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Todo lo que hemos visto con los anuncios gubernamentales, son realidades que ya existían o ya
se sabían pero que ahora son formales (Rosales, 2022) y que benefician sólo a algunas élites, como
método para sobrevivir en un poder autocrático y cada vez más imponente frente a la sociedad.
Aunque no hay que negar que se logró cierta estabilidad, producto de una menor demanda de
bolívares y la incorporación de un sistema multimoneda (Balza, 2021), la realidad es que, con un PIB
contraído en un 80% en 2020 (Bull, Rosales y Sutherland, 2021) y una grave hiperinflación; una
reducción de ambas variables, aunque significativa, no sería el fin de los cuestionamientos económicos
que han dejado en evidencia un nivel de desigualdad escandaloso; mostrando, una vez más, que la idea
del socialismo es verdaderamente utópica. Prueba de ello son: la proliferación de "bodegones", en los que
sólo se benefician los captadores de divisas; los subsidios y exenciones a las importaciones; la aplicación
de la Ley Antibloqueo, que no deja evidencia de las transferencias de activos ni de sus poseedores; y el
establecimiento de las ZEE, que permite la explotación desmedida de los recursos.
El futuro de la economía en Venezuela aún es poco alentador, aunque se haya llegado a una
especie de fondo en el cual sólo queda ascender, la verdad es que las medidas han abierto puertas a
nuevas formas de extracción de riquezas que en nada favorecen el bien común. Mientras tanto, se sigue
trabajando bajo un sistema dual y donde las informaciones a medias, y las opacidades, son los principales
indicadores de la gestión económica actual.