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PRÓLOGO

CERCANO,
PERO INALCANZABLE

A
las historias de este catálogo (ciento ochenta y cinco, para ser exacto) las
escuchamos con Chiri de la boca de sus protagonistas, fumando y bebien-
do con ellos, en un viaje inolvidable que emprendimos justo después de
la final del mundo contra Alemania, en el Maracaná.
¡Qué dolorosa fue esa época! Pero no fue un dolor futbolístico. Me parece
que vimos el último peldaño de la vida y nos dio vértigo. A ver si lo puedo
explicar.
No estoy hablando de la vejez, pero después de esa final supimos que nin-
gún otro Mundial sería tan importante ni tan hermoso como aquél. Lo que
perdimos, junto al gol de Götze, fue la esperanza de vivir un Mundial mejor.
Y entonces nos pasó algo. No me acuerdo si fue Chiri que me llamó por
teléfono, o yo lo llamé a él, pero los dos tuvimos la misma certeza: teníamos
que irnos a la mierda, salir de nuestras casas, conocer gente extraña, hacer
algo fuera de lo común.
Nosotros no somos aventureros, somos sedentarios: nuestra amistad se tra-
ta de largos periodos de conversación separados por historias excéntricas bre-
ves que ocurren cada tanto. Creo que esa es la clave: los «separadores» hacen
que las nuevas charlas sean nutritivas.
Si dos viejos amigos recuerdan (cada vez que se encuentran) la misma
mejor anécdota del viaje de egresados, es porque se olvidaron de crear separa-
dores nuevos. Nuevas historias.
Por eso el Mundial de Brasil nos puso en alerta. Ya estábamos casados, ya
teníamos hijos, ya habíamos aprendido a fumar el porro de la madurez —el
que se pita despacio debajo de una parra—, hacía cuatro años que dirigíamos

Hubo una vez y el resto fue plagio. |3


Anécdotas mejoradas

la revista que habíamos soñado en la adolescencia, pero esa final nos


despertó algo... ¿Cuándo fue la última vez que un ómnibus se había
ido sin nosotros, dejándonos varados en el medio de la nada? ¿Cuándo
habíamos conversado por última vez con un desconocido en un barrio
peligroso? ¿Cuándo había sido la última vez que, al mirarnos, pensa-
mos al mismo tiempo: «esto algún día será un cuento buenísimo»?
Nos habíamos acostumbrado a que las grandes gestas iban a ocurrir
en el futuro. Esta carcajada fue increíble, pero ya vendrán mejores. Este
día tuvo magia, pero no es el gran día. Este Mundial tuvo su épica... ah,
pero todavía falta para el gran Mundial.
Y entonces un día: final contra Alemania en el Maracaná, con Messi
joven, en medio de una Copa memorable. Sin dudas, sería el mejor
Mundial que veríamos en la vida. Y entonces Götze hace un gol en
el minuto 114 de la prórroga y, mientras metemos la cabeza entre los
brazos, aparece la duda: si el mejor Mundial acaba de ocurrir y no hay
bocinazos, ¿no habrá pasado también la mejor carcajada? ¿No habrá
ocurrido ya el mejor viaje, o la mejor noche de esta amistad? ¿Qué
otras maravillas del futuro (nos preguntamos con Chiri) ya son puntos
borrosos en el espejo retrovisor?
De ese terror nació este libro-catálogo.
Dos días después del Mundial de Brasil avisé en el blog Orsai que
Chiri y yo haríamos unos «Talleres de Anécdotas» en varios países,
para editar un libro con las mejores historias de amistad, de viajes, de
muerte, de borrachera... No era cierto: en realidad queríamos que nos
pagaran los pasajes y las estadías y nos convidaran porro y nos distra-
jeran de la tristeza. Después les dijimos a nuestras esposas y a nuestros
hijos que nos teníamos que ir un par de semanas solos, en un viaje
largo, «a trabajar».
Creo que nadie nos creyó (ni los lectores, ni las esposas, ni los hi-
jos), pero todo el mundo fingió que debíamos hacerlo. Los cupos de
los talleres se agotaron en pocas horas y viajamos con plata ajena por
muchas ciudades, durante muchos días, y escuchamos las historias de
cientos de ustedes. Pero el objetivo secreto no fue mejorar esas anécdo-
tas, ni editar este volumen gigantesco de 400 páginas que ahora tienen
en las manos. Debo decir la verdad: Chiri y yo viajamos para olvidar-
nos de Brasil y para que nuestra amistad se nutriera de historias nuevas.
Por eso este catálogo (revista, manual o lo que sea) ha sido impreso
y se ha entregado a los lectores justo al final del espantoso año 2020 y
al mismo tiempo que ha muerto Maradona. Justo cuando Orsai cumple
diez años y el mismo día en que nos convertimos en una Fundación y
empiezan a aparecer nuevas aventuras… nuevas anécdotas.
Apostamos otra vez a que el peldaño más alto (el mejor día de nuestra
historia) siga frente a nuestros ojos. Que no esté atrás, que esté adelante.
Cercano, pero todo el tiempo inalcanzable.

Hernán Casciari

4 | Los tres cerditos no le contaban nada al lobo por soplón.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA INYECCIÓN
Por Carolina Fryd

T enía tres años y mi máxima aspiración


era jugar con ellas. Mis hermanas eran
mucho más grandes que yo y siempre es-
jugar conmigo, sino que me lo habían pro-
puesto ellas a mí.
Comenzó el juego. La disyuntiva era
taban en otra. Esa noche sucedió algo in- quién era la mamá. Yo, siempre, sin excep-
esperado. Después de la cena, escuché la ción, quería ser la mamá. Aunque midiera
frase imposible, la frase soñada, tal vez un metro menos que el resto, tenía que ser
por primera vez: «¿Caro, querés jugar al la mamá de todos. Logré que se me con-
doctor?». Miré varias veces a sus ojos para cediera el deseo, pero con una condición:
confirmar que era cierto, que era yo la mis- aunque estábamos en el pediatra, la mamá
mísima destinataria de esa propuesta. también se tenía que atender. Ser pacien-
Dejé de comer inmediatamente, empecé te: mi gran desafío. Finalmente, transé. La
a calcular cuánto faltaba para que cada una idea era que el médico nos tenía que dar
de ellas terminara... cuánto tardaba cada una inyección: cada uno se acostaba boca
una en masticar cada ñoqui, multiplicado abajo, se bajaba la bombacha o calzonci-
por los ñoquis que les quedaban. Cada mi- llo (había un primo también) y el doctor
nuto era eterno. No veía la hora de arrancar le apoyaba el mango de un cepillo redon-
con la diversión máxima, la emoción me do, marrón, de esos para hacer brushing, y
rebalsaba: no solo estaban accediendo a listo. Cuando me tocó el turno, me acosté

6 | Un niño llorando es un problema mayúsculo para un escritor.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

Cuando me tocó el turno, me acosté boca


abajo, me subí el vestido de florcitas celestes
y rosas que no me sacaba ni para dormir,
y me bajé la bombachita. Ahí, sin que yo me
diera cuenta, como una estrella fugaz, como
un rayo silencioso, entró y salió Zulma.

boca abajo, me subí el vestido de florcitas Fue el pinchazo más doloroso del
celestes y rosas que no me sacaba ni para mundo. Estaba agravado por el engaño,
dormir, y me bajé la bombachita. Ahí, sin impregnado todo él de la frase lacerante:
que yo me diera cuenta, como una estrella «no-solo-no-era-cierto-que-mis-herma-
fugaz, como un rayo silencioso, entró y sa- nas-querían-jugar-conmigo-sino-que-me-
lió Zulma. tendieron-una-trampa». Esa noche, por
Zulma era una enfermera que hacía primera vez, conocí el filo de la traición.
una semana venía todos los días. Yo es- Aunque aún no sabía nombrarla.
taba haciendo un tratamiento, y cada vez
que sonaba el portero eléctrico, me esca-
paba y me escondía. El terror me parali-
zaba. Ese martes jamás olvidado todo le
resultó muy fácil.

Carolina Fryd
Xxx Martillera
Xxxx. pública. Antes fue traduc-
Buenos Aires,Xxxx
Argentina
| 19-- tora de inglés. Ama la música, viajar,
1966 el cine y el teatro.

Se pierde un chico en la playa y aplauden. Hijos de puta. |7


Anécdotas mejoradas

LA DEL
DISFRAZ DE CONEJO
Por Daniel Infante

E s 1985, tengo cinco años. Los salones


de clases tienen nombres de colores. Yo
estoy en el salón rosado y mi miss se lla-
—Ya verás —me responde.
Le hago caso. Luego me dice que vaya
a buscar las pantuflas de la abuela. Me las
ma Lila, como el color, pero solo es una pongo y probamos si puedo caminar, pero
coincidencia rara porque en el salón naran- no puedo hacerlo sin que se me salgan.
ja la miss se llama Carmen. Un día, Miss —No pasa nada, solo camina despacio,
Lila nos cuenta que habrá un desfile en el arrastrando los pies —me dice mamá.
parque, donde todos los niños del barrio Yo le pregunto qué sonido hacen los co-
saldremos juntos y disfrazados. Gritamos nejos. Mamá piensa un rato y me dice que
emocionados: «¡Yo de pirata!», «¡Yo de ninguno, que solo saltan y comen zanaho-
princesa!». Miss Lila ríe y antes de salir nos rias. Luego me pide que cierre los ojos.
pone a todos en fila. Cuando llega mi turno, Cuando lo hago, me encaja con cuidado
me entrega un papel doblado y me dice que una cabeza muy, muy grande.
se lo dé cuanto antes a mi mamá. Cuando —¿Ves bien? —me pregunta, pero yo
abro el papel camino a casa veo que solo muevo la cabeza porque los agujeros de los
tiene una palabra escrita: «Conejo». ojos son muy pequeños, así que ella trata
Pasan los días y yo creo que mamá lo de agrandarlos con unas tijeras.
ha olvidado. Un día espero a que vuelva del Estoy muy emocionado porque es la
trabajo y se lo recuerdo. Me dice que claro primera vez que uso un disfraz. Quiero sal-
que no lo olvidó, y luego le pide a mi abuela tar como un conejo pero me cuesta porque
que me meta en la cama porque ella debe sa- la cabeza me pesa muchísimo y no quiero
lir. Al día siguiente me despierta muy tem- perder las pantuflas. Antes de salir, mamá
prano y me baña. Al vestirme, me pide que me dice que me falta algo. Entonces va ha-
me ponga el pijama de nuevo, pero que esta cia la cocina y vuelve con una zanahoria
vez lo dé vuelta y lo use al revés porque el muy grande que aún conserva el tallo. Con
pijama es marrón y parece de piel. un cuchillo le recorta un poco la punta para
—Pero parece de oveja y yo soy conejo que se parezca a las zanahorias que apare-
—le digo. cen en los dibujos de la tele.

8 | La adolescencia es el juicio por el cual se condena al niño a ser adulto.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

—¡Listo, eres un conejo! huyen mientras gritan: «¡Conejo Mutante!


Por la calle, camino a la clase, mucha ¡Conejo Mutante! ¡El Conejo Mutante tie-
gente me mira. Aunque la zanahoria me ne un arma en la mano!».
hace sudar las manos, la tengo que llevar —¡Soy yo! —grito con todas mis fuer-
encima porque mamá olvidó que los bolsi- zas, pero no me escuchan porque mamá
llos de mi pijama están dados vuelta y no también olvidó hacerle un hueco para la
puedo guardarla en ningún sitio. Poco an- boca a la cabeza de conejo— ¡Soy yo y es
tes de llegar, empiezo a sentir dolor en am- mi zanahoria!
bos lados del cuello, pero creo que de eso Llego al salón con dificultad y cuando
van los disfraces y lo olvido pronto porque veo mi reflejo en el espejo entiendo todo:
van apareciendo más y más animalitos. soy realmente un conejo mutante. Soy mi-
El salón rosado es el salón «granja»: tad gris y mitad marrón. Llevo los brazos
Lucía va de vaquita, gritando «mu» por extendidos, las manos naranjas y una zana-
donde pasa. Pamela es una gallinita. Los horia afilada. Mi gran cabeza es de cartón
gemelos son ovejitas y algunos otros van engrapado: ha sido recortada sin ningún
de granjeritos y granjeritas. Manu y Pepo cuidado de una piñata de Bugs Bunny y
son también conejitos pero, a diferencia no guarda ninguna relación con mi cuerpo.
mía, ellos van enteros de blanco y sus caras La cara no tiene expresión y da muchísimo
se pueden ver: tienen orejas largas, un ra- miedo. Los gritos en la granja del salón ro-
bito que parece una nube pequeña y su za- sado no se han detenido. Intento sacarme
nahoria es de peluche naranja. Saltan con la cabeza, pero no me dan las fuerzas y co-
las manos juntas en el pecho y ríen. Siendo mienzo a llorar en el centro de la clase, con
yo un conejito, intento llegar saltando ha- mi pijama marrón dado vuelta, las pantu-
cia ellos, pero pronto recuerdo que no debo flas de la abuela y el cuello lleno de heridas
hacerlo porque perderé las pantuflas. Así por las grapas del cartón.
que arrastro los pies y, como me da miedo Miss Lila se acerca y logra sacarme la
caer, alzo los brazos por instinto. cabeza con cuidado. Me alivia las heridas
—¡Es el Conejo Mutante! —grita al- y me acompaña mientras los demás se van
guien, y luego escucho risas. a desfilar por el parque. Cuando mamá me
Yo no logro saber quién es el que gri- recoge de la clase yo sigo llorando, pero
ta porque me duele muchísimo el cuello ella me seca las lágrimas, me abraza muy
y no puedo girar la cabeza. Pero todos le fuerte y me hace sonreír.
han oído. Mientras me acerco a mis com- —Vamos a ir por un helado de chocola-
pañeros veo que un pollito grita asustado. te —me dice.
Lucía, la vaquita, se esconde detrás de un
caballito que también tiene cara de miedo.
Una granjerita se paraliza, suelta su azada
de plástico y rompe a llorar. Un cerdito
valiente quiere enfrentarse a mí pero sus
otros amigos cerditos le apartan. Todos

Vive en Madrid. Se lleva bien con su


Daniel Infante
madre y superó el problema con los
Lima, Perú | 1979
disfraces.

El niño que llevo dentro siempre me hace quedar mal. |9


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CASAMIENTO DE BARBIE
Por Estefanía Martínez

A los cuatro años yo tenía el don de reco-


nocer a una Barbie trucha: apoyaba mi
pulgar derecho contra la cara de la muñeca
quedaban formalmente invitadas al casa-
miento de mi Barbie.
—Mañana, cuando vuelva del jardín
y, si se hundía fácil, sabía que era falsa. —les dije a las tres—. Acá en el garaje.
Cada cumpleaños, cada Navidad, cada Día Todas se emocionaron y dijeron que
del Niño, mi ilusión de recibir esa Barbie a sí. Todas menos Diana, que siempre miró
la que le cambiaba el color del pelo cuando de reojo a mi Barbie comprometida. La
la metías en el agua convivía con el miedo quería, se notaba que la re quería, pero no
a sumar otra Jenny, otra Stacy, otra Bár- podía tenerla porque las Barbies son como
bara groncha que no pudiera protagonizar los novios: no se prestan.
las historias que yo guionaba mentalmente —Yo no vengo ni en pedo —respondió
cuando me acostaba en mi cama. Diana.
Una noche supe que era el momento. Después juntó sus cosas, pegó media
Mi Barbie y mi Ken tenían una relación vuelta y se fue sola. Vivía enfrente, así que
afianzada y una casita casi armada. Los no tenían que venir a buscarla. Yo salí co-
Reyes Magos me habían traído hasta la rriendo hasta la cocina, donde mi abuela
cocinita. No había motivos para demorarlo estaba mirando a Luisa Kuliok, y le conté
más. A la tarde siguiente, cuando Maria- todo. Lo hice con esa capacidad de llorar
na, Patri y Diana llegaron con las manos instantáneamente que uno mantiene hasta
llenas de cabezas rubias, les anuncié que eso de los ocho años. Pero no fingía: de

10 | La edad de la inocencia dura hasta que se demuestre lo contrario.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

verdad estaba indignada. No podía creer


que justamente Diana me hiciera eso: más
de una vez le había prestado el vestidito de
fiesta que brillaba, y ni hablar de las veces
que dejé a su muñeca hacer de tercera en
discordia con mi Ken. Era traición, y no Era traición,
había una canción de Xuxa que me hubiera y no había una
preparado para eso.
Mi abuela me abrazó, me consoló y me canción de Xuxa
dio la razón. Después me agarró fuerte de que me hubiera
la mano y cruzamos juntas a la vereda de
enfrente. Andaba floja de permanente y no preparado
le gustaba que la vieran en público cuando para eso.
andaba con ruleros, pero eso no pareció im-
portarle. Subimos tres escaloncitos hasta la
puerta y aplaudió, porque en lo de Diana no
había timbre. Salió Rosita, su mamá. Se sos-
pechaba que Rosita salía con el almacenero
Fernández, que era casado. Por eso mi abue-
la nomás la saludaba por obligación. Diana salió corriendo para el fondo, di-
—Hola Rosita, ¿cómo le va? —dijo mi recto a la carpintería de su papá, indignada.
abuela—. Ando buscando a Diana. Al otro día, a las cinco ya estaba todo
—¡Diana! —gritó Rosita—. ¡Vení que listo en el garaje: las invitadas (truchas y
te buscan de acá enfrente! originales), la novia, el novio, la abuela,
Diana apareció con su muñeca despei- Mariana, Patri y Diana, obligada.
nada en la mano. Tenían esa mirada altiva Diana obligada a ver como Barbie y
que usaba cada vez que se hacía la canche- Ken daban el sí mientras todos tararea-
ra porque su papá carpintero le había hecho ban la marcha nupcial. Diana obligada a
un mueble nuevo para la casita. ver cómo bailaban el vals, que en realidad
—Diana, mañana vos tenés que venir sí era Ilariê. Diana obligada a aceptar que
o sí al casamiento —le dijo mi abuela con ese Ken se estaba casando con esa Barbie
tono de mafiosa. después de una relación tan corta y que la
Rosita miraba sin entender nada mien- suya, después de tantos años, tantas casitas
tras su hija gritaba que no, que no, que no. amuebladas y tantos romances ocultos, se-
Mi abuela insistió y Rosita, para quedar guía soltera nomás por llamarse Cindy.
bien y sumarse un poroto, le dijo que se
quede tranquila:
—De ninguna manera Diana va a faltar
a ese casamiento. Espérela nomás.

Estefanía Martínez
Es redactora publicitaria y escribe
Pehuajó, Buenos Aires,
mucho.
Argentina | 1985

Nadie tiene más amigos que lo ajeno. |11


Anécdotas mejoradas

LA DEL
PAYASO Y EL RATÓN
Por Federico Aicardi

E l calor de hace treinta años en la ciudad


de Rosario no era tan criminal como el
de ahora, pero igual hacía calor y yo esta-
Mis viejos nunca me llevaron a verlos.
Los dos laburaban y el hecho de que tener
que llevarme hasta un canal de televisión
ba frente a la puerta de Canal 5 esperando para ver a esos dos muchachos de Paraná
para conocer a mis ídolos de la infancia: no les entusiasmaba en lo más mínimo. Mi
Pepe Payaso y Ratontito. abuela nunca me llevó a ningún lado, así
Era fines de la década del ochenta y lo que tampoco esperaba que ella tuviera la
que más recuerdo era que en esa época ha- heroica actitud de decir: «Fede, vamos a
bía que levantarse mucho más que ahora: Canal 5», aunque sí fue ella la que un día
si sonaba el teléfono, había que levantarse; tuvo la idea de darme una hoja y unos lá-
si tocaban el timbre, había que levantarse; pices de colores para que dibuje algo y lo
y, si mirabas televisión, antes tenías que envíe al programa, a ver si me ganaba el
elegir bien el canal porque para cambiar- casete que sorteaban.
lo había que levantarse. Así que todas las Como era de esperarse, dibujé a Ra-
tardes yo ponía Canal 5 y me clavaba una tontito entrando a un circo. A Pepe Payaso
hora del Show de Pepe Payaso y Ratonti- lo obvié porque me parecía un pelotudo.
to, un programa que transcurría en una es- Después fui al correo y mandé mi dibujo
pecie de circo donde los conductores eran (expresamente dirigido al «Show de Pepe
un payaso que se llamaba Pepe y un ratón Payaso y Ratontito»), con la esperanza de
medio lelo. que lo eligieran y así poder conocerlos.

12 | Te hacés grande cuando dejás de ver si no hay nadie detrás de la cortina del baño.
DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

El teléfono sonó en el departamento de


la calle Ayacucho al 1300. Ese día no había
podido ver mi programa favorito. La que
llamaba era mi abuela para decirme que
habían elegido mi dibujo y que tenía que ir
a buscar mi premio al otro día. Al principio
no le creí, pero después sí: no existe en el
mundo una abuela tan hija de puta como
para mentir con eso. El problema era que
ni mi mamá ni mi papá podían acompa-
Estoy frente a la
ñarme al canal a buscar mi premio porque puerta de Canal 5
los dos trabajaban. Otra vez, mi abuela al
rescate: me dijo que ella me iba a llevar.
esperando para
Ya no existía razón en el mundo que me conocer a mis
impidiera conocer a Ratontito.
Estoy frente a la puerta de Canal 5 es-
ídolos. Tomo aire
perando para conocer a mis ídolos. Tomo y cruzo la entrada.
aire y cruzo la entrada. Hay un vigilante
que me pregunta a dónde voy. Yo le con-
testo que me gané el casete en el Show de
Pepe Payaso y Ratontito. El vigilante me
sonríe y me indica el camino a seguir. Le
agradezco y continúo de la mano con mi
abuela. Cruzamos una puerta y entramos a
un cuarto, el típico lobby de edificio ochen-
toso: mucho marrón, mucha madera, poca —Levantate, Mario, que tenemos que
luz. En el fondo, Pepe Payaso está sentado laburar —le dice al otrora Pepe, que obe-
en un sillón, como derritiéndose. No está dece y se levanta a las puteadas.
contento: tiene tanta cara de orto que ni si- Dos segundos después estoy solo con
quiera esa falsa sonrisa pintada puede ha- el casete de Mario y Ratontito en la mano,
cerlo parecer feliz. Todo lo contrario. Su en ese lobby ochentoso que minutos atrás
mueca es horrenda. De todas formas, me contenía mis mayores expectativas de ha-
acerco con ansiedad. blar con mis ídolos y que ahora se había
—Hola Pepe Payaso —le digo—, yo convertido en la sala velatoria de mi in-
me gané el casete. fancia.
—Tomá y andate, nene —me contesta
el muy sorete.
En ese mismo momento sale Ratontito
de un pasillo adyacente.

Federico Aicardi Estudió Comunicación Social solo


Rosario, Santa Fe, para darse cuenta de que no le
Argentina |1980 gustaba el periodismo.

El hijo de Mahoma era un bebé de profeta. |13


Anécdotas mejoradas

LA DEL
MONSTRUO CON
OLOR A CIGARRO
Por Felisa Stangatti

C ada vez que ella se portaba mal llegaba


la amenaza de su tía Ana: «Mirá que
viene el monstruo marino, eh». Terror y
exhibidor-mostrador estaba la señora de
Ponce. Llenaba una bolsa de cuarto kilo de
galletitas Horóscopo mientras charlaba con
pánico era poco. ¿Cómo sería? Gigante, Félix, un vecino de la otra cuadra que tenía
peludo, con algún olor ácido. Ese día había el bigote amarillo. Ana apretaba la mano
que ir a comprar leche y bizcochos. «¿Me de su sobrina con cierta delicadeza y de
acompañás a lo de Ponce?», dijo la tía Ana. tanto en tanto le hacía mimos con el dedo
Bajaron las escaleras de la casa de To- pulgar. Presionaba con firmeza la manito
losa a paso lento, corto. Doce escalones como para que la nena de cuatro años no se
hasta la primera puerta que estaba sin lla- le escapara y empezara el raid de toqueteo
ve y otros ocho hasta la segunda que tenía de cuanta mercadería tuviese a su alcance.
dos vueltas y pasador. Caminaron media El almacén tenía las persianas levantadas
cuadra, cruzaron la calle y atravesaron la apenas hasta la mitad; eran las cuatro de
cortina de tiras azules para entrar al alma- la tarde de un día de otoño y la humedad
cén. Esas tiras acanaladas siempre se le pe- era insoportable. El motor de la heladera
gaban en los dedos. Detrás de la heladera- rechinaba constante.

14 | El chico lastimó a alguien con su honda de juguete y la mamá se la quemó. Quemalahonda.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

De un momento a otro, las tiras de la cortina


crujieron y la mujer entró. Tenía una gorra
de red en la cabeza que dejaba entrever los
clips de los ruleros. La remera de seda natural
que llevaba puesta lo mostraba todo: los rollos
y contrarollos, las tetas, la transpiración.

De un momento a otro, las tiras de la —contestó Ana sin agacharse siquiera.


cortina crujieron y la mujer entró. Tenía —Wishi, wishi, wishi, wishi, wishi
una gorra de red en la cabeza que dejaba —repitió la nena con susurros enfáticos.
entrever los clips de los ruleros. La remera —¡Hablá fuerte querida!
de seda natural que llevaba puesta lo mos- —¡El mostro marino! —dijo la nena se-
traba todo: los rollos y contrarollos, las te- ñalando a la mujer.
tas, la transpiración. Era tosca al caminar El monstruo marino existe: es gordo,
y su tos evidenciaba al menos un atado de feo y con olor a Particulares 30. Dicen que
Particulares diario. todavía lo cruzan por Tolosa ahuyentando
La nena se pegó a la pierna de su tía niños con un sonido espeluznante que se
como imantada; empezó a tironear de su parece bastante a una tos carrasposa.
mano y a susurrar.
—¿Qué pasa nena?
—Wishi, wishi, wishi, wishi, wishi…
—Ay, no te entiendo mi amor, ¿qué pasa?

Es inquieta. Física y mentalmente.


Felisa Stangatti Dice Alejandro, su compañero, que
Coronel Dorrego, Buenos cuando duerme tiene espasmos que
Aires, Argentina | 1979 la hacen saltar en la cama.

