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A veces se me hace difícil saber hacia dónde llevar la conversación.

Estoy hablando ahora


mismo de ese diálogo que uno tiene con la vida y que puede tornarse pesado e infértil en
muchas ocasiones. No tengo duda alguna de que esto tiene que ver con la forma en que
nos cultivamos. Claro, todo el tiempo estamos absorbiendo información y se supone que
eso debería nutrir nuestras ideas, pero resulta que no. Por ejemplo, siento que no podría
hacer algo significativo, por lo menos para mí, con toda la información que recibí el día de
hoy. En este caso, sin embargo, no señalaré a internet de ser la tierra pantanosa y maldita
que se roba la fertilidad de las semillas que se implantan en mi conciencia. No, prefiero
hablar de las dinámicas que obstaculizan nuestro proceso creativo, y principalmente, ese
diálogo con la vida.

He podido darme cuenta, por lo menos desde los últimos tres o cuatro años, que es cuando
he empezado a tomarme en serio el asunto de pensar, que con el paso del tiempo y el
ejercicio de la reflexión así como de la escritura, se va generando una tolerancia muy similar
a la que tiene lugar cuando hablamos de tolerancia al dolor o al consumo de ciertas
sustancias, necesitando cada vez más exposición para alcanzar esos estados que
recordamos como los más potentes, y mucho más cuando la idea es tratar de superarlos.
Ocurre entonces, al menos en mi caso, que cuando me acerco a un tema nuevo siento el
deseo de escribir algo que valga la pena al respecto, y suelo estar en capacidad de hacerlo.
Pero en poco tiempo parece que se ha agotado el tema y me enfrento a una disyuntiva:
profundizar mucho más para poder seguir entendiéndolo, o bien, pasar a otro tema. La
razón por la que suelo volcarme hacia la segunda alternativa es que me permite satisfacer
más rápido la necesidad de tener algo por decir, contrario a lo que ocurre con la primera
opción donde me veo obligado a largas y pesadas lecturas y cavilaciones, cada vez más
largas y más pesadas, para poder avanzar aunque sea un poco, a veces algo nimio,
porque la literatura en torno al tema empieza a tornarse repetitiva y siente uno que al final
se trata de abstraer, asociar y extrapolar, a menos que realice algún tipo de investigación
muy concreta donde se pongan a prueba o se demuestren nuevas hipótesis. También
sucede que investigo, o medito, bajo la creencia de no necesitar saber demasiado de
ciertos temas porque mi objetivo no es tener impacto sobre los fenómenos o problemáticas
que abordan sino que parece bastarme con entenderlo apenas suficiente para poder
manejarlo en una conversación, y si a eso le sumo el enfocarme en tener disposición para
escuchar y aprender en lugar de ir a imponerme desde la desproporcionada fórmula que me
ofrecen mis conocimientos en relación con el abismo de mi ignorancia, resulta que puedo ir
tranquilo por la vida en una construcción serena del conocimiento en lugar de entregarme
de lleno a pretender hacerme experto en algo. Pero si las cosas parecen estar tan claras
¿por qué lo planteo como una disyuntiva?

No tengo certeza de ello, pero parece que con el tiempo el mecanismo de saltar de un lado
a otro me inhabilita para hacer otros movimientos necesarios, quizá, para acceder a
lugares a los que no se puede llegar con los ligeros saltos a los que me he ido
acostumbrando. Ir a las profundidades, o a las alturas. (según la perspectiva que tengamos
del conocimiento) implica saber escalar, usar herramientas más especializadas, soportar
otras disposiciones atmosféricas, y en fin, afrontar toda una serie de variables que terminan
fortaleciendo las habilidades del pensamiento. Entonces el primer camino parece recuperar
atractivo, y no poco, puesto que estas habilidades de pensamiento no me impedirán dar,
cuando así lo desee, esos pequeños brincos entre tópicos, mientras que en caso contrario,
si me quedo dando esos paseillos de liebre, no podré nunca, por más que quiera, ir ni
mucho más alto ni mucho más profundo, recordando así el adagio japonés: “más sirve un
guerrero en un jardín que un jardinero en la guerra”.

Ahora bien, como suele suceder con muchos casos, el ser consciente de esto no parece
bastante para cambiar de hábitos y hacer lo que realmente parece que quiero y necesito
¿Qué hay entonces detrás de esto?

