Está en la página 1de 11

DESIGUALDAD Y POBREZA EN MI CHILE QUERIDO

ENFOQUE SOCIAL, POLÍTICO Y ECÓNOMICO

Nataly Fabiola Cabezas Maldonado


Universidad las Américas, Facultad de Ciencia Sociales
Trabajo social, Vespertino
Sede los Castaños, Viña del Mar
26 de Noviembre de 2019
Correo-e: Nathy_jb22@hotmail.com
[...] América Latina es, como ningún otro ámbito histórico actual, el más antiguo y
consistente surtidor de una racionalidad histórica constituida por la confluencia de
las conquistas racionales de todas las culturas. La utopía de una racionalidad
liberadora de la sociedad, en América Latina no es hoy día solamente una visión
iluminada. Con ella ha comenzado a ser urdida parte de nuestra vida diaria. Puede
ser reprimida, derrotada quizás. Lo que no puede ser es ignorada. (Quijano, 1988).

En este ensayo intentaremos explicar y estimar las desigualdades y pobreza, tanto en


Chile, con un enfoque en América latina.

El deterioro de las condiciones de vida y el aumento de la desigualdad social, es una


idea fuerza ampliamente abordada en los estudios de la realidad latinoamericana. La
pobreza económica de algunos sectores parece constituir un rasgo estructural,
suficientemente precisado e integrado al resto del sistema social, sin que ello implique
un riesgo de desintegración para el sistema económico y el orden político-institucional.

Chile es hoy una economía más moderna y próspera. Sin embargo un “talón de Aquiles”
del modelo chileno es la persistencia de altos niveles de desigualdad de ingresos y
riquezas los que parecen ser inmunes a la prosperidad económica y al retorno de la
democracia en 1990 después de un prolongado periodo autoritario iniciado en
Septiembre de 1973, liderado por el General Pinochet. El tema de la desigualdad es
importante por razones de justicia distributiva y por razones instrumentales. Desde el
primer punto de vista la desigualdad de ingresos y riquezas puede reflejar grandes
desigualdades de oportunidades que difícilmente son compatibles con nociones
generales de equidad social y justicia distributiva (SOLIMANO, 1998).

La desigualdad sigue siendo una pesada herencia de la cual Chile no parece poder
desprenderse con facilidad. La persistencia de enormes diferencias socioeconómicas,
que se reflejan en espacios urbanos segregados, tratos discrimatorios y capacidades muy
distintas de influencia y poder, son una mancha en un listado de logros de los cuales el
país puede sentirse, con justa razón, orgulloso.
Sin embargo, una sociedad que no promueve el florecimiento y la utilización de las
capacidades individuales en base al mérito y al esfuerzo, y que no ofrece las
condiciones suficientes para asegurar la igualdad de oportunidades reconociendo al
mismo tiempo la diversidad en la población, difícilmente podrá avanzar en tal dirección.
Estos son los elementos necesarios no solo para aplacar la natural inclinación del ser
humano por priorizar su bienestar individual, sino también para promover el colectivo.

El repliegue del Estado de Bienestar, ha debilitado seriamente los sistemas de


protección social e igualdad de oportunidades que construyeron los países del
capitalismo industrializado. La concepción del Estado intervencionista, regulador de la
actividad económica y compensador de las desigualdades del mercado, así como la
vigorosa presencia negociadora de la clase obrera frente a los capitanes de la industria, o
la visión de esa clase como motor de la historia en el marxismo, abrieron camino a una
nueva realidad, fundada en una concepción filosófica, política y económica que pone de
relieve la espontaneidad del mercado para el ordenamiento económico y que exalta el
papel del individuo, como ciudadano, en la vida política (Pizarro,2005).

En América Latina, que en esos años vivía una grave crisis de endeudamiento externo,
se vio obligada a impulsar esas reformas, las que transformarían profundamente el
modelo de desarrollo que inspiró sus políticas públicas por más de cuatro décadas. La
apertura comercial, una economía de mercado con Estado mínimo, el término de las
políticas sociales universales y una macroeconómica de riguroso equilibrio fiscal, se
convierten en los ejes que caracterizarán la estructura económica e institucionalidad.