¿De qué hablarán en el ascensor los meteorólogos? |15


Anécdotas mejoradas

LA DEL
TESORO ARRIBA
DEL ROPERO
Por Gabriella Toso

I talia, Venecia. Año 1976. Es una tarde


lluviosa de primavera. Marta está en la
casa de sus tíos abuelos, Loretta y Mario,
desde la ventana de la cocina, pero no la
abras, que con esta lluvia te vas a resfriar.
Nosotros volvemos en un par de horas.
hermanos de su abuela. En el living hay un —Sí tío, no te preocupes. Tengo que ha-
loro en una jaula grande y decorada. Los cer tarea para la escuela —responde Mar-
tíos de Marta no se casaron. Tampoco tie- ta—. Además, la abuela siempre me deja
nen hijos. El loro, Amedeo, es todo. sola en casa y dice que me porto muy bien.
Los tíos se están preparando para salir. Pero Marta baja la cabeza cuando se
Tienen que ir a un velorio y deciden dejar a acuerda de aquella última vez, cuando su
Marta sola en la casa para no impresionarla. abuela le dijo que no tocara el lavarropas y
Pero más que nada prefieren dejarla porque ella terminó inundando todo el piso mien-
la última vez que salieron Marta se tiró al tras la abuela había salido hasta la verdule-
canal grande. Su mamá, que en esa ocasión ría de la esquina.
estaba con ella y los tíos abuelos, hizo un —Marta, querida, no te acerques mu-
escándalo y quiso llevarla a un hospital de cho al loro —le advierte Loretta—. Ya
enfermedades contagiosas debido a que hay sabés que se pone nervioso con los chi-
muchas ratas en los canales de Venecia. La cos. Después no para de gritar y además
mamá de Marta odia a las ratas con toda su te puede morder.
alma y ama mucho a los hospitales. Pero fi- —No, tía. Ya lo conozco —dice Marta
nalmente no la dejaron. A Marta la bañaron, mientras se mira el dedo, que todavía tiene
le cambiaron la ropa y listo. Los cuatro se una marca roja que el loro le hizo el mismo
volvieron ese mismo día en tren al pueblo. día en el que ella llegó de visita.
—Chiquita, está la radio y la tele para Los tíos se van y Marta se queda sola
que te entretengas un rato —le dice su tío escuchando los ruidos de las casa: el reloj
Mario—. También podés mirar el canal de la cocina, Amedeo que silba cuando

16 | El cura de clase alta dice «ah, men».


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

pasa un vaporetto lejano. Busca su tarea y pero en la casa no hay ninguna. Intenta
se sienta en la mesa del comedor, el cuarto con toda sus fuerzas mover la mesa del co-
más elegante de la casa de los tíos. A la tía medor lo suficientemente cerca del ropero
no le gusta que ella se siente allí porque como para poder subirse y agarrar aquel
la mesa está muy decorada. En un rincón tesoro que es su única salvación.
tiene muchas fotos enmarcadas en cristales Marta quiere redimirse.
y plata. A Marta le encanta jugar con esas Con esfuerzo, sube primero a la silla y
fotos de personas a la que casi no cono- después a la mesa. Se estira en puntas de pie
ce, muchas de los cuales ya están muertas. para agarrar lo que busca. Un pequeño es-
Aunque sus fotos preferidas son la de su fuerzo más y lo tiene. Cuando al fin lo pue-
mamá de adolescente y la de sus abuelos de agarrar, se sienta en la mesa con las pier-
de viaje en Rusia. Cada vez que vuelve, la nas cruzadas y el objeto de sus deseos en sus
tía Loretta mira las fotos y suspira. Des- manos. La botella de plástico tiene forma de
pués las acomoda, pero nunca dice nada. virgencita y le parece mágica. Desenrosca
Le cuesta hablar y llora más fácil. Nadie la la corona que funciona como tapa y huele
entiende cuando habla llorando. el contenido. No tiene olor, piensa Marta.
También le gusta mucho acercarse a la Toma un trago y nada: sabor a agua, como la
jaula de Amedeo para molestarlo, y abrir la de la canilla. Entonces vacía toda la botella,
ventana que está sobre el canal para ver a lentamente, segura de que esa agua milagro-
los barcos y a los vaporetto, las maniobras sa hará volver lo que perdió.
que hacen, la gente que grita en dialecto, los Cuando los tíos finalmente vuelven,
turistas perdidos entre tanta agua. Hasta le encuentran a Marta llorando sobre la mesa
gusta el olor feo que sube, húmedo y áspe- que arrastró hasta el ropero.
ro. Pero el loro siempre se pone nervioso —¡Marta! —grita el tío Mario—. ¿Qué
cuando la ventana está abierta. Ahora, cuan- estás haciendo?
do Marta se acerca, Amadeo grita sin parar La tía se queda con la boca abierta. Sus
y golpea la puerta de la jaula con su pico. ojos que parecen estar por salirse detrás de
Entonces Marta recuerda que a veces su tío los lentes. Entonces los tíos perciben un aire
Mario le abre la puerta y entonces el loro fresco en la casa y miran hacia la ventana
vuela hasta la araña que está colgada en el abierta sobre el canal. Después ven la jaula,
salón para usarla como mecedora. también abierta, tirada en el piso y vacía.
Marta quiere ser buena, no la nena que —El agua de Lourdes no funciona —es
es. Pero nunca le sale. lo único que Marta alcanza a decir entre
Marta ya abrió la jaula. Después intentó sollozos.
agarrar aquello que desea y que está sobre
el ropero del comedor. Se subió sobre una
silla, pero la altura no fue suficiente. Por
eso ahora mira a su alrededor, buscando
una mejor idea. Lo único que se le ocurre
es subirse al ropero usando una escalera,

Gabriella Toso Psicóloga y profesora de italiano.


Trieste, Italia | 1966 Vive en Buenos Aires desde 2007.

Pensar en voz alta es hablar, pelotudo. |17


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA OBSESIÓN
POR LA PATINETA
Por Javier Gallo

A esta altura ya no me queda claro si a los


siete años realmente era mi sueño tener
esa patineta amarilla con freno trasero na-
precio de semejante osadía podía ser el de
una soberana cagada a trompadas, cosa que
intentaba evitar dentro de lo posible.
ranja. Y vaya uno a saber si ese era el sue- Si tan solo pudiera montarla un rato,
ño de mi hermano mayor. Lo indiscutible pensaba mientras me imaginaba frenando
es que, desde aquella tarde en la que mis frente a las chicas del grado, pisando fuerte
papás vinieron de Ferracioli Deportes con con el pie izquierdo; o deslizándome calle
la patineta para mi hermano, esta se trans- abajo por la barda, sintiendo el viento en
formó automáticamente en mi única obse- mi cara. No la había piloteado nunca, pero
sión. Poco me importó recibir ese mismo aun así sentía que la conocía como nadie y
día una pelota de cuero con los colores de que, cuando llegara el momento, iba a estar
River. No recuerdo haberla pateado jamás, preparado para posarme sobre ella. Flexio-
ni siquiera por despecho. Yo solo tenía ojos naría ágilmente mis rodillas, buscaría el
para la patineta. equilibrio con mis manos y finalmente se-
Aún hoy intento dilucidar si fue un ríamos uno los dos.
amor a primera vista o si ya la deseaba Intenté negociar: a cambio de quince
desde antes de que llegara a nuestras vidas. minutos de intimidad con su patineta, yo le
La veía pasar frente a mí, infiel, bajo las daría a mi hermano todos los alfajores de
zapatillas de mi hermano Nacho, yendo y una semana y le llevaría cada mañana su
viniendo por la vereda de nuestra casa de valija de cuero cargada de carpetas. Casi
Cipolletti. Intenté pisarla en varias oportu- me rompe el culo a patadas, por atrevido.
nidades durante alguno de sus descuidos, Las tardes pasaban. Nacho iba y venía
pero siempre fracasaba. La mirada hostil por la vereda impunemente frente a mis
de mi hermano me mantenía a raya y el ojos. Ta trac, ta trac, ta trac, cuando pasa-

18 | Ningún niño sabe lo que tiene hasta que lo tiene su hermano.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

zaba. Me costaba ver a Nacho llegando a


la esquina para girar y desandar la cuadra.
Ta trac, ta trac, trrrrr, ta trac, ta trac.
Un ejército de hormigas en los huevos.
El corazón a punto de explotar. Era ahora
En mis tripas o nunca: saqué rápido el piolín que había
guardado en el bolsillo de la bermuda y lo
sentía que la espera até desde el poste de luz hasta el palo del
llegaba a su fin. canasto de la basura. Solo quedaba esperar.
Ta trac, ta trac.
Podía saborear el ¡Trac!
ansiado momento y, La patineta rebotó contra la rueda del
auto de mi viejo y después se detuvo. Ni
de solo imaginarlo, la sangre en la vereda ni el llanto de mi
se me llenaban de hermano lograron detenerme. Sentí aquel
plástico en mis manos por primera vez. Un
hormigas los huevos. sudor tibio me acarició la espalda y percibí
un cosquilleo en el bajo vientre, idéntico al
de aquella mañana en la que nos encerra-
mos con Lourdes en el baño de la escuela
para enseñarnos la ropa interior.
ba por las baldosas grandes y lisas. Trrrrr, A lo lejos, los gritos desesperados de mi
cuando era por las baldosas de Bilbao. Así madre solo desaparecieron cuando la sire-
jornadas enteras: él pasando y yo obser- na de la ambulancia entró en escena. Pero
vando, anhelante, apoyado contra el palo para mi alma y mis sentidos ya no existía
del canasto de la basura. El sol se extinguía otra cosa. Nuestro anhelado momento se
en silencio detrás los abedules y nuestra había hecho realidad. Ya nadie podía se-
madre se asomaba para gritarnos que ya pararnos. Al fin éramos uno. Nada más
era hora de entrar a la casa. importaba. Ni el llanto de mi madre. Ni
Una mañana me levanté optimista, deci- la furia descontrolada de mi padre. Ni el
dido. En mis tripas sentía que la espera lle- cuerpo de mi hermano sobre el charco de
gaba a su fin. Podía saborear el ansiado mo- sangre.
mento y, de solo imaginarlo, se me llenaban
de hormigas los huevos. Pasé el día callado,
concentrado, calculando ese instante, repa-
sando los movimientos para no fallar.
La tarde empezó como todas: el Nes-
quick, las tostadas y a jugar a la vereda.
Yo estaba con la espalda apoyada contra el
palo del canasto de la basura. El sol agoni-

Pasó sus primeros años rodeado de


Javier Gallo
álamos, montado a su Aurorita. Viajó
Neuquén, Argentina
todo lo que pudo, estudió medicina,
1977
conoció a Marie y tuvieron una hija.

Hola, soy el obsesivo, ¿todo en orden? |19


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA MAMÁ DE EZEQUIEL
Por Leandro Rojas

L a mamá de Germán siempre me quiso


fuera de su casa. A Rosa le fastidiaba la
idea de que yo tocara las cosas de su hijo,
radas del resto. Mentía sobre el oficio de
mis padres y mi consola de juegos; sobre
mis andanzas en la ciudad y los penales que
que me sentara a tomar un vaso de leche había picado; mentía acerca de las profesio-
chocolatada o que me expresara de mane- nes de mis tíos y la historia de mis abuelos.
ras poco convencionales. Durante mucho Llegar a un primer grado de un pueblo era
tiempo lo logró: me alejó de algunos en- una presión que no tenía forma de sortear si
cuentros, me censuró de ciertas reuniones no era a base de mentiras, incluso habiendo
y limitó los tiempos de juego. Me decía arribado desde Rosario a una comunidad de
que los chicos habían salido, aunque yo cinco mil habitantes. Treinta compañeros
podía oírlos correr en el patio. No tenía nuevos, todos en la misma sintonía, juntos
permitido ir a hacer la tarea a su casa y desde el jardín, cada uno con sus mejores
tampoco era invitado a los cumpleaños de amigos ya designados. Me aventajaban
Germán ni de sus hermanos. De todo esto sobradamente. Todo los erigía por encima
me enteré de grande, porque de chico no mío y los alejaba de mis posibilidades. Solo
me daba cuenta. me quedaba exagerar, agigantar situaciones
La razón de su aversión hacia mí era el y acontecimientos para después presentar-
engaño. A su favor, confieso que de peque- los como un decálogo de mis excitantes e
ño siempre fui muy mentiroso. La mentira intrépidos siete años de vida.
era una herramienta, un disfraz de superhé- Mentí desde el primer día de clases:
roe que me tornaba invisible ante las mi- mientras formábamos la fila, después del

20 | Se sacó los brackets y tuvo sexo desenfrenado.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

himno, en el recreo largo, durante el parti-


do de fútbol o saltando la soga; también a
la hora de la salida y hasta en el salón de
plástica.
Me acostumbré a convivir con la menti-
ra. Siempre recuerdo los ojos de mis com-
pañeros, presos de mis maneras de narrar.
Mi picardía, suspicacia y una capacidad
inventiva sobreestimulada por los dibujos
animados me permitían crear y desarro-
Mentí desde el llar mundos y personajes que me daban un
primer día de margen, un respiro y una identidad. Pero la
mamá de Germán me cazó al vuelo. Y la
clases: mientras verdad es que ni Rosa, ni su casa, ni Ger-
formábamos la fila, mán me interesaban demasiado. Mi objeti-
vo era un amigo en común: Juanjo. Con él
después del himno, siempre tuvimos una química especial. Lo
en el recreo largo, nuestro era una de esas relaciones comple-
mentarias. Él era todo lo que yo deseaba
durante el partido y yo era aquello a lo que él no podía ac-
de fútbol o saltando ceder: él era sobrio, introvertido, rústico e
inteligente; yo era chispita, el payaso de la
la soga; también clase, un jugador distinto, pero me costaba
a la hora de la mucho llevar la libreta a casa.
Nunca me gustó mentirle a Juanjo. In-
salida y hasta en el cluso a los siete años, algún ideal de amistad
salón de plástica. me hacía preferir una relación sincera, fiel,
noble. Pero el compartir con otros chicos lo
hizo testigo de algunas de mis descripciones
místicas; historias que, en su ingenuidad,
navegaban en un océano fantástico, único e
idolatrable. Siempre lo lamenté. Lo lamen-
té mientras articulaba cada mentira y lo la-
mento hoy, que ya soy padre. La mamá de
Germán siempre me quiso fuera de su casa.
Quizás algo de razón tenía, aunque todavía
no le había cagado el patio.

Sigue siendo amigo de Juanjo. Pu-


Leandro Rojas
blicó dos libros futboleros. Ama las
Rosario, Santa Fe,
tartas de su madre y el café de su
Argentina | 1985
mujer.

El alcohol en gel es como pedir perdón. Nos deja tranquilos, pero no funciona. |21
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA PROFE DE INGLÉS
Por Lucía Salgado

L e tenía mucho miedo a mi profesora de


inglés. Era muy alta y grandota. Usa-
ba tacos altos en zapatos desvencijados.
Cuando tenía doce años no me acuerdo
por qué no le había dado la plata en la clase
y tuve que ir a alcanzársela a la casa. Me lle-
Tenía pelo negro, enrulado hasta la cintu- vaban mis abuelos, Delia y Manolo, que me
ra y uñas larguísimas pintadas de blanco esperaban en el auto, un Ford Sierra blanco.
perlado. Cuando llego, veo que en la puerta es-
Yo por las dudas siempre hacía toda la taba esperando una compañera de ella del
tarea, las «compositions», los ejercicios, profesorado. Como ya había tocado el tim-
todo. Tan estricta era que terminábamos el bre —no hacía falta tocarlo otra vez— me
libro del nivel a mitad de año y, la otra mi- quedo atrás haciendo la fila de las visitas.
tad, hacíamos análisis sintáctico en inglés. La profesora no sabe que estoy.
Para ser justa y contar su lado bueno, eso Siento que abre la persiana y dice las
me sirvió para la escuela, para aprender a dos palabras que pusieron fin a mi niñez:
construir un texto y para organizarme para —¡¡Estoy cogiendo!! —grita.
estudiar. Menuda imagen para una nena boba de
Cuando llegaba diciembre me llevaba a doce años. Imaginar a la profesora gigante
Buenos Aires a rendir el examen. Ella me cogiendo.
anotaba y yo le daba la plata de inscrip- La compañera del profesorado con una
ción. Íbamos a un colegio en Caballito y voz tan rápida como la de la radio cuando
siempre tomábamos un café en la esquina. pasa las condiciones del concurso, dice:

22 | Suspendemos el encuentro de pesimistas. Total no iba a venir nadie.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

—Ok, vengo después, está Lucía acá.


Y se fue, rajando. Yo me quedé esperan-
do, muy nerviosa, para darle la plata. Pensé
múltiples opciones, como dejársela por de-
bajo de la puerta, venir después, etcétera.
Pero no pude. Quedé paralizada y encima
me había dicho que espere. Tardó. Se ve
que se estaba cambiando. Estaba transpira-
da. Y sí, era diciembre y estaba cogiendo.
Cuando subí al auto Delia me pregun-
tó si me pasaba algo, seguramente por los
ojos tamaño huevo duro y el rojo furioso La semana
en las mejillas que traía. Le dije que no. Y
hasta hoy no se lo conté.
hasta el otro
La semana hasta el otro martes fue di- martes fue difícil.
fícil. Deseaba con mucha fuerza que no
se hablara del tema, que no mencionára-
Deseaba con
mos el asunto nunca más. Pero, lamenta- mucha fuerza
blemente, no se dio así. Llegó a lo de mi
abuela, donde me daba clases, entramos al
que no se hablara
escritorio y Delia le trajo el café con un del tema, que no
chocolatito —si hubiera sabido, le traía el
café bebido nomás­—, y ahí empezó. A ella
mencionáramos
también le daba vergüenza. Pero tampoco el asunto nunca
una cosa de locos. Hoy ya se debe haber
olvidado. O tal vez no. Tal vez les cuenta
más. Pero,
esta misma historia a sus amigos en todos lamentablemente,
los cumpleaños.
Esta fue su explicación: no se dio así.
—Esa respuesta no era para vos, Lucy.
Era para la mina esa que siempre me vie-
ne a pedir ayuda para el profesorado. No
sabés las composiciones de ella. Nada que
ver con las tuyas. No sabe escribir.
¿Qué tenían que ver sus composiciones?
Era la estrategia del halago a cambio de
mi olvido. Yo estaba de todos colores. Su-
fría y esperaba que empecemos a corregir
la tarea que, por supuesto, esta vez no ha-
bía hecho.

Resuelve todo tipo de trámites a


Lucía Salgado familia y amigues. Le gusta organizar
Luján, Buenos Aires, viajes propios y ajenos. Trabaja en
Argentina | 1987 un peaje.

El velatorio es como un baby shower al revés. |23


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA NIÑA Y LA «TORTA
DE COCAÍNA»
Por Maribel Herrera

C orría el año noventa y tres. El progra-


ma estaba listo para salir al aire. La
audiencia ya estaba acomodada en su sitio,
las súplicas de su hermana Mari. Ese mo-
mento de súplica ya se había hecho rutina
entre ellos. Él sabía que en algún momento
impaciente. Mari se acercaría a pedir que la mirara. Así
—Buenas tardes querido púbico. Para el que de a poco la resistencia se iba volvien-
día de hoy tenemos una receta exquisita. do cada vez más corta.
Una torta re rica que me enseñó mi mamá ­—Para la siguiente torta vamos a ne-
para que les hagan a sus familias. cesitar: una pizca de sal, tres huevos, 450
En este programa no había cortinas mu- gramos de azúcar, un kilo de cocaína...
sicales, ni presentación, ni reidores. No ha- —Mari... —interrumpió la audiencia—,
bía iluminadores, ni guion, ni tribuna. No ¿vos sabés lo que es la cocaína?
había más que la imaginación de una niña Mari no sabía ser menos. Siempre tenía
que como una esponja, absorbía todo a su una respuesta para todo. Y si no la tenía la
alrededor, lo elaboraba en su cabeza y lo inventaba, porque además le resultaba muy
devolvía en forma de programa de televi- divertido hacerlo.
sión para la audiencia, es decir, su herma- —Si, sé lo que es. Son esos paquetes
no, que se sentaba resignado a escuchar lo blancos que parecen harina, que salen cada
que había para contar, después de ceder a tanto en la tele.

24 | No sé cómo seguir con esta cirugía, te lo digo con el corazón en la mano.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

Aún faltaban algunos años para que en Mari miró a su mamá que pasaba rápi-
la Argentina se relacionaran las cocinas con damente. Notó su cansancio y la llamó:
la cocaína, pero Mari, que todo lo sabía, y —Ma...
que si no lo inventaba, ya había descubier- —¿Qué? —contestó la mamá de Mari
to cómo relacionar estos términos, aunque sin frenarse.
no estuviera bien segura de lo que eran. —¿Querés una porción de torta de co-
—Es lo mismo, si no tienen cocaína le caína?
ponen harina, y punto —concluyó la niña, Por más apurada que estuviera, la
segura de estar en lo cierto. mamá de Mari siempre hacía lo que tenía
—No Mari, la cocaína no se usa para que hacer, así que en ese momento se fre-
hacer tortas. Es droga. nó de golpe. Lo cierto es que ella tampoco
Su hermano había introducido un nuevo sabía mucho del tema. Pero lo que sí sabía
término. Él tampoco sabía qué era la droga, era que no quería que sus hijos hablaran de
pero, al igual que Mari, él no sabía ser otro drogas.
que el hermano mayor. Y el hermano ma- —Te lo dije —susurró el hermano de
yor es la enciclopedia de los hermanos. Es Mari—, no se usa para hacer tortas.
el que sabe. Así que tenía que usar palabras —¿Pero... por qué no? —insistió la
nuevas, y que existieran, y de ser posible, niña.
que fueran muy usadas entre los adultos, La respuesta quedó pendiente. De un
porque eso es lo que hacían los hermanos cachetazo la madre bajó la mano de Mari
mayores, y punto. que no se atrevió a seguir preguntando. Y
—¿Por qué no se usa para las tortas? señalando con el dedo sentenció:
¿Qué es droga? —preguntó la niña. ­—La droga es mala, no hablen de eso.
Su hermano se alzó de hombros. Y punto.
—Es como la espinaca de Popeye pero
se come con la nariz.
En ese momento, la madre de los her-
manos pasaba por allí. En el año noventa y
tres, solo las familias muy bien acomoda-
das económicamente podían tener su lava-
rropas automático. No era el caso de la fa-
milia de Mari, así que su mamá enjuagaba
las prendas de los cinco integrantes de la
familia a mano. Esto le llevaba realmente
mucho tiempo. Además trabajaba. Por otra
parte, no podía lavar en cualquier momen-
to, principalmente porque la ropa se seca al
sol, y a la noche el sol se esconde, y la luna
no es tan efectiva como el sol para secar
la ropa.

Maribel Herrera Estudió francés y teatro. Trabaja


Rosario, Santa Fe, dando clases de ambas cosas.
Argentina | 1987 Creó el sitio web frasecitas.net

Le vendí el auto a un sordomudo, me dejó la seña. |25


Anécdotas mejoradas

LA DEL
DEBUT COMO
CONTADOR DE CHISTES
Por Martín Alday

T engo tres años y estoy entrando a la que


después será mi escuela primaria. Es la
fiesta de fin de año, o algo parecido: hay
qué fue exactamente lo que me hizo subir.
Supongo que habrá sido la propensión al
ridículo de Griselda, mi progenitora, suma-
luces de colores, mesas con familias y co- da a mi inconsciencia e inmadurez; juntas
mida a la canasta. Es el año 1988. El feste- conformaron un combo del que no tuve es-
jo consiste en una kermés de las de antes, capatoria.
con bufet y juegos con latas a las que hay Voy tomando coraje, me acerco. Sien-
que tirarles cosas. Todavía siento ese olor a to cada paso como algo importante. Voy a
empanadas, choripanes y copos de algodón mi primera prueba de fuego, pero no estoy
con azúcar. El espectáculo de fondo es mú- asustado. Supongo que mi inocencia, esa
sica a la carta, estilo peña: el que se anima mezcla de valor e ignorancia, no me per-
sube a cantar o a hacer su gracia. mite tener miedo. Los escalones del esce-
En un momento especial, de esos pre- nario son largos y difíciles; evidentemente
determinados por el destino, sugieren que no están preparados para alguien tan chico.
alguien suba a contar un chiste. Cualquiera Desde arriba se ve todo como en un cine.
del público que se anime. Mi madre propo- Ahora solo queda entregarme al público, a
ne que suba yo, pobre criatura indefensa, su decisión.
que algún chiste de memoria tengo apren- Recuerdo al animador presentándome
dido. Entonces me invitan a subir. Es al día entusiasmado. Un contador de chistes, un
de hoy que me resulta imposible distinguir niño pequeño. Mi presencia en sí ya era

26 | Tengo miedo de tomar un antialérgico y desaparecer.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

A medida que voy contando el chiste escucho risas.


El calor de la gente está en el escenario. Yo mismo
disfruto mientras desarrollo el argumento.

algo gracioso. Recuerdo también la cer- Bajo los escalones emocionado, dis-
canía del micrófono, el ruido de los frutando del suceso. Ese camino hacia mi
parlantes, escuchar todo con eco, la visión familia lo recuerdo hermoso, triunfante.
particular que se tiene desde arriba de un Nunca me sentí más grande. Mis padres
escenario y los rostros sin cara. Bajaron me esperan en la mesa tablón con el or-
el micrófono a mi altura. La vista se me gullo de tener un hijo estrella. Me siento
nubló de la emoción. con ellos y mis hermanos esperando unos
A medida que voy contando el chiste mimos. Momento irrepetible. No hay nada
escucho risas. El calor de la gente está en como triunfar entre el público más difícil.
el escenario. Yo mismo disfruto mientras Mi madre sonríe contenta: su último
desarrollo el argumento. Elegí un chiste hijo varón, del que nada esperaba, había
con mucha trama, pero me tranquilizo al logrado el beneplácito del público a la tier-
escuchar las risas de fondo. La historia na edad de tres años. Su poca esperanza se
consiste en un cura que no acepta ayuda transforma en una pequeña caricia. Pero la
porque está esperando una intervención cara de mis hermanos me resulta indesci-
divina. A lo último, el cura se enoja con frable y, cuando cruzo miradas con Alber-
Dios. Todo un presagio, pienso ahora. to, mi padre, distingo que su expresión no
Un éxito rotundo, así lo siento. Nada es habitual. Siendo él un gran contador de
me detiene: soy un artista infantil en su chistes, esperaba otra mirada de parte suya.
primera presentación y estoy logrando lo Entonces mi viejo, tiernamente y con emo-
que el público quiere. Termino el chiste y ción paternal, me dice: «¡Lo contaste para
la gente aplaude a rabiar. el ojete!».

Hincha de Talleres, Dolina y Casciari.


Martín Alday
Proyecto de abogado, exbasquetbo-
Córdoba, Argentina |1984
lista. Padre de Vicente y de Amelie.

