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Terminología en la historia: demonios y diablos

Introducción
El presente trabajo explorará en profundidad la polisemia de un término que ha perdido gran
parte de su significado, en detrimento de su matiz más negativo. En otras palabras, el
vocablo “demonio” será el interés principal del trabajo, con todo lo que ello implica, y más
específicamente la diferencia entre esta locución y “diablo”, debido a que no es una
distinción muy conocida.

Desarrollo
El más primitivo origen de los daimones, se remonta a tradiciones que ya eran arcaicas para
la época de filósofos como Pitágoras, Sócrates, o Platón, quienes retomaron el término para
designar a los intermediarios entre los hombres y los dioses. La tradición religiosa presenta
una jerarquía divina, en la cual la cima pertenece a los dioses, supremos y poderosos,
conectados a la humanidad por medio de los héroes, daimones, y mensajeros divinos1, que
se encuentran en un segundo escalón de la jerarquía, un plano semidivino. El culto primitivo
del que provenía esta creencia generó problemas ya en la época de Platón, cuando al
significado que les había dado Hesíodo, seres ilustres de la Edad de Oro, se le suma un
nuevo significado “platónico” descrito en el Cratilo , según el cual se relaciona el vocablo
δαίμονες con δαήμονες (“experto”,“conocedor”, “hábil”) relacionado con con “δάω” porque
los daimones de Hesíodo eran “sensatos” y “sabios”. De este modo, era válido asegurar que
un hombre honrado quien ha conseguido un buen destino, al morir se convierte en daimon
por su prudencia y “naturaleza demónica”. Sin embargo, la adaptación terminológica no
acabó allí en la época de Platón, teniendo en cuenta que en una obra como el Banquete se
da una definición de “daimon” que hace mayor referencia a una función intercesora:
Interpreta y transmite los asuntos humanos a los dioses y los divinos a los hombres, de unos
súplicas y sacrificios, y de los otros órdenes y recompensas para ellos. Al estar en medio de
unos y otros, completan el espacio entre ambos, de manera que el Todo
queda unido consigo mismo. (…) La divinidad no traba contacto con el hombre, sino que, por
medio de él, los dioses mantienen toda conexión y diálogo con los hombres, y los hombres
con los dioses, tanto despiertos como dormidos. (Platón, como se citó en Rodríguez Moreno,
1994)
Esta teoría de daimones mediadores la desarrollan y difunden los pitagóricos, quienes
distinguían “dioses”, “daimones”, “héroes”, y “hombres”, y decían que todo el aire está lleno
de almas , las cuales son consideradas daimones y héroes, que envían a los hombres
sueños, señales de enfermedad y salud, inducen al bien o al mal, y que los hombres son
felices cuando les toca en suerte un alma buena. Éste sería uno de los primeros momentos
en que los daimones reciben la distinción de “buenos” o “malos”, añadiendo mayor variedad
a la carga semántica del vocablo, que ya incluía “seres intermedios” y “espíritus guías”
desde lo referido en Fedón , donde se habla de un “genio protector” que le es asignado a
cada persona para guiar e iluminar el camino de su vida. Una serie extensa de posteriores
referencias filosóficas a diversos seres que se encasillan en la categoría de daimones,
continuaron ampliando el sentido semántico del
término durante siglos antes que finalmente llegara el cristianismo y lo aplicara en sus textos,
a falta de un vocablo mejor en el antiguo koiné, ya que la palabra “diablo” proviene de
“διάβολος” que significa “calumniador” y probablemente carecía de la semántica necesaria
para designar el tipo de seres que la tradición judeo-cristiana pasó a llamar “demonios”. Por
su parte, los diablos son seres pertenecientes a la cultura cristiana, a la mitología e
iconografía propia del cristianismo, teniendo en cuenta que toda la familia de términos a la
que pertenece acarrea la carga religiosa. Los vocablos “ángeles”, “ángeles caídos” o
“diablos”, designan a los habitantes propios del paraíso y el infierno, respectivamente, lo cual
es mucho más específico que lo que se designaba al hablar de “demonio” como ser de “otra
dimensión”.

