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Piratas y corsarios más famosos

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tipos de barcos piratas

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Banderas piratas

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%20conocida,hab%C3%ADan%20fallecido%20durante%20el%20viaje.

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Todo piratas

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lenguaje/actividades-para-realizar-en-el-hogar?u=5f1ef291d7691ba3ef527072

Cementerio pirata

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ANÉCDOTAS, CURIOSIDADES Y LEYENDAS

Quemar las naves


 
El rey de Begaya, cuando fue destronado por los españoles, pidió ayuda
a Aruch Barbarroja. El pirata, que era natural de Mitilene y educado en la
religión católica, había adjurado hacía tiempo de la fe y vagabundeaba
por el Mediterráneo asaltando a las naves cristianas. Cuando el rey de
Begaya le pidió auxilio, Barbarroja no tardo en acudir y en la batalla que
siguió con los españoles, de la que tuvo que batirse en retirada, perdió
un brazo. El odio hacia los cristianos y la pérdida de la mano y la
contienda acrecentaron su venganza y volvió a Begaya en 1514 a buscar
la victoria que antes se le había denegado. Llegaron a la costa,
desembarcaron y, para que sus hombres no pudieran retroceder ni
batirse en retirada, quemó las naves. Esperaba una lucha encarnizada y
la tuvo. Pero volvió a quedar derrotado, perdiendo esta vez en el
combate a su hermano Isaac.
 
Perforar el casco
 
El pirata francés Pierre le Grand navegaba en una barca por las costas
de la isla Dominica con veintiocho personas a bordo. Hacía tiempo que
no obtenía presa alguna de manera que ya les iban faltando víveres y
vituallas. Al poco divisaron un navío de la flota española. Su decisión fue
drástica: tomarlo o morir en el intento. Esperaron a la noche para
aproximarse y, cuando estuvieron abarloados, ordenó al cirujano hacer
un gran agujero en la barca para que, yéndose a pique ésta, la tripulación
se viese forzada a saltar irremediablemente al galeón y luchar.
 
Juicios en el continente
 
Hasta 1701, los juicios a los piratas debían de celebrarse en Inglaterra.
Con ello se homogeneizaban las sentencias y se reforzaba la
dependencia de las colonias. Pero en la práctica tales medidas tuvieron
consecuencias inesperadas. Como no había autoridad para juzgar a un
pirata una vez arrestado y había que repatriarlo a Inglaterra junto con los
testigos y pruebas para sentarlo en el banquillo (proceso que venía a ser
largo, costoso y molesto), era frecuente que las autoridades hiciesen la
vista gorda y la justicia no recayera en ningún culpable. Lo que,
indirectamente, era aprovechado por los piratas para continuar en su
condición de forajidos dado que su conducta criminal no era castigada.
 
Fue Guillermo III quien decidió poner coto al desenfreno y agilizar los
procesos. En 1701 promulgó un acta otorgando a las colonias potestad
para juzgar los crímenes de piratería en la figura de los Tribunales del
Almirantazgo. Con esta norma consiguió no sólo rapidez en las
sentencias, sino también  proclamar que los delitos, que anteriormente se
diluían en la burocracia, no iban a quedar, a partir de entonces, impunes.
 
De pirata a Rey
 
Carlos II de Inglaterra nombró Sir al capitán Morgan. Isabel I hizo lo
mismo con Francis Drake. Ambos hechos son bien conocidos. Pero
pocos piratas han llegado tan lejos como el propio Aruch Barbarroja. Su
caso es más parecido al que protagonizó Napoleón Bonaparte cuando él
mismo se puso la corona de emperador que debía ceñírsela el Papa.
Barbarroja, en su lucha acérrima contra los cristianos, fue esta vez a
Argel, pues la ciudad era tributaria de España y quería romper tal
sumisión. Se presentó Barbarroja, en efecto, y logró su propósito. Su
doble propósito, pues cuando el rey Selim Ben Tumi le estaba
agasajando por liberar la ciudad de los españoles, Barbarroja le devolvió
el cumplido asesinándole en el acto para, seguidamente, proclamarse rey
de Argel.

