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S2-Faure - Estrategias Sanitarias SXVI-XVII
S2-Faure - Estrategias Sanitarias SXVI-XVII
A partir del siglo XVI, al menos, la salud y la enfermedad ya no tienen que ver solamente
con la experiencia individual, sino que se convierten también en cuestiones colectivas.
Como corolario, la relación individual entre el paciente y su médico, que pretende la
curación, se desdobla en un enfoque más global orientado hacia la prevención. Esta
ampliación es el fruto de la conjunción de toda una serie de cambios esenciales de diversos
órdenes. Esos elementos son a la vez epidemiológicos (presencia de la peste que asedia a
Occidente hasta el siglo XVIII), políticos (nacimiento de las ciudades-Estado, luego
emergencia de los Estados territoriales cuyos soberanos se pretenden absolutos),
económicos y sociales (con el desarrollo del comercio y de una burguesía comerciante, la
afirmación de las profesiones del arte de curar), religiosos y culturales (con la Reforma que
revaloriza el lugar del cuerpo y el incremento de la preocupación por la salud que se
traduce en el éxito de la literatura de vulgarización médica)1.
Frente a esta multitud de factores ligados, es grande la tentación de privilegiar
alguno de ellos y poner a los otros a depender de él. Sin embargo, ni el genio de algunos
hombres, ni la voluntad de poder de los soberanos, ni el inmenso desafío que representa la
peste, ni la revolución mental que implica la Reforma son, cada uno por separado, lo
suficientemente fuertes para explicar el movimiento que sitúa progresivamente la
enfermedad y la salud en el corazón de las preocupaciones de las elites. Además, esos
diferentes factores no se adicionan, sino que se compenetran, como lo muestran los destinos
de algunos hombres faros, reveladores de un mundo donde los dominios espirituales,
científicos y políticos no están separados como hoy.
Así, el sistema de vigilancia sanitaria centralizado imaginado por Gottfried Wilhelm
Leibniz2 debe mucho a sus actividades múltiples como matemático (trabajos sobre el
cálculo integral), jurista (una tesis sobre las causas complejas en derecho), consejero de los
príncipes (el elector de Maguncia, luego el de Hannover), teólogo y, por supuesto, filósofo.
De manera menos espectacular, el comerciante John Bellers es a la vez un reformador
religioso, pero también un estadístico y un animador del Voluntary Reform Movement. El
líder metodista John Wesley no desdeña escribir un libro de medicina, ni el médico
Bernhard Christoph Faust publicar un Catecismo de la salud3. Más ampliamente, muchos
médicos son también estadísticos, meteorólogos y, a menudo, cercanos a los movimientos
religiosos contestatarios.
Los soberanos que se pretenden absolutos son siempre representantes de Dios en la
tierra y, como tales, encargados de mantener a sus súbditos en la verdadera fe con mucha
más atención, dado que de ahí en adelante hay competencia religiosa. A esa misión se
añade progresivamente la de contribuir a la felicidad terrestre y al bienestar material de esos
mismos súbditos. Ambos objetivos no se contradicen en tierra protestante, donde el éxito
terrestre y la buena salud son signos de elección divina y garantías de la salvación eterna.
* Mirko Grmek (dir.), Histoire de la pensée médicale en Occident, vol. 2, “De la Rennaissance aux lumières”, Paris,
Seuil, 1999, pp. 279-296.
1. Porter (1992).
2. Grmek (1990), pp 261-274.
3. Bellers (1714); Wesley (1747); Faust (1794), 9e éd., 1800.
1
Del mismo modo, la ciencia que quiere penetrar los misterios del universo es cada vez
menos incompatible con la religión puesto que, para muchos, el conocimiento del mundo es
un camino que lleva hacia Dios o permite el descubrimiento de los valores y de las metas
de la existencia. Más marcada en tierra protestante (sobre todo entre los puritanos), esta
conciliación entre la ciencia nueva y la religión existe también en países católicos donde
Descartes plantea el principio de la independencia entre el conocimiento del mundo y la
cuestión de la existencia de Dios, afirmando además que la salud es el primer bien y la
condición de todos los demás, que la medicina sería el mejor medio de volver a los
hombres más sabios y más perfectos. Descartes le permite a una sociedad enfocada hacia el
alma y su salvación ocuparse también del cuerpo y de la salud pública4.
