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MASACRE DE LA BANANERAS
FACULTAD DE DERECHO
BOGOTA, DC.
COLOMBIA
1. LA MASACRE DE LAS BANANERAS
A las diez de la noche del cinco de diciembre de 1928, la estación del ferrocarril de
Ciénaga estaba completamente llena. Miles de obreros, sus mujeres y niños, llegados de
los confines de la zona bananera, habían viajado durante varios días para asistir a la cita
convocada por los dirigentes de la huelga en ese amplio pedazo de playa arenosa y
salobre, en donde se había construido la Estación.
Esa noche veranera de luna nueva, esperaban la posible llegada del gobernador del
departamento del Magdalena y conocer el comunicado del Gobierno Nacional
aceptando los nueve puntos exigidos en un pliego de peticiones que representaba
las esperanzas de 25.000 obreros vinculados directa o indirectamente a la United
Fruit Company, la más grande empresa productora de banano en el mundo
Algunas horas antes, los huelguistas habían bloqueado el tránsito de trenes y cerrado las
comunicaciones terrestres con Santa Marta. En las primeras horas de la noche, utilizando
canoas y a golpes de remo, uno de sus grupos, saliendo de la oscuridad que ofrecían los
árboles de mangle que bordeaban la ciénaga, apareció
fantasmagóricamente para abordar y detener en el Puerto Nuevo la partida del pequeño
buque de vapor, que, navegando por el caño El Clarín comunicaba a Ciénaga con
Barranquilla.
Los sorprendidos pasajeros fueron obligados a desembarcar y regresar caminando hasta
sus hogares situados en la pequeña ciudad, que en esos momentos, apagando velas y
lámparas de petróleo, comenzaba a dormir, después de sobrevivir una noche más a la
temible y vespertina hora eterna de los zancudos.
En la estación del ferrocarril, bajo un cielo azul, profundo y oscuro, iluminado solamente
por el lejano resplandor de la difusa nube de estrellas de la Vía Láctea, la multitud, como
una sombra gigantesca, se agitaba entre arengas, sonidos de gaitas y tambores, cantos,
carcajadas, adultos dormidos en los vagones de ferrocarril que yacían desordenados en
un laberinto de rieles de acero y el llanto de los niños con sueño, mientras en las aceras
encendían mechones de petróleo y algunas hogueras para iluminar el lugar y se
continuaba repartiendo la comida que organizados grupos de mujeres habían estado
preparando durante todo el día, en improvisadas cocinas comunitarias.
Sorpresivamente, desde Aracataca, con el faro delantero encendido taladrando la
oscuridad de la noche y rompiendo el silencio con el sonido largo, sollozante y
quejumbroso de su pito de vapor, llegó a la estación, pidiendo el despeje de la vía, una
locomotora negra arrastrando tres vagones rojos; en ella viajaba un reducido grupo de
pequeños empresarios bananeros, quienes, casi al borde de la ruina, se dirigían a
Santa Marta para interceder ante el gobernador, a fin de buscar soluciones
concertadas al problema laboral.
Al detenerse el tren, desordenadamente, los huelguistas se tomaron los vagones del
vehículo para bloquear la continuidad del viaje. En un descuido, tres o cuatro
agricultores lograron desenganchar la locomotora de sus vagones y, junto al maquinista y
al fogonero, apretujados y sudorosos en el pequeño espacio detrás de la caldera, lograron
evadirse de la estación para continuar el recorrido. Al llegar a Santa Marta fueron
detenidos por el Ejército.
A la una y treinta de la madrugada, como sombras sigilosas, un piquete de soldados
traídos desde Barranquilla, dirigidos personalmente por el general Carlos Cortés Vargas,
recorrió las seis cuadras que separaban el cuartel del Ejército, de la Estación de
Ciénaga; los uniformados ocuparon posiciones estratégicas frente a la multitud,
situándose en una doble fila en el costado norte de la estación, desde donde, en
caso de ser necesario, podrían disparar hacia el sur, una zona enmontada, sin peligro
de que sus balas impactaran las casas del poblado, que, a sus espaldas, dormía a esa
hora.
En una de las esquinas de la amplia plaza, los soldados montaron la ametralladora
austrohúngara Schwarzlose de 7mm, modelo 1912.
Una letal arma de guerra muy usada en los combates de la Primera Guerra Mundial.
El redoble de un tambor llamó la atención de los huelguistas, imponiendo un sorprendido
silencio. Entonces, desde la oscuridad se escuchó una autoritaria voz militar leyendo el
bando por medio del cual se declaraba el estado de sitio que prohibía reuniones de más
de tres personas y exigiendo a gritos a los huelguistas que se retiraran, por haberse
ordenado a partir de ese momento, el “toque de queda”.
Minutos después sonó por primera vez el clarín del Ejército, ordenando “retirada”.
La multitud, sorprendida, sin entender el significado de ese sonido militar,
respondió con un grito unánime: “¡Viva la huelga!”.
Pasados unos minutos se escuchó el segundo toque del clarín. La respuesta desde la
plaza fue la misma: “¡Viva la huelga! ¡Viva el Ejército de Colombia!”.
De nuevo, la voz militar, desde la oscuridad, ordenó a los asistentes que se retiraran o el
Ejército abriría fuego, en tres minutos.
Una voz anónima respondió gritando desde la multitud: “¡Les regalamos esos minutos,
cabrones!”.
Al tercer toque del clarín, el grito colectivo de “¡Viva la huelga!” fue cortado por la mitad,
ahogado por el angustiante tableteo de la ametralladora y los disparos de fusiles Mauser.
Al callar los disparos, nada más se escuchó.
Sonidos de muerte y vergüenza patria que aún resuenan en la estación del ferrocarril de
Ciénaga y en el alma de nuestra nación
Un doloroso e interminable silencio, solo quebrado por gritos de dolor, se extendió por la
plaza de la estación y, en alas de la brisa que soplaba desde la Ciénaga Grande, llenó
cada uno de los rincones de la pequeña ciudad.
Un rato después, las calles se llenaron de carreras, lamentos, llanto de niños, gritos de
auxilio y disparos esporádicos de los soldados que gritaban “¡Alto!” antes de disparar a
quienes, indefensos, corrían por las oscuras calles buscando refugio en cualquier puerta
entreabierta.
El 6 de diciembre amaneció triste y silencioso. Una brisa fría y seca bajaba de la Sierra
Nevada, y el sol, entre brumas de verano, demoró un poco más de lo habitual en salir
para iluminar la población.
A media mañana, para sorpresa de quienes lentamente desafiaron el miedo y se
atrevieron a llegar hasta la estación, solo se encontraron nueve cadáveres esparcidos en
la inmensa plaza arenosa. Cada cadáver, simbólica e irónicamente, representaba uno
de los nueve puntos planteados por los huelguistas de la United Fruit Company en
su pliego petitorio.
La tradición oral cuenta que, esa misma noche, cientos de personas, muertas o heridas,
fueron arrojadas por los soldados de Cortés Vargas al mar, para alimento de los
tiburones.
Pocos días después, finca por finca y pueblo a pueblo, comenzó la cacería a muerte de
los huelguistas en toda la zona bananera.
2. A partir de la lectura del referente de pensamiento, las lecturas complementarias
y los recursos y actividades de aprendizaje, analicen en una primera
intervención y contesten las siguientes preguntas:
El hecho histórico escogido es la masacre de las bananeras, el cual tiene relación con los
derechos laborales, los actores implicados fueron la compañía United Fruit Company, el
ejercito Nacional y los actores mas importantes los obreros.
Cuál es el derecho vulnerado y porque hubo tal vulneración?
El derecho vulnerado por el derecho laboral, ya que los obreros o trabajadores de la
compañía United Fruit Company no contaban con:
Seguro colectivo obligatorio
Reparación por accidentes de trabajo
Aumento en 50 % de los jornales de los empleados que ganaban menos de 100 pesos
mensuales
Pago semanal
Tesis:
Antitesis:
Síntesis: La búsqueda absoluta de sus derechos como trabajadores trajo consigo una
masacre donde hubo miles de muertos y heridos.
Si, se considera importante reivindicar el derecho, ya que toda persona tiene derecho a la
estabilidad laboral, y a todos los beneficios que se tienen como empleado o trabajador.
Lucharía incansablemente para hacer valer los derechos de cada persona como
trabajador.