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Cuadernos

Metodológicos

20 Observación
participante
Ó scar Gisascti

G IS
Centro de Investigaciones Sociológicas
Ver, m irar, observar, contem p lar, son acciones asociadas al sentido de la
vista. Sin ese sentido no existen im ágenes y los m atices de la realidad se
construyen de otro m odo. Casi todos los ojos m iran, pero son pocos los que
observan, y m enos aú n los que ven. La m irad a es un acto sensitivo, incons­
ciente e intuitivo que perm ite a las perso n as circu lar p o r lo cotidiano. Un
acto sensitivo que cuando aparece asociado al arte, a la religión, o a las esfe­
ras m ás sensibles del ser h u m an o se convierte en contem plación.
Si la m irad a es u n acto usual que selecciona im ágenes de m anera incons­
ciente y que no p resta atención al ento rn o m ás que p a ra sortearlo, la con­
tem p lació n es u n acto consciente en el que la m irad a se concentra en un
p u n to y elim ina todos los dem ás. C ontem plar la realidad significa dejarse pe­
n e tra r p o r la im agen. C ontem plar es p o n e r al servicio de la im agen todos los
sentidos hasta el p u n to de ser uno con aquello que se m ira. C ontem plar su­
pone ir m ás allá de la im agen, im plica su p e ra r los sentidos y d a r paso al sen­
tim iento. Es así com o puede m irarse u n paisaje, u n cuadro, u n a escultura;
así es com o los m ísticos de la m eseta p reten d ían fundirse con Dios
T am bién hay m irad as que b u scan y con cen tran la atención visual de m a­
n e ra que n ad a p asa inadvertido al ojo que m ira. Pero no se tra ta ya de fun­
dirse con la im agen o con aquello que evoca. H ay m iradas que controlan,
buscan, espían. Son los ojos del poder: la m irad a del dios que está en todas
p artes y p ara la cual Jerem ías BE N T H A M (1979) term ina p o r diseñar una a ta ­
laya. Las m iradas p ueden ser poliform as y diversas. Pero el objetivo de todas
es ver. Un objetivo que no siem pre es conseguido. La m irada inconsciente y
cotidian a que p erm ite tra n sita r la realidad social, la m irada que hace posible
la relación con los dem ás, suele ser u n a m irad a p arcialm ente ciega. Es una
m irad a que ignora y que desecha todo lo que no está en el itinerario social
habitual: la pobreza, injusticia, desigualdad. Es la situación social del p o rta­

1 S in em b arg o , existen form as de m ira d a m ás com plejas y sofisticadas q u e la m irad a m ística


o artística. H ay m ira d as co n scientes d irigidas y enfocadas que, com o la m ira d a m ística p reten ­
d en ta m b ié n su p rim ir el en torno, seleccionando u n p u n to y fijándose en él de m a n e ra exclusiva.
Así o b ra la m ira d a m éd ica actual. P ero no se tra ta ya de a p re h e n d e r subjetiva y em ocionalm en­
te lo m irad o , sin o de dividir, clasificar y etiq u e ta r lo que se ve.
dor de la m irad a lo que condiciona la selección de las im ágenes. Algunas de
ellas nu nca son vistas y p e rm an ecen en zonas oscuras, en ángulos m uertos.
Los revolucionarios, m ilitan tes, políticos a veces, preten d en ilu m in a r esos,
espacios sociales p a ra hacerlos visibles. No es ésta la tarea de las ciencias so­
ciales aunque sus trabajos contribuyen a ese objetivo. La ciencia social ob­
serva, tiene en cu en ta el entorno, y a veces se in tro duce en él p ara entenderlo
m ejor. Así es la m ira d a sociológica, la m ira d a de la disciplina social.
O bservar es tam b ién u n a clase de m irad a. Es u n acto de voluntad cons­
ciente que selecciona u n a zona de la realid ad p a ra ver algo. Pero la m irad a
que observa no es vigía, centinela o carcelero. El ojo que observa b u sca en el
entorno pero no p rescinde de él. Así m ira n las ciencias sociales:, teniendo en
cuenta el contexto, sin c o m p a rtim e n ta liza r n i dividir lo real. Allí' donde la
m irada clínica y el ojo policial d etectan solam ente u n p u n to o un trazo, las
ciencias sociales to m a n p erspectiva p a ra ver tam b ién el cuadro en su con­
junto. Solo así co m p ren d en las razones de la huella del pincel. Sin em bargo,
com o el resto de las m iradas, la m irad a de las ciencias sociales suele em plear
u n a atalaya: u n p u n to elevado desde el cu al observar. La distancia es el ins­
trum ento u su al al que re c u rre n las ciencias sociales p a ra m ira r lo real. E n
Sociología, a m en u d o se tra ta de u n a d istan cia co nstruida a través de la en­
cuesta y la estadística lo que p erm ite a quien m ira escribir invocando lo ob­
jetivo. Pese a que la m irad a n u n c a es objetiva, la Sociología preten d e su p ri­
m ir con d em asiad a frecuencia los m atices subjetivos p resentes en los ojos
que m iran.
La observación p artic ip a n te es h ered era intelectual de la corriente n a tu ­
ralista que, sobre todo en el siglo X IX , b u sca d escribir los com portam ientos
de los seres vivos en su m edio n atu ral. Biólogos, zoólogos y botánicos: los
cientíñcos se tra sla d a n al m edio n a tu ra l de las especies p a ra observar y des­
cribir sus conductas. Lo m ism o sucede en ciencia social. Los científicos se
traslad an al m edio n a tu ra l en el que acontecen las conductas hum anas. Sólo
que, en este caso, el m edio am biente de la especie h u m an a es u n m edio am ­
biente social.
La observación es siem pre subjetiva. T am bién es subjetiva la observación
de los n atu ralistas que term in an p o r m ilita r en favor de la protección de las
especies. Sin em bargo, parece que los etnógrafos no pueden m ilita r en favor
de los grupos sociales. Se p rescrib e y se p re m ia al n atu ralista lo que se p ro ­
híbe al científico so c ia l2. D esde finales del siglo XIX en adelante, las ciencias
sociales em plean la d istan cia com o u n m odo de evitar la subjetividad y el
com prom iso. E n Sociología y en Salud Pública, la distancia se construye m e­
diante el cuestionario. La distinción entre encuestador y analista p erm ite al

