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Y EN LA VENTANA, EL SUEÑO DE UN VAQUERO A MEDIA NOCHE

Andrés Camilo Fernández Jaimes

Midnigth Cowboy, dirigida por John Schlesinger, es una obra cinematográfica de 1969,
basada en la novela homónima de 1965 escrita por James Leo Herlihy. La historia narra el
encuentro entre dos marginales personajes que, como extranjeros, habitan la gran ciudad de
Nueva York; un falso vaquero y un hético vagabundo italoamericano que a lo largo del
metraje van construyendo una fuerte amistad. Herlihy era homosexual, mantuvo una íntima
amistad con el famoso dramaturgo Tennessee Williams -con quien compartió parte de su
vida en la isla de Key West (Florida)-, y se opuso a la guerra de Vietnam; elementos que,
junto a otros tantos de importancia biográfica y referentes al contexto social, se plasman en
la obra y la dotan de un carácter satírico y trágico, brindando al espectador una historia que
en su divertida simpleza alberga múltiples y abiertas críticas a la sociedad y la cultura
estadounidense – o si se quiere, las sociedades y las culturas “estadounidenses”-.
En este sucinto texto abordaré, de forma más general y reflexiva que rigurosa y conclusiva,
la escena final de este largometraje. En el cine encontramos obras cuyo inicio o final no es
en sí narrativo o diegético (que hace parte de la historia narrada) -o al menos no
principalmente- sino que su función está dirigida a reforzar el discurso o mensaje que se
quiere transmitir, por lo general suelen resumir de formas estéticas o metafóricas la
premisa, los valores resaltados o la ideas centrales. Claramente, no solo el inicio y el final
pueden tener está función, en el cine moderno una obra está plagada de planos, escenas y
secuencias de este tipo; sin embargo, con Midnigth Cowboy, me interesa esta escena en
tanto representa lo absurdo y a la vez lo profundamente significativo del final de un viaje.
Es esta paradoja, en la que se ven envueltos estos dos seres errantes, la que quiero
compartir ahora.
La escena es la última de una secuencia que, como en una de las secuencias iniciales, nos
retrata el viaje del vaquero, que ya no escapa solo, sino acompañado de su amigo. Dos
amigos recorriendo en bus un largo viaje, uno moribundo y el otro reflexivo y tranquilo,
juntos ríen como niños, comentarios vacíos y jocosos contrastan con la situación de estar al
borde de la muerte y de no tener rumbo; más esta trascendencia de los últimos instantes de
vida no es socavada por los diálogos simples y sin dirección, ni profanada por las risas y las
burlas, sino que se exalta por lo que es también trascedente, la amistad.
El falso macho vaquero, ahora retirado, abraza a su amigo muerto, lo protege como él lo
protegió cuando estaba indefenso, no espera ya nada de él, antes bien, sabe que ha muerto y
que nada le puede dar. Son dos personajes contradictorios, impulsivos, vulnerables e
hirientes por lo humanos, que más de una vez lo han perdido todo; no obstante, al final, una
entrega desinteresada, una entrega de lo único que talvez les pertenece. Dos humanos
envueltos en una situación absurda, como la vida misma.
En la ventana se superpone el reflejo de la calles de Florida. De nuevo el caluroso sur; ya
no la fría y gris Nueva York, símbolo de la individualidad, la desconfianza, el consumo y la
frialdad humana; ya no el seco y rudo Texas, símbolo de la rígida masculinidad del clásico
vaquero de película western y el conservadurismo religioso, sino un sureste fresco y de
colores cálidos, un lugar diferente más no ideal. En contraste a lo que parecen expresar
estas palabras, el final es amargo, tal vez una dulce amargura: juntos cuando ya no pueden
estarlo, solos cuando menos solos se han sentido; porque en la muerte no hay más que
soledad, porque los sueños en tanto sueños nunca se alcanzan. Y así como se desvanece
todo, se desvanece esta imagen, tan parecida a esas otras imágenes oníricas que deambulan
por la película; un sueño, sí, el sueño sin sentido de un vaquero a media noche.

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