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A este librito no te lo cobramos en dinero, pero no es gratis.
Su costo es que cumpla la misión de recorrer los hogares de
muchas personas, así que te pido que si no lo vas a leer
ahora, lo pases a un amigo o lo devuelvas a quien te lo
entregó, asi puede cumplir su mision.
Si te gusto y queres, podes hacer una copia del mismo.
Hacer copias del mismo y repartirlas haría bien a muchas
mas personas.
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La estatua de barro
Era una ostra marina que, como todas las de su especie, había
buscado la roca del fondo para agarrarse firmemente a ella. Una
vez que lo consiguió, creyó haber dado en el destino claro que le
permitiría vivir sin contratiempos su ser de ostra. Un día, durante
una tormenta en la profundidad del mar, de esas que casi no
provocan oleaje en la superficie, pero que remueven el fondo de
los océanos, un pequeño grano de arena entró dentro de ella.
Aunque cerró rápidamente sus valvas -así lo hacia siempre que
algo entraba en ella, pues es la manera de alimentarse que tienen
las ostras-, ya había entrado, y la ostra no pudo hacer lo de
siempre. Bien pronto constató que aquello era sumamente
doloroso. El grano de arena le hería por dentro. En vez de
digerirlo, más bien la lastimaba a ella. Quiso entonces expulsar
ese cuerpo extraño, pero no pudo. Ahí comenzó su drama. Lo
que Dios le había mandado pertenecía a aquellas realidades que
no se dejan integrar, y que tampoco se pueden suprimir. El
granito de arena era indigerible e inexpulsable. Y cuando trató de
olvidarlo, tampoco pudo. Porque las realidades dolorosas que
Dios envía son imposibles de olvidar o de ignorar. Frente a esta
situación, no le quedaba más remedio que luchar contra su dolor,
rodeándolo con él, y entonces vio que tenía una hermosa
cualidad desconocida para ella. Era capaz de producir sustancias
sólidas, que normalmente las ostras dedican a su tarea de
fabricarse un caparazón defensivo, rugoso por fuera y terso por
dentro, pero que también pueden dedicar a la construcción de
una perla. Y eso fue lo que sucedió. Poco a poco, con lo mejor de
sí misma, fue rodeando el granito de arena del dolor que Dios le
había mandado, y a su alrededor comenzó a formar una hermosa
perla. Normalmente las ostras no tienen perlas, sino que son
producidas solo por aquellas que se deciden a rodear, con lo
mejor de sí mismas el dolor de un cuerpo extraño que las ha
herido. Muchos años después de su muerte, unos buzos bajaron
hasta el fondo del mar. Cuando la sacaron a la superficie se
encontró en ella una hermosa perla. Cada uno debe preguntarse
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qué ha hecho con ese granito de arena que Dios ha puesto en su
vida y que tenemos la oportunidad de convertirlo en una perla.
La roca
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Esperar y confiar
Amigos como tú
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Dos amigos atravesaban un bosque cuando apareció un oso. El
más rápido de los dos huyó sin preocuparse del otro que, para
salvarse se tiró por tierra, como muerto.
El oso, creyéndolo muerto, lo chupó y se fue. Parecía como si le
hubiese dicho algo.
— ¿Qué te ha dicho? Le preguntó el huidizo.
—Sólo me ha dicho que no me fíe de los amigos como tú.
Dos estrellas
Escarmiento a la avaricia
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Juan Gavaza casó a sus dos hijas con dos caballeros muy
nobles. El padre quería tanto a sus yernos que les repartió sus
posesiones en oro y demás bienes. Ellos se mostraban
agradecidos. Pero cuando se acabó el tesoro y sus yernos se
olvidaron del suegro. Él, muy apenado, decidió darles una lección.
Pidió unas monedas a un amigo y las guardó en un cofre. Hizo
que sus hijas espiaran la operación. Cuando ya habían caído en
el engaño, devolvió el dinero a su amigo, esta vez, en total
secreto. Los últimos días del señor Gavaza discurrieron con todo
tipo de atenciones por parte de sus yernos e hijas. Cuando murió
abrieron el cofre y encontraron una maza muy grande con una
escritura en el mango que decía así: “Yo, Juan Gavaza hago este
testamento: que quien menosprecie a alguien porque ya ha
repartido todos sus bienes, como se hizo con Juan Gavaza, que
en la frente le den con esta maza”.
La fuerza de la Eucaristía
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El drama de un desencantado que se arrojó a la calle desde el
décimo piso, y a medida que caía iban viendo a través de las
ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias
domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad,
cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común,
de modo que en le instante de reventarse contra el pavimento
había cambiado por completo su concepción del mundo, y había
llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para
siempre por la puerta falsa valía la pena ser vivida.
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París. Parque de los Príncipes. Un universitario logra acercarse al
Papa y le grita: “Santo Padre, soy ateo, ¡ayúdeme!”. El Papa se le
acercó. Hablaron a solas unos instantes. De regreso a Roma,
Juan Pablo II recordó a ese chico y le dijo a don Estanislao:
“Pienso que quizá podía haberle ayudado mejor. Quizá todavía se
puede hacer algo por él”. Escribieron a París. La respuesta fue
algo así como “lo intentaremos pero va a ser más difícil que
encontrar una aguja en un pajar”. Sin embargo, al final se localizó
al muchacho y le dijeron: “El Papa quiere que sepas que reza
diariamente por ti y está preocupado porque quizá no resolvió tu
problema”. Aquel muchacho explicó que al salir de allí fue a una
librería y compró un Nuevo Testamento, como el Papa le había
dicho..., “y nada más abrirlo, encontré la respuesta que buscaba.
