradura...

Rowan estaba instantáneamente al lado de la reina mientras ella se asomaba hacia el pecho.

Lentamente, ella se giró hacia ellos. Hacia Manon.

—Ven aquí —Le dijo Aelin con una voz desconcertadamente tranquila.

Manon sabiamente, no se negó.

—Este no es el lugar ni el momento para explorarlo —Rowan le dijo a la reina—. Lo moveremos de


vuelta al barco, y desde ahí lo averiguaremos.

Aelin murmuró en acuerdo, su rostro palideciendo.

—¿La Cerradura estuvo siempre aquí, desde el principio? —Les preguntó Manon.

—No lo sé —Dorian nunca había escuchado a Aelin articular las palabras. Fue suficiente para man-
darlo corriendo por las escaleras, salpicando agua mientras se asomaba.

No había una Cerradura. No en la forma en la que la esperaban, no en la forma en la que a la reina


se le había prometido e instruido para encontrarla.

El pecho de piedra contenía una sola cosa:

Un espejo de hierro, la superficie casi dorada por la edad, moteado, cubierto en suciedad. Y a lo
largo del contorno tallado en trenzado, plegado en la parte superior derecha...

La marca de El Ojo de Elena. Un símbolo de bruja.

—¿Qué rayos es esto? —Aedion demandó unos escalones abajo.

Fue Manon quien respondió, mirando de soslayo el rostro de la reina

—Es un espejo de bruja.

—¿Un qué? —Aelin preguntó. Los otros se acercaron más.

Manon dio unos golpes con su uña en el borde del pecho de piedra.

—Cuando mataste a Yellowlegs, ¿Te dio un indicio de porqué estaba ahí, de qué era lo que quería
de ti o el difunto rey? —Dorian buscó en su propia memoria, pero no encontró nada.
—No —Aelin volteó a verlo esperando respuesta, pero Dorian sacudió su cabeza en negación tam-
bién. Le preguntó a la bruja

—¿Tú sabes por qué estaba ahí?

Algo como un asentimiento. Un respiro de vacilación. Dorian se preparó para su respuesta.

—Yellowlegs estaba ahí para reunirse con el rey —para mostrarle cómo sus espejos mágicos fun-
cionaban.

—Quebré la mayoría de ellos —Aelin dijo, cruzándose de brazos.

—Lo que haya sido que destruiste debieron haber sido trucos baratos y réplicas. Sus verdaderos
espejos de bruja... no puedes romperlos. No tan fácilmente, al menos.

—¿Qué pueden hacer? —Dorian tenía un horrible presentimiento sobre a dónde iba todo esto.

—Puedes ver el futuro, el pasado, y el presente. Puedes hablar entre espejos, si alguien tiene su
hermana. Y también están los raros de plata —aquellos cuya forja demanda algo vital de quien lo
hace —La voz de Manon fue disminuyendo de volumen. Dorian se preguntó si incluso entre las
Blackbeaks, estos cuentos eran sólo susurrados en fogatas—. Otros espejos pueden amplificar y
contener disparos de poder puro, para ser liberado si es apuntado hacia algo.

—Un arma —Aedion dijo, provocando un asentimiento de Manon. El general debió haber unido las
piezas también porque preguntó antes de que Dorian lo hiciera

—¿Yellowlegs se reunió con él para hablar de esas armas, verdad?

Manon guardó silencio por un largo tiempo que supo que Aelin estaba a punto de presionar. Pero
Dorian el dio una mirada de advertencia para mantener silencio. Así que lo hizo. Todos ellos lo
hicieron.

Finalmente, la bruja habló

—Han estado haciendo torres. Enormes, más aun así capaces de ser trasladadas a través de cam-
pos de batallas, alineadas con esos espejos. Para que Erawan usara sus poderes —y eliminara tus
ejércitos con unos cuantos golpes.

Aelin cerró sus ojos. Rowan puso una mano sobre su hombro.

Dorian preguntó

—¿Es esto... —Él miró hacia el pecho, el espejo adentro—uno de esos espejos que planea usar?

—No —Manon dijo. Estudiando el espejo de bruja dentro del pecho—. Lo que sea este espejo... no
estoy segura para qué sirve. Qué siquiera de lo que puede hacer. Pero no es para nada la Cerradura
que estás buscando.

Aelin tomó el Ojo de Elena de su bolsillo, pesándolo en su mano, y dejando salir un largo suspiro
por su nariz.
—No puedo esperar a que este día acabe.

Kilómetro tras kilómetro, los machos Hada cargaron el espejo entre ellos.

Rowan y Aedion interrogaron a Manon por detalles sobre esas torres de bruja. Dos ya estaban
hechas, pero ella no sabía cuántas más iban a ser construidas. Estaban estacionadas en la Brecha
Ferian, pero otras posiblemente estaban en otra parte. No, ella no sabía el modo de transportación.
O cuántas brujas por torre.

Aelin dejó que sus palabras se asentaran en una parte profunda y silenciosa de ella. Ella lo
averiguaría mañana —después de dormir. Y averiguaría sobre este maldito espejo de bruja maña-
na, también.

Su magia estaba exhausta. Por primera vez en días, el fondo de su magia dormitaba.

Ella podía dormir por una semana. Por un mes.

Cada paso por los pantanos, de vuelta hacia donde esos tres barcos estarían esperándolos, era un
esfuerzo. Lysandra frecuentemente se ofreció a cambiar a un caballo y llevarla, pero Aelin se nega-
ba. La cambia-formas estaba agotada también. Todos ellos lo estaban.

Ella quería hablar con Elide, quería preguntarle tantas cosas respecto a esos años separadas,
pero... el cansancio que la fastidiaba hacía el hablar casi imposible. Ella sabía qué tipo de sueño le
hacía señas —ese profundo, restaurador sueño que su cuerpo demandaba después de mucha magia
gastada, después de haberla guardado por tanto tiempo.

Por lo que Aelin vagamente le habló a Elide, dejando que la joven estuviera con Lorcan mientras se
apresuraban a la costa. Mientras cargaban el espejo con ellos.

Tantos secretos —habían aun tantos secretos con Elena y Brannon y su guerra de hace mucho
tiempo. ¿La Cerradura alguna vez existió? ¿O era el espejo de bruja la Cerradura? Demasiadas
preguntas con tan pocas respuestas. Ella las descubriría. Una vez que se pusieran a salvo. Una vez
tuviera ella oportunidad de dormir.

Una vez... que todo estuviera en orden, también. Por lo que caminaron a duras penas por los pan-
tanos sin descansar.

Fue Lysandra quien lo percibió con sus sentidos de leopardo, a medio kilómetro de la playa de
arena blanca y el tranquilo mar gris más allá, una muralla de dunas blancas de arena bloqueando
la vista más adelante.

Todos tenían armas listas mientras se apresuraban en la duna, arena deslizándose detrás de ellos.
Rowan no se transformó —la única prueba que mostraba su enorme cansancio. Él llego a la colina
primero. Desenvainó su espada de su espalda.

Porque un centenar de velas grises se extendía a lo largo, rodeando sus propios barcos.

Se esparcían por el horizonte al este, en completo silencio salvo por los hombres que apenas podían
distinguirse a bordo. Barcos del este... del Golfo de Oro.

La flota de Melisande.

Y en la playa, esperando por ellos... un grupo de veinte guerreros, guiados por una mujer vestida
de gris. Las garras de Lysandra se deslizaron libres de sus vainas mientras soltaba un leve gruñido.

Lorcan puso a Elide detrás de él.

—Nos retiraremos a los pantanos —Le dijo a Rowan, cuyo rostro se puso duro como la piedra mien-
tras medía al grupo de la playa, a la flota que se avecinaba— Podemos dejarlos atrás.

Aelin deslizó sus manos hacia sus bolsillos.

—No van a atacar.

Lorcan soltó un bufido.

—¿Estás adivinando esto basado en tus muchos años de experiencia en guerra?

—Ten cuidado —Le advirtió Rowan.

—Esto es absurdo —Escupió Lorcan, girando atrás, como si fuera a tomar a Elide, pálida de rostro
a su lado—, nuestras reservas están agotadas...

Lorcan fue detenido de agarrar a Elide del hombro por una pared de fuego tan delgada como el
papel. Era lo más que Aelin podía crear.

Y por Manon y sus garras de hierro haciéndole frente mientras gruñía

—No vas a llevar a Elide a ninguna parte. Ni ahora, ni nunca.

Lorcan se enderezó a su máxima altura. Y antes de que pudieran destrozar algo con sus peleas,
Elide puso una delicada mano en el brazo de Lorcan —su propia mano envuelta alrededor de la
empuñadura de su espada.

—Yo escojo esto, Manon.

Manon sólo observó la mano en el brazo de Lorcan.

—Discutiremos esto más tarde.

En efecto. Aelin miró a Lorcan sobre su hombro y le mofó

—Ve a lamentarte a otro lado —La mujer armada en la playa, junto con sus soldados, estaba ahora
caminando a zancadas hacia ellos.

—No se ha terminado —Gruñó Lorcan—, este asunto entre nosotros.

—¿Crees que no lo sé? —Aelin sonrió un poco.

Pero Lorcan sondeó a Rowan, su poder oscuro parpadeando, ondulando sobre las olas como un
silencioso trueno. Tomando una posición defensiva.

Aelin miró al príncipe, rostro duro como la piedra, luego a Aedion, la espada de su primo y escudo
inclinados y listos, y después a los otros.

—Vamos a saludarlos.

—Aelin... —Rowan comenzó.

Pero ella ya estaba caminando hacia abajo de la duna, haciendo su mejor esfuerzo para evitar
deslizarse en la arena engañosa, y para mantener su cabeza en alto. Los otros siguiéndola detrás
estaban rígidos como cuerda de arco, pero su respiración permanecía normal —listos para todo.

Los soldados estaban vestidos en pesadas armaduras de color gris, sus rostros duros y con cicatri-
ces, midiéndolos mientras golpeaban la arena. Fenrys le gruñó a uno de ellos, y el hombre evitó su
mirada.

Pero la mujer se quitó su capucha mientras se aproximaba con una gracia felina, dando pasos vac-
ilantes a menos de tres metros.

Aelin conocía cada detalle de ella.

Sabía que tenía veinte años ya. Sabía que era de estatura media, con su cabellera rojo-vino como el
verdadero tono. Sabía que esos ojos rojo-café eran los únicos que había visto en cualquier tierra, en
cualquier aventura. Sabía que la cabeza de lobo en el pomo de su majestuosa espada era la cresta
de su familia. Conocía esas pecas, esa enorme boca burlona, esos brazos delgados engañosos que
escondía músculos duros como la piedra mientras los cruzaba.

Esa boca se inclinó en una media mueca, mientras Ansel de Briarcliff, Reina de Wastes, arrastraba
las palabras.

—¿Quién te dio permiso de usar mi nombre en las peleas callejeras, Aelin?

—Me di a mí misma el permiso de usar tu nombre cuando me plazca, Ansel, el día que te salve la
vida en lugar de terminarla como la cobarde que eres.

Esa sonrisa burlona se ensanchó.

—Hola, perra —Le ronroneó Ansel.

—Hola, traidora —Aelin ronroneó de vuelta, inspeccionando la armada dispersa ante ellos—.
Parece que llegaste justo a tiempo después de todo.
Capítulo 59
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Sandra

Aelin sentía el completo shock de sus compañeros emanar de ellos mientras Ansel hacia una rever-
encia dramática, haciendo un gesto hacia los barcos detrás de ellos, mientras decía

—Como pediste: Tu flota.

Aelin soltó un bufido.

—Tus soldados se ven como si hubieran tenido mejores días.

—Oh ellos siempre se ven así. He intentado e intentado hacerlos enfocarse en las apariencias exter-
nas tanto como en la belleza interior, pero... ya sabes cómo son los hombres.

Aelin se rio. Incluso aunque sentía el shock de sus compañeros tornarse algo rojo caliente.

Manon dio un paso adelante, la briza del mar agitando mechones de su cabello blanco sobre su
rostro, mientras le decía a Aelin

—La flota de Melisande se inclina ante Morath. Podrías muy bien estar firmando una alianza con
Erawan si vas a trabajar con esta... persona.

El rostro de Ansel se quedó sin color al ver los dientes de hierro, las uñas. Y Aelin recordó la his-
toria que la asesina-convertida-en-reina le había contado una vez, susurrado sobre las arenas del
desierto y bajo un manto de estrellas. Un amigo de la infancia... devorado vivo por una bruja Di-
entes de Hierro.

Después, Ansel misma, tras la masacre de su familia, había sido perdonada cuando se cruzó con un
campamento de brujas Dientes de Hierro.

—Ella no es de Melisande —Le dijo Aelin a Manon—. Wastes está aliado con Terrasen.

Aedion comenzó, observando ahora los barcos, a la mujer ante ellos.

Manon Blackbeak dijo en una voz como la muerte

—¿Quién es ella para hablar por Wastes?

Oh, por todos los dioses. Aelin puso su rostro en un semblante tranquilo y gesticuló entre las dos
mujeres
—Manon Black, Heredera el Clan de Brujas Blackbeak ahora última Reina Crochan... conoce a An-
sel de Briarcliff, asesina y Reina de los Wastes Occidentales.

Gruñidos llenaron la cabeza de Manon mientras remaban de vuelta a su barco, interrumpidos sólo
por el salpiqueo de los remos en las olas tranquilas.

Iba a matar a esa perra de pelo rojo. Lentamente.

Permanecieron en silencio hasta que llegaron al barco principal, y treparon por su lado.

Ninguna señal de Abraxos.

Manon escaneó los cielos, la flota, el mar. Ni un poco de él a la vista.

La ira en sus entrañas se tornó algo más, algo peor, y ella dio un paso hacia el capitán de rostro
rojizo para demandarle respuestas.

Pero Aelin casualmente se cruzó en su camino, dándole una sonrisa ladeada mientras miraba entre
Manon y la joven mujer de pelo rojo recargada sobre la escalera.

—Vosotras dos deberíais tener una pequeña charla más tarde.

Manon estaba que echaba chispas.

—Ansel de Briarcliff no responde por Wastes.

¿Dónde estaba Abraxos...?

—¿Pero tú sí?

Y Manon se preguntó si ella de alguna forma... de alguna forma se había enredado en cuales fuer-
an los planes que la reina hubiera tejido. Especialmente cuando Manon se encontró a sí misma
deteniéndose de nuevo, forzándose a darse la vuelta hacia la reina con su sonrisa burlona y decirle

—Sí. Yo sí.

Incluso Rowan parpadeó ante el tono de Manon Blackbeak —la voz que no era de una bruja o guer-
rero o un predador. Sino de Reina.
La última Reina Crochan.

Rowan calculó la potencial pelea explosiva hirviendo entre Ansel de Briarcliff y Manon Blackbeak.

Él recordaba todo lo que Aelin le había dicho de Ansel —la traición mientras ambas mujeres habían
entrenado en el desierto, la pelea a muerte que había terminado en Aelin perdonando a la mujer de
pelo rojo. Una deuda de vida.

Aelin la había llamado por esa deuda.

Ansel, con una arrogancia fanfarrona que explicaba completamente porqué ella y Aelin se habían
vuelto rápidamente amigas, arrastró las palabras hacia Manon desde donde se recargaba en el
alcázar.

—Bueno, la última vez que oí, ni las brujas Crochan ni las brujas Ironteeth se preocuparon por
cuidar de Wastes. Supongo que como alguien que ha alimentado y cuidado a su gente por los últi-
mos dos años, tengo derecho a hablar por ellos. Y a decidir a quién nosotros ayudamos y cómo lo
hacemos —Ansel sonrió a Aelin como si la bruja no estuviera observando su garganta como si la
fuera a arrancar con sus dientes de hierro—. Tú y yo vivimos al lado del otro, después de todo. No
sería una buena vecina si no ayudara.

—Explícate— Aedion dijo duramente, su corazón latiendo como relámpago lo suficientemente


fuerte para que Rowan lo escuchara. La primera palabra que el general había dicho desde que
Ansel se quitara su capucha. Desde que la pequeña sorpresa de Aelin les estuviera esperando en la
playa.

Ansel giró su cabeza, su sedosa cabellera roja brillando por la luz, mirándose, se dio cuenta Rowan,
como el más exquisito vino rojo. Exactamente como Aelin lo había descrito una vez.

—Bueno, meses atrás, estaba atendiendo mis propios asuntos en Wastes, cuando recibí un mensa-
je inesperado. De Aelin. Me envió un mensaje alto y claro desde Rifthold. Pelea callejera —Ansel
soltó una risilla, sacudiendo su cabeza—. Y supe que tenía que prepararme. Que tenía que mover
mi ejército a la orilla de las Montañas de Anascaul.

La respiración de Aedion se cortó. Sólo siglos de entrenamiento evitaron que a Rowan le pasara lo
mismo. Su cadre permaneció impasible detrás de ellos, posiciones que habían tomado cientos de
veces durante los siglos. Listos para un baño de sangre —o para pelear su salida de él.

Ansel sonrió, un gesto victorioso.

—La mitad de ellos están en camino hacia allí ahora. Listos para unirse a Terrasen. El hogar de
mi amiga Celaena Sardothien, quien no lo olvidó, incluso cuando ella estuvo en el Desierto Rojo;
y quien no dejaba de mirar al norte cada noche que podíamos ver las estrellas. No había un mejor
regalo que pudiera ofrecer para pagarle que salvando el reino que ella nunca olvidó. Y eso fue an-
tes de que recibiera su carta meses atrás, diciéndome quién ella era y que me destriparía si no la
asistía en su causa. Estaba en camino con el ejército listo, pero... entonces la siguiente carta llegó.
Diciéndome que me dirigiera al Golfo de Oro. Para encontrarla ahí y seguir una específica serie de
instrucciones.
Aedion giró su cabeza hacia Aelin, agua de mar de cuando estaban en el bote aun brillando en su
rostro bronceado.

—Las cartas desde Ilium...

—Deja que la mujer termine —Aelin agitó una mano de manera floja hacia Ansel.

Ansel giró una mirada hacia Aelin y llevó su brazo a través de su codo. Sonrió como un demonio.

—Estoy asumiendo que saben cuán ocupada Su Majestad está. Pero seguí las instrucciones. Traje
la otra mitad de mi ejército cuando viré hacia el sur, y pasamos a través de los Colmillos Blancos
y hacia Melisande. Su reina asumió que llegamos a ofrecer ayuda. Nos dejó justo en las puertas
principales.

Rowan contuvo la respiración.

Ansel dejó escapar un silbido, y del barco más cercano, un galope y relinchido sonó.

Y entonces un caballo Asterion emergió de los establos del barco.

El caballo era una tormenta hecha piel.

Rowan no podía recordar la última vez que Aelin brilló con completa alegría mientras suspiraba.

—Kasida.

—¿Sabías —Ansel continuó— que disfruto mucho robar? Con las tropas de Melisande distribuidas
tan delgadas por Morath, ella realmente no tuvo otra opción más que rendirse. Aunque estaba de
verdad furiosa cuando me vio reclamar al caballo —aún más cuando la saqué de su calabozo para
revelar que la bandera de Terrasen ahora se agita junto con mi lobo en su propia casa.

—¿Qué...? —Soltó Aedion.

Aelin y Ansel se giraron a él, con sus cejas levantadas. Dorian dio unos pasos adelante a las pal-
abras de Ansel, y la Reina de Wastes le dio una mirada que decía que le gustaría robarlo a él.

Ansel hizo un gesto hacia los barcos alrededor de ellos agitando su brazo.

—La flota de Melisande es ahora nuestra flota. Y su capital es ahora nuestra, también —Ella sa-
cudió su barbilla hacia Aelin—. De nada.

Manon Blacbkeak estalló en una carcajada.

Aedion no sabía con quién estar más furioso: con Aelin, por no decirle la verdad sobre Ansel de
Briarcliff y el maldito ejército al cual ella sigilosamente le había ordenado saquear Melisande y
apoderarse de su flota, o con él mismo, por no confiar en ella. Por demandar donde estaban sus
aliados, por insinuar todo lo que él tenía en esos momentos antes del ataque de los ilken. Ella sólo
lo había tomado.

Mientras las palabras de Ansel aún se asimilaban en el grupo aún reunido en la cubierta principal,
su primo dijo con calma:

—Melisande tenía intenciones de asistir a Morath en dividir el Norte y el Sur. No tomé su ciudad
por gloria o conquista, pero no permitiré que nada se interfiera entre yo y el derrotar a Morath.
Melisande sabrá ahora el costo de aliarse con Erawan.

Trató de no explotar. Él era su príncipe-general. Rowan era su consorte —o algo parecido a ello. Y
aun así ella no les había confiado esto. Él ni siquiera había contemplado a Wastes como aliados. Tal
vez eso era el porqué. Él le hubiera dicho que no se preocupara.

—Es muy probable que Melisande le haya enviado un mensaje ya a Morath —Aedion le dijo a An-
sel—. No me cabe duda de que sus propios ejércitos se han de estar regresando a la capital. Ten a
tus hombres restantes de vuelta en los Colmillos. Podemos guiar a la armada desde ahí.

Ansel miró a Aelin, quien asintió en acuerdo. La Reina de Wastes le preguntó entonces:

—¿Y luego marchar norte a Terrasen a través del paso de Anascaul?

Aedion dio un simple asentimiento de confirmación, calculando ya dónde pondría a sus hombres,
a quién en La Perdición le daría la orden de comandarlos. Sin ver a los hombres de Ansel pelear...
Aedion comenzó a dirigirse a las escaleras del alcázar, sin preocuparse por recibir permiso.

Pero Aelin lo detuvo aclarándose la garganta.

—Habla con Ansel antes de que se vaya mañana por la mañana sobre dónde llevar su ejército una
vez esté completo de nuevo.

Él apenas asintió y continuó subiendo por las escaleras, ignorando la mirada preocupada de su pa-
dre mientras avanzaba. Los otros se separaron, y a Aedion no le importó a dónde fueron, sólo que
tenía unos pocos minutos para sí mismo.

Se apoyó en la barandilla, escudriñando el mar chocando contra el lado del barco, intentando no
darse cuenta de los hombres en los barcos cercanos observándolos y midiéndolos a él y sus com-
pañeros.

Algunos de sus susurros le llegaron a través del agua. El Lobo del Norte; General Ashryver. Algunos
comenzaron a decir historias —la mayoría totales mentiras, algunas lo suficientemente cerca a la
verdad. Aedion dejó que el sonido de sus voces se ahogara en el ruido sordo y el silbido de las olas.

El aroma siempre cambiante de ella lo golpeó, y algo en su pecho se aligeró. Y se aligeró aún más al
ver sus dorados brazos delgados mientras los recargaba en la barandilla al lado de él.

Lysandra miró sobre su hombro a donde la bruja y Elide —dioses, Elide— se habían ido a sentar en
el trinquete, hablando tranquilamente. Probablemente contando sus propias aventuras desde que
se separaron.

La armada no zarparía hasta mañana, había escuchado al capitán decir. Dudaba si tenía que ver
con Aelin esperando a ver si la montura desaparecida de su Líder del Ala regresaba.

—No deberíamos retrasarnos —Aedion dijo, ahora escaneando el horizonte del norte. Los ilken
habían venido en esa dirección —y les habían encontrado tan fácilmente, incluso con una armada
alrededor de ellos... —. Cargamos con dos llaves y la Cerradura —o lo que sea que ese espejo de
bruja realmente sea. La corriente está con nosotros. Deberíamos marcharnos.

Lysandra le dio una mirada dura.

—Ve y toca el tema con Aelin.

Aedion la estudió de pies a cabeza.

—¿Qué te está molestando?

Ella había estado distante los días pasados. Pero ahora él podría prácticamente ver la máscara de
esa cortesana ponerse en su lugar mientras parecía forzar sus ojos a iluminarse, sus labios frunci-
dos a suavizarse.

—Nada, sólo estoy cansada —Algo en la forma en la que ella miraba hacia el mar lo tocó.

—Hemos estado peleando nuestro camino a través del continente —Dijo Aedion con cuidado—. In-
cluso después de diez años de esto, me sigue agotando. No sólo físicamente, sino... en mi corazón.

Lysandra pasó un dedo sobre la suave madera de la barandilla.

—Pensé... todo parecía una gran aventura. Incluso cuando el peligro parecía tan horrible, seguía
siendo nuevo, y ya no estaba más encerrada en vestidos y cuartos. Pero ese día en Bahía Calavera,
dejó de ser así. Y comenzó a ser... supervivencia. Y alguno de nosotros tal vez no salgamos de esto
—Sus labios temblaron un poco—. Nunca tuve amigos —no como los tengo ahora. Y hoy en esa
playa, cuando vi a la flota y pensé que pertenecía al enemigo... por un momento, deseé que nunca
hubiera conocido a ninguno de vosotros. Porque el pensamiento de cualquiera de vosotros... —Ella
ahogó un suspiro— ¿Cómo lo haces? ¿Cómo has aprendido a entrar en un campo de batalla con La
Perdición y no caer por el terror de que no todos ellos podrán salir de ahí?

Aedion escuchó cada palabra, evaluando cada escalofrío. Y dijo directamente

—No tienes otra opción más que aprender a enfrentarlo —Deseaba que ella no tuviera que pensar
en tales cosas, que no tuviera que cargar con ese peso—. El miedo a la pérdida... puede destruirte
tanto como la pérdida misma.

Lysandra al fin encontró su mirada. Esos ojos verdes —la tristeza en ellos lo golpearon como un
golpe al estómago. Fue un esfuerzo no ir hacia ella. Pero ella dijo:

—Creo que ambos necesitamos recordarnos a nosotros mismos eso en los tiempos venideros.
Él asintió, viendo sobre su nariz.

—Y recordar el disfrutar cada momento que tengamos —Ella posiblemente había aprendido eso
tantas veces como le fue posible.

Su delgada, dulce garganta se movió al paso de saliva, y le miró de lado bajo sus pestañas.

—En verdad lo disfruto, lo sabes. Esto... lo que sea que sea.

El corazón de Aedion estalló en latidos como trueno. Se debatió sobre si proceder o no con sutileza
y se dio un lapso de tres respiros para decidir. Al final, optó por su método usual, aquel que había
servido bien tanto dentro y fuera del campo de batalla: un preciso ataque directo, seguido de com-
pleta arrogancia para tirar a sus oponentes fuera de su defensa.

—Sea lo que esto sea —Le dijo con media sonrisa—, ¿Entre nosotros?

Lysandra en efecto fue a la defensiva y mostró su mano.

—Sé que mi historia es... no tan atractiva.

—Voy a detenerte justo ahí —Le cortó Aedion, atreviéndose a dar un paso más cerca—. Y voy a
decirte que no hay nada no atractivo sobre ti. Nada. He estado con tanta gente también. Mujeres,
hombres... he intentado y visto todo.

Sus cejas se levantaron. Aedion se encogió de hombros.

—Encuentro placer en ambos, dependiendo de mi humor y la persona —Uno de sus amantes aún
era uno de sus más cercanos amigos —y el más hábil comandante en La Perdición—. Atracción es
atracción —Se armó de valor—, y sé suficiente sobre ello para entender que tú y yo... —Algo se cerró
en los ojos de ella, y las palabras se le resbalaron. Demasiado pronto. Demasiado pronto para tener
esta conversación—. Podemos averiguarlo. No demandarnos nada que no sea honestidad —Esa
era la única cosa que a él realmente le importaba pedir. No era nada más de lo que le pediría a un
amigo.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—Sí —Ella le dijo—, comencemos ahí.

Se atrevió a dar otro paso más cerca, sin importarle quién estuviera vigilando en la cubierta o en la
barandilla o en la flota alrededor de ellos. Un rubor apareció en esos hermosos pómulos, y fue un
esfuerzo no pasar un dedo alrededor de ellos, y luego a sus labios. Probar su piel.

Pero él se tomaría su tiempo. Disfrutaría cada momento, como le había dicho a ella que hiciera.

Porque esta iba a ser su última caza. No tenía intención de gastar cada glorioso momento en un
sólo instante. De desperdiciar cualquiera de los momentos que el destino le había dado, y todo lo
que él quería mostrarle.

Cada corriente y bosque y lago en Terrasen. Ver a Lysandra reír en los bailes en círculo de otoño;
tejer cintas alrededor de los mayos en primavera; y escuchar, con los ojos abiertos, los antiguos
cuentos de guerra y fantasmas ante las rugientes fogatas de invierno en los pasillos de las mon-
tañas. Todo eso. Él quería mostrarle todo eso. Y caminar hacia esos campos de batalla una y otra
vez para garantizar que podía.

Así que Aedion le sonrió a Lysandra y acarició su mano con la suya.

—Me alegra que estemos de acuerdo, por una vez.

Comentarios de la Traducción

Alcázar. Parte superior de la cubierta. Abarca el palo mayor y la cámara principal de un barco.

Expoliar. Robar algo o tomar algo de una persona de manera injusta o violenta.

Trinquete. Palo inmediato a la proa en un barco (El palo más cerca a la punta del barco).

Mayos. Nombre que se le da a los palos donde se amarran listones y se gira alrededor de ellos
en la Fiesta de los Mayos (Celebrada originalmente en Galicia).
Capítulo 60
Traducido por Akasha San

Corregido por Cotota

Aelin y Ansel chocaron las botellas de vino sobre la larga mesa, con cicatrices de la galería y bebie-
ron largamente.

Navegarían a primera hora de la mañana. Hacia el norte, de regreso al norte. A Terrasen.

Aelin apoyó los antebrazos en la mesa pulida.

—He aquí una entrada dramática.

Lysandra, enroscada en el banco en forma de leopardo fantasma, con la cabeza apoyada en el rega-
zo de Aelin, dejó escapar una pequeña risa felina. Ansel parpadeó sorprendida.

—¿Ahora qué?

—Sería bueno —se quejó Aedion desde debajo de la mesa, donde él y Rowan las observaban—, ser
incluido en sólo uno de estos planes, Aelin.

—Pero sus rostros son tan maravillosos cuando llego a revelarlos —canturreó Aelin.

Él y Rowan fruncieron el ceño. Oh, ella sabía que estaban enojados. Enojados de que ella no les
hablara de Ansel. Pero el pensar en decepcionarlos… ella había querido hacer esto por su cuenta.

Rowan, aparentemente, contuvo su enojo lo suficiente para preguntar a Ansel.

—¿Estaban o no los ilken o los Valg en Melisande?

—¿Estas implicando que mis fuerzas no son lo suficientemente buenas para tomar la ciudad si
hubieran estado? —Ansel tomó de su vino, una risa bailando en sus ojos. Dorian sentado en la
mesa entre Fenrys y Gavriel, los tres guardando silencio sabiamente. Lorcan y Elide estaban en la
cubierta… en alguna parte—. No, Príncipe —continuó Ansel—. Le pregunté a la Reina de Melisande
acerca de la cantidad de horrores de Morath, y, después de persuadirla, me informó que, a través
de su astucia y engaños, se las arregló para mantener las garras de Erawan lejos de ella. Y de sus
soldados.

Aelin se enderezó un poco, deseando tener más que el tercio de la botella de vino que ya había
consumido mientras Ansel añadía.

—Cuando esta guerra haya terminado, Melisande no contará con la excusa de haber estado
esclavizada por Erawan o el Valg. Todo lo que ella y sus soldados han hecho, su decisión de aliarse
con él, fue una decisión tomada por humanos —dirigió su mirada a la parte más oscura de la cocina,
donde Manon Blackbeak estaba sentada sola—. Al menos Melisande tendrá que compadecer a las
Ironteeth.

Los dientes de hierro de Manon brillaron en la oscuridad. Su wyvern no había sido visto ni escuchado
desde que se había ido, aparentemente. Y ella y Elide habían hablado durante más de una hora en
la cubierta esta tarde.

Aelin decidió hacerles a todos un favor y terminar.

—Necesito más hombres, Ansel. Y no tengo la habilidad de estar en tantos lugares a la vez —todos
la miraban ahora.

Ansel dejó la botella.

—¿Quieres que arme otro ejército para ti?

—Quiero que me encuentres a las perdidas brujas Crochan.

Manon se levantó bruscamente.

—¿Qué?

Aelin rascó una marca en la mesa.

—Ellas están escondidas, pero aún están ahí afuera, si las Ironteeth las cazan. Puede que sean
un número significativo. Prometeré compartir los Wastes con ellas. Tú controlarás Briarcliff y la
mitad de la costa. Dales tierra adentro y el sur.

Manon comenzó a merodear, había muerte en sus ojos.

—No tienes derecho a prometer tales cosas —las manos de Rowan y Aedion se dispararon hacia
sus espadas. Pero Lysandra abrió un ojo somnoliento, estiró una pata en el banco, y reveló largas y
afiladas garras que ahora se encontraban entre las espinillas de Manon y Aelin.

Aelin le dijo a Manon.

—No puedes mantener la tierra, no con la maldición. Ansel la ganó, a través de sangre y pérdida y
su propio ingenio.

—Es mi casa, la casa de mi gente…

—¿Ese era el precio que pedía, no? Las Ironteeth recuperaban su tierra natal, y Erawan
probablemente les prometió romper la maldición —ante la mirada de sorpresa de Manon, Aelin
resopló—. Oh… Los Ancianos no te dijeron eso, ¿verdad? Que mal. Eso fue lo que averiguaron
los espías de Ansel —observó a la Líder del Ala—. Si tú y tu gente prueban ser mejores que sus
matronas, habrá un lugar para ustedes en esa tierra, también.

Manon solo se dirigió hacia su asiento y observó fijamente el pequeño brasero de la cocina como si
pudiera congelarlo.
Ansel murmuró:

—Qué sensibles, estas brujas.

Aelin apretó los labios, pero Lysandra soltó otra risa felina. Las uñas de Manon sonaron unas
contra otras a través de la habitación. Lysandra solo respondió con las suyas.

Aelin le dijo a Ansel.

—Encuentra a las Crochan.

—Se han ido —cortó Manon nuevamente—. Las hemos cazado hasta casi su extinción.

Aelin miró lentamente por encima de su hombro.

—¿Y si su reina las convocara?

—No soy su reina más de lo que lo eres tú.

Ya verían eso. Aelin puso una mano sobre la mesa.

—Envía a cualquier cosa y cualquier persona que encuentres al norte —le dijo a Ansel—. Saquear la
capital de Melisande a hurtadillas al menos molestará a Erawan, pero no queremos estar atrapados
aquí abajo cuando Terrasen sea atacado.

—Creo que Erawan probablemente nació molesto —sólo Ansel, que una vez se había reído de la
muerte cuando había saltado un barranco y convencido a Aelin de casi morir al hacer lo mismo,
se burlaría de un Rey Valg. Pero Ansel añadió:— Lo haré. No sé qué tan efectivo será, pero tengo
que ir al norte de todas maneras. Aunque creo que a Hisli se le romperá el corazón al despedirse
de Kasida otra vez.

No era ninguna sorpresa que Ansel se las hubiera arreglado para crear lazos con Hisli, la yegua
Asterion que había robado para sí. Pero Kasida… oh, Kasida era tan bella como Aelin recordaba,
incluso más mientras la conducían por una pasarela hacia el barco. Aelin había cepillado a la
yegua cuando la dejó en los apretados, húmedos establos, y había sobornado al caballo para que la
perdonara con una manzana.

Ansel golpeó la botella.

—Lo escuché, sabes. Cuando fuiste enviada a Endovier. Me encontraba peleando mi camino al
trono, peleando contra la horda de Lord Loch con los señores que había logrado reunir, pero…
incluso en los Wastes, escuchamos cuando fuiste enviada allí.

Aelin se quedó mirando la mesa, consciente de que todos estaban escuchando.

—No fue divertido.

Ansel asintió con la cabeza.

—Una vez que derroté a Loch, tuve que quedarme para defender mi trono, para hacer lo correcto
para mi pueblo una vez más. Pero sabía que, si había alguien que podía sobrevivir a Endovier, eras
tú. Salí el verano pasado. Había alcanzado las Montañas Ruhnn cuando me enteré de que habías
salido. Llevada a la capital por… —ella miró a Dorian, su rostro de piedra a través de la mesa— él.
Pero no podía ir a Rifthold. Estaba muy lejos, y había estado lejos por mucho tiempo. Así que me
di la vuelta. Me fui a casa.

Las palabras de Aelin sonaron estranguladas.

—¿Trataste de sacarme?

El fuego fundía el cabello de Ansel en rubí y oro.

—No hubo una hora en la que no pensara acerca de lo que hice en el desierto. Cómo disparaste esa
flecha después de veintiún minutos. Me habías dicho veinte, que dispararías aún si no estaba fuera
del rango. Estaba contando; sabía cuánto tiempo había pasado. Me diste un minuto extra.

Lysandra se estiró, acariciando la mano de Ansel. Ella acarició a la cambia pieles.

Aelin dijo.

—Eras mi espejo. Ese minuto extra fue tanto para mi cómo para ti —Aelin tintineó su botella contra
la de Ansel nuevamente—. Gracias.

Ansel sólo dijo.

—No me agradezcas aún.

Aelin se enderezó. Los otros interrumpieron su comida, los utensilios descartados dentro de sus
guisos.

—Los disparos a lo largo de la costa no fueron enviados por Erawan —dijo Ansel, sus ojos café
rojizo brillando a la luz de la linterna—. Interrogamos a la Reina de Melisande, pero… no fueron
una orden de Morath.

El gruñido bajo de Aedion le dijo que todos conocían la respuesta antes de que Ansel replicara.

—Tenemos un reporte de que soldados Fae fueron vistos comenzándolos. Disparando desde barcos.

—Maeve —murmuró Gavriel—. Pero quemar no es su estilo.

—Es mío —dijo Aelin. Todos voltearon a verla. Ella dejó escapar una risa sin humor.

Ansel sólo asintió.

—Ella los ha lanzado, culpándote a ti.

—¿Con qué fin? —preguntó Dorian, pasando una mano por su cabello negro azulado.

—Para socavar a Aelin —dijo Rowan—. Para hacerla parecer un tirano, no un salvador. Como una
amenaza contra la que vale la pena unirse, en lugar de aliarse con.
Aelin se chupó un diente.

—Maeve juega bien este juego, lo reconoceré.

—Así que ha llegado a este tipo de cosas, entonces —dijo Aedion—. ¿Pero dónde diablos está?

Una piedra de miedo cayó en el estómago de Aelin. No podía decir que se dirigía hacia el norte.
Sugerir que tal vez Maeve ahora navegaba hacia una indefensa Terrasen. Una mirada a Fenrys y
Gavriel le reveló que ellos ya habían sacudido sus cabezas en silenciosa respuesta a la mirada de
Rowan.

Aelin dijo:

—Salimos con la primera luz.

Una hora después en la penumbra de su camarote privado, Rowan dibujó una línea que cruzaba
el mapa extendido en el centro del piso, después una segunda línea junto a la primera, luego una
tercera junto a la segunda. Tres líneas, aproximadamente con la misma separación, amplias franjas
con el continente entre ellas. Aelin, de pie junto a él, las estudió.

Rowan dibujó una flecha hacia adentro desde la línea que estaba más a la izquierda hacia la
central, y dijo en voz baja para que los otros que estaban en las habitaciones contiguas no pudieran
escucharlo:

—Ansel y su ejército marcharán desde las montañas occidentales —otra flecha en dirección opuesta,
desde la línea que está más a la derecha—. Rolfe, los Mycenianos y su ejército golpean desde la costa
oriental —una flecha apuntando hacia abajo en la sección derecha de su pequeño esquema, donde
las dos flechas se encontrarían—. La Perdición y la otra mitad del ejército de Ansel descienden por
el centro, desde los Staghorns, hacia el corazón del continente, todos convergiendo en Morath —
esos ojos eran como fuego verde—. Has estado moviendo a tus ejércitos a sus posiciones.

—Necesito más —dijo ella—. Más tiempo.

Él frunció las cejas.

—¿Y en qué ejército estarás peleando tú? —una de las comisuras de su boca se torció hacia arriba—.
Asumo que no seré capaz de convencerte de esperar detrás de las líneas.

—Lo sabes tan bien como para intentarlo.

—¿Dónde estaría la diversión, de todas maneras, si tengo que ganar toda la gloria mientras tú estás
sentada sobre tu trasero? Nunca te dejaría oír el final.
Ella resopló, y examinó los otros mapas esparcidos a través del suelo del camarote. Juntos, formaron
un mosaico de su mundo, no solo del continente, sino de las tierras más allá. Ella estaba de pie,
examinándolo todo, como si fuera capaz de espiar a los ejércitos, tanto cercanos como lejanos.

Rowan, aún de rodillas, observaba el mundo extendido a sus pies.

Y se dio cuenta de que, si ganaba esta guerra, ganaría el continente.

Aelin escudriño la extensión del mundo, que una vez le pareció tan vasta y ahora, a sus pies, se veía
tan… frágil. Tan pequeño y rompible.

—Podrías, ya sabes —dijo Rowan, su tatuaje brillando a la luz de la linterna—. Tomarlo para ti.
Tomarlo todo. Usar todas las maniobras de mierda de Maeve en su contra. Cumplir tu promesa.

No había juicio. Solo cálculos francos y contemplación.

—¿Y te unirías a mí si lo hiciera? ¿Si me convirtiera en un conquistador?

—Tú unificarías, no saquearías y quemarías. Y sí, en cualquier fin.

—¿Esa es la amenaza, no es así? —meditó—. Los otros reinos pasarán el resto de su existencia
preguntándose si me quedaré quieta en Terrasen. Harán su mejor esfuerzo para asegurarse que
estamos felices dentro de nuestras fronteras, y de que los encontremos más útiles como aliados y
socios comerciales que como conquistas potenciales. Maeve atacó la costa de Eyllwe, haciéndose
pasar por mí, tal vez para convertir esas tierras en mi contra, para mostrarle a mi casa del poder
del que me hice en la Bahía de la Calavera… y usarlo contra nosotros.

Él asintió.

—¿Pero si pudieras… lo harías?

Por un instante, pudo verlo, ver su cara, esculpida en estatuas en reinos tan lejanos que ni siquiera
sabían que Terrasen existía. Una diosa viviente, heredera de Mala y conquistadora del mundo
conocido. Ella traería música y libros y cultura, acabaría con la corrupción que brotaba en los
rincones de la tierra…

Dijo suavemente:

—Ahora no.

—¿Después?

—Tal vez si ser reina me aburra… pensaré en convertirme en emperatriz. Para dar mi herencia no
a un heredero, sino a tantos como las estrellas.

No había daño en decirlo en voz alta, de todas formas. Pensando en eso, tan estúpido e inútil como
era. Se preguntaba sobre las posibilidades… tal vez no lo haría mejor que Maeve o Erawan.

Rowan señaló con la barbilla hacia el mapa más cercano, el de los Wastes.
—¿Por qué perdonaste a Ansel? ¿Después de lo que les hizo a los otros en el desierto?

Aelin se agachó de nuevo.

—Porque ella hizo una mala elección, intentando curar una herida que nunca podría sanar.
Intentando vengar a la gente que amaba.

—¿Y tú realmente pusiste todo esto en movimiento mientras estábamos en Rifthold? ¿Cuándo
peleabas en esos pozos?

Ella le dirigió un guiño malicioso.

—Sabía que, si daba el nombre de Ansel de Briarcliff, de alguna forma llegaría a ella el rumor de
que una joven pelirroja estaba usando su nombre para matar a soldados entrenados en los pozos.
Y que ella sabría que era yo.

—Entonces el pelo rojo… no era solo por Arobynn.

—Ni de cerca —Aelin frunció el ceño ante los mapas, insatisfecha de no haber descubierto ningún
otro ejército escondido en algún lugar del mundo.

Rowan pasó una mano por su cabello.

—A veces desearía saber cada pensamiento dentro de esa cabeza, cada plan y cada treta. Entonces
recuerdo cuanto me deleito cuando lo revelas, usualmente cuando es más probable que mi corazón
se detenga en mi pecho.

—Sabía que eras un sádico.

Él la besó en la boca una vez, dos, luego en la punta de su nariz, mordiéndola con sus colmillos. Ella
siseó y lo golpeó, y su risa profunda resonó contra las paredes de madera.

—Eso es por no decírmelo —dijo él—. De nuevo.

Pero a pesar de sus palabras, a pesar de todo, se veía tan… feliz. Tan perfectamente contento y feliz
de estar ahí, de rodillas sobre esos mapas, la linterna hasta sus últimos residuos, el mundo yéndose
al infierno.

Él hombre sin alegría, frío que había conocido al inicio, el que había estado esperando a un oponente
lo suficientemente bueno para traerle la muerte… Él la miró con felicidad en la cara.

Ella tomó sus manos, apretándolas con fuerza.

—Rowan.

Las chispas murieron en sus ojos.

Ella apretó sus dedos.

—Rowan, necesito que hagas algo por mí.


l

Manon estaba acostada de lado en su estrecha cama, incapaz de dormir.

No era por las endemoniadamente pobres condiciones para dormir, no, había dormido en peores
condiciones, aun considerando el gran agujero parchado en la pared.

Se quedó observando la brecha en la pared, a la luz de la luna que se filtraba en la salada brisa de
verano.

No iría a buscar a las Crochan. No importa como la llamara la Reina de Terrasen, admitiendo que
su línea de sangre era diferente… reclamándola. Dudaba que las Crochan estuvieran dispuestas a
servirle de todas formas, dado que ella había matado a su princesa. Su propia media hermana.

E incluso si las Crochan eligieran servirle, pelear por ella… Manon se llevó una mano hacia la
gruesa cicatriz que ahora atravesaba su vientre. Las Ironteeth no compartirían los Wastes.

Pero era esa mentalidad, supuso ella mientras se volvía sobre su espalda, despegando su cabello de
su cuello mojado y pegajoso por el sudor, lo que las había enviado a todas al exilio.

Volvió a observar a través de las grietas del agujero el mar más allá. Esperando
ver una sombra en el cielo nocturno, escuchar el batir de unas alas poderosas.
Abraxos ya debería haber regresado. Ella desechó el temor que empezaba a apretarle el estómago.

Pero en vez de alas, pasos crujieron en el pasillo exterior.

Un instante después, la puerta se abrió sobre unas casi silenciosas bisagras, y luego se cerró de
nuevo. Asegurada.

Manon no se levantó mientras preguntaba.

—Qué haces aquí.

La luz de luna atravesó el cabello negro azulado del rey.

—Ya no tienes cadenas.

Ella se sentó ante eso, examinando donde las cadenas se deslizaban por la pared.

—¿Es más atractivo para sí ti las tuviera?

