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LEIGH BARDUGO

Hell bent
LEIGH BARDUGO

HELL BENT

ALEX STERN 2 2

Leigh Bardugo

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LEIGH BARDUGO

Para Miriam Pastan, que leyó mi fortuna en una taza de café

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Todo lo hacían sin criterio alguno hasta que, finalmente,


de los astros les enseñé a auspiciar orto y ocaso.
Y el número, el invento más rentable, les descubrí,
y la ley de la escritura, recuerdo de las cosas,
e instrumento que a las Musas dio origen.

Esquilo, Prometeo Encadenado


inscrito encima de la entrada a
la Biblioteca Conmemorativa Sterling, Universidad de Yale

Culebra que no mire morde, que viva mil años.


Que la serpiente que no me muerda viva mil años.
Proverbio sefardí 4

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LEIGH BARDUGO

PARTE I

Como Antes

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Noviembre
Traducido por Azhreik

Alex se acercó a Black Elm como si se estuviera acercando sigilosamente a un


animal salvaje, con cautela en el recorrido por el largo y curvo camino de
entrada, con cuidado de no demostrar su miedo. ¿Cuántas veces había hecho
este recorrido? Pero hoy era diferente. La casa apareció entre las ramas
desnudas de los árboles, como si la hubiera estado esperando, como si hubiera
oído sus pasos y anticipado su llegada. No se agachó como una presa. Estaba
erguida, dos pisos de piedra gris y techos puntiagudos, un lobo con las patas
afianzadas al suelo y mostrando los dientes. Black Elm había sido manso una
vez, brillante y acicalado. Pero lo habían dejado solo demasiado tiempo.
6
Las ventanas tapiadas en el segundo piso lo empeoraban todo, una herida
en el costado del lobo que, si no se atendía, podría enloquecerlo.

Metió la llave en la vieja puerta trasera y entró en la cocina. Hacía más frío
adentro que afuera; no podían permitirse el lujo de mantener el lugar con
calefacción y no había razón para hacerlo. Pero a pesar del frío y de la misión
que había venido a cumplir aquí, la habitación todavía se sentía acogedora. Las
cacerolas de cobre colgaban en ordenadas filas sobre la gran estufa antigua,
brillantes y listas, ansiosas por ser utilizadas. El suelo de pizarra estaba
impecable, las encimeras limpias y adornadas con unas ramas de acebo dentro
de un frasco de leche que Dawes había arreglado con precisión. La cocina era
la habitación más funcional de Black Elm, llena de vida con un cuidado
regular, un ordenado templo de luz. Así era como Dawes lidió con todo lo que
habían hecho, con la cosa que acechaba en el salón de baile.

Alex tenía una rutina. Bueno, Dawes tenía una rutina y Alex trató de
seguirla, y ahora se sentía como una roca a la que aferrarse mientras el miedo

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intentaba hundirla. Abrir la puerta, clasificar el correo y colocarlo en el


mostrador, llenar los tazones de Cosmo con comida y agua frescas.

Por lo general, estaban vacíos, pero hoy Cosmo había volcado la comida de
lado, esparciendo en el suelo gránulos en forma de pez, como en protesta. El
gato de Darlington estaba enojado porque lo dejaban solo. O asustado por ya
no estar solo.

—O tal vez solo eres un pequeño quisquilloso de mierda —murmuró Alex,


limpiando la comida—. Le transmitiré tus comentarios al chef.

No le gustó el sonido de su voz, quebradiza en el silencio, pero se obligó a


terminar lenta y metódicamente. Llenó los tazones de agua y comida, tiró el
correo basura dirigido a Daniel Arlington y metió una factura de agua en su
bolso que llevaría a Il Bastone. Pasos en un ritual, realizados con cuidado, pero
que no ofrecían protección. Consideró preparar café. Podía sentarse afuera bajo
la luz del sol invernal y esperar a que Cosmo viniera a buscarla, cuando él 7
considerara oportuno dejar de merodear por la desordenada maraña del
laberinto de setos en busca de ratones. Podía hacer eso. Dejar a un lado su
preocupación y su ira, y trata de resolver este rompecabezas, aunque no quería
completar la imagen que emergía con cada pieza nueva y desagradable.

Alex miró hacia el techo como si pudiera ver a través de las tablas del suelo.
No, no podía simplemente sentarse en el pórtico y fingir que todo estaba como
debía ser, no cuando sus pies querían subir las escaleras, no cuando sabía que
debía correr hacia el otro lado, cerrar la puerta de la cocina detrás de ella,
fingir que Nunca había oído hablar de este lugar. Alex había venido aquí por
una razón, pero ahora se preguntaba por su estupidez. Ella no estaba a la
altura de esta tarea. Hablaría con Dawes, tal vez incluso con Turner. Por una
vez elaborara un plan en lugar de precipitarse al desastre.

Se lavó las manos en el fregadero y solo cuando se giró para alcanzar una
toalla vio la puerta abierta.

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Alex se secó las manos, tratando de ignorar la forma en que su corazón se


había acelerado. Nunca se había fijado en la puerta de la despensa del
mayordomo, un hueco entre los bonitos armarios de cristal y las estanterías.
Nunca antes la había visto abierta. No debería estar abierta ahora.

«Dawes pudo haberla dejado así.»

Pero Dawes estaba lamiendo sus heridas después del ritual y escondiéndose
detrás de sus filas de fichas. No había estado aquí en días, no desde que había
colocado esas ramas de acebo en el mostrador de la cocina, componiendo una
imagen de cómo debería ser la vida. Limpia y fácil. Un antídoto para el resto de
sus días y noches, para el secreto de arriba.

Ni ella ni Dawes se molestaron en ocuparse de la despensa del mayordomo,


sus hileras de platos y vasos polvorientos, su terrina de sopa del tamaño de
una bañera pequeña. Era uno de los muchos miembros vestigiales de la vieja
casa, en desuso y olvidada, abandonada para atrofiarse desde la desaparición 8
de Darlington. Y ciertamente nunca se molestaron con el sótano. Alex ni
siquiera había pensado en él. No hasta ahora, de pie en el fregadero de la
cocina, rodeada de pulcros azulejos azules con imágenes de molinos de viento y
barcos altos, mirando ese hueco negro, un rectángulo perfecto, un vacío
repentino. Parecía como si alguien simplemente hubiera quitado parte de la
cocina. Parecía la boca de una tumba.

«Llama a Dawes.»

Alex se apoyó contra el mostrador.

«Sal de la cocina y llama a Turner.»

Dejó la toalla y sacó un cuchillo del bloque junto al fregadero. Deseaba que
hubiera un gris cerca, pero no quería arriesgarse a llamar a uno.

El tamaño de la casa, su profundo silencio, pesaban a su alrededor. Volvió a


mirar hacia arriba, pensó en el brillo dorado del círculo, el calor que

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desprendía. «Tengo apetitos» ¿La habían excitado esas palabras cuando


deberían haberla asustado?

Alex caminó en silencio hacia la puerta abierta, la ausencia de una puerta.


¿Qué tan profundo habían cavado cuando construyeron esta casa? Podía
contar tres, cuatro, cinco escalones de piedra que conducían al sótano, y luego
se desvanecían en la oscuridad. Tal vez no había más escaleras. Tal vez ella
daría un paso, caería, seguiría cayendo hacia el frío.

Palpó a lo largo de la pared en busca de un interruptor de luz, luego miró


hacia arriba y vio un trozo andrajoso de cordel colgando de una bombilla
expuesta. Tiró de él y las escaleras se inundaron con una cálida luz amarilla.
La bombilla hizo un zumbido reconfortante.

—Mierda —dijo Alex en un suspiro. Su terror se disolvió, dejando nada más


que vergüenza en su lugar. Solo escaleras, una barandilla de madera, estantes
llenos de trapos, latas de pintura, herramientas que recubrían la pared. Un 9
leve olor a humedad se elevaba desde la oscuridad de abajo, un hedor vegetal,
un indicio de podredumbre. Escuchó el goteo del agua y el movimiento de lo
que podría haber sido una rata.

No podía distinguir bien la base de las escaleras, pero tenía que haber otro
interruptor o bombilla debajo. Podía bajar allí, asegurarse de que nadie había
estado hurgando, ver si ella y Dawes necesitaban colocar trampas.

Pero ¿por qué estaba la puerta abierta?

Cosmo podría haberla empujado en una de sus expediciones en busca de


ratas. O tal vez en realidad Dawes había venido y bajado al sótano en busca de
algo ordinario: herbicida, toallas de papel. Se había olvidado de cerrar
correctamente.

Así que Alex cerraría la puerta. Cerrarla bien. Y si, por casualidad, había
algo ahí abajo que no estaba destinado a estar ahí abajo, podría quedarse
donde estaba hasta que ella pidiera refuerzos.

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Alcanzó el cordela y se detuvo allí, con la mano sujetándolo, escuchando. Le


pareció oír... allí, de nuevo, un suave siseo.

El sonido de su nombre. «Galaxy»

—A la mierda esto. —Ella sabía cómo terminaba esta película en particular,


y no había forma de que bajara allí.

Tiró del cordel y oyó el estallido de la bombilla, luego sintió un fuerte


empujón entre los omoplatos.

Álex se cayó. El cuchillo repiqueteó en sus manos. Luchó contra el impulso


de extender la mano para amortiguar la caída y se cubrió la cabeza, dejando
que su hombro se llevara la peor parte. Medio resbaló, medio cayó hasta la
base de las escaleras y golpeó el suelo con fuerza, su aliento salió de ella como
una corriente de aire a través de una ventana. La puerta sobre ella se cerró de
golpe. Oyó el clic de la cerradura. Estaba en la oscuridad.

Su corazón estaba acelerado ahora. ¿Qué había aquí abajo con ella? ¿Quién
10
la había encerrado con eso?

«Levántate, Stern. Recupera la jodida cordura. Prepárate para pelear.»

¿Era su voz lo que estaba escuchando? ¿La de Darlington?

La de ella, por supuesto. Darlington nunca maldeciría.

Se puso de pie, apoyando la espalda contra la pared. Al menos nada podría


venir hacia ella desde esa dirección. Era difícil respirar. Una vez que se
rompían los huesos, aprendían esa costumbre. Blake Keely le había roto dos
costillas menos de un año antes. Era posible que se rompieran de nuevo. Sus
manos estaban resbaladizas. El piso estaba mojado por alguna vieja gotera en
las paredes, y el aire olía fétido y mal. Se limpió las palmas de las manos en los
vaqueros y esperó, respirando entrecortadamente. Desde algún lugar en la
oscuridad, escuchó lo que podría haber sido un gemido.

—¿Quién está ahí? —dijo con voz áspera, odiando el miedo en su voz—. Ven
a mí, maldito cobarde.

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Nada.

Buscó a tientas su teléfono, la luz fue un brillo azul vibrante y


sorprendente. Dirigió el haz sobre estantes de antiguo diluyente de pintura,
herramientas, cajas etiquetadas con una letra dentada que sabía que eran
cajas polvorientas de Darlington adornadas con un logotipo circular: Arlington
& Co. Botas de goma. Entonces la luz brilló sobre dos pares de ojos.

A Alex se le atragantó un grito, casi dejo caer su teléfono. No eran personas:


Grises, un hombre y una mujer, aferrados el uno al otro, temblando de miedo.
Pero no era a Alex a quien tenían miedo.

Ella se había equivocado. El piso no estaba mojado por una fuga o agua de
lluvia o alguna tubería vieja rota. El suelo estaba resbaladizo por la sangre.
Sus manos estaban cubiertas de ella. Se había manchado los vaqueros.

Dos cuerpos yacían amontonados sobre los viejos ladrillos. Parecían ropa
desechada, montones de harapos. Ella conocía esos rostros. 11
«Cielo, para conservar su belleza, expúlsalos.»

Había tanta sangre. Sangre nueva. Fresca.

Los grises no habían abandonado sus cuerpos. Incluso en su pánico, sabía


que eso era extraño.

—¿Quien hizo esto? —les preguntó y la mujer gimió.

El hombre se llevó un dedo a los labios, sus ojos estaban llenos de miedo
mientras recorrían rápidamente el sótano. Su susurro se deslizó a través de la
oscuridad.

—No estamos solos.

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Octubre, un mes antes


Traducido por Azhreik

Alex no estaba lejos del apartamento de Tara. Había conducido por estas calles
con Darlington al comienzo de su primer año, las había caminado cuando
estaba buscando al asesino de Tara. Entonces había sido invierno, las ramas
desnudas, los diminutos patios cubiertos de sucios montículos de nieve. Este
vecindario se veía mejor en los días aún cálidos de principios de octubre, las
nubes de hojas verdes suavizaban los bordes de los techos, la hiedra trepaba 12
por las cercas de tela metálica, todo se volvía suave y ensoñado por el brillo de
las farolas tallando círculos dorados en las suaves horas del crepúsculo.

Estaba de pie en el pozo de sombra entre dos casas adosadas, observando la


calle que daba al Café Taurus, un trozo de ladrillo sin ventanas decorado con
carteles que prometían keno y lotería y Corona. Alex podía escuchar el golpeteo
de la música desde algún lugar en el interior. Pequeños círculos de personas
fumaban y conversaban bajo las luces, a pesar del letrero junto a la puerta que
decía “Prohibido que los policías en turno lo noten”. Estaba contenta con el
ruido, pero menos feliz ante la perspectiva de que tantos testigos la vieran ir y
venir. Mejor volver de día cuando la calle estaría desierta, pero no tenía ese
lujo.

Sabía que el bar estaría repleto de grises, atraídos por el sudor, los cuerpos
apretados, el tintineo húmedo de las botellas de cerveza; ella quería a alguien
más a la mano.

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Allí, un gris con una parka y un gorro, flotando junto a una pareja que
discutía, imperturbable por el calor pesado de un verano demasiado largo. Ella
hizo contacto visual con él, su cara de bebé le hizo sentir una sacudida
incómoda. Había muerto joven.

—Vamos —canturreó en voz baja, y luego soltó un resoplido de disgusto.


Tenía esa canción tonta en la cabeza. Un grupo a cappella había estado
practicando en el patio cuando Alex se preparaba para salir del dormitorio.

—¿Cómo es que ya están empezando esa mierda? —Lauren se había


quejado, mientras revisaba sus discos de acetato, su cabello rubio era aún más
brillante después de pasar un verano como salvavidas.

—Es Irving Berlin —había señalado Mercy.

—No me importa.

—También es racista.
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—¡Esa mierda es racista! —Lauren había gritado por la ventana y había
puesto AC/DC en su tocadiscos, subiendo el volumen al máximo.

Alex disfrutó cada minuto. Le había sorprendido lo mucho que había echado
de menos a Lauren y Mercy durante el verano, su charla fácil y sus chismes, la
preocupación compartida por las clases, las discusiones sobre la música y la
ropa, todo como un lazo al que podía agarrarse. Para volver al mundo
ordinario. «Esta es mi vida» se dijo a sí misma, acurrucada en el sofá frente a
un ventilador ruidoso, mirando a Mercy colgar una guirnalda de estrellas sobre
la chimenea en su nueva sala común, un cambio bastante grande de sus
habitaciones estrechas en el Campus Antiguo. El sofá y el sillón reclinable se
habían convertido en su nueva suite, la mesa de café que todas habían
ensamblado juntas al comienzo del primer año, la tostadora y su suministro
aparentemente inagotable de Pop-Tarts enviados por cortesía de la madre de
Lauren. Alex le había pedido a Lethe una bicicleta, una impresora y un nuevo
tutor a fines del año pasado. Habían estado felices de proporcionárselos, y ella
deseó haber pedido más.

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Su dormitorio de primer año en el Campus Antiguo había sido el lugar más


hermoso en el que Alex había vivido, pero la universidad residencial, JE
propiamente dicha, se sentía real, sólida y elegante, permanente. Le gustaban
las vidrieras, las fachadas de piedra en todos los rincones del patio, los suelos
de madera desgastados, la chimenea tallada que no funcionaba pero que
habían decorado con velas y un globo terráqueo antiguo. Incluso le gustaba el
pequeño Gris con un atuendo pasado de moda, un niño con el pelo recogido en
rizos al que le gustaba sentarse en las ramas por encima del columpio del
árbol.

Ella y Mercy compartían una habitación doble porque Lauren había ganado
la individual en su sorteo. Alex estaba segura de que había hecho trampa, pero
no le importaba mucho. Habría sido más fácil ir y venir si hubiera tenido una
habitación para ella sola, pero también había algo reconfortante en acostarse
en la cama por la noche y escuchar a Mercy roncar al otro lado de la
habitación. Y al menos ya no estaban atrapadas en literas. 14

Alex había planeado salir con Mercy y Lauren durante unas horas antes de
que tuviera que ir a supervisar un ritual en Libro y Serpiente, escuchar discos
y tratar de ignorar el molesto mmmm ooh de un grupo de cantantes que
masacraban “Alexander's Ragtime Band”.

«Vamos. Vamos. Déjame tomarte de la mano.»

Pero entonces apareció el mensaje de Eitan.

Así que ahora estaba ojeando el Café Taurus. Estaba a punto de salir de las
sombras cuando pasó una patrulla nueva, blanca y negra, elegante y silenciosa
como un depredador de aguas profundas. Encendió sus luces y emitió un breve
chirrido de sirena, una advertencia de que el Departamento de Policía de New
Haven sí los había notado.

—Sí, vete a la mierda —gruñó alguien, pero la multitud se dispersó,


entrando en el club o serpenteando por la acera para encontrar sus autos.

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Todavía no era demasiado tarde. Todavía había tiempo de sobra para encontrar
otra fiesta, otra oportunidad de hacer algo bueno.

Alex no quería pensar en la policía o en ser atrapada o en lo que Turner


podría decir si la arrestaban por allanamiento de morada o, peor aún, por un
cargo de asalto. No había tenido noticias del detective desde el final de su
primer año y dudaba que él se alegrara de verla incluso en las mejores
circunstancias.

Una vez que el coche patrulla se hubo ido, Alex se aseguró de que la acera
estuviera libre de posibles testigos y cruzó la calle hacia un feo dúplex blanco,
solo un par de puertas más allá del bar. Era curioso cómo todos los lugares
tristes se veían iguales. Botes de basura desbordados. Patios asfixiados por la
maleza y pórticos destrozados. «Lo arreglaré o no». Pero había un camión nuevo
en el camino de entrada de esta casa en particular, completo con Matrícula
personalizada: ODMNOUT. Al menos sabía que estaba en el lugar correcto.
15
Alex sacó una polvera con espejo del bolsillo de sus vaqueros. Cuando no
había estado mapeando las infinitas iglesias de New Haven para Dawes, había
pasado el verano hurgando en los cajones de la armería de Il Bastone. Se dijo a
sí misma que era una buena manera de perder el tiempo, familiarizarse con
Lethe, tal vez averiguar qué podría valer la pena robar si llegaba a eso, pero la
verdad era que cuando estaba hurgando en los gabinetes de la armería,
leyendo las pequeñas tarjetas escritas a mano. — la Alfombra de Ozymandias;
Anillos de monzón para llamar a la lluvia, conjunto incompleto; Palillos del Dios,
podía sentir a Darlington con ella, mirando por encima de su hombro. Esas
castañuelas desterrarán a un poltergeist, Stern, si uno toca el ritmo correcto. Pero
aun así te irás con los dedos quemados.

Era reconfortante y preocupante al mismo tiempo. Invariablemente, la voz


firme de ese erudito se volvió acusadora. «¿Dónde estás, Stern? ¿Por qué no has
venido?»

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Alex giró los hombros, tratando de quitarse de encima la culpa. Necesitaba


mantenerse concentrada. Esa mañana, había acercado el espejo de bolsillo al
televisor para ver si podía captar el glamour de la pantalla. No había estado
segura de que funcionaría, pero lo había hecho. Ahora la abrió y dejó que la
ilusión cayera sobre ella. Subió corriendo los escalones hasta el pórtico y tocó
la puerta.

El hombre que abrió la puerta era enorme y muy musculoso, con el cuello
grueso y rosado como un jamón de dibujos animados. No necesitaba consultar
la imagen en su teléfono. Así era Chris Owens, también conocido como
Oddman, tan alto como estaba registrado y el doble de ancho.

—Mierda —dijo cuando vio a Alex en la puerta, sus ojos fijos en el espacio a
un pie por encima de su cabeza. El glamour había añadido treinta centímetros
a su altura.

Ella levantó la mano y saludó. 16


—Yo… ¿puedo ayudarte? —preguntó Oddman.

Alex movió la barbilla hacia el interior del apartamento.

Oddman sacudió la cabeza como si despertara de un sueño.

—Sí, por supuesto. —Se hizo a un lado, extendiendo el brazo en un gran


gesto de bienvenida.

La estancia estaba sorprendentemente ordenada: una lámpara halógena


escondida en la esquina, un gran sofá de cuero con un sillón reclinable a juego
colocado frente a una enorme pantalla plana sintonizada en ESPN.

—Quieres algo de beber o… —vaciló, y Alex supo el cálculo que estaba


haciendo. Solo había una razón por la que una celebridad aparecía en su
puerta un jueves por la noche, cualquier noche en realidad—. ¿Buscas anotar?

Alex realmente no había necesitado confirmación, pero ahora la tenía.

—Debes doce grandes.

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Oddman dio un paso atrás como si de repente hubiera perdido el equilibrio.


Porque estaba escuchando la voz de Alex. No se había molestado en tratar de
disimularlo, y la disonancia entre su voz y el glamour de Tom Brady creado por
el espejo había hecho vacilar la ilusión. No importaba. Alex solo había
necesitado la magia para entrar al apartamento de Oddman sin problemas.

—¿Qué carajo…?

—Doce grandes —repitió Alex.

Ahora la veía tal como era, una chica pequeña parada en su estancia,
cabello negro con raya en el medio, tan flaca que podría deslizarse
directamente a través de las tablas del piso.

—No sé quién diablos eres —bramó—, pero estás en la maldita casa


equivocada.

Él ya estaba caminando hacia ella, su volumen hacía temblar la habitación.


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El brazo de Alex salió disparado hacia la ventana, hacia la acera frente al
Café Taurus. Sintió que el Gris con el gorro se precipitaba sobre ella, saboreó
los Jolly Ranchers de manzana verde, olió el humo de mofeta de la hierba. Su
espíritu se sentía incompleto y frenético, un pájaro golpeándose contra el
cristal de una ventana una y otra vez. Pero su fuerza era pura y feroz. Levantó
las manos y las palmas golpearon a Oddman en el pecho.

El hombre grande salió volando. Su cuerpo se estrelló contra el televisor,


rompió la pantalla y la tiró al suelo. Alex no podía fingir que no se sentía bien
robar la fuerza del Gris, ser peligrosa solo por un momento.

Cruzó la habitación y se detuvo junto a Oddman, esperó a que sus ojos


aturdidos se aclararan.

—Doce grandes —dijo de nuevo—. Tienes una semana para conseguirlos o


vuelvo y te rompo los huesos. —Aunque era posible que ya le hubiera roto el
esternón.

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—No los tengo —dijo Oddman con un gemido, frotándose el pecho con la
mano—. El hijo de mi hermana...

Alex conocía las excusas; ella misma los había dicho. Mi mamá está en el
hospital. Mi cheque está retrasado. Mi auto necesita una transmisión nueva y no
puedo pagarles si no puedo ir a trabajar. Realmente no importaba si eran
ciertas o no.

Ella se puso en cuclillas.

—Lo siento por ti, de verdad. Pero yo tengo mi trabajo, tú tienes el tuyo.
Doce mil dólares para el próximo viernes o él me obligará a volver y te
convertirá en un ejemplo para todos los tontos del barrio. Y no quiero hacerlo.

Ella realmente no quería.

Oddman pareció creerle.

—¿Él... tiene algo contigo?


18
—Suficiente para traerme aquí esta noche y para traerme de vuelta. —Las
sienes de Alex palpitaron repentinamente, y el sabor demasiado dulce del
caramelo de manzana irrumpió en su boca—. Mierda, hombre. Te ves mal.

Alex tardó un segundo en darse cuenta de que era ella la que estaba
hablando, con la voz de otra persona.

Los ojos de Oddman se agrandaron.

—¿Derrik?

—¡Sí! —Esa no era su voz, no era su risa.

Oddman alargó la mano para tocarle el hombro, algo entre el asombro y el


miedo hizo que su mano temblara.

—Tú… fui a tu velorio.

Alex se levantó, casi perdiendo el equilibrio. Se vio a sí misma en el reflejo


de la televisión rota, pero la persona que le devolvía la mirada no era una chica

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flacucha con camiseta sin mangas y vaqueros. Era un chico con un gorro y una
parka.

Empujó al Gris fuera de ella. Por un momento, se miraron el uno al otro.


Derrik, al parecer. No sabía qué lo había matado y no quería saberlo. De algún
modo, se había abierto paso al frente de su conciencia, se había apoderado de
su rostro, de su voz. Y ella no quería nada de eso.

—Bela Lugosi está muerto —le gruñó. Se habían convertido en sus palabras
de muerte favoritas durante el verano. Él desapareció.

Oddman se había pegado a la pared como si pudiera desaparecer en ella.


Sus ojos estaban llenos de lágrimas.

—¿Qué diablos está pasando?

—No te preocupes por eso —dijo ella—. Solo consigue el dinero y todo esto
desaparece.
19
Alex solo deseaba que fuera así de fácil para ella.

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Rete Mirabile

Procedencia: Galway, Irlanda; siglo 18

Donante: Libro y Serpiente, 1962

La “Red Maravillosa” fue adquirida por Letrados c. 1922. Se desconoce la fecha específica
de origen y el fabricante, pero las historias sugieren que fue creada a través de la magia
de cánticos celta o posiblemente seidh ver la gigante marina nórdica Rán. El análisis
indica que la red en sí es algodón ordinario, trenzado con tendones humanos. Después
de que un ser querido se perdiera en el mar, la red podría arrojarse al océano mientras
estaba atada a una estaca en la costa. A la mañana siguiente ocurría la devolución del
cuerpo, lo que a algunos les resultaba reconfortante y a otros angustioso, dado el posible
estado de los restos.

Donada por Libro y Serpiente cuando fallaron sus intentos de recuperar cadáveres
20
específicos.

—del Catálogo de la Armería de Lethe revisado y


editado por Pamela Dawes, Oculus

¿Por qué los chicos de Libro y Serpiente no parecen ser capaces de crear nada que
funcione como debería? Primero resucitan a un grupo de marineros que solo pueden
hablar irlandés. A continuación, vacían sus arcas nada insignificantes para obtener una
carta autenticada del Imperio Medio egipcio antes de que Cabeza de Lobo pueda reunir
el efectivo. Una carta para la resurrección de un rey. Pero, ¿a quién obtienen cuando
queman esa cosa en su catacumba? Ni Amenhotep ni el bueno de Tutankamón, ni
siquiera un Carlos I sin cabeza en su puerta, sino Elvis Presley, cansado, hinchado y
hambriento de un emparedado de mantequilla de maní y plátano. Les costó muchísimo
llevarlo de regreso a Memphis sin que nadie se enterara.

— Diario de los días de Lethe de Dez Carghill

Colegio Branford 1962

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Traducido por Azhreik

El camino de regreso al campus fue largo, y el calor se sentía como un animal


persiguiendo sus pasos, con el aliento húmedo contra su nuca. Pero Alex no
aminoró el paso. Quería distancia entre ella y ese Gris. ¿Qué había pasado
allá? ¿Y cómo se suponía que iba a evitar que volviera a suceder? El sudor le
corría por la espalda. Deseaba haber usado pantalones cortos, pero no se
sentía bien usar pantalones cortos para una paliza.

Siguió paralela al sendero del canal, contando sus largas zancadas,


tratando de recuperarse antes de regresar al campus. Había recorrido parte de
ese sendero el año pasado, con Mercy, para ver las hojas cambiadas, una 21
inundación de rojo y dorado, fuegos artificiales capturados en su máxima
expresión. Había pensado en lo diferente que era del río de Los Ángeles con sus
orillas de hormigón, y recordó cómo había flotado en esas aguas sucias, llena
de la fuerza de Hellie, deseando que ambas pudieran flotar hacia el mar
abierto, convertirse en una isla. Se había preguntado dónde estaría enterrada
Hellie y esperaba que fuera en algún lugar hermoso, en algún lugar que no se
pareciera en nada a ese río triste y rasposo, esa vena colapsada.

El sendero del canal sería verde ahora, ahogado por la vegetación del
verano, pero a los Grises les encantaba y Alex no quería estar cerca de ellos en
ese momento, así que se limitó a los aburridos estacionamientos y los edificios
de oficinas anónimos de Science Park. Pasó a toda prisa por los departamentos
industriales hacia Prospect. Solo el fantasma de Darlington la persiguió hasta
aquí. Su voz contaba historias de la familia Winchester y cómo sus
descendientes se habían mezclado y casado con la élite de Yale, o la enorme
masa de La tumba de Sarah Winchester al otro lado de la ciudad: un trozo de

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roca toscamente labrada de dos metros y medio, con una cruz clavada como el
proyecto escolar de un niño. Alex se preguntó si la señora Winchester había
elegido que la enterraran en Evergreen en lugar de en Grove Street porque
sabía que no descansaría tranquila al otro extremo de la calle donde la fábrica
de su marido había producido cañón tras cañón, pistola tras pistola.

Alex no disminuyó la velocidad hasta que pasó las nuevas universidades y


cruzó Trumbull. Era reconfortante estar de vuelta cerca del campus donde los
árboles crecían sobre las calles en copas sombreadas. ¿Cómo se había
convertido en alguien que se sentía más en casa aquí que en las calles fuera
del Taurus? El consuelo era una droga que no había comprendido hasta que
fue demasiado tarde y ya era adicta a las tazas de té y los estantes llenos de
libros, noches ininterrumpidas por el aullido de las sirenas y el incesante batir
de helicópteros sobre su cabeza. Su glamour de Tom Brady se había
desvanecido por completo cuando dejó que el Gris entrara en ella, así que al
menos no tenía que preocuparse por causar revuelo en el campus. 22

Los estudiantes estaban afuera disfrutando de la cálida noche, con sillones


abarrotados entre ellos, repartiendo volantes para fiestas. Una chica en patines
se deslizaba por el medio de la calle, sin miedo, con la parte superior de un
bikini y pantalones cortos diminutos, su piel brillaba contra la noche azul. Este
era el momento de sus sueños, los primeros días mágicos del semestre de
otoño, la bruma feliz de encontrarse una vez más, viejas amistades reavivando
como chispas de luciérnagas antes de que comenzara el verdadero trabajo del
año. Alex también quería disfrutarlo, recordar que estaba a salvo, que estaba
bien. Pero no había tiempo.

La Cabaña estaba a solo unas cuadras de distancia, y se detuvo para tratar


de ordenar la cabeza, apoyándose contra la pared baja frente a la Biblioteca
Sterling. ¿Cómo la había dominado el Gris? Sabía que su conexión con los
muertos se había profundizado por lo que había tenido que hacer en su lucha
con Belbalm. Los había llamado y les había ofrecido su nombre. Ellos habían
respondido. La habían salvado. Y, por supuesto, el rescate había tenido un

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precio. Toda su vida había podido ver Grises; ahora ella también podía oírlos.
Estaban mucho más cerca, eran mucho más difíciles de ignorar.

Pero tal vez ella no había entendido realmente lo que costaría la salvación
en absoluto. Algo muy malo había sucedido en la casa de Oddman, algo que no
podía explicar. Estaba destinada a controlar a los muertos, a utilizarlos. No al
revés.

Sacó su teléfono y vio dos mensajes de texto de Dawes, ambos con


exactamente quince minutos de diferencia y en mayúsculas. LLAMA
URGENTEMENTE.

Alex ignoró los mensajes y se desplazó hacia abajo, luego escribió un rápido
[Ya está hecho.]

La respuesta fue inmediata: [Cuando tenga mi dinero]

Realmente esperaba que Oddman pusiera su casa en orden. Borró los


mensajes de Eitan y luego llamó a Dawes.
23

—¿Dónde estás? —Dawes respondió sin aliento.

Algo grande debía estar pasando si Dawes estaba ignorando el protocolo.


Alex se la imaginó paseando por el salón de Black Elm, con la melena roja
deslizándose hacia un lado y los auriculares sujetos al cuello.

—Sterling. En mi camino de regreso a la Cabaña.

—Vas a llegar tarde a...

—Si me quedo aquí hablando contigo, así será. ¿Qué pasa?

—Han seleccionado un nuevo Pretor.

—Maldita sea. ¿Ya? —El pretor era el enlace de la facultad de Lethe, que
servía de intermediario con la administración de la universidad. Solo el
presidente y el decano de Yale conocían las actividades reales de las sociedades
secretas, y el trabajo de Lethe era asegurarse de que siguiera siendo así. El
pretor era una especie de madre superiora. El adulto responsable en la

Hell bent
LEIGH BARDUGO

habitación. Al menos se suponía que debía serlo. El decano Sandow había


resultado ser un asesino.

Alex sabía que un pretor de Lethe tenía que ser un ex diputado de Lethe y
tenía que ser miembro de la facultad de Yale o al menos residir en New Haven.
Eso no podría ser fácil de encontrar. Alex y Dawes habían asumido que el
comité tardaría al menos otro semestre en encontrar a alguien para reemplazar
al difunto decano Sandow. Habían contado con ello.

—¿Quién es él? —preguntó Alex.

—Podría ser una mujer.

—¿Lo es?

—No. Pero Anselm no me dio un nombre.

—¿Preguntaste? —Alex presionó.

Una larga pausa. 24


—No exactamente.

No tenía sentido pinchar a Dawes. Al igual que a Alex, no le gustaba la


gente, pero a diferencia de Alex, evitaba las confrontaciones. Y realmente, no
era su trabajo. La Oculus mantenía a Lethe funcionando sin problemas:
refrigerador y armería abastecidos, rituales programados, propiedades
mantenidas en orden. Ella era el brazo de investigación de Lethe, no el brazo de
los miembros del comité de hostigamiento.

Alex suspiró.

—¿Cuándo lo traerán?

—Sábado. Anselm quiere organizar una reunión, tal vez un té.

—No. De ninguna manera. Necesito más de un par de días para


prepararme—. Alex se apartó de los estudiantes que pasaban y miró a los
escribas de piedra que custodiaban las puertas de la Biblioteca Sterling.
Darlington estuvo con ella aquí, investigando los misterios de Yale.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Egipcio, maya, hebreo, chino, árabe, grabados de pinturas rupestres de


Les Combarelles. Cubrieron todas sus bases.

—¿Qué quieren decir? —Alex había preguntado.

—Citas de bibliotecas, textos sagrados. La cita china es del mausoleo de un


juez muerto. El maya viene del Templo de la Cruz, pero lo eligieron al azar
porque nadie supo traducirlo hasta veinte años después.

Alex se había reído.

—Como un tipo borracho que se hace un tatuaje de kanji.

—Para usar uno de tus giros de frase, lo hicieron a desgana. Pero


ciertamente se ve impresionante, ¿no es así, Stern?

Así era. Todavía se veía impresionante.

Ahora Alex se inclinó sobre su teléfono y le susurró a Dawes, sabiendo que


probablemente se veía como una chica en medio de una ruptura. 25
—Necesitamos un aplazamiento.

—¿De qué nos va a servir eso?

Alex no tenía una respuesta para eso. Habían estado buscando el


Guantelete todo el verano y no encontraron nada.

—Fui a la primera iglesia Presbiteriana.

—¿Y?

—Nada. Al menos a mi juicio. Te enviaré las fotos.

—Las puertas de entrada al infierno no están simplemente por allí para que
la gente las atraviese —había advertido Michelle Alameddine cuando se
sentaron todos juntos en Blue State después del funeral del decano Sandow—.
Eso sería demasiado peligroso. Piensa en el Guantelete como un pasaje secreto
que aparece cuando dices las palabras mágicas. Pero en este caso, las palabras
mágicas son una serie de pasos, un camino que hay que recorrer. Das tus
primeros pasos en el laberinto, y solo entonces el camino se vuelve claro.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Así que estamos buscando algo que ni siquiera podemos ver? —Alex
había preguntado.

—Habrá señales, símbolos. —Michelle se había encogido de hombros—. O al


menos así es en teoría. Así es como son el infierno y la vida después de la
muerte. Solo teorías porque las personas que llegan a ver el otro lado no
regresan para contarlo.

Ella tenía razón. Alex solo había estado en las tierras fronterizas cuando
hizo su trato con el Novio, y apenas había sobrevivido a eso. Las personas no
estaban destinadas a moverse entre esta vida y la siguiente y viceversa. Pero
eso era exactamente lo que tendrían que hacer para llevar a Darlington a casa.

—Hay rumores de un Guantelete en Station Island en Lough Derg —


continuó Michelle—. Pudo haber uno en la Biblioteca Imperial de
Constantinopla antes de que fuera destruida. Y según Darlington, un grupo de
chicos de la alta sociedad construyó uno aquí mismo. 26
Dawes casi había escupido su té.

—¿Darlington dijo eso?

Michelle le dirigió una mirada desconcertada.

—Su pequeño proyecto favorito era crear un mapa mágico de New Haven, de
todos los lugares donde el poder fluía y refluía. Dijo que algunos miembros de
la sociedad lo habían hecho como desafío y que tenía la intención de
encontrarlo.

—¿Y?

—Le dije que era un idiota y que debería pasar más tiempo preocupándose
por su futuro y menos investigando el pasado de Lethe.

Alex se encontró sonriendo.

—¿Cómo resultó?

—¿Cómo crees?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—En realidad no lo sé —había dicho en ese momento, demasiado cansada y


demasiado desgastada para fingir—. Darlington amaba a Lethe, pero también
habría querido escuchar a su Virgilio. Se lo tomaba en serio.

Michelle estudió los restos de su bollo.

—Me gustaba eso de él. Me tomaba en serio. Incluso cuando yo no.

—Sí —había dicho Dawes en voz baja.

Pero Michelle solo había regresado a New Haven una vez durante el verano.
Todo junio y julio, Dawes había estado investigando desde la casa de su
hermana en Westport, enviando a Alex a la biblioteca de casa Lethe con
solicitudes de libros y tratados. Habían tratado de encontrar la serie correcta
de palabras para enmarcar sus solicitudes en el Libro de Albemarle, pero todo
lo que apareció fueron viejos relatos de místicos y mártires que tenían visiones
del infierno: Carlos el Gordo, las dos torres de Dante en Bolonia, cuevas en
Guatemala y Belice que se decía conducían a Xibalba. 27
Dawes tomó el tren desde Westport varias veces para poder reunirse y tratar
de encontrar por dónde comenzar. Siempre invitaban a Michelle, pero ella solo
los aceptó esa vez, un fin de semana en que estaba libre de su trabajo en
regalos y adquisiciones en la Biblioteca Butler. Pasaron todo el día estudiando
detenidamente registros de sociedad y libros sobre el monje de Evesham, y
luego almorzaron en el salón. Dawes preparó ensalada de pollo y barras de
limón envueltas en servilletas a cuadros, pero Michelle solo había picoteado su
comida y seguía revisando su teléfono, ansiosa por irse.

—Ella no quiere ayudar —había dicho Dawes cuando Michelle se fue y la


puerta de Il Bastone se cerró firmemente detrás de ella.

—Sí quiere —dijo Alex—. Pero tiene miedo de hacerlo.

Alex realmente no podía culparla. el comité de Lethe había dejado claro que
creían que Darlington estaba muerto y que no les interesaba saber lo contrario.
Hubo demasiado desorden el año anterior, demasiado ruido. Querían que ese

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LEIGH BARDUGO

capítulo se cerrara. Pero dos semanas después de la visita de Michelle, Alex y


Dawes tuvieron su gran oportunidad: un único y solitario párrafo en un diario
de Lethe de 1938.

Ahora Alex se apartó de la pared exterior de Sterling y se apresuró por Elm


hacia York.

—Diles que no puedo reunirme el sábado. Diles que tengo... orientación o


algo así.

Dawes gimió.

—Sabes que soy una terrible mentirosa.

—¿Cómo vas a mejorar si no practicas?

Alex esquivó el callejón y entró en la Cabaña, recibiendo la fresca oscuridad


de las escaleras traseras, ese dulce olor otoñal a clavo y grosellas. Las
habitaciones estaban impecables pero solitarias, los divanes forrados con
28
desvaída tela escocesa y escenas de pastores cuidando sus rebaños atrapados
en la penumbra. No le gustaba pasar tiempo en la Cabaña. No quería que le
recordaran los días perdidos cuando se escondía en estas habitaciones
secretas, herida y sin esperanza. Patético. No iba a permitir que eso le pasara a
este año. Iba a encontrar una manera de mantener el control. Agarró la
mochila que había cargado con suministros antes: tierra de cementerio, tiza de
polvo de hueso y algo etiquetado como Bucle Fantasma, una especie de
elegante palo de lacrosse que había robado de la armería de Lethe.

Por una vez, había hecho la tarea.

A Alex le encantaba la catacumba de Libro y Serpiente porque estaba frente al


cementerio de Grove Street y eso significaba que no tendría que ver muchos
Grises, especialmente de noche. A veces los atraían los funerales si el difunto
había sido especialmente amado o detestado, y una vez Alex había presenciado
la sombría visión de un Gris tratando de lamer la mejilla de una mujer que

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lloraba. Pero por la noche el cementerio no era más que piedra fría y
decadencia: el último lugar en el que los Grises querían estar cuando había un
campus justo al lado, lleno de estudiantes coqueteando y sudando, bebiendo
demasiada cerveza o demasiado café, llenos de nervios y ego.

La catacumba en sí parecía algo entre un templo griego y un mausoleo de


gran tamaño, sin ventanas ni puertas, todo de mármol blanco con altísimas
columnas al frente.

—Debería parecerse al Erecteión —le había dicho Darlington—. En la


Acrópolis. O algunas personas dicen que al Templo de Nike.

—Entonces, ¿a cuál de los dos? —Alex había preguntado. Se había sentido


como si estuviera en un territorio moderadamente seguro. Recordó haber
aprendido sobre la Acrópolis y el Ágora y cuánto le habían gustado las historias
de los dioses griegos.

—Ninguno de los dos. Fue construido como un necromanteion, una casa 29


para recibir y estar en comunión con los muertos.

Y Alex se había reído porque para entonces sabía cuánto odiaban los Grises
cualquier recordatorio de la muerte.

—¿Así que construyeron un gran mausoleo? Deberían haber construido un


casino y poner un letrero en el frente que dijera “Las damas beben gratis”.

—Vulgar, Stern. Pero no te equivocas.

Eso había sido casi exactamente un año antes. Esta noche estaba sola. Alex
subió los escalones y llamó a las grandes puertas de bronce. Este era el
segundo ritual que observaba este semestre. El primero, un rito de renovación
en Manuscrito, había sido bastante fácil. La nueva delegación se había
desnudado completamente y había arrojado a un presentador de noticias
canoso a una zanja bordeada de romero y brasas. Había salido dos horas más
tarde con la cara roja, sudoroso y unos diez años más joven.

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La puerta se abrió y apareció una chica con una túnica negra, el rostro
cubierto por un velo transparente bordado con serpientes negras. Se lo subió
por encima de la cabeza.

—¿Virgilio?

Alex asintió. Las sociedades ya nunca preguntaban por Darlington. Para los
nuevos delegados, ella era Virgilio, una experta, una autoridad. Nunca habían
conocido al caballero de Lethe. No sabían que estaban recibiendo una farsante
a medio entrenar. En lo que a ellos respectaba, Alex era de Lethe y siempre lo
había sido.

—¿Tú eres Calista?

La chica sonrió.

—La presidente de la delegación. —Era una estudiante de último año,


probablemente solo un año mayor que Alex, pero parecía una especie diferente:
piel suave, ojos brillantes, cabello con un suave halo de rizos—. Estamos casi
30
listos para comenzar. ¡Estoy tan nerviosa!

—No lo estés —dijo Alex. Porque eso era lo que se suponía que debía decir.
Virgilio era tranquilo, bien informado; ella lo había visto todo antes.

Pasaron por debajo de una piedra tallada que decía: Omnia mutantur, nihil
interit. Todo cambia, nada perece.

Darlington puso los ojos en blanco mientras daba la traducción en una de


sus visitas.

—No me preguntes por qué una sociedad construida alrededor de la


nigromancia griega piensa que es apropiado citar a un poeta romano. Omnia
dicta fortiori si dicta Latina.

—Sé que quieres que pregunte, así que no lo haré.

En realidad, él había sonreído.

—Todo suena más impresionante en latín.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Se llevaban bien entonces, y Alex había sentido algo parecido a la


esperanza, una especie de tranquilidad entre ellos que podría haberse
convertido en confianza.

Si ella no lo hubiera dejado morir.

En el interior, la catacumba estaba fría e iluminada por antorchas, el humo


expulsado por pequeñas rejillas de ventilación en lo alto. La mayoría de las
habitaciones eran ordinarias, pero el templo central era perfectamente redondo
y estaba pintado con frescos de colores brillantes de hombres desnudos con
coronas de laurel.

—¿Por qué están subiendo escaleras? —Alex había preguntado cuándo


había visto los murales por primera vez.

—No ¿Por qué están todos desnudos? Simbolismo, Stern. Están ascendiendo
a un mayor conocimiento. Sobre las espaldas de los muertos. Mira los
cimientos. 31
Las escaleras estaban apoyadas sobre las espaldas inclinadas de esqueletos
arrodillados.

En el centro de la sala se alzaban dos imponentes estatuas de mujeres


veladas, con serpientes de piedra a sus pies. Una lámpara colgaba de sus
manos entrelazadas, el fuego ardía en un azul suave. Debajo, dos hombres
mayores estaban acurrucados conversando. Uno vestía túnicas negras y
doradas, un ex alumno que serviría como sumo sacerdote. El otro parecía el
padre muy estricto de alguien, con el pelo canoso en un corte al rape, la camisa
de botones metida pulcramente dentro de unos pantalones caqui planchados.

Entraron otras dos figuras con túnicas que llevaban una gran caja. Alex
dudó que fuera un sofá de Ikea. Lo colocaron entre dos símbolos de bronce en
el suelo: letras griegas que se abrían en espiral sobre las losas de mármol.

—¿Por qué presionaste tanto para que se aprobara un ritual esta semana?
—Alex le preguntó a Calista, mirando la caja mientras los Letrados usaban una

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palanca para abrir la parte superior. La mayor parte del tiempo, las sociedades
tomaban las noches que les asignaba el calendario o, en ocasiones, solicitaban
una dispensa de emergencia que invariablemente trastornaba toda la agenda.
Pero los Letrados habían dejado muy claro que Libro y Serpiente necesitaban
este jueves por la noche para su ritual.

—Era el único día… —Calista vaciló, dividida entre el orgullo y la exigencia


de discreción—. Cierto general de cuatro estrellas tiene una agenda muy
apretada—.

—Entiendo —dijo Alex, mirando al hombre de rostro severo con el corte al


rape. Sacó su tiza y sus notas y comenzó a dibujar el círculo de protección, con
cuidado, con precisión. No se dio cuenta de lo fuerte que estaba agarrando la
tiza hasta que se partió en dos y tuvo que trabajar con uno de los cabos.
Estaba nerviosa, pero no tenía ese sentimiento de pánico, de nunca haber
estudiado para el examen. Había repasado sus notas, dibujado los símbolos
32
una y otra vez en la sombría comodidad del salón de Il Bastone, con New Order
sonando en el diminuto reproductor de música. Había sentido que la casa
aprobaba su diligencia recién descubierta, sus puertas cerradas y aseguradas,
sus pesadas cortinas corridas para protegerse del sol.

—¿Estamos listos? —El sumo sacerdote se acercaba frotándose las manos—


. Tenemos un horario que cumplir.

Alex no podía recordar su nombre, algún alumno que había conocido el año
anterior. Supervisaría el ritual con la nueva delegación. Detrás de él, vio a los
Letrados sacando un cadáver de la caja. Lo dejaron en el suelo, desnudo y
blanco. El olor a rosas llenó el aire, y el sacerdote debió haber visto la sorpresa
de Alex porque dijo:

—Así es como preparamos el cuerpo.

Alex no se consideraba aprensiva; había estado demasiado cerca de la


muerte toda su vida para rehuir las extremidades amputadas o las heridas de
bala, al menos en lo que respecta a Grises. Pero siempre era diferente con un

Hell bent
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cuerpo real, rígido y silencioso, más extraño en su quietud de lo que podría ser
un fantasma. Era como si pudiera sentir el vacío donde debería estar la
persona.

—¿Quién es él? —preguntó ella.

—Ya nadie. Era Jacob Yeshevsky, el favorito de Silicon Valley y amigo de los
piratas informáticos rusos de todo el mundo. Murió en un yate hace menos de
veinticuatro horas.

—Veinticuatro horas —repitió Alex. Libro y Serpiente habían solicitado esta


noche para su ritual desde agosto.

—Tenemos nuestras fuentes. —Él inclinó la cabeza hacia el cementerio—.


Los muertos sabían que llegaba su hora.

—Y predijeron el día. Que considerados.

Jacob Yeshevsky había sido asesinado. Se sentía segura de eso. E incluso si


33
Libro y Serpiente no lo hubieran planeado, sabían que iba a suceder. Pero ella
no estaba aquí para causar problemas, y Jacob Yeshevsky ya no necesitaba su
ayuda.

—El círculo está listo —dijo Alex. El ritual tenía que ser protegido por el
círculo, pero había colocado una puerta en cada punto de la brújula, y una se
mantendría abierta para permitir que la magia fluyera. Ahí era donde Alex
haría guardia, en caso de que algún Gris intentara unirse a la fiesta, atraído
por la añoranza, la codicia, cualquier emoción poderosa. Aunque a menos que
las cosas se pusieran realmente emocionantes, dudaba que los Grises
quisieran estar tan cerca de un cadáver fresco y toda esta gran tristeza
fúnebre.

—Eres mucho más linda que esa chica con la que solía andar Darlington —
dijo el sacerdote.

Alex no le devolvió la sonrisa.

—Michelle Alameddine está fuera de tu alcance.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Su sonrisa solo se profundizó.

—Absolutamente nadie está fuera de mi alcance.

—Deja de intentar coger con la servidumbre y vámonos —ladró el general.

El sacerdote se fue con otra sonrisa.

Alex no estaba segura de si era audaz o espeluznante coquetear con alguien


a la distancia de un escupitajo de un cadáver, pero tenía la intención de
alejarse de Libro y Serpiente tan pronto como pudiera. Tenía que seguir siendo
la chica buena. Hacer el trabajo. Hacerlo bien. Ella y Dawes no querían
problemas, no querían darle a Lethe ninguna razón para separarlas o interferir
con lo que habían planeado. Un nuevo pretor interponiéndose en su camino
sería bastante complicado.

Sonó un gong profundo. Los Letrados estaban fuera del perímetro del
círculo, con los velos echados sobre sus rostros, los dolientes vestidos de negro,
dejando solo al general, el sumo sacerdote y el muerto en el centro del círculo.
34

—Estudiosos, déjenme sentarme —entonó el sacerdote, su voz resonó a


través de la cámara—, y mantener una conversación con los portentosos
muertos.

—Si sirve de algo, esa cita es sobre bibliotecas, no sobre nigromancia —le
había susurrado Darlington una vez. Marcaba el comienzo de cada ritual de
Libro y la Serpiente—. Está escrito en piedra en Sterling.

Alex no había querido confesar que pasaba la mayor parte de su tiempo en


la Biblioteca Sterling dormitando en una de las salas de lectura con sus botas
apoyadas en un conducto de calefacción.

El sacerdote arrojó algo a la lámpara que tenían encima y un humo azulado


se elevó de las llamas y luego pareció asentarse, hundiéndose sobre los pies
descalzos de las estatuas. Una de las serpientes de piedra empezó a moverse,
sus escamas eran blancas iridiscentes a la luz del fuego. Se deslizó hacia el
cadáver, ondulando por el suelo de mármol, luego se detuvo, como si oliera el

Hell bent
LEIGH BARDUGO

cuerpo. Alex ahogó un grito ahogado cuando se abalanzó, con las mandíbulas
abiertas, y se aferró a la pantorrilla del cadáver.

El cadáver empezó a temblar, los músculos se contrajeron y rebotó en el


suelo de hierro como palomitas de maíz calientes en una sartén. La serpiente
soltó su agarre y el cuerpo de Yeshevsky saltó en cuclillas, con los pies
separados, las manos ahuecando sus rodillas, contoneándose como un
cangrejo pero con una velocidad que puso la piel de gallina a Alex. Su rostro,
su rostro, estaba estirado en una mueca, los ojos muy abiertos y llenos de
pánico, la boca hacia abajo como una máscara teatral de tragedia.

—Necesito contraseñas —dijo el general mientras el cadáver hacía cabriolas


alrededor del templo—. Información sólida, no… —Agitó su mano en el aire,
maldiciendo la cripta abovedada, los estudiantes en sus túnicas y el pobre y
muerto Jacob Yeshevsky en un solo gesto—. Adivinación.

—Te conseguiremos lo que necesitas —respondió el sacerdote suavemente— 35


. Pero si te piden que reveles tus fuentes…

—¿Crees que quiero a alguien olfateando esta mierda de los Illuminati?

Alex no podía ver el rostro del sacerdote debajo del velo, pero su desdén era
claro.

—No somos los Illuminati.

—Farsantes —murmuró uno de los Letrados que estaba cerca de Alex.

—Haz que hable —dijo el general.

«Es una fachada» pensó Alex. Ese acto brusco, tosco y puramente comercial
era una tapadera. El general no sabía en lo que se estaba metiendo cuando
urdió su acuerdo con Libro y Serpiente, conectados por un alumno de alto
poder. ¿Qué había imaginado? ¿Algunas palabras murmuradas, una voz del
más allá? ¿Había pensado que habría dignidad en esto? Pero así era como se
veía la verdadera magia: indecente, decadente, perversa. «Bienvenido a Yale.
Señor sí señor.»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Un hilo de baba colgaba de la boca de Jacob Yeshevsky mientras esperaba


en cuclillas demasiado inclinado y poco natural, meciéndose lentamente de
lado a lado, moviendo ligeramente los dedos de los pies, los ojos girando en su
cabeza, algo grotesco, una gárgola.

—¿Está listo el escriba? —preguntó el sacerdote.

—Lo estoy —respondió uno de los Letrados, velado y encaramado en un


pequeño balcón arriba.

—Habla entonces —retumbó el sacerdote—, mientras puedas. Responde


nuestras preguntas y regresa a tu descanso.

Asintió al general, quien se aclaró la garganta.

—¿Quién era su contacto principal en el FSB?

El cuerpo de Yeshevsky caminó como un cangrejo a izquierda, derecha,


izquierda, con esa velocidad desconcertante. Alex había investigado un poco
36
sobre golems y glumae el año pasado, pero no tenía idea de cómo lucharía
contra esa cosa si venía corriendo hacia ella. Se movía de letra de latón en letra
de latón en el suelo, como si toda la habitación fuera un tablero Ouija, el
cadáver deslizándose sobre él como un indicador, el escriba documentaba cada
pausa desde arriba.

De vez en cuando, el cuerpo se ralentizaba y el sacerdote añadía algo al


fuego, produciendo ese mismo humo azul. La serpiente se despertaba sola, se
deslizaba por el suelo y mordía a Yeshevsky de nuevo, exprimiéndolo con el
extraño veneno que poseía en sus colmillos.

«Es sólo un cuerpo» se recordó Alex. Pero eso no era del todo cierto. Una
parte de la conciencia de Yeshevsky había regresado a él para responder a las
preguntas del general fanfarrón. ¿Se desvanecería más allá del Velo cuando
terminara este asunto enfermizo? ¿Estaría completo, o regresaría al más allá
dañado por el horror de ser forzados de nuevo en un cadáver sin vida?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Por eso los Grises se mantenían alejados de Libro y Serpiente. No porque su


catacumba pareciera un mausoleo, sino porque los muertos no estaban
destinados a ser tratados de esa manera.

Alex consideró las cabezas veladas e inclinadas de los Letrados, el escriba.


«Hacen bien en esconder sus rostros —pensó—. Cuando llegue su momento,
alguien estará esperando venganza del otro lado.»

37

Hell bent
LEIGH BARDUGO

3
Traducido por Azhreik

Resultó que tomar el dictado letra por letra de un cadáver reanimado tomó
mucho tiempo, y eran las 2 am cuando finalmente terminaron el ritual.

Alex borró el círculo de tiza y se aseguró de mantenerse lejos de la línea de


visión del sumo sacerdote. No creía que sería bueno para su nueva y mejorada
política de no provocar problemas si le clavaba la rodilla en las bolas a algún
apreciado ex alumno.

—Calisto —dijo en voz baja, señalando a la presidente de la delegación.

—¡Muchas gracias , Álex! Quiero decir, Virgilio. —Se rio—. Todo salió tan
38
bien.

—Jacob Yeshevsky podría no estar de acuerdo.

Ella se rio de nuevo.

—Cierto.

—¿Qué le pasa ahora?

—La familia cree que lo están incinerando, así que aún obtendrán sus
cenizas. Ningún daño hecho.

Alex echó un vistazo a la caja donde se había guardado el cuerpo de


Yeshevsky. Cuando el general obtuvo sus respuestas y el ritual concluyó con
un golpe final del gong, el cuerpo no se había derrumbado simplemente.
Tuvieron que esperar a que se cansara, trepando sobre las letras. Fuera lo que
fuera lo que decía, nadie se molestaba en transcribirlo, y la visión de ese
cadáver bailando frenéticamente sobre el suelo, construyendo palabra tras
palabra, tal vez un galimatías o un grito de ultratumba o la receta del pan de

Hell bent
LEIGH BARDUGO

plátano de su abuela, de alguna manera había sido peor que todo lo que había
venido antes.

—No hay daño hecho —repitió Alex—. ¿Qué estaba deletreando allí, al
final?

—Algo sobre la leche materna o la Vía Láctea.

—No significa nada —dijo el sumo sacerdote. Se había quitado el velo y la


túnica y estaba vestido con una camisa de lino blanco y pantalones como si
acabara de salir de una playa en Santorini—. Solo un fallo. Sucede. Es peor
cuando el cadáver no está fresco.

Alex se colgó la mochila del hombro, ansiosa por irse.

—Por supuesto.

—Tal vez fue una referencia al programa espacial —dijo Calisto, mirando al
ex alumno como para su aprobación.
39
—Vamos a tomar unas copas en el… —comenzó el sumo sacerdote.

Pero Alex ya estaba saliendo a empujones de la sala del templo y por el


pasillo. No aminoró el paso hasta que estuvo libre de la catacumba de Libro y
Serpiente y el hedor de las rosas, el aire aún cálido con el último aliento del
verano, bajo un cielo sin estrellas de New Haven.

Alex se sorprendió al encontrar a Dawes esperando en la Cabaña, sentada con


las piernas cruzadas y descalza sobre la alfombra con pantalones cortos y una
camiseta blanca, sus fichas ordenadas en pilas ordenadas a su alrededor, tenía
el cabello recogido en un moño torcido. Había colocado sus Tevas
ordenadamente junto a la puerta.

—¿Bien? —preguntó ella—. ¿Cómo fue?

—El cuerpo se liberó y tuve que derribarlo con el Bucle Fantasma.

—Oh Dios.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Sí —dijo Alex mientras se dirigía al baño—. Lancé esa cosa y la monté
todo el camino hasta Stanford.

—Alex —la regañó Dawes.

—Fue bien. Pero… —Alex se quitó la ropa, ansiosa por deshacerse del olor
de lo extraño—. No sé. El cadáver se vino abajo al final. Comenzó a decir algo
sobre la Vía Láctea o la leche materna o la leche para su cereal no-muerto. Fue
jodidamente sombrío. —Abrió la ducha—. ¿Le dijiste a Anselm que no podemos
reunirnos con el nuevo pretor el Sábado? —Cuando Dawes no respondió, Alex
repitió la pregunta—. No puedo reunirme con el nuevo pretor el sábado, ¿de
acuerdo?

Un largo momento después, Dawes dijo:

—Le dije a Anselm. Pero eso solo nos consigue una semana. Tal vez... Tal
vez el pretor tenga una mente abierta.

Alex lo dudaba. Había muchos pícaros en la historia de Lethe: Lee De


40
Forest, que provocó un apagón en todo el campus y, como resultado, fue
suspendido; Demonios, uno de los fundadores, Hiram Bingham III, no sabía
nada de arqueología y aun así se había ido a Perú para robar algunos
artefactos, pero no había ninguna posibilidad de que Lethe hubiera elegido
algún tipo de disidente para servir como pretor ahora, no después de lo que
había pasado el año pasado. Y no con Alex involucrada. Ella era demasiado
desconocida, un experimento que todavía estaban esperando a ver cómo se
desarrollaba.

—Dawes, confía en mí. Quienquiera que sea este tipo, no va a autorizar una
excursión al infierno.

Encendió el incensario lleno de cedro y palo santo y se sumergió en el agua,


usando verbena para quitar el hedor de lo siniestro.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

En sus meses de búsqueda, ella y Dawes habían encontrado exactamente


una pista sobre la ubicación del Guantelete, un texto apretujado en el Diario de
los días de Lethe de Nelson Hartwell , DC '38.

Bunchy se emborrachó y trató de convencernos de que algunos de los


amigos de Johnny y Punter construyeron un Guantelete para poder abrir
una puerta al horno infernal, por favor. Naturalmente exigí pruebas.

—No, no —dijo Bunch—. Demasiado arriesgado dejar algún registro—. Se


juraron guardar el secreto y todo lo que dejaron escapar fue que estaba
construido sobre suelo sagrado. Demasiado conveniente, digo. Apuesto a
que todos se saltearon la capilla y terminaron emborrachándose en una
cripta en alguna parte.

«Terreno consagrado». Eso era todo lo que ella y Dawes tenían para seguir,
un solo párrafo sobre un borracho llamado Bunchy. Pero eso no les impidió
visitar todos los cementerios, camposantos, sinagogas e iglesias construidos 41
antes de 1938 en New Haven, en busca de señales. No habían obtenido
resultados y ahora tenían al nuevo pretor mirando por encima del hombro.

—¿Qué pasa si decimos que se joda el Guantelete y en su lugar probamos la


invocación del sabueso de Sandow? —gritó por encima del torrente de agua.

—Eso no salió muy bien la última vez.

No, no había salido bien. Casi habían sido comidos por una bestia infernal
por las molestias.

—Pero Sandow realmente no lo estaba intentando, ¿verdad? —dijo Alex,


enjuagando el jabón de su cabello—. Pensaba que Darlington se había ido para
siempre, que no había forma de que pudiera sobrevivir a un viaje al infierno.
Pensó que la invocación probaría que Darlington estaba muerto.

Había sido una noche horrible, pero el ritual había traído de vuelta a
Darlington, o al menos a su voz, para acusar a Sandow.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex cerró el agua y agarró una toalla del estante. El apartamento parecía
increíblemente silencioso.

Casi pensó que lo había imaginado cuando escuchó un débil

—Está bien.

Alex hizo una pausa, escurriendo el agua de su cabello.

—¿Qué?

—Bueno.

Alex esperaba que Dawes protestara, que comenzara a poner obstáculos: no


era el momento adecuado, tenían que planificar, era demasiado peligroso.
¿Había extendido sus cartas de Tarot frente a ella en la estancia? ¿Estaba
leyendo algo más que calamidad?

Alex se puso unos pantalones cortos limpios y una camiseta sin mangas.
Dawes estaba en el mismo lugar en el suelo, pero había subido las rodillas 42
hasta el pecho y se las rodeaba con los brazos.

—¿Qué quieres decir con “bien”? —preguntó Alex.

—¿Sabes cómo llamaban los griegos a la Vía Láctea?

—Sabes que no.

—Galaxias.

Alex se sentó en el borde del sofá, tratando de ignorar el frío que sentía en el
estómago.

«Galaxias». Galaxy. ¿Era esa la palabra que el cadáver había estado


deletreando una y otra vez?

—Estaba tratando de comunicarse contigo —dijo Dawes—. Para


alcanzarnos.

—No sabes eso. —Pero había sucedido antes. Durante el ritual de


adivinación, la noche en que Tara fue asesinada, y nuevamente durante el

Hell bent
LEIGH BARDUGO

ritual de luna nueva cuando Darlington había tratado de advertirles sobre


Sandow. ¿Era eso lo que estaba tratando de hacer ahora? ¿Advertirla?
¿Culparla a ella? ¿O le estaba gritando desde el otro lado del Velo, rogándole
ayuda?

—Hay... algo... que podríamos intentar. —Las palabras de Dawes llegaron


entrecortadas, en código Morse, una señal de socorro—. Tengo una idea.

Alex se preguntó cuántas catástrofes habían comenzado con esas palabras.


—Espero que sea una buena.

—Pero si el comité de Lethe se entera…

—No lo harán.

—No puedo perder este trabajo. Y tú tampoco puedes.

Alex no tenía la intención de pensar en eso ahora.

—¿Vamos a Black Elm? 43


—No. Necesitamos la mesa en Pergamino y Llave. Necesitamos abrir un
portal.

—Al infierno.

—No puedo pensar en otra cosa. —Dawes sonaba desesperada.

Lo habían estado intentando todo el verano y no tenían ningún resultado.


¿Pero Alex realmente lo había estado intentando? ¿O se había sentido segura
escondida con su investigación en Il Bastone? ¿Caminando por las calles de
New Haven, buscando iglesias y lugares sagrados, buscando señales del
Guantelete y no encontrando nada? ¿Se había permitido olvidar que en algún
lugar Darlington estaba perdido y sufriendo?

—Bien —dijo Alex—. Entonces abrimos un portal.

—¿Cómo entramos en Pergamino y Llave?

—Nos haré entrar.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Dawes se mordió el labio inferior.

—No voy a golpear a nadie, Dawes.

Dawes tiró de un mechón de su pelo rojo, rizado por el calor.

Alex puso los ojos en blanco.

—Ni amenazar a nadie. Voy a ser muy educada.

Y lo sería. Tenía que encontrar una manera de volver al juego de fingir que
había jugado el año pasado, tenía que encontrar un nuevo nivel del mar.
Traerían a Darlington de vuelta. Arreglarían todo. Por lo que sabía el comité de
Lethe, ella era solo una estudiante que había tenido un primer año muy malo.
No sabían sobre el aumento de calificaciones que Sandow le había otorgado, o
el papel que ella había jugado en su muerte, o los asesinatos que había
acumulado una noche horrible en Van Nuys.

Pero Darlington lo sabía. Y si quería presentar un caso contra ella, ese sería
44
el final. ¿Qué haría ella entonces? Lo que siempre hacía. Localizar las salidas.
Salir antes de que surgieran los verdaderos problemas. Apoderarse de algunos
artefactos caros al salir. Esa letanía se había convertido en una especie de
consuelo, un canto para mantener a raya su miedo al futuro. Pero ahora todo
era más complicado. Sus opciones habían sido sombrías antes, pero ahora
eran francamente feas, y no tenía lugar a dónde huir. Por Eitan. Porque ya
fuera por el Guantelete, la puerta o el autobús al más allá, siempre había
mucho que pagar.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El verano pasado
Traducido por Azhreik

Se habría quedado en New Haven durante el verano. Si no fuera por Eitan.

Alex le dijo a su madre que había conseguido un trabajo en el campus y eso


fue suficiente para Mira. Pensó que Los Ángeles era una tentación para Alex,
que bajaría de un avión y volvería a su antigua vida con sus viejos amigos.
45
No había posibilidad de eso, pero “están todos muertos, mamá” no iba a
tranquilizar a Mira, y la verdad era que Alex no quería ir a casa. No quería
dormir en su antiguo dormitorio con los sonidos del 101 como un océano
furioso en la distancia. No quería oír hablar de la última obsesión de su madre:
masajes con piedras preciosas, limpieza del aura, aceites esenciales, una
búsqueda interminable de milagros fáciles. Dejar Yale se sentía peligroso,
demasiado como un cuento de hadas, uno cruel en el que una vez que dejaba
el castillo encantado, no habría vuelta atrás.

Pensó que pasaría el verano con Dawes y Michelle Alameddine, tramando


un plan para rescatar a Darlington. Pero Dawes tenía que ser la niñera de su
hermana en Westport, y Michelle había sido difícil de localizar, por lo que Alex
se quedó prácticamente sola en Il Bastone. Se había preguntado si la casa la
rechazaría después de todo el derramamiento de sangre del semestre anterior,
la vidriera que nunca sería tan perfecta como lo había sido, el piso aún
manchado con la sangre de Blake Keely y ahora oculto por una alfombra

Hell bent
LEIGH BARDUGO

nueva. ¿Qué pasaría si ella aparecía en la puerta principal y la perilla


simplemente no giraba para ella?

Pero ese día de primavera, cuando Alex guardó los muebles de su estancia
en el sótano de Jonathan Edwards, y se despidió de Mercy y Lauren, el pomo
de la puerta de Il Bastone había sonado alegremente bajo su mano, la puerta
se abrió como un par de brazos acogedores.

Realmente tenía la intención de encontrar un trabajo para el verano, pero


los negocios en el campus se habían ralentizado demasiado. Así que
eventualmente, ella simplemente dejó de buscar. Tenía un pequeño estipendio
de verano de Lethe, y lo gastó en comida chatarra, rollos de huevo y cerdo
enrollado congelado que podía calentar en el horno tostador. Ni siquiera había
preguntado si podía quedarse en Il Bastone. Simplemente se quedó. ¿Quién
más había sangrado por este lugar?

Alex pasó sus días examinando el catálogo de cursos y hablando con Mercy. 46
Reconstruyeron la mayor parte posible del horario de Alex para que pudiera
adelantar sus lecturas. También leía libros de bolsillo, uno tras otro como si
estuviera fumando sin parar: romance, ciencia ficción, vieja fantasía pulp. Todo
lo que quería hacer era sentarse, sin ser molestada, en un círculo de luz de
lámpara, y vivir la vida de otra persona. Pero todas las tardes las pasaba en la
biblioteca. Escribía las sugerencias de Dawes en el Libro de Albemarle o
inventaba algunas propias, y luego esperaba a ver qué le proporcionaría la
biblioteca. Un libro tenía un lomo de vértebras reales, otro liberaba una nube
de vapor suave cada vez que lo abría, y otro estaba tan caliente al tacto que
tuvo que buscar en la cocina y regresar con guantes para horno.

Solo la armería estaba climatizada para proteger los artefactos, así que
cuando hacía demasiado calor, tomó un montón de mantas y almohadas del
dormitorio de Dante y se hizo un nido en el fondo del Crisol de Hiram.
Darlington se habría escandalizado, pero el aire acondicionado valió la pena. A
veces, cuando dormía allí, soñaba con la cima de una montaña cubierta de

Hell bent
LEIGH BARDUGO

verdor. Ya había estado allí antes, sabía subir escaleras y pasar por estrechos
pasillos que olían a piedra húmeda. Había una habitación con tres ventanas y
una palangana redonda para mirar las estrellas. Vio su propio rostro reflejado
en el agua. Pero cuando despertó, supo que nunca había estado en Perú, solo
lo había visto en los libros.

Alex estaba tumbada de lado en uno de los sofás de terciopelo del salón de Il
Bastone, leyendo un ejemplar destartalado de El hombre ilustrado que había
encontrado en la biblioteca del Instituto de Jóvenes, cuando sonó su teléfono.
No reconoció el número, así que no se molestó en contestar. Había purgado
todos sus viejos contactos cuando se fue de Los Ángeles. Pero la segunda vez
que sonó el teléfono, ella contestó.

Reconoció la voz de Eitan al instante, su fuerte acento.

—Álex Stern. Necesitamos tener una conversación. ¿Lo entiendes?

—No —dijo ella, con el corazón acelerado en el pecho. Había llovido ese día, 47
y ella había abierto todas las cortinas para poder ver la tormenta, brillantes
jadeos de relámpagos crepitando a través del cielo gris. Se sentó, marcando su
lugar en su libro con un recibo. Tenía la inquietante sensación de que nunca
llegaría a terminar esta historia en particular.

—No quiero discutir por teléfono. Ven a verme a la casa.

Pensaba que ella estaba en Los Ángeles. «Eso es bueno» se dijo Alex. No
sabía que no podía ponerle las manos encima fácilmente. Pero ¿por qué estaba
llamando? Eitan había sido el proveedor de Len, un gánster israelí que operaba
desde una elegante mansión en la cima de una colina de Encino más allá de la
405. Creía que él se había olvidado de ella hacía mucho tiempo.

—No voy a subir a Mulholland —dijo—. No tengo auto. —Incluso si hubiera


estado en Los Ángeles, no había forma de que condujera hacia las colinas
hasta la casa de Eitan solo para que él pudiera incrustarle una bala en el
cerebro sin ningún testigo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Tu madre tiene coche. Viejo Jetta. No fiable. —Por supuesto, Eitan sabía
dónde encontrar a su madre. Los hombres como Eitan sabían muy bien dónde
buscar ventajas—. Shlomo ha vigilado tu casa durante mucho tiempo, pero
solo tu mamá va y viene. Nunca tú. ¿Dónde estás, Alex?

—¿Ahora mismo? —Alex miró alrededor de la sala, las alfombras


polvorientas, la luz del verano suavizada por los cristales de las ventanas
salpicados por la lluvia. Escuchó la máquina de hielo retumbar en la nevera de
la cocina. Más tarde iría a hacer un sándwich con el pan y el fiambre que
Dawes había pedido cuando descubrió que gran parte de la dieta de Alex
consistía en alitas de pollo, y eso llegaba todas las semanas como por arte de
magia—. En casa de unos amigos en el cañón Topanga. Iré este fin de semana.

—No el sábado. Ven mañana. viernes antes de las cinco.

Eitan era kosher y el sábado era santo. La matanza y la extorsión eran para
los otros seis días de la semana. 48
—Tengo trabajo —dijo—. Puedo ir el domingo.

—Buena niña.

Colgó y apretó el teléfono contra su pecho, mirando hacia el techo


artesonado. Las luces parpadearon y supo que la casa estaba captando su
miedo. Ella se agachó y presionó su palma contra la duela pulida del piso. La
noche en que Alex casi se desangró en el pasillo de arriba, Il Bastone también
resultó herido, una de sus hermosas ventanas rota, sus alfombras arruinadas
con sangre. Alex había ayudado a limpiarlo todo. Se había quedado al lado del
hombre que Dawes había contratado para restaurar la ventana. Había
vaporizado y fregado la sangre de los suelos y las alfombras del pasillo. Su
sangre, la del decano Sandow, la de Blake Keely. Ambos muertos, pero no Alex.
Alex había sobrevivido, al igual que Il Bastone.

No podía decir si la vibración a través del suelo era real o imaginaria, pero
se sintió más tranquila por ello. Este había sido su lugar seguro cuando el
campus se vació: protegido, oscuro y fresco. Solo se aventuraba a salir de vez

Hell bent
LEIGH BARDUGO

en cuando, daba paseos por la colina y salía al puente cubierto junto al Museo
Eli Whitney, su granero rojo que cruzaba el río era como algo salido de un
cuadro del que Mercy se reiría. Llevaba su bicicleta nueva hasta Edgerton Park,
atravesaba los macizos de flores y miraba la vieja puerta de entrada, y cada dos
mañanas iba hasta Black Elm, alimentaba a Cosmo, deambulaba por el
laberinto de setos cubiertos de maleza. Pero siempre regresaba a la casa de
Orange, a Il Bastone. Había pensado que se sentiría sola aquí, sin Dawes o
Darlington, pero en lugar de eso había bebido refrescos directamente de la
antigua nevera, dormido la siesta en el elegante dormitorio con sus vidrieras de
luna y sol, husmeado en la armería. La casa siempre tenía algo nuevo que
mostrarle.

Alex no quería irse. No quería volver al miserable apartamento de su madre


en Van Nuys. Y no quería hablar con Eitan. ¿Tenía asuntos pendientes con Len
que habían sido suspendidos durante un año? ¿O de alguna manera sabía lo
que Alex había hecho? ¿La había relacionado con la muerte de su primo? 49

No importaba mucho. Ella tenía que ir. Repasó los números de su teléfono
y encontró a Michael Anselm. Él era el miembro del comité de Lethe que había
entrado en el agujero de autoridad dejado por el decano Sandow. Se había
graduado hacía quince años, y Alex y Dawes habían consultado su Diario de
Días de Lethe pero lo encontraron particularmente aburrido. Nombres y fechas
de rituales y poco más. Así parecía también por teléfono. Seco, aburrido,
ansioso por volver a su trabajo en finanzas o banca o lo que sea que equivaliera
a imprimir dinero. Pero le había comprado a Alex una bicicleta y una
computadora portátil, así que no se iba a quejar.

Anselm descolgó al segundo timbre.

—¿Alex? —Parecía preocupado y ella no podía culparlo. Bien podría estar


llamando para decirle que la biblioteca de la facultad de derecho se había
incendiado o que un ejército de muertos vivientes se estaba acumulando en
Commons. No sabía mucho sobre Anselm, pero se lo imaginó con corbatas a

Hell bent
LEIGH BARDUGO

rayas y yendo a casa a un laboratorio amarillo, dos niños involucrados con


Hábitat para la Humanidad y una esposa que se mantenía en forma.

—Hola, Michael, siento molestarte a mitad del día…

—¿Está todo bien?

—Todo está bien. Pero tengo que irme a casa el fin de semana. Para ver a mi
mamá.

—Oh, lamento escuchar eso —dijo, como si ella le hubiera dicho que su
madre estaba enferma. Para lo cual Alex había estado perfectamente
preparada.

—¿Puedes, quiero decir, puede Lethe ayudarme con la tarifa? —Alex sabía
que se suponía que debía estar avergonzada, pero desde que estuvo a punto de
morir en esta casa, no había dudado en pedirle a Lethe cualquier cosa que
pudiera necesitar. Se lo debían a ella, a Dawes y a Darlington. Dawes no pedía
nada y Darlington seguro como el infierno no iba a cobrarles, por lo que le
50
tocaba a Alex arrasar con el libro mayor.

—¡Por supuesto! —dijo Michael—. Lo que sea que necesites. Te pondré con
mi asistente.

Y eso fue todo. El asistente de Anselm arregló un auto para el aeropuerto y


el vuelo de regreso. Alex se preguntó si estaría en él o si moriría en lo alto de
Mulholland Drive. Guardó ropa interior y un cepillo de dientes en su mochila e
hizo una parada en la armería, pero luego se dio cuenta de que no tenía idea de
qué llevarse. Sentía como si estuviera caminando hacia una trampa, pero Lethe
no traficaba con el tipo de objetos que podrían detener a hombres como Eitan.
Al menos nada que pudiera llevar en un avión.

—Volveré —murmuró a la casa cuando la puerta principal se cerró detrás


de ella. Hizo una pausa para escuchar el suave gemido de los chacales debajo
del pórtico y esperó que fuera verdad.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex había cumplido esa promesa. Incluso había terminado ese libro de
bolsillo de Ray Bradbury. Simplemente no sabía que regresaría con sangre
fresca en sus manos.

51

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El abrigo de muchos zorros

Procedencia: Goslar, Alemania; siglo 15

Donante: Pergamino y Llave, 1993

Se cree que es obra de Alaric Förstner, quien posteriormente fue quemado en la hoguera
por diezmar a la población local de zorros. El abrigo cambió de manos varias veces, y
hay registros que indican que perteneció a un catedrático de Oxford en la misma época
en que CS Lewis enseñaba allí, pero esto nunca se ha corroborado por completo. Existe
la especulación de que, en un momento, colgar el abrigo en un armario, armario o
guardarropa crearía un portal, pero cualquier magia que el abrigo pueda o no haber
poseído se ha ido. Otro ejemplo más de la inestabilidad de la magia del portal. Ver
Tayyaara para una rara excepción.
52
—del Catálogo de la Armería de Lethe revisado y
editado por Pamela Dawes, Oculus

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Octubre
Traducido por Azhreik

El viernes por la mañana, Alex fue a Poetas Modernos y EE101 con Mercy e
hizo todo lo posible por prestar atención. Era demasiado pronto en el año para
que le faltara el sueño.

Quería quedarse en casa esa noche, descansar, terminar de colgar carteles


en su habitación. El lado de Mercy ya estaba decorado en grabados artísticos y
53
tiras de poesía en caracteres chinos combinados con ilustraciones de moda.
Había creado una especie de dosel improvisado sobre su cama en tul azul que
hacía que todo el lugar se sintiera glamoroso.

Pero Mercy y Lauren querían salir, así que salieron. Alex incluso se puso un
vestido, corto y negro, sostenido por tiras de telaraña, idéntico en todo excepto
en el color al de Mercy y Lauren. Alex se sentía como si fueran un pequeño
ejército, tres sonámbulas en delicados camisones. Mercy y Lauren usaban
sandalias de tiras, pero Alex no tenía ninguna y se quedó con sus maltrechas
botas negras. Más cómodas para correr.

Hicieron una pausa en el columpio para tomar fotografías y Alex eligió una
para enviársela a su mamá, en la que se veía más feliz, en la que se veía bien.
Lauren a su izquierda: cabello espeso y rubio miel y dientes más brillantes que
el haz de una linterna. Mercy a su derecha: cabello en una melena negra
brillante, grandes aretes antiguos en forma de margaritas, cautela en sus ojos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

¿La gente de Eitan seguía vigilando a Mira? ¿O había decidido dejar sola a
su madre ahora que Alex estaba haciendo lo que le decían? California parecía
menos otra costa que otra era, un tiempo nebuloso anterior, Alex quería
mantenerlo borroso, los detalles eran demasiado dolorosos para enfocarlos.

La fiesta era en una casa en Lynwood, no lejos del triste y destartalado


apartamento de San Elmo, con sus esperanzadoras veletas girando lentamente
en el techo. Alex bebió agua toda la noche y estaba aburrida hasta la médula,
pero no le importó. Le gustaba estar parada con un vaso rojo en la mano,
flanqueada por sus amigas, fingiendo que estaba achispada. Bueno, no del
todo fingiendo. Se había inyectado basso belladona. Se había dicho a sí misma
que iba a pasar el año limpia, pero el año estaba siendo una mierda, así que
haría lo que tuviera que hacer.

El sábado por la mañana, se escapó mientras Mercy aún dormía y llamó a


Pergamino y Llave. Como prometió, fue más que cortés; luego se acurrucó en la
54
cama y volvió a dormirse hasta que Mercy la despertó.

Desayunaron tarde en el comedor y Alex rebosó su plato como siempre.


Estaban a punto de intentar abrir un portal al infierno; debería estar
demasiado nerviosa para comer. En cambio, sentía que no podía llenarse.
Quería más sirope, más tocino, más de todo. A los Grises les encantaba este
lugar, los olores de la comida, los chismes. Alex podría haberlo protegido, de la
misma manera que había instalado protecciones en su dormitorio. Pero si algo
la perseguía, quería un Gris lo suficientemente cerca para usarlo, pero no lo
suficientemente cerca como para molestarla. Y aquí, parecían mezclarse con la
multitud. Había algo pacífico en todo aquello, los muertos partiendo el pan con
los vivos.

Alex sabía que había habitaciones más hermosas en Yale, pero esta era su
favorita, la madera oscura de las vigas en lo alto, la gran chimenea de piedra.
Le encantaba sentarse allí y dejar que el ruido de las bandejas, el rugido de la

Hell bent
LEIGH BARDUGO

charla la inundara. Esperaba que Darlington sonriera cuando le dijo cuánto


amaba el comedor de JE, pero él solo asintió y dijo:

—Es demasiado grandioso para ser la sala común de una taberna o una
posada, pero así es como se siente. Como si pudieras apoltronarte aquí y
esperar a que pase cualquier tormenta. Tal vez eso era cierto para algún viajero
cansado, para la estudiante que fingía ser. Pero la verdadera Alex pertenecía a
la tormenta, un pararrayos para los problemas. Eso cambiaría cuando
regresara Darlington. Ya no serían solo ella y Dawes tratando de bloquear la
puerta contra la oscuridad.

—¿Adónde vas? —preguntó Mercy mientras Alex se levantaba y se metía


una tostada con mantequilla en la boca—. Tenemos lectura.

—Terminé El Cuento del Caballero.

—¿Y La Esposa de Bath?

—Sí.
55

Lauren se recostó en su silla.

—A ver. Alex, ¿estás adelantada en las lecturas?

—Ahora soy una erudita.

—Tenemos que memorizar las primeras dieciocho líneas —dijo Mercy—. Y


no es fácil.

Alex dejó su bolso.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿Entonces sabes cómo suena todo? Están en inglés medieval.

—Tuve que aprenderlo en la escuela secundaria —dijo Lauren.

—Eso es porque fuiste a una escuela preparatoria elegante en Brookline —


dijo Mercy—. Alex y yo estábamos atrapados en la escuela pública,
perfeccionando nuestras estrategias callejeras.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Lauren casi escupió su jugo de la risa.

—Será mejor que tengas cuidado —dijo Alex con una sonrisa—. Mercy te
dará una paliza.

—¡No dijiste a dónde ibas!— Lauren la llamó mientras salía del comedor.
Alex casi había olvidado lo agotador que era inventar excusas.

Dawes estaba esperando frente a la escuela de música, su fachada rosa y


blanca era como un pastel muy decorado. Alex nunca había visto Venecia,
probablemente nunca lo haría, pero sabía que ese era el estilo. Darlington
también había amado este edificio.

—¿Dijeron que sí?

Nada de “Hola”, ni “¿Cómo estás?” Dawes se veía increíblemente incómoda


con pantaloncillos largos y desaliñados y un cuello en V blanco, una cartera de
lona colgada de su hombro. Algo parecía raro en ella, y Alex se dio cuenta de
que estaba tan acostumbrada a ver a Dawes con auriculares alrededor del
56
cuello que parecía extrañamente desnuda sin ellos.

—En cierto modo —dijo Alex—. Les dije que estaba haciendo una
inspección.

—Oh, bien... Espera, ¿por qué estás haciendo una inspección?

—Dawes. —Alex le lanzó una mirada—. ¿Qué estaría inspeccionando?

—Dijiste que hablarías con ellos, no que les mentirías.

—Mentir es una forma de hablar. Un tipo muy útil. Y no requirió mucho. —


Después de la mierda que Pergamino y Llave habían sacado el año pasado, no
las drogas, por supuesto; eso era perfectamente aceptable de acuerdo con las
reglas de Lethe. Pero habían dejado entrar en su catacumba a forasteros,
habitantes de la ciudad, y los habían hecho parte de sus rituales. Todo había
terminado en asesinato y escándalo. Y, por supuesto, no hubo más
repercusiones que una advertencia firme y una multa.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Robbie Kendall estaba esperando en los escalones de la catacumba con


pantalones cortos de madrás y un polo azul claro, con el cabello rubio lo
suficientemente largo como para sugerir surfista sin parecer un rufián. El calor
de la tarde no parecía afectarlo. Parecía que nunca había sudado en su vida.

—Hola —dijo, sonriendo nerviosamente—. ¿Alex? O, eh... ¿te llamo Virgilio?

Alex sintió que Dawes se tensaba a su lado. No había estado con Alex en las
dos primeras noches rituales. No había oído ese nombre desde que Darlington
desapareció.

—Así es —dijo Alex, limpiándose disimuladamente las palmas de sus manos


antes de estrecharle la mano—. Ella es Oculus. Pamela Dawes.

—Genial. ¿Qué es lo que querían ver?

Alex miró a Robbie con frialdad.

—Dame las llaves. Puedes esperar afuera.


57
Robbie vaciló. Era el nuevo presidente de la delegación, un senior, con
muchas ganas de que todo saliera bien. Realmente un blanco perfecto.

—No sé si...

Alex miró por encima del hombro y bajó la voz.

—¿Así es como quieres empezar el año?

La boca de Robbie se abrió.

—Yo… No.

—El insensible desprecio de tus compañeros Cerrajeros por las reglas casi
nos mata a mí y a Oculus el año pasado. Dos diputados de Lethe. Tienes suerte
de que no se suspendieran todos tus privilegios.

—¿Suspendidos?

Era como si nunca lo hubiera considerado, como si tal cosa fuera


imposible.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Así es. Un semestre, tal vez un año entero perdido. Abogué por la
indulgencia, pero... —Se encogió de hombros—. Tal vez eso fue un error.

—No no. Definitivamente no. —Robbie buscó a tientas sus llaves—.


Definitivamente no.

Alex casi se sintió mal por él. Había probado por primera vez la magia
cuando fue iniciado el semestre anterior, su primera visión del mundo más allá
del Velo. Le habían prometido un año de viajes salvajes y misterio. Haría todo
lo que pudiera para mantener su suministro.

La pesada puerta se abrió a una elaborada entrada de piedra, la fresca


oscuridad era un bienvenido alivio del calor. Un Gris con pantalones a rayas
finas tarareaba felizmente para sí en el pasillo, mirando una vitrina llena de
fotos en blanco y negro. El interior de Pergamino y Llave era extrañamente
pesado en contraste con su elegante exterior, roca áspera puntuada por
elaborados arcos moriscos. Se sentía como si hubieran entrado en una cueva. 58
Alex arrebató las llaves de la mano de Robbie antes de que pudiera
reconsiderarlo.

—Espera afuera, por favor.

Esta vez, él no protestó, solo dijo un ansioso

—¡Claro! Tómense su tiempo.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellas, Alex esperaba un sermón o al


menos una mueca de desaprobación, pero Dawes solo parecía pensativa.

—¿Qué pasa? —Alex preguntó mientras se dirigían por el pasillo hacia el


santuario.

Dawes se encogió de hombros y fue como si todavía llevara una de sus


gruesas sudaderas.

—Suenas como él.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

¿Alex había estado haciendo su imitación de Darlington? Suponía que sí.


Cada vez que hablaba con la autoridad de Lethe, lo hacía con la voz de él:
segura, confiada, sabia. Todo lo que ella no era.

Abrió la puerta de la sala de rituales. Era una gran cámara en forma de


estrella en el corazón de la tumba, una estatua de un caballero en cada una de
sus seis esquinas puntiagudas, una mesa circular en el centro. Pero la mesa
no era realmente una mesa en absoluto; era una entrada, un pasaje a
cualquier lugar al que quisieras ir. Y algunos lugares que no.

Alex pasó la mano por la inscripción en el borde. «Ten poder sobre esta tierra
oscura para iluminarla, y poder sobre este mundo muerto para hacerlo vivir.».
Tara había estado en esta mesa antes de que la asesinaran. Ella había sido
una intrusa aquí, al igual que Alex.

—¿Esto va a funcionar? —preguntó Alex—. El nexo es inestable. —Por eso


los Cerrajeros habían recurrido a los psicodélicos, por eso habían tenido que 59
depender de una chica del pueblo y su novio traficante de drogas para preparar
un brebaje especial que ayudaría a abrir portales y facilitar su paso a otras
tierras—. No tenemos nada de la salsa especial de Tara.

—No lo sé —dijo Dawes, mordiéndose el labio—. Yo… no sé qué más probar.


Podríamos esperar. Deberíamos.

Sus ojos se encontraron por encima de la gran mesa redonda,


supuestamente hecha con tablones de la misma mesa donde una vez se habían
reunido los caballeros del Rey Arturo.

—Deberíamos —estuvo de acuerdo Alex.

—Pero no vamos a hacerlo, ¿verdad?

Alex negó con la cabeza. Habían pasado más de tres meses desde el funeral
de Sandow, desde que Alex había compartido su teoría de que Darlington no
estaba muerto sino atrapado en algún lugar del infierno, el caballero demonio
que había aterrorizado tanto a los muertos como a los monstruos que se

Hell bent
LEIGH BARDUGO

reunían más allá del Velo. Nada de lo que Alex y Dawes habían aprendido
desde entonces les había dado motivos para creer que se trataba de algo más
que una ilusión. Pero eso no les había impedido tratar de encontrar una forma
de llegar a él. Galaxias. Galaxy. Un grito desde el otro lado del Velo. ¿Qué
significaría volver a ser aprendiz? ¿Volver a ser Dante? Meses de buscar pistas
sobre el Guantelete no habían resultado en nada, y esto también podría
suceder, pero al menos tenían que intentarlo. Anselm había sido un padre
ausente, se reportaba obedientemente desde Nueva York pero las dejaba a su
suerte. No podían contar con que el nuevo pretor hiciera lo mismo.

—Vamos a configurar las protecciones —dijo Alex.

Ella y Dawes trabajaron juntas, derramando sal en una formación de nudo


de Salomón, un círculo ordinario no funcionaría. Estaban, en teoría, abriendo
un portal al infierno, o al menos una esquina, y si Darlington era más un
demonio que un hombre en estos días, no lo querían retozando por todo el
60
campus con sus amigos demonios.

Cada línea del nudo tocaba otra línea, por lo que era imposible saber dónde
comenzaba el diseño. Alex consultó la imagen que había copiado de un libro
sobre contención espiritual. Aparentemente, a los demonios les encantaban los
rompecabezas y los juegos, y el nudo los mantendría ocupados hasta que
pudieran ser desterrados o, en el caso de Darlington, encadenados con cadenas
de plata pura. Al menos Alex esperaba que fueran de plata pura. Las había
encontrado en un cajón de la armería y esperaba que Lethe no hubiera
escatimado. ¿Y si la bestia infernal intentaba pasar de nuevo? Colocaron gemas
en cada punto cardinal: amatista, cornalina, ópalo, turmalina. Pequeñas
baratijas brillantes para atar a un monstruo.

—No parecen gran cosa, ¿verdad? —preguntó Alex.

Todo lo que hizo Dawes fue morderse el labio con más fuerza.

—Va a estar bien —dijo Alex, sin creer una palabra—. ¿Qué sigue?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pusieron líneas de sal cada pocos metros por el pasillo, más salvaguardias
en caso de que algo traspasara el nudo. La línea final que derramaron fue de
color marrón pálido. La habían mezclado con su propia sangre, una última
línea de defensa.

Dawes sacó una diminuta trompeta de juguete de su cartera.

Alex no pudo ocultar su incredulidad.

—¿Vas a sacar a Darlington del infierno con eso?

—No tenemos las campanas de Aureliano, y el ritual solo pide 'un


instrumento de acción o alarma'. ¿Tienes la nota?

Habían usado la escritura de Black Elm durante el fallido ritual de luna


nueva, un contrato que Darlington había firmado con plena esperanza e
intención. Esta vez no tenían nada de eso, pero tenían una nota, escrita por
Michelle Alameddine, que encontraron en el escritorio del dormitorio de Virgilio
en Lethe, solo unas pocas líneas de un poema y una nota:
61

Había un monasterio que producía Armagnac tan refinado que sus monjes
se vieron obligados a huir a Italia cuando Luis XIV bromeó sobre matarlos
para proteger sus secretos. Esta es la última botella. No lo bebas con el
estómago vacío y no llames a menos que estés muerto. ¡Buena suerte,
Virgilio!

No era mucho, pero también tenían la botella de Armagnac. Era mucho


menos grandiosa de lo que Alex había imaginado, de un verde turbio, la vieja
etiqueta era ilegible.

—Él no lo ha abierto —observó Dawes mientras Alex dejaba la botella en el


suelo en el centro del nudo, con expresión de desaprobación.

—No vamos a revisar su cajón de ropa interior. Es solo alcohol.

—No es para nosotros.

—Y no lo vamos a beber —espetó Alex. Porque Dawes tenía razón. No tenían


por qué robar cosas destinadas a Darlington, que eran preciosas para él.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

«Lo traeremos de vuelta y nos perdonará» se dijo a sí misma mientras sacaba


un vasito de su bolso y lo llenaba, el líquido tibio y anaranjado como el sol
tardío. «Él me perdonará. Por todo eso.»

—Realmente deberíamos tener cuatro personas para esto —dijo Dawes—.


Uno para cada punto de la brújula.

Deberían tener cuatro personas. Deberían haber encontrado el Guantelete.


Deberían haberse tomado el tiempo para armar algo más que este lío de retazos
de un ritual.

Pero ahí estaban, al borde del precipicio, y Alex sabía que Dawes no estaba
buscando que la convencieran de bajar del precipicio. Quería que alguien la
arrastrara.

—Vamos —dijo Alex—Está esperando al otro lado.

Dawes respiró hondo, sus ojos marrones estaban demasiado brillantes.


62
—Bueno. —Sacó una pequeña botella llena de aceite de sésamo de su
bolsillo y comenzó a ungir la mesa con él, trazando el borde con el dedo
mientras caminaba primero en el sentido de las agujas del reloj, luego en el
sentido contrario, cantando en árabe forzado.

Cuando llegó al punto de partida, se encontró con la mirada de Alex y luego


pasó el dedo por el aceite, cerrando el círculo.

La mesa pareció caer a la nada. Alex se sentía como si estuviera mirando un


interminable hacia abajo. Miró hacia arriba y vio un círculo de oscuridad
encima de donde había estado un tragaluz de cristal un momento antes. La
noche estaba llena de estrellas, pero era la mitad del día. Tuvo que cerrar los
ojos cuando una ola de vértigo se apoderó de ella.

—Quémalo —dijo Dawes—. Llámalo.

Alex encendió una cerilla y la acercó a la nota, luego arrojó el papel en


llamas a la nada donde había estado la mesa. Pareció flotar allí, con los bordes

Hell bent
LEIGH BARDUGO

curvos, y antes de que pudiera caer, arrojó un puñado de limaduras de hierro a


las llamas. Las palabras comenzaron a despegarse del papel hacia el aire.

Buena

suerte

estás

muerto

—Retrocede —dijo Dawes. Se llevó la trompeta a los labios. El sonido que


emergió debería haber sido delgado y metálico. En cambio, un bramido rico
resonó en las paredes, el toque triunfal de un cuerno llamando a los jinetes a la
caza.

En la distancia, Alex escuchó el suave golpeteo de patas.

—¡Está funcionando! —Dawes susurró.

Se inclinaron sobre el espacio donde había estado la mesa y Dawes volvió a 63


tocar la trompeta, resonó sobre ellas desde algún lugar en la distancia.

«Ven a casa, Darlington.» Alex arrojó el vaso de Armagnac a ese abismo lleno
de estrellas. «Vuelve y bebe de esta elegante botella, haz un brindis.» Todavía
podía escuchar esa vieja canción sonando en su cabeza. «Vamos. Vamos.
Déjame tomarte de la mano.»

El golpeteo creció, pero no sonaba como el suave golpeteo de patas. Era


demasiado fuerte y cada vez más fuerte.

Alex miró alrededor de la habitación en busca de una pista de lo que estaba


sucediendo.

—Algo está mal.

El sonido se elevó desde algún lugar en la oscuridad. Desde algún lugar de


abajo.

Sacudió el suelo de piedra con un estruendo creciente que Alex pudo sentir
a través de sus botas. Se asomó a la nada y olió azufre.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Dawes, ciérralo.

—Pero...

—¡Cierra el portal!

Ahora vio manchas rojas en la oscuridad, y un momento después, entendió:


eran ojos.

—¡Dawes!

Demasiado tarde. Alex tropezó contra la pared cuando una manada de


caballos salió disparada de la mesa, irrumpiendo en la habitación en una masa
hirviente de caballos negros. Eran del color del carbón, sus ojos rojos y
brillantes. Cada golpe de sus cascos contra el suelo explotaba en llamas. Se
estrellaron a través de la puerta de la sala del templo, esparciendo sal y
piedras, y rugieron por el pasillo. La manada de caballos del infierno sopló a
través de las líneas de sal una por una.
64
—¡No se detendrán! —Dawes gritó.

Iban a romper la puerta principal y salir a la calle.

Pero cuando la estampida golpeó la línea de sal que habían mezclado con su
sangre, fue como una ola rompiendo contra las rocas. La manada se
desparramó a izquierda y derecha, una marea turbulenta y desordenada. Uno
de los caballos cayó de lado, su alto relincho sonó como un grito humano. Se
enderezó y luego la estampida se dirigió hacia la sala del templo.

—¡Dawes! —gritó Álex. Sabía muchas palabras de muerte. Tenía cadenas de


plata, una cuerda llena de elaborados nudos, un maldito cubo de Rubik porque
a los demonios les gustan los rompecabezas. Pero no tenía idea de cómo lidiar
con una manada de caballos que esnifaban azufre que habían sido convocados
desde las profundidades del infierno.

—¡Apártate del camino! —Dawes gritó.

Alex se presionó contra la pared. Dawes estaba de pie en el otro extremo de


la mesa, su cabello rojo ondeaba alrededor de su rostro, gritando palabras que

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex no entendió. Llevó la trompeta a sus labios, y el sonido fue como mil
trompetas, una orquesta de mando.

«La van a aplastar» pensó Alex. »Se destrozará, se disolverá en cenizas.»

Los caballos dieron un brinco, una marea negra de cuerpos pesados y


llamas azules, y Dawes arrojó la trompeta al abismo. Los caballos se lanzaron
tras ella, arqueándose imposiblemente en el aire, menos como caballos que
como espuma de mar cayendo. Fluyeron como agua y se disolvieron en la
oscuridad.

—¡Ciérralo! —gritó Álex.

Dawes levantó sus palmas vacías y las juntó, como si se lavara las manos.

—¡Ghalaqa al-baab! Al-tariiq muharram lakum!

Luego, una voz resonó en la habitación: desde algún lugar de abajo o de


algún lugar de arriba, era imposible saberlo. Pero Alex conocía esa voz, y la
65
palabra que pronunció fue clara y suplicante.

Espera.

—¡No! —gritó Dawes. Pero era demasiado tarde. Hubo un enorme estallido,
como el sonido de una puerta pesada cerrándose de golpe. Alex salió volando.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

6
Traducido por Azhreik

Alex no recordaba mucho de lo que sucedió a continuación. Le zumbaban los


oídos, los ojos le lloraban y el hedor a azufre era tan intenso que apenas tuvo
tiempo de rodar sobre sus manos y rodillas antes de vomitar. Oyó a Dawes
vomitar también y quiso llorar de felicidad. Si Dawes estaba vomitando, no
estaba muerta.

Robbie entró corriendo en la habitación, sacudiendo el humo y gritando:

—¿Qué diablos? ¿Qué carajo? —Entonces él también vomitó.

La habitación estaba cubierta de hollín negro. Alex y Dawes estaban


66
cubiertas de él. Y la mesa, la mesa alrededor de la cual supuestamente se
habían reunido los caballeros del Rey Arturo, estaba rota por la mitad.

«Espera.»

Ni siquiera podía fingir que no lo había oído porque Dawes también lo había
oído. Alex había visto la angustia en sus ojos cuando el portal se cerró de
golpe.

Alex se arrastró hacia Dawes. Estaba acurrucada contra la pared


temblando.

—No digas una maldita palabra —susurró Alex—. Fue una inspección, eso
es todo.

—Lo escuché… —Las lágrimas inundaban sus ojos.

—Lo sé, pero ahora mismo tenemos que salvar nuestros traseros. Dilo
conmigo. Fue una inspección.

—Fue una inspec-inspección.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El resto fue borroso: los gritos de los delegados de Pergamino y Llave;


llamadas de su comité y ex alumnos; más gritos de Michael Anselm, que llegó
en el Metro-Norte y ofreció el uso del Crisol de Hiram para restaurar la mesa y
que volviera a estar completa. Dawes y Alex hicieron todo lo posible para
limpiarse el hollín y luego se enfrentaron a Anselm en el vestíbulo de entrada
de la tumba de Pergamino y Llave.

—No fue nuestra culpa —dijo Alex. Lo mejor era salir a la ofensiva—.
Queríamos asegurarnos de que no hubieran estado abriendo portales o
realizando rituales no autorizados, así que hice un hechizo de revelación.

Había preparado una historia de tapadera. No había anticipado que tendría


que cubrir una explosión masiva, pero era todo lo que tenía.

Anselm caminaba de un lado a otro, su celular en una mano, y se podía


escuchar a un antiguo alumno de Pergamino y Llave gritando en el otro
extremo. Cubrió el teléfono con la palma de su mano. 67
—Sabías que el nexo era inestable. Alguien podría haber muerto.

—¡La mesa está en dos partes! —gritó el ex alumno en el teléfono—. ¡Toda la


sala del templo está arruinada!

—Nos encargaremos de la limpieza. —De nuevo, Anselm tapó el teléfono y


susurró con furia—: Il Bastone.

—No te preocupes —le dijo Alex a Dawes mientras pasaban junto a un


grupo de Cerrajeros furiosos y bajaban las escaleras hacia la acera. Robbie
Kendall parecía haberse caído por una chimenea y haber perdido uno de sus
mocasines—. Anselm me va a culpar a mí, no a ti. ¿Dawes?

Ella no estaba escuchando. Tenía una mirada aturdida y perdida.

Era esa palabra «Espera.»

—Dawes, tienes que mantener la compostura. No podemos decirles lo que


pasó, no importa cuán conmocionada estés.

—Bueno.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero Dawes permaneció en silencio todo el camino hasta Il Bastone.

Una sola palabra. La voz de Darlington. Desesperado, exigente. «Espera».


Casi lo habían hecho, casi lo habían alcanzado. Habían estado tan cerca.

Él habría tenido éxito. Siempre lo tuvo.

Tardaron casi una hora en lavarse con perejil y aceite de almendras para
quitarse el mal olor. Dawes había ido al baño de Dante y Alex se había
desnudado en la hermosa suite Virgilio con su gran bañera con patas.

Su ropa estaba arruinada.

—Este maldito trabajo debería tener un estipendio para ropa nueva —se
quejó a la casa mientras se ponía un par de sudaderas de Lethe y bajaba a la
sala.

Anselm todavía estaba hablando por teléfono. Era más joven de lo que ella 68
había pensado al principio, treinta y tantos años, y no era mal parecido en el
sentido corporativo. Él levantó un dedo cuando la vio y ella fue a buscar a
Dawes a la cocina. Había preparado platos de salmón ahumado y ensalada de
pepino y metido una botella de vino blanco en un balde con hielo. Alex estuvo
tentada de poner los ojos en blanco, pero tenía hambre y este era el estilo de
Lethe. Tal vez deberían invitar a la bestia infernal a una cena fría.

Dawes estaba parada frente a un fregadero lleno de platos y espuma de


jabón, mirando por la ventana, el agua corría y su cabello recién lavado
colgaba suelto. Alex nunca la había visto desanimada.

Alex extendió la mano y cerró el grifo.

—¿Estás bien?

Dawes mantuvo los ojos fijos en la ventana. No había mucho que ver: el
callejón, el costado de una casa victoriana muy bien cuidada.

—¿Dawes? Anselm no ha terminado con nosotros. Yo...

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Lethe instaló un sistema de seguridad en Black Elm cuando… cuando


supimos que podría estar vacío por un tiempo. Solo un par de cámaras.

Alex sintió un desagradable aleteo en el estómago.

—Lo sé. Puerta delantera, puerta trasera. —Sandow se había asegurado de


que las ventanas estuvieran tapiadas, y el viejo Mercedes había sido reparado
con el dinero suelto de Lethe. Dawes lo usaba ocasionalmente para hacer
mandados, solo para evitar que permaneciera inactivo.

Dawes encogió la barbilla contra su cuello.

—Puse una en el salón de baile.

En el salón de baile. Donde habían intentado el ritual de luna nueva.

—¿Y? —Alex podía escuchar a Anselm hablando en el salón, el crepitar de


las pompas de jabón en el fregadero.

—Algo... Recibí una notificación. —Asintió con la cabeza hacia su teléfono 69


que descansaba sobre el mostrador.

Alex se obligó a levantarlo y deslizar la pantalla. No se veía nada más que


un borrón oscuro, una luz tenue que bailaba en los bordes.

—Eso es todo lo que captó la cámara —dijo Dawes.

Alex se quedó mirando la pantalla como si pudiera encontrar algún patrón


en la oscuridad.

—Podría ser solo Cosmo. Podría haber volcado la cámara.

El gato de Darlington había rechazado todos los intentos de reubicarlo en Il


Bastone o en el apartamento de Dawes cerca de la escuela de teología. Todo lo
que podían hacer era ofrecer tributos de comida y agua y esperar que él
cuidara de Black Elm, y que la vieja casa lo cuidara a él.

—No te hagas ilusiones, Dawes.

—Por supuesto que no.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Por supuesto que no.

Pero Dawes todavía tenía esa mirada aturdida y Alex sabía lo que estaba
pensando.

«Espera». La súplica había llegado demasiado tarde, pero ¿y si, cuando el


portal de Pergamino y Llave se cerró de golpe, Darlington de alguna manera
aun así había encontrado el camino? ¿Y si de alguna manera habían tenido
éxito? ¿Y si lo habían traído de vuelta?

«¿Y si nos equivocamos completamente?» ¿Y si lo que estaba esperando en


Black Elm no era Darlington en absoluto?

—¿Alex? —Anselm llamó desde la otra habitación—. Una palabra. Solo tú,
por favor. —Pero Dawes no se había movido. Tenía las manos apretadas
alrededor del borde del lavabo, como si estuviera agarrada a la barra de
seguridad de una montaña rusa, como si estuviera a punto de gritar al
descenso. ¿Alex realmente había entendido lo que Darlington significaba para 70
Pamela Dawes? ¿La tranquila y reservada Dawes, que había dominado el arte
de desaparecer entre los muebles? ¿La chica a la que él llamaba Pammie?

—Nos desharemos de Anselm y luego iremos a echar un vistazo —dijo Alex.


Su voz era firme, pero su corazón había despegado a toda velocidad.

«No es nada», se dijo Alex mientras se unía a Anselm en el salón. Un gato.


Un ocupante ilegal. Una rama de árbol díscola. Un chico díscolo. Necesitaba
mantener la mente despejada si quería encontrar la manera de apaciguar a
Anselm y al comité de Lethe.

—He hablado con el nuevo pretor. Ya estaba reacio a aceptar el puesto, y


dudo que las actividades de hoy lo llenen de confianza, así que hice todo lo
posible para minimizar este pequeño desastre.

Decir “gracias” no parecía apropiado, así que Alex se quedó callada.

—¿Qué estaban haciendo realmente en Pergamino y Llave?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex esperaba que Anselm no fuera tan directo. A Lethe le gustaba evadir
los problemas, y eran expertos en encontrar alfombras polvorientas para
esconder la verdad. Echó un vistazo más de cerca de Anselm, bronceado por
alguna clase de vacaciones de verano, ligeramente desaliñado por las aventuras
de la noche. Se había aflojado el cuello de la camisa y se sirvió un whisky.
Parecía un actor interpretando a un hombre cuya esposa acababa de pedirle el
divorcio.

—Olí azufre —continuó con tono cansado—. Todos en un radio de tres


kilómetros probablemente lo olieron. Entonces, dime, ¿qué salió mal con un
hechizo de revelación para causar algo así? ¿Para destrozar una mesa
centenaria?

—Tú mismo lo dijiste: su nexo es inestable.

—No inestable para causar fuego y azufre. —Levantó su copa, señalando


con el dedo como si ordenara otra—. Estabas tratando de abrir un portal al 71
infierno. Pensé que había sido claro. Daniel Arlington no está…

Alex lo consideró. No iba a dejar que ella se saliera con la suya diciendo que
fue un accidente o que un hechizo de revelación salió mal. Pero no estaba
dispuesta a admitir que intentaba encontrar a Darlington, no cuando él podría
haber regresado, no cuando algo mucho peor podría estar esperando en Black
Elm.

—No fue un accidente —mintió—. Lo hice a propósito.

Anselm parpadeó.

—¿Tenías la intención de destruir la mesa?

—Así es. No deberían haberse salido con la suya con lo que hicieron el año
pasado.

—Alex —la regañó gentilmente—. nuestro trabajo es proteger. No ejecutar el


castigo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

«No te engañes. Nuestro trabajo es asegurarnos de que los niños no hagan


ruido y ordenen después.»

—No deberían hacer rituales —dijo—. No deberían continuar donde lo


dejaron. —La ira en su voz era real.

Anselm suspiró.

—Tal vez no. Pero esa mesa es un artefacto invaluable y tenemos suerte de
que el crisol pueda reconstruirla. Aprecio tu... sentido de la justicia, pero
Dawes, al menos, debería ser más sensata.

—Dawes era solo acompañamiento. Le dije que necesitaba una segunda


persona para el ritual, pero no lo que había planeado.

—No es una mujer estúpida. No lo creo ni por un segundo. —Anselm la


estudió—. ¿Qué hechizo usaste?

La estaba probando y, como de costumbre, ella no había hecho la tarea.


72
—Lo armé yo mismo. —Anselm hizo una mueca. Bueno. Él ya pensaba que
ella era una incompetente. Eso podría servirle—.Usé una vieja bomba fétida
que encontré en uno de los diarios de Días de Lethe. Un tipo la usó como una
broma.

—¿Ese fue tu ataque por la justicia? ¿Una bomba fétida?

—Se salió de control.

Anselm negó con la cabeza y bebió el resto de su whisky.

—El nivel de estupidez al que los de aquí llegamos. Me sorprende que


alguien haya sobrevivido.

—Así que estoy siguiendo con una gran tradición.

Anselm no parecía divertido. No era como Darlington o incluso Sandow.


Lethe y sus misterios eran solo algo que le había sucedido.

—Tienes suerte de que no mataron a nadie. —Dejó su vaso y la miró a los


ojos. Alex hizo todo lo posible por parecer inocente, pero no había tenido

Hell bent
LEIGH BARDUGO

mucha práctica—. Voy a presentar una teoría. Esta noche no estabas tratando
de destrozar la mesa. Estabas tratando de abrir un portal al infierno y de
alguna manera llegar a Daniel Arlington.

¿Por qué no podía ser uno de los tontos?

—Teoría interesante —dijo Alex—. Pero no es lo que pasó.

—¿Igual que tu teoría de que Darlington está en el infierno? ¿Pura


especulación?

—¿Eres abogado?

—Lo soy.

—Hablas como uno.

—No lo considero un insulto.

—No es un insulto. Si quisiera insultarte, te llamaría dos kilos de mierda en


una bolsa de un kilo. Por ejemplo. —Alex sabía que debía controlar su ira, pero 73
estaba cansada y frustrada. El comité había dejado en claro que no creían en la
teoría de Alex sobre el paradero de Darlington y que no habría intentos
heroicos para liberarlo. Pero si Anselm estaba molesto, no lo demostró. Solo
lucía exhausto—. Le debemos a Darlington un pequeño esfuerzo. Si no fuera
por el decano Sandow, no estaría allá abajo.

«Si no fuera por mí.»

—Allá abajo —repitió Anselm, desconcertado—. ¿De verdad crees que el


infierno es un gran pozo en algún lugar debajo de las líneas de alcantarillado?
¿Que si cavas lo suficientemente profundo, llegarás allí?

—Eso no es lo que quise decir. —Aunque eso había sido exactamente lo que
había estado imaginando. No se había preocupado demasiado por la logística,
por lo que podría implicar abrir un portal o utilizar el Guantelete. Ese era el
trabajo de Dawes. El trabajo de Alex era ser la bala de cañón una vez que
Dawes descubriera hacia dónde apuntar el cañón.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No quiero ser cruel, Alex. Pero ni siquiera entiendes las posibilidades del
problema que podrías causar. ¿Y para qué? ¿Una oportunidad para expiar tu
culpa? ¿Una teoría que apenas puedes articular?

Darlington podría haberlo expresado muy bien si hubiera estado allí. Dawes
podría si no tuviera miedo de hablar más alto que un susurro.

—Entonces consigue a alguien con el currículum adecuado para


convencerte. Sé que él está… —casi había dicho “allá abajo”—. No está muerto.
—Bien podría estar descansando cómodamente en el salón de baile Black Elm.

—Perdiste un mentor y un amigo. —Los ojos azules de Anselm eran firmes,


amables—. Lo creas o no, lo entiendo. Pero quieres abrir una puerta que no
está destinada a abrirse. No tienes idea de lo que podría pasar.

¿Por qué estas personas nunca lo entendían? “Protege a los tuyos. Paga tus
deudas”. No había otra manera de vivir, no si querías vivir bien.

Ella se cruzó de brazos.


74

—Se lo debemos.

—Se ha ido, Alex. Es hora de aceptar eso. Incluso si tuvieras razón, lo que
sea que haya sobrevivido en el infierno no sería el Darlington que conoces.
Aprecio tu lealtad. Pero si vuelves a correr un riesgo como este, Pamela Dawes
y tú ya no serán bienvenidas en Lethe.

Levantó su vaso vacío como si esperara encontrarlo lleno, luego lo empujó a


un lado. Cruzó las manos y ella pudo verlo pensando en qué decir. Anselm
estaba ansioso por irse, por volver a Nueva York y a su vida. Había personas
que llevaban a Lethe con ellos para siempre, que aceptaban trabajos cazando
artefactos mágicos o hacían disertaciones sobre lo oculto, que se encerraban en
bibliotecas o viajaban por el mundo en busca de nueva magia. Pero no Michael
Anselm. Estudió derecho, encontró un trabajo que requería trajes y resultados.
No tenía nada de la erudición amable y tranquila del decano Sandow, nada de

Hell bent
LEIGH BARDUGO

la curiosidad codiciosa de Darlington. Había construido una vida ordinaria


apuntalada por el dinero y las reglas.

—¿Me entiendes, Alex? Se te acabaron las segundas oportunidades.

Ella entendía. Dawes perdería su trabajo. Alex perdería su beca. Ese sería el
final.

—Entiendo.

—Necesito que prometas que esto será lo último, que podemos volver a la
normalidad y que estarás preparada para supervisar los rituales todos los
jueves por la noche. Sé que no tuviste el entrenamiento que deberías tener,
pero tienes a Dawes y pareces ser una... joven ingeniosa. Michelle Alameddine
está disponible si crees...

—Nos las arreglaremos. Dawes y yo podemos manejarlo.

—No te cubriré de nuevo. No más problemas, Alex.


75
—No más problemas —prometió Alex—. Puedes confiar en mí. —Las
grandes mentiras eran tan fáciles como las pequeñas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

7
Traducido por Yull

Alex había pensado que serían libres de ir directamente a Black Elm tan
pronto como Anselm se hubiera ido, pero los dejó al teléfono con su asistente,
quien pasó una llamada tras otra a los ex alumnos de Pergamino y Llave y a los
miembros del comité de Lethe para que Alex y Dawes pudieran explicarse y
disculparse contritamente, una y otra vez.

Alex presionó el botón de silencio.

—Esto no es saludable. Solo puedo fingir sinceridad durante cierto tiempo


antes de romper algo.
76
—Bueno, entonces, trata de decirlo en serio —la regañó Dawes y apuñaló el
botón de silencio como si estuviera ensartando un cóctel de camarones—.
Señora Secretaria, me gustaría discutir el daño que causamos esta noche...

Era medianoche cuando se liberaron de la cadena de disculpas y se


dirigieron al viejo Mercedes estacionado detrás de Il Bastone. Alex no estaba
segura si estaba bien o mal estar en el auto de Darlington en ese momento. Se
sentía como si estuvieran yendo a recogerlo, como si estuviera esperando al
final del largo camino de entrada de Black Elm con una bolsa de lona colgada
del hombro, listo para deslizarse en el asiento trasero, como si fueran a
conducir y seguir conduciendo hasta que el auto se rindiera o le brotaran alas.

Dawes era una conductora nerviosa en el mejor de los casos, y esta noche
era como si tuviera miedo de que el Mercedes se incendiara si rebasaba los
sesenta kilómetros por hora. Finalmente llegaron a las columnas de piedra que
marcaban la entrada a Black Elm.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El bosque que rodeaba la casa todavía estaba lleno de hojas de verano, así
que cuando rebasaron los muros de ladrillo y los frontones, la casa apareció
demasiado repentinamente, una sorpresa desagradable. Había una luz
encendida en la cocina, pero le habían puesto un temporizador.

