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“A TODA LA TIERRA ALCANZA SU PREGÓN”.


VIVIR EL ADVIENTO CON TODA LA CREACIÓN
Retiro de Adviento 2016-CONFER Almería

Ana Isabel González MMB

Nuestro planeta: un milagro en equilibrio

En su encíclica Laudato si´, el Papa Francisco ha llamado a todos los creyentes a


comprometernos en el cuidado de la Tierra, del planeta que habitamos, con su inmensa
belleza y la enorme variedad de formas de vida que lo pueblan. Este planeta que es, en
realidad, un milagro. No somos conscientes de la gran cantidad y complejidad de los
procesos que han tenido que darse a lo largo de miles de millones de años para que, en
un rincón perdido del Universo, haya surgido un lugar capaz de producir vida y, más
aún, “nuestra vida”, la vida humana, vida que piensa, siente, ama, puede elegir en
libertad, y puede también relacionarse amorosamente con Aquel a quien reconocemos
como el origen de este universo, de la vida y de nuestro propio ser.

Los creyentes reconocemos que este milagro no está aquí “porque sí”, no ha
acontecido por casualidad, sino que es fruto del amor y lugar donde se desarrolla una
historia de amor, la de Dios con la humanidad y con cada uno/a de nosotros/as. Nuestra
casa común es más que una casa. Es el espacio en el que acontece eso que llamamos la
historia de la Salvación, la historia de amor de Dios con su pueblo (que son todos los
pueblos) y, como tal, participa de esa historia, es parte de ella.

Este milagro, caracterizado por su complejidad, diversidad y belleza, es un


milagro en equilibrio. La vida en nuestro planeta es posible gracias a una serie de
equilibrios (térmicos, biológicos, climáticos...) que hoy se están rompiendo por causa de
una acción humana inconsciente, desenfrenada, desbocada y, en el fondo, desorientada,
que está dañando ya muchos ecosistemas, causando la extinción de muchas especies,
afectando a la supervivencia de muchos pueblos y que amenaza gravemente la vida en
su conjunto. Y por ello, porque daña la vida y la pone en peligro, está dañando también
el proyecto de Dios.

Adviento: tiempo de abrirnos a un nuevo comienzo, de sanar las relaciones rotas


2

Y estamos dañando el equilibrio que permite la vida sobre la Tierra, dice el Papa
en Laudato si´, porque los seres humanos estamos viviendo de una forma
desequilibrada, de una forma desgajada, en el fondo poco humana. Ese desequilibrio de
la naturaleza es un síntoma de un desequilibrio más hondo del corazón humano. Hay
una raíz humana en la crisis ecológica, porque no hemos encontrado aún la manera justa
y armoniosa de estar en ella. Lo padece la Tierra. Lo padecen los pueblos y las personas
más vulnerables. Lo estamos padeciendo todos nosotros. Aunque no nos demos cuenta.

Si queremos vivir humanamente es necesario, entonces, “rehacer los distintos


niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el solidario con los demás,
el natural con todos los seres vivos, el espiritual con Dios” (LS 210). Necesitamos
reconstruir los vínculos, rehacer las relaciones básicas que nos constituyen y que nos
hacen vivir. Siguiendo la invitación de Francisco, ponemos hoy nuestra mirada en
nuestra relación con la Tierra amenazada. Necesitamos una nueva relación con la Tierra
porque no podemos sobrevivir sin ella y porque su deterioro es también el nuestro.

En este tiempo de Adviento nos disponemos para acoger la llegada a la


humanidad y a nuestras vidas de Aquel que vino y sigue viniendo a hacer nuevas todas
las cosas, a sanar todas las heridas, a reconciliarlo todo. El Adviento nos anuncia y nos
posibilita siempre un nuevo comienzo. El Dios-con-nosotros se inserta en nuestra
historia, rota y herida, para sanarla desde dentro con un amor solidario hasta el extremo
que llega hasta dar la vida. Y lo hace desde abajo, desde el lugar donde están los
humildes y las víctimas, desde lo débil, frágil e indefenso que necesita ser cuidado,
protegido y defendido1. Este tiempo de Adviento nos puede ayudar a sanar nuestra
relación con la Tierra, con las criaturas, con la gran comunidad de la vida, conscientes
de que eso significa también sanar nuestra propia humanidad.