7. Labisch (1992).
8. Grmek (1995).
9. Cipolla (1992) y Cosmacini (1987), trad. fr. (1992).
10. Grmek (1959).
3
of mortality ingleses, son abiertos algunos registros de muertes en Milán (1452), Mantua
(1496), Venecia (1504). Cincuenta años más tarde, y a pesar de sus rivalidades, una red de
información pone en relación las principales ciudades de Italia, difundiendo los datos
sanitarios provenientes de Francia, Suiza, los Balcanes. De una manera más general aún,
ese sistema de alerta por la peste tiende a volverse permanente y a extender sus
investigaciones y sus poderes. Progresivamente, las oficinas de salud controlan la calidad
de las mercancías, la higiene de las habitaciones, la limpieza de las calles, el gobierno de
los establecimientos públicos (albergues, mercados), la conducta de las poblaciones
flotantes11.
El ejemplo italiano es mediocremente copiado por los grandes Estados como
España, Francia e Inglaterra12. Si indudablemente Jean le Bon firma la primera ordenanza
sanitaria (1352), y si Inglaterra es dotada de un sanitary act en 1388, esas medidas no
tienen efecto y la lucha le corresponde casi enteramente a cada una de las ciudades, todavía
autónomas y abandonadas a sí mismas cuando el flagelo las ataca. Por todas partes las
medidas son las mismas. En Bilbao, Barcelona, Edimburgo, Aberdeen, Marsella, Amiens,
Gap o Montpellier, se designa capitanes o consejos de salud, se construye hospitales
especiales que a menudo son simples refugios o cabañas, se impone cuarentenas, se instalan
braseros aromáticos, se recluta médicos y sepultureros, se exige billetes de salud, y todo
esto sin ayuda financiera, ni siquiera recomendaciones del Estado. Los parlamentos o
poderes locales apenas sí dan su acuerdo a posteriori a las medidas dictadas por las
ciudades. De todas maneras, y contrariamente a Italia, las medidas son temporales y no dan
nacimiento a institución durable alguna.
Solamente los países germánicos imitan verdaderamente a Italia, pero también ahí,
en el marco de ciudades independientes íntegramente enfocadas hacia los intercambios.
Zurich posee desde el siglo XV, además de un arquiatra, un comité médico encargado de la
inspección de las leproserías y de la vigilancia de las enfermedades especiales13. En
Nuremberg, en el siglo siguiente, el médico comunal Joachim Camerarius propone una
ordenanza médica cuya base sería un colegio médico encargado a la vez de la higiene
pública (aguas, mercados), del control de las profesiones de salud y de la gestión de los
hospitales. Semejante al sistema italiano, el plan de Camerarius reserva a los médicos un
amplio lugar y los pone a la cabeza de la salud urbana. El éxito es inmediato y ese modelo
se extiende a numerosas ciudades alemanas a finales del siglo XVI y a comienzos del siglo
XVII14. Hasta el siglo XVI incluso, la protección de la salud pública es una prerrogativa
exclusivamente urbana. Nace ampliamente de la peste y de las amenazas que ella hace
pesar sobre poblaciones agrupadas y dedicadas a los intercambios exteriores. Si esta
dimensión no desaparece en los dos siglos siguientes, a ella se le unen otras.