2 A m en u d o los n a tu ra lista s no se lim ita n a d e sc rib ir los seres vivos en su m e d io /sin o que se
co m p ro m eten en su d efensa. S in em b arg o , se tr a ta de u n a su bjetividad q u e se acepta, y a la que
se le da, ad em ás, in cid en cia m ed iática. Los casos de C ousteau y de R odr íguez de LA F u en te so n
b uenos ejem plos al respecto.
investigador obviar la dureza de ciertas realid ad es sociales. El cuestionario
sirve p a ra co n stru ir una distancia que b lo q u ea la im plicación personal y po­
lítica del investigador con la realidad estu d iad a. E n la m edida en que la re a­
lidad puede ser revolucionaria, la realidad se p asa p o r el filtro positivista de
la encuesta. E n Antropología el proceso es algo d istinto, pero los resultados
son los m ism os.
Los antropólogos h u b ieran podido q u ed arse en casa y hacer etnografía.
P ero la p rax is etn o g ráfica d o m éstica ta m b ié n p o d ía p la n te a r u n p o sib le
com prom iso porque, después de M alinow ski, la ortodoxia antropológica su ­
p rim e la distinción entre observador y analista. E n A ntropología, la distancia
se construye en térm inos de espacio. Los an tro p ó lo gos viajan lejos de casa y
protegen sus ojos m ediante el relativism o cu ltu ral. E n la m edida en que la
A ntropología afirm a que cada cu ltu ra debe ju zg arse en función de su propio
contexto, el infanticidio fem enino, la extirpación del clítoris, las to rtú ra se la
m arginació n social de la m ujer o la esclavitud in fantil, no son denunciadas.
Puesto que tales prácticas form an p arte de la c u ltu ra estudiada, el relativis­
m o antropológico no las problem atiza. Si la d istin ció n en tre encuestador.y
analista sirve a la Sociología p ara evitar el co m p ro m iso social, el relativism o
cultural p erm ite al antropólogo no im plicarse en la realidad.
El in ten to de negación de la subjetiv id ad en ciencias sociales p a sa p o r
co n stru ir u n a distancia respecto a la realid ad social estudiada. Sin em bargo,
la subjetividad es inevitable; incluso n ecesaria. Si com o p ropone W eber la
acción h u m a n a es radicalm ente subjetiva, su co m p rensión sólo puede conse­
guirse subjetivam ente. El problem a básico de la m irad a sociológica es que la
situació n social del observador co ndiciona aquello que m ira y aquello que
ve. Sin em bargo, en la m edida en que el o b serv ad o r reconoce y hace explíci­
ta cuál es su posición social, la subjetividad queda, si no controlada, sí al
m enos m atizada. Es u n a cuestión de h o n e stid a d profesional. P or o tro lado,
co n tra quienes defienden que el científico social n u n ca debe hacer observa­
ción p articip an te de u n grupo social en el que esté d irectam ente im plicado,
aq u í se defiende lo contrario. U n em igrante, u n a q u em ad a, u n policía, un
m édico, o u n evuzok, puede p ro d u cir etn o g rafía excelente sobre su pro p io
grupo social. La distancia, en estos casos, p u ed e c o n stru irse de m a n e ra c ríti­
ca. El perten ecer a u n grupo social evita los p ro b lem as de trad u cció n cu ltu ­
ral. Ya no es necesario que quien investiga p ase p o r u n proceso de resociali­
zación en un grupo social que desconoce. Q uien investiga conoce los códigos
vigentes en su propio grupo y puede hacerlos explícitos.
A nalizar la observación particip an te im plica, pues, an aliza r lo subjetivo;
supone revisar la distancia social y cu ltu ral resp ecto a aquello que se m ira.
P ero escribir sobre observación p artic ip a n te es tam bién, aunque en m en o r
m edida, escribir sobre la participación. La p artic ip a c ió n es u n problem a teó­
rico m enor. La participación es, sobre todo, u n a cu estión técnica y de sen ti­
do com ún. La presencia social de u n a p e rso n a en u n grupo social que le es
ajeno, sólo puede solventarse en térm inos del grupo que lo acoge. El grupo
al que se in co rp o ra el investigador siem pre posee algún tipo de nicho cultu­
ral al que el extraño puede acogerse. Este nicho cultural puede ser el de p er­
sona adoptada, el de huésped o incluso el de enemigo. Pero siem pre existe
algún m odo de in te ra c tu a r con los otros. Así pues, desde un pu n to de vista
teórico: el rol que d esem p eñ a el investigador en un grupo social ajeno al
suyo, debe e sta r previsto cu ltu ralm en te p o r la sociedad receptora. La b ú s­
queda de un rol de p articip ació n p a ra el investigador es básica porque condi­
ciona la observación.
Las técnicas que aseguran u n a buen a participación, tienen que ver con el
sentido com ún: se tra ta de ser sutil p ara no ser engañado, de conocer las
norm as que regulan la interacción social en el grupo social de acogida, de
respetar la ley de la hospitalidad. El problem a de la participación se resuelve
adecuándose a la realid ad social del grupo estudiado. Sin em bargo, y pese a
to m ar en cuen ta el m odo y los estilos de participación, u n a reflexión crítica
sobre la observación p artic ip a n te debe articularse sobre todo en to m o a las
cuestiones de la d istan cia y de la subjetividad.
La etnografía n o es la observación participante, sino su resultado. Pero
en la m edida en que observación participante y etnografía no pueden en ten­
derse la u n a sin la otra, la reflexión crítica que propongo sobre la p rim era
incluye tam bién u n a reflexión sobre la segunda. En ese sentido, hay que se­
ñ alar que la observación p articip an te y su resultado (la etnografía) son an te­
riores a las ciencias sociales. La reflexión sobre la realidad social y sus p ro ­
blem as no es ni h a sido p atrim o n io exclusivo de las disciplinas sociales. La
m edicina ha observado, d escrito y propuesto soluciones p a ra el m undo so­
cial. Unas p ro p u estas que, m u ch o antes de que exista la estadística, se reali­
zan m ediante la etnografía: desde la observación y la descripción. Antes de
que D U R K H E IM co n trib u y era de form a decisiva a fundar la Sociología acadé­
mica, y con ocasión de la epidem ia de tifus que asóla la Alta Silesia en 1848,
V lR C H O W define la m edicina com o u n a ciencia social. Los inform es que ela­
bora sobre la epidem ia son etnográficos: describe prim ero y asocia después,
las condiciones de vida de la clase trab ajad o ra alem ana a la difusión de la
epidem ia. Pero la m irad a de V lR C H O W no es objetiva, ni pretende serlo tam ­
poco. Al contrario, su m ira d a es ta n subjetiva que se com prom ete con las
personas observadas h asta el p u n to de te rm in a r com batiendo en las b arric a­
das del Berlín de 18483.
La etn o g rafía fue u n a técn ica com ún a m uchas disciplinas. E n el caso
concreto de la E u ro p a del XIX, p ractican etnografía la m edicina, las ciencias
sociales, y los folcloristas (C O M E L L E S 1996h). Pero finalm ente la A ntropolo­

