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Querida tía,

No tengo mucho recuerdo, por no decir ninguno, del primer día que nos conocimos y,
aun así, tengo la sensación de que desde ese momento creamos un vínculo muy especial.
Dicen que las tías son imprescindibles muchas veces y la verdad es que me has
demostrado que en nuestro caso es así. 
Desde bien pequeñita, me enseñaste la diferencia entre lo que estaba bien y lo que
estaba mal y lo más importante, me enseñaste a pensar por mí misma, a elegir, me diste
la posibilidad de equivocarme y de caerme, pero ahí estabas tú para levantarme siempre.
Con un añadido: eras mi tía. Nos divertíamos, nos reíamos, nos lo pasábamos bien y no
tenía la sensación de estar con una madre. 
Contigo he aprendido que la juventud es una actitud y que puedo recurrir a ti siempre
que haga falta porque ahí vas a estar tú. No me dirás lo que quiero oír, quizás a veces no
me haga nada de gracia lo que me digas, pero sé que me lo dirás por mi bien y con la
confianza que siempre has demostrado tener en mí. 
Quiero aprovechar esta carta para darte las gracias. Me lo has reconocido alguna vez,
pero sé que en más ocasiones de las que soy consciente has actuado de mediadora entre
mis padres y yo. A mí me has dado un punto de vista para que intentara comprenderles a
ellos y a ellos para que intentaran comprenderme a mí. ¡Eso solo puede hacerlo una tía
como tú! Y con cosas así, sin darte importancia, me demuestras que tengo muchísima
suerte de tenerte. 
Ojalá el día de mañana estés orgullosa de tu sobrina, de todo lo que he ido consiguiendo
poco a poco y podamos reírnos juntas de otros millones de cotilleos, historias y líos.
Abrazarnos en los momentos difíciles y crear nuevos recuerdos. Lo único que pido es
que, aunque te cambie mucho la vida (o no) nunca dejemos de estar tan unidas.
Te quiere, tu sobrina.

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