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MÁS ALLÁ

DE LA ANÉCDOTA:
UNA PRETENSIÓN

ANALÍA GERBAUDO
PATRICIA TORRES
IVANA TOSTI
(EDITORAS)
Más allá de la anécdota...

Analía Gerbaudo
Patricia Torres
Ivana Tosti
(editoras)

MÁS ALLÁ DE LA ANÉCDOTA: UNA PRETENSIÓN ∙ FHUC UNL


Más allá de la anécdota : una pretensión / Analía Gerbaudo ... [et al.] ;
editado por Analía Isabel Gerbaudo ; Patricia Torres ; Ivana Cecilia Tosti.
- 1a ed. - Santa Fe : Universidad Nacional del Litoral, 2021.
Libro digital, PDF/A

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-692-285-2

1. Fomento de la Lectura. 2. Literatura. 3. Acceso a la Educación.


I. Gerbaudo, Analía. II. Gerbaudo, Analía Isabel, ed. III. Torres, Patricia, ed.
IV. Tosti, Ivana Cecilia, ed.
CDD 306.488

© Universidad Nacional del Litoral, Facultad de Humanidades y Ciencias


http://www.unl.edu.ar
Publicación de acceso abierto

© Bayerque, Bernabé, Bouilly, Cañón, López Casanova, Caldo, Colectivo Vera cartonera,
Cumin, Ferreyra, Frugoni, Hermida, Istvansch, García, Gerbaudo, Indri, Malacarne,
Nieto, Santiago, Segretin, Torres, Tosti, Vottero, Zunino, 2021.

Dirección: Daniela Gauna Dirección: Analía Gerbaudo


Codirección: Daniela Fumis

Autoridades

Rector
Enrique Mammarella

Decano Facultad Humanidades y Ciencias


Laura Tarabella
De mudas, mudanzas y mediaciones. LARISA CUMIN

De mudas, mudanzas y mediaciones


LARISA CUMIN

Cuando me convocaron a escribir acerca de mi recorrido como mediadora de


lectura, sentí que estaba en problemas, aunque acepté el desafío. En los últimos
cinco años de mi vida me mudé al menos cinco veces. Y dos de esos cambios fueron
de ciudad. Del litoral a la ciudad de la furia, de la ciudad de la furia a la feliz. En
tanto movimiento es imposible permanecer estable. Cambié de trabajo en varias
oportunidades y de idea también. Y para colmo de mudanzas, fui mamá (¿por qué
usaremos esa expresión en pasado?); soy mamá. Mi hijo tiene poco más de un año,
al menos nueve dientes, aún no se larga a caminar y creo distinguir entre su balbu-
ceo un par de palabras. Solo eso —que es un montón— me alcanza para afirmar que
la maternidad es (para mí, al menos) transformadora y aún no termino de saber
cuánto. Los primeros meses de crianza se dieron en un mundo que de repente se
nos mostró diferente. Hubo momentos de este último tiempo en que me sentí per-
dida. Hubo momentos en que la tarea de escribir, de ordenar y de narrar mis expe-
riencias de mediación me dejaban en blanco. Muda.
Mudanzas. Entre tanto cambio, permanecieron —no sin intermitencias, con
ritmos diferentes, y hasta con cambios de dirección— algunas cosas como leer, es-
cribir, contar cuentos, dar talleres.
De hecho lo primero que mudé fueron mis herramientas de escritura, los libros
y los cuentos que cuento, junto con un bolso de ropa (una muda).
Hace poco, mientras yo lidiaba con cómo darle forma a este texto, mi amiga
Emilia (más inmigrante que yo, ella cambió de país y de lengua) me leía por video-
llamada —creo que para mitigar mi desorientación— un poema de Jorge Luján que
empieza así:

Yo soy muy diferente de mi cuerpo


él es largo y flaco
yo de cualquier manera
él camina de frente
yo hacia todos lados
(...)