—Mira —dijo Dawes, su voz apenas un suspiro.

Alex ya estaba mirando. Habían tapiado las ventanas del segundo piso
después de que el Decano Sandow hubiera estropeado deliberadamente su
ritual para llevar a Darlington a casa. Una luz tenue brillaba a través de los
bordes, un ámbar suave y parpadeante.

Dawes aparcó el coche fuera del garaje. Sus manos apretaron el volante, con
los nudillos blancos.

—Puede que no sea nada.

—Entonces no es nada —dijo Alex, complacida con lo firme que sonaba—.


Deja de intentar estrangular el volante y vámonos.
77

Ambas cerraron las puertas del auto suavemente, y Alex se dio cuenta de
que era porque tenían miedo de molestar a lo que podría estar esperando
arriba. Hacía frío en el aire, el primer indicio del final del verano y del otoño por
venir. No habría más luciérnagas, no más bebidas en el pórtico o sonidos de
jugar atrapadas hasta altas horas de la noche.

Alex abrió la puerta de la cocina y Dawes se quedó sin aliento cuando


Cosmo saltó de detrás de los armarios y salió al patio.

Alex pensó que su corazón podría saltar directamente de su caja torácica.

—Por el amor de Dios, gato.

Dawes sostuvo su cartera contra su pecho como si fuera una especie de


talismán.

—¿Viste su pelaje?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Un lado del pelaje blanco de Cosmo lucía chamuscado y negro. Alex quería
hacer algún tipo de excusa. Cosmo siempre se metía en problemas, aparecía
con una nueva cicatriz o cubierto de zarzas, con las fauces apretadas alrededor
de un pobre ratón asesinado. Pero no consiguió que su boca pronunciara las
palabras.

Antes de dejar Il Bastone, se detuvieron en la armería de Lethe por más sal


y trajeron las cadenas de plata. Parecían tontos e inútiles, juguetes para niños,
cuentos de viejas.

Dawes se cernía sobre la puerta de la cocina como si fuera el verdadero


portal al infierno.

—Podríamos llamar a Michelle o…

—¿Anselm? Si convocamos a algún tipo de monstruo, ¿realmente quieres


decírselo?

—Es bastante silencioso para un monstruo.


78

—Tal vez sea una serpiente gigante.

—¿Por qué tuviste que decir eso?

—No es una serpiente —dijo Alex—. Todavía podría no ser nada. O... un
incendio eléctrico o algo así.

—No huelo a humo.

Entonces, ¿qué estaba haciendo esa luz danzante?

No importaba. Si Darlington estuviera aquí, parado en este umbral, no


dudaría. Él sería el caballero. Estaría mucho mejor preparado, pero subiría
esas escaleras. “Protege a los tuyos. Paga tus deudas.”

—Voy a subir, Dawes. Puedes quedarte aquí. No te lo reprocharé.

Ella lo decía en serio. Pero Dawes la siguió de todos modos.

Se lanzaron más allá de la cocina brillantemente iluminada, hacia la


oscuridad. Alex nunca exploraba las otras habitaciones de Black Elm cuando

Hell bent
LEIGH BARDUGO

venía a darle de comer a Cosmo o a recoger el correo. Estaban demasiado


silenciosas, demasiado quietas. Se sentía como caminar por una iglesia
bombardeada.

Dawes se detuvo al pie de la gran escalera.

—Alex…

—Lo sé.

Azufre. No tan intenso como lo había sido en Pergamino y Llave, pero


inconfundible.

Alex sintió una gota de sudor frío rodar por su cuello. Podrían dar marcha
atrás, tratar de armarse mejor, conseguir ayuda, llamar a Michelle Alameddine
y decirle que se habían precipitado y habían hecho algo estúpido. Pero Alex
sintió que no podía detenerse. Ella era la bala de cañón. Ella era la bala. Y el
arma se disparó cuando Dawes le dijo que hubo algún tipo de disturbio en la
casa. «Quieres abrir una puerta que no está destinada a abrirse». No había nada
79
que hacer más que seguir adelante.

En lo alto de las escaleras, se detuvieron de nuevo. Esa misma luz dorada


parpadeó en el pasillo, filtrándose por debajo de la puerta cerrada del salón de
baile. Podía escuchar a Dawes respirar, inhalando por la nariz, exhalando por
la boca, tratando de calmarse mientras se acercaban a la puerta. Alex alcanzó
la perilla y retiró la mano con un siseo. Estaba caliente al tacto.

—¿Qué hicimos? —preguntó Dawes con un aliento tembloroso.

Alex envolvió su camisa alrededor de su mano, agarró la perilla y abrió la


puerta.

El calor las alcanzó en una ráfaga, como la puerta de un horno abriéndose.


El olor aquí no era sulfúrico; era casi dulce, como leña ardiendo.

La habitación estaba polvorienta, las ventanas tapiadas estaban tan tristes


como siempre, las paredes estaban llenas de pesas y equipos de gimnasia. No
se habían molestado en limpiar el círculo de tiza que habían creado para el

Hell bent
LEIGH BARDUGO

fallido ritual de Luna Nueva de Sandow. Nadie había querido volver al salón de
baile, recordar la bestia infernal que se cernía sobre ellos, los gritos de
asesinato, la horrible finalidad de todo.

Ahora Alex estaba agradecida de que todos hubieran sido tan cobardes. El
círculo de tiza brillaba dorado, menos un círculo que una pared reluciente, y
en su centro, Daniel Tabor Arlington V estaba sentado con las piernas
cruzadas, desnudo como un bebé en el baño. Dos cuernos se curvaban hacia
atrás desde su frente, sus crestas brillaban como si hubieran sido atravesadas
por oro fundido, y su cuerpo estaba cubierto de marcas brillantes. Un ancho
collar de oro rodeaba su cuello, adornado con hileras de granate y jade.

—Oh —dijo Dawes, sus ojos recorrieron la habitación como si tuviera miedo
de dejar que su mirada se posara en alguna parte, pero finalmente se fijó en el
rincón más alejado, el lugar más distante de la visión del miembro de
Darlington, que estaba muy erecto y brillante como una linterna fluorescente
80
supercargada y de gran tamaño.

Tenía los ojos cerrados y sus manos descansaban ligeramente sobre sus
rodillas, con las palmas hacia abajo, como si estuviera meditando.

—¿Darlington? —Alex se atragantó.

Nada. El calor parecía irradiar directamente de él.

—¿Daniel?

Dawes dio un paso arrastrando los pies hacia adelante, sus zapatos Teva
golpearon contra las tablas polvorientas del suelo, pero Alex la bloqueó con un
brazo extendido.

—No —dijo—. Ni siquiera sabemos si es él —«Lo que sea que haya


sobrevivido en el infierno no sería el Darlington que conoces».

Dawes parecía impotente.

—Le creció el pelo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex tardó un segundo en comprender, pero Dawes tenía razón. El cabello


de Darlington siempre había sido pulcro pero no demasiado, tan relajado como
el resto de él. Ahora se enroscaba alrededor de su cuello. Aparentemente no
había barberos en el infierno.

—Él... él no parece herido —aventuró Alex. Sin cicatrices, sin moretones,


todas sus extremidades intactas. Pero sabía que ella y Dawes estaban
pensando lo mismo: que mientras intentaban resolver el misterio de cómo ir al
infierno y vivían sus vidas, viendo televisión, comiendo helado y planificando el
año escolar, Darlington había estado vivo y atrapado, tal vez siendo torturado,
en el infierno.

¿No se lo había creído del todo? ¿A pesar de su charla sobre el caballero


demonio? ¿A pesar de los argumentos que le había dado a Anselm y a la junta?
¿Alguna de ellas había pensado que todos los demás tenían razón y que esta
búsqueda ridícula era solo otra oportunidad para ponerse en peligro y
81
apaciguar su propia culpa por su muerte?

Pero aquí estaba. O alguien que se parecía mucho a él.

—El círculo lo está atando —dijo Dawes—. Es el viejo hechizo de Sandow.

«Escucha el silencio de una casa vacía. Nadie será bienvenido.» Cuando


Sandow se dio cuenta de que Darlington podría estar vivo al otro lado, usó los
últimos momentos del ritual para desterrarlo de Black Elm y el mundo de los
vivos.

Dawes inclinó la cabeza hacia un lado.

—Creo que está atrapado. —Entonces fue como si se hubiera despertado del
sueño. Parecía casi presa del pánico—. Tenemos que encontrar una manera de
sacarlo.

Alex echó un vistazo a la criatura desnuda y con cuernos sentada en lo que


su madre habría elogiado como una pose sukhasana muy elegante.

—No estoy segura de que sea una buena idea.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero Dawes ya estaba caminando hacia el círculo. Estiró la mano.

—Dawe…

Tan pronto como su mano rompió el perímetro del círculo, Dawes gritó. Se
tambaleó hacia atrás, apretándose los dedos contra el pecho.

Alex se abalanzó sobre ella, alejándola. El olor a azufre la abrumó de nuevo


y tuvo que luchar para no vomitar. Se agachó junto a Dawes y la obligó a
soltarse la muñeca. Las yemas de los dedos de Dawes estaban chamuscadas y
negras. Alex recordó a Cosmo huyendo de la cocina. Él también había tratado
de cruzar el círculo. Había intentado llegar a Darlington.

—Vamos —dijo Alex—. Te llevaré de regreso a Il Bastone. Tiene que haber


algún tipo de poción o bálsamo o algo así, ¿verdad?

—No podemos dejarlo —protestó Dawes mientras Alex la arrastraba para


que se pusiera de pie.
82
Darlington siguió sentado en silencio e inmóvil como una especie de ídolo
dorado.

—Él no va a ninguna parte.

—Es nuestra culpa. Si hubiera terminado el ritual, si el portal…

—Dawes —dijo Alex, dándole una sacudida—. Así no es como funciona esto.
Sandow envió a la bestia infernal…

Un gruñido bajo retumbó a través de la habitación. Darlington no se había


movido, pero no había duda de que el sonido había provenido de él. Alex sintió
que un escalofrío la recorría.

—No creo que le guste eso —susurró Dawes.

«¿Eres tú?» Alex quería preguntar. Quería intentar cargar directamente a


través de ese círculo. ¿Terminaría en un montón de cenizas? ¿Un montón de
sal? ¿Y qué esperaba al otro lado de ese velo resplandeciente? ¿Darlington? ¿O
algo que llevaba su piel?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Vamos —dijo, sacando a Dawes del salón de baile y bajando las escaleras.
No quería dejarlo, pero tampoco quería estar en esa habitación ni un minuto
más.

Alex estaba cerrando la puerta de la cocina cuando sonó su teléfono. Lo


sacó de su bolsillo, manteniendo un ojo en Dawes, otro en la luz de las
ventanas tapiadas de arriba. Dudó cuando vio el nombre en su pantalla.

—Es Turner —dijo, empujando a Dawes hacia el auto.

—¿Detective Turner?

[Llámame.]

Alex frunció el ceño y respondió:

[Tú me llamas. ¿Recuerdas cómo?]

No sabía por qué estaba amargada. No había tenido noticias de Turner en


meses. Ella había entendido que él estaba enojado después de la muerte del 83
decano, pero creyó que ella le agradaba y que juntos habían logrado investigar
bastante bien. Para su sorpresa, su teléfono sonó casi de inmediato. Estaba
segura de que Turner la ignoraría. No le gustaba que le dijeran lo que tenía que
hacer.

Alex puso al detective en altavoz.

—Te acuerdas —respondió. Empujó a Dawes hacia el asiento del pasajero y


susurró—: Voy a conducir. —Dawes realmente debía estar adolorida, porque no
protestó.

—Tengo un cadáver en la escuela de medicina —dijo Turner.

—Supongo que hay muchos cadáveres en la escuela de medicina.

—Necesito que tú o alguien venga a echar un vistazo.

Eso también dolió. Turner sabía mejor que nadie por lo que había pasado el
año pasado, pero aparentemente ahora solo era una oficial de Lethe.

—¿Por qué?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Hay algo que no está bien. Solo ven, dime que estoy viendo cosas, y
podemos volver a no hablar.

Alex no quería ir. No quería que Turner pudiera llamarla cuando quisiera y
no antes. Pero él era Centurión y ella era Dante. Virgilio.

—Bien. Pero me debes una.

—No te debo una mierda. Este es tu trabajo real.

Colgó. Alex estuvo tentada a dejarlo plantado por principios. Pero era mejor
preocuparse por un cadáver que por lo que fuera que estaba sentado en el
salón de baile de Black Elm. Dio marcha atrás demasiado rápido y los
neumáticos levantaron una andanada de grava.

«No estás huyendo de la escena del crimen, Stern. Cálmate».

Se negó a mirar por el espejo retrovisor. No quería ver esa luz dorada
parpadeante.
84
Dawes se acurrucó contra la puerta del lado del pasajero. Parecía a punto
de vomitar.

—¿Otro asesinato?

—En realidad no lo dijo. Sólo un cadáver.

—Tú no… ¿Podría estar relacionado con lo que hicimos?

«Maldita sea». Alex ni siquiera había considerado eso. Parecía poco probable,
pero los rituales tenían todo tipo de efectos mágicos, especialmente cuando
salían mal.

—Lo dudo —dijo con más confianza de la que sentía.

—¿Quieres que vaya contigo?

Parte de ella lo quería. Dawes era un mejor representante de Lethe de lo que


jamás sería Alex. Ella sabría qué buscar, qué decir. Pero Dawes estaba
lesionada por dentro y por fuera. Necesitaba una oportunidad para sanar y
revolcarse un poco en su culpa y dolor. Alex conocía la sensación.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No, eres Oculus. Esto es deber de Dante.

Dawes pareció absurdamente reconfortada por eso. No estaba cediendo al


miedo. Estaba siguiendo el protocolo.

Conducían con las ventanillas bajadas, el fresco de la noche a su alrededor.


Podrían estar en cualquier lugar ahora mismo. Podrían ser cualquiera, libres
de miedo u obligaciones, que se dirigían a algún lugar bueno. Vacaciones. Una
noche de diversión. Una casa en algún lugar de la costa. Darlington podría
estar tumbado en el asiento trasero, con la bolsa de lona debajo del asiento y
las manos cruzadas debajo de la cabeza. Podrían estar todos bien.

—¿Fue él? —Dawes susurró en la oscuridad, el aire de la noche arrebató


sus palabras, arrojándolas a la ciudad dormida, las casas y los campos más
allá.

Alex no sabía qué decir, así que encendió la radio y condujo hacia el
campus, esperando ver las luces de Il Bastone que le indicarían que estaba en 85
casa.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Darlington manejó el desafío de los chacales fácilmente, nada sorprendente. Tiene Lethe
escrito por todas partes y es bueno ver a alguien que realmente disfruta de todo lo que Il
Bastone tiene para ofrecer. Cuando le expliqué los detalles del elixir de Hiram, me recitó
a Yeats. —El mundo está lleno de cosas mágicas que esperan pacientemente a que
nuestros sentidos se agudicen. —No tuve el corazón para decirle que conozco la cita y
que siempre la he odiado. Es demasiado fácil creer que estamos siendo observados y
estudiados por algo con infinita paciencia, mientras nos precipitamos sin saberlo hacia un
momento irreversible de revelación.

Mi nuevo Dante está ansioso y sospecho que mi tarea principal será evitar que ese
entusiasmo lo mate. Con qué facilidad habla de magia, como si no estuviera prohibida,
como si no siempre exigiera un precio terrible.

— Diario de los Días de Lethe de Michelle 86


Alameddine Colegio Hopper

Hell bent
LEIGH BARDUGO

8
Traducido por Azhreik

Una vez que regresaron a la armería, Dawes explicó a Alex el tratamiento para
las quemaduras en sus dedos, mientras insistía en que estaba bien y que le
alegraría que la dejara en paz. Alex podía ver que definitivamente no estaba
bien, pero si Dawes quería ponerse los auriculares y pasar dos horas sin
trabajar en su disertación, Alex no iba a interponerse en su camino. Dejó el
Mercedes aparcado detrás de Il Bastone para que Dawes no se pusiera nerviosa
por conducirlo sola y llamó a un taxi para que la llevara a la facultad de
medicina.

Turner le había enviado un mensaje de texto con una dirección, pero ella no 87
conocía bien esta parte del campus. Había estado en la biblioteca médica solo
una vez, cuando Darlington la acompañó al sótano y a una bonita habitación
con paneles y llena de frascos de vidrio, cada uno con una tapa negra y una
etiqueta cuadrada, cada uno con un cerebro humano completo o parcial
flotando en el interior.

—La colección personal de Cushing —había dicho, luego abrió uno de los
cajones debajo de los estantes para revelar una fila de diminutos cráneos
infantiles. Se puso guantes de nitrilo y luego seleccionó dos para una
adivinación de medio trimestre que Cráneo y Huesos quería realizar.

—¿Por qué esos? —Alex había preguntado.

—Los cráneos no han terminado de formarse. Muestran todos los futuros


posibles. No te preocupes, los traeremos de vuelta intactos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No estoy preocupada. —Después de todo, eran solo huesos. Pero había
dejado que Darlington hiciera solo la visita de regreso a la colección de
Cushing.

El edificio del 300 de la calle George no se parecía en nada a la hermosa


biblioteca antigua con su techo salpicado de estrellas. El Departamento de
Psiquiatría ocupaba la mayor parte de la manzana, grande, gris y moderno.
Esperaba ver coches de policía, cintas de la escena del crimen, tal vez incluso
reporteros. Pero todo estaba en silencio. El Dodge de Turner estaba aparcado
enfrente junto a una furgoneta oscura.

Se quedó en la acera un largo momento. El año pasado le había suplicado a


Turner que la involucrara en su investigación, pero ahora dudó, pensando en
la criatura que podría o no ser Darlington sentada en ese círculo dorado. Ya
tenía demasiado de qué preocuparse y demasiados secretos que guardar. No
podía permitirse el lujo de involucrarse en un asesinato. Y una parte paranoica
88
de ella se preguntaba si todo esto era una trampa elaborada, si Turner se había
enterado de los trabajos que estaba haciendo para Eitan.

Pero sus opciones eran irse a casa o atravesar el fuego, y Alex realmente no
sabía cómo no quemarse. Le envió un mensaje de texto a Turner y, un minuto
después, se abrió la puerta principal.

Él le hizo señas para que entrara. Turner se veía bien, pero siempre era así.
El hombre sabía cómo vestirse y su traje caqui, ligero para el verano, era todo
líneas definidas y corte impecable.

—Parece que te escapaste del reformatorio —le dijo cuando vio su ropa
deportiva de Casa Lethe.

—Hice cardio. Corrí hasta aquí.

—¿De verdad?

—No. ¿Qué está pasando?

Turner negó con la cabeza.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Probablemente una muerte ordinaria que no tiene nada que ver con…
abracadabras. Pero después de la bufonada que hiciste el año pasado, quería
una opinión experta.

—Estoy aquí para resolver crímenes, Turner. ¿Para qué estás tú?

—Ya lamento haberte llamado.

—Somos dos.

Adentro, el vestíbulo estaba silencioso y oscuro, iluminado solo por las luces
de la calle que se filtraban por las ventanas. Abordaron un ascensor hasta el
tercer piso, y Alex siguió a Turner por un pasillo austero iluminado con
fluorescentes en el techo. Vio una camilla y dos hombres con cazadoras azules
de la oficina del forense apoyados contra la pared, absortos en sus teléfonos.

Estaban esperando para llevarse el cuerpo.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Alex. No pudo evitar pensar en el


89
circo que había rodeado el asesinato de Tara.

—En este momento parece que se debió a causas naturales, así que
estamos tratando de mantener esto en silencio.

Turner la condujo a una oficina pequeña y desordenada con una gran


ventana que probablemente tenía una linda vista durante el día. Ahora era solo
un espejo negro brillante, y el reflejo le dio a Alex la inquietante sensación de
que se había metido en una versión diferente de su vida. Había pasado
temporadas en el reformatorio y fue pura suerte que nunca se hubiera metido
en un lío cuando era adulta. Verse a sí misma en su triste ropa deportiva al
lado de Turner con su fino traje la hizo sentir pequeña, y no le gustó.

—¿Quién es ella? —preguntó Alex.

La mujer estaba desplomada en su escritorio, como si hubiera recostado su


cabeza sobre su brazo extendido para tomar una pequeña siesta. Su largo
cabello canoso caía sobre un hombro en una trenza, y sus anteojos colgaban
de una cadena colorida alrededor de su cuello.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Estuviste en una fogata? —preguntó Turner—. Hueles a… —Dudó, y Alex


supo que era porque cualquier olor que despedía no era del todo humo.

—Cosas rituales —dijo y, como era de esperar, Turner frunció el ceño.

Pero seguía siendo un detective.

—No es jueves.

—Estoy tratando de repasar antes de que el semestre comience de verdad.

Parecía que sabía que ella estaba mintiendo, y eso estaba bien. No tenía
ningún interés en explicar que ella y Dawes habían intentado sacar a
Darlington del infierno con lo que solo podía describirse como resultados
inesperados. Turner ni siquiera sabía que lo estaban intentando.

—¿Alguien la encontró aquí? —preguntó.

—Su nombre es Marjorie Stephen, es profesora titular de psicología. Casi


doce años con el departamento, dirige uno de los laboratorios. El conserje 90
nocturno encontró el cuerpo y me llamó.

—¿Te llamó? ¿No al 9-1-1?

Él sacudió la cabeza.

—Lo conozco del barrio, amigo de mi mamá. No quería problemas con la


policía.

—Yo tampoco.

Turner levantó una ceja.

—Entonces actúa como tal.

Cada hueso obstinado en el cuerpo de Alex quería decirle que se fuera a la


mierda.

—¿Por qué estoy aquí?

—Para echar un vistazo. No está claro que sea una escena del crimen.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex no estaba realmente segura de querer hacerlo. Había visto demasiados


cadáveres desde que se unió a Lethe, y este era el segundo en tres días.

Caminó alrededor del cuerpo, dándole un gran rodeo, tratando de evitar esa
fría ausencia.

—Jesús —jadeó cuando llegó al otro lado. Los ojos de la mujer estaban muy
abiertos y fijos, sus pupilas eran de un gris lechoso—. ¿Qué hizo eso?
¿Veneno?

—Todavía no lo sabemos. Podría no ser nada. Un aneurisma, un derrame


cerebral.

—Eso no es lo que sucede cuando tienes un derrame cerebral.

—No —admitió Turner—. Nunca lo he visto.

Alex se inclinó, cautelosa.

—Hay... 91
—Aún no huele. Estimamos la hora de la muerte entre las 8 y las 10 de la
noche, pero sabremos más después de la autopsia.

Alex trató de no mostrar su alivio. Una parte de ella se había preguntado si


Dawes tenía razón y su ritual había sido la causa de esto. Sabía que la magia
extraviada podía causar un daño real. Pero esta mujer había muerto horas
después.

La profesora tenía la mano sobre un libro.

—¿La biblia? —preguntó Alex, sorprendida.

—Es posible que sintiera dolor y buscara consuelo —dijo Turner. A


regañadientes, agregó—: También es posible que haya sido escenificado.

—¿En serio?

—Mira más de cerca.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

La mano de Marjorie Stephen estaba aferrada al libro y uno de sus dedos


estaba metido entre las páginas, como si hubiera estado tratando de marcar la
página cuando se acostó para morir.

—¿Dónde dejó de leer?

Turner movió las páginas con una mano enguantada. Alex se obligó a
inclinarse.

—¿Jueces?

—¿Conoces tu Biblia? —preguntó Turner.

—¿Tú?

—Lo suficientemente bien.

—¿Eso es parte del entrenamiento policial?

—Fueron seis años de escuela dominical cuando podría haber estado


jugando béisbol. 92
—¿Eras bueno?

—No. Pero tampoco soy bueno con las escrituras.

—Entonces, ¿qué me estoy perdiendo?

—No sé. Jueces es aburrido como el infierno. Listas de nombres, no mucho


más.

—¿Y sacaste imágenes de seguridad o lo que sea?

—Lo hicimos. Había mucha gente en el edificio en ese momento, pero


tendremos que revisar las cintas del vestíbulo para ver si había alguien que no
debería estar aquí. —Dio unos golpecitos en el calendario de la mesa con el
dedo enguantado. El sábado de la muerte de Marjorie Stephen, ella, o alguien,
había escrito “Escondan a los desterrados”—. ¿Te suena de algo?

Alex dudó, luego negó con la cabeza.

—Quizá. No me parece.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—También es de la Biblia.

—¿Jueces?

—Isaías. La destrucción de Moab.

Turner la observaba atentamente, esperando a ver si algo de esto la


alertaba. Alex tuvo la clara sensación de decepcionarlo.

—¿Qué pasa con la familia de la profesora? —preguntó ella.

—Le informamos al marido. Hablaremos con él mañana. Tres hijos, todos


adultos. Vienen en coche y avión.

—¿Dijo si ella era religiosa?

—Según él, lo más cerca que estaba de la iglesia era el yoga todos los
domingos.

—Esa Biblia dice lo contrario. —Alex conocía el aspecto de un libro muy


querido, el lomo roto, las páginas torcidas y marcadas. 93
Ahora los labios de Turner se curvaron en una sonrisa.

—Seguro que sí. Pero mira de nuevo. Mírala.

Alex no quería. Todavía estaba conmocionada por lo que había visto en


Black Elm y ahora Turner la estaba poniendo a prueba. Pero entonces ella lo
vio.

—Los anillos le quedan grandes.

—Así es. Y mírala a la cara.

De ninguna manera Alex volvería a mirar esos ojos lechosos.

—Parece una mujer muerta.

—Parece una muerta de ochenta años. Marjorie Stephen acaba de cumplir


cincuenta y cinco años.

El estómago de Alex dio un vuelco, como si hubiera perdido un paso. Por


eso Turner pensó que las sociedades estaban involucradas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Ella no había estado enferma —continuó—. A esta señora le gustaba


caminar por East Rock y Sleeping Giant. Corría todas las mañanas. Hablamos
con dos personas con oficinas en este pasillo que la vieron hoy. Dijeron que se
veía normal, perfectamente sana. Cuando les mostramos una foto del cuerpo,
apenas la reconocieron.

Olía a lo insólito. Pero, ¿y la Biblia? Las sociedades no eran del tipo que
citaba las escrituras. Sus textos eran mucho más raros y arcanos.

—No lo sé —dijo Alex—. No cuadra del todo.

Turner se pasó una mano por el cabello.

—Bueno. Entonces dime que estoy sobresaltándome por sombras.

Alex quería. Pero había algo mal aquí, algo más que una mujer muerta sola
con una Biblia en la mano, había algo en esos ojos gris lechosos.

—Puedo buscar en la biblioteca de Lethe —dijo Alex—. Pero voy a exigir algo
94
de reciprocidad.

—Esa no es realmente la forma en que esto funciona, Dante.

—Soy Virgilio ahora —dijo Alex, aunque tal vez no por mucho tiempo—.
Funciona como dice Lethe.

—Hay algo diferente en ti, Stern.

—Me corté el pelo.

—No, no lo hiciste. Pero algo está mal en ti.

—Te haré una lista.

La condujo al pasillo y le indicó al personal forense que pasara a la oficina,


donde meterían a Marjorie Stephen en una bolsa para cadáveres y se la
llevarían. Alex se preguntó si le cerrarían los ojos primero.

—Dime qué encuentras en la biblioteca —dijo Turner en el ascensor.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Envíame el informe de toxicología —respondió Alex—. Ese sería el vínculo


más probable con las sociedades. Pero tienes razón. Probablemente no sea más
que mi noche arruinada.

Antes de que las puertas pudieran cerrarse, Turner metió la mano y se


abrieron de golpe.

—Lo tengo —dijo—. Siempre parecías como si los problemas te estuvieran


persiguiendo.

Alex apretó el botón de cerrar la puerta.

—¿Y?

—Ahora parece que ya te han alcanzado.

95

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El verano pasado
Traducido por Azhreik

Alex aterrizó en LAX a las 9 am del domingo. Michael Anselm y Lethe la habían
subido a primera clase, así que pidió dos tragos de whisky gratis para
noquearse y durmió durante todo el vuelo. Soñó con su última noche en la
Zona Cero, Hellie tendida fría a su lado, la sensación del bate en su mano. Esta
vez, Len habló antes de dar su primer golpe.

«Algunas puertas no permanecen cerradas, Alex.»


96
Y luego dejó de hablar.

Se despertó empapada en sudor, el sol de Los Ángeles golpeando a través


del cristal embarrado de la ventana del avión.

Hacía demasiado calor para usar una sudadera con capucha, pero por si
acaso Eitan estaba observando la puerta de llegadas, se la puso, se subió la
cremallera y tomó un taxi hasta el 7-Eleven cerca del departamento de su
madre. La cuenta le costó casi cien dólares. La ciudad parecía brumosa y
sombría, del gris amarillento opaco de una yema demasiado cocida.

Compró un café helado y Doritos, y se instaló a media cuadra del


apartamento. Quería ver a su madre, asegurarse de que estaba bien. Había
pensado en simplemente llamar a la puerta, pero Mira entraría en pánico si
aparecía sin previo aviso. ¿Y cómo explicaría Alex de dónde había sacado el
dinero para volar a casa?

Todavía sintió una punzada cuando vio a la amiga de su madre, Andrea, en


el intercomunicador. Un minuto después, Mira apareció con pantalones de

Hell bent
LEIGH BARDUGO

yoga y una camiseta grande adornada con un hamsa adornado, con bolsas de
compras reutilizables colgadas del hombro. Caminaron juntas, brazos y
piernas bombeando en una caminata enérgica, y Alex las siguió por un rato.
Sabía que se dirigían al mercado de agricultores, donde comprarían caldo de
huesos, espirulina o alfalfa orgánica. Su madre se veía feliz y dorada, su
cabello rubio estaba recién teñido, sus suaves brazos lucían bronceados.
Parecía una desconocida. La Mira que Alex conocía vivía en un estado
constante de preocupación por su hija enojada y loca. La hija de esta mujer fue
a Yale. Tenía un trabajo de verano. Enviaba fotos de sus compañeras de cuarto
y de las nuevas flores de primavera y tazones de fideos.

Alex se sentó en un banco al borde del parque y vio a su madre y Andrea


desaparecer en las carpas blancas del mercado. Se sentía sin aliento y con
lágrimas en los ojos y como si quisiera golpear algo. Mira había sido una madre
de mierda, demasiado atrapada en sus propias tormentas para ser algún tipo
de ancla. Durante un tiempo, Alex la había odiado, y una parte de ella todavía 97
lo odiaba. No había nacido con el don de su madre para perdonar u olvidar. No
tenía el cabello brillante como el sol y los ojos azules de Mira, su amor por la
paz, sus estanterías llenas con libros sobre formas de ser más amable, más
empática, un ser más gentil en el mundo, una fuerza para el bien. La terrible
verdad era que si hubiera podido dejar de amar a su madre, lo habría hecho.
Habría dejado que Eitan hiciera sus amenazas y se hubiera mantenido alejada
para siempre. Pero no podía deshacerse del hábito de amar a Mira, y no podía
desenredar el anhelo que sentía por la madre que podría haber tenido del deseo
de proteger a la que sí tenía.

Llamó a Eitan. Él no respondió, pero un minuto después recibió un mensaje


de texto.

[Ven después de las 10 esta noche.]

[Podría ir ahora.] Eso se sentía más seguro que “Dijiste el almuerzo, imbécil
manipulador.”

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Los minutos pasaron. Sin respuesta. Y no habría una. El rey hacía lo que el
rey quería. Pero si quería matarla, no tenía por qué esperar al anochecer. Eso
era casi tranquilizador. Entonces, ¿qué era esto? ¿Algún tipo de trampa? ¿Un
intento de sonsacarle a Alex información sobre Len o la muerte de su primo?
Alex tenía que creer que podía librarse de él con palabras. Eitan pensaba que
era una drogadicta, una broma, y mientras no la tomara en serio, estaría a
salvo.

Alex se quedó mirando el mercado un rato más, luego se subió a un


autobús por Ventura Boulevard. Se dijo a sí misma que solo estaba matando el
tiempo, pero eso no le impidió bajarse en su parada anterior o caminar por la
ruta anterior a la Zona Cero. ¿Por qué? No había regresado desde que se la
llevaron en una ambulancia, y no estaba segura de estar lista para ver ese viejo
y feo edificio de apartamentos con su estuco manchado y sus tristes balcones
mirando al vacío.
98
Pero ya no estaba, no quedaba ni un trozo ni rastro de él, solo un gran
agujero de tierra y un montón de barras de refuerzo erguidas para cualquier
cosa nueva que fuera a reemplazarlo, todo rodeado por una cerca de tela
metálica.

Tenía sentido. Nadie quería alquilar un apartamento donde había tenido


lugar un asesinato múltiple. Un crimen que aún estaba sin resolver. Y nadie
iba a poner un monumento aquí, ni siquiera una de esas cruces blancas
endebles rodeadas de flores baratas y animales disecados y notas escritas a
mano. A nadie le importaba la gente que había muerto aquí. Criminales.
Traficantes y perdedores.

Alex deseó haber traído algo bonito para Hellie, una rosa o unos claveles de
mierda del supermercado o una de las cartas del viejo Tarot de Hellie. La
estrella. El sol. Hellie había sido ambas cosas.

¿Había esperado encontrarla aquí? ¿Un Gris rondando este miserable lugar?
No. Si Hellie volviera a través del Velo, iría al océano, al paseo marítimo,

Hell bent
LEIGH BARDUGO

atraída por el ruido de las patinetas y los conos de nieve almibarados, las
dulces nubes de calor que emanaban de esos grandes tambores de maíz, las
parejas besándose en el salón de tatuajes, surfistas retando al agua. Alex
estuvo tentada de ir a buscarla, de pasar la tarde en Venecia, con el corazón
saltando tras cada cabeza rubia. Sería una especie de penitencia.

—Debería haber encontrado una manera de salvarnos a las dos —le dijo a
nadie. Se quedó sudando al sol todo el tiempo que pudo soportar y luego
caminó de regreso a la parada del autobús. Todo este pueblo se sentía como un
cementerio.

Alex pasó las horas que le quedaban en el Getty, mirando la puesta de sol a
través de la contaminación, comiendo una pila de galletas con trocitos de
chocolate de la cafetería. Se obligó a caminar por las galerías porque sintió que
debía hacerlo. Arriba había una exposición de Gérôme. Nunca había oído
99
hablar de él, pero leyó las descripciones mecanografiadas junto a cada cuadro
y se quedó largo rato frente a La pena del bajá, mirando el cadáver del tigre que
yacía suavemente sobre un lecho de flores y pensando en el agujero donde
había estado la Zona Cero.

Un poco antes de las diez, hizo que un coche la llevara a la casa de Eitan en
Mulholland. Podía ver la carrera del 405 debajo, glóbulos rojos, glóbulos
blancos, una inundación de luces diminutas. Podría morir aquí esta noche y
nadie lo sabría.

—¿Quieres que espere? —preguntó el conductor cuando llegaron a la puerta


de seguridad.

—Estoy bien. —Tal vez si lo dijera suficientes veces sería verdad.

Pensó en simplemente saltar la cerca, pero Eitan tenía perros. Pensó en


enviar un mensaje de texto a Dawes para que alguien supiera que había estado
aquí. Pero ¿de qué servía? ¿Dawes iba a vengarla? ¿Turner movería algunos

Hell bent
LEIGH BARDUGO

hilos, haría que alguien investigara su caso, haría que uno de sus costosos
abogados interrogara a Eitan?

Alex estaba a punto de presionar el timbre del intercomunicador cuando la


puerta comenzó a abrirse sobre bisagras silenciosas. Miró hacia arriba y saludó
a la cámara colocada en la pared. «Soy inofensiva. No soy nadie ni nada por lo
que valga la pena molestarse.»

Caminó por el largo sendero, las zapatillas crujían sobre la grava. Podía oír
el sonido de la autopista más abajo. Era el sonido de tu propia sangre
moviéndose por tus venas cuando te tapabas los oídos con las manos. Los
olivos bordeaban el camino y había seis autos estacionados en el camino
circular. Un Bentley, un Range Rover, un Lambo, dos Chevy Suburbans y un
Mercedes amarillo brillante.

La casa estaba toda iluminada, sus ventanas brillaban como barras de oro,
su piscina era una losa brillante de color turquesa. Vislumbró a algunas 100
personas reunidas alrededor del agua. Hombres de cabello cuidadosamente
acomodado, con camisas desabrochadas y costosos vaqueros; mujeres altas y
esbeltas que parecían sacadas de una botella cara, vestidas con biquinis y
trozos de seda que fluía a su alrededor mientras caminaban. Podía ver a una
Gris con un ceñido vestido de lentejuelas junto a ellos, con el pelo alborotado,
atraída por la rápida emoción que producía la cocaína o la ketamina, el pulso
de lujuria que siempre parecía rodear esta casa, tanto si se reunían veinte
personas como doscientas. Alex solo había estado en las grandes fiestas de
Eitan, eventos ruidosos y caóticos alimentados por un bajo palpitante que
sacudía la ladera de la colina, cuerpos semidesnudos en la piscina, cajas de
vodka israelí. Ella y Hellie seguían a Len mientras él exclamaba, cada vez,
como si nunca antes hubiera visto el lugar:

—Esto es. Necesitamos un pedazo de esto. Mierda. No es como si Eitan


fuera tan inteligente. Solo estaba en el lugar exacto, momento exacto.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero Eitan era inteligente. Lo suficientemente inteligente como para no


confiarle a Len ninguna carga real. Lo suficientemente inteligente como para
saber que algo no estaba bien con Alex.

Miró a los fiesteros junto a la piscina y se preguntó si debería haberse


vestido mejor, no porque la invitaran sino como una especie de muestra de
respeto. Ya era muy tarde.

—Hola, Tzvi —le dijo al guardaespaldas en la puerta. No tenía la


constitución de un portero. Era alto pero nervudo, y había rumores de que era
ex Mossad. Alex solo lo había visto en acción una vez, cuando el compañero
ruidoso de alguien disparó un arma en medio de una fiesta. Tzvi le quitó el
arma de las manos y el tipo salió por la puerta mientras el sonido de la bala
aún rebotaba en la ladera. Más tarde descubrió que le había roto el brazo al
tipo en tres partes.

Tzvi movió la barbilla hacia ella y le hizo un gesto para que levantara los 101
brazos. Soportó el cacheo rápido y eficiente, sin agarres de tetas ni apretones
lentos como los que recibía de parte del personal de Eitan y siguió al
guardaespaldas hasta la casa. El lugar de Eitan era todo pisos de mármol,
candelabros, techos altos que soltaban eco. Cosas que alguna vez habían
significado riqueza para Alex, lujo, una arca de tesoros costosos y deseables.
Pero Yale la había convertido en una esnob. Ahora el oro, la iluminación
empotrada, el mármol veteado parecían llamativos y toscos. Gritaban nuevo
rico.

Eitan estaba sentado en un gran sofá de cuero blanco, mientras la música


se filtraba desde el exterior a través de las enormes puertas de vidrio.

—¡Alex! —dijo efusivamente—. Me tomas por sorpresa. No estaba seguro de


que vendrías.

—¿Por qué no vendría? —preguntó ella. Inofensiva, mansa, un conejito que


ni siquiera valía la pena atrapar.

Él rio.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Cierto cierto. No creo que quisieras que fuera a buscarte. ¿Tienes


hambre? ¿Sed?

«Siempre.»

—No realmente.

—Alex —la reprendió, como una abuela cariñosa—. Puedes comer.

A la mierda. La Alex en la que ella necesitaba que él creyera no tenía


motivos para estar nerviosa. No tenía nada que ocultar.

—Seguro, gracias.

—Siempre eres educada. No como Len. Alitza hizo pastel. —Hizo un gesto a
otro hombre armado, que desapareció en la cocina.

—¿Cómo está Alitza? —Era la cocinera de Eitan y nunca parecía aprobar


nada de lo que sucedía en su casa.

Eitán se encogió de hombros. 102


—Siempre se queja. yo le compré… ¿qué es? Un pase Anual de Disney.
Ahora va todas las semanas.

El guardia regresó con un enorme trozo de pastel de cerezas, cubierto con


una bola de helado de vainilla.

A través de la puerta de cristal, Alex podía ver a la reluciente Gris con su


ceñido vestido girando en la pista de baile, con las manos levantadas sobre su
cabeza, su cuerpo fantasma estaba presionado contra los fiesteros ignorantes.

Alex se obligó a comer un poco de pastel.

—Jesús —murmuró, con la boca todavía llena—. Esto podría ser lo mejor
que he comido.

—Lo sé —dijo Eitan—. Es por eso que la mantengo. —Por un rato, Eitan la
vio comer. Cuando el silencio fue demasiado, Alex dejó el plato en la gran mesa
de centro de cristal y se limpió la boca.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Pensé que ya estarías muerta —dijo.

No era una mala apuesta.

—Pensé que te habías muerto de una sobredosis —continuó—. ¿O tal vez


conociste a otro novio malo?

Eso sonaba convincente.

—Sí, conocí a alguien. Él es agradable. Nos vamos a mudar a la Costa Este.

—¿Nueva York?

—Ya veremos.

—Muy caro. Incluso Queens es caro ahora. Nunca encontré a los hombres
que mataron a Ariel. Ni siquiera escucho un susurro. Una noche como esa no
sucede sin que cuenten algo. Escucho. Les pido a todos los demás que
escuchen. Nada.

—Lamento escuchar eso. 103


De nuevo Eitan se encogió de hombros.

—Extraño, ¿sabes? Porque no es un delito limpio. es feo, de aficionado. La


gente así, no cubre sus huellas.

—No sé qué pasó esa noche —dijo Alex—. Si lo supiera, no estaría


protegiendo a las personas que mataron a mis amigos.

—¿Len era tu amigo?

La pregunta la sobresaltó.

—Algo así.

—No me parece. —Hizo un gesto hacia el patio trasero—. Estos no son mis
amigos. Les gusta mi comida, mi casa, mis drogas. Son vampiros. Ya sabes, ¿la
canción de Tom Petty?

—Por supuesto.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Me encanta esa canción. —Tocó algunos botones de su teléfono y el


rasgueo de una guitarra llenó la habitación—. Tzvi pone los ojos en blanco. —
Alex miró por encima del hombro al guardaespaldas con cara de piedra—. Él
piensa que necesito música nueva. Pero me gusta. No creo que Len fuera tu
amigo.

Alex había pasado años de su vida con Len, vivido con él, dormido con él,
hecho recados para él, traficado drogas para él. Ella había robado y hurtado
para él, cogido con desconocidos por él. Le había dejado cogerla incluso cuando
no quería que la cogiera. Él nunca la había hecho correrse, ni una vez, pero la
había hecho reír en ocasiones, lo que podría valer más. Le alegraba que
estuviera muerto, y nunca se había molestado en preguntar dónde estaba
enterrado o incluso si sus padres habían ido a buscar el cuerpo. No sentía
culpa ni remordimiento ni ninguna de las cosas que se suponía que debía
sentir por un amigo.
104
—Tal vez no —admitió Alex.

—Bien —dijo Eitan, como si él fuera su terapeuta y hubieran hecho algún


tipo de avance—. El problema con la policía es que ellos solo miran… —Levantó
la mano frente a su rostro—. Justo ahí. Solo lo que se espera. Así que revisan
las cámaras del tráfico, buscan autos. ¿Quién viene caminando a una casa a
cometer un delito como este? —Él hizo que sus dedos se movieran de un lado a
otro, un hombre sin cabeza en un paseo por la nada—. A pie. Estúpido
pensarlo. Pero existe algo así como un tonto sabio.

«Sophomore.» Del griego sophos que significa sabio y moros que significa
necio. Una pequeña broma que había hecho uno de sus profesores. Álex se
quedó callado.

—Así que pienso, ¿por qué no buscar? ¿En qué puede afectar?

Bastante, sospechó Alex. ¿Sabía Eitan que ella había matado a Ariel?
¿Realmente la había traído aquí para igualar el marcador? ¿Y había caminado
hasta su casa como una imbécil?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Conoces la casa de empeños de Vanowen?

Álex la conocía. Empeños y Comercio del Valle. Había empeñado allí la copa
de kidush de su abuelo cuando estaba desesperada por conseguir dinero.

—Tienen una cámara en la acera de enfrente todo el tiempo —dijo Eitan—.


No miran las imágenes si no hay problemas. Pero yo tuve problemas. Ariel tuvo
problemas. Así que miré.

Extendió su teléfono. Alex sabía lo que iba a ver, pero lo aceptó de todos
modos.

La acera estaba ligeramente verde, la calle casi vacía de autos y negra como
un río. Una chica cruzó el encuadre. Llevaba nada más que una camiseta sin
mangas y ropa interior, y tenía algo agarrado en sus manos. Alex sabía que
eran los restos rotos del bate de madera de Len. El que había usado para
matarlo a él, a Betcha, a Corker y a Cam. Y al primo de Eitan, Ariel.

Deslizó su dedo sobre la pantalla, rebobinando. Sintió que Eitan la miraba,


105
calculando, pero Alex no podía dejar de mirar a la chica en la pantalla. Parecía
demasiado brillante, como si estuviera brillando, sus ojos eran extraños a la
luz verde de una cámara de visión nocturna. «Hellie estaba conmigo», pensó.
«Dentro de mí». En esa última noche, Hellie la había mantenido fuerte, la ayudó
a deshacerse de la evidencia, la hizo lavarse en el río de Los Ángeles. Hellie la
había protegido hasta el final.

—Niña —dijo Eitan—. Tanta sangre.

No tenía sentido negar que fuera ella en el video.

—Estaba drogada. No recuerdo nada de...

Ella no dijo la última palabra. Un brazo carnoso se cerró sobre su garganta,


cortándole el aire. Tzvi.

Alex trató de liberar su brazo, arañando la piel del guardaespaldas. Se sintió


levantada del sofá mientras sus pies pateaban la nada. Ni siquiera podía gritar.
Vio a Eitan sobre los cojines blancos, observándola con sereno interés, los

Hell bent
LEIGH BARDUGO

fiesteros a través de la ventana, reunidos alrededor de la piscina, ajenos. La


chica muerta de lentejuelas seguía bailando.

Alex no pensó. Su mano salió disparada mientras su mente buscaba a la


Gris, exigiendo su fuerza. Su boca se inundó con el sabor de los cigarrillos y el
brillo labial de cereza, la parte posterior de su garganta picaba como si acabara
de resoplar. Podía oler perfume y sudor. El poder fue un estallido que la
atravesó.

Alex agarró el brazo de Tzvi y apretó. Él gruñó sorprendido. Ella sintió que
los huesos se doblaban bajo sus palmas. Él la soltó y Alex cayó hacia atrás
sobre el sofá. Se puso de pie y agarró un gran trozo de escultura de la mesa
auxiliar, balanceándose. Pero él era rápido, y sin importar la fuerza dentro de
ella, ella no estaba entrenada. Todo lo que tenía era fuerza bruta. Esquivó el
golpe con facilidad, y el impulso arrastró la escultura contra la pared,
golpeando con tanta fuerza que la atravesó. Sintió que el puño de Tzvi se
106
conectaba con su estómago, quitándole el aire. Alex se arrodilló y agarró la
pierna de Tzvi, usando la fuerza de la Gris para derribarlo.

—Suficiente, suficiente —gritó Eitan, aplaudiendo.

Instantáneamente, Tzvi retrocedió, con las manos en alto como si estuviera


amansando a un animal salvaje, con los ojos entrecerrados. Alex se agazapó en
el suelo, lista para correr, luchando por respirar. Podía ver las marcas de sus
dedos en su antebrazo, que ya comenzaban a amoratarse.

Eitan todavía estaba sentado en el sofá, pero ahora estaba sonriendo.

—Cuando vi lo que le pasó a Ariel, pensé, es imposible. Esta niña nunca


podría hacer tanto daño.

Y Alex comprendió que había cometido un terrible error. No la había traído


aquí para matarla. Si fuera así, Tzvi habría usado un cuchillo o un garrote en
lugar de sus manos. Habría atacado para matar en lugar de solo darle un
puñetazo en el estómago.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Entonces —dijo Eitan—. Ahora sé la verdad. Tú y yo tenemos negocios,


Alex Stern.

Todo había sido un juego. No, una audición. Ella había estado buscando
una trampa, pero no la que él tenía preparada. Y ella había entrado
directamente. La tonta sabia.

107

Hell bent
LEIGH BARDUGO

10

Octubre
Traducido por Azhreik

Alex abordó un taxi para recorrer la corta distancia de regreso a los dormitorios
desde la escena del crimen. Probablemente debería haber caminado, pero el
área alrededor de la escuela de medicina no era segura y estaba demasiado
cansada para pelear.

Cuando se lavó y se metió en la cama, eran las 3 am, Mercy estaba


profundamente dormida y Alex se alegró de no tener que responder ninguna
pregunta. Se durmió y soñó que estaba subiendo las escaleras en Black Elm. 108
Entró en el salón de baile, se deslizó más allá de la barrera del círculo dorado,
su calidez era un consuelo, como sumergirse en un baño caliente. Darlington
la estaba esperando.

Alex no recordaba haberse despertado. En un momento estaba dormida y de


pie dentro del círculo de protección con Darlington; al siguiente estaba sola
bajo un cielo otoñal en la puerta de Black Elm. Al principio pensó que todavía
estaba soñando. La casa estaba a oscuras excepto por la luz dorada que se
colaba por debajo de las ventanas tapiadas del segundo piso. Podía oír el viento
en los árboles, sacudiendo las hojas, un susurro de advertencia, “el verano ha
terminado, el verano ha terminado.”

Miró hacia sus pies. Estaban cubiertos de barro y sangre.

«¿Estoy aquí o estoy soñando?» Regresó a su dormitorio después de dejar a


Turner en el departamento de psiquiatría, se cepilló los dientes y se metió en la
cama. Tal vez todavía estaba allí ahora.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero los pies le dolían. Tenía el vello de los brazos erizado. No vestía nada
más que los pantalones cortos y la camiseta sin mangas con la que dormía.

La comprensión real se apoderó de ella. Tenía frío, estaba sola y en la


oscuridad. Ella había caminado hasta aquí. Descalza. Sin teléfono. Sin dinero.

Nunca había caminado dormida en su vida.

Alex puso su mano en la puerta de la cocina. Podía verse reflejada en el


cristal, blanca como un hueso contra la oscuridad. No quería entrar. No quería
subir esas escaleras. Era una mentira. Podía sentir el sueño tirando de ella.
Ella había estado de pie con Darlington dentro del círculo dorado. Ella quería
estar allí ahora.

Miró hacia las ventanas. ¿Sabía que ella estaba aquí? ¿La quería aquí?

—Por el amor de Dios —dijo, con voz demasiado alta, murió demasiado
abruptamente en el bosque que rodeaba la casa, como si no se pudiera
permitir que ningún sonido se transmitiera al mundo exterior.
109

Necesitaba volver a los dormitorios. Podría tratar de invocar un Gris para


usar su fuerza para llevarla a casa, pero sus pies ya le dolían como un
demonio. Además, después del pequeño incidente en casa de Oddman, no
estaba segura de querer invitar a otro Gris. Podría intentar ir cojeando a una
gasolinera. O podría romper una ventana y usar el teléfono fijo para llamar a
Dawes. Suponiendo que el teléfono fijo funcionara.

Entonces recordó: las cámaras. Dawes habría recibido una alerta de que
alguien estaba en la puerta. Agitó la mano frenéticamente frente al timbre de la
puerta, sintiéndose como una tonta.

—Dawes —dijo—. ¿Estás ahí?

—¿Alex?

Alex apoyó la cabeza contra la piedra fría. Nunca había estado más
agradecida de escuchar la voz de Dawes.

—Creo que anduve sonámbula. ¿Puedes venir a buscarme?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Caminaste hasta Black Elm?

—Lo sé. Y estoy medio desnuda y congelándome el culo.

—Hay una llave debajo de la maceta de hortensias. Entra y caliéntate.


Llegaré tan pronto como pueda.

—Está bien —dijo Alex—. Gracias.

Inclinó la maceta hacia arriba, agarró la llave. Y luego estaba parada en el


comedor.

No recordaba haber abierto la puerta o haber atravesado la cocina. Ni


siquiera había encendido la luz. Habían colocado una sábana vieja sobre la
mesa del comedor para evitar que se acumulara polvo. Ella la agarró y lo
enrolló alrededor de su cuerpo, desesperada por el calor.

«Espera a Dawes.» Tenía toda la intención de hacer precisamente eso, pero


también tenía toda la intención de quedarse en la cocina junto a la estufa.
110
Se sentía como si todavía estuviera dormida, como si todavía estuviera
soñando, como si no hubiera habido llave, ni conversación con Dawes. Sus
pies querían moverse. La casa se había abierto para ella porque él la estaba
esperando.

«Maldita sea, Darlington.» Alex se aferró a la barandilla. Ella estaba en la


base de las escaleras. Miró hacia atrás y vio el tramo oscuro de la estancia, las
ventanas que daban al jardín más allá. Trató de anclarse a la barandilla con
ambas manos, pero era una mala marioneta, tironeando de sus cuerdas. Tenía
que seguir subiendo. Subir las escaleras y recorrer el pasillo hasta el salón de
baile. No había alfombras que suavizaran sus pasos.

Ella sabía de un solo Gris que frecuentaba Black Elm. Un anciano, su bata
de baño siempre entreabierta, un cigarrillo colgando de sus labios. Iba y venía,
como si no pudiera decidir si quedarse o no, y ahora mismo no estaba por
ningún lado. No tenía sal en los bolsillos, ni polvo de cementerio, ni protección
alguna.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Se obligó a no empujar la puerta para abrirla, pero lo hizo de todos modos.


Enganchó los dedos sobre el marco de la puerta.

—¡Dawes! —gritó.

Pero Dawes aún no estaba en Black Elm. No había nadie en la vieja casa
excepto Alex, y el demonio que una vez había sido Darlington la miraba desde
el centro del círculo con brillantes ojos dorados.

Todavía estaba sentado con las piernas cruzadas, las manos en las rodillas,
las palmas hacia abajo. Pero ahora sus ojos estaban abiertos y brillaban con la
misma luz dorada que las marcas en su piel.

—Stern.

El impacto de su voz fue suficiente para soltarla de la puerta. Pero no se


tambaleó hacia adelante. Cualquier fuerza que había estado usando para
controlarla había disminuido.
111
—¿Qué demonios fue eso?

—Buenas tardes para ti también, Stern. ¿O es de mañana? Difícil de


determinar desde aquí.

Alex tuvo que obligarse a quedarse quieta, a no correr, a no gritar. Esta voz.
Era «Darlington». Completamente humano, completamente él. Solo tenía un eco
muy débil, como si estuviera hablando desde las profundidades de una cueva.

—Es la mitad de la noche —logró decir, con voz áspera—. No estoy segura
de qué hora.

—Me gustaría que me trajeras algunos libros, por favor.

—¿Libros?

—Sí, estoy aburrido. Me doy cuenta de que señala una mente perezosa,
pero… —Se encogió de hombros ligeramente, las marcas en su cuerpo
brillaban.

—Darlington… Sabes que estás desnudo, ¿verdad?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Como una estatua perversa, las manos apoyadas en las rodillas, los cuernos
encendidos, el pene erecto y resplandeciente.

—Soy un demonio, no un tonto, Stern. Pero mi dignidad hace tiempo que


quedó hecha jirones. Y tú tampoco te vestiste para la ocasión.

Alex agarró la sábana con más fuerza.

—¿Qué libros quieres?

—Tú elige.

—¿Es por eso que me arrastraste hasta aquí?

—No te arrastré a ningún lado.

—No caminé descalza por New Haven en la oscuridad de la noche por


diversión. Fui obligada. —Pero eso no estaba del todo bien. No se había
sentido como la moneda de compulsión o Astrumsalinas o cualquiera de las
otras magias extrañas que había encontrado. Se había sentido como algo más 112
profundo.

—Interesante —dijo él con una voz que no sonaba interesada en absoluto.

Alex retrocedió, preguntándose en todo momento si sus pies simplemente


dejarían de obedecer y estaría obligada a quedarse. Una vez que estuvo en el
pasillo, se tomó un momento para recuperar el aliento.

«Es él. Está vivo.»

Y no estaba enojado. A menos que esto fuera algún tipo de engaño. No había
regresado decidido a vengarse o listo para castigar a Alex por fallarle. Pero,
¿qué era esto? ¿Qué la había traído aquí?

Consideró huir. Dawes estaría aquí pronto. Podría estar entrando en la calle
ahora mismo. Pero, ¿qué iba a decir Alex cuando saliera corriendo de la casa?
«El monstruo exigió que hiciera su voluntad! ¡Me pidió que le llevara material de
lectura selecto!»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Si era honesta, no quería irse. No quería dejarlo. Quería saber qué venía
después.

Subió las escaleras hasta el tercer piso y la diminuta y redonda habitación


de la torre de Darlington. No había estado aquí desde la noche del ritual de la
luna nueva, cuando había estado buscando información sobre la muerte del
Novio.

Miró por la ventana. El camino de entrada se curvaba entre los árboles, el


camino era invisible desde aquí. Ni rastro de Dawes. No estaba segura de si le
preocupaba o alegraba.

Pero elegir material de lectura para Darlington era su propia tarea de


pesadilla. ¿Qué podría entretener a un demonio con gusto por las cosas
buenas? Finalmente optó por un libro sobre el modernismo en la planificación
urbana, una biografía encuadernada en espiral de Bertram Goodhue y una
copia en rústica de Dogsbody de Diana Wynne Jones. 113
—¿No se van a incendiar? —preguntó cuando regresó al salón de baile.

—Intenta con uno.

Alex dejó el libro de bolsillo en el suelo y le dio un fuerte empujón. Se


deslizó a través de la barrera, aparentemente intacto.

La mano de Darlington salió disparada y capturó el libro. El collar en su


cuello brillaba, los granates eran como ojos rojos, mirando.

—Esa es una gran pieza de joyería —dijo. Era realmente demasiado grande
para llamarlo collar. Se extendía desde su garganta hasta sus hombros, como
algo que podría usar un faraón.

—El yugo. ¿Estás pensando en empeñarlo?

—No te sirve de mucho.

Él pasó una mano cariñosa sobre el libro de bolsillo. Las letras parecían
brillar y cambiar a símbolos desconocidos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Ojalá pudiera hacerte amar los libros más que a tu madre —murmuró.

Sus dedos estaban rematados en garras doradas, y un recuerdo vino a ella,


la sensación de su cuerpo envuelto alrededor del de ella. «Te serviré hasta el
final de los días.»

Se estremeció a pesar del calor de la habitación.

—¿Por qué funcionó? —preguntó ella—. ¿Por qué no se quemó?

—Las historias existen en todos los mundos. Son inmutables. Como el oro.

No estaba segura de qué pensar de eso. Deslizó el resto de los libros a través
del límite del círculo.

—¿Bien? —preguntó ella. Todo su cuerpo zumbaba, atrapada entre las


ganas de correr y el hambre de quedarse. Se sentía peligroso estar en esta
habitación, a solas con él, esta persona que no era del todo una persona, esta
criatura que ella conocía y no conocía.
114
Darlington leyó los títulos.

—Estos servirán por ahora. Aunque Fire and Hemlock parece más apropiado
que Dogsbody. Toma —dijo—. Atrápalo.

Lanzó el libro de bolsillo al aire. Sin pensarlo, Alex lo alcanzó, dándose


cuenta demasiado tarde de que iba a romper el círculo. Siseó cuando su brazo
extendido golpeó el límite.

Pero nada pasó. El libro aterrizó en su palma con un fuerte golpe. Alex lo
miró fijamente, su brazo estaba al otro lado de ese velo dorado.

¿Por qué no se había quemado como Dawes?

Sus tatuajes habían cambiado. Brillaban dorados y parecían estar vivos: la


Rueda giraba; el león encima deambulaba sobre su antebrazo; las peonías
florecían, luego perdían sus pétalos, luego florecían una vez más. Retiró la
mano y dejó caer el libro.

—¿Qué carajo?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El demonio la estaba mirando, y Alex se balanceó sobre sus talones,


dándose cuenta de la realidad de lo que había sucedido. Si ella podía entrar,
entonces él podría...

—No puedo salir —dijo.

—Pruébalo.

—No creo que eso sea prudente.

—¿Por qué no?

Un pequeño surco se formó entre sus cejas, y ella sintió un pellizco en el


corazón. A pesar de los cuernos, las marcas, ese era Darlington.

—Porque cada vez que trato de romper el círculo, me siento un poco menos
humano.

—¿Qué eres, Darlington?

—¿Qué eres, RondaRueda? 115


La palabra golpeó a Alex como una fuerte bofetada. ¿Cómo lo supo? ¿Qué
sabía? Belbalm la había llamado RondaRueda. Ella había afirmado ser una
también, pero Alex no había encontrado ninguna mención de su tipo en la
colección de Lethe.

—¿Cómo conoces esa palabra? —preguntó ella.

—Sandow. —Ese nombre surgió como un gruñido que sacudió el suelo.

—¿Lo viste... detrás del Velo?

Darlington la miró con esos extraños ojos dorados.

—¿Tienes miedo de decirlo, Stern? Sabes dónde he estado, mucho más allá
de las fronteras, mucho más allá del Velo. Mi anfitrión estaba feliz de darle la
bienvenida a Sandow a su reino, un asesino que mataba para ganar dinero. La
codicia es un pecado en todos los idiomas. —Dos expresiones parpadearon en
su rostro, en guerra, una de disgusto, la otra de satisfacción casi obscena. A

Hell bent
LEIGH BARDUGO

una parte de él le había gustado castigar a Sandow. Y una parte de él estaba


disgustada por eso.

—Un poco de venganza puede ser buena para el alma, Darlington.

—No es una palabra que se diga casualmente, Stern.

Ella no creía que se refería a «venganza».

—¿Alex? —La voz de Dawes flotó desde el piso inferior.

—Es mejor si ella no te encuentra aquí.

—¿Qué pasa, Darlington? —Alex susurró—. ¿Cómo te ayudamos? ¿Cómo te


sacamos?

—Encuentra el Guantelete.

—Créeme, lo estamos intentando. ¿No tienes idea de dónde está?

—Ojalá lo supiera —dijo, y había desesperación en su voz, incluso mientras


116
soltaba una carcajada que erizó los vellos de los brazos de Alex—. Pero yo soy
solo un hombre, heredero de nada. Encuentra el Guantelete, haz el descenso.
No puedo existir entre dos mundos por mucho tiempo. Eventualmente, la
cuerda se romperá.

—¿Y estarás atrapado en el infierno para siempre?

Una vez más su expresión pareció parpadear. Desesperación. Anticipación.

—O lo que sea que soy se desatará sobre el mundo. —Estaba cerca del
borde del círculo ahora. Alex no lo había visto moverse, ni siquiera lo vio
levantarse—. Tengo apetitos, Stern. No son del todo... sanos.

Las yemas de sus dedos con garras perforaron el círculo dorado, y Alex se
tambaleó hacia atrás, un grito agudo emergió de sus labios.

Darlington pareció cambiar. Era más alto, más ancho; sus cuernos se veían
más afilados. Tenía colmillos. «Me siento un poco menos humano.»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Luego pareció volver al centro del círculo. Estaba sentado una vez más, con
las manos en las rodillas, como si nunca se hubiera movido. Tal vez realmente
estaba meditando, tratando de mantener a raya a su yo demoníaco.

—Encuentra el Guantelete, haz el descenso. Ven a buscarme, Stern. —Hizo


una pausa entonces, y sus ojos dorados se abrieron—. Por favor.

Esa palabra, cruda y humana, era todo lo que podía soportar. Alex corrió,
por el pasillo, por los escalones. Se estrelló contra Dawes al pie de las
escaleras.

—¡Alex! —Dawes gritó mientras luchaban por mantener el equilibrio.

—Vamos —dijo Alex, arrastrando a Dawes de vuelta a través de la casa.

—¿Qué pasó? —Dawes estaba diciendo mientras se dejaba llevar—. No


deberías haber subido allí...

—Lo sé.
117
—No podemos estar seguros de con qué nos enfrentamos...

—Lo sé, Dawes. Sácame de aquí y te lo explicaré todo.

Alex abrió la puerta de la cocina, agradecida por la limpia ráfaga de aire frío.
Podía oír la voz de Belbalm: «Todos los mundos están abiertos a nosotros. Si
somos lo bastante valientes para entrar.» ¿Eso también significaba el
inframundo? Ella había atravesado la frontera ilesa, como en el sueño. ¿Qué
pasaría si ella entraba en el círculo?

Alex gruñó y tropezó cuando sus pies tocaron la grava.

Dawes la agarró por el codo.

—Álex, espera. Toma. —Levantó suaves calcetines de tubo blancos y un par


de Tevas—. Te traje esto. Son demasiado grandes, pero mejor que andar
descalza.

Alex se sentó en el felpudo para ponerse los calcetines y los zapatos. No iba
a volver adentro. Su cabeza estaba zumbando. Su cuerpo se sentía extraño.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Qué estabas haciendo ahí arriba? —preguntó Dawes.

Alex podía escuchar la acusación en su voz y no sabía muy bien qué


responder. Pensó en mentir, pero había demasiado por explicar. Como la forma
en que había terminado en Black Elm en pijama.

—Me desperté aquí —dijo, temblando de frío ahora que su pánico se había
calmado—. Soñé… soñé que estaba aquí y luego estaba.

—¿Eres sonámbula?

—Supongo que sí. Y luego fue como si todavía estuviera sonámbula. No sé


muy bien cómo terminé en el salón de baile. Pero... habló.

—¿Él habló contigo? —La voz de Dawes era demasiado alta.

—Sí.

—Ya veo. —Dawes pareció encerrarse en sí misma, la amiga preocupada


retrocedió, la mamá gallina emergió—. Vamos a calentarte. 118
Alex dejó que la ayudara a ponerse de pie y la condujera al coche, donde
Dawes encendió la calefacción y el leve olor a azufre emergió como siempre
desde la noche del ritual de la luna nueva. Dawes apoyó las manos en el
volante como si estuviera tomando una decisión.

Luego puso el auto en marcha y manejó de regreso al campus. Las calles


estaban casi vacías, y Alex se preguntó quién la había visto caminar, si alguien
se había detenido para preguntarle si necesitaba ayuda, una chica
semidesnuda, descalza y deambulando en la oscuridad, como aquella noche
con Hellie.

Solo una vez que regresaron a Il Bastone, con los pies de Alex cubiertos con
bálsamo curativo y apoyados en un cojín cubierto con una toalla, con una taza
de té a su lado, Dawes se sentó, abrió su cuaderno y dijo:

—Está bien, dime.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex esperaba más emoción, que se mordiera los labios, tal vez lágrimas.
Pero Dawes era Oculus ahora, estaba en modo investigadora, lista para
documentar e investigar, y Alex estaba agradecida por ello.

—Dijo que no tiene mucho tiempo —comenzó Alex, luego hizo todo lo posible
para explicar el resto, que casi había roto el círculo, que les había rogado que
encontraran el Guantelete, pero que él no sabía dónde estaba.

Dawes hizo un pequeño gruñido.

—No tendría ninguna razón para no decírnoslo —dijo Alex.

—Podría no ser capaz de hacerlo. Depende... depende de qué tan demonio


se ha convertido. A los demonios les encantan los rompecabezas, ¿recuerdas?
Nunca se mueven en línea recta.

—También habló de Sandow. Lo vio del otro lado. Dijo que su anfitrión le
había dado la bienvenida.
119
—Eso es lo que quiero decir —dijo Dawes—. Podría haber nombrado a su
anfitrión, cualquier dios, demonio o bestia infernal a la que esté al servicio,
pero no lo hizo. ¿Qué dijo sobre el anfitrión?

—Nada. Solo que Sandow había matado para ganar dinero. Dijo que la
codicia era un pecado en cualquier idioma.

—Así que Darlington puede estar ligado a Mammon o Plutus o Gullveig o


algún otro dios de la codicia. Eso podría ayudarnos si podemos averiguar
dónde está el Guantelete y cómo desvelarlo. ¿Qué otra cosa?

—Nada. Quería libros y yo le traje libros. Dijo que estaba aburrido.

—¿Eso es todo?

—Es todo. Dijo algo sobre amar los libros más que a su madre.

Los labios de Dawes se suavizaron en una sonrisa. —Es un proverbio


egipcio. Es típico de él.

Egipcio. Alex se enderezó, sus pies se deslizaron de la almohada.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Dawes gritó.

—¡Por favor, no los pongas en la alfombra!

—Cuando los libros no se quemaron, dijo que las historias eran inmutables.

—¿Y? —preguntó Dawes, corriendo a la cocina por una toalla.

Alex recordó haber caminado debajo de la entrada de Sterling con


Darlington. Había cuatro escribas de piedra sobre la entrada. Uno de ellos era
egipcio.

—¿Cuándo se construyó la Biblioteca Sterling?

—¿1931, creo? —dijo Dawes desde la cocina—. La gente realmente lo odió


en ese momento. Creo que el término utilizado fue orgía de catedral. Dijeron
que se parecía demasiado a… —Dawes se detuvo en la entrada, con una toalla
mojada en las manos—. Dijeron que parecía una iglesia.

—Terreno consagrado. 120


Ella y Dawes habían tomado demasiado literalmente lo que dijo Bunchy,
muerto hacía mucho tiempo. Habían estado buscando en los lugares
equivocados.

Dawes volvió lentamente al salón, con la toalla todavía goteando en sus


manos.

—John Sterling donó el dinero para la biblioteca. —Ella se sentó—. Estaba


en Cráneo y Huesos.

—Eso no significa mucho —dijo Alex con cautela—. Hay muchos tipos ricos
en Cráneo y Huesos—.

Dawes asintió, todavía lento, como si estuviera bajo el agua.

—El arquitecto murió repentinamente y alguien más tuvo que hacerse


cargo.

Alex esperó.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—James Gamble Rogers tomó el trabajo. Estaba en Pergamino y Llave.


Punter es otra palabra para jugador.

«Los amigos de Johnny y Punter construyeron un Guantelete. En tierra


consagrada.»

Dawes estaba agarrando la toalla con ambas manos ahora, como si fuera un
micrófono en el que estuviera a punto de cantar.

—Ojalá pudiera hacerte amar los libros más que a tu madre. Esa cita está
encima de la entrada, encima del escriba. Está escrito en jeroglíficos.

Las historias eran inmutables. ¿Y qué era una biblioteca sino una casa llena
de historias?

—Es Sterling —dijo Alex—. La biblioteca es el portal al infierno.

121

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Erigido en memoria de

JUAN GUILLERMO STERLING

NACIDO EL 12 DE MAYO DE 1844

FALLECIDO EL 5 DE JULIO DE 1918

BA 1864: MA 1874

LL.D. 1893: ABOGADO

AMIGO FIEL

ASESOR DE CONFIANZA

LÍDER AGRESIVO

ALUMNO DEDICADO

Arquitecto James Gamble Rogers


122

—Inscripción conmemorativa, entrada a la Biblioteca


Conmemorativa Sterling

Si debo ser un prisionero, no desearía tener otra prisión que esa biblioteca.

—James I, grabado sobre la entrada al pasillo de


exhibición de la Biblioteca Conmemorativa Sterling

Hell bent
LEIGH BARDUGO

11
Traducido por Azhreik

Alex tenía toda la intención de ayudar a Dawes en la investigación, pero lo


siguiente que supo fue que estaba despertando en el salón de Il Bastone, la luz
de la mañana entrando por las ventanas. Una copia del artículo de Gaceta de
Yale de 1931 que detallaba la decoración de Sterling descansaba abierta sobre
su pecho como si hubiera intentado usar el libro para arroparse.

Se sentía cálida y tranquila, como si hubiera imaginado todo lo de Black


Elm, y esta mañana podría ser sencilla, un domingo cualquiera. Tocó con la
mano las tablas del suelo y parecieron tararear.

—¿Hiciste eso? —le preguntó a Il Bastone, mirando el techo artesonado y la


123
lámpara que colgaba sobre ella de una cadena de latón. La bombilla parpadeó
suavemente detrás de su globo de vidrio esmerilado. La casa sabía que ella
necesitaba descansar. Estaba pendiente de ella. Al menos, eso era lo que
sentía y tal vez lo que Alex necesitaba creer.

Dawes había dejado una nota en la mesa de café: Voy a Beinecke. Desayuno
sobre el mostrador. Llámame cuando despiertes. Malas noticias.

¿Cuándo no había malas noticias? ¿Cuándo Dawes iba a dejarle una nota
que dijera Todo bien? Ve a trabajar en ese ensayo para no atrasarte más. ¿Te
dejó bollos frescos y un par de cachorritos?

Alex necesitaba llegar a casa, pero estaba hambrienta y sería una pena
desperdiciar un desayuno, así que se arrastró hasta la cocina en los Tevas
gigante de Dawes.

—Mierda —dijo, cuando vio los platos de panqueques, la tina de huevos


revueltos cubiertos de cebollín, montones de tocino, holandesa caliente en su

Hell bent
LEIGH BARDUGO

jarra floreada y, sí, una pila de bollos de fresa. Había suficiente comida para
alimentar a todo un grupo a cappella si dejaban de tararear por un minuto.
Dawes cocinó para calmarse y eso significaba que las noticias eran muy malas.

Alex llenó su plato con doble porción de todo y llamó a Dawes, pero ella no
respondió. Me estás asustando, envió un mensaje de texto. Y todo está
jodidamente delicioso.

Cuando terminó, llenó un termo con café y metió tres panqueques con
chispas de chocolate en una bolsa de plástico para más tarde. Pensó en hacer
un desvío a la biblioteca de Lethe para ver si en el Libro de Albemarle podía
encontrar algo sobre la cita bíblica de Turner o sobre venenos que envejecieran
a sus víctimas, pero eso tendría que esperar. Necesitaba una ducha caliente y
ropa de verdad. Al salir, palmeó el marco de la puerta y se preguntó
brevemente si se estaba haciendo amiga de una casa o se estaba volviendo
loca.
124
Había cruzado el campus y estaba a mitad de camino de las escaleras hacia
su habitación en JE cuando su teléfono finalmente sonó.

Sterling al mediodía. Necesitamos cuatro asesinos.

Alex se quedó mirando el mensaje de Dawes y respondió:

Me detendré en la tienda. ¿Debo conseguir media docena por si acaso?

Su teléfono sonó.

—Esto no es una broma.

¿Por qué cuatro, Dawes?

—Para ir al infierno. Creo que por eso Darlington mencionó a Sandow. Nos
estaba dando indicaciones. Se necesitan cuatro personas para el ritual una vez
que se activa el Guantelete, cuatro peregrinos para los cuatro puntos
cardinales.

—¿Realmente tenemos que...?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Viste lo que sucedió cuando tratamos de tomar atajos en Pergamino y


Llave. No voy a explotar la biblioteca. Y creo…

La voz de Dawes se apagó.

—¿Y? —Alex incitó, todo el optimismo de la mañana se le estaba


escurriendo.

—Si nos equivocamos, no creo que regresemos.

Alex se apoyó contra la pared, escuchando el eco de las voces arriba y abajo
de la escalera de piedra, los sonidos del despertar de la universidad, las
antiguas tuberías gorgoteando con agua, alguien cantando una vieja canción
sobre Los ojos de Bette Davis. No podía fingir estar sorprendida. Hablar de
Guanteletes y chicos llamados Bunchy hacía que todo pareciera un juego y ese
era el peligro. Usar poder podría volverse demasiado fácil. Había demasiadas
oportunidades para intentarlo solo porque era posible.

—Lo entiendo, Dawes. Pero estamos metidas en esto. —Desde el momento


125
en que se encontraron en el cementerio y Alex planteó su descabellada teoría
del caballero demonio, supieron que no podían dar la espalda a la posibilidad
de que Darlington siguiera con vida. Pero lo que estaba en juego ahora era
diferente de la primavera pasada. Recordó su sueño, Len decía: Algunas
puertas no permanecen cerradas. Bueno, habían volado esta puerta de par en
par cuando fallaron en ese ritual en Pergamino y Llave, y ahora algo mitad
hombre, mitad monstruo estaba atrapado en el salón de baile en Black Elm—.
Lo salvaremos —dijo—. Y si no podemos salvarlo, lo detendremos.

—¿Qué... qué significa eso? —preguntó Dawes, su miedo era como un


reflector en busca de respuestas.

Significaba que si no podían liberar a Darlington, no podían arriesgarse a


liberar al demonio, y eso podría significar destruirlos a ambos. «Lo que sea que
soy se desatará sobre el mundo.» Pero Dawes no estaba lista para escuchar eso.

—Te veré en Sterling —dijo Alex, y colgó.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Subió las escaleras restantes, sintiéndose cansada de nuevo. Tal vez podría
tomar una siesta antes de encontrarse con Dawes en la biblioteca. Abrió la
puerta de su sala común esperando ver a Mercy acurrucada en el sillón
reclinable con su computadora portátil y una taza de té. Pero Mercy estaba
sentada erguida en el sofá, con la espalda recta, con su bata color jacinto, justo
enfrente de Michelle Alameddine. La mentora de Darlington, su Virgilio.

Alex no la había visto desde que Michelle prácticamente había huido de su


sesión de investigación en el verano. Llevaba un vestido a cuadros, una
chaqueta de punto y zapatos bajos tejidos, su cabello espeso estaba atado en
una trenza, una bufanda alegre atada a su cuello. Parecía compuesta. Parecía
una adulta.

—Hola —dijo Alex, su sorpresa la hizo incapaz de mucho más—. Yo...


¿Cuánto tiempo has estado esperando?

—No mucho, pero tengo que abordar un tren. ¿Qué llevas puesto? 126
Alex había olvidado que todavía estaba en sus pantalones cortos de pijama,
una sudadera de Lethe, y los calcetines abultados y Tevas de Dawes.

—Deja que me cambie.

¿Quién es ella? Mercy articuló mientras Alex se apresuraba a entrar en su


dormitorio. Pero esa no era una conversación que Alex pretendía tener en
mímica.

Cerró la puerta detrás de ella y abrió la ventana, dejando que el aire fresco
de la mañana despejara su cabeza. Así como así, el verano se había ido. Se
puso unos vaqueros negros y un Henley negro, cambió los Tevas por sus botas
y se frotó los dientes con un poco de pasta de dientes.

—¿Hay algún lugar donde podamos hablar? —Michelle preguntó cuando


Alex salió del dormitorio.

—Puedo darles privacidad, chicas —ofreció Mercy.

—No —dijo Alex. No iba a echar a Mercy de su habitación—. Vamos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Condujo a Michelle escaleras abajo. Había pensado que podrían hablar en la


biblioteca de JE, pero ya había gente vigilando las mesas.

—Vamos al jardín de esculturas —sugirió Michelle, empujando las puertas.


Alex a veces olvidaba que existía la explanada de grava con sus ocasionales
exhibiciones de arte que se encontraba justo afuera de la sala de lectura. No
había mucho que ver, un remanso de tranquilidad y árboles intercalados entre
edificios.

—Así que la cagaste —dijo Michelle. Se sentó en un banco y se cruzó de


brazos—. Te dije que no lo intentaras.

—La gente me lo dice mucho. ¿Te llamó Anselm?

—Quería saber si tú y Dawes se habían acercado a mí, si todavía estabas


tratando de recuperar a Darlington.

—¿Cómo supo…?
127
—Nos vieron juntas en el funeral. Y yo era el Virgilio de Darlington.

—¿Y? —preguntó Alex.

—Yo no... te delaté.

Sonaba como si estuviera citando un episodio de la Ley y el Orden.

—Pero no vas a ayudarnos.

—¿Ayudarte con qué? —preguntó Michelle.

Álex vaciló. Cualquier cosa que le dijera a Michelle podría llegar


directamente a Michael Anselm. Pero Darlington había considerado a Michelle
una de las mejores de Lethe. Todavía podría ayudarlas, incluso si no estaba
dispuesta a ensuciarse.

—Encontramos el Guantelete.

Michelle se enderezó.

—¿Darlington tenía razón?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex no pudo evitar sonreír.

—Por supuesto que sí. El Guantelete es real y está aquí en el campus.


Podemos...

Pero Michelle levantó una mano.

—No me digas. No quiero saber.

—Pero...

—Alex, vine a Yale con una beca. Lethe lo sabía. Era parte de mi atractivo
para ellos. Necesitaba su dinero y estaba feliz de hacer lo que me pidieran. Mi
Virgilio era Jason Barclay Cartwright, y era vago porque podía permitírselo. Yo
no podía y tú tampoco puedes. Quiero que pienses en lo que esto te podría
costar.

Alex lo había pensado. Pero eso no cambiaba las matemáticas.

—Se lo debo. 128


—Bueno, yo no.

Bastante simple.

—Creí que te gustaba Darlington.

—Así era. Era un buen chico. —Ella sólo tenía tres años más, pero así lo
veía Michelle, el niño pequeño que jugaba al caballero—. Quería creer.

—¿En qué?

—En todo. ¿Dawes te ha dicho lo que te espera? ¿Qué implica este tipo de
ritual?

—Ella mencionó que vamos a necesitar cuatro asesinos. —Bueno, dos


asesinos más, ya que ella y Dawes tenían la mitad de esa ecuación en
particular cubierta.

—Eso es solo el comienzo. El Guantelete no es un portal mágico. No solo


caminas a través de él. Vas a tener que morir para llegar al inframundo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—He muerto antes —dijo Alex—. Llegué a las tierras fronterizas. Regresaré
de esto también.

Michelle negó con la cabeza.

—No te importa, ¿verdad? Simplemente vas a hacerlo sin pensar.

«Soy la RondaRueda —quiso decir Alex—, tengo que ser yo» Excepto que ni
siquiera ella sabía lo que eso significaba. Sonaba tonto, infantil. “Soy especial,
tengo una misión” cuando la verdad estaba mucho más cerca de lo que había
dicho Michelle. Por supuesto que Alex iba a hacerlo sin pensar. Ella era una
bala de cañón. No servía para mucho en reposo, pero con un empujón lo
suficientemente fuerte, tras acumular suficiente impulso, abriría un agujero a
través de cualquier cosa.

—No es tan malo —dijo Alex—. Morir.

—Lo sé. —Michelle vaciló, luego se subió la manga y Alex vio su tatuaje por
primera vez. Un punto y coma. Ella conocía ese símbolo.
129

—Intentaste suicidarte.

Michelle asintió.

—En el Instituto. Lethe no lo sabía. De lo contrario, nunca me habrían


contactado. Demasiado riesgo. He estado en el otro lado. No lo recuerdo, pero
sé que esto no es subirse a un autobús, y nunca volveré allí. Alex... No vine
aquí para hacer de títere de Anselm. Vine a advertirte. Lo que sea que haya ahí
afuera, al otro lado del Velo, no son solo Grises.

Alex recordó las aguas de las tierras fronterizas, las formas extrañas que
había visto en la orilla opuesta, la forma en que la corriente la había
arrastrado. Pensó en la fuerza que la había atraído hacia Black Elm, que la
había querido en esa habitación, tal vez dentro de ese círculo.

—Intentaron mantenerme allí.

Michelle asintió.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Porque tienen hambre. ¿Has leído alguna vez la Daemonologie de


Kittscher?

Por supuesto que no la había leído.

—No, pero escuché que es un libro verdaderamente adictivo.

Michelle alzó los ojos al cielo.

—En lo que Darlington debe haberte convertido. Lethe tiene una copia.
Antes de que hagas alguna locura, léelo. La muerte no es solo un lugar que
visitas. Luché para regresar una vez. No me voy a arriesgar de nuevo.

Alex no podía discutir con eso. Incluso Dawes tenía dudas sobre lo que
estaban a punto de intentar, y Michelle tenía derecho a vivir y darle la espalda
a Lethe. Aun así, eso enfadaba a Alex, como un niño pequeño, enfadada del
tipo “no-me-dejes”. Ella y Dawes no eran suficientes para enfrentarse a esto.

—Entiendo —dijo, avergonzada por lo malhumorada que sonaba.


130
—Espero que sí. —Michelle suspiró profundamente, contenta de haberse
librado de la carga que había llevado. Cerró los ojos e inhaló, olfateando ese
primer indicio de otoño—. Este era uno de los lugares favoritos de Darlington.

—Es —corrigió Alex.

La sonrisa de Michelle era suave y triste. Aterrorizó a Alex.

«Ella piensa que vamos a fallar. Lo sabe.»

—¿Has visto la placa? —preguntó ella.

Alex negó con la cabeza.

Michelle la condujo hasta una de las ventanas.

—George Douglas Miller era un Huesero. Tenía un plan completo para


expandir la catacumba de Cráneo y Huesos, construir un dormitorio. —Señaló
las torres que se alzaban sobre las escaleras que conducían al jardín de
esculturas. «Almenado —Alex podía escuchar que Darlington susurraba—.
Capilla-medieval. Alex nunca los había notado antes. —Esas torres eran de la

Hell bent
LEIGH BARDUGO

antigua sala de alumnos. Miller las trasladó aquí cuando Yale la derribó en
1911, el primer paso en su gran visión. Pero se quedó sin dinero. O tal vez se
quedó sin voluntad.

Tocó una placa en la base de la ventana. Decía: La parte original de Weir


Hall, adquirida por la Universidad de Yale en 1917, fue iniciada en 1911 por
George Douglas Miller, BA 1870, en cumplimiento parcial de su visión de —
construir, en el corazón de New Haven, una réplica de un Cuadrángulo de
Oxford. Pero fue la segunda frase la que sorprendió a Alex. De acuerdo con sus
deseos, esta lápida se ha erigido para conmemorar a su único hijo, Samuel Miller
1881–1883, que nació y murió en estas instalaciones.

—Nunca me di cuenta —continuó Michelle—. Nunca supe nada de esto


hasta Darlington. Espero que lo traigas de vuelta, Alex. Pero recuerda que a
Lethe no le importan las personas como tú y como yo. Nadie nos cuida más
que nosotras mismas.
131
Alex pasó los dedos por las letras.

—Darlington nos cuidaba. Iría al infierno por mí, por ti, por cualquiera que
necesitara ser salvado.

—Alex —dijo Michelle, sacudiéndose el polvo de la falda—, él iría al infierno


solo para tomar notas sobre el clima.

Alex odió la condescendencia en su voz, pero Michelle no estaba equivocada.


Darlington había querido saberlo todo, sin importar el costo. Se preguntó si la
criatura en la que se había convertido sentía lo mismo.

—¿Viniste en tren? —preguntó Alex.

—Sí, y necesito volver para cenar con los padres de mi novio.

Perfectamente sensato. Pero Alex tenía la sensación de que Michelle estaba


ocultando algo. Agitó la mano mientras Michelle bajaba las escaleras debajo del
arco que la llevaría a High Street, donde abordaría un taxi a la estación de
tren.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Soy yo —dijo una voz al lado de Alex, y ella tuvo que esforzarse para no
reaccionar. El pequeño Gris con rizos se había posado en la ventana al lado de
la placa—. Me alegro de que hayan puesto mi nombre allí.

Alex lo ignoró. No quería que los Grises supieran que podía escuchar sus
historias y quejas. Ya era bastante malo tener que escuchar a los vivos.

Mercy estaba esperando en la sala común. Se había vestido con un suéter color
calabaza y una falda de pana, como si la mínima sugerencia de otoño en el aire
hubiera señalado la necesidad de un cambio de vestuario. Tenía su
computadora portátil abierta, pero la cerró cuando entró Alex.

—Entonces, ¿va a ser como el año pasado? —preguntó Mercy—. ¿Que andes
desapareciendo y luego casi te matan?

Alex se sentó en el sillón reclinable.


132
—Sí a la primera parte… espero que no a la segunda parte?

—Me gusta tenerte por aquí.

—Me gusta estar por aquí.

—¿Quién era ella de todos modos?

Álex vaciló.

—¿Quién dijo que era?

—Una amiga de tu primo.

Las mentiras le resultaron fáciles a Alex. Siempre había sido así. Había
estado mintiendo desde que supo que veía cosas que otras personas no veían,
desde que entendió lo fácil que era abofetear a una chica con las palabras loca
o inestable y hacer que se quedaran pegadas. Podía sentir todas esas mentiras
amistosas listas para desplegarse de su lengua, pañuelos de un mago barato.
Eso era lo que exigían Lethe y las sociedades. Secreto. Lealtad.

Bueno, que se jodieran.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Darlington no es mi primo. Y no está en España. Y necesito hablar


contigo sobre lo que pasó el año pasado.

Mercy jugueteó con el cable del portátil.

—¿Cuando tenías una marca de mordedura gigante en tu costado y tuve


que llamar a tu mamá?

—No —dijo Alex—. Quiero hablar sobre lo que te pasó.

No estaba segura de cómo reaccionaría Mercy. Estaba lista para retroceder


si era necesario.

Mercy dejó su computadora a un lado y luego dijo:

—Tengo hambre.

Alex no esperaba eso.

—Puedo hacerte una Pop-Tart o... —Metió la mano en su cartera y sacó el


panqueque de chispas de chocolate de Dawes. 133
—¿Simplemente andas por ahí con el desayuno en tu bolso?

—¿Honestamente? Todo el tiempo.

Mercy comió la mayor parte de un panqueque y Alex preparó café para


ambos, y luego comenzó a hablar. Sobre las sociedades, Darlington, el desastre
de su primer año. Las cejas de Mercy se elevaron lentamente mientras la
historia de Alex se derramaba. De vez en cuando, ella asentía, pero Alex no
estaba segura de si solo la estaba animando a continuar o si realmente lo
estaba asimilando todo.

Finalmente, Alex no se detuvo sino que se fue desinflando, como si no


hubiera suficientes palabras para todos los secretos que había estado
guardando. Todo a su alrededor se sentía demasiado ordinario para una
historia como esta. Los sonidos de las puertas abriéndose y cerrándose en los
huecos de las escaleras resonantes, gritos desde el patio, el ruido de los coches

Hell bent
LEIGH BARDUGO

en algún lugar de la calle York. Alex sabía que se arriesgaba a llegar tarde a su
reunión con Dawes, pero no quería mirar su teléfono.

—Entonces —dijo Mercy lentamente—. ¿Es ahí donde te hiciste los tatuajes?

Alex casi se rio. Nadie había mencionado sus mangas de peonías y


serpientes y estrellas que habían aparecido repentinamente al final del año
escolar. Era como si no hubieran podido comprender que tal cosa era posible,
por lo que sus mentes habían hecho las correcciones necesarias.

—No es donde los conseguí, pero Darlington me ayudó a esconderlos por un


tiempo.

—¿Usando magia? —preguntó Mercy.

—Sí.

—Que es real.

—Sí. 134
—Y súper letal.

—Lo es —dijo Alex.

—Y un poco asquerosa.

—Muy asquerosa.

—Recé mucho este verano.

Alex trató de no mostrar su sorpresa.

—¿Ayudó?

—Algo. También fui a terapia. Usé una aplicación y hablé con alguien por
un tiempo sobre lo que sucedió. Me ayudó a dejar de pensar en ello todo el
tiempo. Traté de hablar con nuestro pastor también. Pero no lamento que
Blake esté muerto.

—¿Deberías lamentarlo?

Mercy se rio.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¡Alex! Sí. Se supone que el perdón es curativo.

Pero Blake no había pedido perdón. Él no había pedido nada. Se había


movido por el mundo tomando lo que quería hasta que algo se interpuso en su
camino.

—No sé cómo perdonar —admitió Alex—. Y no creo que quiera aprender.

Mercy frotó el dobladillo de su suéter entre sus dedos, estudiando el tejido


como si fuera un texto por traducir.

—Dime cómo murió.

Alex le contó. No habló del ritual de luna nueva ni de Darlington. Empezó


con Blake irrumpiendo en Il Bastone, la pelea, la forma en que la había
controlado, la hizo quedarse quieta mientras la golpeaba, el momento en que
Dawes le había aplastado el cráneo con el busto de mármol de Hiram Bingham
III. Habló sobre la forma en que Blake había llorado y cómo había descubierto
la moneda de compulsión que él tenía agarrada en su mano. Había estado bajo
135
el control del decano Sandow cuando trató de matarla.

Mercy mantuvo sus ojos en ese trozo de lana color calabaza, moviendo los
dedos de un lado a otro, de un lado a otro.

—No es solo que no lo siento… —dijo finalmente. Su voz era baja,


temblorosa, casi un gruñido—. Me alegro de que esté muerto. Me alegro de que
haya llegado a sentir lo que es estar fuera de control, estar asustado. Estoy...
contento de que muriera asustado. Miró hacia arriba, con los ojos llenos de
lágrimas—. ¿Por qué soy así? ¿Por qué sigo tan enojada?

—No lo sé —dijo Alex—. Pero yo también soy así.

—He pasado por cada momento que condujo a la fiesta muchas veces. Lo
que me puse, lo que dije. ¿Por qué me eligió esa noche? ¿Qué es lo que vio en
mí?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex no tenía idea de cómo responder a esas preguntas. «Perdónate por ir a


la fiesta. Perdónate por asumir que el mundo no está lleno de bestias tras la
puerta.» Pero ella sabía que nunca era tan fácil.

—Él no te vio en absoluto —dijo Alex—. La gente así… no nos ven. Solo ven
oportunidades. Algo que agarrar. —Michelle tenía razón al menos en eso.

Mercy se secó las lágrimas de los ojos.

—Lo haces sonar como un hurto.

—Un poco.

—No me mientas de nuevo, ¿de acuerdo?

—Lo intentaré. —Era lo mejor que Alex podía ofrecer sin mentir de nuevo.

136

Hell bent
LEIGH BARDUGO

12
Traducido por Azhreik

Mercy había acosado a Alex con preguntas durante el resto de la hora, todas
ellas sobre magia y Lethe. Parecía un examen oral, pero Alex pensó que se lo
debía a Mercy y, mientras hacía todo lo posible por explicarlo, tuvo que aceptar
la desagradable verdad de que Mercy habría sido una mejor candidata para
Lethe. Era brillante, hablaba francés con fluidez y tampoco era mala en latín.
Pero ella no había cometido un homicidio, por lo que Alex supuso que eso la
ponía en desventaja.

—Buena suerte —dijo Mercy cuando Alex se marchó para encontrarse con
Dawes—. Trata de no morir ni nada. 137
—No hoy al menos.

—¿Es Darlington la razón por la que no tienes citas?

Alex se detuvo con la mano en el marco de la puerta.

—¿Qué tiene que ver él con eso?

—Quiero decir, él no es tu primo y es uno de los humanos más hermosos


que he visto.

—Es un amigo. Un mentor.

—¿Y?

—Es... sofisticado. Darlington era demasiado hermoso, demasiado culto,


demasiado experimentado. No estaba simplemente cortado con una tijera
diferente; estaba creado y confeccionado demasiado finamente.

Mercy sonrió.

—Me gustan las cosas sofisticadas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Él no es una bufanda de cachemira, Mercy. Tiene cuernos.

—Tengo una marca de nacimiento con forma de Wisconsin.

—Me voy.

—¡No olvides que tienes que elegir un libro para nuestra sección humor
británico! —Mercy dijo.

El humor en la novela británica moderna. Alex había esperado Monty


Python pero había conseguido Lucky Jim y Novel on Yellow Paper. No estaba
nada mal. Dejó a Mercy con la promesa de reunirse para cenar, contenta de
huir de la inquisición. Había estado demasiado ocupada tratando de no
morirse como para pensar en tener citas o incluso tener un ligue. Darlington
no tenía nada que ver con eso, sin importar lo bien que lucía sin ropa.

Dawes estaba esperando en la entrada de Sterling, encorvada junto a la losa


escultórica de la Mesa de las Mujeres como si fuera a quedarse dormida en
cualquier momento. Alex sintió una oleada de culpa no deseada. Dawes no
138
estaba hecha para este tipo de trabajo. Se suponía que debía permanecer a
salvo en Il Bastone, ocupándose de su tesis como un jardín que crecía
lentamente. Ella era personal de apoyo, un gato de interior. El ritual en
Pergamino y Llave había estado fuera de su zona de confort, y no había
recompensado a ninguna de los dos con un sentimiento de logro. Ahora Dawes
parecía casi como si hubiera sido maltratada. Tenía manchas oscuras debajo
de los ojos por la falta de sueño, su cabello estaba sin lavar, y Alex estaba
bastante segura de que todavía estaba vestida con la ropa que había usado la
noche anterior, aunque con Dawes era difícil estar segura.

Alex quería decirle que se fuera a casa y descansara un poco, que ella
misma podía encargarse. Pero no podía en absoluto, y no sabía cuánto tiempo
tenían antes de que explotara la bomba que era Darlington.

—¿Has dormido algo? —preguntó.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Dawes sacudió bruscamente la cabeza, con los dedos apretados alrededor


de la Gaceta de Yale de 1931 con la que Alex se había quedado dormida y un
cuaderno negro de piel de topo.

—Estuve en la biblioteca de Lethe toda la noche, tratando de encontrar


historias de personas que usaron Guanteletes.

—¿Alguna suerte?

—Había unas pocos.

—Eso es bueno, ¿verdad?

Dawes estaba tan pálida que sus pecas parecían flotar sobre su piel.

—Encontré menos de cinco registros que pueden corroborarse de alguna


manera y que dejaron algún rastro de un ritual.

—¿Es suficiente para empezar?

Dawes le lanzó una mirada molesta. 139


—No estás escuchando. Estos rituales no están registrados, no se discuten,
porque fueron un fracaso, porque los participantes trataron de ocultar los
resultados. La gente se volvió loca, desaparecieron, murieron horriblemente. Es
posible que un Guantelete fuera el responsable de la destrucción de Thonis.
Esto no es algo con lo que debamos estar jugando.

—Michelle dijo eso.

Dawes parpadeó con sus ojos inyectados en sangre.

—Yo... ¿Le contaste sobre el Guantelete?

—Ella vino a verme. Trató de advertirnos de que no lo intentáramos.

—Con buena razón.

—¿Así que quieres parar?

—¡No es tan simple!

Alex empujó a Dawes hacia la pared y bajó la voz.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Lo es. A menos que quieras intentar acceder a Pergamino y Llave y abrir
otro portal a medias, esto es todo lo que tenemos. Lo hacemos o tenemos que
destruirlo. No hay otras opciones.

—El ritual comienza con enterrarnos vivas. —Dawes estaba temblando.

Alex apoyó una mano torpe en su hombro.

—Veamos qué encontramos, ¿de acuerdo? No tenemos que hacerlo. Esto es


solo investigación.

Era como si Alex hubiera susurrado un hechizo de transformación.

Dawes soltó un suspiro entrecortado y asintió. Ella entendía la


investigación.

—Cuéntame sobre el escriba —dijo Alex, ansioso por hacerla hablar de algo
que no fuera muerte o destrucción.

—Hay ocho escribas —dijo Dawes, retrocediendo unos pasos y señalando la 140
mampostería sobre las puertas de Sterling—. Todos de diferentes partes del
mundo. Las civilizaciones más recientes están a la derecha: maya, china,
griega, árabe. Está el búho ateniense. Y a la izquierda, los cuatro escribas
antiguos: dibujos rupestres de Cromañón, una inscripción asiria de la
biblioteca de Nínive, el hebreo es de los Salmos y el egipcio... los jeroglíficos
fueron elegidos por el doctor Ludlow Seguine Bull.

«Ojalá pudiera hacerte amar los libros más que a tu madre.» Una inscripción
apta para una biblioteca, pero tal vez algo más.

Dawes sonrió, su miedo había sido consumido por la emoción del


descubrimiento.

—El doctor Bull era Cerrajero. Fue miembro de Pergamino y Llave. Comenzó
estudiando derecho pero luego cambió a egiptología.

Todo un cambio. Alex sintió una punzada de emoción.

—Este es el primer paso en el Guantelete.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Quizás. Si es así, tendremos que despertar el Guantelete ungiendo el


primer pasaje con sangre.

—¿Por qué siempre es sangre? ¿Por qué nunca puede ser mermelada o
crayón azul?

Y si este era el primer paso en el Guantelete, ¿qué venía después? Estudió


al escriba inclinado sobre su trabajo, los jeroglíficos, los remos del barco
fenicio, las alas del toro babilónico, el erudito medieval de pie en el centro de
todo, como si tomara nota del desorden a su alrededor. ¿Estaba la respuesta
en algún lugar de todo estas esculturas? Había demasiadas posibilidades,
demasiados símbolos por descifrar.

Sin una palabra, atravesaron la entrada arqueada y entraron. Pero el


interior de la biblioteca era aún más abrumador.

—¿Qué tan grande es este lugar?

—Más de cuatrocientos metros cuadrados —dijo Dawes—. Y cada


141
centímetro está cubierto de mampostería y vidrieras. Cada habitación es
temática. Incluso el comedor. Hay un balde tallado y un trapeador encima del
armario del conserje. Se inspiraron en todo para la decoración: manuscritos
medievales, las fábulas de Esopo, el Ars Moriendi . —Dawes se detuvo en medio
del amplio pasillo, su sonrisa se evaporó.

—¿Qué?

—Ars moriendi. Eso... Literalmente significa el arte de morir. Eran


instrucciones sobre cómo morir bien.

—Investigamos, ¿recuerdas? —instó Alex, esa culpa la invadió de nuevo.


Dawes estaba realmente aterrorizada, y Alex sabía que si se detenía a pensar lo
suficiente, podría tener el sentido común de estar asustada también. Estiró el
cuello y miró los techos abovedados, los patrones repetitivos de flores y
piedras, las luces de los candelabros en forma de rosas—. Realmente parece
una iglesia.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Una gran catedral —Dawes coincidió, un poco más firme ahora—. En ese
momento, hubo mucha controversia sobre que un edificio de Yale tuviera un
estilo tan teatral. Saqué algunos de los artículos. No son amables. Pero la
suposición era que Goodhue, el arquitecto original, continuaba con la tradición
gótica establecida por el resto del campus.

«Goodhue». Alex recordaba su biografía encuadernada en espiral sobre la pila


de libros en el dormitorio de Darlington. ¿La había enviado allí
deliberadamente?

—Pero Goodhue murió —dijo Alex—. Repentinamente.

—Era muy joven.

—Y no tenía conexión con las sociedades.

—No que sepamos. James Gamble Rogers intervino y el dinero de Sterling


pagó todo. Hay una placa dedicada a él en la entrada. Fue el regalo más grande
jamás entregado a una universidad en ese momento. Pagó el Salón Sterling de
142
Medicina, el Edificio de Leyes Sterling y la Escuela de Divinidad. —Dawes
vaciló—. Hay un laberinto en el patio. Se supone que fomenta la meditación,
pero…

—¿Pero tal vez realmente está destinado a ser un laberinto? —Un


rompecabezas para atrapar a cualquier demonio interesado.

Dawes asintió.

—Sterling no tuvo hijos. Nunca se casó. Vivió con un amigo durante


cuarenta años. James Bloss. Compartían habitación, viajaban juntos. Su
biógrafo se refirió a él como el amigo de toda la vida de Sterling, pero lo más
probable es que estuvieran enamorados, fueran compañeros de vida. El
testamento de Sterling exigía que todos sus papeles y correspondencia fueran
quemados a su muerte. La especulación es que se estaba protegiendo a sí
mismo y a Bloss, pero tal vez había algo más que quería ocultar.

Como un plan para construir una puerta de entrada al inframundo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex miró hacia la entrada.

—Si el escriba es el comienzo, ¿cuál es el siguiente paso?

—Darlington no aludió a cualquier escriba para conducirnos a Sterling —


dijo Dawes, agitando la Gaceta—. Citó al egipcio. Hay dos salas con vidrieras
que hacen referencia al Libro egipcio de los muertos . Temáticamente…

Pero Alex había dejado de escuchar. Ella estaba mirando hacia la extensión
hasta el mostrador de recepción y el mural sobre él, los colores limpios y
brillantes, en desacuerdo con la penumbra del edificio.

—Dawes —dijo, interrumpiendo, emocionada pero también temerosa de


hacer el ridículo—. ¿Qué pasa si el siguiente paso está justo frente a nosotros?
Esa es María, ¿verdad? ¿Madre María? —«Ojalá pudiera hacerte amar los libros
más que a tu madre.»

Dawes parpadeó, mirando el mural y la mujer de pelo dorado y vestido


blanco en el centro.
143

—No es María.

—Oh. —Alex trató de ocultar su decepción.

—Se llama Alma Mater —dijo Dawes, su emoción hizo vibrar las palabras—.
Madre del Conocimiento.

Partieron a paso ligero. Era difícil no echar a correr.

El mural era enorme y estaba colocado en un arco gótico. Mostraba a una


mujer elegante con un libro abierto en una mano y un orbe en la otra. Estaba
enmarcada por una ventana dorada, las torres de alguna ciudad flotaban sobre
ella. Pero tal vez no era una ventana. Tal vez era una puerta.

—Se parece a María —señaló Alex. El mural podría haber sido un retablo
recién salido de una iglesia—. Incluso hay un monje a su lado.

Había ocho figuras reunidas a su alrededor. ¿Ocho figuras, ocho casas del
Velo? Parecía posible.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Luz y Verdad son las dos mujeres de la izquierda —dijo Dawes—. El resto
de las figuras representan el arte, la religión, la literatura, etc.

—Pero ninguno de ellos muestra un cartel de a dónde ir después. Supongo


que vamos a la izquierda o a la derecha.

—O hacia arriba —dijo Dawes—. Los ascensores conducen a las estanterías


y las oficinas.

—La literatura está apuntando a la izquierda.

Dawes asintió.

—Pero la Luz y la Verdad miran directamente hacia… el árbol. —Agarró el


brazo de Alex. Es igual que el del mural. El Árbol del Conocimiento.

Sobre la cabeza del Alma Mater, en medio de los arcos de un edificio que
bien podría ser una biblioteca, estaban las ramas de un árbol, perfectamente
reflejadas en piedra sobre el arco a su derecha. Otra entrada. Tal vez otro paso
144
en el Guantelete.

—Conozco esta cita —dijo Alex mientras se acercaban al arco. —


“Estudiosos, déjenme sentarme y mantener una conversación con los
portentosos muertos.“

—¿Thomson? —preguntó Dawes—. No sé mucho sobre él. Era escocés, pero


ya no es muy leído.

—Pero Libro y Serpiente lo usa al comienzo de sus rituales. —Debajo del


arco había un reloj de arena de piedra, otro memento mori. Puede ser una
señal. Puede que no sea nada en absoluto. Excepto... Dawes, mira.

El arco debajo del Árbol del Conocimiento conducía a un corredor. Había


vitrinas de vidrio a la izquierda y, a la derecha, una serie de ventanas
adornadas con vidrieras amarillas y azules. Cada columna entre ellos estaba
decorada con una piedra grotesca, estudiantes inclinados sobre sus libros. La
mayoría eran juguetones: un niño bebía una jarra de cerveza y miraba una
página central en lugar de su trabajo, otro escuchaba música, otro dormía.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Uno de los libros abiertos decía ERS 1 CHISTE. Alex había pasado junto a ellos
sin darse cuenta, concentrada en los papeles que tenía que escribir, la lectura
aún sin leer. Hasta que Darlington los señaló.

—Siento que él está aquí con nosotros —dijo.

—Ojalá estuviera —respondió Dawes, tratando de encontrar la página


correcta en su antiguo artículo de la Gaceta—. La arquitectura es su
especialidad, no la mía. Pero esto… —Hizo un gesto hacia el grotesco particular
que Alex había señalado—. La única descripción es “leyendo un libro
emocionante”.

Y, sin embargo, miraban directamente a la Muerte, con la calavera


asomando debajo de la capa y una mano esquelética apoyada en el hombro del
estudiante de piedra. «Estudiosos, déjenme sentarme y mantener una
conversación con los portentosos muertos.»

—Creo que nos conduce por el pasillo —dijo Alex. —¿A dónde va? 145
Dawes frunció el ceño.

—A ninguna parte realmente. Termina en Manuscritos y Archivos. Hay una


salida allí que nos sacaría del edificio.

Caminaron hasta el final del pasillo. Había un vestíbulo extraño con un


techo alto. Tritones de hierro con las colas partidas los miraban desde las
ventanas. ¿Estaban persiguiendo fantasmas? Si a los demonios les encantaban
los juegos, tal vez Darlington les había dado las suficiente pistas para
atraparlas en Sterling, cazando mensajes secretos en la piedra.

Había otro arco más adelante, pero estaba extrañamente desprovisto de


decoración. A su derecha había dos puertas y un panel de pequeñas ventanas
cuadradas que parecían pertenecer a una taberna. Algunos de ellos estaban
decorados con ilustraciones en el cristal: el fabricante de barriles, el panadero,
el organista.

—¿Qué son éstos? —preguntó.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Dawes hojeó la Gaceta.

—Quien haya escrito esto hizo imposible encontrar nada. Si no es


deliberado, es un crimen. —Sopló un mechón suelto de cabello rojo de su
frente—. Está bien, son grabados en madera de alguien llamado Jost Amman.

Tan pronto como las palabras salieron de la boca de Dawes, ambas se


quedaron quietas.

—Déjame ver eso. —Dawes entregó la Gaceta. Dawes había pronunciado


Jost como Yost, pero al verlo escrito en la página, no había duda. Recordó
haberle rogado a Darlington que le dijera si sabía dónde encontrar el
Guantelete, y la extraña desesperación en su voz cuando respondió: Ojalá lo
supiera. Pero yo soy sólo un hombre, heredero de nada. Había querido decírselo,
pero no pudo. Tuvo que jugar el juego del demonio y esperar que ellas
resolvieran su acertijo.

Solo un hombre. Just a Man en inglés Jost Ammán. Estaban en el lugar 146
correcto.

«Así que muéstrame el siguiente paso, Darlington.» A su izquierda había un


pequeño ratón de piedra mordisqueando la pared. A su derecha, una diminuta
araña de piedra. ¿Era eso un guiño al fuego y azufre de Jonathan Edwards?
Alex solo sabía el sermón porque era una broma en su residencia. “El Dios que
os sostiene sobre el abismo del infierno, como quien sostiene una araña o algún
insecto repugnante sobre el fuego, os aborrece y está terriblemente irritado.” Por
eso sus equipos se llamaban Arañas JE.

«¿Qué tal eso contra la escuela dominical, Turner?»

—¿A dónde conducen estas puertas? —preguntó Alex. Eran dos, encajadas
burdamente en un rincón.

—Esta va al patio —dijo Dawes, señalando una puerta con Lux et Veritas
grabado en piedra encima. Luz y Verdad, el lema de Yale, al igual que las

Hell bent
LEIGH BARDUGO

figuras plasmadas en el mural que las había conducido hasta aquí—. Esa va a
un montón de oficinas.

—¿Qué no estamos captando?

Dawes no dijo nada, mordiéndose el labio.

—¿Dawes?

—Yo... bueno, es solo una teoría.

—No podemos pasar años cavilándolo como una tesis. Dame cualquier cosa.

Dawes tiró de un mechón de su cabello y Alex notó que se debatía consigo


misma, siempre buscando la perfección.

—En los registros de los Guanteletes que pude encontrar, cuatro peregrinos
entran juntos: el soldado, el erudito, el sacerdote y el príncipe. Hacen un
circuito, cada uno localiza una puerta y ocupa sus puestos. El soldado es el
último y completa el circuito por su cuenta. 147
—Está bien —dijo Alex, aunque se esforzaba por ver cómo se relacionaba.

—Al principio pensé… bueno, hay cuatro puertas que conducen al Patio
Selin. Una en cada esquina. Pensé que tal vez las pistas nos estaban
conduciendo hacia el patio. Pero…

—Pero no hay forma de completar el circuito.

—No sin salir del edificio —dijo Dawes. Suspiró—. No sé. No sé qué viene
después. Darlington lo sabría. Pero aunque lo averigüemos... Cuatro asesinos,
cuatro peregrinos. Nos estamos quedando sin tiempo para encontrarlos.

—¿Crees que el círculo de protección no aguantará?

—No estoy segura, pero yo... creo que nuestra mejor oportunidad es realizar
el ritual en Halloween.

Alex se frotó los ojos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Así que romperemos todas las reglas a la vez? —No se permitían rituales
en Halloween, particularmente nada relacionado con magia de sangre. Había
demasiados Grises atraídos por la emoción de la noche. Era demasiado
arriesgado. Sin mencionar que Halloween era apenas en dos semanas.

—Creo que tenemos que hacerlo —dijo Dawes—. Los rituales funcionan
mejor en momentos portentosos, y se supone que Samhain es la noche en que
se abre la puerta al inframundo. Hay teorías de que el primer Guantelete se
construyó en Rathcroghan, en la Cueva de los Gatos. Ahí es donde se originó
Samhain.

A Alex no le gustaba nada de eso. Ella sabía de qué eran capaces los Grises
cuando los atraía la sangre o una emoción poderosa.

—Eso apenas nos da tiempo para encontrar a dos asesinos más, Dawes. Y el
nuevo pretor estará instalado para entonces.

—No soy una asesina. 148


—Está bien, otros dos solucionadores de problemas reacios pero eficientes.

Dawes frunció los labios pero continuó.

—También necesitaremos a alguien que nos vigile, que mantenga nuestros


cuerpos a salvo en caso de que algo salga mal.

Una vez más, Alex tuvo la sensación de que todo esto era demasiado para
ellas. Necesitaban más gente, más experiencia, más tiempo.

—Dudo que Michelle vaya a ser voluntaria.

Su teléfono sonó y maldijo cuando vio el nombre. Una vez más la había
jodido.

—Lo siento —dijo antes de que Turner pudiera abalanzarse sobre ella—.
Quería revisar la cita bíblica, pero…

—Tenemos otro cuerpo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex estuvo tentado de preguntar si estaba bromeando, pero Turner no


bromeaba.

—¿Quién? —preguntó en su lugar—. ¿Dónde?

—Encuéntrame en el Colegio Morse.

—Solo Morse, Turner. No se dice Colegio Morse.

—Trae tu trasero aquí, Stern.

—Turner cree que ha habido un asesinato —dijo Alex mientras colgaba.

—¿Otro?

Nadie había confirmado que Marjorie Stephen fuera asesinada, por lo que
Alex no estaba ansiosa por sacar conclusiones precipitadas. E incluso si hubo
dos asesinatos, eso no significaba que estuvieran conectados. Excepto que
Turner no la llamaría a menos que pensara que sí y que las sociedades estaban
involucradas. 149
—Adelante —dijo Dawes—. Seguiré buscando por aquí.

Pero había algo que molestaba a Alex.

—No lo entiendo —dijo, girando en un círculo lento, observando la


inmensidad del lugar. Ella y Mercy solían estudiar en una de las salas de
lectura. Nunca había llegado a las estanterías. Incluso la extensión de un
edificio tan grande era difícil de entender—. “Los amigos de Johnny y Punter
construyeron un Guantelete”. Eso es lo que dijo nuestro amigo Bunchy. ¿De
verdad quieres que crea que permaneció en secreto tanto tiempo?

—He estado pensando en eso también —dijo Dawes—. Pero, ¿y si... y si


Bunchy se equivocó? ¿Qué pasaría si Lethe construyó el Guantelete dentro de
Sterling?

—¿Qué?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Piénsalo. ¿Gente de Huesos y Llaves trabajando juntos? Las sociedades no


comparten secretos. Ellos atesoran su poder. La única vez que trabajaron
juntos fue para formar Lethe y eso fue solo para…

—Salvar sus propios culos.

Dawes frunció el ceño.

—Bueno, sí. Crear una sociedad que tranquilizaría a la administración y


mantendría a raya a las demás sociedades. Un organismo de control.

—¿Estás diciendo que el organismo de supervisión pensó que sería una


buena idea ocultar una puerta secreta al infierno a plena vista?

Había color en las mejillas de Dawes ahora. Sus ojos brillaban.

—Harkness, Whitney y Bingham son considerados los padres fundadores de


Lethe. Harkness era un Cabeza de Lobo, y él fue quien contrató a James
Gamble Rogers para construir la mitad del campus, incluida esta biblioteca.
150
—Pero, ¿por qué lo construiría Lethe si no iban a usarlo? —No tenía sentido.

—¿Estamos seguros de que no lo usaron? —preguntó Dawes—. Tal vez


sabían que estaban jugando con cosas potencialmente catastróficas y no
querían que la gente lo supiera.

Quizás. Pero no tenía mucho sentido.

—¿No todo se trata de ver el otro lado? —preguntó Alex—. ¿Desentrañar los
misterios del más allá? Es por eso que me involucraron en Lethe. Si hubieran
ido al inframundo, habrían dejado un registro. Habrían hablado de ello,
debatido, diseccionado.

Dawes parecía inquieta, y eso hizo que Alex se pusiera aún más nerviosa.
Algo en todo esto se sentía mal. ¿Por qué construir un Guantelete que no
tenían la intención de usar? ¿Por qué borrar cualquier registro al respecto? No
estaban viendo la imagen completa, y Alex no pudo evitar pensar que alguien
no quería que la vieran.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Una cosa era lanzarse de cabeza a la oscuridad. Otra era sentir que alguien
había apagado deliberadamente las luces. Alex tenía la misma sensación que
había tenido la noche en que cruzó la puerta de Eitan y la engañaron para que
revelara su poder. Estaban caminando hacia una trampa.

151

Hell bent
LEIGH BARDUGO

13
Traducido por Yull

Cuando Alex vio el cuerpo de Marjorie Stephen, se preguntó si Turner había


estado imaginando cosas, viendo asesinatos porque el asesinato era su trabajo.
La profesora parecía casi pacífica, la finalidad de su muerte era apenas una
interrupción. El edificio y el mundo a su alrededor permanecían
imperturbables.

No como el Decano Beekman. La intersección frente a Morse, el mismo lugar


donde se encontró el cuerpo de Tara Hutchins el año pasado, estaba atestada
de coches de policía, sus luces parpadeaban en perezosos círculos. Se habían
152
erigido barreras y policías uniformados verificaban las identificaciones de los
estudiantes antes de permitirles el acceso al patio. Turner la estaba esperando
cuando llegó y la guio adentro sin decir una palabra.

—¿Cómo vas a explicar tenerme aquí? —preguntó Alex mientras deslizaba


unos botines azules sobre sus zapatos.

—Les digo a todos que eres mi CI1.

—Genial, ahora soy una soplona.

—Has estado peor. Entra.

La puerta de entrada a la oficina del Decano Beekman colgaba en ángulo y


había un rastro de barro a través de la entrada. El pesado escritorio estaba
torcido y los libros yacían esparcidos por el suelo junto a una botella de vino
tinto derramada. El profesor estaba boca arriba, como si hubiera estado

1 Contacto Interno

Hell bent
LEIGH BARDUGO

sentado en la silla y simplemente se hubiera caído hacia atrás. Sus piernas


todavía estaban enganchadas sobre el asiento. Uno de sus zapatos se había
caído y la lámpara a su lado se había volcado.

¿El Decano se había quedado dormido leyendo junto al fuego y su atacante


lo había sorprendido? ¿O se habían peleado y lo habían empujado hacia atrás
en su silla? Parecía tonto, casi caricaturesco con los pies en el aire de esa
manera, y Alex deseó que no hubiera tanta gente alrededor para verlo.
Estúpido. ¿Qué importaba ahora al Decano Beekman? Alex nunca había tenido
una clase con él, ni siquiera estaba segura de lo que enseñaba, pero era uno de
esos profesores que todos conocían. Llevaba un sombrero de pescador de tweed
y una bufanda Morse, y andaba en bicicleta por todas partes en el campus, la
campana tintineaba alegremente mientras saludaba a los estudiantes. Le
llamaban Beeky y sus clases siempre estaban llenas, sus seminarios eran
legendarios. También parecía conocer a todas las personas interesantes que
habían ido alguna vez a Yale, y había traído a un montón de actores y autores 153
famosos a tomar el té en Morse.