Con un óvulo y un espermatozoide estás hecho. |27


Anécdotas mejoradas

LA DEL
VALS INTERMINABLE
Por Nieves Battistoni

F altaba menos de un año para que mi prima


cumpliera sus quince. Ella me había pedi-
do que yo, de siete años, tocara el vals du-
enajenada, no miraba a nadie. No miraba
hacia abajo, hacia esa pista cuadricula-
da, blanca y negra, en la que el padre, los
rante su fiesta. Así que me preparé durante abuelos, los tíos, los amigos y el chico que
los meses siguientes a ese pedido imposter- le gustaba estaban sacando a bailar a mi
gable y la noche del veinte de julio de 1992, prima, a intervalos imprecisos y siempre
a la hora indicada, como si el deber me lla- vacilantes. Mi visión únicamente se con-
mara, planté a mi ocasional compañera de centraba en esa cadena de notas largamente
juegos para subir al escenario del club. estudiadas: negras, blancas, redondas, con
En un rincón a la izquierda estaba todo palitos, todas estampadas en frío sobre un
dispuesto: mi teclado sobre el pie, un mi- pentagrama inmóvil.
crófono, la partitura rígida y la silla de Hasta que miré. Por vaga intuición, miré.
madera del salón de actos. Me acomodé, Y, cuando lo hice, dibujé una media sonri-
esperé la orden y ejecuté. Ningún invitado sa del lado izquierdo, como mi lado del es-
creía que fuese yo la que estaba tocando. cenario, y pequeña, como mis manos: mi
Suponían un playback rotundo. Sin embar- prima, desde allá abajo, agitaba los brazos
go, mis manos, chiquitas, eran las que or- haciendo una equis intermitente y deses-
denaban el sonido. La partitura se convirtió perada. Era un no, una señal de: «¡Basta!».
en un cuento con principio, medio y final Hacía rato que ya nadie la sacaba a bailar.
que, al terminar, volvía a empezar: princi- Los últimos habían alargado los pasos, ra-
pio, medio y final; volver y empezar. lentizado la danza, solo porque esa noche,
¿Cuántas vueltas le di? Nadie me había en ese escenario y corriendo sobre ese pen-
dicho cuántas veces darle y yo, pequeña tagrama, mi infancia no tenía fin.

Nieves Battistoni
Rosario, Santa Fe, Licenciada en Letras.
Argentina | 1985

28 | Si nos miramos en la cámara de seguridad todos parecemos delincuentes.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

LA DE
LA PELOTA PERDIDA
Por Pablo José Torres

T endríamos todos entre seis y doce años e


íbamos a la Escuela Número 1, que que-
daba lejísimos: a tres cuadras. Se supone
se excusaba el que acababa de pifiarla solo
frente al arco.
La canchita estaba bien marcada, más
que nos daban deberes, pero no los recuer- que nada por la ausencia total de pasto en
do. Supongo que los haría, porque pasaba los límites del campo de juego. Se jugaba
de grado, pero no era un asunto importante. tanto que era un rectángulo de tierra negra
Lo central era volver para jugar a la pelota bien apisonada. Un problema era conse-
hasta que no se viera nada. Durante buen guir pelota. El otro problema era que si la
rato se hacía un fútbol ciego porque la lu- inflabas mucho, se ponía demasiado dura.
cecita que colgaba del alambre de la es- Los más grandes la preferían así, pero los
quina era poca cosa, aunque eso no era un pendejos no podíamos moverla. Así que el
obstáculo para seguir jugando. que manejaba el inflador mandaba.
Hace poco, en un documental donde Una tarde tuve la pelota nueva. La nú-
Emir Kusturica hace una semblanza de mero de 5, de cascos rectangulares, colo-
Maradona, este le explica que en su barrio, cados de a dos, y pintada con los colores
Fiorito, jugaban a la pelota de noche, sin de Boca. Y se nos hizo la noche. La oscu-
luces. Maradona entiende que ese jugar a ridad obligaba a otro tipo de juego: había
ciegas mejoró su calidad como jugador: que evitar los bombazos porque, si le pe-
«Imaginate, jugábamos sin ver la pelo- gabas fuerte, la pelota podía ir a los pajo-
ta. Después de día éramos bárbaros». En nales de atrás. La lamparita de la esquina
mi cuadra también jugábamos a la pelota aportaba poco: apenas lo necesario para
hasta no verla, pero al otro día seguíamos que se adivinaran las figuras, sin saber si
siendo tan pataduras como en la noche an- se trataba de compañeros o contrarios. La
terior. «Si no se ve nada, ¿qué querés?», pelota se veía recién cuando la tenías enci-

La melancolía es la nostalgia borracha. |29


Anécdotas mejoradas

ma. Si te venía a la cara te jeteaba, como hipótesis, la única plausible, obligaba a mi-
se denominaba técnicamente al golpazo de rarnos de reojo.
la pelota en la jeta. Pero unos diez días después logramos
Había que estar más atentos para no esclarecer el hecho.
cometer estupideces y para aprovechar los La realidad, en ocasiones, es más llana
descuidos del rival. El juego nocturno brin- que nuestras especulaciones: el bombazo
daba algunas oportunidades adicionales. que se elevó en los aires aterrizó en el ex-
Es más, algunos jugaban mejor en lo oscu- cusado de la casa más cercana. Un excu-
ro. Tal vez tenían mejor vista o aprovecha- sado a la antigua, el típico baño al fondo.
ban con más destreza lo poco que se veía. Solo que este no tenía techo. Es más, casi
El Julito no era de esos. Su capacidad no tenía paredes: apenas se levantaban has-
de levantarte la chaucha en el fútbol diur- ta una altura suficiente para tapar las inti-
no se multiplicaba en la oscuridad. Podía midades del ocupante, pero no su cabeza.
ser que el viandazo fuera a la pelota o a tu Cuando el usuario era hombre, se alcanza-
pierna. Esa noche, con la pelota de Boca ba a ver su torso por encima de los ladrillos
nueva, estuvo preciso: le acertó al balón, sin revocar. Así que el balón le acertó al
que se elevó y rápidamente salió del campo excusado, rebotó en las paredes a medio le-
visual, ayudado por la oscuridad reinante. vantar y fue a parar al único lugar posible:
Todo lo que sube, baja… dicen. No fue el agujero del pozo.
el caso: vimos a la pelota subir pero nunca Ahí quedó hasta que alguien la vio.
caer. Al menos no dentro del potrero. Las ¿Quién la encontró? ¿Qué hacía mirando
protestas no tardaron en escucharse: «Pero hacia el fondo de un pozo cargado de mier-
loco, la tiraste a la mierda». Alguno agarró da? ¿Cómo la pescó para recuperarla? ¿A
el pullover que hacía de arco y rajó a su quién le tocó limpiar la número 5?
casa. Otros, más solidarios, empezaron a Tanto no recuerdo. Pero sí recuerdo la
buscar la pelota, tarea que en media man- alegría de volver a tener pelota, el nuevo
zana de pajonales no era sencilla. No se picado con algo de suspicacias respecto del
veía nada y fuimos desertando de a poco, esférico por su tiempo entre las suciedades
con la promesa de seguir buscando cuando del pozo y el alivio de saber que ninguno
la luz facilitara las cosas. se la había choreado.
Eso hicimos al día siguiente, pero tam-
poco la encontramos. La número 5 no es-
taba. La única explicación válida era que
algún vivo había llegado a buscarla sabien-
do que se había perdido, la encontró y se la
choreó. ¿Qué otra cosa podría haber pasa-
do? Eso instalaba un manto de sospechas:
el chorro tenía que ser uno de los jugadores
de la noche anterior, uno que sabía. O un
hermano de los jugadores nocturnos. Esa

Pablo José Torres Es trabajador social. Publicó dos


Laprida, Buenos Aires, libros y escribe cuentos, crónicas y
Argentina | 1967 textos en su blog Hel-echo Maldito.

30 | Madurás cuando no te causa gracia la palabra envergadura.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

LA DE
LA NIÑA «BOLA DE GRASA»
Por Patricia Mántaras

T enía nueve años y siempre esperaba an-


siosa el recreo para ir a la cantina del co-
legio a comprar mi merienda: tres espejitos
—Defendéte —me decía el chofer de
la camioneta—. Si hasta son más chicas
que vos.
rellenos de dulce de leche, que pedía casi Yo pensaba en qué podría decirles, algo
susurrando e intentaba retirar del mostra- que les doliera tanto como el «bola de gra-
dor en un movimiento rápido y sutil. Todo sa» me dolía a mí. Pero lo único que en-
aquello para evitar que mis compañeros me contré, después de una larga observación,
vieran comprando o consumiendo ese tipo fue que a Mariana se le marcaban las ve-
de mercancía. Era la gorda de la clase y pre- nas, bien azules, en la sien. Un día, tomé
fería creer que los demás pensaban que yo fuerza y se lo zampé así, sin anestesia:
era una gorda glandular. Aunque nadie en —¿Y vos qué me decís? Si se te ven to-
realidad lo pensara. das las venas.
Había dos niñas, que viajaban en la No recuerdo qué me respondió. Solo sé
misma camioneta que yo, para las cuales que después me arrepentí porque, de las
estaba claro que el origen de mi obesidad dos malas, Mariana era la menos mala. Y
no importaba. Soledad y Mariana, se lla- así seguí: amiga del chofer, viendo el tiem-
maban. Son sus nombres reales, no me po y los insultos pasar, sin que mi índice de
interesa proteger sus identidades. Lo que masa corporal se inmutara.
más les divertía a Soledad y Mariana era No podría decir que me sentía misera-
llamarme «bola de grasa». No lo hacían ble. Tenía varias amigas y una familia que
con gritos ni demasiada violencia; era más jamás me habría hecho notar que adelgazar
bien como si simplemente tuvieran la mi- me hubiera venido bien. En mi casa llega-
sión de recordarme que yo era una bola de ba el consuelo: me armaba refuerzos de
grasa. Todos los días. queso y papas chips, seguía con dos trufas

Los días grises son para colorear. |31


Anécdotas mejoradas

de chocolate envasadas y terminaba con dicar. Tumbada en el piso, en cuestión de


¡Grande, Pa! Aquella se había vuelto una milisegundos, sopesé mis opciones. Recu-
fórmula bastante efectiva para olvidar. peré el aliento cuando vi que Soledad se-
Después de terminar el año decidí cam- guía caminando por la vereda de enfrente;
biarme de colegio. Mi partida no tuvo tan- parecía no haber visto ni el vuelo ni la caí-
to que ver con que el hecho de que odiara da. Todavía estaba a tiempo, y allí mismo,
a los curas jesuitas, sino con el bochorno desde el suelo, grité con todas mis fuerzas:
que me generaba tener gimnasia como úni- —¡Bola de grasaaaaa!
ca materia baja en cada entrega de boleti- No sé si la más mala de las malas me es-
nes. En la nueva escuela, lo único que los cuchó. Solo sé que no volteó. En mi mente,
varones no me quitaban de encima era la la imagino bombardeada por flashes de esa
nuca: ni por equivocación recibí una pro- época, ahogada por la culpa, demasiado
puesta de arreglo. Ni siquiera me ayudó ser avergonzada para darse vuelta y mirarme
la exótica nueva incorporación. Pero por lo a los ojos.
menos nadie me llamaba «bola de grasa». Mientras volvía al auto, machucada y
Además, para entonces ya tenía a Luis Mi- rengueando, sonreía por dentro. Me sentía
guel y los fines de semana no necesitaba heroica. Imbatible. Me habían enseñado
más que mis discos compactos y mis álbu- que la venganza era una cosa fea, pero qué
mes de recortes para sentirme plena. bien sabía.
Una tarde, venía en el asiento del
acompañante del Fusca que manejaba mi
madre cuando la vi. Era Soledad, la más
mala de las dos malas de la camioneta es-
colar. No había dudas. ¿Qué hacer? Tenía
que actuar rápido.
—Mamá, estacionáte acá.
Yo no había bajado ni un gramo de
peso, pero me sentía exultante. Era el mo-
mento de exorcizar tantos viajes tortuosos
y de zanjar un pasado de humillaciones in-
merecidas. Era un ajuste de cuentas.
Me bajé del auto con la actitud de Mi-
chael Douglas en Un día de furia y empecé
a correr lo más rápido que pude. No había
viento en contra ni fuerza de rozamiento
que pudiera detenerme. Hasta que apare-
ció una baldosa suelta. Tropecé, volé y caí
unos cuantos metros más allá. La rodilla
en carne viva no me dolía tanto como el
orgullo, pero yo estaba decidida a no clau-

Periodista. Autora de un libro de


Patricia Mántaras
niños. Sommelière de golosinas.
Montevideo, Uruguay | 1979

32 | El taxista con GPS es un médico que busca síntomas en Wikipedia.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

LA DE
LA ÚLTIMA VISITA DE LA ABUELA
Por Pilar Décima

P apá me había regalado una bicicleta


nueva. Fue antes de entrar a la prima-
ria, cuando el verano estaba por terminar.
cocina. De un salto caí en el sillón y puse
los dibujos. Abu dejó la torta sobre la mesa
ratona y yo sonreí mientras ella me decía
Yo me levantaba muy temprano y salía a que espere a que se entibie. Me dejó el cu-
recorrer la cuadra en la bici, saludando a chillo sin dientes para que no me pinchase.
todos. Sentía que me iba a caer a cada rato, Luego un ruido metálico sacudió mis oí-
por eso apretaba fuerte la goma del manu- dos. La abuela cayó al suelo con el molde
brio. Recién me bajaba cuando mi vestido que estaba a punto de lavar. Me espanté y
quedaba transparente por la transpiración, papá vino corriendo. Me dijo que no dejara
y con olor, como ese que quedaba después de ver la tele. Teléfono, gritos y sirena. Esa
de que papá pisara un zorrino con el coche fue la última vez que vi a la abuela.
cuando íbamos al campo. Con el pasar de los días sospeché que
Casi llegando al final del verano, la algo no andaba bien. La lluvia se apoderó
abuela Elda vino a visitarnos. Me horneó del clima. Las semanas iban pasando en si-
un bizcochuelo de chocolate con azúcar lencio. Las mañanas y las tardes eran abu-
impalpable. Me gustaba sentir ese aroma, rridas. Desde mi ventana podía ver la bici,
más aún si la abuela rellenaba el bizco- toda sucia. Papá ya no me hablaba, casi no
chuelo con mermelada de frutilla. existía. Yo me preguntaba si estaría eno-
Ese día volví de dar la vuelta por la jado conmigo. O quizás ya no me quiere,
cuadra, tiré la bici en el patio y entré a la pensaba.

Pilar Décima Trabaja en venta de mobiliario de


Merlo, Buenos Aires, diseño. Estudió improvisación con
Argentina, 1986 Norman Briski.

Sos lo que pensás mientras te cepillás los dientes. |33


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA HERMANA MENOR
Por Sabrina Laura de Dios

D e chiquita, mi hermana menor era te-


rrible. Se mandaba las peores cagadas
del mundo y tenía un carácter de fuego.
bien. Mamá se acercó para mirarla mejor.
La tortuga tenía un gotón de pintura verde
en la cabeza y unas pinceladas desparra-
Pero lo más perturbador para mí, y a la madas en el caparazón. Mamá se dio cuen-
vez lo más fascinante, era que no recono- ta, o quizá yo me di cuenta de que mamá se
cía ningún tipo de autoridad. Además, era había dado cuenta, de que hacía rato que no
corpulenta y tenía una fuerza sobrenatural. escuchaba a la menor. Entonces fue hasta la
Tal es así que yo, que soy cuatro años ma- cocina, salió por la puerta de atrás y encon-
yor, a veces evitaba la interacción con ella tró el frasco de esmalte sintético verde, que
porque, sin exagerar, me fajaba. Algunos había sobrado de una vez que pintaron las
vecinos no dejaban a sus nenas juntarse rejas, volcado sobre la mesa de mosaicos
con ella y, las nenas que podían, se metían que teníamos en el patio. Alrededor, hue-
adentro cuando la veían salir. llitas verdes y un pincel. El charco de pin-
Un día, con mi vieja estábamos miran- tura se había desparramado hasta caer por
do la tele y percibimos la presencia de la el borde de la mesa al piso. Abajo, pisadas
tortuga que se acercaba desde la cocina. mi de zapatillitas que llegaban hasta la puerta
hermana no tenía más de cuatro años y re- de la cocina. En las paredes, cada tanto, un
cuerdo que era verano porque yo estaba ti- dedito verde. Una vez dentro de la casa, los
rada en el piso del living intentando sacarle indicios llevaban hasta nuestra pieza. Has-
algo de fresco al Flexiplast. Algo no estaba ta ese lugar fue mi madre, montada en cien

34 | Los tacaños no se bancan que los gasten.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

mil caballos de calentura. En el cuarto es-


taba mi hermana, lo más campante, con las
manos y la ropa toda manchada de pintura.
Mamá la encaró con el pincel en una mano
y la tortuga en la otra. «Yo no fui», repetía
la mocosa, mirándola directo a los ojos y
levantando el hombrito.
El intercambio fue largo e improduc-
tivo. Cuando ya había agotado todas las
Mamá la encaró amenazas usuales y viendo que mi herma-
con el pincel na no se inmutaba, mamá hizo el último
intento y se jugó la carta Católica Apos-
en una mano y tólica Romana. Le dijo «No importa, a mí
la tortuga en me podés mentir, pero a Dios no, porque
él ve todo y te va a castigar». Había tres
la otra. «Yo no cosas que estaban prohibidas en casa, de
fui», repetía la las cuales yo sabía por escarmiento propio:
repetir los chistes que contaban los chicos
mocosa, mirándola del fondo del transporte escolar, cantar la
directo a los ojos Marcha Peronista y ofender a Dios.
Mamá le indicó que estaba en peni-
y levantando tencia por tiempo indeterminado, entornó
el hombrito. la puerta y se alejó. Mi hermana no dijo
nada, quedó sentada en la cama, dándole
la espalda a la puerta. Yo me quedé ahí
afuera unos minutos, había mucho silen-
cio, entonces me asomé sin hacer ruido y
ahí fue cuando la vi sentadita en la cama
mirando al techo, con toda la cara frunci-
da en un gesto de burla, sacándole la len-
gua al cielo.

De niña quería ser azafata, pero


Sabrina Laura de Dios
como se dio cuenta de grande,
La Plata, Buenos Aires,
terminó estudiando Comunicación
Argentina | 1979
Social.

No me hables cuando pienso porque acopla. |35


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA PRIMERA CURDA
Por Soledad Suárez

L a calle Caraguatay corría tranquila por


el corazón del barrio Jacinto Vera, ba-
rrio de veras, como dice la letra de un
mi abuelo que hacía varios meses que no
venía. Se pusieron a charlar acompañados
de dos buenos vasos de espinillar, una va-
conocido candombe. Uno de los tantos riante uruguaya del ron, mientras mi mamá
barrios en donde todos, absolutamente corría para salir conmigo, mi hermano y
todos, vivían de puertas abiertas. Yo nací sus sobrinos a un cumpleaños.
en Caraguatay, que era también el nombre Para la ocasión, mamá había reservado
con el que mi familia llamaba a la casa de mí único vestido de punto smock blanco,
mis abuelos maternos. Fui la más chica de que me convertía en un merengue al ins-
cuatro primos que a diario alborotaban esa tante en el que ella me lo ponía. Después
casa. Mis abuelos habían hecho lugar para de vestirme, me pasó el cepillito de cer-
mis jóvenes padres y mi hermano durante das blandas con olor a perfume de bebé
los primeros y difíciles años de casados. por mis únicos tres pelos. Cuando terminó
También estaba mi tía, que recién se había con esa ceremonia, yo salí corriendo por
separado, con mis dos primos a cuestas. el pasillo. La tentación de correr detrás de
Faltaban algunos días para Navidad y el los otros niños de la casa había sido tan
ambiente de fiesta, además del calor seco intensa que yo ya caminaba con mucha es-
del mediodía, ya se respiraba en ese barrio tabilidad aún antes de haber cumplido mi
alejado de la costa. Las puertas de la casa primer año.
siempre estaban abiertas para los vecinos, Mientras tanto, mi abuelo y su amigo
que también eran parte de la familia. disfrutaban de una animada charla y de
Un día nos pasó a saludar un amigo de un recorrido por el patio, como era habi-

36 | Hasta la paloma de la paz debe cagar gente.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

Ya a lo lejos pudo percibir que algo raro pasaba.


Largó todo lo que traía entre manos y, cuando
se acercó para hacerme upa, notó que el suave
aroma a perfume de bebé se había convertido
en un fuerte olor a bar de puerto.

tual durante sus visitas. Habían dejado en el intento. La cosa es que terminé bajo ob-
la mesa de la cocina sus vasos, aún por la servación en el sanatorio, tomando juguito
mitad, y marcharon juntos hacia el fondo. en una cama que me quedaba enorme. Por
Mamá terminaba los preparativos, con- cuarenta y ocho horas fui la sensación en-
fiada en que el merengue se encontraba tre las enfermeras, que venían a conocer
bajo la vigilancia de alguno de los otros a la primera y más joven borrachita de la
ocho integrantes de la casa. Nunca enten- Navidad.
dió cómo fue que el hecho pasó desaperci- Así fue mi primera curda y no la re-
bido entre tanta gente. Cuando estaba por cordaré nunca; no tanto por los clásicos
llegar a la cocina, me vio venir a los tum- efectos de una resaca, sino porque solo tres
bos por el pasillo. Ya a lo lejos pudo per- meses atrás había soplado la velita de mi
cibir que algo raro pasaba. Largó todo lo primer cumpleaños.
que traía entre manos y, cuando se acercó
para hacerme upa, notó que el suave aroma
a perfume de bebé se había convertido en
un fuerte olor a bar de puerto.
Nunca descifraron cómo fue que trepé
a la mesa y alcancé a hacer fondo blanco
con los dos vasos. O cómo fue que el fuer-
te olor del espinillar no me hizo desistir en

Marketinera, en el buen sentido de


Soledad Suárez la palabra. Disfruta de la música,
Montevideo, Uruguay | 1974 el cine y la lectura. Muy amiguera
y sibarita.

La papada es la riñonera de la cara. |37


Anécdotas mejoradas

LA DEL
JAQUE MATE IMPOSIBLE
Por Víctor Zambenetti

T enía doce años cuando viví el momen-


to más intenso de mi vida ajedrecística.
Corría el año 1990 y yo jugaba en el cuarto
quedaba pendiente era la nuestra. Todos
mis compañeros de equipo habían empata-
do. El vencedor de nuestro duelo le daría el
tablero representando al club Torre Blan- triunfo a su equipo.
ca. El rival era el Club Argentino de Aje- La mesa se llenó de gente. Mi reloj indi-
drez. Duelo de titanes. caba que todavía me quedaban dos minutos.
Me enfrentaba a Martín, un jugador que El de Martín sumaba un total de cinco. Am-
siempre planteaba posiciones complejas. bos estábamos muy nerviosos y habíamos
La partida era por tiempo: cada uno tenía llegado a nuestro punto máximo de tensión.
treinta minutos en total. Yo jugaba con las De pronto, Martín hizo una jugada defensi-
negras y planteé la defensa siciliana, va- va. Cuando terminó de apretar el botón de
riante dragón acelerado. A esa edad, a la su reloj, lo miré a los ojos y entendí que su
mayoría de los pibes se nos hacían agua estrategia era ganarme por tiempo.
las manos cuando disponíamos las piezas Me detuve unos segundos a pensar. Si
en la forma del dragón. Una vez plantea- sacrificaba un par de piezas, definitiva-
da mi defensa, Martín empezó a tirar to- mente podría romper el enroque de Martín
das sus piezas contra mi rey, que estaba y, a fuerza de jaques, empezar a pasear su
enrocado en el flanco izquierdo. Yo hice rey por el centro del tablero. El problema
lo mismo, pero contra su rey, enrocado en era que debía sacrificar las piezas exactas
el ala opuesta. Y así, poco a poco, fuimos en el orden exacto, pero no tenía tiempo
entrando en un clima de profunda concen- para hacer ningún cálculo demasiado pre-
tración. Hasta que, en un momento, levan- ciso. Así que me arriesgué: tomé mi alfil,
té la cabeza y vi que la última partida que ubicado en G7, y lo moví hasta C3, donde

38 | Jugué al ajedrez online hasta que me hackearon.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

estaba su mísero peón. Entonces, con su


peón en B2, Martín comió mi alfil. Aún
así, me volví a sacrificar: con mi torre
comí el peón de C3 y él respondió tomán-
dola con su rey. Luego empezó la danza
de los jaques —mis jaques—, que siguie-
ron y siguieron a pesar de que su rey se
me escapaba en cada jugada.
En ese momento, nuestras miradas se Nos quedaban
cruzaron y supe que ya no éramos más unos diez segundos
niños de doce años, sino que nos habíamos
convertido en dos titanes de los trebejos a cada uno.
que solo querían una sola cosa: despedazar Ambos nos
a su adversario, humillarlo, destruir su ego.
Ahí mismo cambió todo: Martín dejó levantamos de la
de estar tan atento al tiempo y empezó él silla y continuamos
también a sacrificar sus piezas. Entonces
fui yo quien tuvo que salir a pasear con jugando de pie.
mi rey por el centro del tablero mientras
escuchaba los jaques. Después de cada ju-
gada, golpeábamos el reloj con tanta fuer-
za que las piezas se movían solas de sus
escaques. Pero eso no importaba, ambos
sabíamos en dónde estaba cada una. La
partida estaba más en nuestras mentes que
en el tablero. me miró, sonrió y me extendió la mano
Nos quedaban diez segundos a cada para sellar su victoria. Pero, en ese mo-
uno. Ambos nos levantamos de la silla y mento, volví a ver el tablero y contemplé lo
continuamos jugando de pie. La tensión increíble, lo mágico, lo glorioso. Levanté
era insoportable. Hice una jugada con el la vista y lo miré a los ojos.
caballo, pero la pieza se me escapó de las —Jaque mate, Martín —le dije mien-
manos y cayó al piso. Se me volvió a res- tras estrechaba su mano—. Jaque mate.
balar una y otra vez mientras intentaba jun- Su rostro se transformó al sentir el sa-
tarla. Los segundos seguían corriendo. Fi- bor de la derrota. Mis amigos se me tiraron
nalmente la agarré y la puse en el tablero: encima y empezaron a cantar: «Dale cam-
jaque. Pero cuando apreté el reloj, escuché peón, dale campeón».
esa palabra terrorífica que ningún jugador
quiere escuchar: «Tiempo».
Me recorrió un escalofrío. La aguja ha-
bía caído y todo había terminado. Martín

Víctor Zambenetti
Contador público y ajedrecista.
Ciudad de Buenos Aires,
Casado. Padre de dos hijos.
Argentina | 1978

Si tenés un gran futuro por delante, no ves por dónde vas. |39
Anécdotas mejoradas

LA DEL
RECITAL CON
UN HIJO DE SIETE
Por Ximena Álvarez

E l recital era en el Monumental, a las


nueve de noche. Meses de espera y de
ansiedad en una persona de siete años que
do empezó a tocar la banda anterior (Sla-
yer): «¿viste mamá que no paran de mo-
ver la cabeza?» y después «El pelado es el
quería ir a su primer «recital de rock», sin mejor. Me gusta su guitarra», comentaba.
entender del todo qué significaba. Llega- Al rato se impacientó. «Vinimos a ver a
mos más de una hora antes del show. Si Maiden, no a estos». Y miraba, todo el
bien el Monumental le resultaba un lugar tiempo. Miraba ese alrededor que le ha-
familiar, esta vez fue diferente. El verde bía sido ajeno hasta entonces. «Abajo hay
de la cancha estaba completamente cu- gente sin remera». «¿A los cuántos años
bierto por miles de personas que, desde el voy a poder ir ahí al pasto?». Terminó la
palco, se veían como una gran alfombra banda telonera. Silencio. Luces prendidas.
de cabezas. «¿A toda esta gente le gusta Espera. Hasta que al fin la cancha se apagó
Maiden?». por completo, me agarró fuerte la mano, y
Miraba, sacaba fotos con su teléfono y el escenario se encendió para que el show
estaba feliz. Al tiempo de habernos senta- empezara. Asombro y fascinación salían

40 | Tengo un amigo astronauta pero nunca me trajo nada de otro mundo.


DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA

Dormía profundamente cuando el show


volvió a empezar.
Se me partía el corazón, pero lo desper-
té, y escuchó —entre sueños— Two minu-
tes to midnight. La aplanadora de Maiden
no impidió que se volviera a dormir. Ven-
Abrazos, upa cido, y a la vez, luchando por mantener los
ojos abiertos. Por primera vez en mi vida
y mil maneras de en un recital estaba más pendiente de mi
intentar que esa compañía que de la banda. Sonaba The
Trooper y lo desperté de nuevo: «Bruce, la
noche no dejara bandera», le dije. Lo había visto cientos de
de ser especial. veces en YouTube, no podía perdérselo en
vivo. Y así fue todo. Cuando los ojos de
Eddie parecían comerse a la banda, mien-
tras sonaba The number of the beast, él ya
casi miraba sin entender, peleando contra
sí mismo y su cansancio. Desistí. Lo senté
encima mío y lo abracé. Era otra manera de
por sus ojos. Es difícil que pueda describir vivir un recital, fue mi manera esa noche.
mi sentimiento de madre y de público (mi Y no me arrepiento. Apareció el segundo
primera vez en ese binomio). Estábamos Eddie y ya sin éxito en lograr su atención,
juntos viendo a una de las bandas de rock entendí que era hora de irse. Sabía que su
más grandes de la historia. Un problema canción favorita no iban a tocarla y que
con las vallas del campo interrumpieron pretender que se despertara era una utopía.
el primer tema y las luces se volvieron a Lo alcé, subí las escaleras hasta la salida,
prender. Bruce Dickinson, con un carisma con la música ensordecedora de un show
único, empezó a pedir paciencia: «Five excelente. Lo acosté en el auto y manejé
minutes, two steps back, please». Hasta feliz escuchando The final frontier —su
hizo un solo de batería. canción favorita—, por Figueroa Alcorta
«¿Qué es esto? ¿Cinco minutos sin mú- sin gente, por los alrededores de un estadio
sica?». La impaciencia de sus siete años lleno gracias a una de las mejores bandas
se agudizaba por el cansancio de un día de rock de la historia.
largo y de una noche llena de emociones.
Se puso a llorar. «Esto no es un recital»,
se enojó. Yo quería llorar con él. Esa par-
te no estaba prevista. ¡Qué impotencia!
Abrazos, upa y mil maneras de intentar
que esa noche no dejara de ser especial.

Ximena Álvarez
Abogada. También escribe, lee,
Ciudad de Buenos Aires,
pinta y mira fútbol.
Argentina | 1977

No soy de generalizar, como hace todo el mundo. |41


sobremesa De la niñez y los albores de la vida

VERGÜENZAS
DE LOS
PRIMEROS AÑOS

CHIRI: Cuando íbamos a primer grado, Nicolás Ra- C: Y en la Edad Media directamente me prendían fue-
mognini y yo estábamos aburridos en el recreo y se nos go... ¿Vos te acordás cosas de cuando eras chico?
ocurrió entrar al baño de nenas de la Escuela Normal. H: ¡Miles de cosas me acuerdo! Las conté todas en
HERNÁN: ¿Vas a contar, así de entrada, algo de pe- unos de los libros que saqué este año: Los consejos
derastas? de mi abuelo facho.
C: ¡No! Era una aventura inocente, queríamos ver cómo C: Contame una.
era por dentro, qué había de distinto en ese baño. H: ¿Cómo «contame una»? Te mandé un ejemplar fir-
H: Mirá que están cancelando gente en Twitter por co- mado y dedicado a tu casa, hijo de una gran siete.
sas que ocurrieron en el pasado. ¿No lo leíste?
C: ¡Teníamos seis años, boludo! Y no tiene nada que C: El libro me llegó, muy linda la tapa... Pero no tengo
ver con algo feo. En todo caso fuimos precursores, tiempo para leerte.
porque los baños mixtos ahora existen en muchas H: ¿Desde cuándo?
partes del mundo, ya es algo natural.
C: Desde el regreso de la democracia.
H: Yo te aviso, nomás. Podés continuar.
H: Sos gracioso, pero no me voy a reír.
C: Entramos sigilosos, en puntas de pie, como hacía
la Pantera Rosa cuando no quería ser descubierta. To- C: Dale, contame un recuerdo que no esté en ese libro.
davía recuerdo la adrenalina de ese momento, la sen- H: Te voy a contar algo que nunca jamás te conté.
sación novedosa en el cuerpo, el miedo...
C: Me encanta.
H: ¿Y qué pasó?
H: Yo tenía once años, nosotros ya éramos muy ami-
C: Absolutamente nada. Salvo la ausencia de mingi- gos. Una tarde mi vieja me llevó a una modista a que
torios, todo era exactamente igual al baño de nenes. me ensanchara un pantalón. En un momento yo es-
Cuando nos dimos vuelta y giramos para irnos, de- taba en calzoncillos en el living de la señora, ellas se
cepcionados, nos esperaba la sombra gigante de la distrajeron para buscar alfileres y me robé el billete
celadora recortada en el marco de la puerta. de mil pesos con el que mi vieja le había pagado a la
H: El ogro de los cuentos. modista, y había quedado arriba de un televisor.

C: ¡Peor! ¿Sabés qué hizo esa señora? Nos agarró de C: No podés contar eso con normalidad. Hay muchas
las orejas y nos llevó al salón con la maestra. capas graciosas en esa anécdota.

H: Yo hubiera hecho lo mismo. H: No terminaba ahí la historia, pero vos no te estás


riendo por el robo, ¿no?
C: Cuando sonó el timbre del recreo y entraron nues-
tros compañeritos, la maestra nos paró a Nicolás y a C: No.
mí en el frente del salón, nos señaló y le dijo a toda la H: ¿Te estás riendo porque me ensanchaban los pan-
clase: «Chicos, les presento a Christina y a Nicolasa». talones?
Y todos, absolutamente todos, largaron una carcaja-
C: ¡Ay, me muero! ¿Y no terminaba ahí?
da que duró, creo, hasta cuarto año de la secundaria.
Por suerte no tengo secuelas de esa experiencia es- H: No, recién empezaba.
pantosa. C: Seguí.
H: Tuviste suerte. Si hubieras hecho esa travesura en H: Ahora no puedo, me dio vergüenza.
los años cincuenta, te cagaban a palos con una vara,
o te hacían arrodillar en granos de maíz.

42 | La vida no es dura. Somos nosotros los blanditos.


Anécdotas mejoradas

LA DEL
HIPOCONDRÍACO
Por Agustín Ratto

T ranscurría 2001. Hacía un año que la


banda de los Doscientos de Mortadela
habíamos terminado el secundario en San
Un día, el Pifa —uno de los miembros
de los Mortadela— se sintió mal, así que
fue a la guardia del Hospital Italiano. Ahí
Antonio de Areco y nos habíamos venido descubrió que, como tenía obra social,
a vivir a Capital Federal, con el objetivo atenderse no tenía ningún costo. A partir
de comenzar los estudios universitarios y de ese hallazgo, cualquier resaca o indicio
encontrar nuestro primer empleo. En aque- de fiebre se volvió una excusa para que
lla época, los Mortadela no teníamos un nuestro amigo fuese al hospital a recibir un
peso. Solo comíamos arroz y juntábamos diagnóstico. Muy pronto la costumbre se
las monedas para la cerveza. No podía- tornó hábito, y el Pifa se convirtió en un
mos ir al cine ni al teatro, y nos resulta- hipocondríaco profesional. En una misma
ba imposible pagar una cancha de fútbol semana llegó a ir a la guardia lunes, mar-
5. Nuestra única forma de esparcimiento tes y miércoles, aduciendo estar «volando
consistía en juntarnos a jugar al truco, la de fiebre», aunque después los resultados
escoba de quince, el pinche, la conga o el siempre arrojaban lo contrario.
ajedrez. Eso, o tomar mate. Toda actividad Cada vez que recordamos esta his-
debía ser gratuita, pero eso no nos impedía toria, los Doscientos de Mortadela no lo-
divertirnos. gramos comprender cómo el personal de

44 | Dejar plantado a un amigo es cultivar la amistad.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

seguridad jamás nos expulsó del hospi-


tal. El hipocondríaco siempre iba acom-
pañado por otros dos Mortadelas que, al
principio, nos dejábamos ver serios y pre-
ocupados. Después, cuando lo veíamos
salir de la guardia con una sonrisa que le
ocupaba toda la cara, largábamos la car-
El problema era
cajada. Con los brazos extendidos y las que, con los días,
piernas flexionadas, el Pifa siempre nos
mostraba las palmas de las manos y gri-
la rutina se había
taba, emocionado, que la doctora le había convertido en un
dicho que no tenía nada.
El problema fue que la rutina se con-
círculo vicioso,
virtió en círculo vicioso, provocado por provocado por
alguien que confundía aburrimiento con
fiebre, alimentado por sus amigos que se alguien que
divertían al acompañarlo al hospital. Aun confundía
así, la cosa parecía no tener fin. Hasta que,
un día, la doctora a la que el Pifa molestó aburrimiento con
con asistencia perfecta durante todo el ini- fiebre, alimentado
cio de la semana, se cansó:
—Si seguís mal, volvé mañana —le dijo. por sus amigos,
Y al día siguiente volvimos, a instan- que nos divertíamos
cias del protagonista de esta historia, que
insistía con que tenía fiebre. La doctora acompañándolo
abrió la puerta del consultorio, sonrió al al hospital.
ver a los Mortadelas e hizo pasar al pacien-
te. Una vez dentro del consultorio, sin de-
jar de sonreír, le indicó que se coloque en
cuatro patas. Ahí fue cuando, en posición
de perrito mirando la luna, le tomó la tem-
peratura rectal. Ese día las carcajadas no fueron solo
Cuando salió, lejos de disimular la si- de los Mortadelas, sino del hospital entero.
tuación traumática que había vivido, el Y a partir de aquel entonces, el Pifa nunca
Pifa empezó a gritar que lo habían violado. más volvió a la guardia por una fiebre.
—¡Hijos de puta! —gritaba el Pifa,
mientras todas las miradas en la guardia
del Hospital Italiano se posaban sobre él—.
¡Me metieron un termómetro en el culo!

Agustín Ratto
Papá de Felipe. Concubino de Ma-
San A. de Areco, Buenos
riana. Profesor de educación física.
Aires, Argentina | 1982

Qué celosos están los perros desde que el mejor amigo del hombre es internet. |45
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CITA DOBLE
CON ANCIANOS
Por Daniela Goldes

M i amiga Soledad tenía un extraño gusto


por salir con gente mucho mayor que
ella, pero de una manera casi inexplicable.
costaban procesar. Ella desaparecía para
luego aparecer con un alud de historias
de revolcones que no sucedían en un ge-
La Sole era una joven de veinticinco años, riátrico, sino en hoteles de medio pelo es-
con una profesión, una familia con padres parcidos por la provincia, aunque sí, con
presentes, de clase media. Y ella… bueno, protagonistas masculinos machacados por
siempre estaba dispuesta a aventurarse con la edad.
algún festejante que la doblara en edad. La Claramente la Sole no buscaba un pa-
cosa empezó de a poco, porque a los 19 dre ni un hombre que la mantenga. Padre
tuvo un novio cuarentón que la inició en tenía, trabajo también, y sus ingresos le
las artes del amor, un vivillo que bebía de permitían mantenerse de manera digna.
la fuente y una vez satisfecho se echaba a Tampoco la Sole alucinaba con una vida
volar, y con el cual mantuvo un clandestino muy diferente a la que le tocaba en suerte:
y turbulento romance durante un tiempo. ni yates, ni piscinas prístinas, ni viajes alre-
Desaparecido ese hombre de su vida, sus dedor de mundo estaban entre sus anhelos
aventuras amorosas fueron cada vez más más urgentes a ser saciados. No.
impactantes en cuanto a la diferencia de Pero la Sole le daba para adelante. Y eso
edad entre ella y sus festejantes. incluía sus historias que, si bien no eran ex-
Casi siempre ocultas hasta que no le travagantes, para mí eran bastante extrañas.
quedaba otra, las historias de la Sole y sus Lo recuerdo como si fuera hoy. Yo te-
galanes se me aparecían de repente, como nía más o menos veintiséis y todavía no
un torbellino de datos y sucesos que me me había recibido. Estaba en casa de mis

46 | Un amigo de verdad es el que es capaz de explicarte qué quisiste decir.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

padres a la hora de la siesta, tirada en la bien y perfumáte, que seguro vamos a un


cama de la habitación de ellos, haciendo lugar lindo. Chau», y cortó.
zapping. Creo que estaba un poco dormi- Siete y media bajamos del taxi al cen-
da. Era una postal del adolescente tardío. tro de la ciudad. Cruzamos la avenida, el
Patéticamente tardío. Pero no voy a hablar shopping, y fuimos a la puerta de un hotel.
de mí. En ese momento sonó el teléfono y Allí se alojaban los ilustres visitantes del sur
no lo atendí. Alguien me avisa: «Te llama provincial.
Soledad». «¿Soledad? ¿A esta hora? ¿Un Paradas como momias glamorosas, mi-
martes? ¿Qué le pasa?», pensé. rábamos al horizonte entre la gente. «Ahí
Del otro lado del teléfono, un tono viene», dijo la Sole. Lo dijo sonriente, chis-
telegráfico y enérgico empezó a hablar peante, levemente excitada. «¿Dónde?», le
sin parar: «Hola. Te llamo para avisarte pregunté yo. «Ahí, ya me vio, está viniendo
una cosa. Prestá atención. ¿Me escuchas? para acá», me dijo más relajada. «¿A dón-
Prestá atención. Bueno, hace unos meses de?», insistí yo.
conocí a alguien que vive en Río Cuarto y No me contestó más. Un señor algo pe-
estoy saliendo con él. Hoy viene a Córdo- tiso y calvo se paró delante de nosotras. Era
ba y necesito que me acompañes porque grande, muy grande, viejo, al estilo del ya
vamos a ir a cenar. Viene con un amigo. fallecido Bernardo Neustadt en sus últimos
Yo te estaría buscando tipo siete. ¿Me oís? tiempos. Ese extraño le tomó la mano a mi
Decime si vas a poder». amiga y ella le estampó un cariñoso beso.
«¿Lo qué?», alcance a decir. «Te digo si «No podés», pensaba para mis aden-
vas a venir. ¿Venís?». Me apuró, cortante. tros. «Te fuiste al carajo, querida… No po-
Trate de despabilarme y de procesar dés». Mi amiga destilaba chispas de felici-
todo lo que estaba escuchando. No me dad. Llevaba puestos uno de sus llamativos
cerraba que dijo «hace unos meses salgo pantalones y su perfume de siempre inten-
con alguien». En esa época yo la veía casi samente rociado por toda su humanidad.
una vez por semana, y nunca había dicho El hombre mayor se dirigió a mí. «Ya
nada. En realidad nunca decía nada, la viene mi amigo», me dijo, como si yo es-
muy zorra. Pero después se confesaba con perara algo. Apareció el amigo, un tipo
historias un poco borders, o sea que nada delgado, de cuarenta y cinco años aproxi-
debía sorprenderme. Pero esto era abrupto, madamente, manejando desde la cochera
de golpe, y me pedía colaboración. «Dale, un Mercedes descapotable. No estaba mal.
decime si venís», insistía. «No te lo pediría El auto era vistoso, lustrado y limpio, igual
si no fuera importante». Cierto. que las ropas de Bernie. Bernie, galán al
No podía decirle que no. En esa época fin, o por lo menos ese día, nos invitó a su-
la complicidad entre nosotras era una cues- bir al auto y nos fuimos. Creo recordar que
tión de supervivencia. Yo le debía favores, los hombres subieron adelante y mi amiga
y ese día ella me pedía algo a mí. «Claro, y yo íbamos atrás.
contá conmigo», le dije. «Perfecto», dijo Empezaba así la cita doble más bizarra
ella. «A las siete en punto te busco. Vestite que tuve hasta hoy.

Desde chiquita supo que el mun-


Daniela Goldes
do era una farsa, por eso estudió
Córdoba, Argentina | 1977
cine y se graduó.

Yo quiero tener un millón de dólares y amigos que no lo sepan. |47


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA TROPILLA EN EL
TENEDOR LIBRE
Por Diego Ariel Vega

M ediados de los noventa en Villa Crespo,


típico barrio porteño. Pululaban las
canchas de paddle, los parripollos y los
Invadíamos el lugar: los diez reclutados
de turno, algunos eternos suplentes que
nunca jugaban, un par de novias que hacían
videoclubes por doquier. Los jueves tocaba el aguante, los que venían solo a fumar o a
fulbito. Una noche post partido, cuando el tomar unas birras y algún que otro colado
hambre arreciaba y los bolsillos lloraban, del barrio que andaba por ahí. En prome-
decidimos traicionar a la tradicional pa- dio, éramos veintipico energúmenos que
rrillada y visitamos un restaurante chino conformaban una tropilla al mejor estilo
que ofrecía una modalidad gastronómica de las hordas de Atila. La mayoría éramos
que empezaba a crecer exponencialmente: de buen comer. Pero de muy buen comer.
el espeto corrido (o tenedor libre, en cri- Además, el ejercicio previo, la espera abu-
ollo), antes reservado para lugares caros y rrida y el bajón por el porro acrecentaban
exclusivos, ahora se volvía apto para todo el hambre hasta niveles insólitos.
público. Las primeras veces empezamos con ti-
Al principio, la actitud de los dueños, midez: una entradita bien liviana, un pri-
el señor y la señora Li, era servicial e in- mer plato (a lo sumo un segundo), algún
vitadora, casi seductora. Como todo buen valiente que se animaba a la comida chi-
restaurante chino que se precie, eran ellos na y un postrecito. Todo esto con una sola
mismos quienes cocinaban y atendían. Se gaseosa, por supuesto, ya que la bebida se
deslomaban para servirnos de la mejor ma- cobraba aparte.
nera. Sonrisa va, sonrisa viene, el asunto La regla de la casa era clara: se paga
transcurría sin problemas. y se come lo que se quiere. Pero nosotros

48 | Es hora de que formalicemos nuestra amistad: tengamos una anécdota.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

reinterpretamos el lo que se quiere como lo enviaron a un infiltrado a la canchita, pero


que se puede. Ahí las cosas se empezaron el pobre chino fue descubierto y, después
a desmadrar. de una amistosa amenaza multitudinaria,
De a poquito, los platos empezaron a re- abandonó pronto el trabajo de espía.
balsar y se formaron surcos en el piso de A estas alturas, ante nuestra llegada in-
tantas idas y vueltas para recolectar canti- tempestiva, los Li empezaron a entrar en
dades ingentes de comida en combinacio- pánico y a elucubrar estrategias disuasi-
nes que horrorizarían a cualquier nutricio- vas. El señor Li salía de la cocina con el
nista diplomado: milanesas con tallarines delantal sucio y enfundando una cuchilla
y calamares, pizza con verduras al vapor gigante, cual hacha vikinga, con restos de
y achuras, sopas con agregados insólitos, sangre seca, y nos echaba miradas de fue-
chop suey y goulash, tartas con ravioles, go, mezcla de odio y desprecio. Después
empanadas con estofados y cataratas de pa- empezaron a traer al resto de la parente-
pas fritas sobre colchones verdes. Cualquier la para imponer presencia oriental: hijos,
combinación posible era válida. Y, para no hijas, tíos, abuelos y hasta algún primo.
gastar, la sed se saciaba con retiradas visi- También apareció un sugestivo cartel que
tas al baño para un refill de agua. El rema- decía: «Cerrado por desinfesión». Bus-
te final era la presencia infaltable de algún caban amedrentarnos, y un día hasta lle-
integrante o invitado especial que cumplía garon al extremo de llamar a la policía
años y que, por ser su día, no pagaba. Años para invitarnos amablemente a abandonar
después alguno casi se pierde un viaje a el local por no respetar el horario de cierre.
Europa por haber alterado la fecha de naci- Pero nosotros no aflojábamos y seguíamos
miento en su propio documento para comer copando la parada. Lo más curioso del
de arriba. caso es que toda esta batalla entre dueños y
Con el correr del tiempo, los Li empe- clientes se desarrollaba exclusivamente en
zaron a cambiar sonrisas por ceños frun- forma gestual: los Li hacían gala de su pa-
cidos. Cerraban los ojos para no mirar o ciencia asiática y soportaron estoicos nues-
los abrían con terror ante nuestro inminente tras invasiones bárbaras sin decirnos nunca
ingreso. Nos veían como a termitas tragonas, ni una sola palabra.
trogloditas glotones, zombis angurrientos Hasta que un día, la señora Li, que se
que ingerían alimentos a diestra y siniestra venía mordiendo los labios, no se aguantó
en una orgía gastronómica que haría son- más. Observando fijamente la recolección
rojar al mismísimo Baco (o Dionisio, según del plato de Manu (una Torre de Babel de
la mitología de preferencia). postres que incluía flan, ensalada de frutas,
El primer indicio de hartazgo fue helado, panqueque, un par de tortas y vaya
cuando un par de jueves nos encontramos a saber qué otras delicias ocultas), lo siguió
con el restaurante cerrado. Pero estábamos hasta la mesa y, delante de todos los clien-
tan entusiasmados por la relación costo/ tes, le suplicó con su voz aguda y en su más
beneficios que empezamos a alternar los puro castellano orientalizado: «¡Pol favol!
días para caer al azar. Entonces los Li ¡Tampoco montaña!».

Diego Ariel Vega Licenciado en Sistemas de Informa-


Ciudad de Buenos Aires, ción de las Organizaciones y biblio-
Argentina |1975 tecario.

¿Si soy mitómano? No sé, si te digo te miento. |49


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ALUMNO NUEVO
Por Diego Carlos Tosco

E ra el primer día de clases de mi cuarto


grado en la Escuela Modesto Acuña,
cuando el Turco Rassi llegó para salvarme
en «Rassi, Javier Oscar». Se llevó los len-
tes hasta la punta de la nariz y, mirándolo,
le preguntó:
la vida. Quizás sea un poco exagerado; —¿Vos sos hijo del Turco Rassi, el que
no es que me rescató de la muerte, sino se tiró con el paraguas de la torre de la
que simplemente no puedo imaginar qué iglesia?
hubiera sido de los siguientes años si este Luego de eso llegaron las carcajadas,
tipo no hubiera puteado a la directora de la los golpes de borrador en el pizarrón y el
402 y, a raíz de eso, lo hayan «invitado» a primer grito: «¡Silencio!».
cambiar de institución educativa. No sé por qué fui elegido para acom-
Lo descubrí en la formación de ingre- pañar a Javier Rassi a una «rápida visita
so. Era imposible no prestarle atención, guiada por la escuela». Salimos del aula:
no solo porque un alumno nuevo en la fila «Este es el salón, este es el patio de prime-
nunca pasa desapercibido, sino porque ro, segundo y tercero. Nosotros tenemos
usaba unos lentes con tanto aumento que este otro patio. Acá los baños y ese es el
realmente eran unos culo de sifón. patio de los últimos años». El Turco, que
En el aula, la señorita tomó asistencia hasta ahora no había pronunciado una pa-
tan rutinariamente como los años anterio- labra, se detuvo en seco y entró a ese sector
res. Hasta que llegó a la letra R y se detuvo vedado que solo estaba permitido para los

50 | Si no entendí la juventud cuando la tuve, ¿cómo la voy a entender ahora?


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

más grandes. Ahí se quedó con la mirada fija en


los tapiales. Mejor dicho, en el tapial. Más preci-
samente, en el boquete del tapial. Se dio vuelta,
regresó mirando al suelo y, como pensando en
voz alta, me dijo:
—Por acá nos podemos escapar fácilmente.
Después de ese breve pero enorme discurso li-
bertario, me miró como diciendo: «Ya está, ¿qué
más hay para ver después de esto?». —Conmigo no
Volvimos al aula, pero cuando sonó el timbre
nadie estaba desesperado por salir al recreo. La se jode, yo soy
mayoría de los pibes del grado se quedaron del karateka —nos dijo,
lado de afuera del aula, esperando a que saliera
el nuevo. Yo estaba primero en la fila. No im- y automáticamente
portaba cómo íbamos a poner los arcos para el tiró una especie de
picado de cinco minutos, ni reafirmar que Sofía,
que iba dos años antes, era la más linda del mun- patada voladora
do. Todo eso quedaba para más adelante. Ahora chaplinesca con
todos queríamos ser amigos del Turco. Quizás
él trataba de juntar coraje para enfrentarnos. la que nos desarmó
Yo creo que manejó sabiamente los tiempos del
suspenso. La cuestión es que apareció, se paró
de la risa.
en el umbral de la puerta y nos miró con gesto
desafiante. Se abrió el delantal y levantó su re-
mera, dejando ver una cicatriz que iba del centro
del pecho hasta el cinturón.
—Conmigo no se jode, yo soy karateka —nos
dijo, y automáticamente tiró una especie de pata-
da voladora chaplinesca con la que nos desarmó
de la risa. vidar lo que dijo ese día: «¿Así ven los se-
Con el tiempo, gracias al Turco llegaron las res humanos?». Hoy, treinta años después
escapadas escolares, el rock, los recitales, los de ese primer día de clases, el Turco sigue
viajes a dedo, las vacaciones en carpa y todo lo siendo el amigo marciano más importante
que vale la pena de la vida. Sus cicatrices incre- de mi vida.
mentaron en gran número y la pérdida de su vi-
sión también. Recién a fines del secundario pudo
juntar, moneda por moneda, la plata para com-
prarse los lentes de contacto. Nunca me voy a ol-

Diego Carlos Tosco Estudió algo de periodismo, de cine y


Río Tercero, Córdoba, televisión. Trabaja en medios de co-
Argentina | 1970 municación. Vive en Marcos Juárez.