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Si Emi quería decirme con ese texto que todos estamos un poco perdidos, no lo
sé, tampoco sé bien qué entendí yo de ese poema, y por otra parte no creo que a los
poemas haya que entenderlos. Pero lo cierto es que escucharla leer me calmó un
poco cierta angustia que había empezado a experimentar. Su lectura, su voz leyendo
y el mail que me mandó después con el poema entero y un escaneo de los dibujos de
Isol que lo acompañan, no solo me hicieron sentir más cerca suyo sino que fueron
para mí como un bálsamo.
Taller de Medicación fue la manera en que nominé (¿sin querer?) a una carpeta
compartida del Taller de Mediación en Literatura Infantil y Juvenil que comencé a
dictar de forma independiente en abril de 2020 (en plena cuarentena) de modo vir-
tual a un grupo de mujeres, en su mayoría docentes. Lo primero que pensé es que el
error había sido culpa del corrector automático. Pero no vale la pena disimular la
errata (ni lo errante). En la escritura o en la lectura lo había pasado por alto y el
fallido quedó ahí a la vista hablando de algo en lo que creo. De hecho al grupo le
causó tanta gracia que comenzamos a llamarnos así: Taller de medicación en litera-
tura infantil.
Tome usted dos versos en ayuna cada mañana antes de levantarse de la cama.
Otro poquito más por la siesta, preferiblemente en un lugar donde le llegue la luz
natural. Lea en voz alta, si está solo y si no también. Y por la noche tome del libro
todo lo que pueda hasta conciliar el sueño.
¿Cuál es el efecto que la literatura tiene sobre nosotros y sobre nuestros cuerpos?
Cuando era chica pedía cuentos antes de dormir. Mi mamá y mi papá se turna-
ban. A veces leían y otras inventaban historias que yo luego les pedía de nuevo y los
corregía si me las contaban muy diferente. Mi papá, sin darse cuenta, era crítico de
literatura infantil. Se quedaba enganchado con algunos cuentos y personajes y lue-
go les inventaba historias que podían continuar, me hacía preguntas que se pare-
cían mucho a lo que Chambers llama Conversación literaria. Y se reía, se reía mu-
cho con esas historias. Vinculaba los cuentos entre sí. Lo recuerdo riéndose a
carcajadas sordas (o mudas) de los finales de algunos relatos —mi papá cuando se
ríe mucho achina los ojos y se queda sin aire pero se sigue riendo y ya no emite so-
nido—. Siempre les dan remedios, decía, Al pajarito tito, al Conejo Pedro, (...) les
dan jarabe, o aceite de bacalao y los mandan a dormir. Se me ocurre ahora pensar
que quizás esos cuentos —sin querer— también estaban cometiendo un fallido, y
nos estaban diciendo que las moralejas son un trago amargo. Y mi papá con su hu-
mor las desmontaba. De alguna manera las moralejas nos sacan de la ficción, la
clausuran. Les dan al relato un porqué, una única dirección posible de interpreta-

