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Cuadernos de Medusa
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La Medea de Eurípides
El retorno a los orígenes míticos, a las imágenes oscuras y a la vez esclarecedoras de los mitos,
representa una vía de acceso fundamental a la relación íntima entre las experiencias subjetivas
individuales y las imágenes de mundo colectivas. En este sentido, la interpretación creativa de los
mitos griegos, cultivada por los antiguos poetas trágicos durante una impactante etapa de
transición histórica, hace más de dos mil años, sigue ofreciendo hasta hoy en día formas
cautivantes para la comprensión de la conexión que une los mundos vivenciales subjetivos con el
contexto cultural. Para la cultura griega, el desarrollo de la tragedia como un nuevo género
literario, significa un hito histórico en una época en la que la creación cultural experimentó un
avance que difícilmente se podría repetir. La Atenas Clásica constituye una fase de transición, en la
cual los poderes divinos del origen, representados en los viejos conceptos míticos y las prácticas
religiosas, se enfrentaron con los nuevos principios jurídicos, políticos y filosóficos que surgieron
con el sistema democrático (ver Vernant, 1972). La insuperable discrepancia entre el mundo
original de los mitos y la nueva estructura social de la democracia, marcaba para el ciudadano de
Atenas el comienzo definitivo de una nueva época.
De los tres autores trágicos, Eurípides es el autor que no sólo toma una mayor distancia crítica
frente al mundo antiguo de la mitología griega, sino también frente a los nuevos principios
sociales, políticos y filosóficos que surgieron con la democracia ateniense (ver Nancy 1992, March
1990 y Williamson 1990). Esta posición crítica en relación con los conceptos religiosos de la época
condujeron a que, en la obra de Eurípides, los héroes legendarios y los poderosos dioses griegos
aparecieran menos idealizados y heroicos que en los otros autores trágicos. El conflicto entre el
mundo celestial de los dioses y el mundo terrenal de los humanos se traslada hacia las
contradicciones internas del sujeto trágico, poniendo a éste en el primer plano de la puesta en
escena dramática. Asimismo, las relaciones entre los géneros y las imágenes sobre la feminidad
obtienen en sus dramas, de forma extraordinaria, un carácter de búsqueda de lo nuevo, radical
para esta época. Aunque, por lo general, en las tragedias las figuras femeninas toman la palabra de
forma manifiesta, es en la obra de Eurípides, en la cual ellas se apoderan activamente de las
discusiones políticas y sociales de su tiempo (ver Nancy, 1992).
En este sentido, Medea personifica, como sujeto femenino trágico, una figura paradigmática.
Medea es una figura trágica ubicada en un espacio entre el mundo de lo divino y lo terrenal. Por
un lado está la figura de la mujer enamorada y madre de sus hijos, y por otro lado encontramos la
mujer asesina, que no muestra piedad con sus enemigos. De esta posición ambigua que
caracteriza la Medea de Eurípides, resulta un sujeto femenino, que personifica una mujer
luchando por la realización de su propio proyecto de vida, la cual rompe, en este proceso, con la
posición cultural de la mujer como objeto de intercambio, asignada a la misma por las reglas del
matrimonio. En Medea encontramos una figura femenina que se apropia de sus deseos sexuales y
expresa activamente su agresión y fuerza de voluntad. En una época, en la cual la mujer ocupaba
una posición social restringida políticamente, ella personifica una figura femenina con capacidad
de autodeterminación y autoafirmación. Sin embargo, en contraste con otras figuras trágicas que
representan mujeres independientes, Medea no recibe un castigo directo ni de los dioses ni de los
seres humanos. La legitimación de estas características en la Medea de Eurípides convierte a la
figura principal en un sujeto femenino trágico, que representa capacidades potenciales, todavía
utópicas para la mujer en aquellos tiempos.
La mujer que se apropia de sus propios deseos sexuales y que actúa de acuerdo con sus propios
intereses, que rompe con la tradición y subvierte el lugar social asignado a la mujer es
representada a menudo en la literatura o la mitología a través de figuras deformes o grotescas.