¡Qué grande está tu ego! Hacía un montón que no lo veía. |51


Anécdotas mejoradas

LA DEL
MUTANTE
Por Enrique Escudero Minaya

«P rimero buenos amigos y después a


darle al balón», dice la letra de la can-
ción más hermosa que he escuchado acerca
azul y blanco hasta que caiga ese sol serra-
no hermoso.
En ese tiempo mi querido Alianza tenía
de mi Alianza Lima, durante los noventa, una sequía de títulos, no campeonó sino
en el barrio de San Antonio en Huancayo, dieciocho años después de esa época en la
donde he pasado mi infancia. que el Mutante y yo defendíamos a muerte
Mi primer amigo fue el Mutante. No nuestro hinchaje a pesar de que los demás
me refiero al primer amigo que estudiaba niños del barrio celebraban los títulos de
en el colegio al que me mandaron mis pa- sus equipos y nos jodían. Hasta que lle-
dres, ni a mi primo, ni al hijo del amigo de gó un 20 de mayo de 1995. Recuerdo con
tu papá, mi primer amigo no impuesto por mucha alegría ese clásico que se ganó por
mi familia o el contexto. No. El Mutante goleada un seis a tres delicioso en Matu-
fue mi primer amigo elegido. Nos hicimos te, visto desde una televisión en el barrio
muy amigos porque ambos salíamos a ju- de San Antonio junto al Mutante, mi her-
gar con la camiseta del Alianza Lima, ese mana, mis primos, mis padres y mis tíos.
vínculo tan cercano de hinchaje pelotero Gozamos y celebramos aquel día la hu-
nos unió mucho más a nuestra corta edad, millación al rival del frente y de siempre
desde aquel momento no nos separariamos hasta que se hizo de noche y mis tíos y
y el mutante tocaría la puerta de mi casa mis padres se fueron a una fiesta patronal
todas las tardes, mi mamá saldría a reci- de esas que hay en la sierra donde la chela
birlo, no le entendería nada pues hablaba sobra y la juerga nunca acaba, y nos habían
muy rapidito como todo limeño, yo saldría dejado solos en casa a los niños. La está-
con una pelota y jugaríamos vestidos de bamos pasando bacán, armamos un tonadi-

52 | Es difícil que lo entiendas, pero no te subestimo para nada.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

te imitábamos el golazo del churre 


Hinostroza, celebrábamos como lo había
hecho en el clásico. Mis amigos que eran
hinchas de Universitario se enojaban mu-
chísimo y terminábamos peléandonos, re-
gresando a casa con la boca sucia de tan-
El casete giraba tos insultos, cagándonos de risa, felices,
y giraba, al ritmo ganadores. Soñábamos con conocer a Jayo 
Legario, jugar como el Churre Hinostroza,
del cajón, al meter goles de tiro libre como el brasilero 
compás de sus Marquinho, queríamos ser tan goleadores
como Waldir Sáenz, ser tan inmensos
melodías, como el gran Pancho Pizarro, soñábamos
con la alegría que con algún día verlos, o tener algo de ellos
como premio.
solo los niños Quizás el Mutante ahora sea un
de corazones delincuente muy buscado, quizás sea un
gran empresario exitoso,  quizás todos los
aliancistas pueden domingos con otro apodo esté dejando la
entender. garganta en Comando Sur, no lo sé, quizás
tampoco recuerde mi nombre y solo sepa
que soy el ñoño, pero siempre que juega el
Alianza aparece en mi memoria y sonrío.
Este año podremos ser campeones después
de once años y quizás en esa celebración
llero por la blanquiazul, bailando ritmos de me lo encuentre por esas cosas de la vida.
un casete bendito, estábamos en una salita Quizás ya nunca mas lo vuelva a ver, pero
que quemaba, y quemaba porque todos pa- de lo que sí estoy muy seguro es de que el
recíamos carbones, nos habíamos pintado Mutante es ese amigo de la infancia que
la cara con betún, queríamos ser negritos, la vida  y el Alianza Lima  te manda para
ser íntimos de la victoria, parecernos y que uno de niño sea feliz y que luego te
ser como nuestros ídolos, ser como ellos: lo quita, para que lo recuerdes siempre.
morenos de corazón. El casete giraba y gi-
raba, al ritmo del cajón, al compás de sus
melodías, con la alegría que solo los niños
de corazones aliancistas pueden entender.
La fiesta  y ese sentimiento tan puro 
nunca acabaría hasta el día de hoy. Des-
pués de ese clásico, las pichangas en el
barrio no serían iguales. Con el Mutan-

Enrique Constructor, fan de fútbol y gran


Escudero Minaya viajero. Fue un niño muy gordo
Huancayo, Perú | 1987 que ahora es muy flaco.

El árbol genealógico es nuestra lista de ingredientes. |53


Anécdotas mejoradas

LA DEL
PORRO EN EL SHAMPOO
Por Francisco Sanguineti

S i íbamos a viajar con el auto de mi viejo,


nada de porro. Si nos agarraban, lo iban
a meter preso a él y yo no quería. Eso llevó
ba a los perros teníamos que poner las flo-
res envueltas con ropa y naftalina. Me pa-
reció que para estar más seguros teníamos
a una discusión con Fran que, de no ser por que combinar las dos. Así que armamos
la intervención de Fede, casi frustraba el una ziploc con naftalina y otra con porro y
viaje al Sur. Me hicieron ver que había una las metimos en el shampoo. Dejamos todo
razón por la cual valía la pena arriesgar como para no desarmarlo hasta llegar y
la libertad de mi papá: las minitas. Fran salimos.
había conseguido unas flores que eran una A la altura de La Pampa Fede empezó
bomba y según él funcionaban como una a frenar porque vio a alguien que pedía
especie de atrayente hippie. ayuda, hicimos unos metros y vimos el
La única condición que puse fue que se auto volcado, paramos a ayudar a sacar la
encargaran de buscar un método para enga- gente que había quedado atrapada y llena
ñar a los perros de la policía, algo que sea de sangre. Cuando llegó la ambulancia
efectivo: si no me convencía no había auto. volvimos a la ruta. Al rato, Fede frenó en
Fran propuso meter las flores en una ziploc la banquina y nos dimos cuenta de que
y la bolsa dentro de un pote de shampoo. estaba blanco y no podía hablar. Pasé a
Fede dijo que como la naftalina ahuyenta- manejar yo y seguimos hasta hacer noche

54 | Qué bueno sería tener el futuro asegurado, aunque sea contra terceros.
DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

en Neuquén. Éramos los únicos en el


camping y Fede seguía sin hablar, se
comunicaba a través de un cuaderno. Fran
dijo que lo mejor era fumarse un porro,
así que tuvimos que desarmar. A las dos
secas Fede ya hablaba hasta por los codos
y nos reíamos de todo, una hora después Cuando nos
estábamos completamente dormidos.
despertamos ya
Cuando nos despertamos ya era medio-
día y el shampoo se había desparramado era mediodía y el
todo dentro de la carpa. Limpiamos lo más
shampoo se había
rápido que pudimos y metimos las flores
y la naftalina en el tarro de shampoo va- desparramado todo
cío. A la tardecita llegamos al camping del
lago Huechulafquen y quisimos probar el
dentro de la carpa.
poder de nuestro afrodisíaco. Mientras ar-
mábamos la carpa prendimos uno, tenía
un poco de olor a naftalina pero deter-
minamos que no afectaba ninguna de sus
cualidades. Les ofrecimos a unas chicas
de Misiones que estaban cerca de nuestra decidimos que no podíamos volver a pren-
carpa, pero no quisieron aunque les diji- der esas flores, pero nos parecía un crimen
mos que eran flores. tirarlas con lo que habían costado y con lo
En la segunda noche cambiamos la tác- que pegaban. Entonces a Fede se le ocurrió
tica y fuimos a un fogón grupal. Mientras ir poniéndolo en la comida y preparó un
todos estaban fumando paraguayo, espe- arroz con salsa que fuimos a comer a la pla-
ramos el momento exacto para decir «tene- ya del camping. No hubo caso, le sentíamos
mos flores si quieren», y todos aplaudieron. el gusto a naftalina a todo, así que hicimos
Fran sacó uno, lo prendió y lo pasó. A mi la olla a un lado y le dimos al picadillo con
me pareció sentir el olor en el humo, pero galletitas hasta que una lluvia repentina nos
pensé que era cosa mía. Todos le daban una hizo salir corriendo a la carpa.
seca corta y lo pasaban, hasta que un pibe Al día siguiente nos despertaron las ri-
dijo lo que era evidente: «Che loco, esto sas, había unas cincuenta personas mi-
tiene olor a naftalina». Enseguida empeza- rando a un par de ovejas que se chocaban
ron a decirnos fumanaftalina y nos conver- entre sí y se caían al suelo solas. En la
timos en el blanco de todas las bromas. carpa de al lado las chicas de Misiones
Al día siguiente la historia se había ex- nos aplaudían.
tendido y en el camping todos nos saluda-
ban al grito de fumanaftalina. A la noche

Licenciado en Comunicación So-


Francisco Sanguineti
cial y emprendedor cultural. Trabaja
Alejo Ledesma, Córdoba,
como guionista y tiene dos libros
Argentina | 1981
publicados.

La vida me dijo: «No va a pasar nada que vos quieras». |55


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA NOCHE EN EL
«RECORDANDO»
Por Franco Santoro

D e repente tuve la sensación de que éra-


mos varios más en mi casa. Lo loco
era llamar «mi casa» a ese añorable y elás-
calefón a una canaleta improvisada con
media botella de gaseosa genérica que
desembocaba en la pileta mientras Garri
tico departamento de estudiantes cercano se bañaba, llegó un mensaje de Él: Carlos
al bosque platense. Fabio Rodríguez (El Negro para unos, Fa-
Gonza y Garri, los residentes origina- fafabio para otros), ser humano tan noble
les. El misterioso Gus; Pato con sus deli- como atropellado para hablar, venía en
cias gastronómicas. El Tren, con su dor- viaje junto con el Turco desde los noven-
mitorio mínimo. Martín, recién bajado del ta kilómetros que separan la capital pro-
caballo. Tato y Nacho, siempre listos. Wi- vincial de la pequeña ciudad de Verónica.
lly, único motorizado en su Mehari azul. El «Voy para conocer Recordando». Cuatro
cuarteto de Javi, Topo, Tito y Leo, aún con simples palabras que, ubicadas en tiempo
Bariloche en la piel y el Pelado, leguleyo y forma, fueron el mejor estímulo para
aporteñado. organizar el evento. En cinco minutos via-
Una noche de viernes de diciembre, jaron por los aires otros mensajes y otras
calor húmedo, poca onda, el sonido del siete almas resultaron estar disponibles
agua, ya no goteando, sino cayendo del y dispuestas. El plan sonaba tan tentador

56 | Ahí están tus propias conclusiones. Te las podés llevar.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

como perfecto, salvo por un detalle: la fal- uno a uno prácticamente en silencio. Al
ta de efectivo reinante. llegar, el panorama no era menos deso-
Luego de la cena, saturada en harinas, lador, botellas pegadas a la mesada vaya
el grupo emprendió la marcha hacia el uno a saber adheridas con qué, la mar-
local bailable, un bastión de cuarentones ca de la suela de una zapatilla topper en
con alma de jóvenes y de veinteañeros la pared del ventanal y algunas moscas
con espíritu vejete, un lugar donde por al- completaban la escena. «Limpiemos un
gún raro motivo te permitían entrar con poco y esperemos a que se hagan las ocho,
una bomba molotov en llamas pero te lo que llega Fito (el fletero que algunos
impedían si llevabas puestas zapatillas sábados traía provisiones enviadas por
con cordones. Ese fue el primer e inespe- alguna madre dadivosa)».
rado escollo a vencer. Las ropas, que ya estaban pegadas al
«Las alpargatas no tienen cordones», cuerpo por la acción de la temperatura es-
esgrimió con dudosa parsimonia el único tival, fueron desapareciendo hasta quedar
integrante de los doce que no cumplía con la mayoría en calzoncillos, mientras algu-
el requisito, mientras el grupo urdía un nos conocían las virtudes de una extraña
plan repentino: entraría la mitad e inter- sustancia que el mundo suele llamar la-
cambiarían calzado dos integrantes por el vandina. Ocho menos cinco suena el tim-
ventiluz del baño que daba a la estación bre. «Voy yo», dijo Martín, casi dormido.
de servicio abandonada. Pero faltaba el «Che, ¿este salió en calzones a atender?».
tema de la plata. Nos miramos.
Después de cuarenta minutos de nego- Vivir en planta baja tiene la ventaja de
ciar intermitentemente con taquillera y pa- poder otear la puerta del edificio desde la
tovica, de jurar y perjurar que todo lo que propia y ahí estábamos, los tres disfrutan-
deciamos era la más pura y absoluta ver- do del espectáculo nudista. No era Fito, era
dad, y cuando parecía estar todo encamina- una señora con un changuito de manda-
do a la sola aparición del dueño y su okey dos, que dijo: «Querido, ¿no tendría algo
para el dos por uno, apareció en escena Él. de ropa para dar?». «No señora», contestó
«¿Ese es el dueño?», preguntó Fabio señalando su torso desnudo, «No tengo ni
en referencia a un hombre trajeado, de an- pa’ mi».
teojos oscuros y aspecto de manager de
boxeador. «No, ese es testaferro» respon-
dió el de seguridad, que ya estaba entrando
en confianza. La respuesta del negro fue
tan súbita como imprevisible, tan catastró-
fica como lapidaria: «Ah, ¿de los Testafe-
rro de Chascomús? Yo los conozco, dejá-
me pasar que lo saludo».
La vuelta a casa fue dura, las trece
cuadras de regreso nos vieron a despedir

Ingeniero industrial, bartender, DJ y


Franco Santoro
actor. Papá de Juan Agustín. Hincha
Verónica, Argentina | 1978
de River.

Los borrachos, los niños y las caderas siempre dicen la verdad. |57
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA INICIACIÓN
EN EL HOTEL
Por Jhordan Ponce de León

S on las dos de la madrugada. Es el pri-


mer viaje, del primer año en la univer-
sidad. Volvemos al hotel y cada uno va a
chicas y están preguntando si se apuntan
con treinta soles por quince minutos. Ni
bien terminan esa frase su alma vuelve al
su habitación. Algunos borrachos por el cuerpo, abre los ojos y asiente. La adrena-
alcohol y otros por el mal de altura. Suena lina se apodera de su él, sin esfuerzo llegó
el teléfono, Luis contesta. Habla durante su primera vez. Antes de salir, Luis le dice
unos segundos y cuelga, a lo lejos Jaime que él lo llamará cuando le toque, que no
escucha una conversación entre sus com- se vaya a quedar dormido. Suena el telé-
pañeros de cuarto pero no logra entender fono nuevamente, Jaime contesta, cuelga,
de qué hablan, la cabeza le da vueltas. cuenta su dinero y sale del cuarto. Está en
Está tirado sobre la cama boca abajo, la medio de la madrugada serrana, el hotel es
ropa aún puesta, ojos cerrados, un hilo de íntegramente de madera, debe ser por eso
baba se escapa de su boca y va a reposar que cada escalón que sube retumba en toda
tranquilamente sobre su almohada. Casi se la ciudad, o eso cree él. Cuando está por
desconecta del mundo cuando nuevamen- llegar a la puerta de la habitación encuen-
te suena el teléfono. Pasan unos segundos tra a Juan fumando en el pasillo, recostado
y siente que lo tratan de despertar. Luis y en la baranda del balcón mientras mira al
Beto le dicen que los de arriba han traído patio, parece no escucharlo acercarse pero

58 | Si querés que el mundo cambie, tanto no lo querés.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

cuando Jaime está a un par de metros le


estira la mano, pregunta por la plata y si
se encuentra bien porque camina como un
zombi. Jaime solo paga y entra al cuarto.
No ve nada pero a los segundos su vista se
acostumbra a la oscuridad y logra distin-
guir la sombra de una chica en una de las
camas. El cuarto es grande, tiene un mez- Se acerca a la chica,
zanine, siente cómo su corazón trabaja más
rápido porque se acerca el momento, por poco a poco, con
fin tendrá sexo. Se acerca a la chica, poco dificultad, se va
a poco, con dificultad, se va sacando la
ropa hasta quedarse sentado al borde de la sacando la ropa hasta
cama en calzoncillos. Al instante la chica quedarse sentado
lo abraza por la espalda, lo tapa con las sá-
banas, le agarra la mano y lo invita a pasar al borde de la cama
a su hogar. Jaime entra, toma por la cintura en calzoncillos.
a su primera vez y escucha un «¿estás lis-
to mi amor?», con una voz de ultratumba
que hace que la suelte al instante; todo esto
sucede al mismo tiempo que las luces del
cuarto se prenden y se escuchan carcaja-
das, gritos. Del mezzanine del cuarto sus
amigos cuelgan cual monos avisando de la
presencia de un depredador, sale más gente un cigarro, sale de la habitación y vuelve
del baño, de debajo de las camas, Juan en- a recostarse en la baranda del balcón. Es-
tra con un par de six-pack de cerveza, y Jai- cucha pasos subiendo, lo tiene en frente, es
me recibe un beso de parte de la chica que Beto, recibe sus treinta soles, lo ve pasar
en realidad soy yo, uno más del grupo. En al cuarto, una vez cerrada la puerta va por
su borrachera Jaime empieza a cambiarse más cerveza a recepción mientras se le es-
mentando la madre a todos pero en segun- capa una sonrisa.
dos se une a las risas que no paran. Todo
había sido una farsa, las latas de cerveza
chocan y se vacían en segundos. Suena el
teléfono, es Beto, pregunta si Jaime termi-
nó porque quiere subir, Juan le indica que
lo haga pero en cinco minutos. Se apagan
las luces, todos se esconden, Juan prende

Administrador de empresas, en
Jhordan Ponce de León
proceso de encontrar su vocación.
Cajamarca, Perú | 1985
Papá de Sebastián y de Valeria.

Conocer gente por internet es como leer el libro antes de la película. |59
Anécdotas mejoradas

LA DEL
BULLYING FEROZ
Por José Luis Sánchez Aguilar

A quella semana el murmullo en los pa-


sillos había dado origen a un temible
rumor con aroma a venganza. Eran los úl-
raleza del más grande sobre el más chico.
La víctima indefensa solo podía resistir-
se unos segundos antes que se viera su-
timos meses de la secundaria y los lími- perada en cantidad y en fuerza. No tenía
tes entre una joda y una catástrofe eran escapatoria. Estaba rodeada. «Chulón,
difusos. Estábamos excitados. Habíamos chulón, chulón», se escuchaba mientras
dibujado penes una y otra vez, en los pasi- procedían. La inmovilizaban de los pies,
llos, en los baños, en todo objeto palpable de las manos y del cuello, como disección
propio o ajeno. Pero todo cambiaría: esta de rana, y allí, frente a todo espectador, la
vez el objeto sería el cuerpo. desnudaban hasta sacarle la última prenda
El rito era tan sencillo como rápido. y exponer toda su intimidad entre risas,
Elegían al azar en los pasillos, en las au- burlas, carcajadas y pena.
las, entre clases, a un compañero y corea- El rito se convirtió en religión casi
ban un cántico suave mientras rodeaban como nuestra mitología maya. Sumó adep-
a la víctima. El susurro era dulce, pero tos y detractores, víctimas y victimarios.
anunciaba algo feroz. «Chulón, chulón, Aquello cambió el ambiente de colegio a
chulón», cantaban una y otra vez. La un clima de extrema violencia. Imparable
suave voz masculina con que aquello ini- para entonces por los adultos, maestros y
ciaba se hacía grito, y con aquel grito se directivos, que preferían el aroma a café,
esparcía el miedo, el dominio de la natu- en la trinchera de la sala de profesores.

60 | Cuanto menos explicás más libre sos.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

que jamás había sufrido humillación, ni


atropello, ni llanto. Yo estaba entre los que
querían venganza y entre los que conocían
el siniestro plan. Era un plan sencillo, pero
con escarmiento, sin lujos y aleccionador.
Los más fuertes de entonces, la Rana René,
el Chirajo, el Tambito, que no por petiso
dejaba de ser fortachón, y Kambumbo re-
Fueron unos ducirían a La Gata durante el recreo. Los
segundos fugaces demás, donde me incluía, rodearíamos el
forcejeo para evitar que se escapara. Ga-
pero intensos, entre naríamos por cansancio, hasta que La Gata
cantos y gritos, no pudiera seguir tirando puños. Me pro-
vocaba enorme excitación recordar el plan
sentí como un y esperaba con ansias el momento.
brazo me rodeó a la Había llegado la hora. El recreo transcu-
rría con total normalidad. La Gata desayu-
altura del cuello. naba en las mesas, pintadas de rojo sangre.
Mis manos sudaban. Mis compañeros no
decían nada, pero estaban nerviosos. Nada
podía salir mal. Nos acercamos a La Gata.
Algunos lo saludaron. Lo rodeamos como
en un juego infantil y comenzó el forcejeo,
la lucha, la pelea de verdad, el último rito.
La Gata tiró trompadas, escupió, mordió
El retraso de una profesora fue la gé- brazos, se defendió como pudo, pero ga-
nesis de mi humillación. Fueron unos se- namos por cansancio, tal como estaba pre-
gundos fugaces pero intensos, entre cantos visto. Entonces, mientras lo sujetábamos
y gritos, sentí como un brazo me rodeó a con ferocidad de brazos y piernas, la Rana
la altura del cuello. Reducido por comple- René se abrió paso entre todos, se montó
to, entregado al destino, vi como mi ropa sobre el pecho desnudo del más temible
pasaba entre las manos de los vencedores, de mis compañeros, acercó su culo sudo-
como rito en el Chichén Itzá. Cubierto de roso y le cagó encima.
miradas, humillado, busqué mis calzonci-
llos. Lloré.
Los planes de venganza se hacían en se-
creto, pero los rumores se escurrían por los
pasillos. Pocos los sabían entonces, pero la
próxima víctima sería La Gata, un compa-
ñero conocido por intocable y victimario,

José Luis
Sánchez Aguilar Llegó desde El Salvador a Buenos
San Salvador, El Salvador Aires en 2010 sin vuelo de regreso.
1989

O entrás a Facebook a mostrarte como sos, o a buscar amigos: las dos no se puede. |61
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA NOTEBOOK
DEL PARALÍTICO
Por Juanjo Conti

E n el año 1993 yo estaba en tercer grado.


Faltaba tiempo para que tuviese mi pri-
mera computadora, pero ya me sentía atraí-
rio provincial le había regalado una com-
putadora. Juan le mostraba a la periodista
un juego en el que un pequeño dinosaurio
do por esos aparatos blancos y luminosos, ponía huevos explosivos mientras se mo-
mezcla de electrodoméstico con máquina vía en la pantalla. Lo odié, pero a Juan no
de escribir. Una vez a la semana teníamos parecía importarle ni la silla, ni sus difi-
clase de computación. Tres alumnos por cultades ni mi odio. En su cara, bajo un
computadora: uno manejaba el teclado, par de lentes grasosos, brillaba una enor-
otro el mouse y el tercero miraba sobre los me sonrisa.
hombros de los otros dos. Cinco años después empecé las clases
En mi pueblo había dos escuelas. Casi en la única secundaria de mi pueblo. El
no conocía a los chicos que iban a la otra. primer día, nos juntaron a los de las dos es-
Un domingo al mediodía, viendo el noti- cuelas, nos mezclaron y nos dividieron en
ciero local, conocí a uno de esos desco- dos cursos. Cuando me senté por primera
nocidos. Se llamaba Juan. El televisor lo vez en mi pupitre, al otro lado del salón,
mostraba sentado en una silla de ruedas; en la primera fila, sobre ruedas cromadas y
tenía los dedos doblados y hablaba con di- con una notebook del tamaño de mi carpe-
ficultad mientras se babeaba un poco. La ta, estaba Juan, con la misma sonrisa que
entrevista se debía a que algún funciona- había visto por televisión. Para ese enton-

62 | El instinto sabe más que cualquier biblioteca.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

ces, yo ya tenía mi computadora en casa


y me sabía unos cuantos trucos, pero una
notebook todavía era algo raro de ver. Así
que fingí amistad para poder usarle la com-
putadora en los recreos. En voz baja, leyó
Una mañana, la profesora de Lengua en- lo que Juan había
tró al salón con el semblante muy serio. Las
otras profesoras, nos informó, se habían tipeado. Cuando se
quejado de los muchos «horrores» ortográ- incorporó, estaba
ficos que tenía nuestro curso. Por lo tanto,
desde ese día, los primeros veinte minutos notoriamente
de cada clase se iban a dedicar al dictado de emocionada.
palabras que luego ella corregiría.
—Cierren las carpetas, saquen una hoja
y escriban —dijo, y empezó el dictado sin
siquiera darnos tiempo para abuchear el
anuncio—: Decisión, azotea, exento, aga- rían aprender de él —y con un rápido mo-
zapado, alférez, hosco, delgadez, exequias, vimiento de brazo señaló a Juan— que, a
habichuela, helénico, hinojo, ignífugo, ín- pesar de todas sus limitaciones, se esfuerza
fulas, levadizo, licencia. y estudia todo los días.
Luego de cada palabra, la profesora ha- En ese momento no pude contenerme
cía una pausa para que Juan terminara de más y, con un ruido estridente de sifonazo
tipear. Escribía lento, a razón de una pala- de soda, se me escapó por entre los dientes
bra por minuto. Apuntaba a cada letra con parte de la carcajada que venía reteniendo.
uno de sus largos dedos y luego dejaba caer Para mí, no era ningún secreto que Juan te-
todo su peso, cual péndulo humano. Volvía nía activado el corrector ortográfico.
a tomar carrera y repetía el proceso. Luego, —¿De qué se ríe, alumno? —me soltó
punto y enter. la profesora con enojo, casi incrédula de
Cuando terminó el dictado, la profesora que me estuviera riendo del pobre com-
pasó por los bancos recogiendo las hojas y pañero.
señalando los errores más comunes. Cuan- Las palabras se me ahogaban y de los
do llegó a la notebook de Juan, adoptando ojos me caían lágrimas. En un titánico es-
la pose de una madre piadosa, se arrodilló fuerzo por dejar de reírme para adentro,
junto a él y dejó su rostro a la altura de la lo vi a Juan que desde atrás de la profeso-
pantalla. En voz baja, leyó lo que Juan ha- ra, con un movimiento lento, se llevaba el
bía tipeado. Cuando se incorporó, estaba dedo índice a los labios.
notoriamente emocionada. No pude traicionarlo y estoicamente
—Ni un error —dijo la profesora, en- acepté el castigo de ser enviado a la di-
fatizando la palabra «un»—. Ustedes... rección. Desde ese día, Juan y yo somos
—bamboleó un índice acusador— debe- amigos.