1 Sin em b arg o , la su b jetiv id ad del o b se rv ad o r m édico puede ir en sentido co n trario . Tal es el


caso de las d escrip cio n es y p ro p u e sta s q u e efectúan M o rel y MAGNAN e n la seg u n d a m ita d del
siglo xtx. Am bos, tras d e sc rib ir las p en o sas condiciones de vida del cam p esin ad o y de la clase
o b rera d e F ran cia, o p ta n p o r u n co m p ro m iso subjetivo que im plica d ifu n d ir los valores b u rg u e ­
ses co m o buenos: se rá la h igiene la que h a de con seg u ir cam b iar esos estilos de vida, y m ed ia n te
la m oralizació n q u e la h ig iene conlleva a lcan za r el o rd en social.
gía se apropia de la práctica etnográfica en condiciones m uy especiales y es­
paciales de uso. Hay que en m arcar el ab an d o n o de la observación partici-
pante~por p arte de la m ayoría de las disciplinas, y su apropiación por parte
de la A ntropología, en el contexto de la crisis de los m étodos cualitativos y
holísticos de análisis sobre la realid ad social. Es u n a crisis que tiene que ver
con el c a rá c ter político, e incluso revolucionario, de unas etnografías que
describían con crudeza las vidas de los b arrio s obreros o del cam pesinado.
Las ciencias sociales sustituyen esta cercanía p ersonal al objeto de estudio
p o r in stru m en to s neu tro s y asépticos (com o la estadística) que sirven para
desh isto rizar la realid ad y fraccionarla. E n el rechazo a la etnografía está
presente, p o r u n lado, el rechazo a la subjetividad y, p o r otro, su capacidad
p a ra describir con viveza la realid ad social. U na realidad social con la cual el
observador podía sentirse id e n tific a d o 4. El p roblem a de la práctica etnográ­
fica en la E u ro p a del siglo XIX es que, m ás que u n discurso sobre la diferen­
cia, genera u n discurso sobre la desigualdad (C O M E L L E S 1996b). Las estra­
tegias que a rb itra n las d is tin ta s d isc ip lin a s p a ra ev itar ese d iscu rso son
diversas: la Sociología ab an d o n a la p ráctica etnográfica; la Antropología via­
ja a ultram ar; los folcloristas d estacan el c a rá c ter nacional y típico (y por
ello aceptable) de aquello que ohservan.
H ay m odos diversos de h acer etnografía y hay m uchos etnógrafos. Pero la
práctica etnográfica se generaliza en el siglo XIX de la m ano de com erciantes,
viajeros, soldados y m isioneros. Es a estos etnógrafos aficionados a quienes
critica M a l i n o w s k i en Los argonautas del Pacífico Occidental. Una crítica que
sirve p a ra definir los lím ites de u n a profesión: la de antropólogo. Después de
M a l i n o w s k i , la observación p articip an te y el trab ajo de cam po se convierten
en m ecanism o de cierre profesional. Las antropologías de los países hegemó-
nicos en la prod u cció n del conocim iento antropológico (la francesa y las an ­
glosajonas) deciden, to m an d o a M A LIN O W SK I p o r b andera, la ortodoxia de la
disciplina: el m odo correcto de p ro d u c ir etnografía. Después de M a l i n o w s k i ,
la observación p articip an te se convierte en u n rito de paso profesional que
deviene el único m odo legítim o de p ro d u c ir etnografía. Un rito de paso que
incluye h acer m uchos kilóm etros, estar sucio, com er cosas rarísim as, no h a­
b lar con los m isioneros, e in te n ta r que los nativos te hagan caso. E n térm inos
antropológicos: la observación p articip an te es u n a ordalía, y por ello incluye
sufrim iento. Sólo que esta p ru eb a da el visto bueno para publicar, para ser
profesor, p a ra ser científico, p a ra ser u n profesional de la disciplina. La defi­
nición que. hace M A LIN O W SK I de la observación participante sirve para deci­
dir qué es etnografía y qué no lo es, y sirve tam b ién para definir quiénes son
los antropólogos. Como señala Susan SONTAG (1983) el antropólogo se con­
vierte en un héroe cultural: en u n ser especial capaz de p e n etrar y aprehender

4 Un ejem plo evidente del c o m p ro m iso al que p o d ía llevar la p ráctica etn o g ráfica en la E u ro ­
p a del xix lo o frece E n g e ls (1968) con su d escrip ció n de las condiciones de vida de la clase
o b re ra d e In g laterra.
las culturas ajenas. Sin em bargo, diversos factores han puesto en cuestión la
versión de observación participante definida por MALINOWSKI.
La aparición en 1967 de los diarios privados del autor de. Los argonautas.
destruye el m ito del antropólogo relativista que valora y aprecia a los n ati­
vos. L a publicación de los diarios de M a l i n o w s k i tan sólo es una anécdota.
Lo que realm ente cam bia la práctica antropológica de los países centrales en
la producción del conocim iento antropológico son los procesos de descoloni­
zación. La descolonización pone de relieve los procesos de subaltem idad ins­
critos en las relaciones centro-periferia y muestra tam bién las relaciones de
poder presentes en la p ráctica etnográfica. Los procesos de descolonización
primero, y la aldea global después, provocan una crisis en la práctica an tro ­
pológica de los países centrales. Ya no es posible ir allí, porque todos esta-,
ritos aquí.
El conjunto de las reflexiones de la Antropología de los países centrales
en la producción del conocim iento antropológico sobre su práctica etnográ­
fica, sedim entan en to m o a cuatro cuestiones fundamentales: prim ero, el p ro ­
blem a de la: A ntropología com o traducción cultural; segundo; la cuestión de
la cultura com o in terpretación; tercero, el problema del.pacto de realidad; y
cuarto, la constatación de la sim ilitud entre etnografía y literatura, y la posi­
bilidad de analizar las m onografías como textos. Estas reflexiones de la Antro­
pología sobre su p ropia práctica, son también recogidas por las antropologías
de los países periféricos, pero en menor medida porque tales antropologías des­
de siem pre investigaron estando aquí. Desarrollar la práctica etnográfica en
el propio m edio cultural p erm ite m inim izar (aunque no obviar) los proble­
mas de in terp retació n y de traducción cultural.
En la práctica