Nadie había dicho una palabra sobre Marjorie Stephen en los días
transcurridos desde que la encontraron muerta. Alex dudaba que nadie más
que los estudiantes y colegas del profesor en el Departamento de Psiquiatría
supieran que había pasado. Pero esto iba a ser algo completamente diferente.

No quería mirar de cerca el cuerpo, pero se obligó a mirar a la cara del


decano. Sus ojos estaban abiertos, pero no tenían el mismo tono lechoso que
Alex recordaba de la primera escena del crimen. Era difícil saber si parecía
mayor de lo que debería. Su boca estaba abierta, su expresión sobresaltada
pero todavía afable, como si saludara a un amigo que había aparecido
inesperadamente en su puerta.

—Su cuello está roto —dijo Turner—. El forense nos dirá si sucedió cuando
se cayó la silla o antes.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Así que nada de veneno —dijo—. ¿Pero crees que esto está relacionado
con la muerte de Marjorie Stephen?

—Esto estaba en su escritorio —Turner le indicó con la mano que se


acercara a un trozo de papel mecanografiado encima del secante: ”No
desconfíen del que vaga.”

—¿Isaías otra vez?

—Así es. Completa la línea que encontramos con el profesor Stephen:


“Oculten a los desterrados, no desconfíen del que vaga”. ¿Encontraste algo en
Lethe al respecto?

Ella sacudió la cabeza.

—No he tenido la oportunidad de investigar. —«He estado demasiado


ocupada averiguando cómo irrumpir en el infierno»—. No sé nada sobre Isaías.

—Era un profeta que predijo la venida de Cristo, pero no veo qué tiene que
154
ver eso con dos profesores muertos.

Alex estudió las estanterías, el escritorio desordenado, el cuerpo rígido.

—¿Esto…? se siente mal. Es demasiado vistoso. La cita de la Biblia. El


cuerpo volcado. Hay algo…

—¿Teatral? —Turner asintió—. Como si alguien pensara que esto es


divertido.

Como si alguien estuviera jugando un juego. Y a los demonios les


encantaban los juegos y los rompecabezas, pero su único demonio residente
estaba actualmente atrapado en un círculo de protección. ¿Alguien en las
sociedades estaba jugando con ellos?

—¿La profesora Stephen conocía a Beekman?

—Si estaban conectados, lo averiguaremos. Pero no estaban en el mismo


departamento. Ni siquiera estaban en el mismo campo. El Decano Beekman

Hell bent
LEIGH BARDUGO

enseñaba Estudios Americanos. No tenía nada que ver con el departamento de


psicología.

—¿Y el veneno que mató a la profesora Stephen?

—Todavía estoy esperando el informe de toxicología.

A las sociedades no les gustaban los ojos sobre ellos, pero eso no significaba
que alguien no se hubiera vuelto rebelde. Aun así, nada de eso realmente tenía
sentido.

—Son las pistas —Se quedó pensativa—. Esas citas de la Biblia no encajan.
Si alguien estuviera usando magia para… no sé, vengarse de sus profesores, no
dejarían pistas. Eso se siente desquiciado.

—O como alguien que finge estar desquiciado.

Eso significaría muchos más problemas. Por mucho que Alex no quisiera
que estas muertes fueran su problema, no podía fingir que no había nada
155
arcano involucrado. La magia era transgresión, el difuminado de la línea entre
lo imposible y lo posible. Había algo en cruzar ese límite que parecía liberarse
de toda la moral y los tabúes que la gente daba por sentado. Cuando algo
estaba a tu alcance, se hacía cada vez más difícil recordar por qué no deberías
tomarlo: dinero, poder, el trabajo de tus sueños, la cogida de tus sueños, una
vida.

—Dime que estoy reaccionando a meras sombras, Stern, y puedes volver a


acechar en esa casa encantada en Orange.

Il Bastone era uno de los lugares menos embrujados de New Haven, pero
Alex no le vio sentido a entrar en esa discusión.

—No puedo —admitió Alex.

—¿No puedes... trabajar con tus contactos en el otro lado?

—No tengo informantes fantasmas, Turner.

—Entonces tal vez intenta hacer algunos amigos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Una vez más, Alex tuvo la sensación de que se estaba perdiendo algo, que si
Darlington hubiera estado aquí, sabría qué buscar; él sería capaz de hacer este
trabajo. Así que tal vez Darlington era exactamente lo que necesitaban. Turner
quería respuestas y podría ofrecerles algo a cambio. Cuatro peregrinos. Cuatro
asesinos. Alex no estaba segura de si era prudente confiar en Turner, pero
confiaba y lo quería de su lado.

—Turner —preguntó Alex—. ¿Alguna vez has matado a alguien?

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—Entonces sí.

—No es de tu maldita incumbencia.

Pero podría serlo.

—¿Cuánto tiempo tienes que estar aquí?

Turner soltó un resoplido de exasperación. 156


—¿Por qué?

—Porque quiero mostrarte algo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Juego de mesa; cartón, papel, hueso

Procedencia: Chicago, Illinois; C. 1919

Donante: Libro y Serpiente, 1936

Una versión de Landlord's Game que se parece mucho a su encarnación posterior,


Monopoly. Nombres de lugares tomados de Chicago y sus alrededores. Los dados están
hechos de hueso, probablemente humano. Algunas evidencias sugieren que el tablero
hecho a mano se creó en Princeton, pero se agregaron los dados y el juego se volvió
muy utilizado durante la Prohibición, cuando una breve ráfaga de actividad oculta
centrada en la librería de DG Nelson resultó en una mayor presencia demoníaca en el
lado norte de la ciudad. Los colores brillantes y el regateo constante que requiere el
juego lo hacen instantáneamente atractivo, mientras que dos factores reglas
157
impenetrables y un juego interminable que puede durar horas, sino días lo hacen
prácticamente imposible de ganar. Es, en definitiva, una trampa perfecta para los
demonios.

Desafortunadamente, uno de los dados se perdió en algún momento y los esfuerzos


para reemplazarlo no tuvieron éxito.

—del Catálogo de la Armería de Lethe revisado y


editado por Pamela Dawes, Oculus

Hell bent
LEIGH BARDUGO

14
Traducido por Azhreik

Turner no podía simplemente alejarse de una escena del crimen activa, pero
accedió a recogerla a la mañana siguiente después de Poetas Modernos. La
noticia de la muerte del decano Beekman se había extendido rápidamente y un
estado de ánimo inquieto se apoderó del campus. La vida continuaba, la gente
andaba aprisa y atendía sus asuntos, pero Alex vio grupos de estudiantes
abrazados, llorando. Algunos llevaban sombreros de pescador negros o de
tweed. Vio volantes para una vigilia en el patio de Morse. No pudo evitar pensar
en la mañana después de que encontraran el cuerpo de Tara, la falsa histeria,
el murmullo de chismes que se había extendido por la universidad como un 158
enjambre vertiginoso de avispones. Alex entendió que Beeky había sido amado,
era una figura paterna, un personaje entretejido en la estructura de Yale. Pero
recordó la emoción que había seguido a la muerte de Tara, el peligro a un paso
de distancia, un nuevo sabor para probar sin ningún riesgo.

Esto era verdadero dolor, verdadero miedo. La profesora de Alex comenzó su


conferencia hablando de cómo el decano Beekman y su esposa la habían
hospedado en su casa un Día de Acción de Gracias y cómo cualquiera que
conociera a Beeky nunca se sintió solo en Yale. La oficina del decano en Morse
había sido acordonada y había oficiales de seguridad apostados en la puerta: la
policía de Yale, no de New Haven. El presidente de la universidad estaba
organizando una reunión de emergencia para estudiantes preocupados en
Woolsey Hall esa noche. El Periódico de Yale había escrito un breve resumen
del asesinato: un presunto robo, la policía ya estaba siguiendo una fuerte pista
fuera de la comunidad de New Haven. Eso olía a: “no se preocupen, padres, esto
no es un crimen de Yale, ni siquiera es un crimen de New Haven. No es necesario

Hell bent
LEIGH BARDUGO

que lleven a sus hijos a Cambridge.” Si la muerte de la profesora Stephen


apenas había causado revuelo, el asesinato del decano Beekman fue como si
alguien arrojara un piano de cola a un lago.

Turner recogió a Alex frente a uno de los nuevos hoteles en Chapel, lo


suficientemente lejos de la escena del crimen y del campus como para que
ninguno de ellos tuviera que preocuparse por ser descubierto. Trató de
prepararlo en el camino a Black Elm, pero él no dijo ni una palabra cuando ella
le dio el relato básico de su teoría sobre Darlington y cómo, contra todo
pronóstico, se había demostrado que tenía razón. Turner simplemente la dejó
hablar, sentado en un frío silencio, como si fuera un maniquí que hubiera sido
colocado detrás del volante para hacer demostración de una conducción
segura. Justo ayer le había dado a Mercy un discurso similar, pero Mercy lo
absorbió todo y volvió con hambre de más. Turner parecía que podría
conducirlos a ambos por un precipicio.
159
Le había enviado un mensaje de texto a Dawes diciéndole que se dirigían a
Black Elm porque parecía lo correcto, pero Alex se arrepintió tan pronto como
la vio de pie en la puerta principal con su sudadera deforme, su brillante
cabello rojo en su recogido torcido habitual, como una vela llena de bultos
coronada por una llama inesperada. Sus labios estaban comprimidos en una
línea de desaprobación.

—Se ve feliz —observó Turner.

—¿Alguien se ve feliz cuando ve venir a la policía?

—Sí, señorita Stern, la gente a la que le roban sus cosas o intenta evitar ser
apuñalada, por lo general parece feliz de vernos.

Al menos sabía que Turner había estado escuchando en el camino. Solo


hablar de magia y ocultismo podía ponerlo en este estado de ánimo.

—Centurión —lo saludó Dawes, y Alex hizo una mueca.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Mi nombre es Detective Abel Turner y lo sabes muy bien. Pareces


exhausta, Dawes. No te están pagando lo suficiente.

Dawes pareció sorprendida y luego dijo:

—Probablemente no.

—Dejé un expediente abierto para estar aquí. ¿Podemos proseguir con esto?

Dawes los condujo al interior, pero una vez que estaban siguiendo a Turner
escaleras arriba, susurró:

—Esta es una mala idea.

Alex estaba de acuerdo, pero tampoco sabía qué opción tenían.

—Se lo va a decir a Anselm —se preocupó Dawes mientras seguían a Turner


por el pasillo hasta el salón de baile—. El nuevo pretor. ¡La policía!

—No, no les dirá. —Al menos Alex esperaba que no lo hiciera—.


Necesitamos su ayuda y eso significa que debemos mostrarle a lo que nos 160
enfrentamos.

—¿Qué es qué exactamente? Solo admite que te lo estás inventando a


medida que avanzas.

Así era. Pero algo en sus entrañas la estaba empujando de vuelta a Black
Elm y había arrastrado a Turner junto con ella.

—Si tienes alguna otra idea, solo dilo, Dawes. ¿Conoces a algún asesino?

—¿Aparte de ti?

—Él puede ayudarnos. Y él también necesita nuestra ayuda. El decano


Beekman fue asesinado.

Dawes se detuvo en seco.

—¿Qué?

—¿Lo conocías?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Por supuesto que lo conocía. Todo el mundo lo conocía. Tomé una de sus
clases cuando era estudiante. Él...

—Cristo en bicicleta.

Turner se había quedado congelado en la puerta del salón de baile y no


parecía tener ninguna intención de entrar. Dio un paso hacia atrás, con una
mano extendida como para protegerse de lo que estaba viendo, la otra mano
apoyada en su arma.

—No puedes dispararle —dijo Alex con toda la calma que pudo reunir—. Al
menos no creo que puedas.

Dawes corrió hacia la puerta, colocándose entre Turner y el círculo dorado,


como una especie de escudo humano.

—¡Te dije que esto era una idea terrible!

—¿Qué es eso? —preguntó Turner. Tenía la mandíbula apretada, la frente


161
baja, pero había miedo en sus ojos—. ¿Qué estoy viendo?

Todo lo que Alex pudo ofrecer fue:

—Te dije que era diferente.

—Diferente es que perdiste unos kilos. Te cortaste el pelo. No esto.

En ese momento los ojos de Darlington se abrieron, brillantes y dorados.

—¿Dónde han estado? —Turner se sobresaltó ante el sonido de la voz de


Darlington, humana excepto por ese eco frío—. Apestan a muerte.

Alex gimió.

—No estás ayudando.

—¿Por qué me trajiste aquí? —Turner dijo entre dientes—. Pedí ayuda con
un caso. Pensé que había dejado claro que no quiero formar parte de esta
mierda loca de culto.

—Vamos abajo —dijo Dawes.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Quédense —dijo Darlington, y Alex no supo si era una súplica o una


orden.

—Creo que Darlington puede ayudarte —dijo—. Creo que es el único de


nosotros que puede.

—¿Esa cosa? Escucha, Stern, no sé cuánto de esto es real y cuánto es...


mierda de abracadabra, pero reconozco un monstruo cuando lo veo.

—¿En serio? —Alex sintió que su ira aumentaba—. ¿Sabías que el decano
Sandow era un asesino? ¿Sabías que Blake Keely era un violador? Te mostré lo
que hay detrás de la puerta. No puedes simplemente cerrarla y fingir que
nunca miraste.

Turner se pasó una mano por los ojos.

—Seguro que me gustaría poder hacerlo.

—Vamos.
162
Alex entró en la habitación y esperaba que la siguiera. El aire irradiaba
calor. Ese olor dulce estaba en todas partes, ese olor a fuego salvaje, el hedor
del desastre transportado por el viento, del tipo que hacía que los coyotes
corrieran desde las colinas hacia los patios traseros de los suburbios para
agazaparse y aullar junto a las piscinas.

—Detective —dijo la criatura detrás de la pared dorada.

Turner se quedó junto a la puerta.

—¿Eres realmente tú?

Darlington hizo una pausa, reflexionó.

—No estoy del todo seguro.

—Maldita sea —murmuró Turner, porque a pesar de los cuernos y los


símbolos brillantes, Darlington parecía humano—. ¿Qué te sucedió? ¿Qué es
todo esto? ¿Por qué diablos estás desnudo?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Está atrapado —dijo Alex, tan simplemente como pudo—, y necesitamos


tu ayuda para sacarlo.

—No te refieres a presentar un informe de personas desaparecidas,


¿verdad?

—Me temo que no.

Turner se agitó como si todavía se preguntara, incluso esperara que fuera


un sueño.

—No —dijo al fin—. No. Yo no... Este no es mi trabajo y no quiero que lo


sea. Y no me digas que esto tiene algo que ver con nuestros jefes en Lethe
porque conozco esa mirada de ardilla en el rostro de Dawes. Tiene miedo de
que vaya a delatarlas.

—Tu caso...

—No empieces, Stern. Me gusta mi trabajo, no, amo mi trabajo, y sea lo que
163
sea esto... No vale todo el dinero en el bolsillo del diablo. Resolveré el caso por
mi cuenta con un buen trabajo detectivesco. “Escondan a los desterrados” y
toda esa mierda…

—“No desconfíen del descarriado” —dijo Darlington, terminando la cita.

Alex casi esperaba truenos y relámpagos, alguna respuesta cósmica a que


un mitad demonio, o tal vez más que mitad demonio, recitara la Biblia.

—Esa es —dijo Turner incómodo.

—Te lo dije —susurró Alex.

—Vienen de la escena del crimen —dijo Darlington—. Por eso llevan la


muerte como sudario.

Turner miró a Alex y deseó que Darlington hablara como Darlington. Pero
Turner era detective y no podía no preguntar.

—¿La cita te resulta familiar?

—¿Quién fue asesinado?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Un profesor y el decano del Colegio Morse.

—Dos cuerpos —reflexionó Darlington; luego una leve sonrisa cruzó su


rostro, traviesa, casi hambrienta en su alegría, nada humana en ella—. Habrá
un tercero.

—¿Qué diablos significa eso?

—Exactamente.

—Explícate —exigió Turner.

—Siempre admiré la virtud —murmuró Darlington—. Pero nunca podría


imitarla.

Turner levantó las manos.

—¿Ha perdido completamente la cabeza?

En algún lugar muy por debajo sonó el timbre al mismo tiempo que sonaba
el teléfono de Dawes. 164
Todos se sobresaltaron, todos menos Darlington.

Dawes respiró hondo. Estaba mirando su teléfono.

—Oh Dios. Oh Dios.

—¿Quiénes son? —preguntó Alex, mirando la pantalla, donde una pareja


bien vestida intentaba mirar a través de las ventanas junto a la puerta
principal.

—Parecen agentes de bienes raíces —dijo Turner.

Pero Dawes parecía más aterrorizada que cuando abrieron un portal al


infierno.

—Esos son los padres de Darlington.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

15
Traducido por Azhreik

Turner negó con la cabeza.

—Son como niños a los que atraparon asaltando el gabinete de licores.

La mente de Alex pasó rápidamente por posibles estrategias, excusas,


elaboradas mentiras.

—Ustedes dos permanezcan fuera de la vista hasta que me ocupe de ellos.

—Alex...

—Solo déjame encargarme. No voy a golpear a nadie.

Al menos esperaba no hacerlo. Traducir latín y rastrear citas bíblicas no


165
estaban en su conjunto de habilidades, pero les había estado mintiendo a los
padres la mayor parte de su vida. El problema era que le faltaba información.
Darlington nunca había hablado de su madre y su padre, sólo de su abuelo,
como si hubiera surgido del musgo que se adhería a las piedras de la vieja casa
y hubiera sido cuidadosamente atendido por un jardinero envejecido y
cascarrabias.

Necesitaba al anciano. El que de vez en cuando veía merodeando por la casa


en bata de baño, con un paquete de Chesterfield aplastado en el bolsillo.

«Vamos» pensó Alex, tratando de no entrar en pánico mientras bajaba


corriendo las escaleras. «¿Dónde estás?»

Ahora podía oír a los Arlington golpeando la puerta de la cocina. Miró el


teléfono de Dawes y vio sus expresiones de frustración.

—El Mercedes está en la entrada —murmuró su padre.

—Nos está haciendo esperar a propósito.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Deberíamos haber llamado primero.

—¿Para qué? —se quejó su madre—. Él nunca contesta.

Alex se puso el suéter de un tirón, aunque todavía estaba cubierta de sudor


por el calor del salón de baile. Necesitaba cubrir sus tatuajes, parecer
respetable, autoritaria.

«Allí.» El anciano estaba sentado en la terraza acristalada con Cosmo a sus


pies.

—Necesito tu ayuda —dijo Alex.

—¿Qué diablos estás haciendo en mi casa? —preguntó lastimeramente.

Así que Alex había tenido razón. No era un gris que había entrado y le
gustaba la atmósfera. Los fantasmas no se sentían atraídos por los lugares
vacíos de forma natural. Este tenía que ser el abuelo de Darlington.

«Vamos.» Extendió la mano y tiró. La boca del hombre hizo un oh 166


sobresaltado, y luego se precipitó hacia ella con un estertor como una tos vieja.
Alex saboreó cigarrillos y algo parecido al alquitrán. «Cáncer». Estaba
saboreando el cáncer. Estaba débil cuando murió, con un dolor terrible, y su
rabia lo había quemado con un calor tan brillante que ella también podía
saborearlo. No necesitaba su fuerza, necesitaba sus recuerdos, y llegaron
claros y rápidos, tal como los del Novio cuando lo había dejado entrar en su
mente.

Estaba mirando Black Elm, pero era hermoso, vivo, lleno de luz y gente. Los
amigos de su padre, el viejo capataz de la zapatería. Corría por los pasillos,
persiguiendo a un gato blanco hasta el jardín. No podía ser Cosmo, esto fue
hace mucho tiempo y, sin embargo... el gato se giró para mirarla con un ojo
lleno de cicatrices. «Gato Bowie.»

No había hermanos ni hermanas, solo un hijo, siempre un niño para


atender el negocio, Black Elm. No estaba solo. Este era su palacio, su fortaleza,
el barco que capitaneaba en cada partida. Estaba fumando cigarrillos robados

Hell bent
LEIGH BARDUGO

en la habitación de la torre, mirando los árboles. Escondió sus tesoros debajo


del alféizar suelto: cómics y trozos de caramelo, luego whisky, cigarrillos y
ejemplares de Bachelor. Estaba viendo llorar a su padre mientras el anciano
firmaba los papeles que cerrarían la fábrica. Estaba tirando de Jeannie Bianchi
por un pasillo oscuro, jadeando en su oído cuando se corrió en su mano.

Se vistió con un traje negro y guardó luto a su madre. Vistió el mismo traje
negro para enterrar a su padre. Compró a su esposa un Mercedes granate e
hicieron el amor en el asiento trasero, justo en la entrada.

—Vámonos a California —susurró ella—. Conduzcamos allí hoy.

—Claro —respondió él, pero no lo decía en serio. Black Elm lo necesitaba,


como siempre. Él la observaba desde la puerta del estudio, sentada sobre sus
pies, escuchando música que a él no le gustaba o que no entendía, bebiendo de
grandes vasos de vodka. Ella lo miró, se puso de pie sobre piernas inestables,
subió el volumen—. Te va a matar —le advirtió—. Ya tiene tu hígado. —Ella 167
subió el volumen de la música. El alcohol sí la mató al final. Tuvo que comprar
un nuevo traje negro. Pero no podía culparla por no poder parar. Cosas que
amas, cosas que necesitas, no dejan de quitártelas.

Sostenía a un niño en sus brazos, su hijo... no, su nieto, una segunda


oportunidad para hacerlo bien, para forjar a este niño con acero de fábrica, un
verdadero Arlington, fuerte y capaz, no como el tonto de su hijo, con voluntad
débil, revoloteando de un fracaso a otro, una vergüenza. Si Daniel no se
hubiera parecido tanto a un Arlington, habría sospechado que su esposa había
encontrado a algún artista de mentón débil con quien pasar las tardes. Era
como ver su reflejo en una casa de espejos y verse despojado de todas las
agallas. Pero no cometería los mismos errores con Danny.

La casa era diferente ahora, silenciosa y oscura, nadie excepto Bernadette


tarareaba en la cocina y Danny corría por los pasillos como él mismo lo había
hecho antes. No había esperado envejecer. Realmente no había entendido lo
que era ser viejo, su cuerpo estaba en una rebelión gradual, la soledad se

Hell bent
LEIGH BARDUGO

acercaba como si hubiera estado esperando que aminorara la velocidad para


poder atraparlo. Él había sido intrépido antes. Había sido fuerte. Daniel y su
esposa cancelaron su visita.

—Bien —dijo. Pero no lo decía en serio tanto como quería.

¿Cuándo se había infiltrado la muerte? ¿Cómo supo dónde encontrarlo?


Pregunta tonta. Había estado viviendo en esta tumba durante años.

—Mátame, Danny. Haz esto por mí.

Danny estaba llorando y, por un momento, vio al niño tal como era, no el
modelo de Arlington, sino un niño real, perdido en las cavernas de Black Elm,
atendiendo sin cesar sus necesidades. Debería decirle que huyera y nunca
mirara atrás, que se liberara de este lugar y este legado letal. En cambio,
agarró la muñeca del chico con sus últimas fuerzas.

—Se quedarán con la casa, Danny. Se llevarán todo. Me mantendrán con


vida y lo drenarán todo, diciendo que es para mi cuidado. Solo tú puedes
168
detenerlos. Debes ser un caballero, solo toma la morfina e inyéctala. Mira,
incluso parece una lanza.

—Ahora vete —dijo mientras el niño lloraba—, no deben enterarse de que


estuviste aquí.

Solo lamentó morir solo.

Pero la muerte no había podido alejarlo de Black Elm. Se encontró aquí de


nuevo, libre de dolor y en casa una vez más, siempre subiendo y bajando las
escaleras, entrando y saliendo de las habitaciones, siempre sintiendo que había
olvidado algo pero sin saber qué era. Observó a Danny comer las sobras de la
cocina, dormir en su cama fría, enterrado bajo abrigos viejos. ¿Por qué había
maldecido a este niño para que fuera sirviente de este lugar como él mismo
antes? Pero Danny era un luchador, un Arlington, acerado, resistente. Deseaba
poder decirle palabras de consuelo, aliento. Deseaba poder retractarse de todo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Danny estaba de pie en la cocina, preparando un brebaje repugnante. Podía


sentir la desesperación de su nieto, la miseria en su interior mientras se
paraba frente a una olla burbujeante y susurraba:

—Muéstrame algo más. —Había preparado una elegante copa de vino, pero
se detuvo antes de verter en ella esa extraña mezcla roja. Danny dejó el viejo
horno holandés de Bernadette y corrió por el pasillo.

El anciano podía sentir la muerte en la olla, la catástrofe. «Para. Detente


antes de que sea demasiado tarde.» Lo golpeó, tratando de tirarlo de la estufa,
deseando volver al mundo, solo por un momento, un segundo. «Sólo dame la
fuerza para salvarlo.» Pero él era débil, inútil, nadie ni nada. Danny regresó con
esa fea caja de recuerdos, Botas de Goma Arlington estampada en la tapa de
porcelana. La había guardado en su escritorio. Dejaba que Danny jugara con
ella cuando era niño. A veces lo sorprendía echándole una moneda de
veinticinco centavos, o un chicle, una piedrita azul del jardín trasero, nada de
169
nada. Danny había creído que la caja era mágica. Ahora vertió el veneno en el
interior. «Detente —quería gritar— Oh, por favor, Danny, detente.» Pero el niño
bebió.

Alex se tambaleó hacia adelante, golpeó la mesa del comedor y casi se cayó
antes de agarrarse del borde. Era demasiado, las imágenes eran demasiado
claras. Cayó de rodillas y vomitó en el suelo, intentando que la cabeza dejara
de darle vueltas, intentando despojarse de todos los Black Elm del pasado y ver
sólo el presente.

El timbre volvió a sonar, acusatorio.

—¡Voy! —gritó.

Se obligó a ponerse de pie y tambalearse hacia el tocador junto a la cocina.


Se enjuagó la boca, se echó agua en la cara y se recogió el pelo en una coleta
baja y apretada.

—Por el amor de Dios, Cosmo, aléjate de eso. —El gato estaba olfateando
alrededor del charco de vómito—. Ven a ayudarme.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Y Cosmo, como si la hubiera entendido, hizo algo que nunca antes había
hecho: saltó a sus brazos. Lo acurrucó con cuidado contra ella, ocultando su
pelaje chamuscado.

—Los bárbaros están en la puerta —susurró—. Hagámoslo.

De nuevo sonó el timbre.

Alex pensó en quién quería ser en ese momento, y fue Salomé, la presidenta
de Cabeza de Lobo a la que tuvo que asustar para que cediera la sala del
templo. Rica, hermosa, acostumbrada a salirse con la suya. El tipo de chica
con la que Darlington saldría si no tuviera gusto.

Abrió la puerta lentamente, sin prisas, y parpadeó a los padres de


Darlington como si la hubieran despertado de una siesta.

—¿Sí?

—¿Quién eres? —La mujer, Harper, el nombre llegó con la visión doble de
170
Alex, su vista unida a los ojos del anciano, era alta, delgada y vestía pantalones
de lana perfectamente cortados, una blusa de seda y perlas. El hombre, sintió
desprecio, puro y bullente, al verlo. Se parecía tanto a Danny, Daniel,
Darlington. «tanto como yo». Y, sin embargo, no se parecía en nada a ninguno
de ellos. Alex había conocido a muchos estafadores de poca monta en su vida,
personas que siempre buscaban el atajo, la solución fácil. Eran blancos
perfectos.

—Alexandra —dijo, con voz aburrida, acariciando el pelaje de Cosmo—.


Estoy cuidando la casa de Darlington mientras él está en España.

—Nosotros...

—Sé quiénes son. —Trató de impregnar las palabras con desdén y


desinterés a partes iguales—. Él no los quiere aquí.

Daniel Arlington balbuceó. Los ojos de Harper se entrecerraron y levantó


una ceja perfecta.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Alexandra, no sé quién eres ni por qué nuestro hijo te nombró perro


guardián, pero quiero hablar con él. Ahora.

—¿Otra vez sin dinero?

—Quítate de mi camino —dijo Daniel.

El impulso de Alex fue darle un buen empujón y ver cómo su trasero


huesudo aterrizaba en el camino de grava. Había visto a estas personas en los
recuerdos del anciano, apenas una palabra para Danny, apenas un
pensamiento. Incluso si su madre era terrible para pagar las cuentas o
proporcionar algo parecido a la estabilidad, al menos le importaba un bledo.
Pero Alex tenía que conservar la actitud de niña rica.

—¿O qué? —dijo ella con una risa—. Esta no es su casa. Estoy feliz de
llamar a la policía y dejar que ellos lo resuelvan.

El padre de Darlington se aclaró la garganta.


171
—Yo… creo que ha habido algún tipo de malentendido. Siempre tenemos
noticias de Danny durante las vacaciones y él siempre atiende nuestras
llamadas.

—Está en España —dijo Alex—. Y ahora está viendo a un terapeuta.


Establece límites. Deberían considerarlo.

—Vamos, Daniel —dijo Harper—. Esta perra está drogada con su propio
poder. Cuando regresemos, será con una carta de nuestro abogado. —Regresó
al Range Rover.

Daniel agitó su dedo en su cara, tratando de recuperar algo de su dignidad.

—Precisamente así será. Realmente no tienes nada que ver…

—Corre a casa, debilucho. —Las palabras salieron como un gruñido,


profundo, rasposo. Esa no era la voz de Alex, y sabía que el padre de
Darlington tampoco estaba viendo su cara—. Me retuviste como rehén en mi
propia casa, llorón de mierda.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Daniel Arlington IV jadeó y se tambaleó hacia atrás, casi cayendo de


rodillas.

Alex deseó que el anciano retrocediera, pero no fue fácil. Podía sentirlo en
su cabeza, la ferocidad de su determinación, un espíritu eternamente en guerra
consigo mismo, con el mundo, con todo y con todos los que le rodeaban.

—¡Deja de joder, Daniel! —Harper gritó desde el auto, acelerando el motor.

—Yo… yo… —Abrió la boca, pero ahora solo estaba viendo la cara plácida de
Alex.

El anciano era como un perro apenas atado dentro de su mente.

«Cobarde. Debilucho. ¿Cómo crie a un hijo como tú? Ni siquiera tuviste las
pelotas para enfrentarme, solo me mantuviste drogado e indefenso, pero al final
te gané, ¿no?»

Cosmo se retorció en los brazos de Alex. Ella levantó una mano y la agitó.
172
—Adiós —canturreó.

Daniel Arlington logró entrar en el auto y el Range Rover despegó en medio


de una lluvia de gravilla.

—Gracias, Cosmo — murmuró Alex cuando el gato saltó de sus brazos y se


dirigió hacia la parte trasera de la casa para cazar—. Y a ti.

Empujó al anciano fuera de su mente con todas sus fuerzas. Él apareció


frente a ella, la bata de baño abierta, su cuerpo estaba desnudo y demacrado
salpicado de vello blanco.

—Ese fue un viaje de una sola vez —dijo—. No pienses en intentar


secuestrar este tren de nuevo.

—¿Dónde está Danny? —gruñó el anciano.

Alex lo ignoró y regresó con Dawes y Turner.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

16
Traducido por Yull

Cuando Dawes estaba molesta, conducía aún más despacio y Alex pensó
que les llevaría dos horas volver al campus.

—Van a involucrar a los abogados —se quejó Dawes.

—No lo harán.

—Van a atraer a la administración de Yale.

—No lo harán.

—¡Por el amor de Dios, Alex! —Dawes giró el volante a la derecha y el


Mercedes se desvió a un lado de la carretera, casi saltando la acera—. Deja de 173
fingir que todo va a estar bien.

—¿De qué otra manera se supone que vamos a superar esto? —exigió Alex—
. Es todo lo que sé hacer —Se obligó a respirar hondo—. Los padres de
Darlington no regresarán con abogados ni involucrarán a Yale.

—¿Por qué no lo harían? Tienen dinero, poder.

Alex negó con la cabeza lentamente. Había visto tanto en los recuerdos del
anciano, lo había sentido todo. La única vez que había pasado por algo así fue
cuando dejó entrar al Novio y experimentó los momentos de su asesinato. Ella
no solo sabía que él amaba a Daisy. Ella también amó a Daisy. Pero esta vez
hubo mucho más, una vida de pequeños placeres e interminables decepciones,
cada día y cada pensamiento formado por Black Elm, por la amargura, por el
hambre de algo que pudiera sobrevivir a su breve e ingrávida vida.

—No tienen nada de eso —dijo Alex—. No como crees. Es por eso que siguen
presionando a Darlington para que venda Black Elm.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Dawes parecía escandalizada.

—Pero él nunca vendería.

—Lo sé. Pero si descubren que no está, intentarán quitárselo.

Permanecieron sentadas en silencio durante un largo minuto, con el motor


al ralentí. A través de la ventana, Alex vio un estrecho tramo de parque, las
hojas de los árboles aún no estaban listas para cambiar, pero ella estaba de
regreso en Black Elm, sintiendo su atracción, la forma en que exigía amor,
perdida en lo solitario del lugar.

—No involucrarán a los abogados porque no quieren que nadie los escrute
demasiado de cerca. Ellos... el abuelo de Darlington básicamente los compró.
Quería criar… —Casi había dicho Danny—. Ellos simplemente lo dejaron allí, y
creo que mantuvieron prisionero al anciano cuando se enfermó. —Hasta que
Danny lo liberó. Por eso había sobrevivido en el infierno, no solo porque era
Darlington, lleno de conocimientos y tradiciones, sino porque había matado a 174
su abuelo.

No importaba que su abuelo le hubiera pedido que lo hiciera más de lo que


importaba que Dawes hubiera aplastado el cráneo de Blake para salvar la vida
de Alex.

—Pero volverán —dijo Dawes.

Alex no podía discutir con eso. Había asustado muchísimo al padre de


Darlington, pero los monstruos no desaparecían simplemente con una
advertencia. Harper y Daniel Arlington volverían a husmear, buscando su
parte.

—Entonces traemos de regreso a Darlington y él puede enviarlos a empacar


él mismo —Había sido el protector de Black Elm, y todavía era el único que
podía defenderlo—. ¿Quién nos va a ayudar a encontrar a otro asesino? Me
estoy quedando sin favores con las sociedades.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Nadie —dijo Dawes, pero su voz sonaba extraña—. Tendremos que entrar
en el sótano del Peabody. Pero está en renovación y hay cámaras por todas
partes.

—Podemos usar la tempestad que preparaste el año pasado. La que


interfiere con toda la electrónica. E incluyamos a Turner. Si necesitamos
buscar el registro de alguien, él puede encargarse.

—Yo no… no creo que sea una buena idea.

—O confiamos en él o no, Dawes.

Dawes flexionó los dedos sobre el volante y luego asintió.

—Seguimos adelante —dijo ella.

—Seguimos adelante —repitió Alex.

Al infierno y de regreso.

175

Alex encontró a Mercy y Lauren almorzando tarde en el comedor de JE. La


charla era apagada, incluso entre los Grises, y la sala parecía más grande y
fría, como si la universidad se hubiera vestido de luto por el Decano Beekman.
Alex llenó su bandeja con un montón gigante de pasta y un par de sándwiches
que guardaría en su bolso para más tarde. Su teléfono sonó mientras llenaba
su vaso con refresco. Seiscientos dólares habían sido depositados en su cuenta
bancaria.

Así que Oddman había pagado. Si un deudor pagaba, Eitan depositaba un 5


por ciento en su cuenta por un trabajo bien hecho. Probablemente debería
sentirse mal por eso, pero decir que no al dinero no le haría ningún bien a
nadie.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Cuando se sentó, pudo ver que los ojos de Mercy estaban rojos por el llanto
y que Lauren tampoco se veía muy bien. Ninguna de las dos había hecho más
que picotear su comida.

—¿Están bien? —preguntó Alex, repentinamente cohibida por su bandeja


llena de comida.

Mercy negó con la cabeza y Lauren dijo:

—Estoy hecha un lío.

—Lo mismo —dijo Alex porque parecía que debería estarlo.

—No puedo imaginar por lo que está pasando su familia —dijo Mercy—. Su
esposa también enseña aquí, ya sabes.

—No sabía —dijo Alex—. ¿Qué enseña?

Mercy se sonó la nariz.

—Literatura francesa. Así fue como los conocí. 176


Alex recordó vagamente que Mercy había ganado un gran premio por un
ensayo sobre Rabelais. Pero no se había dado cuenta de que Mercy realmente
conocía al Decano Beekman.

—¿Cómo era él? —preguntó.

Los ojos de Mercy se desbordaron de nuevo.

—Solo… muy amable. Yo tenía miedo de ir a una escuela tan lejos de casa y
él me puso en contacto con otros estudiantes de primera generación. Él y
Mariah, la profesora LeClerc, su esposa, simplemente te hacían un espacio. No
puedo explicarlo —Se encogió de hombros con impotencia—. Era como Puck y
Próspero juntos. Hizo que la beca pareciera divertida. ¿Por qué alguien querría
lastimarlo? ¿Y para qué? Él no era rico. No puede haber tenido nada que
valga… que valga… —Su voz tembló y se quebró.

Alex le entregó una servilleta.

—Nunca lo conocí. ¿Tuvo hijos?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Mercy asintió.

—Dos hijas. Una era violonchelista. Realmente buena. Creo que consiguió
un puesto en... creo que fue en Boston o en la Filarmónica de Nueva York.

—¿Y la otra? —Alex se sentía como un demonio, pero si tenía la oportunidad


de obtener un poco de información sobre la víctima, no la dejaría pasar.

—¿Una médico, creo? Una psiquiatra. No puedo recordar si era


investigadora o practicante.

Una psiquiatra. Podría estar relacionada con Marjorie Stephen, pero Turner
lo descubriría con bastante facilidad.

—Era tan popular —aventuró Alex con cuidado—. No creo haber escuchado
a nadie decir algo negativo sobre el tipo.

—¿Por qué lo harían? —preguntó Mercy.

—La gente se pone celosa —dijo Lauren, arrastrando su tenedor a través de 177
un charco de salsa de tomate—. Yo tenía una clase justo antes de una de sus
conferencias y sus alumnos siempre llegaban temprano. Enojaba a mi profesor.

—Pero eso se trata de sus estudiantes —dijo Alex—, no de él.

Mercy se cruzó de brazos.

—Son solo resentidos. Tuve un profesor que me advirtió que no lo eligiera


como mi asesor de la facultad.

—¿Quién?

—¿Importa?

Alex había prometido tratar de no mentir, pero ya estaba eludiendo la


verdad.

—Sólo curiosidad. Como dije, nunca he oído una mala palabra sobre él.

—Fue un grupo. Del departamento de Literatura Inglesa. Me presenté en


horario de oficina para hablar sobre un artículo y tres profesores me

Hell bent
LEIGH BARDUGO

emboscaron para insistir en que me quedara en la especialidad de Literatura


Inglesa, que el Decano Beekman no era un profesor serio. Lo llamaron un
bufón. —Levantó la nariz y adoptó un tono de desdén—. Todo ruido, nada de
sustancia.

Lauren sacudió la cabeza con incredulidad.

—Yo apenas estoy aprobando economía, y tienes profesores organizando


intervenciones para mantenerte en sus departamentos.

—Es bueno ser amiga de una genio —dijo Alex.

Lauren frunció el ceño

—Es deprimente.

—No si se nos contagia un poco.

—Hay diferentes tipos de inteligencia —dijo Mercy generosamente—. Y no


importaba de todos modos. Les dije que planeaba especializarme en Estudios 178
Americanos.

¿Bastaron los celos profesionales para que mataran a un hombre? ¿Y qué


podría tener eso que ver con Marjorie Stephen?

—¿Quiénes eran estos imbéciles y cómo los evito? —preguntó Alex,


buscando nombres.

—No recuerdo —dijo Mercy—. Tenía a Ruth Canejo en Estudios Dirigidos,


pero a los otros dos no los conocía. En parte por eso me molestó tanto. Como si
yo fuera solo un punto en el marcador.

Lauren se levantó para limpiar su bandeja.

—Soy del tipo de inteligencia que va a dormir una siesta antes de la


práctica. Tenemos que hablar de Halloween.

—Un hombre fue asesinado en el campus —dijo Mercy—. No puedes pensar


seriamente que vamos a hacer una fiesta.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Será bueno para nosotras. Y si no tengo algo por lo que entusiasmarme,


no lo lograré.

Cuando Lauren se fue, Mercy dijo:

—¿Por qué todas las preguntas?.

Alex revolvió su café lentamente. Le había dicho a Mercy que no mentiría,


pero tenía que andarse con cuidado.

—¿Conoces a una profesora en el departamento de psicología? ¿Marjorie


Stephen?

Mercy negó con la cabeza.

—¿Debería?

—Ella falleció el sábado por la noche. En su oficina. Existe la posibilidad de


que su muerte sea solo una especie de triste accidente. Pero también es posible
que fuera asesinada. 179
—¿Crees que las muertes están conectadas? —Mercy respiró hondo—.
¿Crees que hay magia involucrada?

—Quizá.

—Alex, si las sociedades… si algún bastardo le hizo esto al Decano


Beekman…

—No sabemos si así fue. Solo estoy… explorando todas las vías.

Mercy puso su cabeza entre sus manos.

—¿Cómo se salen con la suya? ¿No se supone que Lethe debe evitar que
este tipo de cosas sucedan?

—Sí —admitió Alex.

Mercy se apartó de la mesa de un empujón, su bandeja traqueteó cuando


agarró su bolso, con lágrimas frescas en los ojos.

—Entonces detenlos, Alex. Haz que paguen por esto.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El museo Peabody originalmente se encontraba en la esquina de Elm y High Street,


repleto hasta el techo con artículos tanto interesantes como oscuros. Se hicieron planes
para un nuevo edificio y se cavó el sótano, pero los materiales eran difíciles de conseguir,
con la guerra en curso. Las colecciones del museo original estaban dispersas por todo el
campus, en sótanos y cocheras. Tardó tanto tiempo construir el museo, y la
documentación estaba tan desordenada, que partes de la colección del museo todavía se
descubrieron en dependencias antiguas en la década de 1970. Por supuesto, hay algunos
artículos en sus grandiosas salas que nunca serán catalogados y, en algunos casos, es
mejor que su procedencia permanezca desconocida.

—de La Vida de Lethe: Procedimientos y Protocolos de


la Novena Casa 180

Mesa; amatista

Procedencia: Desconocida

Donante: Desconocido

Los registros aparecen por primera vez c. 1930 después de la construcción del nuevo
Peabody.

Consulte las notas de la colección privada.

—del Catálogo de la Armería de Lethe revisado y


editado por Pamela Dawes, Oculus

Hell bent
LEIGH BARDUGO

17
Traducido por Azhreik

La noche siguiente, Turner se reunió con Alex y Dawes fuera del Peabody,
junto a la estatua de un triceratops que Cabeza de Lobo había animado
accidentalmente en 1982. Una vez que las cámaras estuvieron apagadas,
entrar al museo fue cuestión de cronometrar las rondas de los guardias de
seguridad. Alex mencionó la posible conexión de la psiquiatría con Turner y los
profesores que habían hablado mal del decano Beekman, pero él no pareció
impresionado.

—¿Tienes nombres?

—Ruth Canejo, pero no los demás.


181

—¿Has descubierto algo sobre los venenos que envejecen?

—Sí y no —dijo Alex, tratando de no sonar cortante. Solo habían pasado dos
días desde que Turner exigió su presencia en la segunda escena del crimen—.
Hay algo llamado Palo Arrugador que te hace parecer mayor si lo masticas el
tiempo suficiente, pero los efectos no duran más de unas pocas horas. Y hay
un veneno llamado Tempusladro, el ladrón del tiempo. Te envejece
internamente.

—Eso suena prometedor.

—No, solo envejece tus órganos, acelera el reloj. Pero el punto es que la
víctima parece haber muerto por causas naturales. Joven y cubierto de rocío
por fuera, arrugado por dentro.

—Entonces sigue buscando —dijo Turner—. Encuentra algo que pueda


usar. Te necesito a ti y a tu novio demonio para el trabajo que yo no puedo
hacer.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Entonces ayúdanos a sacarlo del infierno.

El rostro de Turner se tensó.

—Ya veremos.

Alex lo había fastidiado para que se reuniera con ellas prometiéndole que,
una vez que tuvieran dos asesinos más para usar el Guantelete, lo dejaría en
paz. Estaba sorprendida de que él hubiera accedido a venir.

Pasaron arrastrando los pies por la entrada principal y bajaron las


escaleras. Turner miró con inquietud los ojos muertos de las cámaras de
seguridad. Todavía estaban grabando, pero el té mágico en el termo de Dawes
evitaría que las cámaras capturaran nada más que estática.

—Tienes un verdadero don para convertir a todos los que te rodean en


criminales, Stern.

—Es un ligero allanamiento. Puedes decir que escuchaste un ruido.


182
—Voy a decir que las atrapé a ustedes dos irrumpiendo y decidí
perseguirlas.

—¿Podrían callarse ambos? —Dawes susurró furiosamente. Hizo un gesto


hacia el termo—. La interferencia no durará toda la noche.

Alex cerró la boca, tratando de reprimir la ira que sentía hacia Turner. No
estaba siendo justa, pero era difícil preocuparse por lo que era racional o
correcto cuando ella y Dawes estaban atrapadas en lo que parecía una batalla
perdida para liberar a Darlington. Necesitaban aliados, pero Lethe y Michelle
Alameddine no estaban interesados y odiaba sentir que estaba rogando por la
ayuda de Turner.

Y el Peabody era un lugar más donde la presencia de Darlington estaba


demasiado cerca: el verdadero Darlington, que pertenecía a New Haven tanto
como pertenecía a Lethe o Yale. Alex había estado en el Peabody con él, un
lugar que lo había puesto sorprendentemente silencioso. Le había mostrado la
sala de minerales, el pájaro dodo disecado, las fotos y las cartas de la

Hell bent
LEIGH BARDUGO

expedición de Hiram Bingham III para “descubrir” Machu Picchu, donde había
encontrado el gran crisol de oro actualmente escondido en el arsenal de Il
Bastone.

—Este era mi escondite —había dicho mientras pasaban frente al mural de


“La era de los reptiles”—, cuando las cosas se ponían feas en casa. —En ese
momento, Alex se había preguntado qué tan malo podría haber sido crecer en
una mansión. Pero ahora que había estado en la cabeza del abuelo de
Darlington, visto sus recuerdos de un niño pequeño perdido en la oscuridad,
entendía por qué ese niño vendría aquí, a un lugar lleno de gente y ruido,
donde había siempre algo para leer o para mirar, donde nadie miraría dos
veces a un niño estudioso con una mochila que no quería irse.

El sótano estaba oscuro y cálido, lleno de cañerías que traqueteaban y


eructaban, más ruidoso que los tranquilos pisos superiores, donde las
exhibiciones habían sido empacadas y almacenadas en preparación para la
183
próxima renovación. Los haces de luz de sus linternas flotaban sobre tuberías
expuestas y cajas apiladas hasta el techo, había pedazos extraños de andamios
apoyados torcidos contra ellas.

Finalmente, Dawes los condujo a una habitación con un extraño olor a


humedad.

—¿Que es todo esto? —Alex preguntó mientras Dawes pasaba su linterna


sobre estantes de frascos llenos de líquido turbio.

—Agua de estanque, cientos de frascos, de todo Connecticut, todos de


diferentes años.

—¿De qué sirve esto exactamente? —preguntó Turner.

—Supongo… si quieres saber exactamente qué había en el agua del


estanque en 1876, este es el lugar para ti. Los sótanos están llenos de cosas
así.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Dawes consultó un plano y luego caminó hacia un estante en el lado


izquierdo de la habitación. Contó las filas desde abajo, luego contó los frascos
polvorientos. Se estiró entre ellos y rebuscó en la parte de atrás.

—Si intentas hacerme beber eso, me voy —murmuró Turner.

Hubo un fuerte tintineo. El estante se movió y allí, detrás de las sucias filas
de frascos, había una habitación enorme con nada más que una enorme mesa
rectangular cubierta con múltiples paños para el polvo.

—Funcionó —dijo Dawes con grata sorpresa. Pulsó un interruptor en la


pared, pero no pasó nada—. No creo que nadie haya estado aquí por un
tiempo.

—¿Cómo supiste que este lugar existía? —preguntó Turner.

—Soy responsable de mantener el archivo de la armería.

—¿Y una habitación en el sótano de Peabody es parte de la armería de


184
Lethe?

—No exactamente —dijo Dawes, e incluso en las sombras, Alex se dio


cuenta de que se sentía incómoda—. Nadie quiere reclamar esto. Ni siquiera
estamos seguro de qué sociedad lo hizo o si es el trabajo de otra persona. Solo
hay una mención en el libro para cuando llegó y… su propósito.

Alex sintió un escalofrío. ¿Qué estaban a punto de ver? Buscó Grises con la
mente, en caso de que algo horrible estuviera a punto de suceder, y se preparó
cuando Dawes agarró uno de los paños. Dio un fuerte tirón, liberando una
nube de polvo.

—¿Una maqueta? —preguntó Turner, sonando casi decepcionado.

Una maqueta de New Haven. Alex reconoció de inmediato la forma del


parque con sus líneas de protección que se dividían en dos y tres iglesias
bonitas. El resto era menos familiar. Podía identificar algunos de los edificios,
el plano general de las calles, pero faltaba mucho.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Está hecho de piedra —Alex se percató, pasando un dedo sobre uno de los
nombres de las calles, “Chapel”, grabado directamente en el pavimento.

—Amatista —dijo Dawes, aunque a los ojos de Alex parecía más blanca que
morada.

—Eso no puede ser —dijo Turner—. Es una losa grande, sin líneas, sin
grietas. ¿Me estás diciendo que esto fue tallado en una sola pieza de piedra?
Dawes asintió y el ceño fruncido de Turner se profundizó—. Eso no es posible.
Digamos que alguien puede encontrar un trozo de amatista de este tamaño,
luego sacarlo de una mina, luego de alguna manera conseguir tallarlo, tendría
que pesar más de una tonelada. ¿Cómo lo trajeron aquí?

—No lo sé —dijo Dawes—. Es posible que lo tallaran aquí mismo y que el


edificio se levantara a su alrededor. Ni siquiera sé si fue tallado por manos
humanas. Realmente… no hay nada de natural en ello. —Destapó una botella
de su bolso y la vertió en lo que parecía una botella de Windex—. Voy a leer el 185
encantamiento. Solo tienen que repetirlo.

—¿Qué va a pasar? —preguntó Alex.

—Simplemente va a activar la maqueta.

—Claro —dijo Turner.

Dawes sacó un cuaderno donde había transcrito el hechizo y comenzó a leer


en latín. Alex no entendió ni una palabra.

—Evigilato Urbs, aperito scelestos.

Dawes les hizo un gesto para que repitieran y ellos hicieron todo lo posible
para seguirla.

—Proquirito parricidii.

De nuevo intentaron hacerse eco de ella.

Dawes recogió la botella de spray y la roció agresivamente sobre el modelo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex y Turner dieron un paso atrás, y Alex resistió el impulso de cubrirse la


nariz y la boca. La niebla olía levemente a rosas, y Alex recordó lo que el sumo
sacerdote había dicho sobre la preservación de cuerpos en Libro y Serpiente.
¿Este mapa era eso? ¿Un cadáver que necesitaba ser devuelto a la vida?

La nube de niebla cayó sobre el modelo y la mesa pareció activarse con un


estallido. Las luces se encendieron; un carruaje de amatista en miniatura
corría por las calles tirado por caballos de piedras preciosas; una brisa se
movía entre los diminutos árboles de piedra. Empezaron a aparecer manchas
rojas en la piedra, como si se filtraran a través de ella, extendiendo manchas de
sangre.

—Ahí está —dijo Dawes, exhalando un suspiro de alivio—. Revelará la


ubicación de cualquier persona que haya cometido un homicidio.

El ceño de Turner se frunció de incredulidad.

—¿Me estás diciendo que encontraste un mapa mágico que hace 186
exactamente lo que necesitas?

—Bueno, no, el hechizo se adapta a nuestras necesidades.

—¿Entonces podría hacer que busque helados de caramelo? ¿Mujeres que


aman las cervezas artesanales y al equipo de los Patriotas?

Dawes rio nerviosamente.

—No, tiene que ser un delito específico. No estás llamando al mapa para
revelar criminales en general, solo personas que violaron una ley específica.

—Guau —dijo Alex—. Si tan solo la policía de New Haven lo supiera. Oh


espera.

—¿Puedo encontrar a mi sospechoso de asesinato de esta manera? —


preguntó Turner.

—¿Posiblemente? —dijo Dawes—. Muestra ubicaciones, no nombres.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Ubicaciones —repitió Turner, frunciendo el ceño—. No nombres. ¿Cuándo


se creó esto?

—No hay una fecha exacta...

—Aproximadamente. —Su voz era áspera.

Dawes metió la barbilla en su sudadera.

—Mil ochocientos cincuenta.

—Sé lo que es esto —dijo Turner—. Qué mierda.

Dawes hizo una mueca, y ahora Alex entendió por qué se había preocupado
por traer a Turner aquí.

—Esta cosa no fue creada para encontrar criminales —dijo Turner—. Fue
hecha para encontrar esclavos fugitivos.

—Necesitábamos una manera de encontrar a los asesinos —dijo—. No sabía


qué más... 187
—¿Entiendes lo jodido que es esto? —Turner señaló con el dedo un edificio
de aspecto grandioso en el parque New Haven—. Ahí es donde solía estar la
casa Trowbridge. Era una parada del Ferrocarril Clandestino. La gente pensaba
que estarían a salvo aquí. Deberían haber estado a salvo aquí, pero algún
imbécil de las sociedades usó magia… —Se trabó con la palabra—. Para esto es
tu magia, ¿no? Esto es lo que hace. ¿Apoya a la gente en el poder, permite que
la gente con todo acapare un poco más?

Alex y Dawes permanecieron en silencio en la quietud del sótano. No había


nada que decir. Alex había mirado a la cara lo que la magia podía hacer. Lo
había visto en Blake Keely, en el decano Sandow, en Marguerite Belbalm. La
magia no era diferente de cualquier otro tipo de poder, incluso si emocionaba
alguna parte secreta de ella. Recordó estar en la cocina de Il Bastone,
gritándole a Darlington. —¿Dónde estabas? —había exigido—. ¿Dónde
estabas?—¿Dónde había estado Lethe y todos sus misterios cuando era una
niña que necesitaba desesperadamente que la salvaran? Darlington la había

Hell bent
LEIGH BARDUGO

escuchado esa noche. No había discutido. Sabía que ella quería romper cosas y
se lo permitió.

—Podemos irnos —dijo Alex—. Podemos reducir esto a polvo. —Era todo lo
que podía ofrecer.

—¿Cuántas veces se ha usado esta abominación? —exigió Turner.

—No estoy segura —dijo Dawes—. Sé que solían usarlo para encontrar
contrabandistas y bares clandestinos durante la Prohibición, y es posible que
el FBI haya intentado usarlo durante los juicios de Pantera Negra.

Turner negó con la cabeza.

—Termina —dijo mordaz—. No quiero estar en esta habitación ni un minuto


más de lo necesario.

Vacilantes, inclinaron la cabeza y dirigieron los haces de sus linternas


hacia la pálida superficie violeta del mapa.
188
Un grupo de manchas rojas se había extendido en una esquina del Peabody,
una amapola en flor, rebosante de sangre. Alex, Turner, Dawes. Un ramillete de
violencia.

Había algunas manchas cerca de la Colina e incluso dos puntos en los


dormitorios, o donde Alex pensaba que estaban ahora los dormitorios. No podía
orientarse del todo. El mapa no parecía haber sido actualizado desde finales de
1800, y la mayoría de las estructuras que conocía bien simplemente no se
habían construido todavía.

Pero el nombre de High Street no había cambiado y había un lugar que Alex
no tuvo problemas para identificar. El lugar donde una joven doncella llamada
Gladys había huido, donde su vida había sido robada y su alma consumida por
Daisy Whitlock. Ese acto había creado un nexo de poder, y años más tarde,
sobre él se había construido la primera catacumba de la primera sociedad
secreta.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Alguien está en Cráneo y Huesos —dijo. El edificio del mapa era pequeño,
la primera versión de la catacumba, antes de que se ampliara.

Se quedaron juntos, mirando esa mancha roja.

—Es lunes —dijo Dawes—. No hay ritual esta noche.

Eso era bueno. Si podían llegar a tiempo, no tendrían que examinar tantos
posibles sospechosos, solo unas pocas personas estudiando o pasando el rato.

—Vamos —dijo Turner, con mordacidad aún en su voz.

—¿Vamos a dejarlo así? —preguntó Alex mientras se escabullían por el


pasadizo secreto, dejando atrás la mesa sangrienta.

—No te preocupes —dijo Turner—. Volveré con un mazo.

Alex escuchó a Dawes inhalar bruscamente, angustiada ante la idea de que


cualquier artefacto fuera destruido, sin importar cuán vil era. Pero ella no dijo
una palabra. 189
Regresaron a través de la habitación llena de frascos y salieron por la salida
lateral, tratando de moverse en silencio. Tan pronto como Turner empujó la
barra para dejarlas salir a la calle, una alarma comenzó a sonar.

—Mierda —dijo, agachando la cabeza mientras Alex se subía la capucha.


Irrumpieron por la puerta y corrieron hacia su auto. El poder de la
interferencia había disminuido cuando el té se enfrió, y solo podía esperar que
las cámaras de seguridad del museo no hubieran capturado ninguna imagen
clara de sus rostros.

Se metieron en el coche y Turner aceleró el motor, chirriando hacia la calle


vacía.

—Más rápido —instó Alex mientras conducía el Dodge hacia High Street.
Necesitaban llegar a Cráneo y Huesos antes de que su asesino se fuera, o
tendrían que empezar todo el proceso de nuevo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No busco llamar la atención —gruñó—. ¿Y has pensado en cómo vas a


averiguar quién es el asesino y hacer que un asesino se una a tu pequeño
equipo infernal?

No lo había pensado. La bala de cañón había encontrado su impulso.

Turner condujo el Dodge hasta el bordillo frente a la catacumba de piedra


rojiza.

A Alex nunca le había gustado esta cripta en particular. Las otras parecían
casi tontas, una especie de versión de Disneyland de un estilo particular:
griego, morisco, Tudor, de mediados de siglo. Pero ésta se sentía demasiado
real, un templo a algo oscuro y maligno que habían construido a la intemperie,
como si las personas que habían levantado esas piedras rojas supieran que
nadie podía tocarlas. No ayudó que hubiera visto a los Hueseros abrir a seres
humanos y hurgar en sus entrañas, buscando un atisbo del futuro.

—Bueno —dijo Turner mientras salían del auto—. ¿Tienes un plan, Stern? 190
—Tenemos que andar con cuidado —instó Dawes, acercándose detrás de
ellos, todavía aferrando su cuaderno—. Cráneo y Huesos es muy poderoso, y si
se llega a saber…

Alex golpeó la pesada puerta negra. No sabía mucho sobre la catacumba,


excepto que había un debate sobre el arquitecto original y que supuestamente
había sido construida con dinero del opio.

Nadie respondió. Turner dio un paso atrás, con los brazos cruzados.

—¿No llegamos a tiempo? —preguntó Dawes, sonando casi ansiosa.

Alex volvió a golpear la puerta con el puño y gritó.

—Sé que estás ahí. Deja de joder.

—¡Alex!— Dawes gritó.

—Si no están en casa, ¿a quién le va a importar?

—¿Y si están?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex no estaba del todo segura. Levantó la mano para llamar de nuevo
cuando la puerta se abrió.

—¿Alex? —La voz era suave, nerviosa.

Miró en la penumbra.

—¿Tripp? Jesús, ¿eso es helado?

Tripp Helmuth, legado de tercera generación e hijo de una de las familias


más ricas de Nueva Inglaterra, se pasó la mano por la boca con aire
avergonzado. Llevaba pantalones largos atléticos desgarrados y una camiseta
sucia, con el pelo rubio metido bajo una gorra de béisbol de Yale volteada. Era
miembro de Huesos, o lo había sido. Se había graduado el año anterior.

—¿Estás solo?— preguntó Alex.

Él asintió y Alex reconoció la expresión de su rostro al instante. Culpa. Se


suponía que no debía estar aquí.
191
—Yo… —vaciló. Sabía que no podía invitarlos a entrar, pero también sabía
que no podían quedarse allí.

—Vas a tener que venir con nosotros —dijo Alex con toda la autoridad
exhausta que pudo reunir. Era la voz de todos los maestros, directores y
trabajadores sociales que había decepcionado.

—Mierda —dijo Tripp—. Mierda. —Parecía que iba a llorar. ¿Este era su
asesino?—. Déjame limpiar.

Alex fue con él. No creía que Tripp tuviera las bolas para huir, pero no
quería correr ningún riesgo. La catacumba era como todas las criptas de la
sociedad, bastante común excepto por la sala del templo romano que se usaba
para los rituales. El resto se parecía a la mayoría de los lugares más agradables
de Yale: madera oscura, algunos frescos sofisticados, una cámara de terciopelo
rojo que había visto días mejores y una gran cantidad de esqueletos, algunos
famosos, otros no tanto. Los jarros canopes llenos de hígados, bazos, corazones

Hell bent
LEIGH BARDUGO

y pulmones importantes se guardaban detrás de las paredes de la sala del


templo.

La tumba estaba a oscuras a excepción de la cocina, donde Tripp había


estado tomando algún tipo de refrigerio a medianoche. En la mesa había
fiambres y pan, y un emparedado de helado a medio comer. Era una
habitación grande, con corrientes de aire con dos estufas y un gran congelador,
todo más adecuado para preparar banquetes que servir a una docena de
estudiantes universitarios. Pero cuando los ex alumnos llegaban a la ciudad,
los Hueseros tenían que asegurarse de poner una cubierta adecuada.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —Tripp preguntó mientras


apresuradamente devolvía todo a la nevera.

—Apúrate.

—Bien bien. —Alex notó que su mochila estaba muy llena y se preguntó si
habría escondido más comida allí. Tiempos difíciles para Tripp Helmuth. 192
—¿Cómo entraste? —preguntó Alex mientras cerraba las puertas y se
dirigían al Dodge de Turner.

—Nunca entregué mi llave.

—¿Y no te la pidieron?

—Les dije que la perdí.

Eso había sido suficiente. Tripp era tan desafortunado que era fácil creer
que perdería su llave y cualquier otra cosa que no estuviera grapada en sus
bolsillos.

—Oh, Dios —dijo Tripp cuando Alex se unió a él en el asiento trasero del
Dodge—. ¿Eres policía?

Turner lo miró en el espejo y dijo bruscamente:

—Detective de policía.

—Por supuesto, sí, lo siento. Yo...

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Será mejor que dejes de hablar y aproveches este tiempo para pensar.

Tripp agachó la cabeza.

Alex captó la mirada de Turner en el espejo y se encogió de hombros. Si


iban a involucrar a Tripp en esto, lo necesitaban asustado, y Turner era muy
bueno para intimidar.

—¿A dónde vamos? —Tripp preguntó mientras se dirigían a la capilla.

—La casa Lethe —respondió Alex.

La mayoría de los miembros de las sociedades veían a Lethe como una


necesidad fastidiosa, un bálsamo para la administración de Yale, y la mayoría
nunca se había molestado en poner un pie dentro de Il Bastone.

—¿Qué estás haciendo en el campus? —preguntó Alex.

Tripp vaciló y Turner espetó:

—No intentes tergiversar las cosas. 193


Bendito fuera Turner por seguirle el juego.

Tripp se quitó la gorra y se pasó una mano por el pelo grasiento.

—Yo… me permitieron salir con mi clase, pero no me gradué. No tenía


suficientes créditos. Y mi papá dijo que no financiaría otro semestre, así que
solo... ¿estoy haciendo cosas de marketing para esos tipos de bienes raíces de
Markham? De hecho, me estoy volviendo bastante bueno en Photoshop. He
estado tratando de ahorrar para poder terminar, obtener mi título y todo eso.

Eso explicaba la mochila llena de comida, pero Alex se preguntó por qué
Tripp no había mentido en su solicitud para cualquier banco de inversión o
firma comercial para la que quería trabajar en Manhattan. El nombre Helmuth
abriría todas las puertas, y nadie iba a hacer preguntas cuando un heredero de
tercera generación escribiera Graduado en Economía, Universidad de Yale en su
Currículo. Pero ella no iba a decir eso. Tripp era lo suficientemente tonto y
sincero como para no considerar una mentira descarada.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

No era un mal tipo. Alex sospechaba que pasaría por su vida descrito de esa
manera: no es un mal tipo. Ni demasiado brillante, ni demasiado guapo, ni
demasiado de nada. Se iba de vacaciones y quemaba las segundas
oportunidades. Le gustaba drogarse y escuchar a los Red Hot Chili Peppers, y
aunque a la gente no le gustaba necesariamente, lo toleraban felices. Él era la
encarnación viva y palpitante de “despreocupado”. Pero aparentemente al
padre de Tripp ya no le importaba.

—¿Qué me va a pasar? —preguntó.

—Bueno —dijo Alex lentamente—. Podemos avisar a los Hueseros y a su


comité que estabas invadiendo su propiedad.

—Y cometiendo hurto —agregó Turner.

—¡No robé nada!

—¿Pagas por esa comida?


194
—No... no exactamente.

—O —dijo Alex—, podemos mantener esto en secreto y tú puedes hacer un


trabajo para nosotros.

—¿Qué tipo de trabajo?

Uno que podría resultar en la muerte o el desmembramiento.

—No será fácil —dijo Alex—. Pero sé que estás a la altura. Incluso podría
haber algo de dinero por él.

—¿De verdad? —Todo el comportamiento de Tripp cambió. No había


desconfianza en él, ni cautela. Toda su vida, las oportunidades habían estado
cayendo en su regazo con tanta facilidad que no cuestionó una más—. Hombre,
Stern. Sabía que eras buena.

—Tú también, amigo.

Alex ofreció sus nudillos para chocar los puños y Tripp sonrió.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

18
Traducido por Azhreik

Alex se sentó a ver Poetas modernos con Mercy al día siguiente, dejando que
las palabras “Invitación a la señorita Marianne Moore” la abrumaran. Dios sabe
cuántos ángeles cabalgando sobre el ala ancha y negra de tu sombrero, por
favor, ven volando. Cuando leía palabras como esa, las escuchaba en su
cabeza, sentía el tirón de otra vida; podía verse a sí misma viviéndolo tan
claramente como si estuviera absorbiendo los recuerdos del Gris, escuchando
los horribles y hermosos versos de “The Sheep Child” o dejando su pluma
mientras el profesor de su clase de historia sobre la guerra del Peloponeso
comparaba a Demóstenes con Churchill. Los vencedores eligen quién debe ser 195
elogiado como un baluarte contra los tiranos y quién puede ser despreciado como
el enemigo del cambio inevitable. En esos momentos, sintió algo más profundo
que la mera necesidad de sobrevivir, un atisbo de lo que podría significar si
simplemente pudiera aprender y dejar de esforzarse tanto todo el tiempo.

Se encontró fantaseando con una vida no solo sin miedo sino también sin
ambición. Leería, iría a clases y viviría en un apartamento con buena luz.
Sentiría curiosidad en lugar de pánico cuando la gente mencionaba artistas
que no conocía, autores que nunca había leído. Tendría una pila de libros
junto a su mesita de noche. Escucharía Morning Becomes Eclectic. Entendería
los chistes, hablaría el idioma; se volvería fluida en el ocio.

Pero era imposible mantener la ilusión, no cuando había dos profesores


muertos cuyos asesinatos podrían estar relacionados con las sociedades,
cuando Darlington estaba atrapado en un círculo de protección que podría
ceder en cualquier momento, cuando faltaban menos de dos semanas para
Halloween y tenían un ritual que realizar, cuando ella podría morir si fallaban y

Hell bent
LEIGH BARDUGO

perderlo todo si tenían éxito. El terror se apresuró a volver, esa persistente


sensación de fracaso. La belleza de la poesía y el patrón de la historia
retrocedieron hasta que todo lo que quedó fue el aburrido y preocupante ahora.

Dawes la llamó a la mitad de la clase y Alex la llamó de camino a su


próxima clase.

—¿Qué ocurre? —preguntó Alex tan pronto como Dawes descolgó.

—Nada. Bueno, no nada, por supuesto. Pero has sido convocada por el
nuevo pretor.

—¿Ahora?

—No puedes seguir posponiéndolo. Anselm nunca se molestó en reunirse


para un té después de... lo que pasó en Pergamino y Llave, y el pretor se está
poniendo nervioso. Tiene horario de oficina de 2 a 4 pm en LC.

Prácticamente al lado de su dormitorio. A Alex el pensamiento no le pareció


196
reconfortante.

—¿Hablaste con él? —preguntó—. ¿Cómo sonaba?

—No sé. Como un profesor.

—¿Enojado? ¿Feliz? Ayúdame.

—Él no sonaba como nada realmente. —La voz de Dawes era fría y Alex se
preguntó por qué.

—¿A qué hora quieres hacerlo?

—Él quiere conocerte a ti, no a mí. —¿Ese era el problema? ¿El pretor no
quería incluir a Dawes?

—Espera, ¿él es un profesor? ¿Cuánto tiempo ha estado aquí?

—Ha estado enseñando en Yale durante veinte años.

Alex no pudo evitar reírse.

—¿Qué?— exigió Dawes.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Si ha estado aquí tanto tiempo y ahora estamos escuchando sobre él,
tiene que haber sido la última opción de Lethe.

—No necesariamente...

—¿Crees que la gente estaba haciendo fila para el trabajo? El último hombre
terminó muerto.

—De un infarto.

—Bajo circunstancias misteriosas. Nadie quería la plaza. Así que tuvieron


que recurrir a este tipo.

—Profesor Raymond Walsh-Whiteley.

—Si no te conociera mejor, pensaría que estás bromeando.

—Fue algo así como un niño prodigio. Graduado de Yale a los dieciséis
años, posgrado en Oxford. Es profesor titular de Literatura y, según los
artículos de opinión que escribe para The Federalist, es muy de la vieja escuela. 197
Alex pensó en poner una excusa, aplazarlo un poco más. Pero ¿de qué
serviría eso? Y mejor reunirse con el pretor ahora, frente a frente, que esperar a
que Anselm se dispusiera a organizar una cena en la que tendría que
preocuparse de que también un miembro del comité de Lethe la examinara.

—Está bien —dijo—. Puedo ir después de la clase.

—Te veré en JE cuando hayas terminado. Podemos tratar de forjar el resto


del Guantelete.

—Bien.

—Sé cortés —insistió Dawes—. Y vístete bien.

Eso realmente era exagerado viniendo de Dawes, pero Alex sabía todo sobre
interpretar el papel.

Alex trató de mantenerse concentrada en Ingeniería Eléctrica 101, pero era


un desafío en sus mejores días. Se ofrecía en una sala de conferencias
cavernosa y probablemente era el curso más democrático en Yale, ya que todos

Hell bent
LEIGH BARDUGO

estaban allí solo para cumplir con un requisito, incluidas Alex, Mercy y Lauren.
Pasaron la mayor parte de la hora debatiendo en silencio qué bebida servirían
en Sorpresa de Licor, y finalmente llegaron a los chupitos de tequila y los
gusanos de goma.

A Alex no le sorprendió mucho que las fiestas, las clases y los deberes
continuaran después de los asesinatos. En este momento, el campus creía que
un hombre había muerto horriblemente. Nadie sabía que Marjorie Stephen
también podría haber sido asesinada. No hubo memoriales ni asambleas para
ella. La muerte de Beekman fue impactante, sombría, algo de lo que hablar
durante la cena y de lo que preocuparse si estabas caminando a casa después
del anochecer. Pero ninguno de los estudiantes que dormitaban en sus sillas
alrededor de Alex había estado en la escena del crimen o había mirado la cara
vieja y asustada. No habían sentido la ruptura repentina que acompañaba a la
muerte, así que simplemente siguieron viviendo. ¿Qué más había que hacer?
Vestirse como fantasmas, demonios y celebridades muertas, ahogar el terror de 198
su propia mortalidad en alcohol y ponche hawaiano.

Sorpresa de Licor se consideraba una especie de pre juego antes de que la


gente saliera a las fiestas reales, y Alex podía escabullirse temprano para
prepararse para el ritual en Sterling. No habría ninguna actividad extraña de la
que preocuparse en la fiesta de Halloween de Manuscrito este año. Habían sido
sancionados por las drogas que habían pasado por alto el semestre anterior y
que habían sido utilizadas para atacar a Mercy y otras chicas que tuvieron la
mala suerte de cruzarse en el camino de Blake Keely. Pero todavía tendría que
supervisar algo llamado ritual de pájaro cantor para ellos el jueves.

Alex caminó de regreso a JE con Mercy y Lauren. Tendría que saltarse el


almuerzo si quería alcanzar el horario de oficina del nuevo pretor. Corrió a su
habitación para cambiarse y ponerse su atuendo más respetable: vaqueros
negros, un suéter negro y una camisa blanca con cuello que le prestó Lauren.

—Pareces una cuáquera —dijo Mercy con desaprobación.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Parezco responsable.

—¿Sabes lo que ella necesita? —preguntó Lauren. Entró en su habitación y


regresó con una diadema de terciopelo rojo oscuro.

—Mejor —dijo Mercy.

Alex examinó su rostro remilgado y sin humor en el espejo.

—Perfecto.

La oficina del profesor Raymond Walsh-Whiteley estaba en el tercer piso de


Linsly-Chittenden Hall, sus horarios estaban pegados a la pesada puerta de
madera. Vaciló. ¿Para qué estaba allí exactamente? ¿Un regaño? ¿Una
advertencia? ¿Un interrogatorio sobre el ritual en Pergamino y Llave?

Tocó ligeramente y escuchó un —Adelante —desinteresado.

La habitación era pequeña, las paredes estaban cubiertas desde el suelo 199
hasta el techo con estanterías rebosantes de libros. Walsh-Whiteley estaba
sentado frente a una fila de ventanas de vidrio emplomado. Los cristales eran
gruesos y acuosos, como si estuvieran hechos de caramelo, y a la luz gris de
octubre se le dificultaba atravesarlos. Una lámpara de bronce con una pantalla
verde estiraba su cuello sobre su escritorio desordenado.

El profesor levantó la vista de su computadora portátil y miró por encima de


sus anteojos. Tenía un rostro alargado y melancólico, y un espeso cabello
blanco peinado hacia atrás casi como un copete.

—Siéntate. —Señaló la única silla frente a él.

Era extraño saber que un exdiputado de Lethe había estado viviendo en el


campus todo el año pasado, acurrucado en este cubículo. ¿Por qué nadie lo
había mencionado? ¿Había otros?

—Galaxy Stern —dijo, recostándose en su silla.

—Prefiero que me llamen Alex, señor.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Es misericordioso. Me habría sentido un tonto llamando a alguien Galaxy.


Un nombre bastante caprichoso. —Dijo “caprichoso” con el mismo tono de
disgusto que otras personas reservan para “los fascistas”—. ¿Tu madre es
propensa a esas excentricidades?

Un poco de verdad no podría hacer daño.

—Sí —dijo Alex—. California. —Se encogió de hombros.

—Mmm —dijo él asintiendo, y Alex sospechó que hacía tiempo que había
descartado todo el estado, posiblemente toda la costa oeste—. ¿Eres una
artista?

—Pintora. —Aunque apenas había tocado un pincel o incluso un trozo de


carbón desde el semestre pasado.

—¿Y cómo encuentras el comienzo del año escolar?

¿Agotador? ¿Espantoso? ¿Demasiado lleno de cadáveres? Pero la gente


200
realmente solo hablaba de un tema en el campus.

—Eso del decano Beekman es bastante terrible —dijo.

—Una pérdida tremenda.

—¿Lo conocía?

—Él no era un hombre que soportara permanecer en el anonimato. Pero lo


siento profundamente por su familia. —Juntó los dedos—. Seré franco,
señorita Stern. Soy lo que cariñosamente se llama un dinosaurio y menos
cariñosamente se describe como un reaccionario. Yale alguna vez se dedicó a la
mente, y aunque había diversiones y distracciones, nada podría ser tan
divertido o molesto como la presencia del sexo débil.

Alex tardó un buen rato en procesar lo que decía Walsh-Whiteley.

—¿No cree que las mujeres deberían haber sido admitidas en Yale?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No, no lo creo. Por supuesto, que haya educación superior para las
mujeres, pero mezclar los sexos no sirve de nada. Del mismo modo, Lethe no es
lugar para mujeres, al menos no en el papel de Virgilio o Dante.

—¿Y Oculus?

—Nuevamente, es mejor no crear una atmósfera de tentación, pero como la


oficina se dedica exclusivamente a la investigación y el cuidado, puedo hacer
una excepción.

—Una especie de niñera exaltada.

—Precisamente.

Ahora Alex sabía por qué Dawes había sonado tan malhumorada.

Walsh-Whiteley se quitó una mota de pelusa de la manga.

—He vivido lo suficiente para ver cómo los balidos supuestamente


inofensivos de la contracultura se convertían en la cultura, para ver cómo los 201
venerables departamentos académicos eran superados por tontos parlanchines
que arrancarían de raíz cientos de años de gran literatura y arte para
apaciguar a las mentes pequeñas.

Alex consideró sus opciones.

—No podría estar más de acuerdo.

Walsh-Whiteley parpadeó.

—¿Disculpa?

—Estamos viendo la muerte del canon occidental —dijo con lo que esperaba
que fuera la cantidad adecuada de angustia—. Keats, Trollope, Shakespeare,
Yeats. ¿Sabía que tienen una clase centrada en las letras de canciones
populares? —Había llegado a amar a Shakespeare y Yeats. Keats la aburría.
Trollope la deleitaba. Aparentemente había inventado el buzón de correos. Pero
dudaba que al profesor Walsh-Whiteley le importara mucho el disfrute, y

Hell bent
LEIGH BARDUGO

también le había gustado mucho un semestre de estudio de Velvet


Underground y Tupac.

Él la evaluó.

—Elliot Sandow era uno de esos charlatanes. Una repelente combinación de


santurrón y cobarde. Quiero que se entienda que no toleraré problemas bajo el
techo de Lethe, ni travesurillas, ni tonterías.

Era difícil no obsesionarse con un hombre adulto usando el término


“travesurillas” sin ironía, pero Alex simplemente dijo:

—Sí, señor.

—Has estado sin un Virgilio o cualquier tipo de liderazgo real por demasiado
tiempo. No sé qué malos hábitos has acumulado en ese tiempo, pero no habrá
lugar para ellos bajo mi vigilancia.

—Entiendo.
202
Se inclinó hacia adelante.

—¿Lo entiendes? Durante el ignominioso mandato del decano Sandow, un


estudiante desapareció y lo más probable es que esté muerto. A las sociedades
se les permitió descender a un miasma de depravación y comportamiento
criminal. Escribí numerosas quejas al comité y me alivia que no cayeron en
saco roto.

Ella dobló las manos sobre el regazo, intentando parecer pequeña y


vulnerable.

—Todo lo que puedo decir es que estoy agradecida de que tengamos una...
eh... mano firme en el timón. —Lo que diablos significara eso—. Perder a mi
Virgilio fue aterrador. Desestabilizador.

Walsh-Whiteley soltó una risita ahogada.

—Me imagino que una mujer con tu experiencia se sentiría bastante fuera
de lugar aquí.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Sí —dijo Alex—. Ha sido un desafío. ¿Pero no dijo Disraeli: “No hay
educación como la adversidad”? —Gracias a Dios por la sabiduría de las
bolsitas de té del comedor.

—¿Lo dijo? —dijo Walsh-Whiteley, y Alex se preguntó si había ido


demasiado lejos—. No soy tonto, señorita Stern, y no me dejaré llevar por el
lenguaje simplista. No hay lugar en Lethe para bufones o charlatanes. Espero
informes rápidos sobre los rituales que supervisas. También asignaré lecturas
adicionales... —Su angustia debió notarse porque él levantó una mano—.
Tampoco me gusta que me interrumpan. Te comportarás como un diputado de
Lethe en todo momento. Si te toca el más mínimo soplo de controversia,
recomendaré tu expulsión inmediata de Lethe y Yale. Que Michael Anselm y el
comité te hayan permitido quedarte después de tu vergonzosa actuación en
Pergamino y Llave me supera. Le he hecho saber esto al señor Anselm en
términos muy claros.
203
—¿Y? —Alex preguntó, su ira se apoderó de ella.

El pretor farfulló.

—¿Y qué, señorita Stern?

—¿Qué dijo Michael Anselm?

—Yo… no he podido localizarlo. Los dos estamos muy ocupados.

Alex tuvo que reprimir una sonrisa. Anselm no devolvía sus llamadas. Y
Lethe había evitado elegirlo para pretor hasta que se agotaron todas las otras
opciones. Nadie quería escuchar al bueno del profesor Walsh-Whiteley. Pero tal
vez eso significaba que había una oportunidad aquí.

Alex esperó para asegurarse de que había terminado de hablar, sopesando


posibles estrategias. Sabía que probablemente no tenía sentido tratar de aliarse
con Walsh-Whiteley, pero ¿no debería él querer de vuelta a Daniel Arlington,
un diputado de Lethe con todas las credenciales adecuadas?

—Mi Virgilio…

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Una pérdida tremenda.

Las mismas palabras que había usado para describir el asesinato del
decano Beekman. Sin sentimiento. Como un movimiento desdeñoso de la
mano.

Álex lo intentó de nuevo.

—Pero si hay una forma de llegar a él, de traerlo de vuelta…

Las cejas del pretor se levantaron con incredulidad y Alex se preparó para
otra diatriba, pero su voz era suave.

—Querida niña, el final es el final. Mors vincit omnia.

«Pero no está muerto. Está sentado en el salón de baile de Black Elm.» O


alguna parte de él estaba.

Una vez más, Alex se preguntó cuánto sabía Walsh-Whiteley.

—En Pergamino y Llave… —aventuró. 204


—No busques simpatía por mi parte —dijo con severidad—. Espero que
conozcas tus propias limitaciones. Cualquier inspección o actividad ritual debe
ser examinada primero por mí. No veré que el nombre de Lethe se degrade aún
más porque el comité ha considerado adecuado relajar los estándares que
existen por una razón.

«Inspección.» Esa era la fachada que Alex había ofrecido a Pergamino y Llave,
y que Anselm había respaldado con los ex alumnos. Alex había asumido que
Anselm compartiría todas sus sospechas con el comité de Lethe. Pero tal vez el
comité no se las había transmitido al pretor. Después de todo, ¿por qué irritar
a un perro que sabías que amaba ladrar? Y si el pretor no sabía que ella y
Dawes estaban tratando de entrar en el infierno, sería una cosa menos de qué
preocuparse.

—Entiendo —dijo, tratando de ocultar su alivio.

Walsh-Whiteley negó con la cabeza. Su mirada era de lástima.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No es tu culpa que te pusieran en esta posición. Simplemente no tienes la


habilidades o antecedentes para hacer frente a lo que se le presenta. Tú no eres
Daniel Arlington. Estás mal equipada para interpretar el papel de Dante, y
mucho menos de Virgilio. Pero con mi supervisión y un poco de humildad de tu
parte, superaremos esto juntos.

Alex consideró apuñalarlo con un bolígrafo.

—Gracias Señor.

Walsh-Whiteley se quitó las gafas, sacó un paño del cajón de su escritorio y


pulió las lentes lentamente. Sus ojos se movieron rápidamente a la izquierda y
Alex siguió el movimiento hasta una fotografía amarillenta de dos hombres
jóvenes, encaramados en un velero.

Se aclaró la garganta.

—¿Es cierto que puedes ver a los muertos?


205
Alex asintió.

—¿Sin ningún elixir o poción?

—Así es.

Alex había leído la habitación tan pronto como entró. La madera traída por
la marea en el estante al lado de la foto, conchas y pedazos de vidrio marino, la
cita enmarcada en un pisapapeles: «Sé reservado y vive tu alegría porque de
todo aquello conocido eso es lo más difícil.» Pero ella no había leído a Walsh-
Whiteley, no con éxito. Había estado demasiado nerviosa para ver la
desesperación que acechaba detrás de toda esa bravuconería.

—Hay un Gris aquí ahora —mintió. Afortunadamente, la oficina estaba libre


de fantasmas, probablemente porque el pretor estaba a un paso de ser un
cadáver.

Empezó, luego trató de mantener la compostura.

—¿Esta ahí?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Sí, un hombre… —Ahora adivinaba—. Un hombre mayor. —El profesor


frunció el ceño—. No… es difícil distinguirlo. Joven. Y muy guapo.

—Él… —Walsh-Whiteley miró a su alrededor.

—A la izquierda de su silla —dijo Alex.

Walsh-Whiteley extendió la mano, como si pudiera atravesar el Velo. El


gesto fue tan esperanzador, tan vulnerable, que Alex sintió una aguda punzada
de culpa. Pero necesitaba a este hombre de su lado.

—¿Ha dicho algo? —preguntó el pretor. El anhelo en su voz tenía un filo,


agudizado por años de soledad. Había amado a este hombre. Lo había perdido.
Alex resistió el impulso de echar otro vistazo a la foto de la repisa de la
chimenea, pero estaba segura de que Walsh-Whiteley era uno de esos rostros
sonrientes, jóvenes y bronceados y seguros de que la vida sería larga.

—Puedo ver a los Grises, no escucharlos —Alex volvió a mentir. Luego


agregó remilgadamente—: No soy una tabla Ouija.
206

—Por supuesto que no —dijo—. No quise decir eso.

«¿Dónde está su desdén ahora?» Pero sabía que tenía que andar con
cuidado. Su abuela había leído la fortuna en los restos del café turco, amargo,
oscuro y tan espeso que parecía quedarse un largo tiempo en la garganta.

—Estás vendiendo mentiras a la gente —se había quejado la madre de Alex.


Una divertida ironía de parte de Mira, que vivía de la esperanza que encontraba
en cristales, baños de energía, manojos de salvia que prometían pureza,
prosperidad, renovación.

—Yo no les vendo nada —le había dicho Estrea a su hija.

Eso era cierto. Estrea Stern nunca cobraba por las fortunas que leía. Pero la
gente traía hogazas de pan, charolas de papel de aluminio con Jiffy Pop, babka,
caramelos masticables de fresa. Se iban besando sus manos, con lágrimas en
los ojos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Te aman —había dicho Alex, maravillada, mirando con los ojos muy
abiertos desde la mesa de la cocina.

—Mija, me aman hasta que me odian.

Alex no lo había entendido hasta que vio la forma en que esas mismas
personas le habían dado la espalda a su abuela en la calle, la trataban como a
una desconocida en la fila de la tienda, los ojos del cajero desviaban la mirada,
con una sonrisa superficial en sus labios.

—Los he visto en su punto más bajo —había explicado Estrea—. Cuando


alguien te muestra su anhelo, no quiere verte comprando tomates cherry.
Ahora no le digas a tu madre.

Alex no había dicho ni una palabra sobre las personas que entraban y
salían del departamento de su abuela, porque cada vez que su madre se
enteraba de que Estrea adivinaba la fortuna, se pasaba todo el viaje en auto a
casa despotricando. 207
—Se ríe de mí porque pago para que me lean el Tarot, y luego hace esto —se
enfurecía Mira, golpeando el volante con la palma de la mano—. Hipócrita.

Pero Alex sabía por qué Estrea se reía de las falsificaciones a las que se
aferraba su madre a través de una ola interminable de esperanza y desilusión.
Porque eran mentirosos y Estrea solo decía la verdad. Ella veía el presente. Ella
veía el futuro. Si no había nada en la taza, también se lo decía a sus visitantes.

—Léeme —había suplicado Alex.

—No necesito una taza de café para leerte, preciada —había dicho Estrea—.
Vas a soportar mucho. ¿Pero el dolor que sientes? —Sujetó la barbilla de Alex
con sus dedos huesudos—. Lo devolverás diez veces.

Alex no estaba segura de las matemáticas en eso, pero Estrea Stern nunca
se había equivocado antes.

Ahora estudiaba al Pretor. Tenía la misma mirada esperanzada que había


visto en la mesa de la cocina de su abuela, el dolor en él irradiaba como un

Hell bent
LEIGH BARDUGO

aura. Estrea había dicho que nunca podría mirar dentro de un corazón y
mentir. Alex no parecía haber heredado ese rasgo en particular. Por primera
vez en mucho tiempo, pensó en su padre, el misterio de él, poco más que una
cara hermosa y una sonrisa. Se parecía a él, al menos eso era lo que le había
dicho su madre. Tal vez él también había sido un mentiroso.

—El Gris parece cómodo —dijo—. Le gusta estar aquí, verlo trabajar.

—Eso es bueno —dijo Walsh-Whiteley, con voz ronca—. Eso es... eso es
bueno.

—Puede llevarles tiempo compartir lo que necesitan compartir.

—Por supuesto. Sí. —Se volvió a poner las gafas y se aclaró la garganta—.
Haré que Oculus prepare un programa de los rituales de las sociedades que
necesita aprobación. Lo revisaremos mañana por la tarde.

Abrió su computadora portátil y volvió al trabajo que había estado haciendo.


Era una despedida.
208

Alex miró al anciano frente a ella. Él lloraría cuando ella se fuera; lo sabía.
Él le volvería a preguntar por este joven; también lo sabía. Él podría ser más
amable o más justo con ella por un tiempo. Ese había sido el objetivo,
congraciarse. Pero tan pronto como dudara de ella, se volvería en su contra.
Bien. Ella solo tenía que mantenerlo tranquilo hasta que Darlington volviera a
casa. Entonces el niño dorado de Lethe podría encargarse.

Estaba a mitad de camino de los dormitorios cuando las palabras del pretor
regresaron a ella: «No hay lugar en Lethe para bufones o charlatanes.» Tres
profesores se habían enfrentado a Mercy para tratar de mantenerla en el
departamento de Literatura, y uno de ellos había dicho que el querido decano
Beekman era un bufón. Un término poco común. «No era un hombre que
soportara permanecer en el anonimato.»

Convertirse en pretor significaba obtener acceso completo a los archivos y


recursos de Lethe, incluido un arsenal lleno de pociones y venenos. El profesor

Hell bent
LEIGH BARDUGO

había sido nombrado pretor la semana pasada, justo antes de que comenzaran
los asesinatos, y ciertamente no le agradaba el decano Beekman.

Motivo y medios, consideró Alex mientras abría la puerta de JE. En cuanto


a la oportunidad, ella sabía mejor que nadie: tenías que crearla por tu cuenta.

209

Hell bent
LEIGH BARDUGO

19
Traducido por Azhreik

Alex encontró a Dawes en la sala de lectura de JE, inclinada sobre un plano de


la “Daemonologie de Sterling y Kittscher.”

—Este es el libro que Michelle me dijo que leyera —dijo Alex, levantándolo y
hojeándolo—. ¿Habla sobre el Guantelete?

—No, es una serie de debates sobre la naturaleza del infierno.

—Así que más como una guía de viaje.

Dawes puso los ojos en blanco, luego agarró sus auriculares como si
estuviera aferrada a una boya. 210
—¿De verdad no tienes miedo?

Alex deseaba poder decir que no.

—Michelle me dijo que tendríamos que morir para completar el ritual. Estoy
aterrorizada. Y realmente no quiero hacerlo.

—Yo tampoco —dijo Dawes—. Quiero saber cómo ser valiente. Como tú.

—Soy temeraria. Hay una diferencia.

Lo que podría haber sido una sonrisa curvó la comisura de la boca de


Dawes.

—Quizá. Háblame del Pretor.

Alex se sentó.

—Es un encanto.

—¿De verdad?

—Dawes.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Las mejillas de Dawes se sonrojaron.

—Hice una pequeña investigación sobre él, y no era una figura popular en
Lethe. Su Virgilio lo odiaba y cabildeaba contra su selección, pero no se puede
negar que fue una superestrella académica.

—La mala noticia es que no se ha suavizado con la edad. La buena noticia


es parece que Anselm y el comité le han ocultado lo que realmente sucedió en
Pergamino y Llave.

—¿Por qué harían eso?

—Porque este tipo parece estar compuesto de indignación justiciera. Creo


que lleva años quejándose con Lethe de que todos nos estamos “Arrastrando
hacia Belén”.2 Ellos solo quieren que se calle y los deje en paz.

—Así que ahora él es nuestro problema.

—Algo así. Creo que lo mejor que podemos hacer es dejarle creer que somos
211
tontas e incompetentes.

Dawes se cruzó de brazos.

—¿Sabes cuánto he tenido que esforzarme para que me tomen en serio?


¿Que mi tesis se tome en serio? Hacerse el tonto no solo nos lastima a
nosotras, lastima a todas las mujeres con las que él tenga contacto. Eso...

—Dawes, lo sé. Pero también es una muy buena fachada. Así que bailemos
para él hasta que resolvamos esto, y luego felizmente me haré a un lado
mientras aplastas su ego con tu deslumbrante intelecto, ¿de acuerdo?

Dawes lo meditó.

—Bueno.

—No quiero sonar como Turner, pero ¿tenemos un plan?

2 Arrastrarse hacia Belén es una colección de ensayos escritos por Joan Didion que retratan
impresiones no tan positivas sobre la contracultura en San Francisco en la década de los
60. En la actualidad, la autora se considera una referencia a mujeres jóvenes, de clase
media y algo torturadas interiormente.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Más o menos? —Dawes extendió una serie de páginas cuidadosamente


mecanografiadas que había resaltado con diferentes colores—. Si podemos
averiguar cómo completar el Guantelete, comenzamos la caminata a
medianoche. Una vez que encontremos las cuatro puertas, cada umbral deberá
marcarse con sangre.

—En Halloween.

—Lo sé —dijo Dawes—. Pero no tenemos elección. Si lo hacemos bien… algo


pasará. No estoy segura de qué. Pero la puerta del infierno se abrirá y
aparecerán cuatro tumbas. Nuevamente, el lenguaje no es del todo claro.

—Cuatro tumbas para cuatro asesinos.

—Suponiendo que tengamos cuatro asesinos.

—Los tenemos —dijo Alex, aunque Turner todavía no les había confirmado.
Si tenían que volver a ese horrible mapa, lo harían. Pero tendrían que hacerlo
rápido. Y encontrar a alguien que aceptaría ser enterrado vivo para rescatar a
212
alguien que nunca habían conocido no iba a ser fácil—. ¿Necesitamos... no sé,
traer armas o algo así?

—Podemos intentarlo, aunque no sé contra qué pelearemos. No tengo ni


idea de lo que podría estar esperando al otro lado. Todo lo que puedo decirte es
que nuestros cuerpos no harán el descenso, solo nuestras almas.

Pero Alex recordó lo que había presenciado en el sótano de Rosenfeld Hall.

—Darlington desapareció, lo vi. No solo su alma, también su cuerpo. —En


un momento había estado allí con ella, con un grito en los labios, y luego se
había ido, junto con el sonido de su grito. No hubo eco, ni desvanecimiento,
solo un silencio repentino.

—Porque se lo comieron —dijo Dawes, como si fuera obvio—. Es la única


forma en que pudo convertirse en... bueno, lo que sea que es.

—¿Entonces ninguno de nosotros se va a convertir en demonio?

Dawes renovó su agarre en sus auriculares.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No creo.

—Por el amor de Dios, Dawes.

—No puedo estar segura —dijo con brusquedad, como si la idea de perder
su humanidad fuera menos preocupante que la perspectiva de perder su
trabajo en Lethe—. No ha habido suficientes intentos bien documentados para
predecir qué sucederá. Pero simplemente enviar nuestras almas es una especie
de protección. Los cuerpos son permeables, cambiantes. Es por eso que
necesitamos a alguien que nos cuide, que sirva como conexión con el mundo
de los vivos. Ojalá no estuviéramos haciendo esto en Halloween. Vamos a
atraer muchos Grises.

Alex sintió que le venía un dolor de cabeza. Tenían poco más de una
semana para armar todo, y ella tenía la misma sensación que había tenido
antes de que ejecutaran ritual en Pergamino y Llave. No estaban listas. No
estaban equipadas. Seguro que no eran el equipo adecuado para este trabajo. 213
¿Qué había dicho Walsh-Whiteley? «Espero que conozcas tus propias
limitaciones.» Le hizo pensar en Len. A pesar de toda su codicia y ambición
desmedida, poseía un extraño tipo de cautela. Había sido lo suficientemente
estúpido como para pensar que podía ganarse la confianza de Eitan y ascender
en las filas, pero nunca había intentado ni siquiera robar algo de mercancía
cuando estaban cortos de dinero, porque sabía que los atraparían. Él no era un
ladrón. Definitivamente no era un planificador. Por eso le encantaba usar a
Alex para negociar en los campus cuando todavía se veía como una niña, antes
de que la desesperación y la decepción la hubieran vaciado. Bajo riesgo, alta
recompensa. Al menos para Len.

Ahora Dawes estaba hablando de confiar en alguien que luchara contra un


montón de Grises mientras ellos yacían indefensos en el suelo. Por primera vez,
Alex se sintió insegura.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No me gusta —dijo—. No quiero involucrar a un desconocido en esto. ¿Y


les vas a decir que tienen que beber el elixir de Hiram para que puedan ver
Grises? Eso puede ser fatal.

—Michelle...

—Michelle Alameddine no nos va a ayudar.

—Pero ella era su Virgilio.

Alex miró a Dawes. Pamela Dawes, que le había salvado la vida más de una
vez y que estaba preparada para atravesar junto a ella las puertas del infierno.
Pamela Dawes, que provenía de una buena familia con una bonita casa en
Westport, que tenía una hermana amable que la recogía en el hospital y le
pagaba para que cuidara a los niños. Pamela Dawes, que no tenía idea de lo
que significaba vivir con tanto dolor que podía despertar una mañana lista
para morir. Y Alex se alegraba de eso. La gente no debería tener que marchar
por el mundo peleando todo el tiempo. Pero no había forma de que Alex 214
presionara a Michelle Alameddine para que hiciera un trabajo como este, no
después de haber visto ese tatuaje en su muñeca.

—Encontraremos a alguien más —dijo Alex. Pero no sabía quién. No podían


simplemente agarrar a alguien de la calle y ofrecerse a pagarle, y no podían
pedírselo a alguien de las sociedades sin correr el riesgo de que esa persona
fuera directamente al comité de Lethe.

—Podríamos usar magia —dijo Dawes tentativamente. Estaba haciendo


espirales lentas con su bolígrafo en el margen de sus notas—. Traer a alguien y
luego hechizarlo para que no pueda recordar…

—No hagan eso.

Alex y Dawes casi saltaron de sus asientos. Mercy estaba sentada en un


sofá justo detrás de su mesa.

—¿Cuánto tiempo has estado ahí? —exigió Alex.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Te seguí desde el patio. Si necesitan a alguien que los ayude, puedo
hacerlo, pero no si van a jugar con mi mente.

—De ninguna manera te involucrarás —dijo Alex—. Absolutamente no.

Dawes parecía horrorizada.

—Espera, ¿quién… qué sabe ella?

—La mayor parte.

—Le hablaste de... —La voz de Dawes se convirtió en un susurro enojado—.


¿Sobre Lethe?

—Sí —espetó Alex—. Y no voy a disculparme por ello. Ella es la que me sacó
de mi miseria el año pasado. Ella es la que llamó a mi mamá y se aseguró de
que yo estuviera bien cuando estabas encerrada en la casa de tu hermana
viendo viejas comedias y escondiéndote debajo de las sábanas.

Dawes metió la barbilla en su sudadera y Alex se sintió terrible al instante. 215


—Puedo ayudar —dijo Mercy, rompiendo el silencio—. Dijiste que
necesitaban a alguien que los cuidara. Yo puedo hacer eso.

—No. —Alex hizo un gesto en el aire como si estuviera cortando el


pensamiento por la mitad—. No tienes idea de en qué te estás anotando. No.

Mercy se cruzó de brazos. Vestía un suéter tejido azul brillante, con rosas
de ganchillo alrededor del cuello. Parecía una maestra de jardín de infantes
desaprobadora.

—No puedes simplemente decir que no, Alex.

—Podrías morir.

Mercy bufó.

—¿De verdad crees que eso sucederá?

—¡Nadie sabe lo que pasará!

—¿Puedes darme un arma?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex se pellizcó el puente de la nariz. Al menos Mercy estaba haciendo las


preguntas correctas.

—No puedes decir que no, ¿verdad? —Mercy continuó—. No tienen a nadie
más. Y me debes por todas las cosas mágicas.

—No quiero que te lastimes.

—Porque te sentirías culpable.

—¡Porque me agradas! —gritó Álex. Se obligó a sí misma a bajar la voz—. Y


sí, me sentiría culpable. Yo te rescato, tú me rescatas. Eso es lo que dijiste,
¿recuerdas?

—Entonces, si algo sale mal, eso es lo que harás.

Dawes se aclaró la garganta.

—Necesitamos a alguien.

Mercy le tendió la mano. 216


—Mercy Zhao, compañera de cuarto y guardaespaldas.

Dawes se la estrechó.

—Yo… Pamela Dawes. Candidata a doctorado y…

Alex suspiró.

—Sólo dilo.

—Óculus.

—Ese es un muy buen nombre en clave —dijo Mercy.

—Es mi cargo —dijo Dawes con toda la dignidad que pudo reunir—. No
somos espías.

—No —dijo Alex—. El espionaje sería demasiado básico para Lethe.

—En realidad —dijo Mercy—, se especula que el término espías para


referirse a los agentes de la CIA se originó de que hubiera tantos reclutas
provenientes de Cráneo y Huesos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex apoyó la cabeza sobre la mesa.

—Vas a encajar perfectamente.

—Solo dime por dónde empezar.

—No te emociones —advirtió Alex—. Ni siquiera hemos descubierto cómo


funciona el Guantelete o si nos equivocamos en todo esto.

Dawes señaló el plano de Sterling.

—Se supone que debe haber un circuito, un círculo que debemos completar,
pero…

Mercy estudió el plano.

—Parece que se dirigen al patio.

—Así es —dijo Dawes—. Pero no hay forma de completar el circuito. El


camino termina en Manuscritos y Archivos.
217
—No, no es así —dijo Mercy—. Simplemente pasen por la oficina de
Bibliotecarios de la Universidad.

—He estado en esa oficina. —Dawes dio un golpecito firme a los planos—.
Hay una puerta a Manuscritos y Archivos y una puerta al patio. La puerta del
reloj de sol. Son todas.

—No —insistió Mercy. Alex se sintió como si estuviera viendo un combate de


boxeo donde los peleadores lanzaban citas en lugar de puñetazos—. No sé por
qué no está en el plano, pero hay una puerta detrás del escritorio de
bibliotecarios, justo al lado de la chimenea, la que tiene esa cita graciosa en
latín.

—¿Cita graciosa? —preguntó Alex.

Mercy tiró de uno de los rosetones de su escote.

—No puedo recordarla, pero básicamente equivale a “Cállate y vete, estoy


ocupado”. Es fácil pasar por alto la puerta debido a los paneles, pero mi amiga

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Camila me la mostró. La cruzamos. Te lleva a la sala de lectura de Linonia y


Hermanos.

Dawes parecía que iba a saltar de su silla.

—A Linonia. Directamente alrededor del patio.

Alex no había seguido gran parte de su debate, pero eso lo entendía. Una
puerta oculta. Una forma de rodear el patio que no estaba en los planos.

—Podemos completar el circuito. Podemos completar el Guantelete.

—¿Ves? —dijo Mercy con una sonrisa—. Soy útil.

Dawes se recostó en su silla y se encontró con la mirada de Alex.

—Ahora eres Virgilio. Es tu decisión.

Alex levantó las manos.

—A la mierda. Mercy Zhao, bienvenido a Lethe.


218

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Lo que debe entenderse es que los demonios son criaturas de apetitos. Entonces, aunque
sus poderes son prácticamente ilimitados, su comprensión es decididamente más
restringida. Esta es la razón por la que se distraen tan fácilmente con los rompecabezas y
los juegos: están más interesados en lo que está inmediatamente delante de ellos. Es
también la razón por la que resulta tan difícil crear objetos materiales de la nada. ¿Oro
de la nada? Costoso en términos de sacrificio de sangre, pero bastante fácil. ¿Una
aleación? Ligeramente más difícil. ¿Un elemento complejo como un barco o un
despertador? Bueno, será mejor que tengas una comprensión rigurosa de su
funcionamiento porque puedo garantizar que el demonio no. ¿Un organismo más
complejo que una ameba? Casi imposible. El diablo, amigos míos, está en los detalles.

— La Demonología de Kittscher, 1933

219
Nudillos of Shimshon, que se cree pertenece a un conjunto de oro, plomo y tungsteno

Procedencia: Desconocida; fecha de origen desconocida

Donante: Cabeza de Lobo, 1998

Estos —nudillos de bronce— otorgan al usuario la fuerza de veinte hombres. Fueron


adquiridos durante una de las muchas excavaciones en Medio Oriente patrocinadas por
Cabeza de Lobo y su fundación. Pero se desconoce si fueron descubiertos en un sitio
arquitectónico o en una tienda en algún barrio turístico. También se desconoce si el
cabello atrapado para siempre en oro pertenecía al héroe legendario o simplemente era
parte del encantamiento colocado sobre el objeto. Pero aunque la procedencia de los
nudillos es dudosa, la magia no lo es, y este obsequio tan útil se agregó a la armería en
1998, en celebración del centenario de Lethe.

—del Catálogo de la Armería de Lethe revisado y


editado por Pamela Dawes, Oculus

Hell bent
LEIGH BARDUGO

20
Traducido por Azhreik

—¿Alguna vez sientes que nada de esto es real? —Mercy susurró. Estaban
sentadas en la sala común con Lauren y otro miembro del equipo de hockey
sobre césped, haciendo flores de papel para Sorpresa de Licor. Arreglaron la
habitación como un jardín lúgubre con macetas de tierra de chocolate que
llenarían con gusanos de goma—. Todo en lo que puedo pensar es en el viernes
por la noche.

Tenían mucho que lograr antes de Halloween y solo unos pocos días para
hacerlo. Alex había traído a casa lecturas recomendadas que Dawes había
seleccionado para ella y Mercy, y las estudiaron en su habitación entre clases y 220
comidas, luego las escondieron debajo de sus camas. Todavía no sabía cómo
sentirse sobre que Mercy se arriesgara, pero también estaba agradecida de no
sentirse tan sola, y la emoción de Mercy era un tónico para la constante
preocupación de Dawes.

—Esto es la vida real —le recordó Alex, sosteniendo una barra de


pegamento—. Lo de Lethe... esa es la distracción.

Se estaba recordando a sí misma tanto como a Mercy. El clima fresco había


cambiado la atmósfera del campus. Había algo provisional en los primeros
meses del nuevo semestre, una cálida suavidad que hacía maleables los
últimos días de lo que ya no era verano, pero aún no se sentía como otoño.
Ahora aparecían sombreros y bufandas, las botas reemplazaban a las
sandalias, se imponía una especie de seriedad. Alex y Mercy todavía
entrecerraban las ventanas o, a veces, las abrían de par en par: los calefactores
de los dormitorios habían recibido la nueva temporada con demasiado
entusiasmo. Pero escondida en la sala de lectura de JE o reunida con su

Hell bent
LEIGH BARDUGO

asistente de filosofía en Bass, Alex sintió que una extraña sensación se


apoderaba de ella, un peligroso consuelo en la rutina. No le iba excelente en
sus clases, pero estaba aprobando, un flujo constante de Cs y Bs, una cascada
de mediocridad ganada con esfuerzo. «Todo esto se puede perder», se dijo
mientras inclinaba los labios hacia otra taza de té, sintiendo el vapor sobre su
piel. Esta tranquilidad, esta quietud. Era preciosa. Era imposible.

Estaba mirando con ojos saltones un girasol cuando sonó su teléfono. Alex
casi se había olvidado de Eitan, o tal vez esperaba que él se hubiera olvidado
de ella ahora que Oddman había pagado su deuda, y la novedad de utilizarla
como matón se había desvanecido. El mensaje era una dirección que Alex no
reconoció, y cuando lo buscó, vio que estaba en Old Greenwich. ¿Cómo diablos
se suponía que iba a llegar allí?

—¿Quieres tomar una clase de teatro el próximo semestre? —preguntó


Mercy.
221
—Por supuesto.

—¿Qué ocurre?

—Es solo mi mamá. —En cierto modo era cierto.

—A mis padres no les gustará —continuó Mercy—. Pero puedo decirles que
me ayudará a hablar en público. Shakespeare Actuado es el único taller abierto
a estudiantes que no son de teatro.

—¿Shakespeare otra vez? —preguntó Lauren, asqueada. Era estudiante de


economía y se quejaba constantemente de cualquier cosa que implicara más
lectura.

Mercy se rio.

—Sí.

«Te golpearía, pero me infectaría las manos». Alex no podía recordar de qué
era, pero estuvo tentada de enviárselo a Eitan. En cambio, le envió un mensaje
de texto a Dawes y le preguntó si el Mercedes estaba en Il Bastone.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

[¿Por qué?] llegó la respuesta.

Pero Alex no estaba de humor para la mamá gallina protegiendo el preciado


auto de su hijo. Estaba arriesgando todo por su querido Darlington y
necesitaba transporte. Esperó a Dawes y, finalmente, su teléfono volvió a
sonar.

[Sí. No dejes el tanque vacío.]

A Alex le gustaba conducir el Mercedes. Se sentía como una persona diferente,


más hermosa, más interesante, el tipo de mujer que la gente admiraba, que
usaba zapatos bajos como de dama y hablaba con un acento suave y aburrido.
Por supuesto que ella misma había comprado el coche. La había atraído en la
concesionaria, un vejestorio encantador. No era práctico, pero ella tampoco.

Alex puso la radio. No había mucho tráfico en la 95, y pensó en bordear las
carreteras principales para conducir a lo largo de la costa por un rato, o dar 222
una vuelta para echar un vistazo a las islas Thimble. Darlington le había dicho
que algunas tenían mansiones famosas, mientras que otras eran demasiado
pequeñas para mucho más que una hamaca, y que supuestamente el Capitán
Kidd había enterrado su tesoro en una de ellas. Pero no tenía tiempo para
satisfacer sus fantasías de viaje por carretera de chica rica. Necesitaba
terminar este recado con Eitan y regresar para prepararse para el ritual del
Manuscrito mañana. Alex quería asegurarle al pretor que estaba lista y que no
necesitaba supervisión adicional.

Cuando llegó a Old Greenwich, estaba anocheciendo y el cielo estaba


adquiriendo un azul intenso y puro. La mayoría de las ciudades no lucían bien
justo al salir de la autopista, pero este lugar no parecía tener un lado poco
favorecedor. Todo era escaparates bonitos y paredes de piedra laberínticas,
árboles que extendían ramas negras contra la oscuridad creciente. Siguió el
navegador por una carretera con curvas suaves, pasó junto a prados

Hell bent
LEIGH BARDUGO

ondulantes y extensas casas antiguas. Ahora los mensajes de Eitan tenían más
sentido.

Tuvo que mirar dos veces cuando él le dio el nombre y la deuda:

[Linus Reiter, 50.]

[¿50 grandes?] había preguntado.

Eitan no se había molestado en responder.

El nombre sonaba como si pudiera ser un tipo involucrado en la tecnología,


y ella sabía que Eitan tenía clientes de alto perfil en Los Ángeles, mujeres que
inhalaban Adderall para mantenerse delgadas, ejecutivos de televisión a
quienes les gustaba divertirse con afrodisíacos. Nada de eso encajaba en un
lugar como este, de buen gusto, adinerado, pero al menos entendió cómo Eitan
había dejado que la deuda de este tipo escalara tanto. Debía saber que podía
pagarlo y estaba feliz de cobrar los intereses.
223
Redujo la velocidad del auto y luego simplemente se sentó, dejándolo al
ralentí mientras miraba fijamente la dirección grabada en una de las dos
grandes columnas de roca de río, cada una coronada por un águila de piedra.

—Mierda.

Estaba mirando una enorme puerta de hierro forjado colocada en un alto


muro cubierto de hiedra. No podía ver mucho más allá, excepto la ladera de
una colina llena de árboles y un camino de grava que desaparecía en la
penumbra del atardecer.

Observó la pared y la puerta en busca de cámaras. Nada obvio, pero eso no


significaba mucho. Tal vez la gente de Old Greenwich no creía que necesitaba
protección. O tal vez simplemente eran más discretos al respecto. Si atrapaban
a Alex aquí, definitivamente la arrestarían, y entonces Anselm y el comité no se
molestarían en hablar de segundas oportunidades. Simplemente la echarían de
Lethe. El profesor Walsh-Whiteley probablemente haría una fiesta. O al menos

Hell bent
LEIGH BARDUGO

organizaría una reunión de vino y queso. Pero, ¿qué opción tenía? No podía
simplemente decir, “¡Ups! Llamé al timbre, pero no había nadie en casa.”

Alex permaneció sentada, indecisa, al volante. No vio a ningún Gris al


acecho y no estaba segura de querer subir la colina sin asegurarse de tener
refuerzos. Este tipo podría tener todo un equipo de matones haciendo guardia
como Eitan. Pero tampoco estaba segura de estar lista para dejar entrar a otro
Gris, no después de lo que había sucedido con el anciano en Black Elm y ese
chico que había usado para el trabajo de Oddman. Las conexiones eran
demasiado poderosas, demasiado íntimas. Y siempre existía la posibilidad de
que uno de ellos entrara y se negara a irse.

Metió la mano en los bolsillos de su abrigo y sintió el reconfortante peso de


los nudillos de bronce que había robado de la armería de la Casa Lethe.

—No es realmente robar —murmuró—. Soy Dante después de todo.—


«Virgilio». 224
Excepto que no era ninguno de los dos ahora. Solo era Alex Stern y tenía un
trabajo que hacer. Estacionó el Mercedes a unas cuadras de distancia y revisó
la vista satelital de la propiedad mientras esperaba que oscureciera por
completo. La casa era enorme, y estaba a por lo menos cuatrocientos metros
ascendiendo el largo camino de entrada. Detrás, vio el rombo azul de una
piscina y una especie de casa de huéspedes o pabellón.

Al menos dar una paliza a un tipo rico sería una novedad.

Cerró el auto con llave y le dio una palmadita para tener suerte, luego
caminó hacia la esquina este del muro, agradecida por las farolas tan
separadas. Todavía no había visto a nadie en la carretera, excepto a una mujer
esbelta que corría detrás de un cochecito doble. Alex deslizó los nudillos de
bronce sobre sus dedos. En realidad, eran de oro macizo y rugosos donde
supuestamente se habían entretejido los mechones de cabello de Sansón. No
sabía si eso era un mito o una realidad, pero mientras la dejaran atravesar las
paredes, no le importaba mucho.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Tengo los talones encadenados, pero mi puño está libre —susurró a la


nada. O a Darlington, supuso. Sansón Agonistes. Pero él no estaba allí para
dejarse impresionar por su Milton.

El metal en sus nudillos hizo que su agarre fuera incómodo, pero la oleada
extra de fuerza en sus manos le permitió saltar el muro con facilidad. Aun así,
vaciló antes de dejarse caer al otro lado. Llevaba sus Converse negras, y todo lo
que necesitaba era romperse un tobillo y morir congelada esperando a que
Dawes viniera a buscarla.

Contó hasta tres y se obligó a saltar. Afortunadamente, los árboles ya


habían comenzado a perder sus hojas y el suelo estaba blando. Corrió hacia la
casa, paralela al camino de entrada, preguntándose si estaba a punto de ver
linternas o escuchar los gritos de los guardias de seguridad. O tal vez Linus
Reiter tenía un montón de doberman hambrientos a los que saciar. Pero no
había más sonido que sus pasos en el mantillo, el viento que sacudía los pinos
225
y su propia respiración dificultosa. Darlington se habría estado riendo. «Veinte
minutos al día en la caminadora, Stern. Cuerpo sano, mente sana.»

—Sí, bueno, tú eres el que está atrapado haciendo yoga desnudo. —Hizo
una pausa para recuperar el aliento. Podía ver la enorme sombra de la casa a
través de los árboles más adelante, pero no había luces encendidas. Tal vez
Reiter realmente no estaba en casa. Dios, el pensamiento era hermoso. Aun
así... 5 por ciento de $50,000. Eso sería más dinero del que había tenido en su
vida. Eitan la había engatusado para este trabajo al amenazar a su madre, y
ella había sido demasiado estúpida como para estropear el primer trabajo,
demasiado acostumbrada a seguir órdenes. Pero tal vez se había acomodado.
La violencia era fácil. Era su lengua natal, era natural utilizarla, estaba lista en
su lengua. Y no podía fingir que los pequeños ahorros que había comenzado a
reunir no eran una especie de red de seguridad, a los que recurrir si Yale y
Lethe y todas sus promesas desaparecían.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Cuando finalmente llegó a la cima de la colina, se detuvo en la línea de


árboles. La casa no era como ella había esperado. Se había imaginado que
sería todo ladrillo viejo y hiedra como Black Elm, pero era blanca amplia y
aireada, un montón de merengue arquitectónico con un techo inclinado, toldos
a rayas sobre las innumerables ventanas, una gran terraza perfecta para
fiestas de césped. No tenía idea de cómo iba a entrar. Tal vez debería haberse
puesto un glamour, pero no tuvo tiempo para planificar.

Alex pensó que ya era culpable de allanamiento de morada, pero la idea de


romper una ventana la ponía nerviosa, y eso la enfurecía. Ya no era la bala de
cañón. No habría dudado si hubiera vuelto al barrio de Oddman. Era la riqueza
de Linus Reiter lo que la asustaba. Y por muy buenas razones. No se trataba de
un traficante de drogas de New Haven al más bajo nivel, y Eitan no iba a pagar
su fianza si todo salía mal.

—Joder —murmuró.
226
—Tal vez un trago primero.

Alex ahogó un grito y giró, sus pies se enredaron. Un hombre estaba de pie
detrás de ella, vestido con un impecable traje blanco. Se equilibró a punto de
caer. No podía distinguir su rostro en la oscuridad.

—¿Viniste aquí a causa de un reto? —preguntó él amablemente—. Eres


mayor que los niños que suelen tocar mi timbre y tirar mis macetas.

—Yo… —Alex buscó una mentira, pero ¿sobre qué podía mentir? En
cambio, envió su mente a través de la ciudad. No había Grises alrededor de la
casa o sus terrenos, y no fue hasta que llegó a un enorme edificio de escuela
secundaria que encontró ese borrón, esa arruga en su conciencia que señalaba
la presencia de un Gris. Solo saber que podía llamar a uno era un consuelo—.
Eitan me envió.

—¿Eitan Harel? —preguntó, su sorpresa era clara.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Debes cincuenta grandes —dijo ella, sintiéndose ridícula. La propiedad se


veía impecablemente cuidada y, por lo que podía ver, Linus Reiter también.

—¿Así que envía a una niña pequeña a cobrar la deuda? —La voz de Reiter
era de desconcierto—. Interesante. ¿Te gustaría entrar?

—No. —No tenía motivos para hacerlo, y si había aprendido algo en su corta
y espinosa vida, era que no entrabas en la casa de un desconocido a menos
que tuvieras un plan de escape listo. Especialmente con los desconocidos ricos.

—Como quieras —respondió él—. Hace frío.

Pasó junto a ella y subió los escalones hasta la terraza.

—Necesito cobrar esta noche.

