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SALUD, ENFERMEDAD Y CULPA

Una aproximación a la definición de “Salud” en la cultura


occidental desde la influencia de la teología judeo-cristiana y
su relación con los sistemas y servicios de salud

Por Guillermo Rubén Cubelli

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“La medicina es una ciencia social, y la política no
es más que medicina en una escala más amplia”
Rudolf Virchow (1821-1902)

“... la primera tarea del médico es, por consiguiente, política:


la lucha contra la enfermedad debe comenzar
con una batalla contra los malos gobiernos:
el hombre no estará total y definitivamente curado
más que si primeramente es liberado”.
Michael Foucault
en “El nacimiento de la Clínica”

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A mis padres, que me inculcaron el amor por la lectura y el
conocimiento.

A mis maestros, que a lo largo del tiempo abonaron ese amor.

A mi familia, que soporta las horas que dedico a esa continua


carrera contra la ignorancia, que constituye la vida misma.

A mis amigos y compañeros, que me ayudan y apoyan con su cariño


y sabiduría.

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PRÓLOGO
Es ampliamente reconocido que la Medicina, en el siglo XXI, muestra desarrollos
tecnológicos espectaculares, impensados hace poco tiempo, con resultados sorprendentes y
singulares beneficios para los usuarios, de costos crecientes y en general ya fuera de
control, con aumento indeseable de la inequidad en salud y la injusticia social; y
paradójicamente marcada insatisfacción tanto en los usuarios como en los grupos
profesionales; y el más alto grado de litigiosidad de la historia.
Obviamente, este fenómeno, como todo fenómeno humano es complejo y multifactorial; y
obedece a diferentes razones, reconociendo a su vez profundas raíces históricas. Al
respecto, y a simple modo de ejemplo baste citarse las prescripciones y regulaciones sobre
los actos médicos y sus ejecutores presentes en el del Código de Hamurabi (SVIIIac) o la
ironía y desdén con la que J.B. Poquelin (Moliere) (1622-1673) trata en su dramaturgia a
los Médicos y la Medicina, etc.

Diferentes autores se han ocupado de este tema, llegando a conclusiones parecidas.

Lamentablemente se ha instalado, entre pacientes y médicos, una incomunicación


creciente con severo deterioro de la relación, con las consecuencias indeseables de ello
derivadas.

Las causas de este fenómeno son múltiples, pero existe consenso en relación al
efecto nocivo que tiene el progresivo abandono de los valores del humanismo médico, en
detrimento de un organicismo a ultranza que pierde la visión totalizadora del ser humano;
y, mucho peor aún, olvida que el quehacer médico tiene un destino prioritario: el
sufrimiento del congénere, y la empatía, o capacidad de entender el sufrimiento individual
del otro, como herramienta fundamental para mitigarlo.

En este contexto, la aparición del libro de Cubelli que hoy nos ocupa, muestra su
primera y quizás más importante virtud. Sus páginas, valiosísimas por sus contenidos, son
antes que nada el testimonio del profundo humanismo que siempre distinguió al autor y
caracterizó su quehacer profesional, tanto en lo asistencial como en la investigación y la
docencia.

Dicha concepción humanística de la Medicina se percibe claramente en el tema


elegido para su investigación: “Salud, Enfermedad y Culpa-Una aproximación a la
definición de Salud en la cultura occidental desde la influencia de la teología judeo
cristiana y su relación con los sistemas y servicios de salud”.

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En él se aprecia una mirada del autor sobre el fenómeno salud-enfermedad que
trasciende largamente lo biológico, para enriquecer esta visión organicista con aportes
provenientes de la subjetividad, la cultura, la religión y la historia que lo acercan a una
dimensión más abarcativa y por ende más real y, además, le permite hipotetizar en función
de ello, sobre modelos asistenciales por ende más humanizados, diferentes a los
actualmente vigentes.

El autor logra plenamente resolver los objetivos planteados en su investigación, con


un trabajo metodológico impecable que le permitió un análisis bibliográfico más que
exhaustivo y un diálogo inteligente y sensible con dichas citas que enriqueció el aporte
intrínseco de las mismas, le permitió holgadamente comprobar su hipótesis referente al rol
de la culpa consciente o inconsciente en la génesis y modelización de las enfermedades y
sus manifestaciones, y la cuota de sufrimiento que producen; y concluir con una nueva
definición de salud donde se define como atributo fundamental: “La posibilidad del hombre
de crear en libertad”.

Lo expresado en relación a la metodología no es un dato menor. Es una acabada


manifestación de la utilidad que puede tener la utilización en la investigación biomédica de
la metodología cualitativa de la investigación, cuando esta se aplica con la idoneidad y
seriedad que corresponde

Esta inteligente y atractiva concepción abre rumbos insospechados para entender


mejor la clínica, las respuestas terapéuticas y el pronóstico de los padecimientos que nos
aquejan habitualmente; como así también en la planificación de nuevos y más eficientes
modelos asistenciales.

Sin duda alguna esta Obra está llamada a convertirse en un texto fundante y de
consulta, para todos aquellos que deseen comprender mejor a los hombres y sus vicisitudes.

Su lectura y análisis resultaron muy placenteros y se convierten en estímulos para la


revisita permanente de este texto.

Prof. Consulto Dr. Carlos F. Piovano

Buenos Aires, Septiembre 05 de 2018

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CONTENIDO

Introducción y planteo de la cuestión a tratar 7

Las definiciones actuales de “Salud”: el esfuerzo por definir lo 10


que no se comprende

La historia de la culpa 36

El origen de la culpa 110

Culpa y Sistemas y Servicios de Salud 136

Síntesis y Conclusiones 147

Bibliografía 162

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LA HISTORIA DE LA CULPA

Como venimos planteando desde el principio de nuestro trabajo, la historia del


concepto de salud y del de enfermedad, se hayan tan entrelazadas que es difícil, en
ocasiones, comprender la una absolutamente desligada de la otra. Tanto así que es habitual
leer sobre el binomio salud/enfermedad, como si se tratara de opuestos absolutos o, más
exactamente, el uno lo contrario del otro. Será una de nuestras tareas continuar
problematizando la verdad de tal concepción.

No obstante la aclaración anterior, al hacer un recorrido de la historia de la salud,


sería imposible no incluir datos de su prima lejana, la enfermedad. Y esto no porque la
consideremos su opuesto, sino porque de la idea que en diferentes momentos de la historia
de la humanidad y, por ende, del pensamiento religioso, los pueblos hayan tenido sobre el
origen de la enfermedad, se construirá parte de su noción implícita de “salud”, nuestro tema
principal de estudio.

Tampoco es este un capítulo sobre la historia de la medicina, por lo que hemos


tomado, de tan vasta disciplina, sólo algunas páginas, especialmente las que se relacionan
con los pueblos que más influencia han tenido sobre el pensamiento de occidente, su
concepto de “salud” y de los orígenes y causas de la enfermedad. Además, trataremos de
demostrar cómo influye la concepción teológica y religiosa judeo-cristiana en la
construcción occidental de las definiciones de salud y enfermedad. Y, por ende, también
haremos una revisión del lugar de la teología y la religión que acompañaron, en distintas

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épocas, principalmente en las culturas occidentales, a las ideas de las sociedades con
respecto a estos conceptos.

Mucho se ha escrito, especialmente desde los años ochenta, sobre la relación entre
salud y religión. Dejando atrás la idea freudiana sobre la religión como intoxicante, veneno
e infantilidad a ser superada (36), fue a partir de los años setenta cuando comienza a
documentarse una correlación positiva entre ambos términos (69).

Desde entonces, se han multiplicado las publicaciones sobre el tema, pero siempre
centrados entre la religión y la salud, enfocando la evolución de los pacientes, en general
con relación a la salud mental y a sus creencias religiosas.

El presente trabajo no aborda esa problemática, sino la influencia que el


pensamiento teológico y religioso ejerce sobre la cultura y sus definiciones, no siempre
explícita. Para nuestro caso en particular, cómo lo hace en el concepto de “salud” y,
paralelamente, en el de “enfermedad”.