La observación participante es la técnica m ás em pleada p ara analizar la vida


social de los grupos hum anos. La perspectiva holística con que la Antropología
Social aborda el estudio de las sociedades m ás sim ples m arca de tal m odo la
técnica que, la etnografía, el trabajo de cam po y la observación participante lle­
gan a confundirse. Desde un punto de vista teórico la observación participante
es un instrum ento útil p ara obtener datos sobre cualquier realidad social; si
bien en la práctica la observación participante se em plea p a ra obtener datos
sobre realidades a las que resulta difícil aplicar o tro tipo de técnicas. Eso ocu­
rre, sobre todo, en los pueblos ágrafos y en situaciones sociales relacionadas
con algún tipo de desviación en las sociedades m ás com plejas. T am bién es fre­
cuente su uso cuando, p ara entender la realidad social, se quiere prim ar el p u n ­
to de vista de los actores en ella implicados. Así resulta que la observación p a r­
ticipante, adem ás de entre los pueblos prim itivos, se usa p a ra estudiar desde
dentro m inorías, grupos étnicos, organizaciones, subculturas y profesiones.
La observación p articip an te es u no de los m odos de investigación que
perm ite p re sta r m ayor atención al p u n to de v ista de los actores. Tal y com o
preten d en los clásicos, se tra ta de que el in v estigador se convierta él m ism o
en u n nativo a través de la inm ersión en la realid ad social que analiza. De
este m odo el investigador pretende ap re h e n d e r y vivir u n a vida cotidiana que
le resu lta ajena. Para ello se ocupa de observar, aco m p añ ar, c o m p artir (y en
m en o r m ed id a p articipar) con los actores las ru tin a s típicas y diarias que
con fo rm an la experiencia h u m ana. L a vida co tid ia n a se convierte en el m e­
dio n a tu ra l en que se realiza la investigación. E s u n a investigación que se
preten d e lo m enos intrusiva posible, y p a ra la que re su lta im prescindible d e­
lim ita r el tipo de participación que el investigador d esarrolla en el cam po y
en los distintos escenarios. Es preciso estab lecer u n a distinción conceptual
entre cam po y escenario: se tra ta de u n a d istin ció n sim ilar a la que existe en ­
tre unidad de observación y unidad de análisis '. E l cam po es la realidad so­

1 La "un id ad d e observación" es la su m a de todos lo s á m b ito s sociales de don d e se o b tien en


los d ato s que son analizados. La "unidad de análisis" es el se g m e n to de la realid ad social al que
se ex trap o lan los resu ltad o s del análisis realizado m e d ia n te los d a to s o b te n id o s en la u n id a d de
observación.
cial que pretende analizarse a través de la presencia del investigador en los
distintos contextos (o escenarios) en los que esa realidad social se m anifies­
ta. El cam po tiene siempre diversos escenarios, aunque la relevancia de los
distintos escenarios para la comprensión del fenómeno social, no siem pre es
la m ism a 2.
Quien investiga, pese a que puede tener ideas previas respecto a lo que va
a estudiar, depende de la información recogida en el cam po para definir el
problem a social que es analizado. Inicialmente el interés por la realidad so­
cial que es investigada puede tener un origen personal o teórico, aunque es
frecuente que sean las instancias del control social quienes al definir u n a si­
tuación com o problemática motivan el interés de los científicos sociales. Con
frecuencia es el Estado quien, al precisar un conocimiento m ás profundo de
ciertos ám bitos de la vida social de difícil acceso, diseña las condiciones po­
líticas que im pulsan el interés posterior del investigador p o r la realidad so­
cial en cuestión. Sea cual sea el origen del interés prim ario p o r el problem a
o situación social a analizar, durante las prim eras estancias de cam po es po­
sible que la investigación se convierta en algo distinto al diseño original. En
la m edida en que la observación participante contribuye a prim ar el punto
de vista de los actores sociales por encima de la perspectiva del observador,
esta últim a puede sufrir transformaciones im portantes tras las prim eras es­
tancias de campo.
Uno de los objetivos centrales de la investigación que aplica la observa­
ción participante es definir conceptos clave desde el punto de vista de los ac­
tores im plicados en la realidad social que se estudia. La perspectiva de las
personas ajenas suele estar categorizada social y culturalm ente p o r lo que,
en general, es relevante comprender el modo en que los miem bros se ven a sí
m ism o s3. Con frecuencia sucede que las personas ajenas definen la realidad
social de m an era simple y cartesiana y que los miembros de esa m ism a reali­
dad elaboran definiciones más complejas y matizadas. Los conceptos rele­
vantes que se obtienen del empleo de la observación participante, tienen que
ver con el sentido con que los miembros los emplean en la vida cotidiana. Se
trata, en sum a, de conceptos definidos de forma etnom etodológica4.