Los ojos color zafiro parecían brillar en la oscuridad mientras se apoyaba contra la puerta cerrada.

—A veces lo es.
Ella resopló, pero se encontró diciendo.

—Nunca te importó.

—¿El qué? —preguntó él, aunque sabía a lo que se refería.

—Que soy. Quien soy.

—¿Acaso mi opinión te importa, brujilla?

Manon se dirigió hacia él, deteniéndose a unos cuantos pasos, consiente de cada centímetro de
noche entre ellos.

—No parece el molestarte que Aelin saqueara Melisande sin decírselo a nadie, no parece importarte
que sea una Crochan–

—No confundas mi silencio con falta de opinión. Tengo una buena razón para mantener mis
pensamientos para mí.

Hielo brillaba en las puntas de sus dedos. Manon lo notó.

—Me pregunto, ¿serás tú o la reina quien enfrentará a Erawan?

—El fuego contra la oscuridad harían una mejor historia.

—Sí, pero también lo sería el destruir a un rey demonio sin usar las manos.

Una media sonrisa.

—Puedo pensar en un mejor uso para mis manos, invisibles y carnales.

Una invitación y una pregunta. Ella le mantuvo la mirada.

—Entonces termina lo que empezaste —respiró Manon.

La sonrisa con la que respondió Dorian era suave, con ese brillo de crueldad que hacia hervir su
sangre como si la Reina del Fuego hubiera insuflado una llama en ella.

Dejó que Dorian la apoyara contra la pared. Le dejó mantener su mirada mientras tiraba de los
cordones superiores de su camisa para dejarla libre.

Uno. Por. Uno.

Le dejó inclinarse para rozar su cuello desnudo con su boca, justo debajo de su oreja.

Manon se arqueó ante aquella caricia. Ante la lengua que tocaba donde habían estado sus labios.
Luego se apartó. Alejándose.

Incluso mientras esas manos fantasma continuaban subiendo por sus caderas, por encima de
su cintura. Su boca se separó ligeramente, su cuerpo temblaba en un intento por contenerse. Se
estaba conteniendo, donde la mayoría de los hombres tomaban y se llevaban cuanto ella ofrecía,
llenándose de ella. Pero Dorian Havilliard dijo:

—El Sabueso Sangriento estaba mintiendo esa noche. Acerca de lo que dijo sobre tu Segunda. Sentí
su mentira, la saboreé.

Una parte de su pecho que había estado apretada se alivió.

—No quiero hablar de eso.

Él se acercó más, y esas manos fantasmas se deslizaron debajo de sus pechos. Ella apretó los dientes.

—¿Y de qué quieres hablar, Manon?

Ella no estaba segura de haberle escuchado decir su nombre antes. Y la manera en la que lo hizo…

—No quiero hablar en absoluto —replicó—. Y tú tampoco —añadió apuntándole con un dedo.

De nuevo, esa sonrisa oscura y afilada apareció. Y cuando se acercó una vez más, sus manos
reemplazaron a las fantasma.

Trazando sus caderas, su cintura, sus pechos. Sin prisas, en indolentes círculos que ella le permitió
hacer, simplemente porque nadie se había atrevido a hacerlo. Cada caricia de su piel contra la de ella
dejaba una estela de fuego y hielo. Se encontró atrapada, por cada golpe, persuasivo y lujurioso. Ni
siquiera pensó en objetar cuando Dorian le quitó la camisa y examino su carne desnuda, manchada
por cicatrices.

Su rostro se volvió voraz cuando tomó uno de sus pechos, su estómago plano, la gruesa cicatriz que
lo atravesaba.

Esa hambre se convirtió en algo helado y vicioso.

—Una vez me preguntaste donde estoy en la línea entre matar para proteger y matar por placer
—sus dedos rozaron la cicatriz de su abdomen—. Cruzaré la línea cuando encuentre a tu abuela.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, alcanzando sus pechos. Él los observaba, trazo un círculo alrededor
de uno con un dedo. Dorian se inclinó, su boca siguió el camino donde su dedo había estado. Luego
su lengua. Ella se mordió el labio para detener el gemido que subía por su garganta, sus manos
deslizándose entre los sedosos mechones del cabello de Dorian.

Su boca estaba alrededor de la punta de su pecho mientras encontraba su mirada otra vez, zafiro
enmarcado con pestañas de ébano, y dijo:

—Quiero probar cada centímetro de ti.

Manon dejó ir toda pretensión de razón mientras el rey levantaba la cabeza y reclamaba su boca.

Y después de toda su espera por probarla, mientras ella se abría para él, Manon pensó que el rey
sabía cómo el mar, como una mañana de invierno, algo tan extraño y a la vez familiar que terminó
de arrastrar su gemido desde lo más profundo.
Sus dedos se deslizaron hacia su mandíbula, inclinando su cara para tomar a fondo su boca,
cada movimiento de su lengua era una promesa sensual que la tenía arqueada hacia él. La tenia
conociéndolo caricia por caricia mientras él exploraba y probaba hasta que no fue capaz de pensar
con claridad.

Nunca había pensado en lo que sería, el ceder el control. Y no tenerlo como una debilidad, sino
como libertad.

Las manos de Dorian se deslizaron por sus muslos, como si estuvieran saboreando el musculo,
después alrededor, rodeando su parte trasera, destrozándola con cada duro centímetro de él.
El pequeño ruido en su garganta se cortó de golpe cuando él la levantó contra la pared en un
movimiento suave.

Manon envolvió sus piernas alrededor de su cintura mientras él la llevaba a la cama, su boca nunca
dejó la de Manon mientras la devoraba y ella a él. Mientras la extendía debajo de él. Mientras la
liberaba de sus pantalones botón por botón, y luego los deslizaba hacia afuera.

Pero Dorian se apartó por fin, dejándola jadeante mientras la observaba, totalmente desnuda ante
él. Acarició con dedo el interior de su muslo. Más arriba.

—Te he querido desde el primer momento en el que te vi en Oakwald —dijo él, su voz baja y áspera.

Manon se levantó para quitarse la camisa, tela blanca deslizándose para revelar piel bronceada y
musculo esculpido.

—Sí —fue todo lo que ella dijo. Le desabrochó el cinturón con manos temblorosas—. Sí —dijo
de nuevo, mientras Dorian acariciaba su centro con su nudillo. Él dejó escapar un gruñido de
aprobación ante lo que encontró.

Sus ropas se unieron a las de ella en el suelo. Manon le dejó levantar sus brazos sobre su cabeza,
su magia apretando gentilmente sus muñecas contra el colchón mientras él la tocaba, primero con
esas manos malvadas. Luego con su malvada boca. Y cuando Manon tuvo que morder su hombro
para ahogar sus gemidos cuando la llevó al borde, Dorian Havilliard se enterró profundamente
dentro de ella.

A ella no le importaba quién era, quién había sido, ni lo que una vez había prometido ser mientras
él se movía. Ella pasó sus manos por su grueso cabello, sobre los músculos de su espalda mientras
se flexionaban y ondulaban con cada empuje que la llevaba hacia ese brillante borde de nuevo.
Aquí, no era nada más que carne y fuego y hierro; aquí, no había más que esta egoísta necesidad
de su cuerpo, el cuerpo de él.

Más, ella quería más, lo quería todo.

Podría haberlo susurrado, tal vez pidió por ello. Porque la Oscuridad la salvara, Dorian se lo dio.
A los dos.

Él permaneció sobre ella cuando al fin se calmó, sus labios apenas a la distancia de un cabello
por encima de los de ella, flotando tras el brutal beso que le había dado para contener su rugido
mientras la liberación lo encontró.
Ella estaba temblando con… lo que fuera que él le había hecho, a su cuerpo. Él se quitó un mechón
de cabello de la cara, sus propios dedos temblando.

Ella nunca se había dado cuenta de lo silencioso que era el mundo, de lo ruidosos que podían haber
estado, especialmente con tantos oídos Fae cerca.

Él seguía sobre ella, dentro de ella. Esos ojos color zafiro se movieron a su boca, todavía jadeando
ligeramente.

—Se suponía que esto debía quitarte ventaja.

Ella mantuvo sus palabras bajas mientras su ropa se deslizaba, arrastrada por manos fantasma.

—¿Y lo hizo?

Él trazó su labio inferior con el pulgar y se estrechó mientras ella lo chupaba dentro de su boca,
acariciándolo con su lengua.

—No, ni de cerca.

Pero era la luz grisácea del amanecer la que se arrastraba en la habitación, manchando las paredes
de plata. Él pareció notarlo al mismo tiempo que ella. Gruñendo suavemente, salió de ella. Ella se
metió en sus ropas con una eficiencia entrenada, y solo cuando se puso la camisa, Dorian dijo:

—No hemos terminado, tú y yo.

Y fue la promesa puramente masculina la que le hizo desnudar sus dientes.

—A menos que quieras aprender que partes de mi están hechas de hierro la próxima vez que me
toques, yo decidiré eso.

Dorian le dio otra sonrisa puramente masculina, con las cejas levantadas y salió por la puerta tan
silenciosamente como había llegado. Sólo pareció detenerse en el umbral, como si una palabra
hubiera llamado su atención. Pero continuó, la puerta se cerró apenas con un clic. Imperturbable,
absolutamente tranquilo.

Manon se quedó boquiabierta, maldiciendo a su sangre por calentarse otra vez, por… lo que le
había permitido hacerle.

Se preguntó qué diría Dorian si ella le contará que nunca había permitido que un hombre estuviera
sobre ella así. Ni una sola vez. Se preguntó qué diría si le dijera que había querido meter sus dientes
en su cuello y averiguar a que sabía. Poner su boca en otros lugares y averiguar a que sabía en ellos.

Manon se pasó las manos por el cabello y cayó sobre la almohada.

La Oscuridad la abrazó

Envió una silenciosa oración para que Abraxos regresara pronto. Demasiado tiempo, había pasado
demasiado tiempo entre estos humanos y hombres Fae. Necesitaba irse. Elide estaría a salvo aquí,
la Reina de Terrasen podía ser muchas cosas, pero Manon estaba segura de que protegería a Elide.
Pero, con las Trece dispersas y probablemente muertas, independientemente de lo que Dorian
había dicho, Manon no estaba segura adonde ir una vez se fuera. El mundo nunca le había parecido
tan vasto.

Ni tan vacío.

Incluso tan agotada, Elide apenas durmió durante la larga noche en que ella y Lorcan se balanceaban
en hamacas con los otros marineros. Los olores, los sonidos, el balanceo del mar… todo le molestaba,
nada de eso la tranquilizaba. Un dedo parecía seguir haciéndola despertar, como diciéndole que se
mantuviera alerta, pero… no había nada.

Lorcan se movió y se movió por horas. Como si la misma fuerza le hubiera pedido que se despertara.

Como si estuviera esperando algo.

Su fuerza había flaqueado cuando subieron a la nave, aunque no había mostrado signos de tensión
más allá de un leve apretón en su boca. Pero Elide sabía que estaba cerca de lo que se conocía
como agotamiento. Lo sabía, porque horas después, el pequeño brazalete de magia alrededor de su
tobillo seguía parpadeando dentro y fuera de su lugar.

Después de que Manon le informará del incierto paradero de las Trece, Elide se había mantenido
en su mayoría fuera del camino de sus compañeros, dejándolos hablar con esa joven pelirroja que
los había encontrado en esa playa. Al igual que Lorcan. Los escuchaba hablar y planear, con el
rostro tenso, como si algo enroscado en él se endureciera a cada instante.

Mirándolo dormir a un metro de distancia, ese rostro áspero suavizado por el sueño, una pequeña
parte de Elide se preguntaba si habría traído otro peligro a la reina. Se preguntó si los otros habían
notado cuantas veces la mirada de Lorcan se había fijado en la espalda de Aelin. Apuntado a su
espalda.

Como si sintiera su atención, Lorcan abrió los ojos. Le mantuvo la mirada sin parpadear. Por un
instante, ella tomó esa mirada sin profundidad a sólo un metro de distancia, etérea por la luz
plateada de antes del amanecer.

Él había estado dispuesto a ofrecer su vida por la de ella.

Algo se suavizó en ese áspero rostro cuando sus ojos se sumergieron en donde su brazo colgaba
de la hamaca, la piel aún adolorida, pero… milagrosamente curada. Le había dado las gracias dos
veces a Gavriel, pero él la había rechazado con un suave cabeceo y encogiéndose de hombros.

Una lánguida sonrisa floreció en la dura boca de Lorcan, mientras la alcanzaba a través del espació
entre ellos y pasaba sus callosos dedos por su brazo.
—¿Elegiste esto? —murmuró de modo que era poco más que el gemido de las cuerdas de la hamaca.
Acarició su palma con el pulgar.

Elide tragó saliva, pero se dejó ir en cada línea de ese rostro. Hacia el norte, estaban yendo a casa.

—Creo que eso es obvio —dijo ella con la misma calma, sus mejillas encendidas.

Sus dedos se entrelazaron con los de ella, alguna emoción que ella no podía distinguir parpadeaba
como la luz de las estrellas en esos ojos negros.

—Tenemos que hablar —gruñó.

Fue el gritó del vigilante lo que los sobresaltó. Un grito de puro terror.

Elide casi cayó de su hamaca, los marineros corrían. Cuando se apartó el cabello de los ojos, Lorcan
ya se había ido.

Las varias cubiertas estaban llenas, y ella tuvo que cojear por las escaleras para ver lo que los había
despertado. Los otros barcos estaban despiertos y frenéticos. Con buena razón.

Navegando por el horizonte occidental, otra armada se dirigía hacia ellos.

Y Elide supo en sus huesos que no era una que Aelin hubiera planeado.

No cuando Fenrys respiró, de pronto junto a ella en los escalones.

—Maeve.
Capítulo 61
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Cotota

No tuvieron otra opción más que enfrentarlos. La armada de Maeve tenía el viento y la corriente,
y no iban siquiera a alcanzar la costa antes de ser atrapados. Y dejar atrás a soldados Fae... no era
una opción.

Rowan y Aedion le presentaron cada opción a Aelin. Todos los caminos iban a la misma dirección:
confrontación. Y ella estaba aún tan drenada, tan exhausta, que... ella sabía cómo esto iba a termi-
nar.

Maeve tenía un tercio más de barcos. Y guerreros inmortales. Con magia.

Tomó tan poco tiempo para que esas velas negras llenaran el cielo, para que ellos se dieran cuenta
de que los barcos de sus enemigos estaban mejor hechos, sus soldados con más entrenamiento.
Rowan y el cadre habían supervisado la mayoría de ese entrenamiento, y los detalles que ellos
proveyeron no fueron alentadores.

Maeve mandó un bote tallado en adornos a ellos, cargando un mensaje.

Rendirse, o ser enviados al fondo del océano. Aelin tenía hasta el amanecer para decidir.

Un día entero. Para que el miedo se esparciera e intensificara entre sus soldados.

Aelin se reunió con Rowan y Aedion de nuevo. El cadre no había sido invocado por su reina, aun-
que Lorcan se paseaba como una bestia enjaulada, Elide observando con una mirada que revelada
sorprendentemente nada.

Aelin no tenía una solución. Dorian permaneció callado, aunque a veces cambiaba su mirada de
ella a Manon. Como si un acertijo estuviera frente a ellos. Él nunca dijo de qué.

Aedion insistió en atacar, sigilosamente reunir a los barcos y atacar. Pero Maeve vería esa manio-
bra venir. Y ellos podían atacar mucho más rápido con magia que lo que le tomaría a ellos disparar
flechas y arpones.

Tiempo. Eso era todo con lo que ella tenía que jugar.

Se debatieron e hicieron teorías e hicieron planes. Rowan hizo un sutil intento de sugerir el huir.
Ella lo dejó hablar, sólo para dejarlo darse cuenta de, al decirla, lo estúpida que era la idea. Después
de esa noche, él debía estar bien seguro de que ella no lo iba a abandonar. No voluntariamente.

Así que el sol se puso. Y la armada de Maeve esperó, serena y observante. Una pantera en espera,
lista para atacar a primera luz.

Tiempo. Su única arma, y su caída. Y se estaba quedando sin ello.

Aelin contó esas velas negras una y otra vez conforme la noche las ocultaba.

Y no tenía ni idea de qué hacer.

Era inaceptable, había decidido Rowan, durante las largas horas que debatieron.

Inaceptable que habían hecho tanto, sólo para ser detenidos no por Erawan, sino por Maeve.

Ella no se había dignado en hacer una aparición. Pero ese no era su estilo.

Lo haría al amanecer. Aceptaría la rendición de Aelin en persona, con todos los ojos observando. Y
después... Rowan no sabía que haría después. Lo que Maeve quería, además de las llaves.

Aelin había estado tan tranquila. En shock, se dio cuenta. Aelin estaba en shock. Rowan la había
visto explotar y matar y reír y llorar, pero nunca la había visto... perdida. Y se odiaba a sí mismo por
ello, pero no pudo encontrar una salida. No pudo encontrarle a ella una salida para huir de esto.

Aelin dormía profundamente mientras Rowan observaba el techo sobre la cama, deslizando su
mirada hacia ella. Tomó las líneas de su rostro, sus doradas olas de su cabello, cada cicatriz blanca
como la luna y remolinos negros de tinta. Inclinándose, sigiloso como nieve en madera, le besó su
frente.

Él no dejaría que terminara aquí, no dejaría que esto los rompiera.

Él conocía las banderas de las casas que se agitaban sobre la flota de Maeve. Había contado y
catalogado cada una de ellas todo el día, excavando en las catacumbas de su memoria.

Rowan se deslizó sobre sus ropas y esperó hasta que se coló por el pasillo antes de ponerse el cin-
turón de su espada. Aun agarrando el picaporte, se dio a sí mismo una última mirada a ella.

Por un momento, el pasado lo atrapó, por un momento, él la vio como la primera vez que la espi-
aba en los techos de Varese, ebria y desgastada. Él había estado en forma de halcón, evaluando su
nueva misión, y ella lo notó, rota y tambaleante, ella aun así lo había notado ahí. Y le había sacado
la lengua.

Si alguien le hubiera dicho que esa borracha, peleonera, amargada mujer se convertiría en aquello
con lo que no podría vivir sin... Rowan cerró la puerta.

Esto era todo lo que le podía ofrecer a ella.


Rowan llegó al puerto principal y zarpó, nada más que un brillo de luz de luna mientras se ocultaba
a sí mismo y navegaba a través de la noche salada, hacia el corazón de la flota de Maeve.

El primo de Rowan tenía suficiente sentido común para no intentar matarlo a primera vista.

Estaban lo suficientemente cerca en edad que Rowan había crecido con él, educado en la casa de su
tío junto a él después de que sus padres hubieran fallecido. Si su tío alguna vez fallecía, sería Enda
quien tomaría el mando como cabeza de su casa, un príncipe de considerable título, propiedad y
armas.

Enda para su propio crédito, sintió su llegada antes de que Rowan se deslizara a través de ese débil
escudo en las ventanas. Y Enda permaneció sentado en la cama, aunque vestido para la batalla, una
mano en su espada.

Su primo le miró de pies a cabeza mientras Rowan cambiaba.

—¿Asesino o mensajero, Príncipe?

—Ninguno —le dijo Rowan, inclinando su cabeza levemente.

Como él, Enda era de pelo color plata, aunque sus ojos verdes estaban manchados con café que
algunas veces él podía desaparecer por completo cuando estaba lleno de ira.

Si Rowan había sido criado y moldeado para campos de batallas, Enda había sido esculpido para
intriga y maniobras de la corte. Su primo, aunque alto y suficientemente musculoso, carecía del an-
cho de Rowan y su sólida masa muscular, aunque también se podía deber por las diferentes formas
de entrenamiento que habían recibido. Enda sabía bien sobre combate para garantizar el estar aquí
guiando las fuerzas de su padre, pero sus propias educaciones se habían cruzado un poco después
de esas primeras décadas de juventud, cuando se habían vuelto rebeldes en la finca principal de su
familia.

Enda mantuvo su mano en la empuñadura de su espada, en completa calma.

—Te ves... diferente —su primo dijo, frentes frunciéndose entre ellos—. Mejor.

Había sido ya mucho tiempo atrás cuando Enda había sido su amigo, antes de Lyria. Antes...de
todo. Y Rowan pudo sentirse inclinado a explicarle quién y qué era responsable de este cambio,
pero él no tenía tiempo. No, el tiempo no era su aliado esta noche.

Pero Rowan dijo:

—Tú también luces diferente, Príncipe.


Enda le dio una media sonrisa.

—Puedes agradecer a mi pareja por ello.

Alguna vez, eso le hubiera enviado una punzada de agonía a través de su cuerpo. Que Enda hablara
de ello le recordaba que su primo podría no ser un guerrero nacido para la batalla, pero el corte-
sano era bueno para marcar detalles importantes, notando la esencia de Aelin, ahora por siempre
entrelazada con la de él. Por lo que Rowan asintió, sonriendo un poco para sí mismo.

—Fue el hijo de Lord Kerrigan, ¿Verdad?

En efecto, había otra esencia tejida en Enda, el llamado profundo y verdadero.

—Lo fue —Enda sonrió de nuevo, ahora a un anillo en su dedo—. Nos unimos y casamos a inicios
del verano.

—¿Estás diciéndome que esperaste cien años para él?

La sonrisa de Enda disminuyó con el brillo de su espada.

—Cuando se trata de la persona correcta, Príncipe, esperar cien años vale la pena.

Él sabía. Él entendía muy bien esto, que hizo a su pecho resquebrajarse sólo de pensar en ello.

—Endymion —dijo Rowan a secas—. Enda, necesito que escuches.

Había mucha gente que pudo haber llamado a los guardias, pero él conocía a Enda, o no. Él era
uno de sus muchos primos que había metido sus narices en sus pendientes por años. Enda más
que cualquier otro.

Por lo que Endymion le concedió sus oídos. Rowan intentó mantenerlo conciso, intentó contener
el temblor de sus manos. Al final, supuso que su petición era simple.

Cuando terminó, Enda lo estudió, toda respuesta oculta detrás de esa máscara de neutralidad bien
entrenada.

Entonces Enda dijo:

—Lo consideraré.

Era lo mejor que Rowan podía esperar como respuesta. No dijo nada más mientras cambiaba de
nuevo y volaba hacia la noche, hacia otra bandera con la que él había marchado una vez.

Todos ellos, todos sus primos, tenían la misma respuesta.

Lo consideraré.
Capítulo 62
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Cotota

Manon estaba despierta cuando Dorian irrumpió en su cuarto una hora antes del amanecer. Él
ignoró su blusa desatada, sus redondos y exuberantes pechos que él había probado apenas ayer,
mientras decía:

—Ponte tus ropas y sígueme.

Piadosamente, la bruja obedeció. Aunque él tenía el presentimiento que era más que nada por
curiosidad.

Cuando llegó a la cámara de Aelin, se molestó en tocar, sólo en caso de que la reina y Rowan estu-
vieran utilizando juntos sus últimas horas. Pero la reina estaba despierta y vestida, y el príncipe en
ninguna parte. Aelin le dio una mirada al rostro de Dorian.

—¿Qué pasa?

No les dijo nada a ninguna de las dos mujeres mientras las guiaba hacia abajo a la bodega de carga,
los niveles superiores del barco ya en movimiento con preparativos para la guerra.

Mientras ellos se debatían y preparaban el día anterior, él había contemplado la advertencia de


Manon, después de que ella había hecho a su misma sangre cantar de placer. A menos que quieras
aprender qué partes de mí están hechas de hierro la próxima vez que me toques, yo decidiré eso.

Una y otra vez, había considerado la forma en la que las palabras se habían enganchado en una
parte de su memoria. Se quedó despierto toda la noche mientras descendía en su aún pobre pozo
de magia. Y conforme la luz comenzaba a verse...

Dorian tiró de las sábanas del espejo de bruja cuidadosamente puesto en un lugar contra la pared.
La Cerradura, o lo que sea que fuera. En una reflexión silenciosa, las dos reinas fruncían su ceño a
sus espaldas.

Las uñas de hierro de Manon salieron a la luz.

—Yo sería cuidadosa con él si fuera tú.

—La advertencia es tomada y apreciada —le dijo, encontrando esos ojos dorados en el espejo. Ella
no le regresó la sonrisa. Tampoco Aelin. Dorian suspiró—. No creo que este espejo de bruja tenga
ningún poder. O, más bien, no uno tangible y fuerte. Yo creo que su poder es el conocimiento.

Los pasos de Aelin fueron casi silenciosos mientras se acercaba.


—Me fue dicho que la Cerradura me permitiría unir las tres llaves en la puerta. ¿Crees que este
espejo sabe cómo hacer eso?

Él simplemente asintió, tratando de no parecer tan ofendido por el escepticismo en todo su rostro.

Aelin entretuvo su mano en una abertura de su chaqueta.

—¿Pero qué tiene que ver la Cerradura-espejo-lo-que-sea-que-es con la armada respirando bajo
nuestros cuellos?

Dorian trató de no girar sus ojos.

—Tiene que ver con lo que Deanna dijo. ¿Que si la Cerradura no es sólo para ponerlas de vuelta en
la puerta, sino una herramienta para controlar las llaves de manera segura?

Aelin frunció el ceño hacia el espejo.

—¿Entonces voy a arrastrar esa cosa sobre la cubierta y usarlo para destrozar la armada de Maeve
con las dos llaves que tengo?

Dorian tomó un sereno respiro, suplicando a los dioses por paciencia.

—Lo que quiero decir es que el poder del espejo es conocimiento. Creo que te va a mostrar cómo
manejar las llaves con seguridad. Para que así puedas volver aquí y usarlas sin ninguna consecuencia.

Un lento parpadeo.

—¿Qué quieres decir con volver aquí?

Manon contestó, ahora dando un paso cerca mientras estudiaba el espejo.

—Es un espejo de viaje.

Dorian asintió.

—Piensa sobre las palabras de Deanna: ‘llama y hierro, enlazados juntos, se funden en plata para
saber lo que debe ser encontrado. Un simple paso es todo lo que necesitará’ —él apuntó hacia el
espejo—. Dar un paso hacia la plata, y saber.

Manon chasqueó su lengua.

—Y supongo que ella y yo somos fuego y hierro.

Aelin se cruzó de brazos.

Dorian cortó a la Reina de Terrasen con una mirada irónica.

—Otra gente además de ti también puede resolver las cosas, ¿sabes?

Aelin le miró de vuelta.


—No tenemos tiempo para especulaciones. Muchas cosas pueden salir mal.

—Tienes un poco de magia restante —le dijo Dorian, agitando una mano hacia el espejo—. Puedes
entrar y salir del espejo antes del amanecer. Y usar lo que aprendiste para enviarle un mensaje a
Maeve en términos muy claros.

—Aun puedo pelear con hierro, sin los riesgos y sin perder tiempo.

—Puedes detener esta batalla antes de que las pérdidas sean muy grandes en ambos lados —agregó
Dorian cuidadosamente—. Desde ya estamos sin tiempo, Aelin.

Esos ojos turquesa estaban quietos, sino es que aún enérgicos por haberla vencido en el acertijo,
pero algo parpadeaba en ellos.

—Yo sé —dijo ella—. Estaba esperando... —sacudió su cabeza, más para sí misma—. Me he queda-
do sin tiempo —murmuró Aelin como si fuera una respuesta, y consideró el espejo, luego miró a
Manon. Entonces dejó salir un suspiro—. Éste no era mi plan.

—Lo sé —le dijo Dorian con una media sonrisa—. Es por eso que no te gusta.

Manon preguntó antes de que Aelin le arrancara la cabeza de una mordida:

—¿Pero a dónde nos va llevar el espejo?

Aelin apretó su mandíbula.

—Esperemos que no a Morath —Dorian se tensó. Tal vez este plan...

—Ese símbolo nos pertenece a ambas —le dijo Manon, estudiando el Ojo de Elena en él—. Y si te
lleva a Morath, vas a necesitar a alguien que sepa cómo salir de ahí.

Pasos sonaron en las escaleras detrás de la carga. Dorian se giró hacia ellas, pero Aelin le sonrió a
Manon y se aproximó al espejo.

—Entonces te veré en el otro lado, bruja.

—Qué demonios están– —la cabellera rubia de Aedion apareció entre las cajas.

El simple asentimiento de Aelin hacia Manon pareció ser todo lo que necesitaba. Puso su mano
sobre la de Aelin.

Ojos dorados encontraron los de Dorian por un momento, y él abrió su boca para decirle algo, las
palabras surgiendo de una barrera en su pecho.

Pero Aelin y Manon apretaron sus manos juntas en el vidrio sucio.

El grito de advertencia de Aedion se escuchó a través de la carga mientras ellas se desvanecían.


Capítulo 63
Traducido por Laura Yepez

Corregido por Cotota

Elide observó el barco encontrarse con el de la armada que se les avecinaba, para luego descender
al caos absoluto cuando Aedion comenzó a rugir en la parte inferior.

Las noticias llegaron unos momentos después. Llegaron cuando el Príncipe Rowan Whitethorn
desembarcó en la cubierta principal, con el rostro demacrado, sus ojos llenos de nada más que
miedo cuando Aedion apareció repentinamente por la puerta, Dorian a sus talones, luciendo un
hematoma ya bastante desagradable alrededor de su ojo. Dando vueltas, furioso, Aedion les contó
cómo Aelin y Manon se habían adentrado en el espejo, la Cerradura, y desaparecieron. Como el
rey de Adarlan había resuelto el acertijo de Deanna y los había enviado al reino de plata para com-
prarles un tiro en la batalla.

Bajaron a la bodega de carga. Pero sin importar cuánto empujó Aedion contra el espejo, no se
abrió para él. Sin importar cuánto buscó Rowan con magia, no cedió el lugar al que Aelin y Manon
habían ido. Aedion había escupido en el piso, pareciendo inclinado a dejarle otro ojo negro al rey
mientras Dorian explicaba que apenas habían tenido elección. No parecía muy apenado por eso,
hasta que Rowan se negó a mirarlo a los ojos.

Sólo cuando se habían reunido en la cubierta de nuevo, el rey y cambiaformas había ido a informar
al capitán sobre el giro de los eventos, le dijo Elide a Aedion mientras él se paseaba nerviosamente
de un lado para otro:

—Lo que está hecho, hecho está. No podemos esperar que Aelin y Manon encuentren una forma
de salvarnos.

Aedion se detuvo en seco, y Elide trató de no encogerse ante la furia implacable que la estrechaba.

—Cuando quiera tu opinión acerca de cómo lidiar con mi reina perdida, te la pediré.

Lorcan le gruñó. Pero la sonrisa de Elide creció, a pesar de que el insulto golpeó algo en su pecho.

—He esperado tanto como tú para encontrarla otra vez, Aedion. No eres el único que teme perderla
una vez más.

Efectivamente, Rowan Whitethorn se frotó la cara ahora. Ella sospechaba que eso era cuanto sen-
timiento mostraría el Príncipe Fae.

Rowan bajó las manos, los demás observándolo. Esperando por sus órdenes.

Incluso Aedion.
Elide dio un respingo cuando la comprensión la abofeteó. Mientras buscaba pruebas pero no en-
contraba ninguna.

—Seguiremos preparándonos para la batalla —dijo Rowan con voz ronca. Miró a Lorcan, luego
a Fenrys y Gavriel y su rostro cambió por completo, llevó sus hombros hacia atrás, sus ojos se
volvieron duros y calculadores—. No hay forma en el infierno de que Maeve no sepa que están aquí.
Ella empuñará el pacto de sangre cuando nos duela más.

Maeve. Una pequeña parte de ella deseaba ver a la reina que pudo disponer de la atención y afecto
implacable de Lorcan por tantos siglos. Y quizás darle a Maeve un poco de su mente.

Fenrys puso una mano sobre la empuñadura de su espada y dijo con más calma de la que Elide
había presenciado hasta ahora:

—No sé cómo jugar a esto.

En efecto, Gavriel parecía perdido, estudiando sus manos tatuadas como si la respuesta estuviera
allí.

Fue Lorcan quien dijo:

—Si eres visto peleando de este lado, es el fin. Los matará a ambos o hará que lo lamenten de otras
formas.

—¿Qué hay de ti? —lo desafió Fenrys.

Los ojos de Lorcan se deslizaron hacia los de ella, luego de vuelta a los hombres que tenía al frente.

—Fue el fin para mí hace meses. Ahora se trata de esperar a ver qué hará al respecto.

Si lo matará. O lo arrastrará de vuelta a las cadenas.

El estómago de Elide se revolvió, y ella evitó la urgencia tomarlo de la mano, de rogarle que huya.

—Ella verá que hemos pasado por alto su orden de matarte —dijo Gavriel al final—. Si pelear de
este lado de la línea no nos maldice lo suficiente, eso seguramente lo hará. Probablemente ya lo ha
hecho.

—Aún falta media hora para el amanecer, si ustedes dos quieren intentarlo de nuevo —canturreó
Lorcan.

Elide se tensó. Pero fue Fenrys quien dijo:

—Todo es un truco —Elide contuvo el aliento mientras él inspeccionaba a los hombres Fae, sus
compañeros—. Para fracturarnos cuando Maeve sabe que unidos podríamos representar una
amenaza considerable.

—No volveríamos con ella —se opuso Gavriel.

—No —acordó Fenrys—. Pero podríamos ofrecer esa fuerza a otro —y miró a Rowan mientras
decía—. Cuando recibimos tu llamada de ayuda esta primavera, cuando nos pediste que fuéramos
a defender Mistward, nos fuimos antes de que Maeve pudiera enterarse. Huimos.

—Es suficiente —gruñó Lorcan.

Pero Fenrys continuó, manteniendo la vista fija en Rowan.

—Cuando regresamos, Maeve nos azotó hasta lo más profundo de nuestras vidas. Ató a Lorcan a
los postes y dejó que Cairn lo azotara siempre que le diera la gana. Lorcan nos ordenó no decírtelo,
por alguna razón. Pero yo creo que Maeve vio lo que hicimos juntos en Mistward y se dio cuenta de
lo peligrosos que podíamos ser, para ella.

Rowan no ocultó la devastación de sus ojos cuando miró a Lorcan, devastación cuyo eco Elide pudo
sentir en su propio corazón. Lorcan había soportado eso… y aun así permanecía leal a Maeve. Elide
frotó sus dedos contra los suyos. La acción no pasó desapercibida para los demás, pero ellos se
quedaron sabiamente callados al respecto. Especialmente cuando Lorcan arrastró su pulgar por el
dorso de su mano en respuesta.

Y Elide se preguntó si Rowan también entendió que Lorcan había ordenado su silencio como es-
trategia, pero quizás también para ahorrarle la culpa al Príncipe. Por querer vengarse de Maeve de
una forma que seguramente lo lastimaría.

—¿Sabías —le dijo Rowan a Lorcan con voz ronca— que ella te castigaría antes de venir a Mistward?

Lorcan sostuvo la mirada fija del príncipe.

—Todos sabíamos cuál sería el costo.

La garganta de Rowan se movió, y él tomó un gran respiro, sus ojos precipitándose hacia las escal-
eras, como si Aelin fuera a venir al acecho, con la salvación en la mano. Pero no lo hizo, y Elide rezó
para que donde sea que estuviera la reina ahora, estuviera averiguando lo que ellos necesitaban
aprender desesperadamente.

—Ustedes saben cómo acabará esta batalla probablemente. Incluso si nuestra armada se repleta de
soldados Fae, todavía tenemos las probabilidades terriblemente en nuestra contra —dijo Rowan a
sus compañeros.

El cielo comenzó a sangrar con rosa y púrpura mientras el sol despertaba bajo las olas distantes.

Gavriel solo dijo:

—Ya hemos tenido las probabilidades terriblemente en nuestra contra antes —una mirada a Fen-
rys, que asintió gravemente—. Nos quedaremos hasta que nos den otra orden.

Fue a Aedion a quien Gavriel miró mientras decía aquello último. Había algo en los ojos del general
Ashryver que lucía casi como gratitud.

Elide sintió la atención de Lorcan y lo encontró mirándola aún cuando dijo a Rowan:

—Elide tiene que desembarcar, con un guardia o cualquier hombre que tengas disponible. Mi es-
pada es tuya sólo si haces eso.

Elide dio un respingo. Pero Rowan dijo:

—Hecho.

Rowan los repartió a través de la flota, cada uno con el comando de unas cuantas naves. Colocó a
Fenrys, Lorcan y Gavriel en barcos entre el centro y la parte posterior, demasiado lejos para que
Maeve pudiese reparar en ellos. Él y Aedion tomaron las líneas del frente, con Dorian y Ansel co-
mandando la línea de naves tras la suya.

Lysandra ya se encontraba bajo las olas con formas de dragón marino, lista para recibir su orden
de destruir el cascarón, proa y timón de los barcos que él le había indicado. Apostaba que, a pesar
de que los barcos Fae tenían escudos alrededor, no desperdiciarían valiosas reservas de poder pro-
tegiendo bajo la superficie. Lysandra atacaría con rapidez y fuerza, habiendo desaparecido antes
de que pudieran darse cuenta quién y qué los destruyó desde abajo.

Amaneció, claro y brillante, tiñendo las velas de oro.

Rowan no se permitió pensar en Aelin, o en dónde podría estar.

Pasaba minuto tras minuto, y Aelin aún no regresaba.

Un pequeño bote de remos hecho de roble se deslizó fuera de la flota de Maeve y se dirigió hacia él.

Sólo había tres personas dentro, y ninguna era Maeve.

Podía sentir cientos de miradas desde todos lados de aquella estrechísima franja libre de agua en-
tre sus armadas, observando cómo se acercaba ese bote. Observándolo.

Un hombre con el uniforme de Maeve estaba de pie con equilibrio Fae sobrenatural mientras los
remeros mantenían el bote estable.

—Su Majestad espera su respuesta.

Rowan cavó hasta sus empobrecidas reservas de poder, manteniendo su rostro templado.

—Informa a Maeve de que Aelin Galathynius ya no está presente para dar una respuesta.

Un parpadeo de parte del hombre sería todo el shock que se permitiría mostrar. Las criaturas de
Maeve estaban muy bien entrenados, muy conscientes del castigo por revelar secretos.

—Se le ordena a la Princesa Aelin Galathynius rendirse —dijo el hombre.

—La Reina Aelin Galathynius no se encuentra en esta nave ni en ninguna otra de esta flota. En
realidad, ella no está en la playa, ni en ninguna tierra cercana. Así que Maeve descubrirá que ha
venido desde muy lejos para nada. Dejaremos a tu armada en paz, si ustedes nos garantizan la
misma cortesía.
El hombre lo miró con desprecio.

—Dicho como cobardes que saben que son superados en número. Dicho como un traidor.

Rowan le dedicó una sonrisita al hombre.

—Veamos ahora lo que Maeve tiene que decir.

El hombre escupió en el agua. Pero el bote remó de vuelta hacia el abrazo de la armada.

Por un momento, Rowan recordó las últimas palabras que le había dicho a Dorian antes de haber
enviado al rey a proteger su propia línea de barcos.

Ellos estaban más allá de disculpas. Aelin regresaría, o… no se permitió considerar la alternativa.
Pero podrían comprarle tanto tiempo como les fuera posible. Tratar de encontrar la salida, por ella,
y por el futuro de su armada.

La cara de Dorian había revelado los mismos pensamientos mientras se daban un apretón de
manos y dijo con calma:

—No es algo tan difícil, es… morir por tus amigos.

Rowan ni siquiera se molestó en insistir en que sobrevivirían a esto. El rey había sido instruido en
el arte de la guerra, aunque aún no lo había puesto en práctica. Así que Rowan le había dedicado
una sonrisa sombría y replicado:

—No, no es así.

Las palabras hicieron eco a través de él nuevamente cuando el bote del mensajero desaparecía. Y
por cualquier bien que hiciera, por cualquier tiempo que comprara, Rowan reforzó sus escudos
otra vez.

El sol ya se había elevado por completo sobre el horizonte cuando llegó la respuesta de Maeve.

No un mensajero en un bote.

Sino una descarga de flechas, tantas que bloqueaban la luz mientras se arqueaban a través del cielo.

—Protección —rugió Rowan, no sólo a los portadores de magia, también a los hombres armados
que elevaron sus escudos abollados y maltratados sobre ellos mientras las flechas llovían a través
de la línea.

Las flechas golpearon, y su magia se dobló bajo su embestida. Sus puntas habían sido envueltas en
su propia magia, y Rowan apretó los dientes contra ella. En otros barcos, donde el escudo estaba
estirado al máximo, algunos hombres gritaron.

La armada de Maeve comenzó a moverse hacia ellos.


Capítulo 64
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Reshi

Aelin tenía un cuerpo que no era un cuerpo.

Ella lo sabía sólo porque en este vacío, en este nebuloso crepúsculo, Manon tenía un cuerpo. Y casi
transparente, espectral cuerpo, pero… una forma después de todo.

Los dientes y uñas de Manon se reflejaban en la tenue luz mientras analizaban los remolinos de
niebla gris.

—¿Qué es este lugar? —El espejo las había transportado a... donde fuera que eso era.

—Tus suposiciones son tan buenas como las mías, bruja—.

¿Se había el tiempo detenido más allá de estas nieblas? ¿Maeve había detenido su fuego al saber
que ella no estaba presente… o había atacado como quiera? Aelin no tenía duda alguna de que
Rowan iba a aguantar con las líneas tanto tiempo como fuera posible. No tenía duda de que él y
Aedion los guiarían. Pero...

Fuera que este espejo de bruja era la Cerradura que buscaba, esperaba que algo inmediato reaccio-
nara con las dos Llaves del Wyrd que coló dentro de su chaqueta.

No… esto. No absolutamente nada.

Aelin desenvainó a Goldryn. En la niebla, el rubí de la niebla parpadeaba, el único color, la única
luz.

—Debemos mantenemos juntas—le dijo Manon—sólo hablaremos cuando sea necesario.

Aelin estaba inclinada a estar de acuerdo. Había un suelo sólido bajo ellas, pero la niebla ocultaba
sus pies, ocultaba cualquier indicio de que se paraban más allá de una superficie débil y a punto de
desmoronarse.

—¿Alguna idea de hacia dónde nos dirigimos? —murmuró Aelin. Pero ella no tenía que decidir.

La arremolinada niebla se oscureció, y Manon y Aelin se pusieron más cerca, espalda contra espal-
da. Completa oscuridad barría alrededor de ellas, cegándolas.

Entonces… una turbia y tenue luz apareció adelante. No, no adelante. Se estaba acercando a ellas.
El huesudo hombro de Manon se pegó al de ella mientras se apretaban más cerca juntas, como una
pared impenetrable.
Pero la luz se onduló y expandió, y figuras apareciendo. Solidificándose.

Aelin supo tres cosas mientras la luz y los colores las envolvían y se hacían tangibles:

Ellas no estaban siendo vistas, o escuchadas, o percibidas por cualquiera de las cosas frente a ellas.

Y este era el pasado. Hace mil años, para ser exactos.

Y esa era Elena Galathynius de rodillas en un paso de una árida montaña negra, con sangre der-
ramándose por su nariz, lágrimas deslizándose a través de la tierra manchando su rostro, salpican-
do su armadura, frente a un sarcófago de obsidiana de alguna forma postrado frente a ella.

En todo alrededor del sarcófago, marcas del Wyrd hervían lentamente con débil fuego azul. Y en el
centro de él… el Ojo de Elena, el amuleto sostenido dentro de la roca misma, su color dorado pálido
sin adornos y reluciente.

Entonces, como si un aliento fantasma soplara sobre ello, el Ojo se atenuó, junto con las marcas
del Wyrd.

Elena alcanzó con una mano temblorosa el Ojo para girarlo, rotándolo tres veces en la piedra neg-
ra. El Ojo hizo clic y cayó en la mano de Elena. Sellando el sarcófago.

Cerrándolo.

—Tenías la Cerradura contigo todo este tiempo—le murmuró Manon—. Pero entonces el espejo…

—Creo—dijo Aelin mientras soltaba un suspiro—, que hemos sido deliberadamente engañadas re-
specto a lo que teníamos que conseguir.

—¿Por qué? —dijo Manon con la misma calma.

—Supongo que estamos a punto de descubrirlo.

Una memoria, eso era lo que era. Pero ¿Qué era tan vital que ellas habían sido mandadas a conse-
guir cuando todo el maldito mundo se estaba cayendo alrededor de ellas?

Aelin y Manon se pararon en silencio ante la escena revelada. Mientras la verdad, al fin la verdad,
se mostraba toda.
Capítulo 65
Amanecer en los Pasos de Obsidiana1

Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Reshi

La Cerradura había creado el sarcófago de la montaña misma.

Había tomado cada brasa de su poder para unir a Erawan dentro de la piedra, para sellarlo dentro.

Elena podía sentir al Rey Oscuro durmiendo dentro. Escuchaba los chillidos de su ejército caído
dándose un banquete con la carne humana en el valle allá abajo. ¿Cuánto tiempo continuarían pe-
leando cuando se esparciera la noticia de que Erawan había caído?

Ella no era lo suficientemente ingenua como para esperar que sus compañeros hubieran sobrevivi-
do la masacre. No todo este tiempo.

De rodillas en la dura piedra negra, Elena miró el sarcófago de obsidiana, los símbolos tallados en
él. Inicialmente habían estado brillando, pero ahora se habían desvanecido y enfriado, se habían
quedado en su lugar. Cuando ella robó la Cerradura de su padre todos estos meses atrás, no había
sabido, no había entendido, la verdadera profundidad de su poder. Aun no sabía porque él lo había
forjado. Sólo esa única vez, sólo una, podía el poder de la Cerradura ser usado. Y ese poder… oh,
ese poderoso, aplastante poder… los había salvado a todos.

Gavin, desplomado y ensangrentado detrás de ella, se movió. Su rostro estaba tan mutilado que
ella apenas podía ver sus bellas y fieras facciones debajo. Su brazo izquierdo yacía inútil a su lado.
El precio de distraer a Erawan mientras ella desataba el poder de la cerradura. Pero incluso Gavin
no había sabido lo que ella planeaba. Lo que había robado y mantenido con ella todos estos meses.

No se arrepentía de ello. No cuando lo había salvado de la muerte. O peor.

Gavin se fijó en el sarcófago, en el vacío y complejo amuleto de la Cerradura en su palma mientras


descansaba en su muslo. Lo reconoció instantáneamente, lo había visto en el cuello del padre de
Elena durante esas primeras semanas en Orynth. La piedra azul en su centro estaba ahora drena-
da, tenue donde alguna vez había brillado con fuego en su interior. Con muy apenas una gota de su
poder, si es que conservaba algo.