Asimismo, los ángeles y los diablos son escencialmente buenos los primeros, y
escencialmente malvados los segundos; nuevamente, implican detalles que restringen el
significado a una categoría menos general que la de “demonios”. Sin embargo, continuando
con la transmutación semántica iniciada siglos antes, y teniendo en cuenta la importante
diferencia entre las creencias, no es de extrañar que la cultura judía fácilmente asimilara los
distintos matices del término “demonio”, considerando que los “ἄγγελος” serían los
mensajeros de Yavé, y cualquier otro ser o divinidad extranjera sería un “daimon”, primero
considerados “hijos de dios”subordinados a Yavé, y luego simplemente “demonios”2.
La primer cita bíblica donde aparece un “enemigo” del dios máximo de la cultura
judeo-cristiana, es en Gen 3,14, pero solo porque un ser lo traiciona y “corrompe su obra”, el
ser humano; en este fragmento, el dios creador maldice a la “serpiente”, el animal y la
metáfora que representa, por lo que la enemistad está implícita, aunque en ningún momento
se la llama “enemigo” propiamente. Distinto es el caso de un fragmento posterior, en Job 1,
donde por primera vez aparece el nombre “Satan”, “enemigo” en hebreo, denominando a
uno de los “hijos de Dios”:

Un día, cuando los hijos de Dios vinieron a presentarse ante Yavé, apareció también entre
ellos Satán. Yavé dijo a Satán: «¿De dónde vienes?» Satán respondió: «Vengo de la tierra,
donde anduve dando mis vueltas.» Yavé dijo a Satán: «¿No te has fijado en mi servidor Job?
No hay nadie como él en la tierra. Es un hombre bueno y honrado, que teme a Dios y se
aparta del mal.» Satán respondió: «¿Acaso Job teme a Dios sin interés? ¿No lo has rodeado
de un cerco de protección a él, a su familia y a todo cuanto tiene? Has bendecido el trabajo
de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca sus
pertenencias. Verás si no te maldice en tu propia cara.»
Entonces dijo Yavé a Satán: «Te doy poder sobre todo cuanto tiene, pero a él no lo toques.»
Y Satán se retiró de la presencia de Yavé. (Job 1, 6-12)
Dicho fragmento, cuya estructura base se repite una vez más en Job 2, muestra un trato
cordial entre Yavé y Satán; no solo es uno de los “hijos de Dios”, y por ende un dios menor3
o ángel que va a hablar con Yavé, sino que este dios le otorga a Satán su propio poder sin
miramientos, para probar a su “servidor” en quien no parece confiar por completo. Es uno de
los primeros fragmentos donde aparece explícitamente un enemigo del dios en el antiguo
testamento, aunque no sea una enemistad visceral, sino el antagonismo lógico entre dos
fuerzas con objetivos opuestos. Luego se vuelve a aludir a este tipo de entidad, y a sus
seguidores, en el nuevo testamento, pero ya que son los judíos quienes los mencionan,
lógicamente comienzan a entremezclarse la tradición antigua de los demonios, con la
concepción de que todo lo que no es Dios, o uno de sus mensajeros, es malvado. Ergo, todo
demonio que no fuera un ángel, era malvado.
Para comprender mejor cómo un término general como “demonio”, restringió su significado
a “entidades malvadas”, y posteriormente pasó a reemplazar el vocablo “diablo”, es
necesario revisar la cultura de los demonios dentro del judaísmo. Lo llamo “cultura”, porque
a partir de una locución que trascendió civilizaciones diversas y que engloba mitos de todo el
mundo, los judíos crearon su propia versión de lo que entraría en la categoría de “demonio”,
pero no poseen un nombre propio como en las otras mitologías, sino que simplemente son
“demonios”. Ellos desarrollaron toda una jerarquía, con nombres, especialidades, e incluso
pueden “reconocer si alguien está endemoniado”, lo que implica un conocimiento importante
en la materia.
Por ejemplo, en Mc 3,27, es una de las primeras veces que aparece el tema de los
demonios, ya que se narra un exorcismo realizado por Jesús, tras el cual es acusado de ser
ayudado por Belzebú4, uno de los nombres del “rey de los demonios”, según los judíos:
Vuelto a casa, se juntó otra vez tanta gente que ni siquiera podían comer. Al enterarse
sus parientes de todo lo anterior, fueron a buscarlo para llevárselo, pues decían: «Se ha
vuelto loco.» Mientras tanto, unos maestros de la Ley que habían venido de Jerusalén
decían: «Está poseído por Beelzebul, jefe de los demonios, y con su ayuda expulsa a los
demonios.» (Mc 3,20-22)
Luego, Jesús replica que el rey de los demonios no lucharía contra sí mismo, y asegura que
es un enemigo de la salvación porque “calumniar el espíritu santo”, como al considerar mala
una obra buena, es un “pecado eterno”, que los aleja de la salvación; una descripción similar
a joven epiléptico, y Jesús asegura que hay distintos tipos de demonios, y que ese “solo
podía echarse mediante la oración”. Debido a lo presentado en este fragmento, Mc 9,29, se
nota el matiz polisémico del término, desarrollado más a fondo en diccionarios teológicos,
donde se dice que son: “seres espirituales hostiles a
Dios y a los hombres”, “espíritus malos”, “fantasmas”, “seductores de personas y enemigos
de Dios”, “ángeles caídos”, “relacionados con los «hijos de Dios»”, “sujetos a Satanás o
Belial”, “espíritus inmundos”5.