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ción, y un «mensaje» aleccionador a los lectores. Yo —como toda niña— odiaba los
jarabes y amaba ese momento de irme a dormir mientras me leían y contaban.
¿Por qué tantos cuentos contados tantas veces a tantos chicxs antes de irse a
dormir? ¿En qué ayudará la literatura a la hora de afrontar la noche/la oscuridad?
¿Por qué recurriremos a la ficción en ese momento, en ese pasaje entre el mundo
diurno y el del sueño? Justo ahí cuando nuestro cuerpo se queda quieto y mudo
mientras nosotros (pensando ahora en el poema de Luján) nos movemos hacia tan-
tas direcciones. Cuentos para arropar, para abrigar, la voz para envolver.
Solemos recurrir a la anécdota infantil, familiar para reconocer las marcas que
otros nos dejaron en los modos de leer. Lo hace Graciela Montes cuando en La
frontera indómita... cita al mismo tiempo a Aristóteles a Sherezade y a su abuela
para hablar del lugar del imaginario. Confirma Petit el ardor de esas marcas en sus
estudios. Y de eso también hablan, a su manera, los narradores orales. Escuché va-
rias veces a Joselina Martínez en su taller de narración oral Los palabreros pregun-
tar a sus alumnos sobre los hombros de qué otro narrador se paraban a la hora de
contar. Y escuché también muchas veces los distintos tipos de respuestas que
desataban del recuerdo a un sinnúmero de narradores espontáneos: un tío que con-
taba anécdotas de sobremesa, un familiar que traía cuentos de la tierra de donde
había emigrado, una tía que regalaba coplas, una maestra que leía con una voz en-
volvente, una madre que hablaba de su pueblo, un padre que inventaba cuentos.
Cuando estaba en los primeros años de Letras comencé a asistir a los talleres de
narración oral que dictaba Joselina Martínez en una librería del centro de la ciudad
de Santa Fe. Una vez para abrir uno de esos encuentros nos contó un fragmento de
El reino de este mundo de Alejo Carpentier. De pronto los estantes, los libros, se
fueron borroneando y de a poco también la cara de la narradora se diluyó para dar
lugar a Makandal, el esclavo manco que había aprendido de ungüentos y remedios,
y también de venenos. El esclavo que se había vuelto hechicero y en medio de la
hoguera se transformaba para liberarse y dejarnos a nosotros los escuchas de la
historia igual de boquiabiertos que los que presenciaron su ejecución y su trans-
formación. No hay manera de que yo me olvide de ese momento ni de esa historia.
Y desde esos primeros talleres hasta ahora, con todas mis intermitencias y trasla-
dos, siempre seguí haciendo narración oral. Sin embargo, nunca hasta ahora había
escrito detenidamente sobre el tema, al menos no más que para presentar algún
proyecto o espectáculo —acabo de encontrar otra prima menor en los discursos
académicos, al menos en los míos.

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Joselina Martinez

Qué interesante esto de quedarme muda respecto del contar. Quizás una de las
razones que me lleva a escribir ahora sobre esto y a notar que lo había pasado por
alto fue haberme incorporado a comienzos de 2020 al CNOA (Colectivo de Narra-
dores Orales de Argentina). Ahí me encontré con una gran diversidad de narradores
de todo el país, militando la narración oral. Los debates y las acciones que llevamos
a cabo tienen, justamente, como deseo principal difundir la narración oral como un
arte y avanzar en el reconocimiento y los derechos de los narradores como trabaja-
dores profesionales de la cultura.

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CNOA. Reunió federal vitual

Un tiempito antes venía algo conflictuada con cómo pensar la narración en el


contexto de pandemia. Tenía charlas con mis compañeras que pasaban de cierta
esperanza a la melancolía de lo presencial y al hartazgo de lo virtual, pero no conse-
guíamos ir mucho más allá que de una charla o una queja. El trabajo de los narra-
dores suele caracterizarse por la intimidad, tener al público cerquita, mirarlos a los
ojos mientras se cuenta, envolverlos con la voz. Puro convivio. Y extrañábamos eso.
O sin eso no sabíamos para dónde ir.
La narración es un arte convivial donde no hay cuarta pared y el narrador cuen-
ta con su público oyente. Hay una expresión muy linda que usamos los narradores
orales —y que me viene heredada como muchas de las cosas de ese oficio— y es que
al cuento lo llevamos puesto. Sí, puesto, como un vestido o una camisa. Puesto por-
que está en parte en la memoria, aunque no sepamos ningún cuento de memoria, y
en el cuerpo. Puesto porque podemos desatarlo cuando venga a cuento. Y hay cuen-
tos que a una le quedan mejor que otros. Y a propósito de mudas y mudanzas, a
veces a los cuentos hay que levantarles un ruedo o cortarles una manga, o ponerse
otra cosa. Podríamos decir que el narrador es un intérprete que sale a escena vesti-
do con sus cuentos (un repertorio que puede armar con textos literarios, escrituras
autobiográficas y relatos orales).