—Eso no será posible —respondió.

Por supuesto que no podía ser fácil. Alex tiró de la maestra de escuela,
acercándola a la mansión, a lo largo de las calles de Old Greenwich. Pero la 227
Gris sería el último recurso.

Siguió a Linus Reiter escaleras arriba.

—Entonces, ¿qué pasa con el estilo de Gatsby? —preguntó mientras lo


seguía a una amplia estancia decorada con sillones color crema y decoraciones
chinas azules. Velas blancas resplandecían sobre la repisa de la chimenea, la
gran mesa de centro de cristal y la barra de la esquina, iluminaban los estantes
de botellas caras que brillaban como un tesoro enterrado, ámbar, verde y rojo
rubí. Nubes ondulantes de hortensias blancas estaban dispuestas en pesados
jarrones. Todo era muy glamuroso y de abuela al mismo tiempo.

—Aspiraba a Tom Wolfe —dijo su anfitrión, dirigiéndose detrás de la barra—


. Pero aceptaré lo que pueda conseguir. ¿Qué te puedo ofrecer…?

Esperaba su nombre, pero todo lo que ella contestó fue:

—Tengo un horario. —Si eras lo suficientemente estúpida como para romper


la regla número uno y seguir a un desconocido a su casa, entonces la regla

Hell bent
LEIGH BARDUGO

número dos era no beber nada de un desconocido rico que estaba al borde de
ser ascendido a rico raro.

Reiter suspiró.

—El mundo moderno mantiene un ritmo tan implacable.

—Cuéntame sobre eso. Escucha, pareces… —No estaba segura de cómo


continuar. “¿Agradable ? ¿Gentil? ¿ Un poco excéntrico pero inofensivo?” Era
sorprendentemente joven, tal vez treinta, y guapo de una manera delicada.
Alto, esbelto, de huesos finos, su piel pálida, su cabello dorado lo
suficientemente largo como para rozar sus hombros, el estilo de dios del rock
contrastaba con ese impecable traje blanco—. Bueno, no sé lo que pareces,
pero eres extremadamente educado No quiero estar aquí y no quiero
amenazarte, pero ese es mi trabajo.

—¿Cuánto tiempo has trabajado para Eitan? —preguntó, juntando copas,


hielo, bourbon. 228
—No mucho.

Él la miraba de cerca, sus ojos eran de un azul grisáceo pálido.

—¿Eres una adicta?

—No.

—¿Entonces es por dinero?

Alex no pudo evitar la risa amarga que se le escapó.

—Sí y no. Eitan me tiene en un aprieto. Igual que a ti.

Ahora sonrió, sus dientes aún más blancos que su piel, y Alex tuvo que
resistir el impulso de dar un paso atrás. Había algo antinatural en esa sonrisa,
el rostro de cera, el cabello principesco. Metió las manos en los bolsillos y
volvió a meter los dedos en los nudillos de Sansón.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Querida niña —dijo Reiter—. Eitan Harel nunca me ha tenido y nunca me


tendrá en un aprieto. Pero todavía estoy tratando de desentrañar el acertijo que
representas. Fascinante.

Alex no podía determinar si estaba coqueteando con ella, y en realidad no


importaba.

—No te falta dinero en efectivo, así que por qué no transfieres los cincuenta
a Eitan, y te dejo para que hagas lo que los hombres ricos hacen en sus
mansiones en una tranquila noche de miércoles. Puedes mover los muebles o
despedir a un mayordomo o algo así.

Reiter levantó su bebida y se acomodó en uno de los sofás blancos.

—No le voy a dar un centavo a ese bastardo grasoso. ¿Por qué no le dices
eso a Eitan?

—Me encantaría, pero… —Alex se encogió de hombros.


229
Reiter emitió un murmullo ansioso.

—Ahora las cosas se ponen interesantes. ¿Qué se supone que debes hacer si
no te entrego el dinero?

—Me dijo que te hiciera daño.

—Oh, muy bien —dijo Reiter, genuinamente complacido. Se echó hacia


atrás y cruzó las piernas, abrió los brazos, como si le diera la bienvenida a una
multitud invisible para disfrutar de su generosidad—. Te invito a intentarlo.

Alex nunca se había sentido más cansada. No iba a golpear a un hombre


que no estaba interesado en defenderse. Tal vez él se excitaba con esa mierda o
tal vez estaba desesperado por entretenerse. O tal vez nunca había tenido
motivos para tener miedo de alguien como ella y su imaginación no estaba a la
altura. Pero notaba que él amaba su hogar elegante, sus objetos hermosos. Eso
podría ser toda la ventaja que necesitaba.

—Tengo poco tiempo y tengo una cita ardiente con Chaucer. —Tiró un
jarrón de la repisa de la chimenea.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero el jarrón nunca se estrelló.

Reiter estaba de pie frente a ella, el jarrón acunado entre sus largos dedos
blancos. Se había movido rápido. Demasiado rápido.

—No, no. —Chasqueó la lengua—. Yo mismo lo traje de China.

—¿En serio? —dijo Alex, retrocediendo.

—En 1936.

Ella no dudó. Apretó los nudillos de bronce en su puño y golpeó.

230

Hell bent
LEIGH BARDUGO

21
Traducido por Azhreik

Demasiado lento. Ella golpeó nada más que aire. Reiter ya estaba detrás de
ella, rodeándole el torso con un brazo, y los dedos de su otra mano le sujetaron
el cráneo.

—No hay deuda, niña estúpida —murmuró—. Yo soy la competencia. Harel


y sus desagradables compatriotas quieren mi territorio. Pero no logro entender
por qué esa rata te envió aquí. ¿Como regalo? ¿Incentivo? La pregunta es si
puedo dejarte seca sin arruinar mi traje. Es un pequeño desafío que me gusta
proponerme.

Sus dientes, sus colmillos, se hundieron en su cuello. Alex gritó. El dolor fue
231
agudo, el pinchazo como de aguja y la agonía abrupta que le siguió. Ahora
sabía por qué no había fantasmas en la finca. Aquí era donde vivía la muerte.

Alex invocó con un grito a la Gris que acechaba de mala gana más allá de la
verja. La maestra de escuela se precipitó hacia ella: el olor rancio de un cuarto
lleno de almuerzos en bolsas marrones, una nube polvorienta de tiza y su
voluntad implacable. «Manos levantadas, bocas cerradas.»

El vampiro siseó y la soltó, escupiendo sangre. Alex lo vio salpicar el sofá y


la alfombra.

—Ya se arruinó tu traje.

Sus ojos resplandecían ahora, brillantes monedas de diez centavos en su


rostro demasiado pálido, colmillos extendidos, mojados con su sangre.

—Sabes a tumba.

—Bien.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Ella se lanzó hacia él, llena de la fuerza de la Gris, con los nudillos de
bronce en su lugar. Dio dos buenos golpes, escuchó que la mandíbula de él
crujía, sintió que el estómago se le encogía. Entonces pareció sacudirse el
susto y recuperar la velocidad. Él salió disparado, poniendo distancia entre
ambos, y se levantó, levitó, volando ingrávido ante ella con su ropa blanca
manchada de sangre.

Su mente gritaba por lo erróneo en él. ¿Cómo podía haber confundido a esta
criatura con un humano?

—Un verdadero rompecabezas —dijo el vampiro. Los dos golpes con los
nudillos de bronce habrían matado a un hombre normal, pero él parecía
imperturbable—. Ahora entiendo por qué Eitan Harel envió a una niña
demacrad tras de mí. Pero, ¿qué eres exactamente, querido cordero?

«Soy una chica jodidamente aterrorizada». Todo lo que tenía era fuerza
fantasmal y un poco de magia prestada, robada, de Lethe. Y claramente eso no 232
iba a ser suficiente.

¿Eitan la había enviado aquí para morir? Podría preocuparse por eso más
tarde. Si sobrevivía. «Piensa». ¿Qué inquietó a este monstruo en particular? La
única vez que lo había visto estremecerse fue cuando amenazó sus cosas
hermosas, sus cosas gloriosas.

«Está bien, hijo de puta dientudo. Vamos a jugar.»

Agarró una figurita de porcelana de una mesa auxiliar, la arrojó a través de


las puertas francesas y se abalanzó sobre el bar. No esperó a averiguar si él
había mordido el anzuelo, simplemente se estrelló contra las botellas,
rompiendo todo lo que pudo y arrojando las velas al reguero de licor. Vio que
una se apagaba y soltó un sollozo de impotencia. Pero luego el fuego prendió y
floreció, una llama elegante, una vid que se extendía. Ganó fuerza, lamiendo el
alcohol, deslizándose por la barra.

El vampiro aulló. Alex se zambulló detrás de las llamas, usándolas para


cubrirse, sintiendo que el calor aumentaba y tratando de cubrirse la boca

Hell bent
LEIGH BARDUGO

mientras el humo se elevaba. Se quitó la sudadera y la enrolló en una antorcha


improvisada, la empapó en licor y el fuego se acumuló a su alrededor como una
bola de algodón de azúcar. Corrió hacia las puertas francesas y arrojó la
antorcha detrás de ella, escuchó un silbido cuando las cortinas prendieron.

Alex se arrojó por la ventana con un fuerte estrépito y sintió el pinchazo del
vidrio que le cortaba la piel. Luego huyó.

Tenía la fuerza de la Gris dentro de ella, y dio largas zancadas, ignorando


las ramas que le picaban la cara, el latido en su cuello donde Reiter la había
mordido. No se molestó en escalar la pared. Extendió los brazos frente a ella y
atravesó las puertas de un empujón. Cedieron con un ruido metálico y ella
corrió calle abajo, buscando a tientas las llaves del Mercedes. Pero sus bolsillos
estaban vacíos. La sudadera. Las llaves estaban en la sudadera. Dawes iba a
matarla.

Alex corrió, sus zapatillas golpeaban contra el asfalto de las calles vacías. 233
Vio luces encendidas en las casas. ¿Podría desviarse, suplicar ayuda, tratar de
encontrar refugio? Se aferró a la fuerza del fantasma, sintió que se anclaba
más en ella mientras sus piernas se movían. Apenas se sentía como si
estuviera tocando el suelo. Corrió en la oscuridad, a través de la luz de las
farolas de la calle, hacia la ciudad donde el tráfico era más denso, pasó la
estación de tren, hasta que estuvo corriendo por la calle lateral paralela a la
autopista. Esquivó un auto, escuchó el chillido de una bocina y luego se movió
sobre el agua. ¿Un rio? ¿El mar? Podía ver las luces del puente, casas grandes
con sus propios muelles reflejados en la superficie. Corría más allá de cercas
de tela metálica, los perros ladraban y gemían su paso. Tenía miedo de
detenerse.

¿Podría rastrearla? ¿Oler su sangre? No le había gustado su sabor, eso


estaba claro, al menos no una vez que invocó a la Gris. Ya no sabía dónde
estaba. Ni siquiera estaba segura de si estaba corriendo hacia New Haven o
alejándose de él. No se sentía humana. Era un coyote, un zorro, algo salvaje

Hell bent
LEIGH BARDUGO

que se arrastraba por los patios por la noche. Ella misma era un fantasma,
una aparición vislumbrada a través de las ventanas.

Pero la fatiga le estaba calando. Podía sentir a la Gris rogándole que se


detuviera.

Delante vio la salida de una autopista y una gasolinera situada en una isla
de luz. Redujo el paso, pero no se detuvo hasta que entró en esa brillante
cúpula de fluorescencia. Había coches aparcados junto al surtidor, un par de
semirremolques detenidos en el aparcamiento, viajeros que compraban en el
mini mercado. Alex se detuvo frente a las puertas corredizas de vidrio y se
dobló en dos, con las manos en las rodillas, respirando entrecortadamente,
temerosa de vomitar mientras la adrenalina abandonaba su cuerpo. Los
minutos pasaban y ella miraba la carretera, el cielo. ¿Podía Reiter volar de
verdad? ¿Convertirse en murciélago? ¿Tenía amigos vampiros que enviaría tras
ella? ¿Ya había apagado el fuego de su espléndida mansión? Esperaba que no.
234
Esperaba que el fuego devorara todo lo que él amaba.

Por fin renunció a la maestra de escuela, sintiendo que los restos de su


fuerza se desvanecían. Se sentía mareada y muy cansada. Se sentó en el
bordillo, apoyó la cabeza en las rodillas y lloró lágrimas calientes y asustadas.

—Todo está bien.

Alex saltó ante la suave voz, medio esperando ver a Linus Reiter junto a ella.

Pero era la maestra de escuela. Su sonrisa era amable. Había muerto a los
sesenta y tenía profundas arrugas alrededor de los ojos. Llevaba pantalones,
un suéter y un broche con un arcoíris sonriente que decía “¡Muy bien! ¡Muy
bien!” Tenía el cabello corto.

Alex no alcanzaba a verle heridas, y se preguntó cómo había muerto esta


mujer. Sabía que debería darse la vuelta, fingir que no podía oírla; cualquier
vínculo con un Gris podía ser peligroso. Pero no consiguió hacerlo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Gracias —susurró, sintiendo que lágrimas frescas se deslizaban por sus


mejillas.

—Nosotros no vamos a esa casa —dijo la maestra—. Los entierra en los


jardines.

—¿Quién? —preguntó Alex, sintiendo que comenzaba a temblar—.


¿Cuántos?

—Cientos. Quizá más. Ha estado allí mucho tiempo.

Alex se presionó las palmas contra los ojos.

—Voy a buscar algo de beber.

—Tu cuello —murmuró la maestra, como si mencionara que Alex tenía una
mancha de comida en la cara.

Alex se llevó la mano al cuello. No podía determinar qué tan grave era la
herida. Se soltó la cola de caballo, esperando que su cabello ocultara lo peor. 235
—¿Puedo ir contigo? —preguntó la maestra mientras Alex se levantaba con
las piernas tambaleantes.

Alex asintió. Sabía cuánto había querido el Novio recordar cómo era estar en
un cuerpo, y aunque cada momento que pasaba con un Gris era peligroso, no
quería estar sola.

Esta vez dejó que la maestra entrara en ella, a su propio ritmo. Alex vio un
salón de clases con caras aburridas, algunas manos levantadas, un
apartamento soleado y una mujer con el pelo largo y canoso que bailaba
mientras ponía la mesa. El amor la inundó.

Alex dejó que la llevara al mini-mercado. Compró alcohol isopropílico,


algodón y una caja de vendas grandes, junto con un litro de Coca-Cola y una
bolsa de Doritos. Mantuvo la cabeza gacha y pagó en efectivo, mirando hacia el
estacionamiento, todavía con miedo de ver descender una forma oscura.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Fue al baño a limpiarse. Pero tan pronto como cerró la puerta y se miró en
el espejo, tuvo que detenerse de nuevo.

Tal vez esperaba dos pequeñas heridas punzantes limpias como en las
películas, pero las marcas en su cuello eran irregulares y feas, con costras de
sangre. No le había perforado la yugular o estaría muerta, pero era un
desastre. Parecía como si hubiera sido mutilada por un animal, y supuso que
así era. Alex se limpió la sangre, ignorando el escozor del alcohol, agradecida
por él. Iba a limpiarlo, limpiar cualquier rastro de él.

Su cuello se veía mejor cuando terminó, pero Alex todavía tenía miedo. ¿Y si
esa cosa la había infectado con algo? ¿Y por qué diablos nadie le había dicho
que los vampiros eran reales?

Alex se colocó una venda en el cuello y caminó hacia la acera. Se sentó en el


mismo lugar y tomó un gran trago de refresco.

Eventualmente, la maestra resurgió con apariencia casi delirante por el 236


placer del azúcar. Sería educado preguntar su nombre, pero Alex tenía que
establecer algunos límites.

—¿Tienes a alguien a quien llamar? —preguntó la mujer.

Sonaba como muchos de los consejeros escolares y trabajadores sociales


que Alex había conocido en su infancia. Los buenos al menos.

—Tengo que llamar a Dawes —dijo, ignorando la mirada confusa del tipo
fornido con camisa de franela a cuadros que cargaba diésel en su camioneta y
la miraba hablar con la nada—. Simplemente no quiero. —Alex se sintió
enferma de pena por el Mercedes, abandonado en Old Greenwich. Era posible
que el vampiro no lo encontrara, o no por un tiempo. No sabía nada acerca de
los vampiros. ¿Tenían algún sentido del olfato sobrenatural o la capacidad de
rastrear a sus víctimas? Se estremeció.

—Pareces una buena chica —dijo la maestra—. ¿Qué estabas haciendo allí?

Alex tomó otro trago.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Eras una consejera, ¿no?

—¿Es tan obvio?

—Es agradable —admitió Alex. Pero esta Gris no podía salvarla más que las
otras personas amables que lo habían intentado.

Sacó su celular del bolsillo de sus vaqueros, agradecida de que no se


hubiera perdido en la persecución. No tenía sentido llamar a Dawes, todavía
no. Necesitaba a alguien con un coche.

Alex estuvo a punto de echarse a llorar cuando Turner descolgó.

—Stern —dijo, con voz monótona.

—Turner, necesito tu ayuda.

—¿Acaso es novedad?

—¿Puedes venir a buscarme?


237
—¿Dónde estás? —preguntó.

—No estoy segura. —Estiró el cuello, buscando un letrero—. Darién.

—¿Por qué no puedes llamar a un taxi?

No quería llamar a un taxi. No quería estar cerca de otro desconocido.

—Yo… Algo me pasó. Necesito que me lleven.

Hubo una larga pausa, luego un silencio repentino, como si hubiera


apagado un televisor.

—Envíame un mensaje de texto con tu dirección.

—Gracias.

Alex colgó, encontró la ubicación de la estación de servicio y se la envió a


Turner. Luego miró fijamente su teléfono. El miedo la estaba abandonando,
reemplazado por la furia, y se sentía bien, como frotar alcohol, limpiar sus
heridas, despertándola.

Marcó.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Por una vez, Eitan contestó de inmediato. Él había estado observando,


esperando a ver si sobrevivía.

No se molestó en saludar.

—Me tendiste una trampa.

—Alex —la reprendió—. Pensé que ganarías.

—¿Cuántos enviaste antes que yo? ¿Cuántos no volvieron?

Hubo una pequeña pausa.

—Siete.

Se secó las lágrimas frescas de los ojos. No estaba segura de cuándo había
empezado a llorar de nuevo, pero necesitaba mantener la voz firme. Podía
lograrlo. La ira estaba con ella, simple, familiar. No quería parecer débil.

—¿Había realmente una deuda? —preguntó ella.


238
—No exactamente. Él está robando clientes de mí y mis socios. Foxwoods,
Mohegan Sun, todos buenos mercados.

Reiter era un distribuidor rival. Alex supuso que incluso los vampiros tenían
que ganarse la vida.

—Vete a la mierda tú y tus socios.

—Pensé que podrías encargarte. Eres especial.

Alex quería gritar.

—Pintaste una diana en mi espalda.

—Reiter no se molestará contigo.

—¿Cómo diablos lo sabes?

—Tengo invitados, Alex. ¿Quieres que te envíe algo de dinero?

Ella sabía desde hace mucho tiempo que tal vez tendría que matar a Eitan.
Había pensado en hacerlo en Los Ángeles, pero él siempre estaba rodeado de
guardias como Tzvi, hombres armados que no se lo pensarían dos veces antes

Hell bent
LEIGH BARDUGO

de aniquilarla. Y el trato que Eitan había propuesto parecía tan simple, algo
que ella podía manejar, solo un trabajo. «Haz esto y listo. Buena niña.» Pero, por
supuesto, ese no había sido el final. Había conseguido el dinero de Eitan y
había hecho que pareciera fácil, así que siempre iba a ser un favor más, un
trabajo más, un drogadicto más que debía, una historia triste más. ¿Y su
madre? ¿Qué había de Mira yendo a dar paseos energéticos al mercado de
agricultores? ¿Yendo a trabajar todas las mañanas pensando que su hija por
fin estaba a salvo y que ella también?

Alex colgó y se quedó mirando las intensas luces cerca de los surtidores, el
brillante letrero con los precios de la gasolina, el brillo de la camioneta del tipo
de la camisa de franela. Parecía que la estación de servicio era una especie de
faro. Pero, ¿a qué estaban llamando con toda esta luz brillante?

Matar a Eitan la liberaría, pero tendría que ser inteligente al respecto,


encontrar una manera de encontrarlo a solas, hacerlo vulnerable como ella. Y
239
tenía que sacar a su madre de la ecuación, para asegurarse de que, si la
cagaba, Mira no pagaría y no podría volver a ser utilizada como palanca. Para
hacer eso necesitaba dinero. Mucho.

—¿Quieres que me quede contigo? —preguntó la maestra.

—¿Lo harías? ¿Hasta que mi transporte llegue?

—Vas a estar bien.

Alex logró esbozar una sonrisa.

—¿Porque parezco una buena chica?

La maestra se mostró sorprendida.

—No, chica. Porque eres una asesina.

Cuando llegó el Dodge de Turner, Alex se despidió de la maestra y se deslizó


agradecida en el asiento del pasajero. Tenía la calefacción encendida y la radio

Hell bent
LEIGH BARDUGO

sintonizada en alguna estación local de la Radio Pública Nacional que describía


el día en los mercados.

Condujeron en silencio durante un rato y Alex se estaba quedando dormido


cuando dijo:

—¿En qué te metiste, Stern?

Tenía sangre en la ropa y un vendaje en el cuello. Tenía los zapatos


cubiertos de barro y aún olía a humo y a la bebida que había salpicado por
toda la sala de Linus Reiter.

—Nada bueno.

—¿Eso es todo lo que vas a decir al respecto?

Por ahora sí.

—¿Cómo va tu caso? —Aún no le había contado sus sospechas sobre el


pretor y su rivalidad con Beekman. 240
Turner suspiró.

—Mal. Creímos que habíamos encontrado una conexión entre el decano


Beekman y la profesora Stephen.

—¿Oh sí? —Alex estaba ansioso por hablar de cualquier cosa que no fuera
Linus Reiter.

—Stephen hizo alzó una alerta sobre los datos provenientes de uno de los
laboratorios del departamento de psiquiatría. Le preocupaba que al menos uno
de los becarios los hubiera manipulado y que el profesor que publicó los
hallazgos no hubiera tenido una supervisión adecuada.

—¿Y el decano?

—Él encabezó el comité que disciplinó al profesor en cuestión. Ed Lambton.

—Jueces —murmuró Alex, recordando el dedo de la profesora Stephen


descansando entre las páginas de la Biblia—. Tiene algo de sentido.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Solo si estás siendo literal —respondió Turner—. Jueces no se trata de los


jueces que nos imaginamos ahora. En los tiempos bíblicos era solo otra palabra
para los líderes.

—Tal vez el asesino no fue a la escuela dominical. ¿Lambton perdió su


trabajo?

Turner le lanzó una mirada divertida.

—Por supuesto que no. Es numerario. Pero está de vacaciones pagadas y


tuvo que retractarse del artículo. Su reputación está en ruinas. El estudio
psicológico fue sobre la honestidad, por lo que se ha convertido en un chiste.
Desafortunadamente, no puedo encontrar agujeros en su coartada. No hay
absolutamente ninguna forma de que pudiera haber ido tras el decano
Beekman o la profesora Stephen.

—¿Entonces, qué es lo que harás ahora?

—Seguir las otras pistas. Marjorie Stephen tenía un ex marido volátil.


241
Beekman tenía un antiguo cargo de acoso en los registros. No nos faltan
enemigos.

«Conozco el sentimiento.»

—Beekman también estaba conectado con las sociedades.

—¿En serio? —preguntó Alex. ¿Turner seguía la pista del profesor Walsh-
Whiteley?

—Estaba en Berzelius.

Álex resopló.

—Berzelius es apenas una sociedad. No tienen ninguna magia.

—Sigue siendo una sociedad. ¿Conoces a Michelle Alameddine?

Él sabía que sí. Las había visto juntas en el funeral de Elliot Sandow.
¿Turner la estaba interrogando?

—Por supuesto —dijo ella—. Ella fue el Virgilio de Darlington.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—También pasó un tiempo en la sala de psiquiatría de Yale New Haven.


Formaba parte de un estudio dirigido por Marjorie Stephen, y estaba en la
ciudad la noche en que mataron al decano Beekman.

—La vi —admitió Alex—. Dijo que tenía que abordar un tren de regreso a
Nueva York, que cenaría con su novio.

—La tenemos en cámara en la estación de tren. Lunes por la mañana.

No el domingo por la noche. Michelle le había mentido. Pero podría haber


innumerables razones para ello.

—¿Cómo supiste de la sala de psiquiatría? —preguntó Alex—. Eso debería


ser confidencial, ¿verdad?

—Es mi trabajo averiguar quién asesinó a dos profesores. Ese tipo de


preocupación abre muchas puertas.

El silencio se extendió entre ellos. Alex pensó en todos los registros


242
supuestamente sellados, los casos judiciales, los informes de terapeutas y
médicos en su pasado. Las cosas que creyó que nadie sabría sobre ella. Sintió
que el miedo la invadía y tuvo que alejarlo. No tenía sentido bailar el vals con
viejos compañeros cuando su tarjeta de baile ya estaba llena.

Se giró en su asiento para encararlo.

—No quiero pedirte que vuelvas a ese mapa conmigo. Pero faltan dos días
para Halloween y necesitamos encontrar el cuarto.

—Tu cuarto. Como si estuvieras jugando tenis de dobles. —Turner negó con
la cabeza. Mantuvo los ojos en la carretera cuando dijo—: Lo haré.

Alex sabía que no debería mirarle el diente a policía regalado, pero no podía
creer lo que estaba escuchando. Turner no amaba a Darlington, ni se sentía
obligado. Odiaba todo lo que representaba Lethe, especialmente después de ese
viaje al sótano de Peabody.

—¿Por qué?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Importa?

—Estamos a punto de irnos juntos al infierno. Así que sí. Importa.

Turner miró al frente.

—¿Crees en Dios?

—No.

—Vaya, ¿ni siquiera un segundo para pensarlo?

—Lo he pensado. Un montón. ¿Tú crees en Dios?

—Sí —dijo con un firme asentimiento—. Creo que sí. Pero definitivamente
creo en el diablo, y si se apodera de un alma y no quiere soltarla, creo que hay
que intentar quitársela. Especialmente si esa alma tiene madera de soldado.

—O de caballero.

—Por supuesto.
243
—Turner, esto no es una especie de guerra santa. No es el bien contra el
mal.

—¿Seguro?

Álex se rio.

—Bueno, si lo es, ¿estás seguro de que somos los buenos?

—Tú mataste a esa gente en Los Ángeles, ¿no?

La pregunta flotó entre ellos en el auto, otro pasajero, un fantasma que los
acompañaba. Alex consideró simplemente decírselo. ¿Cómo se sentiría estar
libre del secreto de esa noche? ¿Qué significaría tener un aliado contra Eitan?

Observó la luz de la carretera brillar a intervalos sobre el perfil de Turner. A


ella le agradaba. Era valiente y estaba dispuesto a adentrarse en el inframundo
para rescatar a alguien que no le agradaba particularmente solo porque creía
que era lo correcto. Pero un policía era un policía.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Qué les pasó a esas personas en Los Ángeles? —presionó—. Helen


Watson. Tu novio Leonard Beacon. Mitchell Bets. Cameron Aust. Dave
Corcorán. Ariel Harel.

«Lo mismo que le pasa a cualquiera que se me acerca.»

Alex estudió la carretera que pasaba, vislumbró a alguien estudiando la


pantalla de su teléfono contra el volante, una valla publicitaria de una banda
que tocaría en Foxwoods en noviembre, otra de un abogado de accidentes. No
le gustó la forma en que Turner había recitado esos nombres. Como si
conociera su expediente al derecho y al revés.

—Es divertido —dijo al fin—. La gente habla de la vida y la muerte como si


hubiera una especie de reloj marcando el tiempo.

—¿No lo hay?

Alex negó con la cabeza lentamente.


244
—Ese tictac tictac no es un reloj. es una bomba No hay cuenta regresiva.
Simplemente se activa y todo cambia. —Se frotó el pulgar sobre una mancha
de sangre en sus vaqueros—. Pero no creo que el infierno sea un pozo lleno de
pecadores y un tipo con cuernos jugando al portero.

—Cree lo que necesites, Stern. Pero sé lo que vi cuando entré en esa


habitación en Black Elm.

—¿Qué? —Alex preguntó, aunque una parte de ella desesperadamente no


quería saber.

—El diablo —dijo Turner—. El diablo tratando de salir.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

22
Traducido por Azhreik

Alex se alegró de que Dawes no estuviera en Il Bastone.

Entró, agradecida por la casa, sus protecciones, su tranquilidad. Eran casi


las 8 de la noche. Solo habían pasado unas pocas horas desde que partió hacia
Old Greenwich. Las luces parpadearon y una música suave flotó por los
pasillos, como si Il Bastone supiera que había pasado por algo terrible.

Lavó la sangre de Reiter de los nudillos de bronce en el fregadero de la


cocina, los devolvió a su cajón en la armería y luego rebuscó en los gabinetes
para encontrar el bálsamo que Dawes había usado en sus pies la noche que
había caminado dormida a Black Elm. La maestra de escuela le había prestado
245
la fuerza suficiente para escapar, pero fue el cuerpo de Alex el que recibió el
castigo. Estaba cortada y magullada, le dolían los pulmones y todo su cuerpo
palpitaba por su carrera a través de los límites del condado.

En el dormitorio de Dante, colocó los suministros de primeros auxilios que


había comprado en el bonito escritorio y luego se dirigió al baño para quitarse
el vendaje.

La herida en su cuello ya se estaba cerrando y no había sangre fresca. No


debería haberse curado tan rápido. ¿Eso significaba que en realidad le había
perforado la yugular y que había comenzado a sanar de inmediato? No lo sabía
No lo quería saber. Quería olvidar a Linus Reiter y su rostro angelical y todo
ese dolor y miedo. Podía sentir sus dientes deslizándose en ella, su agarre en
su cráneo, el conocimiento de que ella no era más que comida, una taza que él
sostenía en sus labios, un recipiente para ser vaciado.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

No había tenido miedo, miedo real, en mucho tiempo. si era honesta, había
disfrutado enfrentándose a los padres de Darlington, Oddman, el nuevo pretor.
Cuando Dawes convocó a una manada de caballos del infierno que escupían
fuego, se asustó, pero estuvo bien. Le gustaba olvidarse de todo menos de la
pelea que tenía enfrente.

Pero esas habían sido peleas que podía ganar. No era lo suficientemente
fuerte para vencer a Linus Reiter más de lo que era lo suficientemente
inteligente como para librarse del yugo de Eitan Harel. Eran el mismo hombre.
Linus la habría bebido felizmente y la habría plantado en su patio trasero para
alimentar las rosas. Eitan seguiría usándola, enviándola a trabajos hasta que
no regresara.

Frotó bálsamo en la herida, reemplazó el vendaje y buscó un par de


sudaderas de Lethe limpias. Se había olvidado de traer los últimos pares para
lavar, así que tuvo que subir al dormitorio de Virgilio para saquear el armario
246
de Darlington. Eran demasiado grandes y demasiado holgadas, pero estaban
limpias.

Su siguiente parada fue la biblioteca de Lethe. Sacó el Libro de Albemarle


del estante exterior, ignorando los débiles gritos y la bocanada de azufre que
emergía de sus páginas. El libro contenía el recuerdo de lo que se había
investigado por última vez, y Dawes claramente había estado estudiando
alguna versión del inframundo.

Alex sacó un bolígrafo de la mesa de mimbre junto al estante y luego vaciló.


Sabía que necesitaba ser muy específica en su pedido. Los vampiros estaban
por todas partes en el folclore y la ficción, y no quería tener que clasificar qué
era un mito y qué podría ser realmente útil. Además, si eras demasiado vago
con la biblioteca, las paredes comenzaban a temblar, y había muchas
posibilidades de que se derrumbara por completo. Tal vez debería empezar en
algo más específico.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Garabateó, Linus Reiter, y devolvió el libro a su lugar. El estante traqueteó


suavemente y, cuando se asentó, Alex abrió la biblioteca.

Había más de una docena de libros en los estantes, pero mientras Alex los
revisaba, se dio cuenta de que la mayoría se centraba en la familia Reiter y su
gran hogar en Old Greenwich, Sweetwell. Los Reiter eran inmigrantes alemanes
y habían ganado su dinero fabricando calderas y calentadores de agua.
Sweetwell y la tierra a sus alrededores siempre había pasado de un heredero
Reiter al siguiente, pero Alex sospechaba que todos eran el mismo hombre.

Se sorprendió al ver uno de los álbumes de recortes de Arnold Guyot Dana


en el estante de la biblioteca, un volumen grueso encuadernado en azul
marino, “Yale: Viejo y Nuevo”, estampado en dorado en el lomo. Darlington
había estado obsesionado con los álbumes de recortes dedicados a New Haven
y Yale, y apreciaba los volúmenes dieciséis a dieciocho que, junto con el diario
de Hiram Bingham III, habían sido sustraídos de la Biblioteca Sterling hacía
247
años para ocultar información vital sobre Lethe y el flujo de artefactos mágicos
por la ciudad.

Alex hojeó las gruesas páginas de recortes de periódicos, fotografías


antiguas y mapas, hasta que sus ojos se posaron en una foto de un grupo de
hombres jóvenes en casa de Mory, todos con rostros severos, vestidos con traje.
Y allí estaba Linus, en la última fila, su rostro solemne, sus ojos azul pálido
casi blancos en la foto antigua. Parecía más suave de alguna manera, más
móvil en esta foto de lo que había estado sentado en su propia estancia. ¿Había
sido humano entonces? ¿O ya se había convertido y esto era una burla? ¿Y
cómo se suponía que superaría a un vampiro de Connecticut de sangre azul
traficante de drogas?

La “Daemonologie de Kittscher” también estaba en la estantería, el mismo


libro que había recomendado Michelle Alameddine y que Dawes había estado
usando para sus investigaciones. Alex hojeó, todavía con la esperanza de
encontrar un catálogo de monstruos y la forma ideal de vencerlos. Pero el libro

Hell bent
LEIGH BARDUGO

era como lo había descrito Dawes: una serie de debates sobre el infierno entre
Ellison Nownes, un estudiante de teología y cristiano devoto, y Rudolph
Kittscher, un ateo y miembro de Lethe.

Nownes parecía estar defendiendo la versión del infierno de Turner, un


lugar de castigo eterno para los pecadores: Ya sea que haya nueve círculos o
doce, ya sean pozos de fuego o lagos de hielo, aunque la arquitectura del infierno
esté indeterminada, su existencia y propósito no están definidos.

Pero Kittscher no estaba de acuerdo: ¡Superstición y tonterías! Sabemos que


hay otros mundos y planos y que su existencia permite el uso de portales.
Pregúntele a cualquier Cerrajero si cree que simplemente desaparece de un lugar
y reaparece en otro. ¡No! Sabemos la verdad. Hay otros reinos. ¿Y por qué no
deberíamos entender el “infierno” como uno de estos reinos? Aquí, la
transcripción señaló —fuertes aplausos—.

A Alex se le pasó por alto algo de lo que decían, pero estaba bastante segura 248
de que Kittscher estaba sugiriendo que la existencia del infierno “y el cielo” era
un trato entre demonios y hombres: así como podemos alimentarnos con carne o
aves, o sobrevivir con una dieta de raíces y bayas simples, igual los demonios se
nutren de nuestras emociones básicas. Algunos se alimentan del miedo, la
codicia, la lujuria o la ira, y sí, algunos tienen hambre de alegría. El cielo y el
infierno son un compromiso, nada más, un tratado que obliga a los demonios a
permanecer en su reino y alimentarse solo de los muertos.

Aquí fue donde la multitud se volvió contra Kittscher y las notas describían
a Nownes como “sonrojado”. Nownes: Esto es lo que surge de una visión de un
mundo sin Dios, no solo en vida sino una vida después de la muerte desprovista
de cualquier moralidad superior. ¿Sugieres que nosotros, criaturas nacidas de
Dios y hechas a Su imagen, somos la más humilde de las bestias, tímidos
conejos atrapados en una trampa, hechos no para grandes estudios o grandes
logros, sino para ser consumidos? Este es el propósito y el destino de la
humanidad?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Kittscher se había reído. Nuestros cuerpos son alimento para los gusanos.
¿Por qué nuestras almas no deberían ser comidas también?

En ese momento, ambas partes casi habían llegado a los golpes y se habían
tomado un receso.

Alex se frotó los ojos. Había sido sincera con Turner: no creía en su versión
del inframundo de la escuela dominical. Pero tampoco estaba segura de haber
aceptado la teoría de Kittscher. ¿Y por qué había aparecido esto en su
búsqueda sobre Linus Reiter?

Revisó el índice en busca de alguna mención de él, luego deslizó el dedo


hasta la V, de vampiro. Se enumeraba una sola página.

Kittscher: Piensa en los vampiros.

Burlas de la asamblea.

Herman Moseby: ¿Qué sigue, duendes y kelpies?


249
Una llamada al orden del moderador.

Kittscher: ¿Nunca te has preguntado por qué en nuestras historias


algunos seducen y otros aterrorizan? ¿Por qué unos son hermosos y otros
grotescos? Estas historias dispares son prueba de que los demonios
permanecen en nuestro mundo, algunos se alimentan de la miseria o el
terror, otros se alimentan del deseo, todos los cuales toman las formas
más adecuadas para provocar esas emociones.

El moderador le cede la palabra a Terrence Gleebe.

Gleebe: En este escenario, ¿la sangre es un vehículo o es incidental al


proceso?

Risas de la asamblea.

Alex tocó con sus dedos el vendaje en su cuello.

—Incidental, mi culo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pensó en el apuesto Linus Reiter con su traje blanco. ¿Por qué un vampiro
se convertiría en traficante de drogas? Tenía que haber mil formas de ganar
dinero cuando tenías ese tipo de poder y tanto tiempo. Pero, ¿y si te
alimentabas de la desesperación? ¿Qué pasaría si el dinero no significara nada
y más bien necesitaras un buffet interminable de miedo y necesidad? Alex
recordó a los parásitos en la casa de Eitan, los perdedores en la Zona Cero, su
propia tristeza dolorosa, la desolación que había sido su vida, los fragmentos
de esperanza que había arrancado de los momentos de paz que un poco de
hierba, un poco de alcohol , una pastilla de Valium podía proporcionarle.

Entonces, si Kittscher tenía razón y los vampiros eran demonios, al menos


sabía a lo que se enfrentaba. Pero, ¿cómo mantener a raya al monstruo?

Salió de la biblioteca y sacó el Libro de Albemarle, escribió: cómo evitar a los


vampiros, no ficción. Entonces vaciló. ¿Por qué la biblioteca le había
proporcionado información sobre un vampiro cuando había pedido
250
específicamente libros que mencionaran a Linus Reiter? Dejó el Libro de
Albemarle abierto y volvió a la mesa redonda donde había dejado la
Daemonologie de Kittscher. Reiter no figuraba en el índice. Pasó a la parte de
atrás del libro.

Minutas anotadas por Phillip Walter Merriman, Oculus, 1933.

En asistencia:

Los participantes estaban enlistados por sociedad, y allí, bajo Cráneo y


Huesos: Lionel Reiter.

Él había estado allí. Bajo un nombre diferente, pero había estado en esta
casa, bajo el techo de Lethe. Tal vez había sido mortal entonces. Pero tal vez
había un demonio en una de las sociedades, dentro de Il Bastone, y nadie lo
había notado. ¿Y qué con la fecha? 1933. Un año después de la construcción
de Sterling. ¿Significaba eso que realmente hubo una primera peregrinación al
infierno? ¿Ese era el subtexto aquí? ¿Quién sabía sobre el Guantelete? ¿Era

Hell bent
LEIGH BARDUGO

esto menos una discusión acalorada sobre hipótesis filosóficas que un debate
muy real sobre la posibilidad de viajar al inframundo?

Y si los demonios se alimentaban de humanos, de su felicidad o de su dolor,


incluso de su sangre, ¿había otra variable que debía considerar? Recordó a
Marjorie Stephen, anciana antes de tiempo, ojos lechosos y grises. ¿Y si no
hubo veneno? ¿Podría Reiter estar involucrado? ¿O algún otro demonio
divirtiéndose? ¿Burlándose de ellos con las Escrituras? Turner le habría dicho
si hubieran encontrado heridas en el cuello de la profesora Stephen o el decano
Beekman, pero antes de esta noche, Alex no sabía que los vampiros fueran
reales. ¿Qué más podría estar al acecho en la oscuridad?

Alex sintió que el pánico subía hasta ahogarla. Pensó en todos esos jóvenes
estudiosos de familias acomodadas que debatían sobre moralidad e
inmortalidad, discutían sobre semántica, mientras un monstruo disfrutaba de
su hospitalidad. «Porque todos somos un montón de aficionados.» Lethe fingía
251
que conocía el marcador cuando ni siquiera conocía el juego. Pero esta casa,
esta biblioteca, aún podía protegerla.

Después de tres búsquedas más, había recuperado una pequeña sensación


de calma y tenía una lista de recomendaciones extraídas de los pocos libros
que pudo encontrar en inglés que cubrían cómo repeler demonios y vampiros,
la mayoría de ellos relacionados con armas hechas de sal. Según los libros que
hojeó, las estacas, la decapitación y el fuego funcionaban porque mataban casi
cualquier cosa. Las cruces y el agua bendita dependían de la fe del usuario, ya
que proporcionaban valentía, no protección real. El ajo solo era efectivo como
repelente para un tipo particular de súcubo. Y las protecciones funcionaban.
Eso era lo que importaba. En la armería localizó un amplio collar de encaje
hecho con diminutas perlas de sal que se remontaba a la época colonial y que
podía meter perfectamente debajo de la camisa. Se acostó en el dormitorio de
Dante, bajo el dosel azul aterciopelado, y soñó que estaba jugando al croquet
en pasto en la casa de Linus Reiter. Iba descalza y la hierba estaba mojada.
Podía ver sangre filtrándose entre los dedos de sus pies.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Intrigante —susurró, pero en el sueño, era Darlington, con un traje blanco


con brillantes cuernos dorados. Él le sonrió—. Hola, querido cordero. ¿Has
venido para ser devorada?

La casa detrás de él ya no era Sweetwell sino Black Elm, cubierta de hiedra,


de alguna manera más solitaria que incluso el castillo de un vampiro en una
colina.

Alex entró a la deriva; conocía el camino, esa misma extraña sensación de


compulsión la atraía. Las habitaciones parecían más grandes, sus sombras
más profundas. Subió las escaleras hasta el salón de baile y allí estaba
Darlington, en el círculo, pero era su Darlington, tal como lo recordaba la
noche en que desapareció de Rosenfeld Hall, guapo, humano, vestido con su
largo abrigo oscuro, con vaqueros desgastados.

A través de las ventanas podía ver al demonio con sus cuernos enroscados,
de pie en medio de la cancha de croquet olvidada en el césped, mirándola con 252
ojos dorados.

—Hay dos de ustedes —dijo Alex.

—Tiene que haber —respondió Darlington—. El niño y el monstruo. Soy el


ermitaño en la cueva.

—Vi todo. En los recuerdos de tu abuelo. Te vi tratar de sobrevivir en este


lugar.

—No todo fue malo.

Alex sintió que sus labios se torcían.

—Por supuesto que no lo fue. Si todo hubiera sido malo, simplemente lo


habrías dejado atrás.

—¿Cuándo te volviste tan sabia, Stern?

—Cuando te fuiste de año sabático al purgatorio.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Podía oírlos —dijo, con los ojos distantes. Eran de color marrón oscuro,
como té que se dejó reposar demasiado tiempo—. A mis padres. Cuando
estaban gritando en la puerta principal.

—¿Debería haberlos dejado entrar?

Su mirada se fijó en la de ella, y en su rabia ella pudo ver el eco del


demonio.

—No. Nunca. Cortaron la luz, después de que heredé este lugar. Pensaron
que podrían congelarme. —Sus hombros se levantaron, bajaron. Su ira se
desvaneció de él como una prenda que no le quedaba bien. Parecía tan
cansado—. No sé cómo no amarlos.

¿Cuántas veces había deseado Alex poder sentir solo resentimiento hacia
Mira? ¿O nada en absoluto? Ese era el problema con el amor. Era difícil de
desaprender, sin importar cuán dura fuera la lección.

—¿Es esto real? —preguntó ella.


253

Pero Darlington solo sonrió.

—Este no es el momento para la filosofía.

—Dime cómo llegar a ti.

—Acércate, Stern. Te diré todo lo que quieras saber.

¿Tenía miedo? ¿Era este el verdadero Darlington, o era el monstruo que


esperaba en el jardín? A una parte de ella no le importaba. Ella avanzó un
paso.

—¿Eras tú esa noche? —Podía ver que el círculo de protección se estaba


deshilachando, disolviéndose en chispas. «Él es peligroso. Él no es lo que
piensas.»—. ¿En Libro y Serpiente? ¿Usaste el cadáver para deletrear mi
nombre?

—Galaxy Stern —dijo Darlington, sus ojos brillaban dorados—, te he estado


llamando a gritos desde el principio.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Cuando Alex se despertó, las sábanas estaban empapadas de sudor y la


herida en su cuello estaba goteando riachuelos de sangre de color rosa pálido.

254

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Es interesante contemplar cuáles de las fábulas de Esopo fueron elegidas para la


ilustración en la finísima vidriería de Bonawit. ¿Hay una lección en los elegidos? Eso
puede depender de cómo se lea cada fábula. Tomemos como ejemplo “El lobo y la
grulla”: mientras comía demasiado rápido, a un lobo codicioso se le atora un hueso en la
garganta. A la grulla le dice: —Usa tu pico delgado para sacarlo y te daré una buena
recompensa. —La grulla obedece, metiendo la cabeza dentro de las fauces del lobo y
extrayendo el hueso, pero cuando el trabajo está hecho, el lobo no le otorga ningún
premio a la grulla. ¿No es suficiente que no haya mordido a semejante tonto?
Tradicionalmente, se nos dice que la moraleja es “No hay recompensa por servir a los
malvados”. Pero también podríamos entender que la historia plantea esta pregunta:
“¿No es algo grandioso engañar a la muerte?”

Menos famoso pero también encontrado en estas mismas ventanas es el cuento de “El 255
niño y el lobo”. Separado de su rebaño, una cabra joven se encuentra con un lobo. —
Como debes comerme —dice—, ¿no me tocarás una melodía para que muera bailando?
—Feliz de tener música con su comida, el lobo accede, pero desde el otro lado del
pastizal, los sabuesos del cazador escuchan su tonada. Perseguido por el bosque, el lobo
se maravilla de su propia estupidez, porque nació carnicero, no flautista. La moraleja que
se ofrece en la mayoría de las lecturas es ciertamente extraña: “Que nada te aparte de tu
propósito”. Entonces, ¿debemos entendernos a nosotros mismos como el lobo? ¿Por qué
la cabra lista no es nuestro modelo? Toma entonces esta lección: “Ante la muerte, es
mejor bailar que rendirse a ella”.

—Análisis de la decoración de la biblioteca Conmemorativa


Sterling, Rudolph Kittscher

Jonathan Edwards 1933

Hell bent
LEIGH BARDUGO

23
Traducido por Azhreik

Alex esperó hasta que amaneciera para caminar de regreso a los dormitorios y
cambiarse de ropa. Tomó prestado un suéter de cachemir gris suave de Lauren
y se puso los vaqueros menos gastados. Quería parecer responsable, como una
buena inversión, pero no había nada que pudiera hacer con sus botas
gastadas.

Cuando llamó a Anselm para pedir una reunión, esperaba que él le dijera
que se reuniera con el nuevo pretor. Pero él vendría en el Metro-Norte esa tarde
y accedió a reunirse con ella.

—Tendrás que perdonar el nombre del lugar —había dicho—. Tengo una
256
reunión allí antes de regresar a la ciudad, pero puedo reunirme contigo para
un almuerzo tardío.

Concha y huesos. Era un bar de ostras justo a un lado del agua. Alex revisó
para asegurarse de que su cuello de sal no fuera visible debajo de su suéter
prestado, luego empujó su bicicleta hacia la calle. A veces olvidaba que New
Haven estaba tan cerca del mar que era realmente una ciudad portuaria.

El viaje por Howard fue sorprendentemente bonito, pasando hojas que


cambiaban de color y casas que se hacían más grandiosas a medida que se
acercaba a la costa. No se parecían en nada a las mansiones de Old Greenwich.
Había algo público en sus grandes pórticos, sus ventanas que daban a la calle,
como si estuvieran destinados a ser vistos y disfrutados en lugar de estar
escondidos detrás de una pared.

Dawes no se había tomado bien la noticia de la desaparición del Mercedes


porque, por supuesto, el coche no era sólo un coche.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Qué quieres decir con que lo perdiste? —había gritado.

—No lo perdí. Sé dónde está.

—Entonces dímelo para que pueda ir a buscarlo. Tengo un juego de llaves


de repuesto. Nosotras...

—No podemos.

—¿Por qué no?

«Porque tengo miedo. Porque es demasiado peligroso.» Pero Alex no podía


explicarlo todo. Linus Reiter. Lo que había estado haciendo en Old Greenwich.
El sueño de Darlington recuperado dentro del círculo. «Te he estado llamando a
gritos desde el principio.» Era demasiado.

—Lo perdiste a él —dijo Dawes furiosa—. Y ahora esto.

—No perdí a Darlington —dijo Alex, esforzándose por tener paciencia—. Él


no es un centavo brillante que dejé caer en alguna parte. Elliot Sandow envió 257
una bestia infernal para que lo devorara, así que ve al cementerio y grítale a su
lápida si quieres.

—Deberías...

—¿Qué? ¿Debería tener qué? ¿Conoces el hechizo correcto que decir, el


encantamiento correcto? ¿Debería haberlo agarrado para que pudiéramos ir
juntos al infierno?

—Sí —dijo Dawes en un siseo—. Sí. Eres su Dante.

—¿Es eso lo que habrías hecho tú?

Dawes no respondió y Alex sabía que debería dejarlo pasar, pero estaba
demasiado cansada y magullada para ser amable.

—Te diré lo que hubieras hecho, Dawes. Te habrías orinado. Te habrías


congelado como yo lo hice, y Darlington habría desaparecido.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Silencio al otro lado del teléfono y luego, como si nunca hubiera


pronunciado las palabras y no supiera muy bien cómo encadenar las sílabas,
Dawes gritó:

—¡Jódete! ¡Jódete! ¡Jódete!

Algo en esa blasfemia tartamudeada atravesó el estado de ánimo miserable


de Alex. La ira la abandonó y sintió la repentina necesidad de reír, lo cual sabía
que sería un gran error.

Respiró hondo.

—Lo siento, Dawes. No sabes cuánto lo siento. Pero el coche no importa. Yo


importo. Tú importas. Y te prometo que lo recuperaremos. Yo solo... solo
necesito respirar un poco en este momento.

Después de un largo momento, Dawes dijo:

—Está bien.
258
—¿Bien?

—Sí. Por ahora. Lamento haber sido grosera.

Entonces Alex se rio.

—Estás perdonada. Y deberías maldecir más, Dawes.

Alex sabía que el restaurante estaba en un club náutico, pero no era lo que
esperaba. Había pensado que habría un ayuda de cámara, hombres con
americanas azules, mujeres con perlas. En lugar de eso, era un edificio de
aspecto ordinario en el paseo marítimo, con una bandera en el frente y un gran
estacionamiento. Alex bloqueó su bicicleta en la barandilla junto a los
escalones. Le hubiera gustado llevar el pelo recogido, verse un poco más
conservadora, pero las marcas en su cuello todavía estaban rojas e hinchadas,
como si su cuerpo estuviera combatiendo una infección, y si simplemente se
ponía otro vendaje en el cuello, parecería que estuviera tratando de ocultar un
chupetón.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Anselm estaba esperando en un bungaló techado que daba al océano, el


puerto estaba repleto de barcos, sus mástiles se inclinaban hacia un lado o
hacia el otro, algunos estaban bautizados con nombres de mujeres, otros con
nombres como “Casco Verdadero”, “Chica Nudosa”, “Carrete fácil”. Había
pasado el brazo por encima de la silla a su lado y parecía un anuncio de un
reloj caro. Las otras mesas estaban llenas de estudiantes de Yale y sus padres,
hombres de negocios en largos almuerzos, algunas mujeres mayores con
abrigos acolchados que se demoraban con copas de vino rosado.

—¡Alex! —dijo cuando la vio, su voz era cálida y vagamente sorprendida,


como si no la hubiera invitado allí—. Toma asiento. —Saludó a un mesero que
colocó un menú frente a ella—. Ya he comido, pero por favor, ordena lo que
quieras.

Alex no iba a decir que no a una comida gratis. Pensó que probablemente
debería pedir algo como mejillones o pescado a la parrilla, pero los años de
259
comer los experimentos de su madre con algarroba germinada y todo grano la
habían dejado con un antojo de toda la vida por la comida chatarra. Pidió las
hamburguesas y una Coca-Cola para la cafeína.

—Ojalá pudiera comer como tú —dijo Anselm, acariciando lo que parecía un


estómago plano—. La juventud se desperdicia en los jóvenes. Si hubiera sabido
cómo sería la mediana edad, habría pasado más tiempo comiendo pollo frito y
menos tiempo en el gimnasio.

—¿Eres de mediana edad?

—Bueno, cumpliré... ¿Qué?

Alex se dio cuenta de que lo estaba mirando fijamente.

—Lo siento, solo pareces diferente, más relajado.

—¿Es eso sorprendente? Lo creas o no, no me gusta castigar a los


estudiantes universitarios.

—Dawes es una candidata a doctorado.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Él le lanzó una mirada.

—Creo que sabes lo que quiero decir.

Ahora que se había designado al nuevo pretor, Anselm parecía una persona
diferente, liberada de las preocupaciones y obligaciones de Lethe.

—Me sorprende que estés de regreso en Connecticut —dijo—. Pensé que


tendría que ir a Nueva York.

—Por lo general, estoy en Connecticut una o dos veces al mes para las
reuniones. Es por eso que el comité me pidió que intervenga y supervise las
cosas en Lethe. Y dado lo que le pasó al decano Beekman, pensé que no estaría
mal pasar. Era una leyenda. Creo que todos los que lo conocieron están
bastante conmocionados.

—¿Lo conocías?

Él ladeó la cabeza.
260
—¿Es por eso que querías almorzar? ¿Centurión te ha hecho comprobar las
coartadas?

—No —dijo Alex, lo cual era cierto. Y no había ninguna razón para que ella
sospechara que Anselm tenía algo que ver con Marjorie Stephen o el decano
Beekman—. Lo siento. Después de todo lo que pasó el año pasado. —Se
encogió de hombros—. Viejos hábitos.

—Lo entiendo. Las personas que supuestamente debían protegerte


realmente no hicieron el trabajo, ¿verdad?

Y nunca lo habían hecho. Pero Alex no quería pensar demasiado en eso, no


en esta mesa con este extraño en una tarde soleada.

—Supongo que no.

—Lethe nos pide mucho, ¿no?

Alex asintió. Se sentía nerviosa y tenía las palmas de las manos húmedas.
Entre sus miserables pesadillas, se había quedado despierta la noche anterior,

Hell bent
LEIGH BARDUGO

tratando de pensar en el mejor enfoque para esto. Pero Anselm le había


ofrecido una apertura que ella iba a aprovechar.

—Así es —dijo—. Has visto mi expediente.

—Y ahora viviendo un sueño.

—Algo así.

—Háblame de California.

—Es igual que aquí, pero el agua está más caliente y la gente es más guapa.

Anselm se rio y Alex sintió que se relajaba un poco. Se había preparado


para Anselm en modo de autoridad, pero este tipo no era del todo malo.
Claramente se había tomado un par de copas de vino con el almuerzo y estaba
disfrutando estar fuera de la oficina. Ella podía aprovecharlo.

—¿Con quién te estabas reuniendo? —preguntó ella.

—Algunos amigos trabajando en Stamford. ¿Sabes dónde están las antiguas 261
oficinas de AIG?

—No realmente.

—No te estás perdiendo mucho. De todos modos, son una especie de oveja
negra en nuestro negocio, pero me gustan los desvalidos y necesitaban un
consejo.

—Escondan a los desterrados —murmuró.

Anselm volvió a reírse.

—Eso es demasiado.

Así que Anselm conocía la cita de Isaías. Pero si de alguna manera estuvo
involucrado en los asesinatos, probablemente no habría ofrecido esa
información.

—No me pareces del tipo religioso.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No, en absoluto, pero esa es una parte esencial de la tradición de New


Haven. Dios —dijo, sacudiendo la cabeza. Ni un solo cabello cuidadosamente
peinado se movió—. Incluso me estoy aburriendo a mí mismo.

—Sigue —dijo ella—. Me gusta este tipo de cosas. —Especialmente si podía


ayudarla a atrapar a un asesino y ganarse el favor de Turner.

Anselm parecía escéptico, pero dijo:

—Es del sermón que John Davenport dio en apoyo de los tres jueces.

«Jueces» Interesante.

—Eso lo aclara todo.

Nuevamente sus cejas se levantaron y Alex se dio cuenta de por qué le


gustaba esta versión de Anselm. Le recordaba un poco a Darlington. No el
Darlington que había conocido, sino quién podría haber sido si no hubiera
crecido en Black Elm y enamorado de Lethe, un Darlington más taimado y
262
menos hambriento. Un Darlington menos como ella.

—¿Nunca has estado en la cueva de los Jueces? —preguntó Anselm—. Está


bien, el año es 1649 y Cromwell ordena la ejecución de Carlos I. Cincuenta y
nueve jueces firman la sentencia de muerte. Todo muy bien. Córtenle la
cabeza. Pero solo una década después, se restablece la monarquía y su hijo
Carlos II...

—Júnior.

—Exactamente. Junior no está satisfecho con lo que le sucedió a su padre o


el precedente de matar reyes. Entonces, debe ser despiadado. Condena a
muerte a todos los jueces.

—Son muchos jueces muertos. —Y se alineaba con la teoría inicial del


crimen de Turner, que el desacreditado profesor Lambton había ido tras las
personas que lo habían juzgado.

—Algunos de ellos fueron ejecutados, otros huyeron a las colonias. Pero hay
soldados británicos por todas partes y nadie está particularmente

Hell bent
LEIGH BARDUGO

entusiasmado con albergar fugitivos y provocar la ira de Junior. Excepto por


los buenos ciudadanos de New Haven.

—¿Por qué?

Anselm hizo un gesto a los barcos en el puerto como si pudieran tener una
respuesta.

—Siempre ha sido un pueblo contrario. El buen reverendo John Davenport


sube al púlpito y predica: “Escondan a los desterrados. No desconfíen del
descarriado”. Y esconden a los parias. Cuando los británicos vienen a husmear,
la gente del pueblo guarda sus secretos y los jueces se esconden cerca de West
Rock.

—¿En la Cueva de los Jueces?

—Técnicamente es solo un grupo de rocas grandes, pero sí. Sus nombres


eran Whalley, Goffe y Dixwell.
263
Alex no había vivido mucho en New Haven, pero conocía esos nombres.
Eran calles que salían de Broadway. Si se recorría Whalley el tiempo suficiente,
acabaría en West Rock. Tres calles. Tres jueces. Tres asesinatos.

«Habrá un tercero». A eso se refería Darlington. Había estado tratando de


hacer la conexión por ellos incluso cuando su mitad demonio había estado
jugando con ellos, disfrutando del acertijo que el asesino les había planteado.

—¿Qué pasó con los jueces? —preguntó Alex—. ¿Los atraparon?

—Vivieron hasta una edad madura. Dos de ellos terminaron en algún lugar
de Massachusetts, pero Dixwell cambió su nombre y pasó sus días en New
Haven. Sus cenizas están enterradas debajo del parque New Haven. Las tropas
británicas solían viajar aquí solo para orinar en su lápida, cien años después
de su muerte. Así de importantes eran estos muchachos. Mártires de la
libertad y todo eso. Y ahora son una nota al pie, un dato curioso para tratar de
impresionarte durante el almuerzo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex no sabía si sentirse incómoda o halagada ante la idea de que Anselm


intentara impresionarla.

—¿Alguna vez te has preguntado por qué funcionan las palabras de


muerte?—Se inclinó hacia adelante—. Porque al final todos somos nada y no
hay nada más aterrador que la nada.

A Alex realmente no le había importado por qué funcionaban, solo que


funcionaban.

—Sabes mucho sobre este lugar.

—Me gusta la historia. Pero se puede ganar dinero con ello.

—¿No como la ley?

Anselm levantó un hombro.

—Lethe hace muchas promesas, al igual que Yale, pero ninguna de ellas se
hace realidad en New Haven. Este es un lugar que nunca corresponderá tu 264
lealtad.

Después de todo, tal vez no era muy parecido a Darlington.

—¿Y Lethe?

—Lethe era una actividad extracurricular. Es una tontería considerarlo algo


más. Es incluso peligroso.

—Me estás advirtiendo. —Tal como lo había hecho Michelle Alameddine.

—Solo estoy hablando. Pero no creo que hayas venido aquí para
escucharme pontificar sobre Cromwell y los peligros de envejecer en
Connecticut.

Así que eso era todo.

—Dijiste que leíste mi archivo. Mi mamá… mi mamá no está muy bien.

—¿Está enferma?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

¿Ameritaba un diagnóstico perseguir cualquier soplo de un milagro?


¿Existía un nombre para alguien condenado a buscar patrones invisibles en
piedras preciosas y horóscopos? ¿Qué pensaba que los misterios de la vida
podrían revelarse al eliminar los lácteos de su dieta? ¿O el gluten o las grasas
trans? ¿Se podría llamar a Los Ángeles una enfermedad?

—Ella está bien —dijo Alex—. Simplemente no es realista y no es buena


manejando el dinero. —Eso era un eufemismo.

—¿Ella te avergüenza?

La pregunta la sobresaltó, y Alex no estaba preparada para la oleada de


emociones que la acompañó. No quería sentirse pequeña y desnuda, una niña
sin protección, una niña sola. El semestre acababa de comenzar y ella ya
estaba exhausta, desgastada hasta la nada, la misma chica que había llegado a
Yale hacía más de un año, golpeando a cualquier persona o cosa que pudiera
intentar lastimarla. Quería una madre que la mantuviera a salvo y le diera 265
buenos consejos. Quería un padre que fuera algo más que una historia de
fantasmas que su madre se negaba a contar. Quería a Darlington, que estaba
aquí pero no, a quien necesitaba para navegar por toda esta locura. Todo se
estrelló a la vez, y sintió el dolor no deseado de las lágrimas en la parte
posterior de su garganta.

Alex tomó un sorbo de agua y se controló.

—Necesito encontrar una manera de ayudarla.

—Puedo conseguirte una pasantía de verano pagada...

—No. Ahora. Necesito dinero. —Eso salió más duro de lo que pretendía, la
verdadera Alex asomó la barbilla, cansada de charlas triviales y diplomacia.

Anselm cruzó las manos como si se preparara.

—¿Cuánto?

—Veinte mil dólares. —Suficiente para sacar a Mira de su contrato de


arrendamiento y establecerla en un lugar nuevo, suficiente para mantenerla

Hell bent
LEIGH BARDUGO

hasta que consiguiera un nuevo trabajo. Todo eso suponiendo que Alex pudiera
convencer a su madre de que se fuera de Los Ángeles. Pero Alex creía que era
posible. Usaría la compulsión si tenía que hacerlo, si eso salvaba la vida de su
madre y la de ella.

—Eso es un préstamo considerable.

—Un regalo —corrigió ella—. No puedo devolver esa cantidad.

—Alex, lo que estás pidiendo…

Pero era hora de ser muy clara.

—Leíste mi expediente. Sabes lo que puedo hacer. Puedo ver a los muertos.
Incluso puedo hablar con ellos. ¿Quieres información? ¿Quieres acceso al Velo?
Puedo conseguírtela. Y no necesito ningún estúpido ritual en Libro y Serpiente
para hacerlo.

Ahora Anselm estaba mirándola fijamente.


266
—¿Puedes oírlos?

Ella asintió.

—Eso es... eso es increíblemente arriesgado.

—Créeme, lo sé.

—Pero las posibilidades… —La expresión de Anselm era ilegible. Su risa


fácil y su encanto se habían evaporado en el aire salado del mar. Quizá quería
cortar todo lazo con Lethe y toda su extraña magia, pero también sabía cuánto
valoraba la Novena Casa ese tipo de acceso, cuánto poder podría producir.
Sandow había llamado una vez a Lethe “mendigos en la mesa”, autoridades sin
autoridad, con las manos extendidas por cualquier migaja de magia de la que
las otras sociedades estuvieran dispuestas a desprenderse. El don de Alex
podía cambiar eso, y el poder era un idioma que todos entendían.

—Alex —dijo—, te voy a preguntar algo y necesito que seas honesto


conmigo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Bueno.

—Me dijiste que estabas dispuesta a dejar de lado tus intentos de llegar a
Darlington, que estabas lista para olvidarlo. —Alex esperó—. No pareces el tipo
de persona que olvida las cosas.

Alex sabía que él podría presionarla y esta parte era fácil. Porque ella sabía
exactamente lo que él quería escuchar.

—Has visto mi archivo —repitió—. Ya sabes lo que me ofreció Lethe. No


estoy aquí porque quiera usar una capa y jugar al mago. Todos ustedes
piensan que el mundo más allá del Velo es algo especial, pero eso es solo
porque no han tenido que mirar ese abismo en particular durante toda su vida.
No vine a Yale por la magia, señor Anselm.

—Michael.

Ella lo ignoró.
267
—No vine aquí por la magia ni por diversión o porque quisiera hacer amigos
y aprender a hablar de poesía en los cócteles. Vine aquí porque esta es mi
única oportunidad de un futuro que no se parezca a ese archivo. No lo voy a
tirar por un niño rico que fue lo suficientemente amable como para
condescender a hablarme unas cuantas veces.

Todo era cierto. Todo menos la última parte.

Anselm la estudió, sopesando lo que había dicho.

—Dijiste que Lethe se lo debía.

—Yo no soy Lethe.

—¿Y no tienes nada planeado?

—Nada —dijo Alex sin dudarlo.

—Quiero tu palabra. Quiero que jures por la vida de tu madre, porque si me


jodes, no habrá dinero, ni plan de rescate. No estoy en el negocio de la caridad.

—Tienes mi palabra.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Has sido toda una sorpresa, Alex Stern. —Anselm se levantó. Arrojó
algunos billetes sobre la mesa. Luego se estiró y volvió el rostro hacia la luz—.
Fue un buen almuerzo. Un poco de sol y mar, una charla con una bella mujer.
Me siento casi humano. Veremos si dura todo el camino hasta Nueva York. —
Extendió la mano. Su palma estaba cálida y seca, sus ojos azules eran claros—
. Mantente fuera de problemas y asegúrate de que las cosas permanezcan
tranquilas. Te conseguiré ese dinero.

Anselm no se parecía en nada a Darlington ahora. Era un bronceado en un


traje. Era un estafador rico que buscaba una ventaja y estaba dispuesto a
usarla a ella para conseguirla. Era un ladrón más hurgando entre artefactos en
un país que no era el suyo. Él era el Lethe que Alex entendía, no el Lethe que
Darlington había amado.

Alex le estrechó la mano.

—Vendido. 268

Hell bent
LEIGH BARDUGO

24
Traducido por Azhreik

La noche anterior a Halloween se encontraron en el comedor de Il Bastone. Se


sentía más formal que el salón, y Dawes había argumentado que necesitaban el
espacio. Alex realmente no había entendido hasta que vio los planos a gran
escala de Sterling esparcidos sobre la mesa. Dawes sacó su amada pizarra y
preparó una olla de sidra caliente que llenó Il Bastone con el olor de las
manzanas fermentadas.

Mercy se había cambiado de ropa tres veces antes de salir de su dormitorio


y finalmente llegó con una chaqueta de tweed ceñida y una falda de terciopelo.

—Sabes que nos estás haciendo un favor, ¿verdad? —Alex había


269
preguntado.

—Vístete para el trabajo que quieres.

—¿Qué trabajo quieres?

—No lo sé —dijo Mercy—. Pero si la magia es real, quiero causar una buena
impresión.

«¿Todos ansiamos esto?» Alex se preguntó mientras conducía a Mercy a Il


Bastone, observando cómo se le abrían mucho los ojos al ver la escalera de
girasoles, las vidrieras, los azulejos pintados que enmarcaban la chimenea.
¿Por qué criar niños con la promesa de la magia? ¿Por qué crear en ellos una
necesidad que nunca podrá ser satisfecha —de revelación, de transformación—
y luego dejarlos a la deriva en un mundo sombrío y pragmático? En Darlington
había visto lo que el dolor por esa pérdida podía causarle a alguien, pero tal vez
el mismo luto vivía dentro de ella también. El terrible conocimiento de que no

Hell bent
LEIGH BARDUGO

habría un destino secreto, ningún mentor bondadoso que viera algún talento
escondido dentro de ella, ningún enemigo mortal que derrotar.

Tal vez ese dolor, ese anhelo fomentado por historias de mundos más
hermosos y su infinita posibilidad, era lo que los convirtió a todos en presa fácil
para Lethe. Tal vez hizo que Mercy se vistiera de terciopelo y tweed y se pusiera
esmeraldas falsas en las orejas, impulsada por el sueño de encontrar el pasaje
en el fondo del armario. Alex solo esperaba que no hubiera algo horrible
esperando detrás de los abrigos.

Más temprano, había tenido que ver a los miembros de Manuscrito atar a
una silla a una cantante de pop que encabezaba las listas de éxitos, estirar su
cuello hacia atrás y colocarle un ruiseñor en la boca, asegurándolo con una
pequeña brida de cuerda. Luego esperaron a que el pájaro cagara en su
garganta. Se suponía que traería de vuelta su voz legendaria. Esa era la verdad
de la magia: sangre, tripas, semen y saliva, órganos guardados en frascos,
270
mapas para cazar humanos, cráneos de niños no nacidos. El problema no eran
los libros y los cuentos de hadas, sino que contaban la mitad de la historia,
ofrecían la ilusión de un mundo donde sólo los villanos pagaban con sangre,
las madrastras eran ogros, las hermanastras eran malvadas, donde la magia
era justa y sin sacrificio.

Encontraron a Turner sentado en la mesa del comedor, estudiando


detenidamente las notas que Dawes había preparado. Alex sospechó que en su
mayoría estaba tratando de ignorar a Tripp, que se estaba atiborrando frente a
la variedad de embutidos, fondue y trozos geométricos de hojaldre dispuestos
en la cocina.

—¡Alex! —exclamó al verla, con la boca medio llena de queso—. Tu amiga


Dawes es una cocinera estupenda. Suprema.

Dawes, mientras servía sidra caliente en una taza, parecía indecisa entre un
agudo deleite y una severa desaprobación, y el resultado fue una especie de
media sonrisa estreñida. Llevaba vaqueros en lugar de los pantalones

Hell bent
LEIGH BARDUGO

deportivos habituales, el pelo peinado en una trenza francesa. Incluso Tripp se


había puesto una chaqueta azul y un polo en lugar de su camiseta y sudadera
habituales. Alex se sintió repentinamente mal vestida.

—Empecemos —dijo Turner—. Algunos tenemos trabajo por la mañana.

«Y algunos tenemos ensayos pendientes», pensó Alex. Sin mencionar una


pila de lecturas que crecía cada vez más: “Al Faro”, que la había aburrido;
“Novela sobre papel amarillo”, que la había sorprendido; página tras página de
Heródoto, que rápidamente la hizo repensar su nueva pasión por la historia
griega; poemas largos y apocados de Wallace Stevens, que a veces la ponían en
una especie de estado de sueño y otras veces la arrullaban directamente. Si
hubiera podido elegir algo que no fuera la especialización en literatura inglesa,
lo habría hecho, pero no estaba preparada para nada más. Lo que significaba
que podría entrar en contacto aún más íntimo con su nuevo pretor.

Se habían reunido en el salón esa tarde para discutir los preparativos de 271
Alex para el ritual del ruiseñor en Manuscrito. El profesor Walsh-Whiteley
había bebido jerez y mordisqueado biscotti mientras examinaba las fichas de
Alex, luego bufó brevemente y dijo:

—Aceptable.

Alex se había esforzado por contener un grito de victoria, aunque había sido
difícil mantener ese estado de ánimo triunfante una vez que entendió
realmente lo que implicaba el ritual. Quería volver a casa y nunca volver a
pensar en ello, pero estaba decidida a escribir su informe y enviarlo al pretor
antes de que probaran el Guantelete.

«No hay razón para preocuparse, señor. No hay necesidad de prestar mucha
atención.»

—Turner —murmuró Alex mientras se sentaban alrededor de la mesa—, ¿el


profesor Lambton tiene hijos?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Un hijo. Vive en Arizona. Y sí, tiene una coartada —respondió al instante,
y Alex se dio cuenta de que podría estar sentado en esa mesa, pero su mente
estaba en otra parte, repasando constantemente los detalles de los asesinatos
del profesorado.

—Quizá quieras volver a comprobar esa coartada.

—¿Por qué? ¿Qué sabes?

—Las citas que hemos estado siguiendo nos llevan a la ejecución de Carlos
I. Pero fue su hijo quien buscó venganza.

—¿Y cómo de repente te diste cuenta?

—Soy un sabueso —dijo Alex, tocándose la cabeza y disfrutando demasiado


de los ojos en blanco que le dirigió—. Hice algo de investigación. Lo deduje. —
No iba a mencionar su almuerzo con Michael Anselm, o empezar a hablar de
demonios y vampiros y la posibilidad de que alguien le hubiera desangrado la
vida a Marjorie Stephen. No hasta que supiera que había algo más que su
272
propia paranoia.

Dawes tintineó su cuchillo contra su vaso de agua, el sonido fue


sorprendentemente claro y resonante. Se sonrojó debajo de sus pecas cuando
todos se giraron para mirarla y dijo:

—¿Deberíamos... comenzar?

Tripp se unió a ellos en la mesa, con el plato lleno y una botella de cerveza
en la otra mano.

—¿Tenemos que hacer un juramento o algo así?

—No te mueras. Trata de no ser un imbécil —dijo Turner—. Ese es el


juramento. Sigamos adelante.

Dawes se limpió las manos en los vaqueros y se colocó junto a la pizarra,


donde había dibujado un plano aproximado de Sterling. Señaló la entrada, la
primera estación del Guantelete.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Llegaremos a las once en punto para posicionarnos. Quédense en la Sala


Linonia. Usaremos un glamour de encubrimiento muy básico para
mantenernos ocultos cuando la biblioteca cierre.

—¿Qué le vamos a decir a Lauren? —Mercy susurró mientras Dawes


describía en qué lugar de Linonia debían esconderse y qué parte de la
habitación estaría cubierta de glamour—. Se va a poner furiosa si nos vamos
de la fiesta antes de tiempo.

Alex no estaba segura. Tendría que ser algo tan aburrido que Lauren no
querría venir.

—Hay muy poca orientación sobre qué basarnos —continuó Dawes—. Pero
sería prudente ayunar al menos seis horas antes. No consuman carne ni
lácteos.

—¿Solo los veganos van al infierno? —dijo Tripp con una risa.

Dawes lo miró con sus ojos severos y estudiosos.


273

—Vas a querer los intestinos vacíos.

Eso lo calló rápido.

Dawes hizo un gesto a Mercy.

—Nuestra centinela estará en el patio. Los cuatro peregrinos caminarán


juntos por el Guantelete a partir de la una en punto.

—¿Cómo protegeremos a Mercy? —preguntó Alex.

Mercy levantó un pequeño cuaderno rojo.

—Tengo mis palabras de muerte.

—Querrás memorizarlas —dijo Dawes.

Mercy sonrió.

—¿Quid tibi, mors, faciam quae nulli parcere nosti?

—¿Hablas latín? —Tripp preguntó con incredulidad.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

La sonrisa de Mercy se desvaneció y le lanzó a Tripp una mirada de puro


desprecio.

—Cuando tengo que hacerlo. Las palabras de muerte funcionan mejor en


lenguas muertas, ¿de acuerdo?

Alex se sorprendió por el desprecio en la voz de Mercy, pero Tripp se encogió


de hombros.

—Si tú lo dices.

—¿Qué significa? —preguntó Turner.

— ¿Qué voy a hacer contigo, Muerte, que no perdonas a nadie? —citó


Mercy—. Es divertido, ¿verdad? Como si la Muerte fuera una mala invitada a la
fiesta.

—Estoy totalmente a favor del latín —dijo Alex—, pero las palabras de
muerte no van a ayudar contra un demonio.
274
—Tengo algo en mente para eso —dijo Dawes.

—Armadura de sal —dijo Mercy.

Dawes le sonrió.

—Exactamente.

Alex se avergonzó de sentir una punzada de celos ante esa mirada orgullosa,
otro desagradable recordatorio de que ella era la intrusa aquí.

—¿Qué sucede cuando la biblioteca cierre? —preguntó Turner.

—Caminamos juntos por las estaciones del Guantelete. —Dawes señaló el


aparador—. Mercy pondrá el metrónomo en marcha. El ritmo debe permanecer
ininterrumpido hasta que se complete el ritual.

Eso no tenía mucho sentido para Alex.

—No creo que tuvieran metrónomos en Thonis.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No —coincidió Dawes—. En tiempos pasados, todo un grupo de personas


habría estado de centinela y habrían seguido el ritmo con tambores u otros
instrumentos. Pero no tenemos un grupo y no sabemos cuánto tiempo será. No
podemos arriesgarnos a que Mercy se canse o se interrumpa.

Tic tic tac. La bomba esperando a estallar.

—Comenzaremos afuera junto al escriba —continuó Dawes—, y


marcaremos la entrada con nuestra sangre mezclada.

Turner negó con la cabeza.

—Esto es una mierda satánica.

—No lo es —dijo Dawes a la defensiva—. La sangre nos une y debería


despertar al Guantelete.

—¿Entonces sabremos que estamos en el camino correcto? —preguntó Alex.

Dawes se mordió el labio inferior. 275


—Esa es la idea. Cada peregrino tiene una designación que determina el
orden que usamos para recorrer el Guantelete. Primero soldado, luego erudito,
luego sacerdote, luego príncipe. —Se aclaró la garganta—. Creo que debería
asumir el papel de erudito. Dadas las inclinaciones religiosas de Turner, puede
asumir el cargo de sacerdote.

—Puedo ser el soldado —ofreció Tripp.

—Tú eres el príncipe —dijo Alex—. Yo soy el soldado. Yo iré primero.

—Eso significa que también serás tú quien cierre el circuito —advirtió


Dawes—. Caminarás sola ese tramo final.

Alex asintió. Así debería ser. Ella fue la que permitió que la bestia infernal
consumiera a Darlington en ese sótano. Ella sería la que cerraría el círculo.

—Para entonces —dijo Dawes—, todos habremos ocupado nuestras


posiciones en el patio. Cada una de las cuatro puertas estará marcada con

Hell bent
LEIGH BARDUGO

sangre. Necesitaremos una señal para que todos podamos comenzar a caminar
hacia el centro del patio al mismo tiempo. —Dejó un disco de metal en la mesa.

—¿Un diapasón? —preguntó Mercy.

Dawes asintió.

—Fue encantada en algún momento de los años cincuenta para asegurar


una perfecta armonía. Espero que nos ayude a mantenernos sincronizados si
las cosas se ponen... difíciles.

Alex no quería pensar demasiado en lo que eso podría significar.

—¿Estamos seguros de que el patio es el lugar?

Dawes señaló una serie de pegatinas que había colocado en un plano del
patio Selin.

—Cuatro puertas. Cuatro peregrinos. Cuatro direcciones cardinales. Y las


inscripciones no pueden ser una coincidencia. ¿Recuerdas el Árbol del 276
Conocimiento? Esto está grabado sobre el reloj de sol de piedra en la puerta de
los bibliotecarios. “La ignorancia es la maldición de Dios. El conocimiento son las
alas con las que volamos al cielo.”

— Enrique VI —dijo Mercy y miró a Alex con una sonrisa.

Alex le devolvió la sonrisa.

—Más Shakespeare.

—También esto. —Dawes levantó una foto de una cuadrícula de números de


piedra.

—¿Sudoku? —preguntó Tripp.

Dawes lo miró como si no supiera si mandarlo a la cama con una bolsa de


agua caliente o golpearlo con una pala.

—Es el cuadrado mágico de Melencolia de Albrecht Dürer. La suma en cada


dirección es siempre la misma. Creo que su objetivo es la contención.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Un rompecabezas perfecto para que un demonio quede atrapado —dijo


Alex.

—Exactamente. Y a pesar de todos los detalles de las obras de Durero, no


tiene ninguna razón real para estar en este patio.

—¿Qué hay en el centro? —preguntó Turner—. ¿Hacia qué marchamos


todos?

Mercy arrugó la nariz.

—Hay una fuente, pero no es la gran cosa. Más bien una palangana grande
y cuadrada con algunos querubines pegados en las esquinas.

—Se agregó más tarde —dijo Dawes—. Después de que se construyera la


biblioteca. Porque algo se estaba filtrando a través de las piedras.

El silencio se apoderó de la habitación.

Turner se pasó una mano por la cabeza. 277


—Bien. Llegamos al centro. Entonces, ¿qué sucede?

Ahora Dawes vaciló.

—Descendemos. No sé lo que eso implica. Algunas personas describen


alucinaciones y una sensación real de caída, otras describen una desconexión
total del cuerpo y una sensación de vuelo.

—Genial —dijo Tripp.

—Pero eso podría deberse a la datura.

—Eso es un veneno —dijo Turner—. Tuve un caso en el que una mujer lo


estaba cultivando en su patio trasero, poniéndolo en lociones y ungüentos.

—Tiene usos medicinales —dijo Dawes—. Solo necesitas la cantidad exacta.

—Claro —dijo Turner—. ¿Vas a decirles su otro nombre?

Dawes miró sus notas y murmuró:

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—La trompeta del diablo. Los peregrinos se ungen con ella antes de
comenzar. Afloja la atadura del alma a este mundo. No podemos cruzar sin
ella.

—Y luego morimos —dijo Alex.

Tripp soltó una risa nerviosa.

—Metafóricamente, ¿verdad?

Lentamente, Dawes negó con la cabeza.

—Por lo que puedo decir, seremos enterrados vivos.

—Mierda —dijo Turner.

—El verbo no está claro —ofreció Dawes—. Podría significar enterrado o


sumergido.

Tripp se apartó de la mesa.


278
—¿Estamos seguros... que es una buena idea?

—Nos quedamos sin buenas ideas —dijo Alex—. Esto es lo que nos queda.

Pero Turner no estaba interesado en los nervios de Tripp.

—Así que nos morimos —dijo como si estuviera pidiendo indicaciones para
llegar al banco—. ¿Y qué?

Dawes se había mordido tan profundamente el labio que había aparecido


una fina línea de sangre.

—En algún momento, deberíamos encontrarnos con Darlington, o la parte


de él que todavía está atrapada en el infierno. Resguardamos su alma en un
recipiente, luego regresamos a este plano y la llevamos a Black Elm. Ahí es
cuando seremos más vulnerables.

—¿Vulnerable cómo? —preguntó Alex.

Turner golpeó el libro abierto frente a él.

—Si no cerramos el Guantelete, algo puede seguirnos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Algo? a—Mercy finalmente sonaba asustada, y Alex estaba casi


agradecida por eso. Necesitaba tomárselo en serio.

—Lo que estamos haciendo se considera robo —dijo Dawes—. No tenemos


ninguna razón para pensar que el infierno entregará un alma así como así.

Tripp soltó otra risa nerviosa.

—Como un atraco infernal.

—Bueno… —Dawes reflexionó—. Sí, exactamente.

—Si es un atraco, todos deberíamos tener un trabajo —dijo Tripp—. El


ladrón, el hacker, el espía.

—Tu trabajo es sobrevivir —espetó Turner—. Y asegurarte de no hacer nada


estúpido que haga que el resto de nosotros muera.

Tripp levantó las manos, tan plácido como siempre.

—Por supuesto. 279


—Necesitamos movernos rápido y mantenernos en guardia —dijo Dawes—.
Hasta que las dos partes del alma de Darlington se unan, seremos blancos.

Para cualquier demonio que los persiguiera. Para criaturas como Linus
Reiter. ¿Y si estaba vigilándolos? ¿Y si sabía lo que pretendían hacer? De nuevo
Alex sintió esa paranoia reptante, esa sensación de que sus enemigos se
multiplicaban.

—¿Estás tan segura de que vamos a encontrar su alma? —preguntó Turner.

Dawes se secó el labio con la manga.

—Su alma debería querer encontrar la unión con su otra mitad, pero eso
depende del recipiente que escojamos. Tiene que ser algo que lo llame. Como la
escritura de Black Elm o el Armagnac que le dejó Michelle Alameddine.

Salvo que la escritura se había reducido a cenizas hacía meses y el


Armagnac había volado en pedazos en Pergamino y Llave.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Como un grial —dijo Tripp—. Eso estaría bien.

—¿Tal vez un libro? —sugirió Mercy—. ¿Una primera edición?

—Sé lo que debería ser —dijo Alex—. Si puedo encontrarlo.

Dawes de alguna manera había reabierto el corte en su labio.

—Tiene que ser precioso. Tiene que tener poder sobre él.

La memoria de Alex no era la suya: pertenecía al muerto Daniel Tabor


Arlington III viendo a su nieto mezclar un elixir sobre el fregadero en Black
Elm, sabiendo que el veneno podría matarlo, incapaz de detenerlo. Recordó lo
que Danny, Darlington, había elegido usar como taza en ese momento de deseo
imprudente: la pequeña caja de recuerdos de algún tiempo pasado, mejor, la
caja que una vez había creído que era mágica y estaba decidido a hacer magia
de nuevo.

—Es precioso —dijo Alex.


280
El sueño de un mundo más allá del nuestro, de la magia hecha realidad. El
pasaje a través del armario, y tal vez de vuelta.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

25
Traducido por Yull

El campus estuvo tranquilo durante el día de Halloween, casi como si los


estudiantes estuvieran avergonzados por su deseo de jugar: algunas personas
con capas o sombreros tontos, un profesor con un suéter de calabaza, un
grupo a capella cantando “Time Warp” en los escalones de Dwight Hall. Las
celebraciones fueron aún más moderadas tras el asesinato del Decano
Beekman. Pero incluso esa silenciosa emoción fue suficiente para irritar a los
Grises. Sintieron la anticipación, la sensación de unas festividades que
zumbaban en las aulas, bibliotecas y dormitorios. Alex trató de no dejar que la
afectara, pero el ruido de los muertos, sus suspiros, exclamaciones y parloteo, 281
era difícil de ignorar. Sólo Morse estaba en silencio, el lugar donde habían
matado a Beeky. Allí, los vivos no se sentían libres de celebrar, y los muertos
querían mantenerse alejados del lugar de la matanza.

Alex y Mercy hicieron todo lo posible para decorar la sala común como una
especie de penitencia por abandonar a Lauren, colgando cadenas de flores de
papel en el techo y las paredes para que pareciera un jardín gótico. Cuando le
dijeron que ayudarían en un intercambio de dulces para padres en la iglesia de
Mercy, Lauren solo dijo:

—Ustedes son las peores. —Y continuó pegando ovillos de papel crepé. Ella
saldría con un grupo de sus amigos de hockey sobre césped esa noche.

Sorpresa de Licor se puso en marcha alrededor de las ocho. Alex sirvió


chupitos de tequila y Mercy llenó vasos con tierra de chocolate y gusanos de
goma mientras Lauren ponía discos, vestida con unos pantalones cortos de
jardinera sexy. Pero Alex y Mercy no tocaron el alcohol, y Alex también se

Hell bent
LEIGH BARDUGO

obligó a evitar los dulces. Estaba tomando en serio las instrucciones de Dawes,
y eso significaba que estaba mareada por el hambre y malhumorada por eso.

Temprano esa mañana, Alex había ido a Black Elm. Recogió el correo, puso
comida fresca y agua para Cosmo y luego caminó a lo largo del primer piso
hasta la oficina que daba al jardín trasero. Sabía que Darlington había
trabajado allí algunas veces; incluso había registrado los cajones del escritorio
de caoba cuando buscaba sus notas sobre el caso del asesinato del Novio.

Pero la oficina se sentía diferente al resto de la casa. Porque había


pertenecido al anciano. Era una habitación grande y lúgubre, fuertemente
revestida de madera oscura, una chimenea inactiva desde hacía mucho tiempo
ocupaba la mayor parte de una pared. Las únicas fotos eran tomas en blanco y
negro de la fábrica de Botas de Goma Arlington, un hombre con un traje
oscuro sostenía la mano de un niño que no sonreía frente a un automóvil
anticuado y una foto de boda enmarcada que, a juzgar por el estilo del vestido
282
de la novia, tenía que ser de principios de siglo. Los Arlington antes de que la
maldición cayera sobre ellos y su brillante prosperidad se pudriera.

La caja estaba sobre el escritorio, un objeto de porcelana del tamaño de la


palma de la mano con una escena de niños jugando en la nieve impresa en la
parte superior. En el interior de la tapa con bisagras, “¡Feliz Navidad de parte
de su familia Botas de Goma Arlington! había sido inscrito en letra azul
enmarcada por copos de nieve. Pero el fondo de la caja estaba manchado de
marrón rojizo. Del elixir. El intento de Darlington de ver el otro lado, el sueño
que casi lo había matado y que lo había llevado a Lethe.

—Esa cosa de arriba no es Danny.

El anciano estaba de pie junto a Alex. Podía sentirlo acercándose poco a


poco, con la esperanza de trepar dentro de ella, ansioso por estar en un cuerpo
de nuevo. Alex había quedado sacudida por su encuentro con Linus Reiter, el
sueño de Darlington en el círculo, la desagradable tarea de besar el trasero de
Michael Anselm, el miedo constante de que Eitan le diera otra orden antes de

Hell bent
LEIGH BARDUGO

que encontrara una manera de deshacerse de él. Pero no iba a convertirse en


un paseo de carnaval para un viejo bastardo amargado que se había
preocupado más por su legado que por el niño que había atrapado en este
castillo.

—Ah, ¿sí? —Se volvió hacia Daniel Tabor Arlington III en su bata azul—.
Darlington se merecía algo mejor que tú o tu hijo de mierda, y esta ya no es tu
casa. “La muerte es la madre de la belleza” —gruñó. Todo eso de Wallace
Stevens debería servir para algo.

El anciano desapareció, con expresión indignada.

Alex miró hacia el techo, y lo siguiente que supo fue que estaba subiendo
las escaleras, moviéndose por el pasillo. No había tenido la intención de ir al
segundo piso. Se suponía que debía recuperar la caja y salir rápidamente de
Black Elm. ¿O se estaba mintiendo a sí misma? ¿Había querido ver a
Darlington antes de intentar el Guantelete? Esta vez no trató de luchar contra 283
la fuerza que se apoderó de ella. Se dejó llevar al calor y la luz dorada del salón
de baile.

Él estaba parado cerca del borde del círculo, con la mirada fija en ella. Era
el demonio que ella recordaba, desnudo, monstruoso, hermoso. No el joven con
el que había hablado en su sueño. El calor parecía arremolinarse a su
alrededor, algo más extraño que un mero cambio de temperatura, un crujido
de poder que podía sentir contra su piel. El círculo de protección parpadeó. ¿Se
estaba debilitando? ¿Disolviéndose como lo había hecho en su sueño?

—Vamos a buscarte —dijo—. Tienes que estar listo.

—No puedo aguantar mucho más.

—Tienes que. Si… si no funciona, volveremos para reforzar las protecciones.

—Ciertamente puedes intentarlo.

Alex recordó desagradablemente a Linus Reiter, tirado en su sofá color


crema, desafiándola a lastimarlo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Esta noche —repitió.

—¿Por qué esperar?

—No es fácil descifrar un Guantelete y reunir un grupo de búsqueda de


asesinos dispuestos a ir al infierno. Y Dawes dice que nuestras posibilidades
son mejores en una noche portentosa.

—Como quieras, RondaRueda. Tú eliges los pasos en este baile.

Alex deseaba que eso fuera cierto. Tuvo el poderoso impulso de acercarse,
pero el miedo dentro de ella era igual de fuerte.

—¿Eras tú en el sueño? ¿Fue real? ¿Esto lo es?

Su sonrisa era la misma que en el sueño cuando dijo:

—Este no es momento para la filosofía, Stern.

Se le erizó el vello de los brazos. ¿Pero era eso una confirmación o


simplemente otro acertijo para que el demonio se burlara de ella? 284
—¿Por qué estás haciendo esto? —preguntó. La fría voz del demonio vaciló,
y ahora solo era Darlington, asustado, desesperado por encontrar el camino a
casa—. ¿Por qué arriesgar tu vida y tu alma?

Alex no supo cómo responder. Estaba poniendo en juego su futuro, la


seguridad de su madre, la suya propia. Les estaba pidiendo a otras personas
que arriesguen sus vidas. Turner pensaba que esto era una guerra santa.
Mercy quería empuñar el arma que había sido utilizada contra ella. Tripp
necesitaba dinero. Y Dawes amaba a Darlington. Él había sido su amigo, uno
de los pocos que se había molestado en tomarse el tiempo para conocerla y
precisamente por eso era demasiado querido para perderlo. Pero, ¿qué era
Darlington para Alex? ¿Un mentor? ¿Un protector? ¿Un aliado? Ninguna de
esas palabras parecía suficiente. ¿Se había enamorado alguna parte blanda de
ella del chico dorado de Lethe? ¿O era esto algo menos fácil de nombrar que el
amor o el deseo?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Recuerdas cuando me explicaste los ingredientes del elixir de Hiram? —


ella preguntó.

Todavía podía verlo de pie sobre el crisol dorado en la armería, sus gráciles
manos moviéndose con limpia precisión. Él la había estado sermoneando sobre
los deberes de Lethe, pero ella apenas había estado escuchando. Tenía las
mangas arremangadas y ella se había sentido incómodamente distraída por el
movimiento de los músculos de sus antebrazos. Había hecho todo lo posible
para vacunarse contra la belleza de Darlington, pero a veces todavía la tomaba
por sorpresa.

—Estamos entre los vivos y los muertos, Stern. Empuñamos la espada que
nadie más se atreve a levantar. Y esta es la recompensa.

—¿Una oportunidad de una muerte dolorosa? —ella había preguntado.

—Hereje —había dicho con un movimiento de cabeza—. Es nuestro deber


luchar, pero más que eso, es nuestro deber ver lo que otros no verán y nunca 285
desviar la mirada.

Ahora, de pie en el salón de baile, dijo:

—No te diste la vuelta. Incluso cuando no te gustó lo que viste en mí.


Seguiste buscando.

La mirada de Darlington se movió y parpadeó como la luz de un fuego. Oro y


luego ámbar. Brillante y luego sombreado.

—Tal vez reconozco a un compañero monstruo cuando lo veo.

Se sintió como una mano fría empujándola lejos. Como una advertencia. No
era tan estúpida como para ignorarlo.

—Tal vez —susurró Alex.

Se obligó a girar, abandonar el salón de baile, caminar por ese pasillo


oscuro. Se obligó a no correr.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Tal vez solo eran dos asesinos, condenados a soportar la compañía del otro,
dos espíritus condenados que intentaban encontrar el camino a casa. Tal vez
eran monstruos a los que les gustaba la sensación de que otro monstruo les
devolvía la mirada. Pero suficiente gente los había abandonado a ambos. Ella
no iba a ser la siguiente.

286

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Juego de Luminarias

Procedencia: Aquitania, Francia; Siglo 11

Donante: Manuscrito, 1959

Se cree que fue inventado por monjes herejes para ocultar textos prohibidos. El
glamour persistirá mientras las linternas estén encendidas. Aquellos fuera del alcance de la
luz encontrarán que su miedo aumenta a medida que se acercan. Se pueden usar velas
ordinarias y cambiarse cuando sea necesario. La donación se realizó después de que
almacenarlas sobre el nexo de Manuscrito creó algún tipo de perturbación en el
encantamiento y dos miembros de la delegación de 1957 se perdieron durante más de
una semana en las sombras.

—del Catálogo de la Armería de Lethe revisado y editado por Pamela Dawes, Oculus
287

Halloween es una fiesta evangélica. Si no celebras, te ves obligado a esconderte de


aquellos que lo hacen para que no te pongan una máscara en la cara y te exijan hacer
cabriolas en nombre de la diversión.

—Diario de los días de Lethe de Raymond Walsh-Whiteley

Colegio Silliman 1978

Hell bent
LEIGH BARDUGO

26
Traducido por Azhreik

Se encontraron en la biblioteca a las once y se refugiaron en uno de los nichos


de la sala de lectura Linonia y Hermanos. De algún modo, Dawes había elegido
el lugar exacto donde a Alex le encantaba sentarse y leer y quedarse dormida
con las botas sobre la rejilla de la calefacción. ¿Cuántas veces había mirado al
patio a través de los vidrios ondulados de las ventanas sin saber que estaba
mirando la puerta del infierno?

Colocaron el par de luminarias que habían obtenido de la armería en


esquinas opuestas de la entrada al rincón de lectura. Lo que creaban al
encenderse no era precisamente un glamour, sino un enjambre de espesa 288
sombra que repelía cualquier mirada curiosa.

Quince minutos antes de la medianoche, una voz salió por el altavoz


recordando a los estudiantes que la biblioteca estaba cerrando. Las personas
cargadas con mochilas y carteras caminaban penosamente de regreso a los
dormitorios o apartamentos en una marcha forzada pasando por delante de los
fiesteros de Halloween. Los guardias de seguridad llegaron a continuación,
pasando sus linternas sobre los estantes y las mesas de lectura.

Alex y los demás esperaron, observando el parpadeo de las luminarias en


los rincones, pegados a las paredes sin motivo alguno, intentando ser lo más
silenciosos posible. Tripp había usado el mismo polo, chaqueta y gorra volteada
que había usado en su cena de planificación. Turner vestía lo que parecía ropa
de gimnasia cara y una chaqueta acolchada. Dawes vestía ropa deportiva.
Mercy había elegido ropa de trabajo combinada con un suéter negro y parecía
el miembro más elegante de una unidad de fuerzas especiales. Alex llevaba

Hell bent
LEIGH BARDUGO

puesta ropa deportiva de Lethe. No sabía lo que traería esta noche, pero estaba
harta de perder ropa perfectamente buena por culpa de lo arcano.

Poco después de la medianoche y sin previo aviso, las luces se apagaron.


Todo lo que quedaba eran tenues luces de seguridad a lo largo de los pisos. La
biblioteca se había quedado en silencio. Dawes sacó un termo. Para
interrumpir los sistemas de alarma, había preparado la misma tempestad en
una tetera que habían usado para irrumpir en el Peabody, pero dejó reposar el
té por más tiempo y adquirió un contenedor mejor aislado.

—Dense prisa —dijo—. No sé cuánto durará.

Acomodaron a Mercy en el patio, y Alex y Dawes la ayudaron a ponerse la


armadura de sal: guanteletes, brazales, un yelmo que era demasiado grande
para su cabeza. Incluso tenía una espada de sal. Todo era muy impresionante,
pero Alex tuvo que preguntarse si detendría a un monstruo como Linus Reiter.
Cuando Mercy sacó un vial del elixir de Hiram de su bolsillo, Alex quiso 289
arrebatárselo de la mano. Pero el tiempo de las advertencias y las
preocupaciones había pasado. Mercy había hecho su elección y la necesitaban
aquí, su centinela. Alex la vio abrir el corcho y tragar el contenido, con los ojos
cerrados como si estuviera tragando medicina. Se estremeció y tosió, luego
parpadeó y se rio.

Al menos la primera dosis no la había matado.

Cuando Mercy se colocó junto a la palangana con el metrónomo en el suelo


junto a ella, se apiñaron alrededor del escritorio de recepción en la parte
delantera de la biblioteca, revisaron la calzada Rose para ver si pasaban
estudiantes y luego salieron.

—Rápido —dijo Dawes mientras uno a uno se hacían incisiones en los


brazos.

—Deberíamos haberlo hecho en nuestras palmas —dijo Tripp—. Como lo


hacen en las películas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Nadie contrae infecciones en las películas —replicó Turner—. Y realmente


necesito poder usar las manos.

Alex no se había dado cuenta de que tenía una funda y un arma debajo de
la chaqueta.

—No creo que eso te vaya a servir mucho en el infierno.

—No está de más —respondió.

Dawes sacó una pequeña botella de su bolsillo y se echó aceite en el pulgar.


Lo untó en cada una de sus frentes. Esa tenía que ser la datura.

—¿Estamos listos? —preguntó Dawes.

—¡Demonios, si! —dijo Tripp.

—Baja la voz —espetó Turner. Pero Alex apreció el entusiasmo de Tripp.

Dawes respiró hondo.


290
—Vamos a empezar.

Cada uno tocó con sus dedos la sangre que manaba de sus brazos.

—Soldado primero —dijo Dawes. Alex untó su sangre en cada una de las
cuatro columnas que marcaban la entrada. Dawes la siguió, colocando su
sangre sobre la de Alex, luego Turner y finalmente Tripp.

Miró la mancha de su sangre mezclada y retrocedió un paso.

—¿Cómo sabremos si...?

Tripp fue interrumpido por un sonido parecido a un suspiro, una ráfaga de


aire como si se hubiera abierto una ventana.

La pesada puerta de madera debajo del escriba egipcio se había


desvanecido, dejando nada más que oscuridad. Ningún atisbo del vestíbulo de
la biblioteca más allá, ninguna señal de vida o luz. Era como mirar a la nada.
Un viento frío sopló como en un gemido.

—Oh —dijo Dawes.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Se quedaron en un silencio atónito, y Alex se dio cuenta de que, a pesar de


toda su charla y preparación, ninguno de ellos había creído realmente que
funcionaría. A pesar de todos los milagros y horrores que había presenciado en
su tiempo en Yale, no se había creído lo de un camino hacia el inframundo
escondido justo debajo de sus narices. ¿Habría estado alguna vez otro grupo de
tontos en esta puerta despertada por su sangre, en este mismo precipicio,
temblando y asustados? Dawes afirmaba que el Guantelete nunca se había
usado. Pero nuevamente Alex tuvo que preguntarse, si ese era el caso, ¿por qué
construirlo?

—Alex es la primera, ¿verdad? —preguntó Tripp, con un temblor en la voz.

Su coraje se había marchitado al ver ese vacío. Pero no había tiempo para
dudas. Podía oír a la gente acercándose por la calle.

«Ven a buscarme, Stern —había dicho—. Por favor»

Alex tocó con su mano la caja de porcelana en su bolsillo y salió por la 291
puerta.

No pasó nada. Estaba de pie en el cavernoso vestíbulo de Sterling. No lucía


diferente a como era antes.

Dawes tropezó con ella, y ambas se apartaron torpemente cuando Turner y


luego Tripp aparecieron.

—No lo entiendo —dijo Tripp.

—Tenemos que recorrer el camino —dijo Dawes—. Eso fue solo el comienzo.

En fila india, bajaron por el vestíbulo hacia el mural del Alma Mater:
soldado, erudito, sacerdote y príncipe, envueltos en la oscuridad. Un extraño
desfile que arrastraba los pies. Giraron a la derecha en el mural y marcaron
con su sangre los arcos debajo del Árbol del Conocimiento. Una vez más, el
corredor más allá pareció disolverse, como si su realidad se hubiera
desvanecido y dejado un vacío enorme. Una vez más, Alex respiró hondo, como
buzo preparándose para sumergirse bajo la superficie, y entró.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

A su derecha, pasaron la puerta de cristal por la que entraría Alex, pero aún
no era su hora. El soldado cerraría el círculo. Recorrieron el pasillo, pasaron
junto a la Muerte que miraba por encima del hombro del estudiante y entraron
en el vestíbulo lleno de grabados en madera de Jost Amman. Por encima de
ellos, Alex podía distinguir las siluetas de hierro negro de los tritones con sus
colas partidas, monstruo y hombre, hombre y monstruo.

El corte en el brazo de Alex había comenzado a cerrarse, por lo que tuvo que
apretarlo para que la sangre volviera a brotar. Uno por uno ungieron la puerta
junto a la araña de piedra, debajo de la inscripción del lema de Yale. Luz y
Verdad. Se sintió como una broma cuando la puerta desapareció en la
oscuridad negra y plana.

—Esta es tu estación —susurró Dawes, las primeras palabras que


cualquiera de ellos había dicho desde que regresaron a Sterling.

Tripp tenía la mandíbula apretada. También los puños. Alex pudo ver que 292
estaba temblando ligeramente. Casi esperaba que simplemente girara sobre
sus talones y saliera de la biblioteca. En su lugar, asintió con la cabeza con
firmeza.

Alex le dio un rápido apretón en el hombro. Era fácil no tomar a Tripp en


serio, pero él estaba aquí enfrentando el mismo terror informe que el resto de
ellos, y no se había quejado ni una vez.

—Nos vemos en el otro lado.

Siguieron adelante, pasando a otro pasillo angosto que los llevaría a la


oficina de Bibliotecarios de la Universidad. Era aún más oscuro, las paredes se
alzaban sobre ellos. La oficina parecía no vacía sino abandonada
intempestivamente, la silla del escritorio estaba torcida, los papeles en
montones desordenados.

No había nada notable en esta puerta, pero en el otro lado había un gran
reloj de sol de piedra y dos vidrieras de caballeros haciendo guardia.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Hicieron nuevos cortes y embadurnaron la jamba de la puerta con su


sangre, listos esta vez para la brecha de oscuridad que se abrió y el viento
helado que sopló.

—Mantengan la cabeza alta —dijo Turner al ocupar su puesto.

La puerta secreta estaba justo detrás de ellos, al lado de la gran chimenea


de piedra con su latín malhumorado, apenas visible a menos que supieras
dónde buscar el contorno escondido en los paneles. Alex y Dawes lo
atravesaron y entraron en otro vestíbulo pequeño y oscuro que no tenía ningún
propósito real, a menos que estuvieras tratando de circunnavegar el patio.

Emergieron en Linonia y Hermanos, en el extremo opuesto de la habitación


desde el nicho donde se habían escondido. Aquí nuevamente, se sentía como si
el lugar hubiera sido abandonado, como si se percibiera la ausencia del ser
humano.

Por fin llegaron a la entrada original del patio, el nombre de Selin estaba 293
grabado en letras doradas sobre el dintel de piedra.

Alex no quería dejar a Dawes allí. No quería estar sola en este edificio
oscuro como catedral.

—Los nichos están todos vacíos —dijo Dawes.

—¿Sí? —preguntó Alex, completamente confundida.

Dawes tenía el diapasón plateado en sus manos y su voz era tranquila pero
firme.

—Por toda la biblioteca se pueden ver estos espacios, estos marcos de


piedra donde debería estar la escultura de un santo, como en una catedral.
Pero están todos vacíos.

—¿Por qué?

—Nadie lo sabe realmente. Algunas personas piensan que se quedaron sin


dinero. Algunas personas dicen que el arquitecto quería que el edificio
pareciera haber sido saqueado. Con todos sus tesoros robados.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Qué opinas tú? —preguntó Alex. Podía sentir que estaban en territorio
incierto, que esta historia, estas palabras eran lo que Dawes necesitaba para
seguir adelante.

—No lo sé —respondió Dawes al fin—. Todos tenemos lugares huecos.

—Vamos a traerlo a casa, Dawes. Vamos a salir de esto.

—Te creo. Al menos la primera parte. —Respiró hondo y enderezó los


hombros—. Yo estaré vigilando.

Alex untó su sangre en la entrada. Dawes la siguió. Esta vez, las grandes
puertas dobles parecían haberse derrumbado sobre sí mismas, doblándose
como papel mientras el viento aullaba. Era más fuerte ahora, gimiendo, como
si lo que fuera que estaba al otro lado de la oscuridad supiera que venían.

—Mira —dijo Dawes.

La escritura sobre la puerta había cambiado a un idioma diferente.


294
—¿Qué dice? —preguntó Alex.

—No lo sé —dijo Dawes. Sonaba sin aliento—. Ni siquiera reconozco el


alfabeto.

Alex tuvo que obligar a sus pies a moverse. Pero sabía que no sería más
fácil. Nunca lo era.

—Prepárate —le dijo a Dawes, y luego dio la vuelta más allá de la entrada y
bajó por el vestíbulo una vez más. El soldado. El que andaba solo. Alma Mater
la miró con benevolencia, rodeada de artistas y eruditos, flanqueada por
Verdad, desnuda en su alegoría.

No fue hasta que Alex estuvo justo frente al mural que se dio cuenta de lo
que había cambiado. Todos la estaban mirando ahora. El escultor, el monje, la
Verdad con su espejo, la Luz con su antorcha. La estaban observando, y
cualquier rasgo humano que el artista les había otorgado ya no parecía del
todo natural. Sus rostros parecían máscaras, y los ojos que miraban a través
de ellos eran demasiado brillantes, vivos y enfocados por el hambre.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Se obligó a seguir caminando, resistiendo el impulso de mirar hacia atrás,


para ver si de alguna manera uno de ellos se había liberado del marco y se
había deslizado detrás de ella. Pasó por debajo del Árbol del Conocimiento,
notando el nicho escultórico en su centro. Vacío. ¿Cómo nunca antes se había
dado cuenta?

Finalmente, llegó a la puerta de vidrio que la llevaría al patio. Un panel de


vidrieras amarillas y azules marcaba la entrada. Lo había investigado. Daniel
en el foso de los leones.

—Vamos por ti, Darlington —susurró. Podía oír el suave tictac del
metrónomo.

Una vez más tocó la caja de porcelana en su bolsillo.

«Te he estado llamando a gritos desde el principio.» Mojó su pulgar en su


sangre y lo arrastró a través de la puerta.

Desapareció. Alex contempló el vacío sin estrellas, sintió su frío, escuchó el


295
viento que se levantaba y luego, flotando sobre él, el suave y dulce zumbido del
Do medio. «Vamos. Vamos.» Salió al patio.

Tan pronto como su bota golpeó el camino de piedra, el suelo pareció


temblar.

—Mierda —chilló Tripp desde algún lugar a su izquierda.

Ahora podía ver: la noche ordinaria, Mercy en el centro del patio, Dawes,
Tripp y Turner en las otras esquinas.

Siguió caminando, siguió marchando hacia la palangana, siguiendo el ritmo


del metrónomo. Con cada paso llegó otro pequeño terremoto. Bum. Bum. Bum.
Alex apenas podía mantener el equilibrio.

Delante vio a Mercy, en su rostro se veía el pánico, tratando de no caer.

Todos tropezaban ahora, las piedras del patio se doblaban debajo de ellos,
pero aun así, el metrónomo seguía sonando.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Tal vez el suelo se abriría y se los tragaría. Tal vez eso era lo que Dawes
había querido decir con “sumergido”.

—¿Se supone que pase esto? —gritó Tripp.

—Sigan adelante —gritó Alex, tambaleándose hacia adelante.

—¡La palangana! —gritó Mercy.

La palangana cuadrada se estaba desbordando, el agua brotaba de los


querubines, se acumulaba en su base y corría a través de las grietas entre las
piedras, arrastrándose hacia ellos. Alex sintió un extraño alivio de que no fuera
sangre.

El agua golpeó sus botas. Hacía calor.

—Apesta —murmuró Tripp.

—Azufre —dijo Turner.

«Es sólo un río», se dijo Alex. Aunque no sabía cuál. Todas las fronteras 296
estaban marcadas por ríos, lugares donde el mundo de los mortales se volvía
permeable y podías cruzar al más allá.

Lo atravesaron chapoteando, el nivel del agua subía, todavía marchaban,


todavía al unísono. Cuando llegaron a la fuente, se quedaron mirando el uno al
otro mientras el agua hervía y burbujeaba por los lados. Los querubines
estaban sentados en cada una de las esquinas de la palangana, mirando hacia
el centro, con los ojos fijos en la nada. Pero tal vez simplemente habían estado
montando guardia, esperando a que se abriera la puerta.

Los dientes de Dawes estaban clavados en su labio inferior; su pecho subía


y bajaba en jadeos cortos y superficiales. Tripp asentía como si escuchara
música secreta, una canción de alguna colección de Jock Jams. El rostro de
Turner era severo, su boca formaba una línea determinada. Era el único de
ellos con experiencia en algo parecido a esto. Probablemente había derribado
algunas puertas a patadas en su tiempo, sin saber qué problemas podrían
estar esperando al otro lado. Pero esto no era realmente lo mismo, ¿verdad?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Eran peregrinos. Eran cosmonautas. Podían darse por muertos.

—A las tres —dijo Dawes, con la voz quebrada.

Contaron juntos, sus voces apenas audibles sobre el torrente del agua.

Uno.

De repente se levantó un viento, ese viento frío que todos habían sentido
atravesando la oscuridad. Ahora sacudió los árboles del patio y sacudió las
ventanas en sus marcos.

Dos.

La luz pareció brotar de las piedras a sus pies y Dawes jadeó. Cuando Alex
miró hacia abajo, no había pavimento ni césped. Estaba mirando el agua, y
simplemente descendía y descendía.

Dawes lanzó una mirada desesperada a Mercy y le entregó el diapasón.

—Cuídanos —suplicó. 297


—Huye si tienes que hacerlo —dijo Alex.

Tres.

Entrecruzaron miradas y se abrazaron a los lados de la palangana.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El descenso
Traducido por Azhreik

Alex no recordaba haberse caído, pero de repente estaba de espaldas en el


agua, hundiéndose rápidamente, el río se cerraba sobre ella. Trató de empujar
hacia la superficie, pero algo agarró su muñeca, un brazo le rodeó la cintura.
Ella gritó, sintió el agua precipitarse a su interior. Los dedos empujaron dentro
de su boca, trataron de clavarse en las cuencas de sus ojos, arañando la piel
de sus brazos y piernas, su agarre era frío e implacable.

«Enterrada viva». No se suponía que fuera así. Se suponía que debía sentirse
como caer, como volar. Intentó llamar a gritos a Dawes, a Mercy, a Turner,
298
pero había dedos que se clavaban en su garganta y le provocaban arcadas.
Estaban en sus oídos, empujando entre sus piernas.

¿Qué pasaría si Dawes y los demás todavía estaban allí arriba? El


pensamiento hizo que un nuevo rayo de terror la recorriera. Se había arrojado
al infierno, pero ¿y si todavía estaban en el patio? ¿O estaban volando hacia un
reino mejor mientras solo ella estaba destrozada? Porque ella era el problema.
Ella siempre había sido el problema. La única verdadera pecadora del grupo.
Turner había ¿qué? ¿Derribado a un tipo malo en el cumplimiento del deber y
todavía atormentaba su conciencia de chico explorador? Dawes había matado a
Blake para salvar la vida de Alex. Tripp, el atontado, sin duda se había metido
en algo que no pudo manejar.

Pero Alex era una asesina real. Había matado con un bate a Len, a Ariel, a
todos los demás, y nunca había perdido un minuto de sueño por las cosas que
había hecho. Algo al otro lado estaba esperando para reclamarla. Había estado
esperando mucho tiempo, y ahora que la había agarrado, no iba a soltarla.
Esas manos tenían hambre. Había sentido la atracción de ese apetito a través

Hell bent
LEIGH BARDUGO

de la ciudad hasta Black Elm. Se había dicho que se debía a que ella era
especial, la RondaRueda, pero tal vez la verdadera razón por la que había
podido perforar el círculo de protección era porque no pertenecía a los
ciudadanos mortales respetuosos de la ley de este mundo. Nunca había sido
castigada por sus crímenes, nunca sintió remordimiento, y ahora se había
sumergido en un ajuste de cuentas.

Los dedos parecieron presionar directamente a través de ella, los ganchos se


alojaron en su piel y huesos. Intentó tomar una bocanada de aire, caliente y
apestando a azufre. No le importaba. Podía respirar de nuevo. El agua había
desaparecido. Unos dedos ya no le obstruían la garganta. Le dolía abrir los
ojos, pero cuando lo hizo, vio la noche negra, estrellas fugaces, una lluvia de
fuego. ¿Se estaba cayendo? ¿Volando? ¿Dirigiéndose hacia algo o ahogándose
en la oscuridad? No lo sabía. El sudor le resbalaba por el cuello, el calor
provenía de todas partes, como si la estuvieran cocinando en su propia piel.
299
Golpeó el suelo con fuerza, el impacto repentino le arrancó un sollozo
entrecortado del pecho.

Trató de sentarse. Lentamente, empezó a ver formas emerger en la oscuridad...


una escalera, un techo alto. Puso la mano en el suelo para tratar de pararse y
sintió algo cálido y que se retorcía. Retrocedió, pero cuando miró hacia abajo,
no había nada allí, solo la alfombra, un diseño familiar, las tablas pulidas, el
artesonado del techo. ¿Dónde estaba? No podía recordarlo. Le dolía la cabeza.
Había ido a abrir la puerta y Alex le había gritado, le había dicho que se
detuviera. No, eso no estaba bien.

Pam trató de hacer que sus piernas funcionaran. Se llevó los dedos a la
parte posterior de la cabeza, al lugar dolorido del cuero cabelludo donde podía
sentir el pulso, luego retiró los dedos, jadeando de dolor. ¿Por qué no podía
pensar?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Se suponía que iba a pedir pizza. Tal vez debería cocinar. Alex había subido
al piso superior para ducharse. Estaban de duelo. Juntas. Recordó al decano
Sandow pronunciando esas horribles últimas palabras. «Nadie será
bienvenido.» Las lágrimas llenaron sus ojos. Ella no quería llorar. No quería que
Alex la encontrara llorando; solo entonces comprendió realmente dónde estaba:
en la base de las escaleras de Il Bastone, fragmentos de vidrios de colores
estaban esparcidos a su alrededor. Volvió a tocarse la nuca, lista para el dolor
esta vez.

Alguien la había golpeado contra la pared cuando abrió la puerta. Un


accidente. Ella era torpe. Se había interpuesto en el camino. Lugar equivocado,
hora equivocada. ¿Pero no había cerrado la puerta? ¿Y por qué seguía abierta?
¿Dónde estaba Alex?

La música estaba sonando. Una canción que conocía de los Smiths. Oyó
voces en algún lugar de la casa, pasos, alguien corriendo. Se obligó a ponerse
300
de pie, ignorando la oleada de náuseas que inundó su boca con saliva.

Pam escuchó que algo aullaba afuera y luego una avalancha de cuerpos
peludos se agolpó a través de la puerta principal. «Los chacales» Sólo los había
visto una vez, cuando Darlington los invocó. Se encogió contra la pared, pero
pasaron corriendo junto a ella, una manada de pieles y dientes chasqueantes,
el olor a animal salvaje de tierra, estiércol y piel grasienta se desprendía de
ellos en una nube.

—¿Alex? —aventuró ella. Alguien había entrado, empujándola. Alex estaba


bien, ¿no? Ella era el tipo de chica que siempre estaba bien—. Una
sobreviviente —había dicho Darlington una vez, con admiración en la voz—.
Áspera en los bordes, pero veremos si hemos extraído un diamante, ¿no,
Pammie?

Pam había hecho todo lo posible por sonreír. Nunca le había gustado esa
frase, “diamante en bruto”. Significaba que tenían que cortarte una y otra vez
para que entrara la luz.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

No había estado segura de si quería que Alex fracasara. Sintió cierto


consuelo cuando llegó su nuevo Dante y vio por primera vez a esta chica
flacucha con sus brazos como arcos y sus ojos hundidos. No se parecía en
nada a las chicas cultas y equilibradas que habían venido antes. El primer
impulso de Pam había sido darle de comer. Pero de la forma en que
alimentarías a un animal callejero, con cuidado, persuadiéndolo, nunca de tu
mano. Darlington no parecía haber entendido que Alex era peligrosa. Aunque
ella nunca le pedía nada a Dawes. Nunca le daba órdenes o hacía demandas.
Limpiaba su propio desorden y se escondía como una rata que tenía miedo de
ser notada por los gatos del establo. No había ningún ¿Podrías hacerme un gran
favor y preparar algo para que pueda sorprender a mis compañeros de cuarto?
Ningún ¿Puedo echar algunas cosas extra a la lavadora?