Teniendo en cuenta la forma en que la tradición yahvista se refería a los demonios, en


muchas ocasiones llamándolos por sus nombres particulares, asignándoles virtudes,
poderes, capacidades que un ser humano podría querer utilizar, e introduciendo el conocido
tópico del “pacto con el diablo”, resulta evidente que esta tradición oral solo fuera reflejada
en libros de esoterismo judeo-cristiano, cuya validez es discutible6. No debe pensarse que
nada de ésto forma parte de las creencias judeo-cristianas actuales, ni que tiene algún peso
en la tradición; solo debe quedar establecido que fue dentro del imaginario judío, cuyos
aportes al esoterismo son importantes, donde inició la demonología. Por ejemplo, cada día
de la semana tiene asignado un “demonio”, y cada uno de ellos es maestro en un arte
distinto: al lunes, corresponde Lucifer, maestro en plantas para curar y envenenar, con el
poder de provocar y quitar enfermedades; con el mismo esquema se habla de Frihmost, del
martes, Astharoth, del miércoles, Silchard, del jueves, Bechard, del viernes, Gulanth, del
sábado, y Surgath, del domingo, atribuyéndoles maestría en la violencia y las armas, el azar,
el dominio de los hombres, los resentimientos, y hallar tesoros ocultos. Podría considerarse
que, desde el punto de vista pagano, el término estaba mejor utilizado en la tradición yahvista
que creó esta jerarquía demoníaca, donde aún quedaban resabios de cierto matiz benigno
en los demonios, lo que se corresponde mejor con el significado original de “daimon”.
Se podría también decir que la creencia de los judíos en una jerarquía de demonios tan
desarrollada, y cuya “maligna naturaleza” se debe principalmente al precio que cobran por
sus favores, explica cómo el término “demonio” poco a poco fue igualado al vocablo “diablo”,
una vez que el cristianismo introdujo la figura del infierno. Llamar “demonios” a esas
entidades que los judíos creían superiores a ellos, aunque inferiores a su dios, era correcto
porque refería la misma naturaleza que cualquier demonio. Sin embargo, las culturas
monoteístas tienen mayor tendencia a considerar todo lo distinto a su dios como algo
malvado, y por ende, el lado malvado de todo demonio que los judíos reconocieran, estaba
acentuado, aún cuando algún aspecto benigno perduraba. Al revisar los pasajes bíblicos
donde se mencionan los demonios, y la definición provista por el Diccionario del Nuevo
Testamento , la diferencia en el uso del término puede apreciarse con claridad. El diccionario
primero explica el término en griego, traduciendo “ser divino”, “dios
protector”, “voz interior”, y luego lo define como “dioses inferiores” y “espíritus maléficos”.
En los pasajes bíblicos del Nuevo Testamento, no sólo se manifiesta un uso totalmente
distinto al de los antiguos griegos, sino que también aparece un roce con lo que se convertirá
en cristianismo, que no ve a los demonios como seres poderosos ni admite la existencia de
muchas de las entidades que en el yahvismo eran reconocidas, lo cual vuelve innecesario
