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José Antonio Medina Rojas

A mi padre:
Hoy quiero hablar de ti papá, de cómo me enseñaste a vivir, de como
cuando era pequeñito tomabas mi mano cuando salíamos a caminar,
de cómo tus ojos brillaban cuando me veías, esa mirada que me
decía: Eres mi tesoro y siempre, siempre te voy a cuidar. Recuerdo
cuando te abrazaba, mi cabeza apenas llegaba a tus rodillas, por
supuesto, era un diminuto abrazo, pero sé que para ti, en ese
momentito, lo era todo. Me gustaba quedarme despierto hasta tarde,
esperando a que llegaras de trabajar, a veces solo para que me dieras
las buenas noches o para cenar juntos, en realidad no importaba para
que, solo sé que brincaba de la cama cuando escuchaba la puerta
abrirse. Un día deje de verte, te ausentaste por un buen tiempo, no
sabía por qué , entonces después de esperar, te vi entrar por la
puerta, pero te veías diferente, muy delgado, débil, apenas podías
caminar con ayuda de una andadera, era muy pequeño como para
poder comprender lo que estaba pasando. Más tarde crecí, y supe que
habías enfermado, que tu situación era delicada y que tenías que
cuidarte mucho. A pesar de eso, siempre me mirabas con una sonrisa,
esa que solo las personas valientes pueden mostrar.
Me viste crecer, fuiste testigo de cómo empecé a usar un número más
grande de talla de zapatos, de como mi cabeza se acercaba más a la
tuya. Me viste superar los diferentes grados en la escuela, Me viste
emocionado haciendo lo que más me gustaba y me viste llorar por
primera vez por una mujer. Los años pasaban y solo me mirabas y
sonreías, como diciendo: Cuanto has crecido…
Ahora te veo y me da gusto que hayas sido tú el que tomo mi mano
cuando era un niño, tienes que saber que ha sido un placer crecer a tu
lado y que a donde quiera que vaya y a donde quiera que este,
siempre me voy a sentir orgulloso se ser tu hijo, porque padre, me
enseñaste a no rendirme, mi abuela me conto, que cuando estabas
internado en el hospital, nunca pensaste en dejarnos, porque querías
verme crecer, me enseñaste que la vida es dura , que está llena de
ironías y que no todas las sonrisas de las personas son verdaderas.
Me enseñaste a ser un caballero, a querer como en tus tiempos y a no
tener de miedo de entregarme con el alma, me enseñaste a ser fuerte
y perseverante y creo que lo aprendí del mejor.
Gracias por estar siempre ahí, porque se que puedo sentarme a
platicar y escuchar un buen consejo de mi viejo, puedo sentarme a
escuchar tus historias y ver tu cara de emoción compartiéndome
pedacitos de tu vida y un día, cuando sea grande, también te voy a
contar mis historias, pero hoy quiero hablar de ti papá, de cómo me
enseñaste a vivir.

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