En este retiro, queremos ofrecer algunas claves para acercarnos a la creación, a


la Tierra, con una profunda mirada de fe, mirándola como la mira Dios, descubriéndola
en todo su valor teologal: como morada de Dios, expresión de su cercanía, palabra en la
que él nos habla, realidad referida a Jesús de quien recibe su sentido y a quien, con
nosotras, aguarda.

1
“Hay otros seres frágiles e indefensos, que muchas veces quedan a merced de los intereses económicos
y del uso indiscriminado. Me refiero al conjunto de la creación” (EG 215).
3

Acoger la cercanía de Dios en sus criaturas: “Todo es caricia de Dios” (LS 84).

Acoger es una de las grandes palabras del Adviento. Significa “hacer hueco”,
abrir un espacio en el propio interior para recibir otra presencia que puede fecundar
nuestra vida. Acoger es hacerse receptiva y dejar que las cosas entren en nosotras. Tiene
mucho que ver con contemplar, mirar detenidamente, prestar atención, no quedarse en
la superficie de las cosas sino adentrarse en su profundidad para sentirse en comunión
con ellas. Tiene mucho que ver, también, con la gratuidad y la gratitud.

Laudato si´ nos ha invitado a acercarnos a la creación, a la naturaleza, a las


criaturas, desde esa actitud contemplativa que las descubre como un don y como un
misterio, que se detiene a percibir su belleza y experimenta el asombro ante su
existencia. Quizá nuestro primer aprendizaje ha de ser el de descubrir, contemplar,
experimentar la creación “como un don que surge de la mano abierta del Padre” (LS
76), como un “misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza” (LS 12).

En la creación Dios se nos regala. No nos regala cosas, sino que se regala a sí
mismo. Toda la creación y cada criatura es expresión del amor de Dios, ha nacido de ese
amor y en ellas ese amor llega a nosotras. La creación es, en cierto modo, un
“adviento”, porque en ella Dios se está acercando a nosotras, nos rodea y nos “toca”. El
Papa Francisco lo dice de forma muy bella: “Cada criatura tiene una función y ninguna
es superflua. Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios. El suelo, el
agua, las montañas, todo es caricia de Dios” (LS 84). En las criaturas, Dios nos
acaricia. Ellas son testigos que nos dicen: el Señor está cerca. Está aquí, dándonos vida
y sosteniendo tu vida, porque si Él no estuviera dándonos vida en cada momento,
simplemente no existiríamos. Así lo expresa Elizabeth Johnson:

“El hecho mismo de que (las criaturas) estén ahí, de que existan, depende
por completo de la desbordante generosidad del Creador incomprensible que
libremente comparte su vida con el mundo... Un flujo ininterrumpido de bondad
divina sostiene en todo instante la existencia del universo... La creatividad divina
opera aquí, ahora, en el próximo minuto, de lo contrario, no existiría el mundo
en absoluto”2.

2
E. A. JOHNSON, “Pregunta a las bestias”. Darwin y el Dios del amor, Santander 2015, 122.
4

Quizá podemos dedicar un espacio en el día de hoy y en este Adviento a acoger


el don que Dios nos regala en la creación, a contemplar cada criatura (el sol, el aire, el
agua, el árbol, los animales, las plantas, los pájaros...) y a sentir en ellos la caricia de
Dios, el lenguaje de su amor, la expresión de su enorme belleza, vitalidad y sobre todo,
de su fidelidad que sostiene a todas las cosas en la existencia continuamente, sin retirar
nunca su aliento (Salmo 104). El Señor está cerca y es siempre fiel. No cesa nunca de
darnos vida, de cuidar de nosotras, como cuida de cada una de sus criaturas.

