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PERFIL HISTÓRICO

El nombre del municipio proviene de la palabra vasca Zalaya, que significa "Tierra Plana". La ciudad
se fundó con el nombre de Villa de Nuestra Señora de la Concepción de Zalaya, el día 12 de Octubre
de 1570, en lo que era una aldea otomí llamada Nathali, vocablo que significa "En el Mezquite" o
"En medio de llanos cubiertos de mezquites". El 20 de octubre de 1658, el Virrey Francisco
Fernández de la Cueva otorgó a la Villa el título de Ciudad con Derecho a Blasón. El 22 de septiembre
de 1810, Don Miguel Hidalgo y Costilla fue nombrado en la ciudad de Celaya, Capitán General del
Ejército Insurgente.

El 12 de octubre de 1570, se funda la ciudad de Celaya, de ahí que cada 12 de octubre se realice una
fiesta en conmemoración de este hecho. Para tal fin se organizan diversas actividades, entre las que
destacan la instalación de una feria popular con todos sus atractivos de diversión, así como la
realización de bailes y la venta y consumo de la comida típica de la región.

CELAYA PORFIRIANA
Pablo Serrano Álvarez

El Dr. Serrano Álvarez presenta un breve pero agudo


recuento del pasado de una ciudad y una región que
han destacado por su producción agrícola e industrial,
su estratégica posición geográfica, así como por sus
condiciones sensiblemente distintas respecto a otras
zonas del país en vísperas de la revolución maderista.
Una ciudad moderna, industrial y comercial

Al arrancar el siglo XX, Celaya, con sus cerca de 23 000 habitantes, era
la tercera ciudad más grande –después de León y Guanajuato– en
medio de la constelación de ciudades guanajuatenses, que hacían de
la entidad la más urbanizada del país y una de las que tenía los
mayores índices de concentración poblacional.
Celaya se había convertido en el centro más destacado del comercio,
servicios y producción manufacturera, así como de una incipiente
industria, en la esquina sureste de la entidad, aprovechando
precisamente su ubicación en el cruce de los ferrocarriles Central
Mexicano y Nacional, esto es, en las rutas desde la capital del país
hacia el norte y el occidente de la República.
Para entonces, se habían establecido en la ciudad agencias de ventas
de las compañías petroleras Pierce Oil Corporation, El Águila,
Huasteca Petroleum Company y Corona Roja. Igualmente, había una
distribuidora de la Compañía Cervecera de Toluca y México. La
Favorita, La Internacional y La Bética eran tres importantes
destilerías que, junto a la gran fábrica de jabón La Constancia, el
molino de harina El Carmen y la fábrica de cigarros El Pico de Orizaba,
eran parte del entramado industrial local. La fábrica de hilados y
tejidos de algodón Zempoala, fundada por el político e historiador
Lucas Alamán, subsistió por muchos años; a esta se sumó una más: La
Primavera.
Celaya contaba también con tranvías urbanos y plataformas de carga
que, además de ofrecer servicio público, se utilizaban en la
movilización de productos a las estaciones del ferrocarril. Existía una
sucursal del Banco Nacional de México; los visitantes se podían alojar
en el Hotel Gómez; el Hospital Porfirio Díaz brindaba servicios
sanitarios a la población y estaban por concluirse las obras del
mercado Joaquín Obregón González.
El campo y la permanencia del régimen porfiriano