Juanjo Conti Escritor y programador. Publicó una


Carlos Pellegrini, Santa Fe, novela y libros de cuentos. Desarrolla
Argentina | 1984 el software libre Automágica.

Hay que desconfiar más de lo evidente que de lo sospechoso. |63


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA DESPEDIDA EN
MAR DEL PLATA
Por María Laura Grillo

E s que en aquella época todavía creía que


podía pasar cualquier cosa, y seguramen-
te podía pasar cualquier cosa, si no mirá.
la recepción con la familia y amigos cerca-
nos. En cambio, una tarde en Bolivia espe-
rando un tren y hablando de mil cosas, nos
También me creía mil y creerse mil, debo pusimos de acuerdo y elegimos fecha.
decirlo, está bien. Tenía veinticinco años y Mi grupo de amigas recibió la noticia
hacía uno que estaba de novia. Chochos de con euforia. Yo estaba muy feliz, pero no
contentos, enamorados y alquilando en Pa- estaba eufórica. Quizás porque me toca-
lermo, habíamos decidido casarnos. ba organizar, elegir, definir, adelgazar. No
Mi abuela paqueta alguna vez me había estaba eufórica para nada. En cambio mis
contado que el paso previo al altar era el amigas sí, coqueteando con la histeria. Esa
compromiso. Juntó en aquella ocasión pala- que a los diecisiete es hasta graciosa, pero
bras como «señorita, reunión, cintillo», muy a los veintiséis no.
Mariquita Sánchez de Thompson, como Vestidos, modelos y más aún, géneros.
toda en ella. Casi se le escapan tertulia y Régimen, deseos de anorexia. Novios,
cotillón. El caso es que a mi no me pasó. ¿llegar o no con novios? Mejor sin novio,
Ni ese anillo doble fila de diamantes que mi grandes dilemas. La fecha estaba cerca y
abuela presumía, ni mi novio de rodillas, ni lo mejor era que todo se iba resolviendo.

64 | Para el fracasado no hay día de descanso.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

peeling. Con sus distancias eternas. Con


su frío permanente. La ciudad donde el
tiempo se detiene en un solo semáforo.
Mardel. Marpla. La Feliz. Sí, claro, las
chicas organizaron la despedida en Mar
del Plata.
Mi grupo de Hicimos, entonces, fila para almorzar.
También en el Disco cuando compramos la
amigas recibió la comida y bebida para la noche. Creo que
noticia con euforia. también hicimos fila para comprar unos
chicles que no la merecían. Nosotras éra-
Yo estaba muy feliz, mos seis y el departamento tenía un baño.
pero no estaba Siempre filas.
Esa noche, la del sábado, hicimos por
eufórica. Quizás fin la última: la del boliche, uno bastante
porque me tocaba concheto. Y porque éramos lindas y muy
caraduras entramos al VIP. En el VIP no
organizar, elegir, había filas y a lo mejor por eso mi humor
definir, adelgazar. ya era otro. Quizás porque creía que cual-
quier cosa podía pasar o quizás porque me
creía mil, me relajé, me divertí. Bailé, me
reí a carcajadas ruidosas, hablé con mu-
chas personas y finalmente cerré esa etapa.
La de ser soltera.
Me acuerdo con mucho cariño de aquel
O eso creía yo, que no había calculado que fin de semana, no se si porque mis amigas
faltaba un temón: la despedida de soltera. son unas genias y dejaron todo en la cancha,
Quizás en este momento convenga un o porque esa noche, en ese VIP y con esta
párrafo aparte para contar descarnadamen- cara, me apreté a Mariano Martínez.
te que si para mí existe un antiprograma,
eso se llama Mar del Plata. Con su gente,
con su gente, con su gente. Con sus ocho
millones de personas. Con sus filas, con su
viento y con el aroma de su puerto. Con
ese sol que sin dudas mancharía cualquier
piel nupcial expuesta exageradamente al

María Laura Grillo Estudió arte y diseño. Trabajó como


La Plata, Buenos Aires, creativa publicitaria. Madre de Rita y
Argentina | 1979 de Felisa.

Sé que te debo una explicación, ¿te puedo pagar con excusas? |65
Anécdotas mejoradas

LA DEL
PERRO CULPOSO
Por Matías Fernández Burzaco

M amá apaga el respirador con el dedo.


Entonces abro los ojos. Los sábados no
vienen a cargar el oxígeno ni a controlar el
porque estoy transpirando. Tendría que es-
cribir pero me pongo a jugar a la Play. Aga-
rro el joystick. Quiero poder controlar algo.
equipo con el que duermo. Mamá aprovecha y se va a regar las
—Te tengo que cambiar las gasas, Mati plantas a la terraza. A mí me duele la ca-
—dice mamá cuando me saca la máscara y dera. Es culpa de mi espalda jorobada. Me
vuelvo a respirar. quedo quieto en la silla para no caerme y
Lo primero que hago es pedirle el celu- grito varias veces que necesito ayuda. Pero
lar. Puedo operarlo con un mínimo movi- ella no contesta. Siempre tuve miedo a
miento de mi mano. El resto de mi cuerpo quedarme solo. Una noche llamé a mamá
apenas se mueve. Mientras miro mensajes, a los gritos durante dos horas para que
mi hermano se prepara para ir a trabajar al me acomodara el cuerpo. Me había deja-
negocio de papá, que lo está por pasar a do tapado y casi boca abajo. No me escu-
buscar. Antes de irse, papá entra a casa y chó. Dormía profundamente al lado de mi
me da un beso en la frente. Él no vive con cama. Cuando al fin se despertó, lloré hasta
nosotros. Después se van los dos y yo me el mediodía.
quedo solo con mamá. Ahora mamá baja, me ve inclinado y
Ella me sienta en la silla de ruedas y le me pregunta qué pasó que estoy así. Tiene
pido que me sirva un vaso de coca con hielo las manos llenas de tierra.

66 | No sé si tengo las mejores intenciones, pero tengo un montón.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

—Basta Mati, el día está hermoso —dice —Vení, Lobito, dame un beso —le digo.
mientras me saca el control—. Salí a ver el Él fija su tierna mirada en mi cachete,
sol. No podés quedarte encerrado. corre, apoya las patas en los pedales de la
Me lleva al patio. Ahí está Lobito, el silla y me atropella en un intento de abrazo.
perro que me cuida. Cuando lo trajeron yo Los pedales se van para abajo y se levan-
tenía catorce años. Pensé que al fin llega- tan las ruedas traseras. Me estoy cayendo
ba una mascota capaz de darme la patita y de cara al suelo. No puedo protegerme con
saludarme como nadie se anima; capaz de las manos, están encogidas. Me doy la cara
dormir en la misma almohada que yo, sin- contra el piso.
tiendo el aire del respirador en verano. Con Hay sangre. Un charquito se expande
el tiempo, Lobito se acostumbró a chupar- por el patio. Lobito la chupa. Después llo-
me la cara, a morderme procurando que no ra. Mamá escucha el golpe y baja en se-
duela y a acompañarme cuando intuye que gundos.
estoy mal. Si grito, Lobito viene corriendo —Ay, Mati, por dios, ¿qué pasó? No me
y se acuesta a mis pies. Si tengo fiebre, se puedo ir ni un segundo —me dice mientras
acomoda en el sillón del cuarto, el que usa me levanta del suelo. Después mira a Lobi-
la enfermera que me asiste en las noches. to—. ¡Vos, Lobito, andate! ¿Qué carajo te
Y si paso días sin salir de la cama, Lobito pasa? No podés saltarle así a Mati. Te voy
sube y entonces siento su cola alegre gol- a encerrar.
pear contra mi cintura. Mamá me sienta sobre sus piernas. Me
Ahora Lobito se relame en el patio. La pone un hielo abajo del labio y otro en
luz me llega y mamá sube de nuevo para el ojo derecho. Yo lloro sin ruido. Lobito
hacer jardinería. Hace un mes cumplí die- también. Todo es distinto desde entonces.
cisiete años. No me gusta estar solo. Nun- Pasaron ya tres años. Yo me recuperé
ca estoy solo. Anoche Lobito durmió en mi del golpe, pero Lobito no. Se porta conmi-
pieza y se tiró pedos que olí con la máscara go como si fuese culpable. Cuando estoy
puesta. Esta mañana se tira otro mientras cerca, camina como un perro mojado. No
yo miro las plantas. Grito para que mamá me mira a los ojos. Si le hablo, finge no
baje y me tape la nariz con la remera. escucharme. Si hago un caminito de co-
Silencio. mida balanceada, cuando le toca comer la
Pero Lobito sí me escucha. Me está mi- última, que está en mi mano, se echa a un
rando. Temo que haya llegado el momento: costado. Si mi acompañante lo agarra del
que se dé cuenta de lo que soy y me coma. hocico y lo apunta en mi dirección, Lobito
Me clava los ojos. Quizás me arranque la mira la pared. No sé si siente miedo o ra-
pera y se la lleve para siempre. Quizás me bia. No sé qué nos pasó.
saque la cabeza y se la muestre a mamá Solo sé que a la noche, cuando cree que
como si fuera un gato muerto. No suelta la duermo, se acerca a la silla de ruedas y, lar-
vista. Se me acerca de a poco. gamente, la huele.

Matías
Tiene una enfermedad rarísima. Estu-
Fernández Burzaco
dió periodismo y colabora en Perfil y
Buenos Aires, Argentina
Página/12. Escribe su autobiografía.
1998

Vengo del futuro: todavía seguimos explicando las ironías. |67


Anécdotas mejoradas

LA DEL
MALETÍN QUE HABÍA
QUE DEFENDER
Por Matías Marceca Saule

A ntes de terminar la jornada laboral, me


habló por Facebook mi amigo el Chiza
y me dijo: «¿Queres venir a jugar unos
Tiré las cosas en un volquete y me fui
a lo del Chiza. Jugando a la play siempre
fui horrible, pero siempre jodía con que
play a casa? Estoy con el Rowo y el Papi». iba a ganar, cosa que pocas veces sucedía,
Contesté enseguida: «Ahora en media pero cuando ocurría el gaste era durade-
salgo y voy, decile a tu hermano, el Papi, ro. Tipo ocho, el Chiza dijo que se tenía
que se prepare para bailar». En la oficina que ir a cursar y me pidió que lo lleva-
el tiempo se hacía eterno, era viernes y la se. Ahí se me empezaron a cruzar por la
hora no pasaba más. Mientras terminaba cabeza cosas que le podían pasar al auto
de llenar unos formularios, mi vieja, que y en consecuencia, a mí. Ante mis dudas,
también era mi jefa, me dijo: «¿Me haces el aliento del Papi y Rowo y las súplicas
un favor? ¿Podes agarrar la camioneta y del Chiza, hicieron que accediera y dije-
tirar estas maderas en un volquete?». Yo se: «Dale, te llevo. Pero si los demás me
recién arrancaba a manejar y casi nunca acompañan», delegando toda la respon-
me prestaba su auto. «Sí, dale y después sabilidad en los otros. Antes de irnos, la
me voy a lo del Chiza, ¿puedo?». Y me mamá le pidió al Papi que comprase unos
contesta: «Hasta lo del Chiza y volvés». cigarros y se armó una pequeña discusión

68 | No quiero ser feliz, merezco algo mucho mejor.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

ella y sus dos hijos porque no la querían


dejar que fumase.
En el viaje íbamos, como para no per-
der la costumbre, hablando boludeces. Es-
tábamos a tres cuadras del Unicenter y a
Rowo se le ocurrió ir a comer al shopping. Esa misma noche
Rápido nos complotamos y lo convenci-
mos al Chiza para que falte y viniese con nos tocaba
nosotros. No se resistió. juntárnos a jugar
Esa misma noche nos tocaba juntárnos
a jugar al póker, pero siempre había pro- al póker, pero
blemas con las fichas. Entonces entramos siempre había
a un local que vendía artículos de pesca,
caza y maletines con fichas para apostar. problemas con las
Las fichas venían en un maletín especial fichas. Entonces
que parece de una película yankee de esas
en donde llevan mucha guita o la vacuna entramos a un
para curar alguna enfermedad. Compramos local que vende
uno, y entramos en un especie de juego, en
un éxtasis estúpido, pero genial que era artículos de pesca,
defender el maletín. Con veinte años éra- caza y maletines
mos cuatro boludos comiéndonos la peli de
007. Después de comer volvimos a Cara- con fichas para
pachay, mi mamá me llamó y me dijo que apostar.
llevase el auto al garaje. Mientras el Papi y
yo guardábamos el auto, Chiza acompañó
a Rowo a su casa a buscar el celular y nos
volvimos a juntar en mi puerta.
Cuando nos encontramos, nos dirigi-
mos hacia el auto de mi hermana, que me dejó. No lo podíamos creer. «Por el male-
lo había prestado. En el celular del Papi, tín la vida», nos dice y nos tendimos en un
íbamos viendo un vídeo del baile de los abrazo y festejamos como si nuestra vida
Wachiturros, y cuando llegamos al auto, a hubiera dependido de eso.
veinte metros nuestro frenó una moto, con A partir de ese día, mi mamá no me
un tipo y una mina. El tipo sacó un arma prestó la camioneta por un mes. El Papi
y nos pidió todo. Nos sacó absolutamente nunca le compró cigarrillos a la madre,
todo y cuando estaban por tomar el ma- Rowo perdió el celular que había ido a bus-
letín, el Chiza le dijo: «Por favor, eso no: car y el Chiza perdió todos los apuntes y
son las cosas de la facultad». La mina se lo dejó la facultad.

Matías Marceca Saule Es de Carapachay, barrio al cual con-


Vicente López, Buenos sidera «el mejor del mundo».
Aires, Argentina | 1994 Le encanta jugar a cualquier cosa.

La inteligencia debería calificar como un genital más. |69


Anécdotas mejoradas

LA DEL
BARRILETE EN LA PLAZA
Por Pablo Cambria

P asado el primer lustro de los noventa, yo


era joven. Y aunque todavía lo soy, en
aquella eterna juventud sentía que podía
mos». No. Me concedió un «qué se yo».
Eso sonó en mi cabeza, aún hedionda,
como un: «Y, dale…».
escalar la responsabilidad a voluntad. Dicho y hecho.
Ese jueves por la tarde de principios La empresa no era sencilla. Si bien está-
de diciembre estudiaba junto a Nacho. Al bamos estudiando a una cuadra del parque,
día siguiente teníamos mesa de examen e el barrilete disponible era uno de mi infan-
intentábamos al menos conocer los temas cia, ubicado en algún oscuro rincón de mi
que nos tomarían. casa, a más de cuarenta cuadras. Igualmen-
En este contexto, un pedo se me atrave- te, cualquier plan era mejor que hacer lo
só por la cabeza, y sin filtro la flatulencia que debíamos, y una vez lanzados no había
salió por mi boca: «Nacho, mirá qué lindo imposibles.
día. Hay un poco de viento, es cierto, pero Nos subimos al auto, y en el tiempo
es un día fantástico. Un día para estar en el que nos hubiese llevado leer tres apuntes,
parque, al sol, tomando mates, un día… un ya estábamos revolviendo mi casa. Lo en-
día… —y acá salió el flato mental— ¡un contramos junto a su carretel de hilo, in-
día para remontar un barrilete! ¿Cuánto tacto, como esperándonos. Casi una hora
hace que no remontás un barrilete?». Na- y media después, a una cuadra de nuestros
cho dijo: «¡Qué sé yo!». No dijo: «¿Vos libros, en el parque, preparamos los deta-
estás en pedo? ¡Rendimos mañana, bolu- lles. Mientras verificamos la unión de los
do! Hay temas de los que ni el título sabe- tres tiros y sin buscarlo, generamos expec-

70 | Guardo mis mejores chistes para consumo personal.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

tativas en los niños que dejaban de disfru-


tar del sol primaveral, y se acercaban para
otro disfrute: ver flamear ese viejo barri-
lete octogonal, mitad rojo y mitad negro:
los colores de Newell’s, que por casualidad
abrazábamos ambos.
El primer intento falló. Al tirar del hilo
notamos que estaba reseco y se cortaba,
pero eso no nos detuvo. Sacamos varias
vueltas de la capa superficial del carretel, y
nos dispusimos al segundo intento. A esta A esta altura los
altura los niños se habían multiplicado, niños se habían
pero por lejos, lo que más había crecido
era la expectativa, propia y ajena. Esta vez multiplicado, pero
cubrimos todos los detalles, pero la edad por lejos, lo que
nos volvió a jugar una mala pasada. No la
nuestra, sino la del barrilete que, ante la más había crecido
atónita mirada de la multitud infantil, se era la expectativa,
desintegró en el aire. La tela plástica con la
que estaba hecho comenzó a abrirse como propia y ajena.
si el aire fuera una cuchilla de carnicero
y la estructura de cañas quedó casi tan al
desnudo como nuestro orgullo. Los niños
del parque, decepcionados, se dispersaron
con la misma velocidad que las hormigas
cuando uno aplasta su hormiguero. En po-
cos segundos nos quedamos solos, con la
necesidad de transitar la distancia entre los
restos del barrilete y los apuntes.   
El tiempo pasó, aquel viernes aproba- a casa con un barrilete de regalo. No hubo
mos. Y la distancia que separa mi casa de palabras, no hubo recuerdos sobre aquella
la de Nacho pasó de cuarenta cuadras, a tarde, pero ambos sabíamos el significado
algo más de diez mil kilómetros. Nuestras de ese barrilete que voló sobre el Atlánti-
charlas con mates pasaron a ser vía Skype. co, sin haber sido remontado nunca. Ese
Nuestros encuentros diarios pasaron a ser día supe que el barrilete que se despedazó
anuales. En una de sus visitas, en donde en el aire, lejos de ser el fracaso que nos
uno intenta acopiar lo que escaseará duran- reflejaban las caras de los niños, fue uno de
te los once meses restantes, Ignacio cayó nuestros éxitos más preciados.

Pablo Cambria Arquitecto, hincha de Newell’s.


Rosario, Argentina | 1976 Le gusta escribir y jugar al fútbol.

Qué importa lo que pase si ya tuvo sabor a eternidad. |71


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CONCHETO QUE
SE METIÓ A BRUJO
Por Santiago Alberto López

E n mi escuela primaria, ubicada en un


barrio gris de la Ciudad de Buenos Ai-
res, convivíamos con los Amarantes: una
letras de imprenta negra, se destacaba el
nombre de mi excompañerito.
Evidentemente, la sobrevaloración que
familia presumida, quizás por su ligera bo- tenía de sí mismo seguía intacta: su nom-
nanza económica, la cual amaban exhibir. bre aparecía bien grande y, más abajo,
Con ellos, por cierto, nunca tuve la menor sensiblemente más pequeño, había un
simpatía. De Alejo, mi compañero de gra- texto que —debo admitir— me causó in-
do, no tuve más noticias —ni, por ende, dignación y, a la vez, placer. Indignación,
peleas— desde que terminé la primaria. porque estaba lucrando con gente deses-
Claro está, yo tampoco hice ningún esfuer- perada. Placer, porque sé que él hubiera
zo por tenerlas. querido el living de algún programa de te-
Pero hoy, viajando en el tren, vi una cal- levisión para promocionar su actividad; en
comanía que publicitaba su nombre. Una cambio, debía conformarse con anunciar-
de esas modestas pegatinas que colocan se a través de ese cartelito autoadhesivo,
los profesores de inglés o de matemáticas más a la altura del barrio del que siempre
y que usan también algunas bandas de rock renegó que de sus aspiraciones. Debajo de
para promocionar su existencia. En ese su nombre se leía: «Magia blanca y ma-
rectángulo blanco autoadhesivo, escrito en gia negra, trabajos por teléfono»; y luego:

72 | Soy fuerte porque me sostengo sobre toda esta debilidad.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

«Señor Pablo», seguido de los datos de


contacto.
«Se ve que no pierde las mañas —me
dije a mí mismo—, hasta secretario tiene».
Tomé el celular y saqué una foto. Casi
de inmediato, la publiqué en las redes. La
subí a los grupos con gente en común de
Lo disfrutaba. aquella época escolar: «Jaja, nuestro inefa-
ble Alejo Amarantes viviendo del engaño a
Era una pequeña los incautos, vendiendo rituales esotéricos,
venganza contra ¡quién lo hubiera dicho!».
Guardé el teléfono, bajé del tren y subí
aquel presumido de a la oficina. Mi jefe me recibió sin tregua
Alejo; un guiño del y me habló unos quince minutos acerca de
cómo se suponía que debía hacer tal o cual
destino, una gota de cosa. Pero yo casi no lo escuchaba: con
justicia cósmica que cada respuesta, mi teléfono vibraba y yo lo
sentía sobre mi piel. Lo disfrutaba. Era una
había atravesado pequeña venganza contra aquel presumido
la atmósfera de Alejo; un guiño del destino, una gota de
justicia cósmica que había atravesado la at-
para tocarme. mósfera para tocarme.
Cuando al fin estuve solo, me preparé
para leer los mensajes. Todavía no había
visto ni uno, pero ya podía disfrutarlos;
como cuando uno tiene mucho hambre y
puede saborear la comida antes de haber
probado siquiera un bocado.
«Se ve que estás dormido, che», decía
el primero. «Donde leíste Amarantes dice
Amantes. Alejo Amantes».
De los cuarenta y dos mensajes nuevos,
ese era el más piadoso.

Santiago Alberto López


Ciudad de Buenos Aires, Abogado.
Argentina | 1974

Qué sería de la fe sin las montañas. |73


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CHICA BORRACHA
Por Santiago Gleizer

F uimos todo el camino mirando por la


ventana, casi sin hablarnos. Imaginé que
Santi iba pensando en boludeces igual que
ciento cagón, cincuenta por ciento lento y
no tuve reacción. Santi me miró y se bajó,
así que lo seguí por instinto. La Plaza de
yo. Era viernes a la madrugada, el sueño se noche es un lugar difícil, hostil. No es una
apoderaba de nosotros y el fin de semana zona transitada, ni segura. Está rodeada de
no había empezado, pero ya se veía corto. boliches y un sábado a las tres de la maña-
Se subió al bondi una piba, en ese momen- na no es el mejor lugar para tirarse a dor-
to no sabíamos que se llamaba Ludmila, mir. Corrí a comprarle una botella de agua
que vivía en Lugano 1 y 2, que estaba sola, mientras Santi la consolaba. Lloraba todo
triste y que pensaba rendirse en cualquier el tiempo y repetía que era una estúpida,
esquina. Subió impecable, peinada, vestida porque se había enamorado y ahora sufría
de fiesta, con tacos altos y un vestido negro por una pelea definitiva con su exnovio. En
brilloso. Tambaleaba, creí que los zapatos ese momento apareció un viejo con barba
eran incómodos pero traía una borrachera blanca y capucha. Creo que no era Dios. Se
imponente. Se sentó justo detrás nuestro acercó y escupió: «Estúpido sería que no
y cuando estábamos entrando al barrio de sintieras nada». El mundo hizo silencio. El
Flores, empezó a vomitar. señor era el florero de la plaza. ¿Por qué ca-
Ludmila se bajó en Plaza Flores y se rajo en medio de Plaza Flores hay una flore-
dejó caer, desmayada en la boca del sub- ría abierta de madrugada? Nadie sabe. Ella
te. Yo la vi, pero siempre fui cincuenta por absolutamente borracha, nos contó que era

74 | No existe la amistad entre el hombre y la razón.


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

Ludmila, que tenía dieciocho años, que vi-


vía en Lugano, y que quería llegar a su casa.
Mientras tanto, enfrente la policía castigaba
a palazos a varios pibes que salían de un bo-
liche. La cana es fanática de este deporte de
golpear pibes de madrugada porque sí.
No recuerdo cómo, pero la convencimos En un barrio muy
de tomar un remis hasta su casa. Tuvimos
que caminar un par de cuadras oscuras. Un al sur de la capital
grupo de desaforados hacía una fogata in- había una chica que
mensa en el medio de la Avenida Olivera.
Mientras esperábamos el auto, Santi can- estaba sola, triste,
taba «Ludmila golpeó en tu puerta, no sé inconsciente y
si estás despierta aún». Spinetta. Pegó un
salto y aclaró. «Yo me llamo Ludmila Ma- dormida en un auto
ribel, los dos nombres son por Spinetta y con tres personas
si nacía hombre me iban a poner Santiago
Nahuel». Nos miramos incrédulos. Noso- que nunca había
tros dos, nos conocíamos hace tres años y visto en su vida...
ya éramos casi hermanos, nos llamábamos
Santiago Nahuel los dos. Nos costó mucho
que nos crea la casualidad de los nombres,
pero terminó convencida.
Cuando le dijimos al chofer que íba-
mos a las torres de Lugano, guardó el GPS,
subió la ventanilla y trabó las puertas. barrio. Llegamos, nos abrazó y se fue en
Desencajó el gesto como si le hubiésemos el ascensor.
dicho que íbamos a la Franja de Gaza. Su- Nosotros volvimos todo el viaje en si-
bimos y ella se durmió de inmediato. En- lencio. Nos acostamos los dos mirando el
tendimos todo lo que estaba pasando en techo, casi no hicimos comentarios sobre
esos segundos. En un barrio muy al sur de lo ocurrido ese día. Los Santiagos y Na-
la capital había una chica que estaba sola, hueles tienen un no sé qué, que genera que
triste, inconsciente y dormida en un auto se crucen y se conozcan. Con un poco de
con tres personas que nunca había visto suerte se hacen amigos y entonces te cam-
en su vida, en tiempos donde la televisión bian un verano, una noche en la que estás
tiene como tópicos preferidos los secues- sola y triste o la vida. Será cuestión de afi-
tros y la inseguridad, en tiempos donde nar la puntería, porque los barrios están
muere una mujer cada treinta horas. En- llenos de historias que se van prendiendo
tonces se duerme y se apagan las luces del fuego y se pierden en el aire.

Santiago Gleizer Periodista, productor de radio,


Ciudad de Buenos Aires, conductor, columnista, relator y
Argentina | 1996 redactor.