—¿Qué has hecho? —su voz sonaba rasposa y quebrada por sus gritos durante la batalla con Erawan.
Para darle a Elena tiempo, para salvar a su gente…

Elena cerró sus dedos en un puño alrededor de la Cerradura.


1 Se refiere a los caminos, pasillos, brechas, pasos, por donde se puede caminar entre montañas.
—Él ha sido sellado. No puede escapar.

—La Cerradura de tu padre...

—Está hecho—dijo, girando su atención hacia la docena de figuras inmortales y antiguas ahora en
el otro lado del sarcófago.

Gavin se movió, gimiendo por su cuerpo roto con el movimiento repentino.

No tenían forma. Eran solo imágenes de luz y sombra, viento y lluvia, cantos y recuerdos. Cada uno
un individuo, pero aun así parte de una sola mayoría, una sola consciencia.

Todos estaban mirando a la Cerradura rota en sus manos, a su piedra sin brillo.

Gavin bajó su frente a la piedra manchada de sangre y desvió la mirada.

Cada hueso de Elena tembló de cobardía, pero mantuvo su barbilla en alto.

—El linaje de sangre de nuestra hermana nos ha traicionado—dijo uno que era de mar y cielo y
tormentas.

Elena agitó su cabeza, intentando tragar. Fallando en ello.

—Nos salvé. Detuve a Erawan…

—Tonta—dijo aquél de voces cambiantes, ambos, animal y hombre—. Tonta mestiza. ¿No consid-
eraste porqué tu padre cargaba con él? ¿Por qué esperó a su tiempo todos estos años, reuniendo su
fuerza? Él iba a utilizarlo, para sellar las tres llaves del Wyrd de vuelta en la puerta, y enviarnos a
casa antes de cerrar la puerta para siempre. A nosotros, y al Rey Oscuro. La Cerradura fue forjada
para nosotros, prometida para nosotros. Y la desperdiciaste.

Elena apoyó una mano en la tierra para evitar caerse.

—¿Mi padre tenía las llaves del Wyrd? —Él nunca había siquiera insinuado… y la Cerradura… ella
había pensado que era una simple arma. Una arma que él se había negado usar en esta sangrienta
guerra.

Ellos no le contestaron, su silencio siendo suficiente respuesta.

Un sonido leve y roto salió de su garganta. Elena tomó aliento.

—Lo siento.

La ira de ellos sacudió sus huesos, amenazando con detener su corazón latiente en su pecho. Aquel
ser de fuego y luz y cenizas parecía esperar, parecía detenerse en su ira.

Para recordar.

Ella no había visto ni hablado con su madre desde que ella había dejado su cuerpo para forjar la
Cerradura. Desde que Rhiannon Crochan había ayudado a Mala a capturar su esencia en él, todo su
poder contenido dentro del pequeño espejo de bruja disfrazado de piedra azul, para ser desatado
sólo una vez. Nunca le habían dicho a Elena porqué. Nunca le habían dicho que era todo menos un
arma que su padre un día estaría desesperado por utilizar.

El precio: el cuerpo mortal de su madre, la vida que ella quería para sí misma con Brannon y sus
hijos. Habían sido diez años desde entonces. Diez años, que su padre nunca había dejado de espe-
rar el regreso de Mala, esperando verla de nuevo. Sólo una vez.

No podré recordarlos, Mala les había dicho antes de que se entregara a sí misma a la forja de la
Cerradura. Y a pesar de ello aquí estaba. Deteniéndose. Como si recordara.

—Madre—Elena susurró, una plegaria rota.

Mala Portadora de Fuego desvió la mirada.

Aquél que veía todo con ojos sabios y serenos, dijo:

—Libéralo. Ya que nosotros hemos sido traicionados por estas bestias terrestres, déjanos regre-
sarles el favor. Libera al Rey Oscuro de su ataúd.

—No—Elena suplicó, levantándose—. Por favor… por favor. Díganme qué debo hacer para enmen-
dar esto, pero por favor no lo liberen. Se los ruego.

—Él se levantará de nuevo un día—le dijo aquél de oscuridad y muerte—. Va a despertar. Has
gastado nuestra Cerradura en una misión inútil, cuando pudiste resolver todo, si tan solo hubieras
tenido la paciencia y el ingenio para entenderlo.

—Dejen que se despierte—Elena suplicó, su voz quebrándose—. Dejen que alguien más herede esta
guerra… alguien mejor preparado.

—Cobarde—le dijo aquél con voz de hierro y escudos y espadas—. Cobarde por darle la carga a
alguien más.

—Por favor—dijo Elena—. Les daré lo que sea. Lo que sea. Pero no eso.

Como uno solo, todos miraron a Gavin.

No…

Pero fue su madre quien dijo:

—Hemos esperado todo este tiempo para regresar a casa. Nosotros podemos esperar un poco más.
Vigilar este… lugar, un poco más.

No solamente dioses, sino seres de una existencia diferente, más alta. Para quienes el tiempo era
fluido, y los cuerpos eran cosas de cambio y moldura. Quienes podían existir en múltiples lugares,
esparcirse a sí mismos a sus anchas como redes que se avientan. Eran tan majestuosos, vastos y
eternos como un humano lo era para una efímera2.

2 Nombre de un insecto también llamado cachipolla. Estos insectos tienen un periodo de vida tan corto, que puede durar de breves horas, a breves días.
No habían nacido en este mundo. Tal vez se habían varado aquí después de vagar a través de una
puerta del Wyrd. Y tal vez llegaron a un acuerdo con su padre, con Mala, para al fin mandarlos a
casa, desterrando con ellos a Erawan. Y ella lo había arruinado.

Aquél con los tres rostros dijo:

—Esperaremos. Pero debe haber un precio. Y una promesa.

—Díganlo—Elena dijo. Si ellos tomaban a Gavin, se iría con él. Ella no era la heredera del trono de
su padre. No importaba si ella salía de estos pasos de la montaña. Elena no estaba completamente
segura si podría volver a verlo de nuevo, no después de su arrogancia y orgullo e hipocresía. Bran-
non le había implorado que escuchara, que esperara. Ella sin embargo había robado su Cerradura
y huido con Gavin hacia la noche, desesperada por salvar estas tierras.

Aquél con los tres rostros dijo:

—La línea de sangre de Mala deberá ser derramada de nuevo para forjar una nueva Cerradura. Y
tú los vas a guiar, como un cordero al matadero, a pagar el precio de esta decisión que tú tomaste
por desperdiciar su poder aquí, por esta patética batalla. Tú le mostrarás a este futuro descendi-
ente cómo forjar una nueva Cerradura con los dones de Mala, y cómo entonces usarlo para portar
las llaves y enviarnos a casa. Nuestra promesa inicial aún sigue: nos llevaremos al Rey Oscuro con
nosotros. Lo destrozaremos en nuestro propio mundo, donde él será nada más que polvo y recuer-
dos. Cuando nos hayamos ido, le enseñarás a esa persona cómo sellar la puerta detrás de nosotros,
la Cerradura sellándola eternamente. Cediendo a cambio hasta la última gota de su vida. Como tu
padre estaba preparado a hacerlo cuando el tiempo fuera correcto.

—Por favor—Elena dijo en un suspiro.

El de los tres rostros dijo:

—Dile a Brannon del Fuego Salvaje qué ocurrió aquí; dile el precio que su linaje deberá pagar algún
día. Dile que se prepare para ello.

Ella dejó que las palabras, la condena, se hundieran.

—Lo haré—susurró.

Pero ellos se habían ido. Sólo quedaba un leve calor, como si un rayo de sol le hubiera rozado su
mejilla.

Gavin levantó su rostro.

—¿Qué has hecho? —le preguntó de nuevo— ¿Qué les has dado?

—¿No… escuchaste nada?

—Sólo a ti—dijo, su rostro horriblemente pálido—. A nadie más.

Ella miró al sarcófago frente a ellos, su piedra negra unida a la tierra del camino. Inmovible. Ten-
drían que construir algo alrededor de él, para esconderlo, para protegerlo.
—El precio será pagado… después— dijo Elena.

—Dime—sus labios lastimados e hinchados apenas podían formar palabras.

Dado que ella ya se había condenado a sí misma, y a su linaje, se dio cuenta que no quedaba nada
ya a perder al mentir. No esta vez, esta última vez.

—Erawan volverá a despertar… algún día. Cuando el tiempo llegue, ayudaré a aquellos que deberán
combatirlo.

Los ojos de Gavin miraban con cautela.

—¿Puedes caminar?—Elena le preguntó, teniendo una mano para ayudarle a levantarse. El sol as-
cendiente bañó las montañas oscuras de rojo y dorado. Ella no tenía duda alguna que el valle detrás
de ellos fue bañado hasta el final.

Gavin se soltó del agarre, los dedos aún rotos, de donde habían descansado en la empuñadura de
Damaris. Pero él no tomó la mano que le ofreció.

Y él no le dijo lo que había detectado mientras tocaba a la Espada de la Verdad, qué mentiras había
sentido y desentrañado.

Ellos no hablaron de eso nunca más.

La Salida de la Luna en el Templo de Sandrian, los Pantanos de Piedra

La Princesa de Eyllwe había vagado por los Pantanos de Piedra durante semanas, en busca de
respuestas a acertijos puestos miles de años atrás. Respuestas que podrían salvar su reino de la
condena.

Llaves, puertas y cerraduras. Portales, pozos y profecías. Eso era lo que la princesa se murmuraba
a sí misma en las semanas que había estado investigando sola en los pantanos, buscando el man-
tenerse con vida, peleando contra las bestias de dientes y veneno cuando era necesario, leyendo las
estrellas para entretenerse.

Así que cuando al fin la princesa llegó al templo, cuando se paró ante el altar de piedra y el cofre,
gemelo a aquél oscuro debajo de Morath, ella al fin apareció.

—Tú eres Nehemia—dijo ella.

La princesa se giró, su ropa de caza húmeda y manchada, las puntas doradas de su pelo trenzado
tintineando.
Una mirada asesina con ojos que se veían ya gastados para tener apenas dieciocho; ojos que habían
mirado por mucho tiempo hacia la oscuridad entre las estrellas y anhelado con saber sus secretos.

—Y tú eres Elena.

Elena asintió.

—¿Por qué has venido?

La Princesa de Eyllwe movió su elegante barbilla hacia el cofre de piedra.

—¿No estoy yo llamada a abrirlo? ¿A aprender cómo salvarnos, y pagar el precio?

—No—le contestó Elena tranquilamente—. No tú. No de esta manera.

Los labios apretados de la princesa eran el único signo de disgusto.

—Entonces ¿En qué forma, Señora, se requiere que sangre?

Ella había estado observando, y esperando, y pagando por sus decisiones por mucho tiempo.
Mucho tiempo.

Y ahora que la oscuridad había caído… ahora un nuevo sol debía surgir. Tenía que surgir.

—Es el linaje de Mala el que pagará, no el tuyo.

Nehemia se enderezó.

—No has contestado mi pregunta.

Elena deseó poder mantener las palabras, mantenerlas guardadas. Pero este era el precio, por su
reino, por su gente. El precio por esta gente, este reino. Y el de otros.

—En el Norte, dos familias crecen de Mala. Una en la Casa Havilliard, donde el príncipe con los
ojos iguales a los de mi pareja posee mi magia pura y el poder de Mala. La otra raíz crece a través
de la Casa Galathynius, donde nació verdadera: en fuego y brasas y cenizas.

—Aelin Galathynius está muerta—le dijo Nehemia.

—No lo está—no, ella se había asegurado de ello, aun pagando por lo que había hecho esa noche
invernal—. Está escondida, olvidada por un mundo deseoso de ver tal poder extinguido antes de
que madurara.

—¿Dónde está ella? ¿Y cómo esto se ata a mí, Señora?

—Eres experta en esta historia, en sus jugadores y las apuestas. Conoces las marcas del Wyrd y sa-
bes cómo usarlas. Has malentendido los acertijos, creyendo que eras tú quien tenía que venir aquí,
a este lugar. Este espejo no es la Cerradura, es un mar de recuerdos. Forjado por mí, mi padre, y
Rhiannon Crochan. Forjado para que el heredero de esta carga pueda entender algún día. Pueda
entender todo antes de decidir. Este encuentro, también, deberá almacenarse en él. Pero fuiste
llamada, para que nos viéramos.

Ese sabio y joven rostro esperó.

—Ve al norte, Princesa—Le dijo Elena—. Ve a la casa del enemigo. Haz los contactos, obtén la in-
vitación, haz lo que debes, pero llega hasta la casa de tu enemigo. Las dos líneas de sangre se con-
vergirán ahí. Justo ahora, están en camino.

—¿Aelin Galathynius se dirige a Ádarlan?

—No Aelin. No con ese nombre, esa corona. Reconócela por sus ojos, turquesa con un centro de
oro. Reconócela por la marca en su frente, la marca del bastardo, la marca de Brannon. Guíala.
Ayúdala. Ella te va a necesitar.

—¿Y el precio?

Ella los odiaba, en ese entonces.

Odiaba a los dioses quienes habían demandado esto. Se odiaba a sí misma. Odiaba que esto hubi-
era sido pedido, todas estas luces brillantes…

—No volverás a ver Eyllwe de nuevo.

La princesa miró hacia las estrellas como si le hablaran, como si las respuestas estuvieran escritas
ahí.

—¿Mi gente sobrevivirá? —Una pequeña, quieta voz.

—No lo sé.

—Entonces tomaré los pasos para ello también. Unir a los rebeldes mientras estoy en Rifthold,
preparar al continente para la guerra.

Nehemia bajó su mirada de las estrellas. Elena quería caer de rodillas ante la joven princesa, rog-
arle por su perdón.

—Uno de ellos debe ser preparado, para hacer lo que necesita hacerse—le dijo Elena, si tan sólo
porque era la única forma de explicarlo, de disculparse.

Nehemia pasó saliva.

—Entonces ayudaré en cualquier forma que pueda. Por Erilea. Y por mi gente.
Capítulo 66
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Reshi

Aedion Ashryver había sido entrenado para matar hombres y mantener líneas en batalla desde
que tenía edad suficiente para levantar una espada. El Príncipe Heredero Rhoe Galathynius había
comenzado su entrenamiento personalmente, manteniendo a Aedion en estándares que algunos
podrían considerar injustos, demasiado duros para un niño.

Pero Rhoe había sabido, se dio cuenta Aedion mientras se paraba en la proa del barco, con los
hombres de Ansel de Briarcliff armados y listos detrás de él. Rhoe había sabido desde entonces
que Aedion serviría a Aelin, y cuando ejércitos extranjeros desafiaran el poder de la Portadora de
Fuego… no serían meros mortales con quienes se enfrentaría.

Rhoe y Evalin, habían apostado que el ejército inmortal que ahora se extendía a lo largo frente a él
algún día llegaría a estas costas. Y ellos querían estar seguros que Aedion estaría listo cuando eso
sucediera.

—Levanten los escudos—le ordenó Aedion a los hombres mientras una segunda ráfaga de flechas
llovía de la armada de Maeve. La barrera mágica alrededor de los barcos se mantenía lo suficiente
gracias a Dorian Havilliard, y aunque él estaba agradecido de cualquier linaje de sangre que los
separaba, después de la estupidez que el rey había hecho con Aelin y Manon, Aedion apretó sus
dientes ante cada onda de color en la barrera al impacto de las flechas.

—Estos son soldados, iguales a ustedes—continuó Aedion—. No dejen que esas orejas puntiagu-
das los engañen. Ellos sangran como el resto de nosotros. Y pueden morir de las mismas heridas,
también.

No se permitió a sí mismo voltear, a donde su padre comandaba y protegía con magia otra línea de
barcos. Gavriel se mantuvo en silencio cuando Fenrys divulgaba el cómo mantener a un guerrero
Fae de rápida curación abajo: ir a rebanar a través de músculos en lugar de apuñalarlos. Rompe un
tendón y detendrás a un inmortal lo suficiente para matarlo.

Era más fácil decirlo que hacerlo. Los soldados se habían puesto pálidos de la cara con el pens-
amiento de ello, combate abierto, espada contra espada, contra guerreros Fae . Tenían motivos
para estar así.

Pero el deber de Aedion no era recordarles los hechos. Su deber era hacerlos estar dispuestos a
morir, el hacer que esta batalla fuera absolutamente necesaria. El miedo podía romper una línea
más rápido que cualquier ejército enemigo.

Rhoe, su verdadero padre, le había enseñado eso. Y Aedion había aprendido eso durante esos años
en el Norte. Lo había aprendido peleando hundido hasta las rodillas en lodo y sangre con La Per-
dición.

Él deseaba que ahora ellos lo flanquearan, no guerreros desconocidos de Wastes.

Pero no podía dejar que su propio miedo quebrara su decisión.

La segunda ola de flechas de Maeve se levantó alto, alto, alto, las flechas elevándose rápido y más
lejos que flechas mortales. Con mejor puntería.

El escudo invisible sobre ellos onduló con destellos de azul y púrpura mientras las flechas siseaban
y se resbalan de la barrera.

Preparándose tan pronto, pues esas flechas llegaron con un toque de magia.

Los soldados en la cubierta se movieron, posicionando escudos, su anticipación y terror creciente


cubriendo los sentidos de Aedion.

—Es sólo un poco de lluvia, chicos—Les dijo, haciéndoles una mueca—. Creí que ustedes bastardos
estaban acostumbrados a eso en Wastes.

Oyó Algunas quejas, pero esos escudos de metal dejaron de temblar.

Aedion se hizo reír a sí mismo. Se hizo a sí mismo el Lobo del Norte, ansioso por escupir sangre
en los mares sureños. Como Rhoe le enseñó, como Rhoe lo preparó, mucho tiempo antes de que
Terrasen cayera bajo la sombra de Ádarlan.

No de nuevo. Nunca de nuevo y definitivamente no ante Maeve. No aquí, sin nadie atestiguándolo.

Adelante, en el frente de batalla, la magia de Rowan destelló de un tono blanco en una silenciosa
señal.

—Flechas listas—Ordenó Aedion.

Los arcos crujieron, flechas apuntando hacia el cielo.

Otro destello.

—¡Disparen! —Bramó Aedion.

El mundo se oscureció bajo sus flechas mientras salían disparadas hacia la armada de Maeve.

Una tormenta de flechas, para distraerlos del verdadero ataque bajo las olas.

l
El agua era más tenue aquí, con los delgados rayos de luz del sol que se colaban entre los gordos
barcos que estaban en las olas.

Otras creaturas se habían juntado ante el alboroto, esas trituradoras de carne en busca de los cuer-
pos que seguramente caerían a ellos cuando las dos armadas se encontraran.

Un destello de luz había mandado a Lysandra a nadar profundo, zigzagueando entre los carroñeros
merodeando, mezclándose entre las masas lo mejor que podía mientras se lanzaba con velocidad.

Había modificado su dragón de mar. Le dio extremidades más largas y pulgares prensiles.

Dándole a su cola más fuerza, más control.

Su propio pequeño proyecto, durante los largos días de viaje. Tomar una forma original y perfec-
cionarla. Alterar a su propio gusto lo que los dioses habían hecho.

Lysandra alcanzó el primer barco que Rowan había marcado. Un cuidadoso y preciso mapa de
dónde y cómo golpear. Un choque de su cola tenía el timón hecho trizas.

Sus gritos la alcanzaron incluso bajo las olas, pero Lysandra estaba ya volando, elevándose hacia el
siguiente bote que había marcado.

Usó sus garras esta vez, agarrando el timón y arrancándolo de un golpe. Después creando un agu-
jero de un golpe en la quilla1 con su cola dura. Dureza, sin picos –no, los picos se habían atorado en
Bahía Calavera. Por lo que convirtió su cola en un ariete.

Flechas fueron disparadas con mejor puntería que la de los soldados del Valg, disparadas como
esos rayos de luz en el agua. Se había preparado para eso, también.

Rebotaron ante la Seda de Araña. Horas invertidas estudiando el material injertado en las alas de
Abraxos le habían enseñado sobre él, cómo cambiar su propia piel en esa fibra impenetrable.

Lysandra desgarró otro timón, luego otro. Y otro.

Los soldados Fae estaban gritando hacia ella. Pero los arpones que disparaban eran demasiado
pesados, y ella era demasiado rápida, nadando muy profundo y tan ágil. Látigos de agua por magia
eran lanzaron sobre ella, intentando atraparla. Ella esquivó eso también.

La corte que podría cambiar al mundo, se dijo a sí misma una y otra vez, mientras el cansancio
comenzaba a pesarle, mientras seguía destruyendo timón tras timón, golpeando agujeros en esos
barcos Fae marcados.

Ella había hecho una promesa a esa corte, a ese futuro. A Aedion. Y a su reina. No le iba a fallar.

1 La parte más importante de un barco. Es la pieza de madera larga que se extiende de proa a popa en la que se ponen las cuadernas (Como costillas) del

barco. La Quilla es la columna vertebral del barco.


Y si los malditos dioses querían que Maeve fuera cara a cara contra ellos, si Maeve pensaba en
golpearlos cuando estaban débiles… Lysandra iba a hacer que esa perra se arrepintiera.

La magia de Dorian comenzaba a temblar mientras la armada de Maeve pasaba de disparar flechas
a total caos. Pero mantuvo sus escudos intactos, parchando los lugares donde sus flechas habían
logrado penetrar. Incluso ya, su poder tambaleaba, drenado con demasiada rapidez.

Ya sea por un truco de Maeve, o cualquier tipo de magia puesta en las flechas.

Pero Dorian apretó sus dientes, controlando la magia a su voluntad. Las advertencias bramadas de
Rowan sobre resistir llegaban en eco a través del agua –su voz amplificada de la forma que Gavriel
había usado su voz en Bahía Calavera.

Pero incluso con el caos de la armada de Maeve encontrando sus barcos bajo asedio debajo del
agua, sus líneas parecían extenderse para siempre.

Aelin y Manon no habían regresado.

Un hombre Hada en un pánico letal lleno de ira era una cosa terrible de presenciar. Dos de ellos
era algo cerca al cataclismo.

Cuando Aelin y Manon se desvanecieron hacia ese espejo Dorian sospechaba que fue el solo rugi-
do de Aedion lo que hizo que Rowan cortara la furia con la que había bajado. Y sólo el palpitante
moretón en la mejilla de Dorian lo que hizo que Rowan se detuviera de darle otro para hacer juego.

Dorian miró hacia el frente de batalla, donde el Príncipe Fae estaba de pie en la proa de su barco,
su espada y hacha afuera, un carcaj de flechas y un arco atados en su espalda, y varios cuchillos de
caza afilados. El príncipe no había cortado la furia en lo absoluto, se dio cuenta.

No, Rowan había ya descendido a un nivel de fría ira que tenía a la magia de Dorian temblando,
incluso desde la distancia entre ellos.

Él podía sentirlo, el poder de Rowan –sentirlo como sintió el de Aelin surgir.

Rowan había ya llegado profundo en su reserva de poder cuando Aelin y Manon se habían ido. Usó
la última hora, una vez Aedion hubiera enfocado ese miedo e ira en la batalla frente a ellos, para
sumergirse incluso más profundo. Ahora fluía alrededor de ellos como bajo sus pies el mar.

Dorian siguió su ejemplo, recordando el entrenamiento que el príncipe había inculcado en él. Hielo
cubría sus venas, su corazón.

Aedion le había dicho una sola cosa antes de irse a su propia sección de la armada. El príncipe
general le había mirado una sola vez, sus ojos Ashryver yendo al moretón que le había dado, y dijo:
—El miedo es una sentencia de muerte. Cuando estés ahí afuera, recuerda que no necesitamos so-
brevivir. Sólo cáusales suficiente daño para que cuando ella vuelva… ella borre el resto.

Cuando. No sí. Pero cuando Aelin encontrara sus cuerpos, o lo que fuera que quedara de ellos en el
mar si éste no los reclamaba… ella podría bien acabar el mundo con su ira.

Tal vez ella debería. Tal vez el mundo lo merecía.

Tal vez Manon Blackbeak le ayudaría a ello. Tal vez gobernaría sobre las ruinas juntas.

Él deseaba haber tenido más tiempo para hablarle a la bruja. Para conocerla más allá de lo que su
cuerpo había conocido.

Porque incluso con los timones destruidos… los barcos avanzaban.

Guerreros Fae. Nacidos y criados para matar.

Aedion y Rowan enviaron otra descarga de flechas apuntando hacia los barcos. Escudos desinte-
grándolas antes de que pudiera impactar en cualquier objetivo. Esto no iba a acabar bien.

Su corazón latía muy deprisa, y tragó mientras los barcos se deslizaban alrededor de sus hermanos
naufragados, avanzando poco a poco hacia la línea de separación.

Su magia se retorcía.

Dorian tenía que ser cuidadoso hacia dónde apuntar. Tenía que hacer que contara.

No confiaba que su poder se mantuviera enfocado si lo desataba todo.

Y Rowan le había dicho que no lo hiciera. Le había dicho que esperara hasta que la armada estu-
viera verdaderamente sobre ellos. Hasta que cruzaran esa línea. Hasta que el Príncipe Fae le diera
la orden de disparar.

Porque era fuego y hielo, lo que luchaba dentro de Dorian ahora, implorando ser liberados.

Mantuvo su barbilla en alto mientras más barcos pasaban sobre aquellos destruidos en el frente y
se deslizaban alrededor de ellos.

Dorian sabía que iba a doler. Sabía que iba a doler el destruir su magia, y luego destruir su cuerpo.
Sabía que iba a doler el ver a sus compañeros caer, uno a uno.

Pero aun así Rowan mantuvo el frente, no dejó que sus barcos se giraran para escapar.

Cerca y más cerca, los barcos enemigos se lanzaban hacia su frente, tirados por ondeantes remos
poderosos. Los arqueros estaban listos para disparar, y la luz del sol se reflejaba en la armadura
pulida de esos guerreros Fae a bordo, hambrientos de batalla. Listos y descansados, preparados
para matar.

No iba a haber rendición. Maeve iba a destruirlos sólo para castigar a Aelin.
Dorian les había fallado, al mandar a Manon y Aelin lejos. En esa apuesta, quizás les había fallado
a todos ellos.

Pero Rowan Whitethorn no.

No, mientras esos barcos enemigos se deslizaban en posición entre sus compañeros naufragados.
Dorian vio que cada uno de ellos llevaba la misma bandera.

Una bandera de plata, con un halcón chillando.

Y donde la bandera oscura de Maeve de un búho estaba ondeando… ahora era bajada de su lugar.

Y la bandera de la reina se desvaneció por completo, mientras barcos Fae usando la bandera platea-
da de la Casa de Whitethorn abrían fuego sobre su propia armada.
Capítulo 67
Traducido por Sergio Palacios
Corregido por Reshi

Rowan le había contado a Enda sobre Aelin.

Le había contado a su primo sobre la mujer que él amaba, la reina cuyo corazón ardía con fuego
salvaje. Le había dicho a Enda sobre Erawan, y la amenaza de las llaves, y el deseo personal de
Maeve hacia ellas.

Y entonces se había puesto de rodillas y rogado a su primo por ayuda.

Para no abrir fuego hacia la armada de Terrasen.

Sino hacia la de Maeve.

Para no malgastar esta única oportunidad de paz. De detener la oscuridad antes de que los con-
sumiera a todos, tanto a Morath y a Maeve. Para pelear no por la reina que los había esclavizado,
sino por aquella que los había salvado.

“Lo consideraré”, le había dicho Endymion.

Y así Rowan se puso de pie y navegó hacia el barco de otro primo. La Princesa Sellene, su más joven
y astuta prima, había escuchado. Le había dejado rogarle. Y con una pequeña sonrisa, ella había
dicho la misma cosa. Lo consideraré.

Y así se fue, barco por barco. A los primos que él sabía podrían escuchar.

Un acto de traición, eso era para lo que les estaba rogando. Traición y engaño tan grandes que ellos
podrían nunca regresar a casa. Sus tierras y sus títulos, serían apoderados o destruidos.

Y mientras sus barcos ilesos navegaban en su lugar a un lado de esos que Lysandra había ya de-
shabilitado, mientras ellos atacaban con disparos de flechas y magia sobre sus fuerzas inadverti-
das, Rowan rugió a su propia flota

—¡Ahora, ahora, ahora!

Remos golpearon contra las olas, hombres gruñendo mientras remaban con todas sus fuerzas ha-
cia la armada en completo caos.

Cada uno de sus primos había atacado.

Cada uno de ellos. Como si todos se hubieran juntado, y decidido arriesgar la ruina juntos.
Rowan no poseía un ejército propio para ofrecerlo a Aelin. Para ofrecerlo a Terrasen.

Así que se había ganado uno para ella. A través de las únicas cosas que Aelin había clamado eran
las únicas que ella quería de él.

Su corazón. Su lealtad. Su amistad.

Y Rowan deseaba que su Corazón de Fuego estuviera ahí para verlo mientras la Casa de Whitetho-
rn colisionaba contra la flota de Maeve, y hielo y viento explotaban contra las olas.

Lorcan no podía creerlo.

No podría creer lo que estaba viendo mientras un tercio de la flota de Maeve abría fuego contra la
mayoría de los barcos inhibidos de ella.

Y él sabía, él sabía sin que le confirmaran que las banderas ondulando en esos barcos serían
plateadas.

Como los hubiera convencido, cuando los hubiera convencido…

Whitethorn lo había hecho. Por ella.

Todo ello, por Aelin.

Rowan bramó la orden de presionar su ventaja, de romper la armada de Maeve entre ellos.

Lorcan, un poco aturdido, pasó la orden a sus propios barcos.

Maeve no lo permitiría. Borraría la línea Whitethorn del mapa por esto.

Pero ahí estaban ellos, desatando su hielo y viendo sobre sus propios barcos, enfatizando con fle-
chas y arpones que se abrían paso entre madera y soldados.

Viento soplaba en su cabello, y él sabía que Whitethorn estaba ahora empujando su magia al punto
de quiebre para arrastrar sus propios barcos hacia la pelea antes de que sus primos perdieran la
ventaja de la sorpresa. Tontos, todos ellos.

Tontos, pero aun así…

El hijo de Gavriel estaba gritando el nombre de Whitethorn. Un maldito grito de victoria. Una y
otra vez, los hombres tomando el llamado.

Entonces la voz de Fenrys se alzó. Y la de Gavriel. Y la de la reina de pelo rojo. Y la del Rey Havil-
liard.
Su armada se disparó hacia la de Maeve, sol y mar y velas en todos lados, espadas brillando en la
luz de la mañana. Incluso el subir y bajar de los remos parecía hacer eco al canto.

Y hacia la batalla, hacia el baño de sangre, ellos llamaban el nombre del príncipe.

Por un latido, Lorcan se permitió reflexionar esto, el poder de aquello que había forzado a Rowan
arriesgarlo todo. Y Lorcan se preguntó si quizás esta era esa fuerza que Maeve y Erawan no podrían
ver venir.

Pero Maeve… Maeve estaba en la armada en alguna parte.

Ella tomaría represalias. Atacaría de vuelta, los haría a todos sufrir…

Rowan golpeó su flota contra el frente de Maeve, desatando su furia de hielo y viento junto con sus
flechas.

Y donde el poder de Rowan se pausó, la magia de Dorian se impulsó.

Ni en sueños el ganar se había convertido ahora en la suerte de un necio. Si Whitethorn y los otros
podrían mantener sus líneas, mantenerse a ellos mismos firmes.

Lorcan se puso a buscar a Fenrys y Gavriel entre barcos y soldados.

Y él supo que la respuesta de Maeve había llegado cuando al espiarlos, uno después del otro, se
pusieron rígidos. Cuando vio a Fenrys tomar un salto y desvanecerse en el aire. El Lobo Blanco de
Doranelle apareció al instante al lado de Gavriel, con los hombres gritando por su aparición de la
nada.

Pero él agarró el brazo de Gavriel, y entonces se habían desvanecido de nuevo, con sus rostros
tensos. Sólo Gavriel consiguió mirar a Lorcan antes de que desaparecieran –sus ojos amplios en
advertencia. Gavriel apuntó, y luego fueron nada más que luz de sol y rocío.

Lorcan miró hacia donde Gavriel había logrado apuntar, esa pizca de desobediencia cortando hon-
do.

La sangre de Lorcan se congeló.

Maeve estaba permitiendo que la batalla sucediera en el mar porque ella tenía otros juegos en mar-
cha. Porque ella no estaba en lo absoluto en el mar.

Sino en la costa.

Gavriel había apuntado ahí. No a la playa cercana, sino más allá en la costa –hacia el oeste.

Justo donde había dejado a Elide hacía unas horas.

Y a Lorcan no le importó la batalla, o sobre lo que había acordado hacer por Whitethorn, la prome-
sa que le había hecho al príncipe.

Él le había hecho una promesa a ella primero.


Los soldados no fueron lo suficientemente estúpidos como para intentar detenerlo cuando Lorcan
le ordenó a quien estaba a cargo que le preparar un bote.

Elide no podía ver la batalla desde donde esperaba en las dunas de arena, con la pradera marina
agitándose por el viento alrededor de ella. Pero podía escucharlo, los gritos y los golpes.

Intentaba no escuchar el fragor de la batalla, y en su lugar suplicó a Anneith que guiara a sus
amigos. Que mantuviera a Lorcan vivo, y a Maeve lejos de él.

Pero Anneith se mantenía cerca, flotando detrás de su hombro.

Mira, ella decía, como siempre lo hacía. Mira, mira, mira.

No había nada más que arena y pasto y agua y un cielo azul. Nada más que los ocho guardias que
Lorcan había ordenado permanecieran con ella, descansando en las dunas, viéndose ya sea alivia-
dos o apagados por perderse la batalla desencadenándose alrededor de la costa.

La voz se tornó urgente. Mira, mira, mira.

Entonces Anneith se desvaneció por completo. No… huyó.

Las nubes se juntaron, viniendo de los pantanos. Dirigiéndose hacia el sol que comenzaba su as-
censo.

Elide se puso de pie, deslizándose un poco en la duna.

El viento soplaba y silbaba a través del pasto y la arena cálida se tornó gris y apagada mientras esas
nubes pasaban sobre el sol. Desapareciéndolo.

Algo se aproximaba.

Algo que sabía que Aelin Galathynius tomaba su fuerza de la luz del sol. De Mala.

La boca de Elide se secó. Si Vernon la encontraba aquí… no iba a haber forma de escapar de él esta
vez.

Los guardias en las dunas detrás de ella se pusieron rígidos, notando el extraño viento, las nubes.
Sintiendo esa tormenta aproximarse como algo no natural. ¿Podrían hacerles frente a los ilken el
tiempo suficiente para que la ayuda llegara? ¿O Vernon traería más de ellos esta vez?

Pero no era Vernon quien apareció en la playa, caminando como si se tratara de una mera brisa.
Capítulo 68
Traducido por Ella R

Corregido por Cotota

Era una agonía.

Un sufrimiento el ver a Nehemia, tan joven, fuerte y sabia. Hablando con Elena en los pantanos,
entre esas mismas ruinas.

Y luego hubo otro dolor agudo.

Al saber que Elena y Nehemia se conocían. Que habían trabajado juntas.

Que Elena había planeado todo aquello miles de años atrás.

Que Nehemia había ido a Rifthold sabiendo que iba a morir.

Sabiendo que ella necesitaba quebrar a Aelin, usar su muerte para quebrarla, así ella podia alejarse
de la asesina y ascender a su trono.

A Aelin y a Manon se les mostró otra escena. Una de una conversación susurrada a medianoche, en
las profundidades del castillo de cristal.

Una reina y una princesa, reuniéndose en secreto. Al igual que lo habían hecho durante meses.

La reina pidiéndole a la princesa que pagara el precio que le había ofrecido aquella vez en los pan-
tanos. Que organizara su propia muerte, que pusiera todo aquello en marcha. Nehemia le había
advertido a Elena que ella, que Aelin, se quebraría. Peor aún, que se hundiría tan profundo en un
abismo de rabia y desesperación que no sería capaz de salir. Ni siquiera como Celaena.

Nehemia había tenido razón.

Aelin estaba temblando, temblando en su cuerpo casi invisible, tan fuertemente que pensó que
su piel se desprendería de sus huesos. Manon se acercó, quizás era el único consuelo que la bruja
sabía cómo ofrecer: la solidaridad.

Ellas observaron la turbulenta neblina otra vez, donde las escenas, los recuerdos, se habían
desplegado.

Aelin no estaba segura de poder tolerar otra verdad. Otra revelación de cómo tan meticulosamente
Elena los había vendido a ella y a Dorian a los dioses, debido al estúpido error que había cometido
al no entender el verdadero propósito de la Cerradura: encerrar a Erawan en su tumba, en vez de
dejar que Brannon finalmente acabara con ello, y enviar a los dioses al lugar que llamasen hogar,
arrastrando a Erawan con ellos.

Enviarlos a su hogar… utilizando las llaves para abrir el Portal del Wyrd. Y una nueva Cerradura
para sellarlo para siempre.

Mi precio es innombrable.

Utilizando su poder, escurriendo hasta la última gota de su vida para forjar aquella nueva Cerradura.
Para blandir el poder de las llaves solo una vez, una única vez y así poder desterrarlos a todos y
luego sellar el portal para siempre.

Los recuerdos pasaron titilando.

Elena y Brannon, gritándose el uno al otro en una habitación que Aelin no había visto en años;
la suite del rey en el palacio en Orynth. Su suite, o la que hubiese sido. Un collar brillaba sobre la
garganta de Elena: el Ojo. La primera y ahora rota Cerradura que Elena, ahora Reina de Adarlan,
parecía usar como alguna clase de recuerdo de su estupidez, de su promesa para con los furiosos
dioses.

La discusión con su padre se tornó más y más fuerte, hasta que la princesa se marchó. Y Aelin supo
que Elena nunca había regresado a aquel resplandeciente palacio en el Norte.

Luego, aquel espejo embrujado reveló una andina recámara de piedra, una belleza pelinegra con
una corona de estrellas estaba plantada ante Elena y Gavin, explicando cómo funcionaba el espejo
embrujado, cómo podia contener aquellos recuerdos. Rhiannon Crochan. Manon se estremeció
ante su vision y Aelin lanzó una mirada entre ellas.

El rostro… era el mismo. El rostro de Manon y el de Rhiannon Crochan. Las últimas Reinas Crochan,
de dos eras diferentes.

Luego, una imagen de Brannon solo, su cabeza entre sus manos, llorando frente a un cuerpo
amortajado encima de un altar de piedra. La figura doblada de una vieja bruja se hallaba recostada
debajo.

Elena, su gracia inmortal cedida para poder vivir el resto de una vida humana junto a Gavin.
Brannon aún se veía con menos de treinta años.

Brannon, el calor de miles de forjas brillando en su cabello rojizo-dorado, sus dientes al descubierto
en un gruñido mientras golpeaba un disco de metal contra un yunque, los músculos de su espalda
extendiéndose debajo de la piel dorada con cada golpe.

Al forjar el Amuleto de Orynth.

Al colocar un pedacito de piedra negra a cada lado y luego sellarlo, con la resistencia escrita en cada
línea de su cuerpo.

Después de eso, escribió el mensaje con Marcas del Wyrd en la parte trasera. Un mensaje.

Para ella.
Para su verdadera heredera, el castigo de Elena y su promesa a los dioses debía cumplirse. El castigo
y la promesa que los había surcado. Que Brannon no podía ni habría de aceptar. No mientras
tuviera la fuerza suficiente.

Mi precio es innombrable. Escrito allí mismo, con Marcas del Wyrd. Aquel quien cargaba con la
marca de Brannon, la marca del bastardo nacido sin nombre… Ella sería el costo para terminar
esto.

El mensaje en la parte trasera del Amuleto de Orynth era la única advertencia que podía ofrecer,
la única disculpa por lo que su hija había hecho, incluso cuando contenía un secreto dentro, tan
mortal que nadie debía saberlo, no podía ser contado a nadie.

Pero habría pistas. Para ella. Para que terminara lo que ellos habían comenzado.

Brannon construyó la tumba de Elena con sus propias manos. Talló los mensajes allí para Aelin
también.

Los acertijos y las pistas. Lo mejor que podía ofrecer para explicar la verdad, mientras mantenía
aquellas llaves escondidas del mundo, de poderes que las usarían para reinar, para destruir.

Luego hizo a Mort, el metal para el llamador obsequiado por Rhiannon Crochan, quien pasó una
mano sobre la mejilla del rey antes de abandonar la tumba.

Rhiannon no estuvo presente cuando Brannon escondió el pedacito de piedra negra debajo de la
joya en la corona de Elena, la segunda Llave del Wyrd.

Ni cuando colocó a Damaris en su estrado, cerca del segundo sarcófago. Para el rey mortal al que
había odiado y apenas tolerado, pero había retenido esa aversión por el bien de su hija. Incluso
cuando Gavin hubo llevado a su hija, la hija de su alma, lejos de él.

La llave final… fue hacia el templo de Mala.

Allí era donde él quería acabar con todo aquello de todas maneras.

El fuego líquido alrededor del templo resonó como una canción en su sangre, una señal para
acercarse. Una bienvenida.

Solo aquellos que poseían sus dones, los dones de ella, podían entrar allí. Incluso las sacerdotisas
no podían llegar a la isla en el centro del río fundido. Solo su heredera sería capaz de hacerlo. O
quien fuera que tuviese otra llave.

Por lo que colocó la última llave debajo de un adoquín.

Y luego se dirigió hacia el río fundido, dentro del corazón en llamas de su amada. Y Brannon, el Rey
de Terrasen, Señor del Fuego, no volvió a emerger de él.

Aelin no sabía por qué le sorprendía el ser capaz de llorar en ese cuerpo. Que ese cuerpo tuviera
lágrimas para derramar.

Pero Aelin las derramó por Brannon. Quien sabía lo que Elena le había prometido a los dioses, y se
había enfurecido por ello, el pase de esta carga a uno de sus descendientes.

Brannon había hecho lo que había podido por ella. Para aliviar el golpe de aquella promesa, si no
podía cambiar por completo su curso. Para darle a Aelin una oportunidad de luchar.

Mi precio es innombrable.

—No entiendo qué significa esto —dijo Manon en voz baja.

Aelin no tenía palabras para decirle. No había sido capaz de decirle a Rowan.

Pero luego Elena apareció, tan real como ellas lo eran, y observó la debilitada luz dorada del templo
de Mala, mientras los recuerdos se esfumaban.

—Lo siento —le dijo a Aelin.

Manon se tensó ante la aproximación de Elena, dando un paso hacia el lado de Aelin.

—Era la única forma —dijo Elena. Con genuino dolor en sus ojos. Arrepentimiento.

—¿Fue una elección, o solo para salvar el precioso linaje de Gavin, que yo fuera la única en ser
seleccionada? —la voz que provenía de la garganta de Aelin era cruda, despiadada—. ¿Por qué
derramar sangre Havilliard, después de todo, cuando podías volver a caer en tus viejos hábitos y
escoger otra persona para soportar la carga?

Elena se encogió.

—Dorian no estaba listo. Tú lo estabas. La elección que Nehemia y yo hicimos fue para asegurar
que las cosas se produjeran de acuerdo al plan.

—De acuerdo al plan —exhaló Aelin—. ¿De acuerdo a todas tus conspiraciones para hacerme
limpiar el desastre que comenzaste con tus malditos hurtos y cobardía?

—Ellos querían hacerme sufrir —dijo Elena—. Y lo he hecho. Sabiendo que tú tenías que hacer
esto, soportar esta carga… Ha sido una constante e interminable trituración de mi alma durante
miles de años. Fue tan fácil decir sí, imaginar que serías una extraña, alguien quien no necesitaría
conocer la verdad, que solo estuviera en el momento correcto con el don correcto, y sin embargo…
sin embargo me equivoqué. Estuve tan equivocada. —Elena levantó sus manos ante ella, las palmas
hacia arriba—. Pensé que Erawan resurgiría y el mundo lo enfrentaría. No sabía… No sabía que
la oscuridad caería. No sabía que tu tierra sufriría. Que lo hacía mientras yo intentaba evitar que
la mía sufriera. Y había tantas voces… tantas voces incluso antes que Adarlan fuera conquistado.
Fueron aquellas voces las que me despertaron. Las voces de aquellos que deseaban una respuesta,
ayuda —los ojos de Elena viajaron hacia Manon, luego de vuelta hacia ella—. Provenían de todos
los reinos, de todas clases de razas. Humanos, brujas, Fae… Pero tejieron un tapiz de sueños,
tantas súplicas por aquella sola cosa… Un mundo mejor.

—Entonces tú naciste. Y fuiste una respuesta para la creciente oscuridad, con esa llama. La llama
de mi padre, el poder de mi madre, reencarnado por fin. Y tú fuiste fuerte, Aelin. Tan fuerte y
tan vulnerable. No contra las amenazas externas, sino contra la amenaza de tu propio corazón,
el aislamiento de tu poder. Pero había gente que te conocía por lo que eras, por lo que podías
ofrecer. Tus padres, su corte, tu tío abuelo… y Aedion. Aedion sabía que tú eras la Reina Que Fue
Prometida, sin saber lo que aquello significaba, sin saber nada sobre ti, o sobre mí, o sobre lo que
hice para salvar a mi propia gente.

Aquellas palabras la golpearon como piedras.

—La Reina Que Fue Prometida —dijo Aelin—. Pero no al mundo. A los dioses, a las llaves.

Para pagar el precio. Para ser su sacrificio y de esa manera sellar las llaves del portal al fin.

La aparición de Deanna no había sido solo para decirle cómo utilizar el espejo, sino para recordarle
que ella pertenecía a ellos. Tenía una deuda con ellos.

Aelin dijo en voz muy baja:

—No sobreviví aquella noche en el Rio Florine por pura suerte, ¿no es así?

Elena sacudió la cabeza.

—Nosotros no…

—No —la cortó Aelin—. Muéstrame.

La garganta de Elena se movió de arriba abajo. Pero luego la neblina se volvió oscura y colorida, y
hasta el propio aire alrededor de ellas se llenó de escarcha.

Ramas quebrándose, respiraciones irregulares interrumpidas por sollozos jadeantes, pasos ligeros
que aplastaban zarzales y matorrales. El estruendoso paso de un caballo acercándose…

Aelin se obligó a quedarse quieta cuando aquella familiar madera congelada apareció, exactamente
como la recordaba. Cuando ella misma apareció, tan pequeña y joven, en un camisón blanco,
rasgado y embarrado, el cabello salvaje y los ojos brillantes con terror y una pena tan profunda que
la había quebrado por completo. Frenética por llegar al rugiente río más allá, al puente.

