en el umbral de aquella puerta. Mas la halló repleta de
LA PUERTA DEL MUERTO N.º 2 impedimentos, que con sus manos delicadas fue Había en casi todas las casas de Asís dos puertas abiertas removiendo cautelosamente. Al fin se sintió desfallecida a la calle, en pendiente. Una era más alta y ancha, con el cuando todavía le aguardaba la tarea de forzar los recios umbral bajo; la otra más pequeña y estrecha, con el umbral pasadores férreos. Trató con sumo esfuerzo de removerlos, muy alto. Ambas puertas, aunque muy cerca una de la más en vano; desde la muerte del padre no se había vuelto otra, no formaban simetría en la fachada por su forma a abrir aquella puerta, y los hierros, enmohecidos, no diversa y variado desnivel. querían ceder. Para salir por la puerta grande, bastaba dar un paso hacia la calle; pero tratando de salir por la pequeña, había que Clara se arrodilló, apoyó su frente sobre el frío hierro y dar todo un salto. Y mientras la puerta grande estaba dirigió a Dios una ferviente oración. Luego se levantó siempre abierta a todo el que entraba y salía de casa, la segura de sí misma y los pasadores corrieron sin el menor pequeña estaba siempre cerrada y nadie se atrevía a pasar chirrido, como si de reciente se les hubiera engrasado. Se por ella; se la conocía comúnmente por la «puerta del abrió al fin la puerta sin estridencia alguna y apareció allá muerto», ya que sólo se abría para sacar el ataúd del que abajo la calle iluminada por la luna en su plenitud. salía con los pies por delante para nunca más volver a casa. Pacífica de Guelfuccio, su fiel compañera, esperaba en un Según una costumbre un tanto supersticiosa, el muerto ángulo a la sombra. Clara quedó inmóvil un instante sobre nunca pasaba por la puerta de los vivos, y éstos, a su vez, el alto escalón y, sin vacilar, dio un salto ligero. jamás atravesaban la puerta del muerto. A este fin tenían buen cuidado en guardar celosamente Había traspasado el umbral del muerto. Se había separado cerrada dicha puerta mientras no se diera la dolorosa irremisiblemente de la familia. Ya no volvería a su casa. necesidad de usarla. Ni por equivocación siquiera debía Clara se había perdido. Clara había muerto. Clara nadie pasar por la «puerta del muerto» por miedo al mal caminaba hacia otra vida. augurio. Y así solían acumularse tras dicha puerta toda suerte de En alabanza de Cristo, Francisco y Clara trastos y trebejos hasta el uso forzoso de la misma. Dormía tranquila toda la casa la noche de aquel Domingo Amen… de Ramos, cuando Clara bajó de su habitación, dirigiéndose a tientas hacia la «puerta del muerto». Quería salir furtivamente y estaba segura que a nadie encontraría
Florecillas de Santa Clara de Asís Julio-agosto de 1953. Año 27. Director: Fr. Pacífico Torres, OFM.