Desde hace algunas semanas he venido teniendo con varias personas una conversación
sobre “nosotros”, refiriéndome en este caso por nosotros a un grupo de sujetos que creció
con la promesa de la educación ostentada con frases que hoy día considero miserables y
nefastas tales como: “estudie, que el estudio es lo único que le queda” o “Estudie para
que sea alguien en la vida” y no podríamos dejar pasar “lo único que usted tiene que hacer
[o lo único por lo que tiene que preocuparse es por] es estudiar”; una frase que se dice
durante un tiempo limitado pero que se nos retira cuando ya es demasiado tarde, porque
para ese entonces hemos aprendido a desentendernos de todo lo demás. Estas tres frases,
y de seguro otras tantas de su estirpe que no recuerdo, hacen que nos aferremos de tal
modo al estudio [a esa promesa de la educación que a veces tampoco está relacionada con
el estudio o el desarrollo del pensamiento] que terminamos quitándole a otros aspectos de
la sociedad, el Estado y la vida, la importancia que realmente tienen. Parece que a partir de
eso muchos de nosotros hemos caído en una terrible trampa de presuntuoso intelecto en la
que nos convencemos de que tener mucho por decir, sin remitirme únicamente a la idea de
“mucho por decir” aludiendo al discurso vacío, sino teniendo en cuenta también el hecho de
decir o pensar cosas que son valiosas y que una vez expresadas pueden tener cierto grado
de trascendencia en nuestras vidas. Me refiero, en últimas, a la construcción de orden
meramente intelectual pero que poco a poco va moldeando nuestra forma de relacionarlos
con la realidad, algo que podría resultar suficiente cuando no tenemos mayores
convicciones, pero fuera de ese diminuto marco propositivo es una cosa totalmente
obsoleta.
Lo que he expresado puntualmente en algunas ocasiones, es que tiene sentido que para
muchos de nosotros, sobre todo los que materialmente no tenemos nada, o que tenemos
más lejanas las posibilidades de conseguirlo, nos resulte confortable y cegador ampararnos
en nuestro caudal intelectual o en nuestras ideas. Nos prendamos a ellas como algo
sagrado porque nos sostienen, porque no tenemos donde más caer, porque en muchas
ocasiones quisiéramos pero no podemos traspasar robustas fronteras estructurales. Con
esto logramos compensar, aparentemente, las dificultades que impone el medio para
comprar una porción de tierra y construir una casa en ella, por ejemplo, así como el no
pasar a un buen trabajo mientras vemos como sí lo hace algún sujeto al que
intelectualmente consideramos inferior, imponiendo luego el mismo rótulo a las personas y a
las entidades que ofrecen esos trabajos, escalando a la postre esa imposición hasta llegar
a establecer que “el sistema” y “la sociedad” en general son inferiores e incompetentes.
Pero lo cierto es que no logro ver un grado mínimo de sensatez en acusar a la sociedad de
ser inferior cuando el organismo y sujeto que soy, no logra adaptarse y sacar el máximo
provecho posible de las condiciones que ofrece nuestro medio. Y ojo, no apelo aquí a
ninguno de esos dicursillos motivacionales en los que se dice a la gente que con la
motivación y el esfuerzo suficiente puede alcanzar cualquier meta y donde no tienen en
cuenta las condiciones materiales e históricas que hacen a unos más difícil que a otros la
tarea de adaptarse, no hago más que señalar la pasmosa actitud que tomamos quienes
afirmamos dedicarnos a cultivar el pensamiento y no lo hago como una juicio sino como el
reconocimiento de una condición que casi parece una enfermedad mental, un síntoma, que
como todos los síntomas, habla directamente de un malestar que no sabemos manejar de
otra manera. Al final sucede que no podemos competir donde están las verdaderas
potencias y nos conformamos con batallar sobre las posibilidades.