Definida de esta manera, la policía médica engloba casi todo, interesándose en las
edades y las etapas de la vida, en el sistema de salud, en la seguridad pública en general. El
tratado de Frank insiste sobre todo en las medidas que hay que tomar para proteger las
categorías que están en riesgo como las mujeres en cinta y los bebés, sobre todo los
que están a cargo de nodrizas. De manera más general, la policía médica se concibe
como un arte de defensa de la salud colectiva al servicio de los ciudadanos. Este enfoque,
que asocia preocupaciones revolucionarias y autoritarismo, es revelador del despotismo
ilustrado al cual la policía médica está íntimamente ligada hasta en sus contradicciones.
Alto funcionario de la monarquía austriaca, ya desconfiado frente a la Revolución francesa,
Frank no vacila en consagrar su curso de 1790 a la miseria de los pueblos generadora de la
enfermedad e inaugura ese curso afirmando que los pueblos esclavos son pueblos
caquécticos.
Alumno de Albrecht von Haller, arquiatra del príncipe obispo de Expira, luego
consejero del emperador de Austria Joseph II, Johann Peter Frank es, a partir de 1785, a la
vez profesor de clínica y de medicina práctica en la Universidad de Pavía y director general
42 Rau (1774).
43 Frank (1779).
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de todo lo que tiene que ver con la medicina en la Lombardía austríaca y en el ducado de
Mantua. Esto para expresar la importancia del personaje y la amplitud de las redes de que
dispone para propagar sus ideas. Tampoco es sorprendente que su tratado sea seguido por
muchos otros: en el mundo germánico y en el italiano se organizan cursos de policía
médica, se consagran revistas a la nueva disciplina. Provisto de plenos poderes sanitarios en
Lombardía, entre 1785 y 1795, Frank no logra llevar a cabo sus proyectos, es cierto,
múltiples. Era en efecto difícil, de una sola vez, reformar la enseñanza médica, controlar la
calidad y los precios de los medicamentos, redistribuir los medici condotti hasta los
campos, extender sus atribuciones hasta la obstetricia y la pediatría44.
Ya limitada en su dominio de predilección, la huella de la policía médica es aún más
tenue en otras partes. Algunos tratados de policía médica aparecen en Rusia a comienzos
del siglo XIX. Sucede lo mismo para Dinamarca y Hungría donde la noción de policía
médica aparece más en armonía con el contexto religioso (luteranismo danés) o político
(Hungría ligada a Austria) de esos países. En cambio, las reticencias son sensibles en Gran
Bretaña y en Francia. En Gran Bretaña, la expresión policía médica es introducida
tardíamente y las nociones que conlleva se acomodan mal a un régimen fundado sobre la
libertad y sobre una economía que sugiere más bien el liberalismo que el mercantilismo.
Además, las obras consagradas a la policía médica son raras y esta última, sobre todo
enseñada en las facultades de derecho, prácticamente no se ocupa sino del derecho de las
profesiones. Por otra parte, el liberalismo de la sociedad y el crecimiento de las ciudades
centran su interés en los problemas de alimentación, aprovisionamiento de agua y
organización del espacio urbano45.
Provista de una monarquía atenta a los problemas médicos, sensible a los problemas
de población, fuertemente marcada por el mercantilismo, la Francia del antiguo régimen
parece disponer de todos los ingredientes necesarios para el desarrollo de una reflexión
importante sobre la salud pública y la policía médica, sin embargo, éste no se da. Sin duda,
gran parte de las reflexiones, observaciones y proposiciones maduradas por la Sociedad
Real de Medicina (creada de hecho en 1778) permanecieron en el estado de manuscrito por
el simple hecho de la disolución de la Sociedad en el momento de la Revolución. Con sus
numerosas instancias de debate (comité de salud, comité de mendicidad), su ritmo
acelerado, esta última orientó a los médicos, a los estadistas, a los administradores mucho
más hacia la acción que hacia la reflexión46. Sin embargo, en contrapartida, parece que el
Antiguo Régimen, en Francia, no supo rodearse de intelectuales, como lo hacían los
déspotas ilustrados. Empecinados en los conflictos de sucesión o de preeminencia entre
médicos y cirujanos, entre facultades y Sociedad real, preocupados por defender sus
privilegios, los cuerpos profesionales casi no emitieron proposiciones para mejorar la salud
pública y casi no participaron en las reflexiones sobre la reforma del Estado y de la
sociedad. Más bien estas últimas reflexiones correspondieron a los filósofos y a los
fisiócratas quienes privilegiaron la economía en detrimento de la medicina47. Los
numerosos artículos de la Encyclopédie de D´Alambert y Diderot, consagrados a la
medicina y a la salud siguen siendo muy tradicionales y se abren muy poco hacia las
dimensiones sociales. Para ellos, la salud es un estado de equilibrio propio de cada