una categoría amplia como la de “demonios” donde “diablos” sea el matiz malvado, puesto
que en el cristianismo sólo habrá “ángeles y santos” y “demonios”.
Mientras que los ángeles y santos ejercen las funciones originales de los daimones de la
antigüedad, a los demonios solo se los encuentra en los casos de posesiones, que en el
Nuevo Testamento siempre realizan espíritus malignos7 y producen enfermedades, insanía,
entre otras.
Por ejemplo, en Lc 11,19, los judíos acusan a Jesús de exorcizar con ayuda de Belcebú, y la
explicación del espíritu malo retirándose al desierto antes de regresar a quien había poseído
anteriormente, es un resabio de la antigua creencia en esos demonios orientales que moran
los desiertos; en Jn 10,20, se menciona a un “espíritu malo” que hace hablar locuras a
Jesús, una de las múltiples ocasiones en que es acusado de estar poseído; en He 19,13, no
solo hay una mención a judíos que realizaban exorcismos, sino que se cuenta cómo al tratar
de echar un “espíritu malo”, él les contestó, porque esos judíos habían invocado a Jesús,
quien no les había otorgado el “poder” de exorcizar del modo cristiano.
Otro aspecto que se debe destacar, es cómo a los nombres asignados al “rey de los
demonios”, en el Nuevo Testamento, en Jn 12,31 se lo llama “príncipe de este mundo”,
nombre que designa al “espíritu del mal” como “toda forma de mal”. Del mismo modo, en Jn
14,30, se repite este nombre, ya que Jesús dice que “se acerca el príncipe de este mundo”,
una referencia algo confusa, teniendo en cuenta que habla de su propia muerte en la cruz,
pero refiere la llegada del espíritu del mal.

Por último, para explicar por qué considero que todos los diablos son demonios, pero no a la
inversa, serán enumerados algunas de las entidades consideradas “demonios” alrededor del
mundo, aunque a la mayoría no las reconozca el cristianismo: Djinns, o Genios, Incubi,
Succubi, Ángeles, Ángeles caídos/diablos, Entes, Espíritus, Atalayas -ángeles de religiones
fuera del cristianismo-, Yokais -cultura japonesa-, Hadas -en un término amplio, ciertos seres
pueden ser “demonios” o “hadas” indistintamente-, Elementales -seres que técnicamente
pertenecen a la naturaleza, pero no a la dimensión material-, Quareen -cultura árabe-,
Shedim -como antecesor de los diablos, que habría permitido la fácil asimilación de las
palabras “demonio” y “diablo”, puesto que los Shedim solo eran “malos” por “no ser dios”-,
o el Grim, entre muchos otros. Esta extensa lista aún tiene validez en las religiones paganas,
tanto como la tuvo en la tradición yahvista. Es por esta razón que en el paganismo se
distingue la categoría malos, y que habitan el infierno, por ende no existen fuera de las
culturas que no creen en el infierno. Ya que las religiones monoteístas tienden a integrar toda
clase de versión maligna de cualquier tipo de demonio, es incluso más común que
simplemente se utilice el término “demonio” para denominar toda clase de entidad, puesto
que dentro de las culturas más difundidas, como la cristiana, sólo se consideran benignos los
ángeles.