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Joselina y grupo Maraña

Quienes escucharon contar cuentos o tuvieron la oportunidad de narrar a un


público atento quizás experimentaron alguna vez una especie de cosquilla o de esca-
lofrío mientras se está ahí en presencia siendo partícipes de un mismo espacio. Es
el cuento pasando por los cuerpos. Puede sonar cursi y hasta mentiroso lo que estoy
diciendo, y seguro peco de poco académica y muy cuentera. Pero no tengo forma
objetiva de escribir/narrar esa experiencia. Lo cierto es que a veces lo siento, a ve-
ces me sale, lo consigo y mientras estoy narrando vibro en el medio de un cuento.
Es como si el cuento saliera solo, y mi cuerpo y mi voz se volvieran el médium para
que el cuento pase. Y yo solo estoy ahí mirando cómo otros también están en el
cuento, cómo otros sostienen eso que voy narrando y están ahí contando conmigo.
Habitan conmigo el espacio del imaginario como lo llama Montes, hecho de nada y
para nada en puro temblor, el oficio trémulo como lo llama Ana María Bovo. Y es
esa, creo yo, una de las especificidades de la narración oral.
A veces experimenté cosas parecidas en una clase o escuchando leer poesía.
Quizás son esos momentos en que se tienen conciencia de que se está siendo partí-
cipe de un momento único irrepetible y eso está cargado de magia o de aura.
En pandemia descubrimos que si queríamos seguir contando cuentos, que si
queríamos seguir mediando más allá del espacio íntimo de una casa, no nos queda-

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ba otra que recurrir a la mediación de las pantallas y defender en ese espacio la par-
ticularidad de la narración oral. Esa era casi la única forma que teníamos de no
quedarnos mudas.
Hablando de auras, hay un momento mágico sobre el que tampoco nunca escri-
bí. Y fue el primer encuentro del ciclo Poeplas. 1 Junto a las poetas Valeria Cervero,
Florencia Fragasso y Vanna Andreini comenzamos en 2018 a gestar un ciclo de lec-
tura de poesía para las infancias. Habíamos notado esa falta, solo había lecturas de
poesía para adultos. El primer encuentro2 tuvo mucho de salto al vacío, habíamos
asegurado a todo aquel que tenía que darnos algún permiso o facilitarnos una ayu-
da económica que los chicos iban a disfrutar las lecturas y que no se iban a aburrir
para nada. Por suerte así fue, entre los nervios de estar en el lugar de organizadoras
presenciamos cómo un montón de nenas y nenes escuchaban leer a Juan Lima.
Mientras él les leía y les contaba acerca del proceso de armado de Botánica Poética
—ese libro hermoso donde las palabras y las fotos de frutos y plantas forman poe-
mas— los chicos creaban sonajeros usando vasos descartables y aceitunas crudas
que arrancaban de las ramas de olivo que él les había repartido antes de leer. Ade-
más de escuchar, estaban acompañando el ritmo, estaban mudando un objeto, es-
taban haciendo poesía.

1 El ciclo se llama Poeplas, igual que las dos antologías de poesía argentina para chicxs que hizo Valeria
Cervero y que pueden descargarse gratis en formato e−book de los siguientes links:
Poeplas 1, Poeplas 2
2 Los ciclos tuvieron lugar en distintos espacios de la ciudad de Buenos Aires y alrededores durante
2019. El primer encuentro fue en mayo de 2019 y tuvo lugar en la Biblioteca Casa de la Lectura (CABA).