Seguramente Jesús aprendió a sentirse Hijo amado del Padre contemplando la


creación. Así descubría cómo Dios alimentaba gratuitamente a las aves del cielo y vestía
primorosamente a los lirios del campo (Mt 6,26-28: ¡Cuánto más con vosotras!), o cómo
su bondad hacia salir el sol o enviaba la lluvia sobre todos, justos e injustos (Mt 4,44-
45); o hacía crecer la semilla en la tierra de noche y de día sin que el labrador supiera
cómo (Mc 4, 26-29)... A Jesús, las criaturas le hacían presente la solicitud amorosa del
Padre.

Ojalá sepamos cultivar en nuestra vida esa relación contemplativa, receptiva y


agradecida con las criaturas que nos haga sentirnos hermanas de todas ellas y nos ayude,
también, a reposar confiadamente nuestra vida en manos del Padre. Así nos iremos
convirtiendo en personas más armoniosas, más reconciliadas, más capaces de acoger
también a los otros, los acontecimientos, la vida en toda su integralidad...

“El cielo proclama la gloria de Dios”. La creación como palabra

Nos dice el comienzo de la carta a los Hebreos: “Muchas veces y de muchas


maneras habló Dios al mundo en el pasado por medio de los profetas. En estos últimos
tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1,1-2a).

Jesús es la Palabra definitiva del Padre. En él, en su humanidad, en su historia,


Dios se nos ha mostrado de manera total y plena. Nos ha comunicado quién es Él y
quiénes somos nosotros, lo que cada uno/a de nosotros estamos llamados a ser. Él es la
Palabra, con mayúsculas. Dios ya no puede decirse más ni dársenos más en esta historia
de lo que lo ha hecho en Jesús. Por eso, aunque es una Palabra encarnada, finita, a
nuestra medida, es también una Palabra inagotable que siempre tiene algo más que
decirnos.
5

Sin embargo, la Escritura nos dice que Dios no ha comenzado a hablar, a


decirse, a comunicarse con nosotros en Jesús. Esa Palabra lleva resonando desde el
principio de los tiempos. No sólo desde los profetas, como dice la carta a los Hebreos.
La Escritura también nos dice que la Palabra está resonando desde el comienzo de la
creación en esas pequeñas palabras (con minúscula) que son las criaturas. En ellas Dios
también se dice y nos habla de forma fragmentaria, parcial, aún no completa. Algo así
intenta expresar el comienzo del Evangelio de Juan: “Todo fue creado por la Palabra y
sin ella no se hizo nada... En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el
mundo no la conoció” (Jn 1,1-3.10). Es decir, el mundo, la creación es ya una
manifestación de Dios. Y las criaturas hablan ya, de algún modo de Jesús y le
pronuncian a su manera, limitada y fragmentariamente.

A lo largo de la historia y de formas distintas, esto lo han dicho muchos autores


con imágenes muy expresivas. Por ejemplo, Nicolás de Cusa hablaba de una gran voz
que va creciendo en intensidad: “Tenemos un salvador... que llena todas las cosas y es
el primogénito de todas las criaturas... Esta gran voz, tras haber ido creciendo en
intensidad ininterrumpidamente a lo largo de los siglos hasta Juan, la voz que clama en
el desierto... ha tomado, por fin, forma humana”3. Tomás de Aquino decía que las
criaturas son “voz del Verbo” (vox Verbi)4. Para Karl Rahner, si Jesús era la Palabra, el
ser humano es su “abreviatura” y la creación es la “gramática”, algo así como las piezas
sueltas de las que Dios se sirve para expresarse5. Benedicto XVI afirmaba que: “la
misma creación, el `liber naturae´, forma parte esencialmente de esta sinfonía a varias
voces en que se expresa el único Verbo”6. E Hildegarda de Bingen decía que el sonido
sagrado del Verbo resuena en todo lo creado7.