Pam se había sentido inquieta, inútil y agradecida al mismo tiempo.


Darlington había murmurado sus quejas sobre la chica, pero esa noche,
cuando fueron a Beinecke, todo había cambiado. Regresaron y rompieron la 301
mitad de la cristalería y se emborracharon como locos, y Pam se colocó los
auriculares en las orejas, puso Fleetwood Mac e hizo todo lo posible por
ignorarlos. Ella los había encontrado desmayados en el salón a la mañana
siguiente, pero para crédito de Alex, se quedó y arregló junto a Darlington.

Y luego él desapareció, y Dawes no había sido capaz de perdonar a esta


chica que atravesaba el mundo como una consecuencia no deseada, una
calamidad para todos y todo a su alrededor.

«Tengo que mudarme —se dijo a sí misma—. Algo está pasando, algo malo.»
Tenía la sensación nauseabunda de cuando sus padres discutían. La casa no
se sentía bien. «No pasa nada, conejita —decía su madre, arropándola por la
noche—. Estamos todos bien.»

Por un segundo, Pam pensó que podría estar alucinando o a punto de


perder el conocimiento, pero no, las luces realmente estaban parpadeando.
Escuchó los platos romperse en la cocina, luego un grito desde arriba.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

«Alex.»

Pam se agarró a la barandilla y se arrastró escaleras arriba. El temor hizo


que sus pies se sintieran pesados. Pasaba todos los días con miedo de decir
algo incorrecto, de hacer la pregunta incorrecta, de humillarse a sí misma.
Parada en una fila, buscando el dinero exacto, sentía que su rostro se
sonrojaba, su corazón se aceleraba, pensaba en todas las personas detrás de
ella, esperando. Eso era suficiente para que el terror inundara su cuerpo.
Debería estar acostumbrada al miedo. Pero Dios, no quería subir estas
escaleras. Oyó voces de hombres, luego a Alex. Parecía furiosa y muy asustada.
Alex nunca sonaba asustado.

De repente, los chacales volvieron a pasar junto a ella, gimiendo y aullando,


casi derribándola. ¿Por qué se iban? ¿Por qué habían venido en principio? ¿Por
qué se sentía ajena en esta casa en la que había pasado años?

Por fin llegó al rellano, pero no podía entender nada de lo que veía. Había 302
sangre por todas partes. El hedor almizclado de los animales flotaba en el aire.
El decano estaba desplomado contra la pared, con el fémur sobresaliendo de la
pierna, un repentino signo de exclamación blanco en busca de una frase.
Dawes tuvo una arcada. ¿Qué era esto? ¿Qué había pasado aquí? Cosas así no
pasaban en Il Bastone. No estaban permitidas.

Alex estaba de espaldas en el suelo y había un chico encima de ella. Era


hermoso, un ángel con rizos dorados y la más hermosa cara que nunca había
visto. Estaba llorando, temblando. Parecían amantes. Tenía las manos en el
cabello de Alex, como si quisiera besarla.

Y también había algo en las manos de Pam, cálido y suavemente peludo y


retorciéndose, algo vivo. Podía sentir el latido de su corazón contra sus palmas.
No. Era sólo una pieza escultórica, fría y sin vida, el busto de Hiram Bingham
III. Lo tenían sobre una mesita junto a la puerta principal. No recordaba
haberlo levantado, pero sabía lo que se suponía que debía hacer con él.

«Golpéalo.»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero no podía.

Podía llamar a la policía. Podía huir. Pero la piedra era demasiado pesada
en sus manos. No sabía cómo lastimar a alguien, incluso a alguien horrible
como Blake Keely, incluso después de haberla lastimado. Blake había entrado
a empujones en la casa y la había dejado sangrando en el suelo. Le haría daño
al decano. Iba a matar a Alex.

«Golpéalo.»

Era una niña pequeña en el patio de recreo, demasiado alta, de pechos


grandes, de complexión equivocada. Su ropa no le quedaba bien. Se enredaba
en sus propios pies. Estaba acurrucada en la parada del autobús tratando de
no reaccionar cuando los chicos de la escuela secundaria pasaban gritando
«Muéstranos tus tetas». Elegía la última fila de cada salón de clases, encorvada
en la esquina. Asustada. Asustada. Había pasado toda su vida asustada.

«No puedo.» 303


No estaba hecha como Alex o Darlington. Ella era una erudita. Era un
conejo, tímido e indefenso, sin garras ni dientes. Su única opción era huir.
Pero, ¿adónde huiría si Darlington ya no estaba, ni el decano, ni Alex? ¿Quién
sería ella si no hacía nada?

Estaba de pie junto a ellos, mirando al chico y a Alex. Los vio desde una
gran altura, y ahora ella era el ángel, tal vez una arpía, que descendía con la
espada en la mano. Levantó el busto y lo hizo caer sobre la cabeza del hermoso
muchacho. Su cráneo cedió, el sonido fue húmedo y suave, como si hubiera
estado hecho de papel maché. Ella no había tenido la intención de golpearlo
tan fuerte. ¿O sí? «Conejito, ¿qué hiciste?» Observó mientras se desplomaba
hacia un lado. Sus propias piernas cedieron y ahora lloraba. No pudo evitarlo.
No estaba segura de si estaba llorando por Blake o Darlington o Alex o ella
misma. Se inclinó y vomitó. ¿Por qué la habitación no dejaba de moverse?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pam levantó la cabeza, sintió el aire fresco en las mejillas, el rocío salado. El
suelo se inclinó adelante y atrás, como un barco a la deriva sobre las olas. Ella
se aferró a las cuerdas.

—Trata de seguir el ritmo, Tripp.

La tormenta no debería haber sido la gran cosa. Habían comprobado el


clima. Siempre lo hacían. La temperatura. Presión. Velocidad prevista del
viento.

Pero cada vez que estaba en el bote, Tripp sentía una punzante sensación
de pánico. Estaba bien cuando solo estaban él y su padre o sus otros primos,
pero cuando Spenser se unía a ellos, se ponía raro. Era como si su cerebro
simplemente dejara de hacer lo que se le decía.

Sus pies y manos se sentían más grandes. Se volvía más lento. De repente
tenía que pensar, realmente pensar, sobre la izquierda y la derecha, babor y 304
estribor, lo que era jodidamente ridículo. Navegaba desde que era un niño.

Spenser era tan bueno en todo. Montaba caballos y vehículos todo terreno.
Corría bicicletas y autos. Sabía disparar, trabajaba para ganarse la vida,
ganaba su propio dinero y siempre tenía una chica hermosa del brazo. Una
mujer hermosa. Todos eran perfectos y hábiles y Tripp se sentía como un niño a
su alrededor, a pesar de que él era el de Yale y Spenser era solo unos años
mayor.

Tripp ni siquiera entendía por qué Spenser tomó el timón. Ambos habían
navegado en competencias, al igual que su padre, pero Spenser se deslizó en el
papel con una gran sonrisa blanca. Tenía mucho que ver con su aspecto.
Afilado, esbelto. No tenía esa cara de bebé Helmuth. Tenía una mandíbula de
verdad, la apariencia de alguien con quien no quisieras meterte.

Spenser siempre se dirigía al padre de Tripp como señor.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Es un placer estar a bordo, señor, se maneja como un sueño. —Luego


pasaba un brazo alrededor del cuello de Tripp y gritaba—: ¡Tripp, mi hombre!
—antes de inclinarse y susurrar—: ¿Cómo te va, pedazo de mierda?

Cuando Tripp se ponía rígido, Spenser simplemente se reía y decía:

—Trata de mantener el ritmo.

Y así fue como transcurrió el día. «¡Toma esa cuerda! ¡Ponla en el


cabrestante! ¿Está lista esa cometa? ¡Vamos, Tripp, trata de seguir el ritmo!»

La tormenta que llegó no era grande. No era aterradora. Al menos nadie más
parecía pensar que lo era. Tripp se había puesto un chaleco salvavidas,
colgándose la fina serpiente de tela alrededor del cuello y atándosela a la
cintura mientras permanecía de pie en la escotilla elevada. Apenas sabías que
lo traía puesto, no se inflaría a menos que golpeara el agua, entonces, ¿cuál era
el problema?

Pero tan pronto como Spenser lo vio, se echó a reír.


305

—¿Qué diablos te pasa? Es lluvia, idiota.

El padre de Tripp simplemente giró su rostro hacia el cielo y se rio, el viento


le levantó el cabello.

—¡Esto sí es un poco de clima!

Tripp lo odiaba. El gris se hinchaba como los hombros jorobados de un gran


animal, empujando el barco, jugando con él. Realmente podías sentir el mar
debajo de ti, lo grande que era, lo poco que le importabas, la forma en que
podía romper un mástil, romper un casco, ahogarlos a todos con un solo
encogimiento de hombros. Todo lo que podía hacer era agarrarse fuerte, una
mano para ti, otra para el barco, esa era la regla, lo mismo que el chaleco
salvavidas, obligarse a seguir sonriendo y rezar para no vomitar, porque si no,
las burlas nunca acabarían.

Spenser no se había dejado engañar.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Ya te cagaste en los pantalones, marica? —dijo con una sonrisa—. Trata
mantener el ritmo.

Tripp quería gritarle que se fuera a la mierda y lo dejara en paz. Pero eso
solo empeoraría las cosas. «¿No puedes aceptar una broma, Tripp? Dios.»

Su única esperanza era seguir fingiendo que les seguía la corriente, que
amaba a Spenser como todos los demás, que todo era muy divertido. Era
patético tener miedo de una pequeña tormenta, o de su estúpido y engreído
primo. Excepto que tenía todas las razones para estar aterrorizado de los dos.
La tormenta, al menos, solo estaba siendo una tormenta. No existía para
lastimarlo. Spenser era algo diferente.

Cuando Tripp tenía ocho años, toda la familia se había reunido en la casa
de su familia para su cumpleaños. Spenser era un idiota incluso en ese
entonces, pero Tripp no se había preocupado por Spenser ese día. Era su
cumpleaños y eso significaba sus amigos, una nueva PlayStation y el helado 306
que a él le gustaba a pesar de que Spenser había empujado su tazón de
galletas con crema y espetó:

—Odio esta mierda.

Tripp había comido pastel y abierto sus regalos y jugado en la piscina hasta
que sus amigos se fueron a casa y quedó solo la familia. Tenía una quemadura
de sol. Iban a cocinar en el jardín esa noche. Se sentía perezoso y feliz, y
cuando pensaba en el hecho de que no tenía escuela al día siguiente, que
todavía tenía el resto del fin de semana para no hacer nada, era como si
estuviera tomando grandes bocanadas de sol con cada respiración.

Había estado nadando en la parte poco profunda con su nuevo esnórquel


cuando salió y vio a Spenser de pie en el borde de la piscina vestido con
pantaloncillos largos, el cabello rubio le colgaba sobre los ojos como un haz de
sol de modo que Tripp no pudo distinguir su expresión. Tripp contempló el
patio. Había aprendido que Spenser repartía menos pellizcos y puñetazos
cuando alguien más estaba cerca. Pero el padre de Tripp y su hermano menor

Hell bent
LEIGH BARDUGO

estaban instalando una red de voleibol al otro lado del césped. Su madre y los
otros primos ya debían haber entrado.

—¿Qué pasa? —había chillado, ya moviéndose hacia los escalones.

Pero Spenser fue más rápido. Siempre era más rápido. Se dejó caer al agua
con apenas un chapoteo y golpeó con la mano el pecho de Tripp, empujándolo
hacia atrás.

—¿Tuviste un buen día? —preguntó Spencer.

—Claro —había dicho Tripp, sin saber por qué de repente estaba tan
asustado, luchando por no llorar. No había razón para llorar.

—Necesitas tu chapuzón de cumpleaños. Veinte segundos bajo el agua. No


es nada. Incluso para un pequeño cobarde como tú.

—Estoy listo para ir adentro.

—¿Hablas en serio? —Spencer dijo con incredulidad—. Amigo, justo cuando 307
pensaba que eras genial. ¿Me estás diciendo que no puedes aguantar unos
segundos bajo el agua?

Tripp sabía que era una trampa, pero... ¿y si no lo era? ¿Qué pasaría si solo
hacía esto y luego él y Spenser estaban bien, serían amigos, como Spenser era
amigo de todos? «Pensé que eras genial.» Él podía ser genial.

—¿Simplemente pongo mi cabeza bajo el agua durante veinte segundos?

—Sí, pero si eres demasiado cobarde...

«No me va a ahogar,» pensó Tripp. «Es un imbécil y me sujetará por un


tiempo, pero en realidad no va a intentar matarme. Va a intentar asustarme y no
voy a permitírselo.» A Tripp le gustó mucho esa idea.

—Bien —dijo Tripp—. Veinte segundos completos. Cronométrame.

Y sumergió la cabeza.

Sintió las manos de Spenser sobre sus hombros de inmediato. Sabía que
Spenser quería que luchara, pero no iba a hacerlo. Iba a quedarse quieto,

Hell bent
LEIGH BARDUGO

contener la respiración, mantener la calma. Contó los segundos en su cabeza,


lento. Sabía que Spenser lo mantendría aferrado por más tiempo y también
estaba listo para eso.

Spenser lo empujó más abajo, puso su pie en el pecho de Tripp. «No entres
en pánico, quédate quieto.» Su otro pie presionó sobre el vientre de Tripp,
tratando de expulsar el aire, y Tripp tuvo que ceder un poco, las burbujas
escaparon a la superficie. El pie derecho de Spenser se movió y Tripp entendió
lo que estaba haciendo segundos antes de sentir el talón de Spenser rozar su
entrepierna, los dedos de los pies clavándose en las bolas de Tripp.

Ahora Tripp se retorcía, clavado en el fondo de la piscina, tratando de


empujar a Spenser. Sabía que Spenser lo estaba disfrutando, y se odiaba a sí
mismo por reaccionar, odiaba la forma en que su carne se erizaba al sentir los
dedos de ese pie tocándolo. Su mente ya no cooperaba. Le dolía el pecho.
Estaba asustado. ¿Por qué había creído que podía soportarlo? «Él me soltará.
308
Tiene que soltarme.» Spenser era malo, no un psicópata. No era un asesino. Era
solo un idiota.

Pero, ¿qué sabía realmente Tripp acerca de hasta dónde llegaría Spenser? A
Spenser le gustaba tontear. Le ponía chile en polvo a la comida de su perro y se
reía hasta que se le humedecían los ojos cuando ella gemía y lloraba. Una vez,
cuando Tripp era muy pequeño, Spenser le había impedido llegar al baño,
golpeándolo contra la pared una y otra vez, gritando —¡Pinball! Pinball!— hasta
que Tripp se mojó. Entonces tal vez Spenser realmente era malo, el tipo de
malo que existía en los libros y las películas.

Se estaría riendo ahora, disfrutando la forma en que Tripp trataba de


apartarlo.

«Qué manera tan tonta de morir», pensó Tripp mientras se rendía, mientras
abría la boca y el agua inundaba su garganta, el cloro se le clavaba en la nariz,
el terror completo cuando rasguñaba las pantorrillas de Spenser, y el mundo se
volvió negro.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Lo siguiente que supo fue que estaba mirando el rostro bronceado de su


padre. Tripp estaba tosiendo y no podía parar, el dolor en sus pulmones era
caliente y apretado, como si todo su pecho se hubiera incendiado y la
quemadura lo hubiera vaciado.

—¡Está respirando! —su padre gritó.

Tripp estaba de espaldas en la hierba, el cielo azul encima, las nubes


pequeñas y perfectamente contenidas como una caricatura. Las manos de su
madre estaban apretadas en puños que había presionado contra su boca, tenía
lágrimas en sus mejillas. Vio a sus primos encima de él, a su tío, al padre de
Spenser, y a Spenser también, con los ojos entrecerrados.

Tripp trató de señalarlo, de pronunciar las palabras mientras su padre lo


sentaba. «Spencer lo hizo a propósito.» Pero estaba tosiendo demasiado fuerte.

—Estás bien, amigo —dijo su padre—. Estás bien. Sólo respira. Con calma.

«Trató de matarme.»
309

Pero los fríos ojos de Spenser estaban sobre él y Tripp sintió que todavía
estaba clavado en el fondo de la piscina. Spenser no era como él, no era como
ninguno de ellos. ¿Qué no haría?

Como si respondiera, Spenser se echó a llorar.

—Pensé que solo estaba bromeando —dijo, tragándose los sollozos—. No me


di cuenta de que estaba en problemas.

—Ey —dijo el padre de Tripp, golpeando con una mano el hombro de


Spenser—. Esto fue un accidente. Estoy agradecido de que llegaras a él cuando
lo hiciste.

Alguien debía haber mirado hacia la piscina, debía haber mostrado


demasiado interés. Spenser había actuado rápidamente, fingiendo que estaba
tratando de salvar a Tripp. ¿Y quién pensaría lo contrario? ¿Quién podría
imaginarlo?

—¿Deberíamos llevarlo al hospital? —preguntó la madre de Tripp.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Spenser sacudió levemente la cabeza.

Todos miraban a Tripp, preocupados por él. Sólo la madre de Spenser


estaba apartada del círculo; solo ella miraba a su hijo. Había preocupación en
sus ojos. O tal vez era miedo. «Ella sabe lo que es.»

—Estoy bien —dijo Tripp con voz ronca, y los labios de Spenser se torcieron
en una sonrisa que cubrió con otro sollozo.

Nada cambió después de eso. Pero Tripp tuvo cuidado de no volver a estar a
solas con Spenser nunca más.

Incluso a los ocho años, Tripp sabía que no era inteligente, encantador o
guapo como Spenser. Sabía que si hubiera señalado con el dedo ese día, dicho
la verdad, nadie le habría creído. Dirían que había entendido mal, tal vez
incluso que había algo malo en él para pensar eso. Él sería el monstruo.
Entonces tal vez algo había cambiado después de todo, algo dentro de Tripp,
porque ahora veía que Spenser siempre ganaría, y peor aún, sabía por qué. 310
Spenser ganaría porque todos lo querían más. Incluso los propios padres de
Tripp. Era así de simple. Esa comprensión se asentó en su pecho, se alojó
contra su corazón, una pesadez que se quedó con él, mucho después de que
sus pulmones dejaran de dolerle y la tos hubiera desaparecido. Lo hizo
temeroso, torpe, y fue por eso que, diez años después, en un velero atrapado en
una tormenta menor, Tripp fue el único que vio cuando Spenser se hundió en
el mar.

Sucedió rápidamente. A Spenser le gustaba acercarse sigilosamente a Tripp,


asustarlo, intentar que dejara caer algo o simplemente darle un golpe fuerte en
el costado. Así que Tripp trataba de estar siempre consciente de dónde estaba
Spenser, y estaba mirando cuando Spenser cruzó la cubierta y se agachó bajo
la botavara. Su cuerpo estaba escondido detrás de la vela mayor, solo sus
piernas eran visibles, y por un segundo Tripp no pudo entender lo que estaba
haciendo. Todos los demás estaban concentrados en sus propios trabajos, en

Hell bent
LEIGH BARDUGO

superar la tormenta. Tripp miró a su padre, que ahora estaba tomando su


turno al timón, con la mirada fija en el horizonte.

Tripp vio que Spenser se agachaba y se inclinaba sobre la barandilla para


agarrar una cuerda que se había resbalado de la cubierta y se arrastraba por el
agua. Eso no era bueno, una línea de arrastre podría quedar atrapada debajo
del barco, estropear el timón o la torreta, pero Spenser debería haber pedido
ayuda. En lugar de eso, estaba colgando sobre la barandilla, con ambas manos
extendidas. Tripp tuvo tiempo de pensar: «Una mano para ti, una mano para el
barco» antes de que los alcanzara la ola, una onda gris, como la pata de un gato
golpeando un juguete, y Spenser desapareció.

Tripp se quedó congelado por un brevísimo segundo. Incluso abrió la boca


para gritar. Y entonces él simplemente... no lo hizo. Miró a su alrededor y se
dio cuenta de que todos seguían absortos en sus propias tareas, gritándose
unos a otros, tensos pero disfrutando del viento y la lluvia salvaje.
311
Sin correr, sin prisa, Tripp siguió el camino que había tomado Spenser, se
agachó bajo la botavara y luego se enderezó, escondido de los demás como lo
había estado Spenser. Vio a Spenser en las olas grises, su cazadora roja era
como una bandera de advertencia, su cabeza aparecía y desaparecía. Y
Spenser también lo vio. Tripp estaba seguro de eso. Levantó el brazo,
agitándolo desesperadamente, gritó y el sonido se lo llevó el viento. Tripp
estaba lo suficientemente cerca para ver su boca abierta, pero no podía decir si
el sonido que escuchó era el grito de Spenser o su propia imaginación.

Sabía que cada segundo importaba, que la distancia entre la nave y Spenser
aumentaba a cada momento. La barandilla debajo de su palma se retorció
como un cuerpo tibio, suave con la piel. Tripp retrocedió, se llevó la mano al
pecho, pero no había nada que ver, solo metal frío.

Todavía había tiempo para hacer lo correcto. Lo sabía. Conocía el simulacro


de hombre al agua. Su trabajo consistía en mantener los ojos en Spenser y
gritar pidiendo ayuda, agarrarse a la barandilla con una mano y usar la otra

Hell bent
LEIGH BARDUGO

para señalar su ubicación. Era demasiado fácil perder de vista a alguien entre
los picos y valles de las olas. La tripulación haría virar el barco. Tirarían una
soga y arrastrarían a Spenser fuera del agua, y Spenser lo empujaría y exigiría
saber por qué no se había movido más rápido, qué diablos le pasaba. El padre
de Tripp también se lo preguntaría. Spenser no estaría asustado, solo enojado.
Porque Spenser siempre ganaba.

Apenas era visible ahora. Un chaleco salvavidas lo habría mantenido a flote.


Si se hubiera puesto uno. Tripp tuvo que entrecerrar los ojos para ver la
cazadora roja en el agua.

Se agarró a la barandilla con una mano y se agachó para sentarse de modo


que estuviera seguro, como le habían enseñado. Luego se agachó para agarrar
la cuerda que se arrastraba por el borde, la que Spenser había tratado de
recuperar.

Tripp echó una última mirada por encima del hombro al mar color pizarra, 312
repleto de ansiosas olas, en busca de su oportunidad.

—Trata de mantener el ritmo —susurró y se puso a trabajar tirando de la


soga. La enrolló cuidadosamente, sintió que la cuerda se movía con facilidad en
sus manos, su cuerpo poseía nueva gracilidad, los nudos eran como una
canción que siempre había conocido.

Sintió que el peso contra su corazón se aliviaba por fin. La lluvia le salpicó
las mejillas, pero no tenía miedo.

Era solo el clima. El mar se asentó. Estaba en tierra firme.

—Es solo lluvia —dijo Carmichael—. ¿Tienes miedo de derretirte, cariño?

Turner se forzó a reír porque Carmichael pensaba que era divertido, y


diablos, a veces lo era.

El día era frío, las calles oscuras y resbaladizas, como piel de anguila
mojada bordeada por montones de nieve sucia que se hundía bajo la lluvia. Ni

Hell bent
LEIGH BARDUGO

siquiera era propiamente lluvia, solo una llovizna que hizo que Turner
desesperara por una ducha caliente. Si hubiera un premio para las mañanas
de mierda de la Costa Este, New Haven podría haber ganado.

Carmichael se desplomó a su lado con uno de sus arrugados trajes del


almacén para caballeros, tamborileando con los dedos rítmicamente la tonada
de We Will Rock You que siempre usaba cuando tenía ganas de fumar un
cigarrillo. Su esposa, Andrea, le había exigido que lo dejara y Car estaba
haciendo su mayor esfuerzo.

—Ni siquiera me besará hasta que haya pasado un mes sin fumar —se
quejó Car, metiéndose un chicle en la boca—. Dice que es un hábito asqueroso.

Turner estaba de acuerdo y quería enviarle un ramo de flores a Andrea por


presionar a Carmichael para que dejara el vicio. No estaba seguro de conseguir
librarse del olor a humo en los cojines de sus asientos. Turner podría haber
dicho que no el primer día cuando recogió a Carmichael frente a su ordenada 313
casa amarilla con césped. Simplemente no había tenido las bolas.

Chris Carmichael era prácticamente una leyenda viviente. Había estado en


la fuerza durante veinticinco años, se convirtió en detective a los treinta, y su
tasa de casos cerrados era tan alta que los uniformados lo llamaban Sandman
porque había llevado muchos casos a dormir. Carmichael no se andaba con
tonterías. Tenerlo como supervisor significaba casos excelentes, promociones,
tal vez incluso elogios. Car y sus amigos habían llevado a Turner a beber
después de que se ganó su lugar en el equipo, y en algún momento durante la
noche turbia de whisky y el balido de una mala banda de versiones de Journey,
Carmichael había puesto su mano en el hombro de Turner y se inclinó para
preguntar en tono exigente:

—¿Eres uno de los buenos?

Turner no le había pedido que explicara, no le había dicho que se llevara su


mierda a otra parte. Él solo sonrió y dijo:

—Con un carajo que sí, señor.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Carmichael, el Gran Car, se rio y tomó la parte posterior de la cabeza de


Turner con su mano carnosa y dijo:

—Eso es lo que pensé. Quédate conmigo, chico.

Fue un gesto amistoso, Carmichael les hizo saber a todos que Turner tenía
su aprobación y su protección. Era algo bueno, y Turner se dijo a sí mismo que
debía alegrarse. Pero había tenido la inquietante sensación de que el mundo se
desdoblaba, de otra línea de tiempo en la que el Gran Car puso su mano sobre
la cabeza de Turner y lo empujó hacia la parte trasera de un coche de policía.

Esa mañana, había recogido a Carmichael y habían ido a tomar un café a


un Dunkin Donuts. O Turner había ido. Él era el detective junior y eso
significaba hacer un trabajo de mierda en un clima de mierda. Siempre llevaba
un paraguas con él, y siempre hacía reír a Car.

—Es solo lluvia, Turner.

—Es un traje de seda, Car.


314

—Recuérdame que te presente a mi sastre para que podamos bajar tus


estándares.

Turner sonrió y se apresuró a entrar en la tienda de donas, tomó dos cafés


solos y un par de emparedados para el desayuno.

—¿Hacia dónde nos dirigimos? —preguntó cuando se deslizó de nuevo en el


coche y entregó el café.

Carmichael se removió en su asiento, tratando de ponerse cómodo. Había


sido boxeador en su juventud, y no querrías estar en el lado equivocado de su
gancho derecho, pero ahora tenía los grandes hombros un poco inclinados y la
barriga le colgaba sobre el cinturón.

—Recibí una pista, el Rey Tut podría estar escondido en un dúplex en


Orchard.

—¿Me estás jodiendo? —preguntó Turner, su corazón se aceleró.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Eso explicaba por qué Car había estado tan nervioso esta mañana. Habían
estado investigando una serie de allanamientos en el área de Wooster Square y
habían salido con las manos vacías una y otra vez. Había sido como golpearse
la cabeza contra la pared hasta que uno de los informantes de Carmichael les
señaló a Delan Tuttle, un ladrón de poca monta que había salido de Osborn
apenas unas semanas antes de que comenzaran los allanamientos. Parecía un
buen sospechoso de los robos, pero no estaba en la dirección que había
registrado con su oficial de libertad condicional, y todas las pistas que tenían
sobre él se habían enfriado.

Turner podría al menos relajarse un poco. Carmichael había hecho saltar


todas sus alarmas esa mañana, por los ojos demasiado brillantes, estaba
demasiado emocionado. El primer pensamiento de Turner fue que Car estaba
drogado. Ocurría, nunca con Carmichael, y rara vez con los detectives, pero
cuando trabajabas turnos consecutivos como policía de barrio, no era insólito
inhalar un poco de Adderall, o coca si podías conseguirla, para evitar estar 315
sonámbulo las doce horas.

Turner se mantuvo limpio, por supuesto. Tenía suficientes barreras que


superar sin preocuparse por una prueba de orina. Y nunca había tenido
problemas para mantenerse despierto en el trabajo. Su padre lo había dicho
mejor: «cuando adquieres el hábito de mirar hacia afuera, nunca lo pierdes.»
Eamon Turner dirigía un taller de reparación de electrodomésticos y
eventualmente moriría frente a una fila de estéreos y reproductores de DVD
usados, no a manos de uno de los chicos que de vez en cuando llegaba al taller
con la esperanza de encontrar una pantalla plana o algún tesoro escondido,
sino de un infarto que lo derribó en silencio. El negocio había ido mal durante
mucho tiempo, y el cuerpo de su padre no fue encontrado hasta última hora de
la tarde cuando Naomi Laschen había ido a recoger su antigua prensa de
panini. Turner se había dicho a sí mismo que no era una mala manera de
marcharse, pero lo había atormentado la idea de que su padre muriera solo en
una habitación llena de máquinas obsoletas, apagándose al final, como ellas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Ahora Turner salió del estacionamiento chirriando neumáticos y se dirigió


hacia Kensington.

—¿Cómo quieres manejarlo?

Car le dio un gran mordisco a su emparedado. —Bajemos por Elm, después


de ese lugar de reparación de automóviles. Para orientarnos. —Miró a Turner y
sonrió, con grasa en la barbilla—. ¿Tu pequeña nube de tormenta se fue a casa
por hoy?

—Sí, sí —dijo Turner con una sonrisa.

Turner estaba de mal humor. Siempre lo estaba. Tenía que estar atento. Si
la gente captaba ese estado de ánimo con demasiada frecuencia, de repente
empezaban a alejarse, las invitaciones para tomar una cerveza se agotaban,
nadie te añadía cuando necesitaban un hombre extra. Sería suficiente para
matar una carrera. Así que Turner trataba de sonreír, mantener los hombros
relajados, facilitar las cosas a todos los que lo rodeaban. Pero hoy se había 316
despertado sintiendo ese peso sobre él, ese cosquilleo en la parte posterior de
su cráneo, la sensación de que algo malo se estaba gestando. El clima de
mierda y el café aguado no lo habían mejorado.

Desde que era un niño, Turner tenía oído para los problemas que se
avecinaban. Podía detectar a un encubierto sin siquiera intentarlo, siempre
sabía cuándo una patrulla estaba a punto de doblar una esquina. Sus amigos
pensaban que era espeluznante, pero su padre le dijo que solo significaba que
era un detective natural. A Turner le gustó esa idea. No era particularmente
bueno en los deportes, el arte o la escuela, pero tenía intuición para las
personas y lo que podían hacer. Sabía cuando alguien estaba enfermo, como si
pudiera olerlo. Sabía cuando alguien estaba mintiendo incluso si no estaba
seguro de cómo lo sabía. Simplemente tenía ese cosquilleo en la parte posterior
del cráneo que le decía que prestara atención. Aprendió a escuchar esa
sensación, y que si seguía sonriendo, manteniendo oculta la parte oscura de su
corazón, a la gente le gustaba mucho hablar con él. Podía hacer que su mamá,

Hell bent
LEIGH BARDUGO

su hermano, sus amigos o incluso sus maestros le dijeran un poco más de lo


que se habían propuesto.

Turner también aprendió a esperar la expresión de vergüenza que aparecía


en sus rostros cuando se daban cuenta de lo mucho que habían dicho. Así que
practicó no mostrar demasiada simpatía o demasiado interés. De esa manera,
ellos podían convencerse de que no habían dicho nada por lo que valiera la
pena avergonzarse. No se sentían débiles o pequeños, y no tenían motivos para
evitarlo. Y nunca sospechaban que Turner recordaba cada palabra.

En la fuerza, lo llamaban Príncipe Encantador, su destreza con testigos e


informantes la achacaban a su apariencia. Pero nunca entendieron que el
encanto que hacía que un delincuente hablara de su madre, su perro, el delito
que había cometido como favor a un amigo que acababa de salir de la cárcel,
era el mismo encanto que hacía que los compañeros de Turner parlotearan
sobre sus vidas y sus problemas compartiendo tragos en el Gerónimo.
317
El cosquilleo por lo general llegaba antes de que sonara el teléfono con
malas noticias, o antes de que llamaran a la puerta por error. Pero desde que
se unió a la fuerza, había estado en alerta máxima, como si siempre estuviera
seguro de que algo malo estaba a punto de suceder. No sabía cómo diferenciar
ese tipo de paranoia de una alarma real.

—De todas las cosas posibles —había dicho su madre cuando él le dijo que
se inscribiría en la academia de policía—. ¿Por qué pedirle a la preocupación
que se quede más tiempo?

Ella quería que él fuera abogado, médico, diablos incluso funerario.


Cualquier cosa menos policía. Sus amigos se habían reído de él. Pero él
siempre había sido el atípico, el buen chico, el monitor del pasillo.

«El supervisor», le había dicho su hermano una vez.

—Di lo que quieras, pero te gustan la placa y la pistola.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Turner no creía que eso fuera cierto. La mayor parte del tiempo. Había
hablado mucho sobre cambiar el sistema desde adentro, sobre ser una fuerza
del bien, y lo decía en serio. Amaba a su familia, amaba a su pueblo. Podría ser
su espada y su protector. Necesitaba creer que podía. En la academia, los jefes
lo querían allí, porque mejoraba sus estadísticas. Ya había suficientes caras
negras y morenas y todos tenían el mejor comportamiento. No tanto cuando iba
de uniforme. Entonces se trataba de nosotros contra ellos y tenía una
sensación de pavor cada vez que pasaba la línea invisible entre el trabajo y su
propio vecindario. Después de convertirse en detective, fue aún peor, tenía una
constante sensación de premonición, nunca probada, nunca refutada.

Y sucedieron muchas cosas malas, pero Turner estaba decidido a no dejar


que lo afectaran. «Es un juego a largo plazo», se dijo a sí mismo cuando las
novatadas se pusieron difíciles. Sobrevivir a un mal trabajo para llegar a la
gran carrera, para llegar a la cima de la montaña, donde realmente pudiera ver
lo que había que hacer, donde tendría el poder para hacerlo. Sabía que podía 318
ser una leyenda como el Gran Car, mejor que el Gran Car. Solo tenía que
aguantar. Pusieron mierda en sus zapatos, que pisó directamente, y dio una
vuelta por el vestuario fingiendo que no se había dado cuenta, lo que los hizo
reír. Consiguieron que una prostituta se subiera el vestido y se follara una
porra sobre el capó de su coche, él se rio y vitoreó y fingió disfrutarlo. Jugaría
hasta que se cansaran de jugar. Ese fue el trato que hizo consigo mismo.

Todo valió la pena cuando el compañero de Carmichael se retiró y Turner


obtuvo su puesto. Eso fue obra del Gran Car. Turner quería creer que era
porque se había portado bien al seguirles el juego, o porque era un gran
detective, o porque Car respetaba su ambición. Y todo eso podría ser cierto,
pero también sabía que Car quería que lo vieran siendo amigo de un hombre
negro. Carmichael se estaba haciendo mayor, más cerca de su jubilación, y no
tenía un historial impecable. En su expediente constaba un tiroteo
cuestionable el chico había estado armado, pero aún era un niño y un par de
denuncias presentadas por sospechosos que decían que había sido rudo con

Hell bent
LEIGH BARDUGO

ellos. Todo en el pasado, pero era el tipo de cosas que podrían volver a
morderte el trasero si no tenías cuidado. Turner era su tapadera. Y eso estaba
bien. Si asociarse con Carmichael lo haría ascender en la escalera, estaba feliz
de jugar el escudo marrón para él.

Cuando se detuvieron a unas cuadras del dúplex, Turner frunció el ceño.

—¿Estamos seguros de que esto es una pista real? —preguntó.

—¿Crees que mi informante me está jodiendo?

Turner señaló con la cabeza el edificio en ruinas, los cubos de basura


tirados de lado en el fangoso jardín delantero, la nieve que cubría el camino de
entrada, los montones de correo basura en el pórtico delantero.

—Parece un desalojo.

—Joder —dijo Carmichael. A veces, los informantes llamaban a la policía


cuando necesitaban sacar a los ocupantes ilegales de un edificio. Y
319
definitivamente parecía que nadie vivía en ese dúplex. Al menos nadie pagaba
alquiler.

La lluvia se había convertido en niebla y se quedaron sentados con el motor


al ralentí, disfrutando del calor del coche.

—Vamos —dijo Carmichael—. Veamos qué encontramos. Lleva el coche a la


parte de atrás.

Una vez que estuvieron estacionados en la calle detrás de Orchard, Car sacó
su gran cuerpo del lado del pasajero.

—Voy a llamar. Quédate atrás por si se da a la fuga.

Turner casi se rio. Tal vez el rey Tut estaba allí sentado sobre un alijo de
computadoras portátiles y joyas de los robos de Wooster Square, o tal vez
algunos adolescentes acampaban sobre un colchón fumando hierba y leyendo
historietas. Pero una vez que el Gran Car golpeara esa puerta, iban a huir, y
Turner tendría que acorralar a quienquiera que bajara por las escaleras

Hell bent
LEIGH BARDUGO

traseras. Car no iba a avergonzarse tratando de correr por las calles de New
Haven.

Turner vio a Carmichael deslizarse por el callejón al lado de la casa y ocupó


su lugar junto a las escaleras traseras. Miró a través de la ventana sucia del
primer piso: un pasillo vacío, sin muebles excepto una alfombra que había
visto días mejores, más correo apilado por la ranura.

Un minuto después, vio la sombra de Car aparecer en la ventana delantera


y escuchó el ruido sordo de su puño golpeando la puerta. Una pausa. No había
ruido dentro de la casa. Entonces otra vez, toc, toc, toc.

—¡Departamento de Policía de New Haven! —bramó Car.

Nada. No hubo pisadas apresuradas, ni se abrió una ventana.

Entonces Car pateó la puerta.

—¡Departamento de Policía de New Haven! —gritó de nuevo.


320
Turner miró a Car a través de la ventana. ¿Qué diablos estaba haciendo? En
realidad no habían sido convocados aquí por un propietario. No había ninguna
razón para que entraran a la fuerza.

Car le hizo un gesto a Turner para que lo siguiera.

—A la mierda —dijo Turner. ¿Qué más iban a hacer esta mañana? El Rey
Tut era su única pista, y no había forma de que el Gran Car se involucrara en
un cateo ilegal. Turner sacó su arma, retrocedió unos pasos y golpeó la puerta
con el hombro, sintiéndola ceder.

Antes de que pudiera preguntarle a Car qué estaban haciendo, Car se llevó
un dedo a los labios y señaló las escaleras.

—Hay alguien ahí arriba. Lo escuché.

—¿Escuchar qué? —Turner susurró.

—Podría haber sido un gato. Podría haber sido una niña. Podría no haber
sido nada.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

La picazón se extendió desde la nuca de Turner. Era algo más que nada.

—Despeja la planta baja —dijo Car—. Voy a subir.

Turner hizo lo que le dijo, pero no había mucho territorio que cubrir. Una
estancia con un colchón manchado y ropa sucia amontonada encima, una
cocina desnuda donde casi todos los armarios estaban abiertos, como si
alguien los hubiera registrado. Dos dormitorios vacíos, un baño con el piso
podrido donde parecía que se había reventado una tubería.

—Despejado —gritó—. ¡Voy a subir!

Tenía un pie en el último escalón cuando escuchó gritar a Car. Sonó un


disparo, luego otro.

Turner subió corriendo los escalones, con el arma en la mano. Sintió que se
retorcía en su mano, miró hacia abajo y no vio nada más que la dura sombra
negra de su arma.
321
El miedo estaba jugando con su cabeza. No temía por él. Tenía miedo por lo
que podría hacer, a quién podría lastimar, la voz de su hermano en su cabeza:
«Te gusta la placa y la pistola.» Turner siempre decía la misma oración. »Por
favor Dios. No permitas que sea un niño. No permitas que sea uno de nosotros.»

—¿Carmichael? —llamó.

No llegó ninguna respuesta. No había ruido. El diseño del segundo piso era
casi idéntico al piso de abajo.

Turner habló por su radio.

—Detective Abel Turner. Estoy en 372 Orchard. Disparos, solicito refuerzos


y paramédicos.

No esperó la respuesta, barrió el primer dormitorio, el baño. Al entrar en el


segundo, vio un cuerpo en el suelo.

Carmichael no. Su mente tardó un minuto en comprenderlo. El hombre del


suelo, un chico en realidad, no podía tener más de veinte años, con un agujero

Hell bent
LEIGH BARDUGO

en el pecho y un agujero en las tablas del suelo a su lado. Carmichael estaba


parado junto a él.

Turner reconoció a Delan Tuttle de su archivo. Rey Tut. Sangrando en el


suelo.

—Mierda —dijo Turner arrodillándose junto al cuerpo—. ¿Te dio? —le


preguntó a Car, porque eso era lo que se suponía que debía preguntar. Pero
sabía que Car no estaba herido, de la misma manera que sabía que este chico
no había disparado. Sus ojos escanearon la habitación, esperando que un
arma se materializara.

—Llamé a una ambulancia —dijo Carmichael.

Eso era algo al menos. Pero una ambulancia no le iba a hacer ningún bien a
Tuttle. El chico no tenía pulso. Sin latidos. Ningún arma.

—¿Qué pasó? —preguntó Turner.


322
—Me tomó por sorpresa. Tenía algo en la mano.

—Está bien —dijo Turner. Pero él no estaba bien. Su corazón latía con
fuerza en su pecho. El cuerpo aún estaba caliente. Tuttle había recibido el
disparo casi directamente en el centro del pecho, como si se hubiera quedado
quieto. Llevaba solo camiseta y vaqueros. Tenía que tener frío, pensó Turner.
No había calefacción. No había muebles. Había nevado apenas dos días antes.
Y la habitación estaba vacía, sin cigarrillos viejos ni envoltorios de comida, ni
siquiera una manta. No había señales de que él o cualquier otra persona
hubiera estado viviendo aquí.

Había venido aquí para encontrarse con alguien. Quizá Carmichael.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Car. Estaba tranquilo, pero Car siempre
estaba tranquilo—. Aclaremos nuestras historias.

¿Qué historia había que aclarar? ¿Y dónde estaba el misterioso objeto que
se suponía que Tuttle tenía en la mano?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Toma —dijo Car. Tenía un conejo blanco sujeto por el cuello. Se retorcía
en su puño, sus suaves patas se agitaban en el aire, tenía los ojos muy
abiertos, mostrando la parte blanca. Turner podía ver su corazón latiendo
contra su pecho peludo.

Luego parpadeó y Car le apuntó con un arma.

—Límpiala —dijo.

Turner había tenido la intención de ponerse serio, pero descubrió que una
sonrisa nerviosa se extendía por su rostro.

—No puedes hablar en serio.

—La ambulancia va a estar aquí pronto. Escuadrón de ratas y todo eso. No


jodas, Turner.

Turner miró el arma en la mano de Carmichael.

—¿Dónde la obtuviste? 323


—La encontré en una escena hace un tiempo. Llámalo una póliza de seguro.

Seguro. Un arma que podrían plantarle a Tuttle.

—No tenemos que...

—Turner —dijo Carmichael—. Sabes que soy un buen policía y sabes lo


cerca que estoy de salir. Necesito que me apoyes aquí. El chico se me abalanzó.
Descargué mi arma. Eso es todo. Fue un buen tiro directo.

Bueno. Directo.

Pero todo sobre esto se sentía mal. No solo el disparo. No solo el cuerpo
enfriándose en el suelo detrás de él.

—¿Qué estaba haciendo él aquí, Car?

—¿Qué diablos sé yo? Recibí una pista, la seguí.

Pero nada de eso cuadraba. ¿Por qué habían estado persiguiéndose la cola
durante semanas en lo que debería haber sido una investigación de rutina

Hell bent
LEIGH BARDUGO

sobre una serie de robos? ¿Dónde estaban los bienes que supuestamente se
había llevado Tuttle? ¿Por qué Tuttle no había huido cuando escuchó a
Carmichael golpeando la puerta? Porque lo había estado esperando. Porque
Carmichael le había tendido una trampa.

—Ibas a reunirte con él aquí. Él te conocía.

—No empieces a ser un listillo, Turner.

Turner pensó en la nueva terraza que Carmichael había instalado en su


casa el verano pasado. Se habían sentado allí, haciendo barbacoas, bebiendo
cerveza, hablando de la carrera de Turner. Car había dicho que su cuñado era
contratista, le consiguió un buen precio. Turner sabía que estaba mintiendo,
pero no le había molestado. La mayoría de los policías que llevaban el tiempo
suficiente estaban un poco doblados, pero eso no hacía que se hubieran
torcido. Y ya había visto que la esposa de Car vestía mejor que la esposa de
cualquier detective. Turner conocía las marcas, le gustaba un buen traje y las 324
mujeres con las que salía apreciaban que pudiera hablar ese idioma. Podía
distinguir un bolso auténtico de Chanel de una imitación, y la mujer de Car
siempre llevaba el auténtico colgado del brazo.

Doblado, no torcido. Pero tal vez Turner se había equivocado.

A lo lejos, una sirena comenzó a sonar. No podían estar a más de uno o dos
minutos de distancia.

—Turner —dijo Carmichael. Su mirada era firme—. Sabes cuál es la


elección aquí. Si yo caigo, tú caes conmigo. Si hay preguntas sobre mí, también
habrá preguntas sobre ti. —Sacó el arma—. Esto lo arreglará todo. Eres
demasiado bueno para caer por mi cagada.

Él tenía razón. Turner alcanzó el arma, vio el arma en sus manos.

—¿Y si digo que no? —preguntó Turner, ahora que el arma estaba fuera del
alcance de Car—. ¿Qué pasa si digo que no hay nada en el registro de Tuttle

Hell bent
LEIGH BARDUGO

que indique que fue lo suficientemente astuto como para salirse con la suya
con múltiples allanamientos sin ayuda?

—Estás extralimitándote, Turner.

Así era. No sabía qué tan involucrado había estado Car en los robos. Tal vez
solo había tomado un poco de efectivo o una computadora portátil sobrante
para mirar hacia otro lado. Pero la picazón le decía que esto no era un error. No
fue una cagada. Fue un montaje. Y el Rey Tut era solo una parte.

Carmichael se encogió de hombros.

—Tus huellas en esa arma, chico. Tu palabra contra la mía. Tienes un


futuro brillante. Lo supe la primera vez que te conocí. Pero no puedes hacer el
trabajo solo. Necesitas amigos, gente en la que puedas confiar. ¿Puedo confiar
en ti, Turner?

El cosquilleo que recorrió el cráneo de Turner se convirtió en el crepitar de


un incendio forestal. Si estuvo involucrado con Tuttle y los robos, ¿por qué no
325
deshacerse de él discretamente? ¿Por qué traer a Turner aquí para presenciar
el montaje?

Turner lo vio todo entonces. Car no solo lo había elegido como tapadera
porque era negro. Lo había elegido porque Turner era ambicioso, tan
hambriento de salir adelante, que podría manipularlo. Podría usarlo. El
cadáver de Tuttle era la oportunidad de Carmichael para traer a Turner al
redil. Dos pájaros con una piedra. Una vez que Turner limpiara el arma y
envolviera el dedo de Tuttle alrededor del gatillo, una vez que repitiera las
mentiras de Carmichael, pertenecería al Cran Car.

—Tú preparaste esto. Me tendiste una trampa.

Carmichael parecía casi impresionado.

—Te estoy cuidando, chico. Siempre lo he hecho. No hay que tomar una
gran decisión. Haz lo inteligente y estarás en la vía rápida, serás mi obvio
heredero. Nada se interpondrá en tu camino. O intenta jugar al héroe y ve

Hell bent
LEIGH BARDUGO

hasta dónde te lleva. Tengo muchos amigos, Turner. Y no solo serás tú quien
sienta el calor de esta quemadura en particular. Piensa en tu mamá, tu abuelo,
lo orgullosos que están de ti.

Turner trató de entender cómo había caído en un montón de mierda tan


grande. ¿Por qué no había visto venir los problemas esta vez? ¿O se había
vuelto complaciente? Llevaba tanto tiempo esperando el desastre que se había
acostumbrado demasiado al miedo. Sus alarmas se habían disparado tan a
menudo que había empezado a ignorarlas. Y ahora estaba agachado junto a un
cadáver, siendo amenazado por un hombre que podría destruir su carrera con
susurrar una palabra, que no lo pensaría dos veces antes de lastimar a las
personas que amaba si lo desafiaba. Estaba a punto de cruzar la línea hacia un
país que no quería conocer. Nunca encontraría el camino a casa.

—No quiero hacerlo —dijo Turner—. Yo… yo no soy un criminal.

—Yo tampoco. Soy un hombre que hace lo mejor posible en una situación 326
difícil, como tú. Hacer el mal no te hace malo.

Pero podría. Turner no era tan estúpido como para creer que este sería el
último favor, la última mentira. Esto era solo el principio. Car siempre tendría
más amigos y mejores conexiones. Siempre sería una amenaza para la familia
de Turner, su carrera. Si hacía algo incorrecto, seguiría ascendiendo, siempre
que mantuviera los secretos de Car y siguiera sus órdenes. Si hacía lo correcto,
arruinaría su carrera y pondría a su familia en el punto de mira de Carmichael.
Esas eran sus elecciones.

—Ese niño que mataste —dijo Turner—. Fue un tiro errado, ¿no?

—Él no era un niño. Era un delincuente.

—Así que sabes cómo hacerlo. No vas a permitir que nos involucren en
alguna tontería de aficionados.

—Te tengo cubierto.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Ahí estaba la respuesta de Turner, alta y clara. Había estado de un lado de


la ley y ahora estaba firmemente plantado en el otro. ¿Cuánto tiempo había
tomado? ¿Treinta segundos? ¿Un minuto?

—Eres uno de los buenos —dijo Car, con ojos amables—. Te recuperarás de
esto.

—Tienes razón —dijo Turner, dando sus primeros pasos lejos de las reglas
que siempre había entendido y respetado. No sabía si volvería de esto. Pero Car
no.

Turner se levantó y disparó a Chris Carmichael dos veces en el pecho.

El Gran Car ni siquiera pareció sorprendido. Era como si siempre lo hubiera


sabido, como si hubiera estado esperando de la misma manera que Turner a
que sucediera algo malo. Más que caer, se sentó y luego se desplomó a un lado.

Turner limpió el arma tal como le había dicho Car. Se la metió en la mano a
Tuttle, disparó otro tiro para que los residuos del disparo al menos parecieran
327
plausibles, aunque había tantas cosas volando alrededor de la escena del
crimen que los datos forenses serían una mierda de todos modos.

Escuchó sirenas aullando, llantas chirriando, oficiales gritándose unos a


otros mientras rodeaban el edificio.

—Lo siento —le susurró a Delan Tuttle—. Será un héroe.

No pudo contener las lágrimas que brotaron. Eso estaba bien; los oficiales
que llegaran pensarían que estaba llorando por el Gran Car, su compañero, su
mentor. Chris Carmichael, la leyenda.

«Jugaré hasta que se cansen de jugar» esa era la promesa que se había
hecho. Era un buen detective y nadie le iba a decir lo contrario. Por mucha
mierda que le hicieran pisar, por mucha sangre que tuviera en las manos.

Solo entonces se dio cuenta de que la sensación de aprensión había


desaparecido. Sin pinchazos. Sin miedo. Habían hecho todo lo posible por él.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Cerró los ojos, contó hasta diez, escuchó el sonido de botas en las escaleras.
Las sirenas se apagaron hasta que todo lo que pudo escuchar fue el sonido de
su propia respiración, inhalando y exhalando. La lluvia había cesado.

Dejó de respirar. Así fue como ella supo que todo había salido mal.

Hellie quería quedarse allí, acostada de lado, viendo dormir a Alex. Cuando
los hombres dormían, era como si toda la violencia se escurriera de ellos, la
ambición, los esfuerzos. Sus rostros se volvían suaves y amables. Pero no Álex.
Incluso durante el sueño había un surco entre sus cejas. Su mandíbula estaba
apretada.

«No hay descanso para los malvados», quiso decir Hellie. Pero las palabras
murieron incluso antes de que pudieran formarse en su lengua. Sabía que
había estado a punto de reírse, pero era como si la risa no tuviera lugar para
echar raíces en ella. Sin barriga para que iniciara la risa, sin pulmones de 328
dónde obtener el aliento.

Hellie podía sentir cómo se desmoronaba ahora que no tenía cuerpo al que
aferrarse. No estaba segura de cuándo había sucedido.

«No lo suficientemente pronto.» No lo suficientemente rápido como para


evitarle todo el dolor que hubo antes. Anoche fue una mala noche en una serie
de malas noches. De alguna manera sabía que los recuerdos comenzarían a
desvanecerse tan pronto como dejara ir el mundo. No tendría que pensar en
Ariel ni en Len ni en nada de eso. La vergüenza se iría, la pena. Todo lo que
tenía que hacer era irse. Se vaciaría como una taza volcada. La atracción de
esa gloriosa nada era casi irresistible, la promesa del olvido. Se mudaría de
piel. Ella se convertiría en luz.

Pero ella no podía irse. Aún no. Necesitaba ver a su chica una vez más.

Los ojos de Alex se abrieron. Rápido, sin temblor de los párpados, no tenía
un modo tranquilo de salir del sueño.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Miró a Hellie y sonrió. Era como ver abrirse una flor, la cautela se había ido,
dejando atrás nada más que alegría. Y Hellie sabía que había cometido un
terrible error al quedarse, al esperar para decir un último adiós, porque Dios,
esto era malo. Mucho peor que saber que estaba muerta. Quería creer que no
extrañaría ninguna parte de su triste y desperdiciada vida, pero extrañaría
esto; echaría de menos a Alex. El anhelo por ella, por un momento más de
calor, por un respiro más, dolía más que nada en la vida.

La nariz de Alex se arrugó. Hellie amaba la dulzura en ella, que no se había


marchitado en la incesante tormenta de mierda que era la vida con Len.

—Buenos días, Hellie Apestosilla.

Débilmente, Hellie se dio cuenta de que había vomitado durante la noche.


Tal vez se había ahogado con su vómito. No podía estar segura. Había tanto
fentanilo en su sistema. Lo necesitaba. Había querido borrarse a sí misma.
Había pensado que se sentiría limpia, pero ahora que había terminado, todavía 329
estaba atrapada con este peso de tristeza.

—Larguémonos de aquí —dijo Alex—. Definitivamente. Ya no pertenecemos


aquí.

Hellie asintió y el dolor era una ola que seguía creciendo, amenazando con
llegar a la cima. Porque Alex lo decía en serio. Alex todavía creía que algo
bueno iba a pasar, que tenía que pasarles. Y tal vez Hellie también había
creído, no en los sueños locos de las clases universitarias y los trabajos de
medio tiempo en los que a Alex le gustaba perderse. Pero... ¿Había creído Hellie
que nada de esta mierda se le pegaría? Al menos no de forma permanente.
Nada de esta tragedia le pertenecía. Era un problema que ella había recogido,
pero lo dejaría de nuevo, volvería a ser una humana real, a la vida que estaba
destinada a tener. Este apartamento, esta gente, Len y Betcha y Eitan y Ariel e
incluso Alex, eran una pausa, una estación de paso.

Pero no había funcionado así, ¿verdad?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex la alcanzó, la atravesó. Ahora estaba llorando, llorando por ella, y Hellie
también lloraba, pero no se sentía como cuando estaba viva. Sin calor en la
cara, sin respiraciones entrecortadas, era como disolverse en la lluvia. Cada
vez que Alex intentaba abrazarla, vislumbraba destellos de su vida. El
escritorio del dormitorio de la niña Alex, cuidadosamente arreglado con flores
secas y pasadores de libélulas. Sentada en un estacionamiento con los niños
mayores, pasándose una pipa. El ala arrugada de una mariposa sobre baldosas
húmedas. Cada vez, fue como salir del sol a una habitación fresca y oscura,
como deslizarse bajo el agua.

Len entró en su dormitorio bruscamente y Betcha lo seguía de cerca. Sintió


una punzada de cariño por ellos, ahora que podía verlos a la distancia. El
vientre de Betcha que le estiraba la camiseta. La mancha de acné en la frente
de Len. Pero entonces Len puso sus manos sobre Alex, tapándole la boca con
las palmas.
330
Todo iba como siempre, de mal en peor. Estaban hablando sobre qué hacer
con su cuerpo, y luego Len le dio un revés a Alex, y Hellie pensó: «Está bien, es
suficiente.» Basta de esta vida. No había nada más que ver aquí. Ningún
recuerdo feliz que transmitir. Se sentía a la deriva y no se sentía bien, pero se
sentía mejor que lo que había sucedido antes.

Se deslizó a través de la pared y por el pasillo hasta la estancia. Vio a Ariel


en el sofá, en calzoncillos. Pero no quería pensar en él ni en las cosas que le
había hecho. La vergüenza se sentía distante, como si perteneciera a otra
persona. Eso estaba bien. Le gustaba eso.

¿Qué estaba esperando? Nadie iba a hablar por ella; nada iba a cambiar. No
habría un adiós real, ninguna señal de que ella hubiera estado alguna vez en el
mundo. Sus padres. Dios. Sus padres se despertarían con una llamada de la
policía o de la morgue diciéndoles que la habían encontrado en un callejón. Lo
sentía mucho, lo sentía terriblemente, pero pronto la culpa también

Hell bent
LEIGH BARDUGO

desaparecería, como si todo lo que quedara de ella fuera un encogimiento de


hombros.

Len y Betcha buscaban a tientas la puerta del apartamento mientras Alex


lloraba y Ariel decía algo. Él se rio, una risita aguda, y fue como ser arrojada de
vuelta a su cuerpo, escuchándolo reír mientras se abría paso dentro de ella.
Esto no se suponía que fuera el final de todo.

Alex la estaba mirando. Todavía podía ver a Hellie cuando nadie más podía.
¿No había sido siempre así entre ellas?

¿Pero Hellie había visto realmente a Alex alguna vez?

Porque ahora que la estaba mirando, realmente mirándola, podía ver que
Alex no era solo una chica con piel cálida y una lengua afilada y cabello
brillante como un espejo. Un anillo de fuego azul brillaba a su alrededor. Alex
era una puerta y, a través de ella, Hellie podía ver las estrellas.

«Déjame entrar.» El pensamiento surge de la nada, algo natural: ella ve una


331
puerta y desea cruzarla.

Alex la escucha. Hellie lo sabe porque Alex dice:

—Quédate.

«Déjame entrar». ¿Es una exigencia?

Alex extiende su mano.

Hellie está lista. Se vierte dentro de Alex. La llama azul la bautiza. La pena
se ha ido y todo lo que sabe es lo bien que se siente el bate en su mano.

Ella sale al campo y sus compañeros de equipo canturrean:

—¡Dales una paliza, Hellie! —Sus padres están en las gradas, y son
hermosos, cobrizos y amables. Este es el último momento que recuerda antes
de que todo empezara a salir mal y siguiera saliendo mal, cuando aún sabía
quién era.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Está parada en el montículo bajo el sol. Sabe lo fuerte que es. No hay
confusión en ella, no hay dolor. Flexiona sus dedos enguantados sobre el
mango del bate, probando su peso. La lanzadora está tratando de ofuscarla con
su mirada, alterarla, y ella se ríe, porque es así de buena, porque nadie ni nada
la puede detener.

—¿Te pones nerviosa? —preguntó su hermana pequeña una vez.

—Nunca —dijo Hellie—. ¿De qué hay que estar nervioso?

Ella no quiere morir. No realmente. Simplemente no quiere sentir nada más


porque todo se siente mal. Quiere encontrar el camino de regreso a este
momento, al sol, a la multitud y al sueño de su propio potencial. No hay
preocupación por la universidad, las calificaciones o el futuro. Todo será fácil,
como siempre ha sido.

Mueve los pies contra el montículo, prueba su bateo, el peso del bate, mira
a la lanzadora, ve el sudor en su frente, sabe que la niña tiene miedo. 332
Hellie ve la postura, el lanzamiento. Se balancea. El golpe sordo que hace el
bate cuando se conecta con el cráneo de Len es perfecto. Se imagina su cabeza
volando por encima de la valla. Yéndose. Yéndose. Ida.

Podría balancear ese bate todo el día. No hay arrepentimiento, no hay


tristeza.

Agitan el bate. Lo agitan de nuevo. Así es como se despiden, y solo cuando


han pronunciado hasta la última palabra, se da cuenta de que hay un conejo
en medio de la habitación, sentado sobre la alfombra empapada de sangre.

—El Conejo Babbit —susurra Hellie. Ella lo levanta, viendo las manchas
rojas que sus manos dejan en sus costados blancos y suaves—. Pensé que
estabas muerto.

—Estamos todos muertos.

Por un segundo, Hellie está segura de que el conejo le está hablando, pero
cuando mira hacia arriba, ve a Alex. La vieja estancia en la Zona Cero ha

Hell bent
LEIGH BARDUGO

desaparecido, la sangre, los pedazos de cerebro, el bate roto. Alex está de pie
en un huerto lleno de árboles negros. Hellie quiere advertirle que no coma la
fruta que crece allí, pero ella ya está flotando, desapareciendo. Ya ni siquiera es
un encogimiento de hombros. Yéndose. Yéndose.

333

Hell bent
LEIGH BARDUGO

27
Traducido por Azhreik

Alex no estaba seguro de lo que había sucedido. Había algo cálido y suave en
sus brazos y sabía que era el Conejo Babbit. Hellie había… Ella lo había
recogido. ¿Dónde estaba? Estaba demasiado oscuro para ver y no podía
entender sus pensamientos. Se puso de rodillas y vomitó una, dos veces. No
salió nada más que un hilo de bilis. Surgió un vago recuerdo de Dawes
diciéndole que ayunara.

—Está bien —le susurró a el Conejo Babbit.

Pero sus brazos estaban vacíos. Él se había ido.


334
«Él nunca estuvo allí —se dijo a sí misma—. Recomponte, joder».

Pero ella lo había sentido en sus brazos, cálido y vivo, su pequeño cuerpo
completo y seguro como se suponía que debía ser, como si ella hubiera hecho
su trabajo y lo hubiera protegido desde el principio.

El suelo se sentía blando bajo sus manos, cubierto de hojas húmedas. Miró
hacia arriba y se dio cuenta de que estaba mirando a través de las ramas de un
árbol, muchos árboles. Estaba en una especie de bosque... no, un huerto, las
ramas eran negras y relucientes y cargadas de fruta, la piel era de un color
púrpura oscuro. Donde la cáscara se había partido, vio semillas rojas que
brillaban como joyas. Arriba, el cielo era del color ciruela de un moretón grave.
Escuchó un suave zumbido y se dio cuenta de que los árboles estaban llenos
de abejas doradas que tendían colmenas negras en lo alto de las ramas. «Yo era
Hellie». Hellie en la muerte. Hellie en el montículo. La miseria de esa noche en
la Zona Cero se aferraba a ella como el olor a humo. Nunca se libraría de él.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex vislumbró algo que se movía entre las hileras de árboles. Se puso de
pie.

—¡Turner! —Se arrepintió de llamarlo por su nombre inmediatamente. ¿Y si


lo que fuera que había en el huerto solo se parecía a Turner?

Pero un momento después, él, Dawes y Tripp emergieron de entre los


árboles. Nadie se veía como debería. Dawes vestía túnicas de color pergamino,
tenía los puños manchados de tinta, y su cabello rojo había sido peinado
elaboradamente en gruesas trenzas. Turner vestía una capa de plumas negras
brillantes que brillaban como el lomo de un escarabajo. Tripp vestía una
armadura, pero del tipo que parecía que nunca había visto una batalla, de
color blanco esmalte, tenía una capa de armiño sujeta sobre su hombro
izquierdo con un broche de esmeralda del tamaño de un hueso de melocotón.
El erudito, el sacerdote y el príncipe. Alex extendió los brazos. Ella también
llevaba una armadura, pero era de acero forjado, hecha para la guerra. La
335
armadura de un soldado. Debería haberse sentido pesada, pero por cómo la
sentía, bien podría haber estado usando una camiseta.

—¿Estamos muertos? —Tripp preguntó, con los ojos tan abiertos que ella
pudo ver un anillo blanco perfecto alrededor de sus iris—. Tenemos que
estarlo, ¿verdad?

Él no la estaba mirando del todo; de hecho, nadie la miraba. Ninguno de


ellos hacía contacto visual. Habían caído en las vidas de los otros, visto los
crímenes que habían cometido, grandes y pequeños.

«Nadie debería conocer a otra persona de esa manera —pensó Alex—. Es


demasiado.»

—¿Dónde estamos? —preguntó Turner—. ¿Qué es este lugar?

Los ojos de Dawes estaban rojos, su boca hinchada por el llanto. Alargó la
mano para tocar una de las ramas, luego lo pensó mejor.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No sé. Algunas personas piensan que el fruto del Árbol del Conocimiento
era una granada.

Turner levantó una ceja.

—Esa no se parece a ninguna granada que haya visto.

—Se ve bastante bien —dijo Tripp.

—No comas nada —espetó Dawes.

Tripp frunció el ceño.

—No soy estúpido. —Entonces su expresión cambió. Parecía atrapado entre


el asombro y el miedo—. Mierda, Alex, estás…

Dawes se mordió el labio con fuerza y la sombría boca de Turner se aplanó


aún más.

—Alex —susurró Dawes—. Estás... estás en llamas.


336
Alex miró hacia abajo. Una llama azul se había encendido sobre su cuerpo,
un resplandor bajo y cambiante, como el suelo del bosque en una quema
controlada. La tocó con los dedos, la vio moverse como si la hubiera atrapado.
Recordaba esta llama. La había visto cuando se enfrentó a Belbalm. «Todos los
mundos están abiertos a nosotros. Si somos lo bastante valientes para entrar.»

Metió la mano debajo de su coraza, sintió el frío caparazón de la caja de


Botas de Goma Arlington pegada a sus costillas. Todo lo que quería era
acostarse y llorar por Hellie, por el Conejo Babbit. Estaba agachada sobre el
cuerpo de un desconocido mientras la lluvia caía afuera. Estaba sentada en la
barandilla de un barco, el mar subía y bajaba debajo de ella. Estaba de pie en
lo alto de las escaleras de Il Bastone, sintiendo el peso de la piedra en sus
manos, el terrible poder de su decisión.

Alex agarró la caja con más fuerza. No había llegado tan lejos para llorar por
los errores del pasado o curar viejas heridas. Se obligó a encontrar sus
miradas: Turner, Tripp, Dawes.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Está bien —dijo—. Vamos a buscar a Darlington.

Nuevamente el mundo cambió y Alex se preparó para ser arrojada a la


cabeza de otra persona, a algún otro recuerdo horrible, como la peor lista de
reproducción del mundo. No había sido una pasajera ni una observadora. Ella
había sido Dawes, Tripp, Turner y Hellie. Su Hellie. Quién debería haber sido la
que sobrevivió. Pero esta vez era solo el mundo que rodeaba a Alex el que se
movía y de repente pudo ver un camino a través de los árboles.

Salieron del huerto a lo que parecía un gran centro comercial al aire libre
abandonado, o tal vez nunca terminado. Los edificios eran enormes, algunos
con ventanas arqueadas, otros cuadrados. Todo estaba impecablemente limpio
y de un color entre gris y beige.

Alex miró detrás de ellos y el huerto estaba allí, los árboles negros
susurraban con un viento que no podía sentir. Sus oídos aún estaban llenos
del zumbido de las abejas. 337
Oyó que alguien cantaba y se dio cuenta de que procedía de un espejo
colocado en una gran pileta elíptica de roca lisa y gris. No, no un espejo, un
estanque de agua tan quieto y plano que parecía un espejo, y en él podía ver a
Mercy montando guardia sobre sus cuerpos, todos ellos tendidos boca arriba
en el agua que le llegaba hasta los tobillos en el patio de la biblioteca, flotando
como cadáveres.

—¿Es realmente ella? —preguntó Tripp. Toda su bravuconería se había ido,


arrancada por el descenso. Y apenas estaban al principio.

—Creo que sí —dijo Alex—. El agua es el elemento de la traducción. Es el


mediador entre mundos. —Estaba citando al Novio, palabras que él le había
dicho mientras estaban de pie hasta la cintura en un río, en las tierras
fronterizas.

Mercy estaba cantando para sí misma. —Y si muero hoy seré un fantasma


feliz…

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Buena elección. Toda la canción eran palabras de muerte. Alex podía


escuchar el tictac del metrónomo constante detrás de la melodía de Mercy.

—¿Dónde empezamos? —preguntó Turner.

Su expresión era pétrea, como si a raíz de toda esa miseria no hubiera nada
que hacer más que encerrarse. Ahora tenía su respuesta, sobre lo que Alex
había hecho en Los Ángeles. Y ella tenía sus respuestas a preguntas que nunca
pensó hacerle a Turner. El explorador águila. El asesino.

Alex entrecerró los ojos hacia el día plano y gris. ¿Era de día aunque no
hubiera sol visible? El cielo amoratado se extendía más y más allá, y donde sea
que estuvieran... No había pozos de fuego. Ni paredes de obsidiana. Se sentía
como un suburbio, uno nuevo, para una ciudad que no existía. Las calles
estaban impecables, los edificios casi idénticos. Tenían la forma de los centros
comerciales que existían en todos los rincones del valle, llenos de salones de
manicura, tintorerías y tiendas de artículos de tocador. Pero aquí no había 338
letreros sobre las puertas ni clientes. Los escaparates estaban vacíos.

Alex giró en círculos lentos, tratando de sofocar la ola de mareo que se


apoderó de ella. Todo era del mismo beige arenoso y desteñido, no solo los
edificios, sino también el césped y las aceras.

Sintió que un desagradable escalofrío la recorría.

—Sé dónde estamos.

Dawes asentía lentamente. Ella también lo descifró.

Estaban parados frente a Sterling. Excepto que Sterling ahora era el huerto,
el estanque de agua era la Mesa de las Mujeres en su mundo. Y eso significaba
que todo el resto...

—Estamos en New Haven —dijo Tripp—. Estamos en Yale.

O algo así. Yale despojado de toda su grandeza y belleza.

—Bien —dijo con una confianza que no sentía—. Entonces al menos


conocemos la disposición. Vamos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿A dónde exactamente? —preguntó Turner.

Alex encontró la mirada de Dawes.

—¿A dónde más? —dijo—. A Black Elm.

Les debería haber llevado una hora caminando llegar a Black Elm desde el
campus. Pero el tiempo se sentía escurridizo aquí. No había clima, el sol sobre
ellos no se desplazaba.

Atravesaron un patio de hormigón y luego bajaron a lo que pensó que era


Elm Street, pero estaba flanqueada por grandes edificios de apartamentos.
Cuando Alex miró hacia atrás, fue como si la calle se hubiera movido. Había un
cruce donde no había uno antes, un giro a la derecha donde hubo un giro a la
izquierda.

—No me gusta esto —dijo Tripp. Estaba temblando. Alex recordó el


339
deslizamiento de la cuerda mojada, el mar agitado debajo de ella.

—Estamos bien —dijo—. Sigamos moviéndonos.

—Deberíamos... dejar migas de pan o algo así. —Parecía casi enojado, y Alex
supuso que tenía buenas razones. Esto no era una aventura. Era una
pesadilla—. Por si nos perdemos.

—El hilo de Ariadne —dijo Dawes, con voz temblorosa.

El silencio era demasiado completo. El mundo estaba demasiado quieto. Se


sentía como si estuvieran viajando a través de un cadáver.

Alex mantuvo la caja de porcelana aferrada. «Voy a buscarte, Darlington.»


Pero no podía dejar de pensar en Hellie. Todavía podía sentir al Conejo Babbit
en sus brazos. Él había estado vivo. Por un momento, todos habían estado
juntos de nuevo.

Alex no sabía cuánto tiempo habían estado caminando, pero lo siguiente


que supo fue que estaban parados afuera de una valla de tela metálica. Un

Hell bent
LEIGH BARDUGO

enorme cartel decía: «Futuro Hogar de The Westville: Vida de Lujo.» La imagen
era de un elegante edificio de cristal que se alzaba sobre una porción de césped
ajardinado, un Starbucks en la base, gente feliz saludándose unos a otros,
alguien paseando a su perro. Pero Alex conocía este camino, los trozos de
piedra que alguna vez habían sido columnas, los abedules ahora reducidos a
tocones.

—Black Elm —susurró Dawes.

Parecía prudente mantener baja la voz. Las casas a lo largo de la calle


parecían vacías, con las ventanas cerradas, el césped gris y desnudo. Pero Alex
captó un movimiento por el rabillo del ojo. ¿Una cortina apartada de una
ventana de arriba? O nada en absoluto.

—Nos están observando —dijo Turner.

Alex trató de ignorar el miedo que la atravesaba.

—Necesitamos un corta cadenas para atravesar esta valla.


340

—¿Segura? —preguntó Turner.

Alex miró abajo. La llama que rodeaba la caja de Botas de Goma Arlington
era más brillante, casi blanca. Caminó hacia la valla, y luego la atravesó, el
metal se derritió hasta desaparecer.

—Genial —dijo Tripp. Pero sonaba como si quisiera llorar.

El camino de entrada a Black Elm parecía más largo, el sendero se extendía


como el camino al cadalso entre los tocones de los árboles. Pero la casa en sí
no era visible.

—Oh, no —gimió Dawes.

«Por supuesto.» La casa no era visible porque ya no era una casa, solo un
montón de escombros abandonados. Alex vislumbró algo que se movía entre
los montones de rocas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No me gusta esto —dijo Tripp de nuevo. Tenía los brazos cruzados sobre
el cuerpo, como para protegerse. Alex sintió una ternura hacia él que no había
sentido antes. Todavía podía saborear el fuerte olor a cloro en la parte posterior
de su garganta, sentir el pie de Spenser clavándose en su entrepierna y el peso
de la vergüenza de Tripp, sujetándolo eternamente bajo el agua.

—Alex —dijo Turner en voz baja—. Mira atrás. Despacio.

Alex miró por encima del hombro y tuvo que esforzarse por mantener firmes
sus pasos.

Los estaban siguiendo. Un gran lobo negro los acechaba a unos cien metros
de distancia. Cuando volvió a mirar hacia atrás, había dos, y vio a un tercero
escabullirse entre los árboles para unirse a ellos.

No lucían normales. Sus piernas eran demasiado largas, sus espinas


dorsales jorobadas, la larga curva de sus hocicos tenían demasiados dientes.
Sus hocicos estaban húmedos de baba y tenían una costra marrón que podría 341
haber sido tierra o sangre.

Alex y los demás pasaron por un gran charco que se había formado frente a
lo que alguna vez había sido la puerta principal, y en el agua turbia, Alex vio a
Mercy paseando por el patio de la biblioteca. «Ella está bien. Eso tiene que ser
bueno.»

—¡Allí! —Dawes gritó.

Señalaba las ruinas de Black Elm y allí estaba Darlington, Darlington como
lo recordaba, como había sido en su sueño, atractivo y humano con su abrigo
largo y oscuro. Sin cuernos. Sin tatuajes brillantes. Tenía una piedra en las
manos y, mientras ellos observaban, la arrastró hasta lo que podría haber sido
el principio o el final de una pared y la colocó con cuidado sobre las otras
piedras.

—¡Darlington! —gritó Dawes.

Él no dejó de moverse, no desvío la mirada.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Puede oírnos? —preguntó Tripp.

—Daniel Arlington —atronó Turner como si estuviera a punto de leerle a


Darlington sus derechos.

Darlington no aminoró el paso, pero Alex pudo ver que su pecho subía y
bajaba como si estuviera luchando por respirar.

—Por favor —gruñó—. No puedo... parar.

Alex respiró hondo. Cuando Darlington habló, había visto cómo se


tambaleaba toda la escena: las ruinas de Black Elm, el cielo amoratado, el
propio Darlington. Vio la noche oscura y un pozo de llamas amarillas, escuchó
a la gente gritar y vio un gran demonio dorado con cuernos enroscados que se
alzaba sobre todo. Lo escuchó hablar. «Alagnoth Grorronet.» Nada más que un
gruñido, pero pudo percibir las palabras: “Ninguno queda libre.”

—¿Cómo lo ayudamos? —preguntó Dawes.


342
Alex la miró fijamente. Dawes no lo había visto. Ninguno de ellos. Tripp
parecía asustado. Turner echaba un ojo a los lobos. Ninguno de ellos había
reaccionado a lo que Alex había visto cuando habló Darlington. ¿Se lo había
imaginado?

—Vigila a los lobos —le murmuró a Turner y se metió entre los escombros.

Darlington no levantó la vista, pero volvió a pronunciar esa palabra:

—Por favor.

El mundo vaciló, y ella vio al demonio, sintió el calor de ese pozo de llamas.
Darlington quería liberarse, tal como había querido señalarles el Guantelete,
pero no tenía el control.

Sacó la caja de Botas de Goma Arlington de su bolsillo y abrió la tapa. Una


parte de ella había esperado que eso fuera suficiente, pero aun así, Darlington
caminó de un lado a otro, levantando roca tras roca, colocándolas con infinito
cuidado. ¿No era este objeto lo suficientemente precioso? ¿Se había
equivocado?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex agarró la tapa y recordó todo lo que había visto en los recuerdos del
anciano. Darlington cuando todavía era Danny, solo en el frío refugio de Black
Elm, tratando de mantenerse caliente debajo de los abrigos que había
encontrado en el ático, comiendo frijoles enlatados de la despensa. Danny, que
había soñado con otros mundos, con magia hecha realidad y monstruos a los
que vencer. Lo recordó con su receta improvisada para el elixir, parado ante el
mostrador de la cocina, listo para tentar a la muerte por la oportunidad de ver
el mundo más allá.

—Danny —dijo, y no fue solo su voz lo que surgió, sino también la del
anciano, una armonía brusca—. Danny, ven a casa.

Los hombros de Darlington se hundieron. Inclinó la cabeza. La roca se


deslizó de sus manos. Cuando levantó la vista, sus ojos se encontraron con los
de ella, y en ellos ella vio la angustia de diez mil horas, de un año perdido por
el sufrimiento. Vio culpa también, y vergüenza, y entendió: Ese demonio
343
dorado también era Darlington. Era a la vez prisionero y carcelero aquí en el
infierno, torturado y torturador.

—Sabía que vendrías —dijo.

Darlington estalló en llamas azules. Alex jadeó, escuchó a Tripp gritar y a


Dawes chillar. Las llamas lamieron los escombros como un río que fluía a
través de las ruinas destrozadas de Black Elm y saltaron dentro de la caja.

Alex cerró la tapa de un golpe. La caja traqueteó en sus manos. Podía


sentirlo allí, sentir la vibración en sus palmas. Su alma. Ella sostenía el alma
de él en sus manos, y el poder la atravesó, era demasiado brillante para
contenerla. Emitía un sonido, un tintineo de acero contra acero.

—Te tengo —susurró ella.

—¡Tu armadura! —gritó Dawes. Alex miró hacia abajo. Volvía a tener puesta
su ropa normal. Los demás también.

—¿Por qué desapareció? —preguntó Tripp—. ¿Qué está pasando?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Dawes negó con la cabeza como si estuviera tratando de expulsar el miedo


de su interior.

—No sé.

Alex apartó la caja contra su pecho.

—Tenemos que volver a Sterling. A la huerta.

Pero cuando se volvió hacia la carretera, nada estaba donde debería estar.
El camino de entrada había desaparecido, los tocones de los árboles, la verja,
las casas más allá. Estaba mirando un largo tramo de carretera asfaltada, un
motel en la distancia, un horizonte de colinas bajas salpicadas de árboles de
Josué. Nada de esto tenía sentido.

Los lobos seguían allí y se acercaban.

—Hay alguien con Mercy —dijo Tripp.

Alex se dio la vuelta. Tripp estaba mirando el charco. Podía ver la silueta de 344
un hombre en la puerta del patio de la biblioteca. Estaba discutiendo con
Mercy.

—Hay algo mal con el ritual —dijo Dawes—, con el Guantelete. Ya no


escucho el metrónomo.

—Alex —dijo Turner, en voz baja.

—Tenemos que… —Había querido decir algo sobre Sterling, sobre completar
el ritual. Pero estaba mirando a los ojos amarillos de cuatro lobos.

Estaban bloqueando el camino entre Black Elm y la carretera.

—¿Que quieren? —Dawes se estremeció.

Turner cuadró los hombros.

—¿Qué es lo que quieren los lobos? —Sacó su arma y luego gritó. Sostenía
un conejo ensangrentado en la mano.

Los lobos se abalanzaron.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex gritó cuando unas mandíbulas se cerraron alrededor de su antebrazo,


los dientes del lobo se hundieron profundamente. Oyó el chasquido del hueso,
sintió que la bilis le subía a la garganta. Cayó hacia atrás, la criatura encima
de ella. Podía ver que tenía el hocico sucio de sangre y baba apelmazada
alrededor de los dientes, tenía una costra de pus amarillo alrededor de sus ojos
dorados salvajes. Pero ella todavía tenía la caja en sus manos. El lobo la
sacudió mientras las llamas de su cuerpo prendían sobre el pelaje aceitoso.
Podía oler que el pelaje se quemaba. El lobo gruñó bajo. No la soltaba. Empezó
a ver puntos negros. No podía desmayarse. Tenía que soltarse. Tenía que llegar
a Sterling. Tenía que llegar a Mercy.

—Yo tampoco voy a soltarte —gruñó.

Giró la cabeza hacia un lado y vio a los demás luchando con el resto de la
manada, y al conejo, de pelaje blanco manchado de sangre, mordisqueando
una brizna de hierba beige, con huellas de manos ensangrentadas en los
345
costados, ignorado por los lobos.

Agarró la caja con más fuerza, pero podía sentir que comenzaba a perder la
conciencia. ¿Podrá sobrevivir a este monstruo? El lobo estaba ardiendo ahora,
su carne se asaba. Estaba gimiendo, pero sus mandíbulas seguían sujetas al
brazo roto de ella. El dolor era abrumador.

¿Qué significaba si morían en el infierno? ¿Yacerían sus cuerpos inmóviles


arriba, intactos y completos? ¿Qué pasaría con Mercy?

No sabía qué hacer. No sabía a quién salvar ni cómo. Ni siquiera podía


salvarse a sí misma. Le había prometido a Darlington que lo sacaría. Había
creído que podía mantenerlos a todos con vida, que esto era una cosa más
sobre la que podía fanfarronear y lograr a puñetazos.

—No voy a soltarla. —Pero su voz sonaba distante. Y ella creyó escuchar a
alguien, tal vez algo, riéndose. La quería aquí. La quería rota. ¿Cómo sería el
infierno para ella? Ella lo sabía muy bien. Se despertaría de nuevo en su
antiguo apartamento, de vuelta con Len, como si nada de esto hubiera

Hell bent
LEIGH BARDUGO

sucedido nunca, como si todo hubiera sido un sueño salvaje. No habría Yale, ni
Lethe, ni Darlington, ni Dawes. No habría historias secretas, ni bibliotecas
llenas de libros, ni poesía. Alex volvería a estar sola, contemplando el profundo
cráter negro de su futuro.

De repente, las fauces del lobo se soltaron y Alex gritó más fuerte cuando la
sangre volvió a circular por su brazo. Tardó un momento en entender lo que
estaba viendo. Darlington estaba luchando contra los lobos, y no era ni
demonio ni hombre, sino ambos. Sus cuernos resplandecieron dorados cuando
le arrancó una de las bestias a Turner y la arrojó entre los escombros. Gritó y
cayó encorvado, con la espalda rota.

«La caja.» Todavía estaba en sus manos, pero ahora estaba vacía, esa
vibración brillante y victoriosa se había ido. Se había escapado. Para salvarlos.

Arrancó otro monstruo de Dawes y sus ojos se encontraron con los de Alex
mientras rompía el cuello del lobo. 346
—Vete —dijo, con voz profunda y autoritaria—. Los entretendré.

—No te dejaré.

Arrojó al lobo que había estado atormentando a Tripp a la arena del


desierto, y éste salió corriendo, gimiendo, con el rabo entre las piernas. Pero
venían más, sombras que se deslizaban entre las siluetas torcidas de los
árboles.

—Vete —insistió Darlington.

Pero Alex no podía. No cuando estaban tan cerca, no cuando ella había
sostenido su alma en sus manos.

—Por favor —suplicó—. Ven con nosotros. Podemos...

La sonrisa de Darlington era pequeña.

—Me encontraste una vez, Stern. Me encontrarás de nuevo. Ahora vete. —Se
volvió hacia los lobos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex se obligó a seguir a los demás, pero toda la lucha la había abandonado.
No era así como debía ser. No se suponía que fallara de nuevo.

—¡Vamos! —exclamó Turner, arrastrando a Tripp y Dawes por la carretera


del desierto.

Había más lobos esperando, bloqueando el camino.

—¿Cómo los superamos? —Tripp lloró.

—Así no es como funciona esto —dijo Dawes, su voz era áspera por el
miedo. Tenía sangre en el antebrazo y cojeaba—. No deberían estar tratando de
evitar que nos vayamos.

Turner dio un paso adelante, con las manos en alto como si esperara que
los lobos se abrieran como el Mar Rojo.

—«Aunque ande en el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno…

Uno de los lobos ladeó la cabeza, como un perro que no entiende una orden. 347
Otro gimió, pero no era un sonido de angustia. Sonaba casi como una risa. El
más grande de los lobos caminó hacia ellos, con la cabeza gacha.

—Porque tú estás conmigo —proclamó Turner—. Tu vara y tu cayado me


infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis
angustiadores...

El gran lobo abrió la boca y sacó la lengua. La palabra que emergió de sus
fauces fue baja y gruñona, pero inconfundible:

—Ladrón.

Sin pensar, Alex dio un paso atrás, el terror creció como un grito en su
cabeza por lo erróneo. Tripp abrió la boca y Dawes gimió, el pánico se apoderó
de ambos. Solo Turner se mantuvo firme, pero ella pudo ver que estaba
temblando mientras gritaba:

—Unges mi cabeza con aceite; mi copa rebosa. Ciertamente el bien y la


misericordia me seguirán...

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Los labios del lobo se abrieron, mostrando sus dientes irregulares, sus
encías negras. Estaba sonriendo.

—Si el ladrón fuere hallado forzando una casa —dijo, las palabras sonaron
como gruñidos—, y fuere herido y muriere, el que lo hirió no será culpado de
su muerte.

Turner dejó caer las manos. Sacudió la cabeza.

—Éxodo. Ese maldito lobo me está citando las escrituras.

Ahora otro lobo avanzaba lentamente, con la cabeza baja.

—Todos los que vinieron antes de mí son ladrones y salteadores. —Alex captó
un movimiento de izquierda y derecha. Los estaban rodeando—. Pero las ovejas
no les hicieron caso. —La última palabra fue poco más que un gruñido.

—Es porque tratamos de llevarnos a Darlington —dijo Dawes—. Tratamos


de llevarlo a casa.
348
—¡Espalda con espalda! —gritó Alex—. ¡Todos conmigo! —No tenía idea de lo
que estaba haciendo, pero tenía que intentar algo. Tripp estaba llorando ahora
y Dawes había cerrado los ojos con fuerza. Turner seguía negando con la
cabeza. Ella le había advertido que esta no era una gran batalla entre el bien y
el mal.

Alex unió las manos, frotándose las palmas una contra la otra como si
intentara mantenerse caliente, y efectivamente las llamas aparecieron.

—Vamos —les murmuró a ellos, a sí misma, todavía insegura de lo que


estaba pidiendo o a quién le estaba suplicando. La magia indeseada que la
había atormentado desde su nacimiento. El espíritu de su abuela. Los cristales
de su madre. La sangre de su padre ausente—. Vamos.

El gran lobo se abalanzó. Alex extendió la mano y la llama azul se desplazó,


desplegándose con un chasquido como un látigo. Los lobos retrocedieron.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Volvió a arremeter, dejando que la llama la atravesara, como una extensión


de su brazo, el miedo y la ira la inundó y dio forma al fuego azul. Crac, crac,
crac.

—¿Qué es eso? —exigió Turner—. ¿Qué estás haciendo?

Alex no estaba segura. Los ardientes arcos de llamas no se disipaban.


Cuando Alex los soltó, quedaron suspendidos en el aire, retorciéndose,
buscando dirección, finalmente encontrándose, y cuando lo hicieron,
comenzaron a agitarse, formando un círculo alrededor de ella y los demás, de
un blanco brillante y reluciente.

—¿Qué es? —gritó Tripp.

Dawes encontró los ojos de Alex y ahora su miedo había desaparecido. Alex
vio el rostro decidido del erudito resplandeciente ante ella.

—Es la Rueda.
349
El suelo bajo sus pies tembló. Los lobos se abalanzaban sobre ellos,
mordiendo las chispas azules y blancas que salían del fuego de Alex.

Una grieta se abrió bajo los pies de Alex y ella tropezó.

—Detente —gritó Tripp—. Tienes que parar.—

—¡No! —gritó Dawes—. ¡Algo está pasando!

Y Alex no creía que pudiera detenerse. El fuego estaba chisporroteando a


través de ella, y sabía que si no lo liberaba, la quemaría por dentro. No
quedaría nada más que cenizas.

Alex volvió a mirar a Black Elm. Los lobos habían abandonado su ataque a
Darlington para lanzarse a la rueda de llamas. Los cuernos habían
desaparecido y tenía una piedra en la mano. Ella observó cómo la colocaba con
cuidado encima del muro.

«Volveré por ti —prometió—. Encontraré una manera.»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

La tierra debajo de ellos se partió con un estruendo ensordecedor. Cayeron,


rodeados por una cascada de llamas azules. Alex también vio caer a los lobos.
Resplandecieron en llamas blancas cuando el fuego se apoderó de ellos,
brillantes como cometas, y luego Alex no vio nada en absoluto.

350

Hell bent
LEIGH BARDUGO

No es solo nuestro derecho hacer este viaje, sino nuestro deber. Si Hiram Bingham nunca
hubiera escalado los picos de Perú, ¿tendríamos su Crisol y nuestra capacidad de ver
detrás del Velo? El conocimiento que hemos adquirido no puede ser solo académico.
Bien podría señalar el dinero y el tiempo invertidos, la generosidad de Sterling, el trabajo
y el ingenio de JGR, Lawrie, Bonawit, las muchas manos que se esforzaron para construir
un ritual de este tamaño y complejidad. Tenían la voluntad de comprometerse con el
proyecto y los medios para intentarlo. Ahora es nuestro deber mostrar el coraje de sus
convicciones, demostrar que somos hombres de Yale, herederos legítimos de los hombres
de acción que construyeron estas instituciones, en lugar de niños mimados que se resisten
ante la idea de ensuciarse las manos.

—Diario de los días de Lethe de Rudolph Kittscher

Colegio Jonathan Edwards 1933 351

Estoy sin energía ni voluntad para registrar lo que ha sucedido. Sólo conozco la
desesperación. Sólo hay una palabra que necesito escribir que pueda abarcar nuestros
pecados: arrogancia

—Diario de los días de Lethe de Rudolph Kittscher


Colegio Jonathan Edwards 1933

Hell bent
LEIGH BARDUGO

28
Traducido por Azhreik

Alex estaba de espaldas. En algún momento había empezado a llover. Se secó


el agua de los ojos y escupió el sabor a azufre de la boca.

—¡Mercy! —gritó, poniéndose de pie y tosiendo. Su brazo estaba completo e


intacto, pero el mundo daba vueltas. Todo parecía demasiado vívido,
demasiado saturado de color, las luces demasiado amarillas, la noche
exuberante como tinta fresca.

—¿Estás bien? —Mercy estaba a su lado, empapada por la lluvia, su


armadura de sal de alguna manera mantenía su forma.
352
—Estoy bien —mintió Alex—. ¿Están todos aquí?

—Aquí —dijo Dawes, su rostro era un borrón blanco en el aguacero.

—Sí —dijo Turner.

Tripp estaba sentado en el barro, con los brazos sobre la cabeza, sollozando.

Alex miró a su alrededor, tratando de orientarse.

—Vi a alguien aquí arriba.

—¿Detuviste el metrónomo? —preguntó Dawes.

—Lo siento —dijo Mercy—. Él me dijo que lo detuviera. No supe qué hacer.

—Ciertamente no es su culpa, señorita Zhao.

—Mierda —murmuró Alex.

No sabía lo que esperaba: un vampiro, un Gris, algún otro ghoul nuevo y


emocionante. Todos parecían más fáciles de manejar que Michael Anselm. Le

Hell bent
LEIGH BARDUGO

habían enseñado a Mercy cómo tratar con intrusos no-muertos, no con un


burócrata vivo.

Estaba de pie en la puerta bajo la talla de piedra del cuadrado mágico de


Durero, con los brazos cruzados, protegido de la lluvia. La luz ámbar del pasillo
lo cubría de sombras.

—Todos arriba —dijo, su voz zumbaba con ira—. Y fuera.

Se pusieron de pie, temblando, y salieron arrastrando los pies del patio


fangoso.

Alex estaba esforzándose para que su mente funcionara. Los lobos. El fuego
azul. ¿Los había salvado? ¿O Anselm los había rescatado sin darse cuenta al
interrumpir el ritual y sacarlos? ¿Y de dónde provenían los lobos? Dawes había
dicho que no debería haber obstáculos como ese. ¿Podría Alex culpar a Anselm
por eso también?

—Siento que alguien me tiró una casa encima —dijo Turner.


353

—Resaca infernal —dijo Tripp. Se había secado las lágrimas y el color volvía
a sus mejillas.

—Quítense los zapatos —espetó Anselm—. No dejarán rastros de lodo sobre


estos pisos.

Se quitaron los zapatos y los calcetines y luego caminaron descalzos hacia


la biblioteca detrás de Anselm, el suelo de piedra era como un bloque de hielo.

Bajo la tenue luz de los generadores, Anselm los condujo hasta una entrada
trasera que conducía a York Street, donde les permitió sentarse en los bancos
bajos y volver a calzarse los zapatos mojados.

—Detective Turner —dijo Anselm—. le pediré que se quede. —Señaló a


Mercy y Tripp—. Tú y tú. Les llamé un taxi.

—No tengo dinero en efectivo —dijo Tripp.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Anselm parecía que iba a lanzar un puñetazo. Sacó su billetera y descargó


un billete de veinte en la palma mojada de Tripp.

—Vete a casa.

—Estoy bien —dijo Mercy—. JE está justo al lado.

—La armadura —dijo Anselm—, no te pertenece.

Mercy se quitó el peto, los guanteletes y las grebas y se quedó allí de pie,
desgarbada.

—Señorita Stern —dijo Anselm, y Alex agarró la pila de armadura.

—Ve a calentarte —susurró—. Estaré en casa tan pronto como pueda. —Eso
esperaba. Tal vez estaba a punto de ser conducida más allá de los límites de la
ciudad de New Haven y tirada en una zanja.

Alex metió la armadura en la bolsa de lona empapada que habían traído.


Vio que las luminarias también estaban allí. Anselm debía haberlas 354
recuperado.

Tripp agitó la mano mientras se dirigía a la puerta. Mercy retrocedió


lentamente, como si esperara alguna señal de Alex para quedarse, pero todo lo
que Alex pudo hacer fue encogerse de hombros. Esto era todo. Esto era lo que
ella y Dawes tanto habían temido. Pero saber lo que podrían perder no había
sido suficiente para detenerlos. Y ahora literalmente habían pasado por un
infierno y regresado con las manos vacías.

Al menos no había perdido la caja de Botas de Goma Arlington. La tocó


dentro de su bolsillo húmedo. Había tenido el alma de Darlington en sus
manos. Había sentido la fuerza de su vida, verde hoja, mañana brillante. Y
había fallado.

Esperaba que Anselm los escoltara a la Cabaña o tal vez a la oficina del
pretor, para recibir algún tipo de reprimenda formal. Pero aparentemente no
estaba interesado en dejar que se secaran.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Realmente no sé por dónde empezar —dijo Anselm, sacudiendo la cabeza


como un padre decepcionado en un programa de comedia—. Involucraron a un
desconocido en los asuntos de Lethe, múltiples desconocidos.

—Tripp Helmuth es un Huesero —dijo Turner, apoyándose contra la


pared—. Él sabe sobre Lethe.

Anselm lo miró con ojos fríos.

—Soy muy consciente de quién es Tripp Helmuth, y quién es su padre, y su


abuelo, para el caso. También soy consciente de lo que habría pasado si
hubiera resultado herido esta noche. ¿Y tú?

Turner no dijo nada.

Alex trató de concentrarse en lo que decía Anselm, pero no podía pensar con
claridad. En un momento estaba hambrienta, como si no hubiera comido en
días, y en el siguiente respiro, el mundo se inclinó y quería vomitar. Todavía
estaba luchando contra los lobos. Todavía estaba en la cabeza de Hellie,
355
balanceando ese bate. Estaba sintiendo la terrible pérdida de dejar un mundo
en el que no estaba segura de querer quedarse. No se suponía que fuera así.
Debería haber sido Alex quien nunca se despertó, quien murió en ese viejo
colchón, perdida en la marea, arrastrada por el suelo de ese apartamento.
Debería ser Alex quien estuviera enterrada bajo los escombros de Black Elm en
el infierno.

Dawes tenía los puños cerrados a los costados. Parecía una vela derretida.
Su cabello rojo oscuro estaba pegado contra su piel pálida como una llama
apagada. El rostro de Turner estaba impasible. Podría haber estado esperando
en la fila para tomar un café.

—De alguna manera encontraron un Guantelete —continuó Anselm con esa


voz mesurada y apenas contenida—, en el campus de Yale, y pensaron que era
apropiado quedárselo. Realizaron un ritual no autorizado que puso en riesgo a
innumerables personas y la existencia misma de Lethe.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Pero lo encontramos. —Dawes dijo las palabras en voz baja, con los ojos
en el suelo.

—¿Disculpa?

Ella levantó la vista, su barbilla sobresalió hacia adelante.

—Encontramos a Darlington.

—Lo hubiéramos traído de vuelta aquí —dijo Turner—. Si no nos hubieras


interrumpido.

—Detective Turner, por la presente queda relevado de sus funciones como


Centurión.

—Oh, no —dijo Turner desapasionadamente—. Todo menos eso.

El rostro de Anselm se sonrojó.

—Si usted...
356
Turner levantó una mano.

—Ahórrate el aliento. Voy a extrañar el dinero extra y eso es todo. —Se


detuvo en la puerta y se volvió hacia ellos—. Esta es la primera cosa real que
he visto que Lethe o cualquiera de ustedes, los aficionados que usan capas y
agitan varitas, tratan de hacer. Di lo que quieras, pero estas dos no retroceden
ante una pelea.

Alex lo vio irse. Sus palabras de despedida la hicieron enderezarse, pero el


orgullo no le serviría ahora. De hecho, nunca había visto a nadie en las
sociedades agitar una varita, aunque sospechaba que había algunas en la
armería de Lethe. Que tal vez nunca volviera a ver. De algún modo, eso era lo
peor: no solo ser exiliada de Yale y todas las posibilidades que ello conllevaba,
sino también ser excluida de Il Bastone, un lugar que se había atrevido a
considerar como su hogar.

Recordó a Darlington, con la piedra en la mano, intentando siempre salvar


algo que no se podía salvar. ¿Era por eso que no podía darle la espalda al chico

Hell bent
LEIGH BARDUGO

dorado de Lethe? ¿Porque él no le dio la espalda a una causa perdida? ¿Porque


pensó que valía la pena salvarla a ella? Pero, ¿de qué les había servido a
cualquiera de ellos? ¿Qué iba a ser de él si no quedaba nadie en Lethe para
luchar por su rescate? ¿Y qué iba a pasar con su madre ahora que había
desperdiciado su oportunidad de conseguir una parte del dinero de Lethe de
Anselm?

Una sacudida de furia borró su impotencia.

—Vamos a seguir adelante.

—¿Estás tan ansiosa por ser expulsada del Edén? —preguntó Anselm.

—No me arrepiento de lo que hice. Solo lamento que hayamos fallado.


¿Cómo nos encontraste, de todos modos?

—Fui a Il Bastone. Sus notas estaban por todas partes. —Anselm se secó la
lluvia de la frente, claramente luchando por calmarse—. ¿Qué tan cerca
estaban?
357

Todavía podía sentir la vibración del alma de Darlington en sus palmas, su


poder atravesándola. Todavía podía escuchar ese timbre, el sonido de acero
contra acero.

—Cerca.

—Les dije a ambas que habría consecuencias. No quería que me pusieran


en esta posición.

—¿No? —preguntó Alex. Hombres como Anselm de alguna manera siempre


se encontraban en “esta posición”. El guardián de las llaves. El hombre con el
mazo—. Entonces deberías habernos escuchado.

—Ambas están excluidos del uso de las propiedades y activos de Lethe —


dijo Anselm—. Después de esta noche, si ponen un pie dentro de cualquiera de
nuestras casas seguras, se considerará un acto de allanamiento criminal. Si
intentan utilizar cualquiera de las cuentas, artefactos o recursos asociados con
Lethe, se le acusará de robo. ¿Lo entienden?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Por eso no los había llevado a la Cabaña, el lugar donde Alex se había
refugiado una vez, donde se había vendado en más de una ocasión, donde
Dawes la había defendido una vez contra Sandow. Podía oír los coches que
pasaban bajo la lluvia fuera, el alboroto de los juerguistas que se dirigían a
casa desde alguna fiesta de Halloween.

—Necesito una confirmación verbal —dijo Anselm.

—Entiendo —susurró Dawes, con lágrimas derramándose por sus mejillas.

—Deberías ponerla en período de prueba —dijo Alex—. Adelante,


destiérrame. Todos sabemos que aquí soy la manzana podrida. Dawes es un
activo que Lethe no puede permitirse perder.

—Desafortunadamente, señorita Stern, no creo que Lethe pueda permitirse


el lujo de quedarse con ninguna de ustedes. La decisión está tomada. ¿Lo
entiendes?

Ahora había un filo en su voz, su calma burocrática y de seguir las reglas se


358
deshilachaba contra su ira.

Alex encontró su mirada.

—Sí, señor. Entiendo.

—No merezco tu desprecio, Alex. Me ofrecí a ayudarte, me miraste a los ojos


y me mentiste.

Se le escapó una risa amarga.

—No te ofreciste a ayudarme hasta que supiste que tenía algo que querías.
Me estabas usando y estaba feliz de prostituirme por el precio correcto, así que
no finjamos que hubo algo noble en esa transacción.

El labio de Anselm se curvó.

—Tú no perteneces aquí. Nunca has pertenecido. Burda. Tosca. Ignorante.


Eres una plaga en Lethe.

—Ella luchó por él —dijo Dawes con voz áspera.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Disculpa?

Dawes se pasó la manga por la nariz que moqueaba. Sus hombros aún
estaban caídos, pero sus lágrimas se habían ido. Sus ojos estaban despejados.

—Cuando usted y el comité quisieron fingir que Darlington no podía


salvarse, encontramos una manera. Alex luchó por él, luchamos por él, cuando
nadie más lo hizo.

—Ponen en riesgo esta organización y la vida de todos en este campus.


Manipularon fuerzas mucho más allá de su comprensión o control. No piensen
en retratarse como héroes cuando rompieron todas las reglas destinadas a
proteger…

Dawes resopló largamente.

—Sus reglas son una mierda. Vamos, Álex.

Alex pensó en la Cabaña, en todo su esplendor, el viejo asiento junto a la


359
ventana, las escenas pintadas de pastores y cacerías de zorros en las paredes.
Pensó en Il Bastone, en la cálida luz de la lámpara, en el salón delantero donde
había pasado el verano, dormitando en el sofá, leyendo libros de bolsillo,
sintiéndose segura y tranquila por primera vez en su vida.

Saludó a Anselm con ambos dedos medios y siguió a Dawes fuera del Edén.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

29
Traducido por Azhreik

Cuando Alex se despertó a la mañana siguiente, le dolía el cuerpo y no podía


evitar que le castañetearan los dientes, a pesar de las mantas que tenía
apiladas encima. Su desafío y su ira habían desaparecido, absorbidos por las
pesadillas de Darlington aplastado bajo Black Elm, Hellie desvaneciéndose ante
sus ojos, el cuerpecito ensangrentado del Conejo Babbit.

Después de que Anselm las desterró, Alex invitó a Dawes a quedarse con
ella y Mercy en el dormitorio. Estaba más cerca de la Cabaña que de su
apartamento. Pero Dawes quería estar sola.

—Solo necesito algo de tiempo para mí. Yo… —Se le quebró la voz.
360

Alex vaciló y luego dijo:

—Alguien tiene que ir a Black Elm.

—Todas las cámaras están despejadas —dijo Dawes—. Pero lo veré mañana.

«Lo que sea que soy se desatará sobre el mundo.» Alex había visto parpadear
el círculo de protección.

—No deberías ir sola.

—Le preguntaré a Turner.

Alex sabía que debería prestarse voluntaria, pero no estaba segura de poder
enfrentarse a Darlington, de ninguna forma. ¿Sabía lo cerca que habían
llegado? Él había estado allí. La había salvado una vez más y había sacrificado
su oportunidad de libertad. No estaba lista para mirarlo a los ojos.

—Fuiste a verlo —dijo Dawes—. La noche antes del ritual.

Debía haberla visto en la cámara.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Tenía que conseguir la vasija.

—No quiere hablar conmigo. Simplemente se sienta allí meditando o lo que


sea.

—Está tratando de mantenernos a salvo, Dawes. Como siempre lo hizo.

Excepto que esta vez él era la amenaza. Dawes asintió, pero ella no parecía
convencida.

—Ten cuidado —dijo Alex—. Anselm...

—Black Elm no es propiedad de Lethe. Y alguien tiene que cuidar de Cosmo.


De ambos.

Alex observó a Dawes desaparecer bajo la lluvia. No estaba hecha para


cuidar de nadie ni de nada. Hellie era prueba de ello. El Conejo Babbit.
Darlington.

Había caminado a casa empapada, se había puesto un pijama seco, se 361


había comido cuatro Pop-Tarts y se había acostado en la cama. Ahora se dio la
vuelta, temblando de frío y hambrienta.

Mercy estaba sentada en la cama, tenía una copia de Orlando abierta sobre
el regazo, había una taza de té humeante encima de la maleta vintage volcada
que usaba como mesita de noche.

—¿Por qué no podemos simplemente intentarlo de nuevo? —preguntó


Mercy—. ¿Qué nos detiene?

—Buenos días a ti también. ¿Cuánto tiempo has estado despierta?

—Un par de horas.

—Mierda. —Alex se sentó demasiado rápido, la cabeza le dio vueltas


inmediatamente—. ¿Qué hora es?

—Casi mediodía. Lunes.

—¿Lunes? —gritó Alex. Había perdido todo el domingo. Había dormido casi
treinta y seis horas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Sí. Te perdiste Español.

¿Qué importaba? Sin su beca de Lethe no habría forma de que


permaneciera en Yale. Había perdido la oportunidad de alejarse de Eitan.
Había perdido la oportunidad de una nueva vida para su madre. ¿La dejarían
terminar el año? ¿El semestre?

Pero todo era demasiado miserable para pensar en ello.

—Me muero de hambre —dijo—. ¿Y por qué hace tanto frío aquí?

Mercy rebuscó en su bolso.

—Te traje dos emparedados de tocino del desayuno. Y no hace tanto frío. Es
porque te rozaste con el fuego del infierno.

—Eres un ángel hermoso —dijo Alex, arrebatándole los emparedados y


desenvolviendo uno—. ¿Ahora de qué carajo estás hablando?

—Nunca estudias. 362


—No nunca —murmuró Alex, con la boca llena.

—Leí las notas de Dawes, no el material de origen, pero el contacto con el


fuego del infierno puede dejarte con una sensación de frío e incluso provocar
hipotermia.

—¿Eso era la llama azul?

—¿La qué?

Alex tuvo que recordar que Mercy no tenía idea de lo que había sucedido en
el inframundo.

—¿Cómo es el fuego del infierno?

—No estoy segura —dijo Mercy—. Pero se considera el tejido del mundo de
los demonios.

—¿Cuál es el tratamiento?

Mercy cerró su libro.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Eso está menos claro. Sugieren sopa casera y versículos de la Biblia.

—Sí, por favor, y no, gracias.

Alex se arrastró fuera de la cama y buscó a tientas en su tocador. Se puso


una capucha sobre su sudadera. ¿Se le permitía seguir usando las sudaderas
de Lethe? ¿Se suponía que debía devolverlas? No tenía idea. Tenía muchas
preguntas que debería haberle hecho a Anselm en lugar de burlarse de él, pero
aun así, había sido muy satisfactorio.

Encontró la diminuta botella de basso belladonna encajada contra la parte


posterior del cajón y se echó gotas en ambos ojos. Era imposible que pudiera
sobrevivir a este día sin un poco de ayuda.

«¿Qué nos detiene?» había preguntado Mercy. La respuesta era que nada.
Alex no quería volver a pasar por el infierno. Pero si lo habían hecho una vez,
entonces sabrían qué esperar la segunda vez. Dawes tendría que elegir una
noche de pronosticación, suponiendo que ella y los demás estuvieran 363
dispuestos a hacer una segunda vuelta en el Guantelete, y no tendrían
armadura para Mercy, pero podrían cargarla con otras protecciones, encontrar
la manera de burlar las alarmas si no podían preparar otra tempestad. ¿Por
qué no intentarlo de nuevo? ¿Qué había que perder? Se habían acercado tanto
que tenían que intentarlo de nuevo.

Revisó su teléfono. Había un mensaje de Dawes del día anterior.

[Todo despejado en Black Elm.]

[¿Sin cambios?] respondió.

Siguió una larga pausa y finalmente:

[Está justo donde lo dejamos. El círculo no luce bien.]

Porque se estaba debilitando.

Era posible que no pudieran esperar una noche de pronosticación. Ese era
el otro problema. Anselm las había regañado por poner en peligro a Lethe y al

Hell bent
LEIGH BARDUGO

campus. Pero él realmente no entendía el juego que estaban jugando. No sabía


que Darlington estaba atrapado entre mundos, que la criatura sentada en el
salón de baile de Black Elm era tanto un demonio como un hombre. Y Alex no
se lo iba a decir. Tan pronto como Anselm entendiera lo que habían hecho,
encontraría algún hechizo para desterrar a Darlington al infierno para siempre
en lugar de arriesgarse a volver a usar el Guantelete.

—Lamento que anoche haya sido un espectáculo de mierda —dijo Alex.

—¿Estás bromeando? —dijo Mercy—. Fue grandioso. Estoy bastante segura


de que vi a William Chester Minor. Honestamente, pensé que sería mucho más
difícil.

«Deberías haber estado luchando contra lobos con nosotros.»

—Creo que me van a echar de la escuela —soltó Alex.

—¿Es eso... una predicción o un plan?


364
Alex casi se rio.

—Una predicción.

—Entonces tenemos que recuperar a Darlington. Él puede defender tu caso


ante Lethe. Y tal vez asustarlos con una demanda o algo así.

Tal vez podría. Tal vez tendría más en mente después de una estadía
prolongada en el infierno. No lo sabrían hasta que volvieran a atravesar el
Guantelete. Pero Dios, Alex estaba cansada. El descenso había sido como una
paliza y no era sólo su cuerpo lo que dolía.

Envió un mensaje de texto a su chat grupal:

[¿Todos bien?]

La respuesta de Tripp llegó primero.

[Me siento como una mierda. Creo que tengo un resfriado.]

Todo lo que dijo Turner fue [Leído]

Hell bent
LEIGH BARDUGO

[Si alguien tiene una cocina, puedo hacer sopa. Eso debería ayudar.] respondió
Dawes y Alex sintió una nueva ola de culpa. Dawes tenía un microondas y un
hornillo en su pequeño apartamento, pero no tenía una cocina de verdad.
Deberían reunirse en Il Bastone, curarse para la próxima pelea, hacer un plan.
Pensó en la casa esperándolos. ¿Sabía lo que habían intentado? ¿Se estaba
preguntando por qué no habían regresado?

Alex se pasó las manos por la cara. Se sentía cansada y perdida. Extrañaba
a su mamá. Amaba a Mercy, pero por primera vez en mucho tiempo, realmente
quería estar sola. Quería comerse el segundo emparedado de tocino, luego
acurrucarse y llorar un buen rato. Quería ir a Black Elm y subir corriendo esas
escaleras, contarle a Darlington o al demonio o lo que fuera que estaba
luchando contra Linus Reiter, sus problemas con Eitan. Quería contarle hasta
la última cosa terrible y ver si se estremecía.

—¿Estás bien? —preguntó Mercy.


365
Alex suspiró.

—No.

—¿Deberíamos saltarnos la clase?

Alex negó con la cabeza. Necesitaba aferrarse a este mundo todo el tiempo
que pudiera. Y no quería pensar en Darlington, Lethe o el infierno durante
unas horas. Si Lethe no la dejaba terminar el semestre, ¿qué haría? Localizar
las salidas. Hacer un plan. Ella no era la chica que había sido antes. No estaba
indefensa. Sabía cómo manejar a los Grises. Tenía poder. Podría conseguir un
trabajo. Ir a la universidad comunitaria. Demonios, podría escuchar a algunos
fantasma y trabajar para algunos imbéciles ricos de Malibú. Galaxy Stern,
psíquica de las estrellas.

Tomó una larga ducha caliente, luego se cambió y se puso vaqueros y botas
y el suéter más grueso que tenía. Su clase de Shakespeare y la Metafísica
estaba en LC, y Alex se preguntó qué pasaría si se encontrara con el pretor.
¿La miraría el profesor Walsh-Whiteley con lástima? ¿La ignoraría

Hell bent
LEIGH BARDUGO

directamente? Pero si el profesor estaba en algún lugar entre la multitud de


estudiantes, ella no lo vio.

Estaban entrando en clase cuando Alex escuchó que la llamaban por su


nombre. Vislumbró una cabeza familiar de cabello oscuro entre la multitud.

—Vuelvo enseguida —le dijo a Mercy, deslizándose en el flujo de personas—.


¿Michelle?

¿Habría enviado ya el pretor a buscar a Michelle Alameddine para


reemplazarla?

—Hola —dijo Michelle—. ¿Cómo lo llevas?

Mejor que “te lo dije”.

—Realmente no lo sé todavía. ¿Te reunirás con Walsh-Whiteley?

Hubo una pequeña pausa antes de que Michelle respondiera:

—Tenía que hacer un recado para Butler. 366


—¿Aquí? —Michelle se veía bien arreglada para una reunión de trabajo:
falda oscura, jersey de cuello alto gris, botas de gamuza y un bolso a juego.
Pero ella trabajaba en donaciones y adquisiciones en la Biblioteca Butler. Un
recado debería llevarla a Beinecke o a Sterling, no al departamento de
literatura.

—Era el lugar más fácil para reunirse.

Alex no tenía la percepción de la verdad de Turner, ese cosquilleo que había


sentido cuando había estado en su cabeza, pero aun así sabía que Michelle
estaba mintiendo. ¿Estaba tratando de no lastimar los sentimientos de Alex?
¿O se suponía que debía mantener la confidencialidad de cualquier asunto
relacionado con Lethe ahora que Alex había sido excomulgada?

—Michelle, estoy bien. No tienes que andar de puntillas a mi alrededor.

Michelle sonrió.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Está bien, me atrapaste. No hay reunión en LC. Tenía que venir a New
Haven y quería ver cómo estabas.

«Nadie nos cuida excepto nosotras mismas». Eso fue lo que dijo Michelle
cuando trató de advertir a Alex que no usara el Guantelete. Aun así…

—Todo este ir y venir debe estar aniquilándote. ¿Cómo estuvo la cena con
los padres de tu novio?

—Oh, bien —dijo con una pequeña risa—. Los he conocido antes. Mientras
evitemos hablar de política, son geniales.

Alex consideró sus opciones. No quería asustar a Michelle, pero tampoco


quería seguir bailando.

—Sé que no regresaste a la ciudad esa noche.

—¿De qué estás hablando?

—Me dijiste que ibas a volver a Nueva York. Dijiste que tenías que abordar 367
un tren, pero no te fuiste hasta la mañana siguiente.

El color inundó las mejillas de Michelle.

—¿En qué te incumbe eso?

—Dos asesinatos en el campus significan que tengo que ser escéptica.

Pero Michelle había recuperado la compostura.

—No es que sea de tu incumbencia, pero estoy viendo a alguien aquí y trato
de venir a la ciudad un par de veces al mes. Mi novio está bien con eso, e
incluso si no lo estuviera, no merezco que me interroguen. Estaba preocupada
por ti.

Alex sabía que se suponía que debía disculparse, ser amable. Pero estaba
demasiado cansada para jugar a la diplomacia. Había tenido el alma de
Darlington en sus manos, y en ella había sentido la afinación pesada y
soñolienta de un violonchelo, el aleteo repentino y exultante de los pájaros

Hell bent
LEIGH BARDUGO

alzando el vuelo. Si Michelle se hubiera arriesgado, aunque sea un poco,


podrían haber estado mejor preparados. Podrían haber tenido éxito.

—Lo suficientemente preocupada como para aparecer con una sonrisa —


dijo Alex—, pero no lo suficiente como para ayudar a Darlington.

—Te expliqué...

—No tenías que hacer el descenso con nosotros. Necesitábamos tu


conocimiento. Tu experiencia.

Michelle se humedeció los labios.

—¿Hiciste el descenso?

Así que no había hablado con Anselm ni con el comité, no se había reunido
con el pretor. ¿Estaba realmente preocupada por Alex? ¿Estaba Alex tan poco
acostumbrada a la idea de la amabilidad que al instante desconfiaba de ella?
¿O era Michelle Alameddine una mentirosa experta?
368
—¿Qué haces aquí, Michelle? ¿Qué estabas haciendo realmente en New
Haven la noche en que murió el decano Beekman?

—Tú no eres un detective —espetó Michelle—. Apenas eres una estudiante.


Ve a clase y quédate fuera de mi vida personal. No volveré a perder mi tiempo
contigo.

Giró sobre sus talones y desapareció entre la multitud. Alex estuvo tentada
de seguirla.

En cambio, se deslizó a su clase de Shakespeare. Mercy le había guardado


un asiento, y tan pronto como Alex se acomodó, revisó su teléfono. Dawes se
dirigía al desván de Tripp para cocinar.

Alex mensajeó a Turner en privado.

[Michelle Alameddine está en el campus y creo que acaba de mentirme sobre la


razón.]

La respuesta de Turner llegó rápidamente.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

[¿Que te ha dicho?]

[Dijo que estaba haciendo un recado para la Biblioteca Butler.]

Esperó, mirando la pantalla. Dudo.

[Ella no trabaja en Butler]

[¿Desde cuándo?]

[Nunca trabajó allí.]

¿Qué era esto? ¿Por qué Michelle le había mentido a ella, y a Lethe, sobre su
trabajo en Columbia? ¿Por qué estaba realmente en el campus y por qué había
rastreado a Alex? ¿Y qué había del hecho de que, cuando Alex se refirió a dos
asesinatos, Michelle no parpadeó? De acuerdo a lo que la mayoría sabía en el
campus, solo hubo un asesinato. Marjorie Stephen, una mujer que Michelle sí
conocía, supuestamente había muerto por causas naturales. Pero Michelle no
tenía motivos para lastimar a ninguno de los profesores. Al menos ninguno que
369
Alex conociera.