Desde una perspectiva patriarcal la tendencia en la mujer hacia la autonomía y la autoafirmación
tiende frecuentemente a estar asociada con la desmesura, la aberración o la crueldad como
expresiones de aquello que trasciende la cultura y se ubica en el mundo de la naturaleza. La
imagen de lo femenino como continente oscuro, como aquello siniestro que se vuelve inabordable
para la conciencia ha sido un tema de análisis fundamental dentro de la teoría psicoanalítica desde
sus orígenes. Es esta imagen mistificada de la feminidad, que yo pretendo desconstruir con base
en el análisis de Medea, una figura ejemplar de la mitología griega, que en cierta forma no
corresponde con esta imagen estereotipada de la mujer. Medea representa una figura femenina,
que incluso trasciende la fantasía masculina de la mujer como encarnación del mal, siendo ella
presentada también como una mujer autónoma y una madre poderosa.
»Ojalá la nave Argo no hubiera volado sobre las sombrías Simplegádes 2 hacia la tierra de
Cólquide«, (v.1-2) dice, la Nodriza, lamentándose, al comienzo de la tragedia.3 La llegada de Jasón
como capitán de los argonautas a la patria de Medea representa el inicio de una historia de amor
cuyo desenlace trágico está marcado por el encuentro de mundos lejanos e irreconciliables.
Medea, hija de Aietes, rey de tierras bárbaras al este del mar Negro, y Jasón, héroe civilizatorio y
jefe legendario del viaje mítico de los argonautas, se encuentran bajo condiciones adversas e
inician una intensa relación amorosa que los llevará finalmente al exilio. Medea, una joven virgen,
pero con conocimientos profundos sobre la magia, »herida en su corazón por el amor a Jasón«
(v.8), decide ayudarlo en su misión y luego abandonar para siempre a su familia y a su patria. Una
historia que comienza con el enamoramiento adolescente en la mujer y la separación abrupta de
la familia, en la que el »antagonismo entre la familia y la cultura« se pone en escena de forma
violenta (ver Erdheim 1982).
Medea apoya a los argonautas y de esta forma traiciona a su padre, asesina a su hermano para
poder huir y, posteriormente, utilizando a sus hijas, asesina a Pelias, el rey de Iolcos. El proceso de
desprendimiento adolescente va a estar representado, además, por un largo y peligroso viaje »a
través del mar nocturno« y de las »sombrías Simplegádes«, un viaje sin retorno ni reconciliación:
un parto por medio del cual, Medea va a dejar de ser una joven inocente y virgen para convertirse
en una mujer casada, en una madre y en una sabia reconocida. A través de este difícil viaje por las
aguas oscuras y por entre dos peligrosas rocas gemelas, imágenes metafóricas que recuerdan
escenas del embarazo y el parto, Medea se convierte, por medio de su unión con Jasón, en la
creadora de su propia feminidad. A diferencia de otras figuras míticas que son tomadas como
esposas o dadas en matrimonio por sus padres, lo cual era la vía legítima en la Grecia antigua,
Medea se enamora apasionadamente de Jasón y decide autónomamente abandonar su patria con
él. Sin embargo, esta decisión propia y este amor intenso deberá pagarlos con el abandono y la
traición del mismo Jasón. La separación de la familia como decisión propia en la mujer, aparece en
la tragedia como una salida prohibida y, por lo tanto, como una experiencia que debe ser
castigada. El abandono y la traición al padre le van a ser devueltas a través de la traición del
esposo, éste la abandona para casarse con la hija del rey de Corinto, tierra donde ambos se
encuentran en condición de exiliados. Además, por medio de un nuevo exilio, el rey Creonte, la va
a desterrar por temor a su magia y a una posible venganza. El abandono, la traición y el exilio
aparecen como los castigos que debe sufrir Medea, por haber asumido, incluso desde muy joven,
una posición activa como mujer. Justo en esta decisión, encontramos en Medea, como figura
femenina, un aspecto central que no corresponde fácilmente con la imagen polarizada de la mujer
en la Atenas clásica. El ser una maga famosa y una mujer sabia, que al mismo tiempo es madre y
esposa, hacen de la Medea de Eurípides un personaje mítico heterogéneo, una figura femenina
compleja, que encarna una paradoja.