Desde los años ochenta el neoliberalismo da sus primeros pasos en América Latina para
convertirse en una realidad durante los años noventa. Es preciso recordar sin embargo,
que en Chile la construcción del neoliberalismo había comenzado a mediados de los
años setenta, gracias a la perseverancia de los economistas formados en Chicago, a los
empresarios que confiaron en esa transformación y a la fuerza de las armas que aportó
el gobierno militar (Pizarro, 2005).
El cambio estructural, en la organización económica e institucional de Chile, se llevó a
cabo antes que en el resto del mundo, convirtiéndose nuestro país en referencia positiva
para el neoliberalismo. En realidad, el discurso del “crecimiento con equidad”, y las
políticas públicas implementadas por los tres gobiernos de la Concertación, no se
tradujeron en una modificación de la estrategia económica que inició el gobierno
militar. El discurso sobre la equidad ha sido más bien retórico, habiéndose privilegiado
el crecimiento. Los resultados de la experiencia neoliberal en Chile tienen una
importante diferencia con la del resto de los países de América Latina (Pizarro, 2015).

La superación de la pobreza constituyó el motivo y horizonte de la política social en las


últimas dos décadas, un objetivo que en gran medida se asociaba con la inserción en el
mercado de trabajo. En este período, la política social del sector público comenzó a
desplazarse crecientemente hacia los grupos sociales con más dificultades para superar
la condición de pobreza, estableciendo una focalización de alta precisión para terminar
con las formas más extremas de pobreza (Raczynski, 1994).

“Llamaré „masa marginal‟ a esa parte afuncional o disfuncional de la


superpoblación relativa. Por lo tanto, este concepto –lo mismo que el de ejército
industrial de reserva- se sitúa a nivel de las relaciones que se establecen entre la
población sobrante y el sector productivo hegemónico. La categoría implica así una
doble referencia, al sistema que, por un lado, genera este excedente y, por el otro, no
precisa de él para seguir funcionando.” (Nun, 1969).

En el caso de la marginalidad económica, es claro que la clase de referencia son las


relaciones sociales de producción. En el caso del concepto de marginalidad introducido
por la teoría de la modernidad, la unidad de análisis es la población marginal. En
cambio, en el caso de la exclusión social, la clase de referencia pueden serlo los
individuos, las relaciones laborales, familiares o vecinales, las trayectorias
profesionales, es decir, no hay una clara referencia al objeto sobre el cual se predica. La
exclusión social podría ser considerada como un caso particular de la marginalidad
propuesta por la teoría de la modernidad. En este sentido, ambos conceptos comparten
la crítica de presentar criterios de clasificación ambiguos (Salvia, 2007).
Una importante diferencia se encuentra en el hecho de que en Europa la población que
quedó excluida de los progresos generados por la globalización lo fue porque alguna
vez estuvo incluida a través del mercado de trabajo, los sistemas de seguridad social y
las políticas públicas. Mientras que, en América Latina , en el contexto de un desigual y
subordinado desarrollo capitalista tanto antes como ahora existen sectores de la
población que nunca estuvieron incluidos, los cuales se mantienen insertos en relaciones
sociales de producción poco o nada necesarias para los procesos de acumulación
hegemónicos.

El aumento de la inseguridad e inestabilidad expresan un debilitamiento del “contrato


social”, de la cooperación para mutuo beneficio, entre los miembros de la sociedad.
Pero, además, cuando prevalecen amplias desigualdades, se ve afectado el propio
crecimiento. Las profundas desigualdades en educación y en salud, como es el caso de
Chile, se traducen en un desaprovechamiento de los recursos humanos existentes en la
sociedad, lo que impide potenciar de forma plena a la economía (PIZARRO, 2005).

MALA EDUCACIÓN

El argumento uniforme que se viene escuchando en el país, desde hace varios años, es
que con más y mejor educación se mejoraría la distribución del ingreso. Todos los
candidatos presidenciales parecen jugar sus cartas a este argumento. Se trata, sin
embargo, de un argumento parcial que intenta eludir la discusión sobre otros males que
inciden más gravemente en la distribución del ingreso. Me atrevería incluso a decir que
el asunto es al revés: la mala distribución del ingreso es responsable de la mala
educación.

SALUD

Las desigualdades en las condiciones de salud entre pobres y ricos y en los recursos
para enfrentarlas entre el sector privado y público son manifiestas. Pero, a ello se agrega
otra desigualdad que se presenta en el propio sector privado. Las ISAPRES no atienden
a las personas más débiles porque no les resulta rentable. Por ser precisamente un
negocio no aceptan a ancianos, embarazadas y a las personas que tienen enfermedades
catastróficas.
VULNERABILDAD DE LOS TRABAJADORES

Muchos trabajadores se ven afectados por mecanismos empresariales que utilizan el


recurso de hacer difusa la figura del empleador, utilizando numerosas razones sociales
para eludir el pago de gratificaciones y cotizaciones previsionales. Junto a ello está el
uso abusivo de la subcontratación, Con esta triquiñuela pueden coexistir en la empresa
trabajadores que realizan las mismas labores, pero que pertenecen a una o varias
empresas subcontratistas, lo que impide la sindicalización y la negociación colectiva.
Gracias a estos mecanismos se establece una sucesión de contratos precarios de
duración limitada, en los que, artificialmente, se les fija un término vinculado con un
proceso productivo o una actividad que no corresponde con la realidad. Luego, vuelven
a ser contratados, previo finiquito, completando un período de años sin estabilidad
laboral. Con estos procedimientos y otros similares se ha acrecentado el trabajo precario
en el país.