Los postes y el bosque se encontraban del otro lado. Su santuario…

Manon maldijo en voz baja mientras Aelin Galathynius se lanzaba a través de los postes del puente,
descubría que éste había sido cortado… y caía en picada hacia el embravecido y casi congelado río
debajo.

Ella había olvidado lo lejos que estaba esa caída. Lo violento que el oscuro río estaba, los rápidos
blancos iluminados por la glacial luna elevada en el cielo.

La imagen cambió y luego todo estuvo oscuro y en silencio, ellas estaban siendo revolcadas, una y
otra vez, mientras el río la sacudía en su ira.

—Había tanta muerte —susurró Elena mientras miraban cómo Aelin era arrojada, retorcida y
arrastrada por el río. El frío era devastador—. Tanta muerte y tantas luces extinguidas —dijo con la
voz quebrada—. Eras tan pequeña. Y luchaste… luchaste tan fuerte.
Y allí estaba ella, arañando el agua, dando patadas y azotes, tratando de salir a la superficie, al aire,
y pudo sentir cómo sus pulmones comenzaban a ceder, podía sentir la presión aumentando…

Luego la luz del Amuleto de Orynth que colgaba alrededor de su cuello parpadeó, símbolos verdosos
bullendo como burbujas a su alrededor.

Elena se arrodilló, observando el brillo del amuleto debajo del agua.

—Ellos querían que yo te llevara, justo en aquel momento. Tú tenías el Amuleto de Orynth, todo
el mundo creía que estabas muerta, y el enemigo estaba distraído con la masacre. Podía llevarte,
ayudarte a rastrear las otras dos llaves. Se me permitió ayudarte. Y una vez que tuvimos las otras
dos, estuve a punto de forzarte para que forjaras la Cerradura de nuevo. Usar cada última gota
de ti para construir aquella Cerradura, evocar al portal, colocar las llaves en él, enviarlos a casa
y terminar con todo. Tenías suficiente poder, incluso en ese momento. Te hubiese matado, pero
estabas probablemente muerta de todas maneras. Por lo que me dejaron formar un cuerpo, para
llegar a ti.

Elena tomó una respiración estremeciéndose, a medida que una figura se zambullía dentro del
agua. Una hermosa mujer con cabello plateado, usando un antiguo vestido. Ella tomó a Aelin de la
cintura, empujándola cada vez más hacia arriba.

Golpearon la superficie del río, estaba oscuro, ruidoso y salvaje, y fue todo lo que pudo hacer para
agarrarse al tronco al que Elena la había empujado, clavar sus uñas en la madera mojada y no
separarse de él mientras era arrastrada por el río hacia las profundidades de la noche.

—Vacilé —exhaló Elena—. Te aferraste a aquel tronco con toda tu fuerza. Te habían quitado todo
de ti, absolutamente todo, y sin embargo, tú continuaste luchando. No te rendiste. Y ellos me
dijeron que me apurara, porque incluso su poder para mantenerme dentro de aquel cuerpo sólido
se estaba debilitando. me dijeron que solo te tomara y me fuera, pero… vacilé. Aguardé hasta que
hubieses llegado a la orilla del río.

Lodo, juncos y árboles acechaban por encima de ella y la nieve aún cubría la empinada cuesta de
la ribera.

Aelin se observó trepar hasta aquella orilla, pasito a pasito dolorosamente, y sintió el fantasmal
lodo congelado debajo de sus uñas, se sintió rota, su cuerpo congelado al desplomarse en la tierra
y temblar, una y otra vez.

Mientras un frío mortal se apoderaba de ella y Elena se arrastraba hacia la orilla a su lado.

Mientras Elena la embestía, gritando su nombre, el frío y la conmoción insertándose en ella.

—Pensé que el peligro estaba en que te ahogaras —susurró Elena—. No me di cuenta que al estar
en el frío durante tanto tiempo…

Sus labios estaban azules. Aelin miró como su propio pequeño pecho subía, bajaba, subía…

Y luego dejaba de moverse.


—Moriste —susurró Elena—. Justo allí, tú moriste. Habías luchado con tantas fuerzas, y yo te fallé.
Y en ese momento, no me importó haberle fallado nuevamente a los dioses, ni mi promesa de
hacerlo bien, ni nada de eso. Todo lo que podía pensar… —las lágrimas corrían por el rostro de
Elena—. Todo lo que podía pensar era lo injusto que era. Ni siquiera habías vivido, ni siquiera
habías tenido una oportunidad… Y toda esa gente, que había deseado y esperado un mundo mejor…
Tú no estarías allí para dárselo.

Oh dioses.

—Elena —dijo Aelin.

La Reina de Adarlan sollozó entre sus manos, incluso cuando su versión anterior de ella misma
sacudía a Aelin una y otra vez. Intentando despertarla, intentando revivir aquel pequeño cuerpo
que no había resistido.

La voz de Elena se quebró.

—No podía permitirlo. No podía aguantarlo. No por el bien de los dioses, sino… sino por tu propio
bien.

La luz destelló en las manos de Elena, luego en su brazo y por último a lo largo de todo su cuerpo.
Fuego. Ella se envolvió alrededor de Aelin, el calor derritiendo la nieve alrededor de ellas, secando
la capa de hielo de su cabello.

Los labios azules se volvieron rosas. Y un pecho que había dejado de respirar, ahora se elevaba. La
oscuridad se desvaneció en la luz grisácea del amanecer.

—Y luego los desafié.

Elena la dejó sobre los juncos y se levantó, echando un vistazo hacia el río, el mundo.

—Conocía a alguien que poseía una finca cerca de aquel río, tan alejado de tu hogar que tus padres
habían tolerado su presencia siempre y cuando no fuese lo suficientemente estúpido como para
causar problemas.

Elena con un simple parpadeo de luz, despertó a Arobynn de un sueño profundo dentro de su
antigua residencia en Terrasen. Como si estuviese en un trance, se calzó sus botas, su cabello rojizo
resplandeciente bajo la luz del amanecer, montó su caballo y partió hacia el bosque.

Tan joven, su antiguo maestro. Solo algunos años mayor que la edad que ella tenía ahora.

El caballo de Arobynn se detuvo como si alguien le hubiese dado un tirón a sus riendas, y el asesino
escaneó el embravecido río, los árboles, como si estuviese buscando algo que no sabía incluso que
estaba allí.

Pero allí estaba Elena, invisible como los rayos del sol, agazapándose entre los juncos cuando los ojos
de Arobynn cayeron sobre la pequeña y sucia figura inconsciente sobre la orilla del río. Desmontó
de su caballo con una gracia felina, quitándose la capa de un tirón mientras se arrodillaba en el
lodo e intentaba sentir su respiración.
—Sabía lo que era, lo que probablemente haría contigo. El entrenamiento que recibirías. Pero era
preferible eso antes que la muerte. Y si podías sobrevivir, si lograbas crecer fuerte, si tenías una
oportunidad de llegar a la adultez, pensé que quizás podrías darle a aquellas personas quienes
habían deseado y soñado con un mundo mejor… por lo menos una oportunidad. Ayudarlos, antes
que la deuda fuese reclamada nuevamente.

Las manos de Arobynn vacilaron al notar el Amuleto de Orynth.

Él le quitó el amuleto de alrededor de su cuello y lo puso en su bolsillo. Gentilmente la alzó en


brazos y la llevó hacia la ladera donde los aguardaba su caballo.

—Eras tan joven —repitió Elena—. Y más allá de los soñadores, más allá de la deuda… quería darte
tiempo. Para que al menos supieras lo era vivir.

Aelin dijo con voz ronca:

—¿Cuál fue el precio, Elena? ¿Qué te hicieron por esto?

Elena envolvió sus brazos alrededor de su cuerpo mientras la imagen se desvanecía; Arobynn
montando su caballo con Aelin en sus brazos. La neblina se arremolinó nuevamente.

—Una vez que esté hecho —Elena logró decir—, yo me iré, también. Por el tiempo que te compré,
cuando este juego haya finalizado, mi alma se derretirá en la oscuridad. No veré a Gavin, ni a mis
hijos, o mis amigos… Habré desaparecido. Para siempre.

—¿Lo sabías antes de…?

—Si. Ellos me lo advirtieron, una y otra vez. Pero… no podía. No podía hacerlo.

Aelin se arrodilló ante la reina. Tomó el rostro surcado por lágrimas de Elena entre sus manos.

—Mi precio es innombrable —dijo Aelin, su voz quebrándose.

Elena asintió.

—El espejo no era más que eso… un espejo. Un ardid para atraerte hasta aquí. Para que pudieras
entender todo lo que hicimos —solo una pizca de metal y vidrio, había dicho Elena cuando Aelin
la había convocado en la Bahía de la Calavera—. Pero ahora estas aquí, y lo has visto. Ahora has
comprendido el costo. Para forjar la Cerradura de nuevo, para poner las tres llaves de vuelta en el
portal…

Una marca brilló en la frente de Aelin, calentando su piel. La marca bastarda de Brannon. La
marca de alguien que no tenía nombre.

—La sangre de Mala debe ser derramada, tu poder debe ser utilizado. Cada gota de magia, de
sangre. Tú eres el costo, para construir una nueva Cerradura y sellar las llaves dentro del portal.
Para completar el Portal del Wyrd.

Aelin dijo suavemente:


—Lo sé —ella lo había sabido durante algún tiempo ahora.

Se había estado preparando para ello lo mejor que podía. Preparando cosas para los otros.

Aelin le dijo a la reina:

—Tengo dos llaves. Si puedo encontrar la tercera, robársela a Erawan… ¿vendrás conmigo? ¿Me
ayudarás a terminar con esto de una vez por todas?

¿Vendrás conmigo, así no estaré sola?

Elena asintió, pero susurró

—Lo siento.

Aelin bajó las manos del rostro de la reina. Tomo un profundo y estremecedor respiro.

—¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?

Detrás de ellas, tenía la vaga sensación que Manon estaba evaluando todo silenciosamente.

—Apenas estabas saliendo trepando de la esclavitud —le dijo Elena—. Duramente te mantenías en
una sola pieza, intentando de todas maneras pretender que continuabas estando fuerte y entera.
Había solo ciertas cosas que podía hacer para guiarte, como darte empujoncitos a lo largo del
camino. El espejo fue forjado y escondido para que algún día te mostrase todo esto. De una forma
en la que yo no podía hacerlo, no cuando solo podía conseguir unos pocos minutos cada vez.

—¿Por qué me dijiste que fuera hacia Wendlyn? Maeve era una amenaza tan grande como Erawan.

Glaciares ojos azules se encontraron con los de ella por fin.

—Lo sé. Maeve ha deseado desde hace tiempo recuperar la posesión de las llaves. Mi padre creía
que existía otra razón además de la conquista. Algo más oscuro, peor. No sé por qué ella solo
comenzó a perseguirlas una vez que tú llegaste. Pero te envié hacia Wendlyn para que te curaras. Y
así pudieras… encontrarlo. El que ha estado esperándote durante mucho tiempo.

El corazón de Aelin se quebró.

—Rowan.

Elena asintió.

—Él era una voz en el vacío, un soñador secreto, silencioso. Al igual que sus compañeros. Pero el
Príncipe Fae, él era…

Aelin retuvo su llanto.

—Lo sé. Lo he sabido por un largo tiempo.

—Quería que conocieras esa alegría también —susurró Elena—. Aunque fuese brevemente.
—Lo hice —logró decir Aelin —. Gracias.

Elena cubrió su rostro al escuchar aquellas palabras, temblando. Pero después de un momento,
escudriñó a Aelin y luego a Manon, en silenciosa evaluación.

—El poder del espejo embrujado se está desvaneciendo; no podrá mantenerte aquí mucho tiempo
más. Por favor, déjame mostrarte lo que debe hacerse. Cómo terminarlo. No serás capaz de verme
después, pero… yo estaré a tu lado. Hasta el final, cada paso del camino, estaré contigo.

Manon se limitó a colocar una mano en su espada mientras Aelin tragaba y decía:

—Muéstrame, entonces.

Así lo hizo Elena. Y cuando hubo terminado, Aelin se quedó en silencio. Manon estaba caminando
de un lado al otro, gruñendo en voz baja.

Pero Aelin no se alejó cuando Elena se inclinó para besarle la frente, justo en el lugar donde esa
maldita marca había estado durante toda su vida. Una pizca de esclavitud, estigmatizada por el
matadero.

La marca de Brannon. La marca del nacido bastardo… la Innombrable.

Mi precio es innombrable. Para comprarles un futuro, ella estaba dispuesta a pagarlo.

Había hecho todo lo que había podido para poner las cosas en marcha y asegurarse que, una vez
que ella se hubiese ido, la ayuda aún llegase. Era la única cosa que podía darles, su último regalo a
Terrasen. A aquellos a quienes había amado con el fuego incontrolable de su corazón.

Elena acarició su mejilla. Luego, la antigua reina y la neblina desaparecieron.

La luz del sol las inundó, cegándolas tan violentamente que bufaron y chocaron entre sí. La salmuera
del mar, el romper de las olas cercanas y el crujido de las algas marinas las recibieron. Y aún más
allá, en la distancia, el clamor y el bramido de la guerra.

Estaban en los alrededores de los pantanos, sobre la orilla del mar, la batalla librada millas y millas
a la mar. Habían debido de viajar dentro de la niebla, de alguna forma.

Una suave risa femenina se filtró entre los pastos. Aelin conocía aquella risa.

Y sabía que, de alguna forma, quizás no habían viajado a través de la niebla…

Pero habían sido posicionados allí. Por cualquier fuerza que estuviese de turno, por cualquier dios
que estuviese observando.

Para plantarse en el arenoso campo ante el mar turquesa, los guardias muertos que llevaban
las armaduras de Briarcliff habían sido masacrados sobre las dunas cercanas, y continuaban
desangrándose. Para plantarse ante la Reina Maeve de las Fae.

Elide Lochan estaba arrodillada ante ella, con la espada de un guerrero Fae clavada en su garganta.
Capítulo 69
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Reshi

Aedion había enfrentado ejércitos, enfrentado a la muerte más veces de las que podía contar, pero
esto...

Incluso con lo que Rowan había hecho… la flota enemiga aún los superaba en número.

La batalla entre barcos se había vuelta muy peligrosa, los portadores de magia muy conscientes de
Lysandra como para permitirle atacar bajo las olas.

Así que ella ahora pelaba ferozmente al lado de Aedion en su forma de leopardo fantasma, der-
ribando a cualquier soldado Fae que intentara subir a su barco. Cualquier soldado que se hiciera
camino a través de la ya desgastada y frágil magia de Rowan y Dorian.

Su padre se había ido. Fenrys y Lorcan, también. Vio por última vez a su padre en el alcázar de uno
de los barcos que tenía a su cargo, una espada en cada mano, el León listo para matar. Y como si
sintiera la mirada de Aedion, una barrera de luz dorada se había envuelto a su alrededor.

Aedion no era lo suficientemente estúpido como para demandarle a Gavriel que la removiera, no
mientras el escudo se contraía y contraía, hasta que cubrió a Aedion como una segunda piel.

Minutos más tarde, Gavriel se había ido, había desaparecido. Pero ese escudo mágico permaneció.

Ese había sido el inicio del duro giro que habían tomado, regresando a la defensiva mientras meros
números y peleas de mortales contra inmortales tomaban su lugar en la flota.

No tenía duda alguna de que Maeve tenía algo que ver con esto. Pero esa perra no era su problema.

No, su problema era la armada alrededor de él; su problema era el hecho de que los soldados en-
emigos con los que peleaba estaban altamente entrenados y no caían tan fácilmente. Su problema
era que el brazo con el que blandía su espada dolía, su escudo estaba incrustado de flechas y abol-
lado, y aún más de esos barcos de extendía allá a la distancia.

Aedion no se permitió pensar sobre Aelin, sobre dónde podría estar. Sus instintos Fae se irguieron
ante el estruendo que comenzaba a surgir de la magia de Rowan y Dorian, y luego lanzándose hacia
el flanco enemigo. Barcos se rompieron en esa ola de ese poder; guerreros ahogados por el peso de
su armadura.

Su propio barco se disparaba de vuelta desde donde habían estado peleando gracias a la corriente
de poder, y Aedion aprovechó el respiro para girarse hacia Lysandra. Sangre de sus propias heridas
y algunas que él había infligido le cubrían, mezcladas con el sudor cayendo por su piel. Y le dijo a
la cambia formas

—Quiero que huyas.

Lysandra giró una cabeza peluda hacia él, con sus pálidos ojos color verde estrechándose leve-
mente. Sangre y piel caían desde sus fauces hacia la madera del barco.

Aedion mantuvo su mirada.

—Transfórmate en un ave o una polilla o un pez, me importa poco- y vete. Si estamos a punto de
caer, huye. Es una orden.

Ella gruñó, como si diciendo, Tú no me das órdenes.

—Técnicamente te supero en rango—Le dijo, pasando su espada hacia abajo por su escudo para
quitar dos flechas incrustadas mientras se deslizaban de nuevo hacia otro barco lleno de guerreros
Fae bien descansados—. Así que huye. O patearé tu trasero en el Más Allá.

Lysandra le miró asechándolo. Otro hombre pudo haberse hecho para atrás con un predador de
ese tamaño rondando tan cerca. Algunos de sus propios soldados lo hicieron.

Pero Aedion se mantuvo firme mientras se levantaba con sus patas traseras, esas enormes patas
posándose en sus hombros, trayendo su sangrienta cara felina frente a la de él. Sus bigotes moja-
dos se movieron.

Lysandra se inclinó y acarició su mejilla, su cuello.

Y luego anduvo de vuelta a su lugar, sangre salpicando bajo sus silenciosas patas.

Cuando ella se dignó a mirar donde él se encontraba, escupiendo sangre en la cubierta, Aedion dijo
suavemente

—La próxima vez, haz eso en tu forma humana.

Su felpuda cola sólo se rizó un poco como en respuesta.

Pero su barco se dirigió de vuelta hacia su nuevo atacante. La temperatura cayó en picada, ya fuera
por Rowan, o Dorian, o uno de los Whitethorn, Aedion no supo por quién. Habían tenido la suerte
de que Maeve había traído una armada cuyos portadores de magia estaban en su mayoría en la
flota de Rowan.

Aedion se preparó, separando sus pies mientras viento y hielo se abrían paso entre las líneas ene-
migas. Soldados Fae, tal vez algunos que Rowan mismo había comandado, gritaron. Pero Rowan y
Dorian atacaron despiadadamente.

Línea tras línea, Rowan y Dorian dispararon su poder sobre la Flota de Maeve.

Y a pesar de ello más barcos pasaron sobre esos, interceptando a Aedion y a los otros. Ansel de
Briarcliff resistió en el flanco izquierdo, y… las líneas permanecieron firmes. Incluso si las flotas de
Maeve aún los sobrepasaban.
El primer soldado Fae que libró la línea de la barandilla del barco se dirigió directo a Lysandra.

Fue el último error que cometió.

Ella saltó, esquivando al guardia y cerrando sus mandíbulas alrededor de su cuello.

Huesos crujieron y sangre salpicó.

Aedion se lanzó hacia enfrente a enfrentar al siguiente soldado sobre la barandilla, irrumpiendo a
través de los ganchos para abordar que se habían puesto y aterrizando a salvo.

Aedion se adentró en una calma asesina, un ojo en la cambia formas, quien tumbaba a un soldado
tras otro, el escudo dorado de su padre manteniéndose firme alrededor de ella también.

La muerte llovía sobre ellos.

Pero no se permitió pensar sobre cuántos aún faltaban. Cuántos Dorian y Rowan habían derriba-
do, las ruinas de los barcos acumulándose sobre ellos, sangre y restos abarrotando el mar.

Por lo que Aedion siguió matando.

Y matando.

Y matando.

El aliento de Dorian quemaba en su garganta, su magia era lenta, y tenía un dolor de cabeza pul-
sando en sus sienes, pero él siguió desatando su poder sobre las líneas enemigas mientras soldados
peleaban y morían alrededor de él.

Demasiados. Demasiados soldados entrenados, unos cuantos pocos bendecidos con magia y que la
habían usado para pasar sobre ellos.

No se atrevió a mirar cómo a los otros les estaba yendo. Todo lo que escuchaba eran gruñidos y
gritos de ira, chillidos de gente muriendo, y el crepitar de la madera y el corte de cuerdas. Las nubes
se habían formado y acumulado sobre ellos, bloqueando el sol.

Su magia cantaba mientras congelaba la vida de barcos, de soldados, como si se bañara en su


muerte. Pero su magia aun así caía. Había perdido ya la cuenta sobre cuánto tiempo había pasado.

A pesar de ello, seguían viniendo. Y a pesar de ello, Manon y Aelin no habían regresado.

Rowan mantenía el frente de batalla, sus armas apuntando, listas ante cualquier soldado lo sufici-
entemente estúpido como para intentar acercarse. Pero muchos rompían y pasaban por su magia.
Muchos ya listos los abrumaban.
Y así como lo pensó, el bramido de dolor de Aedion llegó a través de las olas.

Hubo un rugido de furia que le hizo eco. ¿Estaba Aedion…?

El sabor cobrizo de la sangre cubrió la boca de Dorian, el agotamiento. Otro rugido, profundo y
bramante, escindió al mundo. Dorian se preparó a sí mismo, preparando su magia quizás por una
última vez.

Ese rugido sonó de nuevo mientras una figura poderosa salía disparada desde las pesadas nubes.

Un wyvern. Un guiverno con relucientes alas.

Y detrás de él, descendiendo hacia la flota Fae con retorcido placer, otros doce volaban.
Capítulo 70
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Reshi

Lysandra conocía ese rugido.

Y ahí estaba Abraxos, descendiendo de las pesadas nubes, con otros doce wyverns con jinetes de-
trás de él.

Brujas Ironteeth1.

—¡Alto el fuego! —Bramó Rowan desde una lejanía de media docena de barcos, hacia los arqueros
que habían preparado sus últimas flechas hacia la bruja de cabellera dorada cerca de Abrazos, con
su wyvern de azul pálido lanzando un rugido de guerra.

Las otras brujas y sus wyverns desataron el infierno sobre las Hadas, chocando con sus líneas, ar-
rancando pieles y ropas, dándoles a ellos un momento de descanso. Cómo sabían a quién atacar,
para qué lado pelear…

Abraxos y los otros once se inclinaron hacia el norte en un suave movimiento, y luego se estrellaron
contra la flota enemiga entrada en pánico. La mujer de cabelleras dorada, sin embargo, giró hacia
el barco de Lysandra, su wyvern azul cielo aterrizando con elegancia sobre la proa.

La bruja era hermosa, con una tira de cuero trenzado negro a través de su frente, y dijo en general
sin dirigirse a nadie

—¿Dónde está Manon Blackbeak?

—¿Quién eres tú? –Le demandó Aedion, con su voz áspera. Pero hubo un reconocimiento en sus
ojos, recordando ese día en el templo de Temis…

La bruja hizo una mueca, revelando dientes blancos, pero hierro brillando en la punta de sus dedos.

—Asterin Blackbeak, a tu servicio –Ella escaneó los barcos asediados—¿Dónde está Manon?
Abraxos nos guió…

—Es una larga historia, pero ella está aquí—Le dijo Aedion a gritos por encima de todo el alboro-
to. Lysandra se deslizó más cerca, analizando a la bruja, al aquelarre causando estragos sobre las
líneas de los guerreros Fae—. Tú y tus Trece salven nuestros traseros, bruja—Le dijo Aedion—y te
diré cualquier maldita cosa que quieras.

Una sonrisa maliciosa y luego una inclinación de su cabeza.


1 Ironteeth: dientes de hiero
—Entonces limpiaremos el campo para ustedes.

Y Asterin y su wyvern salieron disparados hacia arriba, y se impulsaron entre las olas, disparadas
hacia donde las otras estaban peleando.

Mientras Asterin se acercaba, los wyverns y sus jinetes retrocedieron, levantándose alto en el aire,
yendo a formación. Un martillo a punto de dar el golpe.

Los Fae lo sabían. Comenzaron a aventar escudos débiles, disparando salvajemente hacia ellas, su
pánico haciendo su puntería torpe. Pero los wyverns estaban cubiertos con armaduras –eficientes
y hermosas armaduras.

Las Trece se rieron de su enemigo mientras embestían contra su flanco sur.

Lysandra deseaba tener la fuerza suficiente para cambiar de forma –una última vez. Para unírseles
en esa gloriosa destrucción.

Las Trece arremetieron contra los barcos llenos de pánico entre ellas, rompiéndolos, usando cada
arma en su arsenal –wyverns, espadas, dientes de hierro. Lo que salía de eso recibía la brutal mi-
sericordia de la magia de Rowan y Dorian. Y lo que pasaba de eso…

Lysandra encontró la mirada llena de sangre de Aedion. El príncipe general bufó en esa forma in-
solente digna de él, enviado una emoción aún más salvaje que el hambre de sangre a través de ella.

—¿No queremos que esas brujas nos hagan ver mal, verdad?

Lysandra le regresó la sonrisa y se lanzó de nuevo a la batalla.

No muchos más.

La magia de Rowan estaba tensada a su punto de quiebre, su pánico un bramido sordo en el fondo
de su mente, pero siguió atacando, siguió blandiendo sus espadas a cualquiera que pasaba su vien-
to y hielo, o los golpes del poder bruto y desenfrenado de Dorian. Fenrys, Lorcan, y Gavriel habían
desaparecido hace una hora o una vida, desvaneciéndose a donde fuera que Maeve los hubiera
llamado sin duda alguna, pero la armada se mantuvo firme. Quienes fueran los hombres de Ansel
de Briarcliff, no se acobardaban por los guerreros Fae. Y no eran extraños a la masacre. Tampoco
lo eran los hombres de Rolfe. Ninguno de ellos huyó.

Las Trece continuaron causando estragos sobre la flota de Maeve ya entrada en pánico. Asterin
Blackbeak ladraba órdenes desde lo alto, las doce brujas rompiendo las líneas enemigas con fiera y
calculada determinación. Si así era como un aquelarre peleaba, un ejército de ellas…

Rowan apretó sus dientes mientras los barcos restantes decidieron ser más inteligentes que sus
compañeros muertos y comenzaron a retirarse lejos. Si Maeve les había dado la orden de retirarse…

Muy mal. Muy malditamente mal. Mandaría su propio barco a las oscuras profundidades él mismo.

Le dio a Asterin un silbido grave la siguiente vez que pasó sobre él, reuniendo a sus Trece de nuevo.
Ella le silbó de vuelta en confirmación. Las Trece se lanzaron sobre la armada que huía.

La batalla cesó, olas rojas llenas de restos flotando y fluyendo con la marea.

Rowan le dio la orden al capitán de mantener las líneas y que se encargara de cualquier estupidez
por parte de la armada de Maeve si alguno de los barcos decidía no girar y huir.

Sus piernas temblando, sus brazos sacudiéndose tan fuerte que tenía miedo de que si soltaba sus
armas tal vez no las volvería a poder agarrar; Rowan cambió de forma y voló alto.

Sus primos se habían unido a Las Trece en su persecución de la flota ahora intentando escapar. Él
evito la urgencia de contar. Pero… Rowan voló más alto, escaneando.

Había un bote faltante.

Un bote en el que él había zarpado, trabajado, peleado en sus guerras y viajes pasados.

El buque de guerra principal de Maeve, el Ruiseñor, no estaba en ningún lugar a la vista.

No dentro de la flota que huía, ahora evadiendo a los nobles de la familia Whitethorn y a Las Trece.

No dentro de los grupos de los cascos hundidos de barcos, llenos de sangre en el mar.

La sangre de Rowan se heló. Pero se lanzó hacía el barco de Lysandra y Aedion rápido y decidido,
donde la sangre cubría la cubierta de forma tan densa que onduló mientras cambiaba de vuelta y
aterrizaba en ella.

Aedion estaba cubierto de sangre, tanto de la suya como la de otros; Lysandra estaba purgando un
estómago lleno de ella. Rowan se las arregló para mover a sus piernas a través de los Fae caídos.
No se atrevió a mirar tan de cerca sus rostros.

—¿Ella ha vuelto?—Le demandó inmediatamente Aedion, estremeciéndose mientras ponía peso


en su muslo. Rowan analizó la herida de su hermano. Tendría que sanarlo pronto –tan pronto
como la magia se recuperara. En un lugar como este, incluso la sangre de Hada de Aedion no podía
mantener la infección lejos por mucho tiempo.

—No lo sé—Le dijo Rowan.

—Encuéntrala—Gruñó Aedion. Desvió la mirada de Rowan sólo parar mirar a Lysandra cambiar de
vuelta a su forma humana –y pasar un ojo sobre sus heridas que cubrían su piel.

La piel de Rowan se apretó contra sus huesos. Tenía la sensación de que el suelo estaba a punto de
resbalarse bajo sus pies cuando Dorian apareció en la barandilla de la cubierta principal, su rostro
pálido y descolorido, sin duda por usar su magia para impulsar un bote hasta acá, jadeando.
—La costa. Aelin está allá en la costa donde mandó a Elide… todos están allá.

Eso estaba a kilómetros de distancia. ¿Cómo rayos habían llegado todos allá?

—¿Cómo lo sabes? —Le demandó Lysandra, haciendo un nudo en su pelo con sus dedos ensan-
grentados.

—Porque puedo sentir algo allá afuera—Le dijo Dorian—. Fuego y sombras y muerte. Como Lorcan
y Aelin y alguien más. Alguien antiguo. Poderoso—Rowan se preparó para ello, pero aún no estaba
listo para el verdadero terror cuando Dorian terminó—. Y femenino.

Maeve los había encontrado.

La batalla no había sido ningún tipo de victoria o conquista.

Sino una distracción. Mientras Maeve se escabullía para obtener el verdadero premio.

Ellos nunca llegarían lo suficientemente rápido. Si volaba por su cuenta, su magia ya drenada a
un punto de quiebre, podría ser de un poco de ayuda. Tenían esperanza. Aelin tenía esperanza, si
todos ellos estuvieran allá.

Rowan giró hacia el horizonte detrás de ellos, hacia los wyverns destruyendo los restos de la flota.
A remos le tomaría mucho tiempo; su magia estaba despedazada. Pero un wyvern… eso podría
ayudar.
Capítulo 71
Traducido por Ella R

Corregido por Cotota

La Reina de los Fae era exactamente como Aelin la recordaba. Una bata oscura se arremolinaba a
su alrededor, un hermoso rostro pálido debajo del cabello color onyx, labios rojos formando una
débil sonrisa… Ninguna corona adornaba su cabeza, dado que todos los que respiraban e incluso
los muertos que descansaban, la conocían por lo que realmente era.

Sueños y pesadillas materializadas, el lado oscuro de la luna.

Y arrodillado ante Maeve se encontraba un impávido centinela sosteniendo una espada hacia la
garganta desnuda de Elide, que se estremeció. Sus guardias, todos los hombres del ejército de
Ansel, probablemente habían sido asesinados antes que pudieran gritar una advertencia. Por las
armas que estaban solo un poco salidas de sus fundas, ellos ni siquiera habían tenido la oportuni-
dad de luchar.

Manon se había quedado tiesa como un muerto al ver a Elide, sus uñas de hierro deslizándose li-
bremente.

Aelin forzó una media sonrisa y empujó su crudo y ensangrentado corazón adentro de una caja en
las profundidades de su pecho.

—No tan impresionante como Doranelle, si quieres saber mi opinion, pero por lo menos un pan-
tano realmente refleja tu verdadera naturaleza, ¿sabías? Será un maravilloso nuevo hogar para tí.
Definitivamente vale el costo de llegar hasta aquí para conquistarlo.

Al pie de la colina que llevaba hacia la playa, un pequeño grupo de Fae las monitoreaba. Machos
y hembras, todos armados, todos extraños. Un enorme y elegante navío se encontraba sobre la
tranquila bahía más allá.

Maeve sonrió ligeramente.

—Que alegría saber que tu usual buen humor se mantiene íntegro en estos días tan oscuros.

—¿Cómo no lo haría, cuando tantos bonitos machos tuyos se encuentran en mi compañía?

Maeve ladeó su cabeza, la espesa cortina de cabello oscuro deslizándose por un hombro. Y como
si fuese una respuesta, Lorcan apareció en el borde de las dunas, jadeando, con ojos salvajes y la
espada desenvainada. Su enfoque, y horror notó Aelin, estaba puesto en Elide. En el centinela que
sostenía la espada contra su cuello blanco. Maeve le dedicó una sonrisita al guerrero, pero su mi-
rada estaba puesta en Manon.
Con su atención en otro lado, Lorcan se posicionó al lado de Aelin, como si de alguna manera
fuesen aliados en estos y debieran luchar lado a lado. Aelin no se molestó en decirle nada a él. No
mientras Maeve le decía a la bruja:

—Conozco tu rostro.

Aquel rostro se mantuvo frío e imperturbable.

—Deja ir a la chica.

Una corta y susurrante risa.

—Ah —el estómago de Aelin se contrajo mientras el enfoque de aquella anciana ahora cambiaba
hacia Elide—. Reclamada por una reina, una bruja, y… por mi Segundo al mando, parece.

Aelin se tensó. No creía que Lorcan estuviese respirando a su lado.

Maeve jugueteó con una mecha del cabello de Elide. La Señora de Perranth se sacudió.

—La chica por la cual Lorcan Salvaterre me llamó para que salvara.

Aquella propagación del poder de Lorcan el día que la flota de Ansel los asedió… Ella había sabido
que era una evocación. De la misma manera en que ella había llamado al Valg hacia la Bahía de la
Calavera. Ella se había rehusado a explicar inmediatamente la presencia de Ansel, queriendo dis-
frutar la sorpresa por ello, y él había evocado a la escuadra de Maeve para que atacara lo que creía
que era una flota enemiga. Para salvar a Elide.

Lo único que dijo Lorcan fue:

—Lo siento.

Aelin no sabía si sus palabras iban dirigidas a ella o a Elide, cuyos ojos ahora se habían ampliado
con indignación. Igualmente Aelin dijo:

—¿Creías que yo no lo sabía? ¿Que no tomé precauciones?

Lorcan frunció el ceño. Aelin se encogió de hombros.

Pero Maeve prosiguió:

—Señora Elide Lochan, hija de Cal y Marion Lochan. Con razón la bruja estaba ansiosa por
rescatarte, si su linaje corre por tus venas.

Manon gruñó una advertencia.

Aelin le dijo a la Reina de los Fae:

—Bueno, no has arrastrado tu esqueleto prehistórico hasta aquí para nada. Así que sigamos con
esto. ¿Qué quieres por la chica?
Una sonrisa de vívora curvó los labios de Maeve nuevamente.

Elide estaba temblando; cada hueso, cada poro de su cuerpo estaba estremeciéndose de miedo
ante la reina inmortal plantada por encima suyo, ante la espada del guardia en su garganta. El resto
de la escolta de la reina guardaba distancia, pero era a la escolta de quien no apartaba la mirada
Lorcan, su rostro tenso, su propio cuerpo casi agitado debido a la ira contenida.

¿Esta era la reina a quién le había dado su corazón? ¿A esta fría criatura quien miraba al mundo
sin alegría en sus ojos? ¿Quien había matado a aquellos soldados sin siquiera un pestañeo de
vacilación?

La reina a quien Lorcan había evocado por ella. Había traído a Maeve para salvarla a ella.

La respiración de Elide se volvió rasposa en su garganta. Él los había traicionado. Había traicionado
a Aelin por ella.

—¿Qué debería exigir como pago por la chica? —Meditó Maeve, acercándose unos pasos hacia ellos,
con la gracia de un rayo de luna—. ¿Por qué no me lo dice mi Segundo al mando? Tan ocupado,
Lorcan. Has estado tan, tan ocupado estos meses.

Su voz sonó ronca al agachar la cabeza.

—Lo hice por ti, Majestad.

—¿Entonces donde está mi anillo? ¿Dónde están mis llaves?

Un anillo. Elide estaba dispuesta a apostar que era el anillo dorado que estaba en su dedo, escondido
debajo de su otra mano mientras ella los tensaba ante ella.

Pero Lorcan señaló con su barbilla a Aelin.

—Ella las tiene. Dos llaves.

El frío atravesó a Elide.

—Lorcan. —la espada del guardia se retorció contra su garganta.

Aelin solo dirigió una fría mirada hacia Lorcan.

Él no miró a Elide ni a Aelin. No hizo mucho más que reconocer su existencia al proseguir.

—Aelin posee dos, y probablemente tiene una buena idea de dónde Erawan tiene escondida la
tercera.
—Lorcan —suplicó Elide. No, no, él no estaba a punto de hacer esto, a punto de traicionarlas
nuevamente.

—Cállate —le gruñó a ella.

La mirada de Maeve viajó nuevamente hacia Elide. La antigua y eterna oscuridad en ella era
asfixiante.

—Qué intimidad usas cuando pronuncias su nombre, Señora de Perranth. Qué intimidad.

El pequeño bufido de Aelin fue su única señal de advertencia.

—¿No tienes mejores cosas para hacer que atemorizar humanos? Libera a la chica y lleguemos a un
acuerdo de la forma divertida.

Llamas bailaron en los dedos de Aelin.

No. Su magia había sido vaciada, todavía estaba cerca de agotarse.

Pero Aelin dio un paso hacia adelante, empujando a Manon con un lado de su cuerpo mientras
pasaba, forzando así a la bruja a alejarse. Aelin sonrió.

—¿Quieres bailar, Maeve?

Aelin disparó una mirada cortante sobre su hombro a Manon, como si fuera a decirle Corre. Agarra
a Elide en el momento que Maeve baje la guardia y corre.

Maeve le devolvió la sonrisa a Aelin.

—No creo que seas una apropiada pareja de baile en estos momentos. No cuando tu magia ha
mermado casi por completo. ¿En serio creiste que mi llegada dependió únicamente del llamado
de Lorcan? ¿Quién crees que incluso le susurró a Morath que ciertamente tú estabas aquí? Por
supuesto, los tontos no se dieron cuenta que, una vez que te hubieses consumido con sus ejércitos,
yo estaría esperando. Ya estabas exhausta después de haber apagado los incendios que hice
comenzar a mi escuadra para agotarte en la costa de Eyllwe. Fue una conveniencia que Lorcan te
haya dado la localización precisa y me haya ahorrado el trabajo de rastrearte yo misma.

Una trampa. Una enorme y retorcida trampa. Para drenar el poder de Aelin a lo largo de días,
semanas. Pero Aelin elevó una ceja.

—¿Trajiste un flota entera solo para comenzar unos pocos incendios?

—Traje una flota para ver si estarías a la altura de las circunstancias. Aparentemente, el Príncipe
Rowan sí lo estaba.

La esperanza se disparó en el pecho de Elide. Pero luego Maeve agregó:

—La escuadra era solo una precaución. En caso que los ilken no llegaran para que tu poder se
drenara por completo… supuse que algunos cientos de barcos servirían como buena madera para
incendiar hasta que estuviera lista.
Sacrificar toda su flota, o parte de ella, para ganar un premio… Era una locura. La reina estaba
completamente loca.

—Hagan algo —siseó Elide a Lorcan y a Manon—. Hagan algo.

Ninguno de ellos respondió.

Las llamas alrededor de los dedos de Aelin se expandieron hacia su mano, luego hacia su brazo
mientras ella le decía a la antigua reina:

—Lo único que oigo es un montón de parloteo.

Maeve lanzó una mirada a su escolta y ellos se alejaron. Llevandose a Elide con ellos, con la espada
aún en su garganta.

Aelin le dijo mordazmente a Manon:

—Sal de su alcance.

La bruja se quedó atrás, pero sus ojos estaban sobre el guardia que sostenía a Elide, engulliendo
cada detalle que podia.

—No puedes esperar ganar —dijo Maeve, como si estuviesen a punto de jugar a las cartas.

—Por lo menos la pasaremos bien hasta el final —canturreó Aelin, las llamas ahorra cubriéndo su
cuerpo por completo.

—Oh, no tengo interés en matarte —ronroneó Maeve.

Luego ambas explotaron.

Las llamas se dispararon hacia afuera, rojas y doradas, al mismo instante en que una pared de
oscuridad azotó a Aelin.

El impacto sacudió al mundo.

Incluso Manon cayó sobre su trasero.

Lorcan ya estaba moviéndose.

El guardia que sostenía a Elide bañó su cabello con sangre cuando Lorcan cortó su garganta.

Los otros dos guardias detrás de él murieron de un hachazo a la cara, uno tras otro. Elide saltó
hacia arriba, su pierna rugiendo de dolor, y corrió hacia Manon en un puro y ciego instinto, pero
Lorcan la agarró por el cuello de su tunica.

—Idiota, tonta —chasqueó él, ella lo rasguñó.

—Lorcan, sostén a la chica —dijo en voz baja Maeve, ni siquiera mirando en su dirección—. Que no
se te ocurra ninguna estúpida idea de huir con ella —él se quedó completamente tieso, su agarre
cada vez más fuerte.

Maeve y Aelin atacaron nuevamente.

Luz y oscuridad.

La arena vibró a lo largo de las dunas, las olas se propagaron.

Únicamente ahora… Maeve solo se había atrevido a atacar a Aelin ahora.

Porque Aelin con su fuerza completa…

Aelin podía vencerla.

Pero Aelin, con sus poderes casi agotados…

—Por favor —le suplicó Elide a Lorcan. Pero él la sostenía firmemente, esclavizado por la orden que
Maeve le había dado, con un ojo sobre las reinas combatiendo y el otro sobre los escoltas quienes
no eran lo suficientemente idiotas como para acercarse luego de haber presenciado lo que él había
hecho con sus compañeros.

—Corre —le dijo Lorcan al oído—. Si deseas vivir, corre, Elide. Piérdeme de vista, esquiva su orden.
Empújame, y corre.

Ella no lo haría. Moriría antes de huir como una cobarde, no cuando Aelin haría hasta lo imposible
por todos ellos, cuando…

La oscuridad devoró las llamas.

E incluso Manon se encogió cuando Aelin fue empujada hacia atrás.

Una pared de llamas, fina como el papel, evitaba que la oscuridad alcanzara su meta. Una pared
que se agitaba…

Ayuda. Necesitaban ayuda.

Aelin no vió el golpe a la derecha. Elide intentó gritar una advertencia, pero ya era tarde.

Un azote de negrura cortó a través de Aelin.

Ella cayó.

Y Elide pensó que el impacto de las rodillas de Aelin Galathynius golpeando la arena, bien podría
haber sido el sonido más horrible que alguna vez hubiese escuchado.

Maeve no desperdició su ventaja.

La oscuridad se derramó sobre ella, golpeándola una y otra vez. Aelin intentó esquivarla, pero falló.

No había nada que Elide pudiera hacer mientras Aelin gritaba.


Mientras la oscuridad y el antiguo poder la golpeaban al igual que un martillo golpea un yunque.

Elide le suplicó a Manon, ahora solo a unos pocos pasos de distancia:

—Has algo.

Manon la ignoró, sus ojos fijos en la batalla frente a ellos.

Aelin se arrastró hacia atrás, sangre saliendo de su fosa nasal derecha. Goteando sobre su camisa
blanca.

Maeve avanzó, la oscuridad arremolinándose en torno a ella como un viento letal.

Aelin trató de levantarse.

Lo intentó, pero sus piernas ya no le respondían. La Reina de Terrasen jadeó, el fuego parpadeaba
como brasas extintas a su alrededor.

Maeve la señaló con un dedo.

Un azote negro, más rápido que el fuego de Aelin, salió disparado. Se envolvió alrededor de su
garganta. Aelin lo agarró, destrozándolo, sus dientes al descubierto, llamas estallando una y otra
vez.

—¿Por qué no utilizas las llaves, Aelin? —ronroneó Maeve—. Seguramente ganarías de esa manera.

Úsalas, le suplicó Elide. Úsalas.

Pero Aelin no lo hizo.

La espiral de oscuridad se intensificó alrededor de la garganta de Aelin.

Las llamas soltaban chispas y luego morían.

Luego, la oscuridad se expandió, envolviendo nuevamente a Aelin y estrujándola fuertemente,


apretándola hasta que comenzó a gritar de tal forma que Elide supo que se trataba de una
incommensurable agonía.

Un despiadado gruñido se escuchó por lo bajo desde los alrededores, la única advertencia antes
que un enorme lobo saltara a través de la pradera marina y se transformara. Fenrys.

Un latido más tarde, un león montañes apareció sobre una duna, contempló la escena y se
transformó también. Gavriel.

—Déjala ir —gruñó Fenrys a la oscura reina, avanzando un paso—. Déjala ir ahora.

Maeve volvió la cabeza, la oscuridad aún azotando a Aelin.

—Miren quien llegó finalmente. Otro grupo de traidores —alisó una arruga de su vestido suelto—.
Que valiente esfuerzo has hecho, Fenrys, retrasando tu llegada a esta playa tanto como pudiste,
resistiendo mis llamadas —chasqueó la lengua—. ¿Disfrutaste jugar al sujeto leal mienras resollabas
tras la jóven Reina de Fuego?

Como si fuese una respuesta, la oscuridad tensó su agarre aún más, y Aelin volvió a gritar.

—Détente —gritó Fenrys.

—Maeve, por favor —dijo Gavriel, exponiendo sus palmas hacia ella.

—¿Maeve? —Canturreó la reina—. ¿No Su Majestad? ¿El León se ha vuelto algo salvaje? ¿Quizás
debido a pasar mucho tiempo junto a su desenfrenado engendro medio bastardo?

—Mantenlo fuera de esto —dijo demasiado suavemente Gavriel.

Pero Maeve dejó que la oscuridad alrededor de Aelin se apartara.

Ella se encontraba enrollada hacia un lado, sangrando de ambas fosas nasales ahora, y más sangre
goteando de su jadeante boca.

Fenrys respiró por ella. Una pared de negrura se atravesó entre ellos.

—No lo creo —canturreó Maeve.

Aelin boqueaba por aire, los ojos vidriosos por el dolor. Ojos que fueron hacia los de Elide. La
ensangrentada y agrietada boca de Aelin formó la palabra nuevamente. Corre.

Ella no lo haría. No podía.

Los brazos de Aelin se sacudieron cuando intentó levantarse. Y Elide sabía que no quedaba magia
en ella.

No había fuego dentro de la reina. Ni siquiera una brasa.