Conclusión
Para concluir, centrándome únicamente en el aspecto semántico del término, considero que
no sería incorrecto decir que una persona “fue poseída por un demonio” si se desconoce el
tipo de demonio que ha poseído a dicho individuo; sin embargo, en tal caso, no se debería
ordenar a la entidad que “regrese al infierno”, porque se estaría asumiendo que se trata de
un diablo. Es evidente que en el habla coloquial se mantendrá el uso del término “demonio”
cuando se hable de entidades malignas, olvidando el matiz benigno que posee el vocablo;
sin embargo, cuando se emplea de manera más académica, técnica, específica, u otras,
debería tenerse muy en cuenta la diferencia entre “diablos” y “demonios”, sobre todo para
evitar malinterpretaciones.

Notas
1 Confr. Rodríguez Moreno, I. (1994). Démones y otros seres intermedios entre el hombre y la divinidad en el
pensamiento platónico. Revista Canaria de Filología, Cultura y Humanidades Clásicas , volumen 6, pp. 185-198.
2 Esta oposición depende, principalmente, de la diferencia entre la tradición oral yahvista (de la que poco
registro puede encontrarse fuera de libros esotéricos hebreos) y la tradición sacerdotal escrita, sin intentar
distinguir la elohista, cuyos límites no puedo definir con claridad por falta de información.
3 La cultura judía aún reconocía la existencia de otros dioses fuera del suyo máximo, pero consideraban que
estaban subordinados a Yavé.
4 También “Beelzebul”, “Baal-zebub” o “Baal-zebul”. Este nombre utilizado por los judíos para referir al soberano
de los demonios, claramente deriva de “baal-zebub”, literalmente “señor de las moscas”, que a su vez sería una
forma burlesca de los judíos de denominar a un dios que aparece en los textos de Ugarit.
5 Confr. Nelson, Wilton M. (1998) DICCIONARIO ILUSTRADO de la BIBLIA . Costa Rica: Editorial Caribe.
6 Tómense como ejemplo los títulos que he consultado: Las Clavículas de Salomón , El Libro de San Ciprano ,
y El grimorio del Papa Honorio III .
7 En el antiguo testamento podía tratarse de una posesión realizada por un espíritu benigno.

Bibliografía
- AA.VV. (2005) La biblia, Letra Grande , 68ª edición. España: editorial verbo divino.
- Anónimo. (2003) El grimorio del Papa Honorio III . España: Índigo, clásicos esotéricos.
- Rodríguez Moreno, I. (1994). Démones y otros seres intermedios entre el hombre y la
divinidad en el pensamiento platónico. Revista Canaria de Filología, Cultura y Humanidades Clásicas, volumen
6, pp. 185-198
- Hesíodo. (2006) Trabajos y días , 108-127. Buenos Aires: Losada.
- Platón. El Banquete 202 d-e. [El banquete. (2019, mayo 21). Wikisource, La Biblioteca Libre. Consultado el
09:18, junio 12, 2019 en https://es.wikisource.org/w/index.php?title=El_banquete&oldid=991302 .]
- Nelson, Wilton M. (1998) DICCIONARIO ILUSTRADO de la BIBLIA . Costa Rica:
Editorial Caribe.
- Weyer, Johann. (1660) “Pseudomonarchia Daemonum” en Opera Omnia, Editio nova et
hactenus desiderata . Amsterdam: Apud Petrum vanden Berge.
- Léon-Dufour, Xavier. (2002) Diccionario del Nuevo Testamento . España: desclée De
Brouwer.

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