No podía concentrarse en la lección, aunque en realidad había hecho la


lectura. Parte de la razón por la que había dejado que Mercy la convenciera de
esta clase era porque ya había cubierto dos semestres de las obras de
Shakespeare. Había mucho más por leer, porque siempre lo había, pero al
menos ya no tenía que fingir haber leído en cada clase.

Tal vez había una ventaja en todo este desastre. No más problemas con las
clases. No más ver a las divas tragar mierda de pájaro por el bien de un álbum
exitoso. Alex trató de imaginar cómo sería la vida al otro lado de todo esto, y
era demasiado fácil de imaginar. No quería volver al resplandor cálido y eterno
de Los Ángeles. No quería hacer un trabajo de mierda y ganar dinero de mierda
y sobrevivir con retazos de esperanza, días libres, una cerveza y un polvo para
hacer el mes más llevadero. No quería olvidarse de Il Bastone, con su estéreo
de hojalata y sus sofás de terciopelo, la biblioteca a la que había que engatusar
para que entregara sus libros, la despensa que siempre estaba llena. Quería

Hell bent
LEIGH BARDUGO

madrugadas y aulas sobrecalentadas, conferencias sobre poesía, pupitres de


madera demasiado estrechos. Ella quería quedarse aquí.

Aquí. Donde su profesor estaba comparando La tempestad con Doctor


Faustus, trazando líneas de influencia, mientras las palabras cantaban a través
de la habitación. «Vaya, esto es el infierno, y no estoy fuera de él.» Aquí, bajo el
techo altísimo, los candelabros de bronce flotaban ingrávidos, rodeados de
paneles de madera rojiza y ese vitral de Tiffany que no tenía nada que ver con
un salón de clases, iluminada con un azul y un verde profundos, un
exuberante púrpura y oro, agrupaciones de ángeles que no lo eran del todo a
pesar de sus alas, muchachas bonitas con vestidos de cristal con halos que
decían Ciencia, Intuición, Armonía, mientras que Forma, Color e Imaginación se
agrupaban alrededor de Arte. Los rostros siempre le parecían extraños a Alex,
demasiado sólidos y específicos, como fotografías pegadas en la escena, Ritmo
era la única figura que miraba fuera del marco, con una mirada fija, y Alex
siempre se preguntaba por qué. 370

El vitral de Tiffany se había encargado en honor a una mujer muerta. Su


nombre, María, estaba inscrito en el libro que sostenía uno de los ángeles
arrodillados que no eran ángeles. Los paneles habían sido guardados durante
los juicios de Pantera Negra, en caso de disturbios. Habían sido mal
etiquetados y dejados pudrirse en cajas, hasta que alguien tropezó con ellos
décadas más tarde, como si el campus estuviera tan saciado de belleza y
riqueza que era fácil olvidar algo extraordinario, o simplemente llorarlo como
perdido.

«¿De qué sirve?» se preguntó Alex. ¿Y necesitaba un propósito? Las ventanas


eran belleza por sí misma, por el placer de serlo, miembros suaves, cabello
suelto, ramas cargadas de flores, todo ello escondido en una lección sobre la
virtud, pensada como una conmemoración. Pero le gustaba esta vida llena de
belleza sin sentido. Todo podía desaparecer tan fácilmente como un sueño, solo
que el recuerdo no se desvanecería como lo hacían los sueños. La perseguiría el
resto de su larga y mediocre vida.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Una chica estaba apoyada contra la pared debajo de la ventana de Tiffany, y


Alex tuvo que ignorar la punzada que sintió ante el brillo de su cabello dorado
y su piel color miel. Se parecía a Hellie. Y nadie tenía un bronceado así antes
de las vacaciones de invierno.

De hecho, se parecía exactamente a Hellie.

La chica la miraba fijamente, tenía ojos azules tristes. Llevaba una camiseta
negra y vaqueros. El corazón de Alex se aceleró de repente. Debía de estar
alucinando, otro síntoma de su resaca literal del infierno. Ella sabía la verdad,
pero una esperanza salvaje entró en su cabeza antes de que pudiera detenerla.
¿Y si Hellie la hubiera encontrado de algún modo a través del Velo? ¿Y si
hubiera sentido la presencia de Alex en el inframundo y hubiera cruzado para
encontrarla por fin? Pero los Grises siempre lucían como al morir, y Alex nunca
olvidaría la piel pálida de Hellie, el vómito secándose en su camisa.

—Mercy —susurró Alex—, ¿ves a esa chica debajo del vitral de Tiffany? 371
Mercy estiró el cuello.

—¿Por qué te está mirando? ¿La conocemos?

No, porque Alex había borrado cada pedacito de su antigua vida, lo bueno
junto con lo malo. No había colocado una foto de Hellie encima de su tocador.
Ni siquiera le había dicho su nombre a Mercy. Y la chica que estaba allí debajo
de todos esos ángeles que no eran ángeles no podía ser Hellie porque Hellie
estaba muerta.

La chica rubia se dirigió hacia la puerta trasera de la sala de conferencias.


Esto se sentía como una prueba, y Alex sabía muy bien que debía quedarse
donde estaba, agarrar su bolígrafo, prestar atención, tomar notas. Pero ella no
podía más que seguirla.

—Vuelvo enseguida —le susurró a Mercy, y agarró su abrigo, dejando atrás


su bolso y sus libros.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

«No es ella» Lo sabía. Por supuesto que lo sabía. Abrió la puerta de High
Street. Estaba anocheciendo, la noche de noviembre caía temprano. Alex vaciló,
de pie en la acera, mirando a la chica cruzar la calle. El asfalto parecía un río y
no quería meterse en él. El puente de High Street parecía flotar sobre él, con
sus mujeres de piedra aladas recostadas suavemente contra el arco. El
arquitecto había sido un Huesero. También había diseñado y construido su
catacumba. No podía recordar su nombre.

—¿Hellie? —gritó, vacilante, insegura, temerosa. ¿Pero de qué? ¿Que la niña


volteara o que no?

La chica no se detuvo, simplemente cruzó el callejón al lado de Cráneo y


Huesos.

«Déjala ir.»

Alex salió a la calle y corrió tras ella, siguiendo el brillo dorado de su pelo
por los escalones, hasta el jardín de esculturas donde había hablado con 372
Michelle hacía sólo una semana.

Hellie estaba de pie bajo los olmos, era una llama amarilla en la luz azul del
crepúsculo.

—Te extrañé —dijo.

Alex sintió que algo se desgarraba en su interior. Esto no era posible. Mercy
había visto a esta chica. Ella no era una Gris.

—Yo también te extrañé —dijo Alex. Su voz sonaba mal, ronca—. ¿Qué
pasa? ¿Qué eres?

—No sé. —Hellie se encogió de hombros.

Tenía que ser una ilusión. Una trampa. ¿Qué habían hecho en el infierno
que podía lograr esto? Aquí había peligro. Tenía que haberlo. Los deseos no
solo se concedían. La muerte era definitiva, incluso si tu alma continuaba
hacia el Velo, el cielo, el infierno, el purgatorio o algún reino demoníaco. «Mors
vincit omnia.»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex dio un paso, luego otro. Se movió lentamente, medio esperando que la
chica, Hellie, saliera corriendo.

Sus ojos captaron un movimiento en las ramas de arriba. El Gris de pelo


rizado, el pequeño niño muerto, estaba agachado allí, susurrando algo para sí
mismo, el sonido era suave, como el susurro de las hojas.

Otro paso. Hellie era el sol de California, ojos azul claro, una chica de
revista. No era posible. Se habían despedido con sangre y venganza, en las
aguas poco profundas y turbias del río de Los Ángeles. La fuerza de Hellie la
había llevado de vuelta al apartamento donde permanecía su cuerpo frío. Le
había suplicado a Hellie que se quedara y luego se había acostado, esperando a
medias que no se despertara. Cuando lo hizo, los policías le estaban enfocando
una linterna sobre los ojos, y Hellie, el único sol en su vida, se había ido.

—Mierda, Alex —dijo Hellie—. ¿Qué estás esperando?

Álex no lo sabía. Brotó una risa, o tal vez un sollozo. Echó a correr, y luego 373
sus brazos rodearon a Hellie, con la cara enterrada en su cabello. Olía a
champú de coco y su piel estaba cálida como si hubiera estado tumbada al sol.
No era un Gris, ni una cosa no-muerta, era cálida, humana y viva.

¿Y si esto no era un castigo o un juicio? ¿Y si, por una vez, la suerte corría
en su dirección en lugar de lejos de ella? ¿Y si ese era su premio por tanto
daño? ¿Y si, esta vez, la magia hubiera funcionado como se suponía que debía,
como en las historias?

—No entiendo —dijo mientras se sentaban en un banco debajo del árbol.


Apartó el cabello rubio sedoso del rostro bronceado de Hellie, maravillándose
de sus pecas, sus pestañas casi blancas, su diente frontal desportillado de
cuando se había caído de su patineta en Balboa Park—. ¿Cómo?

—No lo sé —susurró Hellie—. Estaba… no sé dónde estaba. Y ahora estoy…


—Miró a su alrededor confundida—. Aquí.

Yale.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Qué?

Álex se rio.

—Universidad de Yale. Soy una estudiante aquí.

—Es una mierda.

—Lo sé. Lo sé.

—¿Traes algo?

Alex negó con la cabeza.

—Yo no... realmente ya no me interesa eso.

—Claro —dijo Hellie con una risa—. Chica universitaria. Pero necesito algo.
Solo para relajarme.

Alex no iba a decir que no. No cuando Hellie estaba aquí frente a ella. Viva.
Dorada y perfecta.
374
—Encontraré algo.

—Bien.

—No tienes que susurrar —dijo Alex, frotando los brazos de Hellie—.
Estamos a salvo aquí.

Hellie miró por encima del hombro y luego más allá de Alex, como si
esperara que algo saliera dando tumbos de la oscuridad.

—Alex —dijo, todavía susurrando—, no creo que lo estemos.

—Te cubro las espaldas. Lo prometo. Soy más fuerte ahora, Hellie. Puedo
hacer cosas.

—Len...

—No te preocupes por él.

—Él te extraña.

Alex sintió que algo frío se deslizaba en su interior.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No quiero hablar de él.

—Deberías darle otra oportunidad.

—Está muerto. Lo maté. Lo matamos juntas.

—Yo también estaba muerta, ¿no?

—Sí —dijo Alex, y ahora ella también estaba susurrando—. Estabas. Y te


extrañé todos los días.

—Deberías haber venido por mí —dijo Hellie, sus ojos eran oscuros en la
penumbra, brillaban con lágrimas—. Deberías haberme ayudado.

—No sabía que podía. —Alex no quería llorar, pero no tenía sentido luchar
contra las lágrimas—. Está bien. Lo prometo. Puedo protegerte.

La mirada de incredulidad de Hellie la dolió.

—No pudiste protegerme antes.


375
Eso era cierto. Solo Alex había sobrevivido a la Zona Cero, a Len y Ariel.

—Las cosas son diferentes ahora.

—Len puede ayudarnos.

Alex secó las lágrimas de Hellie.

—Deja de hablar de él. Él está muerto. Él no puede hacernos daño.

—Él puede cuidarnos. No podemos hacer esto solas.

Alex quería gritar, pero forzó a que su voz sonara calmada. No sabía por lo
que había pasado Hellie desde que había muerto. No sabía lo que le había
costado volver al mundo de los mortales.

—Te lo digo, ya no es así. Puedes quedarte conmigo. Puedo ayudarte a


conseguir un trabajo, ir a la escuela, lo que quieras. Será como siempre
dijimos. No lo necesitamos.

—Eso es solo fingir, Alex. —El desprecio de Hellie era tan firme, tan familiar,
que Alex sintió una vacilante duda. ¿Y si nada de esto era real? El patio. Las

Hell bent
LEIGH BARDUGO

torres de Jonathan Edwards y Huesos. Yale. ¿Y si todo era una estúpida


fantasía que había inventado?

Alex negó con la cabeza.

—Es real, Hellie. Vamos. —Se puso de pie, tirando de su mano—. Te


mostraré.

—No. Tenemos que quedarnos aquí. Tenemos que esperar a Len.

—A la mierda Len. Que se jodan todos.

Algo susurró en los arbustos. Alex se dio la vuelta, pero no había nada allí.
Miró hacia las ramas del árbol. El pequeño fantasma gemía suavemente,
agazapado en la rama. No jugaba, no jugaba al escondite. Estaba aterrorizado.
¿De qué?

Alex tiró de las manos de Hellie y la puso de pie.

—Tenemos que irnos, ¿de acuerdo? Podemos hablar de Len o de lo que sea, 376
pero salgamos de aquí. Te traeré algo de comer... o cualquier cosa que
necesites. Por favor.

—Dijiste que podías protegernos.

—Puedo hacerlo —dijo Alex. Pero se sentía un poco menos segura. ¿Contra
los Grises? Por supuesto. ¿Contra los malos novios? Bien podría hacer lo mejor
que pudiera. Pero también sabía que estaba cayendo la noche y que había
criaturas como Linus Reiter en algún lugar—. Necesito que confíes en mí.

Los ojos de Hellie estaban tristes.

—Confiaba.

Si Hellie hubiera regresado enojada o vengativa o sedienta de sangre, Alex


podría haberlo manejado, tal vez incluso haberlo recibido con agrado. Habrían
hecho arder el mundo juntas. Pero este dolor de culpa y vergüenza era
demasiado. Iba a ahogarse en él.

—Dime qué hacer para arreglarlo —dijo Alex—. Dime qué decir.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Hellie le tocó la mejilla. Su pulgar rozó el labio inferior de Alex.

—Sabes que esa boca solo sirve para una cosa, Alex. Y no es hablar.

Alex retrocedió. Hellie no hablaba de esa manera. Len sí.

Pero los dedos de Hellie se clavaron en su cráneo, acercándola más.

—Hellie...

—Él fue bueno con nosotras —siseó Hellie—. Él nos cuidó.

—Suéltame.

—Él era todo lo que teníamos y tú lo mataste.

—¡Quería tirarte como una bolsa de basura!

—Me dejaste morir.

Hellie la arrojó al suelo y Alex cayó de rodillas. Sintió la patada en su


costado, y luego su rostro fue empujado contra el suelo, el olor a hojas
377
podridas y agua de lluvia llenó su nariz.

—Me dejaste morir, Alex. Len no.

Hellie tenía razón. Si se hubiera despertado cuando Hellie llegó esa noche, si
hubiera llegado a casa antes, si no se hubiera quedado dormida en el cine en
primer lugar, si le hubiera dicho a Len que no, que todo había terminado. Si
hubiera hecho que se quedaran en Las Vegas, podrían estar allí ahora mismo,
mirando todos los hermosos cristales de ese gran hotel, oliendo el perfume y el
olor a cigarrillo viejo debajo de ellos.

Hellie empujó la nuca de Alex, pero Alex no estaba luchando, estaba


llorando, porque le había fallado a Hellie una y otra y otra vez.

—Así es. —Hellie le dio la vuelta y empujó un puñado de hojas podridas en


la boca de Alex—. Me ahogué con mi propio vómito acostada a tu lado. ¿Pero
culpaste a Len por eso? Permití que Ariel me cogiera. Puso una especie de
picana eléctrica en mi interior. Pensó que era gracioso la forma en que salté

Hell bent
LEIGH BARDUGO

cuando me cogió por el culo. Lo hice por nosotras. Hice los sacrificios, pero
aquí estás con tus nuevas amigas y tu ropa nueva, fingiendo que me amabas.

—Te amaba —trató de decir Alex. «Aun te amo.»

—Tú deberías haber muerto, no yo. Yo fui la que terminó la escuela. Yo era
la que tenía una familia real. Me dejaste morir y me robaste la vida que debería
haber sido mía.

—Lo siento. Hellie, por favor. Puedo arreglarlo...

Hellie la golpeó, un golpe lateral, no lo suficiente para herirla de verdad, solo


lo suficiente para callarla.

Su cuerpo sentado encima de Alex estaba caliente. Muy caliente. Sus manos
habían estado calientes cuando Alex las sostuvo. Sus mejillas habían estado
calientes cuando Alex le tocó la cara.

A pesar de que solo llevaba una camiseta.


378
Aunque era noche de noviembre en New Haven.

Alex buscó debajo de su cuello el collar de perlas de sal. Habían


desaparecido, se habían caído en alguna parte… No, el alambre roto todavía
estaba allí, aún colgaban dos perlas. Cogió una y la aplastó con la mano,
arrojando el polvo al aire húmedo.

La cosa encima de ella se encogió hacia atrás, un chillido agudo y alto


escapó de sus labios. Sus ojos eran negros, no de ese azul océano Pacífico que
tanto le gustaba a Alex. Porque este monstruo no era Hellie en absoluto.
Porque la magia nunca hacía nada bueno. No había premio al final de todo tu
sufrimiento. No había más recompensa que la supervivencia. Y lo muerto
estaba muerto.

—Eso es lo que pensé —dijo Alex, escupiendo hojas y tierra, tambaleándose


mientras intentaba ponerse de pie. ¿Cuántas veces antes no se levantó?

—Me dejaste —dijo Hellie, y su voz se quebró.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

No importaba que Alex supiera que no era realmente Hellie. Nada podía
detener el dolor dentro de ella, el arrepentimiento. Esos eran reales. Pero esta
vez Alex pudo ver algo más en los ojos de Hellie, no solo dolor sino algo
anhelante. Apetito.

«Los demonios se nutren de nuestras emociones básicas.» Alimentados por la


lujuria o el amor o la alegría. O miseria. O vergüenza.

—Tienes hambre, ¿verdad? —dijo Alex—. Y yo estoy aquí llenándote.

Hellie sonrió, dulce y familiar.

—Siempre tienes un buen sabor, Alex.

—Tú no eres Hellie —gruñó Alex. Su brazo salió disparado, y el pequeño


Gris entró en ella con un agudo grito de lamento en sus labios. Probó el
alcanfor, escuchó el clip-clop de los cascos de los caballos, olió el agua de
rosas: su madre lo usaba. Empujó al demonio con ambas manos, pero no se
tambaleó hacia atrás. Saltó al muro bajo que bordeaba el jardín, con el cuerpo
379
en equilibrio.

La mente de Alex estaba gritando. Ángel-no-ángel. Hellie-no-Hellie. Pero se


parecía a ella, se movía con su gracilidad.

—No puedes simplemente dejarnos —dijo el demonio con la voz de Hellie—.


Somos tu familia.

Y lo habían sido. No solo Hellie, también Len. Betcha. Fueron todo lo que
tuvo durante tanto tiempo. Quería rasparlo todo, dejar nada más que un
hueco, como el agujero de la bomba en el viejo apartamento. Ella había
construido algo nuevo y brillante sobre ese lugar vacío.

—¿Por qué tienes una segunda oportunidad? —exigió Hellie, moviéndose


hacia ella—. ¿Una nueva vida?

Alex sabía que debía huir, pero se encontró tratando de formar una
respuesta, por alguna razón había sido ella y No-Hellie. «es un acertijo. Es una
trampa.» Pero también era cierto. Hellie debería haber sido la que sobrevivió.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

La mano de Hellie se deslizó alrededor de su garganta, apretando. Fue casi


una caricia.

—Debería haber sido yo —dijo—. Yo era la que estaba destinada a


recuperarse. Se suponía que debía dejarte atrás.

—Tienes razón —jadeó Alex, sintiendo lágrimas frescas en sus mejillas, la


voluntad de pelear se desvaneció—. Deberías haber sido tú. —Alex nunca
había pertenecido a esta vida, cada día era una lucha, una nueva oportunidad
para el fracaso, una guerra que no podía ganar. Hellie lo habría superado todo,
hermosa y valiente—. Debería haber sido tú —repitió, las palabras se
quebraron en sollozos mientras sus dedos se cerraban sobre las últimas perlas
de sal. Pero no fue así—. La vida es cruel. La magia es real. Y no estoy lista
para morir.

Golpeó la perla en la frente del demonio, sintiéndola explotar bajo su palma.


Fue como si el cráneo de la cosa cediera, desmoronándose como arena mojada, 380
disolviéndose en un cráter sangriento. El demonio chilló, su piel silbó y
burbujeó.

Alex corrió hacia la calle. La Cabaña estaba más cerca, pero corrió hacia Il
Bastone, dejando que la fuerza del pequeño Gris la llevara. Necesitaba la
biblioteca. Necesitaba sentirse segura de nuevo.

Buscó a tientas su teléfono y llamó a Mercy sin interrumpir el paso.

—¿Dónde estás?

—En casa. Tengo tu bolso. Tú...

—Permanece allí. No le abras la puerta a nadie que... no sé... nadie que no


debería estar vivo.

Colgó y corrió a través de Elm. Incluso con la fuerza del Gris, sus piernas ya
estaban temblando, sus músculos estaban agotados por los esfuerzos de la
última semana.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex se arriesgó a mirar hacia atrás, tratando de escanear la multitud de


estudiantes con sus sombreros y abrigos. Hizo una pausa para marcar otro
número en su teléfono. Estaba corriendo de nuevo antes de que Dawes
contestara.

—¿Sigues con Tripp? —preguntó Alex. Su voz era aguda y sin aliento—. Ve
a Il Bastone.

—Estamos vetadas de Il Bastone.

—Dawes, solo ve allí. Y haz que Turner y Tripp vayan también.

—Alex...

—¡Solo hazlo! Traje algo conmigo. Algo malo.

Alex volvió a mirar por encima del hombro, pero no estaba segura de lo que
esperaba ver. ¿A Hellie? ¿Len? ¿Algún otro monstruo?

No había nada que hacer más que seguir corriendo. 381

Hell bent
LEIGH BARDUGO

30
Traducido por Azhreik

Mientras corría por Orange Street, Alex podía sentir al pequeño Gris clamando
por ser liberado, traqueteando alrededor de su cabeza como si alguien le
hubiera dado demasiada azúcar. Pero no lo dejaría ir hasta que supiera que
podía entrar en Il Bastone.

Alex subió los escalones de un solo y torpe salto. ¿Qué significaría si esta
puerta permanecía cerrada ahora? ¿Si el comité de Lethe ya la había
desterrado de este lugar de protección? ¿De la tranquilidad, la seguridad y la
abundancia?

Pero la puerta se abrió de golpe. Alex se tambaleó al interior, cayendo hacia


382
adelante. Sintió que el fantasma del pequeño Gris se liberaba, las protecciones
le impedían entrar, incluso oculto dentro de su cuerpo. Se fue en una carrera
malhumorada, llevándose su fuerza con él. La puerta se cerró de golpe detrás
de ella, tan fuerte que las ventanas temblaron.

Alex sintió que sus muslos temblaban de fatiga. Usó la barandilla para
levantarse, sintió la madera fría bajo la palma de la mano, presionó la frente
contra el remate, las crestas del patrón de girasoles eran duros contra su piel.
Este era su hogar. No su dormitorio. Ni la calamidad que había dejado atrás en
Los Ángeles.

Respiró hondo varias veces y se obligó a mirar por la ventana del salón
delantero. Hellie, o el demonio que fingía ser Hellie, estaba de pie en la acera de
enfrente. ¿Cómo había confundido Alex a un monstruo con algo real? Hellie
tenía la gracia confiada de una atleta, tranquila en su belleza, incluso cuando
sus vidas se estaban deshilachando. Pero la cosa al otro lado de la calle se
mantuvo tensa, cautelosa, su hambre estaba apenas contenida.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

«Yo era la que debía recuperarse. Debía abandonarte.»

—Cállate —murmuró Alex. Pero no podía fingir que esas palabras eran una
mentira demoníaca. La chica equivocada había muerto en la Zona Cero.

Alex levantó su teléfono y envió un mensaje de texto al grupo.

[Hay una rubia afuera de Il Bastone. Parece una chica. NO ES UNA CHICA. Usen sal.]

Pero su mirada captó un movimiento en la acera. Dawes y Tripp. ¿Habían


visto su mensaje?

Álex vaciló. No tenía tiempo de asaltar la armería en busca de sal y armas.


No le quedaban perlas de sal. Bien. No podía quedarse allí y no hacer nada.

«Me robaste la vida. Me robaste mi oportunidad.»

Alex se estremeció y abrió la puerta.

—¡Dawes!
383
El demonio saltó al otro lado de la calle, directamente hacia Alex en el
pórtico de Il Bastone, su andar era salvaje, como a saltitos e inhumano. Alex se
preparó para el impacto.

El demonio se abalanzó sobre la cerca negra baja y luego chilló, cayó al


suelo, su carne burbujeó cuando Dawes y Tripp le arrojaron puñados de sal.

Debería haber sabido que Pamela Dawes vendría preparada.

—¡Entra! —gritó Dawes.

Alex no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Subió a trompicones las


escaleras y volvió al vestíbulo de entrada. Una vez que Dawes y Tripp
estuvieron adentro, cerraron la puerta con llave y casi se sobresaltaron cuando
sonó el timbre en la parte trasera de la casa.

Mercy y Turner estaban afuera.

—¿Estamos a salvo aquí? —preguntó Turner, sus ojos revisaban el pasillo


mientras entraban.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Un pensamiento desconcertante entró en la mente de Alex.

—¿Qué viste?

Turner se movía de una habitación a otra cerrando las cortinas como si


esperara disparos de francotiradores.

—A un hombre muerto.

—Oh Dios —jadeó Mercy. Estaba de pie junto a la ventana delantera del
salón, mirando hacia la calle.

Hellie estaba allí, pero ahora no estaba sola. Blake Keely estaba con ella, su
cabeza estaba entera y perfecta con su hermosura como de pastel de bodas.
También estaba allí un hombre de mediana edad con un traje de aspecto
barato, con los brazos cruzados, echado hacia atrás sobre los talones, como si
lo hubiera visto todo y no estuviera impresionado, junto con un tipo alto y
larguirucho que no podía tener más de veinticinco años.
384
—Spenser —dijo Tripp—. ¿Ustedes… ustedes lo ven? Pensé que estaba
imaginando cosas.

Alex los reconoció a todos. Los había visto en el infierno. Todas sus
víctimas. Todos sus demonios.

—No cerramos la puerta —dijo Dawes, su voz era áspera, asustada—. No


completamos el ritual. Nosotros...

—No lo digas —dijo Tripp—. No lo digas.

Dawes se encogió de hombros, con el rostro pálido.

—Tenemos que regresar.

Era una pregunta a medias, una súplica para que alguien la corrigiera.

—Vamos —dijo Alex—. Vamos a la biblioteca.

Dawes metió las manos dentro de su sudadera.

—Si Anselm...

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero Alex cortó el aire con la mano. Si Anselm hubiera podido expulsarnos,
lo habría hecho. Esta es nuestra casa.

Dawes vaciló, luego asintió con firmeza.

—Primero, cocinemos.

Dawes preparó una olla de sopa de pollo y albóndigas y los envió arriba con
una lista de términos de búsqueda para escribir en el Libro de Albemarle.
Cuando el estante se abrió en la biblioteca, Alex se sorprendió al descubrir que
la habitación parecía más grande, como si la casa supiera que un grupo más
grande requería más espacio.

Se sentaron a leer, cada uno con una ordenada pila de fichas provistas por
Dawes de lo que Alex sospechaba que era un suministro ilimitado. Era
demasiado pronto para volver a estar juntos, después de lo que habían visto y
todo lo que habían pasado. Necesitaban tiempo para deshacerse de los 385
recuerdos del otro, para empujar todo ese dolor y tristeza al pasado antes de
considerar otro descenso. Pero no tenían ese lujo.

Todos, excepto Mercy, todavía sufrían las secuelas del primer viaje. Alex vio
las señales. Todos estaban temblando de frío. Tripp tenía manchas oscuras
debajo de los ojos, sus mejillas generalmente sonrojadas se habían vuelto
cetrinas. Nunca había visto a Turner menos que inmaculado, pero ahora su
traje estaba arrugado y tenía una barba incipiente. Parecían atormentados.

Si realmente iban a intentar un segundo viaje al inframundo, no podía ser


solo una misión de rescate. Necesitaban saber cómo luchar contra los lobos o
lo que sea que el infierno enviara por ellos. Además, tenían que atraer a sus
demonios de regreso al infierno y asegurarse de que nada los siguiera a casa
cuando regresaran. Pero en este momento tenían que descubrir cómo
mantener a raya a esos demonios antes de que todos se volvieran locos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex había revisado algo de esto cuando estaba tratando de encontrar una
defensa contra Linus Reiter, y sabía que estaban en problemas. A diferencia de
los Grises, los demonios no eran disuadidos por memento mori o palabras de
muerte; no tenían pasados a los que desearan aferrarse, ni recuerdos de ser
humanos, ni asuntos pendientes. Darlington o Michelle Alameddine deberían
haber estado con ellos en esta biblioteca. Alguien que realmente supiera qué
eran estos enemigos y cómo superarlos.

—¿Qué has encontrado? —preguntó Dawes cuando salió por la puerta de la


biblioteca una hora más tarde.

—¿Sin sopa? —Tripp parecía como si acabara de enterarse de que Santa


Claus no existía.

—Necesita reducirse —dijo Dawes—. Y no comemos en la biblioteca.

—¿Todavía están afuera? —preguntó Mercy.

Dawes asintió.
386

—Ellos… se ven muy sólidos.

Turner golpeó el libro que estaba leyendo.

—Pensaste que habían devorado a Darlington, ¿verdad? ¿Mammon?

—Tal vez —dijo Dawes con cautela—. Hay muchos demonios asociados con
la codicia. Diablos. Dioses.

«La codicia es un pecado en todos los idiomas.» Eso era lo que había dicho
Darlington. La avaricia de Sandow. el deseo de conocimiento de Darlington.

—Pero estos demonios no están tratando de hacernos sentir codicia,


¿verdad? —preguntó Turner.

Ambición, impulso, deseo. ¿Qué era lo contrario de eso?

—Desesperanza —dijo Alex. Eso fue lo que sintió cuando Hellie, No-Hellie, le
gritó, una sensación de fatalismo, que esto era lo que le correspondía, que solo
estaba recibiendo lo que se merecía. Era una criminal que había robado la

Hell bent
LEIGH BARDUGO

oportunidad de esta vida dorada y, por supuesto, tendría que pagar un precio.
Por eso el demonio que la atormentaba tenía el rostro de Hellie en lugar del de
Len o el de Ariel. Porque Alex nunca había derramado una lágrima por ellos.
Era la pérdida de Hellie lo que había llorado—. Quieren que perdamos la
esperanza.

—Pensé que Hellie era rubia —dijo Dawes.

—Lo es —dijo Alex—. Lo era.

Mercy asintió.

—Yo también la vi. En nuestra clase de Shakespeare.

El rostro de Dawes lucía preocupado. Sin una palabra, la siguieron fuera de


la biblioteca y por el pasillo hasta el dormitorio de Dante, hasta las ventanas
que daban a Orange Street.

Los demonios seguían allí, una manada de ellos en las sombras entre las
387
farolas.

El cabello dorado de Hellie se veía negro, sus ojos oscuros. Su ropa... toda
negra.

—Se parece a ti, Alex —dijo Dawes. Y tenía razón.

Alex observó el tono cálido del cabello de Blake Keely, algo así como el rojo
brillante del moño de Dawes. El detective Carmichael llevaba un traje barato
cuando lo vio por primera vez, pero ahora ese traje se veía elegante, las líneas
más elegantes, la corbata de un color lila profundo, algo que Turner podría
usar. ¿Y Spenser parecía un poco más desafortunado, un poco menos duro y
resistente?

¿Qué había pensado Alex cuando vio a No-Hellie al otro lado de la calle de Il
Bastone? Que no tenía la gracia despreocupada y atlética de Hellie. Que
parecía cautelosa, tensa. Porque se estaba mirando a sí misma. Esa ira
electrizante era de la propia Alex.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex cerró las pesadas cortinas azules. Había aprendido a amar esta
habitación, los dibujos que reflejaban las vidrieras al final de la tarde, la tina
con patas de garras que aún no había tenido el valor de usar.

—Creo que sé lo que le pasó a Linus Reiter.

—¿Quién? —preguntó Tripp.

—Es un vampiro con el que me involucré en Old Greenwich. Es... así es


como perdí el Mercedes.

Dawes respiró hondo.

—¿Un vampiro? —Mercy sonaba aterrorizada y emocionada al mismo


tiempo.

—Por el amor de Dios —dijo Turner.

—Linus Reiter fue estudiante aquí en Yale —continuó Alex—. Pero él tenía
un nombre diferente entonces. Era un Huesero. Y creo que es una de las 388
personas que usó ese Guantelete en los años treinta. Creo que Linus, o en
realidad Lionel Reiter, fue al infierno.

—No podemos estar seguros de...

—Vamos, Dawes. ¿Por qué construirlo si no tenían la intención de usarlo?


¿Por qué matar a un arquitecto…?

—¿Mataron a un arquitecto? —Mercy chilló.

—¡Nadie mató a Bertram Goodhue! —espetó Dawes. Luego se mordió el


labio—. Al menos… no creo que nadie haya matado a Bertram Goodhue.

Alex empezó a pasearse. No podía dejar de ver a la criatura en la acera.


Hellie-no-Hellie. Alex-no-Alex.

—Se deshicieron del arquitecto original —dijo Alex—. Construyeron este loco
rompecabezas en una catedral gigante. ¿Por qué? ¿Solo para ver si podían?
¿Cómo una especie de gran hazaña?

—Han hecho cosas más locas —dijo Turner.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

No estaba equivocado. Y podía imaginarse a esos chicos despreocupados,


audaces y terribles creando este tipo de problemas. “En broma”, podría decir
Bunchy. Pero no creía que eso fue lo que sucedió esta vez.

—Construyeron el Guantelete —dijo—, y luego fueron al infierno. Lionel


Reiter, miembro de Cráneo y Huesos, fue uno de los peregrinos.

Tripp se quitó la gorra y se pasó una mano por el pelo color arena.

—¿Y trajo un demonio de vuelta?

—Creo que sí. Y creo que se alimentó de él. Literalmente. Creo que le quitó
la esperanza y le robó la vida.

—Pero dijiste que Reiter era, eh... un vampiro. —Tripp susurró la palabra,
como si supiera lo improbable que sonaba.

—Los vampiros son demonios —dijo Dawes en voz baja—. Al menos esa es
una teoría.
389
Tenía mucho sentido para Alex. Reiter se alimentaba de la miseria; la sangre
era sólo el vehículo. Y, por supuesto, no era Reiter en absoluto. Era un
demonio que se había alimentado del verdadero Reiter hasta que caminó como
él, habló como él, se pareció a él. Al igual que los demonios en la acera.

Lionel Reiter había sido hijo de una familia adinerada de Connecticut.


Fabricaban calderas. Construyeron un hogar elegante. Enviaron a su hijo y
heredero a New Haven para practicar su latín y griego y hacer contactos
comerciales. Y Lionel lo había hecho bien por sí mismo, incluso llegó a la
sociedad más prestigiosa de la escuela. Se había hecho amigo de jóvenes a los
que traía a casa para lanzar herraduras y jugar al tenis en los terrenos en
verano, a los trineos y villancicos en invierno. Hombres jóvenes con nombres
como Bunchy y Harold.

Lo habían conducido al mundo de lo arcano y se había sentido seguro,


incluso cuando había visto que abrían a hombres para que un arúspice les
revolviera las entrañas. Se vistió con su túnica e hizo sus recitaciones, y sintió

Hell bent
LEIGH BARDUGO

la emoción de todo ese poder y supo que estaba protegido por su riqueza, por
su nombre, por el mero hecho de no ser el hombre en la mesa. Se había unido
a los miembros de Huesos, Pergamino y Llave y tal vez Lethe una fatídica
noche. Había recorrido el Guantelete y visto... ¿qué? A menos que Alex
estuviera muy equivocada acerca de estos alegres vagabundos de la noche, no
eran asesinos. Entonces, ¿a qué parte del infierno fueron? ¿Qué rincón del
inframundo habían visitado y qué habían visto allí? ¿Y qué habían traído
consigo cuando regresaron?

—No hay registro, ¿verdad? —preguntó Turner—. ¿De su pequeña estancia


en el infierno? Limpiaron los libros.

—Lo intentaron —dijo Alex. Pero la biblioteca sabía qué era Reiter,
probablemente porque una vez hubo documentación de su intento de usar el
Guantelete—. Deberíamos buscar el Diario de los días de Lethe de quienquiera
que sirviera como Virgilio cuando Reiter era un estudiante de último año.
390
Turner se apoyó contra la pared, manteniendo vigilados a los demonios de
la calle.

—Quiero asegurarme de que te entiendo. Si no devolvemos estas... cosas a


su lugar de origen, ¿se convertirán en vampiros?

—Eso creo —dijo Alex. Vampiros con sus caras, alimentados con sus almas.

—Nos van a sacar el corazón —dijo Tripp con voz áspera—. Spenser
estaba… Dijo…

—Ey —dijo Alex—. Él no es Spenser.

La cabeza de Tripp se levantó de golpe.

—Lo es. Spenser era así. Sabía... siempre sabía decir las cosas más malas.

Alex no necesitaba que la convenciera. Recordó sentirse asustada e


impotente, sabiendo que nadie creería que Spenser era un monstruo. Había
sido como volver a ser una niña pequeña, rodeada de Grises, sola, sin palabras
mágicas, caballeros apuestos ni nadie que la protegiera.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex se sentó junto a Tripp en la cama. Ella lo había empujado a algo para
lo que no estaba preparado, y él lo estaba sintiendo peor que todos ellos.

—Está bien, entonces Spenser fue jodidamente malo. Pero tienes que tratar
de recordar de qué se alimentan esas cosas de ahí abajo. Están tratando de
hacerte sentir derrotado incluso antes de que lo intentes. Quieren hacerte
sentir desesperado y pequeño.

—Sí, bueno —dijo Tripp, con los ojos en la alfombra—. Funcionó.

—Lo sé.— Miró alrededor de la habitación a los demás, todos ellos cansados
y asustados—. ¿Quién más se enredó con uno de ellos?

—Carmichael apareció —dijo Turner—. Pero no dijo mucho. Simplemente


me asusté muchísimo en la sala de la brigada.

Dawes metió las manos dentro de su sudadera.

—Vi a Blake.
391
—¿Él habló?

Pegó la barbilla al pecho. Dawes haciendo su acto de desaparición. Su voz


era baja y ronca.

—Dijo muchas cosas.

Alex no iba a insistir en los detalles, no si Dawes no quería revelarlos.

—¿Pero todo lo que hicieron fue hablar?

—¿Qué más harían? —preguntó Turner.

Alex no estaba segura de cómo responder a eso. ¿Por qué Hellie la había
atacado cuando los otros demonios se habían limitado a las palabras? ¿Fue
porque Alex la había perseguido? ¿O Alex solo tenía un don para el peor
resultado posible?

—Hellie se puso física conmigo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Pueden… pueden lastimarnos? —Tripp se estaba clavando los dedos en


los muslos.

—Tal vez sea solo yo —dijo Alex—. No sé.

—Necesitamos planificar para lo peor —dijo Turner—. No voy a entrar en lo


que podría ser una pelea con cuchillos pensando que estoy en un animado
debate.

Mercy había estado en silencio durante todo el tiempo, pero ahora dio un
paso adelante como si estuviera a punto de realizar un solo en un grupo a
capella.

—Yo… creo que encontré algo. En la biblioteca. Algo que ayude.

—Vamos a comer primero —dijo Alex. Tripp necesitaba esa sopa. Y tal vez
un trago de whisky.

392

Hell bent
LEIGH BARDUGO

31
Traducido por Azhreik

Alex se sorprendió de lo mucho que ayudó la sopa. Sintió calor por primera vez
desde que salió del inframundo y se sumergió en la fría lluvia de New Haven.
Nada se sentía tan terrible. No con albóndigas en la barriga y sabor a eneldo en
la lengua.

—Mierda, Dawes —dijo Tripp, sonriendo como si Spenser y todas las demás
cosas malas se hubieran olvidado—, ¿puedes venir a quedarte en mi
departamento y hacerme engordar?

Dawes puso los ojos en blanco, pero Alex podía notar que estaba
complacida.
393

Ninguno de ellos miró hacia las ventanas, donde las cortinas permanecían
corridas.

Habían ido a buscar el Diario de los Días de Lethe de la época de Lionel


Reiter en Yale. Rudolph Kittscher había servido como Virgilio entonces, pero
aunque se permitió que su Daemonologie permaneciera, sus diarios no
estaban. Todo parte del trabajo de limpieza.

Aun así, Dawes estaba encantada con el hechizo de protección que Mercy
había encontrado. Solo necesitaba ingredientes del almacén de Lethe, y creía
que podrían conseguirlos en el Crisol de Hiram. Les dio a cada uno una lista de
suministros por reunir, y pasaron la siguiente hora en la penumbra de la
armería, buscando en los pequeños cajones y gabinetes de vidrio, perturbados
solamente por Tripp tarareando rock de fraternidad y ocasionalmente gritando
cuando tocaba algo que no debía.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Por qué tienen estas cosas? —Tripp se quejó, chupándose el dedo


después de que un relicario que había pertenecido a Jennie Churchill lo
mordiera.

—Porque alguien tiene que mantenerlas a salvo —dijo Dawes


remilgadamente—. Por favor, concéntrate en tu lista y trata de no hacer
estallar nada.

El labio inferior de Tripp sobresalía, pero volvió al trabajo y un minuto


después estaba cantando “Under the Bridge” en un falsete pasable. Alex no
tuvo valor para decirle que con mucho gusto pasaría los próximos dos
semestres en el infierno si eso significaba no volver a escuchar a los Red Hot
Chili Peppers.

La receta parecía banal: una gran cantidad de hierbas protectoras, incluidas


la salvia, la verbena y la menta, junto con montones de amatista molida y
turmalina negra, plumas de cuervo atadas con romero y ojos secos de grajilla 394
que golpeaban el fondo del crisol con un ruido como guijarros. Con la ayuda de
Turner, Dawes quitó varios de los zócalos debajo del crisol, revelando un
montón de brasas. Dawes susurró algunas palabras en griego, y ardieron rojas,
calentando suavemente el fondo del gran cuenco dorado.

—Este es el mejor momento de mi vida —dijo Mercy en un susurro


vertiginoso.

—Todo viene con un precio —advirtió Alex. Esos carbones nunca se


enfriaban por completo, nunca se extinguían, nunca necesitaban reponerse.
Habían sido utilizados por Union Pacific para dominar la construcción de rieles
de tren, y la creación de cada briqueta había requerido un sacrificio humano.
Nadie sabía de quién era la sangre que se había derramado para crearlos, pero
la sospecha era de hombres trabajadores, inmigrantes de Irlanda, China y
Finlandia. Hombres a los que nadie vendría a buscar. Los carbones habían
llegado a Yale a través de William Averell Harriman, Huesero. La mayoría de las

Hell bent
LEIGH BARDUGO

brasas se habían perdido o habían sido robadas, pero quedaban algunas, otro
regalo maldito para Lethe, otro mapa ensangrentado escondido en un sótano.

—Tenemos suficientes suministros para hacer esto una vez —dijo Dawes
mientras Alex y Mercy levantaban sacos de sal de Prahova y la cámara secreta
de Zipaquirá y los vertían en el crisol—. ¿Puede alguien traerme una paleta de
fresno?

Tripp resopló, luego soltó un apresurado perdón cuando Dawes lo miró.

Alex encontró el gabinete de vidrio lleno de todo, desde un Winchester


modelo 1873 que Sarah Winchester afirmaba que cargaba la ruina que la había
seguido hasta California; una escoba que se remontaba a una quema de brujas
escocesa en el siglo XVII, carbonizada pero ilesa por la pira; lo que podría
haber sido un cetro de oro macizo; y un delgado palo de fresno, tallado y lijado
hasta lograr una perfección suave. Parecía un poco el bastón de un mago si el
mago hubiera planeado hacer pizza en un horno de ladrillos. 395
—Tenemos que remover continuamente —dijo Dawes mientras comenzaba a
combinar los ingredientes, moviendo la paleta en un tiempo constante—.
Ahora, escupan.

—¿Disculpa? —dijo Turner.

—Necesitamos suficiente saliva para disolver la sal.

—Mi momento para brillar —dijo Tripp y lo dejó volar.

—Esto es repugnante —dijo Mercy mientras escupía delicadamente en el


caldero.

No estaba equivocada, pero Alex aceptaría esto por encima de otro viaje al
aviario de Manuscrito cualquier día.

—Está bien, ¿quién quiere mover la paleta? —preguntó Dawes sin romper el
ritmo—. Sigan el ritmo.

—¿Cuánto tiempo haremos esto? —preguntó Turner, quitándole la paleta


suavemente.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Hasta que la mezcla se avive —dijo Dawes como si eso lo explicara todo.

Uno a uno se turnaron removiendo con la paleta de fresno hasta que sus
brazos se fatigaron. No parecía mágico, y Alex sintió una timidez nerviosa. Se
suponía que la magia era mística, peligrosa, no un desastre en el fondo de un
tazón gigante. Tal vez una parte de ella quería que los demás quedaran
impresionados con lo que Lethe podía hacer, con el poder de su arsenal. Pero
Dawes no parecía preocupada en absoluto. Estaba completamente concentrada
en la tarea, y cuando el crisol comenzó a zumbar, agarró la paleta de las manos
de Alex y dijo:

—Dámela.

Alex dio un paso atrás y sintió que el calor se acumulaba en el suelo,


irradiando desde el crisol.

La mezcla chisporroteó y siseó, el brillo iluminó el rostro determinado de


Dawes. Su cabello se había soltado del moño y se había esparcido sobre sus 396
hombros en húmedos rizos rojos. El sudor brillaba en su frente pálida.

«Joder —pensó Alex—, Dawes es una bruja.»

Hacía magia con sus pociones, brebajes y ungüentos curativos, con sus
sopas caseras, sus recipientes de plástico de caldo en la nevera, esperando a
que los necesitaran. ¿Cuántas veces había curado a Alex y Darlington con
tazas de té y pequeños bocadillos, con cuencos de sopa y tarros de conservas?

—¡Mantén el ritmo! —Dawes ordenó, y golpearon sus manos contra el


costado del crisol, el sonido fue más fuerte de lo que debería haber sido,
llenando la habitación y haciendo temblar las paredes mientras el calor se
elevaba del caldero de Dawes en ondas brillantes.

Alex escuchó un fuerte estallido, como un corcho que revienta de una


botella de champán, y una nube de humo ámbar salió del crisol, inundando la
nariz y la boca de Alex, haciendo que le escocieran los ojos. Todos se doblaron
en dos, tosiendo, perdiendo el ritmo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Cuando se disipó el polvo, lo único que quedaba en el crisol era un montón


de cenizas blancas como el polvo.

Mercy ladeó la cabeza hacia un lado.

—No creo que haya funcionado.

—Yo… pensé que tenía las proporciones correctas —dijo Dawes, y su


confianza se disipó con el humo.

—Espera —dijo Alex. Había algo ahí abajo. Se inclinó sobre el borde del
crisol, estirando la mano. Era lo suficientemente profundo como para que el
borde se clavara en su vientre y tuvo que inclinar los dedos de los pies hacia
delante. Pero sus dedos rozaron algo sólido en la ceniza. Lo arrastró y lo
sacudió. Tenía en la mano una escultura de sal de una serpiente enrollada,
durmiendo, su cabeza plana descansaba contra su cuerpo.

—Un talismán —dijo Dawes, con las mejillas brillando de orgullo—.


¡Funcionó!
397

—Pero, ¿qué hace… —Alex ahogó un grito ahogado cuando la serpiente se


desenrolló en su mano. Giró en espiral alrededor de su antebrazo, hasta el
codo, y luego desaparecía en su piel.

—¡Miren! —Mercy gritó.

Había escamas brillantes a lo largo de los brazos desnudos de Alex.


Brillaron intensamente y luego se atenuaron, sin dejar nada atrás.

—¿Se suponía que eso iba a pasar? —preguntó.

—No estoy segura —dijo Dawes—. El hechizo que Mercy encontró...

—Era solo un hechizo protector —finalizó Mercy—. ¿Te sientes diferente?

Alex negó con la cabeza.

—Maltratada, magullada y llena de sopa de calidad. Ningún cambio.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Tripp metió la mano en el crisol, casi cayendo en él. Turner lo agarró por la
cinturilla de sus pantalones cortos y lo arrastró hacia atrás. Había una especie
de pájaro en la mano de Tripp.

—¿Es una gaviota? —preguntó.

—Es un albatros —corrigió Dawes, con voz preocupada.

Mientras miraban, sus alas de sal blanca se desplegaron. Alzó el vuelo, dio
una vuelta alrededor de Tripp, luego aterrizó en su hombro, plegándose en su
cuerpo como si hubiera encontrado el lugar perfecto para descansar. Un patrón
de plumas plateadas cayó en cascada sobre Tripp y desapareció en su piel.

—Son pájaros asombrosos —dijo Mercy, agitando las manos como si ella
también estuviera a punto de emprender el vuelo—. Pueden bloquear sus alas
en una postura y dormir mientras vuelan.

Tripp sonrió, con los brazos extendidos.


398
—¿No es joda?

—No es joda —dijo Mercy. Fue el intercambio más cortés que habían tenido.

Vacilante, Dawes metió la mano en la ceniza.

—Yo... ¿Qué es eso?

La diminuta criatura de sal en la mano de Dawes tenía ojos enormes y


manos y pies extraños que parecían casi humanos. Estaba sentado como si
escondiera su rostro.

—Es un loris perezoso —dijo Mercy.

—Es adorable, es lo que es —dijo Alex.

El loris de sal se asomó por detrás de sus manos y luego se subió al brazo
de Dawes con movimientos elegantes y deliberados. Le acarició la oreja y luego
se enroscó en el hueco de su cuello, disolviéndose. Por un momento, los ojos de
Dawes parecieron brillar como lunas.

Turner no pareció impresionado.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Va a matar a esos demonios con ternura?

—Pueden ser mortales —dijo Mercy a la defensiva—. Son los únicos


primates con una mordedura venenosa y se mueven casi en silencio.

—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó Alex.

—Fui una niña muy solitario. La ventaja de ser impopular es que lees
mucho más.

Alex negó con la cabeza.

—Chica, has venido al lugar correcto.

—He leído sobre los loris —dijo Dawes—. Simplemente nunca había visto
uno. Son nocturnos. Y son mascotas terribles.

Álex se rio.

—Suena bien.
399
Turner suspiró y se asomó al montón de cenizas.

—Será mejor que haya un puto león ahí dentro. —Sacó una escultura del
crisol—. ¿Un árbol? —preguntó incrédulo.

Tripp se echó a reír.

—Creo que es un roble —dijo Dawes.

—¿Un roble imponente? —ofreció Mercy.

—¿Por qué todos los demás obtuvieron algo bueno y yo obtuve una maldita
planta?

—El hechizo indicaba que los guardianes vendrían del mundo de los vivos —
dijo Dawes—. Más allá de eso...

—¡Un roble está vivo! —Tripp se rio, doblándose—. Puedes someter a tus
enemigos.

Turner frunció el ceño.

—Esto es tan...

Hell bent
LEIGH BARDUGO

El roble cobró vida en su palma, disparado hacia el techo, extendiéndose en


un vasto dosel de ramas de sal blanca, sus raíces explotaron en el suelo y
tiraron a Tripp al suelo. Envolvieron a Turner y se hundieron en su piel. Por un
momento fue imposible distinguir el árbol del hombre. Luego, las ramas
brillantes se evaporaron.

Mercy fue la última. Alex la ayudó a mantener el equilibrio mientras se


inclinaba hacia el caldero. Sacó un caballo encabritado, cuya crin fluía como el
agua detrás de él.

Tan pronto como Mercy volvió a poner los pies en el suelo, al caballo le
brotaron alas y se encabritó sobre sus patas traseras. Dio vueltas por la
habitación, pareciendo crecer más y más, sus cascos sacudieron el suelo. Saltó
directamente hacia Mercy, quien gritó y levantó las manos para defenderse. El
caballo desapareció en su pecho y, por un momento, dos enormes alas
parecieron extenderse desde la espalda de Mercy.
400
Murmuró una palabra que Alex no entendió. Estaba radiante.

—Necesitamos limpiar la ceniza —dijo Dawes.

—Espera —dijo Tripp—. Hay algo más ahí dentro.

Se dobló sobre el borde del crisol de nuevo y arrancó una sexta figura de sal
de los restos.

—¿Un gato? —preguntó Turner, mirando la escultura en su palma.

Dawes dejó escapar un sollozo y se tapó la boca con la mano.

—No cualquier gato —dijo Alex, sintiendo un dolor no deseado en la parte


posterior de su garganta.

Había una cicatriz en uno de los ojos del gato, y no había duda de la cara
indignada. El ritual había elegido a Cosmo como guardián de Darlington,
aunque dudaba que ese fuera el verdadero nombre del gato. Recordó el gato
blanco que había visto en los recuerdos del anciano. ¿Cuánto tiempo había
existido esta criatura?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Realmente nos protegerán? —preguntó Tripp.

—Deberían —dijo Dawes—. Si estás bajo amenaza, lame tu muñeca o tu


mano o... supongo que en cualquier lugar al que puedas llegar.

—Asqueroso —dijo Mercy.

Dawes frunció los labios.

—El hechizo alternativo requiere que le arranque la tibia a alguien para


revolver la olla.

—No, gracias —dijo Turner.

—Puedo hacerlo bastante indoloro.

—No, gracias.

Alex recordó las polillas de dirección que Darlington había usado para
quitarle los tatuajes, un regalo que le había dado, un intento de mostrarle que
lo arcano podría ser bueno para algo más que causarle sufrimiento. Esta era la 401
magia acogedora de la imaginación infantil. Espíritus amistosos que ofrecen
protección. Gatos y serpientes y bestias aladas para vigilar sus corazones. Se
metió el Cosmo de sal en el bolsillo, junto a la caja de Botas de Goma Arlington
que ahora llevaba consigo a todas partes. Necesitaba que la magia funcionara a
su servicio por una vez. Si podían traer a Darlington a casa, si podían arrastrar
a esos demonios de regreso a donde pertenecían... bueno, ¿quién sabía qué
podría ser posible? Tal vez Hellie o Darlington o cualquier otra cosa no la
atormentarían. Tal vez el comité de Lethe se apiadaría de ella. Podía hacerles la
misma oferta que le había hecho a Anselm. Con mucho gusto ofrecería sus
dones si eso significaba quedarse con las llaves de este reino.

—¿Cuándo podemos intentar regresar? —preguntó Alex.

Dawes chasqueó la lengua contra los dientes, calculando.

—La luna llena es en tres días. Deberíamos esperar hasta entonces. La


puerta se abrirá para nosotros. Simplemente esta vez no será fácil.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Fácil? —preguntó Turner con incredulidad—. No quiero volver a pasar


por cada maldito minuto del peor momento de vuestras vidas. Muchísimas
gracias.

—Quiero decir que el portal será más difícil de abrir —dijo Dawes—. Porque
no tendremos la ventaja de Halloween.

—No lo creo —dijo Alex—. Esa cosa se abrirá de par en par para nosotros.

—¿Por qué?

—Porque algo del otro lado lo empujará, tratando de pasar. La parte difícil
va a ser cerrarlo de nuevo.

—Deberíamos… —Dawes se mordió el interior de la mejilla como si allí


hubiera almacenado palabras para el invierno—. Deberíamos estar preparados
para... algo peor.

Tripp se quitó la gorra de marinero de Yale de la cabeza, dejándose el pelo


402
revuelto. Alex notó que la línea de su cabello comenzaba a retroceder.

—¿Peor?

—A los demonios les encantan los acertijos. Les encantan los trucos. No nos
dejarán simplemente regresar a su reino y actuar el mismo guion dos veces.

Tripp parecía como si quisiera meterse en el crisol y nunca salir.

—No sé si puedo hacerlo todo de nuevo.

—No tienes otra opción —dijo Mercy. Su voz era áspera y Tripp pareció
como si lo hubieran abofeteado. Pero Alex finalmente entendió por qué a Mercy
le desagradaba tanto Tripp. Se parecía demasiado a Blake. No era un
depredador; su única crueldad era del tipo casual, la espada de tener más que
los demás y no saber que era un arma en sus manos; pero en la superficie,
estaba cortado por la misma tijera de arrogancia.

—Todos tenemos una opción —dijo Turner.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex abrió la boca para argumentar; que no la tenían si querían vivir sin
tormentos, que aún tenían deudas que pagar... cuando olió a humo.

—Algo se está quemando —dijo.

Bajaron corriendo las escaleras.

—¡La cocina! —gritó Turner.

Pero Alex sabía que Dawes no había dejado la estufa encendida.

La planta baja se estaba llenando de humo, y cuando llegaron a la base de


la escalera, Alex vio las vidrieras brillando con la luz de las llamas. Los
demonios habían prendido fuego a la entrada de Il Bastone.

—¡Están tratando de hacernos salir debido al humo! —dijo Turner. Ya tenía


su teléfono en la mano, llamando al departamento de bomberos—. ¿Dónde está
el extintor?

—La cocina —dijo Dawes con una tos y corrió a recuperarlo. 403
Alex se volvió hacia Mercy y Tripp.

—Salgan por la parte de atrás. Y permanezcan juntos. Espérenme afuera,


¿de acuerdo?

—Está bien —dijo Mercy con un firme asentimiento. — Muévete —, le dijo a


Tripp.

La alarma de humo de Il Bastone empezó a sonar, un balido lastimero y


herido. Alex esperó solo lo suficiente para ver a Mercy y Tripp caminar por el
pasillo; luego corrió hacia la cocina. Ella interceptó a Dawes y agarró el
extintor. Había tenido que usar uno cuando Len había provocado un incendio
con grasa en la cocina de su apartamento cuando estaba cocinando tocino,
pero aun así tuvo problemas con él.

Turner se lo arrebató de las manos.

—Vamos —dijo ella.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Abrió la puerta principal. Las llamas habían consumido la hierba y los


setos. Subían rugiendo por las columnas delanteras. Alex sintió como si ella
también se estuviera quemando, como si pudiera escuchar los gritos de la
casa.

Los demonios estaban parados a la luz del fuego, y detrás de ellos, sus
sombras parecían hacer cabriolas y bailar. Escuchó el silbido del extintor de
incendios mientras Turner luchaba por apagar las llamas. Pero Alex no se
detuvo. Caminó hacia los demonios.

—¡Alex! —gritó Turner—. ¿Qué diablos estás haciendo? ¡Eso es lo que ellos
quieren!

La cosa que fingía ser Hellie sonrió. Parecía más delgada ahora, más
hambrienta. Más como Álex. Pero no del todo. Sus manos se curvaron en
garras. Sus ojos eran oscuros y salvajes, su boca estaba llena de dientes.

—¿Me quieres, imitación de pacotilla? —exigió Alex. Se lamió la muñeca—. 404


Ven por mí.

La cosa corrió hacia ella y luego chilló, lanzándose hacia atrás, su grotesca
sonrisa se desvaneció. Alex vio que su propia sombra se había movido, como si
le hubieran crecido cien brazos, no brazos, serpientes. Sisearon y chasquearon
a su alrededor, arremetiendo contra los demonios, que se encogieron lejos de
ella.

—Alex —dijo la cosa llamada Hellie, y volvió a ser Hellie, con los ojos de ese
tormentoso azul acuarela y llenos de lágrimas—. Prometiste que me
protegerías.

El corazón de Alex se retorció en su pecho, el dolor era demasiado poderoso,


demasiado familiar. «Lo siento. Lo siento.»

Las serpientes vacilaron, como si sintieran su titubeo. Entonces Alex inhaló


y tosió, saboreando el humo en el aire, las cenizas de su hogar en llamas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Escuchó el repiqueteo de los cascabeles de las serpientes, sus colas temblaban


debido a su rabia, eran una advertencia.

—Última advertencia —le gruñó a No-Hellie—. Vas a volver por donde


viniste.

Los ojos de Hellie se entrecerraron.

—Esta es mi vida. Tú Eres la impostora.

Bien. Tal vez Alex no era más que una ladrona que le había robado la
segunda oportunidad a otra persona. Pero ella estaba viva y Hellie estaba
muerta e iba a proteger lo que era suyo, incluso si no lo merecía, incluso si no
sería suyo por mucho más tiempo.

—Esta no es tu vida —le dijo a la cosa que no era Hellie—. Y estás


allanando.

Una de las serpientes se abalanzó hacia adelante, mordiendo tan rápido que
405
Alex no vio más que un borrón, y luego el demonio retrocedió, agarrándose la
mejilla humeante.

—No puedes desterrarnos tan fácilmente —se quejó Hellie. Ahora casi se
parecía a Len, con el pelo despeinado y la frente picada por el acné—. Te
conocemos. Conocemos tu olor. No eres más que un trampolín.

—Tal vez —dijo Alex—a. Pero ahora mismo soy la portera del club y será
mejor que corras.

Alex sabía que no habían ido muy lejos. Sus demonios necesitaban miseria
recién cosechada para sobrevivir en este mundo. Volverían y estarían mejor
preparados.

Oyó sirenas aullando calle abajo y, cuando se dio la vuelta, vio que las
llamas ya no lamían Il Bastone. El frente de la casa estaba chamuscado y
salpicado de espuma, la piedra alrededor de la entrada ennegrecida y
humeante, como si el edificio hubiera soltado una profunda exhalación de

Hell bent
LEIGH BARDUGO

hollín. El fuego de los setos y la hierba se había extinguido, aplastado por las
raíces de Turner. El roble imponente. Mientras miraba, parecieron retroceder.
Sus serpientes también habían desaparecido.

No podía desenredar el lío de miedo y triunfo que sentía. La magia había


funcionado, pero ¿cuáles eran sus límites? No estarían a salvo hasta que esos
demonios estuvieran de vuelta en su frasco con la tapa bien cerrada, y ¿cómo
iban a conseguirlo? ¿Y cómo iban a explicarle esto al Pretor y al comité? Se
había atrevido a afirmar que Il Bastone era su casa, pero ya ni siquiera era
miembro de Lethe.

—Encuentra a los demás —dijo Turner—. Hablaré con los aguadores. Los
llamé y sigo siendo policía, incluso si ambas fueron…

—¿Desterradas? —ofreció Alex. Era posible que el pretor ni siquiera se diera


cuenta de que habían estado en Il Bastone ya que el fuego había comenzado
afuera. Pero si echaba más que una mirada superficial al interior, vería las 406
sobras de su cena y cualquier otra cosa que hubieran dejado atrás. No estaba
segura de qué tan serio había sido Anselm sobre el allanamiento criminal y no
quería averiguarlo.

Mercy, Tripp y Dawes estaban esperando en el callejón, dando pisotones en


el frío.

—¿Están bien? —preguntó mientras se acercaba.

—Alex —dijo Tripp, apoyando sus manos sobre sus hombros—. Eso estuvo
alucinante. ¡De verdad huyeron de ti! Spenser parecía que se iba a cagar
encima.

Alex se soltó de sus manos.

—Bien bien. Pero no han terminado con nosotros. Todos debemos estar
alerta. Y debes recordar que ese no es Spenser.

—Absolutamente —dijo Tripp con un asentimiento sombrío—. Aun así fue


jodidamente genial.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Mercy puso los ojos en blanco.

—¿Qué tan mal quedó la casa?

—No es terrible —dijo Dawes con voz ronca—. Esperemos que los bomberos
le digan a Turner el alcance del daño.

—Suenas como una mierda —dijo Tripp.

Mercy dejó escapar un suspiro de exasperación.

—Creo que lo que quiere decir es que parece que inhalaste mucho humo.

—Hay una ambulancia —dijo Alex—. Deberías hacerte un chequeo.

—No quiero que nadie sepa que estuvimos aquí —objetó Dawes.

A Alex no le gustó el alivio que sintió por eso, pero se alegró de que Turner
estuviera dispuesto a cubrirlos y que Dawes estuviera dispuesta a seguirles el
juego.
407
A los bomberos y paramédicos se les habían unido dos patrullas, y Alex vio
al profesor Walsh-Whiteley, envuelto en un abrigo largo y una gorra pequeña y
elegante, que se acercaba a Turner, que estaba hablando con dos policías
uniformados.

—El pretor está aquí —dijo Alex.

Dawes suspiró.

—¿Deberíamos hablar con él? ¿Tratar de explicar?

Alex hizo contacto visual con Turner, pero él negó levemente con la cabeza.
La antigua Alex se preguntó si estaba cubriendo su propio culo, dejando un
rastro de problemas lejos de él y que condujeran directamente a ella y a Dawes.
Serían chivos expiatorios fáciles. Y fue Alex quien los trajo de regreso a Il
Bastone, quien lo reclamó como suyo.

—Deberíamos salir de aquí —dijo Alex, guiándolos hacia el estacionamiento.


Podrían escabullirse por Lincoln Street y esperar allí a Turner.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No vi a Anselm —dijo Dawes.

A Tripp no parecía importarle.

—¿Tal vez volvió a Nueva York?

—Probablemente.

Tenía una familia. Tenía una vida. Pero Alex se sintió incómoda. Habían
pasado dos días desde que interrumpió su viaje al infierno, y no habían sabido
nada de él. No hubo despido formal ni seguimiento, y no se les había prohibido
la entrada a Il Bastone. Anselm había interrumpido el ritual en Sterling. Alex
no sabía qué reglas regían a los demonios, pero ¿y si también ponían la mira
sobre él?

Volvió a mirar a Il Bastone y vio cómo el humo se elevaba del edificio en


nubes suaves, una llama de advertencia, un fuego ritual.

Se arrastró detrás de los demás y apoyó una mano en la pared, como si


408
estuviera colocando su palma contra el flanco de un animal para calmarlo.
Pensó en el apartamento de su madre, pañuelos tirados sobre las lámparas,
cristales y hadas en cada rincón. Pensó en la Zona Cero, sus paredes
salpicadas de sangre, en Black Elm pudriéndose alrededor de Darlington como
una tumba. Alex sintió el zumbido de las piedras.

Turner lucharía a su manera, con la ley y la fuerza y todo el poder que le


otorgaba su insignia. Dawes usaría sus libros, su cerebro, su infinita
capacidad de orden. ¿Y qué herramientas tenía Alex? Un poco de magia. Un
talento para la desgracia. La capacidad de recibir una paliza. Tendría que ser
suficiente.

«Este es mi hogar —juró—, y nada me lo quitará.»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Las perlas de sal de Emilia Benatti; sal y alambre de plata

Procedencia: Mantua, Italia; principios del siglo XVII

Donante: Desconocido, posiblemente obsequiado de la colección secreta del Museo de


New Haven

El mecanismo por el cual la sal protege contra los demonios sigue siendo en gran parte
un misterio. Sabemos que la sal se entiende como un purificador espiritual y se usa para
protegerse del mal en muchas culturas. Sus usos más pedestres también alientan la
imaginación: como agente abrasivo, catalizador para el vinagre que se usa en la limpieza,
conservante natural que previene la descomposición, restaurador de flores y frutas
dañadas. A los soldados les pagaban con sal. Alguna vez se ofreció como regalo entre
amigos. Pero, ¿cuál es el significado de que Eliseo vierta sal en las aguas de Jericó para
restaurarlas por mandato de Dios? Después de un funeral, ¿por qué algunos hogares
japoneses esparcen sal por el suelo? ¿Y por qué todos nuestros registros indican que la sal,
409
por encima de todas las demás sustancias, es más eficaz para despachar cuerpos
demoníacos, tanto inmateriales como corporales?

Si Emilia Benatti encantó las perlas ella misma o simplemente las adquirió, tampoco lo
sabemos. Pero ella y su familia fueron algunos de los pocos que sobrevivieron a la plaga
demoníaca que azotó a Mantua en 1629. Sus descendientes emigraron a Estados Unidos
alrededor de 1880 y se establecieron en New Haven, donde se convirtieron en miembros
destacados de la comunidad italiana y se los puede ver en el festín de la Sociedad San
Andrew fotografiado en 1936. Es posible que las perlas hayan sido descartadas junto con
otras supersticiones del Viejo Mundo, pero se desconoce cómo llegaron a documentarse
y preservarse en la colección secreta de la Sociedad Histórica de New Haven.

—del Catálogo de la Armería de Lethe revisado y


editado por Pamela Dawes, Oculus

Hell bent
LEIGH BARDUGO

32
Traducido por Azhreik

Todos se apretujaron en el Dodge de Turner como una caravana lúgubre y


cubierta de hollín: Dawes al frente; Tripp, Alex y Mercy se apretujaron en la
parte de atrás. Nadie caminaría solo a casa esta noche.

Primero dejaron a Dawes en su apartamento de la escuela de divinidad.


Turner y Alex la escoltaron hasta la puerta y protegieron todo el edificio con
nudos de sal.

—Nos encontraremos mañana —dijo Alex antes de que Dawes les cerrara la
puerta—. Repórtate en el chat cada hora.
410
Tripp fue el siguiente, y se inclinó hacia delante a través del hueco de los
asientos delanteros para indicarle a Turner cómo llegar a un gran bloque de
apartamentos no lejos del parque.

El edificio era bonito. Ladrillo a la vista, iluminación cálida de imitación


industrial. El padre de Tripp podría haberlo echado, pero Tripp tenía que estar
recurriendo a algún tipo de fondo fiduciario. Los tiempos difíciles parecían
diferentes para un Helmuth.

Protegieron el exterior y luego dibujaron un nudo de sal sobre la alfombra


de bienvenida de Tripp por si acaso.

—¿Ustedes, eh, quieren entrar? —preguntó Tripp. Toda su emoción se había


desvanecido, el miedo volvía a aparecer.

—Puedes quedarte con nosotros —ofreció Alex—. Tenemos un sofá en la


sala común.

—No, estoy bien. Tengo mi ave marina, ¿verdad?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Repórtate en el chat —dijo Turner—. Y no salgas si no es necesario.

Tripp asintió y ofreció sus nudillos para chocar los puños. Incluso Turner le
correspondió.

Mientras bajaban las escaleras, Turner dijo:

—Iré a Black Elm cuando terminemos. Quiero saber que Darlington todavía
está acorralado en su corral.

Alex casi tropezó.

—¿Por qué?

—No te hagas la tonta conmigo. Viste a Marjorie Stephen. Le habían


drenado la vida. No tiene nada de natural.

—Eso no significa que Darlington haya tenido algo que ver con eso.

—No, pero podría saber si uno de su especie lo hizo. Si hay algo corriendo
por ahí con la cara de Marjorie Stephen. 411
—Él no es un demonio —dijo Alex enojada—. No como ellos.

—Entonces llámalo un chequeo de rutina. Solo quiero saber que está


contenido.

Regresaron al campus en silencio, y Alex y Mercy se despidieron del


detective en York Street.

—¿Estás seguro de que no quieres ayuda con la sal y todo eso? —preguntó.

—No —dijo Alex—. Nuestra habitación está protegida. También cubriré


nuestra entrada, pero dejaré el patio abierto. Necesito acceso a los Grises.
¿Conoces el patrón de nudos?

—Sí. —Turner había dicho que él mismo podía encargarse de proteger su


vivienda. Alex tenía la sensación de que no la quería en su casa o apartamento
o dondequiera que viviera. No quería que Lethe y lo arcano mancharan su vida
real. Como si pudiera cerrar la tapa de este libro en particular cuando
terminara este feo capítulo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Si Carmichael aparece, no lo escuches. No dejes que se meta en tu


cabeza.

—No me entrenes, Stern.

—No arrugues ese elegante traje, Turner.

Aceleró su motor.

—Nos vemos mañana en la noche.

No esperaron a ver cómo desaparecían sus luces traseras. No querían estar


afuera más tiempo del necesario.

El dormitorio se sentía extrañamente normal, cada habitación brillaba


dorada, la música y las conversaciones se filtraban hacia el patio.

—¿Cómo es que la vida sigue rodando? —Mercy preguntó mientras pasaban


junto a gente envuelta en sus bufandas, tazas de té o café caliente en sus
manos enguantadas. Los árboles parecían haber perdido su verde veraniego de 412
la noche a la mañana, las hojas amarillas se enroscaban como brillantes trozos
de cáscara de una luna pelada.

Por lo general, a Alex le gustaba la sensación del mundo normal, la


sensación de que había algo a lo que volver, que había más que Lethe, magia y
fantasmas, que podría tener una vida esperándola cuando terminara este
extraño trabajo. Pero esta noche todo lo que podía pensar era que estas
personas eran presa fácil. Había peligro por todas partes y no podían verlo. No
tenían idea de lo que podría estar acechándolos mientras se reían, discutían y
hacían planes para un mundo que apenas entendían.

Lauren estaba en la sala común, metida en el sillón reclinable con una hoja
de problemas, y Joy Division sonaba en el tocadiscos.

—¿Dónde diablos han estado? —preguntó—. ¿Y por qué huelen a incendio


forestal?

El cerebro cansado de Alex buscó una mentira, pero fue Mercy quien
respondió.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Tuvimos que ayudar a terminar el intercambio de dulces y una casa se


incendió en Orange.

—¿La iglesia otra vez? ¿Se están volviendo religiosas?

—Me gusta el vino gratis —dijo Alex—. ¿Nos quedamos sin Pop-Tarts?

—Hay Tastykakes encima de la nevera. Mi mamá los envió. Ustedes


realmente me asustaron, ¿de acuerdo? Tienen que decirme si van a
desaparecer. Hubo un asesinato en el campus, y andan por ahí en medio de la
noche como si nada hubiera pasado.

—Lo siento —dijo Mercy—. Perdimos la noción del tiempo y estábamos


juntas, así que no pensamos en eso.

Lauren tomó un sorbo de la gran botella de agua que llevaba a todas partes.

—Deberíamos empezar a pensar dónde queremos vivir el próximo año.

—¿Ahora? —preguntó Alex, metiéndose un Krimpet en la boca. Todavía no 413


estaba lista para mirar por el cañón de su falta de futuro. Aun así, no tenía
muchos amigos, y saber que Lauren realmente quería pasar otro año con ella
se sentía bien, como si tal vez no tuviera que mostrar lo dañada que estaba
como una señal de advertencia.

—¿Queremos vivir en el campus o fuera del campus? —preguntó Lauren—.


Podemos dar propina a algunos alumnos de último año, descubrir qué
apartamentos lucen bien.

—Podría hacer un semestre en el extranjero —dijo Mercy.

«¿Desde cuándo?» se preguntó Alex. ¿O Mercy solo estaba buscando una


excusa para alejarse de ella y Lethe?

—¿Dónde? —preguntó Lauren.

—¿Francia? —Mercy dijo poco convincente.

—Oh, Dios mío, que se joda Francia. Todos allí tienen una ETS.

—No, no la tienen, Lauren.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex agarró otro Krimpet y se sentó junto a Mercy en el sofá.

—¿Me estás diciendo que no elegirías París en lugar de New Haven?

—No —dijo Lauren—. Y eso se llama lealtad.

No fue hasta que se acomodaron para pasar la noche que Alex tuvo la
oportunidad de preguntarle a Mercy sobre Francia.

—¿Realmente te vas al extranjero?

—¿Ahora que sé que la magia es real? —Mercy se había puesto un conjunto


de pijama antiguo y se había untado la cara con crema—. De ninguna manera.
¿Pero no sería más fácil ir y venir con todas estas cosas de Lethe si no
tuviéramos que preocuparnos de que Lauren haga preguntas?

—Ya no estoy en Lethe —le recordó Alex—. Tampoco ustedes. Y estamos


siendo perseguidos por demonios.

—Lo sé, pero... no puedo volver a la ignorancia. 414


«Ya no depende de nosotros». Alex no lo dijo, pero se quedó despierta
durante mucho tiempo, mirando a la oscuridad. Había vivido con magia toda
su vida, incluso si nunca lo había llamado así. No había tenido poder de
decisión en el asunto. La única elección que tuvo que hacer fue aceptar la
oferta del decano Sandow cuando apareció junto a su cama de hospital,
cuando la invitaron a Lethe. Y ahora también le estaban quitando esa opción.
¿Cuánto tiempo podría seguir huyendo de hombres como Eitan? ¿De demonios
como Linus Reiter? ¿De los monstruos de su pasado que se habían vuelto tan
presentes?

No recordaba haberse quedado dormida, pero debía haberlo hecho porque


se despertó con el sonido de su teléfono.

Dawes.

—¿Estás bien? —preguntó Alex, tratando de orientarse. Se había quedado


dormida otra vez. Eran pasadas las 9 de la mañana.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Acaba de llamar el pretor. Quiere reunirse contigo hoy.

¿Aquí se acababa? ¿Era el despido oficial? ¿El jódete formal?

—¿Qué dijo? —Alex presionó.

—Solo que a la luz de los eventos de anoche, el pretor requiere la presencia


de Virgilio en su oficina.

Ni en Il Bastone ni en la Cabaña.

—¿Todavía me llama Virgilio?

—Así es —dijo Dawes con un suspiro de cansancio—. Y me llamó Oculus.


Tal vez hay algún tipo de proceso por el que tenemos que pasar antes de que
nos... No lo sé, despojen de nuestros oficios.

Alex miró por la ventana hacia el patio. El cielo de la mañana estaba oscuro,
el pavimento húmedo. Las nubes color pizarra prometían más lluvia. Hacía
demasiado frío para estar sentado afuera, pero había una chica encorvada en 415
un banco de abajo con solo una camiseta y vaqueros. No-Hellie miró a Alex y
sonrió, su sonrisa era torcida, sus dientes demasiado largos. Como los lobos
con los que habían luchado en el infierno. Como si cuanto más pasara hambre,
más difícil le resultaría fingir ser humana. Pero fue el hombre a su lado el que
hizo que un rayo de miedo atravesara a Alex. Su cabello era largo y rubio, su
traje blanco, su rostro de huesos finos se tornaba casi suave por la luz gris del
otoño. Linus Reiter la miró con expresión desconcertada, como si alguien le
hubiera contado un chiste que en realidad no encontraba divertido.

Alex tiró de las cortinas para cerrarlas. A la mierda tener acceso a los
Grises. Necesitaba proteger el patio. Tal vez todo el campus.

—¿Alex?

Dawes todavía estaba al teléfono.

—Está aquí —logró decir Alex, las palabras emergieron en un susurro


estrangulado—. Él está…

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Quién?

Alex se dejó caer junto a la cama, con las rodillas levantadas y el corazón
desbocado. No podía respirar apropiadamente.

—Linus Reiter —jadeó—. El vampiro. En el patio. Yo no... yo no puedo... —


Podía oír la sangre corriendo en sus oídos—. Creo que me voy a desmayar.

—Alex, dime cinco cosas que ves en tu habitación.

—¿Qué?

—Hazlo.

—Yo… mi escritorio. Una silla. El tul azul de la cama de Mercy. Mi póster de


Flaming June. Esas pegatinas de estrellas que alguien puso en el techo.

—Está bien, ahora cuatro cosas que puedes tocar.

—Dawes...
416
—Hazlo.

—Tenemos que advertir a los demás...

—Solo hazlo, Virgilio.

Dawes nunca la había llamado así. Alex logró respirar temblorosamente.

—Está bien… el marco de la cama. Es suave. Madera fría. La alfombra, algo


suave y nudosa. Tiene brillantina. Tal vez de Halloween.

—¿Qué otra cosa?

—Mi camiseta sin mangas, de algodón, creo. —Alargó la mano y tocó las
rosas secas de la mesita de noche de Mercy—. Flores secas, como papel de
seda.

—Ahora tres cosas que escuchas.

—Sé lo que estás haciendo.

—Entonces hazlo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex respiró hondo por la nariz.

—Las flores susurran cuando las toco. Alguien está cantando en el pasillo.
Mi propio jodido corazón late con fuerza en mi pecho. —Se pasó una mano por
la cara, sintiendo que parte de su terror desaparecía—. Gracias, Dawes.

—Voy a enviar un mensaje de texto al grupo para advertirles sobre Reiter.


Recuerda, tu guardián de sal también debería funcionar en su contra.

—¿Cómo puedes sonar tan tranquila?

—No fui atacada por un vampiro.

—Es de día. ¿Cómo…?

—Supongo que no está expuesto a la luz directa del sol. Se mantendrá en


las sombras, y ciertamente no podrá cazar hasta que caiga el anochecer.

Eso no fue tranquilizador.

—Alex —insistió Dawes—, tienes que mantener la calma. Es solo otro 417
demonio y no puede cambiar de forma ni meterse en tu cabeza.

—Es rápido, Dawes. Y tan fuerte. —Ella no había sido rival para él, incluso
con la fuerza de una Gris dentro de ella. Apenas se había escapado de él una
vez, y no estaba segura de volver a tener tanta suerte.

—Está bien, pero toda la lectura que he hecho dice que no se alejará de su
nido por mucho tiempo. No puede.

Su precioso nido lleno de objetos de valor incalculable y flores blancas. Al


que Alex le había prendido fuego.

Alex se obligó a levantarse y descorrer la cortina. No-Hellie se había ido. Vio


a Reiter cruzar el patio hacia las puertas que lo sacarían de JE y, con suerte,
del campus. Alguien con ropa oscura y una chaqueta con capucha caminaba a
su lado, manteniendo un paraguas blanco sobre la cabeza de Reiter.

—¿Qué pasa si Reiter tiene hambre en el camino a casa? —dijo Alex—. Yo lo


traje aquí. Puse a todas estas personas en su punto de mira.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Para. Reiter supo de Yale mucho antes que tú. Creo... creo que está aquí
para asustarte. Y tal vez porque usamos el Guantelete.

Ahora la voz de Dawes vaciló. Si la teoría de Alex, en realidad la teoría de


Rudolph Kittscher, era correcta, entonces Reiter era en realidad un demonio
que había seguido al verdadero Lionel Reiter fuera del infierno y había tomado
su forma e identidad. Se había alimentado del alma de Reiter y ahora se
sustentaba con sangre. ¿Los demonios que los siguieron a través del portal al
infierno lo habían convocado de alguna manera? ¿Le importaba que el
Guantelete se hubiera despertado, o solo quería vengarse de que Alex arruinara
sus cosas elegantes?

No importaba. Sólo había una manera de tratar con él.

—Agrégalo a la lista, Dawes. Nos desharemos de los demonios y también


nos desharemos de Reiter.

—No va a ser fácil —dijo Dawes. Ahora que había terminado la tarea de 418
cuidar a Alex, parecía menos segura—. Las cosas que saben…

Alex miró hacia el banco vacío.

—¿Quieres decirme lo que dijo Blake?

Hubo una larga pausa.

—Estaba fuera de mi ventana esta mañana. En la nieve. Susurró.

Alex esperó.

—Dijo que era inocente. Que nunca le hizo daño a nadie. Que su madre
lloraba hasta quedarse dormida todas las noches. Dijo... —La voz de Dawes
tembló.

Alex sabía que Dawes no quería continuar. Pero los demonios se


alimentaban de la vergüenza, fruto de semillas cultivadas en la oscuridad.

—Hellie me dijo que le robé la vida —dijo Alex—. Que debería haber sido yo
quien muriera, no ella.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¡Eso no es cierto!

—¿Importa?

—Tal vez no. No si se siente verdad. Dijo... Blake dijo que lo maté porque
soy el tipo de chica con la que nunca se atrevería a coger. Dijo... dijo que podía
decir cómo era mi... cómo me veía allá abajo. Que yo era fea.

—Dios, eso realmente suena como Blake.

¿De qué estaban hechos estos demonios? La tristeza de Hellie. La crueldad


de Blake. La vergüenza de Alex. La culpa de Dawes. ¿Pero qué más? ¿Cuál era
la diferencia entre la ambición y el apetito? Estas criaturas querían sobrevivir.
Querían ser alimentados. Alex entendía el hambre y lo que podría orillarte a
hacer.

—No es cierto, Dawes. Tenemos que seguir diciéndolo hasta que lo creamos.

—Era demasiado fácil dejar que esas palabras se apoderaran de mí.


419
—¿Está él allí ahora? —preguntó Alex.

—El loris lo mordió. —Dawes se rio—. Trepó por la ventana y lo mordió en la


mejilla. Empezó a gritar: “¡Mi cara! ¡Mi cara!”

Alex se rio, pero recordó las serpientes abalanzándose sobre la mejilla de


Hellie. Como si a los espíritus de la sal no les gustara la mentira de los
demonios, la pretensión de las máscaras humanas que llevaban.

Su teléfono sonó. Un mensaje de texto “Llámame” de Turner. ¿Por qué


nunca “la llamaba él”?

Cuando colgó con Dawes, revisó el chat grupal: todos se habían reportado y
Dawes emitió sus advertencias sobre Reiter. Todos estaban armados con sal y
se encontrarían en Il Bastone antes del anochecer. Estarían más seguros
cuando estuvieran juntos detrás de las protecciones.

Alex llamó a Turner, esperando escuchar que había visto al Gran Car al
acecho en la estación.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Estás bien? —preguntó ella.

—¿Qué? Bien. —Por supuesto que Turner estaba bien. Él era el roble
imponente—. Detuvimos al hijo de Ed Lambton.

Alex tardó un instante en recordar quién era Lambton. El profesor en el


centro del doble asesinato.

—Pensé que estaba en Arizona.

—Andy Lambton está en New Haven. Lo detuvimos frente al departamento


de uno de los compañeros de su padre.

—¿Una de las personas que falsificó los datos?

—Exactamente. Pusimos un destacamento de protección en el resto de


profesores involucrados con su evaluación y en los compañeros que trabajaban
en el laboratorio.

Así que la pista de Carlos II había tenido razón, el hijo vengando al padre. 420
Pero todo parecía tan teatral, tan extraño.

—¿Él realmente mató a dos personas porque pensó que su padre se había
llevado la peor parte?

—Parece que sí. Quiero que lo conozcas.

—La peor cita a ciegas de la historia.

—Stern.

—¿Por qué, Turner? —El detective había estado dispuesto a involucrarla en


la periferia del caso, una mirada a la escena del crimen, una charla sobre
teorías, pero conocer a un sospechoso era algo muy diferente. Y ahora que Alex
podría estar fuera de Lethe y Yale para siempre, no estaba segura de tener el
corazón o la voluntad para indagar en el misterio de un asesinato—. Nunca
antes me has querido en tus asuntos.

—Hay algo mal aquí y nadie más parece estar de acuerdo.

—¿Tiene una coartada?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Su coartada no se sostuvo. Y confesó.

—¿Entonces, cuál es el problema?

—¿Quieres conocer a este chico o no?

Sí quería. Le gustaba que incluso después de haber perdido el favor de


Lethe, a Turner todavía le importaba un carajo lo que ella pensaba. Además, si
Turner creía que algo andaba mal, lo había. Ella había estado en su cabeza,
miró a través de sus ojos. Había visto el mundo como él, los detalles, las pistas
y las señales que todos los demás pasaban por alto o ignoraban. Había sentido
la picazón en la base de su cráneo.

—Tengo que reunirme con el pretor esta tarde —dijo—. Puedo ir después de
eso. Pero tendrás que llevarme a la cárcel.

—Él no está en la cárcel —dijo Turner—. Está en Yale New Haven.

—¿El hospital?
421
—La sala de psiquiatría.

Alex no estaba segura de cómo responder. Había pasado suficiente tiempo


entrando y saliendo de centros de rehabilitación, programas de reforma a
través del miedo y controles de observación de veinticuatro horas que no quería
volver a poner un pie en una de esas salas nunca más. Pero tampoco le iba a
decir a Turner nada de eso. Tal vez ella no tenía que hacerlo. Había visto su
vida a través de los ojos de Hellie.

—Necesito saber qué le dijiste a la policía y al pretor sobre el incendio —dijo.

—Vandalismo —dijo Turner—. Es imposible hacerlo pasar como un


accidente. No encontraron acelerante y el fuego no fue aumentando,
simplemente explotó. Ese es un misterio que no van a desentrañar.

¿Fuego del infierno? ¿Algo más? ¿Qué armas tenían los demonios a su
disposición? Tal vez Turner podría arrestar a Linus Reiter y ahorrarles muchos
problemas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Mientras se vestía, trató de pensar en cualquier cosa que no fuera el Pretor


y lo que vendría después. Quería volver a Il Bastone. Quería que Turner
colocara policías fuera de la casa para mantenerla segura. Quería alguna
promesa de protección para su madre, sus amigos, ella misma. Había pensado
en Il Bastone como una especie de fortaleza, apuntalada por la magia, la
historia y la tradición. Se preguntó si No-Hellie sabía cuánto la había sacudido
el fuego.

Se tocó la muñeca donde la serpiente de sal se había enrollado alrededor de


su piel. Ya no estaba indefensa. Al menos la próxima vez que se peleara con la
cosa que no era Hellie o el monstruo que no era verdaderamente Lionel o Linus
Reiter, podría ser algo parecido a una pelea justa.

Alex pasó sus clases de la mañana con la mente nublada, tratando de


sacudirse el temor que pesaba en sus entrañas. ¿Era esta la última clase? ¿El
422
último desayuno apresurado entre clases? ¿La última vez que se sentaba en
WLH y trataba de pensar en algo inteligente que decir?

El profesor Walsh-Whiteley tenía un horario de oficina de dos a cuatro de la


tarde, y Alex pensó en esperar hasta el último momento posible para
presentarse, pero la preocupación era demasiado para ella. Era mejor terminar
de una vez, saber qué tan bajo había caído para poder empezar a arrastrarse
de regreso a terreno elevado.

Entró en Blue State para tomar un café y un bagel para fortalecerse.


Siempre había un Gris joven fuera del edificio vacío de al lado, vestido con una
franela a cuadros, a veces merodeando detrás de la ventana cerca de donde
una vez hubo una máquina de discos cuando era una pizzería. De vez en
cuando, creía oírlo tarareando los acordes sonoros de “Hotel California”. Pero
hoy, estaba sentado en los escalones, como si estuviera esperando que la
puerta se abriera para poder comprar una rebanada. Alex dejó que sus ojos lo
recorrieran, luego tropezó cuando alguien le dio un empujón por detrás.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Apenas se contuvo y derramó café caliente sobre su abrigo.

—¿Qué mierda? —dijo, dándose la vuelta.

Durante un largo segundo, no reconoció a Tzvi, no pudo conciliar la


presencia del guardaespaldas de Eitan aquí, en New Haven, pero no había
duda de su cuerpo nervudo, la barba prolija, la expresión pétrea.

—Hola Alex. —Eitan estaba justo detrás de Tzvi con un feo abrigo de cuero,
el pelo cortado al ras y oliendo a loción para después del afeitado. Un Chai
dorado brillaba en su cuello.

Su primer pensamiento fue “corre”. Su segundo fue “mátalos a ambos”.


Tampoco era una opción razonable. Si huía, la encontrarían. Y asesinar a dos
personas a plena luz del día en las calles de New Haven no parecía un
movimiento estratégico.

Se quedaron mirándose el uno al otro en la acera atestada de gente,


pasando junto a ellos de camino a clases o reuniones.
423

—Vamos —dijo ella. No quería que la vieran con ninguno de ellos.


Destacaban: los abrigos, el pelo. No era tanto que fueran criminales sino que
eran criminales de Los Ángeles. Demasiado elegante y brillante para New
Haven. Los condujo hasta el camino de acceso que discurría entre la escuela de
música y el Club Isabelino.

—Aquí está bien —dijo Eitan, y con una combinación de frustración y


orgullo se dio cuenta de que él no quería estar fuera de la vista de los
transeúntes. No sabía si Eitan y Tzvi le tenían miedo, pero estaban siendo
cautelosos. Ese era el problema con Eitan. Era muy bueno para mantenerse
con vida.

—¿Has estado en el Club Isabelino?

Alex negó con la cabeza.

—Tienes que ser miembro. Tienen la Primera de Shakespeare…

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Folio —dijo Alex sin pensar. Y una primera edición de Paraíso Perdido.
Todo tipo de tesoros literarios escondidos en una bóveda. Y lo que era más
importante, servían un lujoso té de la tarde. Darlington era miembro, pero
nunca la había llevado allí.

—¡Sí! Folios —dijo Eitan—. ¿Estás de camino a clase?

Alex pensó en mentir. Sería bastante fácil afirmar que trabajaba en los
comedores. Le había dicho a Eitan que se mudaría al este con su novio
imaginario. Incluso se había ofrecido a conseguirle un concierto en uno de los
casinos. Había esperado que él la dejara en paz, pero en lugar de eso, los
trabajos en la Costa Este habían retomado justo donde los había dejado la
Oeste. Eitan tenía negocios en todas partes y amigos a los que estaba feliz de
concederles favores.

Aun así, si Eitan estaba aquí, eso significaba que sabía más de lo que
debería. Él ya habría hecho que alguien investigara todo lo que pudiera sobre 424
ella, y si había podido encontrarla en medio de un campus repleto de
estudiantes, debía haber estado observándola por un tiempo.

—No —dijo ella—. Terminé por hoy. Iba a volver a los dormitorios.

—Iremos contigo.

Eso iba demasiado lejos. De ninguna manera iba a acercar a estos imbéciles
a Mercy y Lauren.

—¿Qué quieres, Eitán?

—Seamos amables, Alex. Se cortés.

—Casi hiciste que me maten. Eso afecta mis modales.

—Lo siento. Ya lo sabes. Me agradas. Haces un buen trabajo. Reiter ha sido


difícil.

Parecía sinceramente arrepentido. La forma en que alguien se arrepentiría


de comerse el último trozo de tarta o de llegar tarde a una cena.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Tienes alguna idea de lo que realmente es? —preguntó Alex.

—No necesito saberlo —dijo Eitan—. Él es un problema. Tú eres la solución.

—¿Quieres que vuelva allí? —De ninguna manera. Ya había sido bastante
malo ver a Reiter acechando en el patio, pero si Dawes tenía razón, era más
débil cuando tenía que esconderse de la luz del día y cuando estaba lejos de su
nido. En su guarida, tenía la ventaja. Incluso la idea de esa gran casa blanca
hizo que sus pulmones se apretaran, contuvo el aliento, lo enrolló rápido en un
carrete. ¿Qué había dicho la maestra Gris? Había matado a cientos, tal vez
más.

—Eres feliz aquí —dijo Eitan.

Alex no estaba segura de cómo se veía feliz. Estaba bastante segura de que
no implicaba ser acosada por demonios o perder su beca.

—Bastante feliz.
425
—Encárgate de Reiter por mí, y terminamos. Puedes tener una nueva vida.
No tienes que preocuparte de que Tzvi aparezca en tu puerta.

—¿Es por eso que viniste aquí? ¿Para enviarme a morir?

—Tenía negocios en la ciudad. Y este es un buen mercado. Mucha gente


joven. Mucha presión. Todos tratando de divertirse.

Eso se sintió como una amenaza. ¿Iba Eitan a presionarla para que
traficara en el campus? Tenía que haber un límite en alguna parte. Tenía que
haber un final para esto. Alex se sentía demasiado consciente de las personas
que la rodeaban, de su vulnerabilidad, de su debilidad. Presa fácil: para los
demonios y para hombres como Eitan. Él no pertenecía aquí y ella tampoco.
Eran serpientes en el jardín.

Alex sopesó sus opciones.

—Si me ocupo de Reiter, terminamos. Ese es el trato. No más trabajos. No


más tratos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Eitan sonrió y le palmeó el hombro.

—Sí.

—Y si no vuelvo… —Alex clavó las uñas en su palma, recordando la


sensación de los colmillos de Reiter perforando su cuerpo—. Si no vuelvo, le
darás algo de dinero a mi mamá. Te aseguras de que esté bien.

—No hables así, Alex. Estarás bien. Veo lo que puedes hacer.

Alex sostuvo su mirada.

—No tienes idea de lo que puedo hacer.

Él no se inmutó. Eitan no iba a dejar que ella se quedara con él a solas,


pero él no le tenía miedo. Ella podría tener influencia sobre los muertos, pero él
gobernaba a los vivos.

De nuevo le palmeó el hombro, como si estuviera dando ánimos a un niño.

—Termina este trabajo y nos despedimos, ¿sí? 426


—Sí —dijo Alex.

—Esto es justo. Hacemos las paces. Todos están felices.

Dudaba que él tuviera razón en eso, pero todo lo que dijo fue:

—Claro.

—Buena chica —dijo Eitan.

Tampoco tenía razón en eso.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

33
Traducido por Azhreik

Alex esperó a que Eitan y Tzvi desaparecieran en el gran Suburban negro que
estaba junto a la acera. Debería haberlo notado, pero se había centrado en las
amenazas equivocadas.

Presionó la espalda contra la pared del callejón y se deslizó hacia abajo,


apoyó la cabeza entre las manos. Necesitaba volver a los dormitorios, a algún
lugar cubierto, donde pudiera estar sola para pensar, pero le temblaban las
piernas.

Eitan había estado aquí en Yale. Sabía dónde encontrarla. Y no era tan
estúpida como para creer que si sobrevivía a otro encuentro con Linus Reiter,
427
Eitan la dejaría libre. No iba a renunciar a un arma en su arsenal, no cuando
estaba tan seguro de que la tenía bajo su pulgar. ¿Cuánto sabía sobre ella?
¿Qué otra ventaja sobre ella podría encontrar? No podía haber descubierto los
secretos de Lethe, pero ¿la había seguido hasta Il Bastone? ¿Black Elm?

Una sombra cayó sobre ella y levantó la vista para ver a una chica con
cabello oscuro.

—Todo ha terminado —dijo—. Todo se está escapando. ¿Cuánto tiempo


pensaste que podrías seguir fingiendo?

Alex tuvo la extraña sensación de que se estaba mirando en un espejo. El


cabello de Hellie era negro y estaba partido en el medio, sus ojos eran negros
como el aceite. «Ella se está alimentando de mí.» La desesperanza de Alex la
había invocado como una campana para la cena.

Alex lo sabía, pero la tristeza en ella le dificultaba pensar. Se sentía como si


estuviera en el fondo de un pozo. Se suponía que debía pelear. Se suponía que

Hell bent
LEIGH BARDUGO

debía protegerse a sí misma. Pero cuando pensaba en moverse, en emprender


cualquier tipo de acción, era como si estuviera arañando las paredes de piedra
del pozo, con musgo húmedo. Era imposible encontrar dónde agarrarse. Estaba
demasiado cansada para intentarlo.

Los tatuajes de No-Hellie habían comenzado a emerger. Peonías y


esqueletos. La rueda. Dos serpientes encontrándose en sus clavículas.

«Cascabeles.»

«Tienes una pequeña víbora en tu interior. Lista para atacar.»

Eso era lo que le había dicho la verdadera Hellie. La Hellie que la había
amado, que la había protegido hasta el final y más allá. Y esta maldita
impostora estaba usando su cara.

—Esos no te pertenecen —gruñó Alex. Se obligó a llevarse el brazo a la boca


y pasar la lengua sobre los nudillos.
428
Su espíritu de sal se abalanzó, las serpientes mordieron a No-Hellie. El
demonio retrocedió, pero más lento que la última vez.

—¡Déjala en paz!

Alex levantó la vista para ver a Tripp cruzando el callejón. Quería gritarle
que bajara la voz, pero estaba tan malditamente contenta de verlo corriendo a
rescatarla que no se molestó en preocuparse por una escena.

Estaba agradecida por las sombras del callejón cuando lo vio lamer su brazo
y su albatros se abalanzó chillando, chocando contra No-Hellie.

El demonio se alejó con un gemido agudo, pero sonreía mientras se


escabullía hacia la calle llena de gente. ¿Y por qué no? Tenía la barriga llena.

Alex no estaba segura de lo que podrían haber visto los que pasaban por
allí. Tal vez simplemente no se habían dado cuenta de las serpientes, el ave
marina, una chica que se alejaba corriendo de una manera que no era del todo
humana. O tal vez sus mentes lo pasaron por alto, arguyendo una explicación
que les permitiría continuar con sus vidas diarias, el recuerdo de cualquier

Hell bent
LEIGH BARDUGO

cosa extraña o misteriosa olvidada con gratitud. Podría haber muerto en las
sombras de ese callejón, y ellos habrían seguido caminando.

—¿Estás bien? —preguntó Tripp. Estaba alerta, rebosante de energía y


nervios.

—No. —En realidad, no sentía que pudiera soportarlo.

—Te ves terrible.

—No ayudas, Tripp.

—Pero el albatros funcionó.

Así fue. Alex quería creer que sus serpientes habrían aparecido, pero
parecía que estaban ligadas a su propio estado de ánimo.

—Gracias —dijo, arrastrándose para ponerse de pie. Estaba temblorosa y


débil, y cuando Tripp le ofreció su brazo, se avergonzó de tener que aceptarlo.

—Se siente tan mal —dijo él mientras caminaban de regreso a Blue State y 429
se refugiaban en una de las mesas.

—¿Spenser te ha perseguido?

—Tan pronto como salí de mi apartamento. Tuve que ir a trabajar. Mi fiel


ave marina me ayudó.

Tal vez sí, pero Tripp no se veía muy bien. Estaba pálido y sus mejillas
tenían un aspecto hundido, como si no hubiera estado comiendo, a pesar de
que ella lo había visto solo un día antes.

Alex inclinó la cabeza hacia el menú de tiza detrás del mostrador.

—¿Hay alguna posibilidad de que el chili sea casero?

—Sí, pero creo que es vegano.

—Es mejor que nada.

Cuando Tripp se acercó al mostrador, Alex llamó a Dawes.

—Tenemos que revisar las cámaras en Black Elm.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Qué estoy buscando?

—Un Suburban negro en el camino de entrada.

—Habría recibido una alerta si hubiera alguien allí.

—Bueno. Solo mantente alerta.

—¿A quién esperas?

Álex vaciló. Faltaban solo dos noches para la luna llena, pero parecía una
distancia que no sabía cómo cruzar.

—Solo estoy siendo cuidadosa —dijo.

—Ya que mencionaste Black Elm —comenzó Dawes—, necesito…

—Voy tarde con el pretor —dijo Alex apresuradamente y colgó.

No se sentía bien al respecto, pero Dawes iba a preguntarle si podía ir a


Black Elm para ver cómo estaba Darlington, darle de comer a Cosmo y recoger
430
el correo. Debería ir. Era su turno y Dawes había hecho mucho. Pero ahora
mismo no podía pensar en eso. Necesitaba reunirse con el pretor, lidiar con
Eitan. Necesitaba encontrar su escotilla de escape. Sus fracasos se estaban
acumulando demasiado, y la idea de enfrentarse a Darlington detrás de ese
círculo dorado, todavía atrapado entre mundos, aún incompleto, la hacía
sentirse desesperanzada de nuevo.

Envió un mensaje de texto al chat grupal con una advertencia:

[Manténganse animados. Saben cuándo estamos de bajón.]

—¿Crees que eso es cierto? —Tripp preguntó cuando regresó con dos
tazones de chili y un panecillo con chispas de chocolate.

—Sí.

Tripp le dio un mordisco al chili y se limpió la boca con la manga de su


sudadera.

—No sé si puedo soportar mucho más de esto. Spenser…

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No es Spenser.

—Sigues diciendo eso, pero ¿qué diferencia hace?

—Tenemos que recordar quiénes son. No son las personas que amamos u
odiamos. Solo están... hambrientos.

Tripp dio otro mordisco y luego apartó el cuenco.

—Es Spenser. No puedo explicarlo. Sé lo que estás diciendo, pero no es solo


la mierda que dice. Es que lo está disfrutando.

Alex pensó en lo que había leído en la Daemonologie de Kittscher. Si


Rudolph Kittscher tenía razón, entonces los demonios se habían alimentado de
las emociones de los muertos durante mucho tiempo, y eso no era nada
comparado con darse un festín con el dolor y el placer de los vivos. ¿Por qué no
estarían disfrutando ahora que estaban en el reino de los mortales? El bufe
estaba servido.
431
—Escucha, Tripp... Lamento haberte metido en esto.

—Lo entiendo totalmente. Solo estabas haciendo tu trabajo.

Álex vaciló.

—Tú… sabes que esto no fue aprobado por Lethe, ¿verdad? Nunca íbamos a
causarte problemas con Cráneo y Huesos.

—Oh, lo sé.

—¿Y nos ayudaste de todos modos?

—Bueno sí. Necesitaba el efectivo y... realmente no sé dónde estoy, ¿sabes?


Mis amigos están todos trabajando en la ciudad. Todavía no tengo mi título. Ni
siquiera sé si todavía lo quiero. Me gusta Darlington y... no sé. Me gusta ser
uno de los buenos.

«¿Es eso lo que somos?» Aquí no había un bien mayor, ni lucha por un
mundo mejor. Pero, ¿qué había dicho Mercy? «Tú me rescatas, yo te rescato. Así
es como funciona esto.» Para pagar sus deudas, tenía que saber a quién le

Hell bent
LEIGH BARDUGO

debía. Tenías que decidir por quién estabas dispuesto a ir a la guerra y en


quién confiabas que saltara a la refriega por ti. Eso era todo lo que había en
este mundo. No hay héroes ni villanos, solo las personas por las que
desafiarías las olas y a las que dejarías ahogar.

Alex y Tripp se despidieron en el parque. Se sentía mejor que una hora antes,
pero la doble pesadilla de Eitan y No-Hellie la había dejado vapuleada. No
estaba en condiciones de reunirse con el pretor, pero no había forma de
evitarlo.

—Dios mío —dijo él cuando tocó la puerta de su oficina—. Te ves terrible.

—Han sido unos días difíciles.

—Adelante. Siéntate. ¿Puedo ofrecerte té?

Alex negó con la cabeza. Quería terminar con esto de una vez, pero se sentía
432
tan mal que se dejó encorvar en la silla mientras él ponía a hervir una tetera
eléctrica. Simplemente no estaba de humor para actuar, y ya no había razón
para hacerlo.

—Bueno —dijo el pretor mientras clasificaba una selección de tés—. ¿Por


dónde empezamos?

—El incendio de anoche…

Hizo un gesto desdeñoso.

—New Haven.

Así que Walsh-Whiteley había creído las afirmaciones de vandalismo de


Turner. Tal vez no había entrado. Tal vez después de haber sido convocado
desde su cálida cama, había estado muy feliz de volver a casa.

—Era mucho peor en los años ochenta —continuó el pretor—. New Haven
era todo un chiste. ¿Galleta?

Le tendió una lata azul.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex estaba desconcertada, pero no le dijo que no a la comida. Agarró dos.

—Había ventajas, por supuesto. Hacíamos unas fiestas maravillosas en la


antigua fábrica de relojes y simplemente a nadie le importaba. Los murales
siguen ahí, sabes. Algunos de los estudiantes de la escuela de arquitectura las
pintaron. Hermosos, realmente, del estilo de nadar en un lago.

¿Por qué el pretor estaba recordando sus días de fiesta en lugar de


sermonearla sobre el Guantelete, o sus crímenes contra Lethe y la universidad,
o el proceso para expulsarla a ella y a Dawes, o mejor aún, algún plan para
rehabilitarlas? Si Alex no lo supiera mejor, pensaría que él estaba tratando de
crear algún tipo de camaradería con ella. ¿Estaba simplemente saboreando el
preámbulo a una gran despedida?

—Ahora —dijo Walsh-Whiteley, acomodándose detrás de su escritorio con


una taza de té—. Vamos a empezar.

—Yo... ¿Hay algo que se supone que debo firmar? 433


—¿Para la ceremonia de Lobo? No, todos saben los riesgos que corren. Es
por eso que harán la transformación masiva en tierra. Creo que han elegido —
consultó sus notas— cóndores para la carrera aérea del próximo semestre.

Alex trató de entender lo que decía el pretor. Sabía que se refería al ritual de
Cabeza de Lobo programado para mañana por la noche. Se transformarían
como una manada y disfrutarían de correr por todo el Parque Estatal Sleeping
Giant. No se les permitió intentar volar al inicio del año escolar porque hubo
muchas lesiones y accidentes en el pasado. Pero Alex había asumido que el
ritual se suspendería hasta... bueno, no había pensado en lo que haría Lethe
sin Dante y sin Virgilio. Supuso que le pedirían a Michelle Alameddine que
regresara.

Entonces, ¿por qué el Pretor la miraba como si esperara que ella sacara un
montón de fichas y comenzara a hablar sobre los procedimientos de seguridad
espiritual?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Lo siento —dijo ella—. ¿Todavía quieres que supervise la ceremonia de


Lobo?

Walsh-Whiteley enarcó una ceja.

—Ciertamente espero que no pretendas que arrastre mis viejos huesos


hasta Sleeping Giant en la oscuridad de la noche. Vamos, señorita Stern. Su
informe sobre Manuscrito fue muy sólido. Espero que mantenga ese estándar.

¿Qué demonios estaba pasando? ¿Estaba esperando el comité para tomar


una decisión sobre su expulsión y la de Dawes?

Alex sintió una fugaz sensación de preocupación. Había otra posibilidad. No


había visto ni oído hablar de Anselm desde que interrumpió su viaje al infierno.
¿Y si Anselm nunca hubiera regresado a Nueva York? ¿Y si nunca hubiera
tenido la oportunidad de hablar con Walsh-Whiteley o con el comité?

—Señor, me disculpo —dijo, tratando de orientarse—. No he tenido tiempo


de prepararme.
434

Las comisuras de la boca de Walsh-Whiteley se torcieron hacia abajo.

—Reconozco que tiene un don, señorita Stern, y tal vez no debería haberte
pedido que… lo demostraras en mi nombre. Pero debes entender que no haré
concesiones por trabajos de mala calidad solo porque naciste con un talento
inusual.

—De nuevo, me disculpo. He... estado enferma.

—Ciertamente no te ves bien —concedió el pretor. Colocó la tapa sobre la


lata de galletas. Al parecer, las galletas eran para los que lograban cosas—.
Pero tenemos una obligación con las sociedades y hay luna llena el jueves.
Concéntrate, señorita Stern. Habrá consecuencias si…

—Estaré allí —dijo Alex. Podría empezar la velada con una transformación
masiva de dieciséis estudiantes universitarios y terminar con un rápido viaje al
inframundo—. Y estaré lista.

Walsh-Whiteley no parecía convencido.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Envíame tus notas por correo electrónico y podemos quedar en la Cabaña


hasta que las reparaciones estén completas en Il Bastone. He solicitado fondos
al comité.

—¿Ha estado en contacto con el comité?

—Claro que sí. Y puedes estar segura de que si no cumples con tus
obligaciones…

—Correcto, sí. Entendí.

Alex se puso de pie y estaba saliendo por la puerta antes de que Walsh-
Whiteley pudiera comenzar su diatriba. Sabía que debería tratar de quedarse y
apaciguar al pretor, pero necesitaba hablar con Dawes. De alguna manera, se
las habían arreglado para esquivar una bala, y eso significaba que todavía
tenían acceso a todos los recursos de Lethe. Tal vez habían tenido suerte. O tal
vez la suerte de Michael Anselm se había acabado.
435

Hell bent
LEIGH BARDUGO

34
Traducido por Azhreik

—Algo anda mal —le dijo a Dawes mientras cruzaba apresuradamente el


campus para encontrarse con Turner—. El pretor no dijo nada sobre el
Guantelete o la acción disciplinaria.

—¿Tal vez Anselm cambió de opinión?

—Estaba furioso, Dawes. No hay forma de que decidiera darnos otra


oportunidad.

—Crees que algo… uno de los demonios…

—A ver si puedes averiguar si ha estado en casa. 436


—¿Cómo se supone que voy a hacer eso?

—Llama a su casa, finge que trabajas con él.

—¡Alex!

—Maldita sea, Dawes, ¿tengo que hacer todo esto yo misma?

—Si “esto” no es ético, ¡entonces sí!

Alex colgó. Se sentía frenética, expuesta, como si No-Hellie pudiera estar a


la vuelta de cualquier esquina. O Eitán. O Linus Reiter. «Los demonios no son
inteligentes», le había dicho Dawes una vez, «son astutos». Alex tuvo que
preguntarse cuántas personas habían dicho lo mismo sobre ella.

—Está bien, entonces, ¿qué haría? —murmuró para sí misma, viendo cómo
su aliento flotaba en el aire frío mientras corría hacia Chapel Street.

Esperar y observar. Buscar una oportunidad. Encontrar una manera de


cambiar las probabilidades a su favor.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Si algo le había pasado a Anselm... bueno, eso solucionaría uno de sus


problemas. Pero Lethe no se iba a encoger de hombros por su desaparición, no
cuando dos miembros de la facultad también estaban muertos. Alex se detuvo
frente a la Galería de Arte de la Universidad. Marjorie Esteban. Decano
Beekman. ¿Podría Anselm ser una víctima también? No si Turner tenía al
sospechoso adecuado bajo custodia. El hijo de Ed Lambton no tenía motivos
para perseguir a alguien que apenas estaba asociado con Yale. A menos que
hubieran estado haciendo las conexiones equivocadas desde el principio.

Unos minutos más tarde, Turner aparcó en su Dodge y Alex se deslizó en el


asiento del pasajero, agradecida por el calor.

—Dios —dijo ella—. ¿Dormiste algo?

Él negó con la cabeza, un músculo palpitaba en su mandíbula. Estaba


elegantemente vestido como siempre, traje de lana azul marino con la raya
diplomática más sutil, corbata color pizarra, abrigo Burberry cuidadosamente 437
colocado sobre el asiento trasero. Pero tenía manchas oscuras debajo de los
ojos y su piel se veía cenicienta. Turner era un hombre guapo, pero unas pocas
noches más jugando a las escondidas con sus demonios personales y podría no
serlo.

—¿Qué frase usó? —preguntó Alex.

Turner condujo el Dodge de regreso al tráfico.

—Esta vez no apareció como Carmichael. Creyó que sería lindo esperarme
en el estacionamiento vestido como mi abuelo.

—¿Malo?

Hizo un único y breve asentimiento.

—Por un segundo pensé… no sé.

—Creíste que era él.

—Los muertos siguen muertos, ¿verdad? Pero él... Se parecía a él, sonaba
como él. Me sentí feliz cuando lo vi, como si fuera una especie de milagro.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Un regalo. Una recompensa por todo el dolor. Exactamente como se había


sentido Alex cuando había abrazado a Hellie. Perderla de nuevo casi la había
destrozado.

Por eso Turner se veía terrible. No porque no hubiera dormido, sino porque
el demonio se había alimentado de él.

—No sé cuánto tiempo más podré soportar esto —dijo Turner.

—¿Cómo te liberaste?

—Me dijo que los dos estábamos en peligro, que tenía que ir con él, y estaba
a la mitad de la cuadra cuando me di cuenta de lo rápido que se movía, de lo
ligero que andaba. Mi abuelo tenía artritis. Él no podía dar un paso sin
lastimarse. Dije... Tal vez una parte de mí sabía que no tenía razón. Dije:
“Sáname, Señor, y estaré sano”.

—¿Estalló en llamas?
438
Turner soltó una carcajada.

—No, pero me miró con una pequeña y suave sonrisa, como si hubiera
dicho algo sobre el clima. Mi abuelo amaba las escrituras. Tenía una Biblia de
bolsillo, la llevaba a todas partes con él, la guardaba sobre su corazón. Si le
citaba la palabra de Dios, su rostro debería haberse iluminado como un
amanecer.

«Astuto, pero no inteligente.»

—Entonces las cosas se pusieron feas —dijo Turner—. Aunque sabía que no
era él, no quería usar el roble contra él, alejarlo. Parecía… —La voz de Turner
se hizo más tensa y Alex se dio cuenta de que estaba luchando por contener las
lágrimas. Lo había visto enojado, frustrado, pero nunca afligido, nunca
perdido—. Era tan viejo y frágil. Cuando me volví hacia él, parecía asustado y
confundido. Él…

—No era él —dijo Alex—. Esa cosa se estaba alimentando de ti.

Se detuvieron en un estacionamiento.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Lo sé pero...

—Aun así se siente como una mierda.

—Realmente sí. —Miró al frente, a la valla de tela metálica y al gran edificio


de ladrillo que había más allá—. ¿Sabes que llaman al diablo el Padre de las
Mentiras? Creo que nunca entendí realmente lo que eso podría significar hasta
ahora.

Alex trató de no retorcerse en su asiento. Cada vez que Turner se ponía


bíblico, se sentía incómoda, como si le estuviera contando una gran
alucinación y su trabajo fuera asentir sabiamente y fingir que ella también veía
milagros. Por otra parte, había pasado toda su vida viendo cosas que nadie
más veía; tal vez podría concederle el beneficio de la duda.

Por un momento sintió el impulso de contarle todo, lo que Eitan le había


pedido, los trabajos que había hecho para él, el hecho de que él había estado
aquí, en New Haven. Turner sabía lo que era estar arrinconado, hacer lo 439
incorrecto porque todo lo correcto te hundía más.

En lugar de eso, salió del auto.

—Creo que algo pudo haberle pasado a Michael Anselm.

—¿Porque no se presentó en Il Bastone?

—Pensé que había regresado a Nueva York, pero me reuní con el nuevo
pretor hace un momento y no dijo una palabra sobre el Guantelete o que nos
echaron a todos de Lethe.

—Podría ser que Anselm quisiera hablar con el comité en persona.

—Podría ser —dijo Alex. Cruzaron apresuradamente la calle hasta la


entrada y atravesaron una puerta giratoria hasta un vestíbulo grande y
anónimo. Realmente no parecía un hospital. Podrían haber estado en cualquier
parte—. O tal vez algo lo atrapó antes de que regresara a la ciudad.

Turner mostró su placa e identificación en la recepción, y se dirigieron a un


grupo de ascensores.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Pensé que los demonios estaban atados a nosotros. ¿Por qué buscarían a
Anselm? —Parecía preocupado, y Alex entendía por qué. Ninguno de ellos
quería que estas cosas persiguieran a sus amigos y familiares.

—¿Quién dice que algo más no se liberó? Anselm detuvo el ritual. Tal vez
hubo alguna represalia.

—Estás adivinando —dijo Turner—. O, como lo llamamos nosotros,


pontificando desde la butaca. Por lo que sabes, Anselm se peleó con su esposa
y no ha tenido tiempo de fastidiarnos.

—Todo son suposiciones, Turner. Pero no tiene que ser así.

Turner suspiró.

—Bien. Veré si puedo investigarlo sin levantar ninguna alarma. ¿Te


concentrarías ahora?

«Concéntrese, señorita Stern.» Pero Alex no quería concentrarse. Todo era


440
demasiado familiar. Las paredes blancas, el arte inofensivo sobre ellas, la
moqueta de la recepción dejando paso a los fríos azulejos. Éstos eran los
lugares donde había aprendido a mentir, a fingir que era una niña corriente
que se había juntado con gente mala, a decirles a amables trabajadores
sociales y psiquiatras curiosos que le gustaba inventar historias locas, que
disfrutaba la atención.

También había algo de verdad mezclado. No quería lastimar a su mamá.


Sabía que ella era una fuente de dolor de cabeza, de angustia, de problemas
financieros, de aflicción materna. Quería hacer amigos, pero no sabía cómo.
Las lágrimas habían venido con facilidad. Lo más difícil había sido esconder lo
desesperada que estaba por mejorar, lo mucho que deseaba liberarse de las
cosas que veía. La única ventaja de las salas de psiquiatría era que los Grises
las odiaban incluso más que a los vivos.

Sólo una vez había cedido y dicho la verdad. Tenía catorce años y ya andaba
con el grupito de Len. Ella ya le había permitido cogerla en su estrecha cama

Hell bent
LEIGH BARDUGO

con las sábanas sucias. Habían fumado antes y después. Ella se había sentido
decepcionada por el desorden, pero trató de seguirle la corriente, hizo los
ruidos que parecían excitarlo. Le había acariciado la estrecha espalda y sintió
algo que podría haber sido amor o simplemente un deseo de sentir amor.