2 P or ejem plo, en un estudio donde el "campo" es el m undo de las altas finanzas, es im p o r­


tante av erig u ar dónde es más importante asistir: si a consejos de adm inistración y a ju n ta s de
accionistas, o a otros contextos donde ese campo tam bién se m anifiesta, aunque de u n m odo
m ás inform al: situaciones de ocio como fiestas, o práctica de deportes com o la hípica, el polo o
el golf.
1 E n castellan o no existen equivalentes directos a insider y outsider. El térm ino m iem bro se
usa aquí p a ra in d icar que una persona forma parte de una organización, u n a su b cu ltu ra, o de
una situ ació n social que conoce bien, en la que se siente cóm odo, y en la que sabe desenvolverse
porque conoce los códigos de conducta vigentes en ese contexto social. Al contrario, el térm in o
ajeno, im p lica que la persona no forma parte de la realidad social en cuestión.
J E n la investigación que realizó S pradley (1970) sobre la subcultura de los nóm ad as u rb a ­
nos, q u ed an claras estas distinciones entre el punto de vista de los m iem bros y de los ajenos.
P ara la p olicía pueden ser delincuentes y alcohólicos, pero transeúntes p a ra los trab ajad o re s so­
La realidad es com o u n a escultura: puede observarse desde ángulos dis­
tintos. Lo m ism o sucede con los fenóm enos sociales: hay distintas perspec­
tivas teóricas con las que contem plar la sociedad. E n el caso de la observa­
ción particip an te, es relevante la situ ació n social del investigador respecto al
objeto de estudio. El fin últim o de la observación p articipante es anular, dis­
m in u ir o (al m enos) co n tro lar m ediante la inm ersión en u n contexto social
ajeno la distancia social que existe entre el observador y los observados, p re­
cisam ente p ara c a p ta r su p u n to de vista. Pero en función de esa distancia
inicial, la posibilidad de conseguir p e n e tra r la realidad estudiada es m ayor o
m enor. Ser estadounidense negro, ser asiático, o ser gay, puede ser im por­
tan te si quien investiga va a observar blancos, europeos o heterosexuales res­
pectivam ente. Las características de la situ ació n social del investigador m e­
diatizan la perspectiva de observación.
Existen prevenciones p o r p arte de científicos sociales respecto de la falta
de distancia en el cam po. La etn o g rafía clásica d efinida p o r las antropolo­
gías hegem ónicas se construye p recisam en te en to rn o al m ito de la distan­
cia. T am b ié n la sociología d efien d e «que los in v estig ad o res se abstengan
de e stu d ia r escen ario s en los cuales te n g a n u n a d ire cta p artic ip ac ió n p er­
so n al o p ro fesio n al» (T aylor y B ogdan 1992: 36), con el arg u m en to de
que la proxim idad dificulta la perspectiva crítica. E n el presente m anual se
defiende lo co ntrario. Es la pro x im id ad al fenóm eno investigado lo que fa­
c ilita el acceso al cam p o y a los e sc e n a rio s. N o tie n e d em asia d o sentido
em p ecin arse en co n v ertir lo fácil en difícil. E n el fondo, el discurso sobre
la distancia es u n in ten to de m a n te n e r la n e u tra lid a d política, no tanto en
la s re la c io n e s sociales que m a n tie n e q u ie n o b serv a con los observados,
com o en las relaciones que los observados m antienen con la sociedad. Con­
vertirse en u n m iem bro, o ser u n m iem bro, se entiende com o algo peligro­
so: «cuando eso sucede el in v estig ad o r p u ed e p erd erse p a ra la com unidad
científica p a ra siem pre; puede c o n tam in arse p o r la subjetividad y por sen­
tim ie n to s perso n ales; y su id e n tid a d cien tífica p u ed e ser expoliada» (JOR-
G E N SEN 1989: 62). Ante el uso frecuente de la observación participante para
a b o rd a r situaciones sociales de colonización o de desviación social, la b ú s­
queda de la distancia pretende, en realidad, n eu tralizar la im plicación polí­
tica del investigador en el sentido de to m a r p a rtid o p o r los observados. Se
adm ite la em patia, p ero se niega la posible d en u n cia p ú b lica y política de
situaciones sociales subalternas.
La distancia,- social, espacial o cultural, no g arantiza que quien investiga
sea hábil y sutil' en la observación. E n cualquier caso, y en la m edida en qué
pese a ser recom endable es infrecuente que el investigador analice realida-
ciales. S in em bargo, los v ag ab undos elab o ran definiciones de su propio universo llenas de m ati­
ces. D istin cio n es elab o rad as tanto sobre el c a rá c te r de los vagabundos, com o sobre el tipo de ac­
tividad que realizan . T am b ié n resu lta ilu strativ a la com plejidad de categorías con que los colec­
tivos gays d efin en a sus m iem bros, fren te a la visión m ás red u ccio n ista de las p erso n as no gays
(G u a sc h 1991b).
co g en eral7. U n escenario tam b ién pued e ser abierto o cenádo si se considera
el grado de accesibilidad p a ra quienes no suelen ac tu a r en el m ism o. La visi­
bilidad de las conductas h u m an as, colectivas e individuales, depende del lu­
gar donde quien investiga se en cu en tra ubicado, y tam b ién del conocim iento
y de la experiencia previa respecto a tales conductas. Los escenarios visibles,
como, p o r ejem plo, la m ayoría de las organizaciones, no son necesariam ente
m ás accesibles (o abiertos) que escenarios p re su n tam en te invisibles (como,
p o r ejemplo, ciertas subcu ltu ras d esv iad as)8. Pero en general, p ara definir un
escenario com o abierto o cerrado, p u ede co nsiderarse el grado de negocia­
ción previa req u erido p a ra acceder al m ism o.
Cuando los escenarios son públicos, el investigador puede com portarse
com o u n a p e rso n a m ás de las diversas im plicadas en la interacción; pero
cuando los escenarios co m p o rtan u n cierto grado de opacidad (espacial, cul­
tural o legal), es preciso a rb itra r algún tipo de estrategias p a ra conseguir el
acceso al escenario. Se d en o m in an estrategias abiertas a aquellas en las que
el investigador negocia y p acta su p resen cia en el escenario. Sin em bargo,
sucede a veces que las estrategias abiertas im piden p e n e tra r la tra stie n d a de
la actuación, en p arte p o rq u e los observados p u eden ten er interés en ocultar
alguna p arte de la representación. Pese a que las estrategias abiertas son las
que plan tean m enos pro b lem as éticos, en el sentido de que no se vulnera el
derecho a la privacidad de los grupos húm an o s, las estrategias abiertas no
siem pre son las m ás idóneas. Lo u sual es negociar con algún sujeto social con
au to rid a d en el escenario, el tip o de ro l que a d o p ta q u ien investiga. Con
todo, hay que te n e r en cu en ta que la au to rid a d no necesariam ente h a de ser
form al. El jefe de u n a b a n d a de jóvenes tiene la m ism a au to rid ad p a ra p e r­
m itir el acceso a u n escenario que el d irecto r de un hospital, con la salvedad
de que en el segundo caso (y en todos en los que la au to rid ad se estru ctu ra
en tom o a u n cargo burocrático) se hace im prescindible definir claram ente y
p o r escrito (m ediante u n proyecto), los lím ites, el m étodo y los objetivos de
la investigación. P o r supuesto, cabe la posibilidad de m entir, pero si en el
transcurso de la investigación se p reten d e v ariar el rol pactad o po rq u e con él

7 A lgunas activ id a d e s so c ia le s se d e s a rro lla n en p ú b lico , de m a n e ra que q u ie n in v estig a


pu ed e co n v ertirse fácilm ente e n esp ectad o r. P ero incluso las co n d u c ta s que se d e sa rro lla n en
espacios p ú b lico s p u ed en p a s a r d esap ercib id a s a los esp ectad o res si éstos no h an sid o e n tre n a ­
dos o si n o co n o cen los códigos que les p e rm ita n d e te c ta r las co n d u c ta s (es el caso del ligue
gay, de cierta p ro stitu ció n , de la delincuencia, ó de la co m p ra-v en ta dé drogas). L a visibilidad
de la rep re sen tació n n o sólo d ep en d e del escen ario sino tam bién, y so b re todo, del ojo del ob­
servador.
6 Acceder a u n a o rg an izació n p u ed e se r relativ am en te sencillo. Se p u ed e acce d er a u n h o s­
p ital com o p acien te, a u n a o rg a n iz a c ió n sin á n im o de lucro com o v o lu n tario , o a u n a secta
com o neófito. P ero to d a o rg an izació n dispone de m ecanism os qu e g aran tizan que a cad a uno
se le trate com o lo que es. S e r neófito, v o lu n tario o paciente es u n m o d o sencillo de acce d er a
los escenarios. P ero la in fo rm ació n que se o b tien e c o rre sp o n d e a lo qu e la e s tru c tu ra o rg an iza­
tiva prevé p a ra esos roles. L a d ific u ltad estrib a en co n seg u ir fran q u e ar esas b a rre ra s o rg an iza­
tivas.
no se consiguen los datos buscados, la au to rid a d b u ro c rá tic a probablem ente
sea reticente a renegociar el ro l del investigador en el e sc e n a rio 9.
El otro m odo de acceder a u n escenario es hacerlo de m an e ra encubierta.
Es u n a estrategia especialm ente reco m en d ad a cu an d o la realidad social que
se estudia se oculta a los ojos del público general de fo rm a deliberada. E n es­
tos casos quien investiga asum e su rol sin in fo rm a r a los observados del p ro ­
ceso de investigación, y es u n a práctica que p la n te a serios problem as éticos
a algunos científicos sociales 10, aunque o tro s a rg u m e n tan q u e al in fo rm a r a
los observados, m uchos aspectos de la co n d u cta h u m a n a quedan oscureci­
dos com o consecuencia de la gestión de la in fo rm ació n que realizan las p er­
sonas.
E n u n a investigación ab ierta quien in vestiga debe g estio n ar la ten sió n
que su presencia produce ante los observados. E n u n a investigación e n cu ­
b ierta quien investiga gestiona la inform ación que tra n sm ite p a ra conseguir
que su iden tid ad social perm an ezca oculta. L a etn o g rafía clásica preten d e
que los observados term in en p o r o bviar la p re se n c ia del o b se rv ad o r y se
com porten com o si éste no e stu v ie ra 11. Es algo poco creíble desde el p u n to
de vista de la interacción social porque la p re se n c ia de u n personaje ajeno al
escenario (aunque haya sido aceptado) co n d icio n a siem pre el desarrollo de
la actuación. Los actores no p ueden ig n o rar la p resen cia en el escenario de
u n personaje que continuam ente (en ese m o m en to , o m ás adelante) está p i­
diendo explicaciones respecto al sentido de la representación.
La gestión de la tensión en la investigación a b ie rta depende del tipo de
realidad social que se aborda. No es lo m ism o e stu d ia r de m an e ra ab ierta
u n a su b cu ltu ra desviada que estu d iar u n a profesión. Pero en los dos casos
las personas observadas in ten tan ofrecer u n a im agen ad ecu ad a de sí m is­
m os. Los profesionales p retenden m o strar q u e su p rá ctica se adecúa a las ex­
pectativ as sociales (honestidad, rig u ro sid ad , cap acidad); m ie n tra s que las
p ersonas desviadas se suelen esforzar p o r h a c e r visibles a quien investiga
com portam ientos y conductas que dem uestren c u án equivocada está la socie­
dad respecto a ellos. Es probable que la co lab o ración de los observados te r­
m íne allí donde acaba la posibilidad de c o rre la cio n ar de m a n era coherente
lo que se dice con lo que se hace. La mala práctica profesional, así com o los
aspectos m ás sórdidos del grupo desviado, se in te n ta n o c u ltar a los ojos de

