Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Edición impresa
Sistema, personal, leyes: la crisis es general. ¿Es posible encontrar un hilo conductor, una
articulación entre esos males, un origen común?
En las últimas décadas las materias teóricas en la carrera de Derecho han acompañado la
crisis de sentido que afecta en general a las Humanidades y las Ciencias Sociales,
abismadas en debates epistemológicos (es decir, en torno a la posibilidad de producir y
comunicar conocimiento verdadero) de los que se han mostrado incapaces de salir por sí
mismas.
En lugar de las viejas materias teóricas se les provee a los alumnos un amasijo de
contenidos en los que se mezclan las teorías críticas del Derecho, diversos
posestructuralismos, posmodernidades y deconstruccionismos, teorías de género,
corrientes sociológicas en boga, etc.
Es probable que el impacto de estas teorías sea más profunda en nuestro país, dada la
alta sensibilidad de los académicos e intelectuales respecto de las tendencias y novedades
del ambiente, sólo comparable al mundo de la moda.
A esto se agrega el hecho de que la complejidad creciente del propio Derecho, empujada
por la positivización, ha llevado a que se le dediquen cada vez más asignaturas técnicas
en desmedro de las teóricas. Menos y peor teoría, más técnica.
Mientras que las facultades siguen produciendo técnicos del Derecho aunque en formas
cada vez más degradadas (basta ver la emergencia del carancho como tipo profesional
dominante: su hábitat no se limita a los juzgados penales; los hay también en los grandes
bufetes y los departamentos jurídicos corporativos) la posibilidad de formar profesionales
comprometidos con la Justicia se ha perdido casi por completo.
Conocer las teorías críticas sobre el Derecho no equivale a saber Derecho. Los alumnos
que muestran inclinación o vocación por la teoría jurídica y que son potencialmente el
mejor fruto de las facultades de Ciencias Jurídicas, son persuadidos de que el Derecho
es incapaz de servir a la Justicia, de contribuir a su realización. El resultado es la
formación de académicos, magistrados, funcionarios y activistas que no creen en la
función social del Derecho.
La interacción de "técnicos" y "críticos" del Derecho nos pone, desde el punto de vista de
la Justicia, en el peor de los mundos posibles.
Es necesario aclarar que ni todas las escuelas de Derecho siguen esas tendencias, ni
todos sus profesores son partícipes de esa declinación, ni se encuentra en sus aulas la
suma de los males del sistema.
La formación de los abogados forma parte del colapso del sistema educativo que
experimenta nuestro país. Esa crisis es más evidente en los ciclos básicos, como la
primaria y la secundaria. Pero la situación no es menos grave en la educación superior.
Las universidades se encuentran en un estado de decadencia sordo, invisibilizado, que no
muestra su particular profundidad, entre otras cosas, por el mero hecho de que han ido
perdiendo progresivamente su relevancia en el entramado institucional del país.