Y la única manera en que Aelin podia enfrentarse a eso, aceptarlo, era continuar luchando hasta el
final. Al igual que Marion lo había hecho.

Las húmedas y ásperas respiraciones de Aelin eran el único sonido que se escuchaba sobre las
olas rompiendo detrás de ellos. Incluso la batalla había quedado silenciada en la distancia. Había
terminado… o quizás estaban todos muertos.

Manon continuaba parada allí. Continuaba sin moverse. Elide le suplicó:

—Por favor. Por favor.

Maeve le sonrió a la bruja.

—No tengo una disputa contigo, Blackbeak. Mantente fuera de esto y estarás libre para irte donde
sea que quieras.

—Por favor —imploró Elide.


La mirada dorada de Manon era dura. Fría. Ella asintió hacia Maeve.

—De acuerdo —algo se partió en el pecho de Elide.

Pero Gavriel dijo a través de su pequeño círculo:

—Majestad… por favor. Deja que Aelin Galathynius libre su propia guerra aquí. Déjenos regresar
a nuestro hogar.

—¿Hogar? —preguntó Maeve. La pared negra entre Fenrys y Aelin bajó, pero el guerrero no intentó
cruzarla. Se limitó a observar a Aelin, de la manera en que la misma Elide debía estar mirándola.
No rompió aquella mirada hasta que Maeve le dijo a Gavriel—: ¿Doranelle continúa siendo tu
hogar?

—Sí, Majestad —dijo Gavriel con calma—. Es un honor llamarlo así.

—Honor… —musitó Maeve—. Si, tú y tu honor van de la mano, ¿no? Pero, ¿qué hay del honor de
tu juramento, Gavriel?

—Mantuve mi promesa hacia ti.

—¿No te dije que ejecutaras a Lorcan al verlo?

—Hubo… circunstancias que impidieron que sucediera. Lo intentamos.

—Sin embargo, fallaste. ¿No se supone que debo disciplinar a los que estén vinculados por sangre
conmigo y me hayan fallado?

Gavriel bajó su cabeza.

—Por supuesto… lo aceptaremos. Y también recibiré el castigo destinado a Aelin Galathynius.

Aelin levantó su cabeza ligeramente, sus ojos vidriosos ampliándose. Ella intentó hablar, pero las
palabras habían sido quebrantadas, su voz se había apagado debido a los gritos. Elide supo la
palabra que la reina pronunció. No.

No por ella. Elide se preguntó si el sacrificio de Gavriel no era solo por el bien de Aelin. Sino
también por el de Aedion. Para que el hijo no tuviera que soportar el dolor de ver a su reina siendo
lastimada.

—Aelin Galathynius —meditó Maeve—. Tanta habladuría sobre ella. La Reina Que Fue Prometida.
Bien, Gavriel —una feroz sonrisa—, si estás tan dedicado a su corte, ¿por qué no te unes a ella?

Fenrys se tensó, preparándose para arremeter contra el oscuro poder por su amigo.

Pero Maeve continuó:

—Yo rompo el juramento de sangre contigo, Gavriel. Sin honor, sin buena fe. Estas destituido de
mi servicio y despojado de tu título.
—Maldita perra —chasqueó Fenrys, mientras la respiración de Gavriel se volvía superficial.

—Majestad, por favor… —siseó Gavriel, palmeando su brazo como si garras invisibles rastrillaran
dos líneas debajo de su piel, extrayendo sangre que se derramaba en el cesped. Una marca similar
apareció en el brazo de Maeve, su sangre derramándose también.

—Está hecho —dijo simplemente—. Deja que el mundo te conozca, un macho que de honor, no
tiene nada. Que traicionó a su reina por otra, por un cretino bastardo suyo.

Gavriel trastabilló hacia atrás, luego colapsó sobre la arena, una mano empujada contra su pecho.
Ferys rugió, su rostro tornándose lobuno, pero Maeve soltó una risita en voz baja.

—Oh, te gustaría que hiciera lo mismo contigo, ¿no es así, Fenrys? ¿Pero qué mejor castigo para el
que me ha traicionado hasta en su propia alma, que el de servirme para siempre?

Fenys siseó, su respiración ahora eran bocanadas irregulares de aire, y Elide se preguntó si él
saltaría sobre la reina e intentaría matarla.

Pero Maeve se volvió hacia Aelin y le dijo:

—Levántate.

Aelin lo intentó. Su cuerpo le falló.

Maeve chasqueó su lengua y una mano invisible tiró a Aelin sobre sus pies. Ojos empañados de dolor,
pronto se llenaron de una fría furia mientras Aelin asimilaba a la reina que estaba acercándosele.

Una asesina, se recordó Elide. Aelin era una asesina, y si Maeve se aproximaba lo suficiente a ella…

Pero no lo hizo. Y aquellas manos invisibles cortaron las ataduras del cinturón de Aelin. Goldryn
cayó al suelo con un ruido sordo. Las dagas se salieron de sus vainas.

—Tantas armas —contempló Maeve, mientras las manos invisibles desarmaban a Aelin con una
eficiencia brutal. Incluso las cuchillas escondidas debajo de sus ropas encontraron la forma de salir
hacia afuera, cortando todo en su camino. La sangre brotó de la camisa y los pantalones de Aelin.
Por qué se mantenía allí.

Reuniendo fuerzas. Para un último golpe. Una última oportunidad.

Dejar que la reina creyera que estaba rota.

—¿Por qué? —preguntó Aelin con voz rasposa. Comprándose tiempo.

Maeve pateó una daga caída, el filo manchado con la sangre de Aelin.

—¿Por qué molestarse contigo? Porque no puedo dejar que te sacrifiques para forjar una nueva
Cerradura, ¿o si? No cuando tú ya tienes lo que yo quiero. Y he sabido desde hace mucho, mucho
tiempo que tú me darías lo que estoy buscando, Aelin Galathynius, y adopté las medidas necesarias
para asegurarme que así sucediera.
Aelin respiró.

—¿Qué?

Maeve dijo:

—¿Aún no te has dado cuenta? ¿Por qué quería que tu madre te trajera conmigo, por qué exigí
tantas cosas de ti esta primavera?

Ninguno de ellos se atrevió a moverse.

Maeve solto una risita, un delicado y femenino sonido de triunfo.

—Brannon me robó las llaves, después que yo las había tomado del Valg. Eran mías, y él me las
arrebató. Y luego se juntó con esa diosa tuya, engendrando el fuego dentro del lineaje, asegurándose
que yo lo pensara bien antes de tocar su tierra, o a sus herederos. Pero todos los linajes desaparecen.
Y yo sabía que llegaría el día en que las llamas de Brannon se redujeran a un parpadeo, y yo estaría
posicionada para atacar.

Aelin se hundió contra las manos que la mantenía parada.

—Pero en mi oscuro poder, vi un atisbo del futuro. Vi que el poder de Mala surgiría nuevamente.
Y que tú me guiarías hacia las llaves. Solo tú, la única persona para la que Brannon dejó pistas, la
única que podia encontrar las tres. Y también vi quién eras, qúe eras. Vi a quien amabas. Vi a tu
compañero.

La brisa del mar susurrando a través del cesped era el único sonido.

—Qué fuente de poder serían ustedes dos, tú y el Príncipe Rowan. Y cualquier fruto de esa union…
—una mueca despiadada—. Tú y Rowan podrían reinar el continente entero, si lo deseasen. Pero
sus hijos… sus hijos serían lo suficientemente poderosos como para reinar un imperio que podría
arrasar con el mundo entero.

Aelin cerró sus ojos. Los machos estaban sacudiendo sus cabezas lentamente, sin poder creerlo.

—No sabía cuando nacerías tú, pero cuando el Príncipe Rowan Whitethorn vino a este mundo,
cuando alcanzó la mayoría de edad y se convirtió en el macho purasangre más fuerte en mi reino…
tú aún no estabas allí. Y supe lo que tenía que hacer. Encadenarte. Hacer que te doblegues a mi
voluntad, para que me entregarás las llaves sin pensarlo, una vez que fueses fuerte y estuvieses lo
suficientemente entrenada como para conseguirlas.

Los hombros de Aelin se sacudieron. Lágrimas salieron de sus ojos cerrados.

—Fue tan fácil tirar de los hilos correctos aquel día que Rowan vió a Lyria en el mercado. Empujarlo
hacia el otro sendero, engañar a sus instintos. Una leve alteración del destino.

—Por los dioses —exhaló Fenrys.

Maeve continuó:
—Así que tu compañero fue concedido a otra persona. Y dejé que se enamorara, dejé que la tomara
con un hijo. Y luego lo quebré. Nadie nunca se preguntó como aquellas fuerzas enemigas fueron a
parar cerca de su hogar en las montañas.

Las rodillas de Aelin la abandonaron por completo. Únicamente las manos invisibles la mantenían
erguida mientras lloraba.

—Aceptó el juramento de sangre sin vacilar. Y supe que cuando fuese que nacieras, cuando fuese
que alcanzases la mayoría de edad… me aseguraría que sus caminos se cruzaran, y con solo una
mirada el uno al otro, yo los tendría completamente bajo mi control. Todo lo que yo quisiera, tu
me lo darías. Incluso las llaves. Por tu compañero, no podías hacer menos. Tú casi lo hiciste aquel
día en Doranelle.

Lentamente, Aelin deslizó sus pies debajo de ella nuevamente, el movimiento fue tan doloroso que
Elide se encogió. Pero Aelin levantó su cabeza y echó sus labios hacia atrás, dejando sus dientes al
descubierto.

—Te mataré —rugió Aelin a la Reina Fae.

—Eso fue lo mismo que le dijiste a Rowan después de haberlo conocido, ¿no es así? —la leve sonrisa
de Maeve persistió—. Presioné y presioné a tu madre para que te trajera conmigo, y así pudieras
conocerlo y yo pudiera finalmente tenerte una vez que Rowan hubiese sentido el vínculo, pero ella
se negó. Y ambas sabemos bien cómo resultó eso para ella. Durante los diez años que siguieron, yo
supe que estabas viva. En alguna parte. Pero cuando tú viniste a mí… cuando tú y tu compañero se
miraron el uno al otro únicamente con odio en sus ojos… Debo admitir que no lo anticipé. Había
quebrado a Rowan Whitethorn tan plenamente que no reconoció a su propia compañera, y tú
estabas tan rota por tu propio dolor que tampoco te diste cuenta. Y cuando los signos aparecieron,
el vínculo carranam despejó cualquier sospecha de su parte que tú pudieras ser su compañera.
Pero tú no. ¿Cuánto tiempo ha pasado, Aelin, desde que te diste cuenta que él era tu compañero?

Aelin no respondió, sus ojos agitados con ira, dolor y desesperación.

Elide susurró:

—Déjala en paz —el agarre de Lorcan se tensó en señal de advertencia.

Maeve la ignoró.

—¿Y bien? ¿Cuándo lo supiste?

—En el templo de Temis —admitió Aelin, lanzándole una mirada a Manon—. En el momento que
la flecha le atravesó el hombro. Hace meses atrás.

—Y se lo has ocultado, sin duda para evitarle cualquier culpa respecto a Lyria, cualquier clase de
sufrimiento emocional… —Maeve chasqueó su lengua—. Que noble pequeña mentirosa eres.

Aelin miró a la nada, sus ojos en blanco.

—Tenía planeado que él estuviera aquí —dijo Maeve, frunciendo el ceño hacia el horizonte—. Ya
que al dejarlos ir a ustedes dos aquel día en Doranelle fue solo para que tú pudieses guiarme hacia
las llaves nuevamente. Incluso dejé que creyeras que te habías salido con la tuya al liberarlo. No
tenías idea que yo te había soltado. Pero sí él no esta aquí… tendré que apañármelas.

Aelin se tensó. Fenrys gruñó en advertencia.

Maeve se encogió de hombros.

—Si sirve de consuelo, Aelin, tú habrías tenido mil años junto al Príncipe Rowan. Más incluso.

El mundo se ralentizó y Elide pudo escuchar su propia sangre rugiendo en sus oídos mientras
Maeve decía:

—El linaje de mi hermana Mab era puro. Los poderes completos, las habilidades de transformación,
y la inmortalidad de los Fae. Estás probablemente a cinco años del Asentamiento.

El rostro de Aelin se arrugó. No estaba vaciando su magia ni su fuerza física, sino su espíritu.

—Quizás lo celebremos juntas —caviló Maeve—, dado que desde luego no tengo planes para
desperdiciarte en aquella Cerradura. Ni para desperdiciar las llaves, cuando están destinadas a ser
empuñadas, Aelin.

—Maeve, por favor —dijo Fenrys.

Maeve exhaminó sus uñas inmaculadas.

—Lo que encuentro realmente divertido es que, al parecer, ni siquiera te necesitaba para que
fueras la compañera de Rowan. Al igual que tampoco necesitaba quebrarlo por completo. Un
experimento fascinante de mis poderes, en todo caso. Pero ya que dudo que aún puedas continuar
voluntariamente, no sin al menos intentar morirte primero, te dejaré tener una oportunidad.

Aelin parecía estar abrazándose a sí misma cuando Maeve levantó un dedo y dijo:

—Cairn.

Los machos se quedaron rígidos. Lorcan se volvió casi salvaje detrás de Elide, intentando sutilmente
arrastrarla hacia atrás, para poder evitar la orden que se le había dado.

Un guerrero hermoso de cabello castaño caminó hacia ellos desde el grupo de escoltas. Hermoso,
si no fuese por la sádica crueldad que bailaba en sus ojos azules. Si no fuese por las espadas a sus
lados, el látigo enrollado a un lado de su cadera, la sonrisa desdeñosa. Ella había visto esa sonrisa
antes, sobre el rostro de Vernon. Sobre tantos rostros en Morath.

—Déjame presentarte al miembro más reciente de mi cadre, como te gusta llamarlos. Cairn, conoce
a Aelin Galathynius.

Cairn avanzó un paso hacia al lado de la reina. Y la mirada que el macho le dio a la reina de Elide,
hizo que su estómago se revolviera. Sádico, si, esa era la palabra para describirlo, incluso antes que
él hubiese hablado.
—Cairn —dijo Maeve— está entrenado en habilidades que ustedes tienen en común. Por supuesto,
tú solo tuviste unos pocos años para aprender el arte del tormento, pero… quizás Cairn pueda
enseñarte algunas cosas que ha aprendido durante siglos de práctica.

Fenrys estaba blanco por la furia.

—Maeve, te lo suplico…

La oscuridad golpeó a Fenrys, lanzándolo sobre sus rodillas, forzando que su cabeza se enterrara
en la tierra.

—Es suficiente —siseó Maeve.

Ésta volvió a sonreir cuando se dirigió a Aelin.

—Dije que tendrías una oportunidad. Y la tienes. O vienes conmigo por voluntad propia y te
familiarizes con Cairn, o…

Aquellos ojos se deslizaron hacia Lorcan. Y luego hacia Elide.

Y el corazón de Elide se detuvo cuando Maeve dijo:

—O te tomaré a ti igualmente y traeré a Elide Lochan con nosotras también. Estoy segura que ella
y Cairn se llevarán de maravillas.
Capítulo 72
Traducido por Carolina Suarez C.
Corregido por Cotota

El cuerpo de Aelin dolía.

Todo dolía. Su sangre, su respiración, sus huesos.

No quedaba magia. No quedaba nada para salvarla.

—No —dijo Lorcan en voz baja.

Simplemente girar la cabeza provocó agonía en su espalda. Pero Aelin miraba a Elide, y Lorcan se
vio obligado a abrazarla, su rostro blanco de terror puro mientras miraba entre Cairn y Maeve y
Elide. Manon estaba haciendo lo mismo, dimensionar las probabilidades, la rapidez con que ten-
dría que limpiar la zona.

Bueno. Bueno, Manon conseguiría sacar a Elide. La bruja había estado esperando que Aelin hicie-
ra un movimiento, sin darse cuenta de que... no le quedaba nada. No había dejado poder para un
golpe final.

Y ese poder oscuro seguía enrollado alrededor de sus huesos, con tanta fuerza que un movimiento
de agresión... un movimiento, y sus huesos se rompería.

Maeve le dijo a Lorcan:

—¿No a qué, Lorcan? ¿A qué Elide Lochan sea tomada por nosotros si Aelin decide dar la batalla,
o a mi generosa oferta de dejar a Elide si Su Majestad viene de buena gana?

Una mirada al guerrero Fae de cabello café –Cairn– al lado de Maeve, y Aelin había sabido lo que
era. Había matado a bastantes de ellos en los últimos años. Ella había pasado tiempo con Rourke
Farran. Lo que haría a Elide... Lorcan también sabía lo que un hombre como Cairn le haría a una
mujer joven. Y si era castigado por Maeve...

Lorcan dijo:

—Ella es inocente. Toma a la reina, y déjanos ir.

Manon incluso le espetó a Maeve:

—Ella le pertenece a las Ironteeth. Si usted no tiene nada en contra de mí, entonces no tiene nada
en contra de ella. Deje a Elide Lochan fuera de eso.
Maeve ignoró a Manon y arrastró las palabras hacia a Lorcan:

—Te ordeno que te quedes quieto. Te ordeno que mires y no hagas nada. Te ordeno que no te
muevas ni hables hasta que yo lo diga. La orden se aplica a ti también, Fenrys.

Y Lorcan obedeció. Lo mismo hizo Fenrys. Sus cuerpos simplemente se pusieron rígidos, y luego
nada.

Elide se giró para rogar a Lorcan:

—Tú puedes detener esto, puedes luchar contra esto.

Lorcan ni siquiera la miró. Aelin sabía que Elide lucharía. No entendería que Maeve había estado
jugando este juego durante siglos, y que había esperado hasta este momento, hasta que la trampa
fuera perfecta, para apoderarse de ella.

Aelin encontró a Maeve sonriéndole. Ella había jugado, y apostado, y perdido.

Maeve asintió como si fuera a decir que sí. La pregunta no formulada bailaba en los ojos de Aelin
cuando Elide le gritó a Lorcan, a Manon, para que la ayudaran. Pero la bruja conocía sus órdenes.
Su tarea.

Maeve leyó la pregunta en la cara de Aelin y dijo:

—Voy a poseer las llaves en una mano, y a Aelin Portadora de Fuego en la otro.

Tendría que romperla primero. Matarla o romper...

Cairn sonrió.

Los acompañantes estaban ahora transportando algo arriba de la playa, de la lancha que habían
remado de su barco de espera. Ya, las velas eran oscuras despliegue.

Elide se enfrentó a Maeve, que no se dignaba a mirarla.

—Por favor, por favor…

Aelin simplemente asintió con la cabeza a la Reina Fae. Su aceptación y rendimiento.

Maeve inclinó la cabeza, el triunfo bailaba en sus labios rojos.

—Lorcan, suéltala.

Las manos del guerrero se aflojaron a los costados.

Y debido a que había ganado, Maeve incluso aflojó el agarre de su poder sobre los huesos de Aelin.
Le permitió a Aelin decir a Elide:

—Ve con Manon. Ella te cuidará.


Elide comenzó a llorar, empujando lejos a Lorcan

—Voy a ir contigo, voy a venir contigo.

La chica lo haría. La chica se tendría que enfrentar a Cairn, y Maeve... Pero Terrasen necesitaría
esa clase de valor. Si se trata de sobrevivir, si era para sanar, Terrasen necesitaría a Elide Lochan.

—Dile a los otros —respiró Aelin, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Diles a los
demás que lo siento. Dile a Lysandra que recuerde su promesa, y que nunca voy a dejar de estar
agradecida. Dile a Aedion... Dile que no es su culpa, y que… —su voz se quebró—. Me hubiera
gustado que hubiera sido capaz de tomar el juramento, pero que Terrasen lo mirará a él ahora, y
las líneas no pueden romperse.

Elide asintió, las lágrimas se deslizaban por su rostro salpicado de sangre.

—Y dile a Rowan…

El alma de Aelin se dividió cuando vio la caja de hierro que los acompañantes llevaban entre ellos.
Un antiguo, ataúd de hierro. Lo suficientemente grande para una persona. Hecho a mano para ella.

—Y dile a Rowan —dijo Aelin, luchando contra su propio sollozo—, que lo siento, mentí. Pero dile
que todo estaba siendo tiempo prestado de todos modos. Incluso antes de hoy, sabía que todo era
tiempo prestado, pero aun así me hubiera gustado tener más de lo mismo —luchó contra su boca
temblorosa—. Dile que tiene que luchar. Él tiene que salvar Terrasen, y recordar los votos que me
hizo. Y dile... dile que gracias, por caminar ese oscuro camino conmigo hacia a la luz.

La tapa de la caja se abrió, sacando las largas, pesadas cadenas.

Uno de los acompañantes le entregó a Maeve una máscara de hierro ornamentada. Ella lo examinó
en sus manos.

La máscara, las cadenas, la caja... se habían creado mucho antes que ahora. Hace siglos. Forjada
para contener y romper a los vástagos de Mala.

Aelin echó un vistazo a Lorcan, cuyos ojos oscuros estaban fijos en ella.

Y el agradecimiento brillaba allí. Por los guerreros que la joven había dado su corazón, lo supieran
o no.

Elide le rogó Maeve por última vez:

—No haga esto.

Aelin sabía que le no haría ningún bien. Así que le dijo a Elide:

—Me alegro de que nos encontráramos. Estoy orgullosa de haberte conocido. Y creo que tu madre
se habría sentido orgullosa de ti, también, Elide.

Maeve bajó la máscara y arrastró las palabras hacia Aelin:


—Los rumores afirman que no vas a someterte ante nadie, Heredera de fuego —esa sonrisa
serpentina—. Bueno, ahora vas a someterte a mí.

Señaló a la arena.

Aelin obedecido.

Sus rodillas ladraban mientras se dejaba caer al suelo.

—Abajo.

Aelin deslizó su cuerpo hasta que su frente estaba en la arena. Ella no se dejó sentir esto, que su
alma lo sintiera.

—Bien.

Elide estaba llorando, rogando en silencio.

—Quítate la camisa.

Aelin vaciló, dándose cuenta de lo que estaba pasando.

Por qué en el cinturón de Cairn había un látigo.

—Quítate la camisa.

Aelin tiró de su camisa fuera del pantalón y se la colgó sobre su cabeza, tirándola en la arena junto
a ella. Luego se quitó la tela flexible alrededor de sus pechos.

—Varik, Heiron —dos machos Fae se adelantaron.

Aelin no se resistió mientras cada uno la agarraba por un brazo y la elevaban. Abriendo los brazos.
El aire del mar besó sus pechos, su ombligo.

—Diez latigazos, Cairn. Deja que Su Majestad tenga una probada de lo que le espera cuando
lleguemos a nuestro destino, si ella no coopera.

—Será un placer, Señora.

Aelin sostuvo la viciosa mirada de Cairn, el hielo corriendo en sus venas cuando chasqueó el látigo.
Pasó los ojos por encima de su cuerpo y sonrió. Un lienzo para pintar con la sangre y el dolor.

Maeve dijo, con la máscara colgando de sus dedos:

—¿Por qué no cuentas para nosotros, Aelin?

Aelin mantuvo la boca cerrada.

—Cuenta, o vamos a empezar de nuevo con cada golpe que te den. Tú decides por cuánto tiempo se
prolongara. A menos que prefieras que Elide Lochan reciba estos latigazos.
No. Nunca.

Nunca nadie más que ella. Nunca.

Pero mientras Cairn caminaba lentamente, saboreando cada paso, mientras arrastraba el látigo
por el suelo, su cuerpo la traicionó. Comenzó a temblar.

Ella conocía el dolor. Sabía cómo se sentía, cómo sonaba.

Sus sueños estaban llenos de él.

No había duda de por qué Maeve había elegido un látigo, por qué se lo había hecho a Rowan en
Doranelle.

Cairn se detuvo. Ella lo sintió estudiando el tatuaje en la espalda. Las palabras de amor de Rowan,
escritas allí en la Antigua Lengua.

Cairn resopló. Entonces sintió que se deleitaba en cómo iba a destruir ese tatuaje.

—Comienza —dijo Maeve.

Cairn aspiró.

E incluso preparándose, incluso reprimiéndose duramente, no hubo nada que la preparara para el
crack, la picadura, el dolor. Ella no se permitió llorar, sólo sisear entre dientes.

El látigo que era ejercido por los capataces de Endovier era una cosa.

Pero uno ejercido por un macho de pura sangre Fae...

La sangre se deslizó por la parte trasera de sus pantalones, su piel dividida gritaba.

Pero ella sabía cómo manejar el ritmo. Cómo ceder ante el dolor. Cómo tomarlo.

—¿Qué número era ese, Aelin?

Ella no lo haría. Ella nunca contaría para esa perra celosa.

—Empieza de nuevo, Cairn —dijo Maeve.

Una risa entrecortada. A continuación, el crack y el dolor hicieron que Aelin se arqueara, los
tendones de su cuello estaban cerca de romperse mientras jadeaba con los dientes apretados. Los
machos tenían su agarre suficientemente fuerte para dejarle moretones.

Maeve y Cairn esperaban.

Aelin se negó a decir la palabra. El empezar a contar. Ella moriría antes de hacerlo.

—Oh dioses, oh dioses —sollozó Elide.


—Empieza de nuevo —Maeve se limitó a ignorar a la chica.

Así lo hizo Cairn.

De nuevo.

De nuevo.

De nuevo.

Empezaron más de nueve veces antes de que Aelin diera su último grito. El golpe había sido justo
encima de otro, rasgando la piel hasta el hueso.

De nuevo.

De nuevo.

De nuevo.

De nuevo.

Cairn jadeaba. Aelin se negó a hablar.

—Empieza de nuevo —repitió Maeve.

—Majestad —murmuró uno de los machos que la detenían—. Podría ser prudente posponer esto
hasta más tarde.

—Todavía hay un montón de piel —espetó Cairn.

Pero el macho le dijo:

—Los otros se acercan, todavía están lejos, pero se acercan.

Rowan.

Aelin gimió entonces. Tiempo, ella había necesitado tiempo.

Maeve hizo un pequeño ruido de disgusto.

—Vamos a seguir después. Prepárense.

Aelin apenas podía levantar la cabeza cuando los machos la empujaron hacia arriba. El movimiento
dejó en su cuerpo un rugido de dolor que pululaba en la oscuridad. Pero ella luchó ante él, apretó
los dientes y rugió para mantener en silencio en ese dolor, esa oscuridad.

A pocos pies de distancia, Elide se deslizó sobre sus rodillas como si estuviera mendigando con
todo su cuerpo, pero Manon la atrapó.

—Nos vamos —dijo Manon, tirando de ella lejos, al interior.


—No —escupió Elide, peleando.

Los ojos de Lorcan se abrieron, pero con la orden de Maeve, no podía moverse, no podía hacer
nada mientras Manon golpeaba con la empuñadura de Cuchilla de Viento la cabeza de Elide.

La chica cayó como una piedra. Eso era todo lo necesario para que Manon la arrastrara sobre su
hombro y le dijera a Maeve:

—Buena suerte —sus ojos se deslizaron a los de Aelin sólo una vez. Luego se apartó.

Maeve hizo caso omiso a la bruja mientras Manon merodeaba hacia el corazón del pantano. El
cuerpo de Lorcan se tensó.

Se tensó, como si estuviera luchando contra el juramento de sangre con todo su ser.

A Aelin no le importaba.

Los machos la arrastraron a la mitad hacia Maeve.

Hacia la caja de hierro. Y las cadenas. Y la máscara de hierro.

Remolinos de fuego, pequeños soles, y brasas se habían formado en su superficie oscura. Una burla
del poder que era para contener el poder, el poder de Maeve había sido necesario para garantizar
que estuviera completamente drenada antes de que ella la enfrentara. Era la única manera de
poder encerrarla.

Cada pulgada de sus pies arrastrados por la arena era toda una vida; cada pulgada era un latido
del corazón. La sangre empapaba sus pantalones. Ella probablemente no sería capaz de curar sus
heridas dentro de todo el hierro. No hasta que Maeve decidiera que sanara por sí misma.

Pero Maeve no la dejaría morir. No con las Llaves del Wyrd en la balanza. Aún no.

Tiempo, estaba agradecida con Elena le había dado ese tiempo robado.

Agradecida de que los había conocido a todos ellos, que había visto una pequeña parte del mundo,
había escuchado una música preciosa, había bailado y reído y había conocido la verdadera amistad.
Agradecida de que ella había encontrado a Rowan.

Estaba agradecida.

Así que Aelin Galathynius secó sus lágrimas.

Y no luchó cuando Maeve ató la hermosa máscara de hierro sobre su cara.


Capítulo 73
Traducido por Sergio Palacios
Corregido por Cotota

Manon siguió caminando.

No se atrevió a mirar atrás. No se atrevió a darle a esa antigua y fría bruja una sola pista de que
Aelin no poseía las Llaves del Wyrd. Que Aelin había deslizado ambas en el bolsillo de Manon
cuando ella la empujó. Elide podía odiarla por ello… tal vez ya la odiaba por ello.

Que ese fuera el precio.

Una mirada de Aelin y ella había sabido qué tenía que hacer.

Mantén las llaves lejos de Maeve. Mantén a Elide lejos.

Habían creado una caja de hierro para contener a la Reina de Terrasen.

Elide se movió, al fin volviendo en sí, justo cuando estuvieron a una distancia lo suficientemente
lejos para ser escuchadas. Ella comenzó a forcejear, y Manon la botó detrás de una duna, agarrán-
dola por detrás de su cuello tan fuerte que Elide se quedó quieta al sentir las uñas de hierro punzar
en su piel.

—Silencio —siseó Manon, y Elide le obedeció.

Manteniéndose bajo, se asomaron a través de los pastizales. Sólo un momento, ella podría darse
sólo un momento para observar, para ver a dónde Maeve se llevaba a la Reina de Terrasen.

Lorcan permanecía congelado donde Maeve le había ordenado. Gavriel muy apenas seguía con-
sciente, jadeando en el pasto, como si desprender ese juramento de sangre de él hubiera sido tan
grave como cualquier herida física.

Fenrys, los ojos de Fenrys estaban llenos de odio mientras observaba a Maeve y Cairn. La sangre
goteaba del látigo de Cairn, aun colgando a su lado mientras los soldados de Maeve terminaban de
poner la máscara sobre el rostro de Aelin.

Entonces sujetaron también con hierro sus muñecas.

Y sus tobillos.

Su cuello.

Nadie sanó su destrozada espalda, que no era ya más que un sangriento pedazo de carne, mientras
la llevaban a su caja de hierro. Haciéndola caer sobre sus heridas.

Y luego deslizaron la tapa en su lugar. Cerrándola.

Elide vomitó en el pasto.

Manon puso una mano sobre la espalda de la chica mientras los hombres comenzaron a cargar la
caja por las dunas, hacia el bote, y al barco más allá.

—Fenrys, vete —le ordenó Maeve, señalando el barco.

Respirando con rabia pero incapaz de rechazar la orden, Fenrys fue. Él miró a la camiseta blanca
desechada en la arena. Estaba salpicada de sangre, salpicada por los latigazos.

Entonces se fue, caminando a través de aire y viento y luego nada.

Sola con Lorcan, Maeve le dijo al guerrero

—¿Hiciste todo esto, por mí?

Él no se movió. Maeve dijo:

—Habla.

Lorcan dejó escapar un respiro, y dijo:

—Sí. Sí… fue todo por ti. Todo.

Elide tomó el pasto marino y lo hizo pedazos, y Manon se preguntó por un momento si le crecerían
uñas de hierro y lo haría pedazos ante la furia de su rostro. El odio.

Maeve se paró sobre la camiseta manchada de sangre de Aelin, y pasó su mano por la mejilla de
Lorcan.

—No tengo uso alguno —canturreó—, en hombres hipócritas que piensan que saben mejor.

Él se puso rígido.

—Majestad.

—Te libero del juramento de sangre. Te libero de tus bienes y tus títulos y tus propiedades. Tú,
como Gavriel, eres liberado en deshonra y vergüenza. Eres exiliado de Doranelle por tu desobedi-
encia, tu traición. Si alguna vez pones un pie dentro de mis fronteras, morirás.

—Majestad, le ruego.

—Ve y ruégale a alguien más. No tengo uso alguno en un guerrero en quien no puedo confiar. Me
retracto de la orden de muerte. Dejarte vivir con la vergüenza será mucho peor para ti, creo yo.

Sangre brotó de su muñeca, luego de la de ella. Escurriéndose al suelo.


Lorcan cayó de rodillas.

—Yo no soporto a los tontos —le dijo Maeve, dejándolo en la arena, caminando lejos de él.

Como si le hubieran asestado un golpe, el mismo que a Gavriel, Lorcan no parecía poder moverse,
pensar o respirar. Sin embargo, intentó arrastrarse. Hacia Maeve. El bastardo intentó arrastrarse.

—Necesitamos irnos —murmuró Manon. En el momento en el que Maeve revisara para ver dónde
estaban las llaves… tenían que irse.

Un gruñido sonó en el horizonte.

Abraxos.

Su corazón latió como trueno en su pecho, desatando alegría, pero…

Elide permaneció en el pasto. Observando a Lorcan arrastrarse hacia la reina ahora dando zanca-
das por la playa, su vestido negro flotando detrás de ella.

Mirando el bote remando hacia el barco que los esperaba, ese cofre de hierro en el centro. Maeve
sentada al lado de él, una mano en la tapa. Por su cordura, Manon rezó para que Aelin no desper-
tara en todo el tiempo que estuviera adentro.

Y por el bien de su mundo, Manon rezó porque la Reina de Terrasen pudiera sobrevivir.

Aunque fuera solamente para que Aelin entonces pudiera morir por todos ellos.
Capítulo 74
Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Cotota

Había tanta sangre.

Se había esparcido donde Lorcan estaba de rodillas, resplandeciendo brillante como si se empapa-
ra en la arena.

Cubría la camiseta de ella, tirada y olvidada al lado de él. Incluso había manchado las vainas de sus
espadas y cuchillos, esparcidos alrededor de él como huesos.

Lo que había hecho Maeve…

Lo que había hecho Aelin…

Había un hoyo en su pecho.

Y había tanta sangre.

Alas y gruñidos y él aún no había podido mirar hacia arriba. No había podido hacer que le impor-
tara.

La voz de Elide cortó a través del mundo, diciéndole a alguien:

—El barco, el barco sólo desapareció; ella se fue sin darse cuenta que nosotros tenemos…

Gritos de alegría, llantos femeninos de felicidad.

Rápidos, suaves pasos.

Y entonces una mano tomando su cabello, haciendo hacia atrás su cabeza y una daga puesta sobre
su garganta. Mientras el rostro de Rowan, sereno con una ira letal, apareció en su visión.

—¿Dónde está Aelin?

Había puro pánico, también, puro miedo mientras Whitethorn vio la sangre, las espadas regadas,
y la camiseta.

—¿Dónde está Aelin?

¿Qué había hecho?, ¿qué había hecho?


Dolor se deslizó sobre el cuello de Lorcan, sangre cálida corriendo por su garganta, su pecho.

Rowan siseó.

—¿Dónde está mi esposa?

Lorcan se tambaleó desde donde estaba de rodillas.

Esposa.

Esposa.

—Oh, dioses —sollozó Elide mientras escuchaba, las palabras llevando el sonido del corazón frac-
turado de Lorcan—. Oh, dioses…

Y por primera vez en siglos, Lorcan lloró.

Rowan clavó la daga más a fondo en el cuello de Lorcan, incluso aunque las lágrimas se deslizaban
por su rostro.

Lo que la mujer había hecho…

Aelin lo había sabido. Que Lorcan la había traicionado e invocado a Maeve aquí. Que ella había
estado viviendo en tiempo prestado.

Y ella se había casado con Whitethorn… para que Terrasen pudiera tener un rey. Tal vez ella se
había lanzado a la acción porque sabía que Lorcan ya la había traicionado, que Maeve estaba en
camino…

Y Lorcan no la había ayudado.

La esposa de Whitethorn.

Su pareja.

Aelin había dejado que ellos la azotaran y encadenaran, se había ido voluntariamente con Maeve,
para que Elide no estuviera sobre las garras de Cairn. Y había sido tanto un sacrificio para Elide
como un regalo para él.

Ella se había inclinado ante Maeve.

Por Elide.

—Por favor —le rogó Rowan, su voz quebrándose mientras su serena furia se resquebrajaba.

—Maeve la tomó —dijo Manon, aproximándose.

Gavriel dijo con voz áspera desde donde estaba arrodillado, recuperándose del corte de su jura-
mento de sangre:
—Ella usó el juramento para tenernos abajo… para evitar que ayudáramos. Incluso a Lorcan.

Rowan aun así no removió el cuchillo de la garganta de éste.

Lorcan había estado equivocado. Había estado tan equivocado.

Y él podría no lamentarlo del todo, no si Elide estaba a salvo, pero…

Aelin se había negado a contar. Cairn había desatado toda su fuerza en ella con ese látigo, y ella se
había negado a darle la satisfacción de contar.

—¿Dónde está el barco? —demandó Aedion, y luego maldijo ante la camiseta sangrienta cerca de
él. Agarró a Goldryn, limpiando frenéticamente las manchas de sangre de la vaina con su chaqueta.

—Se desvaneció —dijo Elide de nuevo—. Sólo se… desvaneció.

Whitethorn lo miró, desesperación y agonía en sus ojos. Y Lorcan le susurró

—Lo siento.

Rowan aventó el cuchillo, liberando el puño sosteniendo el cabello de Lorcan. Retrocediendo un


paso. En el pasto cerca, Dorian se arrodilló al lado de Gavriel, una débil luz brillando alrededor
de ellos. Sanando la heridas en sus brazos. No había nada que hacer por la herida en el alma que
Maeve le había hecho, y también a Lorcan, al romper ese juramento con tal deshonra.

Manon se acercó, sus brujas ahora flanqueándola. Todas olieron la sangre. Una de ellas de pelo
dorado maldijo por lo bajo.

Manon les dijo sobre la Cerradura.

Sobre Elena. Sobre el costo que los dioses demandaron de ella. Demandaron de Aelin.

Pero fue Elide quien continuó la historia, inclinándose con Lysandra, quien estaba mirando toda
la sangre y esa camiseta como si fuera un cuerpo, diciéndoles qué había pasado en esas dunas. Lo
que Aelin había sacrificado.

Ella le dijo a Rowan sobre que era la pareja de Aelin. Le dijo sobre Lyria.

Les dijo sobre los azotes, y la máscara, y la caja.

Cuando Elide terminó, se hizo silencio. Y Lorcan sólo observaba mientras Aedion giraba a Lysan-
dra y le gruñía

—Tú lo sabías.

Lysandra no se inmutó.

—Ella me preguntó… ese día en el barco. Que le ayudara. Me dijo que sospechaba el precio de des-
terrar a Erawan y restaurar las llaves. Lo que yo necesitaba hacer.
Aedion gruñó

—Qué podrías tú hacer…

Lysandra levantó su barbilla.

Rowan respiró:

—Aelin moriría para forjar una nueva Cerradura para sellar las llaves en la puerta, para desterrar
a Erawan. Pero nadie lo podría saber. Nadie más que nosotros. No mientras tú permanezcas en su
forma por el resto de tu vida.

Aedion pasó una mano por su cabello manchado de sangre.

—Pero cualquier descendencia con Rowan no se parecería para nada como…

El rostro de Lysandra era suplicante.

—Tú arreglarías eso, Aedion. Conmigo.

Con la cabellera dorada, los ojos Ashryver… si esa línea crecía bien, la descendencia de la cambia
formas podría pasar como de la realeza. Aelin quería a Rowan en el trono, pero estaría Aedion en
secreto engendrando a los herederos.

Aedion parpadeó como si hubiera sido golpeado.

—¿Y cuándo ibas a revelar esto? ¿Antes o después de que tomara a mi prima en la cama por cual-
quier maldita razón que inventaras?

Lysandra dijo suavemente:

—No te pediré disculpas. Yo le sirvo a ella. Y estoy dispuesta a pasar el resto de mi vida pretendi-
endo ser ella para que su sacrificio no sea en vano–

—Puedes irte al infierno —le cortó Aedion—. ¡Puedes irte al infierno, perra mentirosa!

El gruñido de Lysandra no era humano.

Rowan sólo tomó a Goldryn del general y caminó hacia el mar, el viento agitando su pelo plateado.

Lorcan se levantó, aun tambaleando. Pero Elide estaba ahí.

Y no había nada en la joven mujer que él pudiera conocer en su pálida y tensa mirada. Nada en su
voz áspera mientras le decía

—Espero que pases el resto de tú miserable e inmortal vida sufriendo. Espero que la pases solo.
Espero que vivas con arrepentimiento y culpa en tu corazón y nunca encuentres una forma de su-
perarlo.

Y luego se dirigió hacia las Trece. La mujer de cabellera dorada tendiendo un brazo y Elide se de-
slizó bajo él, entrando al santuario de alas y garras y dientes.

Lysandra se dirigió hacia Gavriel, quien tuvo el buen sentido de no retroceder ante su mirada aun
fiera, y Lorcan miró a Aedion para encontrar al joven general mirándole.

Odio brillaba en los ojos de Aedion. Odio puro.

—Incluso antes de que te dieran la orden de mantenerte quieto, no hiciste nada para ayudarla. In-
vocaste a Maeve aquí. Nunca olvidaré eso.

Entonces se dirigió a la playa, a donde Rowan se había arrodillado en la arena.

Asterin estaba viva.

Las Trece estaban vivas. Y había alegría en el corazón de Manon, alegría, se dio cuenta, mientras
contemplaba esos rostros sonrientes y sonreía de vuelta.

Ella le dijo a Asterin, todas ellas de pie ante sus wyverns en una duna con vista al mar:

—¿Cómo?

Asterin pasó una mano por la cabellera de Elide mientras la chica sollozaba sobre su hombro.

—Las perras de tu abuela nos dieron una cacería de los infiernos, pero logramos destriparlas. Pasa-
mos el mes pasado buscándote. Pero Abraxos nos encontró y parecía que sabía dónde te encontra-
bas, así que lo seguimos —se rascó un poco de sangre seca de su mejilla—. Y salvamos tu trasero,
al parecer.

No tan pronto, pensó Manon, viendo las silenciosas lágrimas de Elide, la forma en la que humanos
y Fae estaban ya sea de pie o argumentando o no haciendo nada.

No tan pronto como para detener esto. Para salvar a Aelin Galathynius.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Sorrel desde donde estaba recargada contra el flanco de su
lado fuerte, envolviendo un trozo de piel en su antebrazo.

Las Trece mirando como una a Manon, todas en espera.

Se atrevió a preguntar:

—¿Escucharon lo que mi abuela dijo antes de… todo?

—Las Sombras nos dijeron —le dijo Asterin, sus ojos danzando.
—¿Y?

—¿Y qué? —gruñó Sorrel—. Así que eres mitad Crochan.

—Reina Crochan —y heredera de la semejanza de Rhiannon Crochan. ¿Los Ancianos lo habrían


notado?

Asterin se encogió de hombros.

—Cinco siglos de brujas Ironteeth de sangre pura no pudieron llevarnos a casa. Tal vez tú puedas.

Una cría no para la guerra… sino para la paz.

—¿Y me seguirán? —les preguntó Manon quietamente—. ¿Hacia hacer lo que deba ser hecho antes
de que regresemos a Wastes?

Aelin Galathynius no le había suplicado a Elena por un destino diferente. Ella había preguntado
sólo por una cosa, una petición a la antigua reina.

¿Vendrás conmigo? Por la misma razón por la que Manon ahora le preguntaba a ellas.

Como una, Las Trece levantaron sus dedos hacia sus frentes. Como una, los bajaron.

Manon miró hacia el mar, su garganta firme.

—Aelin Galathynius voluntariamente entregó su libertad para que una Ironteeth pudiera caminar
libre —les dijo Manon, Elide enderezándose, separándose de los brazos de Asterin. Pero Manon
continuó—. Le debemos la vida. Y más que eso… es tiempo de que nos volvamos mejores que nues-
tras antepasadas. Todos somos hijos de esta tierra.

—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Asterin, sus ojos brillando.

Manon miró detrás de ellos. Al norte.

—Voy a buscar a las Crochans. Y voy a levantar un ejército con ellas. Por Aelin Galathynius. Y su
gente. Y la nuestra.

—Nunca van a confiar en nosotras —dijo Sorrel.

—Entonces vamos a tener que usar nuestros encantadores dones —dijo Asterin, arrastrando las
palabras.

Algunas de ellas sonrieron; algunas se sacudieron en su lugar.

—¿Y me seguirán? —volvió a preguntar Manon a sus Trece.

Y cuando ellas nuevamente tocaron con sus dedos su frente, Manon regresó el gesto.
l

Rowan y Aedion estaban sentados en silencio en la playa. Gavriel se había recuperado lo sufici-
ente del shock del rompimiento del juramento que ahora él y Lorcan estaban de pie a lo largo del
acantilado, hablando despacio; Lysandra estaba sentada sola, en su forma de leopardo fantasma,
contra los pastos marinos ondeantes; y Dorian estaba solamente… mirándolos desde el borde de
una duna.

Lo que había hecho Aelin… sobre lo que había mentido…

Parte de la sangre en el suelo se había secado.

Si Aelin se había ido, si su vida sería en efecto el costo si ella algún día se liberaba…

—Maeve no tiene las dos llaves —dijo Manon desde el lado de Dorian, llegando a él silenciosa-
mente. Su aquelarre estaba detrás de ella, Elide colocada entre ellas—, en caso de que estuvieras
preocupado.

Lorcan y Gavriel se giraron hacia ellos. Y luego Lysandra.

Dorian se atrevió a preguntar

—Entonces ¿dónde están?

—Yo las tengo —dijo Manon—. Aelin las deslizó en mi bolsillo.

Oh, Aelin. Aelin. Había llevado a Maeve hacia un frenesí, había hecho que la reina estuviera tan
enfocada en capturarla a ella que no se había parado a confirmar si Aelin tenía las llaves antes de
que se desvaneciera.

Ella había usado una retorcida e imposible jugada, y aun así Aelin había hecho que contara. Una
última vez, hizo que valiera la pena.

—Es por eso que no pude hacer nada al respecto —dijo Manon—, para ayudarla. Tenía que lucir
como que no me afectaba. Neutral —desde donde él se sentó vio debajo en la playa, a Aedion giran-
do hacia ellos, su pulcro oído Fae haciéndole escuchar cada palabra. Manon les dijo a todos ellos—.
Lo siento. Siento mucho no haber podido ayudar.