No es pues este recorrido un resumen de la historia de la teología ni de la medicina,


sino que utilizaremos momentos claves de ambas en busca de las nociones de “salud”
implícitas o explícitas, ya sea a través de las prácticas, ideas religiosas, conceptos sobre el
origen de las enfermedades y el desarrollo mismo del conocimiento en las distintas
culturas.

Y estaríamos en condiciones de adelantar que la búsqueda del concepto “salud” a


través de la historia, con la finalidad de comprender por qué pensamos en este siglo a la
salud como la pensamos, cuál es el origen de esta necesidad de definirla tan
“abarcativamente” que incluimos en ella cada vez más aspectos de la vida del hombre,
considerando ya no sólo su cuerpo y mente, sino también el entorno, las relaciones, las
condiciones laborales, la situación económica y más, no debería llamarse “historia de la
salud”, ni “de los conceptos de salud”. Sería tal vez más apropiado y provocador hablar de
“historia de la culpa”.

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A través de la culpa iremos a buscar la respuesta de si nuestra concepción, en
general bastante mal definida de “salud”, tiene también, aunque no sea únicamente, un
sustrato en el pensamiento teológico-religioso, al menos en nuestra cultura occidental.

Desde que el hombre es hombre, ser biológico, pero no solamente tal, habitando un
mundo que, aun siendo su hogar, lo rodea también de amenazas, ha debido sufrir el embate
de enfermedades, y antes que él lo sufrieron las especies animales que lo precedieron, como
se desprende de los testimonios hallados en restos óseos y piedras talladas. Esta certeza nos
llega de la mano de la paleo patología, término acuñado por M.A. Ruffer, según lo cita
Laín Entralgo (58), y que se define como “la ciencia de las enfermedades que pueden ser
demostradas en restos humanos procedentes de épocas remotas”. Esta disciplina se basa
en el análisis de fósiles de restos anatómicos.

El salto cualitativo de transformarse en humanos, llevó a la especie a criar hasta un


70-80% de sus descendientes, mientras se calcula que los animales perdían hasta un 80%
de ellos. También, los humanos lograron una supervivencia más allá de la edad
reproductiva. Sin embargo, se estima que los primeros grupos de humanos fueron afectados
por las mismas patologías que los primates, principalmente, en especial las infecciones, del
tracto gastrointestinal y otras, a las que estaban fundamentalmente expuestos los cazadores.

Y con la presencia de enfermedades, el hombre primitivo fue construyendo también


herramientas con las cuales defenderse de ellas.

No nos referimos simplemente al uso de plantas con poderes terapéuticos o a


conjuros mágicos. Prácticas complejas y riesgosas hasta el día de hoy, como la cirugía
craneana, ya se practicaba desde la prehistoria. En el Neolítico, segunda parte de la
Edad de Piedra, que se desprende del Paleolítico por la aparición de la agricultura,
aparecen las huellas de los primeros cirujanos en las trepanaciones (40).

No debemos olvidar que es el período más prolongado de la historia del hombre


sobre la tierra, y que se puede calcular que, hasta los primeros atisbos de escritura, pasaron
no menos de un millón de años (44).

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El término cirugía proviene del griego cheiros = mano, y ergon = trabajo. Y los
cirujanos prehistóricos eran “profesionales” que se dedicaban a esa práctica provistos de
instrumental rudimentario. La trepanación fue una intervención muy difundida en toda la
historia, ya que sus señales pueden hallarse en cráneos de todos los continentes. Incluso en
América, y ya en tiempos de la Edad Media europea, era muy utilizada por los pueblos
incaicos.

Se practicaban tanto en vida del sujeto como post-mortem con diversas finalidades.
Ya en esas prácticas había un trasfondo que podríamos catalogar, con reservas, como
“religioso”. Y decimos “con reservas” porque es importante distinguir entre magia y
religión, y lo que prima aquí es un pensamiento mágico. Ese trasfondo tiene relación con
que la finalidad de las trepanaciones sería eliminar al demonio, que había invadido al
paciente.

Si bien la primera reacción del hombre contemporáneo ante este concepto puede ser
un sentimiento de sorpresa o de superioridad como ser evolucionado, convencido con razón
de que hoy en día a nadie se le ocurriría trepanar un cráneo para eliminar a un demonio,
tienen vigencia en nuestra época y sociedad otras prácticas anti demonológicas, como
iremos comentando en el transcurso de este trabajo.

Además, el pensamiento mágico estará presente desde la prehistoria y hasta el día


de hoy. La magia y la religión se funden, como se funden la fe y la superstición. Se
mezclan, en las vidrieras de las santerías íconos religiosos con “cuernitos” rojos, velas y
cartas de tarot. Muchas prácticas religiosas, como “promesas” y “peregrinaciones”,
encierran un principio mágico de “manipulación” de poderes superiores a favor de una
necesidad personal.

Ese pensamiento aparece en los hombres primitivos, que tratan de explicar los
fenómenos naturales a los que están sometidos, como rayos, tormentas, sismos y
erupciones volcánicas entre otros. Atribuyendo a ellos voluntades sobrenaturales, sólo les
quedaba el recurso de rendirles reverencia y culto. También la enfermedad pasó a ser
entendida como un castigo de los espíritus malignos.

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Estudiando en la actualidad pueblos que mantienen prácticas arcaicas, podemos
inferir que ya en la antigüedad el origen de la enfermedad se atribuiría a cinco causas
principales.

Una de ellas sería la infracción del tabú, que aparecería ante la ruptura de las
normas sociales que preservarían al sujeto de impurezas. ¿Cómo podía purificarse luego?,
en primer lugar, reconociendo su culpa, y luego cumpliendo con los ritos pre establecidos.

Otras causas de enfermedad la constituirían: hechizos malignos, muy característico


en los pueblos africanos, pérdida del alma, posesión de espíritus o introducción de
cuerpos extraños en el organismo. Esta última creencia subsiste hasta el día de hoy en el
rechazo a las inyecciones, vacunas e incluso transfusiones, excluyendo al culto Testigos de
Jehová, que basan su negativa en una teología concreta.

Pero esas causas pertenecen a uno de los modos de interpretación del advenimiento
de una enfermedad. Otro, en cambio, es el atribuido al azar, y correspondería aplicarse a los
traumatismos y heridas de guerra. Y esa dualidad de interpretaciones es lógica, ya que,
frente a los traumatismos y heridas, la causa era evidente, estaba a la vista. Pero la
aparición de una enfermedad insidiosa o brusca, sin origen conocido para el hombre
primitivo, necesitó de una explicación mágico – religiosa., porque, por alguna razón, y pese
a su incidencia desde los principios de la humanidad, ésta no aceptaba su presencia como
un evento normal de la propia existencia.
Aunque hay testimonios de que las trepanaciones, realizadas con un instrumento
semejante a una broca con mango1, se habrían utilizado en cuadros de cefalea, epilepsia,
fracturas de cráneo y enfermedades mentales, en general no se relacionaba con un fin
terapéutico como lo entenderíamos hoy en día, sino con un pensamiento mágico y
demonológico, y, en el fondo, subyaciendo la culpa. Su práctica continuó hasta la baja
Edad Media.

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En Perú se utilizaban cuchillos, y se han encontrado cráneos hasta con cinco trepanaciones. Las
craneotomías eran cubiertas con calabaza, plata, oro, piedra o concha marina.

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Estos pensamientos fueron llevando a la necesidad de contar con algún
intermediario entre los dioses y los hombres, con habilidades y conocimientos que pudieran
contrarrestar la influencia de aquellos. Aparecerá entonces la figura del chamán o sanador.
Ellos, con el uso de hierbas y ritos, pueden ser considerados los primeros médicos de la
humanidad. Esas hierbas, con las que se preparaban los brebajes terapéuticos, eran
consideradas albergue del espíritu de los dioses, que el chamán invocaría en ceremonias y
rituales (90).