En la figura de Medea, nos enfrentamos con una heroína que representa, a un mismo tiempo, lo
divino y lo terrenal, lo humano y lo animal, una imagen femenina donde confluyen lo destructivo y
lo productivo. Las relaciones de Medea, nieta de los dioses Helios y Océano, con la maga Circe y la
diosa de las profundidades, Hécate, y con las diosas del matrimonio y del amor, Hera y Afrodita, la
hacen codearse con el mundo sagrado de las divinidades griegas. Asimismo, la figura de Medea
está asociada con otras heroínas como Ariadna, ayudante del gran héroe Teseo, con Procne, mujer
que se venga de las humillaciones que su esposo le infringe asesinando a un hijo común, y,
finalmente, con Ino y Agave, mujeres que asesinan a sus hijos en un estado de demencia
provocado por los dioses. Estas similitudes asocian a Medea con lo terrenal, con las pasiones
desenfrenadas de la locura o con las fuerzas salvajes de la naturaleza. Su cercanía con los dioses la
asocian, por el contrario, con lo divino, con el mundo sagrado de aquellos poderes originarios que
se imponen sobre el mundo terrenal.
Esta posición intermedia que Medea comparte con Pentesilea, donde las fronteras entre el bien y
el mal se vuelven permeables, pertenecía ya a los rasgos distintivos de la Medea de Eurípides. Esta
representa, por un lado, a la mujer común y a la madre ateniense, víctima de la institución del
matrimonio y de la exclusión del lugar que ocupa el ciudadano libre, único con participación activa
en la vida cívica y política dentro del sistema democrático griego. Por otro lado, representa a la
mujer asesina, vengadora implacable del destino de las mujeres, con voz propia y con una posición
de lucha frente al lugar de marginación de la mujer. Es una víctima del amor, objeto del abandono
y la traición del hombre. Al mismo tiempo, representa un sujeto femenino, una mujer con una
posición activa en la lucha por encontrar un espacio propio en el lugar donde se instaura la
diferencia entre los géneros.
Vista desde una perspectiva histórica, la figura mítica de Medea aparece, como posible
representante de una tradición ancestral, donde la mujer bajo relaciones sociales más equitativas,
tenía un mayor reconocimiento social y un status valorado en la sociedad. El mito de Medea
podría representar aquella fase de transición entre una época basada en una organización social
matrilineal y otra, donde predominaba una organización patrilineal, con rasgos marcadamente
patriarcales (como era la sociedad ateniense durante la época de Eurípides, ver Dettenhofer 1994,
Lefkowitz 1986, Pembroke 1967 y Thomas 1973). Este lugar de transición podría ayudar a
entender la complejidad que encarna la creación de una figura femenina tan poco convencional e
inequívoca, una figura no apegada al lugar tradicional de la mujer en la historia. Ya desde el siglo V
a.C. los griegos representaban a Medea como una figura femenina heterogénea, en la que
confluían sentimientos contradictorios, roles sociales muy diversos e imágenes conflictivas difíciles
de unificar (Johnston Op. cit.).
La tabuización del placer femenino como lugar vacío frente a una sexualidad masculina que gira
alrededor del pene y la erección como características fálicas y, finalmente, la reducción de la
diferencia entre los géneros al conflicto entre la posesión o la carencia, son algunos de los
principios teóricos, por los cuales la sexualidad femenina ha sido categorizada, dentro del
psicoanálisis, como algo extraño e inaccesible. La sexualidad femenina es considerada como parte
de un continente oscuro, el cual amenaza con salirse fuera de control, si no se le ponen los límites
culturales correspondientes. Al mismo tiempo, la agresión femenina aparece como extraña dentro
del rol tradicional de la mujer en la sociedad, asociado con la maternidad y la capacidad de cuido,
protección y abnegación. La feminidad va a ser asociada con la pasividad y una deficiente
autonomía en la toma de decisiones y en la capacidad de autodeterminación o, por el contrario,
con una agresión destructiva sin límites. Imágenes sobre la feminidad, que van más allá de esta
polarización, todavía no han encontrado una mayor representación dentro de la teoría
psicoanalítica.