“un enfoque del conocimiento social que no se sitúa en el ámbito de la modernidad


eurocéntrica, sino que buscó desarrollar una racionalidad diferente” (Germana,
2009).

Cuando se analiza la profunda desigualdad que existe en Chile se puede afirmar que el
“riesgo país” potencial es alto. El aumento acelerado de la delincuencia, el
impresionante aumento de los niveles de corrupción en las últimas décadas, la antipatía
política juvenil, el aumento del consumo de droga y otros males sociales no pueden
explicarse si se observa el país con el ojo complaciente del que analiza sólo el orden
macroeconómico o el crecimiento del producto. Por estas razones, enfrentar la
desigualdad debiera colocarse en el centro de las preocupaciones políticas. Se requiere
un compromiso nacional, un verdadero “nuevo contrato social”, para reducirla. Este
contrato exige mayores recursos para atender las necesidades de los sectores
postergados.

… “La pobreza hoy en día, es resituada desde los marcos conceptuales que
interpretan el complejo proceso de modernización en que vivimos” (Quezada, 2000).

Agrega, al igual que Teresa Matus, que la pobreza no puede ser concebida como algo
tradicional, como el clásico obstáculo al desarrollo, sino como una dimensión más del
propio proceso de modernización.
Esto produce una dialéctica contrapuesta entre integración y segmentación,
posibilidades de avance y de exclusión. de riqueza y de pobreza. Agrega que, esto
provoca un cambio de las imágenes, el significado y los tipos de pobreza, volviéndose
difícil conocer sus nuevos matices, sus formas de presentación y las problemáticas
asociadas.

"la pobreza ya no es un objeto autónomo, sino que prima un nuevo punto de vista
relacional. Se sostiene el significado social dentro de una malla de
relaciones"(Matus, 2000).

Esto determina que la pobreza aparezca como un elemento dentro de un proceso de


modernización complejo; cuya estructura vuelve a condicionar los sistemas productivos,
e indistintamente introduce los conocimientos científicos y tecnológicos, produciéndose
al mismo tiempo, mayor crecimiento de la producción y del desempleo. Continúa
diciendo, que el proceso ocasiona, una doble exigencia: integración transnacional y
segmentación interna, lo que provoca nuevas riquezas al igual que pobreza y exclusión
en nuevos y diversos tipos heterogéneos.

Creernos actualmente que el proceso de conceptualización sobre la pobreza muestra que


las direcciones y puntos de vista avanzados en la época están lejos de agotarse
(históricamente no está saldado).

El esfuerzo no consistía en explicar la pobreza por la cultura, sino que ésta era
considerada como uno de los factores que permitían comprender la lógica de los
comportamientos en los medios populares. De lo expresado parece que la pobreza está
dada por el resultado de la existencia de una desigualdad radical en el reparto de los
bienes producidos (materiales o culturales).

Los marginados, en efecto, comparten una situación carencial en el uso y en el disfrute


de los bienes sociales. Dentro de esta explicación, la pobreza aparece como
consecuencia de la economía capitalista, en el sentido de que ésta necesita y promueve
activa y violentamente, si es preciso, la desigualdad en los usos y disfrute de los bienes
producidos socialmente, tanto en el ámbito individual (competencia), como en el ámbito
grupal (clases sociales). Los aportes y conceptualización permiten visualizar a la
pobreza, como un fenómeno social complejo que determina el acceso desigual a las
riquezas. La forma de aliviar, reducir o eliminar la pobreza, es un tema de indudable
relevancia intelectual, política o social, que da sentido a buena parte de las políticas
sociales (Lapaz, 2003).

En este ensayo se procura analizar el accionar de los Trabajadores Sociales ante las
lacerantes consecuencias del fenómeno pobreza, desde la propia práctica y desde los
diferentes discursos que sostienen los/las Trabajadores Sociales en su desempeño
profesional. Ahora bien, en un marco de concepción autocrítica, y aludiendo a Pablo
Freire, diríamos que el acto de observar implica otro, el de admirar, y al observar
detenidamente aquello que admiramos, vemos internamente y desde adentro, lo que no
implica hacernos ver.