Su madre la había llevado a rastras a una evaluación psiquiátrica, y ella


había ido porque Len le había dicho que si jugaba bien sus cartas, le recetarían
algo bueno, y también porque era mejor que enviarla a algún lado para que la
corrigieran con sustos. Los tipos en uniforme podían gritarle y obligarla a hacer
flexiones y limpiar los baños, pero ella había estado asustada toda su puta vida
y cada vez se volvía más torcida.

A Alex realmente le había gustado la médico con el que se había reunido ese
día en Wellways. Marcy Golder. Era más joven que los demás, graciosa. Tenía
un bonito tatuaje de una rosa enredadera alrededor de su muñeca. Le había
ofrecido a Alex un cigarrillo y se habían sentado juntas, mirando el océano
441
lejano. Marcy había dicho:

—No puedo fingir que entiendo todo en este mundo. Sería arrogante decir
eso. ¡Creemos que entendemos y luego boom! Galileo. ¡Bam! Einstein. Tenemos
que tener la mente abierta.

Así que Alex le había contado las cosas que veía, solo un poco sobre los
Silenciosos que siempre estaban con ella, que solo desaparecían en una nube.
No todo, solo un poco, una prueba.

Pero aun así había sido demasiado. Y lo supo de inmediato. Había visto la
comprensión en los ojos de Marcy, la estudiada calidez y, debajo de ella, la
emoción que no podía ocultar.

Alex se había callado rápido, pero el daño ya estaba hecho. Marcy Golder
quería mantenerla en Wellways para un programa de seis semanas de
tratamiento de electroshock combinado con terapia de conversación e
hidroterapia. Afortunadamente había estado fuera del presupuesto de Mira, y

Hell bent
LEIGH BARDUGO

su madre había sido demasiado hippie para decir que sí a colocar electrodos en
el cráneo de su hija.

Ahora Alex sabía que nada de eso habría funcionado porque los Grises eran
reales. Ninguna cantidad de medicación o electricidad podía borrar a los
muertos. Pero en ese momento, había dudado.

Yale New Haven al menos trataba de mantenerse humano. Plantas en las


esquinas. Un gran tragaluz en el techo y toques de azul en las paredes.

—¿Estás bien? —preguntó Turner mientras subía el ascensor.

Alex asintió.

—¿Qué es lo que te molesta de este tipo?

—No estoy seguro. El confesó. Tiene detalles de los crímenes, y todos lo


forense coincide. Pero…

—¿Pero? 442
—Algo está mal.

—La picazón —dijo y Turner se sobresaltó, luego se frotó la mandíbula.

—Sí —dijo—. Eso es.

La picazón nunca había llevado a Turner por mal camino. Confiaba en su


instinto, y tal vez ahora también confiaba en ella.

Un médico salió a su encuentro, de mediana edad, con el pelo rubio con


mechas cortado en un flequillo a la moda.

—El Doctor Tarkenian va a observar —dijo Turner—. Alex conoce al padre


de Andy.

—¿Fuiste una de sus estudiantes? —preguntó el psiquiatra.

Alex asintió y deseó que Turner la hubiera preparado mejor.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Andy y Ed estaban muy unidos —dijo el médico—. La esposa de Ed


Lambton falleció hace poco más de dos años. Andy fue al funeral y animó a su
padre a mudarse a Arizona con él.

—¿Lambton no estaba interesado? —preguntó Turner.

—Su laboratorio está aquí —dijo el doctor Tarkenian—. Puedo entender su


elección.

—Debería haber aceptado la oferta de su hijo. Según todos los informes, sus
candidatos al doctorado casi no tenían supervisión. Simplemente no tenía la
cabeza en el trabajo.

Alex vio la forma en que esa evaluación preocupó a Tarkenian.

—Tú lo conocías —dijo Alex.

Tarkenian asintió.

|—Hice mi trabajo de doctorado con él hace años. Me temo que no lo viste 443
en su mejor momento. —Su expresión se endureció—. Y también conocía al
decano Beekman. Él no se merecía eso.

Los condujo por el pasillo hasta un solárium donde estaba sentado un


hombre de unos treinta años, esposado a una silla de ruedas, de espaldas a
una vista espectacular de New Haven. Tenía los labios agrietados y los dedos
flexionados y estirados sobre los reposabrazos como si conocieran un ritmo
secreto, pero por lo demás se veía bien. Saludable. Normal. Tenía el pelo oscuro
y una barba muy corta con vetas grises. Parecía que trabajaba vendiendo
cerveza artesanal.

«Esa podría ser yo —pensó—. Esa fui yo». Había conocido al decano Sandow
en un hospital. La habían esposado a la cama, nadie estaba seguro aún de si
era una víctima o una sospechosa. Algunas personas probablemente todavía
estaban tratando de averiguarlo.

Detrás de Andy Lambton, nubes grises se cernían sobre la ciudad. Podía ver
la explanada del parque de New Haven, East Rock en la distancia, la gran

Hell bent
LEIGH BARDUGO

punta gótica de la torre Harkness, aunque dudaba que alguien pudiera oír las
campanas desde allí.

—Esa es una gran vista —dijo Alex, y Andy se estremeció.

Se sentaron frente a él.

—¿Cómo estás, Andy? —preguntó Turner.

—Cansado.

—¿Ha estado durmiendo? —Turner le preguntó al médico.

Alex lo interrumpió.

—No hables como si él no estuviera aquí. ¿Estás durmiendo bien?

—No —admitió Andy—. No es exactamente un ambiente tranquilo.

—He visto cosas peores —dijo Alex.

Andy se encogió de hombros.


444
—No me gusta estar aquí.

—¿En el hospital?

—En esta ciudad. —Andy miró por encima del hombro, como si New Haven
estuviera escuchando, como si lo hubiera sorprendido.

Pero Andy estaba tranquilo, sosegado. Alex se preguntó si estaba medicado.

Turner se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas,


entrelazando los dedos.

—Necesito que nos hables de lo que pasó, es estrictamente extraoficial, sin


grabadora, sin notas, nada puede ser usado en tu contra en un tribunal.

—¿Por qué? Te dije lo que hice.

—Estoy tratando de entender.

Los ojos de Andy Lambton se dirigieron a Alex.

—¿Y se supone que ella te ayudará a entender?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Así es.

—Está cubierta de fuego —dijo.

Alex se obligó a no mirar a Turner, pero sabía que ambos estaban pensando
en la llama azul que la había rodeado en el infierno.

—Te dije que lo hice —dijo Andy—. ¿Qué más quieres?

—Solo necesito aclarar algunas cosas. Le echamos un buen vistazo a tu


computadora. Aparte de un poco de pornografía bastante común, tu historial
de búsqueda no arrojó nada digno de mención. Y nada relacionado con la
profesora Stephen o el decano Beekman.

—Tal vez lo borré.

—No lo hiciste. Y eso también es inusual.

Andy se encogió de hombros de nuevo.

—¿Cómo entraste en la casa del decano Beekman? ¿En la oficina de la 445


profesora Stephen? —Turner continuó—. ¿Los seguiste? ¿Estuviste
vigilándolos?

—Simplemente sabía cómo.

—¿Cómo?

—Él me lo dijo.

Turner prácticamente gruñó de frustración. Pero Alex tenía la sensación de


que Andy no estaba siendo terco. Algo más estaba pasando aquí.

—¿Quién te lo dijo? —exigió Turner.

Ahora Andy vaciló.

—Yo... ¿mi papá?

Turner se recostó en su silla, apaciguado.

—¿Él sabía que planeabas lastimar a estas personas?

La cabeza de Andy se levantó de golpe.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¡No!

—¿Él solo te entregó su tarjeta de acceso y recitó sus horarios de trabajo por
diversión?

—Él no dijo nada. El carnero me lo dijo. —Andy cerró los labios, raspando
su lengua sobre sus dientes como si no le gustara el sabor de las palabras.

Alex se quedó muy quieta.

—¿El carnero?

Andy puso los ojos en blanco. No era una mirada de desprecio. Había algo
salvaje en el movimiento, como un animal atrapado en una trampa,
esforzándose por liberarse.

Aun así, su voz era razonable.

—No fue un gran problema encontrarlos, lograr que me dejaran entrar. Pasé
la mayor parte de mi vida en Yale, ¿de acuerdo? —Señaló con un dedo a 446
Turner—. Y no intentes meter a mi padre en esto. Dijiste que era extraoficial.

—No voy a meter a tu papá en un lío. Estoy tratando de entender lo que


pasó aquí. —Turner estudió a Andy—. Háblame de Carlos II.

—¿El rey?

—¿Por qué abriste la Biblia de Marjorie Stephen? ¿Por qué Jueces?

Ahora el rostro de Andy brilló de ira.

—Ella arruinó todo para mi padre. ¿Y por qué? ¿El error de alguien más?

Turner abrió las manos como si estuviera exponiendo las pruebas.

—Tengo entendido que él era la persona a cargo del laboratorio.


Supervisarlo era su responsabilidad.

—Fueron demasiado lejos.

—Tiene la titularidad. No se quedó sin trabajo.

Andy se rio, un sonido áspero y dentado.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Podría haber superado el perder su trabajo, pero se convirtió en un chiste.


¿Un estudio sobre la honestidad que utilizó datos falsificados? No podía
mostrar su rostro en las conferencias. Perdió su reputación, su dignidad. Él era
un hazmerreír. Tú no... No sabes cómo fue eso para él. Ya no quiere enseñar.
Ya no quiere hacer nada. Es como si una parte de él hubiera muerto.

—Lo juzgaron —dijo Alex—. Firmaron la sentencia de muerte y


prácticamente lo ejecutaron. Tú querías venganza.

—Así es.

—Querías humillarlos.

—Sí.

—Tíralos de sus torres de moralidad.

—Sí —siseó, el sonido resonó a través de la habitación.

—Pero no querías matarlos. 447


Andy pareció sorprendido.

—No. Por supuesto que no.

Los ojos de Turner se entrecerraron.

—Pero los mataste.

Andy asintió y luego negó con la cabeza, como si fuera un misterio para sí
mismo.

—Lo hice. Él me lo facilitó.

—¿El carnero? —preguntó Alex.

Los párpados de Andy revolotearon rápidamente.

—Él fue amable.

—¿Sí? —Alex presionó.

—Era fácil hablar con él... sabía tanto.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Acerca de qué?

De nuevo, Andy miró por encima de su hombro.

—Esta ciudad. La gente aquí. Sabía tantas historias. Tenía todas las
respuestas. Pero él no era... Él no me mandoneó, ¿sabes? Él solo quería
ayudar. Enderezar las cosas. Fue educado. Un verdadero…

—Caballero —terminó Alex por él. Un sudor frío le brotaba del cuerpo y
luchó por no temblar.

«El carnero me lo dijo». Alex pensó en los cuernos de Darlington, curvados


hacia atrás desde su frente, brillando detrás de la protección del círculo
dorado: su prisión.

Pero tal vez el círculo había sido una ilusión. Tal vez Darlington les había
hecho creer que lo mantenía cautivo cuando no había sido más que polvo de
hadas.
448
Sabía que había algo extraño en las escenas del crimen, escenarios
elaborados inmersos en la tradición de New Haven. Un juego que a un demonio
le gustaría jugar.

Turner la estaba observando.

—¿Algo que quieras compartir con la clase, Stern?

—No… yo… tengo que irme.

—Stern… —Turner comenzó, pero Alex ya había cruzado la puerta,


caminaba por el pasillo. Necesitaba llegar a Black Elm.

Darlington, que sabía todo sobre la historia de New Haven, que había
“reconocido” la cita del sermón de Davenport. ¿Qué había dicho ese día?
«Siempre admiré la virtud. Pero nunca podría imitarla.» Alex tecleó la cita en su
teléfono. Los resultados de la búsqueda aparecieron de inmediato: Carlos II.
Darlington había dicho que él era el ermitaño de la cueva. Y, por supuesto, se
refería a la Cueva de los Jueces. Anselm le había advertido: «Lo que sea que
sobreviviera en el infierno no sería el Darlington que conoces.»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

A los demonios les encantaban los juegos. Y había estado jugando con ellos
desde el principio.

449

Hell bent
LEIGH BARDUGO

PARTE II

Tan Abajo

450

Hell bent
LEIGH BARDUGO

35

Noviembre
Traducido por Azhreik

—No estamos solos —susurró el Gris, con un dedo en los labios como un actor
en una obra de teatro.

Alex había abordado un taxi hasta las puertas de Black Elm.

Había recorrido el camino de grava a largas zancadas, su ira como un


motor, una locomotora que la empujaba por delante del sentido común.
451
Había metido la llave en la puerta, ordenado el correo, se lavó las manos.
Había visto la puerta del sótano, una herida abierta, una tumba abierta.

Hubo mil momentos para pensar, para reconsiderar. Se había parado en lo


alto de las escaleras del sótano, mirando en la oscuridad, con un cuchillo en la
mano, y todavía creía que estaba siendo cautelosa.

La caída había llegado rápidamente. Pero así era siempre.

En la fría oscuridad del sótano, Alex hizo un balance de sus errores. Debería
haberse quedado con Turner y terminar la entrevista con Andy Lambton. No
debería haber venido a Black Elm sola. Debería haberle dicho a Dawes sus
sospechas, a Turner o a cualquiera. Nunca debería haber confiado en su
caballero demonio. Pero había querido creer que Darlington estaría bien, que lo
que hubiera soportado en el infierno no dejaría marcas, que ella sería
perdonada y se restablecería el orden. Él estaría completo y ella también.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero, ¿y si ahora estaba saltando a conclusiones equivocadas? ¿Y si No-


Hellie o uno de los otros demonios la había empujado por las escaleras, o algún
ocupante ilegal que no había aparecido en las cámaras de Dawes? ¿Y si Eitan y
Tzvi la habían seguido hasta aquí? ¿O Linus Reiter con su paraguas blanco?

Demasiadas sombras, demasiada historia, demasiados cuerpos


amontonados. Demasiados enemigos. No había manera de luchar contra todos.

Al menos Alex sería visible en las cámaras. Alguien sabría adónde había ido.
Si no volvía. El dolor en las costillas le dificultaba respirar profundamente.
Miró a los Grises frente a ella. No cualquier Gris. Harper Arlington y Daniel
Arlington IV. Los padres de Darlington.

Ninguno de la larga lista de enemigos de Alex tenía un motivo para


matarlos. Nadie más que Darlington, el pequeño Danny se quedó solo una y
otra vez. «El Cielo, para conservar su belleza, los desterró, pero ni siquiera el
Infierno los recibió.» 452
—¿Cuánto tiempo llevan aquí? —preguntó.

Los ojos de Daniel se lanzaron a la esquina, como si esperara que algo


apareciera a través de las paredes.

—No sé.

Harper asintió con la cabeza.

—¿No pueden salir? —preguntó Alex. Los Grises nunca se quedaban con
sus cuerpos por mucho tiempo, a menos que tuvieran una razón. Como Hellie
queriendo decir adiós. La verdadera Hellie que la había amado.

—Él nos dijo que nos quedáramos.

—¿Quién?

No dijeron nada.

Alex se inclinó para mirar los cuerpos. El frío había ayudado a evitar que los
cadáveres se pudrieran demasiado, pero aún olían fatal. Suavemente, les dio la

Hell bent
LEIGH BARDUGO

vuelta. Había trincheras abiertas en ambos torsos. Rasguños. Y eran


profundos. Directo a través del esternón, las costillas, dejando dos cráteres
oscuros y pulposos. Les había arrancado el corazón.

—¿Quién les hizo esto?

Harper abrió la boca, la cerró, como una marioneta manejada por una mano
torpe.

—Era nuestro hijo —dijo—, pero no nuestro hijo.

Una vez más, los ojos de Daniel se deslizaron hacia la esquina.

—Él dejó eso ahí. Dijo que nos podía pasar a nosotros también. Dijo que se
comería nuestras vidas.

Alex no quería saber qué había en la esquina. Las sombras parecían más
oscuras allí, el frío más profundo. Balanceó la luz de su teléfono en esa
dirección, pero no pudo entender lo que veía: ¿Un montón de rizos de madera?
453
¿Papel de desecho? Le tomó un momento comprender que estaba mirando un
cuerpo, los restos de uno. Estaba mirando a alguien que había sido devorado,
no quedaba nada más que una cáscara. ¿Era eso lo que Linus Reiter habría
dejado de ella? ¿Era eso lo que Darlington había empezado a hacerle a Marjorie
Stephen, dejándola marchita y envejecida pero todavía reconocible?

Alex sabía que no tenía sentido, pero intentó llamar a Dawes. El número
permaneció en la pantalla. El servicio en Black Elm era inconstante en el mejor
de los casos e inexistente bajo tierra. Volvió a proyectar la luz de su pantalla
hacia los escalones. ¿Qué la esperaba allá arriba? ¿Darlington la había
guardado para un refrigerio de medianoche? ¿Seguía atado de alguna manera a
Black Elm, o había estado arrastrándose por New Haven para preparar sus
pequeñas escenas de asesinato? Tenía sentido. Darlington había sobrevivido en
el infierno como demonio y como hombre. Una parte de ambos había regresado
al mundo de los mortales para sentarse en ese círculo dorado. Y una parte de
ese chico demonio aún amaba New Haven y su peculiar historia, conocía la

Hell bent
LEIGH BARDUGO

historia de los tres jueces, le habría gustado construir una búsqueda del tesoro
macabra para ella y Turner.

¿Pero realmente cuadraba? ¿Había sido toda su desesperación una


actuación? ¿Era más demonio que hombre? ¿Siempre lo había sido?

Fuera lo que fuera, realmente no sabía lo que ella podía hacer, que podía
estar débil y herida, pero que las cosas que él había dejado para aterrorizarla
iban a ser armas en sus manos. Le dolían las costillas cada vez que respiraba,
y el hombro le dolía donde había conectado con las escaleras, pero lo había
pasado peor. Aun así, la puerta de arriba era lo suficientemente pesada como
para que no fuera capaz de abrirla a patadas. Se tocó la muñeca donde la
estrella de sal marcaba el lugar por el que la serpiente había entrado. Solo
podía esperar que estuviera lista para atacar.

—¿Quién quiere ayudarnos a salir de aquí? —preguntó a los Grises.

—¿Puedes traernos de vuelta a la vida? —preguntó Daniel. 454


Así que los cerebros de los Arlington se saltaron una generación.

—No —dijo ella—. Pero al menos puedo asegurarme de que no pasen la


eternidad en un sótano.

—Iré —dijo Harper.

—¡No me dejen solo aquí abajo! —Daniel lloró.

—A la mierda —dijo Alex, aunque no tenía ni idea de si lo que estaba a


punto de hacer era posible—. Todos a la piscina.

Extendió las manos y los padres de Darlington corrieron hacia ella. Se


sentía como si estuviera de pie en una fiesta llena de gente, un centenar de
voces gritando, con ruido insoportable. Sintió el sabor del champán fresco en la
lengua, olía a clavo, nardos, ámbar. Caron Poivre. El nombre del olor llegó a su
cabeza, la visión de una botella sobre un tocador, una granada de cristal. Vio
su rostro delgado en el espejo; en el reflejo, un niño pequeño jugaba en el

Hell bent
LEIGH BARDUGO

suelo, cabello oscuro, ojos serios. Él siempre la estaba observando, siempre


necesitaba algo de ella, su anhelo la agotaba.

Luego estaba caminando por los terrenos de Black Elm. Estaban más
ordenados, verdes y exuberantes en el calor del verano. Estaba viendo a un
anciano caminar con ese mismo niño, a una corta distancia. Los amaba a los
dos. Los odiaba a ambos. Odiaba a su propio padre, a su propio hijo. Si
pudiera conseguir un asidero, si pudiera encontrar un poco de suerte, no
tendría que sentirse así, como un don nadie, cuando era un Arlington.

Alex sacudió la cabeza. Sentía que se estaba ahogando en el desprecio por sí


misma.

—Ustedes dos realmente necesitan pensar en cómo quieren pasar su otra


vida. Recomiendo terapia.

Miró los cadáveres en el suelo. Recordó a Darlington en el sueño, humano y


desconsolado. No sé cómo no amarlos. Aparentemente lo había descubierto. 455
Luego subió corriendo las escaleras. La sensación de fuerza en ella era casi
demasiada, como si su cuerpo no pudiera contenerla. Ya no sentía el dolor en
el hombro ni en las costillas. Su corazón latía con fuerza en sus oídos. Subió
los escalones de dos en dos, levantó los brazos para protegerse la cara y se
estrelló contra la puerta cerrada.

Alex escuchó a alguien gritar y vio a Michael Anselm agachado junto a la


puerta trasera abierta, con el rostro blanco y los ojos muy abiertos por el
terror.

—¿Alex? —chilló.

—¿Qué estás haciendo aquí? —exigió Alex.

—Yo... ¿Qué estás haciendo tú aquí?

—Black Elm no es propiedad de Lethe. Y alguien tiene que cuidar de Cosmo.

—¿Es por eso que acabas de sacar la puerta del sótano de sus bisagras?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex se alegró de que Anselm no se hubiera convertido en alimento para


demonios, pero eso no significaba que confiara en él.

—¿Qué deseas? ¿Y dónde has estado?

Anselm se levantó y se sacudió el polvo. Se arregló los puños, intentando


recuperar algo de dignidad.

—Nueva York. Viviendo mi vida, yendo a trabajar, jugando con mis hijos y
tratando de olvidarme de Lethe. Me reuní con el comité esta mañana. Vine a
hablar contigo sobre su decisión.

—¿Aquí?

—Dawes dijo que aquí era donde estabas. Se supone que ella también debe
estar aquí. No quiero dar este discurso dos veces.

Dawes debía haber visto a Alex en las cámaras de seguridad. Incluso podría
haber llamado para advertir a Alex que Anselm estaba en camino, pero Alex se
456
había quedado atrapada en el sótano. Los Grises en su cabeza eran tan
malditamente fuertes que no podía pensar, pero aún no estaba dispuesta a
renunciar a su fuerza. ¿Podría Anselm haberla empujado por las escaleras?
¿Qué posible motivo tendría? Todo lo que sabía era que tenía que deshacerse
de él. Darlington podría estar de humor asesino, pero no tenía la intención de
dejar que Anselm decidiera lo que le sucedió.

—Vamos a salir de aquí —dijo—. Es frío y espeluznante.

Anselm entrecerró los ojos.

—¿Qué está pasando?

«Hay dos cadáveres en el sótano, probablemente tres, y estoy fortificada con


Grises porque estoy bastante segura de que el caballero de Lethe pensó que
sería lindo cometer un homicidio múltiple y comerse a alguien.»

—Mucho —dijo, porque ni siquiera ella podía decir “Nada” de forma


creíble—. Pero ya no eres el encargado de resolver mis problemas, ¿verdad?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No si esos problemas se convierten en los de Lethe. —Miró a su alrededor


y se frotó los brazos—. Pero estás en lo correcto. Encontraremos otro lugar
para hablar. Esta casa debería ser derribada.

Bum.

El sonido sacudió las paredes, como si alguien hubiera detonado una


bomba en el segundo piso.

—¿Qué fue eso? —Anselm gritó, aferrándose a la isla de la cocina como un


hombre que se ahoga.

Alex conocía ese sonido: algo golpeando una puerta que nunca debería
abrirse, tratando de ingresar al mundo de los mortales.

Bum.

Anselm la estaba mirando.

—¿Por qué no pareces asustada? 457


Estaba asustada. Pero no estaba sorprendida. Y había cometido el error de
dejar que se notara.

—¿Qué diablos hiciste, Alex? —Ahora estaba enojado, y pasó como una
exhalación junto a ella, atravesando el comedor, hacia la escalera.

—¡Para! —dijo Alex, alcanzándolo—. Tenemos que irnos. No sabes a lo que


te enfrentas.

—¿Y tú sí? Claramente he subestimado tu ignorancia y arrogancia.

—Anselm. —Le sujetó el brazo y lo hizo girar. Era fácil con los Grises dentro
de ella, y él parpadeó ante su fuerza, observó los dedos que le agarraban el
brazo.

Bum. El yeso voló desde el techo de la estancia. Ahora estaban directamente


debajo del salón de baile, debajo del círculo de protección.

—Quítame las manos de encima —insistió él, pero sonaba asustado.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Anselm, si tengo que sacarte de aquí a rastras, lo haré. No es seguro y


tenemos que irnos ahora.

—Podrías hacerlo, ¿no? —dijo Anselm, sus ojos aterrorizados escrutaron los
de ella—. ¿Te supero en qué? ¿Casi cuarenta kilos ? Podrías sacarme de aquí.
¿Qué eres?

Bum.

Alex se salvó de responder porque el techo se derrumbó.

458

Hell bent
LEIGH BARDUGO

KITTSCHER: Hay una teoría de que toda la magia es esencialmente demoníaca, que cada
ritual convoca y vincula los poderes de un demonio.

¿Nunca te has preguntado por qué la magia cobra un precio tan alto? Nuestros roces
con lo siniestro son encuentros con estas fuerzas parásitas. El demonio se alimenta incluso
si sus poderes están contenidos. Cuanto más grande es la magia, más poderoso es el
demonio. Y los nexos son poco más que puertas a través de las cuales los demonios
pueden pasar, por un breve tiempo.

NOWNES: Lo que sugieres es perverso en todos los sentidos.

KITTSCHER: Pero no dices que estoy equivocado.

—Demonología de Kittscher, 1933

459

Hell bent
LEIGH BARDUGO

36
Traducido por Azhreik

Alex y Anselm cayeron hacia atrás cuando el piso del salón de baile se
derrumbó desde arriba en una cascada de yeso y madera. Darlington estaba
agachado entre los escombros, sus cuernos brillaban, sus ojos dorados eran
como reflectores. Parecía más grande que antes, con la espalda más ancha.

Él gruñó, y en el sonido ella escuchó una palabra, tal vez un nombre, pero
no pudo entenderlo.

Alex se puso entre Darlington y Anselm.

—Darlington...
460
Darlington rugió, el sonido fue como el trueno de un tren subterráneo.
Lanzó zarpazos al suelo, dejando profundos surcos en la madera. Ella pensó en
las marcas de garras en el pecho de sus padres.

—¡Corre! —le gritó a Anselm—. ¡Puedo detenerlo!

Anselm estaba apretado contra la pared, con el traje manchado de yeso, los
ojos grandes como lunas.

—Es… él… qué…

Darlington caminó hacia ellos.

Alex se lamió la muñeca y las serpientes de sal saltaron de su cuerpo,


silbando y mordiendo. Anselm gritó. Fuera lo que fuera Darlington, se detuvo
cuando las serpientes se deslizaron por el suelo hacia él.

Anselm gimió.

—¿Ese es… ese es Daniel Arlington?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Las serpientes de cascabel se abalanzaron sobre Darlington y sus


mandíbulas se cerraron sobre sus piernas y brazos. Aulló y trató de quitárselas
de encima, tropezando hacia las escaleras.

—Esto es… esto es una abominación —balbuceó Anselm—. ¡Detenlo ahora!


Tienes la ventaja.

—¡Solo sal de aquí! —Alex gritó por encima del hombro.

—¡No puedes creer que vas a salvarlo! Él podría acabar con Lethe, con todos
nosotros.

Darlington golpeó una de las serpientes de sal contra la barandilla y luego la


inmovilizó allí con sus cuernos.

—Míralo —exigió Anselm—. Por una vez en tu vida, piensa, Stern.

«Piensa, Stern.»

—¡No dejes que llegue al círculo! —Anselm gritó—. ¡Envía a ese monstruo de 461
regreso al infierno y encontraré una manera de regresarte a Lethe!

Pero, ¿por qué querría Darlington volver a su prisión? ¿Y cómo supo Anselm
sobre el círculo de protección?

«Piensa, Stern.» Para Anselm ella siempre había sido Alex. Señorita Stern
cuando estaba enojado. Era Darlington quien la llamaba Stern. Ella vaciló, una
noción imposible se abrió camino a través de sus confusos pensamientos.
Recordó cuando Anselm le había contado la historia de los tres Jueces, cuánto
le recordaba a Darlington.

Darlington sin magia, sin Black Elm. Sin un alma.

Recordó lo sorprendida que se había sentido cuando él le preguntó por su


madre. «¿Ella te avergüenza?» La ola de vergüenza que la había invadido, lo
agotada que se había sentido después de esa reunión. Recordó a Anselm
estirándose al sol como un gato bien alimentado. «Me siento casi humano.»

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex sabía que no debía darle la espalda a un demonio herido, pero tenía la
sensación de que ya había cometido ese error. Se movió despacio, con cautela,
tratando de mantener a Darlington y a Anselm en su punto de mira.

Anselm estaba apretado contra la pared con su traje arrugado.

Alex deslizó su lengua sobre su muñeca. Sus serpientes de sal se


desenroscaron. Reconocían a un demonio cuando lo veían. Incluso si estaba
vestido con piel humana y la autoridad de Lethe. Saltaron.

Anselm levantó las manos y un anillo de fuego naranja se proyectó. Las


serpientes de sal parecieron estallar y chisporrotear con el calor, explotando en
una lluvia de chispas.

—Bueno —dijo, sacudiéndose el polvo por segunda vez ese día—. Esperaba
que fueras tú quien hiciera el asesinato. Quería verte atormentada por el
asesinato de tu amado mentor por un tiempo.

«¿Ella te avergüenza?» La pregunta la había golpeado como un puñetazo en


462
el estómago, la había dejado conmocionada y atada por la culpa. Él se había
estado alimentando de ella. Lo recordaba parado en Sterling, sacudiendo la
cabeza como un padre decepcionado en un programa de televisión. Como si
estuviera actuando ser humano.

—Eres su demonio —dijo Alex, la comprensión le llegó como una


inundación—. Escapaste cuando tratamos de sacar a Darlington del infierno la
primera vez. Cuando Dawes y yo estropeamos el ritual en Pergamino y Llave. Y
nos has estado jodiendo desde entonces. —«Era nuestro hijo, pero no nuestro
hijo»—. Mataste a los padres de Darlington.

Anselm hizo rodar los hombros, su cuerpo parecía moverse debajo de su


piel.

—Aparecieron en Black Elm cuando estaba tratando de descubrir cómo


sacar a mi mitad inferior de ese círculo maldito.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

«Lo que sea que soy se desatará sobre el mundo.» Darlington no solo había
estado usando la fuerza de su voluntad para permanecer dentro del círculo;
había llamado al resto de su humanidad a la moderación. Era esa misma
humanidad la que se había esforzado por darles pistas, incluso intentó
advertirla. En el sueño, había dos de él: demonio y hombre. «Tiene que haberlos
—había dicho—. El niño y el monstruo.»

Pero Anselm no había podido alimentarse de Darlington en el reino de los


mortales, porque estaba protegido por el círculo. Así que el demonio necesitaba
adoptar otra forma.

—También mataste a Michael Anselm —dijo. Esa era la cáscara en el


sótano. El demonio se había alimentado de Anselm, le había robado la vida.
Cuando Alex almorzó con él junto al agua, incluso notó lo diferente que
parecía: joven, tranquilo, guapo, como si estuviera pasándolo muy bien. Porque
así era. Estaba saciado de la miseria humana. Ella le había estrechado la
463
mano. Hizo un trato por la vida de su madre. Cómo debía haberse reído de su
desesperación.

En las escaleras, Darlington gruñó, todavía asediado por las serpientes de


Alex, pero no tenía idea de cómo detenerlas. ¿Y por qué Anselm era mucho
mejor para luchar contra sus espíritus de sal que No-Hellie o No Blake o los
otros demonios?

—Los asesinatos —dijo—, todo eso sobre los Jueces y el profesor Lambton,
fueron solo distracciones.

—Un juego —corrigió Anselm con una sonrisa amable—. Un acertijo.

Para evitar que encontraran y usaran el Guantelete y liberaran el alma de


Darlington del infierno.

—Dos personas murieron y Andy Lambton está en un pabellón psiquiátrico.

—Fue un buen juego.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

La noche de su desastroso ritual en Pergamino y Llave, en Il Bastone había


estado el verdadero Michael Anselm: quisquilloso, frío, decidido a mantener a
Lethe libre de problemas. El primer asesinato en el campus había ocurrido más
tarde esa misma noche. El demonio se había alimentado de Marjorie Stephen,
envejeciéndola como un terrible veneno, pero se detuvo antes de convertirla en
una cáscara. No quería asumir su forma. No le servía de nada. Además, solo
había estado allí para montar una representación. Había sido más cuidadoso
cuando mató al decano Beekman, controló sus ansias demoníacas y usó a
Andy Lambton para hacer el trabajo sucio.

—Necesitaba cortar el vínculo de Darlington con el mundo de los mortales


antes de que ustedes, ineptos, liberaran su alma y la unieran con su cuerpo —
admitió Anselm—. Pero mientras estaba en el círculo, estaba protegido. Y, sin
embargo, el señuelo estuvo justo frente a mí todo el tiempo. Solo tenía que
poner a su damisela en apuros. Por supuesto que vino corriendo. —Anselm
levantó la mano—. Y ahora la tarea es simple. 464

Un arco de fuego naranja llameante estalló hacia adelante. Alex lo sintió


chisporrotear más allá de su hombro abrasándole la carne. Golpeó a
Darlington de lleno.

—¡No! —gritó. Corrió hacia Anselm, dejando que la fuerza de los Grises la
inundara. Ella lo golpeó contra la pared y escuchó que su cuello se rompía. Los
Grises chillaron en su cabeza. Porque Anselm era un demonio. Porque él era su
asesino. Porque ella también era una asesina. Harper y Daniel Arlington se
abrieron paso fuera de su cuerpo, dejándola débil y sin aliento.

La cabeza de Anselm colgaba sobre su cuello roto, pero solo sonrió y levantó
la mano de nuevo, el fuego se proyectó. Alex rebuscó en sus bolsillos y le lanzó
una nube de sal, saboreando su aullido mientras su carne burbujeaba. Al
menos él era susceptible a eso. Ella descargó el resto de su reserva de sal sobre
él, pero sabía que no había forma de que pudiera destruir realmente a Anselm.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

No sin una estaca o una espada de sal, y tal vez incluso eso no funcionaría.
Este demonio no era como los demás.

Las serpientes de Alex saltaron hacia adelante y se apilaron sobre la masa


burbujeante y temblorosa del cuerpo de Anselm.

—¡Sujétenlo! —rogó, aunque no tenía ni idea de si la entendían.

Corrió hacia Darlington. Yacía desnudo en las escaleras, el brillo de sus


marcas se atenuaba, el yugo enjoyado brillaba contra su cuello. La quemadura
era negra y le atravesaba el pecho. Sus serpientes yacían en montones
carbonizados y retorcidos, chamuscados por el fuego de Anselm.

Alex se deslizó sobre sus rodillas en las escaleras.

—¿Darlington? —Su piel estaba caliente al tacto, pero podía sentirla


enfriándose bajo las yemas de sus dedos—. Vamos, Danny. Quédate conmigo.
Dime cómo arreglar este lío.
465
Los ojos dorados de Darlington se abrieron. Su brillo se estaba
desvaneciendo, volviéndose lechoso.

—Stern… —Su voz sonaba distante, un simple eco—. La caja…

Por un segundo, Alex no supo de qué estaba hablando, pero luego asintió.
La caja de Botas de Goma Arlington estaba en el bolsillo de su abrigo. La
mantenía con ella siempre.

—Aguantaré tanto como pueda. Ve al infierno. Devuélveme el alma.

—El guante...

—Escucha, RondaRueda. El círculo es una puerta.

—Pero...

—Tú eres un portal.

Hellie había descrito a Alex de la misma manera, la noche de su muerte.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

«¿Por qué esperar?» Eso era lo que le había preguntado Darlington cuando
ella le dijo que iban a intentar con el Guantelete. ¿Y si él hubiera estado
tratando de explicarle que no necesitaba recorrer el camino, que había un
portal justo en frente de ella, una grieta entre mundos por la que solo ella
podía pasar? «Como quieras, RondaRueda. Tú eliges los pasos en este baile.»

—Mantente con vida —dijo, y obligó a su cuerpo a subir las escaleras.

Era lenta sin los Grises, el dolor la volvía torpe. Pero tenía la caja de
recuerdos en el bolsillo de su abrigo, y se sentía como un segundo corazón, un
órgano vivo, latiendo contra su pecho. No sabía si Anselm la seguía. No tenía
por qué. No tenía idea de lo que ella pretendía, y su atención estaría en
Darlington, en destruirlo. Si no se daba prisa, él quemaría vivo el cuerpo de
Darlington antes de que ella tuviera la oportunidad de recuperar su alma. Si
podía. Si esto no era otro error que los mataría a ambos.

Se tambaleó por el pasillo y vio el brillo del círculo, más tenue ahora, roto en 466
algunos lugares. Pero donde era más brillante, vislumbró el otro Black Elm, el
que había visto en el infierno, un montón de rocas en ruinas.

En este mundo, en su mundo, no había nada más que un agujero en el


suelo. Si se caía, se rompería las piernas, tal vez la espalda. No había tiempo
para dudas. «Todos los mundos están abiertos para nosotros.»

—Espero que tengas razón en esto, Darlington.

Alex se apartó de la puerta. Un paso, dos pasos. Saltó.

El calor la recorrió mientras cruzaba el círculo. Pero nunca golpeó el suelo.


En cambio, se encontró tropezando con un suelo rocoso y polvoriento. Todavía
podía ver el parpadeo del círculo a su alrededor, pero ahora estaba en el reino
de los demonios.

—¡Darlington! —gritó y sacó la caja de su bolsillo—. ¡Danny, soy yo!

Esta vez no necesitaba la voz del anciano. Él la recordaba. Sabía que ella
había tratado de llevarlo a casa.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Él la miró, con una roca todavía en sus manos.

—¿Alex?

Sostuvo la caja abierta.

—Confía en mí. Una última vez. Confía en mí para sacarnos de aquí.

Pero la expresión del rostro de él era de terror.

Demasiado tarde se dio cuenta de que era una advertencia.

Algo se estrelló contra su espalda. La caja voló de sus manos. Era como ver
los movimientos bajo el agua. El tiempo se hizo más lento. La caja se arqueó en
el aire y golpeó el suelo. Se hizo añicos.

Alex gritó. Gateó por el suelo hacia los pedazos rotos. Sintió que algo
agarraba la parte de atrás de su camisa y la volteaba, la fuerza le sacó el
aliento de los pulmones.

Un conejo estaba parado sobre ella, de un metro ochenta de alto y vestido 467
con un traje; el traje de Anselm. Puso uno de sus suaves pies blancos sobre su
pecho y empujó. Alex chilló cuando sus costillas rotas se desplazaron. Pero
nada de eso importaba. La caja estaba rota. No había manera de traer de
vuelta a Darlington y reunirlo con su cuerpo. Moriría en el mundo de los
mortales y su alma quedaría atrapada para siempre en el infierno.

El conejo se inclinó, sus ojos rojos temblaron.

—Ladrona —se burló.

Los había dejado morir uno tras otro. Conejo Babbit, Hellie, Darlington. Y
tal vez ahora ella también iba a morir, aplastada por un monstruo. Si ella
moría en el infierno, ¿se quedaría aquí para siempre? ¿Pasaría a otro reino? El
fuego azul que crepitaba sobre su cuerpo encendió sobre el pelaje del conejo,
pero no pareció importarle.

—¿Cómo cruzaste el círculo? —exigió la cosa, cambiando su peso,


presionando más fuerte.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex ni siquiera podía respirar para gritar. Giró la cabeza hacia un lado y vio
a Darlington observando, con el rostro triste y una piedra en la mano. Quería
ayudarla, pero no sabía cómo hacerlo más que ella. No tenía Grises a los que
convocar.

—¿Cómo cruzaste el círculo? —el conejo exigió de nuevo. Flexionó la pata y


Alex se estremeció—. No eres tan dura ahora, ¿mm? Ni tan aterradora. ¿Qué
eres sin tu fuerza robada? Una don nadie.

Pensó en el cuerpo quemado de Darlington en las escaleras, la vieja caja de


porcelana hecha pedazos, los demonios que habían liberado. Le dolían las
costillas; su hombro latía. La cosa que la aplastaba bajo su pie tenía razón. Se
sentía vacía. La habían vaciado. Una don nadie, una taza vacía.

Una caja rota.

Excepto que ella no estaba rota, no donde contaba. Estaba magullada y


maltratada, y tenía el mal presentimiento de que una costilla le estaba 468
pinchando uno de los pulmones, pero todavía estaba aquí, aún viva, y tenía un
don que Anselm no conocía, en ninguno de los dos reinos. «No puedes imaginar
la vitalidad de un alma viviente.» Eso fue lo que Belbalm le había dicho. Alex
solo había convocado a los muertos. Pero, ¿y si convocaba a los vivos?

Recordó a Darlington llevándola escaleras arriba en la Cabaña, al salón de Il


Bastone, por calles embrujadas y a través de pasadizos secretos. Él había sido
su guía, su Virgilio. ¿Cuántas veces se había vuelto hacia ella y le había dicho:
“Ven conmigo”? Él le había prometido milagros y también horrores, y los había
cumplido.

Extendió la mano, como lo había hecho una vez con Hellie, como lo había
hecho con innumerables espíritus, como Darlington había hecho con ella una y
otra vez.

—Vamos —susurró ella.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Darlington dejó caer la piedra. Su alma la inundó como una luz dorada.
Verde hoja nueva. Mañana brillante. La dulce vibración del arco del
violonchelo. El sonido resonante y triunfante del acero contra el acero. Su
cuerpo estalló en llamas blancas, abrasadoras, cegadoras.

El conejo chilló, agudo e indefenso, mientras el fuego le quemaba el cuerpo.

El dolor de Alex se había ido. Se puso en pie de un salto y, antes de que


Anselm pudiera recuperarse, estaba corriendo hacia el resplandor del círculo.
Lo atravesó de un salto. El mundo se puso blanco. Cerró los ojos contra el
brillo, luego jadeó cuando se dio cuenta de que estaba cayendo.

El suelo de Black Elm se elevaba para encontrarse con ella. Pero tenía el
espíritu de Darlington dentro de ella y no se parecía en nada al poder que
otorgaban los Grises. Si la fuerza de un Gris era una vela encendida dentro de
ella, esto era mil reflectores, la explosión de una bomba. Alcanzó el suelo con
pies ligeros. Era ligera, elegante y el mundo resplandecía de color. Sintió sobre 469
la piel el frío de una corriente de aire en algún lugar de la casa. Vio cada trozo
de madera rota y yeso caído en el aire, hermoso como una nevada. Vio el
cuerpo de Darlington en las escaleras, el yugo aún brillaba contra su cuello,
aunque el resto de él estaba completamente chamuscado. Estaba acurrucado
de lado, tratando de esconderse de Anselm, que había seguido a Alex al
infierno y había vuelto a salir.

El conejo monstruoso había desaparecido y Anselm era un hombre una vez


más, aunque estaba chamuscado donde el fuego de Alex lo había quemado.
Saltó sobre ella hacia Darlington, con llamas anaranjadas surgiendo de las
yemas de sus dedos, pero cayó en cuclillas, siseando, acorralado.

Por Cosmo.

El gato había bajado maullando las escaleras, con el pelaje de punta,


resplandeciente con una luz blanca. El protector de Darlington. ¿Cuánto
tiempo había estado ese gato velando por los dueños de esta casa? ¿Era un
espíritu de sal o algo completamente diferente? Anselm chilló, balanceándose

Hell bent
LEIGH BARDUGO

adelante y atrás sobre sus talones y manos. Nunca se había visto menos
humano.

Alex podía escuchar el tintineo del acero, podía sentir el espíritu de


Darlington dentro de ella. Ahora sabía el placer que había sentido Belbalm
cuando había consumido los espíritus de los vivos. «La codicia es un pecado en
todos los idiomas.» La voz de Darlington, represiva, desconcertada. Podía
escucharlo, los pensamientos eran claros como si fueran los suyos propios. No
quería renunciar a este sentimiento de poder, esta euforia. Sabía a miel. Pero
sabía que no debía acostumbrarse a una droga así. Solo podía esperar que no
fuera demasiado tarde.

—Ve —Alex se obligó a susurrar.

Él salió de ella, como un río dorado. Todavía podía saborear su alma en su


lengua, caliente y dulce. Él fluyó hacia el cuerpo en las escaleras.

—¡Ladrona! —gritó Anselm, y Cosmo aulló cuando el demonio soltó un 470


torrente de fuego que envolvió a Darlington.

Alex corrió hacia Anselm, sin pensar, solo desesperada por detenerlo.
Debería haberse sentido débil a raíz de todo ese poder. Pero no sentía dolor.
Sus costillas no estaban rotas. Su pecho no le dolía. Esto era lo que podía
hacer el poder de los vivos. Se estrelló contra Anselm, derribándolo al suelo,
pero él estuvo encima de ella en un suspiro, con las manos alrededor de su
garganta.

—Te voy a hacer arder —dijo felizmente—. Te voy a devorar.

Le empezaron a crecer los dientes, largos y amarillentos. En las escaleras


junto a ellos, el cuerpo de Darlington era un armatoste carbonizado. Parecía
como las fotografías de la gente de Pompeya, acurrucados como ovillos
mientras el mundo se convertía en cenizas. Demasiado tarde. Nadie se
recuperaba de eso.

Pero luego se dio cuenta de que el yugo enjoyado había desaparecido.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Sus marcas comenzaron a brillar, la luz brillaba a través de las grietas de su


carne quemada. Una vez más, Alex saboreó la miel en su lengua.

Anselm siseó, y ella vio una llama azul subiendo por sus manos, sus brazos,
envolviéndolo en fuego. Su fuego. Fuego del infierno. ¿Cómo? Antes solo había
existido en el reino de los demonios.

Él chilló y retrocedió, pareció parpadear ante ella, cambiando de forma, y


supo que estaba vislumbrando su verdadera forma, algo con garras y extraño,
sus huesos tenían ángulos extraños.

—Golgarot. —Darlington repitió el gruñido, pero esta vez, ella entendió el


nombre del demonio.

Lo que se alzaba sobre ella en las escaleras se parecía cada vez más a
Darlington. Su voz sonaba bien, el eco había desaparecido, pero los cuernos
aún se curvaban hacia atrás en sus sienes y su cuerpo parecía demasiado
grande, no del todo humano. Sus marcas también habían cambiado. Los 471
símbolos habían desaparecido, pero había bandas doradas alrededor de sus
muñecas, cuello y tobillos.

—¡Asesino! —gritó Anselm, mientras su cuerpo se contraía y latía bajo su


traje—. ¡Mentiroso! ¡Matricida! Tú...

No pronunció una palabra más. Darlington agarró a Anselm con sus


enormes manos y lo levantó. Con un solo gruñido furioso, partió a Anselm en
dos.

La carne del demonio cedió como si fuera papel, disolviéndose en una masa
de gusanos retorciéndose.

Alex saltó hacia atrás.

El cuerpo de Darlington pareció cambiar de nuevo, retrayéndose. Los


cuernos desaparecieron, las bandas doradas. Parecía mortal. Se quedó allí por
un momento, mirando los restos de Anselm, luego se dio la vuelta y comenzó a
subir las escaleras.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Darlington? —Alex tartamudeó—. Yo... ¿A dónde vas?

—A conseguir algo de ropa, Stern —dijo, subiendo los escalones y dejando


huellas ensangrentadas—. Un hombre tiene un límite al tiempo que pasa sin
pantalones antes de comenzar a sentirse como un pervertido.

Alex lo miró fijamente, con una mano en la barandilla. El caballero de Lethe


había regresado.

472

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Gorrión Maldito también Pinzón de Sangre o Heraldo de Alas Negras; familia


Passeridae

Procedencia: Nepal; fecha de origen desconocida

Donante: San Telmo, 1899

Se desconoce si estos gorriones fueron criados o encantados, o si desarrollaron sus


características únicas en la naturaleza. Los primeros fueron identificados alrededor del
año 700 cuando una colonia de gorriones se instaló en un pueblo de montaña, cuya
población posteriormente se envenenó en un acto de suicidio masivo. También se
desconoce la población mundial del ave, pero existen al menos doce en cautiverio.

Notas sobre el cuidado y la alimentación: El gorrión se mantiene en un estado de


estasis mágica pero debe ser alimentado semanalmente, momento en el que se le debe
permitir volar o sus alas se atrofiarán. Prefiere espacios oscuros y fríos y se vuelve
letárgico a la luz del sol. Cuando atienda al gorrión, mantenga los conductos auditivos
bloqueados con cera o algodón. El no hacerlo puede resultar en apatía, depresión o, en
473
el caso de una exposición prolongada, la muerte.

Véase también Canario de Tyneside y Ruiseñor Reina-Lunar de Manuscrito.

Donado por San Elmo, quien creía que estaba adquiriendo un Heraldo con pico de
nube, notable por su capacidad para predecir tormentas en sus patrones de vuelo.

—del Catálogo de la Armería de Lethe revisado y editado por


Pamela Dawes, Oculus

¿Nadie se ha dado cuenta de que las sociedades “regalan” a Lethe toda la magia que
consideran demasiado insegura o inútil para sus propias colecciones? Los deshechos, los
desastres, los errores, los artefactos desgastados y los objetos impredecibles. Aunque
nuestro arsenal puede representar uno de los mayores depósitos de magia alojados en
una universidad, también tiene la dudosa distinción de ser el más peligroso.

—Diario de los días de Lethe de Raymond Walsh-Whiteley


Colegio Silliman '78

Hell bent
LEIGH BARDUGO

37
Traducido por Azhreik

Darlington había estado dormido y en sus sueños había sido un monstruo.


Pero ahora estaba despierto y brutalmente frío. Y tal vez era un monstruo
todavía.

Subió los escalones, vagamente consciente de que estaba dejando un rastro


de huellas ensangrentadas detrás de él. Su propia sangre. Anselm no tenía
sangre. Se había partido por la mitad como si estuviera lleno de aserrín, un
facsímil de un hombre. Cada paso hacía un redoble de tambor: ira, deseo, ira,
deseo. Quería coger. Quería pelear. Quería dormir durante mil años.

Darlington sabía que en algún momento se habría avergonzado de estar


474
desnudo. Pero tal vez había pasado tanto tiempo en dos lugares a la vez que su
modestia se había perdido en algún punto intermedio. No quería ver el daño
que le había hecho al salón de baile. De hecho, después de tanto tiempo en
cautiverio, no estaba seguro de querer volver a ver el salón de baile. En cambio,
se dirigió directamente a su dormitorio en el tercer piso.

Sintió como si lo estuviera viendo a través de un vidrio grueso, o uno de


esos viejos View-Master, haga clic en el botón, gire la diapositiva. Los colores
parecían incorrectos, los libros extraños. Le había encantado esta habitación.
Le había encantado esta casa. O a alguien. Pero ahora no le producía ningún
placer.

«Estoy en casa.»

Debería estar contento. ¿Por qué no lo estaba? Tal vez porque Alex había
liberado su alma, pero una parte de él estaría atrapada para siempre en el
infierno. Probando roca tras roca, colocando piedra sobre piedra, rogando

Hell bent
LEIGH BARDUGO

parar, descansar, pero sin poder hacerlo. No había aburrimiento, ni sentido de


repetición. Había estado desesperado todo el tiempo, un hombre tratando de
revivir un cadáver, tratando de dar vida a un cuerpo que se había enfriado,
buscando alguna señal de esperanza, seguro de que cada piedra sería la que
devolvería a Black Elm a la gloria. Había más, por supuesto. Había sido
muchas cosas en el infierno, carcelero y prisionero, torturador y torturado,
pero no estaba listo para pensar en eso y solo estaba aliviado de que hubiera
algunos secretos que aún podía ocultarle a Galaxy Stern.

Podía percibirla parada al pie de las escaleras, vacilante, y se avergonzó de


los pensamientos que entraron en su cabeza. ¿Podría culpar al demonio por
estas visiones de carnalidad? ¿O era simplemente un hombre que había estado
en la cárcel durante un año? A su pene no le importaba mucho el debate y
estaba contento de estar solo. Y que su erección ya no brillaba como un faro de
Nueva Inglaterra. Se puso unos vaqueros, una sudadera, su viejo abrigo,
esperó pacientemente a que la marea de deseo retrocediera. Empacó una 475
pequeña bolsa de viaje, la vieja cartera de cuero de su abuelo. Fue solo
entonces que lo impactó.

Sus padres estaban muertos. Y en cierto modo, los había matado. Golgarot
se había alimentado de su alma en el infierno, cenado con su vergüenza y
desesperanza. Se había comido los recuerdos de Darlington y lo peor de su
tristeza y necesidad. Había matado a Michael Anselm para lograr sus planes,
un medio conveniente para un fin. Pero matar a los padres de Darlington le
habría encantado, no solo porque Anselm obtenía satisfacción del dolor, sino
porque una parte marchita y amarga de Darlington quería que murieran y que
murieran desesperadamente, y Golgarot lo sabía. El niño que había sido
abandonado a las piedras de Black Elm no sentía preocupación ni clemencia
por su madre y padre, solo violencia.

Darlington se sentó en el borde de la cama, el conocimiento de todo lo que


había sucedido se estrelló contra él. Si dejaba que su mente se posara en un
solo pensamiento durante demasiado tiempo, se volvería loco. O tal vez ya

Hell bent
LEIGH BARDUGO

estaba loco. ¿Cómo volvería a ser humano después de lo que había visto y
hecho?

Nada había cambiado. Todo había cambiado. Su dormitorio se veía tal como
lo había dejado, y aparte del agujero gigante en el piso del salón de baile que
nunca podría permitirse reparar, la casa parecía estar intacta.

Sus padres estaban muertos.

No podía conseguir que el hecho cobrara peso y se asentara.

Así que seguiría moviéndose. Pensar en la bolsa, recogerla. Pensar en la


puerta, abrirla. Pensar en cada paso que daba por el pasillo. Estas eran cosas
seguras.

Darlington descendió las escaleras. La zona de gusanos retorcidos que


Anselm había dejado atrás debería haberlo repelido, pero tal vez era su coraza
de demonio la que se negaba a asquearse. Alex estaba esperando en la cocina,
comiendo cereal seco de una caja. Ella también estaba igual: flaca, cetrina,
476
lista para dar un golpe a cualquier cosa que la mirara mal.

«Es una asesina.» Eso había parecido importante una vez, una oscura
revelación. La recordó de pie en el sótano de Rosenfeld Hall, lo quieta que había
estado en el momento en que él necesitaba que actuara, una chica silenciosa
con ojos de cristal negro, su mirada tan firme y cautelosa como lo era ahora.
«Te he estado llamando a gritos desde el principio.»

Se miraron en el silencio de la cocina. Sabían todo el uno del otro. No


sabían nada en absoluto. Tenía la sensación de que habían entrado en una
tregua incómoda, pero no sabía en qué guerra. Era más hermosa de lo que
recordaba. No, eso no era cierto. No era que ella hubiera cambiado o que su
visión se hubiera agudizado. Simplemente, ahora él tenía menos miedo de su
belleza.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Después de un largo momento, Alex le tendió la caja de cereales. Una


extraña ofrenda de paz, pero la aceptó, metió el brazo y se echó un puñado de
bocanadas en la boca. Inmediatamente se arrepintió.

—Dios, Stern. —jadeó mientras escupía en el fregadero de la cocina y


enjuagaba los restos—. ¿Estás comiendo azúcar pura?

Alex se metió otro puñado de basura en la boca.

—Estoy bastante segura de que también hay algo de jarabe de maíz. Y


verdadero sabor a fruta. Podemos abastecernos de tus cosas de nueces y
ramitas... si quieres quedarte aquí.

Darlington no estaba listo para tomar ninguna decisión sobre la casa.


Acerca de nada.

—Dormiré en Il Bastone esta noche. —No quería decir lo que vino después,
pero se obligó a formar las palabras—. Necesito ver sus cuerpos.
477
—Está bien —dijo Alex—. Su auto está en la cochera.

—Golgarot debe haberlo puesto allí. —El nombre se sintió mal en su lengua
humana, como si estuviera hablando con acento de turista.

—Solo lo conocí como Anselm. Su... La verdadera cáscara de Anselm


también está ahí abajo.

—No tienes que ir conmigo.

—Bueno.

Darlington estuvo tentado de reírse. Alex Stern había ido al infierno dos
veces por él, pero el sótano era demasiado. Buscó en un cajón una linterna y
bajó los escalones.

El olor lo golpeó, pero sabía que vendría. No estaba preparado para la forma
en que habían mutilado los cuerpos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Se detuvo en las escaleras. Había tenido la intención de... No estaba seguro


de lo que había pretendido. ¿Cerrarles los ojos suavemente? ¿Decir algunas
palabras de consuelo?

Había pasado tres años estudiando las palabras de muerte, pero todavía no
tenía nada que decir. Todo en lo que podía pensar era en las palabras
estampadas en cada pieza de Casa Lethe.

—Mors vincit omnia —susurró. Era todo lo que tenía para ofrecer. Había
arribado a una costa familiar, pero el mar lo había cambiado. El duelo tendría
que esperar.

Encendió su linterna sobre lo que había sido el cuerpo de Michael Anselm,


un hombre al que había conocido brevemente cuando era un estudiante de
primer año que estaba siendo introducido en Lethe como el nuevo Dante.
¿Exactamente cómo iban a explicar la muerte de un miembro del comité? Eso
también tendría que esperar. 478
Subió las escaleras. La puerta del sótano se había desprendido de sus
goznes y la apoyó con cuidado contra la jamba, la roca en la puerta de la
tumba.

Alex había devuelto el cereal maldito a su alacena y estaba apoyada en la


encimera mirando su teléfono, su cabello era una gavilla negra, un río oscuro
de invierno.

—Necesito saber qué decirle a Dawes —dijo—. Anselm evitó sus cámaras,
pero sabe que estoy aquí y sabe que la cámara del salón de baile está
desconectada. ¿Estás listo para volver?

—No sé si importa. Tal vez sería mejor explicarlo en persona. —Dudó, pero
no había razón para no preguntar—. ¿Los viste? ¿Mis padres? Después…

Ella asintió.

—Me ayudaron a salir del sótano.

—¿Creen que los maté?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Algo así?

—¿Están aquí ahora?

Alex negó con la cabeza. Por supuesto que no. Él lo sabía. Los Grises rara
vez regresaban a la escena de sus muertes. Contrariamente a la ficción más
popular, los fantasmas no volvían para perseguir a sus asesinos. Querían que
les recordaran los lugares y las personas que amaban, los placeres humanos.
Para atormentar a alguien se necesitaba un espíritu vengativo y enfocado, y
ninguno de sus padres tenía ese tipo de impulso.

Y hubieran querido estar lejos de Golgarot. Los muertos temían a los


demonios porque prometían dolor cuando el dolor ya debería haber terminado.
De hecho, habían tenido mucho miedo de Darlington.

Alex se cerró el abrigo con más fuerza.

—El viejo está aquí.


479
—¿Mi abuelo?

—Puedo escucharlo. Puedo oírlos a todos ahora.

Darlington trató de no mostrar su sorpresa, su curiosidad, su envidia.


¿Cómo podía este retazo de chica tener tanto poder? ¿Cómo podía ver el mundo
oculto que lo había evadido durante tanto tiempo? Y después de un año en el
infierno, ¿por qué todavía le importaba un carajo?

—Nunca se callan —agregó.

«Ella está confiando en mí», se dijo a sí mismo. Alex le estaba entregando un


conocimiento que sabía, con total certeza, que Lethe no tenía. Otra ofrenda.
Descubrió que sentía tanta codicioso por su confianza como por su poder.
Apartó esos pensamientos.

—¿Qué está diciendo?

Ahora los ojos de Alex se movieron con inquietud a las puntas de sus botas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Él dice que eres libre. Que has entregado suficiente sangre a este lugar.
Es tuyo y puedes quedártelo o abandonarlo. Siempre debería haber sido así.

Darlington resopló.

—Estás mintiendo. ¿Qué dijo realmente?

Alex se encogió de hombros y lo miró a los ojos.

—Que Black Elm te necesita más que nunca, que este es tu hogar por
derecho de sangre y herencia, y muchas divagaciones sobre el legado de los
Arlington.

—Eso suena mucho más como él. —Hizo una pausa, estudiándola—. Sabes
lo que pasó aquí, ¿no? ¿Lo que hice? ¿Por qué sobreviví a la bestia infernal?

Alex no apartó la mirada.

—Lo sé.

—Siempre me pregunté si había hecho lo correcto. 480


—Si te hace sentir mejor, yo lo asfixiaría ahora mismo si pudiera.

Darlington se sobresaltó por su propia risa abrupta. Tal vez Alex podría
haber evitado que se lo comieran esa noche en Rosenfeld Hall. Tal vez ella
había querido que el descubrimiento de sus crímenes muriera con él en ese
sótano. De alguna forma, lo había traicionado. Pero al final había necesitado de
esta chica monstruosa para sacarlo del inframundo. No había nada que él
pudiera decir que la escandalizara, y eso era un poderoso consuelo.

—Volveré —dijo, con la esperanza de que su abuelo entendiera lo que estaba


a punto de hacer—. Es mejor huir de la muerte que sentir sus garras —citó,
dejando que las palabras de muerte expulsaran al anciano, una ofrenda de paz
para Alex.

—Gracias —dijo ella.

—No sé qué hacer con… —No pudo decir “sus cuerpos”. En su lugar, movió
la barbilla hacia el sótano.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Tenemos problemas más grandes —dijo Alex, levantándose del


mostrador—. Vamos, llamé a un taxi.

—¿Por qué no vamos en el Mercedes? —Ella hizo una mueca—. Stern, ¿qué
le pasó a mi auto?

—Larga historia.

Cerró la puerta de la cocina detrás de ellos y comenzaron a bajar por el


camino de grava. Pero después de solo unos pocos pasos, tuvo que detenerse,
poner las manos sobre las rodillas, respirar profundamente.

—¿Estás bien? —preguntó ella.

No, ciertamente no lo estaba. El cielo estaba pesado, bajo y gris, lleno de


nubes que prometían nieve. El aire era musgoso y dulce, afortunadamente frío.
Una parte de él había creído que no había mundo fuera de Black Elm, ninguna
calle al final del camino, ningún pueblo más allá. Había olvidado lo grandes
que se podían sentir las cosas, lo llenas de vida, lo hermoso que podía ser
481
saber la estación, el mes, la hora, simplemente decir, “es invierno”.

—Estoy bien —dijo.

—Bien —dijo ella, avanzando. Práctica, despiadada, una sobreviviente que


seguiría caminando, seguiría luchando sin importar lo que Dios, el diablo o
Yale le arrojaran. ¿Era un caballero? ¿Una reina? ¿Un demonio? ¿Hacía alguna
diferencia?—. Tengo buenas y malas noticias —dijo.

—Malas noticias primero, por favor.

—Tenemos que volver al infierno.

—Ya veo —dijo—. ¿Y las buenas noticias?

—Dawes está haciendo avgolemono.

—Bueno —dijo cuando llegaron a las columnas de piedra que marcaban el


final de la propiedad de Arlington—. Eso es un alivio.

Él no miró atrás.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

38
Traducido por Azhreik

Dawes estaba de pie en los escalones de la entrada de Il Bastone cuando


llegaron, con los auriculares colgados del cuello y las manos retorciéndose
nerviosamente en las mangas de la sudadera. Turner estaba a su lado,
apoyado en una de las columnas manchadas de humo. Vestía vaqueros y una
camisa abotonada, y verlo sin un traje era casi tan angustioso como ver un
techo derrumbarse.

—¿Quiénes son estos invitados que no recuerdo haber invitado? —


Darlington preguntó mientras los demonios salían de las sombras al otro lado
de la calle. 482
Lentamente, Alex abrió la puerta y salió, preguntándose qué pensaría el
conductor sobre el extraño grupo de personas de pie en la carretera al
atardecer.

—Demonios —dijo ella—. Vinieron con nosotros.

—¿Como un programa de intercambio?

—Fue un accidente —dijo mientras el taxi se alejaba—. Le prendieron fuego


a la casa.

—¿Por qué no estoy sorprendido?

—Estábamos tratando de rescatarte, Darlington. Tenía que haber


contratiempos.

—No estoy seguro de haber notado alguna vez tu don para subestimar algo,
Stern.

Un contratiempo demoníaco.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Alex? ¿Mija? —La abuela de Alex estaba de pie en la acera, con el pelo
oscuro salpicado de canas, vestida con un jersey de cuello alto y una falda
larga y negra que rozaba el suelo. Cuando Alex era pequeña, le encantaba el
sonido de la tela arrastrándose por el suelo; —Pero ¿no se ensucia, Avuela? Su
abuela le guiñó un ojo y dijo: —¿Qué es un poco de suciedad cuando el diablo
no puede encontrarme?

Alex sabía que esta no era su abuela, pero su corazón se retorció de todos
modos. Estrea Stern no había tenido miedo a nada, decidida a proteger a su
extraña nieta de su frívola hija, a cobijarla con oraciones, canciones de cuna y
buena comida. Pero luego ella murió y Alex se quedó con nada más que la
magia barata de su madre, sus cristales, sus batidos de suero, su novio el
acupunturista, su novio el capoeirista, su novio el cantautor.

—¿Quién te alimenta, mija? —preguntó Estrea, con ojos cálidos, con brazos
abiertos.
483
—¡Alex! —Dawes gritó, pero su voz parecía lejana cuando su hogar estaba
tan cerca.

Darlington saltó frente a ella y gruñó. Su forma se alteró ante los ojos de
Alex, sus cuernos dorados se curvaron hacia atrás desde su frente.

Alex saboreó la miel. Su cuerpo estalló en llamas azules y la abuela demonio


chilló, perdiendo su forma, pareciendo deslizarse hacia atrás en la forma de
una mujer joven, un híbrido de Hellie y Alex y algo antinatural, un hombro
demasiado alto, la cabeza baja como para esconderse. Su boca parecía lasciva,
con muchos dientes.

Darlington cargó como un toro, chocó contra el demonio y lo inmovilizó


contra la acera. Golpeó sus cuernos contra él mientras chillaba. Los otros
demonios retrocedieron hacia las sombras entre las casas.

—¡Darlington! —dijo Alex. Estaba casi oscuro y la gente regresaba a casa del
trabajo. Si atraían a una multitud, iban a tener aún más problemas.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero él no estaba escuchando o al monstruo en él no le importaba. Chocó


contra el demonio con un gruñido y le cortó el torso. Sus patas se disolvieron
en gusanos que se retorcían, pero siguió gritando.

—¡Darlington, basta!

Su llama se desplegó en un alambre azul crepitante, enredándose alrededor


de la brillante banda dorada que había aparecido en su cuello donde el yugo
estaba antes. Serpenteó alrededor de la garganta de Darlington y lo alejó de No-
Hellie. El resto del torso del demonio se disolvió en larvas que se retorcían.

Darlington se echó hacia atrás sobre sus patas traseras con un gruñido.
Como un sabueso acorralado.

—Mierda —dijo Alex, agitando la correa de la llama azul, viéndola


retroceder—. Lo siento, yo no...

Pero los cuernos de Darlington se habían desvanecido con el fuego. Volvía a


ser humano, arrodillado en la acera.
484

—Lo siento —repitió ella.

Su mirada era oscura y evaluadora, como si estuviera estudiando un nuevo


texto. Se levantó y se sacudió el polvo de la chaqueta.

—Será mejor que entremos, creo.

Alex asintió. Sintió náuseas y cansancio, todo el resplandor de llevar el alma


de Darlington dentro de ella se desvaneció. Dejaría que el demonio se
alimentara de ella como una aficionada. ¿Y qué diablos acababa de pasar?

—¿Está realmente muerto? —preguntó, pasando por encima de los gusanos


y tratando de no vomitar.

—No —dijo Darlington—. Su cuerpo volverá a formarse y tratará de


alimentarse de ti nuevamente.

—¿Y Anselm?

—Golgarot también.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex se preguntó qué significaba eso para una criatura como Linus Reiter.

En la puerta de Il Bastone, Mercy soltó una risa nerviosa.

—A los demonios no les gusta, ¿verdad?

—Ni un poco —dijo Turner, las hojas del roble se agrupaban a su alrededor.
Había llamado a su espíritu de sal. ¿Para ayudar a Darlington o para
enfrentarlo? Tal vez Turner estaba teniendo dudas sobre todo el asunto del
soldado del bien después de ver esos cuernos—. ¿Cómo estuvo España?

Darlington se aclaró la garganta. Volvía a ser humano, pero la forma del


demonio parecía flotar sobre él, un recuerdo, una amenaza.

—Más caliente de lo esperado.

—¿Alguien quiere explicar cómo llegó aquí? —preguntó Turner—. ¿Y por qué
Alex se prendió fuego?

Pero el hechizo que había mantenido congelada a Dawes en los escalones se 485
había roto. Bajó las escaleras lentamente y luego se detuvo.

—Es ... no es un truco, ¿verdad? —dijo en voz baja.

Hacía bien en preguntar, cuando los amigos, los padres, los abuelos y los
miembros del comité de Lethe podían ser todos monstruos disfrazados. Cuando
Darlington acababa de aplastar a un demonio contra el pavimento. Pero esta
vez la magia fue generosa con ellos.

—Es él —dijo Alex.

Dawes sollozó y se lanzó hacia adelante. Echó los brazos alrededor de


Darlington.

—Hola, Pammie —dijo él suavemente.

Alex se quedó torpemente a un lado mientras Dawes lloraba y Darlington se


lo permitía. Tal vez eso era lo que debería haber hecho, lo que hacía alguien sin
tanta sangre en sus manos. «Bienvenido a casa. Bienvenido de vuelta. Te

Hell bent
LEIGH BARDUGO

extrañamos. Te extrañé más de lo que debería, más de lo que quería. Fui al


infierno por ti. Lo haría de nuevo.»

—Vamos —dijo Darlington, su brazo sobre los hombros de Dawes,


acompañándolos a todos adentro, se deslizó en el papel de Virgilio como si
nunca se hubiera ido—. Vayamos detrás de las protecciones.

Pero cuando puso un pie en los escalones de Il Bastone, las piedras


temblaron, las columnas chamuscadas se estremecieron, la linterna sobre la
puerta traqueteó en su cadena. Debajo del pórtico, Alex podía escuchar los
lloriqueos de los chacales.

Darlington vaciló. Alex conocía este sentimiento, el miedo de ser desterrado


de un lugar al que habías llamado hogar. ¿Qué había dicho Anselm? «¿Estás
tan ansiosa por ser expulsada del Edén?» Otra pequeña broma para el demonio,
otro acertijo que no pudo resolver.

La puerta crujió suavemente sobre sus goznes, un fuerte gemido de 486


ansiedad, como si estuviera decidiendo si había peligro en el umbral o no.
Entonces la casa tomó una decisión. Los pasos se quedaron quietos y firmes, la
puerta se abrió de par en par, cada ventana se llenó de luz. Incluso la casa
podía decir lo que Alex no podía: «Bienvenido. Te extrañamos. Se te necesita»
Parte demonio o no, el chico dorado de Lethe había regresado y era lo
suficientemente humano como para atravesar las protecciones.

—¿Dónde está Tripp? —preguntó ella.

—No contesta su teléfono —dijo Dawes.

A Alex se le revolvió el estómago.

—¿Cuándo se reportó por última vez?

—Hace tres horas —dijo Turner mientras arrastraban los pies hacia el
comedor donde alguien había puesto la mesa—. Pasé por su apartamento, pero
no hubo respuesta.

Darlington parecía escéptico.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Supongo que este es un momento razonable para preguntar por qué


trajiste a Tripp Helmuth, de todas las personas, al infierno.

Alex levantó las manos con molestia.

—Intenta armar el Equipo Asesino con poca antelación. —Había dejado a


Tripp en el Parque New Haven. Lo había visto partir hacia el centro. ¿Llegaría
tarde? ¿Tenía miedo de volver al infierno? Sabía que otro descenso era la única
forma de librarse de sus demonios. Ellos eran el cebo. Su miseria. Su
desesperanza.

—Nunca deberíamos haberlo dejado solo —dijo.

—Tenía el ave marina —señaló Turner.

—Pero los espíritus de sal no pueden hacer mucho. No sé ustedes, pero me


di cuenta de que No-Hellie se estaba adaptando. Le tenía menos miedo a esas
serpientes la última vez que las usé. Hace un minuto, en la acera, no estaba
asustada.
487

—Están olvidando que él tal vez sencillamente es un cobarde —dijo Mercy


mientras se acomodaban alrededor de la mesa.

—Eso no es justo —gritó Dawes desde la cocina.

—¿Qué? —preguntó Mercy—. Viste lo asustado que estaba. No quería hacer


el descenso por segunda vez.

—Ninguno de nosotros quiere —dijo Turner—. Tú tampoco querrías.

—Iré —dijo Mercy, levantando la barbilla—. Les falta un peregrino.


Necesitan a alguien que llene el vacío.

—Tú no eres una asesina —dijo Alex.

—Aún no. Tal vez soy de desarrollo tardío.

Dawes volvió al comedor con una gran sopera humeante.

—¡Esto no es una broma!

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Tratemos de recordar que no ser un asesino en realidad es algo bueno —


dijo Darlington—. Tomaré el lugar de Tripp. Yo seré el cuarto.

Dawes dejó la sopera sobre la mesa con un ruido desaprobador.

—No lo harás.

A Alex tampoco le gustó la idea. El Guantelete no debía utilizarse como una


puerta giratoria.

—No voy a renunciar a Tripp. No sabemos si No Spenser lo atrapó. Todavía


no sabemos nada.

—Conocemos las matemáticas —dijo Turner—. Cuatro peregrinos para abrir


la puerta, cuatro para hacer el viaje y cuatro para cerrarlo al final. La luna
llena es mañana por la noche y, a menos que Tripp aparezca de repente, el
demonio pródigo es nuestra única opción.

—Encontraremos otra manera —insistió Dawes, sirviendo la sopa en los


488
tazones con agresividad.

—Claro —respondió Turner—. ¿Deberíamos hacer que Mercy apuñale a


alguien?

—Por supuesto que no —espetó Dawes, aunque Mercy parecía


aterradoramente motivada—. Pero…

Una débil y triste sonrisa tocó los labios de Darlington.

—Continua.

Ahora Dawes vaciló.

—Mírate —dijo en voz baja—. Tú no eres… ya no eres completamente


humano. Estás atado a ese lugar. —Miró con inquietud a Alex—. Ambos lo
están.

Alex se cruzó de brazos.

—¿Qué tengo que ver yo con eso?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Estabas en llamas —dijo Dawes—. Igual que en el inframundo. —Dawes


hundió la cuchara en el cuenco y luego la dejó—. No podemos enviar a
Darlington de regreso, y yo... si el demonio de Tripp... si algo le pasó, es culpa
nuestra.

Nadie podía contradecirla. Dawes había dicho que Alex y Darlington estaban
ligados al inframundo, pero la verdad era que ahora estaban todos unidos.
Habían visto lo peor el uno del otro, habían sentido cada cosa fea, vergonzosa y
aterradora. Cuatro peregrinos. Cuatro niños temblando en la oscuridad.
Cuatro tontos que habían intentado lo que nunca debería intentarse. Cuatro
héroes de pacotilla en una misión que solo podrían sobrevivir a esta
imprudente empresa juntos.

Pero Tripp no estaba aquí.

—Regresaré a su casa mañana —dijo Turner—. Llamaré a su trabajo. Pero


estamos de acuerdo en este momento, pase lo que pase, hacemos el descenso 489
mañana por la noche. No podemos permitir que esas cosas sigan
alimentándose de nosotros. He visto algo de mierda en esta vida y también he
pasado por ella. Pero no aguantaré hasta la próxima luna llena.

Nadie iba a discutir eso tampoco. Alex no quería que Darlington volviera al
infierno, pero no tenían opciones. Si lo que acababa de hacerle a No-Hellie no
podía detener estas cosas, nada en el reino de los mortales lo haría.

—Está bien —dijo Alex.

Dawes asintió brevemente.

—¿Cómo sacaste a Darlington exactamente? —Turner preguntó medio


casualmente.

Alex estuvo tentada de preguntarle si quería que escribiera una declaración.


Pero a Dawes, Mercy y Turner les debía una explicación, o cualquier respuesta
que pudieran idear.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Así que comieron y hablaron: sobre Anselm, que ya no era Anselm, los
cuerpos que habían dejado en Black Elm, los asesinatos de la profesora
Stephen y el decano Beekman, y el tercer asesinato que se habría cometido si
Turner no hubiera arrestado a Andy Lambton.

Cuando terminaron, Turner apartó su cuenco vacío y se pasó las manos por
la cara.

—¿Me estás diciendo que Lambton es inocente?

—Él estaba allí —dijo Alex—. Al menos con Beekman. Tal vez con Marjorie
Stephen. Creo que Anselm disfrutó haciéndolo cómplice.

—Ese no es su nombre —dijo Darlington.

—Bueno, como quieras llamarlo. Golgarot, el rey demonio.

—Es un príncipe, no un rey, y sería imprudente subestimarlo.

—No entiendo —dijo Mercy—. El… príncipe demonio o quien sea… se comió 490
a Anselm. ¿No debería ser un vampiro ahora? ¿Por qué está jugando a que un
tipo cometa asesinatos al azar?

—No fueron al azar —dijo Darlington. Su voz era sombría, fría, algo del
fondo de un lago—. Eran rompecabezas, inmersos en la historia de New Haven,
un señuelo personalizado para mi mente, para Alex, para el detective Turner.
Una distracción perfecta. Se estaba divirtiendo.

—¿Pero no bebe sangre? —preguntó Alex. Había peleado con No Anselm, y


aparte de ser capaz de crear fuego de la nada, había sido físicamente débil,
nada parecido a Linus Reiter.

—Golgarot no es como tus demonios o el demonio que devoró a Lionel


Reiter. Me torturó en el infierno. Ya se había alimentado de mi miseria, y
cuando traté de atravesar el portal que abrieron en Pergamino y Llave, pudo
seguirme.

—Cuando el círculo te unió a Black Elm —dijo Dawes.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Pero no a Golgarot. No se había alimentado lo suficiente de mí como para


quedar atrapado por el hechizo de Sandow.

—¿Y los cuernos? —preguntó Turner.

—Todos ustedes eran viajeros, moviéndose entre este mundo y el reino de


los demonios mientras sus cuerpos permanecían aquí. No fue así para mí.
Caminé directamente hacia la boca de una bestia infernal, y cuando entré en el
reino de los demonios, me dividí. —Mantuvo sus palabras firmes, pero su
mirada era lejana—. Me convertí en un demonio, atado al servicio de Golgarot,
una criatura de… apetitos. Me convertí en un hombre que alimentaba a su
guardián con su propio sufrimiento.

—Justo en el medio, ¿eh?

La sonrisa de Darlington era pequeña.

—No, detective. Creo que sabes muy bien que uno puede ser a la vez un
asesino y un buen hombre. O al menos un hombre que intenta ser bueno. Si
491
solo el mal hiciera cosas terribles, sería un mundo muy simple. Tanto el
demonio como el hombre permanecieron en el infierno. Tanto el demonio como
el hombre estaban atados por el círculo de protección.

—Anselm me siguió al infierno —dijo Alex—, cuando crucé el círculo.

—Tuvo que hacerlo para pelear contigo. Golgarot es más y menos poderoso
que tus demonios. Mientras estuve atado al círculo, él podía moverse
libremente, consumir víctimas como quisiera, pero seguía siendo débil. No
podía entrar en este reino por completo, no sin matarme o empujarme de
regreso al infierno para siempre.

—Pero… pero ahora está muerto, ¿verdad? —preguntó Mercy.

Darlington negó con la cabeza.

—Destruí su cuerpo mortal, el que se había construido. Pero me estará


esperando en el infierno. A todos nosotros.

Dawes frunció el ceño.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Sabía que habíamos encontrado el Guantelete?

—No —dijo Darlington—. Él sabía que estaban buscándolo, pero no tenía


idea de que lo habían encontrado o que intentarían el ritual para liberarme en
la noche de Halloween.

—Dijo que vino a Il Bastone y vio nuestras notas —dijo Mercy.

—Nos dijo eso —dijo Alex—. Pero es imposible. Es un demonio. No podía


pasar las protecciones. Por eso no nos llevó a la Cabaña la noche que nos
expulsó de Lethe.

Darlington asintió.

—Dispuso un sistema de alarma. El infierno es vasto. No podía vigilar todas


las entradas. Pero él sabía a dónde se dirigían, y una vez que saltó la alarma,
supo que me habían encontrado.

Turner respiró hondo.


492
—Los lobos.

—Así es. Los había puesto a vigilar Black Elm.

—Eran demonios —dijo Alex, la comprensión le llegó como una bofetada—.


Se convirtieron en nuestros demonios.

Cuatro lobos para cuatro peregrinos. Todos los habían hecho sangrar
cuando atacaron, todos habían probado su terror humano. Alex recordó a los
lobos ardiendo como cometas mientras huían del infierno. Los demonios los
habían seguido hasta el reino de los mortales.

—Golgarot detuvo el ritual —dijo Mercy—. Me hizo apagar el metrónomo.

—Pero él no entró al patio. —Alex lo recordó parado debajo del cuadrado


mágico de Dürer. Tal vez no había querido arriesgarse a verlo o quedar
atrapado en el rompecabezas.

—No iba a permitir que me sacaran del infierno —dijo Darlington—. Tenía la
intención de dejarlos varados allí conmigo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Pero Alex nos sacó —dijo Turner.

Alex se removió en su asiento.

—Y dejé la puerta abierta para que nuestros demonios nos siguieran.

—No entiendo —dijo Dawes—- ¿Por qué no hay advertencias sobre el


Guantelete en la biblioteca de Lethe? ¿Por qué no hay registros de su
construcción, de lo que les sucedió a los primeros peregrinos que la
recorrieron, de Lionel Reiter?

—No lo sé —admitió Darlington. No sería el primer encubrimiento en la


historia de Lethe.

Alex encontró la mirada de Dawes. Lo entendían. Los miembros de Lethe, su


comité, los pocos en la administración de Yale que conocían la verdadera
ocupación de las sociedades secretas, tenían un largo historial de barrer todo
tipo de atrocidades debajo de la alfombra. Víctimas mágicas, misteriosos cortes
de energía, extrañas desapariciones, el mapa en el sótano de Peabody. Todo el
493
mundo había creído que Daniel Arlington estuvo en España durante la mayor
parte del último semestre, y casi nadie sabía que Elliot Sandow había resultado
ser un asesino. No había consecuencias, no si seguías encontrando nuevos
lugares para enterrar tus errores.

Mercy había colocado su cuaderno rojo junto a su tazón de sopa y estaba


dibujando una serie de círculos concéntricos en él.

—Así que lo encubrieron. Pero Lionel Reiter se convirtió en vampiro. Ni


siquiera sabemos qué pasó con los otros peregrinos o su centinela. ¿Por qué
dejar el Guantelete intacto si sabían lo peligroso que era?

Entonces hubo silencio, porque nadie tenía la respuesta, pero todos sabían
que la verdad no podía ser buena. Algo salió mal en ese primer viaje, algo tan
malo que el Guantelete había sido borrado de los libros y el diario de Rudolph
Kittscher había sido escondido o destruido. Era posible que un demonio
hubiera seguido a Reiter, que Lethe fuera el responsable de crear un vampiro.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Pero entonces, ¿por qué no cazarlo? ¿Por qué dejar que se aprovechara de
personas inocentes durante casi cien años?

—¿Puedo ir sola? —preguntó Alex. No quería decirlo. No quería hacerlo. Pero


les faltaba un peregrino, y cuanto más esperaran, peor se pondría—. No
necesito el Guantelete. ¿Por qué no puedo simplemente atravesar ese círculo y
encontrar alguna manera de arrastrar a nuestros demonios conmigo?

—Eso es terriblemente sacrificado —dijo Turner. Miró a Darlington—. ¿Se


cayó de cabeza?

—No lo hago para jugar al héroe —dijo Alex con amargura—. Pero ya hice
que mataran a Tripp.

—No sabes eso —protestó Dawes.

—Puedo hacer una conjetura con bases. —Esperaba que no fuera cierto.
Esperaba que Tripp estuviera a salvo escondido en su lujoso apartamento tipo
loft, comiendo tazones de chile vegano, pero dudaba que ese fuera el caso—. Lo
494
arrastré a esto, y es muy probable que no se recupere.

—No puedes entrar sola —dijo Darlington—. Puedes llevar a tu propio


demonio contigo, pero todos tendrán que pasar para deshacerse de los demás.

—¿Qué pasa con Spenser? —preguntó Mercy—. Uh... ¿No Spenser, el


demonio de Tripp?

—Si el demonio consumió el alma de Tripp… —comenzó Darlington.

—No sabemos si eso sucedió —insistió Dawes.

—Pero si fue así, entonces el demonio podría permanecer en el mundo


mortal y alimentarse de los vivos.

Un nuevo vampiro podría estar atacando a la gente en New Haven ahora


mismo. Otro poco de miseria que Alex había ayudado a crear. Mercy tenía todo
el derecho de no confiar en Tripp, de sospechar que era un cobarde. Pero a Alex
le agradaba Tripp. Era un idiota, pero había tratado de hacer todo lo posible
por ellos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

«Me gusta ser uno de los buenos.»

—Vamos a tener que crear una atadura —dijo Dawes—. Abrir la puerta y
atraerlos.

—¿El vampiro también? —preguntó Mercy.

—No —dijo Darlington—. Si el demonio de Tripp realmente se convirtió en


vampiro, tendremos que cazarlo por separado.

—Mercy y yo hemos estado buscando en la armería y la biblioteca una


forma de atraer a nuestros demonios —dijo Dawes—. Pero no hay mucho que
podamos hacer si necesitamos estar en la posición correcta para abrir el
Guantelete.

—Se sienten atraídos por nosotros cuando las cosas van mal —dijo Alex.

Turner le lanzó una mirada.

—¿Entonces cada hora del día? 495


—Está el Gorrión Maldito —dijo Mercy, consultando sus notas—. Si lo
sueltas en una habitación, siembra discordia y crea una sensación general de
malestar. Se utilizó para interrumpir reuniones de sindicatos en los años
setenta.

—¿Has oído ese silencio donde los pájaros están muertos pero algo canta
como un pájaro? —citó Darlington.

—Realmente extrañé no tener idea de lo que estás hablando —dijo Alex. Y lo


decía en serio—. Pero no estoy seguro de que queramos comenzar un viaje al
infierno sintiéndonos completamente miserables y derrotados.

—Está el Voynich —dijo Dawes—. Pero no sé cómo conseguirlo.

—¿Por qué el Voynich, de todas las cosas? —preguntó Mercy.

Incluso Alex había oído hablar del manuscrito Voynich. Aparte de la Biblia
original de Gutenberg, probablemente era el libro más famoso de Beinecke. Y
ciertamente era más difícil de ver. La Biblia siempre estaba expuesta en una

Hell bent
LEIGH BARDUGO

vitrina en el vestíbulo y se pasaba una página al día. Pero el Voynich estaba en


prácticamente bajo llave.

—Porque es un rompecabezas —dijo Darlington—. Un lenguaje imposible de


analizar, un código irresoluble. Para eso fue creado.

Mercy cerró la tapa de su cuaderno con un fuerte chasquido.

—Espera un minuto. Solo… ¿Estás diciendo que el manuscrito Voynich fue


creado para atrapar demonios? ¡Los académicos han estado especulando sobre
él durante siglos!

Darlington se encogió de hombros.

—Supongo que también atrapa a los académicos. Pero Dawes tiene razón.
Acceder a algo que no sea una copia digital es casi imposible, ¿y sacarlo de
Beinecke? Olvídalo.

—¿Qué hay de Pierre el Tejedor? —preguntó Mercy.


496
Turner se echó hacia atrás y se cruzó de brazos.

—Esto va a ser bueno.

Pero Dawes estaba golpeando su pluma contra sus labios.

—Esa es una idea interesante.

—Es brillante, en realidad —dijo Darlington.

Mercy sonrió.

—¿Alguien quiere decirnos a Turner y a mí quién es Pierre y qué teje? —


preguntó Alex.

—The Tejedor fue adquirido por Manuscrito —dijo Dawes—. Fue utilizado
por una serie de líderes de culto y falsos gurús para atraer seguidores. Pierre
Bernard fue el último, y el nombre se quedó. El truco es asegurarse de que el
Tejedor haga girar la red emocional correcta.

—¿Y atrapará a los demonios? —preguntó Turner.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Solo por un corto tiempo —dijo Dawes—. Es todo... muy arriesgado.

—No es tan arriesgado como no hacer nada. —Alex no quería hablar más.
No podían esperar hasta la próxima luna llena—. No voy a dejar que esas cosas
nos persigan y se coman nuestros corazones hasta que nos eliminen uno por
uno.

—Solo se volverán más fuertes y más inteligentes —dijo Darlington—.


Personalmente, preferiría no verlos comidos a todos y luego tener que lidiar con
un montón de vampiros que usan sus rostros.

—Está bien —dijo Turner—. Usamos a Pierre el Lo que sea. Los atrapamos y
los arrastramos con nosotros. Todavía tengo un sospechoso de asesinato que
fue... alentado, si no coaccionado, a ayudar a cometer dos crímenes horribles y
planear otro. No puedo hacer que disminuyan su sentencia porque los
demonios estuvieron involucrados.

—Se volvió loco —dijo Darlington—. Así es como obtendrás clemencia. Ya 497
sea que sus monstruos fueran reales o imaginarios, el resultado fue el mismo.

—Digamos que dejo pasar eso —continuó Turner—. Están los restos de tres
personas desaparecidas en el sótano de Black Elm, y alguien vendrá a buscar a
esas personas eventualmente. Tengo que creer que la esposa de Anselm se
pregunta por qué no ha vuelto a casa, incluso si ese demonio anduvo por ahí,
vistiendo sus trajes y usando su tarjeta de crédito.

Embalar los cuerpos. Cambiar las placas en el coche de alquiler para


transportarlos. Cremarlos en el crisol en Il Bastone durante la noche. Limpiar
el coche. Deshacerse de él. Alex sabía lo que debían hacer. Turner también.
Pero también sabía que él no iba a hablar de eso. Podría haber matado a
Carmichael a sangre fría, pero aún era policía y no iba a involucrarse en
encubrir un crimen.

—Nos encargaremos de eso —dijo Alex.

—No voy a limpiar su desorden.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No tendrás que hacerlo.

Turner no parecía convencido.

—Voy a tomarte la palabra. Ahora, a pesar de toda su charla, no han


explicado lo que pasó en la acera frente a esta casa. Vi a un demonio desgarrar
a otro por la mitad. Te vi cubierta de fuego que no debería existir en nuestro
reino y te vi usarlo para mantenerlo a raya. ¿Alguien quiere explicar todo eso?

Darlington se encogió de hombros y sorbió sopa durante unos segundos.

—Si pudiéramos, lo haríamos.

Alex notaba en la mirada de Turner que pensaba que Darlington estaba


mintiendo.

Alex también lo creía.

498

Hell bent
LEIGH BARDUGO

39
Traducido por Azhreik

La casa era lo suficientemente grande como para que todos pudieran dormir
detrás de las protecciones. Darlington estaba de vuelta en el dormitorio de
Virgilio en el tercer piso. Dawes dormiría en el sofá del salón y Turner había
reclamado el suelo de la armería.

Alex y Mercy acamparon en el dormitorio de Dante. Pero antes de que Alex


apagara la luz, intentó enviarle un mensaje de texto a Tripp una vez más. No
era seguro ir a buscarlo por la noche, pero ella y Turner lo intentarían por la
mañana.

—No fui muy amable con él —dijo Mercy.


499

—Eso no es lo que lo metió en problemas. Y no le debes bondad a todo el


mundo. —Se recostó en su almohada—. Necesito que estés lista mañana.
Dawes dijo que el descenso podría ser diferente esta vez. No sé qué significa eso
para ti en la superficie, pero hay al menos un vampiro corriendo por ahí. No me
gusta ponerte en peligro de nuevo.

Mercy se retorció bajo las sábanas.

—Pero siempre estamos en peligro. Ir a una fiesta, encontrarte con la


persona equivocada, caminar por la calle equivocada. Creo… creo que a veces
es más fácil si, en lugar de esperar a que surjan problemas, vas a encontrarlos.

—Como una mala cita.

Mercy se rio.

—Sí. Pero si me pasa algo terrible…

—No pasará.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Pero si pasa…

—Mercy, si alguien te jode, le enseñaré una nueva palabra para violencia.

Mercy se rio, con un sonido quebradizo.

—Lo sé. —Se incorporó, golpeó la almohada y se recostó en ella. Alex


prácticamente podía ver las ruedas girando—. Para ser un peregrino... ¿todos
ustedes mataron a alguien?

Alex sabía que esta conversación se avecinaba.

—Sí.

—Sé... sé que Dawes mató a Blake. No estoy segura de querer saber sobre
todos los demás, pero…

—¿Por qué estoy calificada para estar en el Equipo Asesino?

—Sí.
500
Alex le había hablado a Mercy sobre Lethe, sobre la magia, incluso sobre los
Grises, y que podía verlos y usarlos. Pero ella había dejado su pasado bien
enterrado. Por lo que Mercy sabía, era una chica de California con algunas
lagunas en su educación.

Había un montón de mentiras que Alex podía decir ahora. Fue en defensa
propia. Fue un accidente. Pero la verdad era que había contemplado matar a
Eitan esa misma mañana, y si hubiera podido salirse con la suya y encontrar
un lugar para esconder los cuerpos, lo habría hecho y nunca miraría atrás. Y le
había prometido a Mercy que no iba a mentirle otra vez.

—Maté a mucha gente.

Mercy se puso de costado y la miró.

—¿Cuántos?

—Suficientes. Por ahora.

—¿Tú… cómo vives con eso?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

¿Qué verdad se suponía que debía ofrecerle? Porque no eran las personas a
las que había matado las que la atormentaban. Eran las personas a las que
había dejado morir, las que no pudo salvar. Alex sabía que debería decir algo
reconfortante. Que rezaba o lloraba o corría para olvidar. No había tenido
muchos amigos y no quería perder a esta. Pero estaba cansada de fingir.

—Simplemente algo está mal en mí, Mercy. No sé si es remordimiento o


conciencia lo que me falta o si el ángel en mi hombro decidió tomarse unas
largas vacaciones. Pero no pierdo el sueño por los cuerpos en mi boleta.
Supongo que eso no me convierte en una gran compañera de cuarto.

—Tal vez no —dijo Mercy y apagó la luz—. Pero me alegro de que estés de
mi lado.

Alex esperó hasta que Mercy estuvo roncando, luego se levantó de la cama y 501
subió al tercer piso. La puerta del dormitorio de Virgilio estaba abierta y había
un fuego ardiendo en la chimenea debajo de las vidrieras que representaban
un bosque de cicuta. Darlington estaba tumbado en una silla junto al fuego. Se
había puesto unos pantalones de chándal de Casa Lethe y una túnica vieja, o
tal vez se llamaba bata. No estaba segura. Solo sabía que lo había estado
mirando sin una prenda de ropa durante semanas, pero que verlo de esta
manera, con los pies apoyados en la otomana, la bata abierta, el torso
desnudo, un libro en la mano, la hacía sentir como una mirona.

—¿Quieres algo, Stern? —preguntó sin levantar la vista de su lectura.

Esa era una pregunta complicada.

—Le mentiste a Turner —dijo.

Me imagino que has hecho lo mismo cuando ha sido necesario. Levantó la


vista por fin.

—¿Vas a quedarte en esa puerta toda la noche o vas a entrar?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex se obligó a entrar. ¿Por qué diablos estaba tan nerviosa? Este era
Darlington: erudito, esnob y un dolor en el culo. No había misterio. Pero ella
había tenido su alma en su interior. Todavía podía saborearlo en su lengua.

—¿Qué estás bebiendo? —preguntó, recogiendo el pequeño vaso de líquido


ámbar de la mesa al lado de su silla.

—Armagnac. Eres bienvenida a probarlo.

—Pero nosotros…

—Soy muy consciente de que mi Armagnac fue sacrificado por una buena
causa, tal vez junto con el Mercedes de mi abuelo. Esta botella es mucho más
barata y menos rara.

—Pero en realidad no es barata.

—Por supuesto que no.

Dejó el vaso y se acomodó en la silla frente a él, dejando que el fuego le 502
calentara los pies, muy consciente del agujero que se estaba formando en su
calcetín derecho.

—¿Estás seguro de que es una buena idea? —preguntó ella—. ¿Volver al


infierno?

Sus ojos volvieron al libro que estaba leyendo. “Diario de los días del Lethe
de Michelle Alameddine”.

¿Se estaba preguntando por qué ella no había sido la centinela?

—¿Encontraste algo interesante allí?

—Sí, en realidad. Un patrón que no había visto antes. Pero a un demonio le


encantan los rompecabezas.

—Ella ayudó —dijo Alex—. Nos dijo que creías que el Guantelete estaba en
el campus.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Ella no me debe nada. Me dije que nunca miraría su diario, que no iría en
busca de sus opiniones sobre su Dante y me entregaría a esa vanidad
particular. Pero aquí estoy.

—¿Qué dijo ella?

Su sonrisa era triste.

—Muy poco. Me describe como meticuloso, minucioso y, no menos de cinco


veces, entusiasta. El retrato general es vago en sus detalles, pero está lejos de
ser halagador. —Cerró el libro, dejándolo a un lado—. Y para responder a tu
pregunta, regresar al infierno es una idea abominable, pero no tengo otras. En
mis momentos más inútiles, estoy tentado de culpar a Sandow por todo esto.
Fue su codicia la que puso en marcha esta serie de tragedias. Convocó a la
bestia infernal para que me devorara. Supongo que pensó que sería una
muerte rápida.

—O una limpia —dijo Alex sin pensar. 503


—De acuerdo. Ningún cuerpo del que deshacerse. Ni preguntas que
responder.

—No debías sobrevivir.

—No —reflexionó—. Supongo que tú y yo tenemos eso en común. ¿Fue eso


casi una sonrisa, Stern?

—Demasiado pronto para decirlo. —Ella se movió en su asiento, mirándolo.


Siempre había sido indecentemente atractivo, el cabello oscuro, la constitución
delgada, el aire de un miembro de la realeza depuesto que había vagado en su
mundo mundano desde un castillo lejano. Era difícil no mirarlo fijamente,
recordarse a sí misma que él estaba realmente allí, realmente vivo. Y que de
alguna manera parecía haberla perdonado. Pero ella no podía decir nada de
eso—. Dime de lo que no hablaras delante de los demás. ¿Por qué todavía
tienes cuernos…?

—Cuernos ocasionales.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Bien. ¿Por qué me encendí como un soplete cuando los usaste?

Darlington estuvo en silencio durante mucho tiempo.

—No hay palabras para lo que hemos hecho. Lo que aún podemos hacer.
Piensa en el Guantelete como una serie de puertas, todas destinadas a evitar
que los incautos se adentren en el infierno. Tú no necesitas esas puertas,
Stern.

—Belbalm… Antes de que muriera…

—Antes de que la mataras.

—Fue un esfuerzo de grupo. Dijo que todos los mundos estaban abiertos a
los RondaRueda. Vi un círculo de fuego azul a mi alrededor.

—Yo también lo vi —dijo—. En Halloween. Hace un año. La rueda. No creo


que fuera coincidencia. Y no creo que esto lo sea tampoco.

Se levantó y cruzó la habitación hasta su escritorio y sacó un libro de 504


puntos de referencia de Nueva York. Se movía con la misma confianza fácil que
siempre había tenido, pero ahora había algo siniestro en esos largos pasos.
Veía al demonio. Veía a un depredador.

Él hojeó el libro y lo sostuvo abierto para ella.

—Atlas —dijo—, en el Centro Rockefeller.

La foto en blanco y negro mostraba una figura musculosa forjada en bronce


y apoyada sobre una rodilla, doblada bajo el peso de tres anillos entrelazados
que descansaban sobre sus colosales hombros.

—Las esferas celestiales —continuó Darlington—. Los cielos en sus


movimientos. O…

Alex pasó el dedo por uno de los círculos adornados con los signos del
zodíaco.

—La rueda.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Esta escultura fue diseñada por Lee Lawrie. También es responsable de la


mampostería en Sterling. —Darlington le quitó el libro de las manos y lo
devolvió al escritorio. Se mantuvo de espaldas a ella cuando dijo—: Esa noche
en Manuscrito, no fue solo una rueda lo que vi. Era una corona.

—Una corona. ¿Qué significa eso? ¿Qué significa todo eso?

—No sé. Pero cuando cruzaste al infierno a través del círculo de protección,
rompiste todas las reglas que existen. Y cuando me sacaste de nuevo, rompiste
otra nueva. —Se acomodó en la silla frente a ella—. Me robaste del inframundo.
Eso iba a dejar una marca.

Alex podía escuchar a Anselm, Golgarot, gritando “ladrona”. Vio que los
labios del lobo se retraían para formar la misma palabra.

—¿Es eso lo que son esas cosas? —preguntó ella—. ¿Alrededor de tus
muñecas y cuello? ¿Marcas?

—¿Estas? —Se inclinó hacia adelante y el cambio en él fue instantáneo, los


505
ojos brillantes, los cuernos enroscados, los hombros ensanchados. Sin querer,
Alex se encontró reclinándose en su silla. Era hombre y luego monstruo en el
espacio de un respiro. Las bandas doradas brillaban en sus muñecas y
garganta.

—Sí —dijo ella, tratando de no mostrar su miedo—. Esas.

—Estas marcas significan que estoy obligado a servir. Para siempre.

—¿Al infierno? ¿A Golgarot?

Él se rio entonces, el sonido fue profundo y frío, la cosa en el fondo del lago.

—Estoy ligado a ti, Stern. A la mujer que me sacó del infierno. Te serviré
hasta el final de los días.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

40
Traducido por Azhreik

El rostro de ella se quedó muy quieto. Darlington había aprendido que eso era
lo que hacía Alex Stern cuando se enfrentaba a la incertidumbre. ¿Pelea o
huye? La estrategia de un sobreviviente a veces era no moverse. Podía verla en
el sótano en esa noche hace tanto tiempo, una chica tallada en piedra.

Ella levantó una ceja.

—Entonces… ¿vas a lavar mi ropa?

Lucha, huida o sarcasmo.

—Qué chica tan horrible eres. 506


—Señora. Qué chica tan horrible es usted, señora.

Ahora se rio.

Pero las cejas de Alex se habían juntado. Su mandíbula estaba apretada.


Parecía que se estaba preparando para una pelea.

—Hay demasiados misterios. No me gusta la forma en que se suman.

—Yo tampoco estoy seguro de que me guste —dijo, y no estaba mintiendo


esta vez—. Puedes ver a los muertos, escucharlos, usarlos para tus propios
fines y, a menos que me equivoque mucho, si no fuera por ciertos escrúpulos
de los que carecía Marguerite Belbalm, podrías usar a los vivos de la misma
manera.

Todo lo que obtuvo por esa evaluación fue un breve y brusco asentimiento.

—En cuanto a mí… —No estaba seguro de cómo terminar esa oración.
Como hombre había sufrido en el infierno. Pero como demonio, había repartido
sufrimiento con facilidad e ingenio. Sandow había venido a ellos, asesinado por

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Belbalm, su alma ya consumida por ella. Nunca pasaría más allá del Velo, pero
el infierno estaba feliz de reclamarlo. El yo demoníaco de Darlington había
disfrutado encontrando nuevas formas de hacer sentir miserable a Sandow,
para pagar por la angustia que había causado.

Darlington había sido aterrador para las sombras del Velo e incluso para él
mismo. Había sido… Si era honesto, había sido estimulante. Había sido una
criatura intelectual desde que era un niño: idiomas, historia, ciencia. El resto,
el entrenamiento al que se había sometido lucha, esgrima, incluso acrobacias
había estado al servicio de las futuras aventuras que estaba seguro de que
tendría. Pero la gran invitación nunca había llegado. No hubo búsquedas
nobles o misiones secretas. Hubo rituales, vislumbres del mundo más allá,
trabajo escolar, informes por escribir, y eso fue todo. Así que siguió
perfeccionándose como una espada que nunca sería probada.

Entonces el Decano Sandow lo había enviado al infierno. Darlington no


507
debería haber sobrevivido, pero se las arregló para aguantar hasta que llegó el
rescate.

¿Y ahora? ¿Era lo suficientemente humano? Había podido sentarse a la


mesa y mantener una conversación. No le había gruñido a nadie ni roto ningún
mueble, pero no había sido fácil. Los demonios no eran criaturas pensantes.
Operaban por instinto, impulsados por sus apetitos. Se había enorgullecido de
no ser nada de eso. Nunca se precipitaba. Guiado por la razón. Pero ahora
deseaba de una manera que nunca había sentido. Había tenido la tentación de
enterrar la cara en el plato de sopa y lamerlo como un animal voraz. Quería
colocarse entre las piernas de Alex ahora y hacer lo mismo con ella.

Darlington se pasó una mano por la cara y se sacudió un poco, rezando


para recuperar la cordura. Él era su mentor. Su Virgilio. Le debía su vida y
podía comportarse a su lado. No era una bestia babeante. Fingiría ser humano
de nuevo hasta que lo fuera.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Darlington se había sorprendido por la forma en que los demás se habían


unido para trabajar y planificar. Casi no había reconocido el mando en Alex, la
confianza en Dawes, todo ello nacido de su ausencia. «Habrían seguido sin mí.
Se habrían vuelto más fuertes». Sentado allí, observándolos tramar sus planes
con Turner y Mercy, se había sentido como un desconocido en un lugar al que
una vez supo que pertenecía. Su comprensión de su propia relevancia
inexistente había sido lenta y repentina en su crueldad.

—En cuanto a mí, no sé lo que soy —dijo al fin.

—Pero puedes controlar… —Agitó una mano como si lanzara un hechizo


sobre él—… sea lo que sea esa mierda de demonio.

—Ciertamente lo espero. Pero creo que sería prudente que tú y cualquier


otra persona cercana a mí tenga a mano una provisión de sal. También
podríamos considerar poner prohibiciones en Black Elm, o donde sea que
termine, para que no pueda marcharme sin escolta. 508
Qué razonable sonaba. No era tan difícil representar al hombre que había
sido.

Consideró a la extraña y terrible chica que tenía delante. Sus ojos eran
negros a la luz del fuego, su cabello brillaba como si hubiera sido lacado. Una
Ondina, espíritu del agua, surgido del lago en busca de un alma. Darlington
odiaba pensar en esa noche en la fiesta de Halloween en Manuscrito. Había
estado loco por lo que fuera que habían usado para drogarlo. Pero cuando se
miró en el gran espejo, vio que Alex era algo más que su yo mortal. Y había
entendido que él no era el héroe que siempre había soñado ser. Había sido un
caballero, ¿y qué era un caballero sino un sirviente con una espada en la
mano? Por primera vez se había conocido a sí mismo y su propósito. Al menos
eso había parecido en ese momento. Todo lo que había querido era servirla, ser
visto y deseado por ella. No sabía que estaba mirando hacia el futuro.

—Eres una RondaRueda —dijo—. Lo sé solo porque tú lo sabes, solo porque


Belbalm y luego Sandow lo sabían. Voy a tener que cavar más profundo que en

Hell bent
LEIGH BARDUGO

la biblioteca de Lethe para descubrir qué significa eso realmente. Pero sí sé


esto: no todos regresaremos del inframundo mañana por la noche.

—Lo logramos antes.

—Y trajiste cuatro demonios contigo. Uno de los cuales puede haber tomado
residencia permanente en nuestro mundo para alimentarse de personas hasta
que sea vencido. Pero no todos volveremos esta vez. Mientras el infierno no se
quede con un asesino, la puerta permanecerá abierta y tus demonios seguirán
atravesándola. Hay que pagar el precio del infierno.

Alex frunció el ceño.

—¿Por qué? ¿Cómo sabes eso?

—Porque yo era uno de ellos. Yo era un demonio alimentándose del


sufrimiento de los muertos. —Había tenido la intención de decirlo a la ligera,
casualmente. En cambio, las palabras emergieron vacilantes y apestando a
confesión.
509

—¿Se supone que debo estar sorprendida y horrorizada?

—¿Que me involucré en una especie de canibalismo emocional para


sobrevivir? ¿Qué comí dolor y lo disfruté? Creo que incluso tú podrías
preocuparte por eso.

—Has estado en mi cabeza —dijo—. ¿Echaste un vistazo a las cosas que


hice para sobrevivir a esta vida?

—Destellos —admitió. Una serie de momentos sombríos, un océano


profundo y desesperado, Hellie brillando como una moneda de oro, su abuela
brillando como una brasa, su madre... un desastre, una nube, una maraña de
hilos deshilachados, un lío de lástima, añoranza e ira. Y amor.

—Hacemos lo que tenemos que hacer —dijo Alex—. Ese es el único trabajo
de un sobreviviente.

Una bendición extraña, pero que agradecía. Cruzó las manos, debatiendo
sus próximas palabras, no dispuesto a que quedaran sin pronunciar.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Qué pasaría si te dijera que una parte de mí todavía tiene hambre de


sufrimiento?

Alex no se inmutó. Por supuesto que no. No estaba en su repertorio.

—Te diría que mantuvieras tu mierda en orden, Darlington. Todos queremos


cosas que no deberíamos.

Se preguntó si ella realmente entendía lo que él era. Si lo entendiera, saldría


corriendo de esta habitación. Pero no sería una preocupación por mucho
tiempo, no después del descenso. Hasta entonces, podía asegurarse de que el
demonio no soltara la correa.

—Tienes que aceptar que el infierno va a tratar de quedarse con uno de


nosotros —dijo—. Seré yo, Stern. Nunca debí marcharme.

No estaba seguro de lo que esperaba: ¿Risas? ¿Lágrimas? ¿Una exigencia


heroica de que ella ocupara su lugar en el infierno? Había perdido la pista de
quién era Dante, Virgilio, Beatrice. ¿Era Orfeo o Eurídice?
510

Pero todo lo que Alex hizo fue recostarse en su silla y lanzarle una mirada
escéptica.

—Así que después de que luchamos y sangramos para sacarte del infierno,
¿crees que te regresaremos como un perro adoptado que cagó en la alfombra?

—Yo no lo diría…

Alex se levantó y apuró su copa de su caro Armagnac como si fuera un


trago de un dólar en la noche de damas en el bar Toad's.

—Vete a la mierda, Darlington.

Ella se dirigió a la puerta.

—¿Adónde vas?

—A la armería para hablar con Turner. Luego tengo algunas llamadas que
hacer. ¿Sabes cuál es tu problema?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Predilección por las primeras ediciones y mujeres a las que les gusta
sermonearme sobre mí?

—Un respeto enfermizo por las reglas. Duerme un poco.

Desapareció por el pasillo oscuro, un momento ahí y luego ya no, como una
especie de truco de magia.

511

Hell bent
LEIGH BARDUGO

41
Traducido por Azhreik

Alex no se durmió hasta las primeras horas de la mañana. Había demasiado


que planear, y su tiempo con Darlington la había dejado zumbando con una
frecuencia incómoda que le hacía imposible dormir. Había estado hablando con
él en su cabeza tanto tiempo que debería haber sido fácil sentarse y mantener
una conversación. Pero ya no eran las mismas personas, alumna y maestro,
aprendiz y maestro. Antes, el conocimiento había fluido en un solo sentido
entre ellos. El poder había descansado solo en manos de él. Pero ahora ese
poder estaba en movimiento, cambiando constantemente, chocando contra su
comprensión mutua, confundidos por los misterios que quedaban, cayendo en 512
los lugares sombríos donde esa comprensión fallaba. Parecía llenar la casa,
una espiral de fuego infernal que recorría los pasillos y subía las escaleras, una
mecha encendida. Yale y Lethe habían pertenecido a Darlington, pero ahora
estaban actuando en un escenario más amplio, y Alex aún no estaba segura de
qué papel debían desempeñar.

Apenas se había quedado dormida cuando Dawes la despertó sacudiendo su


hombro.

Al ver su cara de pánico, Alex se irguió de golpe.

—¿Qué pasa?

—Viene el pretor.

—¿Aquí? —preguntó mientras saltaba de la cama y se ponía la única ropa


limpia que tenía: ropa deportiva de Lethe—. ¿Ahora?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Estaba preparando el almuerzo cuando llamó. Le dije a Mercy que se


quedara arriba. Quiere repasar los preparativos para la ceremonia de Lobo. ¿No
le enviaste un correo electrónico?

—¡Lo envié! —Le había enviado sus notas, enlaces a su investigación, junto
con una disculpa de cuatrocientas palabras por no estar preparada en su
última reunión y una declaración de su lealtad a Lethe. Tal vez se había
excedido—. ¿Dónde está Darlington?

—Él y Turner fueron al apartamento de Tripp.

Alex se pasó los dedos por el cabello, tratando de que luciera respetable.

—¿Y?

—Nadie abrió la puerta, pero el nudo de sal en la entrada aún no había sido
perturbado.

—Eso es bueno, ¿verdad? Tal vez solo se está ocultando con su familia o…
513
—Si no tenemos a Tripp, no podremos atraer a su demonio de regreso al
infierno.

Tendrían que enfrentar ese problema más tarde.

Estaban a mitad de las escaleras cuando escucharon que la puerta


principal se abría. El profesor Walsh-Whiteley entró silbando. Dejó la gorra y el
abrigo en el perchero junto a la puerta.

—¡Señorita Stern! —dijo—. Oculus dijo que podrías llegar tarde. ¿Estás... en
pijama?

—Solo hacía algunas tareas del hogar —dijo Alex con una sonrisa
brillante—. Las casas antiguas necesitan mucho mantenimiento. —El escalón
debajo de ella crujió con fuerza como si Il Bastone se uniera a la farsa.

—Es una gran antigüedad —dijo el pretor, entrando al salón—. Tenía la


esperanza de que Oculus hubiera abastecido la despensa.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Oculus. A quien no se había molestado en saludar. No era de extrañar que


su Virgilio y su Dante lo hubieran odiado. Pero tenían preocupaciones más
serias que un profesor retrogrado sin modales.

—Llama a Darlington —susurró Alex.

—¡Lo hice!

—Intenta otra vez. Dile que no vuelva hasta…

La puerta principal se abrió y Darlington entró.

—Buenos días —dijo—. Turner...

Alex y Dawes le hicieron señas frenéticas para que se callara. Pero fue
demasiado tarde.

—¿Tenemos invitados? —preguntó el Pretor, estirando su cuello por la


esquina.

Darlington se quedó congelado con su abrigo en sus manos. Walsh-Whiteley 514


lo miró fijamente.

—Señor. ¿Arlington?

Darlington logró asentir.

—Yo... sí.

Alex podía mentir tan fácilmente como podía hablar, pero en ese momento,
no tenía palabras, y mucho menos una historia creíble. Ni siquiera había
pensado en cómo iban a explicar la reaparición de Darlington. En cambio, ella
y Dawes estaban paradas allí, como si acabaran de rociarlas con agua helada.

Bueno, si ya estaba sorprendida, bien podría utilizarlo. Alex hizo acopio de


toda su voluntad y se echó a llorar.

—¡Darlington! —gritó—. ¡Estás de vuelta! —lo rodeó con los brazos.

—Sí —dijo Darlington demasiado alto—. Regresé.

—¡Creí que estabas muerto! —Alex gimió a todo pulmón.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Buen Dios —dijo el pretor—. ¿Realmente eres tú? Me habían dado a


entender que, bueno, estabas muerto.

—No, señor —dijo Darlington mientras se desenredaba de Alex, su mano en


la parte baja de su espalda era como un carbón caliente—. Solo caí en una
dimensión cerrada. Dante y Oculus tuvieron la amabilidad de pedirle a
Hayman Pérez que intentara un hechizo de recuperación en mi nombre.

—Eso fue muy inapropiado —regañó Walsh-Whiteley—. Debería haber sido


consultado. El comité...

—Absolutamente —estuvo de acuerdo Darlington mientras Alex continuaba


sollozando—.Una terrible violación del protocolo. Pero debo confesar que estoy
agradecido por ello. Pérez está tremendamente dotado.

—En eso puedo estar de acuerdo. Uno de los mejores Lethe. —El pretor
estudió a Darlington—. Y tú simplemente... reapareciste.

—En el sótano de Rosenfeld Hall.


515

—Ya veo.

Dawes, casi olvidada en las escaleras, se aclaró la garganta.

—¿Algo de comer, tal vez? He hecho tostadas de queso con almendras


ahumadas y curry de calabaza.

Los ojos de Walsh-Whiteley viajaron de Dawes a Alex y luego a Darlington.


El hombre podía ser pomposo y mojigato, pero no era tonto.

—Bueno —dijo al fin—. Supongo que la mayoría de las cosas se explican


mejor con una buena comida.

—Y una buena copa de vino —agregó Darlington, guiando al pretor por el


salón.

Alex miró por la ventana hacia donde podía ver los ojos brillantes de los
demonios, reunidos en las sombras entre las casas al otro lado de la calle. Al

Hell bent
LEIGH BARDUGO

menos estaban manteniendo la distancia. El ataque de Darlington a No-Hellie


debía haberlos asustado.

—¿Debería envenenar su sopa? —Dawes susurró cuando pasó a su lado.

—Has tenido ideas peores.

El almuerzo fue largo, y Darlington y Alex solo pudieron picotear su comida.


Necesitaban ayunar para el descenso. La conversación giró en torno a la
muerte de Sandow y la desaparición de Darlington y los detalles del supuesto
hechizo de recuperación que Pérez había realizado. Alex se preguntó si
Darlington había sido un excelente mentiroso antes de convertirse en parte
demonio.

—¿No tienes hambre? —preguntó el pretor mientras Dawes dejaba una


crostata de manzana caliente y un tarro de crème fraîche.

—Atravesar el portal —dijo Darlington—. Terrible para la digestión.


516
Alex estaba hambrienta, pero solo gimoteó y dijo:

—Estoy demasiado emocionada para comer.

Walsh-Whiteley pinchó el aire con el tenedor.

—Tonterías sensibleras. No hay lugar en Lethe para sensibilidades


delicadas. Es por eso que la Novena Casa no es lugar para mujeres.

Dentro de la cocina se escuchó un fuerte golpe cuando Dawes dio a conocer


sus sentimientos.

—¿Estás preparado para asistir a la ceremonia de Lobo de esta noche?— el


pretor le preguntó a Darlington.

—Ciertamente.

—Creo que estarás complacido con la forma en que nuestra señorita Stern
ha progresado. A pesar de sus antecedentes dudosos y su falta de educación,
se ha desenvuelto bien. Solo puedo asumir que como resultado de tu tutela.

—Naturalmente.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex resistió el impulso de patearlo debajo de la mesa.

Cuando Walsh-Whiteley hubo terminado el último bocado de su crostata y


bebido el último sorbo de su Sauternes, Alex lo acompañó hasta la puerta.

—Buena suerte esta noche, señorita Stern —dijo, con las mejillas
sonrosadas por el vino—. Espero su informe para el domingo a más tardar.

—Por supuesto.

Él se detuvo en los escalones.

—Debes estar aliviada de que el señor Arlington haya regresado.

—Muy aliviada.

—Es una suerte que Hayman Pérez haya podido manejar un hechizo tan
complicado.

—Mucha suerte.
517
—Por supuesto, el señor Pérez ha estado buscando búnkeres nazis perdidos
en la Antártida durante casi un año. Un esfuerzo sin sentido, sospecho, pero
obtuvo los fondos, así que supongo que el comité debió encontrarle un
propósito. Ha sido bastante difícil de contactar.

Alex no estaba segura de si el pretor realmente los había pillado o si estaba


mintiendo.

—¿Sí? Supongo que tuvimos suerte.