Pudiendo parecer algo muy distante de entrada, vale la pena traer a colación el concepto de
“presentación en sociedad” que si bien ya no se da con tanta formalidad como antes, sigue
funcionando dentro de las mismas esferas bajo las mismas lógicas. Así por ejemplo, sigue
siendo normal encontrar que tanto en las comunidades con mayores indicadores de calidad
de vida como en las de menos indicadores, hay reuniones donde se conocen todos con
todos y están al tanto de las familias de todos. En esas reuniones se habla abiertamente de
lo que hace cada quien para “vivir” entendiendo por vivir el hecho de conseguir dinero. En
ambos casos parece que el tema de la producción de dinero es fundamental, y por eso
suele mirarse con recelo al sujeto dado a la búsqueda del saber, a la vida de la
contemplación o el pensamiento. Quiero aclarar aquí que hablo de las comunidades que
me son más cercanas, que por supuesto reconozco dentro de esas comunidades, así como
de otras no tan cercanas que hay sujetos y grupos enteros que han descartado por
completo estas costumbres y este tipo de conversaciones, y que de hecho, se han volcado
hacia un favoritismo por lo intelectual. Volviendo, pareciera que dicho recelo se debe a que
en ambos casos el sujeto dado a pensar puede poner en riesgo: a) el estado de las cosas
para unas figuras de autoridad que encuentran sumamente conveniente que así se
mantengan. b) intereses materiales de la comunidad ya que estos sujetos intelectuales ni
los producen ni los protegen a menos que cuente con la red de apoyo necesaria para ello; y
esto se debe básicamente al hecho de que para ser útiles y valiosas, las ideas necesitan un
medio a través del cual expresarse y este medio no puede ser sino la materia. Las ideas no
pueden expresarse si no es a través de ella, incluso cuando hablamos de estos primeros
pasos de la expresión de las ideas que son el hablar y el escribir.
Pero último esto sigue pareciéndose mucho a los paseos de liebre que hemos mencionado,
y resulta que son otros los requerimientos para poder trasegar sobre las necesidades y
problemáticas que se nos presentan en la vida a nivel individual y a nivel colectivo. No hay
comparación entre hablar del hambre en un barrio y fundar un comedor comunitario para
atenderla, y no lo digo desde el punto de vista meliorativo sino pragmático: las exigencias
de establecer un comedor comunitario están muy lejos de las exigencias que tiene el hecho
de hablar de hambre sentados cómodamente en un salón. Costumbre típica en esa otra
parte de “nosotros” que conjuga a una llamada “clase media” que no tiene las bases de las
clases altas para materializar sus ideas ni la imperiosa necesidad de las clases bajas de
avanzar en ellas. Aunque, si o si, lo más normal en todas las esferas es algún tipo de
compensación y desplazamiento.

Ahora bien, a donde parece dirigirme todo esto, es al hecho de que no es solamente
internet lo que hace infértiles nuestras ideas, sino que juega un papel quizá más importante
el valor que le damos a nuestro pensamiento. En esto último tiene internet un rol más
distinguido, aunque siempre bajo la misma línea de la imprenta, por ejemplo. Creo que la
tolerancia a ver mucho de todo, viene desde bastante antes del internet, y por eso ha calado
lo que nos ofrece, como lo ha hecho, en nuestra forma de vida y en nuestra cultura. Algo así
como lo que ocurrió en Medellín con el tema del narcotráfico y el reggaetón (y en su
momento la salsa y el tango). Nuestros valores culturales, esa “moral del pueblo” como
decía Churchill -según Joos A.M. Merloot- nos hacen más o menos influenciables ante
ciertas circunstancias, y claro, en esa reafirmación de valores y moral colectiva, pareciera
que las tales circunstancias son las que nos determinan. Pero el asunto en este caso,
como en otros tantos, termina acercándonos a la pregunta por lo que somos y dónde
estamos depositando esa idea de lo que somos ¿A quién o a qué le estamos delegando la
tarea de responder la pregunta por nosotros mismos?.

Retomando ahora el asunto de ser presentados en sociedad, después de eso -antes más
que ahora- había un período dedicado primordialmente al cultivo cuidadoso y esmerado de
lo que sería el proyecto de vida, generalmente relacionado con los proyectos de otros. Así,
estando las cosas suficientemente maduras, había nuevos encuentros en sociedad para
hablar de esos proyectos teniendo en cuenta capacidades, necesidades e intereses.
Entonces las personas tomaban decisiones que, si bien muchos casos son cuestionables, y
sobre todo cuando sabemos que en gran número de ocasiones las personas, y
especialmente las mujeres, eran obligadas a abandonar su voluntad para velar por los
intereses de la familia, el clan, el pueblo, o incluso de Estados o imperios enteros, se
configuraban como renuncias que permitían también una construcción de una sociedad
tangible y en manos de la ciudadanía en lugar de esa noción de “la sociedad” como algo
distante y abstracto en manos de unos supuestos representantes con disposiciones de
fatuos heroísmos y villanías. Por supuesto, no todo aquí es miel, y de esto último se
desprenden por lo menos dos observaciones que podrían traducirse necesidades, y en
consecuencia, en medios, veamos.

