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Chile es hoy una economía más moderna y próspera. Sin embargo un “talón de Aquiles”
del modelo chileno es la persistencia de altos niveles de desigualdad de ingresos y
riquezas los que parecen ser inmunes a la prosperidad económica y al retorno de la
democracia en 1990 después de un prolongado periodo autoritario iniciado en
Septiembre de 1973, liderado por el General Pinochet. El tema de la desigualdad es
importante por razones de justicia distributiva y por razones instrumentales. Desde el
primer punto de vista la desigualdad de ingresos y riquezas puede reflejar grandes
desigualdades de oportunidades que difícilmente son compatibles con nociones
generales de equidad social y justicia distributiva (SOLIMANO, 1998).
La desigualdad sigue siendo una pesada herencia de la cual Chile no parece poder
desprenderse con facilidad. La persistencia de enormes diferencias socioeconómicas,
que se reflejan en espacios urbanos segregados, tratos discrimatorios y capacidades muy
distintas de influencia y poder, son una mancha en un listado de logros de los cuales el
país puede sentirse, con justa razón, orgulloso.
Sin embargo, una sociedad que no promueve el florecimiento y la utilización de las
capacidades individuales en base al mérito y al esfuerzo, y que no ofrece las
condiciones suficientes para asegurar la igualdad de oportunidades reconociendo al
mismo tiempo la diversidad en la población, difícilmente podrá avanzar en tal dirección.
Estos son los elementos necesarios no solo para aplacar la natural inclinación del ser
humano por priorizar su bienestar individual, sino también para promover el colectivo.
En América Latina, que en esos años vivía una grave crisis de endeudamiento externo,
se vio obligada a impulsar esas reformas, las que transformarían profundamente el
modelo de desarrollo que inspiró sus políticas públicas por más de cuatro décadas. La
apertura comercial, una economía de mercado con Estado mínimo, el término de las
políticas sociales universales y una macroeconómica de riguroso equilibrio fiscal, se
convierten en los ejes que caracterizarán la estructura económica e institucionalidad.
Desde los años ochenta el neoliberalismo da sus primeros pasos en América Latina para
convertirse en una realidad durante los años noventa. Es preciso recordar sin embargo,
que en Chile la construcción del neoliberalismo había comenzado a mediados de los
años setenta, gracias a la perseverancia de los economistas formados en Chicago, a los
empresarios que confiaron en esa transformación y a la fuerza de las armas que aportó
el gobierno militar (Pizarro, 2005).
El cambio estructural, en la organización económica e institucional de Chile, se llevó a
cabo antes que en el resto del mundo, convirtiéndose nuestro país en referencia positiva
para el neoliberalismo. En realidad, el discurso del “crecimiento con equidad”, y las
políticas públicas implementadas por los tres gobiernos de la Concertación, no se
tradujeron en una modificación de la estrategia económica que inició el gobierno
militar. El discurso sobre la equidad ha sido más bien retórico, habiéndose privilegiado
el crecimiento. Los resultados de la experiencia neoliberal en Chile tienen una
importante diferencia con la del resto de los países de América Latina (Pizarro, 2015).
MALA EDUCACIÓN
El argumento uniforme que se viene escuchando en el país, desde hace varios años, es
que con más y mejor educación se mejoraría la distribución del ingreso. Todos los
candidatos presidenciales parecen jugar sus cartas a este argumento. Se trata, sin
embargo, de un argumento parcial que intenta eludir la discusión sobre otros males que
inciden más gravemente en la distribución del ingreso. Me atrevería incluso a decir que
el asunto es al revés: la mala distribución del ingreso es responsable de la mala
educación.
SALUD
Las desigualdades en las condiciones de salud entre pobres y ricos y en los recursos
para enfrentarlas entre el sector privado y público son manifiestas. Pero, a ello se agrega
otra desigualdad que se presenta en el propio sector privado. Las ISAPRES no atienden
a las personas más débiles porque no les resulta rentable. Por ser precisamente un
negocio no aceptan a ancianos, embarazadas y a las personas que tienen enfermedades
catastróficas.