La creación es palabra que remite al Creador y “dice” algo de él. Esta


experiencia está muy presente en Laudato si´. Por ejemplo, el Papa nos recuerda que
Francisco de Asís “nos propone reconocer la naturaleza como en espléndido libro en el
cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad” (LS 12). Y nos
dice también: “Dios ha escrito un libro precioso `cuyas letras son la multitud de las

3
Excitationes, 1, 3, citado por W. KERN, “Interpretación teológica de la fe en la creación”, en Mysterium
Salutis II-I, Madrid 1969, 522.
4
In I Sent., d. 27, q. 2, a. 2, qla. 2, ad 3.
5
K. RAHNER, Para la teología de la encarnación, ET IV, Madrid 1964, 139-157.
6
Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Verbum Domini 7.
7
Carta de Hildegarda a Bernardo de Claraval, en G. EPINEY-BURGARD, E. ZUM BRUNN, Mujeres
trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa Medieval, Buenos Aires 1989, 55.
6

criaturas presentes en el universo´” (LS 85, cf. 84). Por eso: “`para el creyente
contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y
silenciosa´. Podemos decir que `junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en
la Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la
noche´” (Juan Pablo II, catequesis del 2 de agosto de 2000).

Verdaderamente, hay un evangelio que se proclama a lo largo y ancho de toda la


creación, como dice el Papa Francisco8. A través de las criaturas el Creador comunica
silenciosamente su presencia y ellas expresan cada una a su modo una pequeña parte de
su inagotable bondad, riqueza, sabiduría, creatividad... (cf. LS 86). Para escuchar ese
evangelio podemos fijarnos en Jesús. Él, que era la Palabra encarnada, sabía leer el libro
de la naturaleza y en ella aprendía sobre Dios, sus deseos y su modo de ser (cf. LS 97).

Las criaturas pueden ser contempladas como un “adviento”, porque, en cada una
de ellas, Dios balbucea ya esa Palabra que pronunciará definitivamente en Jesús de
Nazaret. Esa voz de las criaturas está ahí para que nosotros la escuchemos, la acojamos
y elevemos la nuestra en alabanza agradecida. Un ejemplo bellísimo es este texto de un
místico del siglo XIV, Enrique Suso:

“Cuando, en el canto de la misa, llego a las palabras `levantemos el


corazón´, imagino que tengo ante mí a todos los seres creados por Dios en el
cielo y en la tierra: el agua, el aire, el fuego, la luz y cada elemento, cada uno
con su propio nombre, así como las aves, los peces del mar y las flores de los
bosques, todas las hierbas y plantas del campo, las innumerables arenas del mar,
los polvillos que se ven en los haces de luz solar, las gotas de lluvia que caídas o
a punto de caer, las gotas de rocío que adornan el césped. Entonces, imagino que
estoy en el medio de estas criaturas como un maestro de canto en el medio de un
gigantesco coro”9.

Podemos dedicar hoy un tiempo a orar con el Salmo 18 tratando de escuchar y


celebrar esa palabra que Dios nos dice en la creación y en cada una de las criaturas:

“El cielo proclama la gloria de Dios,


el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

8
“El evangelio de la creación” es el título del capítulo 2 de Laudato si´.
9
Citado por Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, en la homilía pronunciada ante el
Papa en la celebración de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación (setiembre de
2016).
7

Sin que hablen, sin que pronuncien,


sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje”.

Y también podemos recoger esa voz silenciosa en nuestra oración, invitando a


toda la creación a alabar a Dios con el Salmo 148 como si fuéramos “un maestro de
canto en medio de un gigantesco coro”.

“Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto.


Alabadlo, sol y luna; alabadlo, estrellas lucientes.
Alabadlo, espacios celestes y aguas que cuelgan en el cielo.
Alaben el nombre del Señor, porque él lo mandó, y existieron.
Les dio consistencia perpetua y una ley que no pasará.
Alabad al Señor en la tierra, cetáceos y abismos del mar,
rayos, granizo, nieve y bruma,viento huracanado que cumple sus órdenes,
montes y todas las sierras, árboles frutales y cedros,
fieras y animales domésticos, reptiles y pájaros que vuelan”.