Las mujeres aman demasiado. El deseo secreto de sentirse necesitada es el título de un bestseller
norteamericano sobre la dependencia de las mujeres en el amor (ver Norwood, 1985). La
mitología y la literatura, junto con la teoría psicoanalítica, parecen no querer terminar de
contarnos del amor pasional y a menudo incomprensible de las mujeres, de que el amor es un
lugar, donde el sí mismo autónomo del sujeto femenino se disuelve en un océano de fusiones,
humillaciones y decepciones. La supuesta tendencia de la mujer a una dependencia extrema del
hombre, su necesidad urgente de reconocerse en el amor y la disolución de la feminidad en la
maternidad, aparecen como imágenes mitificadas, en las cuales lo femenino se ve confrontado
con la imposibilidad o gran dificultad, de realizar un proyecto de vida propio. Es como si en el amor
y la maternidad se pusieran en escena, en forma privilegiada para la mujer, el conflicto extremo
entre su posición social tradicional y su deseo de superarla. En este sentido, algunos de los temas
fundamentales que han sido discutidos en los últimos años dentro de la teoría psicoanalítica, en
relación con la diferencia entre los géneros, están ligados directamente con la vinculación entre
sexualidad, agresión femenina y elaboración de un proyecto de vida propio en la mujer. Partiendo
de un análisis de la interdependencia entre el amor, la agresión y lo extraño en la figura de Medea,
me interesa abordar a continuación, de que modo estos niveles altamente conflictivos están
entretejidos con la forma específica, en la cual confluyen en la mujer la aspiración a la autonomía,
la autodeterminación y la autorrealización.
Cuando tratamos el tema de la mujer como asesina, llama la atención, en primer lugar, el papel
diferente que el homicidio ocupa en la relación entre los géneros. No sólo las imágenes de
homicidas en la literatura y la mitología, sino también en las investigaciones sobre criminalidad en
mujeres, remiten a un tipo específico de homicidio. Jones (1986) elabora un análisis histórico
sobre casos famosos de asesinas mujeres en los Estados Unidos, desde el tiempo colonial hasta el
presente y observa: »A diferencia de los hombres, que acuchillan una persona totalmente extraña
en una riña instigada por el alcohol o disparan contra inocentes con un rifle de gran calibre,
nosotras las mujeres, por lo general, matamos a los que están más cercanos: Matamos a nuestros
hijos, maridos, nuestros amantes.« (12, traducción de la autora) Las mujeres matan, en la mayoría
de los casos, a seres afectivamente cercanos, es decir, miembros de su familia u otros parientes
cercanos. Los hombres asesinan con frecuencia en público. Sus víctimas son personas, con las
cuales no necesariamente tienen una relación afectiva, sino que su relación se puede atribuir a
determinadas actividades dentro del espacio público, como por ejemplo, el ámbito de los
negocios, la guerra o la política. Ahora bien, en vista de que los hombres cometen con creces el
mayor número de crímenes, también el asesinato de parientes ejecutado por hombres es mayor
(ver Wiese, 1993).
En cuanto al deseo de la mujer de matar a sus hijos, Rheingold (1964) opina, basado en sus
experiencias clínicas, que este es mucho más frecuente, de lo que generalmente se supone. Aun
así, la agresión de la madre contra los hijos constituye un tema que se discute poco, especialmente
en vista de la tabuización general que la sociedad ejerce sobre la agresión femenina. El asesinato
de un(a) hijo(a) a manos de su propia madre representa, por ende, una situación extrema, que
rompe con uno de los tabúes sociales más fuertes hasta hoy en día (ver Wiese, 1993; Hidalgo y
Chacón, 1994). La imagen mistificada de la mujer nos demuestra la urgencia de repensar el mito
de la madre desexualizada, sin fuerza creativa y erótica, al igual que el mito de la madre arcaica
omnipotente, sin frustración o separación (ver Kristeva, 1991, 445). Esta doble cara de la
maternidad nos lleva a una relación íntima entre la mujer y la muerte, existente en la cultura
occidental desde la antigüedad, una unión, en la cual lo femenino condensado en la imagen de la
gran madre omnipotente está transformada en una metáfora de la muerte (ver Macho, 1987, cit.
por Rohde-Dachser, 1991). Con Bronfen (1987), se podría decir, que lo mismo ocurre en cuanto a
la metáfora del cadáver bello en la literatura occidental de los últimos dos siglos. La madre
representa el origen, este lugar indescriptible del cual todos provenimos, el útero, el cuerpo
materno capaz de concebir o la tierra fértil. A la vez simboliza el lugar del retorno, del deseo
absoluto de fusión con los orígenes, con la tierra materna en el regazo de la muerte. Volviendo a la
figura de Medea, encontramos en ella un plano de proyección, sobre el cual podemos proyectar
tanto la imagen de la madre omnipotente o mujer autónoma, como también el de la mujer como
homicida, en cuya expresión de la agresión femenina podemos encontrar tanto lo destructivo y
mortal, como también este componente creativo de la agresión, necesario para separarse y crear
algo nuevo.