61 Porter (1992).
62. Darmon (1986).
63 Porter (1994), pp. 132-164.
64. Rosen (1974), pp. 246-258.
65 Ver Sournias (1989).
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mejor médico y de llevar la vida más sana. Por el contrario, la proclamación y la obligación
de asistencia a los enfermos, a los ancianos y a los huérfanos, la discusión sobre un derecho
a la salud66 va en el sentido de una intervención creciente de la colectividad. Esta última es
visible en la creación de médicos cantonales o de distrito encargados de atender
gratuitamente a los pobres y en la nacionalización de los hospitales que se prevé
transformar en “máquinas de curar” dispuestas racionalmente en el espacio. Las
circunstancias (guerra e inflación), que impiden el funcionamiento de ese sistema, y el
retorno de los moderados al poder, limitan singularmente el alcance inmediato de la obra
revolucionaria. Terminada la Convención, el Directorio y el Consulado sólo actúan
indirectamente sobre la salud pública. Al crear, en la Escuela central, luego en las tres
escuelas de salud, cátedras de higiene y de medicina legal, al insistir en la observación, al
establecer una pirámide de profesiones de salud de acceso más o menos costoso (médicos,
oficiales de salud, farmaceutas y herboristas, parteras), los legisladores apuestan por una
extensión espontánea de recursos hacia la medicina y hacia las reglas de higiene67. Sin
embargo, la idea de un derecho a las atenciones para todos sobrevive a la Revolución y
renace un siglo más tarde.
Los siglos del Antiguo Régimen, en materia de salud colectiva, son portadores de
utopías más que de realizaciones. En efecto, en la práctica, la evolución no se parece en
nada a una marcha triunfal. En la víspera de la Revolución, las monarquías llamadas
absolutas están todavía intentando imponer a sus Estados un sistema de protección sanitaria
equivalente al ejecutado, con más eficacia, por las ciudades italianas del siglo XV. Por otra
parte, si la medicina conoce mejor las enfermedades y sus efectos, gracias a sus
herramientas estadísticas y a su red de observadores, ello no le impide abandonar la
hipótesis del contagium vivum para privilegiar la de la corrupción del aire.
El estudio de este periodo permite medir mejor la profundidad de la necesidad de
salud de nuestras sociedades. En efecto, esta necesidad no espera hasta la realización de una
sociedad democrática y secularizada para manifestarse. Por el contrario, la noción de salud
colectiva nace en una sociedad fuertemente religiosa, jerarquizada, en la cual la medicina
casi no tiene prestigio. Además, el periodo estudiado nos invita a buscar los elementos
ocultos, de naturaleza cultural, que influyen sobre las diversas maneras plantear y de vivir
hoy los problemas de salud pública. Las diferencias oponen a los países marcados por la
Reforma, donde las medidas de salud se dirigen a una población para la cual el cuerpo es
objeto de educación, con los países de tradición católica, donde la salud es más el asunto de
las autoridades y de los médicos que problema de cada uno. Esta herencia contrastada
explica suficientemente los destinos divergentes de la salud pública en el siglo XIX y más
allá.
Traducción del francés: Jorge Márquez Valderrama.
Trascripción y correcciones: Víctor Manuel García García.
Medellín, 13 de junio de 2004.
66 Weiner (1993).
67 Léonard (1981).
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