Ella llevó una mano a su bolsillo en sus ropas de jinete y extendió el Amuleto de Orynth y un puño
de piedras oscuras a Dorian. Él lucía resistente.

—Elena dijo que la sangre de Mala puede detener esto. Corre en ambas de sus casas.

Esos ojos dorados estaban cansados, pesaban. Se dio cuenta de lo que Manon estaba pidiendo.

Aelin no había planeado volver a ver Terrasen.


Ella se había casado con Rowan sabiendo que tenía meses como mucho, días en el peor de los
casos, con él. Pero ella le daría a Terrasen un rey legal. Para mantener a su territorio junto.

Había hecho planes para todos ellos, pero ninguno para ella.

—La travesía no termina aquí —dijo suavemente Dorian.

Manon sacudió su cabeza. Y él supo que ella quiso decir más allá de las llaves, que la guerra, cuan-
do dijo:

—No, no aquí.

Tomó las llaves de su mano. Éstas latieron y parpadearon, calentando su palma. Una externa, hor-
rible presencia, y aun así… todo lo que se interponía entre ellos y la destrucción.

No, la travesía no terminaba ahí. Ni por poco. Dorian deslizó las llaves en su bolsillo.

Y el camino que ahora se extendía a lo lejos frente a él, llevándolo ante sombras desconocidas y a
la espera… no le asustaba.
Capítulo 75
Traducido por Luisa Tenorio Carpio
Corregido por Cotota

Rowan se había casado con Aelin antes del amanecer hace apenas dos días.

Aedion y Lysandra habían sido los únicos testigos, a pesar de que lo habían despertado al capitán
con cara de sueño, quien los casó rápida y tranquilamente y firmó un voto de secreto.

Habían tenido quince minutos en su cabina para consumar el matrimonio. Aedion todavía llevaba
los documentos formales; el capitán llevaba los duplicados.

Rowan se había arrodillado sobre la playa hacia media hora. Silencioso, deambulando por los
caminos de sus agitados pensamientos. Aedion le había hecho compañía, con la mirada perdida en
el mar.

Rowan lo había sabido.

Una parte de él sabía que Aelin era su compañera. Y se había apartado de ese conocimiento, una y
otra vez, por respeto a Lyria, fuera de terror de lo que significaba. Él había saltado delante de ella
en la Bahía del Cráneo sabiéndolo, en el fondo. Astutos compañeros conscientes de que el vínculo
no podía resistir dañarse entre sí, y que podrían ser la única fuerza para obligarla a recuperar el
control de Deanna. Y aun cuando ella le había dado la razón... él había ignorado esa prueba, sin es-
tar listo, empujándolo de su mente, incluso mientras él la reclamaba en todas las demás maneras.

Aelin había sabido, sin embargo. Que él era su compañero. Y ella no lo había presionado, o exigido
de frente, porque lo amaba y sabía que prefería hacerse un lugar en su propio corazón que causarle
dolor o angustia.

Su Corazón de Fuego.

Su igual, su amiga, su amante. Su esposa.

Su compañera.

Eso malditos dioses desgraciados que la habían puesto en una caja de hierro.

Ella había azotado a su compañera de forma tan brutal que rara vez había visto tal derrame de san-
gre como resultado. Entonces la encadenaron. Y pusieron a Aelin en un ataúd de auténtico hierro,
aun sangrando, aún herida.

Para contenerla. Para quebrarla. Torturarla.

Su Corazón de Fuego, encerrada en la oscuridad.


Ella había intentado decirle. Justo antes de que los ilken convergieran.

Intentado decirle que había vomitado sus tripas en el barco ese día no porque estuviera embaraz-
ada sino porque se había dado cuenta de que iba a morir. Que el costo del sellado de la puerta, el
forjar de una nueva Cerradura, era su vida. Su vida inmortal.

Con Goldryn tendida junto a él, su rubí opaco en el sol brillante, Rowan recogió dos puñados de
arena y dejó que los granos se deslizan fuera, dejó que el viento se los llevara hacia el mar.

Era todo tiempo prestado de todos modos.

Aelin no esperaba que fueran por ella.

Ella, que había ido por ellos, y los había encontrado. Había dispuesto que todo cayera en su lugar
cuando ella dio su vida. Cuando se dio por vencida mil años para salvarlos.

Y Rowan sabía que ella creía que ellos harían la elección correcta, la elección racional, y perman-
ecerían aquí. Dirigir sus ejércitos a la victoria: los ejércitos que había conseguido para ellos, adiv-
inando que no iba a estar allí para verlos.

Ella no pensó que lo vería de nuevo.

Él no aceptaba eso.

No podía aceptar eso.

Y no aceptaría que la había encontrado, y que lo había encontrado, y que habían sobrevivido a tan-
ta pena y dolor y a la desesperación juntos, sólo para ser separados. Él no podía aceptar el destino
que había sido dado para ella, no aceptaría que su vida era el precio para salvar este mundo. Su
vida, o de la de Dorian.

No lo aceptaría ni por un segundo.

Pasos resonaron en la arena, y él olio a Lorcan antes de que él se molestara en mirar. Por medio
segundo, se debatió por matar al macho donde se encontraba.

Rowan sabía que hoy él ganaría. Algo se había fracturado dentro de Lorcan, y si Rowan atacaba
ahora, el otro macho moriría. Lorcan ni siquiera podría poner mucha resistencia.

La cara labrada de granito de Lorcan era dura, pero sus ojos... Eso era agonía en ellos. Y pesar.

Los otros bajaban por las dunas, detrás del aquelarre restante de la bruja, y Aedion se puso de pie.

Todos lo miraron mientras Rowan permanecía de rodillas.

El mar se alejó, ondulando bajo el limpio cielo azul.

Él lanzó esa promesa al mundo, como una red de pescar. Arrojándolo fuera con su magia, su alma,
su corazón roto. La buscaría.
Pelea, él la quería, enviando las palabras por el vínculo, que tal vez se había asentado en su lugar
ese primer momento en que se habían convertido en carranam, oculto debajo de la llama y el hielo
y la esperanza de un futuro mejor. Lucha contra ella. Iré por ti. Incluso si eso me lleva mil años. Yo
te encontraré, te encontraré, te encontraré.

Sólo la sal y el viento y el agua le respondieron.

Rowan se puso de pie. Y lentamente volvía la cara a ellos.

Pero su atención se enganchó en los barcos que navegan ahora al oeste a la batalla. Los barcos de
sus primos, con lo que quedaba de la flota de Ansel Briarcliff habían ganado para ellos, y tres bar-
cos de Rolfe.

Pero no eran esos barcos los que lo hicieron detenerse.

Fue el único que redondeaba el extremo oriental de la tierra, una lancha. Pasó rápidamente cerca
en un viento fantasma, demasiado rápido para ser natural.

Rowan se preparó. La forma de la embarcación no pertenecía a ninguna de las flotas reunidas. Pero
su estilo fastidiaba en su memoria.

Desde su propia flota, Ansel de Briarcliff y Enda estaban elevándose sobre las olas en una lancha,
apuntando a esta playa.

Pero Rowan y los demás observaban en silencio mientras el barco extranjero a travesaba el oleaje
y se deslizaba sobre la arena.

Observaban los marineros de piel aceitunada arrastrarla hasta la playa. Un joven de hombros an-
chos saltó ágilmente, su algo rizado pelo oscuro tiró en la brisa del mar.

Él no emitió un olorcillo de miedo mientras caminaba sigilosamente a ellos, ni siquiera tocó recon-
fortantemente la fina espada a su lado.

—¿Dónde está Aelin Galathynius? —preguntó el extraño un poco sin aliento mientras les echaba
un vistazo.

Y su acento...

—¿Quién eres tú? —dijo Rowan entre dientes.

Pero el joven estaba ahora lo suficientemente cerca que Rowan podía ver el color de sus ojos. Tur-
quesa, con un núcleo de oro.

Aedion respiraba como si estuviera en trance:

—Galan.

Galan Ashryver, Príncipe Heredero de Wendlyn.

Los ojos del hombre joven se abrieron cuando él vio al príncipe guerrero.
—Aedion —dijo con voz ronca, algo así cómo asombro y dolor en su rostro. Pero parpadeó lejos,
seguro de sí mismo y firme, y de nuevo se le preguntó—. ¿Dónde está?

Ninguno de ellos respondió. Aedion exigió:

—¿Qué haces aquí?

Las cejas oscuras de Galan tocaron.

—Pensé que ella te habría informado.

—¿Informar a nosotros de qué? —dijo Rowan en voz demasiado baja.

Galan metió la mano en el bolsillo de su túnica azul desgastada, sacando una carta arrugada que
parecía que había sido leído cientos de veces. En silencio, se la dio a Rowan.

El olor de ella todavía se aferraba mientras él desdoblaba el papel, Aedion leyendo por encima de
su hombro.

La carta de Aelin al Príncipe de Wendlyn había sido breve. Brutal. Las letras grandes estaban ten-
didas a través de la página como si se moderara para conseguir lo mejor de ella:

TERRASEN RECUERDA A EVALIN ASHRYVER.

¿TÚ LA RECUERDAS?

LUCHÉ EN MISTWARD PARA TÚ GENTE.

REGRESA EL FAVOR A LOS CONDENADOS DIOSES.

Y entonces las coordenadas, para este punto.

—Sólo fue a mí —dijo Galan suavemente—. No a mi padre. Sólo para mí.

A la armada que controlaba Galan, como un corredor de bloqueo contra Adarlan.

—Rowan —murmuro Lysandra en señal de advertencia. Él siguió su mirada.

No hacia donde Ansel y Enda ahora llegaban al borde de su grupo, dando a las Trece un amplio
espacio a medida que se levantaban sus cejas hacia Galan.

Sino a la pequeña compañía de personas vestidas de blanco que aparecieron en lo alto de las dunas
detrás de ellos, salpicados de barro y mirando como si hubieran caminado ellos mismos a través
de los pantanos.

Y Rowan sabía.

Él sabía lo que eran antes de que incluso alcanzaran la playa.

Ansel de Briarcliff se había puesto pálida al ver sus capas, ropas sueltas. Y mientras el hombre
alto situada en el centro se quitó la capucha para revelar un rostro de ojos verdes, de piel morena
todavía hermosa con la juventud, la Reina de los Wastes susurró:

—Ilias.

Ilias, hijo del Maestro Silenciador de los Asesinos Silenciosos, miró a Ansel, su espalda rígida. Pero
Rowan dio un paso hacia el hombre, llamando su atención. Los ojos de Ilias se estrecharon eval-
uándolo. Y él, como Galan, todos ellos escaneaban en busca de una mujer de cabellos dorados que
no estaba allí. Sus ojos regresaron a Rowan como si lo hubiese marcado como eje de este grupo.

Con voz ronca por falta de uso, Ilias le preguntó:

—Hemos llegado a cumplir con nuestra deuda de vida a Celaena Sardothien, a Aelin Galathynius.
¿Dónde está ella?

—Tú eres el suikast sessiz1 —dijo Dorian, sacudiendo su cabeza—. El Asesino Silencioso del Desi-
erto Rojo.

Ilias asintió. Y echó un vistazo a Ansel, que todavía parecía apunto de vomitar, diciendo antes a
Rowan:

—Parece que mi amiga ha llamado a muchas deudas, además de la nuestra.

Como si las palabras en sí fueran una señal, más figuras vestidas de blanco llenaron las dunas de-
trás de ellos.

Decenas. Cientos.

Rowan se preguntó si todos y cada uno de los asesinos que se mantienen en el desierto habían
venido a honrar su deuda con la joven. Una legión letal en sí mismos.

Y Galan...

Rowan se volvió hacia el Príncipe de la Corona de Wendlyn.

—¿Cuántos? —preguntó—. ¿Cuántos trajiste?

Galan se limitó a sonreír un poco y señaló el horizonte oriental.

Donde velas blancas ahora rompió sobre su borde. Nave tras nave tras nave, cada una con la ban-
dera de cobalto de Wendlyn.

—Dile a Aelin Galathynius que Wendlyn nunca ha olvidado a Evalin Ashryver —le dijo Galan a
Aedion—. O a Terrasen.

Aedion cayó de rodillas en la arena mientras la armada de Wendlyn se extendida delante de ellos.

Te prometo que no importa que tan lejos vaya, sin importar el costo, cuando llames por mi ayuda,
yo iré, Aelin le había jurado a Darrow. A llamar por viejas deudas y promesas. Para levantar un
1 Suikast Sessiz: Asesino Silencioso, en turco.
ejército de asesinos y ladrones y exiliados y plebeyos.

Y ella lo había hecho. Había pensado y realizado hasta la última palabra.

Rowan contó los barcos que se deslizaban sobre el horizonte. Contado los buques de su propia ar-
mada. Agregado los de Rolfe y los de Mycenians que se estaban reuniendo en el norte.

—Santos Dioses —Dorian respiró mientras la armada de Wendlyn se iba expandiendo más y más.

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Aedion mientras sollozaba en silencio. ¿Dónde están
nuestros aliados, Aelin? ¿Dónde están nuestros ejércitos? Ella había tomado la crítica, porque sabía
que ella no quería decepcionarlos si ella fallaba. Rowan puso una mano sobre el hombro de Aedion.

Todo ello para Terrasen, ella había dicho ese día, ella había revelado, ella había planeado su cami-
no hasta obtener la fortuna de Arobynn. Y Rowan sabía que cada paso que había tomado, cada plan
y estimación, cada secreto y apuesta desesperada...

Eran por Terrasen. Por ellos. Por un mundo mejor.

Aelin Galathynius había levantado un ejército no sólo para desafiar a Morath... sino para sacudir
las estrellas.

Ella había sabido que no iba a llegar a dirigirla. Pero aún se mantenía fiel a su promesa a Darrow:
Te lo prometo por mi sangre, en el nombre de mi familia, que no le daré la espalda a Terrasen como
tú no me la has dado a mí.

Y la última pieza de eso... si Chaol Westfall y Nesryn Faliq podrían reunir fuerzas desde el sur del
continente...

Aedion al fin levantó la mirada hacia él, con los ojos muy abiertos mientras llegaba a la misma
conclusión. Una oportunidad. Su esposa, su compañera, les había comprado una oportunidad en
esta guerra.

Y ella no creía que irían por ella.

—¿Galan?

Rowan se quedó inmóvil como la muerte por la voz que flotaba sobre las dunas. A la mujer de ca-
bellos de oro que usaba la piel de su amada.

Aedion se puso de pie, a punto de gruñir, cuando Rowan agarró su brazo.

Cuando Lysandra, como Aelin, como ella había prometido, caminó hacia ellos, con una sonrisa
amplia.

Esa sonrisa... Se hizo un agujero en el corazón. Lysandra le había enseñado esa misma sonrisa a
Aelin, ese poco de malicia y deleite, afilada con un poco de crueldad.

Lysandra actuó, perfeccionada por el mismo agujero infernal en el que Aelin había aprendido de
ella, fue impecable mientras hablaba con Galan. Mientras hablaba con Ilias, abrazándolo como un
amigo perdido hace mucho tiempo, y tranquilo aliado.

Aedion estaba temblando a su lado. Pero el mundo no podía saber.

Sus aliados, sus enemigos, no podían saber que el fuego inmortal de Mala había sido robado. En-
cadenado.

Galan le dijo a quién creía que era su prima:

—¿A dónde ahora?

Lysandra miró a él, luego a Aedion, sin ninguna señal de arrepentimiento o culpa o duda en su
rostro.

—Vamos hacia el norte. A Terrasen.

El estómago de Rowan se volvió de plomo. Pero Lysandra atrajo su atención, y dijo de ininterrum-
pidamente y con indiferencia:

—Príncipe, necesito que recuperes algo por mí antes de unirte a nosotros en el Norte.

Encuéntrala, encuéntrala, encuéntrala, la cambia formas parecía suplicar.

Rowan asintió, a la falta de palabras. Lysandra lo tomó de la mano, la apretó una vez en agradec-
imiento, una despedida pública y cortes entre una reina y su consorte, y se apartó.

—Vengan —dijo Lysandra a Galan e Ilias, haciendo un gesto hacia ellos, donde una Ansel de rostro
pálido y amenazante Enda esperaba—. Tenemos asuntos que discutir antes de partir.

Entonces su pequeña compañía estaba sola una vez más.

Las manos de Aedion se abrían y cerraban a los costados mientras miraba con fijeza después a la
cambia formas vistiendo la piel de Aelin, llevando a sus aliados por la playa. Para darles privacidad.

Un ejército para enfrentar a Morath. Para darles una oportunidad de luchar...

La arena susurró detrás de él mientras Lorcan se acercaba a su lado.

—Iré contigo. Voy a ayudarte a recuperarla.

Gavriel dijo con voz ronca:

—La encontraremos —Aedion al fin apartó la vista de Lysandra. Pero no dijo nada a su padre, no le
había dicho nada a él en absoluto desde que habían desembarcado en la playa.

Elide dio un paso cojeando más cerca, su voz tan cruda como la de Gavriel.

—Juntos. Iremos juntos.

Lorcan evaluó con la mirada a la Señora de Perranth siendo ignorado por ella. Sus ojos se movieron
mientras le decía a Rowan:

—Fenrys está con ella. Él sabrá que estamos yendo por ella, tratará de dejar pistas si puede.

Si Maeve no lo tenía bajo llave. Pero Fenrys había luchado contra el juramento de sangre todos los
días desde que lo hizo. Y si él era todo lo que ahora se oponía entre Cairn y Aelin... Rowan no podía
permitirse pensar ahora en Cairn. Sobre lo que ya había le había hecho Maeve, o lo que le haría
antes de terminar. No, Fenrys podía luchar contra ella. Y Aelin podía luchar contra ella.

Aelin jamás dejaría de luchar.

Rowan encaró a Aedion, y el príncipe guerrero de nuevo apartó su atención de la piel de Lysandra
el tiempo suficiente para mirarlo a los ojos. Aedion comprendió la mirada, y le puso una mano en
la empuñadura de la espada de Orynth.

—Voy a ir al norte. Con ella. Para supervisar los ejércitos, asegurarme de que todo está en su lugar.

Rowan estrechó el antebrazo de Aedion.

—Las líneas tienen que aguantar. Cómpranos todo el tiempo que puedas, hermano.

Aedion apretó su antebrazo a cambio, con los ojos ardiendo brillantemente. Rowan sabía lo mucho
que lo mataba. Pero si el mundo creía que Aelin regresaba al norte, entonces uno de sus generales
tenía que estar a su lado para dirigir sus ejércitos. Y puesto que Aedion comandaba la lealtad de la
Perdición…

—Tráela de vuelta, Príncipe —dijo Aedion, con la voz quebrada—. Tráela a casa.

Rowan sostuvo la mirada de su hermano y asintió.

—Nos veremos de nuevo. Todos ustedes.

No gastó palabras persuadiendo al príncipe guerrero de que perdonara a la cambia formas. No


estaba completamente seguro que incluso no fuera un plan de Aelin y de Lysandra. Que su papel
había tenido en esto.

Dorian dio un paso adelante, pero mirando a Manon, que estaba mirando hacia el mar como si pu-
diera ver a donde quiera que Maeve había secuestrado su nave. Usando ese poder de encubrimien-
to que había ejercido para ocultar a Fenrys y Gavriel en la Bahía del Cráneo, ocultando su armada
de los ojos de Eyllwe.

—Las brujas vuelan hacia el norte —dijo Dorian—. Y voy a ir con ellas. Para ver si puedo hacer lo
que necesita ser hecho.

—Quédate con nosotros —ofreció Rowan—. Encontraremos una manera de lidiar con las llaves y el
bloqueo y los dioses, con todo ello.

Dorian negó con la cabeza.

—Si van detrás de Maeve, las llaves deben mantenerse lejos. Si puedo ayudar a hacer esto, medi-
ante la búsqueda de la tercera... Yo te serviré mejor de esa manera.

—Es probable que mueras —cortó Aedion bruscamente—. Vamos al norte a la matanza y matando
en el camino, tú te diriges a peligros mucho peores que eso. Morath estará esperando —Rowan lo
cortó con una mirada. Pero su hermano estaba más allá de preocuparse. No, Aedion montaba un
vicioso, vulnerable filo en este momento, y no tardaría mucho para que ese filo se convirtiera en
letal. Especialmente cuando Dorian había jugado su parte en la separación de Aelin de su grupo.

Dorian volvió a mirar a Manon, que ahora sonrió débilmente ante él. Era una sonrisa que suavizó
su cara, le hizo avivarse.

—Él no va a morir si puedo evitarlo —dijo la bruja, entonces estudió a todos los presentes—. Viajar-
emos para encontrar a las Crochans, para reunir las fuerzas que ellas puedan tener.

Un ejército de brujas para contrarrestar las legiones de Ironteeth.

Esperanza, preciosa, frágil esperanza agito la sangre de Rowan.

Manon simplemente sacudió su mentón en señal de despedida y subió el risco hacia su aquelarre.

Así que Rowan asintió a Dorian. Pero el hombre inclinó la cabeza, y no era el gesto de un amigo a
un amigo.

Era el gesto de un Rey a otro.

Consorte, él quería decir. No era más que su consorte.

Incluso si ella se había casado con él para que pudiera tener el derecho legal para salvar Terrasen y
reconstruirlo. Para comandar los ejércitos que ella le había dado todo lo reunido para ellos.

—Cuando nosotros hayamos terminado, me uniré en Terrasen, Aedion —prometió el Rey de Adar-
lan—. Así que cuando vuelvas Rowan, cuando ambos volvamos, habrá algo por lo que luchar.

Aedion pareció considerarlo. Para sopesar las palabras y la expresión del hombre. Y entonces, el
príncipe general, dio un paso al frente y abrazó al Rey. Fue rápido y duro, y Dorian se encogió,
pero ese filo de dolor sordo en los ojos de Aedion se había borrado un poco. En silencio, Aedion
echó un vistazo a Damaris, enfundada al lado de Dorian. La espada del primer y más grande Rey
de Adarlan. Aedion pareció sopesar su presencia, de quién la cargaba. Por fin, el príncipe general
asintió, más para sí mismo que para nadie. Pero Dorian todavía inclinó la cabeza en señal de agra-
decimiento.

Cuando Aedion se había acercado hacia los botes, dando un paso deliberadamente alrededor de
Lysandra-Aelin cuando trató de hablar con él, Rowan le dijo al Rey:

—¿Confías en las brujas?

Asintió.

—Ellas están dejando dos wyverns para proteger su nave al borde del continente. A partir de ahí,
se unirán a nosotros otra vez, y tú partirás a dondequiera... cualquier lugar a donde necesites ir.
Maeve podría haberla llevado a cualquier parte, desapareció ese barco a la mitad de camino a
través del mundo. Rowan le dijo a Dorian:

—Gracias.

—No me des las gracias —una media sonrisa—. Agradece a Manon.

Si todos ellos sobrevivían, si traía a Aelin de regreso, él lo haría.

Abrazó a Dorian, le deseó lo mejor al Rey, y observó al hombre subir hasta el banco de arena junto
a la bruja de pelo blanco que le esperaba.

Lysandra ya le estaba dando órdenes a Galan e Ilias sobre cómo se transportaría a los doscientos
asesinos silenciosos en los buques de Wendlyn, Aedion escuchando con los brazos cruzados. Ansel
estaba enfrascada en una conversación con Endymion, que no parecía saber muy bien qué hacer
con la reina pelirroja con sonrisa de un lobo. Ansel, sin embargo, parecía que levantaría un infier-
no y era muy buena haciendo eso. Rowan deseó tener más de un momento de sobra para darle las
gracias a los dos, agradecer a Enda y cada uno de sus primos.

Todo se estableció, todo estaba listo para esa ofensiva desesperada al norte. Como Aelin había
previsto.

No habría ningún descanso, no había tiempo que perder. Ellos no tenían tiempo de sobra.

Los wyverns se agitaron, batiendo sus alas. Dorian subió a la silla detrás de Manon y envolvió sus
brazos alrededor de su cintura. La bruja dijo algo que le hizo sonreír. Verdaderamente sonreír.

Dorian levantó la mano en señal de despedida, haciendo una mueca cuando Abraxos se elevó a los
cielos. Otros diez wyverns se elevaron al aire detrás de ellos.

La sonrisa burlona, de la bruja de cabellos dorados, Asterin, y una delgada, de pelo negro, ojos
verdes llamada Briar esperaban en lo alto de sus monturas por Gavriel, Lorcan y Elide. Para llevar-
los a la nave que los llevaría a la caza a través del mar.

Lorcan dio un paso hacia Elide mientras se acercaba al wyvern de Asterin, pero ella no le hizo caso.
Ni siquiera miró al macho mientras ella tomaba la mano de Asterin y era tirada a la montura. Y
aunque Lorcan lo ocultó bien, Rowan captó el destello de la devastación en esos rasgos endureci-
dos por los siglos.

Gavriel ladró una maldición mientras agarraba la cintura de la bruja de cabellos dorados siendo
ese el único sonido de su malestar mientras ellos se elevaban al cielo. Sólo cuando todos estaban
en el aire Rowan subió lentamente a la colina de arena, atando la funda de la antigua Goldryn a la
faja de su cinturón mientras se iba.

Su camisa manchada de sangre todavía descansaba allí, justo al lado de la piscina de sangre que
empapaba la arena. No tenía ninguna duda de que Cairn lo había dejado por un objetivo.

Rowan se inclinó, recogiendo la camisa, pasando sus pulgares sobre el tejido blando.
El aquelarre se desvaneció en el horizonte; sus compañeros llegaron a su nave, y los otros se prepa-
raban para mover el ejército que su compañera había convocado para ellos, empujando las lanchas
al oleaje.

Rowan atrajo la camisa a su rostro y aspiró su aroma. Sintió que algo se movía en él, sintió al vín-
culo aletear.

Dejó caer la camisa, dejó que el viento se la llevara lejos de la costa, lejos de ese lugar bañado en
sangre que olía a dolor.

Te encontraré.

Rowan se transformó y se elevó velozmente en lo alto, el viento retorcido por su propia creación,
el extenso mar brillando a su derecha, los pantanos siendo una maraña verde y gris a su izquierda.
Encadenó el viento a él, alcanzando rápidamente a sus compañeros que ahora volaban por la costa,
recluyendo su olor en la memoria, recluyendo ese aleteo en el vínculo a la memoria.

Ese aleteo que él podría haber jurado que sintió en respuesta, como el corazón agitado de una bra-
sa.

Desatando un alarido que hacía temblar al mundo, el príncipe Rowan Whitethorn Galathynius,
consorte de la Reina de Terrasen, comenzó la búsqueda para hallar a su esposa.
Agradecimientos
Traducido por Karla Sbraccia
Corregido por Reshi

Siempre es tan difícil de resumir mi inmensa gratitud por las personas que no sólo trabajan tan
incansablemente para hacer este libro una realidad, sino que también me proveen con un apoyo
y una amistad inquebrantables. No sé lo que haría sin ellos en mi vida, y le agradezco al universo
cada día que están en ella.

Para mi esposo, Josh: Incluso cuando este mundo es un susurro olvidado de polvo entre las estre-
llas, te amaré. Gracias por la risa en los días en los que no creía que pudiera sonreír, por sostener
mi mano cuando necesitaba un recordatorio de que era amada, y por ser mi mejor amigo y puerto
seguro. Eres la mayor alegría en mi vida, e incluso mil páginas no serían suficientes para expresar
lo mucho que te amo.

Para Annie: Para ahora, no me sorprendería en absoluto si has aprendido a leer. Eres la otra gran
alegría en mi vida, y tu amor incondicional e impertinencia infalible convierten a un trabajo solita-
rio en algo que nunca se siente solo, ni por un momento. Te quiero, perrito bebé.

Para Tamar Rydzinski: He estado tan agradecida por tu sabiduría, rudeza, y brillantez desde el
primer momento en que me llamaste hace todos esos años. Pero este año en especial, he estado
incluso más agradecida por tu amistad. Gracias por cubrir mi espalda sin importar que. Soy tan
afortunada de tenerte en mi rincón.

Para Cat Onder: Trabajar contigo ha sido un gran punto culminante para mi carrera. Gracias desde
el fondo de mi corazón por tus inteligentes y perspicaces respuestas, por defender mis libros, y por
hacer todo este proceso tan divertido. Estoy increíblemente orgullosa de tenerte como editora y
amiga.

Para Margaret Miller: Gracias por toda tu ayuda y orientación a través de los años, he crecido
mucho como escritora debido a ti, y estoy muy agradecida por ello. Para Cassie Homer: ¿Por dón-
de siquiera empiezo a darte las gracias por todo lo que haces? Yo realmente no sé cómo me las
arreglaría sin tu ayuda. Eres increíble.

A mis equipos inigualables y maravillosos en Bloomsbury en todo el mundo y CAA, Cindy Loh,
Cristina Gilbert, Jon Cassir, Kathleen Farrar, Nigel Newton, Rebecca McNally, Natalie Hamilton,
Sonia Palmisano, Emma Hopkin, Ian Lamb, Emma Bradshaw, Lizzy Mason, Courtney Griffin, Erica
Barmash, Emily Ritter, Grace Whooley, Eshani Agrawal, Emily Klopfer, Alice Grigg, Elise Burns,
Jenny Collins, Linette Kim, Beth Eller, Kerry Johnson, Kelly de Groot, Ashley Poston, Lucy Mackay-
Sim, Melissa Kavonic, Diane Aronson, Donna Marcos, Juan Candell, Nicholas Church, y todo el
equipo de derechos extranjeros: soy muy afortunada de trabajar con un grupo tan espectacular de
personas, y no puedo imaginar a mis libros estar en mejores manos. Gracias, gracias, gracias por
todo.

A mis padres: Gracias por el amor incondicional, y por poseer un número verdaderamente
embarazoso de copias de todos mis libros. Para mi familia política: Gracias por cuidar de Annie
cuando estamos fuera y por estar siempre ahí para nosotros sin importar qué. Para mi maravillosa
familia: los amo a todos.

Para Louisse Ang, Sasha Alsberg, Vilma González, Alicia Fanchiang, Charlie Bowater, Nicola
Wilksinson, Damaris Cardinali, Alexa Santiago, Rachel Domingo, Kelly Grabowski, Jessica Reigle,
Jamie Miller, Laura Ashforth, Steph Brown, y las Maas Trece: Gracias tanto, tanto, tanto por su
bondad, su generosidad y su amistad. Me siento honorada de conocerlos chicos.

Y a mis lectores: Gracias por las cartas, el arte, los tatuajes (!!), la música, gracias por todo eso.
No puedo empezar a expresar lo mucho que significa para mí, o lo agradecida que estoy. Ustedes
hacen que todo el trabajo duro valga la pena.
Traducciones Independientes
Este foro/grupo está formado por personas maravillosas que toman una parte de su tiempo para
traducir libros sin recibir nada a cambio.

Es por este motivo que ahora hacemos una mención especial a ciertas personas que sin ellas,
créannos, Imperio de Tormentas no estaría terminado y en sus manos.

Gracias:

Sergio Palacios, por ser el mejor fan de la saga Trono de Cristal y por ello desear que la mayoría
de las personas disfrute de esta saga. Por Sergio pueden disfrutar del libro ilustrado de Trono de
Cristal.

Cotota, quién siempre está dispuesta en ayudar a traducir y corregir capítulos, no importando que
tenga un tiempo límite ¡es la mejor de todas!

Sandra Martin, nuestra “Revelación del año”, quedamos tan impresionadas con su modo de
traducir y corregir que inmediatamente la aceptamos.

Anto Raffaele, traductora y correctora. La chica que siempre está dispuesta a ayudarnos en este
proyecto y aportando nuevas ideas.

Gracias a todos por formar parte de TI.


Traducciones Independientes
Deseamos que hayan disfruta de su lectura.

Al igual que agradecemos que hayan esperado por nuestra traducción, sabemos que ha sido una
larga espera y por ello nos sentimos aún más agradecidos.

Los esperamos en la próxima entrega de la Saga Trono de Cristal.

Continúa leyendo………
Exclusiva #1
(Edición B&N)

Traducido por Cotota

Corregido por Reshi

Después de un viaje tan reñido, la Reina de Terrasen finalmente ha regresado a su amado reino.
Pero el territorio de Aelin no está como lo recordaba. Adarlan ha quemado las aldeas hasta ser rui-
nas humeantes y dejó a su gente con cicatrices brutales, si quedaba gente viva en absoluto.

A pesar de que los ejércitos de Adarlan están saliendo de Terrasen, las carreteras son vigiladas lo
suficiente como para que Aelin, Rowan, Aedion, Lysandra, y Evangeline se mantengan ocultos en
las sombras del Bosque Oakwald a medida que viajan a Orynth, la capital. Pero cuando se agoten
los suministros, la corte recién formada deberá correr el riesgo de aventurarse en uno de esos so-
brevivientes pueblos más afectados para reabastecer sus víveres.

Lo que descubren no es en absoluto lo que Aelin y sus amigos esperaban, sino algo mucho más
precioso que suministros…

Sigue leyendo para una exclusiva mirada en una tarde que Aelin y su corte no olvidará, y que puede
dar forma para siempre a su visión del futuro de Terrasen.
l

Habían cruzado la frontera de Terrasen hace dos días.

La pequeña ciudad horneada por el sol de mediodía fue lo primero que encontraron, las grises pie-
dras y tejas manchadas por el musgo parecían que todo estuviera asfixiado y en ruinas. No había
una carretera principal que conectara con ella, por lo menos no había una carretera que tuviera
como ancho más de un surco de pista de carro a través de la abundante hierba y barro, y las recién
labradas tierras los rodeaban por una buena milla en ninguna dirección.

Encima de una cubierta de hierba, llena de rocas, Aelin inspeccionó la expansión de las colinas
a través del pequeño valle, la ciudad en su corazón, y el antiguo camino del bosque que fluía en
Oakwald.

—El armador es pequeño, pero está sorprendentemente bien abastecido —dijo Lysandra a su lado,
todavía sin aliento por la exploración de antes. Rowan le había acompañado, manteniéndose a dis-
tancia, dejando que la cambiaformas se separara para información vital, después demostrando que
se había perdido. Había entrenado con ella desde que salieron de Rifthold, no solo para explorar,
sino también por la habilidad de volar. Leer los vientos, también.

La cambiaformas continuó:

—La gente parecía lo suficientemente amable. Podríamos comprar lo que necesitamos y tardar una
hora o algo así. Luego, nos reunimos en el bosque con un carro.

Aelin al final alejó su atención del pueblo y el valle. Lysandra llevaba su forma humana, poco fre-
cuente, en estos días.

—¿Asumo que harás esto como… un hombre?

Lysandra apoyó las manos en sus caderas.

—No, como una ardilla.

La boca de Aelin se torció.

—Eso sería un espectáculo.

—¿Qué lo sería? —Aedion caminó desde donde había estado frotando los caballos, Ligera trotando
alegremente en sus talones. Aelin no se perdió cómo su primo pasó su mirada por Lysandra, o como
la cambiaformas lo ignoró deliberadamente. Ligera saltó directamente sobre la cambiaformas, sin
embargo, y la salpicó con besos descuidados.

Aelin sacudió su barbilla hacia la cambiaformas, que ahora estaba acariciando suavemente la
cabeza de Ligera.
—Lysandra planeaba cambiar con bellotas nuestra comida, al parecer.

Las cejas de Aedion se arrugaron.

—¿Qué?

Las damas inhalaron, justo cuando Rowan dijo desde donde él y Evangeline habían estado
recopilando cubos de agua:

—No te molestes en ponerte en medio de esas tonterías, Aedion.

Aelin le sacó la lengua al Príncipe Fae. Evangeline se rió, entonces rápidamente ocultó su sonrisa
cuando Rowan le lanzó una mirada a ella. La niña se precipitó hacia Lysandra, sus ojos totalmente
sin miedo de Rowan cuando se hizo cargo de los mimos de Ligera.

Algo se apretó en el pecho de Aelin ante las diversiones tranquilas de Rowan. Él y Aedion habían
sido tan amables con la niña, sabiendo cuando burlarse, cuando consolarla. Dos mandones,
prepotentes hermanos mayores, y entrenados, letales asesinos. Los dioses ayudaran a Evangeline
cuando tuviera la edad suficiente para estar interesada en alguien románticamente.

Aunque dado el horror de su infancia, incluso con la ayuda de Lysandra… Aelin suponía que todos
estarían felices de Evangeline cuando llegara ese día. Pero por el momento cualquier hombre parecía
demasiado lejos para Evangeline… Aelin sonrió para sí misma. El hombre –o mujer, suponía– no
solo tendría a Rowan y Aedion gruñendo hacia él. Oh, no. Tendría a una perra reina escupe-fuego
y a una cambiaformas capaz de convertirse en el rostro de sus pesadillas mientras esperaba para
tener una pequeña charla.

Honestamente, era bastante para cualquiera que lastimara a la niña.

Ligera parecía más bien enojada cuando Evangeline se enderezó y envolvió sus brazos alrededor
de la cintura de Lysandra, sosteniéndola firme. La cambiaformas sonrió distraídamente por la
muchacha, acariciando su cabeza oro-rojo.

—Si te conviertes en una ardilla —dijo Evangeline contra la camisa blanca y polvorienta de
Lysandra—, ¿viajarás en mi hombro y me dejarás hacerte un sombrero de bellota para que lo uses?

Aelin se mordió el labio, caminando hacia Rowan y el agua antes de que pudiera cometer el error
de encontrarse con la mirada y los aullidos de Lysandra. Rowan también estaba tomando medidas
drásticas con sus labios, los ojos deslumbrantemente brillantes. Aelin lo tomó del brazo y condujo
al príncipe hacia el bosquecillo de árboles detrás de ellos, rápidamente.

Aelin estaba unos diez pasos dentro de la sombra de la madera antes de que su carcajada se liberara,
haciendo eco en los árboles y esparciendo las aves, adormecidas por el calor del mediodía.

Rowan se rió entre dientes, frotando su cuello cuando Aelin resollaba y se atoraba. Reírse de
Evangeline no era algo que ninguno de ellos estuviera particularmente a hacer, pero… dioses
antiguos.

—Estoy sinceramente debatiéndome en ofrecerle a Lysandra una moneda de oro solo para verla en
su equipo de bosque —dijo Aelin cuando logró dominarse.

Rowan se rió de nuevo.

—No creo que haya necesidad de pagarle algo, ella lo haría solo para hacer a la niña feliz.

De hecho, todos estaban inclinados en hacer a la niña feliz. Evangeline había sufrido bastante,
había visto mucho más de lo que un niño debía ser testigo alguna vez. Aelin y Lysandra lo habían
sido también. Como Aedion igual, suponía. Pero de todos ellos…

—Tuviste una infancia feliz —dijo, más una cavilación que una pregunta.

Rowan asintió, no obstante.

—Sí, mis padres desaparecieron cuando era todavía joven. Pero en honor a la verdad, la casa de
mi tío era mucho más… divertida. Nuestra educación era estricta, pero había alegría en la casa.
Con seis niños, además de mí, junto con otra horda de mis otros primos que vivían cerca, era una
colección de animales salvajes.

Aelin levantó una ceja.

—Literalmente, con sus otras formas.

Él le pellizcó un lado.

—No tienes ni idea. Cuando nuestros tutores y cuidadoras nos tenían que dar órdenes, simplemente
nos gustaba volar. Así que mi tío instaló cerraduras en las ventanas, y picos sobre las lámparas y
estanterías, solo para evitar tener que volar a cualquier lugar.

Aelin se rió.

—Me cuesta imaginarte portándote mal.

Sus cejas se levantaron.

—Yo era obediente en público. Y entre extraños, me mantenía tranquilo. Pero en la finca de mi tío…
Tal vez yo era el más tranquilo de mis primos, pero éramos salvajes.

—¿Y todos ustedes podían convertirse en halcones?

—En su mayoría las aves rapaces llenan la línea de sangre Whitethorn. Mi primo, Enda, puede
cambiar a un halcón peregrino. Sellene, otro primo de un tío diferente, cambiaba a un águila real.
Pero todos tenemos el hielo y el viento, otra fuente de dolor para nuestros tutores.

Aelin se dirigió a un árbol y se apoyó en él.

—Pero querías evitarlos cuando fuimos a Doranelle.

Se tensó ligeramente.
—Ellos… Su relación con Maeve puede que estuviera dañada. Estaba seguro de que si los atraía al
infierno íbamos a caminar solo hacia añadir potenciales víctimas.

—¿Habrían entrado en conflicto contigo, al estar en contra de ella?

—Ha pasado tanto tiempo desde que me tomé la molestia de pasar más de unos minutos con ellos
que honestamente no lo sé. No fui amable con ellos durante un gran tiempo. Me preocupaba que
pudieran añadir obstáculos para ti y mí.

Ella ladeó la cabeza.

—¿Qué pasó entre ustedes?

—Después de… Lyria —dijo, todavía vacilante al nombrar a su compañera como si algo afilado se
enganchara en él—, cuando regresé de vagar y juré el juramento de sangre a Maeve, yo… me cerré
a todo el mundo que había conocido antes. La gente que la conocía, que nos conocía. Era más fácil
rodearme a mí mismo con el cadre, con ejércitos, a ver la cara de lástima de mis primos. Enda, él
y yo éramos más cercanos mientras crecíamos. Vino a visitarme cada semana en mi residencia en
Doranelle. Me negué a verlo. Entonces salí a la guerra, y cuando regresé dos años más tarde, él
no volvió —se encogió de hombros—. El resto de mis primos a veces me arrincoban en eventos o
aparecían en mi puerta, pero los despedía por la intromisión.

Ella consideró sus palabras.

—No te culpas —pareció relajarse un poco. Se empujó contra el árbol y dio unos pasos hacia él,
preguntando—: ¿Tienes una casa ahora?

—Muchas, de hecho, propiedades mías y propiedades de mis padres y de generaciones atrás.

—Supongo que los redecoraste con tu mísera paga de guerrero.

Él rodó los ojos, acechándola.

—Las dejé exactamente cómo me las entregaron. Tapadas, decoradas, y completamente inútiles.

—Solo un bruto Fae encontraría lujo en algo así.

Ella dejó que la apoyara contra el árbol, pegando sus manos a cada lado de la cabeza.

—Si no hubiera sido expulsado de Doranelle por el resto de la eternidad, te invitaría a jugar a la
casita. Y te daría dos días antes de que te aburrieran y te quejaras de mí por ello.

—Resulta que me encanta jugar a la casita. Anidar es una forma de arte para mí —sus labios se
crisparon.

—No te atreves alguna vez a hacer una broma acerca de aves.

Ella apretó la mandíbula cerrada, aun cuando sus labios se fruncieron.

Rowan apartó su nariz.


Ella empujó lejos su mano, riendo por lo bajo.

—Nuestros amigos están sospechosamente tranquilos.

—Apuesto a que decidieron salir a caminar en la dirección opuesta —se inclinó hasta que su aliento
le calentó la boca.

—Debemos conseguir los suministros de la ciudad —una oferta a medias era lo mejor.

Los labios de Rowan rozaron los suyos mientras murmuraba:

—Puede esperar un minuto o dos.

Su primer beso fue poco más que una caricia. Seguido de otro, suave y lento en contra de la comisura
de su boca. Entonces otro.

—Diez minutos —murmuró ella, acomodándose contra el árbol detrás suyo—. Vamos a darles diez
minutos.

—Veinte —fue su única respuesta en el momento en que levantaba la barbilla para poder tener un
mejor acceso a la boca, permitiéndole colocar aquellos besos ligeros como plumas repetidas veces.

—¿Recuerdas ese día en Mistward —respiró Aelin—, cuando por fin llegué a dominar el cambio, y
nosotros hicimos carreras por todo el bosque?

Rowan hizo una pausa suficiente para asentir con la cabeza.

Se inclinó de nuevo para besarla, pero ella puso un dedo en sus labios. Se encontró con su mirada,
sus ojos oscuros y ardiendo.

—Me miraste mientras estábamos corriendo a través de los árboles, y me sonreíste —tragó saliva—.
Y lucías… te veías tan vivo, tan salvaje y vivo, y… —ella trazó el contorno de su boca—. Creo que
ese fue el momento en el que empecé a quererte. No lo sabía en ese momento, pero… Creo que fue
entonces. Eras tan real y malvado y salvaje como yo, y cuando viste mi velocidad y mis características
Fae y no te resististe… Cuando solo me sonreíste… Nadie había hecho eso antes. Viste todo de mí,
pero aun así me sonreíste.

Rowan cepilló el pelo suelto de su cara.

—Creo que los dos pasamos mucho tiempo tratando de convencernos de nuestra… neutralidad —
besó uno de sus pómulos, luego el otro—. Encuentro que prefiero esto mucho más.

Sus dedos de los pies se apretaron en el interior de sus botas.

—Igualmente, Príncipe —dijo ella en su boca, arrastrándolo contra sí, saboreando cada pulgada
con fuerza y ondulación del músculo—. Igualmente.

l
Al final, Rowan y Aelin habían desaparecido durante treinta minutos.

El tiempo suficiente para que Aedion y Lysandra hubieran resuelto que todos irían a la aldea. Una
persona que conseguía muchos suministros podría llamar la atención, tanto de espías como de
posibles ladrones, y después de tanto tiempo en lo salvaje, a Aelin se le antojaba al menos ver algo
de civilización. Cómo Rowan había vagado por la selva durante diez años…

A Aelin no le gustaba pensar en ello. Él solo durante tanto tiempo, con el dolor y la culpa y la rabia
que lo habían arrojado hasta el momento en ese abismo.

Aun cuando había regresado a la civilización una década más tarde, en realidad no había… vivido.
Sí, había ido a la guerra, desaparecido en mil aventuras, pero… Aelin se mantuvo cerca de Rowan
mientras se abrían camino en el pequeño pueblo, con la capucha puesta y disimulando.

Lysandra estaba usando la forma de un corpulento, sencillo hombre, para ser su negociador, mien-
tras conseguían lo que necesitaban. Evangeline era su hija, Aelin su nodriza, y los dos sedentarios
del norte eran parientes perdidos que lo visitaban desde hace mucho tiempo, ahora que los ejérci-
tos de Adarlan estaban partiendo.

Con el mediodía dirigiéndose hacia la tarde, muchos de los habitantes del pueblo habían termina-
do de almorzar y regresaban a los campos de la cosecha a atender el ahora abundante suelo oscu-
ro. El momento era casi perfecto para ir; la principal, sucia calle estaba casi vacía. Excepto por el
centro de la ciudad, donde el murmullo de las conversaciones tranquillas susurraban, junto con el
chapoteo del agua y la salpicadura de la ropa mojada. Algún tipo de fuente, sin duda.