En la mayoría de estos trabajos, sin embargo, no se encuentra ninguna discusión en relación con la
desigualdad entre los géneros predominante en la sociedad, la cual se instaura en el mundo
interior de la mujer bloqueando el desarrollo creativo de un proyecto de vida propio. Hasta la
fecha, la pregunta sobre las condiciones psíquicas y sociales que limitan o facilitan el manejo
autónomo de la mujer con sus agresiones y deseos sexuales, no constituye un tema relevante
dentro de la recepción psicoanalítica del mito de Medea. Como una de las pocas excepciones,
quiero resaltar la sugestiva interpretación de Leuzinger-Bohleber (1996 y 1997), sobre el análisis
de determinantes inconscientes de la agresión femenina en mujeres psicógenas estériles en
tratamiento psicoanalítico. Mediante la interpretación de los conflictos femeninos edípicos y
pregenitales descritos en la tragedia de Eurípides, ella parte de que estas mujeres sufren de
miedos arcaicos ante el potencial destructivo siniestro tanto de las propias funciones corporales y
deseos sexuales como también de la propia maternidad. Estos temores amenazantes son
provocados por una fantasía inconsciente, llamada por la autora la fantasía de Medea: »Esta
fantasía se centra en la ›verdad‹ inconsciente, de que la sexualidad y la pasión femeninas, así
como la maternidad están relacionadas con el peligro de verse involucradas en un profundo
proceso regresivo, mediante el cual podrían ser liberados impulsos destructivos incontrolables en
contra de ellas mismas, el compañero afectivo y, en especial, en contra de los propios hijos.
Frigidez psicógena y esterilidad son posibles consecuencias de temores y conflictos asociados con
esta fantasía« (92, traducción de la autora).
Dentro del psicoanálisis, estas dos formas de interpretación se encuentran en los conceptos de
feminidad de la mujer castrada y devaluada, como antítesis de la mujer fálica o narcisista. Estas
imágenes se relacionan ya sea con la imago de la madre mala o con la de una madre
desexualizada. Una posición intermedia asume Leuzinger-Bohleber (1997) en su interpretación de
la novela Goce de Jelinek (1989), cuando considera el homicidio de un hijo como la última y más
extrema venganza, como una reacción psíquica de emergencia frente a la profunda humillación
narcisista de la mujer. El homicidio del propio hijo significa, entonces, huir de la dependencia
insoportable del compañero y de los hijos y, en última instancia, de la propia feminidad que está
amenazada por la disolución del sí mismo (778). Una posición similar asumen Hidalgo y Chacón
(1994) en su investigación con mujeres sentenciadas por haber matado a su propio hijo. Mediante
el estudio de cinco casos, las autoras se ocupan de la interrelación entre el maltrato infantil y el
abuso sexual, tanto dentro de la propia familia como en la relación de pareja, con el homicidio
contra el hijo. Ellas interpretan el homicidio de la madre contra su propio hijo no sólo como
destrucción de la propia creación materna, sino también como una última y desesperada acción
contra las insoportables experiencias de impotencia y dependencia, generadas a causa de una
relación de pareja altamente destructiva. Entre esta posición intermedia y las imágenes
anteriormente mencionadas en la literatura secundaria del homicidio contra el hijo, quiero
encontrar una opción alternativa de lectura, que vaya más allá de la devaluación o la idealización
de la figura de Medea. En este sentido, me interesa la interpretación de la figura de Medea
partiendo de sus aspectos multifacéticos, en los que se manifiesta la unificación tanto de los
componentes productivos y creativos como de aquellos destructivos y asesinos en la agresión
femenina. El amor apasionado de la mujer se convierte en manifestación activa de la agresión
femenina, que no sólo se expresa en las acciones asesinas, sino también en la capacidad de
separación, acción autónoma y autodeterminación en Medea.
