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Ángel Guerra

[Cuento]
Paola Jarava

Día 589- Fecha Estelar- A bordo de Núbil 64. El invierno empezaba a eternizarse, o al
menos eso pensamos desde aquella vista de la tierra que desencadenaba tristes y
entrañables pensamientos de eventos que ahora solo se posaban en un pasado, pasado que
poco a poco todos deseábamos revivir pero que por desgracia no se repetiría.
Ángel Guerra cerró los ojos por última vez frente al pelotón de fusilamiento del pueblo,
ante las miradas curiosas de la gente. Ángel no moría en su tierra, estaba tan alejado de su
patria como alguna vez lo estuvo su razón y su conciencia, perdido en los agujeros tristes
de un ayer, inmerso en causas perdidas, en vidas ajenas, Guerra no moría ese día por una
causa, lo hacía envuelto en temor, aquel mismo temor que nos encarna en los momentos de
oscuridad y soledad.
Ángel Guerra murió esa tarde de lluvia ligera, de aire contaminado y pegajoso rodeado de
gente extraña y no causo nada, nada en los ojos y en la razón de esa gente, de ese pueblo,
tan perdido y aislado como el mismo corazón de Ángel Guerra, como su sensatez, tan
extraviado estaba Ángel Guerra, fatigado, exhausto de aquel ambiente de humo voraz que
le cercenaba los pulmones y le corroía los labios dejándole una sed insaciable y nefasta.
Carcomido por innumerables pensamientos de duda, de vida, de muerte, Ángel Guerra lloro
por primera vez, recostado en ese muro, en esa pared que ahora se convertía en su cama
mortuoria, en su último adiós, en su última esperanza. Confuso y exaltado Ángel miraba
con parsimonia cada rostro, detallando en él, cada ojo, cada boca, los cabellos gruesos, tan
gruesos, similares a tentáculos o serpientes que parecían hablarles, susurrándoles a sus
oídos, consejos, opiniones, tal vez nada, tal vez todo, miraba a aquella gente, a ese gente
que del mismo modo le devolvía la mirada.
Aquella mañana mientras llovía, una lluvia liviana y tosca, totalmente sibilina y
entrañablemente extraña, misteriosa para un Ángel Guerra que si bien, había dedicado su
vida a la lucha y concidencialmente a su apellido, también a la guerra, nada lo habría
preparado para lo que ahora presenciaban sus ojos y más aún como un malestar envolvente,
tampoco a lo que estaba sintiendo, lejano a todo lo que alguna vez había conocido, Ángel
Guerra deseaba por primera vez, contar con esa suerte casual- sorprendente que solo muy
pocos suertudos tienen y por muy cruel que suene él sabía que no tenía, deseaba que
apareciera en el cielo, su nave y su tropa para que como siempre torpemente lo salvaran y
retrasaran aquel cruel acontecimiento que sin más ya no tenía marcha atrás. Deseo ser otra
persona, deseo no ser ese oficial incansablemente valiente que se proponía voluntariamente
a toda clase de experimentos y misiones arriesgadas y estúpidas, deseaba simplemente estar
sentado en su silla blanca que reposaba tranquilamente en el pórtico de su casa en la tierra,
quizás tomando un café o leyendo el periódico, deseaba que todo eso nunca hubiera
pasado…- como todos los que viven momentos difíciles, pensó … pero como ellos, él
tampoco podía impartir y transformar su destino.
En algún punto de esa mañana se encarnó en todos los oficiales que se habían perdido al
igual que él y que ahora hacían parte de una cifra que poco a poco aumentaba desde que la
humanidad se había decidido por reconocer el universo y plantearse que no estábamos
solos, enviando misiones a lugares inhóspitos alrededor de toda la galaxia, se preguntó
además si todos ellos habrían pasado por lo mismo, añorando sus casas y su pasado,
castigándose a sí mismos, reprochándose por su decisión, si habrían tenido todo este tiempo
para reconocer que se acercaba su final o por el contrario habrían encontrado una muerte
rápida y sin reflexión, se preguntó si eso era una fortuna o un castigo, quizás solo le
quedaba tiempo para delirar o todo ello era una ilusión… entre gases y niebla verde que le
rodeaba, observado por esos ojos los mismos que ahora lo acompañaban y como cuchillas
afiladas ahora lo desgarraban con la mirada, se inquietó, sosteniendo su cabeza pues un
dolor incesante completaba aquel tormento.
Ángel Guerra cerró los ojos por última vez frente a ese irreconocible y quimérico pelotón
de fusilamiento.
Autor: Paola Jarava

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