Llegaron a la tienda de ropa que Lysandra había explorado, la cambiaformas haciendo un show
estelar de caminar pesadamente por las escaleras de la pequeña construcción de piedra, para des-
pués, ordenarles que esperaran fuera.

La risa desenfadada tranquila de Aedion por la actuación le valió una fuerte mirada de adverten-
cia de Evangeline. Aelin bajó la cabeza, como la nodriza recatada que era, para poder esconder su
sonrisa cuando Aedion le murmuró sus disculpas a la niña.

Llevaron los caballos a la artesa de piedra en el borde del edificio, y Aelin observó casualmente el
tranquilo pueblo a su alrededor.

Una calle principal flanqueada por una taberna solitaria, un fabricante de ropa que se había per-
dido de alguna manera la moda de los últimos cinco años, y un herrero. Todos intercalados con lo
que parecían ser una o dos casitas de dos habitaciones. No habían caminos que llevaran a las casas
más allá de la hierba y las rocas, solo la calle parecía marcar el camino.

—¿Alguna vez has venido aquí antes? —le preguntó Aelin a Aedion desde las sombras de su capucha,
acariciando el cuello de su yegua cuando el caballo bebió largamente.

—No, yo ni siquiera sabía que había algo aquí —murmuró Aedion, mirando por encima del
hombro. Unos pueblerinos lo observaron mientras se apresuraban a ir a la fuente donde habían
líquenes ahogados, hecha de piedra gris en el centro de la ciudad, donde la mayoría de las mujeres
lo utilizaban como lavadero, colgando fuera de sus casas la ropa.

—Hay algunas casas abandonadas —observó ella—. Tan cerca de la frontera de Adarlan, ¿crees
que…?

—Creo que es mejor si no hablamos de eso aquí —intervino Aedion. Aelin se enderezó. Su primo
añadió un poco más suave, su mano acariciando la Espada de Orynth oculta bajo los pliegues de su
manto—: Adarlan saqueó, la gente a veces se defendió. La gente a veces se desvanecía. O se hacían
a un lado. Dudo de que cualquiera de las explicaciones sean agradables.

Y estas eran sus personas. Este pueblo era suyo.

La capucha se volvió un poco sofocante, pero Aelin pasó una mano por la melena de la yegua.
Rowan, con su caballo bebiendo ávidamente al otro lado de la suya, le preguntó:

—¿Hay muchos pueblos como éste?

—¿En estos días? —la mano de Aedion se quedó en el pomo de la espada de hueso—. Los pequeños
como este, sin conectarse a cualquiera de las carreteras principales, sobrevivieron con daños
mínimos. Pero las aldeas cercanas a la carretera, donde marchaban varios ejércitos, muchos son
solo trozos de escombros. Adarlan tomó y tomó, y cuando estaban listos, quemaron todo.

Un nudo en la garganta.

—Tratamos de ayudar —agregó Aedion—. Pero… lo normal es que estuviéramos demasiado lejos o
demasiado tarde.

Aelin bruscamente giró la cabeza hacia él.

—Tú… —la palabra era seca—. Por todos los dioses, Aedion, nadie te culpa de ello.

En todo caso… Ella sacudió la cabeza.

Su primo palmeó el cuello de su caballo rojizo.

—No hubiéramos podido hacer mucho, de todos modos. No sin cruzar una línea peligrosa con
Adarlan. Tratamos de conseguir que los portadores de magia escaparan. Pero Adarlan siempre los
encontraba.

Un estremecimiento pasó por la columna de Aelin. El Rey de Adarlan, en su retorcida manera,


había tratado de salvarlos, cortando la magia para que el Valg, cuando llegara, no pudiera buscarles
como portadores principales. Y cuando eso no había funcionado, había ejecutado a cualquiera con
magia hirviendo en sus venas. Y a los que intentaron protegerlos.

—¿Qué hay de los Fae? —preguntó Rowan en voz baja.

Los ojos turquesa de Aedion parpadearon en las sombras de su capucha.

—Adarlan tenía cazadores, cómo y dónde fueron entrenados, no lo sé. Pero se encontraron con los
pocos Fae aquí. Al menos, con los que no huyeron a las montañas.

Rowan no respondió.

Su corazón se quebró un poco cuando Aedion añadió:

—Lo siento.

—Como dijo Aelin —respondió Rowan—, no fue tu culpa. O tú carga para soportar.

Aelin podría haber hecho eco de aquel sentimiento sino hubiera oído el sonido que resonó a través
de la ciudad.

Risa, los niños riendo.

Y ella no lo había oído, no habría esperado que de aquí de todos los lugares, en tanto tiempo que se
apartó de su caballo para buscar la fuente.

Había cinco de ellos, el más viejo de no más de once años y el más joven quizás de seis, todos
moviéndose y luchando alrededor de la fuente de la localidad. Chillando de alegría mientras eran
perseguidos por…

Aelin dejó detrás la yegua, su cabeza inclinada, mientras caminaba hacia la fuente.

Mariposas de agua –pura agua– revoloteaban y perseguían a los niños, que salían de la fuente y
espuma en el sol de mediodía.

Los adultos habían detenido su lavado y las conversaciones para verlos, los niños completamente
conscientes de su audiencia. El deleite estaba en sus rostros casi resplandecientes, sus gritos y
carreras a pasos veloces siendo los únicos sonidos en medio de la fuente burbujeante.

Y en el corazón de su tormenta feliz… había una chica de rostro sucio alrededor de los ocho
moviendo sus dedos, sus ojos fruncidos en concentración, mientras sus criaturas revoloteaban con
vida de la fuente.

—Potente —murmuró Rowan, apareciendo al lado de Aelin con ese silencio sobrenatural—. Ella va
a crecer y convertirse en una poderosa portadora si ya puede tener tanto control, probablemente
sin entrenamiento.

De hecho, Aelin apenas podía convocar más que una cinta de agua, por no hablar de animadas
criaturas reales. Observó las caras de los adultos, en el mismo momento en que se dieron cuenta
de que había una extraña en medio de ellos.

Diversión cautelosa cambió a algo con duro y frío. Aelin se encontró con los ojos de una mujer de
edad cerca de la fuente, los demás pareciendo mirarla en busca de orientación. Su líder, o alguna
persona de autoridad. La cara bronceada, arrugada de la mujer se endureció. Aelin solo inclinó su
cabeza, ofreciendo una pequeña sonrisa a las mujeres reunidas.

Unas palabras entre dientes de oro grupo hizo que la chica se detuviera. Los otros niños se
encogieron por la repentina tranquilidad y se quedaron inmóviles.
Aelin le tendió la palma de la mano hacia ellos. Hacia la chica ahora agachándose detrás de las
faldas del grupo que la había hecho callar.

Con el sol abrasador del mediodía, el fuego de Aelin rabió y rugió en sus venas, y ella quiso enfriarse,
para calmarse. Había sudor en su frente, pero se mantuvo firme cuando una gota de agua se formó
en el aire por encima de su palma.

La chica dejó escapar un grito que resonó en la plaza silenciosa.

Aelin sonrió un poco más, dejando que el agua creciera al tamaño de una manzana, a continuación,
haciéndola girar.

Los adultos murmuraban, mirándose los unos a los otros, y esa mujer se reunió con la mirada
de Aelin. Listo, su magia estaba temblando un poco, el suave orbe murmurando y flaqueando en
algunos puntos.

Todos observaron como un pequeño punto de agua, una mariposa batía fuera de la fuente y aleteaba
por encima de la esfera de Aelin, sus alas flexionándose.

Una risa alegre salió de la garganta de Aelin mientras examinaba los finos detalles de cerca. La chica
no era fuerte. Era creativa. Ella había usado diferentes corrientes para dar forma a los patrones en
las alas, toda la mariposa en constante movimiento dentro de su forma.

Aelin se mantuvo perfectamente inmóvil, tan concentrada en mantener intacta esa esfera
que apenas registró el forcejeo entre la niña y su tutor. Por el rabillo del ojo, observó a la chica
acercándose, los otros niños mirando desde las faldas de sus cuidadoras, pero no se atrevió a
romper su concentración hasta que la chica estuvo delante de ella y le susurró:

—¿Eres como yo?

El acento, el acento de Terrasen, la entonación de sus palabras…

Ella no había hablado con uno de los suyos, en su propia tierra, en… un tiempo demasiado largo. Se
preguntó si la chica se dio cuenta de que la esfera salpicando en la tierra no era parte del espectáculo.
El agua-mariposa, sin embargo, se alejaba, moviéndose a su alrededor como si estuviera borracha
de néctar.

Aelin se encontró con la mirada de ojos castaños de la joven y le dijo:

—No soy tan talentosa, pero sí.

Y el sonido de su acento, la mezcla de Terrasen y Adarlan… la barbilla de la chica se levantó.


Desconfianza, un poco de miedo. Pero valiente. Un gran pozo de coraje: La chica no dio marcha
atrás.

—Estábamos jugando —dijo la chica, como si necesitara defenderse. Como si… Las viviendas vacías,
los rostros cautelosos… destellaron ante los ojos de Aelin.

—Lo vi —dijo Aelin suavemente. Con tranquilidad—. Eres muy hábil.


Un solo encogimiento de hombros.

—¿Cuántos años tienes?

—Nueve.

—Una buena edad —pequeña, para los nueve. Quizás años de pobreza habían dejado su huella. El
estómago de Aelin se apretó.

—¿Cuántos años tienes?

Una de las mujeres hizo un ruido estrangulado detrás de ellos.

Aelin soltó una risa.

—Diecinueve.

—Una buena edad —dijo la chica, asintiendo sabiamente. Aelin se rió de nuevo.

Detrás de ellos, Aelin notó a Rowan y Aedion vigilando, pero no eran los machos los que llamaron
la atención de la chica.

—¿Qué le pasó a su cara?

Aelin sabía a quién se refería, pero ella todavía observó por encima del hombro a Evangeline, que
estaba de pie entre Aedion y Rowan, cada guerrero con una mano en el hombro.

A la luz del sol, las cicatrices de la niña eran severas, brutales.

—Gente mala trató de hacerle daño —dijo Aelin.

—Mamá dice que con mi magia, podría ser una gran curandera.

—De hecho, podrías —respondió Aelin, moviendo su atención hacia el lugar donde la mujer las
observaba ahora con un rostro de piedra.

—Yo podría curar sus cicatrices un día, tal vez.

Aelin lo consideró.

—Eso es muy generoso de tu parte. Supongo que serían hasta amigas, si ella desea eliminarlas —
con la curación gracias a la magia, seguía siendo un proceso brutal, pero… tal vez era posible.

—Podría eliminar las tuyas, también.

Pequeña cosa lista de ojos.

—Podrías hacer eso y muchísimas otras cosas —dijo Aelin. Ella lo decía un poco más alto, solo
para los adultos pudieran oír—. Te podrías asegurar de que los campos y granjas reciban el agua
adecuada. Y sí, podrías aprender a curar y atender a los enfermos y heridos.
—¿Dónde? —dijo una femenina voz baja.

Aelin miró a la mujer mayor de labios agrietados de la fuente, la matrona de la ciudad.

—¿Dónde va a aprender todas esas cosas? —la mujer empujó.

Aelin hizo una pausa. Ella no lo sabía. No tenía idea.

—Quemaron la academia de magia —dijo la mujer—. No hay lugar a donde ir para aprender.

—Lo sé —dijo Aelin.

—Entonces no pongas sueños en su cabeza —espetó la mujer.

Las mejillas de Aelin se calentaron. Pero Aedion dijo detrás de ella, todavía oculto bajo la capucha:

—Terrasen será reconstruido. Dale unos años, y habrá un lugar.

—Si la guerra no nos destruye —dijo la mujer, señalando con la barbilla a los otros para que
reanudaran su lavado—. Es mejor que estén pronto en el camino si quieren llegar a la siguiente
ciudad antes de que se ponga oscuro

Un brusco, no educado, despido.

Aelin no los culpaba. Miró a la chica delante de ella, se veía en esos grandes ojos marrones. Y
susurró para que nadie pudiera oír, ni siquiera la mujer lavando o los machos Fae vigilando:

—Si llega la guerra, si sobrevivimos, espera unos años después de que termine. Anda a Orynth, y
encuentra a Celaena Sardothien. Ve al castillo y diles que la estás buscando, y que has llegado al fin
para tus lecciones de magia.

—Fedra —ladró la mujer mayor. Una orden.

Pero Aelin se inclinó, susurrando en el oído de Fedra mientras ponía una moneda de oro en el
bolsillo.

—No tengas miedo de lo que te hace brillar.

Si la chica se sintió identificada o notó el peso repentino en su bolsillo, no lo demostró. Fedra se


limitó a asentir, con los ojos tan brillantes, y echó a correr, Lysandra terminando con la tienda de
ropa, y salieron del pueblo inmediatamente después, un grupo de mujeres y hombres arrastrándose
detrás de ellos hacia el bosque para asegurarse de que se habían ido para siempre.

Pero una media milla después por las laderas cubiertas de hierba y en el umbral de Oakwald, una
mariposa de agua revoloteó en el hombro de Aelin.

l
Alrededor del fuego que la propia Aelin había fabricado horas después, Oakwald era un nido en-
redado alrededor de ellos, cenando bayas frescas y unos finos cortes de carne que Lysandra había
conseguido para ellos. Un placer raro, indulgente cuando podían cazarlos por sí mismos, pero…
ninguno de ellos se opuso.

La cambiaformas se quedó en su forma humana el tiempo suficiente para devorar su parte, pero
ahora estaba echada en su forma de leopardo fantasma a los pies de Evangeline. Ligera, sin em-
bargo, comía al lado de la chica, con los ojos clavados en el trozo de carne que aún quedaba en los
dedos de Evangeline.

Evangeline se detuvo de comer y dijo a ninguno de ellos en particular:

—¿Podría un sanador arreglarme?

—No hay nada que arreglar —dijo Aedion un poco demasiado bajo.

Lysandra gruñó en acuerdo, pero parecía estar esperando oír una respuesta.

Todos miraron a Rowan, quien fruncía el ceño ligeramente.

—El proceso requeriría tratamientos extensos, con… —se contuvo, y dijo con cuidado—: con las
cicatrices siendo tan profundas.

Lysandra se tensó. Aedion no era el único de ellos que se culpaba por el pasado. Evangeline pasó
un dedo por un lado de su cara.

—¿Qué tipo de tratamientos?

Esos citrinos ojos eran tan grandes, tan llenos de esperanza… Miedo, sí, pero también esperanza.

—El tipo que podría lastimar mucho antes de que las cicatrices mejoren.

—¿Pero ellas se irían?

—Quizás.

Aedion rascó su bota contra la suciedad.

—No lo necesitas, Evangeline. Eres perfecta como eres.

Evangeline le sonrió a Aedion, amplia y felizmente. Aelin miró a Rowan, que se veía como ella
lucía: como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago.

Lysandra estaba mirando a su joven pupila, la devastación en los ojos verde pálido. Devastación
y sin embargo… Lysandra le echó un vistazo a Aedion, que se había movido para sentarse junto a
Evangeline y mostrarle la forma adecuada de hacer una corona de margaritas. Aelin no se perdió
el cambio de la expresión de Lysandra, incluso en su forma de leopardo fantasma, cuando vio al
guerrero.
Aelin se encontró con los ojos de Rowan otra vez, y se inclinó para presionar un suave beso en su
cuello. Dijo, en voz tan baja que ninguno de ellos pudo oír:

—Le dijiste a la chica que viniera a Orynth, ¿verdad?

Ella asintió. Rowan se apartó para mirarla a la cara, para estudiarla. El orgullo en sus ojos le hizo
un nudo en su garganta.

—Es un honor servirte.

Pero Aelin negó con la cabeza, mirándolo a él, a Aedion, a Evangeline, y a Lysandra, cuidando de
todos ellos.

—El honor es todo mío —dijo en voz baja.

A la mañana siguiente, el chillido de deleite de Evangeline fue casi lo suficientemente fuerte como
para despertar a los muertos en sus tumbas en la colina al sur.

Lysandra se mantuvo en forma de ardilla durante todo el día, y el siguiente después de ese, y
llevando su sombrero de bellota con tanto orgullo como cualquier dama fina lo haría, mientras
montaba encima de los hombros de Evangeline.
Exclusiva #2
(Edición Target)

Traducido por Mafer Torres


Corregido por Reshi

Meses antes de que Aelin reclamara su identidad como la perdida Reina de Terrasen, ella aún se
llamaba a sí misma Celaena Sardothien- y fue entrenada para blandir su reavivada magia por un
príncipe Fae en una fortaleza en la montaña de Wendlyn...

A pesar de su tosco comienzo, Aelin y Rowan finalmente han formado una sólida amistad, basada
en respeto mutuo, confianza, y más que un poco de bromas. Pero justo cuando su lazo empieza a
cambiar en algo que ninguno de los dos anticipa algo mucho más profundo- la fortaleza de Mis-
tward recibe una visita de tres nobles Fae. Y una de ellos menciona unos muy, MUY personales
lazos con el mismo Rowan.

Sigue leyendo para una exclusiva escena eliminada de “Heredera de Fuego”, donde Aelin obtiene
su primer vistazo a la nobleza Fae de Doranelle, y un poco más de la historia de Rowan se revela a
ella... con consecuencias candentes.
l

—¿Cuál es tu comida favorita? —Recostada en una roca como una iguana al sol, Celaena lanzó una
nuez al aire y la atrapó con la boca.

—Cualquier cosa que me mantenga vivo en el momento —dijo Rowan desde su lado, antebrazos
alrededor de sus rodillas mientras monitoreaba las colinas y valles de Wendlyn ondulando más
abajo.

Ella chasqueó su lengua.

—¿Podrías ser un poco más como un animal?

Él deslizó una mirada en su dirección, alzando una ceja como si dijera, Sí recuerdas cual es mi otra
forma, ¿no? Cuando ella solo frunció el ceño, él suspiró.

—Hay un mercader en Doranelle que vende carne en un palo.

—Carne en un palo —dijo Celaena tan firme como podía, peleando para mantener sus labios en una
línea recta.

—Y supongo que la tuya es alguna clase de confitería o un poco de inútil azúcar.

—Los dulces no son inútiles. Y sí. Me arrastraría sobre carbones encendidos por una rebanada de
pastel de chocolate y avellana justo ahora. —Mentiras. La última vez que lo había comido, había
sido con Chaol. No estaba segura que pudiera comerlo otra vez.

—¿Qué tan bueno podría eso ser para mantener fuerte tu cuerpo? Con tu magia, quemarías eso y
estarías hambrienta de nuevo dentro de media hora.

Ella se levantó sobre sus codos.

—Tus prioridades están obscenamente fuera de lugar. No toda la comida es para supervivencia o
incremento de fuerza. Tú ni siquiera probaste uno de los chocolates de ese pueblo. Te garantizo que
en el momento que lo hagas, cada vez que te dé la espalda, estarás tragándolos.

El pensar en Rowan haciéndolo hizo que apretara sus labios cerrados otra vez. Ella sabía que la ha-
ría empezar a entrenar en el momento que empezara a carcajearse, así que rápidamente preguntó;
—¿Color favorito?

—Verde.

—Estoy sorprendida que en verdad sepas.

Entrecerró los ojos, pero dijo:


—¿Cuál es el tuyo?

—Por un tiempo, me hice creer que era el azul. Pero, siempre ha sido el rojo.

Probablemente sabes por qué.

Él hizo un sonido afirmativo.

Celaena se quedó recostada y alzó una mano sobre su cabeza, tejiendo una línea de fuego entre sus
dedos. La trenzó entre sus nudillos, después la hizo serpentear hacia su palma, hasta que se enrolló
alrededor de su muñeca, torciéndose y deslizándose sobre su piel.

—Bien —dijo Rowan—. Tu control está mejorando.

—Mmhmm —ella alzó su otra mano, y anillos de fuego rodearon sus dedos. Se puso a trabajar en
tallar sus llamas, forjándolas en patrones individuales.

—Pruébalo en mí —dijo Rowan, y ella volteó su cara hacia él y frunció profundamente el ceño—.
Hazlo.

Él no brincó cuando le hizo una corona de llamas. Justo sobre su cabeza.

Ella se sentó, arrodillándose frente a él, sus propias joyas aun llameando sobre sus manos y muñe-
cas, y se concentró mientras transformaba la corona a una de flores, cada hoja una chispa de llama,
el oro, el rojo y el azul brillando como cualquier piedra preciosa.

El cabello plateado de Rowan brillaba bajo él.

—Movimiento atrevido —dijo él mientras ella continuaba añadiendo detalles a su corona—. Uno
que no tiene mucho espacio para errores.

—Estoy sorprendida que no hayas cubierto tu cabeza con hielo.

—Confío en ti —dijo él silenciosamente que ella miro a su rostro. Con la corona de llamas, él se
veía como un rey, un rey guerrero, brutal como las líneas de su tatuaje—. Y ahora una para ti —dijo
él, y un encantador escalofrío recorrió su columna mientras una corona de hielo se formaba en el
espacio entre ellos, sus delicados picos alzándose alto.

Rowan la alzó entre sus dedos y la asentó sobre su cabeza, su peso ligero, el frio un bálsamo contra
el calor de su fuego.

Celaena le sonrió, y él le dio un ligero alce de labios en respuesta. Pero entonces ella recordó, re-
cordó que era una corona lo que él había hecho para ella. Una corona.

Sus llamas se apagaron mientras se alzaba en pie y caminaba al borde de la roca, poniendo sus
brazos a su alrededor. Un momento después, la corona de hielo se disolvió en rocío en el aire de la
montaña.

—Vamos a tener visitantes esta noche —dijo Rowan, acercándose a su lado.


—¿Debería preocuparme?

—Yo…Necesito tu ayuda.

—Ah. Entonces es por eso que me dejaste tener una tarde en paz —él gruñó pero ella alzó una
ceja—. ¿Podré finalmente conocer a tus misteriosos amigos?

—No. Son realeza Fae, pasando por el área. Ellos solicitaron un lugar para pasar la noche, y llega-
ran alrededor del atardecer. Emrys les está haciendo la cena, y esperan que yo... les entretenga.

Cuando él solo la miró, ella dijo:

—Oh, no. No.

—Ellos no considerarán cenar con los semi-fae, y… —¡Soy menos aceptable que los semi-fae!

—Si tengo que jugar a anfitrión para ellos toda la tarde, probablemente va a terminar en un baño
de sangre.

Ella pestañeó.

—¿No son tus personas favoritas?

—Son nobleza típica. No guerreros entrenados. Esperan que se les trate de cierta forma.

—¿Y? Eres parte del cadre de Maeve. Y un príncipe para empezar. ¿No eres superior a ellos?

—Técnicamente, pero hay políticas que considerar. Especialmente cuando ellos le reportarán a
Maeve.

Ella gimió.

—Así que, ¿se supone que jugaré de anfitriona?

Su rostro era tan miserable como el de ella.

—No. Solo, ayúdame a encargarme de ellos.

Otro pequeño pedazo de confianza, se dio cuenta.

—¿Y qué voy a sacar con ello?

Él apretó su mandíbula, y ella honestamente pensó que él diría ‘No patearé tu trasero’, pero él
suspiró:

—Te conseguiré un pastel de chocolate y avellanas.

—No —cuando él alzó sus cejas, ella le lanzó una sonrisa maliciosa—. Sólo me deberás una. Un
favor que puedo cobrar cuando yo quiera.
Él suspiró, alzando su vista al cielo.

—Solo ponte presentable para la caída del sol.

Las campanas tintineantes y las voces alegres alcanzaron la fortaleza mucho antes de que la comi-
tiva apareciera a través de las piedras-guardas.

De pie en el pequeño patio, Celaena deslizó una mirada a Rowan.

—¿De verdad? ¿Necesitas mi ayuda con estos idiotas danzantes? —Pero además de los que estaban
de guardia, los semi-Fae se hicieron desaparecer.

Él la fulminó con la mirada. Ella se había bañado y vestido en su túnica más limpia, incluso llegan-
do a trenzarse el cabello en una agradable corona.

—Mantén tu voz baja —murmuró él, dándole una mirada aguda a sus orejas.

Ella rodó los ojos, pero no dijo nada más mientras el grupo llegaba. Sus caballos eran todos, dioses,
esos eran todos caballos Asteriones. Cada uno valía su peso en oro y un poco más. Ella una vez tuvo
uno- bueno, lo había robado y conservado, pero lo había vendido para pagar las deudas de Sam a
Arobynn. Había valido la pena, pero... aún extrañaba a Kasida. Nunca había visto o montado un
caballo más fino.

Había cinco en el grupo ahora observando el patio y la fortaleza, dos de ellos guardias que se veían
bastante aburridos que tenían la mirada fija en Rowan, y los otros tres... La hembra al frente era
despampanante y sin dudas la líder.

Bajó de su pálido cabello rubio, su mirada era una mezcla de mármol y suave rosa, sus ojos un vi-
brante azul cerúleo. Llamearon con placer al fijarse en Rowan.

Ella no le dio ni una pasada a Celaena mientras se deslizaba elegantemente de su yegua blanca.

—¡Rowan! —ella avanzó, alargando las manos. Sus dedos eran delgados y largos, y sin defectos
como el resto de ella.

—Lady Remelle —dijo Rowan, sus gigantes manos engullendo las de ella mientras las tomaba. Su
columna estaba recta como un bastón, y aunque Remelle miraba a sus manos unidas como si espe-
rara que le plantara un beso en ellas, dioses, la idea de Rowan besando las manos de cualquiera, él
soltó sin ceremonias sus dedos y se giró a los otros dos nobles que desmontaban.

—Lord Benson —dijo él al alto y delgado macho, que solo asintió. Benson, notó Celaena, se molestó
en mirarla, su larga nariz y oscuros ojos barriendo sobre su cuerpo, después pasando de ella. Sin
notar—. Lady Essar —dijo Rowan a la pequeña y morena hembra.
Remelle podría ser la belleza andante, pero Essar tenía un set de curvas que hasta Celaena se en-
contró envidiando. Su piel café claro parecía brillar como si fuera por una luz interior, y sus ojos
castaños destellaban con amabilidad genuina mientras estiraba sus manos a Rowan y sonreía

Él tomó los dedos de Essar un poco más cálidamente que los de Remelle- y los ojos de la dama ru-
bia se entrecerraron ligeramente. Pero Remelle se recuperó rápidamente, sonrió preciosamente, y
posó una posesiva mano en el hombro de Rowan mientras decía;

—¿Ha sido toda una era, no es cierto? Tú nunca vienes a nuestras fiestas, y Maeve te mantiene solo
para ella —el rostro de Rowan se tornó inexpresivo. Frío—. Hubo una época —Remelle hizo un pu-
chero—, cuando yo te mantenía solo para mí. Algunas veces extraño esos días.

Rowan solo desvió sus ojos a los guardias vigilantes, que se veían en necesidad de una comida de-
cente, y un descanso de sus compañeros.

—Los establos están a la izquierda.

Celaena estaba muy ocupada pasando la mirada de Rowan a Remelle para ver si los guardias obe-
decían las órdenes del príncipe. Amantes.

Ella no sabía por qué había pensado que perder a su pareja significaba que había sido célibe, pero
alguien como Remelle…

Recordando que ella existía, Rowan extendió un brazo en su dirección. Celaena honestamente de-
batió si caminaba de regreso a la fortaleza y dejar a Rowan a su suerte, pero se encontró caminando
hacia él, más cerca, hasta que él pudo haberla metido a su lado.

Él pareció un poco más relajado mientras decía;

—Esta es, Elentiya —ella no había pensado en como la presentaría, pero estaba agradecida por la
anonimidad que le ofrecía—. La estoy entrenando por órdenes de la reina. Elentiya, esta es Lady
Remelle, Lord Benson, y Lady Essar —empezó a enlistar nombres de casa y otras tonterías, y Ce-
laena dio un ligero asentimiento que dejó a Benson y a Remelle frunciendo sus labios.

Solo Essar dijo hola, un delicioso ronroneo que hizo a Celaena preguntarse cómo demonios Rowan
no la había llevado a ella a su cama en lugar de las brillantes y frías sonrisas de Remelle.

—Así que eres mestiza, entonces —dijo Benson, sus ojos examinándola.

Rowan, para su sorpresa, se enfadó, pero contuvo el gruñido que ella sabía que estaba retumbando
en él.

Celaena sonrió tensamente.

—Mi bisabuela era Fae. Así que si eso me vuelve semi-Fae, no lo sé.

Ella captó la mirada que Remelle le dio a Rowan: una mezcla de exasperación, como si dijera, ‘¿En
serio, Rowan? ¿Trajiste una mestiza a conocernos? Que vulgar de ti.’

Pero Rowan no le había pedido aparecer en su forma Fae. No, le había dejado aparecer en cual-
quier forma que quisiera. El pensamiento le advirtió lo suficiente que dio un paso más cerca de él,
lo suficiente como para casi rozar su brazo con el de ella. Remelle no falló en notarlo, tampoco.
¿Qué clase de visita era esta, de todas formas?

Fue Essar quién dijo:

—Bien, espero con ansias escuchar acerca de tus aventuras, Rowan y de cómo llegaste a estar aquí,
Elentiya. Pero primero, pienso que debería querer un baño y algo para mordisquear —ella deslizó
una mirada de disculpas en la dirección de Celaena—. Mataría por cualquier cosa de chocolate
justo ahora.

A pesar de ella misma, Celaena decidió que le gustaba.

—Así que… ¿tú y Remelle…? —dijo Celaena desde donde descansaba en la cama de Rowan, su ca-
beza alzada en su mano.

En su mesa de trabajo, afilando sus armas con un poco demasiado de interés, Rowan gruñó.

Ellos habían dejado a los nobles en los baños, ordenado a Emrys que llevara comida a las habitacio-
nes que utilizarían durante su estancia (habían habido tres semi-faes que estaban más que felices
de dejar sus grandes habitaciones si eso significaba salir del camino de sus visitantes). Tenían una
hora hasta la cena, y aunque Celaena pudo haber conseguido un vestido... no se sentía para ello.

—Remelle fue... un muy, muy grande error —dijo Rowan, dándole la espalda.

—Parece que ella no piensa lo mismo.

Él le lanzó una mirada sobre el hombro.

—Fue hace cien años.

Dioses, algunas veces ella olvidaba que tan viejo era él.

—Ella se comporta como si la hubieras alejado este invierno.

—Remelle solo quiere cualquier cosa que no puede tener. Una condición que muchos inmortales
sufren para alejar el aburrimiento —se giró, el cuchillo de caza en sus manos destellando en el fue-
go del hogar.

—Ella estaba prácticamente clavando sus garras en ti.

—Puede clavarlas todo lo que quiera, pero no voy a cometer ese error de nuevo.

—Suena como si hubieras cometido ese error algunas veces.


Rowan mantuvo una mirada viciosa en su dirección.

—Fue durante el transcurso de una estación, y entonces volví a mis sentidos.

—Mmmm.

Él clavó el cuchillo en la mesa y se acercó a la cama hasta que la fulminó desde arriba. Celaena se
quedó como estaba, cejas arriba y labios presionados juntos.

—Una risa —advirtió él—. Una sola risa, y voy a tirarte en el estanque más cercano.

Ella se sacudió con el esfuerzo de mantener su aullido dentro.

—No. Te. Atrevas —gruñó él, inclinándose bajo que su aliento calentaba su boca— . Si tú…

La puerta se abrió, y Rowan se congeló, un rugido bajo retumbando en él, tan violento que hacía
eco en sus huesos. Pero la amenaza era solo Remelle, que pestañeó, y dijo:

—¡Oh!

Le tomó a Celaena un latido darse cuenta de lo que parecía. Ella estaba desparramada en la cama,
Rowan alzado sobre ella, demasiado cerca para ser casual, pero…

—¿Qué es lo que quieres? —dijo Rowan, irguiéndose pero no alejándose.

Remelle inspeccionó el cuarto, absorbiendo los detalles que sugerían que no era espacio solo de
Rowan: el cepillo en el vestidor, la ropa interior que Celaena había lanzado sobre una silla (¡oh,
como se interpretaría ESO!), los listones que usaba para atar atrás su cabello, las botas pequeñas
junto a las gigantes de Rowan, e incluso los diversos artículos personales que mantenían en sus
propios mesas de noche.

—Quería ponerme al día —dijo Remelle, viendo a todas partes menos Celaena—, pero parece que
estás... ocupado.

—Hablaremos en la cena —dijo Rowan.

Celaena saltó de la cama.

—Tengo que ir a ayudar a Emrys con la comida, en realidad —ella apenas y pudo ocultar su sonrisa
maliciosa—. ¿Por qué no te quedas, Remelle?

Rowan podría haber derretido sus huesos con la mirada que le dio, pero Celaena ya estaba fuera de
la puerta y abajo en el pasillo, silbando para sí misma.

l
Rowan iba a matarla. Tan pronto como regresaran al entrenamiento, él iba a asesinarla. Y entonces
asesinarla otra vez.

Remelle seguía en el marco de la puerta, frunciendo el ceño en la dirección que Aelin había desa-
parecido. Cuando se giró, una sonrisa bípeda bailaba en sus labios rojos.

—¿Esto se considera parte de su entrenamiento también?

—Sal de aquí —fue todo lo que él dijo.

Remelle chasqueó su lengua.

—¿Es ese el modo en que me hablas estos días?

—No sé por qué te molestaste en detenerte aquí, o qué es lo que esperas de mí…

—Escuché que estabas aquí, y pensé en saludar y dispensarte de la compañía tediosa de los mesti-
zos. No sabía que les habías tomado cariño.

Él sabía exactamente que parecía cuando ella entró aquí. Negarlo solo llevaría a un dolor de cabeza,
pero dejar que Remelle asumiera que compartía la cama con Aelin era igual de inaceptable. Él no
podía decidir cómo Maeve lo interpretaría. Aunque… —¿Y quién fue quien te dijo que estaba aquí?

—Maeve, por supuesto. Me quejé con ella de que te extrañaba.

La pregunta era bien si Remelle era una espía voluntaria o a oscuras. O sí Maeve había mandado a
Remelle para ver qué clase de relación había desarrollado con la princesa.

—Como tu amiga Rowan, he de decirte... que la chica es más bien por debajo de ti.

Él contuvo su risa. Aparentemente Maeve no le había informado a quién, exactamente, estaba en-
trenando. Remelle había sido persistente en su persecución por él hacía un siglo, ganándoselo con
su encanto y sus sonrisas, pero no le importaba realmente regresar a ese tiempo.

—Uno —dijo él—, tú no eres mi amiga. Dos, no es de tu incumbencia.

Sus ojos se entrecerraron en una manera que le hizo darse cuenta que Remelle haría cada minuto
de su estancia un infierno en la tierra para la princesa sin saber qué clase de predador estaba pro-
vocando.

Así que en lugar de ver la sangre de Remelle salpicando las paredes antes del amanecer dijo:

—Hay un recorte de habitaciones aquí, así que hemos tenido que compartir habitaciones como
resultado —no necesariamente una mentira, pero tampoco toda la verdad.

Las cejas de Remelle se mantuvieron arriba en su piel blanca como la luna.

—Bueno, supongo que esas son buenas noticias para Benson.

—¿Qué?
—Tiene necesidades que deben atenderse, y la encuentra lo suficientemente atractiva. Maeve dijo
que estaba más que bien si ella.

—Si Benson pone un dedo sobre ella, se va a encontrar sin sus entrañas.

Maeve había sugerido que ella estaba disponible para…

Él contuvo dentro la rabia ciega mientras Remelle parpadeaba.

—Honestamente, Rowan, ¿qué crees que acaban haciendo la mayoría de los mestizos en Doranelle?

Él no tenía respuesta, ninguna palabra en lo absoluto, tan pronto como ella dijo eso.

Ella se encogió de hombros.

—Benson será gentil con…

—Benson la mira dos veces, y muere. Mira dos veces a cualquiera de las hembras de esta fortaleza
y muere.

Las palabras estaban entrelazadas con un gruñido tan feroz que eran apenas entendibles. Pero
Remelle entendió.

¿Lorcan lo sabía? Él mismo era un mestizo, y se había probado a sí mismo casi medio milenio
atrás. ¿Estaba enterado de lo que pasaba en su ciudad? Era desagradable, peor que desagradable.
Los Fae eran mejor que eso. Pero Maeve… —Me encargaré que la advertencia sea entregada —ron-
roneó Remelle.

Celaena efectivamente fue a la cocina, donde ayudó a Emrys a preparar la comida. Luca estaba ahí,
hablando, pero la plática se detuvo a la mitad de una oración.

Essar estaba de parada al pie de las escaleras, sonriendo ligeramente.

—La cena no estará lista por otros veinte minutos —dijo Celaena, limpiando sus manos en un trapo
antes de acercarse a la dama. Luca estaba prácticamente boquiabierto con la pequeña belleza, pero
Essar le dirigió una educada sonrisa y él inmediatamente se encontró interesado en lo que estaba
haciendo—. Puedo enseñarte el comedor, si quieres esperar ahí.

Dioses, ser cortés era... extraño.

—Oh, no. Benson está ya ahí, y él... Creo que tendría más diversión aquí.

Ella también había puesto incomodos a Emrys y a Luca, si su silencio indicaba algo, pero Celaena
se encontró diciendo:
—Puede ser caótico y ruidoso y desordenado aquí.

—Sé cómo funciona una cocina —dijo Essar—. Solo dime que trabajo necesita hacerse, y lo haré.

Celaena miró a Emrys, quién se inclinó y se presentó a sí mismo y a Luca, quién se puso rojo como
betabel, y después se encontró picando vegetales junto a la dama.

Celaena le dijo a Essar después de un minuto:

—Así que, solo están... ¿viajando por ahí?

—Maeve nos dio una tarea, de la que no se supone que hable, pero sí, eso implicaba que viajemos
por un tiempo. Estamos en nuestro camino de regreso a Doranelle, gracias a la Dama Brillante.

Celaena alzó una ceja.

—¿Mala?

Essar alzó una mano, y llamas bailaron en sus dedos.

—No es gran cosa de don, pero nos mantiene calientes en el camino por lo menos.

Celaena tragó. Nunca había conocido a otro controlador de fuego. ¿Rowan lo sabía?

—¿Es difícil dominar el fuego?

Essar se encogió de hombros.

—Era demasiado joven cuando empezó mi entrenamiento, y he tenido casi dos siglos para dominar
el poco poder que tengo. A pesar de algunas quemaduras y ampollas, nunca he sido capaz de hacer
mucho daño o impresionar a alguien, en verdad. Remelle tiene el don más interesante, su magia
le permite dominar cualquier lenguaje que escuche, no importa que tan brevemente. Es por eso
que a Maeve le gusta enviarla a lugares. Y Benson tiene la habilidad de hacerse invisible cuando él
quiera, así que... —Essar hizo una mueca.

—Eso lo hace un buen escucha —terminó Celaena. Essar debía ser una espía muy mala, si estaba
dispuesta a hablar.

Essar apartó un mechón de su sedoso, cabello oscuro.

—Tú debes tener dones impresionantes, si el príncipe Rowan te está entrenando. —Yo…

— ¿Esos vegetales están listos? —preguntó Emrys, y una mirada al macho hizo a Celaena man-
darle sus gracias silenciosas. Ella le pasó un tazón de papas, y se puso a trabajar en el siguiente
ingrediente. Essar estaba haciendo cortes pulcros, perfectos, demasiado lento para ser útil, pero al
menos estaba tratando.

Essar dijo casualmente:

—No puedo imaginar que Rowan sea un maestro fácil.


—Puedes decir eso.

—Pero todos son así, Rowan y sus compañeros que sirven a la reina.

—¿Los conoces?

Essar se sonrojo bellamente.

—Estuve envuelta con Lorcan, su líder, por un tiempo. Pero su estilo de vida y el mío son muy di-
ferentes.

—¿Y cómo es Lorcan?

—Un mestizo, como tú.

¿Lo era? Rowan había fallado en mencionarle ESE pequeño detalle. Essar continuó:

—Él ha tenido que probarse a sí mismo cada día, cada hora, desde que nació. Incluso aunque su
poder no tiene rival por ningún otro más que Rowan, él... Lorcan no es macho fácil de andar alre-
dedor. Algunos días me sorprende que tenga amigos.

—¿Y Rowan es su amigo?

Essar le dio una mirada divertida.

—En un sentido. Nos asustan hasta a nosotros, ¿sabes? Especialmente cuando están juntos. Cuan-
do Rowan y Lorcan están juntos en una habitación... Solo digamos que algunas veces ellos no dejan
la habitación intacta cuando se van. O la ciudad, ya que estamos.

—¿Y aun así Maeve los deja trabajar juntos?

—Sería una tonta si deja irse a cualquiera de los dos, y es por eso que los unió a ella con el juramen-
to de sangre. Han conseguido ciudades para ella antes.

Un escalofrío recorrió la espalda de Celaena.

—¿Ciudades?

Essar asintió gravemente.

—Y aun así Remelle cree que puede controlar a Rowan, quiere poseerlo.

Rowan podría terminar con Remelle con la mitad de un pensamiento, si era lo suficientemente
provocado.

—Es una idiota.

—Efectivamente. Pero poder es poder, y como Remelle no puede mirar sobre la línea de sangre
mixta de Lorcan, Rowan es su única otra opción.
—¿Podrían, podrían los niños pertenecerle también a Maeve, de la forma en que Rowan lo es?

Essar ladeó la cabeza.

—No lo sé. Ninguno de sus compañeros ha tenido hijos, así que no hay forma de saber lo que Maeve
haría.

Celaena tembló.

—No pareces hablar de ella tan reverentemente como los demás lo hacen.

—No todos los Fae son sus esclavos voluntariamente, sabes. Y una parte, parte de por qué mi rela-
ción con Lorcan se destruyó fue por eso. Él está vinculado por sangre a ella, y no importa cuanto lo
quiera, yo no lo estoy. Y nunca haré un juramento como ese.

—¿Por qué me dices esto?

—Porque te estas entrenando con el macho Fae pura sangre más peligroso del mundo, y aun así
él te trata como su igual. Te presentó como su igual —había una pregunta implicada ahí, ¿así que
quién eres en realidad?, pero Celaena no podía responder.

—Creo que Rowan solo no quería lidiar con Remelle solo.

—Probablemente. Pero él también ha lidiado con ella bastante. Y como Rowan no es alguien que
ande mostrando a su nueva acompañante solo para molestar a una antigua amante...

—No estoy segura que sigo lo que dices.

—Lo encuentro todo muy interesante.

—Creo que estás leyendo un poco entre líneas.

Pero Essar le dio una suave sonrisa.

—Estoy segura que lo hago.

La cena fue bien por los seis segundos que tomo caminar de la entrada a la gran mesa en el vacío
comedor.

Como la mesa era demasiado grande, habían puesto los cinco lugares en un extremo, con Rowan a
la cabeza, como su posición lo demandaba. El plan había sido que Celaena se sentara a su izquier-
da, con Essar junto a ella, Remelle tomaría el asiento opuesto a Celaena, y Benson el que estaba
frente a Essar. Pero Remelle, moviéndose más rápido de lo que Celaena había esperado, había
guiado a Benson al asiento destinado a Celaena, se dejó caer junto a Rowan, y dejo a Celaena con
la decisión de sentarse junto a la dama de rubio-pálido o el burlón macho.

Escogió a Benson.
Rowan siguió el intercambio sin comentarios, su atención puesta en Benson mientras Celaena to-
maba asiento junto al lord. Pero si Benson notaba o no la mirada letal en los ojos de Rowan, dioses,
¿de qué iba eso?, el lord no reveló nada. Así Celaena no tenía nada mejor que hacer en el silencio
excepto tomar un trago de su vino, y rezar porque la comida terminara pronto.

El primer tiempo, una sopa de pollo rostizado a la que le fruncieron el ceño Remelle y Benson, salió
lo suficientemente rápido. Sabía divino, y Celaena logró una completa deleitable cucharada antes
que Remelle le dijera:

—Así que eres del reino de Adarlan.

Celaena se tomó un segundo, lenta cucharada de sopa.

—Lo soy.

—Pensé que detecté el acento. Adarlan y... Terrasen, ¿estoy bien? Ellos manejan sus palabras por
ahí demasiado brutalmente. Dudo que incluso años aquí te curen del aburrido acento.

Celaena tomo otra muy lenta cucharada de sopa.

Pero Essar mencionó:

—Encuentro el acento algo encantador, en realidad —Benson gruñó su asentimiento, dándole un


vistazo demasiado largo, y Celaena combatió la urgencia de recorrer su silla uno o dos lugares. O
tomar su cuchara y usarla para tallar sus ojos.

—Bueno, tú tuviste una crianza rural, Essar —dijo Remelle alegremente—. No me sorprende que
te agrade.

La cara redonda de Essar se tensó, pero no dijo nada. Sin embargo, cuando

Remelle se dirigió a tomar un delicado sorbo de su sopa, soltó un siseo y casi tira su cuchara. El
líquido estaba humeando más caliente que cualquiera de los demás. Essar le dio a la hembra una
inocente, mirada interrogatorio, pero Remelle dijo:

—El bestial cocinero hirvió esta sopa.

Celaena guardó una respuesta. Especialmente mientras la cara de Rowan se convertía en una más-
cara de calma. Una que usualmente significaba que la violencia venía en camino.

¿Esa había sido su petición, no es cierto? ¿Refrenarlo de causar una pelea que pudiera reportársele
a Maeve?

Así que Celaena tragó su propia rabia y dijo a Essar:

—¿Creciste en el campo?

Remelle rodó los ojos, pero Essar sonrió.

—Mi padre es dueño de un viñedo en el sureste de nuestro territorio. Pasé mi juventud caminando
por los huertos de olivos y las grutas de cipreses. Pero me mudé a Doranelle cuando fue tiempo de
integrarme a la sociedad.

—Alas, Essar ha sido un poco desafortunada en lo que concierne cumplir los deseos de sus padres
de que encuentre un esposo apropiado —dijo Remelle.

—Esposo —se encontró diciendo Celaena—. No, ¿compañero?

Remelle chasqueó la lengua.

—Por supuesto que no. Tener un compañero es raro. La mayoría de los Fae no los encuentran —
Celaena no podía obligarse a mirar a Rowan, aunque su corazón se estiraba. Remelle sacudió una
floja mano—. Así que, nos casamos.

—¿Y si te casas y encuentras a tu pareja?

—Guerras se han iniciado por eso —dijo Benson finalmente, sus ojos oscuros parecían tragársela
entera—. Pero si ese es el caso, el asunto es tratado muy delicadamente.