No hay nada más equitativamente distribuido que la estupidez. |75


SOBREMESA DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES

VAS A HACERME
UN REPORTAJE,
QUIERAS
O NO QUIERAS

HERNÁN: Aprovecho que acabamos de leer un mon- H: Lo que quieras.


tón de anécdotas sobre la amistad para recordarte un C: Entonces está bien. Acepto hacerte ese regalo.
viejo pacto de sangre que tenemos.
H: ¿Y ya sabés cuál va a ser la primera pregunta?
CHIRI: Yo jamás en la vida hice un pacto de sangre
C: Sí.
con vos.
H: Hacémela, no puedo esperar.
H: ¿Hiciste un pacto de sangre con otro mejor amigo?
C: Querido Hernán: a los once años, en la época en
C: Con nadie hice, boludo. Me impresiona ver sangre.
que una modista te ensanchaba los pantalones, vos le
H: Hablo de un juramento. robaste un billete de mil pesos a la trabajadora textil.
C: ¿A ver? ¿Cómo continúa esa anécdota?
H: Vos me prometiste, en 1996, que cuando cumplie- H: Volví a casa y en lugar de mantener el bajo perfil
ra cincuenta años me ibas a hacer un reportaje largo, durante un tiempo, como aconsejan los ladrones ve-
igual al que me hiciste cuando cumplí veinticinco. Y te teranos, fui al quiosco y me compré ciento veinticinco
lo quiero recordar porque eso será en marzo de 2021, Rhodesias de chocolate.
que está a la vuelta de la esquina. C: Ahora se entiende por qué te ensanchaban los pan-
C: No tengo ganas de hacerte un segundo reportaje talones.
largo, Hernán. Hace veinticinco años tampoco tenía H: Obviamente, mis padres descubrieron que yo an-
ganas, pero yo era más pichón y no sabía cómo decír- daba con plata. Me arrinconaron y me preguntaron de
telo, además vos estabas muy entusiasmado, y cum- dónde había sacado los mil pesos.
plías un cuarto de siglo y yo, realmente, no tenía un
C: ¿Cómo supieron que eran mil pesos?
peso para hacerte un regalo...
H: Las Rhodesias costaban ocho pesos y yo me ha-
H: Fue un gran obsequio ese reportaje.
bía comido cinco cajas de veinticinco. Mi papá era
C: Pero era un juego de adolescentes tardíos. Ahora contador.
te puedo regalar algo normal, ya tengo plata. Te puedo
C: Okey, sos rápido para dar respuestas. ¿Y entonces?
regalar una cortadora de pasto.
H: Me dijeron que mi castigo sería pedirle perdón a
H: Quiero de regalo el segundo reportaje largo.
la persona a la que le había robado el dinero, y me
C: Pero ahora ya tengo canas, vos sos cardíaco, no presionaron para que dijera el nombre de la víctima.
tomamos alcohol... ¿Vos te acordás el pedo que nos
C: ¿Tuviste que ir a la casa de la modista para pedir
agarramos esas dos noches del reportaje?
perdón?
H: En esa época nos emborrachábamos con whisky
H: No, mentí. Me pareció menos vergonzoso cambiar
Criadores. Salía más barato que medio kilo de yerba.
la víctima por una más conocida. Entonces les dije a
C: No tiene sentido que hagamos eso de nuevo. mis padres que había robado el billete en tu casa. Que
H: Tiene mucho sentido. lo había sacado de la cartera de tu mamá.
C: ¿De verdad pensás que lo que nosotros digamos ahí C: ¡Pará! ¿Yo ya sabía esto y me había olvidado, o lo
le va a importar alguien? ¡Si no tenemos nada para decir! estás inventando?
H: Hagamos una cosa: te invito tres días al lugar del H: Te estás enterando ahora. Nunca te lo había contado.
mundo que elijas, con todo pago. Nos vamos con las C: ¿Y cómo sigue?
familias, nos instalamos ahí, y nos tomamos esos días
H: Elegí un lugar en el mundo y te lo cuento cuando
para charlar y grabar, tranquilos, tomando jugo de po-
cumpla cincuenta años.
melo, mirando un lindo paisaje...
C: ¿Estás haciendo marketing de ese libro?
C: ¿Cualquier lugar del mundo que yo elija, me hablás
en serio? H: Llamálo como quieras.

76 | Genio es el que se concede sus propios deseos.


Anécdotas mejoradas

LA DEL
DELINCUENTE PEREZOSO
Por Alan Mealla

S alí del psicólogo a las cuatro de la tarde


del sábado y encaré directo para mi casa.
El consultorio me queda a pocas cuadras
viernes a las cuatro de la mañana a tirar
miguelitos en la avenida. Así consigue su
clientela. Es un ladrón, un hijo de puta,
pero, de cómodo que soy, fui con el auto. pero yo le tengo cariño porque no me cobra
Decidí desviarme de mi camino habitual y el arreglo cuando agarro uno de sus clavos.
tomar uno más largo, dar unas vueltas para Al verme llegar, me mostró esa sonrisa so-
demorar aunque sea un poco la llegada a carrona que solo se guarda para los que,
casa. No me gusta mi casa. Me agrada el aun conociendo su truco, igual nos come-
edificio, pero no el ambiente. Para ser más mos el garrón.
exacto, creo que no me gusta mi familia. Eran solo seis cuadras, así que le dejé
A los pocos metros de llegar a Pavón, el auto y me volví caminando por una calle
empecé a sentir el auto decaído, raro, como vacía de casas bajas. Al parecer, todos esta-
si cojeara. Había pinchado una goma, así ban en medio de la siesta. El barrio entero
que tuve que pasar por la gomería de Tony, estaba mudo. Yo ni siquiera tenía música
que estaba con hambre de clientes. Habi- para tapar ese silencio porque cuando voy
tualmente caen a esa hora, cuando se dan a terapia siempre dejo el celular en casa.
cuenta de que tienen un clavo incrustado Es que me gusta desconectarme y hacer de
en la rueda mientras lavan el auto. Esto cuenta que estamos en una época más sim-
casi siempre es producto del trabajo del ple, sin tanta sobrecarga de información
gomero: Tony va religiosamente todos los inútil al alcance de los dedos.

78 | No creo en las conspiraciones. hay gente muy poderosa que no las permitiría.
DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

Después de cruzar la calle, a dos cuadras


de mi casa, oí una voz a lo lejos:
—¡Eh, amigo! —me gritaron desde la
vereda de enfrente.
Paré y me di vuelta para ver quién era.
Había un chico recostado en la esquina. El
pibe vestía un equipo deportivo negro y te-
nía una botella de cerveza en la mano. Lo
miré y me volvió a gritar: Mientras me
—¡Eh, amigo! ¡Vení! alejaba, podía
Ahí me atacó la paranoia. Estaba segu-
ro de que, si me acercaba, el flaco iba a par- escuchar el eco
tirme la botella en la cabeza para afanarme de aquel haragán
lo poco que tenía encima.
—¡No! —le grité de una esquina a la que me quería
otra. robar sin mover
Pero él insistió en un tono casi familiar:
—Dale amigo, no te ortivés. un dedo se volvía
—¡Ni en pedo, flaco! —le contesté mi- cada vez más débil.
rándolo fijo— ¡No te conozco!
—Dale, vení y dame la guita, gato.
—¡¿Pero por qué no te vas a cagar?!
¡Mirá si voy a ir para que me robes! ¡Le-
vantate vos!
—¡No, dale, vení! ¡Vení! ¡Dale!
—Ma’ si, ¡andáte a la concha de tu ma-
dre! ¡Vago! Tony de nuevo. Casi llegando a mi casa,
Empecé a caminar lo más rápido posible. volví a escuchar aquella voz a lo lejos:
Mientras me alejaba, podía escuchar el eco —¡Eh, amigo! ¡Vení!
de aquel haragán que me quería robar sin No lo podía creer. Volver a cruzarme
mover un dedo se volvía cada vez más con ese pibe parecía casi imposible, pero
débil. De todas formas, llegué a mi casa estaba pasando. Ya no le tenía miedo. De
acechado por el pánico de que se hubiera hecho, lo admiraba por seguir insistiendo
levantado para correrme. Pero no fue así. con su método tan poco efectivo. Lo pensé
Y debo admitir que, si bien tuve miedo, su unos segundos, pero al final me acerqué.
pereza me generó algo de respeto. Quizás Me afanó la billetera.
por hacer la suya y no acomodarse al rol
tradicional del delincuente.
La semana siguiente volví a terapia.
Esta vez fui sin el coche. No quería ver a

Periodista por vocación y escritor


Alan Mealla
por masoquista. Odia todo lo que
Avellaneda, Buenos Aires,
escribe, porque siempre se puede
Argentina | 1992
tener menos autoestima.

Voy a leerme la prensa para saber qué debo opinar de lo que me digan que ha pasado. |79
Anécdotas mejoradas

LA DE
MANOLO, EL COLONIERO
Por Álvaro García Sirvent

M anolo, el coloniero, se ganaba la vida


haciendo fácil la de los demás. Portaba
una gran maleta de madera donde guardaba
en un sorteo y lo vendió. Decía que le asus-
taban los coches y el tráfico.
«¡Pepiiitaaa, colonierooo!», «¡Rooosa-
un tesoro de productos para el hogar que, riooo, colonierooo!». Así se anunciaba
dada la escasez de tiendas en los barrios cuando llegaba a las casas. Conocía el
aledaños a la ciudad, eran muy buscados nombre de todas sus clientas, así como el
por las amas de casa. Eran tiempos en los de sus hijos y maridos. Decían de él que sa-
que el centro quedaba tan lejos de algunas bía perfectamente la cantidad de cualquier
barriadas que normalmente la gente decía: producto que gastaba cada familia. Cuando
«Voy a bajar a Alicante», como si se tratara a alguien se le estaba acabando, por ejem-
de ir a la Amazonia. plo, la colonia o el insecticida, indefecti-
Colonias, insecticidas a granel, pastillas blemente sonaba el timbre de la puerta y,
de jabón, laca, cuchillas, utensilios de coci- al preguntar quién era, siempre se oía el
na, mantelerías… Todo separado en depar- mismo nombre: «¡Colonierooo!».
tamentos hechos con tablillas. Su maleta Su mujer bordaba y muchas de sus
era una tienda ambulante que surtía a una clientas también eran clientas de ella. Así,
afianzada clientela, hecha en base a mu- de la maleta del coloniero surgían hermo-
chos años de vender confianza y jabón de sos tapetes, pañuelos y otras piezas primo-
afeitar. Iba siempre a pie, pues nunca quiso rosamente elaboradas, que siempre se so-
vehículo alguno. Una vez ganó un Seat 600 lían encargar para alguna boda, bautismo o

80 | Cuando no puedo vencerme, me uno a mí mismo.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

pagó con aquel hombre para quien, decían,


no había en el mundo otra mujer más que
su querida esposa.
A partir de entonces, empezó a negarse
a acceder al interior de las viviendas. Era
tremendo verlo sudar del apuro cuando al-
Su mujer era el guna mujer le pedía que pasara. Al pobre
se le quebraba la voz y decía todo temblo-
amor de su vida y roso: «Ay, Fulanita, ¿qué es lo que quie-
contaban que al res?». La vecina respondía: «Pero hombre,
pasa y olvídate ya de todo ese lío, que aquí
coloniero se le caía en el barrio sabemos que eres de fiar». Lue-
la baba cuando go, era la comidilla de las conversaciones
en la panadería o en la verdulería, donde
hablaba de ella. algunas se escandalizaban y otras ponían
Pero un día le alguna maledicencia de su propia cosecha.
Durante muchos años, Manolo siguió
sucedió un episodio visitando el barrio. Las vecinas continua-
muy desagradable ron otorgándole su confianza y comprando
las maravillas que portaba en su maleta.
por culpa de un Pero, desde aquella paliza, una sombra
marido celoso y siempre planeó sobre su risueña figura.
Luego, se jubiló y le perdí la pista. Años
pendenciero. más tarde, me lo encontré. Ya era muy ma-
yor pero, para mi asombro, me reconoció
como si nos hubiéramos visto el día ante-
rior. Se comportó como siempre, amable y
cortés, aunque su alegría quizás estaba un
poco ajada por la edad. Yo me sentí real-
comunión. Su mujer era el amor de su vida mente mal. A pesar de que los dos sabía-
y contaban que al coloniero se le caía la mos que fue papá quien le dio la tunda,
baba cuando hablaba de ella. Pero un día le nunca le confesé que yo fui el Judas que lo
sucedió un episodio muy desagradable por traicionó.
culpa de un marido celoso y pendenciero.
Quizás fue por un malentendido, quizás
fue por la íntima confianza que tenía con
las señoras. O tal vez pudo haber sido algo
distinto… El caso es que el pobre, sin co-
merlo ni beberlo, acabó recibiendo una pa-
liza de un gañán que se creyó cornudo y la

Álvaro García Sirvent


Carpintero.
Alicante, España | 1960

El papel sobrevivirá a internet: nadie se limpia el culo con una pantalla. |81
Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS BILLETES PARA
IR AL DENTISTA
Por Ana Sachetti

E se día fui a la fábrica pensando que las


ocho horas que iba a trabajar equivalían
a los doscientos pesos que me iba a costar
de mi pie, doblados en dos. Los doblé de
nuevo, esta vez en cuatro, y los cambié al
bolsillo de mi campera.
sacarme cuatro caries esa misma tarde. O Cuestión que llegué a Corrientes y Ma-
sea que iba a trabajar gratis. Me pasaba lo labia y divisé un poste estratégico donde
mismo cuando me tocaba abrir los domin- atar la bici para que no me la robaran. Esta-
gos en un bar donde también trabajaba: ba frente a un local que tenía un asiento de
mientras iba en el taxi, con la resaca del plaza sobre la vereda y una señora sentada
sábado a cuestas, miraba en el reloj cómo con claras intenciones de no moverse de
mi sueldo de las próximas horas ya se iba ahí. «Una perfecta centinela», pensé. No
yendo. me equivocaba.
Terminó la jornada y pedí la suma por Estaba sacando la llave del candado
adelantado. Metí los dos billetes de cien (que guardaba en el mismo bolsillo don-
pesos en el bolsillo trasero del pantalón, de tenía la plata) cuando percibí que algo
agarré la bicicleta y salí para el consulto- sucedía a mi costado: un papel volaba y
rio. En el camino paré en un semáforo y, alguien se agachaba, luego se incorporaba
de pedo, vi que se me había caído la plata. y seguía caminando. En un segundo, todo
Los billetes habían resbalado con la fric- se unió en mi mente. La señal salió de mi
ción del pedaleo, pero estaban ahí, al lado cerebro hacia mi mano, que apretó con

82 | La mejor manera de no estar triste es ir dando pena.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

fuerza el bolsillo. Mi corazón se astilló


al comprobar que ya no había dos billetes
sino uno. ¿Pero cómo? ¡Si los doblé en
cuatro!
Miré a la señora del banco de plaza y
me encontré con sus ojos.
—Los agarró ese señor —me dijo, y
señaló a un hombre con maletín que casi
llegaba a la esquina—. Corré que yo te cui-
do la bici.
Cuando finalmente
Lo alcancé. habló, dijo que
—Señor, disculpe, usted recién levantó
cien pesos del piso.
me confundía de
No dijo una palabra y puso cara de vaca. persona. Después
—¡Eran míos! —le dije.
Le clavé la mirada y sonreí mientras
caminó dos metros
pensaba que aquel hombre metería la mano y se metió en una
en el bolsillo de su jean y me devolvería la
plata. Sin embargo, vaca. Seguí argumen- casa de lotería.
tando y vaca. Cuando finalmente habló, Quedé de una pieza.
dijo que me confundía de persona. Des-
pués caminó dos metros y se metió en una
casa de lotería. Quedé de una pieza.
Volví para atar la bici y agradecerle a
la señora, que seguía de guardia y parecía
estar más indignada que yo. Enseguida me
dispuse amargamente a ir hasta un cajero y
sacar otros cien pesos. Me acuerdo de que
me tocó uno de Evita, que recién acababan billetes en la mano; que él permanecería
de salir. Eso me puso de buen humor, no impávido, todavía con más cara de vaca,
sé por qué. escondido detrás de su barbijo; y que luego
Todavía me faltaba saber que, cuando me haría un buen descuento y me recomen-
entrara al consultorio, el doctor que me daría jugarle al 37: el dentista.
atendería iba a ser el mismísimo ser hu-
mano que acababa de robarme y después
había entrado a la quiniela; que tendría que
permanecer cuarenta minutos con la boca
abierta y una luz apuntándome en la cara,
con la mirada clavada en el techo y los

Estudió periodismo en TEA. Más


Ana Sachetti
duartista que peronista, se pregunta
Ciudad de Buenos Aires,
por qué los cambios tienen que ser
Argentina | 1987
radicales.

Trabajar es la manera más rentable de perder el tiempo. |83


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA VECINA CHELA
Por Carla Rapetti Rivas

L a historia empezó cuando nos mudamos.


Era un edificio viejo con apartamentos
grandes. El nuestro era uno interior, de
—Yo estuve casada cuarenta años, co-
nozco de sexo —me decía Chela, con cara
de sabida—. Pero eso no es sexo, es horri-
esos que dan a un pozo de aire que se com- ble. ¡Chillan!
parte con otros y en los que uno termina Un buen día me dijo que podía usar
viviendo en comunidad, viendo al vecino su roldana para pasar una cuerda has-
en pelotas o escuchando los pedos de la ve- ta mi ventana y así aprovechar el pozo
cina de arriba. para tender la ropa. Acepté y fui hasta su
En el apartamento de enfrente vivía apartamento, que tenía olor a vieja, igual
una vieja: Chela. Cuando nos mudamos, que ella: mezcla de naftalina, humedad
como mujer educada que soy, me presenté y encierro. Me recibió muy bien. Habló
con los vecinos y esto le cayó simpático. A mucho (como de costumbre), me mostró
partir de ese día, Chela me agarraba para fotos de su hija y me dejó pasar a su cuar-
charlar por la ventana siempre que podía. to, que era por donde se llegaba a la rolda-
Generalmente, se la pasaba criticando a na. Puse la cuerda, agradecí y, en cuanto
otros, en especial al pibe del apartamento pude, me escapé.
lindero que, según ella, organizaba orijas, Todo siguió muy normal hasta que lle-
neologismo que después entendí que signi- garon las elecciones. Por esa manija elec-
ficaba «orgías». toral que a veces le agarra a uno, con mi

84 | Hay algunos que no abren la cabeza para no perder la garantía.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

esposo colgamos una bandera del partido también por la roldana de Chela, que es-
de izquierda en nuestra ventana. Se ve que taba a cuatro metros de distancia sobre el
a Chela esto no le cayó muy en gracia, vacío. Me fui a trabajar orgullosa de mi
porque enseguida pegó en su ventana una victoria.
foto del candidato de derecha. Era espan- Cuando Chela volvió, yo no estaba en
toso tener al viejo mirando siempre hacia casa.
nuestra ventana, como espiando, pero la —¡Carla! ¡Carla! —gritó la vieja al ver
bancamos. la cuerda puesta.
No lo sabíamos, pero ese día Chela nos Mi marido se asomó a la ventana.
había declarado la guerra. Empezó por —¿Qué pasó, señora?
hablarme menos, hasta que decididamen- —¡¿Cómo hicieron?! ¿Dónde está
te dejó de saludarme. Cuando yo estaba Carla?
en casa, ella cerraba enojada sus cortinas —Señora —contestó Nicolás—, le pido
(cosa que no hacía antes ya que, muy a mi que respete la memoria de mi esposa y no
pesar, más de una vez la vi en tetas). Siguió ande gritando su nombre en pozos de aire
por golpearnos las paredes cuando hablá- —y antes de cerrar la cortina, agregó—,
bamos alto o cuando poníamos música, y hace meses que murió y aún no lo supero.
hasta llegó a quejarse con la administra- La mejor parte de la historia es que nos
ción. Nosotros, en contrataque, le tocába- mudamos ese mismo mes y Chela no vol-
mos timbre de madrugada o le bajábamos vió a verme. Aún sonrío al imaginar la cara
la llave de luz. de horror que puso. A veces, solo para di-
Pero un día pasó algo grave, muy grave: vertirme, paso por el edificio y le dejo en el
me cortó la cuerda. buzón un pedacito de cuerda.
Me hirvió la sangre. Quería encararla
y decirle que era una vieja de mierda con
olor a humedad. Pero Chela no estaba en su
apartamento. Nicolás, mi esposo, me dijo
que teníamos que ser inteligentes. Enton-
ces me acordé de la caña de pescar que mi
viejo le había regalado y que todavía espe-
raba ser estrenada. Así que pasé una cuerda
nueva por la anilla de la punta y, apelando
a mis aptitudes de pescadora y malabarista,
invertí treinta minutos en lograr que pasé

Escribe por impulso y mucho menos


Carla Rapetti Rivas de lo que le gustaría. No vive sin
Montevideo, Uruguay | 1985 música ni mate y es fanática de la
bicicleta.

Mi vida tomó otro rumbo. Pobre infeliz, sin mí no va a saber qué hacer. |85
Anécdotas mejoradas

LA DEL
ENOJO FÁCIL
Por Carolina Rodríguez Spinelli

L a sensatez es una virtud que necesita


ser agitada antes de usarse. El primer
sacudón lo recibí cuando llamé a mi fla-
como escribir la palabra bomba en cada
mail solo para hacer perder tiempo a los
de la CIA. Mi militancia era diaria, nada
mante suegro «pelotudo» delante de toda les concedía a los grandes capitales: nunca
su familia. El segundo fue la maternidad, ropa de marca, nunca comida de cadenas
la falta de tiempo para informarme o inter- internacionales. Por eso, como si fuera una
cambiar opiniones sobre los temas que me justiciera de delantal, reclamaba esos dos
amargaban funcionó como una cura natu- pesos de diferencia que el capitalismo me
ral para aquel estado de enojo que me hi- quería robar cuando intentaba engrupirme
potecaba la vida. poniendo precios en las góndolas que no se
Cuando empecé a salir con Nicolás, correspondían con los de la caja. La lucha
yo era una persona en situación de indig- será conjunta o no será, me repetía mien-
nación perpetua, pasaba horas enfrascada tras corría, bolsita en mano, al vecino que
en discusiones, incluso con gente que no se había olvidado de levantar la caca del
estaba presente. Me dormía de madrugada perro o arremetía contra el descuidado que
planificando estrategias para desenmas- ensuciaba nuestro espacio al grito de «¡se
carar a los cinco viejos crápulas que, aún te cayó algo!».
creo, dominan el mundo. Aplicaba medi- El fatídico día yo había recibido un
das distorsivas para cimbrar el sistema, correo de Nico. Él solía mandar artículos

86 | A lavar las culpas que mañana hay que usarlas de nuevo.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

sobre los que discutíamos e intercambiá-


bamos información. Cada tema terminaba
siendo una especie de ruta que confirma-
ba que éramos seres afines. Esta nota era
sobre un proyecto que estaba en la gatera
y del que yo no tenía mucha información;
nuevamente sospechaba oscuros intereses
Esta nota era
tejiéndose detrás, pero no podía precisar sobre un proyecto
cuáles. Así que la respuesta debía ser in-
geniosa e imprecisa a la vez: «Algo no me
que estaba en la
cierra en todo esto. No sé si por culpa del gatera y del que
pelotudo que hizo la nota o por el pelotudo
que presentó el proyecto. Bomba». yo no tenía mucha
Tenía el cerebro tan licuado que me pa- información;
reció una respuesta perspicaz y así la man-
dé. No fue sino hasta el otro día que me nuevamente
cayó la ficha, lo que quise deslumbrar me sospechaba oscuros
apagó la luz: ahí estaba la respuesta de mi
suegro. Él era el pelotudo que había pre- intereses tejiéndose
sentado el proyecto. Ahora me hacía unas detrás, pero no
puntualizaciones a mí y al resto de la fa-
milia y amigos que participaban de lo que podía precisar
había resultado ser un correo grupal. Otra cuáles.
treta del espionaje: responder y responder
a todos están demasiado juntos.
Ahora, que la indignada está de licencia
y la mujer cansada ha venido a ocupar su
puesto, me pregunto si podré remontar mi
imagen.

Cree que los nombres influyen en el


Carolina
carácter. El suyo significa «la guerre-
Rodríguez Spinelli
rita», así, con diminutivo. Lleva gana-
Canelones, Uruguay | 1980
das varias batallas.