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POEPLAS: Juan Lima leyendo poesía a las infancias –


Equipo Poeplas - público durante la lectura

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El año pasado en las búsquedas de continuar nuestra tarea de difusión poética


—la mediación de lectura muchas veces es una militancia y con esto estoy diciendo
que se hace por amor y por deseo y suele ser en varias ocasiones un trabajo no pa-
go— con Valeria recolectamos setenta y cuatro videos de poetas y mediadores le-
yendo poesía para las infancias. Ese acervo se llama Minutos Poeplas y puede visi-
tarse en nuestro canal de YouTube.3 No tendrá aura pero puede llegar casi a
cualquier lugar. Todos durante la cuarentena asistimos a la proliferación de conte-
nido cultural en formato audiovisual. Quizás más que nunca este último tiempo
puso en evidencia que la mediación literaria y la educación no formal de mediado-
res se da también en las redes sociales y plataformas de videos.
Para Minutos Poeplas grabé un video con Fermín, mi bebé. Y a partir de ahí
comenzamos a hacer más videos leyendo juntos para mi canal de YouTube: Larisa
Tejecuentos. La idea, debo reconocer que surgió de una necesidad —criar a un bebé
en cuarentena implica tenerlo a cuidado casi todo el tiempo— y luego comencé a
sistematizarla.

3 https://www.youtube.com/watch?v=F9YXSd2WbBE&list=PLnGztDpAhF7Y9fWnjbhRaRYvWcpgwYoMF

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Leyendo con Fermín 10 meses - Leyendo con Fermín 11 meses - Canal de Youtube

Una de las cosas que confirmé con la experiencia de este poquito tiempo de ser
lectora privada (como lo llama Yolanda Reyes), pero filmando para que atraviese las
paredes, es que la literatura puede habitar allí donde aún no hay palabras. Y tam-
bién descubrí charlando con amigos y alumnos que incluso madres y padres asi-
duos a la lectura y la escritura, en ocasiones no les leen a sus hijos chiquitos par-
tiendo del prejuicio de que no van a entender. O solo les acercan libros con dibujos

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porque creen que de otra forma no lograrán captar su atención. ¿Hay que entender
la literatura? ¿Esperamos que se entienda o que se experimente?

En ese primer vídeo que grabamos leemos Mamushkas de Roberta Iannamico.


Tuve que hacer varias filmaciones porque tenía problemas con la iluminación. Así
que en la última toma, la definitiva, Fermín con cuatro meses ya corea los poemas. 4
Uno de esos poemas me hace pensar en las herencias, en las mudas, en los saberes y
los deseos transmitidos:

Una mamushka nunca


llevará vestido espumoso
pero sabe leer los pliegues de la seda
como su madre
y la madre de su madre.

Y al mismo tiempo me reenvía a un cuento de tradición oral La camisa del


hombre feliz, donde un rey busca por todo su reino la camisa de un hombre feliz
esperando calmar su tristeza, o la de su hija (depende de la versión) pero no resulta

4 Link aquí

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fácil encontrar a un hombre feliz en todo el reino. Cuando finalmente encuentran a


un hombre que asegura ser feliz este era tan pobre que no llevaba camisa. La ma-
mushka no llevará nunca vestido espumoso, pero eso no quiere decir que no sepa
vestirse con la muda más vistosa que alguien haya visto, al menos durante el tiempo
que dure un cuento o un poema.

Referencias

Benjamin, W. (2002). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Ensayos.


Tomo I (25−68). Madrid: Editora Nacional. Traducción de Aguirre, J.; Blatt, R. y Mancini, A.
Bovo, A.M. y Dubatti, J. (2002). Narrar, oficio trémulo: conversaciones con Jorge Dubatti.
Buenos Aires: Atuel.
Chambers, A. (2007). Dime. Los niños, la lectura y la conversación. México: Fondo de Cultu-
ra Económica.
Iannamico, R. (2000). Mamushkas. Bahía Blanca: Vox.
Luján, J. (2005). Mi cuerpo y yo. Madrid: Kókinos.
Montes, G. (1999). Scherezada o la construcción de la libertad. La frontera indómita: en torno
a la construcción y defensa del espacio poético (15−31). México: Fondo de cultura económi-
ca, 2011.
Petit, M. (2001). Del espacio íntimo al espacio público. Lecturas: del espacio íntimo. México:
Fondo de Cultura Económica.
Reyes, Y. (2007). La casa Imaginaria. Lectura y literatura en la primera infancia. Bogotá:
Norma.

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