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Deuteronomio 34:1-5: “Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo,

a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó, y le mostró Jehová toda
la tierra […]. Y le dijo Jehová: ‘Esta es la tierra que prometí a Abraham, a
Isaac y a Jacob, diciendo: “A tu descendencia la daré”. Te he permitido verla
con tus ojos, pero no pasarás allá’. Allí murió Moisés, siervo de Jehová, en la
tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová”.

Moisés estaba tan cerca y, sin embargo, tan lejos. La Biblia indica que cuando
Moisés murió, Dios mismo lo sepultó. Sabemos que Dios devolvió a Moisés a la
vida, y lo llevó al cielo como ejemplo de los que morirán en Cristo y serán
levantados por medio del poder vivificante del sonido de la trompeta al momento
de su segunda venida.

Dios le habló allí a Moisés y le permitió ver la historia futura de los altibajos de
Israel, su compromiso renovado con Dios, y su recaída en prácticas egocéntricas
e idólatras. Los vio sujetos a poderes extranjeros. Vio que Jesús vino como bebé,
y contempló su vida y ministerio maravillosos y perfectos. Vio su agonía en el
Getsemaní, la traición, los azotes  y la crucifixión. 

Patriarcas y profetas, en las páginas 451 y 452, dice: “El corazón se le llenó de


angustia, y su identificación con el pesar del Hijo de Dios hizo caer amargas
lágrimas de sus ojos […].El dolor, la indignación y el horror embargaron el
corazón de Moisés cuando vio la hipocresía y el odio satánico que la nación judía
manifestaba contra su Redentor, el poderoso Ángel que había ido delante de sus
mayores. Oyó el grito agonizante de Jesús: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?’ (Mar. 15:34 […]. Pero miró otra vez, y lo vio salir vencedor de la
tumba y ascender a los cielos escoltado por los ángeles que lo adoraban, y
encabezando una multitud de cautivos. Vio las relucientes puertas abrirse para
recibirlo, y la hueste celestial dar en canciones de triunfo la bienvenida a su Jefe
supremo. Y allí se le reveló que él mismo sería uno de los que servirían al
Salvador y le abriría las puertas eternas”.

Sin embargo, no estaban solos. La nube durante el día, y la columna de fuego por
las noches sobre el tabernáculo les recordaban constantemente de que el Dios
Poderoso estaba de su lado. Hermanos y hermanas, el Dios Todopoderoso está
hoy con nosotros en este estadio, y en todo el mundo, en momentos en que nos
preparamos para cruzar el Jordán. ¡No retrocedan!.

La lectura de Josué 1:2 en las Escrituras nos dice que Dios habló directamente
con Josué, diciéndole: “Mi siervo Moisés ha muerto. Ahora, pues, levántate y pasa
este Jordán —CRUCEN EL JORDÁN…NO RETROCEDAN…CRUCEN EL
JORDÁN— tú y todo este pueblo, hacia la tierra que yo les doy a los hijos de
Israel. Yo os he entregado [...] todos los lugares que pisen las plantas de vuestros
pies”.

Esta fue la señal de Dios a los israelitas para que cruzaran el Jordán. Josué
ordenó que se llevaran a cabo los preparativos para el cruce.

Josué 3:1 nos dice que Josué se levantó temprano y que todos los hijos de Israel
se dirigieron y reposaron junto a la ribera del Jordán. Había llegado el momento de
la prueba, de ver una vez más los grandes milagros de Dios. El versículo 3 dice:
“Cuando veáis el Arca del pacto de Jehová, vuestro Dios, y a los levitas
sacerdotes que la llevan, saldréis del lugar donde estáis y marcharéis detrás de
ella”. El versículo 5 agrega: “Santificaos, porque Jehová hará mañana maravillas
entre vosotros”. Cuando nos humillamos ante el Señor y los unos a los otros,
cuando le rogamos a Dios que nos dé la lluvia tardía del Espíritu Santo, cuando
permitimos que el poder santificador del Espíritu Santo nos haga más y más
semejantes a Cristo, veremos “maravillas” entre nosotros, porque el mensaje
adventista se esparcirá como reguero de pólvora.

En el versículo 9, Josué le dijo a la gente: “Escuchad las palabras de Jehová,


vuestro Dios”. Dios prometió que él echaría a los habitantes de la Tierra
Prometida.

¡Los sucesos que siguieron son fascinantes! Josué 3:14-16 nos dice: “Aconteció
que cuando el pueblo partió de sus tiendas para pasar el Jordán, con los
sacerdotes delante del pueblo llevando el Arca del pacto, y cuando los que
llevaban el Arca entraron en el Jordán y los pies de los sacerdotes que llevaban el
Arca se mojaron a la orilla del agua (porque el Jordán suele desbordarse por todas
sus orillas todo el tiempo de la siega), las aguas que venían de arriba se
amontonaron bien lejos”.