VULNERABILDAD DE LOS TRABAJADORES
Cuando se analiza la profunda desigualdad que existe en Chile se puede afirmar que el
“riesgo país” potencial es alto. El aumento acelerado de la delincuencia, el
impresionante aumento de los niveles de corrupción en las últimas décadas, la antipatía
política juvenil, el aumento del consumo de droga y otros males sociales no pueden
explicarse si se observa el país con el ojo complaciente del que analiza sólo el orden
macroeconómico o el crecimiento del producto. Por estas razones, enfrentar la
desigualdad debiera colocarse en el centro de las preocupaciones políticas. Se requiere
un compromiso nacional, un verdadero “nuevo contrato social”, para reducirla. Este
contrato exige mayores recursos para atender las necesidades de los sectores
postergados.
… “La pobreza hoy en día, es resituada desde los marcos conceptuales que
interpretan el complejo proceso de modernización en que vivimos” (Quezada, 2000).
Agrega, al igual que Teresa Matus, que la pobreza no puede ser concebida como algo
tradicional, como el clásico obstáculo al desarrollo, sino como una dimensión más del
propio proceso de modernización.
Esto produce una dialéctica contrapuesta entre integración y segmentación,
posibilidades de avance y de exclusión. de riqueza y de pobreza. Agrega que, esto
provoca un cambio de las imágenes, el significado y los tipos de pobreza, volviéndose
difícil conocer sus nuevos matices, sus formas de presentación y las problemáticas
asociadas.
"la pobreza ya no es un objeto autónomo, sino que prima un nuevo punto de vista
relacional. Se sostiene el significado social dentro de una malla de
relaciones"(Matus, 2000).
El esfuerzo no consistía en explicar la pobreza por la cultura, sino que ésta era
considerada como uno de los factores que permitían comprender la lógica de los
comportamientos en los medios populares. De lo expresado parece que la pobreza está
dada por el resultado de la existencia de una desigualdad radical en el reparto de los
bienes producidos (materiales o culturales).
En este ensayo se procura analizar el accionar de los Trabajadores Sociales ante las
lacerantes consecuencias del fenómeno pobreza, desde la propia práctica y desde los
diferentes discursos que sostienen los/las Trabajadores Sociales en su desempeño
profesional. Ahora bien, en un marco de concepción autocrítica, y aludiendo a Pablo
Freire, diríamos que el acto de observar implica otro, el de admirar, y al observar
detenidamente aquello que admiramos, vemos internamente y desde adentro, lo que no
implica hacernos ver.
También Tomaremos como referente a Norberto Alayón , quien señala, que para los
profesionales, los problemas sociales suelen ser objeto de análisis; y para quienes los
vivencia, son motivo de sufrimiento cotidiano y profundo. Como consecuencia, tanto
para los profesionales como para ellos, constituyen una lamentable y triste evidencia de
una injusticia social existente. Según el autor, con el término marginalidad, se hace
alusión a los pobres, la gente que padece problemas, atribuyéndoles a ellos mismos la
responsabilidad por la situación que atraviesan, desconectando así la relación entre la
pobreza y el modelo de funcionamiento social.
REFERENCIAS
Alayón, Norberto, "Marginalidad y Trabajo Social'', en Serv. Social Tribunal Libre Vol.
1, No. 2, Oct. 1 986.
Freire, Paulo, "El rol del Trab. Soc. en el proceso de cambio", en "La naturaleza política
de la educación: cultura, poder y liberación", Ed. Paidos, 1 990.
Lapaz, Gabriela, 2003, La pobreza como problema estructural: ¿cuál es el papel del
trabajador social?
Matus, Teresa, "Propuestas Contemporáneas" en Trabajo Soc., Ed. Espacio, Bs. As. , 1
999.
Solimano, Andrés (1998) editor, Social Inequality. Values, Growth and the State,
Development and Inequality in the Market Economy Series. The University of
Michigan Press, Ann Arbor, U.S.A.