—Es un desastre, es lo que quiere decir —Essar aclaró—. Un macho sentirá la necesidad de matar
a cualquier retador a su pareja, incluso si ese retador está ya casado con ella. Incluso si están ena-
morados. Para toda nuestra finura, aún hay instintos que no pueden ser controlados.

Celaena asintió, terminando su sopa.

Remelle, sin embargo, le sonrió.

—Pero como una mestiza, tú no tendrás que preocuparte por estas cosas. Encontrar una pareja es
incluso más raro para aquellos con sangre diluida, y ninguno de nosotros se casaría contigo, de
cualquier manera.

Celaena miró fijamente a la hembra por un largo momento, incluso mientras ella juraba que sentía
la reverberación en la mesa mientras Rowan rugía quedo.

Remelle se rehusó a apartar la mirada, y Celaena se asentó, pidiendo calma a sus venas. Ella podía
sentir la atención de Essar, y casi podía oír las piezas encajar juntas en la mente de Essar mientras
reconocía el color de los ojos de Celaena y murmuraba.

—Remelle.

Pero Remelle miró a Rowan y empezó a decir algo en el Lenguaje Antiguo, sonriendo dulcemente.

Cuando Rowan no respondió, Remelle se dirigió a Benson, diciendo algo más, a lo que el Lord res-
pondió en el mismo elegante, y encantador lenguaje.

Remelle de nuevo abrió su boca, pero Rowan dijo con silencio letal:

—Habla la lengua común, Remelle.

Remelle puso una mano en su pecho en una burla de disculpa.


—Algunas veces me olvido, no es todos los días que estoy en la compañía de mestizos.

Essar tragó duro, su piel morena poniéndose algo tensa mientras observaba a Celaena y a Remelle.
Oh, sí. La dama había descubierto que no era una simple plebeya sentada frente a ellos.

Emrys y Luca entraron, recogiendo los platos de la sopa y sacando los del siguiente tiempo, platos
de carnes asadas y vegetales. Emrys se quedó por la puerta, y Celaena tomó un bocado del conejo,
gimió, y giró en su asiento para asentir su entusiasmo al anciano cocinero. Él sonrió, su cara son-
rojándose.

Entonces Remelle dijo:

—Rowan, debe ser toda una prueba para ti tener que comer esto día sí y día no — ella empujó la
comida alrededor en su plato, después dejó abajo su tenedor.

Celaena no podía mirar atrás a Emrys, no se permitió darle un vistazo a su rostro.

Rowan dijo:

—Como mejor aquí de lo que lo hago en Doranelle.

—No hay necesidad de ser amable en consideración con la ayuda —dijo Remelle— . Si ellos no
aprenden que es lo que nos gusta, ¿qué harán en la capital?

Pisadas se arrastraron tras ellos, y Celaena supo que Emrys había vuelto abajo.

Celaena dijo suavemente:

La próxima vez que insultes a mi amigo, voy a empujar tu rostro a cualquier plato que este frente
a ti.

Remelle parpadeó.

—Bueno, yo nunca…

—Remelle —suspiró Essar.

Pero Remelle puso una mano en el antebrazo de Rowan, aferrando con tanta posesividad que Ce-
laena vio rojo mientras la dama le siseaba.

—¿Vas a dejar que ella me insulte así? ¿Qué haga amenazas a alguien de la casa real?

—Quita tu mano de mí —dijo Rowan muy rápidamente.

Pero Remelle no soltó a Rowan mientras le soltaba a Celaena.

—Eres despedida de esta mesa. Fuera de aquí.

Celaena miró a la blanca mano agarrando la de Rowan.


—Quita tu mano de él.

—Puedo hacer lo que me plazca, y si tienes sentido común, dejarás este salón antes de que te man-
de dar latigazos por tu…

Fuego erupción, y los gritos de Remelle hicieron eco en las piedras.

Llamas vivas se envolvieron alrededor de la dama, sin quemar, sin arder, solo encarcelar. Incluso
la mano sobre Rowan estaba en llamas, y a través de la columna de fuego oro-y-rojo, los ojos de
Remelle estaban abiertos al girarse a Essar y decir.

—Libérame.

Pero Essar solo miró a Celaena.

—No es mi magia.

Rowan se quedó perfectamente quieto mientras Celaena hacía que su fuego permitiera un resqui-
cio de calor. No lo suficiente para quemar, pero sí para hacer que Remelle comenzara a sudar. Y
entonces, Celaena dijo:

—Si alguna vez alzas un látigo hacia alguien, te encontraré, y me aseguraré que estas llamas ardan.

Ella tenía que admitirlo: Remelle no tenía una pequeña cantidad de valor, especialmente mientras
la mujer resoplaba.

—¿Cómo te atreves a amenazar a una dama de Doranelle?

Celaena se rio bajo su aliento.

La próxima vez que toques a Rowan sin su permiso, te quemaré hasta que te vuelvas cenizas —ella
volteó su cabeza a Benson—. Y si tú me miras o a cualquier mujer así de nuevo, derretiré tus huesos
antes de que tengas oportunidad de gritar.

Benson, sabiamente, asintió y desvió su vista.

Essar estaba pálida cuando Celaena mostró sus dientes en un rugido y le dijo:

—Tú guardarte todo lo que aprendiste aquí para ti misma.

Essar asintió.

Celaena al final miró a Rowan, que parecía como si estuviera tratando lo mejor para no burlarse,
aunque diversión aún danzaba en sus ojos mientras ella decía, —Le dejó el juicio a usted, príncipe.

Él estudió a Remelle, que apenas y se movía, respiraba apenas, y movió su barbilla.

—Suéltala y comamos.

Las llamas se apagaron tan rápido como si no hubieran existido.


En el silencio que cayó, Remelle se inclinó sobre el brazo de su silla y vomitó en el piso.

Celaena alzó su tenedor, tomó un pedazo de conejo, y sonrió.

—Si no los vuelvo a ver jamás, será muy pronto —dijo Celaena en la oscuridad de su habitación.

Rowan dejó salir una queda risa.

—Pensé que te gustó Essar.

—Me gusta, pero... hubieras oído como intentaba hacerme hablar en la cocina.

—¿Acerca de qué?

—Acerca de ti. Acerca de nuestra relación. Creo que regresarás a casa a un ejército de rumores
desagradables.

—Creo que el estado de nuestra relación será lo menos de los rumores después de hoy.

—Essar dijo que tú y Lorcan una vez diezmaron una ciudad juntos.

Él siseó.

—Ah. Sollemere.

—Nunca había oído de ella.

Eso es porque ya no existe.

Ella se giró, fijando su vista en él a la luz de la luna que se colaba entre las cortinas.

—¿La borraste del mapa, literalmente?

Él le lanzó una mirada larga.

—Sollemere era un lugar tan malvado, lleno de gente monstruosaque hacía cosas innombrables,
que... incluso Maeve estaba disgustada de ellos. Ella les dio una advertencia para detener sus ma-
neras, y dijo que si ellos... —Apretó su mandíbula— . Hay algunos actos que son imperdonables y
no mancillaré esta habitación mencionándolos. Pero les juró que si continuaban haciéndolo, ella
los exterminaría. —Déjame adivinar: no obedecieron.

—No. Sacamos tantos niños como pudimos con nuestra legión. Y cuando estuvieron apartados y a
salvo, Lorcan y yo la desintegramos a polvo.
—Eres así de poderoso.

—No pareces sorprendida por eso.

—Me has contado muchas historias enervantes. Si lo que estas personas hacían era tan terrible que
incluso tú no lo repites, entonces digo que se lo tenían merecido.

—Tan sedienta de sangre.

—¿Tienes algún problema con eso?

—Lo encuentro encantador —ella le dio un empujón juguetón, pero él atrapó su mano y la sostuvo,
sus callos rozando los de ella—. Podrías hacer eso, sabes. Hacer que arda una ciudad entera.

—Espero no tener que hacerlo nunca.

—Igual yo —entrelazó sus dedos en los de ella y los sostuvo arriba para examinar las cicatrices a lo
largo del dorso de su mano, en sus dedos—. Pero nunca olvidaré el aspecto de la cara de Remelle
cuando lanzaste fuego de tu boca y tus ojos.

—No lo hice.

Él se rio, un bajo, retumbante sonido que hacía eco en su pecho.

—Parte mujer, parte dragón.

—No escupí llamas.

—Tus ojos eran oro vivo.

Celaena entrecerró esos mismos ojos hacia él.

—¿Vas a regañarme?

Él bajo sus manos unidas a la cama, pero no la soltó.

—¿Por qué debería? A ella le fue dada una justa advertencia, la ignoró, y tú seguiste. Sigue las viejas
costumbres, y tenías todo el derecho de enseñarle que tan seria ibas.

Ella lo consideró, después de un momento dijo:

—Me asustó que tan en control estaba. Qué tan serio lo decía. Me asustó que no estuviera asustada.
Me asustó que... —ella se obligó a mirarlo. Su rostro ilegible en la tenue luz—. Me asustó que...

Me asustó lo mucho que has empezado a importarme que dibujaría esa clase de línea en la arena.
Me asustó que quemaría, lastimaría y mataría por ti y aun así al final del día, tú le pertenecerías a
Maeve, y no hay nada que pueda hacer, ninguna cantidad de quemaduras, heridas o muertes que
te mantengan conmigo.

Él soltó su mano, solo para deslizar la suya contra su mejilla. El gesto tan inesperado que ella cerró
sus ojos y se apoyó en él, oyendo las palabras sin pronunciar en la caricia.

Lo sé.

El grupo partía a la mañana siguiente, y Rowan no se molestó en llevar a la princesa abajo para
verlos partir. Era lo mejor, teniendo en cuenta que Remelle aun parecía nerviosa y furiosa, Benson
se rehusaba a mirar a cualquiera, e incluso Essar tenía los ojos muy abiertos.

Rowan esperó a que estuvieran completamente montados en sus finos caballos en el patio antes de
acercarse. Era a Essar a quién se dirigió, tomando agarre de la brida de su yegua Asteriana.

—Vamos a esperar que anoche fuera la más complicada de su viaje.

Remelle resopló en su silla, pero no dijo nada.

Essar, sin embargo, miró arriba a la fortaleza, como si pudiera ver a través del musgo y piedras a la
princesa durmiendo dentro.

Essar era una bella hembra, suave y tentadora y lista y nunca había entendido porque Lorcan no
había tratado más fuerte de mantenerla. Ella había sido buena para él. Pero la crueldad y la ambi-
ción fría de Lorcan eran sus mejores herramientas y peores enemigos. Él había visto a la hembra
por lo que ofrecía en su habitación.

Essar dijo:

—No creo que ninguno de nosotros vaya a olvidar la noche anterior muy pronto.

Tampoco él lo haría. Cuando Aelin había engullido a Remelle en llamas, él se había aturdido estú-
pidamente. No había demostrado habilidades de ese nivel, no había practicado esa clase de cosas.
Y si Remelle hubiera tratado de contratacar, si Remelle lo hubiera herido físicamente a él o a cual-
quiera en la fortaleza... La dama sería cenizas en el viento justo ahora.

Una amenaza había sido hecha a aquellos que Aelin consideraba como suyos. Cosas como esa iban
a ser resultar eficaz y brutalmente. Interesante, muy interesante que ese lado de la princesa hubie-
ra resurgido a la superficie.

Y ella lo había reclamado.

Essar lo sabía. Había adivinado que clase de magia ardía en las venas de Aelin, y anoche, la reina
de Terrasen lo había reclamado como suyo. Si Essar le decía a Maeve acerca de eso...

Los otros en el grupo salieron, Remelle con la espalda rígida, pero Rowan se quedó con Essar.

—Nombra el precio de tu silencio —dijo Rowan.


Las cejas oscuras de Essar se alzaron.

—¿Piensas que correré con los chismes más cercanos y les diré que Aelin Galathynius está entre-
nando aquí?

—Sabes de que estoy hablando.

Los oscuros ojos de Essar se entrecerraron.

—No correré a Maeve, tampoco. Remelle le dirá que la chica hizo una rabieta y la atacó sin pro-
vocación, ella nunca admitirá la verdad detrás de todo esto, o se dará cuenta de quién es ella. Y
Benson... Déjamelo a mí.

—¿Y tú precio?

—No hay precio, príncipe.

Él apretó la brida más fuerte.

—¿Por qué?

Essar estudió al grupo desapareciendo, después a la fortaleza.

—Nos hemos conocido el uno al otro por largo tiempo. A través de todos los siglos, nunca te he
visto presentar a otra hembra como tu igual, como tu amiga. Y no pienso que eso sea por quién es
ella —Rowan abrió su boca, pero ella dijo:—No alejaría ese regalo de ti, Rowan, porque es un rega-
lo. Ella es un regalo, para el mundo y para ti.

Sus dedos se relajaron en las riendas, y Essar indicó a su montura que caminara. —Ella va a pelear
por ti, Rowan —dijo Essar, mirando sobre un hombro—. Y tú lo mereces, después de todo este
tiempo. Tú mereces tener a alguien que reduciría la tierra a cenizas por ti —su corazón estaba gol-
peando rápido, pero mantuvo su cara inexpresiva, su voluntad hielo y acero—. Si lo ves —añadió
Essar con una triste sonrisa—, dile a Lorcan que le mando mis saludos.

Y entonces ella se había ido.

Las cosas volvieron a su ritmo habitual en los dos días siguientes que le siguieron, aunque Rowan
no podía dejar de pensar acerca de lo que Essar había dicho. Porque él sabía que era cierto, por-
que... Porque quería que fuera cierto.

Aelin no dijo nada al respecto, aunque algunas veces él la atrapaba frunciendo el ceño en su direc-
ción, como si tratara de descifrar un rompecabezas.

Él estaba leyendo un reporte que Vaughan le había enviado cuando ella caminó a su cuarto esa no-
che. El olor de chocolate y nueces lo golpeó, y cuando se giró en su asiento, la descubrió cargando
un pequeño, deforme pastel, con una sonrisa culpable en su rostro.

—Me tomó horas hacer esta maldita cosa, así que más te vale decir que está bueno.

Ella lo colocó frente a él, junto con un plato, un tenedor y un cuchillo. La hoja la usó para cortar una
rebanada en el bulto cubierto de chocolate, cortando un pedazo grande. Estaba intercalado con un
betún más claro, alguna clase de relleno de apariencia cremoso entre el oscuro pastel.

—¿Pastel de chocolate y avellanas?

Ella dejó caer la pieza en el plato para él y tomo su mano para presionar el tenedor en él.

—No tienes idea de lo difícil que fue encontrar los ingredientes. O alguna clase de receta. Ni siquie-
ra lo he probado aún. Emrys parecía como si fuera a desmayarse de horror —cuando Rowan solo
se quedó mirando al pastel, ella chasqueó la lengua—. Este es el favor que me debes. Solo pruébalo.

Le dirigió una mirada larga que usualmente haría correr a los hombres, pero ella mordió su labio
y lanzó una mirada al pastel. Era suficiente para que él ajustara su agarre en el tenedor, tomó un
poco, y lo llevó a su boca.

Mientras él masticaba y tragaba, ella estaba prácticamente saltando de un pie al otro y jugando con
sus manos. Así que dejó escapar un gruñido de placer, y tomó otro pedazo, y luego otro, hasta que
la pieza completa fue limpiada de su plato.

Entonces él tomó otra pieza. Y otra. Hasta que su estómago estuviera protestando y todo menos un
poco había dejado el platón.

—Te dije que era delicioso —presumió ella, dándole una sonrisa triunfante. Ella sacudió su cabello,
pero él atrapó su muñeca apretando gentilmente mientras se alzaba de su asiento y llevaba su ros-
tro peligrosamente cerca del de ella.

Él conocía cada mota de oro en esos remarcables ojos, sabía cómo su misma sangre sabía. Y tan
cerca de ella, su aliento mezclándose...

—Ahora estamos a mano —dijo él, y se deslizó fuera del cuarto.

Estaba aproximadamente tres pasos abajo en el pasillo cuando el tenedor de Aelin raspó contra el
plato, sin duda tomando el pedacito de pastel que él había dejado. Un momento después, su mal-
dición ladró contra las piedras de la fortaleza, seguida de escupidas y toses.

A pesar de sí mismo, Rowan estaba sonriendo cuando abrió con el hombro la puerta del baño y
velozmente vomitó el contenido de su estómago.
Exclusiva #3
(Edición Reino Unido)

Traducido por Sergio Palacios

Corregido por Cotota

Chaol Westfall siempre se ha distinguido por su lealtad inquebrantable, su fuerza, y su posición


como el Capitán de la Guardia. Pero todo eso ha cambiado desde que el castillo de cristal se de-
strozó, desde que sus amigos fueron asesinados, desde que el Rey de Adarlan lo perdonó de un
golpe mortal pero dejó su cuerpo roto.

Su única oportunidad de recuperarse reside con los legendarios sanadores de Torre Cesme, en
Ántica, la fortaleza del poderoso imperio al sur del continente. Y con la guerra cerniéndose sobre
Dorian y Aelin allá en casa, su única oportunidad de sobrevivir podría depender de Chaol y Nesryn
en convencer a los gobernantes de Ántica que se alíen con ellos.

Embárcate en un exclusivo vistazo del viaje de Chaol y Nesryn a través del mar, los ini-
cios de una aventura que pudiera condenar o salvar a aquellos que aman más…
l

Después de dos semanas a bordo de La Cuchilla del Viento, Chaol Westfall aún no estaba com-
pletamente seguro de cómo Dorian y Aelin habían logrado que él se quedara dentro de la lujosa
suite del capitán. Él no hubiera puesto sobre ellos la idea de que hubieran sobornado o acosado al
capitán para que cediera la habitación, pero por la educada, suave distancia con la que el capitán
los trataba a él y Nesryn, Chaol sospechaba que la Reina de Terrasen había hecho un tanto al
visitar el barco antes de partir a su nuevo reino.

Una sospecha que fue solamente solidificada por la quemadura impresa de una mano en el escri-
torio al otro lado del cuarto.

Honestamente, él hubiera preferido si le hubieran dado un simple camarote. Más que nada por
dos razones: la primera, y quizás la peor, era porque sólo atraía atención hacia él. A su condición.
Aún no sabía cómo llamar, exactamente, a la absoluta torpeza y carencia de movimiento bajo su
cintura.

Pero sólo podía soportarlo gracias a la otra razón por la que quería un cuarto más pequeño: Nes-
ryn.

Con la cabina más grande, no había realmente alguna excusa para ella en quedarse en otra parte.
Y aunque sabía muy bien que ella podía cuidarse a sí misma, el pensamiento de Nesryn quedán-
dose bajo cubierta en un barco con hombres crecidos en el mar le hacía rechinar los dientes.

Así, que ella se quedó con él. Aquí. En este cuarto. En esa misma cama en la que él ahora yacía,
mirando el reflejo de la luz del sol en la ondulación del agua sobre el techo pintado de blanco.

No había tenido tacto con ella, no durante las noches que compartieron esta cama. No durante
las horas del día, tampoco. Aunque ciertamente se despertó la mayoría de las mañanas con la
piadosa prueba de que algo aún funcionaba debajo de su cintura.

Tampoco era como que Nesryn mostrara inclinación a tocarlo también.

No estaba completamente seguro de que eso fuera una bendición. De si podía soportar la segura
humillación de intentarlo sin usar sus piernas. De si podía soportar el acercarse a ella, sólo para
hacerla disgustar.

Él sabía que Nesryn no pensaba menos de él. Ella creía que la herida era solamente temporal, y él
sabía que incluso si ella tenía que aporrear las puertas principales de Torre Cesme, ella obtendría
ayuda para él de los famosos sanadores.

Pero él notaba aún a veces la forma en la que ella le miraba, con ese dolor y lástima.

Quería gritar cada vez que lo hacía. Cada vez que cualquiera de los marineros en el barco tenía
la misma mirada mientras le guiaban con la silla de ruedas a tomar aire fresco. Otra razón por la
que se le había permitido quedarse en la suite del capitán: no requería usar escaleras para llegar
a cubierta.

Él lo intentó. Cada día intentaba el hacer que aunque fuera uno de sus dedos se moviera. El vacío
silencio que le daba la bienvenida era más aterrador que esos momentos enfrentando al rey. Inc-
luso la muerte que había creído venía había sido menos horrorosa e insoportable que el silencio
absoluto de su cuerpo.

Chaol dejó salir un largo respiro, y desvió su mirada a la mujer durmiendo a su lado.

La cabellera oscura de Nesryn caía por la almohada, si bronceado rostro suavizado con el sueño.

Habían sido amantes desde hace un año, pero nunca habían realmente compartido una cama
hasta ahora. Juntos no habían pasado mucho tiempo más que el que les tomó el disfrutarse a sí
mismos.

Todo con ella había estado fuera de lugar desde el mero principio. No se habían vuelto propia-
mente amigos hasta era primavera. Y ciertamente no eran amantes ahora.

Ella nunca habló de ello.

Su frente se surcó un poco en su sueño, y se acurrucó más en la almohada. El amanecer había


entrado hace sólo minutos. Usualmente se despertaban con el amanecer para entrenar en cual-
quier forma que podían en la cubierta, pero… ella debió haber estado exhausta si había dormido
pasado el cambio de luz. Él podía dejarla dormir. Ya que ciertamente él no podía llegar a la silla
de ruedas sin ella.

Chaol se frotó los ojos con su pulgar y dedo índice. Deseaba poder volver a dormir. Si Nesryn no
se le hubiera unido en el viaje, él pudo bien no haberse parado de la cama nunca. Sólo para evitar
las miradas. Y evitar el constante recordatorio sin fin de todo lo que había dado por sentado. El
cuerpo que había asumido estaría siempre a su servicio.

Pero las cosas de las que había llegado a depender, las cosas que había asumido serían siempre
las mismas, siempre correctas… se habían desvanecido también. Se habían desvanecido en el
momento en que Nehemia Ytger había muerto, el momento en que ese collar había sido colocado
alrededor del cuello de Dorian. El momento en que había visto a sus propios hombres, visto a
Ress, colgar de la barda del castillo.

Chaol dejó salir un respiro desde lo profundo de su pecho.

No le había dicho a Nesryn o a Dorian que él deseaba estar entre ellos, sus hombres.

Que deseaba que Aelin no hubiera deslizado el Ojo de Elena en su bolsillo; que Rowan Whitethorn
no lo hubiera salvado del castillo colapsando.

Que incluso aunque Dorian lo nombró la Mano del Rey, él seguía siendo nada más que un rompe-
dor de promesas, un mentiroso, un traidor.
l

El sol se había vuelto despiadado entre más cerca navegaban a las costas del sur del continente.

—Sólo se pondrá peor —había admitido Nesryn mientras jadeaba detrás de él en la cubierta
principal, después de que Chaol lo había mencionado por segunda vez esa mañana. Ambos es-
taban ya muy bronceados por las horas invertidas ahí, aunque ella aguantaba el sol mejor que
él. Su rostro y pecho descubierto y espalda estaban manchadas con motas de piel despellejada
por varias quemaduras del sol—. Y será incluso más caluroso en Ántica, con el verano ya sobre
ellos —agregó, terminando sus ejercicios abdominales. Bebió de un trago un vaso de agua detrás
de ellos antes de separar sus pies en la cubierta y fijarlos abajo. La única forma en la que podía
ejercitar los músculos de su estómago.

Chaol apretó sus dientes y comenzó su set, su cuerpo ya doliendo por los agotadores ejercicios
en los que había estado trabajando. En paz, tranquilamente. Para nada como las peleas verbales
que siempre habían acompañado las sesiones con Aelin.

Se preguntaba si lo hacía un bastardo por no saber que prefería.

Estaba en su séptimo rizo cuando Nesryn dijo:

—Estás muy callado hoy.

Se pausó en el extremo del rizo en sus rodillas, encontrando su oscura mirada. Cautela se vis-
lumbraba en esos ojos oscuros como la noche, en ese adorable y solemne rostro. Se había dado
cuenta de la forma en la que los marineros le miraban. Especialmente ahora que estaba en vesti-
menta de civil. Especialmente cuando su sudor hacía que su camiseta blanca se adhiriera dando
muy poco a imaginar.

Chaol intentó no mirar dicha camiseta blanca mientras regresaba a sus repeticiones.

—Es el calor.

—Si tú lo dices.

Un reto, elegante y frío, se escondía debajo de esas palabras. Él lo ignoró.

¿Qué podría decir que no fuera ya obvio? Ella estaba ayudando a sus malditas piernas. Y tenía
que ayudarlo a usar el retrete.

Chaol se enderezó de nuevo, con una línea de sudor corriendo por su espalda, bajando, bajan-
do… luego nada. Pasó cualquier línea límite y se desvaneció.

Hizo otra flexión, y luego otra.

Sus amigos estaban seguramente preparándose para un enfrentamiento con Morath, y él muy
apenas podía ejercitarse sin ayuda. Y si esos sanadores fallaban, si él no podía caminar de nue-
vo…

—Ya es suficiente —le dijo Nesryn tranquilamente—. Has hecho el doble.

Chaol obedeció, recostándose sobre su espalda, con un calor hirviente en su cara, en su pecho
descubierto.

Un pez saltando frente al sol…

Él vencería esto; pelearía contra esto.

Incluso si la idea de Nesryn y cualquier marinero ayudándolo a subirse a la silla lo hacía querer
rodar por la cubierta y aventarse al mar.

Su estómago quemaba, sus brazos dolían, pero dirigió su barbilla hacia ella.

—Siguiente ronda.

—Hace mucho calor. Te enfermarás por la temperatura.

—No soy un inválido.

—No, pero tampoco eres inmune a los peligros del sol, así que hemos terminado.

Se levantó, manteniendo su mirada y gruñendo:

—Siguiente. Ronda.

Estaban lo suficientemente cerca para compartir respiración, y la de ella se sintió en sus labios
cuando le dijo quedamente:

—No.

Y se paró desde donde había estado sosteniendo sus pies.

Sin su peso, sus piernas se resbalaron, y sólo el apretamiento de los músculos de su estómago
y sus manos extendidas en la cubierta lo salvaron de caer hacia atrás. Su rostro se calentó, más
que el sol de media mañana, y se negó a ver lo que marineros habían observado.

Ella se dirigió hacia la silla de ruedas, y cada ruido y traqueteo que sonaba mientras ella la traía
hacia él eran como garras raspando en su temperamento. Pero dejó que ella y el marinero quien
la esperaba lo levantaran hacia la silla. Y él no habló, o miró a nada más que a la puerta frente a
él, mientras Nesryn lo empujaba de vuelta a su cuarto.

Y no habló por un tiempo después de eso, tampoco.

l
Como un pasajero, y como un incapacitado en ello, había muy poco por hacer durante el día.
Además de planear sus inevitables juntas en Ántica, y cuando eso lo cansaba, leer el bonche de
libros que Dorian había enviado junto con ellos.

Sentado en el largo escritorio en la suite, Chaol repitió de nuevo la lista de los nombres que tanto
Dorian como Nesryn habían proporcionado.

—El emperador —le dijo a Nesryn mientras el sol del atardecer se escondía sobre el horizonte—,
tiene suficientes asesores y consejeros para hacer un ejército entero.

—El gobierna un continente —contestó Nesryn levemente desde el sillón bajo las ventanas baña-
das de sal marina, desde donde leía uno de los libros de Dorian—. Él necesita un ejército de gente
para controlarlo. Y se le conoce como Gran Kan1, no emperador.

Chaol frunció el ceño a las hojas de información. La sagrada ciudad era el corazón de ese impe-
rio, la poderosa fortaleza del Kan por trescientos años. El continente mismo se extendía desde la
árida costa del norte, la cual Ántica ocupaba, hasta las vastas estepas de pasto y desiertos en el
este, donde el linaje del Kan había una vez reinado como jefes militares nómadas antes de volv-
erse conquistadores, a los exuberantes arrozales y selvas en el oeste, o las montañas enormes
extendiéndose hacia un océano congelado en el sur. El kanato2 lo había tomado todo, y construido
varias ciudades a través de, centros clave para comercio y aprendizaje e invención. La magia no
era tan abundante como lo era en sus propias tierras, aunque los sanadores habían sido extrema-
damente bendecidos.

Chaol supuso que para tratarse de un pueblo conquistado, tener una abundancia de sanadores
había seguramente ayudado en su levantamiento. Y puedan con suerte ayudarlo en su propia
sanación.

Pero la otra cosa, la más importante, él necesitaba…

—Él tiene seis hijos —le dijo Chaol a Nesryn—. ¿Quién comanda los ejércitos del norte? —aquel
que estaba lo más cerca al Mar Estrecho para asistir a la ayuda de Adarlan.

—El segundo hijo. Sartaq. El más seguro a tomar la corona.

La sucesión en un kanato no era determinada por género o nacimiento. No, era determinada por
quien el emperador determinara fuera el más fuerte. Tal vez otra razón por la que la dinastía había
durado. Herederos débiles fueron descartados, y aquellos más fuertes surgieron. La última Kan
había sido mujer, una poderosa emperadora quien había vuelto la esclavitud ilegal, pagó buen
dinero para traer artistas de todos tipos para enriquecer las ciudades, y abrió rutas de comercio
con antiguos enemigos, llenando las arcas de su imperio al punto del desborde. Había escogido
a su quinto hijo, el actual Kan, para tomar su trono, sólo días antes de que muriera a la madura
edad de noventa y seis. Ya casado y con hijos propios, el kan había asegurado su reino al matar
a los parientes quienes habían codiciado el trono. Inmediatamente. Junto con sus descendencias.
1 Kan o Gran Kan. Nombre que se le da a los líderes o máximos gobernantes en los imperios turcos o mongoles.
2 Kanato. Nombre con el que se le conoce al pueblo gobernado por un Kan.
Sólo tres de ellos sobrevivieron el ataque de sus asesinos, uno de ellos huyendo hacia el exilio,
y los otros dos jurando lealtad. Comenzaron con ello teniendo a los sanadores de Torre Cesme
haciéndolos infértiles.

Sin amenazas hacia el linaje.

Los Kanes sabían que la mayoría de los imperios no eran destruidos por las fuerzas externas sol-
amente, sino también por las debilidades dentro. Un linaje vasto de la realeza ofrecía muchos con-
tendientes para el trono, muchas oportunidades para facciones divididas. Chaol se preguntaba lo
que habría sido crecer en esa casa, el ser un potencial heredero Kan y saber que tus parientes
podrían algún día asesinarte.

Aunque Chaol supuso que no sería muy diferente de su propia crianza.

Su atención se cambió hacia el largo mapa apuntando en la pared. A Anielle.

¿Había su padre escuchado de sus heridas? ¿Había su madre?

Anielle estaba tan cerca de Morath. Demasiado cerca. Rezaba porque su padre sacara a su
madre, a su hermano, Terrin, también, antes de que fuera demasiado tarde. El pensamiento de
cualquier de ellos en las garras de Morath–

—No tenemos nada que ofrecerle al Kan —dijo quedamente Chaol.

Nesryn puso el libro en su regazo.

Chaol continuó cuando ella permaneció callada:

—Ya hemos comercializado con ellos, ya llegamos a un acuerdo de no molestarlos si ellos no


nos molestan… no hay un incentivo para unirse a esta guerra, para enviar a un ejército capaz de
arrasar Morath.

—Creo que la amenaza de Morath poniéndolos en la mira puede ser suficiente incentivo —le dijo
Nesryn, estudiando igualmente el mapa.

—Su imperio es más grande. Morath podrá verse inconsecuente.

—No con esos anillos y collares, no si tienen una legión aérea de brujas que pueden saquear
ciudades.

El estómago de Chaol es retorció.

—El Kan podría encontrar más convincente aliarse con Morath.

—Él nunca lo haría —dijo firmemente Nesryn—. No hacemos reverencia a gobernantes extranje-
ros, y ciertamente ese será el precio de alianza que Morath pondrá. Pero el Kan necesitará aun
así ser convencido de la amenaza, sus hijos tendrán que ser convencidos de la amenaza.

Chaol dio unos golpes a la mesa con sus dedos.


—Y ¿qué hay de la amenaza que nuestros amigos poseen?

Una oscura ceja se levantó.

—Dorian tiene magia, pero Aelin… ¿Cómo les explico de Aelin Galathynius?

—Ella te pidió el negociar en su nombre. Asumo que eso significa que eres libre de explicarla
como creas nos beneficie.

—¿Una asesina vuelta reina que puede destruir castillos y matar reyes como le plazca?

Nesryn estudió la portada de su libro.

—El Kan tiene bajo su mano a muchos espías. Ellos pueden ya saber la parte asesina, y su invo-
lucramiento contigo.

—¿Crees que eso puede perjudicar nuestra causa?

—Somos libres de amar a quienes queramos en el sur del continente —dijo ella—. Tal vez no te
molestes en votos de matrimonio. Pero Aelin Galathynius compartió cama con Dorian Havilliard, y
contigo, y ahora con el Príncipe Rowan. Ellos podrán tener… preguntas.

—Ella no compartió una cama con Dorian. No… así.

—Fue un enredo amoroso, sin embargo.

Chaol apretó su mandíbula.

Ella abrió de nuevo su libro con una fingida indiferencia.

—¿Tú… tú aún tienes esperanzas hacia ella?

—No —le dijo, su voz vacía y directa—. Ella cambió de parecer; ella cambió como persona. E
incluso si ella quisiera estar conmigo, yo no hubiera dejado a Dorian, y ella hubiera ido a Terrasen,
y nunca hubiera funcionado. Y tal vez hubiéramos estado un poco destrozados por ello, pero aun
en un año, o diez… Rowan hubiera estado ahí. Esperando por ella, todo ese tiempo.

—Esa es una peculiar forma romántica de ello —pero su mirada se fue por su rostro, a la cicatriz
sobre su mejilla, cortesía de Aelin.

—Ella tiene derecho de enamorarse una y otra vez como lo decida correcto.

—¿Y la has dejado de amar ya?

—Esta primavera y verano fue un torbellino —dijo firmemente, dando una mirada a la mano que-
mada que se veía por debajo de los papeles en el escritorio—. Entre Dorian, y todo lo que paso…
todo se cayó en pedazos. Si el precio por obtener de vuelta a Dorian fue perderla… que así sea.

—No has contestado mi pregunta.


—Estoy aquí contigo, ¿no?

—Sí, pero eso no significa que quieras estarlo.

El instinto lo tenía empujando el escritorio, para ponerse de pie. Y la ira hacia su cuerpo negán-
dose a moverse, mientras sus piernas no respondían…

—¿Se supone que debo caer en la cama y llorar por ello? ¿Qué no fui el hombre que ella quería?
¿Se supone que debo llorar el hecho de que los sueños que tuve, los planes que hice, fueron para
una mujer que no existió? Amar a una asesina sin responsabilidades es completamente diferente
a amar a una reina con un reino y un mundo por el cual mirar. ¿La hubiera amado si hubiera sabido
desde el principio qué es ella? —sacudió su cabeza—. Si la hubiera conocido ahora… mi primer
instinto hubiera sido proteger a Dorian de ella. Espero que el Kan se sienta de la misma manera.

Sus palabras se asentaron, una por una. Agregó con más calma, pasando una mano por su rostro.

—Esa es la diferencia. Celaena fue una fracción de Aelin, ambas bien y mal. Pero Aelin… ella es
Celaena, y ella es una reina, y ella es la Portadora de Fuego. Me enamoré de una faceta, y entré
en pánico cuando me di cuenta que era una fracción de un todo, y cuando vi ese poder, esa her-
encia, y… no era parte de mis planes —miró al mar brillando detrás de ella, el viento agitando las
olas—. Rowan Whitethorn vio todo. Desde el momento que la conoció, él vio todo de Aelin. Y él no
tuvo miedo. No culpó a ninguna de ellas por enamorarse. No la culpó a ella —Chaol dejó escapar
un tembloroso suspiro—. Yo era lo que Celaena necesitaba después de Endovier. Pero Rowan es
quien Aelin necesita… para siempre.

—Y ¿qué sobre lo que tú necesitas? —Nesryn inclinó su cabeza, su oscuro cabello deslizándose
sobre su cuello y mandíbula.

—Nunca he estado en una posición para demandar las cosas que necesito. Este viaje… es el
primero.

Ella le miró con quietud felina, tomando una percha en el borde del escritorio ante él. Ella le miró
por un largo momento, el golpe de las olas y el crujir de la madera el único sonido.

Él no se movió mientras Nesryn acercaba su delgada mano y cepillaba su cabello arriba de su


frente.

—Tú das y das y das —murmuró—. ¿Cuándo será suficiente?

—Es mi honor el servir.

—No me refiero a eso. ¿Cuándo has sido alguna vez egoísta?

—Deja de intentar convertirme en algo que no soy.

Ella bajó su mano de su cabello, la esquina de su boca levantándose.

—Y ¿qué es eso? ¿Un buen hombre?

—La gente ha muerto por mi culpa.


—Ellos también han muerto por mis manos, y las de Aelin, y por las de muchos más. Y esto es la
guerra. Una gran cantidad va a morir por tus decisiones, o tu mano, también.

—No si no puedo caminar.

—Vas a caminar de nuevo.

Él se encontró con esos oscuros ojos. Una voluntad inquebrantable brillando en ellos.

—Vas a caminar de nuevo —repitió Nesryn—. Y vas a recordar que a pesar de todo eres un buen
hombre, pero hay un gran poder en la fuerza de la gente ordinaria. Y vas a recordar que… —su
pecho se levantó, y se calmó a sí misma con un largo respirar—. Vas a recordar, Chaol —le dijo—,
que el mundo necesita hombres como tú. En la guerra, y después de ella. Especialmente después
de ella.

—Y ¿qué hay sobre ti?

—¿Qué hay sobre mí?

Su corazón se aceleró mientras pasaba un dedo sobre el dorso de su mano, sus nudillos blancos
mientras agarraba el borde del escritorio.

—¿Cuándo vas a encajar con esto?

—Iré a donde sea más necesitada.

—Y ¿si ese lugar es a mi lado?

—Entonces ahí es donde yo estaré —sus oscuros ojos brillaron—.. Pero no te puedo prometer
nada, Chaol. No espero nada.

—¿Por qué?

—Porque sé quién soy, qué soy. Viniste a mí este verano, después de que Lithaen te dejara por
Lord Roland. Viniste a mí esta primavera, después de Aelin. Yo no soy la primera opción. Pero
por ahora, encaja en mis intereses personales el estar aquí. Disfruto tu compañía… disfruto de ti.

Él no estaba seguro cómo la conversación se había girado hacia esto.

—Tú… tú no eres un tipo de premio de consolación.

Ella dejó salir una leve risa y se inclinó para besar su frente.

—¿Me hubieras escogido si Aelin hubiera vuelto corriendo a ti? ¿Hubieras notado mi existencia?

Ella se retiró cuando él no le respondió, una modesta sonrisa para sí misma en su boca.

Se disponía a retirarse, pero él tomó su brazo.

Tiró de ella, más bien, mientras la traía hacia él y reclamaba sus labios.
Nesryn se quedó quieta, pero no se retiró. Por lo que él suavizó su beso, soltando el agarre de su
brazo, deslizando su otra mano alrededor de su cuello para descansarlo en su nuca. Sosteniéndo-
la en él mientras besaba la orilla de su boca, el arco de sus labios. Besos persuasivos, explorando
su forma, hasta que él llegó a su labio superior.

Nesryn hizo un pequeño sonido y al final se abrió a él. El calor de su boca, el deslizar de su lengua
al encontrar la suya…

Calidez y acero y seda, eso era lo que siempre se sentía al estar con ella. Como abrir una cortina
de seda para encontrar del otro lado una tormenta rugiente. Dándose cuenta que no tenía poder
para resistir el perderse a sí mismo en ella.

Inclinó su cabeza ligeramente para reclamarla completamente, la mano sosteniendo su brazo


deslizándose para descansar en su cintura.

Ella no necesita ánimos. Sus manos pasaron por sus hombros, cavando en sus músculos, mien-
tras se sentaba a horcajadas sobre él. Delgada, su cuerpo era tan delgado cuando él la tocaba
así. Se había olvidado tan fácil cuan pequeña era ella en comparación a él, cuan delicada era.

Sus manos recorrieron sus costillas, su espalda, y gruñó a su boca mientras ella se pegaba contra
él. Sí, esa parte de él definitivamente funcionaba.

Nesryn, cautelosa y fría, ella era como hierro derretido en sus brazos mientras él devoraba su
boca, y luego despegaba sus labios para probar su cuello, probar su piel. Sal y sol y humo–

Él deslizó una mano por su lado, y entonces palmó todo su pecho. Su mano se posó sobre la de
él, guiándolo para apretarla más fuerte, para pasar su pecho en su palma mientras él pasaba su
lengua por su garganta.

El sonido que emergió de ella, profundo y sin aliento, le hizo ver rojo. Si sus malditas piernas fun-
cionaran, se hubiera levantado de la silla y la hubiera extendido sobre el escritorio.

Pero ellas no funcionaron.

E incluso estando aquí en esta silla… incluso si se iban a la cama…

¿Cómo podría probar cualquier parte que deseara de su piel sin necesitar su ayuda?

Ella sintió su pausa. Sintió los insidiosos pensamientos agarrándolo.

Nesryn tomó su rostro, su respiración entrecortada.

—Es temporal, y vamos a enfrentarlo juntos —ella se inclinó, mordiendo su cuello, su oreja—.
Puedo hacerlo todo.

Su espalda se enderezó.

—No quiero que hagas todo.

Pero sus dedos se dirigieron hacia los botones de sus pantalones.


—Yo quiero.

Por un latido, su mente se dirigió de esta silla a un armario de escobas en el castillo de cristal.
Donde había sido tan fácil, tan estúpidamente fácil, el levantar a Aelin contra la pared y tomarla.
Donde se rió mientras lo hacía. Su estómago se retorció, náusea subiendo a través de él mientras
miraba a esa mano tatuada en el escritorio.

Nesryn deslizó su mano bajo la cintura de sus pantalones. Él tomó su muñeca y la apretó suave-
mente.

—Detente.

Ella obedeció. Para cuando su mano estaba libre, su rostro se había vuelto tranquilo y solemne.
Ella seguía a horcajadas sobre él, pero…

—No de esta forma —le dijo él le—. No quiero que sea de esta forma.

Él no pudo leer su rostro cuando ella le preguntó suavemente.

—Tú puedes… sentirlo, ¿verdad?

—Dioses, sí —le dolía con tanta fuerza que pensaba que iba a incendiarse—. Esa parte aún fun-
ciona.

—Podemos movernos a la cama.

—No.

De nuevo, sin emoción alguna en ese hermoso rostro. Como si ella hubiera soplado la vela que
las contenía todas.

Lentamente, ella se levantó, acomodándose su camiseta.

—Ya casi es hora de cenar. Iré por la comida.

—Nesryn.

Pero ella ya estaba caminando hacia la puerta, su espalda un poco más rígida que lo usual.

Abrió su boca para decir algo, pero las palabras le fallaron. ¿Cómo iba a explicarlo siquiera? ¿Que
era humillante? ¿Que no quería tenderse ahí como un inválido mientras ella lo montaba? Que el
ser pasivo, requerir pedir cosas…

Él odiaba las palabras, siempre había preferido la acción. Y esto…

Aun no tenía nada que decir mientras cerraba la puerta detrás de ella.

l
Muy apenas hablaron durante la cena, y después de ello.

Y cuando ella lo ayudó a entrar en la cama, y arrastrarse en ella… se mantuvo lo más lejos que
pudo. Sus brazos estaban envueltos alrededor de ella. Él sabía que ella no estaba dormida, sabía
que su respiración era vacía y quieta.

—No tiene nada que ver contigo —le dijo con voz ronca—. Si yo pudiera, hubiera… te hubiera
tomado de todas formas para ahora. Pero no puedo, y no quiero asentarme con una versión re-
ducida…

—Tú no sabes que yo seré así.

Sus primeras palabras hacia él en horas.

—Ni siquiera intentaste averiguarlo —continuó ella, dándole aún la espalda.

Él suspiró bruscamente por su nariz.

Y el sonido debió haber suavizado su temperamento, porque finalmente se giró a él.

—No puedes dejar de pelear. No puedes dejar de vivir. O nunca sobrevivirás a lo que está ad-
elante.

—Lo dice la mujer que muy apenas sonríe y se ríe.

—No confundas mi conservación como una carencia de sentimientos. No pienses que porque no
expreso mis emociones por todos lados significa que no las tengo. Que no tengo esperanzas o
miedos o deseos. He tenido que aprender a estar calmada, a ser silenciosa y mantener mi distan-
cia, porque crecer en la ciudad donde la mayoría de la gente estaba predispuesta a despreciarme
por mi herencia, yo tenía que ser esas cosas. Y ahora que nos dirigimos a la guerra, me doy cuen-
ta que esas cosas son obsequios. Pero no me cierro al mundo. No me cierro a la vida. Y creo que
tú has estado haciendo eso por un largo, largo tiempo antes de que tu espina se quebrara. Antes
de que Aelin llegara.

Él abrió su boca. Pero Nesryn ya se había girado.

Reflexionó sobre sus palabras, su rostro incómodamente caliente. Ella tenía razón. Por supuesto,
ella tenía razón.

Él intentó mover sus pies. Intentó hacer cualquier cosa bajo su cadera.

Sólo silencio.

Tres días. Tres días hasta que alcanzaran el muelle de Ántica.

No la despertó para decirle sus conclusiones una hora después. En su lugar, de nuevo la miró
dormir, ese dulce rostro durmiente.

Era estúpido decirlo, como quería. No hubiera sido lo que ella quisiera escuchar.

Que, aunque ella tuviera un punto sobre vivir… esta guerra podría muy bien terminar con todos
ellos muertos, de cualquier forma. Y que él pelearía como el infierno para alejar a Dorian de ese
destino, para salvar a Adarlan, pero… él no veía el punto en preocuparse por enamorarse del
mundo. No cuando podría ser arrebatado de él. No con tantos peligros esperando para despe-
dazarlos.

El sueño eventualmente lo llamó.

Incluso con las palabras entre ellos, cuando despertó al amanecer, Nesryn estaba acurrucada
contra él, su mano puesta sobre su pecho desnudo. Justo sobre su corazón, como si ella lo sos-
tuviera gentilmente en su palma.

Chaol puso su mano sobre la de ella, escuchando su tranquila e inalterable respiración.

Él pelearía, pero… no estaba tan seguro de cómo siquiera comenzar este asunto de vivir.
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