’ W hy te (1 9 7 1 ) lo g ra el a c c e so a l g ru p o e s tu d ia d o m e d ia n te in f o r m a n te s c la v e c o n c ie r ta
a u to r id a d e n el m e d io . G offman (1 9 8 1 a ) in f o r m a d e s u s a c tiv id a d e s a la d ire c c ió n d e l h o s p ita l.
C a u d i ll (1 9 6 6 ) s e c o m p o rta c o m o p a c ie n te e n su p r im e r e s tu d io , y c o m o in v e s tig a d o r e n e l s e ­
gundo.
10 B u lm e r (1 9 8 2 ) c o n s id e ra e s ta e s tr a te g ia c o m o in a c e p ta b le d e s d e u n p u n to d e v is ta é tic o ,
s e a n c u a le s s e a n la s c irc u n s ta n c ia s q u e e n v u e lv e n la r e a lid a d o b s e r v a d a .
11 «Debe ten erse en cu en ta que los indígenas, al verm e c o n sta n te m e n te todos los días, d e ja ­
ro n d e interesarse, alarm arse, o au to co n tro larse p o r m i p resen c ia , a la vez que yo dejé de se r un
elem en to d istu rb a d o r d e la vida tribal que m e p ro p o n ía e stu d ia r, la cual se h ab ía a lte ra d o con
m i p rim e ra aproxim ación» (Malinowski 1975a: 25)
quien observa. Es en estos m om entos cuando se hace necesaria u n a buena
gestión de la tensión que origina la disrupción flagrante de la interacción so­
cial esperada. En esos casos es recom endable m inim izar ante los observados
la im portancia de lo sucedido, y dejar p ara conversaciones posteriores con
los inform antes el análisis de la disrupción.
Todos estos problem as no se plantean en las investigaciones encubiertas.
Pero aparecen otros de igual envergadura. Es en las investigaciones encu­
biertas cuando quien investiga debe tener un buen conocim iento previo de
las reglas sociales básicas que rigen el universo analizado. Al principio de
una investigación ab ierta los observados pueden obviar o m in im izar com ­
portam ien to s in ad ecu ad o s p o r p a rte del investigador: se supone que éste
desconoce las reglas de interacción. Pero en u n a investigación encubierta el
investigador debe co n o cer las n o rm as m ínim as p ara g estio n ar a d ecu ad a­
mente la inform ación que de sí m ism o ofrece a los demás. Un conocim iento
que le perm ite definir u n rol en el escenario de acuerdo con alguno de los
múltiples papeles posibles en el campo: «el problem a a resolver consiste en
lograr ocupar u n a posición en la com unidad dentro del haz de posibilidades
culturales de la com unidad y com patible con su estructura social y su expe­
riencia histórica» (M A E S T R E 1976: 60). El rol que desem peña el observador
debe adecuarse, pues, a lo socialm ente previsto según las norm as de interac­
ción vigentes en el escenario.
El conocim iento previo del cam po que perm ite definir un rol en la inves­
tigación encubierta puede conseguirse m ediante la revisión bibliográfica o a
través de contactos con expertos. Pero se logra sobre todo a lo largo de las
prim eras estancias de cam po en escenarios de fácil accesibilidad. E n cual­
quier caso, la d istin ció n en tre investigación abierta y encubierta suele ser
más ideal que práctica. Lo usual es que en toda investigación en la que se
emplea observación p articip an te sea abierta p ara unos pocos (los porteros y
los inform antes) y cerrada p a ra otros (la m ayoría de los observados).
La técnica de observación participante requiere que quien observa acom ­
pañe a los actores en su vida diaria. Y esa com pañía puede realizarse de m a­
nera abierta (con el conocim iento, aunque no necesariam ente con el bene­
plácito de los actores) o de form a encubierta. Pero sea cual sea el m odo de
participación en el escenario, éste siem pre viene condicionado p o r las carac­
terísticas del grupo observado. Como señala E v a n s - P r i t c h a r d l2, es el colec­
tivo estudiado quien define el tipo de relaciones que se establecen con quien
observa.
Moverse en u n contexto social ajeno suele generar tensión y ansiedad.
Ambos factores pueden disto rsio n ar la capacidad de observación y el m odo