—Mucha —dijo el pretor. Se puso la gorra en la cabeza—. Lethe me ve como


una molestia y un pedante. Siempre ha sido así. Pero considero a la Novena
Casa en un nivel más alto que aquellos que fingen gobernarla. Creo en la
institución que Lethe podría ser, que debería ser. Somos los pastores. —Su
mirada encontró la de ella, sus ojos eran de un marrón indeterminado—. Hay
lugares que nunca debimos traspasar, sin importar que tengamos los medios.
Tenga cuidado, señorita Stern.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Antes de que Alex pudiera pensar en una respuesta, estaba caminando por
la calle, silbando una melodía que ella no reconoció.

Alex lo vio irse, preguntándose quién era realmente Raymond Walsh-


Whiteley. Un joven genio. Un cascarrabias reaccionario. Un estudiante todavía
enamorado del chico que había conocido en algún idilio junto al mar, el chico
por el que todavía lloraba.

Alex cerró la puerta, agradecida de estar detrás de las protecciones. Dawes


estaba en el comedor con sus planos y sus notas, explicando a Darlington qué
esperar del descenso. Alex estaba feliz de dejarlos solos. No quería pensar en
Darlington durante la noche anterior frente al fuego. «Predilección por las
primeras ediciones y las mujeres a las que les gusta sermonearme.» Una broma.
Nada más. Pero esa palabra seguía pegada en sus pensamientos :”predilección”,
precisa y sucia al mismo tiempo.

Se dirigió directamente al dormitorio de Dante. Tenía trabajo que hacer. 518


—¡Nena! —exclamó su madre cuando contestó el teléfono, y Alex sintió esa
familiar oleada de felicidad y vergüenza que siempre venía con la voz de su
madre—. ¿Cómo estás? ¿Está todo bien?

—Todo está estupendo. Estaba pensando en volver a casa para el Día de


Acción de Gracias.

Mercy y Lauren estaban planeando un viaje a Montreal con un par de gente


del teatro que Lauren había conocido trabajando en el Dramat. Habían invitado
a Alex, pero Alex no estaba nadando en efectivo, y si lograba superar el
segundo descenso y todo lo que implicaba, usaría el dinero que tenía para un
viaje a Los Ángeles.

Una larga pausa. Alex podía imaginarse a Mira paseando en su antigua


estancia, y que el miedo la abrumaba.

—¿Estás segura? Me encantaría verte, pero quiero asegurarme de que este


sea un paso adelante saludable para ti.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Está bien. Solo iré a verte por unos días.

—¿De verdad? ¡Eso sería perfecto! Encontré una nueva sanadora y creo que
podría hacer maravillas por ti. Es excelente en purgar la energía negativa.

«¿Qué tal con los demonios?»

—Por supuesto. Eso suena bien.

Otra pausa.

—¿Estás segura de que todo está bien?

Alex debería haber protestado más contra la sanadora.

—Realmente sí. Te amo y estoy emocionada de verte y... Está bien, no estoy
emocionada de comer pavo de tofu, pero puedo fingir.

La risa de Mira fue tan fácil, tan ligera.

—Te va a encantar, Galaxy. Tendré tu habitación lista.


519
Se despidieron y Alex se quedó mirando la ventana, la luna en el vitral que
brillaba sobre un banco de nubes de cristal azul, sin crecer ni menguar.
Cuando era pequeña, buscaba en los rasgos de su madre algún indicio de sí
misma y no encontraba nada. Solo una vez estuvieron sentadas juntas en la
cama, descalzas, y se dio cuenta de que tenían los mismos pies, el segundo
dedo más largo que el dedo gordo, el dedo meñique encajado como una
ocurrencia tardía. La había tranquilizado. Ella pertenecía a esta persona.
Estaban hechas del mismo material. Pero no era suficiente. ¿Dónde estaba el
sentido del humor compartido? ¿Un talento para coser o cantar o aprender
idiomas? Alex pensó en su madre caminando por la calle, brillando de
esperanza. Pero Alex siempre estaba en la sombra.

Quería decirle a su madre que se fuera por unos días, que fuera a quedarse
con Andrea, pero no podía hacerlo sin asustarla. Y si fallaba esta noche, nada
de eso importaría de todos modos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex revisó su teléfono. Todavía no había ningún mensaje de Turner. No iba


a llamarlo, no iba a correr el riesgo de inclinar la balanza en la dirección
equivocada. Lo que ella le había pedido que hiciera no era exactamente
criminal, pero tampoco era honesto, y la cualidad virtuosa de Turner era
demasiado amplia para su comodidad.

—¿Qué estás planeando? —le había preguntado cuándo lo había encontrado


en la armería la noche anterior.

—¿Realmente quieres saberlo?

Él se tardó un largo momento en pensar, luego dijo:

—Absolutamente no. —Sin otra palabra, se recostó y se tapó la cabeza con


la manta.

—¿Pero harás lo que te pedí? —le había insistido—. ¿Harás la llamada?

—Ve a la cama, Stern —fue todo lo que dijo.


520
Ahora miró su teléfono y marcó el número de Tripp por vigésima vez ese día.
Sin respuesta. ¿Cuántas personas estarían muertas antes de que esto
terminara? ¿Cuántos cuerpos más flotarían en su estela?

Alex vaciló, con el teléfono en la mano. La próxima llamada podría salvarla


o, literalmente, condenarla.

Eitan respondió al primer timbre.

—¡Alex! ¿Cómo estás? ¿Vas a ver a Reiter?

Alex mantuvo sus ojos en la luna de cristal.

—Esta es una llamada de cortesía. Ya no soy tu chica de los recados. Voy a


trabajar para Linus Reiter.

—No seas tonta. Reiter no es bueno. Él...

—No puedes detenerlo. No tienes un arma en tu arsenal que pueda


acabarlo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Lo que dices es muy serio, Alex.

—Le voy a contar hasta el último detalle sobre tu organización y tus


asociados.

—Tu madre...

—Mira está bajo su protección. —O podría estarlo.

—Estoy en Nueva York. Ven a verme. Hablemos. Haremos un nuevo trato.

Alex no tenía dudas de que no regresaría de esa reunión.

—Sin resentimientos, Eitan.

—Álex, tú…

Colgó. “El infierno está vacío y todos los demonios están aquí.” Shakespeare
de nuevo. Una de las strippers en el King King Club tenía la cita tatuada sobre
el pubis. Alex había estado esforzándose por cumplir las órdenes de Eitan
durante meses. Era hora de que tuviera miedo. Era hora de que él viniera 521
corriendo. Reiter era el demonio al que los otros demonios no podían vencer,
del que se advertían unos a otros.

—Estás tramando algo, Stern —dijo Darlington mientras hacían las maletas
para la ceremonia de Lobo más tarde esa noche—. Lo noto.

—Solo mantén la cabeza baja y no dejes que nada intente matarme.

—Yo debo pagar el precio —le advirtió él.

—Es el precio de Sandow. No terminaste en el infierno porque hicieras algo


malo.

—Pero sí lo hice.

Alex hizo un inventario del contenido de la bolsa: sal, anillos de plata y una
daga de plata por si acaso.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Podemos debatir esto cuando hayamos terminado. Dawes tomará notas.


Podemos encuadernarlas y ponerlas en la biblioteca de Lethe. “La Demonología
de Stern.”

—La daemonología de Arlington. ¿No vas a ofrecer valientemente quedarte en


el infierno en mi lugar?

—Vete a la mierda.

—Te extrañé, Stern.

—¿De verdad? —No había tenido la intención de preguntar, pero las


palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.

—Tanto como puede un demonio profano sin sentimientos humanos.

Eso casi la hizo reír.

No, Alex no estaba dispuesta a ofrecerse voluntaria para una eternidad de


angustia. No tenía madera de héroe. Pero no iba a abandonar a Darlington de 522
nuevo. «Hay que pagar el precio del infierno.» Todo lo que eso significaba era que
el infierno no era diferente de cualquier otro lugar. Siempre había un precio y
alguien debía pagarlo. Y alguien siempre aceptaba sobornos.

Cuando dejaron Il Bastone para reunirse con la delegación de Cabeza de


Lobo en Sleeping Giant, sintió una especie de tranquilidad, como si el hilo que
los unía ahora se hubiera apretado, como si ningún demonio se atreviera a
enfrentarlos juntos.

«Te serviré hasta el final de los días». ¿Había sido un sueño o algún tipo de
predicción? ¿Alex, como su abuela, había mirado hacia el futuro hasta este
momento? Incluso si lo hubiera hecho, eso no le daba mayor idea de lo que
significaba, o esos grilletes dorados en las muñecas de Darlington, o el
inquietante consuelo que le proporcionaba saber que podía llamar y él vendría
corriendo. Caballero demonio. Una criatura que incluso los muertos habían
temido.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Un barco zarpó de New Haven,

Y los aires agudos y helados

Que llenaron sus velas al partir

estaban cargados de oraciones de hombres buenos.

—¡Oh Señor! si te place,

Así oró el anciano teólogo:

—Entierra a nuestros amigos en el océano,

¡Tómalos, porque son tuyos!

——El barco fantasma— Henry Wadsworth


Longfellow
523

Mi última entrada como Virgilio. Pensé que nunca desearía dejar esta oficina, pero en
cambio me encuentro contando los días hasta que pueda cerrar la puerta de Il Bastone
detrás de mí y nunca volver a oscurecer el umbral de esta casa. Me voy con mi fortuna
asegurada, pero sé que volveré a ver el infierno. Cómo se reiría Nownes de mí si supiera
el alcance de nuestra locura. Cómo lloraría si supiera el alcance de nuestros crímenes.
Pero ¿por qué escribo? Esconderé este libro y en él nuestros pecados. Sólo deseo creer en
Dios, para poder suplicar Su misericordia.

—Diario de los días de Lethe de Rudolph Kittscher


Colegio Jonathan Edwards 1933

Hell bent
LEIGH BARDUGO

42
Traducido por Azhreik

A la 1 a. m., Alex y Darlington estaban de regreso en el campus, temblando de


frío y con los oídos todavía zumbando a causa de los aullidos. Esperaron a los
demás junto a la Mesa de las Mujeres. Las sombras parecían demasiado
espesas, como si tuvieran peso y forma. Estaba a punto de desmayarse por el
hambre, y las terribles posibilidades de todo lo que había puesto en marcha
estaban carcomiendo sus pensamientos.

Alex se aseguró de que su teléfono estuviera encendido y le envió un último


mensaje de texto a su madre, por si acaso.

Te amo. Mantente a salvo.


524

Absurdo, un mensaje ridículo de una chica que se había estrellado contra la


vida como si estuviera embistiendo a través de una serie de ventanas de vidrio.
Se cortaba en tiras y luego se arreglaba, solo para hacerlo una y otra y otra vez.

Tú también, pequeña estrella. La respuesta llegó rápido, como si su madre


hubiera estado esperando. Pero Mira había estado esperando junto al teléfono
durante mucho tiempo. Una llamada del hospital, la policía, la morgue.

Alex sabía que tenían que empezar, pero cuando Dawes los dejó entrar a la
biblioteca, primero fue a ver a Mercy en el patio.

El aire parecía más frío junto al estanque, como si realmente hubieran


dejado una puerta abierta y estuviera entrando una corriente de aire. No había
estrellas visibles en el cielo gris de noviembre, pero Alex se encontró
absorbiendo la sensación del clima, el frío invernal en su piel, la tenue luz
amarilla de las ventanas de la biblioteca, la textura gris de la piedra. El infierno
había sido como un vacío, muerto y desolado, todo color y vida se había

Hell bent
LEIGH BARDUGO

desvanecido, como si algún demonio se hubiera alimentado tanto del mundo


como de las almas que lo habitaban. Si esta era su última mirada a algo real,
quería recordarlo.

Ayudó a Mercy a ponerse su armadura de sal y hablaron sobre el plan.


Todavía no sabían lo que podría estar esperándolos, en este mundo o más
abajo. Mercy estaba armada con palabras de muerte, polvo de huesos y una
espada de sal, pero Alex había recuperado otro objeto de la armería. Le entregó
el frasco a Mercy.

—Yo no lo abriría...

Pero Mercy ya había levantado la tapa. Tuvo arcadas y cerró


apresuradamente el frasco.

—Alex —tosió—, tienes que estar bromeando.

—Me temo que no. —Álex vaciló—. Los vampiros odian los olores fuertes. Es
de donde proviene el mito del ajo. No es demasiado tarde para retractarte de
525
esto. —Necesitaba ofrecerle esta oportunidad de escape, de seguridad. Mercy
había recorrido este camino sin dudarlo, pero ¿realmente sabía hacia dónde se
dirigía tan felizmente?

—Estoy bastante segura de que sí.

—Nunca es demasiado tarde para salir corriendo, Mercy. Confía en mí en


eso.

—Lo sé. —Mercy miró la espada que tenía en las manos—. Pero me gusta
más esta vida.

—¿Más que cuál?

—Más que la que estaba viviendo antes. Más que un mundo sin magia. Creo
que he estado esperando toda mi vida el momento en que alguien viera algo en
mí que no fuera ordinario.

—Todos lo esperamos. —Alex no pudo evitar la amargura de su voz—. Así es


como te atrapan.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Los ojos de Mercy brillaron.

—No si los atrapamos primero.

Tal vez porque Mercy era tan dulce, tan inteligente, tan amable, Alex olvidó
cuánta lucha había en su interior. No pudo más que pensar en Hellie, lo que le
había costado caer en la órbita de Alex. ¿Cuánto podría costarle a Mercy ser
amiga de Alex? Pero ya era demasiado tarde para preguntárselo. Necesitaba a
Mercy en este patio esta noche.

—El teléfono está encendido —dijo, entregándole su celular—. Déjalo así.

Mercy asintió rápidamente.

—Entendido.

—Quédate cerca del estanque. No olvides el bálsamo. Y si esto se pone feo,


corre. Encuentre una habitación en la biblioteca para encerrarte y quédate allí
hasta que amanezca.
526
—Entendido. —Ahora Mercy vaciló—. Vas a volver, ¿verdad?

Alex se obligó a sonreír.

—De una manera u otra.

Una vez que el metrónomo estuvo en marcha en el patio, esperaron que se


silenciara el Campus. Luego, frente a la entrada principal de la biblioteca,
hicieron sus cortes, cada uno en el brazo izquierdo. Alex miró a Darlington con
su abrigo oscuro, a Dawes con su chándal, a Turner firme, listo para la batalla,
aunque no estaba muy seguro de poder ganar la guerra.

—Está bien —dijo ella—. Vámonos al infierno.

Uno a uno embadurnaron con su sangre las columnas de entrada. Alex


sintió una náusea repentina, como si un gancho se hubiera alojado en su
estómago y la estuviera tirando hacia adelante, como la fuerza que la había
arrastrado descalza a través de la ciudad hasta Black Elm. Entraron, pasaron

Hell bent
LEIGH BARDUGO

por debajo del escriba egipcio, y a través de esa fría oscuridad, la puerta que ya
no era puerta.

Todos habían asumido los mismos títulos, en el mismo orden. Todos menos
Tripp. Alex entró primero como el soldado, seguida por Dawes como el erudito,
luego Turner como el sacerdote y finalmente Darlington, el príncipe. Alex no
pudo evitar pensar que el título adquiría un significado diferente con él en el
papel en lugar de Tripp, y eso la hizo sentir culpable. Se preguntó qué papel
había asumido Lionel Reiter cuando hizo el descenso hacía casi un siglo.

Continuaron en fila india hasta el Alma Mater, luego hasta los arcos debajo
del Árbol del Conocimiento que una vez más marcaron con sangre. Por el
corredor, más allá de la puerta del soldado, más allá del estudiante de piedra
que no se dio cuenta de que la Muerte estaba a su lado, y en el vestíbulo lleno
de esas extrañas ventanas que parecían pertenecer a una taberna rural.

—Solo un hombre —murmuró Darlington, y Alex supo que estaba 527


recordando su esfuerzo por darles pistas sobre el Guantelete, sus artimañas
demoníacas en guerra con su esperanza humana. Pero ella vio deleite en su
rostro mientras se abrían paso a través de Sterling, asombro y perplejidad. A
pesar de todo lo que había sucedido, no podía evitar emocionarse ante los
secretos que acechaban debajo de la piedra, dejados atrás para que los
descubrieran. Había algo tranquilizador en la forma en que brillaban sus ojos,
el murmullo entusiasta sobre citas y símbolos. «Todavía es él.» El chico dorado
de Lethe podría no parecerle el mismo, podría haber visto y hecho cosas que
ningún hombre debería, pero seguía siendo Darlington.

—Aquí —dijo Dawes en voz baja—. Tu puerta de entrada.

Darlington asintió y luego frunció el ceño.

—¿Qué ocurre? —preguntó Alex.

Inclinó la cabeza hacia la mampostería.

—¿Lux et Veritas? ¿Se quedaron sin ideas?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Típico de Darlington ser un esnob acerca de una puerta de entrada oculta al


infierno.

Untaron la piedra con su sangre y apareció ese pozo negro. Un viento helado
alborotó el cabello oscuro de Darlington. Alex quería decirle que no tenía que
hacer esto, que todo estaría bien. Pero había algunas mentiras que ni ella
misma podía soltar.

—Yo… —comenzó Dawes. Pero se apagó, como una vela.

—¿Conoces la historia del Barco Fantasma? —Darlington preguntó en el


silencio—. Antes, cuando la colonia de New Haven estaba en apuros, la gente
del pueblo se reunió y llenó un barco con sus mejores productos, muestras de
todo lo que este valiente nuevo mundo tenía para ofrecer, y sus principales
ciudadanos partieron para tratar de convencer a la gente en Inglaterra de que
valía la pena invertir en la colonia y tal vez venir ellos mismos.

—¿Por qué creo que esta historia no tiene un final feliz? —preguntó Turner. 528
—No creo que las fabriquen en New Haven. El honorable reverendo John
Davenport...

—¿El John Davenport de “Oculten a los desterrados”? —preguntó Alex.

—El mismo. Dijo: “Señor, si te place enterrar a nuestros Amigos en el fondo


del mar, son tuyos, ¡sálvalos!”

—¿Adelante, ahógalos? —dijo Turner—. Que charla más animosa.

—El barco nunca llegó a Inglaterra —continuó Darlington—. Toda la colonia


quedó en el limbo, sin idea de lo que les había pasado a sus seres queridos y
toda la riqueza que habían metido en la bodega. Luego, exactamente un año
después de que zarpara el barco, una extraña niebla llegó del mar y los buenos
ciudadanos de New Haven caminaron hacia el puerto, donde vieron un barco
que emergía de la niebla.

Sonaba como Anselm ese día junto al agua, contando la historia de los tres
jueces. ¿Anselm había estado imitando a Darlington? ¿O simplemente había

Hell bent
LEIGH BARDUGO

surgido de forma natural, el demonio de Darlington, alimentándose de su


sufrimiento, hablando con su voz?

—¿Regresaron? —preguntó Dawes.

Darlington negó con la cabeza.

—Fue una ilusión, una alucinación compartida. Todos en los muelles vieron
el naufragio del barco fantasma ante sus propios ojos. Los mástiles se
rompieron, los hombres cayeron por la borda.

—Mierda —dijo Turner.

—Está bien documentado —dijo Darlington, imperturbable—. Y el pueblo lo


tomó como una señal de Dios. Las esposas que habían estado esperando a sus
maridos ahora eran viudas, libres para casarse. Se leyeron los testamentos y se
asignaron las propiedades. Todavía no hay explicación, pero el significado
siempre ha sido claro para mí.
529
—¿Oh sí? —dijo Turner.

—Sí —dijo Alex—. Este pueblo ha estado jodido desde el principio.

Darlington sonrió.

—Estaré atento a la señal.

Se dirigieron a la puerta de al lado, la oficina del bibliotecario. Cuando Alex


miró hacia atrás, Darlington estaba enmarcado por la oscuridad, con la cabeza
inclinada, como si estuviera rezando.

Turner ocupó su puesto junto a la puerta del reloj de sol.

—Mantén la cabeza alta —dijo, las mismas palabras que había usado en su
primer descenso—. Y no te ahogues.

Alex pensó en Tripp agarrado a la barandilla del bote, en el barco fantasma


hundiéndose en el fondo del mar. Se encontró con la mirada de Turner.

—No te ahogues.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Siguió a Dawes a través de la puerta secreta de la sala de lectura de Linonia


y Hermanos.

Esta parte de la biblioteca estaba más silenciosa, y Alex podía escuchar


cada roce de sus zapatos en el piso alfombrado.

—Darlington cree que no regresará —dijo Dawes. Alex podía sentir su


mirada en su espalda.

—No permitiré que eso suceda.

Se detuvieron frente a la entrada original del patio adornada con el nombre


de Selin en letras doradas.

—¿Y tú qué? —preguntó Dawes—. ¿Quién te cuidará, Alex?

—Estaré bien —dijo Alex, sorprendida por el temblor en su voz. Sabía que
Dawes no podía soportar la idea de perder a Darlington de nuevo, pero no se le
había ocurrido que también le importaría un carajo si Alex regresaba.
530
—No voy a dejarte ahí abajo —dijo Dawes con fiereza.

Alex le había dicho lo mismo a Darlington. Las promesas eran fáciles en este
mundo. Entonces, ¿por qué no hacer otra?

—Todos volveremos —prometió.

Alex golpeó la arcada con la palma de su mano ensangrentada y Dawes la


embadurnó con su sangre. La puerta se disolvió y las letras doradas del
nombre de Selin se deshicieron, reemplazadas por ese misterioso alfabeto.

—Yo… —Dawes estaba mirando la escritura—. Ahora puedo leerlo.

«El erudito». ¿Qué conocimiento había obtenido Dawes en el primer


descenso? ¿Qué nuevos horrores podría aprender cuando caminaran por el
camino al infierno esta vez?

—¿Qué dice? —preguntó Alex.

Dawes apretó los labios, el rostro pálido.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Ninguno queda libre.

Alex trató de ignorar el temblor que la atravesó ante esas palabras. Las
había oído antes, durante el primer descenso cuando había visto la mitad
demonio de Darlington, el torturador en su elemento.

Álex vaciló.

—Dawes... si esto no sale como lo planeamos... gracias por cuidar de mí.

—Estoy bastante segura de que casi has muerto varias veces desde que nos
conocimos.

—Es el casi lo que cuenta.

—No me gusta esto —dijo Dawes, sus ojos se lanzaron de nuevo a esas
letras doradas—. Se siente como una despedida.

«¿Estuve aquí?» se preguntó Alex. ¿Había muerto junto a Hellie? ¿Había sido
algo más que un fantasma que pasaba por este lugar? 531
—No te ahogues —dijo, y se obligó a seguir caminando, de vuelta al atrio
donde cuidadosamente evitó mirar el mural del Alma Mater, luego a la derecha
donde había comenzado el circuito. Era hora de cerrar el círculo.

Estudió el vitral de Daniel en el foso de los leones. ¿Era ella la mártir esta
vez? ¿O la bestia herida con una espina en la pata? O simplemente un soldado.
No pudo cortarse bien, así que volvió a cortarse el brazo y manchó de sangre el
cristal. Desapareció, como si la biblioteca estuviera feliz de ser alimentada.
Estaba mirando al vacío.

Esperó, y en el silencio, Alex sintió como si pudiera percibir algo que corría
hacia ellos. Un momento después, escuchó el suave zumbido de la flauta. Dio
su primer paso hacia el patio.

Esta vez estaba preparada para la forma en que se estremeció el edificio, el


temblor de las piedras bajo sus pies, el siseo y las burbujas del agua que
desbordaba la palangana, el olor a azufre. En línea recta pudo ver a Turner
marchando hacia ella, Dawes a su derecha, Darlington a su izquierda.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Se encontraron en el centro del patio y Dawes levantó la mano para que se


detuvieran. Pero no agarraron la palangana. En cambio, Darlington asintió a
Mercy y ella se adelantó, sosteniendo un delgado huso plateado. Pierre el
Tejedor. Se pinchó el dedo en la punta, como una niña en un cuento de hadas,
lista para caer en cien años de ensueño. En cambio, la plata se agrietó,
revelando una masa blanca y pegajosa en el interior. Un saco de huevos.

—¿Alguna vez he mencionado cuánto odio a las arañas? —preguntó Turner.

Una pierna delgada asomó a través del capullo de telaraña, luego otra, tan
diminutas que casi parecían pelos. Alex escuchó un suave sonido de resoplido,
y luego Mercy jadeó cuando el saco de huevos cedió, una ola de diminutas
arañas bebés cayó en cascada sobre sus manos. Ella chilló y dejó caer el huso.

—Vengan aquí —dijo Darlington, agachándose. Parecía tranquilo, pero Alex


requirió toda su voluntad para quedarse quieta mientras las arañas fluían
sobre el suelo como una mancha. Darlington colocó la palma de su mano sobre 532
el adoquín y dejó que se deslizaran sobre sus dedos—. Que los muerdan.

Turner miró al cielo y murmuró algo entre dientes. Se agachó y metió la


mano, Dawes lo siguió y Alex se obligó a hacer lo mismo.

Quiso gritar al sentir todas esas esbeltas patas rozando su piel. Las
mordeduras no le dolieron, pero podía ver que su piel se hinchaba en algunos
lugares.

Afortunadamente, las arañas avanzaron rápidamente, subiendo por los


troncos de los árboles, arrojando hebras de seda al aire, dejándose atrapar por
el viento.

La noche anterior todos se habían turnado para tejer con el huso, y la


madeja de seda de araña caía en una masa desigual. No era hermoso, pero era
el acto del tejido lo que importaba, volcaron su atención en él, repitiendo una
sola frase una y otra vez: «Haz una trampa. Haz una trampa de tristeza.» En el
pasado, el huso se había utilizado para crear carisma y hechizos de amor para

Hell bent
LEIGH BARDUGO

unir a los grupos, para hacerlos leales, para robar su voluntad. Este era un
tipo diferente de vínculo.

Muy por encima de ellos, las arañas habían comenzado a tejer,


aparentemente al ritmo del metrónomo. Era como ver cómo se formaba la
niebla, un borrón suave y silencioso que se extendía desde los canalones y las
esquinas de la parte superior del techo, hasta que estuvieron bajo un amplio
dosel de seda de araña, la telaraña era como escarcha con lentejuelas, convirtió
el cielo nocturno en una especie de mosaico. Alex podía sentir la tristeza que
irradiaba, como si los hilos estuvieran cargados, haciendo que la red se
arqueara en el centro. Una sensación de desesperanza la invadió.

—Simplemente aguanten —dijo Turner. Pero tenía las manos presionadas a


los lados de la cabeza, como si pudiera exprimirse la miseria.

En algún lugar de la biblioteca, Alex escuchó romperse un cristal. Mercy


sacó su espada de sal. 533
—Vienen —dijo Dawes—. No romperían...

Fue interrumpida por el sonido de cristales rompiéndose.

—¡No! —Dawes gritó.

—El vitral… —dijo Darlington.

Pero a los demonios no les importaba. Habían sido atraídos por un faro de
total desesperanza, y su único pensamiento era alimentarse.

—¡Manos en la palangana! —Alex gritó—. ¡A las tres!

Alex vio a los demonios corriendo hacia ellos. No habría tiempo para últimas
palabras o cariñosas despedidas. Contó rápido.

Como uno, se agarraron a los bordes de la fuente.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

43
Traducido por Carol02

Alex había intentado prepararse para la caída -los dedos arañándola,


ahogándola, arrastrándola hacia abajo-, pero esta vez chapoteó de espaldas en
el agua. El mar era cálido a su alrededor y, cuando las manos no llegaron, se
obligó a abrir los ojos. Vio burbujas que pasaban a toda velocidad y vio a los
demás: el abrigo oscuro de Darlington detrás de él, Turner con los brazos
pegados al cuerpo, el pelo rojo de Dawes como un estandarte de guerra.

Vislumbró una luz más adelante e intentó dar una patada hacia ella, sintió
que se elevaba. Su cabeza rompió la superficie y jadeó en busca de aire. El cielo
era plano y brillante, con ese tono turbio de la nada. Más adelante, vio una 534
franja de lo que podría haber sido una playa. Detrás de ella, un muro de nubes
oscuras cubría el horizonte.

¿Dónde estaban los demás? El mar estaba casi desagradablemente caliente


y el agua olía mal, a metal. Tenía miedo de volver a sumergir la cabeza. No
quería ver algo con escamas y mandíbulas chasqueantes ondulando hacia ella.

Nadó hacia la orilla, moviendo las extremidades sin gracia. Nunca había
sido una gran nadadora, pero la corriente la empujaba hacia tierra. Sólo
cuando sus pies tocaron el fondo, cuando pudo mantenerse en pie, miró
realmente el agua. Le había dejado la piel manchada de rojo. Había estado
nadando en un mar de sangre.

A Alex se le revolvió el estómago. Se dobló y tuvo arcadas. ¿Cuánta se había


tragado?

Pero cuando miró hacia abajo, la sangre había desaparecido y su ropa


estaba seca. Se volvió para mirar al horizonte y el mar también había

Hell bent
LEIGH BARDUGO

desaparecido. Estaba en la acera de su antiguo edificio. La Zona Cero. Llevaba


bolsas de plástico en las manos.

Alex sintió una horrible sensación de vértigo, la vida real se le escapaba, se


deshacía como un sueño: Darlington, Dawes, todo aquello. Una ensoñación. Su
mente había estado divagando, hilando historias, pero los detalles ya se
estaban desvaneciendo. Esto era la vida real. La textura guijarrosa de las
escaleras. El golpeteo de los bajos procedente del apartamento de alguien, el
estruendo y los disparos de Halo desde su propia casa.

Alex no quería volver a casa. Nunca quería ir a casa. Le gustaba quedarse


en el supermercado, recorriendo los limpios pasillos con uno de los carritos
grandes, aunque nunca lo llenaba, escuchando la horrible música que ponían,
con la piel erizada por el aire acondicionado. Pero, inevitablemente, tenía que
volver al aparcamiento, con el calor que desprendía el asfalto, y meterse en el
pequeño y estrecho Civic si tenía suerte; si Len quería hacer el imbécil ese día,
535
tendría que esperar al autobús.

Ahora subió los escalones con sus bolsas de Doritos y embutidos y las
grandes cajas de cereales que había encontrado en oferta, y empujó la puerta
principal. Era mejor cuando Hellie venía con ella, pero hoy Hellie estaba de mal
humor, cansada y gruñona, daba a Alex respuestas monosilábicas, con la
cabeza en otro sitio.

En un lugar mejor. Hellie provenía de una vida diferente al resto de ellos.


Padres reales. Escuelas reales. Una casa de verdad con patio trasero y piscina.
Hellie estaba de vacaciones aquí. Se había equivocado de tren, había acabado
en una terrible excursión y estaba sacando lo mejor de la situación. Pero Alex
comprendía que, un día, se despertaría y Hellie se habría ido. Se habría
hartado. Alex incluso se lo deseaba a Hellie en sus días más generosos. Pero no
era fácil saber que tal vez Hellie pensaba que era demasiado buena para la
endeble vida inestable que Alex había conseguido mantener. Refugio, comida,

Hell bent
LEIGH BARDUGO

hierba, amigos que no siempre se sentían amigos. Era lo mejor que podía
conseguir, pero no era así para Hellie.

Alex abrió la puerta con la cadera y entró en el apartamento, con un fuerte


olor a marihuana y el aire empañado por el humo. El ruido de la televisión era
abrumador, el incesante aporreo de Halo, Len y Betcha y Cam gritándose en el
sofá, el pitbull de Betcha, Loki, dormido a sus pies. Había una bolsa de
Cheetos abierta sobre la mesa, junto a una pipa de cristal azul, una bolsita
vacía y el vaporizador de Len. Hellie estaba acurrucada en el gran sillón
papasan con el cojín pegado con cinta adhesiva, vestida con una camiseta
larga y ropa interior, como si no se hubiera molestado en vestirse, como si
apenas se hubiera levantado de la cama. Miraba la televisión con desgana y ni
siquiera miró a Alex cuando empezó a descargar la compra en la pequeña
cocina.

Alex estaba desempaquetando un tarro de Ragú cuando vio la masa


536
ensangrentada de pelo cerca de las puertas correderas de cristal que daban al
balcón. El tarro resbaló de su mano y se hizo añicos sobre el linóleo.

—¿Qué coño te pasa? —dijo Len por encima del ruido del juego.

Eso no podía estar bien. Estaba viendo cosas. Estaba malinterpretando.

Alex sabía que debía bajar al pasillo y comprobar la jaula, pero no


conseguía que sus piernas funcionaran. Tenía un trozo de cristal clavado en el
pie y salsa de tomate en las sandalias. Se las quitó, apartó el cristal con un
barrido del pie, se obligó a dar un paso, luego otro, sintió el mullido material de
la alfombra bajo sus pies. Nadie giró la cabeza a su paso y tuvo la extraña
sensación de que no había entrado en el departamento.

El pasillo estaba en silencio. Nunca habían colgado obras de arte ni fotos en


las paredes, excepto un póster de Green Day que habían pegado con cinta
después de que alguien atravesara la pared de yeso de un puñetazo durante
una fiesta.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Su dormitorio tenía el mismo aspecto de siempre. El viejo y maltrecho


mueble del televisor estaba lleno de libros de bolsillo, la mayoría de ciencia
ficción y fantasía. Anne McCaffrey, Heinlein, Asimov. El colchón futón en el
suelo, la vieja colcha azul y roja arrugada. A veces en la cama se acostaban ella
y Len, a veces los tres, a veces sólo ella y Hellie. Eran los mejores momentos. Y
junto al alféizar, la jaula de Babbit. Estaba vacía. La puerta estaba abierta.

Alex estaba de pie con la espalda apoyada contra la pared. Sentía como si se
hubiera partido por la mitad. Ella y Hellie habían conseguido al conejito de
orejas caídas en un puesto de adopción de mascotas fuera de Ralphs. Habían
mentido en la solicitud, sobre dónde vivían, cuánto dinero ganaban, todo.
Porque una vez que Alex tuvo aquel suave cuerpo blanco en sus manos, lo
había deseado más que a nada. Cuando lo habían traído a casa, Len se había
limitado a poner los ojos en blanco y decir:

—No quiero oler esa cosa. No me gusta vivir en la mierda.


537
Alex había estado tentada de decirle que tenía malas noticias para él, pero
estaba tan agradecida de que no hubiera entrado en una especie de rabieta que
Hellie y ella se limitaron a escabullirse por el pasillo y cerrar la puerta. Se
habían pasado todo el día jugando con el conejo. No hacía gran cosa, pero algo
en estar cerca de él, en sentir cómo se ralentizaba su ritmo cardíaco en sus
manos, en saber que aquel ser vivo confiaba en ella, que hacía que Alex se
sintiera mejor con respecto a todo.

Habían empezado a llamarle Conejo Babbit porque no tenían un nombre


para él, y se les quedó grabado.

—Esa cosa parece un cebo —Betcha se había reído una vez.

—Es la forma más barata de tener contenta a una perra —había respondido
Len. Se enfadaba cuando hablaban de Conejo Babbit o le canturreaban—.
Mejor que dejar preñada a una de ellas.

Cebo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Alex volvió a recorrer el pasillo. Nada había cambiado. Nadie se había


movido. Se había convertido en un fantasma. El montón de pelo y sangre yacía
inmóvil sobre la alfombra. Era inconfundible ahora que se obligó a mirar, mirar
de verdad. Un pequeño cadáver. Había sangre en el hocico de Loki.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

Nadie pareció oírla.

—¿Hellie?

Hellie giró la cabeza lentamente, como si el esfuerzo le costara. Levantó sus


hombros dorados. Siempre parecía un tesoro quemado por el sol, algo precioso.
Incluso ahora, floja y con los ojos muertos, su voz sonó plana cuando dijo:

—Queríamos ver si él y Loki jugarían.

Alex se arrodilló junto al pequeño cuerpo. Lo habían desgarrado y casi no


quedaba nada en su interior. Su pelaje aún era suave en los lugares donde no
538
estaba pegajoso de sangre. A Alex le encantaba acariciarle las orejas con el
pulgar. Ahora estaban destrozadas, el cartílago expuesto en líneas fibrosas. El
único ojo rosado que le quedaba miraba fijamente a la nada.

—No te pongas así —dijo Len—. Fue un accidente.

Betcha pareció culpable y dijo:

—No creímos que Loki se emocionaría tanto.

—Es un perro —dijo Alex—. ¿Qué coño creyeron que iba a hacer?

—No pudo evitarlo.

—Lo sé —dijo Alex—. Sé que no pudo.

No culpaba a Loki.

Alex recogió los restos de Conejo Babbit y fue a la cocina. Se limpió las
sandalias y tiró la salsa y los cristales a un rincón.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Oh, vamos —dijo Len—. Los conejos son básicamente alimañas. Estás
llorando por una rata.

Pero Alex no lloraba. Todavía no. No quería llorar aquí. Cogió las llaves de
Len del mostrador sin preguntar. Podría pagar más tarde.

Metió lo que quedaba del cuerpo del conejo en una bolsa Ziploc y salió al
Civic. Esperaba que Hellie la siguiera. Bajó los escalones, cruzó el césped seco,
la acera y la calle, esperaba. Permaneció sentada en el asiento del conductor
durante mucho tiempo, aún con la esperanza.

Por fin, giró la llave y se puso en marcha. Tomó la 405 por el valle, pasando
por la Galleria y Castle Park con sus jaulas de bateo, subiendo la colina. Así
era como siempre la habían llamado, “la colina”. Alex ni siquiera sabía el
nombre de la cadena montañosa que estaba atravesando, sólo que era la gran
divisoria entre el valle de San Fernando y el lado oeste. Podías estar en
Mulholland y mirar al oeste, al sueño del océano, los museos, las mansiones. O 539
hacia el este, hacia el valle y el premio de consolación de los días de smog y los
condominios baratos. El sueño californiano de quienes no podían permitirse
Beverly Hills, Bel Air o Malibú.

Se bajó en Skirball y tomó la serpenteante carretera hasta la cresta de


Mulholland Drive. No sabía muy bien adónde iba. Sólo quería estar en algún
lugar alto.

No fue hasta que estacionó en un gran aparcamiento junto a una iglesia,


contemplando la brumosa cuenca de la ciudad con aquel pequeño cuerpo
envuelto en plástico entre las manos, que lloró, grandes sollozos que nadie más
que los robles y los arbustos de palisandro podían oír. No iba a enterrar a
Conejo Babbit aquí. Temía que algún coyote lo desenterrara y le diera un
último bocado. Pero necesitaba estar en un lugar hermoso, limpio, donde no
tropezara con ninguna historia.

Alex no podía expresar lo que sentía. Sólo sabía que nunca debería haber
traído a Conejo Babbit a casa. Cuando Hellie lo señaló en las jaulas, nunca

Hell bent
LEIGH BARDUGO

debería haberlo cogido, nunca debería haber estrechado su pequeño cuerpo


contra su corazón. Debería haber pertenecido a algún niño que viviera en
Encino, que le hubiera puesto un nombre de verdad y lo hubiera mostrado en
clase, que lo hubiera mantenido a salvo. Alex había robado a su madre. Había
mentido, engañado y quebrantado muchas leyes. Pero sabía que traer a Conejo
Babbit a casa era lo peor y más egoísta que había hecho nunca. Nada bueno
debía estar a su lado.

Observó cómo se ponía el sol y las luces se extendían por el valle.

—Podrías ir a cualquier parte —le dijo al aire nocturno. Pero no se fue.


Nunca lo hacía.

Se secó los ojos, cruzó la carretera y enterró al conejo Babbit en el bonito


jardín que había junto a la verja de algún colegio privado. Lo sacó de su bolsa
de plástico para que su cuerpo pudiera descomponerse y alimentar las raíces
de los setos de eugenia. 540
Alex pensó en tumbarse en medio de Mulholland, justo al otro lado de las
rayas blancas que dividían la carretera como una columna vertebral. Pensó en
alguna madre volviendo a casa con sus hijos en la parte trasera del coche, en
lo que vería en sus faros en el momento previo al impacto. Se encontró flotando
sobre el pavimento, la rejilla vacía del aparcamiento, el Civic al ralentí con la
puerta del conductor aún abierta. Iba a la deriva sobre el chaparral, la salvia
blanca y los robles centenarios, sobre las casas construidas en la montaña,
intrépidas sobre sus pilotes, sus piscinas brillando en el crepúsculo, luego más
alto aún a medida que las luces se hacían más pequeñas, un jardín de flores
brillantes, dispuestas ordenadamente en sus lechos.

¿Cuánto tiempo permaneció allí, sin ataduras y a salvo de los sentimientos?


En algún momento, el sol comenzó a salir, borrando las estrellas en una lluvia
de luz rosada. Pero no conocía ni comprendía la ciudad. Olía a hojas de otoño y
a lluvia, a la mancha mineral del hormigón mojado. Vio un parque abierto,
senderos que lo cruzaban en forma de estrella, tres iglesias cuyas agujas

Hell bent
LEIGH BARDUGO

parecían pararrayos en busca de una tormenta. La hierba era verde, el cielo


gris y apacible de nubes; las hojas crujían rojas y doradas en sus ramas.

Una brisa suspiraba entre los árboles, llevando el aroma de las manzanas y
el pan fresco, de cualquier cosa buena que se pudiera desear. Cada superficie,
cada piedra, parecía brillar con luz suave.

Vio figuras que se acercaban por los rincones del parque... no, otro parque.
Conocía este lugar. ¿Estaba soñando otra vez o se había despertado? Conocía a
esas personas, encontró sus nombres en sus recuerdos. Dawes, Turner,
Darlington. Tripp no lo había logrado. Fue culpa suya. Eso también lo
recordaba.

A medida que se acercaban, Alex pudo ver que algo había cambiado en sus
vestimentas de peregrinos. Dawes seguía vistiendo la túnica de erudito, pero
ahora brillaba dorada como los ojos del loris. La capa de plumas de Turner
estaba tejida con hojas de roble cobrizas. La armadura blanca del príncipe le 541
sentaba mejor a Darlington que a Tripp, pero ahora llevaba un yelmo con
cuernos. ¿Y Alex? Extendió los brazos. Sus brazaletes de acero estaban
adornados con serpientes.

Ella sabía a dónde debían ir. De vuelta al huerto. De vuelta a la biblioteca.

Lentamente, avanzaron por la calle que habría sido Elm, pasando Hopper y
Berkeley. Ahora no había una sensación de lo siniestro, ni un Yale despojado
de belleza. Era como si la universidad hubiera sido pintada por algún pintor de
poca monta, una escena sacada de una bola de nieve, un sueño de
universidad. Podía ver a la gente comiendo, charlando y riendo en el calor
ámbar tras las gruesas ventanas emplomadas de los comedores. Sabía que, si
decidía entrar, sería bienvenida.

La biblioteca ya no parecía una biblioteca, ni una catedral, ni un huerto. Se


alzaba en relucientes agujas plateadas, un castillo imposible, un palacio de aire
y luz. Miró a Darlington a los ojos. Éstos eran los lugares que les habían
prometido. La universidad de la paz y la abundancia. La magia de los cuentos

Hell bent
LEIGH BARDUGO

de hadas que sólo exigía deseos, no sangre ni sacrificios. La Mesa de las


Mujeres brillaba como un espejo, y Alex vio a Mercy en ella, paseándose de un
lado a otro.

—¿Estamos... estamos en el cielo? —susurró Dawes.

Turner negó con la cabeza.

—Ningún cielo que yo conozca.

—No lo olviden —advirtió Darlington—. Los demonios se alimentan de


alegría, justo igual que del dolor y la tristeza.

Las puertas del palacio se abrieron y salió una criatura. Debía de medir dos
metros y medio, y tenía la cabeza de un conejo blanco pero el cuerpo de un
hombre. Entre sus orejas, una corona de fuego brillaba roja. Estaba tan
desnudo como Darlington en el círculo dorado, pero los símbolos de su cuerpo
brillaban como ascuas.
542
—Anselm —dijo Alex.

El conejo se rio.

—Llámame por mi verdadero nombre, RondaRueda.

—¿Imbécil? —aventuró Alex.

La criatura se movió y volvió a ser Anselm, de aspecto humano y vestido.


Esta vez no llevaba traje, sino sus mejores galas de fin de semana: unos
vaqueros, un jersey de cachemira, un reloj caro en la muñeca, una imagen de
riqueza sin esfuerzo. Darlington sin Black Elm. Darlington sin alma.

—Me gustó ver cómo te mataba Darlington.

Anselm sonrió.

—Era un cuerpo mortal. Débil y efímero. A mí no me pueden matar porque


no vivo. Pero lo haré.

Alex vio que tenía una correa en las manos y, cuando tiró de ella, tres
criaturas se arrastraron hacia delante sobre manos y rodillas. Sus pálidos

Hell bent
LEIGH BARDUGO

cuerpos estaban demacrados y eran un amasijo de huesos apenas unidos por


tendones. Alex no sabía muy bien si eran humanos, pero entonces los
miserables detalles encajaron: uno mayor, con la carne flácida y el pelo cortado
al rape; otro joven y frágil, con los rizos desiguales en algunas partes y los
rasgos demacrados atormentados por el recuerdo de la belleza; y una mujer,
con los pechos encogidos, llagas alrededor de la boca y el pelo amarillo
enmarañado y apelmazado.

Carmichael, Blake y Hellie. Alrededor de sus gargantas llevaban cada uno


un yugo de oro como el que había rodeado el cuello de Darlington, cada uno
sujeto a una cadena de oro sostenida por Anselm.

Parecían inofensivos, asustados, pero eran demonios.

—Qué sabuesos tan lamentables —dijo Anselm—. Morirán de hambre hasta


que se alimenten del sufrimiento de los muertos. O hasta que vuelvan a
atravesar el portal para perseguirlos una vez más. Entonces comerán hasta 543
saciarse y se alimentarán de sus amigos y compañeros. Este es el sueño del
demonio. Una tierra de abundancia. Estaré encantado de concedérsela. —Hizo
una pausa y sonrió, la expresión tierna, beatífica, Jesús en una tarjeta de
cumpleaños—. A menos que se pague el precio del infierno. El alma de Daniel
Arlington fue legítimamente reclamada por este lugar. Es uno de los nuestros y
debe cumplir su eternidad aquí.

—Estoy dispuesto —dijo Darlington.

—Por el amor de Dios, al menos intenta negociar —dijo Turner.

—No hay nada que negociar —dijo Dawes—. Él no pertenece aquí.

Anselm asintió.

—Es cierto. Apesta a bondad. Pero no todos ustedes.

—No hace falta que te hagas el gracioso —dijo Alex—. Todos saben que te
refieres a mí.

Los dientes de Anselm eran blancos y parejos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Has oído sus corazones. Has visto a través de sus ojos. Todos están llenos
de culpa y vergüenza, pero tú no, RondaRueda. Tu único remordimiento es por
la chica que no pudiste salvar, no por los hombres que asesinaste. Tienes más
remordimientos en tu corazón por un conejo muerto que por todos esos chicos
a los que convertiste en nada.

Era verdad. Alex lo sabía desde el principio. Se lo había dicho a Mercy la


noche anterior.

—No —dijo Dawes. Ella cortó el aire con la mano—. No a todo. No puedes
tener a Alex. Ni a Darlington. Nadie se queda.

«Ninguno queda libre». Alex sintió un dolor en la garganta. Valiente Dawes,


que sólo quería a su familia entera. Y Alex se alegraba de ser parte de esa
familia. Incluso si no podía durar.

—Has sido lo suficientemente valiente —dijo Alex—. Esta no es tu batalla.

—Tú tampoco perteneces aquí. No importa lo que esa... esa cosa diga.
544

—Estás muy segura, erudito —dijo Anselm. Pero el Guantelete fue


construido para traerla aquí, un faro sangriento, una señal de fuego.

Alex mantuvo el rostro impasible, pero se arriesgó a mirar a Mercy en el


reflejo. ¿De qué estaba hablando Anselm? ¿Algún nuevo truco para retrasarlos,
alguna nueva estrategia?

—Te esforzaste por mantenerme fuera del infierno —dijo Alex—. A todos
nosotros. —Había hecho todo lo posible para evitar que descubrieran el
Guantelete y rescataran a Darlington.

—No entendí lo que eras, RondaRueda. Oh, entendí tu atractivo. Un juguete


interesante, una colección de trucos de salón, una capacidad infinita para el
dolor. Pero no vi la verdad en ti. No pude entender cómo escapaste de mis
lobos. No hasta que introdujiste su alma en tu cuerpo.

—Está mintiendo —dijo Dawes.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Turner sacudió la cabeza. Siempre podía notar la diferencia, incluso en el


inframundo.

—No miente.

—Saben que no son los primeros peregrinos que recorren este camino —dijo
Anselm.

Fue entonces cuando Alex comprendió por qué el Guantelete y quienes se


habían atrevido a recorrerlo habían sido borrados de los libros, por qué se
habían asegurado de que nadie conociera el extraordinario portal construido en
los muros de la biblioteca. Por primera vez desde el regreso de Darlington, Alex
sintió que el miedo se apoderaba de ella.

—Hicieron un trato, ¿no? —preguntó.

Anselm guiñó un ojo.

—Lo único que a un demonio le gusta más que un rompecabezas es una


545
ganga.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

44
Traducido por Carol02

Las mascotas de Anselm maullaron como si sintieran su placer. La cosa con


el rostro demacrado de Blake apretó la cabeza contra su pierna.

—¿Qué sucede? —preguntó Turner.

Anselm dejó que sus dedos recorrieran el pelo de No-Blake.

—Los hombres de Yale construyeron un Guantelete y lo llamaron “viaje de


exploración”. Pero exploración no es más que otra palabra para conquista, y
como todos los aventureros, una vez que vieron las riquezas que podían
alcanzar, no tenían motivos para volver con las manos vacías.
546
—Es Fausto otra vez —dijo Darlington.

Anselm canturreó.

—Salvo que Fausto pagó él mismo por sus pecados. No así tus peregrinos.
Ellos reclamaron dinero, fama, talento, influencia. Para sí mismos y para sus
sociedades. Sólo dejaron que otro pagara la cuenta.

Calavera y Huesos. Libro y serpiente. Pergamino y Llave. Alex pensó en todo


el dinero que había pasado por sus arcas. Los regalos hechos a la universidad.
Todo comprado a costa del sufrimiento de una generación futura. Y Lethe lo
había permitido. Podrían haber investigado la procedencia de la mesa
escondida en el sótano de Peabody. Al menos podrían haber presionado para
cerrar Manuscrito después de lo que le pasó a Mercy, o haber ido a por
Pergamino y Llave después de lo que le pasó a Tara. Pero no lo hicieron. Era
demasiado importante mantener apaciguados a los antiguos alumnos,
mantener viva la magia sin importar quién quedara atrapado en su
funcionamiento.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Oh, Dios —dijo Dawes—. Por eso borraron el viaje. Para ocultar el trato
que habían hecho.

—El Guantelete no era un juego —dijo Darlington—. No era un experimento.


Era una ofrenda.

—Una muy buena —dijo Anselm—. Se marcharon con riqueza y poder,


almacenes de antiguos conocimientos y buena fortuna, y dejaron el Guantelete
en su lugar, marcado con su sangre, un faro.

—La Torre —susurró Dawes.

—¿Un faro para qué? —preguntó Turner, con el rostro sombrío.

—Para un RondaRueda —dijo Darlington en voz baja.

—En realidad no entendía lo que eras, Galaxy Stern. No hasta que


atravesaste el círculo de protección de Black Elm. No hasta que robaste lo que
era nuestro por derecho. No teníamos ni idea de que la espera por uno de tu
547
clase sería tan larga.

Ahora Alex se rio, un sonido sin alegría.

—Daisy se interpuso en tu camino.

Daisy Whitlock era una RondaRueda, y se había mantenido con vida,


disfrazada de profesora Marguerite Belbalm, comiéndose las almas de mujeres
jóvenes. Su presa preferida era su propia especie: Caminantes como ella,
inexplicablemente atraídas por New Haven. Atraídas por el Guantelete.

—No importaba que hubieras construido tu faro —dijo Alex—. Porque cada
vez que aparecía una RondaRueda, Daisy se la comía.

—Pero tú no, Galaxy Stern. Sobreviviste y viniste a nosotros, como siempre


debiste hacer. Es tu presencia en el infierno lo que mantendrá la puerta
abierta, y permanecerás aquí. Se nos debe un asesino. El precio del infierno
debe ser pagado.

—No —dijo Darlington—. Es una sentencia que yo debo cumplir.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Tiene que ser Darlington —dijo Turner—. No he venido aquí para hacer un
trato con el diablo, pero si Alex se queda, dijo que la puerta del infierno
permanecería abierta. Eso significa demonios yendo y viniendo, alimentándose
de los vivos en lugar de los muertos. No dejaremos que eso ocurra.

Anselm seguía sonriendo.

—Quédate —le dijo a Alex—. Quédate y tu demonio consorte volverá


impoluto al reino de los mortales. Quédate y tus amigos quedarán libres. Tu
madre estará protegida por los mismísimos ejércitos del infierno. —Se volvió
hacia los demás—. ¿Entienden lo que puedo hacer? ¿Qué significa el favor de
un demonio? Todo lo que quieren será suyo. Todo lo que han perdido será
restaurado.

Alex se tragó una oleada de náuseas cuando su visión cambió. Estaba


sentada a la cabecera de la mesa en una cena, con la luz de las velas
reflejándose en la vajilla, la música de un violonchelo sonando suavemente 548
bajo una conversación murmurada. El hombre que estaba al final de la mesa
levantó su copa. Le brillaban los ojos.

—Por el profesor. —Tardó un segundo en comprender que era Darlington


quien estaba sentado allí.

—Por ser profesor numerario —dijo la mujer a su derecha, y todos rieron.


Alex. Mayor ahora, tal vez más sabia. Sonreía.

Pam se volvió y vio su cara en el espejo. Era ella misma pero no era ella
misma, segura de sí misma y relajada, con el pelo rojo suelto por la espalda.
Ahora todo era fácil. Levantarse por la mañana, ducharse, elegir qué ponerse,
qué hacer a continuación. Se movía por el mundo con elegancia. Había
preparado la comida para sus invitados. Tenía publicaciones. Podía enseñar.
Todos los días serían como éste, una serie de tareas cumplidas en lugar de un
bucle interminable de indecisión. Las posibilidades se habían podado sin
piedad, dejando un único y obvio camino a seguir.

Bebió profundamente de su vaso. «Todo va bien».

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Lo has hecho bien — dijo Esaú.

Turner rodeó a su hermano con un brazo.

—Lo hicimos bien. Y vamos a hacer más.

Estaban de pie en Jocelyn Square Park, mirando a una multitud que lo


aclamaba, que lo vitoreaba por los puestos de trabajo que había traído a su
ciudad, por la posibilidad de un futuro diferente.

Levantó el brazo por encima de la cabeza y cerró el puño. Su madre lloraba


de alegría. Su padre estaba vivo a su lado. Su gente le rodeaba. Ya no era el
vigilante del pasillo. Era un héroe, un rey, un maldito senador. Podía amarlos y
ser amado por ellos. Su mujer estaba a su izquierda, con una sonrisa radiante. 549
Le llamó la atención y la mirada que compartieron lo decía todo. Ella mejor que
nadie sabía lo mucho que él había trabajado, lo mucho que se habían
sacrificado para llegar a este momento.

Ya no había misterios, ni más monstruos que aquellos con los que había
que almorzar en Washington. Se tomaría un pequeño descanso. Irían a Miami,
o se regalarían un viaje al Caribe. Compensaría cada momento que había
estado ausente o distraído en pos de este objetivo.

—Lo hemos conseguido —le susurró al oído.

Él la acercó. «Todo va bien».

Darlington estaba sentado en su despacho de Black Elm, contemplando los


bordes exuberantes de flores, el laberinto de setos pulcramente recortados.
Como siempre, la casa estaba llena de gente, amigos que habían venido de
visita, eruditos que se quedaban para hacer uso de su extensa biblioteca o

Hell bent
LEIGH BARDUGO

impartir seminarios. Oía risas flotando por los pasillos, conversaciones


animadas procedentes de algún lugar de la cocina.

Sabía todo lo que quería saber. Le bastaba tocar un libro con la mano para
comprender su contenido. Podía coger una taza de té y conocer la historia de
cualquiera que la hubiera sostenido. Visitaba a viajeros y místicos en su lecho
de muerte, les cogía la mano, aliviaba su dolor. Veía el alcance de sus vidas,
absorbía sus conocimientos a través de su tacto. Los misterios de este mundo y
del otro le habían sido revelados. No porque se hubiera sometido a algún ritual,
ni siquiera a través de un riguroso estudio de lo arcano, sino porque llevaba la
magia en la sangre. Casi había perdido la esperanza, había abandonado sus
deseos infantiles. Pero siempre había estado ahí, un poder secreto, esperando
despertar.

Vio a Alex en el jardín, un pájaro de alas negras, la noche se cernía sobre


ella como un sudario de seda surcado de estrellas. Su monstruosa reina. Su
550
gentil soberana. Ahora también sabía lo que era.

Volvió a sus escritos.

«Todo va bien».

Alex estaba frente a un bungaló recién pintado, de adobe blanco con


adornos azules. Del pórtico colgaban campanillas de viento. En el jardín,
exuberante de lavanda y salvia, reinaba un Buda de piedra. Su madre estaba
sentada tomando té en un sofá-cama lleno de cojines de colores. Ésta era su
casa, una casa de verdad, no un apartamento solitario con un balcón que daba
a la pared de otro apartamento solitario. Mira se levantó, se estiró y entró,
dejando la puerta abierta tras de sí. Alex la siguió.

La casa estaba ordenada, era acogedora; los cristales se agolpaban en la


repisa de la chimenea. Su madre enjuagaba la taza en el fregadero. Llamaron a

Hell bent
LEIGH BARDUGO

la puerta. Una mujer rubia estaba en la puerta, con una esterilla de yoga
enrollada al hombro. Le resultaba familiar, pero Alex no estaba segura de por
qué.

—¿Lista? —preguntó la mujer.

—Casi —dijo Mira.

No podían verla.

—¿Le importa si mi hija se une a nosotros? Ha vuelto de la universidad.

Hellie estaba detrás de la mujer de la puerta. Pero no era la Hellie que Alex
había conocido. Parecía valiente, totalmente segura de sí misma, con los brazos
delgados y musculosos y el pelo brillante recogido en una coleta.

—Este sitio es un encanto —dijo con una sonrisa.

Alex observó cómo Hellie y su madre se entretenían en el salón, esperando a


que Mira se cambiara y cogiera su colchoneta. 551
—Esa es su hija —dijo la madre de Hellie, señalando la fotografía que estaba
mirando. Una foto de Alex con una chaqueta vaquera, apoyada en su viejo
Corolla, apenas sonriendo.

—Es guapa —dijo Hellie.

—No era una chica muy feliz. Murió hace unos años. Sólo tenía diecisiete
años. Una sobredosis.

«Murió».

Ante la foto se había colocado incienso, una pluma blanca con punta negra.
Detrás de la foto de Alex había otra foto en un marco. Un joven de pelo negro
rizado que caía sobre su rostro bronceado. Estaba de pie en la playa, con el
brazo alrededor de la tabla de surf que tenía a su lado. Llevaba un colgante al
cuello, pero Alex no pudo distinguirlo.

—Qué triste —dijo Hellie. Se había acercado a una baraja de cartas que
había sobre la mesita—. Ooh, ¿Mira lee el tarot?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Sacó una carta de la baraja superior y la levantó. La Rueda.

Por primera vez, Alex sintió algo más que amor y arrepentimiento al ver a
Hellie, la Hellie perfecta con sus ojos oceánicos.

—No deberías haber dejado que mataran a Conejo Babbit —dijo—. Yo no lo


habría dejado morir.

Alex vio girar la Rueda, encendida con un fuego azul que consumió primero
la carta, luego la mano de Hellie, luego a Hellie, a su madre, la habitación, la
casa. El mundo engullido por las llamas azules. «Todo está bien».

Estaba de pie en los escalones de Sterling, rodeada de fuego, y los demás la


miraban con lástima en los ojos. Alex se secó las lágrimas, con las tripas
retorciéndose de vergüenza. No había sentido pena por su propia muerte, sólo
alivio al ver el mundo borrado. Sabía que su madre había llorado por ella, pero
¿cuántas lágrimas más había desperdiciado por una chica viva?

¿Y Hellie? Bueno, eso era lo peor. Si Alex no hubiera estado con Len aquel
552
día en el paseo marítimo de Venecia, tal vez Hellie nunca habría vuelto a casa
con ellos. Tal vez no se hubiera quedado tanto tiempo. Habría hecho el viaje de
vuelta del infierno y regresado al mundo de los partidos de softball y los
expedientes académicos y el yoga los sábados por la mañana. Nunca habría
muerto.

—Te lo voy a poner fácil —dijo Anselm con suavidad—. Ocupa tu lugar aquí,
Galaxy Stern. Vive en el esplendor y la comodidad, nunca te faltará nada y
verás borrado todo el daño que has hecho en el mundo. Todo el mundo tendrá
lo que quiere. Todo irá bien.

¿Qué significaría convertirse en un fantasma?

Darlington la agarró del brazo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No es real. Es otro tipo de tortura, vivir con algo que no es real.

No se equivocaba. Ella sabía que el amor de Len no era real. Sabía que la
protección de su madre no era real. Ese conocimiento te carcomía cada día.
Vivías en la cuerda floja, esperando el momento en que la cuerda se
desvaneciera. Era un infierno.

—Puedo hacerlo más fácil aún —dijo Anselm—. Quédate o tu encantadora


amiga morirá.

En el resplandor de la fuente que habría sido la Mesa de las Mujeres, Alex


captó un parpadeo de movimiento.

Reconoció al hombre que se acercaba a Mercy en el patio. Eitan Harel.

Como desde una gran distancia, le oyó preguntar:

—¿Dónde está esa zorra? ¿Crees que esto es una broma?

La había encontrado. 553


—Va a hacerle daño —dijo Anselm—. Tú lo sabes. Pero tú puedes impedirlo.
¿No te gustaría salvarla? ¿O será una chica más a la que has fallado? ¿Una
vida más arrebatada porque estás tan decidida a sobrevivir?

Otra Hellie. Otro Tripp.

Alex miró a Dawes a los ojos y dijo:

—Encuentra la forma de cerrar la puerta detrás de mí. Sé que puedes.

Turner se puso delante de ella.

—No puedo dejar que lo hagas. No voy a desatar una marea de demonios
para que se alimenten de nuestra miseria. Te mataré antes de dejar que
condenes nuestro mundo por el bien de una chica.

No era un gran actor, pero no tenía por qué serlo.

—Retírate, sacerdote —dijo Anselm riendo—. La RondaRueda tiene mi


protección. No tienes autoridad aquí.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Darlington agarró a Alex por el brazo.

—¿Este era tu plan? ¿Entregarte? Este no debe ser tu sacrificio, Stern.

Alex casi sonrió.

—No estoy segura de que eso sea cierto. —Su vida se había construido a
base de mentiras y oportunidades robadas, una serie de trucos, evasivas y
prestidigitaciones. Ya conocía el lenguaje de los demonios. Lo había hablado
toda su vida. Un poco de magia. Los fundamentos para recibir una paliza.

—Acércate y recibe el castigo que mereces —dijo Anselm. Levantó el yugo.


Era diferente del que Darlington se había visto obligado a llevar, con
incrustaciones de granates y ónice negro. Era hermoso, pero no cabía duda de
lo que significaba.

—Alex —dijo Darlington—. No te dejaré hacer esto.

Dejó que el fuego floreciera sobre su cuerpo y Darlington retiró la mano,


554
asomando los cuernos.

—No es decisión tuya.

—Me gustó nuestro juego —canturreó Anselm—. Hay muchos más por
venir.

Pero Alex sólo escuchaba a medias. Miraba el reflejo en el espejo de la


fuente. Tzvi estaba detrás de Eitan. Había cogido la espada de sal de Mercy.
Eitan tenía una pistola en sus manos.

Y Mercy tenía una botella en la suya. Datura. Se la lanzó a Eitan. La botella


de aceite se estrelló contra él, y antes de que pudiera recuperarse, Mercy lo
empujó hacia la palangana.

Alex le arrebató el yugo a Anselm y saltó hacia el agua, metiendo la otra


mano bajo la superficie.

Oyó gritos a su alrededor. Anselm se abalanzaba sobre ella y ya no estaba


en su forma humana. No sabía lo que era: una cabra con cuernos puntiagudos,

Hell bent
LEIGH BARDUGO

un conejo de ojos rojos, una araña de patas peludas. Eran todos los horrores a
la vez. Pero Dawes, Darlington y Turner se habían dispuesto a su alrededor.

—Protéjanla —gritó Turner—. ¡Que no pase nadie! —Su capa de plumas


parecía menos un disfraz que unas alas de verdad, desplegadas de par en par.
Dawes había levantado las manos y en su túnica de erudito habían aparecido
palabras: símbolos, garabatos, mil idiomas, quizá todos los idiomas jamás
conocidos. Los cuernos de Darlington brillaron con luz dorada y desenvainó su
espada. Habían representado su pequeña obra en beneficio de Anselm y ahora
estaban listos para defenderse.

Ella había provocado a Eitan, diciéndole que iba a trabajar para Linus
Reiter, que conocía sus secretos, que los compartiría todos a cambio de la
protección del vampiro. Había hecho que Turner le llamara con toda la
autoridad de la policía de New Haven para cuestionar la conexión de Eitan con
ella, para dejar claro que ella lo había delatado, convirtiéndose en un estorbo.
555
Alex sabía que Eitan se movería para encargarse de ella en persona. Después
de todo, él sabía exactamente cómo localizarla. Se había dado cuenta de ello
cuando él se le había acercado a la salida de Blue State Coffee. Se había
asegurado de que su teléfono estuviera encendido y se lo había dejado a Mercy
en el patio para que él pudiera encontrarla esta noche.

Ahora podía sentir su alma luchando contra ella, resbaladiza y gritona,


asustada por primera vez en mucho tiempo, luchando por permanecer en el
reino mortal. Pensó en el corazón del Conejo Babbit palpitando contra su
palma.

Atrajo su espíritu hacia ella, igual que atraía a los Grises, igual que había
atraído el alma de Darlington hacia ella para traerlo a casa. Luchó, pero Alex lo
dominó. El espíritu de Eitan se apoderó de ella. Vio una ciudad de rascacielos y
piedra blanqueada por el sol, saboreó café amargo en la lengua, oyó el rugido
del 405 en el valle de abajo.

Lo escupió.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¿Quieres un asesino? —dijo Alex cuando Eitan salió, jadeante, con la ropa
mojada y el cuerpo abrasado por su llama azul—. Aquí lo tienes.

—No te corresponde a ti decidir quién traspasa las puertas del infierno —se
mofó Anselm—. No puedes...

—Soy la RondaRueda —dijo Alex—. No tienes ni idea de lo que puedo hacer.

—¿Qué pasa? —espetó Eitan. El Chai que llevaba al cuello se desintegró en


cenizas.

Alex tiró del yugo dorado sobre la cabeza de él y vio cómo se cerraban los
broches enjoyados. Los demacrados demonios atados a Anselm chillaron y
gimieron.

—¡Hereje! —gritó Anselm—. ¡Puta!

Alex se echó a reír.

—Me han llamado cosas peores en la fila de la farmacia. 556


Anselm llevaba demasiado tiempo tratando con los chicos gentiles y torpes
de Yale. No sabía cómo reconocer a uno de su propia clase.

—¡Vamos! —gritó Alex, manteniendo la mano en el agua. Uno tras otro


saltaron a la fuente, pasando a través de ella al reino de los mortales: Dawes,
Turner, Darlington en último lugar. Ella era la RondaRueda, el conducto. Los
sintió a todos, brillantes, aterrorizados, furiosos, vivos. Dawes, como los frescos
y oscuros pasillos de una biblioteca; Turner, nítido y brillante como una ciudad
de noche; Darlington, reluciente y triunfante, resonando con el sonido del
acero contra el acero.

—¿Qué es esto? —gritó Eitan—. Intentas joder con...

—Ahora tienes que recibir tus propias palizas —dijo Alex—. Hay que pagar
el precio del infierno.

Saltó al agua. Pero Anselm la agarró del brazo.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Estás destinada al infierno, Galaxy Stern. Estás destinada a mí. —Le


mordió la muñeca y Alex gritó de dolor.

Una llama azul estalló sobre ella, sobre él. Pero él no se quemó.

«Estás destinada al infierno».

Bebía de ella a grandes tragos, sus mejillas se ahuecaban con cada trago.
Podía sentir cómo le extraía la sangre, cómo le flaqueaban las fuerzas.

«Estás destinada a mí».

—De acuerdo —jadeó—. Entonces ven conmigo. —Ella apretó el brazo de


él—. Veamos cómo te va contra nosotros en el reino mortal.

Se acercó a él con su poder, atrayendo su espíritu hacia ella. Era como un


lodo, un río de miseria que rezumaba en su interior, una profunda agonía
unida a un placer obsceno, pero ella no se detuvo.

Alex vio miedo en sus ojos y fue como una droga para ella. 557
—Todo está bien.

Anselm le soltó la muñeca con un rugido furioso. Pudo ver cómo la sangre
de ella le cubría la barbilla. Alex se deshizo de su espíritu y se zambulló en el
agua, aterrorizada ante la posibilidad de que en cualquier momento sintiera
que la agarraba por el tobillo y la arrastraba hacia atrás.

Le dolían los pulmones, pero siguió pataleando, nadando, desesperada por


ver la luz. Una chispa, luego otra. Se elevaba por un mar de estrellas. Atravesó
la superficie y respiró el aire frío de una noche de invierno.

Alex intentó orientarse. Estaban en el patio de Sterling. Tzvi había


desaparecido -probablemente ahuyentado por la visión de Darlington en plena
gloria demoníaca- y el cuerpo de Eitan yacía boca abajo en el barro. Oyó que el
tictac del metrónomo se detenía bruscamente.

Algo le nublaba la vista: ráfagas blancas. Había empezado a nevar. Contó a


sus amigos: Mercy, Turner, Dawes y Darlington, su caballero demonio. Su

Hell bent
LEIGH BARDUGO

destartalado ejército, todos ellos empapados y tiritando, todos ellos sanos y


salvos. Por encima de ellos, la telaraña de la Tejedora seguía brillando, frágil en
su arquitectura, cargada de escarcha y tristeza.

558

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Dunbar arrastró anoche a un vagabundo desde la estación de tren, lleno de hollín como
una lata de carbón y vestido con ropas tan sucias que podían sostenerse por sí solas.
Afirmó que tenía la Visión. Rudy dijo que era una pérdida de tiempo y yo estaba de
acuerdo. El hombre apestaba a ginebra barata y tenía todas las marcas de un charlatán.
Balbuceaba sobre largos viajes y grandes riquezas, lo habitual en los adivinos. Hablaba
tan mal que apenas podía entender sus palabras, hasta que por fin Dunbar se aburrió y
nos sacó de nuestra miseria.
Ni siquiera quise comentar todo aquel lamentable asunto, sólo que -y lo digo para poder
reírme más tarde de mis propias lamentaciones- cuando Dunbar le dijo que era hora de
irse y le metió un billete de cinco libras en el bolsillo, el vagabundo afirmó que aún no
había dicho lo que tenía que decir. Sus ojos se entornaron un poco -gesto teatral- y luego
dijo:
—Cuidado.
Rudy se ríe y pregunta, con toda naturalidad:
—¿Cuidado con qué, viejo farsante?
—De los que andan entre nosotros. Bebedores nocturnos, habladores de la luna, todos
los que habitan en lo muerto y lo vacío. Mejor vigilarlos, muchachos. Mejor cerrarles las
puertas cuando vengan. —Ya no arrastraba las palabras. Su voz era clara como una
559
campana y retumbó en el vestíbulo. Me puso los pelos de punta.
Bueno, Rudy y Dunbar se hartaron de él. Lo sacaron a la calle, lo mandaron a paseo y
Rudy le dio una patada. Me sentí mal por ello y pensé que debía darle otros cinco. Sin
duda nos reiremos de todo esto mañana.

—Lionel Reiter, Libro Común de Calavera y Huesos, 1933

Hell bent
LEIGH BARDUGO

45
Traducido por Carol02

Darlington no conseguía recordar los momentos posteriores al descenso.


Recordaba la nieve que caía, el lúgubre peso de su ropa empapada sobre el
cuerpo. Todos estaban cansados y agitados, pero no podían simplemente
arrastrarse a casa. Había demasiadas pruebas de las que deshacerse. Cuando
había entrado en la boca de la bestia infernal, había sido un hombre que
seguía las reglas, que creía entender su mundo y su funcionamiento. Pero
como ya no era tan humano, supuso que era necesario un enfoque más flexible
560
de la moralidad.

Había libros esparcidos por la Sala Linonia y Hermanos. Una de las mesas
había sido volcada. Los demonios se habían estrellado contra las ventanas
orientadas al este, destruyendo una imagen de San Marcos trabajando en sus
evangelios, y luego se habían estrellado contra los ventanales que daban al
patio. No había nada que hacer. Había magia de restauración que podían
utilizar, pero todo era largo y laborioso. A Darlington le dolía dejar a Sterling en
ese estado, pero cuando la universidad denunciara el vandalismo, Lethe podría
ofrecer el uso del crisol y cualquier otra cosa que encontraran en la armería.
Por ahora, sólo tenían que eliminar cualquier señal de lo arcano.

Fue bastante fácil devolver las arañas al huso con otro pinchazo del dedo de
Mercy, pero la telaraña sobre el patio aún colgaba espesa de melancolía.
Tardaron casi una hora en derribarla con una escoba que tomaron prestada
del armario del conserje, y en transferirla a las aguas de la fuente, donde

Hell bent
LEIGH BARDUGO

observaron cómo se disolvía. Todos estaban llorando desconsoladamente


cuando se deshicieron de la maldita cosa.

Habían dejado el cadáver para el final. Eitan Harel yacía boca abajo en el
barro y la nieve derretida.

Turner recuperó su Dodge y les esperó junto a la entrada de York Street. La


tempestad que Dawes había provocado aún estaba lo bastante caliente como
para manejar las cámaras, pero no había nada mágico ni arcano en el acto de
meter un cadáver en un maletero. Era un acto frío, feo en su transformación: el
cuerpo convertido en carga. Mercy se echó hacia atrás, aferrando su espada de
sal, como si pudiera protegerse de la verdad de lo que habían hecho.

—Dijiste que no ibas a ayudarnos a limpiar nuestro desastre —señaló Alex


cuando terminaron el trabajo y se amontonaron en el Dodge, húmedos y
cansados, a horas del amanecer.

Turner se limitó a encogerse de hombros y acelerar el motor. 561


—Este también es mi desastre.

La puerta de Il Bastone se abrió de golpe antes de que llegaran al final de la


escalinata. Las luces estaban encendidas y los viejos radiadores calentaban
todas las habitaciones. En la cocina, Dawes había alineado termos con restos
de avgolemono que bebieron a tragos ávidos. Había platos de bocadillos de
tomate y té caliente con brandy.

Permanecieron de pie junto a la encimera de la cocina, comiendo en


silencio, demasiado cansados y maltrechos para hablar. Darlington no pudo
evitar pensar en lo poco que se había utilizado el comedor de Il Bastone, en las
pocas comidas que había compartido con Michelle Alameddine o el Decano
Sandow, en las escasas conversaciones que había mantenido con el detective
Abel Turner. Habían dejado que el Lethe se atrofiara, que su secretismo y su
ritual los convirtieran en desconocidos los unos para los otros. O tal vez ése era

Hell bent
LEIGH BARDUGO

el modo en que siempre se había concebido que funcionara Lethe, desdentado


e impotente, dando tumbos con un sentido de su propia importancia, una
concesión a la universidad mientras las sociedades hacían lo que querían.

Por fin, Mercy dejó su taza y dijo:

—¿Terminó?

La chica era valiente, pero esta noche había sido demasiado para ella. La
magia, los hechizos, los objetos extraños habían sido una especie de juego.
Ahora había ayudado a matar a un hombre, y esa carga no era fácil de llevar,
sin importar la justificación. Darlington lo sabía bien.

Alex les había advertido de que llegaría un momento en que necesitaría su


protección, en que les pediría que lucharan por ella sin rechistar. Lo habían
hecho, porque estaban desesperados y porque, a pesar de todas sus nobles
protestas, ninguno de ellos quería sufrir eternamente. Mercy había estado
ansiosa por seguir el plan, por llevar su armadura de sal, por enfrentarse a un 562
monstruo muy humano. Quizá ahora se arrepentía.

Pero este no era el momento de ser amable.

—Esto no ha terminado —dijo—. Quedan más demonios por matar.

Tal vez siempre los habría.

Alex estaba débil por toda la sangre que había perdido, así que Dawes le
aplicó bálsamo en la herida que Anselm le había dejado en la muñeca y luego
la llevó arriba para dejarla caer en un baño de leche de cabra en el crisol.
Tenían una especie de rutina de cuidadora y paciente que Darlington no
acababa de entender y que le hacía sentirse como un niño al que han dejado
fuera del juego. Así que, en vez de eso, haría algo útil.

Acompañó a Turner de vuelta a Black Elm.

—No puedo creer que sea el chófer de un demonio —murmuró Turner al


salir del aparcamiento de Il Bastone.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Parte demonio —corrigió Darlington. Condujeron sin hablar durante un


rato, pero al final preguntó—: ¿Cómo ha conseguido Alex que te prestes a esto?

—Vino a verme anoche —dijo Turner—. Yo no quería hacerlo. Me pedía que


usara mi placa para preparar un asesinato. Entonces eché un vistazo al
historial de Eitan Harel.

—¿Eso te convenció?

Sacudió la cabeza.

—No. En realidad me gusta mucho el debido proceso. Pero ya conoces a


Alex: si ve una abertura, se colará por ella como por una ventana.

—Una descripción acertada. —«Hacemos lo que tenemos que hacer. Ese es el


único trabajo de un sobreviviente».

—Me dijo que Eitan era un soldado del mal.

Darlington lanzó a Turner una mirada incrédula. 563


—Eso no suena como Alex Stern.

—Ella me estaba citando. Soldados del bien, soldados del mal. Sé que no
estarás de acuerdo, pero en lo que a mí respecta, esto siempre se trató de
mantener al diablo abajo. Ella seguía diciéndome que eran tonterías. Hasta
anoche.

—¿Y entonces?

—Entonces dijo: “¿Pero y si me equivoco?”.

Ahora Darlington se rio.

—Esa es Alex Stern.

Turner golpeó el volante mientras navegaba por las calles casi vacías.

—Voy a ser sincero contigo. Eso tampoco fue lo que me hizo cambiar de
opinión.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Darlington esperó. No conocía bien a Turner, pero era fácil ver que no era
un hombre al que le gustaran las prisas.

—La recogí en Darien —continuó Turner por fin—, la noche en que Harel la
envió a enfrentarse a Linus Reiter. Ella era... La he visto intercambiar golpes
con un tipo el doble de grande que ella. He visto cómo casi le parte la crisma
un chico de fraternidad en busca de venganza. Pero nunca la había visto tan
asustada.

Cuando llegaron a Black Elm, Darlington abrió la puerta de la cocina y


bajaron el cuerpo de Eitan rodando por las escaleras hasta el sótano. El hogar
que amaba se había convertido en una tumba. Se preguntó qué le parecería a
su abuelo la carnicería, o el hecho de que su nieto hubiera abandonado aquel
noble montón de roca. Por el momento, al menos. No estaba seguro de qué
iban a hacer con todos aquellos cadáveres, ni de qué clase de entierro les debía
a sus padres. ¿Qué significa que desaparecieran sin más? ¿Y la familia de
564
Anselm?

Era demasiado fácil desaparecer. Él mismo lo había hecho. ¿Y quién había


ido a buscarlo? Dawes y Alex, Turner y Tripp. ¿Qué vida podría rehacer con lo
que le quedaba?

Darlington llamó a Cosmo, con la esperanza de que el gato hiciera acto de


presencia y pudiera ofrecer algún regalo de gratitud, tributo en forma de atún.
Pero parecía que tendría que ser paciente. Como todos los gatos, Cosmo
llegaría cuando él quisiera y ni un momento antes.

Turner ayudó a Darlington a apoyar la puerta del sótano contra el marco


una vez más. Entonces no hubo más remedio que dar la espalda a los muertos.

Darlington durmió por primera vez desde que había sido devuelto a este
mundo, por primera vez en más de un año. Nunca le habían permitido dormir

Hell bent
LEIGH BARDUGO

en el infierno ni soñar. «No hay descanso para los malvados» había resultado
ser una proposición muy literal.

Soñó que estaba de vuelta en el infierno, un demonio una vez más, una
criatura de apetito y nada más. Volvió a arrodillarse ante el trono de Golgarot,
pero esta vez, cuando levantó la cabeza, era Alex quien lo miraba, con su
cuerpo desnudo bañado en llamas azules y una corona de fuego plateado en la
frente.

—Te serviré hasta el fin de los días —le prometió.

En el sueño, ella se rio.

—Y ámame también.

Sus ojos eran negros y llenos de estrellas

565

Se despertó a mediodía, con el cuerpo dolorido. Perezoso y abatido, se


duchó y se vistió con los vaqueros y el jersey que había metido en la vieja bolsa
de cuero de su abuelo. No conseguía entrar en calor.

—Resaca infernal —le explicó Alex cuando lo vio. Estaba sentada en el


salón, con una pierna doblada, todavía en ropa deportiva de Lethe, con un libro
de poemas de Hart Crane abierto en el regazo, leyendo para una de sus clases,
supuso. Le agradaba demasiado verla allí, tranquila en el sofá de terciopelo,
con el pelo recogido detrás de las orejas—. Dawes hizo sopa para el desayuno..

Sopa casera, por supuesto. La cura perfecta. Comió dos tazones de changua
con cilantro fresco, pequeñas tostadas coronadas con huevo escalfado flotando
en el caldo lechoso. Su mente empezaba a despejarse lo suficiente como para
pensar en otra cosa que no fuera sobrevivir. Supuso que tendría que volver a

Hell bent
LEIGH BARDUGO

matricularse. Lethe le ayudaría. Suponiendo que todavía era considerado un


miembro de Lethe.

—¿Dónde está Mercy? —preguntó.

Alex mantuvo los ojos en su libro.

—La acompañé a JE esta mañana.

—¿Está bien?

—Quería hablar con su pastor y almorzar con Lauren. Necesita un poco de


normalidad.

Desafortunadamente, la normalidad escaseaba.

Después del desayuno, fue a la armería y se pasó una hora rebuscando en


cajones y armarios. Tenían que ocuparse de los cadáveres del sótano de Black
Elm. Consideró la posibilidad de probar en la biblioteca, pero no conseguía
encontrar la frase adecuada para el Libro de Albemarle. “Cómo deshacerse de 566
un cadáver. Cómo deshacerse de los restos de tu madre.” Era todo demasiado
sombrío. Lo que realmente necesitaba saber era cómo llorar por personas a las
que había hecho todo lo posible por dejar de querer hacía años. Sus padres
habían ido y venido de su vida como huecos inesperados en las nubes, y si
hubiera pasado sus días esperando esas breves horas de luz solar, se habría
marchitado y muerto.

Pensó brevemente en la Tayyaara, una —alfombra mágica— que realmente


podía llevarte a cualquier parte con sólo abrir un portal bajo ella. Pero el
destino tenía que estar entretejido en el diseño, y quien tuviera la habilidad
para tales cosas hacía tiempo que había desaparecido, por lo que el tejido
había permanecido inalterado, y la alfombra sólo podía llevarte a un lugar: una
catacumba bajo Vijayanagar. Durante varios cientos de años, había servido
como una especie de vertedero no oficial de objetos y personas no deseados. No

Hell bent
LEIGH BARDUGO

sabía si lo que sentía por sus padres era deber o amor o el recuerdo del amor,
pero no podía arrojarlos a un antiguo montón de basura.

Alex y Dawes lo encontraron sentado en el suelo de la armería, rodeado de


relucientes artefactos y trozos de efemérides, atascado. El chico con la piedra
en la mano, intentando siempre construir algo que hacía tiempo que se había
perdido. Le ayudaron a colocar todo en su sitio y luego se dirigieron a Black
Elm.

Toda la casa empezaba a apestar. O tal vez simplemente sabía lo que les
esperaba mientras apartaban la puerta del sótano y miraban hacia abajo en la
oscuridad.

—¿Quieres... decir algo? —preguntó Alex.

No estaba seguro.
567
—¿Está aquí mi abuelo?

—Está en la cocina con Dawes.

Darlington miró por encima del hombro, la cocina vacía a sus ojos excepto
por Dawes que agarraba una cuchara de madera como si fuera un arma.
Golgarot le había ofrecido una vida de revelación, de conocimiento, lo invisible
hecho visible. Eso nunca sería.

—Puedes hablar con él, ¿sabes? —dijo Alex.

—Sé que te gustaba el “Réquiem” de Stevenson —dijo, esperando que su


abuelo estuviera escuchando, sintiéndose tonto de todos modos—. Pero me
temo que no queda bien.

Si Darlington era sincero, a su abuelo no le gustaría nada de eso. Un


panegírico no eran más que palabras de muerte.

—Vamos —le dijo a Alex.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Ella dio un paso escaleras abajo, luego otro. Darlington la siguió. El olor era
peor aquí.

—Ya basta —le dijo, y vio que sus hombros se hundían con alivio. Ahora se
veían los cadáveres amontonados de sus padres, los restos de lo que había sido
Anselm, Eitan Harel desplomado contra la pared. ¿Cómo podía ser ésta su
vida? ¿Su hogar? ¿Qué había permitido por falta de habilidad, conocimientos o
agallas?—. Me sorprende la profundidad de mi fracaso.

Alex le devolvió la mirada desde su lugar en las escaleras.

—Tú no dejaste entrar al demonio por la puerta. Fue Sandow. Las


sociedades lo hicieron. Cuando llegó el momento, te interpusiste entre los vivos
y los muertos. Hoplita, Húsar, Dragón ,¿recuerdas?

—Has estado prestando atención. Estoy encantado y desconcertado a la vez.


—No quedaba más remedio que hacerlo.

Puso la mano en el hombro de Alex y buscó al demonio. Fue algo fácil, como
568
flexionar un músculo, como respirar hondo. Sintió que su cuerpo cambiaba,
una oleada de fuerza. El miedo desapareció, la pena y la confusión se
desvanecieron. Sintió la curva del hombro de Alex bajo su palma. Si curvaba
los dedos, sus garras se hundirían más. La oiría jadear. Se contuvo.

Una llama azul había florecido sobre el cuerpo de ella. Volvió a mirar hacia
atrás, buscando una señal de él. Él vio la voluntad en su mirada, la forma en
que había rechazado el miedo. «Te serviré hasta el fin de los días».

Él asintió una vez y ella levantó el brazo. De sus manos brotó fuego azul, un
arco de llamas que se convirtió en un río que bajó por las escaleras y pasó por
encima de los cadáveres. Se había preparado para hablar, una cita de... Su
mente demoníaca no lo consiguió. Recordó a Alex con su libro de poemas. Hart
Crane. Se aferró a las palabras.

—“Y si te quitan el sueño, a veces te lo devuelven” —Fue lo mejor que pudo


decir. Observó cómo ardían los cuerpos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Una parte de él quería decirle a Alex que no se detuviera allí, que dejara que
toda la casa se redujera a cenizas, que dejara que ellos también ardieran con
ella. En lugar de eso, permanecieron juntos en las oscuras sombras de Black
Elm, hasta que no quedaron más que cenizas y las viejas piedras que podrían
permanecer en pie para siempre, pero que nunca guardarían luto.

569

Hell bent
LEIGH BARDUGO

46
Traducido por Carol02

El Mercedes estaba aparcado en la entrada de Black Elm.

Durante un largo minuto, Alex no pudo comprender lo que estaba viendo.


Seguía en las escaleras del sótano, mirando hacia una tumba abarrotada.
Cuando el fuego terminó, las paredes estaban carbonizadas y no quedaba
nada: ni cajas ni trastos viejos, ni cuerpos ni huesos. Cualquier cosa que
ardiera tanto debería haberlos consumido también. Pero no se trataba de un
incendio cualquiera.

Cuando Darlington habló por sus padres, Alex se preguntó si debería decir
algo por Eitan. Conocía la oración correcta por su abuela. “Zikhrono livrakha”.
570
Que su recuerdo sea una bendición. Pero como diría Darlington, eso no
encajaba.

—«Mors irrumat omnia» —había susurrado a las llamas. Era todo lo que
podía ofrecer a un hombre que había estado dispuesto a enviarla a la muerte
por un poco más de beneficio.

El coche no debería estar allí. Parecía recién lavado, su pintura burdeos


brillaba a la luz de la tarde. «Reiter». A Alex se le aceleró el corazón.

—¿Lo habías dejado en Old Greenwich? —susurró Dawes.

—Es de día —Alex consiguió decir—. Ha salido el sol. ¿Cómo lo trajo aquí?
—¿Y por qué ahora? ¿Los había estado observando? ¿Siguiéndolos?

—Tiene un familiar —dijo Darlington—. Tal vez más de uno.

Alex recordó a la persona que caminaba junto a Reiter en el patio de JE,


sosteniendo su paraguas blanco, manteniéndolo a salvo. Oteó los árboles, el
cielo despejado, agradecida por el inclemente sol invernal.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Deberíamos ir a algún lugar protegido —dijo Dawes—. Reagruparnos.

Alex quería hacer justo eso. Su cuerpo había sudado frío y le costaba
respirar. Pero no habían terminado.

Se obligó a caminar hacia el coche.

—¡Alex, no! —Dawes dijo, agarrando su brazo—. Podría ser una trampa.

Alex se la sacudió.

La puerta del conductor no estaba cerrada y el interior estaba impecable.


Había dejado las llaves en la guantera. Alex las sentía pesadas en la mano.

—Dámelas —dijo Darlington.

Alex deseó tener el valor de discutir, pero estaba demasiado asustada. Se


las dejó caer en la palma de la mano.

Se reunieron alrededor del maletero y Darlington introdujo la llave en la


cerradura. El maletero se abrió con un suspiro. Lo empujó hacia arriba. 571
Dawes lanzó un grito agudo e impotente.

Michelle Alameddine yacía acurrucada de lado, con las manos recogidas


bajo la barbilla, como si se hubiera quedado dormida rezando.

Alex dio un paso atrás. Otra muerte a sus pies. Michelle, que les había
advertido de que no usaran el Guantelete, que había luchado contra la muerte
para conseguirlo.

—Lo siento —dijo, jadeando—. Lo siento mucho, joder. —Perdió el equilibrio,


se sentó con fuerza en la grava.

«Lo siento». Le había dicho lo mismo a Mercy cuando la había dejado a las
puertas de JE aquella mañana temprano. Mercy estaba ansiosa por quitarse el
hedor a azufre de la noche, por volver a ponerse el ganchillo y la pana. No
había vuelto a mencionar los planes de Acción de Gracias.

—¿Estás bien? —Alex había preguntado en la puerta, y cuando Mercy se


limitó a mirar sus botas, añadió—: Me salvaste la vida anoche.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Tú me rescatas. Yo te rescato —dijo Mercy. Pero no la miró a los ojos.

Mercy había querido una aventura, una oportunidad de ver más allá del
mundo ordinario. Y Alex la había convertido en una asesina.

—Pensé que sería diferente —dijo Mercy, y Alex pudo ver que luchaba
contra las lágrimas.

—Lo siento.

—¿Lo sientes?

—No —admitió Alex. Había necesitado una salida y la había tomado—. Pero
estoy agradecida.

—Gracias —dijo Mercy al pasar por la puerta.

—¿Por qué?

—Por no mentirme.
572
Mercy tenía conciencia. Creía en un Dios justo. Ella no sería capaz de
alejarse de una muerte sin que le dejara una mancha en el corazón. Pero eso
no había impedido que Alex la usara. Nunca se lo impedía.

Y ahora Michelle Alameddine estaba muerta.

Alex sintió la mano de Darlington en el hombro.

—Pon la cabeza entre las rodillas. Intenta respirar.

Alex apretó las palmas de las manos contra los ojos.

—Yo lo traje aquí.

—Reiter ya estaba aquí —dijo Darlington—. Michelle era su familiar.

—¿Qué? —exclamó Dawes.

Alex le miró fijamente.

—¿De qué estás hablando?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Creo que la reclutó cuando era estudiante. Lo deduje cuando leía su


Diario de los Días de Lethe. Probablemente hubo otros antes que ella.

—¿Ella sabía dónde estaba el Guantelete? —Dawes preguntó.

—No lo sé —respondió Darlington—. No sé lo que compartió con ella. Reiter


sabía lo de las sociedades. Había robado la vida de un Huesero. Sabía lo de
Lethe. Pero no podía entrar en espacios protegidos, así que tuvo que encontrar
a alguien que vigilara el Guantelete.

Alex pensó en Michelle sentada en el salón, siempre al teléfono, apartada de


su investigación pero sin alejarse del todo. Recordó la sorpresa de Michelle
cuando Alex le dijo que habían encontrado el Guantelete y su insistencia en
que no lo usara. ¿Había estado advirtiendo a Alex o hablando en nombre de
Reiter? Michelle, que había mentido sobre su presencia en el campus, que
había seguido a Alex y Mercy a clase. Michelle con la bufanda al cuello, el
jersey de cuello alto. ¿Se había estado alimentando de ella? 573
—Ella no haría eso —dijo Dawes—. Ella no trabajaría para un demonio.

Pero sí lo haría. Por el precio correcto. Michelle había estado en el otro lado
cuando intentó quitarse la vida. Se lo había dicho claramente a Alex: «Nunca
volveré».

Alex entendía ese tipo de juramento.

—Él le prometió la inmortalidad.

—¡Eso no tiene ningún sentido! —Dawes estaba casi gritando ahora, con
lágrimas en las mejillas—. Es un demonio. Tendría que comerse su alma. Él...

—Pammie —dijo Darlington suavemente—, ella quería creer que podría vivir
para siempre, y eso es lo que él le dijo. A veces la historia es lo que importa.

—No vamos a meterla en el sótano —dijo Alex mientras se ponía en pie—. O


enterrarla.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

No iba a enterrar a Michelle Alameddine como Reiter enterró a sus otras


víctimas. De la forma en que habría enterrado a Alex si ella no hubiera corrido
lo bastante lejos y rápido aquella terrible noche.

Alex se obligó a volver al maletero, a mirar aquel cuerpo, las marcas de


pinchazos en el cuello, el tatuaje de la muñeca. Esperaba que Michelle hubiera
encontrado algún tipo de paz más allá del Velo, que su alma estuviera a salvo y
completa.

—Cometió un error —dijo Alex. Podía sentir cómo su miedo cambiaba de


forma, formando garras y dientes, convirtiéndose en ira. Un cambio
bienvenido—. Si hubiera sido inteligente, habría mantenido viva a Michelle
para que espiara por él.

—Orgullo —dijo Darlington—. Reiter estaba demasiado ansioso por


hacernos daño, por hacernos sentir su poder.

—Astuto, no inteligente —dijo Alex, y Dawes asintió, secándose las lágrimas 574
de los ojos.

Darlington contempló el cuerpo de Michelle.

—Te merecías algo mejor —dijo en voz baja.

También Mercy. Y Hellie. Y Tripp. También el conejo Babbit y todas las


demás criaturas que habían cometido el error de cruzarse en el camino de Alex.
Le dolía saber que Reiter no sólo se había alimentado de la sangre de Michelle,
sino también de su dolor. Se habría saciado de su desesperación, de su dolor,
de su anhelo de una vida que nunca acabaría.

«Voy a castigarlo», prometió Alex mientras tumbaban a Michelle entre los


olmos, mientras Darlington pronunciaba las palabras de un viejo poema sobre
su cuerpo, mientras llamaba al fuego una vez más. «Voy a hacerle el mismo
daño que te hizo a ti».

—“Este es el bosque primigenio” —recitó Darlington—. “Los pinos


murmuradores y las cicutas, barbudos de musgo y con ropajes verdes,

Hell bent
LEIGH BARDUGO

indistintos en el crepúsculo, se yerguen como druidas de la antigüedad, con


voces tristes y proféticas...”

Le enseñaría a Reiter a qué sabía el verdadero dolor. Era todo lo que podía
ofrecer a esta chica que apenas conocía. Venganza que llegó demasiado tarde, y
oraciones pronunciadas en fuego.

575

Hell bent
LEIGH BARDUGO

47
Traducido por Carol02

Alex había tardado varios intentos en recordar dónde estaba exactamente el


apartamento de Tripp. Turner podría haberle ayudado, pero estaba de vuelta al
trabajo, intentando averiguar dónde recaía su conciencia en el asunto de un
hombre que había ayudado a cometer dos asesinatos bajo influencia
demoníaca.

—No más favores —le había advertido la última vez que lo vio en Il Bastone.

—En realidad no son favores, ¿verdad? —preguntó Alex mientras estaban


sentados en la escalinata de la entrada, con el aliento en el aire. La nieve se
había derretido, un falso comienzo del verdadero invierno, y el cielo sobre ellos
576
parecía duro y brillante como el esmalte azul, como si pudieras alcanzarlo y
golpearlo. Las hojas aún se aferraban a sus ramas en temblorosas nubes rojas
y naranjas—. Ya no. No puedes volver a no devolverme las llamadas.

—¿Por qué no?

«Porque creo que Mercy puede haber cambiado de opinión sobre compartir
habitación conmigo el año que viene. Porque no me quedan muchos amigos y
necesito saber que eres uno de ellos».

—Porque ahora eres parte de esto. Has visto a través del Velo, más allá de
él. No puedes volver a fingir.

Turner apoyó los codos en las rodillas, juntó las manos.

—No quiero formar parte de esto.

—Mentira. Te gusta esta pelea.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Puede que sí. Pero no puedo formar parte de Lethe, de ese puto mapa, de
todo lo que este lugar y estas sociedades representan.

—Te das cuenta de que eres policía, ¿verdad?

Le lanzó una mirada.

—No empieces con esa mierda, Stern. Sé quién soy y sé quién es mi gente.
¿Y tú?

Turner estaba tratando de irritarla. No podía evitarlo. Ella era igual,


hurgando y pinchando, buscando el ángulo indicado. Pero nada como un par
de viajes al infierno para poner tus prioridades en orden.

—Mi gente está aquí —dijo—. Tú. Dawes. Darlington. Mercy, si no la asusté.
Ustedes son los que lucharon por mí. Ustedes son por los que quiero luchar.
Lethe no tiene nada que ver con esto.

—No es tan sencillo.


577
Probablemente no. Pero había estado dentro de la cabeza de Turner.
Cuando llegó el momento de elegir un camino, había trazado el suyo, con una
bala. Eso era algo que ella entendía.

Turner se levantó y Alex hizo lo mismo. Sin dolores gracias a la magia de


Lethe.

—¿Qué quieres al final de todo esto, Alex? —preguntó.

Libertad. Dinero. Una siesta de una semana.

—Sólo quiero que me dejen vivir. Tal vez... tal vez quiero ver todo este lugar
deshecho. Todavía no lo sé. Pero no puedes volver a cómo eran las cosas antes.
No importa cuánto lo desees. No puedes caminar por el infierno sin cambiar.

—Ya veremos —dijo él, bajando los escalones. Se detuvo en la pasarela y


volvió a mirarla—. A ti también te cambió, Stern. Puede que no te importen el
bien y el mal, pero eso no significa que no existan. Robaste a un hombre del

Hell bent
LEIGH BARDUGO

infierno. Venciste a un demonio en su propio juego. Será mejor que pienses en


lo que eso significa.

—¿Y qué significa?

—El diablo sabe tu nombre ahora, Galaxy Stern.

Alex esperaba que Turner tratara de replegarse en su propia vida, de poner


distancia entre él y Lethe, pero cuando por fin llegaron a casa de Tripp, allí
estaba él, vestido con un abrigo de Armani, apoyado contra el Dodge. Estaba
leyendo un periódico que dobló cuidadosamente cuando vio a Alex, Dawes y
Darlington.

—Me sorprende verte —murmuró Alex mientras se dirigían al vestíbulo. 578


—No tan sorprendido como yo.

—¿Crees que está vivo? —preguntó Dawes mientras se amontonaban en el


ascensor y Turner pulsaba el botón de la última planta.

—No —admitió.

Alex quería creer que Tripp simplemente se había asustado demasiado como
para volver al infierno y que lo encontrarían viendo la tele y comiendo helado,
pero en realidad no lo creía y no se iban a arriesgar.

Dawes y Darlington habían colocado nuevas barreras de sal ensangrentada


en forma de nudos a la entrada del edificio, en el ascensor y ahora en la puerta
de la escalera. Alex tenía la espada de sal de Mercy. Si el demonio de Tripp
seguía aquí, tendrían que encontrar la forma de contenerlo y destruirlo. Si
había huido, tendrían que encontrar la forma de cazarlo. Más trabajo, más
problemas, más enemigos contra los que luchar. ¿Por qué le excitaba eso?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Debería pasar las noches estudiando y escribiendo ensayos. Si tan solo esas
cosas le resultaran tan naturales como la violencia.

—¿Hueles eso? —preguntó Darlington mientras se acercaban a la puerta de


Tripp.

Era inconfundible, el hedor de algo abandonado a la putrefacción.

—Eso es nuevo —dijo Turner. Apoyó la mano en su pistola.

La puerta estaba abierta. Chirrió sobre sus goznes cuando Alex la empujó
suavemente para abrirla. El desván tenía una enorme pared de ventanas
oscurecidas con mantas y cinta adhesiva.

En la penumbra, Alex vio que la cocina estaba llena de platos sucios y un


par de viejas cajas de pizza. No había muchos muebles: una enorme pantalla
plana con un sistema de juegos, un sofá y un sillón reclinable. Un segundo
después se dio cuenta de que había alguien en el sillón, acurrucado en la
oscuridad.
579

Alex levantó la espada de sal, pero la cosa se movió rápidamente, con la


misma horrible velocidad que había visto en Linus Reiter. Un vampiro. Su
miedo se elevó hasta ahogarla. El monstruo siseó y le quitó la espada de las
manos.

Pero entonces el vampiro cayó al suelo. Darlington se alzaba sobre él, con
los cuernos fuera y las bandas en el cuello y las muñecas brillando. Alex
estaba envuelta en llamas. Turner tenía su pistola desenfundada.

Darlington agarró la espada de sal y siseó cuando le quemó la palma de la


mano.

—¿D-D-Darlington? —dijo el monstruo—. ¿Eres tú?

Darlington vaciló.

Alex tiró de una de las mantas de la ventana. La cosa chilló y se encogió.

—¿Tripp?

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—¡Alex! Chicos, oh Dios, no me miren, estoy tan asqueroso.

Tripp llevaba el mismo suéter sucio y la misma americana que había llevado
en su primer descenso, y una gorra marinera de Yale al revés en la cabeza.
Estaba sorprendentemente pálido, pero aparte de eso parecía Tripp. Bueno, eso
y los colmillos.

Alex se apartó, aún recelosa.

—¿Es Tripp? —preguntó Dawes—. ¿O es su demonio?

Turner mantuvo el arma en alto.

—Definitivamente no es humano.

—Mierda —dijo Tripp, quitándose la gorra y pasándose una mano por el


pelo sucio en un gesto que Alex había visto innumerables veces—. Sabía que
algo iba mal. No he tomado nada en... ni siquiera sé cuánto tiempo. Y cada vez
que intento comer, tengo algún tipo de ataque. Y... —Levantó la mirada con
580
culpabilidad.

—Creo que quiere beber nuestra sangre —dijo Dawes.

—¡No! —gritó Tripp. Pero luego se lamió los labios—. Vale, sí. Es que... tengo
mucha hambre.

—¿Podemos traerle unas ratas o algo? —Dawes sugirió.

—¡No voy a comer ratas!

Alex lo miró.

—Si este es el demonio, el cuerpo de Tripp tiene que estar en alguna parte.
O lo que queda de él.

Los ojos del No-Tripp se desviaron culpablemente hacia la esquina de la


cocina, hacia lo que parecía una pila de trozos de papel enrollados. Una
cáscara. Igual que la que había visto en el sótano de Black Elm: la cáscara del
verdadero cuerpo de Tripp Helmuth.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

La forma demoníaca de Darlington no había retrocedido. Seguía en alerta


máxima, con los ojos dorados.

—Esa cosa dejó seco a Tripp. Eso es todo lo que queda.

Tripp -o el demonio- retrocedió, enseñando los colmillos.

—No pude evitarlo.

—Eres un asesino —dijo Turner.

—¡Todos somos asesinos!

—No voy a discutir semántica con un vampiro —gruñó Darlington—. Sabes


lo que tenemos que hacer.

Tenía razón. Alex se había enredado con un vampiro, y eso era más que
suficiente. Pero este demonio no parecía una amenaza. Parecía salvaje, débil
y... un poco tonto.

Sus ojos recorrieron el apartamento; aparte de la cáscara del cuerpo en la 581


esquina, parecía desordenado pero normal: ropa sucia en el suelo, platos en el
fregadero. La única parte del desván que parecía limpia o bien organizada era
el gran sillón y la mesa de juegos. Había fotos de la familia y los amigos de
Tripp cuidadosamente colocadas alrededor, algunas figuritas de juegos que ella
no reconocía. Pensó en los jarrones, las botellas de licor y los ramos de jacintos
de Linus Reiter. ¿A todos los vampiros les gustaba anidar?

—Darlington tiene razón —dijo Turner—. Esta cosa es una amenaza. Y


nosotros somos responsables de su presencia aquí. Tenemos que acabar con
ella. Es peligroso.

—No creo que lo sea —dijo Alex lentamente—. ¿Qué has estado haciendo la
última semana, Tripp?

—Sólo jugando videojuegos. Viendo viejos episodios de Ridículos. Dormir


mucho.

—¿Qué has estado comiendo? —preguntó Dawes, con la voz tensa.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Bichos sobre todo. Pero son un manjar en algunos países, ¿verdad?

—¿Y si no lo matamos? —preguntó Alex.

—Tienes que estar bromeando —exclamó Turner—. Es un arma cargada.

—Apenas es una pistola de agua.

—Podría ser solo una actuación —gruñó Darlington.

—¿Debería poner algunas melodías? —Tripp preguntó—. Tengo este


increíble álbum doble de Red Hot Chili Peppers...

Tal vez deberían matarlo.

—Él es... —Alex no iba a decir “inofensivo”—. Él es Tripp. Quizá haya


adquirido la personalidad junto con la fuerza vital.

Darlington sacudió la cabeza cornuda.

—O todo es una actuación y está contemplando matarnos a todos.


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—¿Ah, sí? —preguntó Dawes.

Tripp hizo una mueca.

—¿Un poco?

Pero una idea había echado raíces en la mente de Alex.

—Tripp, llama a tu ave marina.

Tripp se lamió los nudillos, y un albatros plateado surgió de detrás de él,


rodeando la habitación, con un grito brillante y penetrante.

—Sigue ahí —se maravilló Dawes—. ¿Cómo es posible?

El pájaro se lanzó directamente hacia Darlington. Alex se deslizó delante de


él, arrastrando la lengua por la muñeca y dejando que las serpientes salieran
disparadas.

Por un momento las serpientes de cascabel y el albatros parecieron


enfrentarse, y luego retrocedieron.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—El espíritu de sal de Tripp hizo lo que debía hacer —dijo Alex—. Intentó
proteger su vida y, cuando no pudo hacerlo, se quedó con él. Protegió su alma.

Darlington aún no parecía convencido.

—Mira —dijo Alex—, nosotros le hicimos esto. Lo llevamos al infierno. Lo


pusimos en peligro. Es nuestra responsabilidad. Sin él nunca te habríamos
recuperado.

—¿No dijiste que lo hizo por dinero?

—Bueno —dijo Tripp—, no quería mencionarlo, pero mi alquiler está...

—No es el momento, Tripp.

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—Alex tiene razón —dijo Dawes—. Él es... todavía él. Y podría ser útil si
vamos a ir contra Linus Reiter. Podríamos encontrar la manera de ponerlo bajo
algún tipo de prohibición si nos preocupa que vaya a... actuar.

Después de Michelle, después de Anselm, después de los padres de


Darlington, necesitaban esto, una pequeña victoria para salir de esta pesadilla.

Darlington levantó las manos, las garras retrocedieron, era un joven


apuesto con un abrigo de lana fina una vez más. Alex sintió que sus propias
llamas retrocedían. Ahora sus poderes estaban conectados. Unidos por el fuego
del infierno.

Turner enfundó su pistola.

—Si asesina a alguien, no voy a cargar con la culpa.

Darlington picó con el dedo a Dawes.

—Te has vuelto blanda.

Dawes se limitó a sonreír.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—Vamos —le dijo a Tripp—. Te llevaremos a Il Bastone y veré qué puedo


encontrar para alimentarte.

—Oh caramba, gracias. Gracias.

—Pero vas a tener que cambiarte —dijo Alex.

—Por supuesto. Sé que no he sido el miembro más responsable del equipo,


pero creo en el crecimiento transformador…

—Ropa, Tripp. Vas a tener que cambiarte de ropa.

—¡Mierda, sí! Absolutamente. ¿Qué había dicho? Eres genial, Alex. —


Levantó la mano para chocar los puños—. Sólo en verdad quiero comerte.

Alex apretó sus nudillos contra los de él.

—Lo sé, colega.

Desapareció en el baño con inquietante rapidez y regresó con unos


pantalones cortos limpios y una chaqueta polar. 584
Cuando salieron a la noche, Alex se sintió tremendamente esperanzada.
Eitan había muerto. Anselm había sido desterrado. Encontrarían la forma de
romper los encantamientos del Guantelete para que nadie pudiera volver a
utilizarlo.

Las iglesias sobre el parque brillaban como estrellas en su propia


constelación, y las campanas de Harkness comenzaron a sonar. La melodía era
dulce y familiar, aunque su cerebro no lograba ubicarla.

«Vamos. Vamos».

El miedo, duro como una piedra, se instaló en sus entrañas.

«Déjame llevarte de la mano. Hasta el hombre. Hasta el hombre. El líder de la


banda».

Alex miró a Harkness. Mientras miraba, una forma oscura se desprendió de


la piedra en lo alto de la torre. Extendió las alas, una sombra negra en el
crepúsculo, con los ojos rojos.

Hell bent
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—Oh, Dios —gimió Tripp.

—¿Es Reiter? —Dawes carraspeó.

—No lo creo —dijo Darlington—. No puede deshacerse de su forma humana.

Turner miraba fijamente a Harkness, a aquellos ojos que los contemplaban.

—¿Qué otra cosa podría ser?

—Un demonio. Un monstruo bajo su mando.

—No —dijo Dawes—. Eso no puede ser. Atrapamos a esos demonios en el


infierno. Cerramos la puerta.

«Es tu presencia en el infierno la que mantendrá la puerta abierta». La herida


en la muñeca de Alex palpitó.

—La desangró —dijo Darlington.

Golgarot. No había intentado matar a Alex, ni siquiera mantenerla en el


585
infierno cuando la mordió.

—Usó mi sangre para apuntalar la puerta.

La cosa encaramada sobre Harkness se lanzó a la noche.

—Tenemos que rastrearlo —dijo Dawes—. Capturarlo o...

—Esa cosa es la primera —dijo Darlington—. No será la última. Tenemos


que encontrar una forma de cerrar la puerta para siempre, de sellar el
Guantelete antes de que los demonios descubran cómo mantenerlo abierto.

—¿Sería tan malo? —Tripp preguntó inocentemente.

—¿Demonios alimentándose de los vivos? —Turner estalló—. ¿Infierno en la


Tierra? Sí, Tripp. Eso sería malo.

Alex miró a la criatura dando vueltas por encima. Estaba harta de ser
utilizada por Lethe y hombres como Eitan.

—No puedes aprovecharte de nosotros —le dijo a la cosa en el cielo, a Linus


Reiter y Golgarot, y a cualquier cosa hambrienta que pudiera estar cazándolos.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

—No puedes utilizarme para hacerlo. —Se enfrentó a Turner—. Encuentra a


Mercy. Adviértele. Asegúrate de que esté a salvo. Dawes, lleva a Tripp a Il
Bastone y no permitas que te coma.

—Alex —dijo Dawes en tono de advertencia, con preocupación en su voz—.


¿Qué vas a hacer?

—Lo único que se me da bien.

Alex se puso en marcha a través del parque, desafiando al monstruo de


arriba a seguirla. Desenvainó su espada de sal e invocó su fuego infernal,
dejando que floreciera sobre su cuerpo. Si Reiter quería un objetivo, ella se lo
daría. Darlington ya estaba a su lado, igualando su paso, con los cuernos
brillantes y un gruñido grave retumbando en su pecho.

Un poco de magia. Un talento para recibir golpes. Un demonio a su lado.


Era todo lo que tenía, pero quizá era todo lo que necesitaba.

—Vamos, Darlington —dijo—. Vamos a mostrarles el infierno.


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Hell bent
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Agradecimientos

Gracias por descender una vez más conmigo. Al igual que en Ninth House, casi
todos los edificios y estructuras de este libro son reales y se pueden encontrar
en el mapa de New Haven, excepto Black Elm, que se inspiró en algunas de las
casas del área de Westville. Sweetwell también es inventado, pero no
recomiendo cruzar Old Greenwich en busca de alguna semejante. Al menos no
de noche.

Todas las inscripciones y piezas de decoración descritas en Yale, New Haven


y la Biblioteca Conmemorativa Sterling son reales, incluida la puerta secreta de
los Bibliotecarios de la Universidad. Me tomé una pequeña libertad con el
cuadrado mágico de Durero, que está a unos metros de la entrada de Daniel y
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el foso de los leones al patio de Selin, en lugar de directamente encima. James I
se refería a la Bodleian, pero si tuviera que elegir una biblioteca para una
prisión, Sterling sería una muy buena. La colección de agua de estanque en el
sótano del Museo Peabody también es real aunque estoy segura de fue
resguardada durante la renovación. El mapa de amatista no lo es, pero debe
tenerse en cuenta que muchos estudiantes y profesores de Yale tenían
esclavos, incluido Jonathan Edwards, el predicador de fuego y azufre que da
nombre a la residencia de Alex. Para obtener más información sobre la relación
de la Ivy League con la esclavitud, considere “Ebony and Ivy: Race, Slavery, and
the Troubled History of America's Universities de Craig Steven Wilder y la
investigación del grupo de trabajo Yale y la Esclavitud:

https://yaleandslavery.yale. educación

Me gustaría agradecer especialmente a Camila Zorrilla Tessler, cuya ayuda


para acceder y desentrañar los misterios de Sterling fue invaluable. Gracias por
responder a mis preguntas más extrañas y por compartir sus muchas ideas
sobre Yale y la biblioteca. Gracias también a Tina Lu y Suzette Courtmanche

Hell bent
LEIGH BARDUGO

de Pauli Murray College, quienes fueron los anfitriones de mi visita de


investigación más reciente al campus; y gracias a David Heiser del Museo
Peabody, quien tuvo la amabilidad de mostrarme una pequeña fracción de la
extraordinaria colección del museo durante mi primera visita. Gracias
nuevamente a Michael Morand, Mark Branch, Claire Zalla y la brillante Jenny
Chavira, quienes me conectaron con tantas personas y recursos maravillosos.
D, gracias por compartir sus experiencias en ambos lados de la ley.

Muchos libros contribuyeron al mundo de Ninth House y Hell Bent, pero me


gustaría destacar específicamente Visions of Heaven & Hell Before Dante,
editado por Eileen Gardiner; Yale: la historia de Brooks Mather Kelley; Yale en
New Haven: Arquitectura y Urbanismo por Vincent Scully; como siempre la
Universidad de Yale de Patrick Pinnell: un recorrido arquitectónico; Model City
Blues: Espacio urbano y resistencia organizada en New Haven por Mandi Isaacs
Jackson; El Plano de New Haven de Frederick Law Olmsted y Cass Gilbert; El
gran escape de Edward Whalley y William Goffe de Christopher Pagliuco; El 588
paisaje artístico público de New Haven: temas en la creación de una imagen de
ciudad por Laura A. Macaluso; y Calles de New Haven: el origen de sus
nombres por Doris B. Townshend. Si todavía está activa, recomiendo
encarecidamente la fantástica exposición del Museo de New Haven sobre la
fábrica de la Compañía de Relojes New Haven. Si ya no está, escuché que
Gorman Bechard está trabajando en un documental.

En Flatiron, me gustaría agradecer a Bob Miller, Kukuwa Ashun y mi


editora, Megan Lynch, quienes abordaron esta novela con ingenio y cuidado.
Gracias también a mis geniales equipos de marketing y publicidad: Nancy
Trypuc, Katherine Turro, Maris Tasaka, Erin Gordon, Marlena Bittner, Amelia
Possanza y Cat Kenney; Donna Noetzel, Keith Hayes y Kelly Gatesman, quienes
hicieron que este libro luciera tan bien; y Emily Walters, Morgan Mitchell, Lena
Shekhter y Elizabeth Hubbard en la producción. Siempre estaré agradecida con
Jenn Gonzalez, Malati Chavali, Louis Grilli, Kristen Bonanno, Patricia Doherty,

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Brad Wood y todos los miembros del equipo de ventas de Macmillan por apoyar
mis historias.

En New Leaf, muchas gracias a Veronica Grijalva; Victoria Hendersen;


Jennie Carter; Emily Berge-Thielmann; Abigail Donoghue; Hilary Pecheone;
Meredith Barnes; Joe Volpe; Katherine Curtis; Pouya Shahbazian, que me ha
ayudado a caminar por el valle de la sombra del desarrollo; Jordan Hill, quien
es un fantástico lector, estratega y co-conspirador; y, por supuesto, Joanna
Volpe, quien ha sido mi defensora durante más de diez años y quien de alguna
manera ve un camino a través de la tormenta cuando estoy lista para hundir el
barco.

Muchas gracias a David Petersen y Justin Mansfield por su ayuda con el


latín y el árabe, a Sarah Mesle por presentarme Shell and Bones, a Amie
Kaufman por su experiencia en la navegación y su ayuda para dar forma a la
historia de Tripp, a mis compañeros de la universidad Hedwig, Emily, Leslie y
589
Nima por compartir sus recuerdos conmigo, y a mis generosos y sabios
compañeros de crítica Daniel José Older, Holly Black, Kelly Link y Sarah Rees
Brennan por su creatividad, inteligencia y buen humor. Gracias a Melissa
Rogal por ser diplomática y una general, a Peter Grassl por hacer los cálculos y
apagar muchos incendios, y a Morgan Fahey por siempre presentar arcanos de
calidad. Jeff, gracias por ser tan divertido con los esquemas. Adrienne, gracias
por ofrecer cócteles, amabilidad y sabiduría cuando más los necesito. Alex,
gracias por prestarme tu maravillosa mente para escribir y comercializar. Sooz,
gracias por tu ayuda en todo, desde la copia de solapa hasta mi cerebro
extraño. Gracias también a Noah Eaker, quien primero se arriesgó con Alex y
su viaje.

Chris, Sam, Ryan y Em, gracias por hacerme reír. Mamá, gracias por
educarme en la poesía y el sentido común. E, gracias por construir conmigo un
lugar de comodidad, tranquilidad y belleza. Estoy tan feliz de estar en casa
contigo. Fred, saluden a Ball.

Hell bent
LEIGH BARDUGO

Como siempre, un agradecimiento final a Ludovico Einaudi, cuya música


me guía en cada borrador.

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Hell bent
LEIGH BARDUGO

Créditos

The Guardians

Traductoras

Azhreik

Carol02

Yull

Corrección y Diseño

Azhreik
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Hell bent

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