De particular importancia eran las grandes casas de comisiones que


acaparaban y distribuían las cosechas de cereales. La ciudad era el
punto de confluencia de un área agrícola que la circundaba y de la cual
dependía. Esta área, como se ha dicho, era parte del eje productor de
cereales, particularmente maíz y trigo. En el estado podían
identificarse dos núcleos cerealeros altamente productivos: por una
parte el de León, que incluía los distritos de León, Romita, San
Francisco del Rincón y Purísima del Rincón, y por otra, el de Valle de
Santiago, formado por los distritos de Celaya, Cortázar, Salvatierra y
Valle de Santiago.
Diversos estudios han concluido que la producción agrícola, no solo
en Celaya, sino en general en una amplia región que abarca secciones
de Guanajuato, Jalisco y Michoacán, se basaba en un sistema de
ranchos y haciendas de mediano tamaño, antes que en extensas
propiedades, como ocurría, en contraste, en el norte y algunas zonas
del sur del país. Esta circunstancia tuvo como consecuencia un
esquema de producción basado en la pequeña y mediana propiedad y
en la competencia entre las unidades productivas. También acarreó
consigo una estructura social sensiblemente distinta a la consignada
en la literatura más conocida acerca de la hacienda porfiriana.
En 1910 se contabilizaron en el estado 534 haciendas y 3 999
ranchos. Gracias a la investigación del cronista celayense José Antonio
Martínez Álvarez, quien ha consultado con dedicación el archivo del
ayuntamiento, contamos con una relación, aunque no exhaustiva, de
las propiedades rurales en la jurisdicción de Celaya a principios de
enero de 1912, en la que se registran las siguientes, con los nombres
de sus respectivos dueños: hacienda de Moralitos, de Sr. Arcaute;
hacienda de Jáuregui, de Dolores A. viuda de Bazán; hacienda de
Aguirre, de Luis Flores; tenería del Santuario, de Fernando Arizmendi;
rancho de San Antonio Mújica, de Mariano González S.; hacienda de
Santa María, de J. Antillón; haciend de San Juanico, de José M. Ortiz
(encargado); San Antonio Espinosa, de Macedonio Pérez; haciendas
de Santa Rita y Camargo, testamentaría de Juan Oliveros; ranchos
Tenería de Valdez y El Becerro, de José Reynoso; haciendas San
Antonio y Concepción, de Juan F. Gutiérrez; hacienda San Juan de la
Vega, de Manuel González; San Elías y Anexas, de Domingo Zarandona.
La coexistencia de grandes y medianos propietarios e incluso
rancheros independientes –patrón que aumentó sostenidamente a lo
largo del periodo– hizo que la mano de obra gozara de relativa
libertad y mejores condiciones que sus pares en otras partes del país.
Adicionalmente, el dinamismo económico de la ciudad proveía de
alternativas a los trabajadores del campo. De hecho, el desempleo era
nulo; más aún, visto el tema desde una perspectiva más amplia, el
número de trabajadores incrementó en el estado de 45 271 obreros
en 1895, a 49 571 en 1910. Existe un consenso respecto a que, no
obstante la intensa vida asociativa de los trabajadores,
principalmente los urbanos, estos no se convirtieron en factor de
desestabilización social durante el Porfiriato en la región.
Tanto los cronistas locales como los estudiosos del periodo a nivel
estatal coinciden en afirmar que hacia 1910 los diversos sectores
sociales se mostraban más inclinados a mantener el estado de cosas
construido a lo largo del régimen porfiriano, bajo las riendas del
gobernador Joaquín Obregón González.
Los celayenses vivieron, en cambio, con júbilo y como un festejo
propio las celebraciones del centenario en septiembre; recordaron
que cien años atrás, en su ciudad, el cura insurgente Miguel Hidalgo,
en presencia del ayuntamiento, de todos los jefes de armas y la tropa,
fue nombrado capitán general, mientras que Ignacio Allende fue
designado teniente general.

Cambios revolucionarios

La anunciada rebelión estalló en noviembre de 1910 y en los meses


siguientes terminó por poner en aprietos al régimen. Como parte del
conjunto de reformas ofrecido por el gobierno nacional, algunos
gobernadores fueron sustituidos entre marzo y abril de 1911. Así
ocurrió en Guanajuato, donde un importante hacendado leonés,
Enrique O. Aranda, sustituyó a Obregón González, que dejaba la
gubernatura tras dieciocho años de encabezarla.
Ante la incertidumbre por los rápidos cambios que se sucedían allá
afuera y ante la eventualidad de que la violencia que parecía
extenderse llegara a sus hogares, los celayenses decidieron
protegerse. Sin embargo, en medio de la coyuntura electoral de aquel
1910 se organizaron algunos grupos opositores que hicieron eco de la
campaña antirreeleccionista encabezada por el, hasta entonces,
desconocido hacendado coahuilense Francisco I. Madero.
Para aquel momento tres eran las facciones identificables en el
estado: la primera encabezada por Alfredo Robles Domínguez,
estrechamente ligado a los intereses de algunos rancheros de Silao; la
segunda, con Toribio Esquivel Obregón a la cabeza, en torno de quien
se congregaban algunos empresarios agrícolas de la región de León; y
la tercera, cuyos líderes eran Francisco Díaz y Alejandro Martínez
Ugarte, en representación de los sectores medios de la capital.

Finalmente, el apoyo dado por Robles Domínguez a Madero durante


el proceso para designar al candidato antirreeleccionista a la
presidencia, hizo que el coahuilense se convirtiera en el orquestador
de la rebelión que habría de estallar el 20 de noviembre de aquel año.
Pero como fueran descubiertos sus planes y hecho prisionero, la
insurgencia maderista quedó prácticamente disuelta en el estado. Lo
que siguió será motivo de otra historia que trataremos en el siguiente
número de esta revista.

Esta publicación es sólo un fragmento del artículo "Celaya


porfiriana " del autor Pablo Serrano Álvarez que se publicó en Relatos
e Historias en México, número 123. Cómprala aquí.

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