En primer lugar está el hecho de que más allá de las obligaciones sociales, parte de lo
acontecido en estos encuentros podría asumirse como una noble capacidad de poner
primero los intereses sociales, el “bien común”, y luego el bien individual; algo que se vio
interpelado con el fuerte florecimiento del romanticismo del siglo XIX en Europa y que
inevitablemente nos permeó luego en esa suerte de coletazo histórico en el que vivimos.
Un romanticismo que nos ha volcado hacia la imaginaria satisfacción del deseo individual,
aunque de fondo siguen estando los mismos intereses y necesidades de orden colectivo
como base de las decisiones: estabilidad económica, estatus social y buenos genes, y
podrían decir que hay otras cosas como el bienestar emocional, el desarrollo personal y
demás, pero en última instancia, todas estas cosas penden más o menos de los mismos
hilos. Le pongo comillas a la expresión “bien común” porque en realidad, aunque pareciera
que se buscaba el bienestar de la sociedad, seguían siendo defendidos intereses
particulares aún cuando al hablar de particulares nos refiriéramos a un grupo y, también,
porque las más de las veces han sido, y siguen siendo, las élites de esos grupos quienes
salvaguardan allí sus intereses. Surge entonces una primera necesidad: revisar el estado
actual de los procesos de socialización bajo esta órbita de aunar intereses y mirar qué
intereses o necesidades comunes o individuales se satisfacen allí. Seguramente, en estos
círculos de embelesado parloteo donde impera un canto de sirenas que nos lanza a un mar
sin fronteras ni fondo, veremos satisfechas necesidades más relacionadas con nuestro ego
y probablemente hallaremos muy poca satisfacción de las necesidades que tenemos dentro
de un grupo de amigos, por ejemplo, como sujetos inmersos en una sociedad y un sistema
económico y político con sus propias exigencias y necesidades de las que, así lo finjamos
en nuestra romántica imaginería, no podemos desentendernos. Una vez revisados estos
puntos quizá podremos dar con algo más valioso que el mero intercambio de ideas, o aún
peor, (siendo esto lo más frecuente) la inescrupulosa reafirmación de estas.

El segundo punto, y tal vez el que juega un papel más importante, es el de nuestra
capacidad de renunciar al sumo bien individual a favor del sumo bien colectivo, partiendo de
que ambos son en realidad disposiciones ideales e Inmaterializables. El detalle aquí estaría
en dar con un equilibrio que nos evite seguir bajo la misma lógica de volcar el movimiento y
esfuerzo social hacia los intereses más particulares. Pero es que para esto deberíamos
saber por lo menos cuáles son nuestros intereses, y así poder comprender con cuáles otros
pueden alinearse mejor, y para que esto tenga algún sentido, debe abandonarse en algún
momento el campo de las ideas. Porque mientras seguimos en esta tertulia infinita, hay
otros que toman medidas y ejecutan acciones de todo tipo. Muy tonto sería -como ya lo he
mencionado- decir que el mundo está mal y que son los demás una partida incompetentes.
Hay mucha gente haciendo cosas maravillosas sin pensar tanto, sin hablar tanto, y hay
también una gran cantidad de personas que habla a medida que hace, y por eso sus ideas
tienen algún impacto en la construcción de sociedad. Por otra parte, aquellos que
permanecemos en la conversación, en la que la única materia de nuestras ideas está
compuesta por las partes del cuerpo que deben disponerse para el parloteo, terminamos
haciendo nada y dando nuestros paseos de liebre en las mismas zonas seguras y
sintiéndonos todopoderosos en ellas.

Para terminar, pienso que nos mantiene estancado en la palabra esa comodidad de
resolverlo todo en un mundo imaginario que poco o nada tiene que ver con el mundo
material que nos convoca desde la cotidianidad, y que si buscamos razones para irnos fuera
de esa comodidad, podríamos empezar por atender los problemas de quienes estamos
cerca. Podríamos tratar de volcar las conversaciones cotidianas hacia el entendimiento de
las vidas de quienes participamos de esas conversaciones, y principalmente de las
necesidades que en esas vidas emergen, invirtiendo los minutos, o las horas, o los días de
encantadora conversación, en dar con acciones que reduzcan las necesidades y
problemáticas a que nos enfrentamos, alineando capacidades bajo una serie de acciones
concretas.

Diré también que si uno tuviera que responder a la pregunta de ¿Hasta dónde voy con este
tema? primero debería tener claro qué necesidades hay cerca y cómo están relacionadas
con los fenómenos que toca dicho tema. Así, aunque pueda exceder la conversación, o
quizá, no baste para sostenerla, podremos explorar de manera objetiva y enfocada dando
un valor mucho mayor a esas cosas que cultivamos. No es internet lo que hace infertil la
búsqueda del saber y el desarrollo del pensamiento, es la falta de propósito.

Finalmente, sin que sea esto un asunto menor. El cultivarnos de manera objetiva y con
propósito puede llevarnos a reducir el escandaloso ruido informático en el que estamos
sumergidos porque no se puede hablar tanto cuando se está haciendo aunque sea un poco.

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