El doble rol social de Medea como maga agresora y salvadora, perteneciente al mundo de lo
humano y lo divino, madre y asesina a la vez, y la aspiración a la separación y autodeterminación
en cuanto a su patria, su familia y su esposo, representan el punto de partida que nos acerca a los
conceptos de feminidad en la tragedia. La tensión entre lo tradicional en relación con el país de los
bárbaros, y lo moderno, relacionado estrechamente con el desarrollo de las florecientes ciudades
griegas, aparece como un elemento central en la historia de Medea. La elección de su compañero
se relaciona con el abandono de su patria y sus viajes por algunas de las más importantes ciudades
de Grecia. Estas significan un importante espacio cultural, en el cual Medea obtiene prestigio y
reconocimiento social, tal y como lo describen Eurípides y Ovidio. Aún así, es precisamente el
amor unido a estas circunstancias, el que finalmente desencadena la tragedia. El amor apasionado
se manifiesta en Medea en la incompatibilidad de sus roles sociales, es decir, el conflicto entre sus
capacidades de exigir autonomía, brindar restauración y protección, y estas otras que aparecen
como destructivas y asesinas. La dependencia de la mujer del hombre y la maternidad parecen
estrechamente ligadas a la pasión intensa, en la cual se borra la diferencia entre los géneros y, a la
vez, a una furia destructiva y vengativa que no conoce límites. Medea no representa una madre
desexualizada o una mujer obediente, sino una mujer enamorada y apasionada, que lucha por un
camino hacia su propia autonomía y encuentra, en este proceso, una pista mortal, sin que ésta al
final la destruya o la venza. En ella, no buscamos una heroína que nos represente de forma
idealizada, sino una figura femenina trágica, que nos brinde alguna luz en estas impenetrables
confusiones, que en la teoría psicoanalítica siguen, todavía hoy en día, caracterizando las
relaciones entre lo femenino, la agresión y la autonomía.
El aproximarse a un tema tan inquietante a partir del análisis de una figura trágica como la Medea
de Eurípides, en la que se encuentran condensadas imágenes tan conflictivas y perspectivas tan
diversas sobre la mujer ha sido un reto no solo en el nivel del conocimiento sobre la feminidad,
sino también en el nivel de mi propia experiencia subjetiva como mujer. En la figura de Medea se
encuentran dramatizados aquellos componentes de la feminidad que han sido socialmente
tabuizados y que generalmente solo a través de fantasías masculinas que están al servicio de la
producción inconsciente encuentran una forma de manifestarse (ver Theweleit, 1977). Por el
contrario en Medea nos encontramos con un sujeto trágico en el que no sólo la sexualidad sino
sobretodo la agresión femenina van a ser representadas de forma consciente. En una misma figura
encontramos condensadas las contradicciones internas y la intensa ambivalencia que la
manifestación consciente de la agresión en la mujer conllevan. La fascinación que puede suscitar
una figura femenina que trasciende su propia época histórica, al desmitificar de forma radical las
imágenes tabuizadas sobre la agresión y la sexualidad femeninas, va acompañada necesariamente
de experiencias de repulsión y miedo difíciles de tolerar.
El análisis sistemático de las propias reacciones contratransferenciales que acompañaron la
investigación fue un recurso fundamental para enfrentarme con las fantasías, la angustia y las
defensas inconscientes que la interpretación de la figura de Medea provocaban. Quizá el reto
principal de este trabajo ha sido poder sostener la intensa ambivalencia que representa el
conflicto entre la figura de Medea como personificación de una »asesina en serie« y su condición
de sujeto femenino trágico, cuyas acciones son legitimadas a través del desarrollo de la tragedia.
Por una parte nos enfrentamos con los violentos asesinatos que llegan a su clímax con el homicidio
de sus propios hijos y que bloquean la experiencia de empatía y compasión hacia la figura. Por otra
parte nos encontramos con su extraordinaria capacidad de actuar e imponerse de forma
autónoma como figura femenina, llegando incluso hasta el extremo de poder escaparse del castigo
de forma escandalosamente triunfal. Mantener la ambivalencia entre atracción y repulsión sin
caer en la idealización ilusoria del personaje como una especie de heroína feminista o en la
devaluación implacable reduciéndola a una monstruosidad irreconocible como fantasía masculina
no constituye una tarea fácil. El drama se encuentra atravesado por una contradicción inmanente
entre el carácter de otredad de la agresión homicida en la protagonista y el reconocimiento de la
agresión femenina como legítima a través de la creación de un »sujeto autónomo«. Ante esta
contradicción siempre estuvo presente en los diferentes momentos de la interpretación
psicoanalítica la dificultad que la tendencia defensiva a la patologización de Medea como figura
psicológica conlleva. En este sentido el mantener la tensión entre la perspectiva de Medea como
creación artística, como área de proyección de fantasías inconscientes, y la perspectiva del análisis
psicológico de la figura constituyó un recurso fundamental durante la interpretación. La
comprensión de las diversas facetas de Medea como sujeto femenino trágico pasa por este doble
movimiento. Por un lado se nos presenta en el drama una imagen sobre el desarrollo psicológico
de una figura femenina, por otro lado la protagonista aparece como personificación de fantasías
masculinas que se transforman en el escenario en imágenes utópicas sobre la feminidad. En este
sentido el análisis del contexto cultural de la tragedia como complemento de la interpretación
psicoanalítica fue fundamental para abordar la separación y al mismo tiempo el enlace entre
ambas perspectivas.
En Medea nos encontramos con un nuevo tipo de feminidad, en el que un personaje femenino se
atreve a romper con el precepto social que considera a la mujer objeto de intercambio a través de
las reglas del matrimonio. La validez de este precepto no será en realidad cuestionada
históricamente en las sociedades occidentales sino hasta 2500 años más tarde. Sin embargo, al
contrario de lo esperado ante semejante subversión del orden social nuestra heroína no es
reducida a lo animal o monstruoso; más bien como poseedora del logos surge del corazón de la
ciudad y encarna en la figura de una mujer culta la poderosa imagen del héroe griego. Aquí
aparece en toda su fuerza la ambivalencia de la heroína trágica. Mientras en su posición de sabia
representa al ciudadano griego con capacidad para la argumentación racional, como extranjera
personifica al Otro, aquello que amenaza el orden establecido. En este lugar intermedio entre lo
propio y lo extraño Medea encarna la posibilidad, todavía utópica para aquella época, de que una
mujer actúe de forma individual y se apropie de la capacidad de autorreflexión y autorrealización.
Al romper con las reglas del matrimonio y escoger por sí misma su pareja amorosa, la protagonista
personifica de forma prematura un drama adolescente. Ella toma sus propias decisiones, se
apropia de la capacidad para asumir la responsabilidad sobre sus propias acciones y de esta forma
da nacimiento a algo nuevo, a su propia feminidad. En la tragedia se pone en escena la fuerza del
enamoramiento adolescente y la fantasía de la gran pareja amorosa que no se hará realidad sino
hasta en la época moderna. Medea personifica tanto la capacidad de decidir de forma individual
sobre sus deseos sexuales como de manifestar de forma consciente la agresión femenina
prohibida socialmente. Al romper con la tradición y escoger su propio proyecto de vida opta por el
riesgo y la incertidumbre que este paso hacia la individualidad implican. Se arriesga a perder el
reconocimiento social y a vivir la exclusión que la capacidad de autodeterminación en la mujer
podía traer como consecuencia.
Hoy en día nos encontramos, tanto en la literatura, el arte, la ciencia y los medios de
comunicación, como también en la teoría psicoanalítica con imágenes sobre la feminidad
mistificadas, en las que las mujeres son asociadas con una carencia en la capacidad de actuar
autónomamente y de imponer su voluntad. Al respecto, afirma Musfeld (1997): »Yo sigo en mis
discusiones la hipótesis, de que no sólo en la identidad femenina, sino también en las
concepciones feministas sobre la mujer, el significado de la agresión sigue siendo ignorado y
permanece excluido tanto de la discusión, como de las experiencias subjetivas y las imágenes
sobre sí mismo« (8, traducción de la autora). Al mismo tiempo, para las mujeres se han abierto,
tanto en el espacio privado como en el mundo público, nuevos espacios potenciales, en los que la
tendencia hacia la autonomía y la autoafirmación no sólo es estimulada, sino que también aparece
como legítima. Las características asociadas tradicionalmente con la feminidad como la capacidad
para el vínculo y la compasión frente a los otros, en cierta medida, no son vistos necesariamente
como irreconciliables con la capacidad y los deseos hacia la diferencia, la separación y la
autodeterminación. La maternidad y la vida familiar empiezan, lentamente, en la cotidianidad, a
coexistir con los espacios de trabajo de la mujer en el mundo público, para dejar de presentarse
como espacios sociales irreconciliables o contradictorios.
En este sentido, se vuelve fundamental explorar como las mujeres, actualmente, se resisten a la
adaptación patriarcal que la sociedad les sigue exigiendo, como escogen caminos propios y de qué
formas intentan mantener o recuperar su dignidad, orgullo y autovaloración como sujetos. Se
vuelve imperante estudiar de qué manera las manifestaciones de la agresión que estimulan la
autonomía y la capacidad de acción autónoma, así como, las manifestaciones activas de la
sexualidad femenina están presentes en las imágenes dominantes sobre lo femenino. En otras
palabras, explorar cómo las condiciones de socialización y de constitución de la identidad
femenina posibilitan o dificultan el desarrollo de un proyecto de vida autónomo en las mujeres. La
luchas por recuperar la autoconfianza y la autovaloración, así como las manifestaciones
conscientes de la agresión y la sexualidad como condiciones fundamentales para el desarrollo de
la autonomía en las mujeres deben ser abordadas a partir de las transformaciones que se vienen
desarrollando en las relaciones de poder entre los géneros.
Son estos espacios potenciales donde Medea surge como una figura femenina paradigmática, que
representa tanto una comprensión diferente de la agresión y la sexualidad femeninas como de la
capacidad de la mujer para la autorrealización y la autorreflexión. Como una figura femenina que
actúa de forma independiente personifica Medea no sólo una mujer asesina, como se le presenta
a menudo en la historia de recepción de la tragedia, sino también una imagen temprana de la
mujer moderna.
Notas
* Este artículo será publicado próximamente en la Revista "Subjetividad y Cultura" , México D.F.
2 Dos rompientes rocosos muy peligrosos que se debían atravezar para llegar desde Grecia a la
Cólquide, tierras bárbaras bajo el reinado de Aietes, padre de Medea.
3 La tragedia de Eurípides fue escrita en el año 431 a. C.. El drama se basa en un mito griego donde
la hija del rey ayuda a un extranjero, jefe de los legendarios argonautas, a superar aventuras y
peligros, huye con este, posteriormente es repudiada y abandonada, para finalmente vengarse del
mismo. El prologo comienza con una conversación entre la nodriza y el pedagogo, en la cual se
exponen los antedecentes de la historia (el viaje de los argonautas, la lucha de Jasón por el
Vellosino de Oro, la ayuda de Medea, el amor, el matrimonio y la desavenencia entre Jasón y
Medea) y la amenaza inminente (el rey Creon desea expulsar a Medea de Corinto). La próxima
entrada en escena de Creon, en la que Medea logra que su expulsión se posponga de forma
decisiva por un día, nos brinda un juego atractivo en el que se pone en escena la superación de la
astucia del que no tiene poder sobre la torpeza del poderoso. En la primera conversación entre
Jasón y Medea se representa la escena típica del agon retórico: Jasón interpreta su infidelidad
como un acto de protección y transforma la imprudencia de la indignada Medea en injusticia, por
su parte, Medea desenmascara esta intención sofista con una propia interpretación del pasado, en
la que la argumentación de Jasón se descubre como manipulación. Posteriormente, en la escena
de Egeo, en la que aparece el motivo común del extranjero que se entrelaza en la historia, el rey
de Atenas le promete a Medea asilo. El conflicto entre razón y pasión marca el monólogo de
Medea, en el que ella, convencida del logro seguro de su venganza sobre Creon y su hija, se decide
a matar a sus hijos: Medea maldice por un lado su acción como crimen y como algo que le va a
provocar a ella misma el mayor de los dolores, pero por otro lado ve en el asesinato de sus hijos el
único medio para destruir finalmente a Jasón. En la próxima escena, después de la horrorosa
narración del mensajero sobre la muerte de Creon y su hija, Medea mata a sus hijos. Con el
asesinato de sus hijos Medea se convierte definitivamente para los otros en un monstruo que no
se puede comparar más con lo humano; así aparece en la escena final con Jasón: Ella triunfa sobre
su adversario, quien no podrá impedir que la maga huya en el carro del sol con sus hijos (ver
Kindlers Neues Literaturlexikon, Tomo 5, 324-325, 1988, traducción de la autora).
4 Para una discusión crítica sobre esta imagen de escisión entre la agresión y la sexualidad
femeninas dentro de la teoría psicoanalítica comparar, entre otros, Chodorow (1978, 1999),
Benjamin (1988, 1995), Mitscherlich (1978, 1985), y Rohde-Dachser (1991, 1996).
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