Quizá después de hacerlo, podremos entender en toda su densidad las palabras


del Papa Francisco:

“Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no


podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para
siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen que ver con
alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no darán
gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No
tenemos derecho” (LS 33).

Dicho de otro modo:

“Desde un punto de vista religioso, estamos destruyendo modos de


presencia divina. Por cada especie que se extingue, se borran irreversiblemente
huellas de Dios. Por nuestra propia voluntad y arrogancia, estamos degradando
la buena Tierra que nos ha dado, como un don, el Divino Dador. Degradar la
Tierra es interferir con el mensaje de su Creador; al rechazar la expresión de
Dios, la forma de comunicarse Dios, estamos rechazando a Dios mismo, ya que
Él se comunica en la diversidad de la creación”10.

La creación también es salvada

Decíamos al principio que la creación es el lugar donde se desarrolla la historia


de amor de Dios con la humanidad. En realidad, es mucho más que eso, pues ella misma
participa de esa historia de amor y es transformada por ella. No es un escenario neutro
del que podremos prescindir al final. La salvación cristiana no es acósmica. La plenitud

10
I. DELIO, K. D. WARNER y P. WOOD, El cuidado de la Creación. Una espiritualidad franciscana de
la Tierra, Arantzazu 201, 270.
8

que trae Jesús incluye también “al cielo y a la tierra”. Es “cielo nuevo” y “tierra nueva”
(Ap 21,1-5), donde Dios será “todo en todas las cosas” (1Cor 15,27-28). Las criaturas
son nuestras compañeras de camino y de destino. Y también están a la espera de la
venida definitiva del Señor. Ellas aguardan, junto con la humanidad, “la manifestación
gloriosa de nuestro Salvador” (Tt 2,3) que sanará sus heridas, también las que les causa
nuestro abuso, y las hará brillar en todo su esplendor. La creación y la humanidad dicen
juntas: ¡Ven, Señor Jesús!

“Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de


Dios (1Cor 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del
universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin. Sí, estamos
viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la nueva Jerusalén, hacia la
casa común del cielo. Jesús nos dice: `Yo hago nuevas todas las cosas´ (Ap
21,5). La vida eterna será un asombro compartido, donde cada criatura,
luminosamente transformada, ocupará su lugar y tendrá algo que aportar a
los pobres definitivamente liberados” (LS 243).

Nos disponemos a celebrar la encarnación de Dios, el acontecimiento que ha


comenzado a transformar ya todas las cosas. Dios se ha insertado en nuestra humanidad.
Ha vivido nuestra vida para que nosotras podamos vivir la suya. Se ha introducido en
nuestra historia para introducirnos a nosotras dentro de sí. Este es el “admirable
intercambio” del que hablaban los Padres de la Iglesia.

Pero este acontecimiento no afecta sólo a la humanidad. Toda la creación


participa también de la encarnación. Por esta, dice Francisco, Dios “se ha unido
definitivamente a nuestra tierra” (LS 245), “ha incorporado en su cuerpo parte del
universo material para introducir en él un germen de transformación divina” (LS 235),
“se ha insertado en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz” (LS
99).

El Papa Juan Pablo II lo explicaba de esta forma:

“La encarnación de Dios-Hijo significa asumir la unidad con Dios no


sólo de la naturaleza humana, sino asumir también en ella, en cierto modo, todo
lo que es `carne´, todo el mundo visible y material. La encarnación, por tanto,
tiene también su significado cósmico y su dimensión cósmica. El `Primogénito
de toda la creación´, al encarnarse en la humanidad individual de Cristo, se une
en cierto modo a toda la realidad del hombre, y en ella a toda `carne´ y a toda la
creación”11.