 
La mujer y el mar
 
Apenas doscientos años después de las correrías del pirata griego,
aparece en escena Barbanegra. En 1716 se acerca hasta Honduras
donde se cruza con un terrateniente de Barbados llamado Stede Bonnet.
Este hombre, acostumbrado a una vida llena de comodidades apenas
tenía instrucción náutica, conocía a los barcos de verlos fondeados en el
puerto y las ganancias que la piratería podría reportarle las tenía más
que cubiertas pues era adinerado. En estas condiciones, tan poco
favorables para pasarse al otro lado de la ley, decidió unirse al corsario.
Tanto lo deseaba que tuvo que pagar por la nave en la que se embarcó,
hecho insólito que debió provocar sonoras carcajadas en las tabernas de
Barbados y Martinica. Los motivos debían ser convincentes y sólidos.
Para él, desde luego que sí: deseaba a toda costa separarse de su
mujer. Tal era el desapego que no encontró otra fórmula para escapar de
ella que alistarse en un barco de filibusteros, lugar donde nunca iría a
buscarle. Aunque sus correrías no durarían mucho. Dos años estuvo
Bonnet surcando mares y puertos. Hasta que fue capturado, juzgado,
condenado y ahorcado.
 
Las razones de Mary Read
 
Una vez capturada Mary Read y llevada ante el tribunal de Santiago de la
Vega, el juez estuvo en disposición de conmutarle la pena, pero salió a la
luz una conversación que tuvo ésta con su capitán, Jack Rackman, en la
que decía que en cuanto a morir ahorcada, ella creía que la muerte no
era tan penosa "pues si no fuera por ello, todo individuo cobarde se
tornaría pirata, infestando los mares; que los hombres de valor debían de
morir de hambre". El tribunal, ante tales declaraciones, decidió que no
había lugar a su salvación y la condenaron a muerte.
 
Visita al patíbulo
 
Los acusados y declarados culpables en piratería eran condenados en
Inglaterra a "To dance the hempen jig", término que dan los propios piratas
al ahorcamiento. El acto era público y, en Londres, tenía lugar en el paraje
denominado "Execution dock at Wapping" (Andén de la ejecución de
Wapping), cuando la marea estaba baja.
 
Se hacía salir a los reos de la prisión de Marshalsea o Newgate en
procesión encabezada por un funcionario real que portaba un remo de color
de plata, simbolizando con ello a la Corte Supema del Almirantazgo. El
destino era el patíbulo y, después del sermón del capellán y de las palabras
del condenado, se ejecutaba al reo, cuyo cuerpo permanecía allí expuesto
para deleite del tribunal y curiosos durante tres mareas.
 
Para los que se libraban de la horca, la prisión no era una buena alternativa.
Humedades, ratas, parásitos, poca o ninguna ventilación, inmundicias, olor
nausebundo y pésima y escasa comida, hacían que las cárceles supusiesen
más que un castigo a una falta o un medio para la rehabilitación, una tortura
legitimada. El fin de los piratas, en estos casos, solían ser las enfermedades
pulmonares, desnutrición e infecciones.
 
Cañonazos de oro
 
En 1615 los piratas holandeses, distribuidos en cinco naves que
montaban ciento diez cañones, costeaban Perú hostigando barcos y
plazas. El virrey, marqués de Montes Claros, improvisó una escuadra
defensiva consistente en seis naves con cuarenta y dos cañones, de las
cuales tres de ellas carecían de culebrinas. En el enfrentamiento que
siguió, la capitana española disparó contra su propia almiranta y la
armada de los Países Bajos hundió por error una de sus lanchas: era de
noche y las únicas luces visibles eran las de posición; la confusión y el
humo terminaron por dificultar la labor de los artilleros. La mayor
sorpresa, sin embargo, la tuvieron al día siguiente cuando se reanudó el
combate. Una andanada que recibió la capitana española, en vez de
plomo y tuercas, esparció por cubierta pesos de plata. Posiblemente
algún pirata holandés, después del saqueo a un mercante español, los
había distraído del monto común y ocultado en el cañón sin que pudiera
cambiarlos de lugar una vez iniciado el ataque.
 
Las amenazas de Julio César
 
Julio César fue apresado por los piratas de Cilicia, población de Asia
Menor, cerca de la isla de Formacusa. Le retuvieron durante algo más de
un mes pidiendo un rescate de 20 talentos. Y este fue el principio del fin
de los piratas porque Julio César, muy contrariado por el bajo precio que
ponían a su cabeza, subió él mismo la recompensa a 50 talentos y ya no
les dejó en paz hasta que le liberaron. Durante el tiempo que estuvo con
ellos retenido les amenazaba de muerte si le despertaban de un sueño,
les obligaba a recitar los versos que él componía y hasta juraba
venganza si alguno no apreciaba su rima. Una vez pagado el rescate
Julio César cumplió todas sus promesas. Armó una escuadra, les localizó
en el mar, les persiguió, les venció y los ejecutó.
 
Romanos a babor
 
Cuenta el capitán Johnson que los piratas de Cilicia, al apresar un barco,
preguntaban por la nacionalidad de las personas a bordo. Y cuando
alguno decía que era romano, se ponían de rodillas a sus pies pidiendo
perdón por haberle apresado. Acto seguido sacaban la plancha, la
colocaban a modo de trampolín en la borda y le comunicaban que
quedaba libre. El prisionero, al ver que estaba en alta mar, la mayor de
las veces se negaba a obedecerles, así que los piratas, para ayudarle a
tomar el "camino de la libertad", le empujaban y le echaban por la borda
entre grandes risotadas.

 
Misa a bordo
 
El capitán Daniel raptó a un sacerdote para que diera misa a bordo. Una
vez en el barco y comenzado el sermón, un marinero estuvo haciendo
mofa del cura y Daniel, viendo interrumpido el acto, le descerrojó un
pistolerazo.
 
Carnada
 
Stede Bonnet, el huidizo, en el poco tiempo que estuvo sobre un barco
como capitán, tuvo una siniestra fama por como se comportaba con sus
prisioneros. No les torturaba, como era costumbre; no pedía rescate por
ellos, algo habitual para engrosar el botín; no les abandonaba en una isla
desierta, para evitar que pudieran denunciarle. Sencillamente buscaba un
banco de tiburones y los arrojaba de carnada.
 
Grog
 
El corsario británico y almirante, Eduard Vernon (1684-1757), en los días
de mal tiempo utilizaba un grueso abrigo de pelo de camello designado
por "grogam". Si unimos a esta anécdota que en aquella época estaba
muy extendido que los marinos utilizasen el término de "viejo" (old) para
referirse a su capitán de navío con independencia de su edad, no es de
extrañar que su tripulación le comenzase a llamar con el apelativo de "old
grog".
Paralelamente, a Vernon no le gustaba que sus hombres se
emborracharan y por ello ordenó rebajar con agua el ron que se repartía
diariamente entre ellos. Las quejas de los tripulantes ante esta medida no
tardó en llegar y comenzaron a llamar al brebaje "la bebida rebajada por
el viejo grog" o, abreviadamente, grog.
La marinería, a pesar de todo, no renunciaba al ron puro, así que cada
vez que recalaban en Jamaica o isla donde destilaran la caña de azúcar,
hacían gran acopio para poder beberlo a bordo una vez hubiesen
zarpado. El resultado era la embriaguez, que extrañaba al propio
almirante dado que el licor estaba aguado, pero los tripulantes se
excusaban diciendo que estaban mareados, no borrachos, que estaban
bajo los efectos del grog es decir, groggys, palabra que ha llegado a
nuestros días con idéntico significado.
 
Los elementos
 
La Armada Invencible de Felipe II, que fue a conquistar Inglaterra en
1588, sucumbió no a las dotes de estrategia del almirante Nelson, sino al
furor de los vientos y a la fuerte marejada. Este contratiempo, sin
embargo, no fue aislado en la historia naval española. Otro suceso que
se puede equiparar, aunque de consecuencias menos trágicas, se
produjo en el intento de conquistar Argel por Hugo de Moncada. Las
escuadras de la flota española que dirigía fondearon frente a la costa
cuando una gran tormenta arribó sobre ellas y 23 galeones se fueron a
pique. El asalto resultó ser un completo fracaso.
 
Té, casaca roja y música
 
Bartholomew Roberts era marino mercante hasta que el buque negrero
con el que se dirigía a Costa de Marfil fue apresado por el capitán Hawel
Davis. Roberts se unió de inmediato a los piratas y, cuando Davis murió
en combate contra un navío holandés, la tripulación le escogió como
capitán. Cualidades no le faltaban: coraje, experto en navegación, arrojo.
Pero al poco conocieron sus excentricidades: sólo bebía té e intentó que
el alcohol desapareciera entre la dieta de su tripulación, aunque nunca
logró conseguirlo. Otra manía suya será vestirse de gala cuando entraba
en combate. Decían de él que parecía un almirante. También se conoce
su afición por la música. Era tal su melomanía que cuando en una
captura se topó con tres virtuosos de la flauta, laúd y violín, les hizo
trasladar a su barco inmediatamente, donde quedaron retenidos y a buen
recaudo.
 
Secuestro y amistad
 
La expedición de Fernando de Magallanes para llegar a las Molucas por
un camino distinto al que utilizaban los portugueses, y que terminaría
siendo la primera vuelta al globo terráqueo, no está exenta de algunos
actos piráticos. Nos los narra Antonio Pigaffeta, navegante italiano que
se embarcó en la nao Trinidad, una de las cinco que componían la
expedición, escribiendo el relato del viaje iniciado el 27 de septiembre de
1519 en el puerto de San Lúcar de Barrameda. El inicio de la narración
de Pigaffeta, como se comprobará, no difiere en mucho de cualquier
relato de un ataque pirata. El final es sorprendente.
 
Cuatro meses después de morir Magallanes la flota se hallaba cerca de
Borneo cuando, según Pigaffeta, "encontramos un junco que venía de
Burné. Le hicimos señas para que se detuviese; pero como no quiso
obedecer, le perseguimos, le cogimos y le saqueamos. Conducía al
gobernador de Palaoán, con uno de sus hijos y su hermano; le
emplazamos a que en el término de siete días pagase por rescate
cuatrocientas medidas de arroz, veinte cerdos, otras tantas cabras y
ciento cincuenta gallinas. No sólo dio todo lo que pedíamos, sino que
añadió espontáneamente nueces de coco, bananas, cañas de azúcar y
vasos llenos de vino de palmera. Para corresponder a su generosidad le
devolvimos una parte de sus puñales y arcabuces y le dimos un
estandarte, una túnica de damasco amarillo y quince brazas de tela; a su
hijo le regalamos un manto de paño azul, etc. y su hermano recibió una
túnica de paño verde. Hicimos también regalos a los que los
acompañaban, de manera que nos separamos buenos amigos."
 
Robinson Crusoe
 
Daniel Defoe escribió a la edad de sesenta años el libro Robinson
Crusoe. Había nacido en Londres en 1660 y estudió para sacerdote,
pero en 1685 se hizo representante de tejidos lo que le permitió realizar
múltiples viajes, entre ellos visitar España.
Los trabajos que ocupó posteriormente fueron de muy diversa índole: se
hizo con una empresa de ladrillos, actuó como agente secreto del
Gobierno y escribió diversos ensayos, reportajes y novelas.
Su condición de agente secreto le permitió tener acceso a documentos
que hoy serían denominados clasificados referidos a contrabando,
piratería y corso pues abundaron hechos y procesos en la época que le
tocó vivir.
Debió conocer, por tanto, la historia del marinero Selkirk. Alejandro
Selkirk, por desacuerdo con su capitán, fue abandonado en la isla "Mas a
Tierra", perteneciente al archipiélago de Juan Fernández. Esta isla,
despoblada, se situaba en mitad del Océano Pacífico a más 700
kilómetros del continente y no formaba parte de ninguna ruta comercial.
No es de extrañar, pues, que viviera en la más completa soledad, de
forma primitiva y rudimentaria y rogando una pronta salvación pues creía
estar condenado al destierro perpetuo. Al cabo de unos cuatro años, sin
embargo, una goleta dio con él y le rescató aún con vida. A partir de ese
momento la historia de su aventura se convirtió en leyenda, leyenda que
debió llegar a oídos de Daniel Defoe pues su Robinson Crusoe está
inspirado en este superviviente.
 
Congreso pirata
 
En 1824, tres años después de que los españoles vendieran Florida a
Estados Unidos por cinco millones de dólares, los piratas se congregaron
en la isla de Sanibel para decidir si continuar con la piratería o disolverse
dado el peligro que corrían al tener que enfrentarse a las fuerzas
conjuntas de América, Inglaterra, España y Francia. Estuvieron presentes
Gasparilla (José Gaspar), King John (portugués de Miami), César el Viejo
(de Cayo Largo), Old Baker y otros. Las deliberaciones duraron dos
meses y decidieron, finalmente, continuar en el oficio durante los dos
años siguientes o hasta que todos fueran capturados.
 

CHISTES

Las instrucciones del capitán


Este era un barco pirata, de pronto, aparece una fragata inglesa. El
segundo de abordo grita:
- ¡Capitán, capitán una fragata inglesa a babor!
Entonces el capitán gira instrucciones:
- ¡Bajen las velas, coloquen la bandera pirata, todos a los cañones, sables
en mano y tráiganme mi chaqueta roja!
Pin, pun, pan, trifulcas, golpes y porrazos y gana la batalla el barco pirata.
Al otro día, nuevamente grita el segundo de abordo:
- ¡Capitán, capitán una goleta española a estribo!
Entonces el capitán gira de nuevo instrucciones:
- ¡Bajen las velas, coloquen la bandera pirata, todos a los cañones, sables
en mano y tráiganme mi chaqueta roja!
Pin, pun, pan, 20 trifulcas, golpes y porrazos y gana otra vez la batalla el
barco pirata.
Dos días después, el segundo de abordo vuelve a gritar:
- ¡Capitán, capitán una fragata portuguesa hacia la proa!
Entonces el capitán gira de nuevo instrucciones:
Bajen las velas, coloquen la bandera pirata, todos a los cañones, sables en
mano y tráiganme mi chaqueta roja.
Pin, pun, pan, trifulcas, golpes y porrazos y de nuevo gana la batalla el
barco pirata.
Al día siguiente el segundo de abordo se acerca y le pregunta al capitán:
- Capitán todos estamos impresionados por sus dotes dirigiéndonos en la
batalla y lo bien que nos ha ido en la mar. Sin embargo, todos entendemos
por qué hay que colocar la bandera pirata, bajar las velas y lo demás, pero
discúlpeme, ¿Para qué pide que le traigamos su chaqueta roja?
A esto el capitán contesta:
- Elemental señor Smith; si por infortunio soy herido en batalla, la
tripulación no se desmoralizará porque no se darán cuenta que estoy
herido; de este modo siempre ganaremos la batalla.
El señor Smith contesta:
- Ah, que interesante y bien pensado mi capitán.
Tres días después el segundo de abordo grita:
- ¡Capitán, capitán, dos fragatas portuguesas a babor, tres fragatas
inglesas hacia la popa y cuatro goletas españolas hacia proa, entonces el
capitán, se rasca la cabeza y gira las instrucciones:
- ¡Bajen las velas, coloquen la bandera pirata, todos a los cañones, sables
en mano y tráiganme mi pantalón marrón!
Un marinero y un pirata se encuentran en un bar y se empiezan a contar
sus aventuras en los mares. El marinero nota que el pirata tiene una pierna
de palo, un gancho en la mano y un parche en el ojo y le pregunta al pirata:
- ¿Y cómo terminaste con esa pierna de palo?
El pirata le responde:
- Estábamos en medio de una tormenta y una ola me tiró al mar, caí entre
un montón de tiburones. Mientras mis amigos me subían un tiburón me
arrancó la pierna de un mordisco.
-!Guau! - replicó el marinero. - ¿Y qué te pasó en la mano, por qué tienes
ese gancho?
- Bien.... - respondió el pirata, - estábamos abordando un barco enemigo y
mientras luchábamos con nuestras espadas contra los otros marineros, un
enemigo me cortó la mano.
- ¡Increíble!, - dijo el marinero, - ¿Y qué te paso en el ojo?
- Una paloma que iba pasando y me cayó excremento en el ojo.
- ¿Perdiste el ojo por un excremento de paloma?, - replicó el marinero
incrédulamente.
- Bueno..., - dijo el pirata, - era mi primer día con el gancho

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