Los curas, en Semana Santa, no pueden comer chicos. |87


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA ARMÓNICA
ROBADA
Por Diego Ignacio Castro

C uando tenía algo así como seis años,


alguien me regaló una armónica. No
recuerdo si tenía ocho y tampoco quién me
cumpleaños interpretado por mi abuelo
con su armónica, a través del teléfono. En
mi familia somos muchos y fueron tam-
la regalo, pero sí que recuerdo muy bien el bién muchas las veces que detrás del tubo
instrumento y al que me lo quitó. escuché esas interpretaciones. Tuve otras
Al lado de mi casa había un terreno armónicas. Pasaron diez años más y, como
baldío que para nosotros fue, durante mu- muchos adolescentes, me llegó la hora de
chos años, nuestro parque de diversiones. tener una banda de rock y aquel alarde in-
Una tarde se me dio por meter entre los telectual regresó, no sabía tocar otro ins-
juegos infantiles aquella armónica. Esa trumento, por lo que mi armónica servía
acción tuvo algo de soberbia, de alarde para tener un lugar que pocos querían ocu-
ante el grupo. Era un instrumento, y no par, por la exposición que merece. La ban-
de los más comunes: eso me hacía pare- da pasó y la armónica siguió sonando. Mu-
cer un poco mayor para la edad que tenía. chos libros, muchos tutoriales, y más bien
Pero esa soberbia intelectual no me dejó poco talento. Pero la armónica seguía es-
ver que esa tarde, en el grupo, había un tando. Los felices cumpleaños se seguían
integrante poco común entre nosotros. Es- escuchando detrás del tubo y ahora rever-
taba el que se convirtió, instantáneamente, sionados en mi intimidad. Acercándonos a
en el ladrón de mi armónica. Pasaron los una década más cercana, se había sumado
años y en el camino solía escuchar para a mi haber dos o tres armónicas bluseras y
cada cumpleaños de la familia, el feliz una Ramona, gigante, regalo de mi abue-

88 | Maduré tanto que la vida ya me pudre.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

Tuve en mis manos, para siempre, la máquina


original de los felices cumpleaños, y a la vez una
réplica de aquel instrumento con el que alardeé
aquella tarde infantil y que en minutos me robaron.

lo, el gran intérprete del Feliz cumpleaños pero ya no tengo al intérprete, ni tampoco
detrás del tubo. Entrando a esta década, el tengo el talento. Sigo sin recordar quién
gran intérprete de mi infancia se nos fue me regaló mi primera armónica, la perdi-
a tocar el arpa, como quien dice, quizás da. Será por eso que la seguiré buscando
para contagiarme de ese instrumento. Se toda mi vida.
fue mi abuelo y mi vieja, su hija, se acercó
a los pocos días y me dio como recuerdo
suyo una armónica, pequeña, de bolsillo,
pero no del bolsillo grande, del chiquitito
donde entran solo las monedas. Tuve en
mis manos, para siempre, la máquina ori-
ginal de los felices cumpleaños, y a la vez
una réplica de aquel instrumento con el
que alardeé aquella tarde infantil y que en
minutos me robaron. Tengo la armónica,

Diego Ignacio Castro


Navarro, Buenos Aires,
Argentina | 1988

La rutina es el estribillo de la vida. |89


Anécdotas mejoradas

LA DEL
LIBRO DE NERUDA
DEDICADO
Por Gustavo Chiozza

—N o es mal chico, lo que pasa es que


no presta atención —dijo la maes-
tra—. Se queda mirando la ventana. Nada
de que Nicolás empezaba a pensar como
ellos: no solo habían logrado desarrollar en
él una aversión por el estudio, por la curio-
le interesa. sidad, por las ganas de aprender, sino que
Lo que pasa es que se aburre, pensé yo. habían minado su confianza en sí mismo
Pero ni siquiera lo dije. No valía la pena. y en nuestra capacidad para evaluar sus
No era la primera vez que desde el colegio cualidades. Contarle que habíamos decidi-
nos llamaban para hablar con algún maes- do cambiarlo de colegio para el secunda-
tro. Ya había ocurrido en quinto grado, en rio pareció confirmar sus sospechas: tener
sexto, en séptimo… Intentamos decirles que separarse de sus compañeros era una
que ellos no lograban capturar su aten- consecuencia de su incapacidad. Pero, por
ción; que haciéndolo estudiar de memoria suerte, al poco tiempo de comenzar primer
cosas aburridas nada iba a cambiar. Pero año se fue entusiasmando con el nuevo co-
todo era inútil. La respuesta del colegio, legio, con los nuevos profesores y con la
primero sugerida implícitamente y luego manera que tenían de enseñar. Era un cole-
de manera explícita, era siempre la mis- gio más pequeño, con una propuesta edu-
ma: «A lo mejor este colegio es demasia- cativa que ponía mucho énfasis en inculcar
do para Nicolás». el gusto por la lectura.
Andrea y yo opinábamos lo contrario, —Aníbal, el de literatura, nos pidió que
pero para el colegio nuestra opinión no consiguiéramos un libro de Neruda —me
contaba. Y lo peor era la oscura intuición dijo Nicolás un día—: Veinte poemas de

90 | El que esté libre de pecado que no sea idiota y se ponga al día.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

amor y una canción desesperada. Mami Después papá se fue. Yo bajé para acom-
me dijo que te preguntara si lo tenés. pañarlo y, de paso, fumar un cigarrillo.
—Creo que sí —le respondí—. Dejáme Nos detuvimos en un quiosco, vi este li-
que me fije. bro y decidí comprarlo, aunque ya lo te-
No tenía ni la menor idea de dónde po- nía. Papá me dijo: «Dejá», y lo pagó él.
día estar el ejemplar que yo había leído en
mi juventud, pero estaba casi seguro de ha- ¿Lo compré para Nicolás? No lo sé.
ber visto en mi biblioteca uno nuevo. Estoy escribiendo esto por si algún día
—Aníbal nos dijo que, si se lo pedía- lo averiguo; estoy tratando de capturar
mos a nuestros padres, seguro íbamos a algo de todo lo inefable de aquel día.
encontrar alguna dedicatoria romántica en 15 de mayo de 1996.
el libro.
—Muy probablemente —observé—.
Pero no creo que vaya a ser el caso. Si no
me equivoco, el que tengo es nuevo.
Efectivamente, el libro que yo tenía era
nuevo. No recordaba cómo había llegado
hasta allí, pero tampoco me sorprendía de-
masiado. Suelo comprar más libros de los
que leo y no es raro que, si veo un libro que Primero con
leí hace mucho, que me gustó y que no sé
dónde está, lo vuelva a comprar. Saqué el sorpresa y luego
libro de la biblioteca y se lo llevé a su pieza con una mezcla
sin siquiera abrirlo.
—Mirá, está dedicado —me dijo Nico- de emoción e
lás cuando lo abrió. incredulidad,
Pensé que me estaba tomando el pelo,
pero no: allí estaba mi propia letra, mi firma empecé a leer
y una fecha. Primero con sorpresa y luego lo que yo mismo
con una mezcla de emoción e incredulidad,
empecé a leer lo que yo mismo había había escrito
escrito trece años atrás: trece años atrás.
La mañana del 13 de mayo de 1996, un
lunes, papá vino a visitarnos al sanato-
rio. Nicolás acababa de nacer la ma-
drugada anterior.
Estuvimos juntos los tres; Nicolás en
mis brazos, despierto y mirándome a
los ojos.

Médico psicoanalista. Autor de Un


Gustavo Chiozza
psicoanalista en el cine (2006) y ¿Por
Ciudad de Buenos Aires,
qué la gente fuma? Un reencuentro
Argentina | 1962
con el humo y el fuego. (2016).

Me fui del teatro porque se vivían horas dramáticas. |91


Anécdotas mejoradas

LA DE
SAVIOLA
Por Hernán Gérez Torres

M i crisis de los veinte años —sí, de los


veinte— tuvo nombre y apellido: Ja-
vier Pedro Saviola. Yo sabía, al igual que
la línea y asistir al 9. Sería imparable. Iba
a ganar el Mundial. Era mucho más que un
sueño o un deseo. Estaba planificado; pla-
todos, que el tiempo había pasado y que él nificado por mí, por supuesto.
ya no era el jugador de antes. Saviola anda- Aquella fue la primera y única vez que
ba por los treinta y pico y estaba gastando lo vi en vivo. El alambrado que separaba
los últimos cartuchos de su carrera. Ya no a la cancha de la tribuna nos impidió in-
era el Pibito que debutó con dieciséis años teractuar. Aun así, esa noche Saviola me
en Primera División. Pero parecía que ni enseñó que, a veces, hasta a los más gran-
siquiera eso podía eclipsar la emoción que des cracks de la historia del fútbol mundial
yo sentía por ir a la cancha para ver jugar —como éramos nosotros dos— las cosas
a mi ídolo de la infancia por primera vez. pueden no salirles según lo planeado. Esa
Hasta que, de un momento a otro, todo noche, durante los cuarenta y cinco mi-
cambió, y un tipo de angustia que por ese nutos que estuvo en cancha, el Pibito no
entonces desconocía se apropió de mí: sen- pudo sacarse a un solo hombre de encima.
tí el dolor de ver cómo concluía la carrera Cuando salió en el entretiempo, desde la
profesional de un jugador de fútbol, algo tribuna yo lo entendí. Y no lo culpé por
que nunca antes había vivido. lo lejos, muy lejos, que había quedado de
¿Justo Saviola tenía que ser? ¡La puta aquel Saviola que desparramaba y apila-
madre! Me partía al medio recordar cómo, ba rivales detrás de sí. Lejos. Tan lejos
a los ocho años, yo soñaba con que él me como la distancia entre el predio de Ezeiza
entregara su camiseta. Porque la 7 de la Se- —donde concentra la Selección— y el ba-
lección Argentina iba a ser mía. Yo sería su rrio de Once, donde queda el call center en
heredero. Era yo el que iba a desbordar por el que trabajo.

Periodista deportivo. Ya no es un
Hernán Gérez Torres
delantero que atiende un call center,
Ciudad de Buenos Aires,
sino que trabaja como volante creati-
Argentina | 1992
vo en una agencia digital.

92 | Antes de tener un hijo, pensá que se puede parecer a vos.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DEL
QUINTO COLECTIVO 166
Por Ignacio López

B uenos Aires, año 2005. Yo cruzaba la


ciudad todos los días en el colectivo
166. Trabajaba en Supermercados Coto
Los colectivos no paraban porque iban
repletos (aunque todos sabemos que atrás
siempre hay lugar) y durante las siguientes
imprimiendo cheques. Cobraba un sueldo semanas se volvió habitual que solo pudie-
miserable y encima me enteraba de todas ra subirme al segundo o al tercer colectivo.
las cantidades que ahí se pagaban. Además, Así que tuve que empezar a levantarme
la empresa nos hacía fichar con una tarjeta cada día un poco más temprano: si alcanza-
electrónica en unos molinetes carcelarios; ba al tercer o cuarto colectivo podía llegar
si en un mes llegabas tarde dos veces (aun- a horario y no me descontaban el premio.
que sea por un minuto), te descontaban el Hasta que un día los primeros tres co-
premio. En mi caso, eso significaba la ter- lectiveros ignoraron la parada sin siquiera
cera parte de un raquítico sueldo. sonrojarse. Cuando el cuarto se acercaba,
Me había casado y el matrimonio había redujo la velocidad y amagó arrimarse, pero
durado lo que un pedo en la mano: apenas el semáforo le dio luz verde y aceleró. A esta
once meses. Pero hasta entonces todo iba altura ya empezaba a impacientarme. Mira-
bien, y cada mañana yo me tomaba el 166 ba el reloj y los cálculos no me daban.
a unas cuadras de mi casa. Este me deposi- Cuando el quinto colectivo asomó la
taba en la esquina de la oficina. A la tarde trompa, salté al asfalto para esperarlo so-
hacía lo mismo pero al revés. bre la avenida. Yo vestía un traje barato
Un día el 166 no paró, aunque pude su- pero decente, con una corbata que jugaba
birme al segundo. Al día siguiente el pri- con el viento. El colectivo pasó cerca mío
mero no paró y el segundo tampoco. Re- pero no se detuvo en la parada, sino unos
cién pude subirme al tercero. metros más allá por una luz roja. Entonces

El secreto de la belleza no es ser lindo sino cogible. |93


Anécdotas mejoradas

me acerqué con paso apurado y golpeé la


puerta para que me abriera. Con la mirada,
el colectivero intentó explicarme que no
había lugar. Lo subrayó con su bigote mos-
tacho. La luz se puso en verde y el colecti-
vo arrancó. Pero muy cerca, en el siguiente
semáforo, se detuvo otra vez. Nuevamente,
me acerqué a la puerta y golpeé. Nada.
Ahí se pudrió todo.
Le di una patada a la puerta y luego
Me crucé de me paré frente al colectivero. Me crucé de
brazos y me vi brazos y me vi a mí mismo, desalineado,
frente a un colectivo rojo, en el medio de
a mí mismo, una avenida enorme, injusta, demoledora.
desalineado, El colectivero se cruzó de brazos también
y apagó el motor. Parecía decirme: «Acá
frente a un arriba mando yo». A través del parabri-
colectivo rojo, sas se podía intuir el murmullo que había
adentro.
en el medio Luz verde: el bigote encendió el motor
y arrancó. Me moví hacia el medio de la
de una avenida avenida y tiré un golpe que alcanzó a dar-
enorme, injusta, le a la ventana. Cuando volví, la gente en
la parada me miraba. Yo rengueaba, tenía
demoledora. sangre en una mano y la corbata se había
convertido en una soga enloquecida. El si-
guiente colectivo llegó semivacío y no me
moví durante todo el viaje.
Llegué muy tarde a la oficina. Nadie me
dirigió la palabra, salvo Carolina, una chica
rellenita, perfectamente distinguible a tra-
vés de un parabrisas. Me saludó y después
le dijo a mi jefa: «Cuidado con este que hoy
está un poquito violento».

Vive en Barcelona. Escritor y cama-


Ignacio López
rero. Fue editor de Verboten, una
Ciudad de Buenos Aires,
revista de papel que se publicó en
Argentina | 1979
España durante un número y medio.

94 | La división de bienes es así: yo me quedo con todo lo que imaginé y vos te llevás todo lo que sos.
DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DEL
CHICO EN LA
PARADA DEL 110
Por Ivana Mondelo

E n la época en la que estudiaba, vivía


con mi familia en la zona sudoeste de la
ciudad donde llegaban apenas tres líneas
Una noche de invierno me senté a espe-
rar a que viniera el 110 en el umbral de un
garaje y desde la penumbra de la calle, con
de colectivos y solo una, el 110 Rojo, me paso tranquilo, apareció un chico. Lleva-
dejaba cerca de la facultad. Todo los días ba una valija pequeña, de esas que se usan
caminaba unas diez cuadras hasta toparme para guardar herramientas, tenía puestos
con la Ciudad Universitaria, en el barrio unos jeans, una campera negra varios ta-
República de la Sexta. Pero lo más com- lles más grande y una gorra. Cuando llegó
plicado era la vuelta. «La Sexta» siempre a la esquina me miró y se sentó al lado mío.
tuvo fama de peligroso y más a la noche. Hacía mucho frío y la cuadra estaba desier-
Después de las diez, el barrio estaba muy ta, éramos solo nosotros.
desolado y metía miedo. Mis opciones Me paré y caminé hasta la calle. No
eran, o tomar cualquier bondi a la vuelta de había señales de que fuese a pasar algún
la Ciudad Universitaria, donde pasaban va- vehículo en los próximos minutos. Volví
rias líneas y siempre había gente, y luego a sentarme en el umbral, un poco más le-
empalmar con alguno de los que me dejaba jos, lo reconozco. El chico me miraba con
en la esquina de mi casa; o bien emprender insistencia y eso me puso incómoda. Me
la caminata de las diez cuadras de regreso sentí nerviosa, quizás tuve miedo de que
y tomar el 110 Rojo. Casi siempre elegía fuera a robarme las mínimas pertenencias
la segunda. que llevaba encima. Él percibió la inco-

Cuando estoy solo estoy mal acompañado. |95


Anécdotas mejoradas

modidad y me dijo: «Me llamo Ariel, ¿y


vos?».
Ariel tenía dieciséis años y vivía en
San Francisquito, un barrio también de la
zona sur. Recién salía del colegio y, como
el colectivo se demoraba, había empezado
a caminar siguiendo el recorrido. Ese año Ariel solo quería
había decidido retomar el secundario y se
anotó en el turno noche, en una técnica
charlar un rato
donde cursaba la especialidad de electróni- de la vida. Para
ca. La valija era para llevar herramientas y
una libreta para tomar apuntes en clase. De
cuando el colectivo
día hacía changas con su papá y de noche llegó, ya
estudiaba. Me contó que había empezado
el año encerrado en un instituto de menores
hablábamos de
por robar en una pañalera, unos días des- su hija, su novia,
pués que nació su hija. «Nos llevamos de
todo, pero nos engancharon. Hasta salimos
su familia.
en el diario».
Unos años antes, a los catorce o quin-
ce, Ariel junto con sus amigos del barrio,
había empezado a robar. Lo que primero
fue un juego después se volvió algo de to-
dos los días. Es que eran varios en el gru- geniería. Después de esa noche nos segui-
po y noséquien les había prestado un par mos cruzando en el 110 bastante seguido y
de chumbos y entonces no pararon. Antes en el trayecto siempre compartimos un rato
había dejado la escuela porque se aburría, de charla. Aquel fue mi último año en la
en su familia eran un montón y él ayuda- facultad, cuando llegó diciembre y terminé
ba con algo de plata. Me contó en detalle de cursar, no lo vi más.
cada uno de sus robos, sus trucos para abrir
puertas y romper candados o rejas, de las
veces que lo agarraron, de las que pudo za-
far, de lo complicado que era, de lo bien y
mal que la pasó.
Ariel solo quería charlar un rato de la
vida. Para cuando el colectivo llegó, ya ha-
blábamos de su hija, su novia, su familia.
También me preguntó cómo era ir a la fa-
cultad, porque tenía planes de estudiar in-

Ivana Mondelo Comunicadora y periodista, especia-


Rosario, Santa Fe, lizada en medios digitales. Le dicen
Argentina | 1980 China, pero es de Rosario.

96 | Si vas a plagiar, probátelo antes, no vaya a ser cosa que te quede grande.
DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DEL
PELUQUERO DE PEÑAROL
Por Javier Martínez

M is amigos se burlan cuando me ven


con mi peinado nuevo, así que voy
a explicar por qué ando con este jopo de
derivó entonces en un desfile de ayudantes
cada vez más amanerados hasta terminar
en travestis hechos y derechos.
bailarín puto. La más estable era Casandra —las tra-
Hace años que me corto el pelo en la vestis siempre eligen nombres extraños, no
misma peluquería. Es un local modesto, de- sé por qué, tal vez para resaltar su persona-
sastrado y céntrico, cómodo para mí, ya que lidad—, un pibe de veintiún años y altura
queda a un par de cuadras de mi trabajo. de basquetbolista, que sigue trabajando ahí
Cuando empecé a cortarme allí, me hasta el día de hoy. Un día me atendió con
atendía Gustavo, el dueño, o uno de sus un vestidito corto y unas medias de red y
ayudantes: un flaco medio rengo que aca- me animé a elogiarle la elegancia. Me con-
baba de volver de Estados Unidos, o un testó que no le gustaba pero que igual se lo
tipo que era de la barrabrava de Peñarol, ponía porque era un regalo de su madre, lo
aunque nada en su aspecto dejara entrever cual era todo un logro, ya que significaba
su condición de fanático. Más bien al con- mucho que ella hubiera aceptado su con-
trario, llevaba un corte de pelo de diseño y dición. Me dijo que era hijo único y que al
abalorios neutros. Yo le seguía la corriente, padre todavía le cuesta.
pero no establecí mucha confianza porque —Y sí, no debe ser fácil —le respondí,
al poco tiempo dejó de trabajar ahí y no lo y también le dije que estaba linda con el
vi más. Al otro tampoco, y la peluquería vestido.

Dimos vuelta la historia y comenzó otra vez desde el principio. |97


Anécdotas mejoradas

En la peluquería ya me conocen y sa-


ben más o menos lo que quiero, así que en
diez minutos siempre estoy afuera. Pero la
última vez que fui me sorprendí al encon-
trar de nuevo al barrabrava. Casandra le
cortaba el pelo a una cincuentona y Gus-
tavo charlaba con alguien en la habitación
trasera, así que me dejé poner el poncho Estuvo un
estampado de leopardo y me senté. Para buen rato tijera en
sacarle tema le comenté que hacía tiempo
que no lo veía. mano contándome
—Esta es la tercera vez que vuelvo a de ese y otros
trabajar acá —me contestó— ¿Cuánto ha-
ce de la última vez que te corté? partidos en vez de
—Me acuerdo que hacía poco que Pe- cortarme el pelo.
ñarol había jugado la final contra Santos
—le dije.
—Entonces fue en 2011.
—Ahí va. Vos fuiste a ver el partido, me
acuerdo.
—Sí, un viaje de locos —recordó el ba-
rrabrava manya—. Una semana entera en
bondi para estar ahí apenas unas horas. Y a —Es que les duele que todos los jefes
la salida nos cagaron a pedradas. Carísimo de La 12 hayan sido siempre uruguayos
me salió. Pero lo volvería a hacer. —me explicó—. Pero no me puedo rega-
Estuvo un buen rato tijera en mano lar, porque yo ya tengo mis galones, mi
contándome de ese y otros partidos en vez gente, mi bandera, y por ahí un pibe de la
de cortarme el pelo. Me contó también del barra de Nacional quiere hacer unos pun-
comisario de la novena, que como es amigo tos conmigo, ¿entendés?
suyo le borró unos videos donde apa- Se hizo un silencio y entonces me
recía agarrándose a las piñas. El policía preguntó:
lo había llamado para avisarle y felicitarlo —Y vos también eras manya, ¿no?
por lo bien que salió repartiendo tortazos. —No. Yo soy bolso.
O de la vez que, a pesar de la histórica —Ahá —dijo, y siguió cortándome.
rivalidad que mantiene con Peñarol, llegó Cuando terminó me pareció que me de-
a hinchar por Nacional cuando los bolsos jaba un jopo alto. Le pedí que lo rebajara
jugaron contra Boca. Todo porque había pero me lo peinó y me convenció. Ya en
tenido un altercado anterior con los jefes casa empecé a darme cuenta de que tendría
de La 12. que haberle dicho que era de Danubio.

Ingeniero. Ha escrito para revistas de


Javier Martínez Uruguay y España. Publicó el libro
Río Negro, Uruguay | 1971 ilustrado Tano, historias de migrantes
ítalo-uruguayos.

98 | Anda con cara de sueño sin cumplir.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DE
LA VECINA FÓBICA
Por Josefa La Porta

A lquilé el departamento de Mitre con


el acuerdo expreso de poder vivir ahí
con mis mascotas: Alas y Lea, siamés y
—Dice mi mamá que te avise que en-
contró a tu gato durmiendo en su cama, y
que lo cuides porque ella es alérgica y les
bóxer, respectivamente. Al poco tiempo tiene fobia.
de mudarnos, tras las primeras recorridas No aclaró de qué debía cuidarlo, pero a
de reconocimiento por la vivienda, Alas buen entendedor…
finalmente abandonó su cautela inicial y En lo sucesivo traté de impedir por to-
se largó a inspeccionar el resto del edificio. dos los medios que Alas volviera a salir,
El balcón corrido que unía los cuatro pero un gato no está hecho para estar atado
departamentos le facilitaba ese propósito. y no iba a ser yo quien le pusiera un collar
Alas salía por la puerta ventana en cuanto y una cuerda. Por un tiempo no hubo otros
la encontraba abierta lo suficiente y Lea reclamos y para el verano ya había man-
se sentaba pegada al vidrio a esperarlo. dado a hacer una puerta mosquitera, que
Cuando encontraba a la perra en ese lugar impediría la entrada de los mosquitos y la
sabía que el gato no estaba en casa. salida del gato. De manera que no había de
Pronto las salidas de Alas se hicieron qué preocuparse. Por lo demás, el trato con
más largas. Estaba claro que ya había in- los vecinos era cordial, sin llegar a ser pe-
timado con alguno de mis vecinos. Lo gajoso. Hasta que un viernes por la tarde
confirmé cuando el hijo menor de Celia, sonó el timbre de la puerta del departamen-
la vecina del departamento pegado al mío, to. Pregunté extrañada quién era.
me tocó timbre una mañana y, sin saludar —Soy Celia —respondieron del otro
ni mirarme a la cara, me largó el mensaje: lado— ¡Abrime, por favor!

En lo que dice se nota, más o menos, lo que quiere decir. |99


Anécdotas mejoradas

—Me estaba tiñendo el pelo cuando tu


gato entró por la puerta del balcón —me
explicó, ya dentro de mi departamento—.
No quería tocarlo y llenarme de ronchas,
así que traté de espantarlo con la
escoba. Lo empujé hacia la puerta del
—¡Por favor, departamento y la abrí para que se fuera,
dejame pasar! pero no quería salir. Entonces vi un par de
sobres en el piso del pasillo, me adelanté
—me suplicaba—. a levantarlos y una corriente de aire me
A tu gato no le voy cerró la puerta. Tu gato quedó adentro y
mirá cómo quedé yo.
a hacer nada, te lo Le pregunté si sus hijos no podían
voy a devolver, abrirle la puerta, pero me dijo que se
habían ido al cine con la abuela. Luego
pero no me dejes le sugerí que llamara a su marido, pero
así en el pasillo. tampoco se encontraba: estaba volviendo
de Ushuaia en avión.
—Tenemos una reserva en el Sofitel
porque hoy es nuestro aniversario. Me
estaba preparando —se lamentó.
—¿Y yo qué querés que haga? —le
pregunté de una buena vez.
Me acordé de Alas y abrí sin dudar. Ahí —No puedo quedarme así en el pasi-
estaba mi vecina. llo. Tengo que lavarme la cabeza, ya se me
—¡Por favor, dejame pasar! —me su- pasó el tiempo de la tintura y se me arrui-
plicaba—. A tu gato no le voy a hacer nada, na el pelo. ¡Por favor! —me suplicó—. Te
te lo voy a devolver, pero no me dejes así juro que el gato te lo devuelvo, pero nece-
en el pasillo. sito lavarme ya mismo y quedarme en tu
«Así» quería decir en camisón raído, casa hasta que llegue alguno de los míos
con una toalla vieja y manchada sobre los con una llave. Pero yo no lo toco, al gato
hombros y el pelo con una tintura que le no lo toco. ¡Vas a tener que entrar vos a
chorreaba por el cuello y las orejas. Ya se buscarlo!
me hacía difícil contener la risa cuando vi —¿Algo más? —pregunté sin poder
que, además, Celia sostenía dos sobres en ocultar mi fastidio.
una mano y una escoba en la otra. Un cua- —Sí, hacé un cartelito y pegalo en mi
dro insólito. puerta para que cuando alguien llegue me
—¿Qué te pasó? —pregunté mientras le busquen acá. No quiero molestarte más de
dejaba el paso libre— ¿Qué tiene que ver lo necesario.
mi gato con esto?

Argentina naturalizada. Editora jubi-


Josefa La Porta
lada, escritora casi inédita, y poeta
Benevento, Italia | 1952
full time.

100 | A la frase «viajar al exterior» solo le veo sentido aplicada a un astronauta.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DE
LA ESPERA EN EL MÉDICO
DE ADOLESCENTES
Por Juan Manuel Arias

D esde que me casé, los roles en mi casa


siempre estuvieron claros y definidos.
Silvia se ocupa del trabajo doméstico, los
en Martínez. Le pedí a mi secretaria que
concertara la reunión en el consultorio.
Para no esperar, preferí pagar la consulta
chicos, el colegio y los médicos. Yo del es- como «privado». Me aseguraron que el
tudio, el sustento económico y la protec- martes a las tres de la tarde me atendería
ción familiar. La buena crianza y el amor puntualmente.
cotidiano era un ámbito reservado para mi Llegamos veinte minutos antes del tur-
mujer y yo me ocupaba del resto. no asignado. Tocamos el timbre, recorri-
Nunca había ido a una consulta médica mos un corto pasillo y desembocamos en
con mis hijos, pero cuando Pedro, el ma- una amplia sala llena de mujeres y niños.
yor, cumplió doce, Silvia decidió que su Me pareció raro encontrar tanta gente,
tamaño y otros detalles justificaban cam- porque nuestro turno comenzaba en minu-
biar a su pediatra de siempre. Ahora debía tos. «Quizás hay otros médicos atendien-
hacerme cargo, conseguir un médico varón do», pensé ingenuamente, mientras me
de adolescentes y acompañarlo en la pri- dirigía al fondo de la sala donde estaba la
mera visita. recepción.
Eso hice. Averigüé entre mis amigos, Me presenté y pagué la consulta. Lue-
quienes me recomendaron visitar al doctor go pregunté: «Discúlpeme señorita, ¿sería
Salinas, reconocido médico clínico, espe- tan amable de informarme si hay algún
cializado en púberes y jóvenes. Atendía paciente antes que mi hijo, esperando ser

Hay que suministrarle una pastilla de freno. |101


Anécdotas mejoradas

atendido?». La secretaria me miró inex- nó: «A ver, nene, vení para acá que te voy
presivamente, dirigiendo su mirada a la a revisar».
sala repleta, replicó lacónicamente: «To- A esa altura, Pedro ya podía intuir el
dos esos». desenlace. Me miró y alzando la voz dije:
Intenté explicarle que mi turno empe- «Con este pelotudo no te vas a atender»,
zaba en veinte minutos y fui subiendo el y con la mirada le indique la puerta de sa-
tono de voz hasta que mi queja se hizo au- lida. El médico perdió toda compostura y
dible en toda la sala. Me pidió que calmara, haciendo airados ademanes apoyó su mano
que tenia que esperar. Le dije en tono fir- en mi espalda apurándome. Mientras salía
me: «Ok. