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FICHA 4.

EL ESPÍRITU DE DIOS ES AMOR

La Palabra de Dios
De la Carta de San Pablo a los Romanos (8, 14-39)

Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de


Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el
temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el
que clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da tes monio a
nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si
sufrimos con él, seremos también glori cados con él.
Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con
la gloria que un día se nos manifestará. Porque la creación, expectante,
está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la
creación fue some da a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel
que la some ó, con la esperanza de que la creación misma sería liberada
de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios. Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está
gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también
nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro
interior, aguardando la adopción lial, la redención de nuestro cuerpo.
Pues hemos sido salvados en esperanza. Y una esperanza que se ve, no es
esperanza; efec vamente, ¿cómo va a esperar uno algo que ve? Pero si
esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Del mismo
modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no
sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál
es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el
bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio. Porque a los que
había conocido de antemano los predes nó a reproducir la imagen de su
Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que
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predes nó, los llamó; a los que llamó, los jus có; a los que jus có, los
glori có.
Después de esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará
contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los
elegidos de Dios? Dios es el que jus ca. ¿Quién condenará? ¿Acaso
Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y
que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de
Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angus a?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la
desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos
degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo
esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy
convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni
presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra
criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús,
nuestro Señor.

Para ir más a fondo


Esta Carta ha sido llamada el «Evangelio de Pablo». El Apóstol traza el recorrido
para llegar a ser liberados del pecado, de la ley y de la muerte, gracias a Cristo
Jesús que nos ha redimido, nos ha reconciliado, nos ha salvado. Desde el
capítulo 5 al 7, Pablo describe las condiciones nega vas de las que el hombre
ha sido liberado en virtud de aquel que nos ha redimido. En el capítulo 8
describe la vida nueva en el Espíritu que nos hace hijos de Dios, herederos de
la vida, seguros contra cualquier riesgo de fracaso. En el fragmento escogido
aparece la condición «nueva» del cris ano: no es sólo un hombre, sino hijo de

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Dios; su obje vo es reproducir en sí la imagen de Cristo. Pablo había dicho en
otro lugar: Para mí vivir es Cristo... No soy yo quien vive en mí, sino que es
Cristo quien vive en mí. Su esperanza es ser liberado de ni vamente de toda
esclavitud terrena; su fuerza es el Espíritu de Cristo resucitado; su certeza es
que nada podrá separarnos del amor de Cristo.
De este modo, en el capítulo 8 encontramos el rostro del Dios cris ano. Lucas
nos lo revela como Padre misericordioso y lleno de amor; por tanto, presenta
al Hijo Jesús como buen Samaritano que se acerca al hombre y se cuida de él.
Ahora el mismo Dios, Espíritu de amor, habita en todo creyente para hacerlo
par cipe de la comunión de amor, que es la iden dad del Dios cris ano. Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, impregnados de amor en tal grado que son un
único Dios: Dios Amor, Dios comunión. La misma comunión que, gracias a
Cristo muerto y resucitado, en el Espíritu Santo, se realiza entre el hombre y la
Trinidad, donde el hombre es llamado a permanecer para siempre. En Ella,
seno de amor, buscamos renacer con nuamente, venciendo los deseos
egoístas de nuestra naturaleza humana (la carne).
Si tuviéramos que de nir al cris ano, diríamos con propiedad que es llamado
por el Padre a caminar según el Espíritu, para ser introducido en la vida
trinitaria, siguiendo a Cristo: es renovado en el Espíritu y predes nado a la
san dad. Esto también nos indica cómo la vida cris ana no es una conquista de
nuestra parte, ni sólo una opción, sino don de Dios que hace cooperar todo al
bien de aquellos que lo aman, lo buscan, lo entrevén en las cosas terrenas.
Lamentablemente, el proyecto de Dios y su don maravilloso no producen aún
todos los efectos, puesto que nosotros somos todavía esclavos de nuestra
fragilidad: estamos salvados en la esperanza. Un día se manifestará lo que
somos. Pablo usa la expresión hijos adop vos de Dios para subrayar toda la
gratuidad de su amor que nos llama a formar parte de la familia de Dios, sin
ningún mérito nuestro.
Llamado al diálogo con las Personas divinas, el hombre es capacitado para esta
relación mediante una transformación de toda su personalidad. Se convierte
en nueva criatura (Gál 6,15), en hombre nuevo (Ef4,24). Recibimos un nuevo
modo de ser, por el que nos conver mos en par cipes de la naturaleza divina
(2 Pe 1,4), somos llamados hijos de Dios y lo somos realmente (1 Jn3,1). Esta
radical elevación a la vida divina se llama tradicionalmente «gracia
san cante». La palabra «gracia» es ya empleada para indicar el amor gratuito
y misericordioso de Dios, el don del Espíritu Santo, sus mociones sobre la
acción humana; aquí adquiere un cuarto signi cado: la vida divina se hace
nuestra.

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Para dialogar en el grupo
๏ Si Dios, el Padre, es el Creador y el Misericordioso y nos acoge como
hijos aunque estemos lejos de Él; si Jesús es el hermano venido en
medio de nosotros, a nuestros caminos, para salvarnos, ¿quién es el
Espíritu Santo?
๏ ¿Has tenido experiencia del Espíritu, sin éndote hijo de Dios? ¿Has
pedido alguna vez al Espíritu Santo que te ilumine, te san que, te
conceda la vida eterna? ¿Por qué?
๏ ¿En qué grado concurren a tu bien todas las cosas que posees: la vida, la
familia, el trabajo, las bellezas de la creación? ¿De qué manera te
mani estan la «gracia» de Dios?
๏ ¿Existe algo que tú puedas hacer en tu vida presente para vivir como hijo
de Dios en el Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo de Jesús? ¿Qué cosa?
Estas primeras cuatro chas han respondido a la pregunta: Dios, ¿quién
eres? ¿Cómo?

Oración
Reza con el Salmo 8: “Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda
la erra” y con el Salmo 103: “Bendice, alma mía, al Señor…", Estos salmos
cantan la grandeza del hombre ante Dios y su con anza en Él. Después de
haberlos leído, repite varias veces las frases que más se adapten a y haz
tuyas esas palabras.

Para vivirlo
๏ Piensa en la grandeza de Dios y su san dad y en cómo puedes dar
tes monio de ella con tu vida. De un modo sencillo intenta compar r con
los demás ese amor de Dios, atendiendo a los más cercanos. Haz un
propósito sencillo y comparte con los demás tu tes monio.

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