Era primavera, y las aguas estaban muy altas. Patriarcas y profetas, página 459
informa: “El ejército descendió a la orilla del Jordán. Todos sabían, sin embargo,
que sin la ayuda divina no podían esperar cruzar el río. Durante esa época del
año, la primavera, las nieves derretidas de las montañas habían hecho crecer
tanto el Jordán que el río se había desbordado, y era imposible cruzarlo en los
vados acostumbrados. Dios quería que el cruce del Jordán por Israel fuera
milagroso”.

El versículo 17 dice que los sacerdotes que llevaron el arca permanecieron en


medio del Jordán hasta que todo el pueblo cruzó el río. Antes de que los
sacerdotes abandonaran el lugar, Josué pidió representantes de las doce tribus
para que tomaran una gran roca del lecho del río en representación de su tribu y
para establecer un hito conmemorativo. Josué 4:6, 7 dice: “Para que esto quede
como una señal entre vosotros. Y cuando vuestros hijos pregunten a sus padres
mañana: ‘¿Qué significan estas piedras?’, les responderéis: ‘Las aguas del Jordán
fueron divididas delante del Arca del pacto de Jehová; cuando ella pasó el Jordán,
las aguas del Jordán se dividieron, y estas piedras servirán de monumento
conmemorativo a los hijos de Israel para siempre’”.

En el libro La iglesia remanente, página 38, leemos: “Al repasar nuestra historia
pasada, habiendo recorrido todas las etapas de nuestro progreso hasta nuestra
situación actual, puedo decir: ¡Alabado sea Dios! Mientras contemplo lo que Dios
ha hecho, me lleno de asombro y confianza en Cristo como nuestro líder. No
tenemos nada que temer del futuro, a menos que nos olvidemos de la manera
como Dios nos ha conducido”.

Estamos juntos en esto, bajo la mano omnipotente de Dios: los líderes y los
miembros de la iglesia, trabajando juntos en la obra misionera. Observemos cómo
obra el Señor mientras aprendemos a descansar completamente en su
poder. Testimonios para la iglesia, tomo 9, página 95, nos dice: “La obra de Dios
en este mundo no podrá terminarse hasta que los hombres y las mujeres que
componen la feligresía de nuestra iglesia se interesen en la obra y unan sus
esfuerzos con los de los ministros y dirigentes de la iglesia”. Dios quiere que nos
unamos en la obra misionera más grande que el mundo ha visto alguna vez. La
lluvia tardía del Espíritu Santo caerá, y la obra será terminada.

Muy pronto, uno de estos días, miraremos hacia arriba y veremos una pequeña nube
negra del tamaño de la mitad de la palma de la mano. Se volverá más y más grande, y
más y más brillante. Todo el cielo se volcará para participar de este evento culminante, y
todos los millones de ángeles conformarán esa maravillosa nueve con un brillante arco iris
por sobre los relámpagos. Allí en medio de esa increíble nube estará Aquel a quien
hemos esperado, Aquel de belleza plena, nuestro Salvador y Señor Jesucristo, que
vendrá como Rey de reyes y Señor de señores. Miraremos hacia arriba y diremos: “¡Este
es nuestro Dios a quien hemos esperado!” Y Cristo nos mirará y nos dirá: “Bien hecho,
siervos buenos y fieles, entren en el gozo del Señor”. Entonces estaremos con él y
recibiremos la recompensa de los justos que han dependido completamente de Cristo.
Cruzaremos figuradamente el Jordán para comenzar nuestro viaje final a través del
espacio para ingresar a la Tierra Prometida en el cielo. Estaremos con él en un marco
perfecto, para ya nunca más separarnos, en cumplimiento de sus promesas reveladas en
el capítulo 22 de Apocalipsis, el último capítulo de la Biblia. En los versículos 3 al 7,
leemos: “Y no habrá más maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en ella, sus
siervos lo servirán, verán su rostro y su nombre estará en sus frentes. Allí no habrá más
noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque Dios el Señor los
iluminará y reinarán por los siglos de los siglos. Me dijo: ‘Estas palabras son fieles y
verdaderas. El Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel para
mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. ¡Vengo pronto!
Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro’”.

Esas son las promesas de Dios para usted, para mí y para esta iglesia remanente, que es
el movimiento adventista. Esa maravillosa Tierra Prometida revelada en el Apocalipsis es
donde iremos cuando nos elevemos para recibirlo en el aire. Cruzaremos el Jordán e
iremos al cielo a vivir con él para siempre. ¡Qué gran día será ese! Por la gracia y la
justicia de Jesucristo, quiero estar allí ese día.

Si ese es su deseo, el de entregarse humildemente a Cristo y compartir su amor y sus


mensajes proféticos con el mundo, ¿le gustaría acompañarme ahora mismo poniéndose
de pie?

Si nos comprometernos una vez más poniéndonos en las manos de Jesús, nuestro
Capitán todopoderoso, él promete guiarnos por el Jordán hasta entrar a la Tierra
Prometida. Alcancemos al mundo con las extraordinarias buenas nuevas de la victoria
final por medio de la sangre y la gracia de nuestro Creador, Redentor, Sumo sacerdote,
Rey próximo a venir y mejor Amigo Jesucristo. “¡Levántate! ¡Resplandece! ¡Cristo viene!

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