Si nos limitamos tan sólo a mirar, permanecemos en la periferia. Pero si analizamos el


tema que se encara críticamente, en su esencia, podemos separar las partes que lo
constituyen. Dividir la realidad en sus componentes, nos permite volver a la totalidad
con una comprensión más profunda de su significado. Continúa agregando, que el hecho
de admirar por dentro, de dividir la totalidad para volver a mirar lo que se ha admirado
(es decir, acercarse a la totalidad y regresar desde ella a sus partes), pueden ser actos
separados sólo cuando la mente tiene que pensar en abstracto para llegar a lo concreto.

También Tomaremos como referente a Norberto Alayón , quien señala, que para los
profesionales, los problemas sociales suelen ser objeto de análisis; y para quienes los
vivencia, son motivo de sufrimiento cotidiano y profundo. Como consecuencia, tanto
para los profesionales como para ellos, constituyen una lamentable y triste evidencia de
una injusticia social existente. Según el autor, con el término marginalidad, se hace
alusión a los pobres, la gente que padece problemas, atribuyéndoles a ellos mismos la
responsabilidad por la situación que atraviesan, desconectando así la relación entre la
pobreza y el modelo de funcionamiento social.

La profesión en sí misma solamente es comprensible a la luz de los acontecimientos


sociales y políticos en cuyo contexto se desenvuelve, lo que a su vez implica entender al
trabajo social, como una disciplina inmersa en la dinámica de las contradicciones de las
relaciones sociales, que son las que permiten comprender su naturaleza y racionalidad.
El desafío estaría en que los Trabajadores Sociales se comprometan, desde su
especificidad, a indagar en lo específico de la pobreza, y para poder lograrlo se requerirá
que restablezcan la relación entre interpretación e intervención, esto implicaría decir que
deberá ajustarse al mejoramiento de las formas de interpretación de la realidad social
para desde allí, mejorar sus modalidades de intervención. En definitiva sería contribuir
al conocimiento de las diferentes modalidades de ser pobre que existen hoy en día, así
como la comprensión de la forma en que el problema perjudica a los diferentes sujetos
sociales; indagar en lo específico de la pobreza, lo que permitirá desde allí, que se
conozcan las causas más salientes que viven muchos sectores pobres, con lo cual podrán
llevar a cabo una acción social competente y efectiva que posibilite la creación de
propuestas alternativas de posible solución (Lapaz, 2003).

REFERENCIAS
Alayón, Norberto, "Marginalidad y Trabajo Social'', en Serv. Social Tribunal Libre Vol.
1, No. 2, Oct. 1 986.

Freire, Paulo, "El rol del Trab. Soc. en el proceso de cambio", en "La naturaleza política
de la educación: cultura, poder y liberación", Ed. Paidos, 1 990.

Lapaz, Gabriela, 2003, La pobreza como problema estructural: ¿cuál es el papel del
trabajador social?

Matus, Teresa, "Propuestas Contemporáneas" en Trabajo Soc., Ed. Espacio, Bs. As. , 1
999.

Pizarro, Roberto, 2005, Desigualdad en Chile: desafío económico, ético, y político

Quezada, Margarita, "Diversas Dimensiones de la Pobreza", en Revista de Trabajo


Social No. 66 Pobreza: El lado oscuro de la modernización, Chile, 1 995.

Quijano, Aníbal (2000), Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina.

Quijano, Aníbal (1998). La economía popular y sus caminos en América Latina.


Lima: Mosca Azul Editores/CEIS-CECOSAM.

Raczynski, Dagmar (1994). “Políticas sociales y programas de combate a la pobreza en


Chile: Balance y Desafíos”. Estrategias de Desarrollo y Economía, Políticas Públicas
Colección Estudios CIEPLAN, No.39, Junio, pp. 9-73

Salvia, Agustín (2007). Consideraciones sobre la transición a la modernidad, la


exclusión social y la marginalidad económica. Un campo abierto a la investigación
social y al debate político. En Sombras de una marginalidad fragmentada.
Aproximaciones a la metamorfosis de los sectores populares de la Argentina. Buenos
Aires (Argentina): Miño y Davila.

Solimano, Andrés (1998) editor, Social Inequality. Values, Growth and the State,
Development and Inequality in the Market Economy Series. The University of
Michigan Press, Ann Arbor, U.S.A.

También podría gustarte