12 «Los azan d e no m e p erm itiero n vivir com o uno de ellos; los n u er no m e p e rm itie ro n vivir
sino a la m an era de ellos. E n tre los azande fui forzado a vivir fuera de la co m unidad; en tre los
nuer me vi obligado a ser m iem b ro de ella. Los azande me trataron com o a p e rso n a superior;
los n u er com o a un igual» (E vans -P ritchard 1967: 45).
4' i r, r í r\ •Dion?(e>.
ru A

de participación, y en consecuencia d isto rsio n ar la investigación m ism a. Por


ello es necesario que quien investiga desarrolle relaciones de confianza y co­
operación con los actores presentes en los escenarios de cam po. La calidad v
la cantidad de la inform ación recibida será óptim a si quienes la ofrecen lo
hacen desde u n a relación social b u en a respecto a quien investiga. Conocer
b ien a los (y a las) inform antes es sólo posible tras h a b er construido algún
tipo de vínculo social con ellos. Sin ese conocim iento previo resulta difícil
evaluar la fiabilidad de los datos que ap o rtan . A la h o ra de in terp re tar las ac­
tuaciones de los observados (es decir, aquellos actores presentes en los esce­
narios con los que no existe ningún vínculo) se aplican las m ism as norm as
de sentido com ún que rigen u su alm en te en la vida cotidiana. Si no existe
u n a relación social previa con ellos «los observadores pueden recoger indi­
cios de su conducta y aspecto que les p erm iten aplicar su experiencia previa
con individuos aproxim adam ente sim ilares» (G o ffm a n 1 9 8 1£>: 13). Pero en
esos casos quien observa debe ser prud en te p a ra que la aplicación del estereo­
tipo no le lleve a in te rp re ta r de form a erró n ea el sentido de la actuación de
los actores.
Son los (y las) inform antes quienes ap o rtan las claves que perm iten en­
ten d er el sentido de la actuación de los observados. Es con los inform antes
con quienes hay que desarro llar lazos de confianza y cooperación. Los infor­
m a n te s (o m ejor: los in te rlo c u to re s) a c tú a n com o guías que p e rm ite n a
quien investiga m overse en u n ám bito social desconocido. Para que quien
explora la realidad social llegue al destino deseado, es preciso que la relación
con los guías se base en la colaboración, la confianza y el respeto m utuo.
Algo que si ya es com plicado conseguir en la vida cotidiana, m ás difícil re­
sulta de lograr en u n a investigación.
El interés p o r las actividades del in fo rm an te y la frecuente em patia con
que el investigador las contem pla, suelen a c a rre a r el respeto hacia el obser­
vador. Pero la colaboración y la confianza son cuestiones de grado que de­
penden del escenario concreto. Para conseguir que en escenarios cargados
de tensión se m antenga el m ayor grado posible de confianza y colaboración,
quien investiga debe realizar u n a inversión previa de reciprocidad e in te r­
cam bio con los inform antes. H ay diversas estrategias p a ra conseguirlo. Pero
en general éstas se parecen a las que acontecen u sualm ente en la vida coti­
diana. Se tra ta de m o stra r interés p o r la o tra p ersona y ocuparse de ella (ha­
cerle favores) cu an d o ello sea p reciso. E n cu a n to a las relaciones que se
m antienen con los observados, aunque es innecesario caer bien o ser plena­
m ente aceptado, sí es necesario que la p resencia de quien investiga sea tole­
ra d a al m enos p o r el resto de las perso n as presentes. Ello es necesario sobre
todo en las investigaciones encubiertas, en las que la elección de u n rol que
no se corresponda adecuadam ente al escenario, puede im pedir el objetivo de
socializarse p a ra p articip ar en el m ism o.
Si en las in v estig acio n es e n c u b ie rta s se g estio n a in fo rm a ció n , en las
abiertas se gestiona tensión. P or ello es im p o rtan te a clarar a los actores el
sentido de la presencia de quien investiga en el escenario. Pese a que no es
imprescindible señalar todas las razones que m otivan la estancia, sí resulta
útil contestar siempre las preguntas de los actores. Deben ser respuestas co­
herentes y preferentemente las mismas p a ra todos ellos. Si se pretende que
una persona colabore en la investigación abierta (adem ás de dejarle claro
que su colaboración es voluntaria y que la inform ación es anónim a y confi­
dencial), debe constatar en todo m om ento la sinceridad de quien investiga.
La situación social de quien observa (edad, género, clase, etnicidad) m e­
diatiza tanto la observación como la interpretación posterior de los datos, y
condiciona tam bién las relaciones de campo. Existen realidades a las que re­
sulta imposible acceder desde ciertas situaciones sociales, porque la posición
social de quien observa impide establecer relaciones de cam po satisfacto­
rias l3. En la observación participante es preciso buscar puntos de contacto
con los informantes que perm itan definir u n a relación de confianza m utua.
De entrada, y aunque no es necesario fingir estar de acuerdo con la defini­
ción social que los actores realizan de las situaciones observadas, sí re s u lta '
conveniente m ostrar una cierta flexibilidad y tolerancia hacia ellas 14.
Otro modo de construir las relaciones de cam po consiste en bu scar sim i­
litudes biográficas entre observador y observado. El conocim iento previo del
campo que se analiza suele ofrecer pistas sobre qué clase de aspectos de la
propia biografía conviene d e sta c a r15. Pero suele ser la intuición y a veces la
suerte lo que revela aspectos biográficos com unes sobre los que solidificar la
relación de campo, Son aspectos que pueden tener poco que ver con la inves­
tigación, pero que contribuyen a crear la sensación en el inform ante de que
el ajeno, en el fondo, no es tan distinto como parece. E n cualquier caso, es
conveniente tener imaginación y saber ad ap tar (o sim plem ente inventar) las
experiencias propias de modo que puedan intercam biarse con los inform an­
tes. Revelar a los informantes aspectos de la propia personalidad que se en­
tienden como importantes, suele ser una buena m anera de ganar su confian­
za. La existencia de experiencias com unes previas facilita las relaciones de

u Realmente hubiera sido difícil que un blanco p u d iera h acer observación p articip an te en el
movimiento negro radical de los años sesenta, o que u n negro h aga lo propio en u n a b a n d a ra ­
cista europea de los noventa.
1,1 Por ejemplo, si a la hora de defender la com isión de un robo, u n in fo rm an te de u n grupo
radical de izquierdas insiste en que «si np hubiese privilegios no hab ría delitos», resu lta im p ro ­
cedente contestar con un discurso sobre la necesidad de re sp e ta r la ley y la pro p ied ad privada.
Parece más coherente realizar un a reflexión, desde las propias convicciones políticas, sobre la
desigualdad social y sobre sus consecuencias. La p rim e ra opción d in am ita la relación de cam ­
po. La segunda la hace posible.
15 En un estudio sobre m ilitares vale la p ena sacar a relu cir las experiencias del observador
en el servicio militar; o en uno sobre sida resulta útil explicar al inform ante las técnicas que se
emplean para realizar sexo m ás seguro. Pese a que es im p o rtan te ser siem pre un o m ism o y no
intentar adaptaciones falsas al contexto, es aconsejable d isp o n e r de u n a b a tería p erso n a l de
cuestiones que puedan interesar al inform ante. Con eso se logra se d im e n ta r las relaciones de
campo y se consigue discutir y com entar tem as relativos a la investigación.
cam po, pero no las garantiza. O bviam ente el m e jo r m odo de cre ar y d e sa rro ­
llar relaciones de cam po surge de co m p artir experiencias a lo largo de la o b ­
servación participante.
Las relaciones de cam po se construyen día a día, y en ellas existen pro b le­
m as sim ilares a los de la vida diaria: rechazos, celos, enfados y m alos en ten ­
didos. Es posible que quien investiga se en c u e n tre con personajes sociales
que rechazan la relación de cam po e incluso la p resen cia de quien investiga
en el escenario. Ello es m ás frecuente en las investigaciones abiertas, donde
la m ayoría de los actores disponen de algún tip o de inform ación (a m enudo
distorsionada) sobre la actividad del observador l6. E n estos casos es im p o n
ta n te facilitar inform ación a las personas sobre el sen tido de la presencia del
investigador en el escenario, pero tam b ién es im p o rta n te in teresarse (y co­
m e n ta r si es posible) las razones del rechazo o de la h ostilid ad 17. Cabe la po­
sibilidad de que, tras aclarar las posiciones respectivas, el rechazó inicial se
tran sfo rm e en afán colaborador.
Otro facto r que dificulta las relaciones de cam p o es involucrarse en dis­
putas de carácter político entre grupos y facciones en frentadas. E n estos ca­
sos, aunque sea difícil, es preciso c o n stru ir u n a cierta n e u tra lid a d 18. La difi­
cultad p a ra conseguirlo rad ica en que el o b serv ad o r p uede no ser consciente
de que se im plica en las actividades de u n a d e te rm in ad a facción. El hecho
m ism o de acceder a un escenario, puede e n fre n ta r a grupos políticos que de­
fiendan o rechacen la presencia del observador. C onseguir desm arcarse del
grupo que p erm ite el acceso p ara acercarse al que lo rec h az a puede signifi­
car p erd e r la confianza del prim ero, y ten er que ren egociar el rol del investi­
gador en el escenario. Estos y otros episodios de las relaciones de cam po,
pueden convertir la observación p articip an te en u n a actividad fru stran te y a
veces trau m ática.
La perso n a que investiga en el cam po p a sa p o r u n a am plia gam a de se n ti­
m ientos que van desde la euforia a la depresión. L a ansiedad, la desilusión, y
la creen cia de que la investigación no p o d rá llevarse a b u e n térm in o son
ta m b ién sentim ientos frecuentes 19. E n el caso de las investigaciones ab ier­

16 A unque posible, el rechazo a la presen c ia del o b se rv a d o r e n el escen ario es m e n o r en el


caso de la in v estigación encubierta; p artien d o del su p u e sto , cla ro esta, de q u e el rol de cam p o
seleccio n ad o sea el adecuado.
17 C iertos colectivos desviados acab a n p o r su frir lo q u e p u e d e llam arse fatiga investigadora.
A nte la p ro fu sió n de noticias en los m edios de c o m u n ic a c ió n (q u e e n tie n d e n com o falsas, o
com o m ín im o d isto rsio n ad as) y an te el interés q u e la so c ied ad m u e s tra p o r su co n d u cta, te rm i­
n a n p o r se r reticen tes an te cu alq u ier investigación p o rq u e te m e n que, fin alm e n te , todo lo que
d ig an o h a g an se rá utilizad o en su c o n tr a ..
18 C u an d o q u ien investiga se ve im plicado e n d isp u ta s p o líticas in te rn a s e n el seno del g ru p o
q u e investiga, la n eu tralid ad es com plicada. La a n tro p ó lo g a O lga VISUALES co m e n ta q u e e n e s­
tos caso s su ele se r útil «ser u no m ism o», y en el caso de q u e sea in ev itab le to m a r partid o , h a c e r­
lo a p a r tir de las p ro p ias convicciones personales.
19 N igel B arl EY (1989) en clave de h u m o r, y M a lin o w sk i (1989) de u n m o d o m ás agrio, e s­
c rib e n so b re esto s sen tim ien to s de fru strac ió n y desán im o . Un b u e n ejem plo al respecto lo b rin ­
tas, pese a todas las estrategias em pleadas, puede resultar difícil conseguir
inform antes y b uenas relaciones de cam po. Tam bién cabe la posibilidad de
que los actores releguen a quien investiga a una posición tan m arginal en el
escenario, que éste se sienta incapaz de desarrollar la investigación y fru stra­
do p o r no p o d er hacerlo, h a sta el pun to de odiar a los actores y de plantearse
aban d o n ar la investigación. T am poco las investigaciones encubiertas son fá­
ciles de ejecutar. La necesidad de elaborar u n a im agen de sí m ism a no acor­
de con la usual, pese al en trenam iento, es u n a actividad com plicada y cansa­
da para la p ersona que in v estig a20. El diario de campo y la discusión de los
problem as con otros colegas, son las m ejores opciones p ara controlar y dis­
m inuir la ansiedad y sus consecuencias.
Como se p la n te a en la introducción, la participación es un problem a teó­
rico m enor; pero es u n problem a práctico de envergadura. El m ayor incon­
veniente de la p articip ació n es que siem pre es inespecífica. No hay recetas al
respecto. Sólo se sabe cóm o p articip ar a lo largo de un proceso que im plica
la progresiva definición del rol social del investigador en el contexto analiza­
do. A m enudo sucede que, cuando el investigador ha asum ido un rol partici-
pativo idóneo, ya dispone de datos suficientes p ara escribir su trabajo. El
problem a de la p articip ació n es en cierto m odo parecido al de la experiencia:
cuando hace falta no se tiene, y cuando se tiene ya no hace falta.

d a M iriam L. K aprow : «El o rigen de m is ansiedades radicaba en la convicción de que n u n c a lle­


g aría a o b ten er el d o cto rad o , y p o r lo tanto, nu n ca sería u n a antropóloga. E stab a seg u ra de que
iba a fallar p o rq u e, en c o n tra de los m odelos fam osos de la etnografía, no p odía lo calizar un
au tén tico g ru p o en tre los g itan o s [...] ¿Qué dirán los dem ás antropólogos —m e p re g u n ta b a a n ­
g u stiad a— cu an d o ap arezca en N ueva York sin datos; sin evidencia de u n a cu ltu ra total con sus
sistem as in tern o s co h eren tes de religión y sím bolos?» (K aprow 1994: 88-89).
20 La perso n a que hace observación particip an te en cu b ierta es, en térm in o s de G o ffm a n , un a
estigm atizada desacreditable: es p o rta d o ra de un estigm a p o r se r una investigadora y p o r p resen ­
tarse en el contexto de o tro m odo. La gestión de un estigm a (G offman 1970) supone dosis eleva­
das d e co n cen tració n , cap ac id a d de invención y m ucho esfuerzo. P ara la p erso n a que investiga
de m an era en cu b ierta suele se r e stresan te a p a re n ta r ser lo que no se es.

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