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Parricidio (parricidium).

Constituye el antecedente del actual homicidio especialmente agravado por el


parentesco. Se procuró la intervención del Estado para evitar los conflictos
fratricidas.
La ley Pompeya sobre los parricidas (lege Pompeia de parricidiis) dispuso:
“(…) si alguno ha dado muerte a su padre o su madre, su hermano o hermana,
tío o tía, primo o prima, su cuñado o cuñada, su mujer, su marido, su suegro o
suegra, su hijo o hija, o por su dolo se haya causado este crimen, sea penado
en la forma establecida por la ley Cornelia sobre los asesinos. También la
madre que haya matado su hijo o hija sea penada del modo dispuesto en esta
ley”
Por disposición del emperador CONSTANTINO,
“(…) semejante criminal no debe recibir la muerte por el fuego, ni sufrir otra
pena ordinaria; que sea cosido en un saco de piel, junto a un perro, un gallo y
una víbora, encerrado con bestias y asociado con las serpientes; y además, sea
expulsado al mar o al río vecino, a fin de que, aunque sobreviva, le falten
todos los elementos, que la tierra le sea negada después de su muerte”
El estudio de “las cosas prohibidas” -como la magia-, la imposición de
suplicios en forma clandestina, y la “generación de maleficios” eran conductas
sancionadas por esta ley
Por el contrario, la norma no se aplicaba al demente que matara a su padre; la
pena aplicable al caso no era la del parricidio, sino “la correspondiente a la
propia locura, es decir, el encierro”
g) Profanación de tumbas (sepulcro violato).
Quien profanaba un sepulcro -“la casa de los muertos”, si incorporaba los
objetos a una construcción cometía un doble crimen: en perjuicio del difunto,
y por la utilización de las cosas ilícitamente habidas, la acción configuraba un
crimen de lesa religión.
El esclavo que fuera sorprendido demoliendo una tumba era condenado “a los
metales”, es decir, la muerte mediante derramamiento sobre su cuerpo; si la
acción era producto de la orden de su amo, entonces la pena era de
confinamiento. Cuando la cosa sustraída de la tumba era incorporada en una
finca urbana o rural, la ley establecía la confiscación de la vivienda, por
ejemplo, si era sustraído el busto del difunto para utilizar el metal refundido en
la ornamentación de un edificio, o si las columnas o trozos de piedra eran
empleados en la decoración de las salas.
La represión del crimen era especialmente encomendada a los jueces, y por
ello la norma establecía que el magistrado que dejara impune en su
jurisdicción la profanación de tumbas era condenado al pago de veinte libras
de oro.

Hurtos nocturnos o cometidos en los baños públicos.


El hurto nocturno (fures nocturni) o el hurto en baños públicos (fures
balneariis) eran considerados muy graves.
La pena aplicable a los dos casos mencionados era la de trabajos públicos. Al
soldado que hurtara algo en un baño público se le daba inmediatamente de
baja.

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