Díganselo al Papa. Ya me preparo para mi bautismo”.
El hilo rojo
Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una
culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía.
Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y
comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y
anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido
mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez
que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras
continuábamos charlando. No sé qué me movió a volver la
cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de
nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda
para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos
minutos el amplio pozo de su soledad. Pensé que debía
adentrarme en el misterio de tantas personas que quizá no nos
buscan como el señor del hilillo, pero nos necesitan.
Jonás y la ballena
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Una niña estaba hablando de las ballenas a su maestra. La
profesora dijo que era físicamente imposible que una ballena se
tragara a un ser humano porque aunque era un mamífero muy
grande su garganta era muy pequeña. La niña afirmó que Jonás
había sido tragado por una ballena. La profesora le repitió con
ironía que una ballena no podía tragarse a ningún humano, pues
físicamente era imposible. La niña contestó: "Cuando llegue al
cielo le voy a preguntar a Jonás". La maestra le preguntó: "¿Y
qué pasa si Jonás se fue al infierno?". La niña contestó:
"Entonces tendrá que preguntarle usted".
Un cantero se lamentó:
—Ay, si tuviera tanto dinero como este rico.
El genio lo llenó de riquezas. Pero apretaba mucho el sol, era
verano.
—Ay, si fuera sol.
El genio se lo concedió.
Una nube se interpuso entre el sol y la tierra.
—Ay, si fuera nube.
El genio se lo concedió. Pero comprobó como la roca resistía a
sus embates.
—Ay, si fuera roca.
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El genio se lo concedió. Pero cuando vio cómo el cantero la
destrozaba comentó:
—Ay, si fuera cantero.
El hilo de la paciencia
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El príncipe y la estufa
Hércules y el carretero
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El violín desafinado
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Por la calle vi a una niña hambrienta, sucia y tiritando de frío
dentro de sus harapos. Me encolericé y le dije a Dios: "¿Por qué
permites estas cosas? ¿Por qué no haces nada para ayudar a
esa pobre niña?". Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero
aquella noche, cuando menos lo esperaba, Dios respondió mis
preguntas airadas: "Ciertamente que he hecho algo. Te he hecho
a ti."
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A Gerard Bessiere le ha preguntado alguien cómo se las arregla
para estar siempre contento. Y Gerard ha confesado
cándidamente que eso no es cierto, que también él tiene sus
horas de tristeza, de cansancio, de inquietud, de malestar. Y
entonces, insisten sus amigos, ¿cómo es que sonríe siempre, que
sube y baja las escaleras silbando infallablemente, que su cara y
su vida parecen estar siempre iluminadas?. Y Gerard ha
confesado humildemente que es que, frente a los problemas que
a veces tiene dentro, él "conoce el remedio, aunque no siempre
sepa utilizarlo: salir de uno mismo", buscar la alegría donde está
(en la mirada de un niño, en un pájaro, en una flor) y, sobre todo,
interesarse por los demás, comprender que ellos tienen derecho a
verle alegre y entonces entregarles ese fondo sereno que hay en
su alma, por debajo de las propias amarguras y dolores. Para
descubrir, al hacerlo, que cuando uno quiere dar felicidad a los
demás la da, aunque él no la tenga, y que, al darla, también a él
le crece, de rebote, en su interior.
Me gustaría que el lector sacara de este párrafo todo el sabroso
jugo que tiene. Y que empezara por descubrir algo que muchos
olvidan: que ser feliz no es carecer de problemas, sino conseguir
que estos problemas, fracasos y dolores no anulen la alegría y
serenidad de base del alma. Es decir: la felicidad está en la "base
del alma", en esa piedra sólida en la que uno está reconciliado
consigo mismo, pleno de la seguridad de que su vida sabe
adónde va y para qué sirve, sabiéndose y sintiéndose nacido del
amor. Cuando alguien tiene bien construida esa base del alma,
todos los dolores y amarguras quedan en la superficie, sin
conseguir minar ni resquebrajar la alegría primordial e interior.
Luego está también la alegría exterior y esa depende, sobre todo,
del "salir de uno mismo". No puede estar alegre quien se pasa la
vida enroscado en sí mismo, dando vueltas y vueltas a las propias
heridas y miserias, auto complaciéndose. Lo está, en cambio,
quien vive con los ojos bien abiertos a las maravillas del mundo
que le rodea: la Naturaleza, los rostros de sus vecinos, el gozo de
trabajar.
Y, sobre todo, interesarse sinceramente por los demás. Descubrir
que los que nos rodean "tienen derecho" a vernos sonrientes
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cuando se acercan a nosotros mendigando comprensión y amor.
¿Y cuando no se tiene la menor gana de sonreír? Entonces hay
que hacerlo doblemente: porque lo necesitan los demás y lo
necesita la pobre criatura que nosotros somos. Porque no hay
nada más autocurativo que la sonrisa. "La felicidad -ha escrito
alguien- es lo único que se puede dar sin tenerlo". La frase
parece disparatada, pero es cierta: cuando uno lucha por dar a
los demás la felicidad, ésta empieza a crecernos dentro, vuelve a
nosotros de rebote, es una de esas extrañas realidades a las que
sólo podemos acercarnos cuando las damos. Y éste puede ser
uno de los significados de la frase de Jesús: "Quien pierde su
vida, la gana", que traducido a nuestro tema podría expresarse
así: "Quien renuncia a chupetear su propia felicidad y se dedica a
fabricar la de los demás, terminará encontrando la propia". Por
eso sonriendo cuando no se tienen ganas, termina uno siempre
con muchísimas ganas de sonreír.
"El chupete"
Albert Einstein
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