El chamán es descripto originariamente en las tribus de Siberia, pero aparece con


rasgos muy parecidos en distintas regiones geográficas. Es símbolo de una cultura menos
rudimentaria que la de los simples cazadores nómadas, donde no existía esta función
diferenciada de sanador, sino que las tareas afines las desarrollaría cualquier integrante del
grupo humano.

Un chamán no era un improvisado ni aparecía circunstancialmente por la coyuntura


de la enfermedad. La persona en cuestión respondía a una vocación y se preparaba de modo
profesional, con su iniciación y posterior desarrollo hasta adquirir capacidades específicas,
como la de entrar en trance, desarrollar el “vuelo mágico”, dominar a los espíritus y el
fuego. Encarnará en sí las tareas de curandero, vidente, maestro, entre otras; y ostentará una
posición distinguida en la sociedad de la que forma parte, guardando estrecha relación con
las prácticas religiosas de la misma.

Pasemos ahora de la Prehistoria a la Edad Antigua.

Las civilizaciones más avanzadas ocuparon la Mesopotamia, aunque las mismas ya


se hallaban presentes desde el Neolítico. En el 4000 antes de Cristo la misma estuvo
dominada por el pueblo sumerio, no semítico, hasta la conquista por el acádico, semítico
(2600 – 2400 a.C.) y otros como los amorritas y babilonios, en el 1800 a.C., quienes fijaron
su capital en Babilonia. El mayor esplendor del Imperio babilónico tendría lugar durante el
reinado de Hammurabi (1728-1686 a.C.), quien pasaría a la historia por su famoso
“Código” y por la Biblioteca del Palacio de Mari. Serían luego invadidos por los asirios,

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quienes fijaron su capital en Nínive (siglos VI – V a.C.). El fin del imperio babilónico
estaría en manos de los persas en el año 539 a.C.

De Mesopotamia provienen grandes progresos de la humanidad, como la rueda, la


palanca y la polea, el arco, la carroza y el arado.

En las matemáticas, desarrollaron el sistema sexagesimal y la división del año en


doce meses. Pero lo más importante fue el primer uso conocido de la escritura, hacia el
3000 a.C., con soporte en arcilla. Al principio la escritura se componía de representaciones
de objetos y seres vivos, pero luego evolucionaría a la cuneiforme, con la que se
escribieron, con ayuda de un estilete, los documentos médicos más antiguos de los que se
tenga noticia (40).

A través de esas tablillas tenemos noticias de que en los mesopotámicos persistía la


idea de que las enfermedades eran causadas por los dioses, y eran consecuencia de la
transgresión del código moral. O sea, reaparece, o continúa, la noción de la enfermedad
como castigo divino, mediada por la culpa.

No debe dejarse de lado el hecho que, para estas civilizaciones, todo fenómeno
cósmico y la vida entera de los hombres estaban regidos por la voluntad de los dioses. Los
hombres eran sus esclavos, y habían sido creados para estar a su servicio. La vida de los
individuos estaba gobernada por normas semejantes a las del mundo estelar.

Más aún, cada persona tenía su dios personal, y si éste se alejaba, aquella caía en
desgracia o bajo la influencia de seres maléficos causantes de las enfermedades. Ese dios
personal era el intercesor con los de mayor jerarquía, como Marduk y Ea.

Es tan fuerte la idea de culpa, que se consideraba que cuando un sumerio enfermaba
se daba por hecho que él o alguno de sus familiares había cometido una falta contra los
dioses, un pecado. La enfermedad era entonces enviada directamente por los dioses como
castigo o a causa de la retirada de la protección de su dios personal. Una tercera etiología

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sería la influencia de los espíritus malignos sobre el cuerpo de la persona, lo cual podía
lograrse a través de la acción de un hechicero.

Para referirse a “enfermedad” utilizaban el término “shertu”, que, curiosamente


también significaba pecado, castigo, impureza moral, enojo divino. El sujeto enfermo, dada
su impureza, tenía vedada toda participación en ceremonias religiosas.

Los sumerios contaban con divinidades directamente relacionadas con la salud y la


enfermedad. Ea, divinidad relacionada con las aguas, lo estaba también con la purificación,
oráculos y exorcismos. Se lo considera el primer dios de la medicina. Pero el dios de la
salud era Ninib, hijo de Enil. Otra deidad relacionada con la salud era Ningishzida, y se la
representaba con una serpiente de dos cabezas, origen de la imagen del caduceo.

También contaban con unos seis mil espíritus malignos capaces de dar origen a
distintas enfermedades, entre ellos Urgal, relacionado con la fiebre y las epidemias; Tin,
espíritu de las cefaleas; Labartu, responsable de las muertes de embarazadas y niños;
Namtaru, señor del dolor de garganta.

Existían en la creencia de los mesopotámicos tres tipos de demonios: uno era el


ekimmu, espíritu de los muertos que no habían dejado la vida del modo adecuado, ya sea
porque no se les había sepultado apropiadamente, no se habían hecho las ofrendas
correspondientes o no habían cumplido su misión en el mundo. Los lilu o liliti nacían de la
unión entre un demonio y un humano, hombre o mujer. Y, finalmente, los dioses menores o
diablos (82).

Otras influencias importantes en la salud de las personas eran las ejercidas por la
astrología y la numerología. Las cifras divisibles por siete eran las peores para visitar
enfermos o administrar medicamentos.

Uno de los personajes más cultos de la ciudad-estado era el “médico sacerdote”, que
podía pertenecer a cuatro categorías:

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 Baru, encargado de la anamnesis, etiología, diagnóstico y pronóstico de la
enfermedad. La finalidad de su minucioso interrogatorio era hallar el pecado que
había originado el padecimiento del sujeto. Con métodos de adivinación, como la
empiromancia, la oniromancia y la lecanomancia establecía diagnóstico y
tratamiento. El primero se basaba en la utilización del fuego, de los sueños el
segundo y en el comportamiento del polvo vertido en un recipiente con agua el
tercero. Pero el método que mayor información le proporcionaba era la
hepatoscopía, investigación del hígado de un animal sacrificado, ya que para los
mesopotámicos el hígado era el asiento del alma.

 Ashipu, sacerdote-exorcista, expulsaba los demonios causantes de la enfermedad


junto a la cama de los enfermos.

 Asu, médico-sacerdote, utilizaba gran variedad de plantas medicinales,


especialmente la mostaza, la belladona, el cáñamo y la amapola, aunque se puede
deducir, a través de las tablillas cuneiformes, que contaba con unas doscientas
cincuenta variedades en su arsenal. Era el encargado de proporcionar los
tratamientos más adecuados y llevar a cabo las intervenciones quirúrgicas. Era,
también, la figura más cercana a lo que hoy consideramos, de acuerdo a nuestra
cultura, un médico.

 Gallup, escalón inferior dedicado tan sólo a la asistencia de las clases más
humildes, con funciones de médico y dentista.

Vemos así, en la Mesopotamia de la Edad Antigua, la estrecha relación entre el


pensamiento religioso y las concepciones sobre la pérdida de la salud, la causa o causas de

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las enfermedades, las prácticas mágicas y religiosas del momento involucradas en los
tratamientos.2

Con respecto al antiguo Egipto, lo primero a tenerse en cuenta es que no se puede


hacer una generalización sintética de una medicina que recorrió tres mil años de historia. Se
calcula que los primeros pobladores de la cuenca del Nilo se asentaron hacia el 4000 a.C.

Los pequeños nomos, reinos independientes, fueron unificados por el rey Menes en
el 3100 a.C., dando origen a la primera de las treinta dinastías que dominaron Egipto por
cuatro mil años.

Focalizándonos en nuestro punto de interés, comenzaremos diciendo que se


describen en esta medicina tres tipos de sanadores según el papiro de Ebers3, que tendría
su origen hacia el 1550 a.C., y contiene recetas y descripciones clínicas. Enumera allí:

 Sacerdotes de Sekhmet, que utilizaban drogas para administrar a los pacientes y


realizaban además las prácticas quirúrgicas. Ellos eran los intermediarios entre la
divinidad y los individuos afectados por algún mal.

2
Hammurabi (1730-1686 a.C.) fue el más importante de los soberanos mesopotámicos del período
babilonio. En su famoso “Código”, cuya única copia actualmente disponible en el Louvre, bloque de diorita
negra de 2.25m. de altura y 1.90m. de diámetro en su base, hay trece normas relacionadas con la práctica
médica y nueve referidas a los honorarios de los médicos según la intervención efectuada y la clase social del
paciente, en siclos de plata, verdadero precursor de los actuales “nomencladores”. También enumera los
castigos a aplicarse en caso de mala praxis, que incluían la amputación de una mano e incluso la muerte según
el caso. Más tarde, bajo el reinado de Asurbanipal, que abarcaría desde el 668 a.C. hasta el 627 a.C.: se
conformó una biblioteca de la que se recuperaron, hacia 1853, cerca de Mosul, Irak, unas veinte mil tabletas
con escritura cuneiforme, de las cuales, unas seiscientos sesenta contenían temas médicos.

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Papiro de Ebers. Fue escrito cerca del año 1500 a.C. Es un importante escrito médico que, según cuenta la
leyenda, fue encontrado entre las piernas de una momia en una tumba de Assasif. Recibe su nombre de uno de
sus propietarios, el egiptólogo alemán George Moritz Ebers.

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 Snow, o “escribas”, médicos no sacerdotales, sino laicos, representados por un
símbolo en forma de flecha. Este término significa “el hombre de los que están
enfermos, o de los que sufren”. En general ejercían en casa de los nobles y se
agrupaban en un sistema jerárquico.

 Magos propiamente dichos, que practicaban con fenómenos sobrenaturales.

Había también médicos de palacio y los médicos “Mayores”, uno del Alto y otro del
Bajo Egipto. Estaban por sobre los otros y ejercían funciones semejantes a Ministros de
Salud.

Los médicos en Egipto estaban sometidos a un riguroso aprendizaje, y


probablemente se trataba de una profesión hereditaria. Ya existían especialistas, como
indican, por ejemplo, los testimonios que se recogen sobre Hesy-Ra, uno de los primeros
sanadores de los que existen registros, que habría vivido alrededor del 3000a.C. y se habría
dedicado a la Oftalmología. En los diferentes papiros se han podido identificar ochenta y
dos especialidades, entre ellas, la ejercida por un curador o guardián del ano.

Era tal el prestigio de los médicos egipcios que los griegos viajaban frecuentemente
a perfeccionarse con ellos, y monarcas extranjeros solicitaban sus servicios ante situaciones
de difícil resolución. También había mujeres médicas.

El médico Imhotep, visir de Zoser, fundador de la II dinastía (2700-2650 a.C.), fue


divinizado luego de que Egipto fuera conquistado por Cambises, rey de Persia, alrededor
del 525 a.C. Fue tal su fama que no sólo llevó nada menos que a su divinización entre los
egipcios, sino que un pueblo extranjero, como los griegos, lo identificarían con Asclepio,
su propio dios de la salud. La unificación de ambas divinidades, como Asclepio-Imhoutes,
dio lugar a la construcción de templos y santuarios.

Pese a las detalladas descripciones llevadas a cabo en papiros acerca de patologías


quirúrgicas, fruto de una exhaustiva observación, y a las especulaciones anatómicas y

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fisiológicas también halladas en los mismos, los tratamientos mágicos coexistían con ese
enfoque casi “empírico-racional”, que no sería más que una de las facetas del modo en que
la medicina contemporánea encaraba el proceso de la enfermedad. Habría entonces, en los
papiros antiguos, de escritura demótica lineal de derecha a izquierda, signo de la evolución
del lenguaje, ya que combinaba sílabas y sonidos de letras, ciertos esbozos fragmentarios
de una explicación racional de la enfermedad.

No hay que perder de vista el hecho de que esos fragmentos provienen del período
1900 - 1500 antes de Cristo. Los papiros con información médica pertenecían
principalmente a los Libros Herméticos, escritos sagrados dedicados al dios Thoth.
Actualmente se conservan quince de estos papiros médicos, escritos en tinta negra y con los
títulos en colorado.4

La teología sustentaba la práctica de los médicos con la protección de varias


divinidades: Thot, dios del saber y del arte caligráfico, a quien se encomendaba el cuidado
de Horus, hijo de Osiris e Isis reencarnado en la tierra en la presencia del faraón;
Sekhmet, primero leona y después diosa de la salud, conocida como la señora de la
pestilencia, cuyos consagrados eran los únicos que podían aspirar a practicar la cirugía; y
otros que se relacionaban con especialidades a las que se daba mucha importancia: Dwaw y
Horus para los oftalmólogos; Ta-urt, Heget y Neith intervenían en las vicisitudes del
parto.

4
Uno de ellos, descubierto por Edwin Smith y fechado en el siglo XVII a.C. está compuesto en su
mayor parte por el Libro de las heridas, donde se describen patologías e instrumental utilizado en el ámbito
de la cirugía. El más completo es el de Ebers, ya mencionado anteriormente, donde se detallan numerosas
enfermedades y se incluye una farmacopea muy completa. Describe, por ejemplo, veintiún modos de abordar
el tratamiento de la tos, quince enfermedades del abdomen, veintinueve de los ojos y dieciocho de la piel. El
papiro “de Kahum”, nombre tomado del poblado donde fue hallado, es el más antiguo, datado entre el 1900 y
el 1800 a.C. En él se tratan temas relacionados con la ginecología y la obstetricia. Entre los datos que
contiene se menciona el uso de la acacia en un preparado anticonceptivo. Hoy se sabe que ese principio, in
vitro, inmoviliza a los espermatozoides. El órgano de mayor importancia para ellos era el corazón, y
dedicaban mucho tiempo a la semiología del pulso. En ese órgano residían, a su entender, tanto los
sentimientos como los pensamientos.

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También se lo consideraba una divinidad de la salud al toro sagrado Apis. Horus
podía intervenir en caso de picaduras venenosas, a Isis se la relacionaba con la salud
hepática y a Neftys con la de los pulmones. Osiris, personificación del Nilo, era el dios de
la muerte.

La leyenda daba cuenta de que Osiris había nacido de Geb, dios de la tierra y la
diosa del cielo, Nut. Era el soberano bueno del cielo y de la tierra. Como ocurre en otros
mitos, su hermano Seth se encarga de asesinarlo y desmembrarlo, pero la hermana, Isis lo
reconstruye y dan a luz a un hijo, Horus.

Seth, principal responsable de las enfermedades de los hombres, también se halla en


pareja con una hermana, Nephtis. Ellos destruyen el ojo de Horus, quien a su vez le corta
los testículos a Seth.

Entonces Thot, médico de los dioses y depositario de todo el conocimiento, cura el


ojo de Horus, quien lo ofrece a su padre Osiris como talismán sagrado. Atum-Ra5 también
se ocupa de la restitución de los ojos de Horus, y de los genitales de Seth.

Sólo Imhotep, al ser elevado a la categoría de dios, reemplazaría a Thot como dios
principal de la salud (82).

El cuerpo humano era dividido anatómicamente en treinta y seis áreas o regiones


cada una con la tutela de una divinidad. Pero estos dioses también solían enfermarse, como
el caso de Ra, que cuando padecía algún mal en su ojo daba lugar a las tinieblas o eclipses.
Horus, por su parte, era propenso a las cefaleas.

Se han hallado especies de “sanatorios” adosados a las habitaciones de los templos


donde se llevaban a cabo los cultos.

El pensamiento mágico-religioso en torno a la salud propició la utilización de


talismanes, como el ojo de Horus (“udyat”), alegoría del triunfo de la luz sobre las

5
El dios creador: “El que existe por sí mismo”.

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tinieblas, la vida sobre la muerte, protector de los niños, cuyo origen está en la leyenda a
que hiciéramos referencia; Tauret (diosa representada con una hipopótamo embarazada),
relacionada con la concepción; una rana para prevenir abortos; o Bes, dios enano protector
de embarazadas y niños, cuyo rostro espantaría a los espíritus malignos.

Para los egipcios, el individuo nacía como sujeto sano, con probabilidad de adquirir
una enfermedad. Al igual que en Mesopotamia, no se discutía el origen de las heridas
traumáticas. Para el resto de las patologías se recurría a una etiología en espíritus malignos
o los mismos dioses. También se atribuía el origen de las enfermedades a la acción
maléfica de los muertos.

Pero en esta civilización, el enfermo no era considerado impuro, y nunca se lo


dejaba sin atención.

Tanto la salud como el destino de los individuos eran gobernados por los dioses y
por los muertos. La enfermedad, como señala Guerra (44), aparecía como un desequilibrio
de las relaciones entre los hombres y los seres sobrenaturales. La solución al mismo sólo
podía provenir de prácticas mágicas. De ahí que los papiros médicos estén encabezados por
invocaciones y hechizos. Y aunque la medicina egipcia desarrolló métodos de anamnesis,
observación y examen físico muy detallados, no por eso dejaron de existir esas otras
prácticas.

Para tratar quemaduras, por ejemplo, se procedía a su limpieza con leche de la


madre de un bebé de sexo masculino mientras se repetía un rezo a Isis, el cual, se decía,
contenía las palabras que ella había usado para evitar que Horus, su hijo, muriese quemado:
“Hay agua en mi boca y un Nilo entre mis piernas: aquí estoy para apagar el fuego”.

Como señaláramos, excepto en el caso de las lesiones externas, también en esta


concepción de la salud y la enfermedad se consideraba, la condición del paciente, un
castigo divino. La enfermedad se originaba en la culpa una vez más.6

6
Las etiologías reconocidas podían agruparse en:

23
Con respecto al pueblo hebreo, si bien los aspectos médicos estuvieron fuertemente
influenciados por otras culturas, como detallaremos más adelante, es uno de los más
profundos ejemplos de íntima ligazón entre enfermedad y religión. No es de extrañar en un
sistema básicamente teocrático, donde la vida misma giraba alrededor del culto al Dios de
Israel en sus distintas formas.

Y, como veremos al comparar mitos de la creación, como el babilonio entre otros,


con el Génesis bíblico, pese a las influencias de sus antecesores, reflejadas en muchas
semejanzas, tiene este último notas muy distintivas que lo hacen original y único, y que
influirán en nuestra tesis del concepto intrínseco de salud encerrado en el origen del mundo
y del hombre.

Se contaba en el pueblo hebreo con dos tipos de médicos: los rophe (sanador),
haciendo las veces del médico clínico y los rophe umman, dedicados a la cirugía. Pero el
único verdadero rophe para los israelitas era Yahvé, y sólo a él correspondía ese título, por
lo que los anteriores, y con cierta reserva, eran otorgados a los médicos extranjeros. Para
este pueblo, toda sanidad provenía de Dios, como también era quien enviaba las
enfermedades, aunque no su único origen.

El médico israelita, utilizara el método que fuera en su arte, se consideraba a sí


mismo, y lo era por los otros, como un simple instrumento de Yahvé. De todos modos, la
medicina del pueblo hebreo será influenciada por sus encuentros con otras culturas,
principalmente la mesopotámica, la egipcia y la griega; y es una de las razones por la que
se hace necesario este recorrido por diversas civilizaciones y períodos históricos. Pese al
profundo impacto de la medicina de esos otros pueblos, estarán prohibidas para los

a) Enfermedades transportadas por el viento.


b) Gusanos en la piel, intestinos y heridas. Tenían un amplio concepto de la parasitología.
c) Circulación de materias patógenas, denominadas por ellos mtw.

También podían los médicos ser pasibles de medidas punitivas ante el fracaso, incluso ser
condenados a muerte, según las consecuencias de sus actos y la magnitud del daño ocasionado.

24
israelitas las prácticas de exorcismos, magia y hechicería, comunes en los otros y contrarias
a los designios de Yahvé. Las ideas supersticiosas y demoníacas entre hebreos no
aparecerán sino hasta la Edad Media.

Los pacientes eran asistidos en los hogares o en dependencias de las sinagogas.

Hay que tener en cuenta que el pueblo hebreo comienza su peregrinaje desde
Caldea, entre el 1850 y el 1500 a.C. con su carga cultural correspondiente, probablemente
alejándose de las tierras gobernadas por monarquías. De allí el origen de su nombre: los
hapirus eran rebeldes antimonárquicos, que no aceptaban más rey que su Dios (¿Yahvé?,
¿El?). Y por eso llegará el momento de combatir contra monarcas en el Éxodo hacia una
supuesta “tierra prometida” en la que no hubiera rey, y de tomar como traición a Dios la
instalación de Saúl en el trono, el primero de Israel.

La enfermedad era considerada manifestación del pecado y se trataba casi siempre


del castigo divino. La culpa seguirá ocupando el centro de la escena, y con fuerza
inusitada. Toda enfermedad sería para ellos, en primer lugar, consecuencia de impureza
moral y religiosa.

Sin embargo, a través de la lectura del libro de Job, descubriremos otro concepto de
enfermedad, un avance dentro de la Edad Antigua con respecto a otros pueblos: el
padecimiento no como castigo, sino como prueba (4).

Otros orígenes reconocidos de la enfermedad son las maldiciones de otros humanos,


o la culpa no propia, sino de los ancestros.

En el Antiguo Testamento se utiliza la probabilidad de enfermedades enviadas por


Yahvé como maldición, y luego, en el Nuevo, persistirá esta idea, instalándose la pregunta,
ante un enfermo, si es fruto de su pecado o el de sus padres, como ocurre ante el ciego 7, y
nos indica la persistencia de la creencia en la culpa de los antecesores como origen del

7
Juan 9:2

25
padecimiento, que ya mencionáramos. Y Jesús rompe con ese concepto al responder: “Ni
él ni sus padres…”.

De todos modos, pese a la intención del escritor del Evangelio al introducir esta
frase, los cristianos no comprenderán tan fácilmente la falta de relación entre enfermedad
y pecado. Esta relación se mantiene aún hoy en denominaciones pietistas, y en numerosos
grupos de creyentes dentro incluso de las grandes confesiones en todo el mundo. Sobre esta
particular coherencia nos explayaremos al analizar los textos bíblicos, ya que son los
escritos religiosos de mayor influencia actual en nuestra cultura.

Con respecto a Grecia, si nos referimos a la época anterior a Hipócrates de Cos


(460-377 a.C.)), hablamos de la medicina pre hipocrática, época en que la incipiente
ciencia coexiste con lo mitológico. De ahí que se denomine pre-técnica a la medicina
previa al siglo VI a.C. Luego se desarrollaría un saber científico y racional, y se acuñaría
incluso, para el conocimiento médico, el término techne iatriké, o ars medica, “arte de
curar”. Esta medicina, empírica a veces y mágico-religiosa otras, estará presente en
todas las sociedades de occidente hasta la caída del Imperio Romano.

En la mitología griega el indiscutido dios de la medicina será Asclepio, nacido de


Corónide, hija del rey Felgias de Tesalia y de Apolo, hijo de Zeus, quien, al encontrarla
bañándose en el lago Beobes, se enamoró de ella y la convirtió en su amante. Pero, estando
ya embarazada, y en ausencia de Apolo, mantuvo relaciones con su antiguo novio, Isquis,
hijo de Arcadio de Elato.

Pero Apolo había encargado a un cuervo blanco que la vigilase, el cual le fue con
información sobre lo sucedido. El enojo del dios cayó primeramente sobre el pájaro, que
fue condenado, junto con su descendencia, a llevar para siempre el color negro por haber
permitido que se consumase la infidelidad de Corónide. Luego Apolo le contará lo
sucedido a su hermana Artemisa, quien hiere a la novia infiel con una de sus flechas
envenenadas y la asesina.

26
Al pasar Hermes cerca de la pira funeraria se apiada del bebé en el vientre de
Corónide y lo saca con vida con la ayuda de una daga, realizando así la primera cesárea
post mortem de la que se tenga memoria8.

El tema es que, el recién nacido, será llamado Asclepio y quedará al cuidado del
centauro Quirón, quien ya se había encargado de educar a Aquiles. Es justamente Quirón
quien le enseñará el arte de la medicina.9

Asclepio morirá en manos de Zeus por haber logrado la inmortalidad de los


humanos. Pero habrá engendrado varios hijos: Godalirio, Macaón, Telesforo, Hygia (de
cuyo nombre derivará el término “higiene”), Panacea (“lo que todo lo cura”), Egle, que
actuaría como partera y Laso, que habría sido enfermera.

Estaba muy claro para los griegos el concepto de enfermedad como castigo de los
dioses, que enviaban sus flechas contra los humanos debido a sus faltas individuales o
colectivas. Al igual que otros pueblos, excluían del origen divino a las calamidades de
causa evidente, como los traumas. En cambio, lepra, ceguera, locura en los individuos
como una peste en la colectividad, sólo podían originarse en el castigo de un dios por una
culpa humana o la persecución de dioses o entidades malignas (daímones, keres) sobre un
individuo o grupo.

8
Es interesante cómo en la actualidad se confunde el símbolo de Hermes, dios del comercio, con el caduceo
de Esculapio, dios de la medicina, sin tener en cuenta la relación que ambos tuvieron en la mitología. O,
incluso, sacar conclusiones de cómo “el comercio” hizo nacer a “la medicina” …

9
Estos datos, más allá de hacernos conocer el origen de Asclepio en la mitología, reflejan algunos de los
conocimientos de la época, como el de la cesárea post mortem que estaban obligados a realizar los médicos
romanos en embarazadas fallecidas después del séptimo mes de embarazo. Se deduce entonces que también
tenían en cuenta el tema de la “prematurez”. El hecho de que fuera práctica incluida en la ley romana dio
origen al término cesárea, sabiéndose que, contrario a las creencias populares, Julio César nació de parto
natural, ya que su madre murió cuarenta y seis años después, y en esos tiempos no se practicaba esta cirugía
en mujeres vivas.

27
Junto al empirismo se practicaban ritos mágico-religiosos. Y en ellos se fundían
ambas actitudes, presentes hasta la época actual: la mágica, donde la prosecución de una
fórmula detallada e infalible trae el resultado buscado si se llevó a cabo el rito de modo
correcto. Por otra parte, la religiosa, donde se invoca a la divinidad y ésta tiene la potestad
de otorgar o no lo solicitado. No hay garantía del mismo, ni depende del poder propio del
sanador. Hasta el día de hoy magia y religión se confunden en aquello que se ha dado en
llamar “religiosidad” y a veces “religiosidad popular”, mezcla de sincretismo, magia y
religión.

Laín Entralgo enlista, en su Historia de la Medicina (59), las prácticas religiosas de


la Grecia antigua:

a) Plegaria (eukhé), elevada a los dioses relacionados con la salud, encabezados


lógicamente por Apolo y Asclepio.
b) Catarsis, o ceremonia lustral, dirigida a eliminar del cuerpo los miasmas de su
impureza, ya sea mediante el uso del agua y el fuego entre otros medios.
c) Entrega a cultos orgiásticos. El enthousiasmós o posesión del hombre por el dios
(Dionisio, Cibeles).
d) Empleo de la música, ruidos, danzas para expulsar a los agentes patógenos.
e) Terapéutica trasferencial: expulsión del agente causal de la enfermedad hacia otro
ser humano, o hacia un animal, de lo cual encontraremos resabios siglos después en
el Nuevo Testamento10. Se lograba a través de diferentes ritos: imposición de
manos, saliva, leche.
f) Logoterapia mágica que más adelante dará lugar a la psicoterapia verbal técnica o
racionalizada.
g) Incubación, que describiremos más adelante.
h) Terapéutica astrológica, relacionada con la real correlación entre el macrocosmos
del universo y el microcosmos humano.

10
Lucas 8:33

28
Tuvieron también varios dioses relacionados con la salud. Lógicamente, Asclepio
fue el más importante, y se le dedicaron numerosos templos o “asklepeia”, siendo el más
importante el ubicado en Epidauro. Estas construcciones se localizaban lejos de las
ciudades, en general en lugares con buena provisión de agua. Hasta ellas llegaban
multitudes de peregrinos con distintos tipos de padecimientos, siendo acomodados en los
mismos por los therapeutes, sacerdotes consagrados al templo.

Los pacientes recibían distintos tratamientos rituales, donde los baños eran muy
importantes. Veremos al avanzar en este trabajo, cómo la influencia de esta terapia
aparecerá sutilmente en pasajes del Nuevo Testamento cientos de años más tarde 11. Estas
prácticas se complementaban con masajes y unciones con los que los therapeutes iban
preparando a los sujetos para su ubicación en el abaton, la locación más interna del templo.
Allí se llevaba a cabo la incubatio, cercana a la estatua de Asclepio, donde los pacientes se
entregaban al sueño, a través del cual, según la creencia de este pueblo, el dios se les
aparecía e indicaba el método de curación, o lo hacía en forma directa tocando al paciente.

Cuando el individuo despertaba, a la mañana siguiente, relataba el sueño a los


sacerdotes para su interpretación y la prescripción del tratamiento correspondiente, en el
que intervendrían distintos tipos de preparaciones terapéuticas, amuletos e invocaciones.

Un papel muy importante en los procesos de curación correspondía a la higiene y la


nutrición. Muchos pacientes permanecían así en los templos durante días, sometidos a
baños, dietas especiales y ejercicios físicos.

Alrededor del 500 a.C. se calcula que había más de trescientos templos consagrados
a Asclepio.

11
Jn. 5:2-4: Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el
cual tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban
el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el
que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier
enfermedad… El relato continuará con la curación del paralítico por parte de Jesús. La mención de la
curación a través del agua puede interpretarse como una referencia a las prácticas de los baños como
resabios de la escuela de Asclepio. Podría haber una intención del escritor del evangelio en hacer aparecer a
Jesús por encima de las prácticas de curación más difundidas en la antigüedad.

29
Pero también conocían otras fuerzas sanadoras, atribuidas a los antiguos dioses de la
tierra y el mundo subterráneo, con sus serpientes y topos. Melampo sería uno de esos
dioses subterráneos, antecesor de Anfiarao. Otro habría sido Tronfonio, a quien se lo
consultaba en cuevas y enviaba su poder curativo a los hombres a través de serpientes,
símbolo de curación y regeneración.12

Debemos mencionar que, paralelamente, se desarrollaba en el mundo helénico otro


tipo de medicina con aspecto más científico, en rechazo de los aspectos mitológicos y con
acento en la observación del paciente. Se daba en esta corriente mucha importancia a lo que
hoy llamaríamos historia clínica, aunque este elemento desaparecería luego de la muerte de
Hipócrates para reaparecer recién en la Edad Media, debido a la medicina musulmana.

La primera escuela médica con esta impronta se fundó ya en el 700 a.C. en Cnido,
localidad dentro del territorio de la actual Turquía. Y alrededor del siglo VI a.C. ya se
contaba con seis escuelas de renombre: Crotona (en la península itálica), Agrigento (en
Sicilia), Cirene (en Libia), Rodas (en Grecia), Cnido y Cos (en la actual Turquía).

De ellas, que en realidad eran más centros de salud que establecimientos docentes,
surgieron los médicos más prominentes: Alcmeón de Crotona, Empédocles de Agrigento e
Hipócrates de Cos. Ellos estaban alejados de la influencia mitológica.

Para Alcmeón, como mencionáramos previamente, la enfermedad era consecuencia


de un desequilibrio entre principios opuestos: húmedo y seco, cálido y frío, amargo y dulce.
Empédocles sostenía que en la naturaleza hay cuatro elementos básicos: fuego agua, tierra,
aire; noción sobre la que construiría más adelante Hipócrates su teoría de los humores.

12
La medicina pre-técnica fue denominada también popular. Según sus características, los sanadores recibían
diferentes nombres: kheirourgein, hábiles con las manos y quiroprácticos por excelencia; rhizotomos,
dedicados a la herboristería o los gymnástai que se especializaban en el ejercicio físico. Como señaláramos,
no se encontraban sólo en Grecia, Democedes de Crotona fue el médico de la corte persa que se hizo famoso
por sus remedios griegos.

30
Es justamente a Hipócrates (460-377 a.C.) a quien se debe que a la primera
medicina considerada “científica” se la denomine “hipocrática”. Y es porque se le atribuye
ser el primer médico en rechazar mitos y creencias populares en los que las
enfermedades eran causadas por fuerzas sobrenaturales. Hipócrates construyó un
concepto de enfermedad circunscrita al hombre y su entorno natural, y esta tendencia de
pensamiento estuvo vigente durante trescientos años.

El Corpus hippocraticum, de cuya autoría no se tienen certezas, es un compendio de


setenta y dos obras en las que se da por tierra con la medicina basada en preceptos
religiosos. Pero más allá de la “teoría de los humores” 13, una lectura más profunda del
Corpus Hippocraticum, a la luz de los conocimientos más actuales sobre el pensamiento
griego de la época, puede terminar de conformar su concepción más “fisiológica” de
enfermedad como un estado de la “physis” de la persona afectada, el cual estaría definido
por cinco componentes principales:

a) La adikía: injusticia en cuanto desajuste cósmico, como “falta de ajuste”.


b) La akatharsía: impureza: el sujeto enfermo es sucio o impuro, tanto desde el
punto de vista físico como ético, donde vemos nuevamente aflorar la idea de
culpa aún en un pensamiento supuestamente alejado de lo mágico-religioso. No
es magia, no es religión, pero seguirá siendo falta.
c) La aiskhrotes: fealdad porque al no haber ordenamiento con el cosmos se ha
perdido la original belleza del orden del kósmos, existirá una akosmía.

13
La teoría de los humores se basa en la presencia de cuatro de ellos en el cuerpo: sangre, bilis negra, amarilla
y flema), cuya armonía sería el estado de salud, y su desequilibrio (dyscrasía), la enfermedad. Esa dyscrasía
era justamente la mala mezcla de los humores, con predominio de alguno de ellos de modo morboso, lo cual
parece una clara influencia de Alcmeón. Por otro lado, el concepto de dýsrroia remite al mal flujo del
pneuma, palabra que en griego significa tanto “viento como espíritu”. Subyacen las huellas de Empédocles
con sus cuatro elementos, y subraya la idea de salud como “equilibrio”, concepción que persiste hasta el día
de hoy en las modernas definiciones de ese estado o condición. La terapéutica se basaba en la restitución
natural de la salud, de la que el médico era sólo un mediador, indicando las prácticas que ayudaban a tal
proceso: higiene y reposo principalmente.

31
d) La ametría: desproporción, concepto más radical aún que monarkhía y
dyskrasía.
e) La lypé: pena o aflicción.

En Alejandría, al norte de África, el médico pasaría a ser definitivamente un


científico con formación anatómica y fisiológica. En el siglo III a.C. alcanzaría la Escuela
de Alejandría su mayor esplendor. Los médicos más destacados fueron Herófilo de
Calcedonia (335–280 a.C.) y Erasístrato de Ceos (304-250 a.C.).

Con la expansión del Imperio, Alejandría comenzó a decaer, y sus científicos


emigraron en busca de nuevos horizontes, dirigiéndose preferencialmente a Roma. A orillas
del Tíber aparecería, ya en el siglo I a.C., una colonia de médicos.

Pero en la región del Lazio, asiento de la ciudad de Roma, los aspectos religiosos
etruscos hicieron pie antes de la instalación de los conocimientos griegos y alejandrinos.
Con ellos se arraigó en los romanos la práctica de la adivinación a través del examen de las
vísceras de animales, especialmente del hígado, las cartas futuristas y la de ofrendar a los
dioses como muestras de agradecimiento por la curación, costumbre que podemos observar
actualmente en santuarios, grutas, iglesias.

Aún se conserva, en el museo de Piacenza, un modelo de hígado de cordero


realizado en bronce con el que se entrenaban los aprendices. Está dividido en porciones o
“casas del cielo”, cada una con el nombre de una deidad.

Así, los aspectos mitológicos etruscos en la medicina romana, significaron un


retroceso a los avances científicos tanto de las escuelas de Cnido y Cos como de la
medicina alejandrina.

Hay que tener en cuenta que en el siglo VI la Etruria comprendía todo el norte de
Italia. Con el correr de los años su extensión fue reduciéndose. El tema de la adivinación
como práctica habitual es, para algunos autores, prueba del origen asiático de esta etnia (82).

32
Algunas divinidades etruscas relacionadas con la salud fueron incluidas en el
panteón romano: Febril, diosa de las enfermedades de los pantanos; Mefitis, dios de la
fetidez; Scabies, diosa de la sarna.

Se conservan imágenes de mujeres aladas, demonios afrodisíacos encargados de


proteger los partos. También había un número de demonios infernales, entre los que
destacaba la serpiente. Estos se caracterizaban por acompañarse del hacha y el martillo,
símbolos de la muerte.

Es en Roma, entonces, donde podemos documentar la coexistencia de una


medicina de tipo científica con cuestiones mágicas y religiosas. Surge entonces la
pregunta acerca de cuán extendida estaba la práctica de cada una. ¿Eran los médicos de las
escuelas los encargados de los gobernantes y nobles mientras que el pueblo en sus clases
más bajas continuaba ligado a los ritos ancestrales? ¿En cuánto modificó la instalación de
una medicina más científica las ideas sobre salud y enfermedad del grueso de esos pueblos,
y cuánto de ella quedó enquistada sólo en ciertas clases o élites intelectuales?14

Muchos médicos griegos iban llegando a Roma, algunos de ellos, en calidad de


esclavos. Pero a medida que se presentaban las oportunidades, iban demostrando su talento,
ganando prestigio y reputación entre los romanos. También tuvieron detractores, como
Catón el Censor (234-149 a.C.), quien arremetió contra ellos e intentó restaurar las
prácticas de la medicina etrusca, con fórmulas mágicas y encantamientos. Seguían
conviviendo, pues, los dos tipos de prácticas.

14
Según una leyenda, en el año 295 a.C. Roma sufrió una plaga y se buscó respuesta en los libros
sibilinos, proféticos y relacionados con la Sibila de Cumas. Como resultado de tal consulta, una delegación
debería ir en busca de Asclepio a Epidauro. El dios, a través de sus sacerdotes, habría acordado en ayudarlos.
Para ello debían llevarse de Epidauro una serpiente. Cuando la delegación regresó con ella a Roma la
epidemia cesó y se construyó, en agradecimiento, un templo a Asclepio en el 293 a.C. El culto al dios griego
fue en aumento y logró la latinización de su nombre a Esculapio, el dios más destacado de la salud en la
mitología romana.

33
Por el contrario, Julio César concedió la ciudadanía a todo médico que comprobara
su eficacia, logro debido a la actividad de Asclepíades de Prusia (124-40 a.C.), médico de
la aristocracia romana, que consideraba al cuerpo como integrado por partículas invisibles
o átomos, por entre los cuales circulaban los humores. Fue el primero en utilizar el término
oncos, “masa”, para describir a los órganos enfermos.

Más adelante, Julio César extendería el beneficio de la ciudadanía a todo médico


extranjero libre.15

Pero el más importante de los médicos romanos, sin duda, fue Galeno, nacido en
Pérgamo en el año 129 o en el 131, actualmente en Turquía y entonces parte del mundo
helénico, que, aunque romanizado, mantenía la influencia de la antigua Grecia. Fallecería
en el año 200.

15
Uno de los cirujanos más destacados de este período fue Aulio Cornelio Celso (25 a.C. – 50 d.C.),
que señaló las condiciones de todo cirujano: “Debe ser joven o cuando menos no muy viejo, su pulso debe ser
firme y seguro, sin que jamás le tiemble. Debe poder usar la mano izquierda con igual destreza que la
derecha, su visión debe ser aguda y clara, su mente intrépida y debe sentir la piedad necesaria, no a tal
grado que se sienta conmovido por las lágrimas, no debe ni apresurar la operación más de la cuenta, ni
cortar menos de lo que fuere necesario, sino hacer todo exactamente como si los gritos del otro no le
impresionaran”.

34
Galeno de Pérgamo

No sería justo pasar sin mencionar algunos de sus numerosos logros, como el haber
escrito una obra de más de cuatrocientos volúmenes, aunque también incursionó en la
filosofía, la filología y la retórica. Allí volcaría sus vastos conocimientos de anatomía,
estudiada principalmente sobre esqueletos ya que aún la disección de cuerpos humanos no
estaba permitida, pero que completaría siendo médico de los gladiadores en Pérgamo y a
través del estudio sobre animales.16

Su concepto de salud se basaba en un estado de equilibrio de la naturaleza del


organismo y de sus funciones, y rechazó la asociación de la enfermedad con fuerzas

16
Aunque muchos de sus escritos en griego parecen haberse perdido, se hallan versiones en
traducciones árabes, hebreas y latinas, lo que refiere a la influencia de sus conocimientos sobre otros pueblos.
Fue el primero en relacionar el cerebro con las cuerdas vocales en la emisión de la voz, estudió la fisiología
renal y la función de la médula espinal. Describió la función de muchos músculos incluidos los oculares y fue
el encargado de corregir el error de Alcmeón, quien había afirmado que por las arterias circulaba aire y no
sangre. Para Galeno, de todos modos, la sangre no circulaba, sino que estaba sometida a un movimiento de
vaivén.

35
sobrenaturales o con un origen divino. El estado fisiológico normal era definido por ese
equilibrio en siete grupos de res naturales: cuatro elementos, cuatro humores, nueve
cualidades, tres espíritus, tres facultades, dos operaciones y cuatro miembros, a las que se
podían agregar edad, sexo y figura del individuo.

Estas cosas o res naturales estaban reguladas por las no naturales, extrínsecas: aire
y ambiente, comida y bebida, afectos del alma.

La enfermedad podía originarse por causa externa (exceso de comida, coito, etc.);
interna: predisposición, quizá una intuición de la carga genética, entendida entonces como
las características de la constitución individual; o conjunta, “sinéctica”.

Su concepto de enfermedad era que se trataba de una predisposición preternatural


del cuerpo, por obra de la cual padecen inmediatamente las funciones vitales. Esa
“disposición” es la que llamará diátesis, pero si el desorden individual sufrido por el sujeto
no duraba un determinado tiempo no era considerado una enfermedad.

Lo de “preternatural”, pará phýsin, es el apartarse del orden natural o katá phýsin,


propio, este último, del estado de salud.

Es interesante resaltar que la enfermedad reside en el cuerpo, mientras que lo que


está fuera de él puede ser el conjunto de causas o de consecuencias, como, por ejemplo, la
tristeza, pero no la enfermedad misma.

En el Imperio se comenzó a utilizar el término medicus, derivado del griego


“medeor” que significa “cuidar”.17

17
Se considera que los mayores aportes de la medicina romana fueron: la construcción de los
primeros hospitales del mundo occidental, ya que los más antiguos de los que se tiene registro datan del siglo
III a.C., o sea, doscientos años antes y estaban ubicados en India; la realización obras sanitarias y su
influencia en el desarrollo de la cirugía. Los médicos romanos hervían el material antes de utilizarlo y de
reutilizarlo, aunque no está claro cuál era el fundamento de tal práctica, ya que la existencia de los gérmenes
se descubriría siglos después. También utilizaban un antiséptico muy potente en esa época, el acetum, para
lavar las heridas. El acetum podría tratarse de una preparación compuesta por: romero, ajenjo, salvia,
yerbabuena, canela, clavo de especia, nuez moscada y vinagre, según describiera Milne Edwards en el siglo
XIX (71).

36
Todo el mundo conocido había recibido también, para confundirse con las culturas
de los pueblos, la diáspora cristiana.

Este movimiento, el cristianismo, había sido perseguido implacablemente por el


Imperio. ¿Cuál era la razón de tal encono contra una secta judía expulsada en su momento
del Templo por seguir a un profeta que, según ellos, había muerto y resucitado?

Obviamente, no se trataba de un problema religioso, ya que en toda la vasta


extensión del Imperio convivían pueblos y, consiguientemente religiones de las más
variadas características. Si hubo tal persecución que llevó a la muerte de miles de
cristianos, sólo se justifica por razones políticas. Era esta, probablemente, una facción
subversiva y rebelde no dispuesta a someterse a los principios éticos y sociales de Roma.

Pero cuando la estructura gobernante comenzó a deteriorarse, en épocas del


emperador Constantino I18, éste pergeñó un plan de salvataje: hallar un “cemento” para el
Imperio. Distintas etnias, lenguas, culturas… ¿cómo podrían homogeneizarse? Qué cosa
podía encontrarse en cada rincón del Imperio: cristianos, en diáspora desde su expulsión del
templo judío en el siglo I.

El Emperador, entonces, convoca el Primer Concilio de Nicea en 325, que otorga


legitimidad al cristianismo en el Imperio romano por primera vez, en un claro acto político.
Los cristianos saldrán de las catacumbas y la persecución para transformarse en “religión
oficial”, ese cemento con el que Constantino pensaba unir al endeble Imperio Romano. A
su muerte, la obra sería continuada por Teodosio, quien moriría en el 395. En el 410 Roma
sería sitiada y luego saqueada por los visigodos y los cristianos inculpados por su
decadencia.

18
Flavio Valerio Aurelio Constantino (274-337 d.C.). Gobernó Roma desde el 206Fue un emperador favorable
al cristianismo. Para algunos no fue bautizado sino antes de su muerte, y por Eusebio de Nicomedia.

37
Monumento a Constantino en la ciudad de York, Inglaterra,

donde recibió la noticia de que era el nuevo Emperador de Roma (fotografía original)

Placa que atribuye a Constantino el reconocimiento de las libertades civiles de los cristianos y su “conversión”. Ciudad de
York, Inglaterra (Fotografía original)

38
Se institucionalizaría entonces, con Constantino, una “Iglesia” que se alinearía con
el poder oficial. El pensamiento creativo y subversivo del cristianismo quedaría subsumido
paulatinamente a ser un garante más de las acciones políticas del Imperio.

Al quedar dividido el Imperio en Oriente y Occidente, la capital oriental pasó a ser


Constantinopla, la antigua Bizancio, refundada justamente por Constantino como “Nueva
Roma”, mientras que Roma era el centro de occidente. Hasta el día de hoy, el obispo de esa
ciudad continúa gobernando sobre los católicos del mundo occidental como si el Imperio
aún existiese.

Cesada la persecución, la mayor batalla que llevaría a cabo el cristianismo en la


sociedad grecorromana, con su fuerte carga filosófica, sería contra el racionalismo. Pero
tomaría elementos de los filósofos, como por ejemplo Platón para el desarrollo de sus
propias ideas.

Comienza en esta era un eje importante que acompañará al pensamiento cristiano


por siglos: la demonización. Ya desde las ideas de Tertuliano (160-240), de que cada
persona estaba acechada por un demonio, o San Agustín (siglo V) que atribuía a los
demonios las enfermedades sufridas por los cristianos, idea que incluso continuaría en
Lutero (agustino al fin) ya en épocas de la modernidad.

Se llegó incluso a cuantificar 72 príncipes de la monarquía diabólica


y 7.405.926 diablos. Un inquisidor había clasificado a los demonios en ígneos, de la alta
atmósfera, aéreos, en las capas inferiores, acuáticos, terrestres, entre otros

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