11
Dominum et Vivificanten 50
9

En Jesús, Dios ha hecho suya nuestra realidad humana y en ella ha abrazado


todo el dolor de la historia, de las víctimas, de cada persona, para sanarlo de raíz. Pero
aunque hoy aún nos resulte extraño, no es exagerado decir que también ha abrazado el
dolor de la creación, el dolor de “nuestra oprimida y devastada tierra” que “clama por
el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que
Dios ha puesto en ella” (cf. LS 2). Dios no excluye a nadie de su com-pasión, de su
solidaridad transformadora, de su proyecto de vida plena. Las criaturas, salidas de sus
manos y de su corazón, son también objeto de su compasión y él escucha, acoge y hace
suyo su clamor.

Ser esperanza para la Tierra

Después de todo lo dicho, hemos podido tomar mayor conciencia del inmenso
valor de este planeta en el que Dios nos ha puesto (EG 183) y que ha puesto en nuestras
manos. Y podemos también apreciar un poco más lo que estas noticias significan:

• En 2007, el ritmo de deforestación era de 7 millones de hectáreas al año, un


campo de futbol cada cuatro segundos. En 2015, el ritmo era ya de 13 millones
de hectáreas anuales. Según un estudio de la revista Nature, al ritmo actual los
árboles desaparecerán en 300 años.
• La ONU alerta de que se extinguen 150 especies animales al día, lo que se
considera la mayor pérdida biológica desde que desaparecieron los dinosaurios.
Además, el número de ejemplares de todas las especies animales ha descendido
en un 25% para los vertebrados y un 40% para los vertebrados.
• Cada años, el mundo tira 8 millones de toneladas de plástico al mar. En 2050
habrá en los océanos más cantidad de plásticos que de peces.
• En los últimos 30 años se han triplicado las sequías y las inundaciones, y los
cambios y desastres ambientales han provocado migraciones mayores que los
conflictos armados. En 2014, más de 19 millones de personas tuvieron que
abandonar sus hogares por desastres como inundaciones, tormentas o
terremotos. En 2050 habrá 250 millones de refugiados climáticos.
• Casi 300 activistas del medioambiente han sido asesinados en los dos últimos
años, en su mayoría pertenecientes a comunidades indígenas amenazadas por
grandes proyectos extractivos o hidroeléctricos que destruyen sus tierras y
ecosistemas.
10

Hemos de vivir el Adviento escuchando estos y otros muchos gritos de la Tierra y


de la humanidad, “el gemido de la hermana Tierra que se une al gemido de los
abandonados del mundo con un clamor que nos reclama otro rumbo” (LS 53). Acoger
al Dios que viene nos ha de llevar también a preguntarnos cómo podemos ser nosotras
esperanza para la Tierra y para los hermanos y hermanas que sufren con mayor
intensidad las consecuencias de su explotación abusiva.

La crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior,...


una conversión ecológica que implica dejar brotar todas las consecuencias del
encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que nos rodea. Vivir
la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una
existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario
de la experiencia cristiana (LS 217).

Ser esperanza para la Tierra implica comprometerse en su cuidado, tomar


conciencia de nuestra responsabilidad sobre ella, administrar bien sus recursos para que
lleguen a todos, consumir de una forma más equilibrada y justa, cuidar nuestro entorno
y cuidar a las personas, comprometernos con la justicia social, económica y ambiental.
Las criaturas, que a través de su existencia nos anuncian la cercanía de Dios, necesitan
que, a través de nuestro cuidado, Dios llegue también a ellas.

“Muchas cosas tienen que reorientar el rumbo, pero ante todo la humanidad
necesita cambiar” (LS 202). Y el cambio ha de comenzar por nosotras mismas, por
nuestras comunidades... Un cambio que supone nuevas actitudes y modos de vivir y que
se concreta en pequeños gestos, opciones y decisiones que brotan de la conciencia de
que “todo está relacionado y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y
hermanas en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a
cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano sol, a
la hermana luna, al hermano río y a la Madre Tierra” (LS 92).

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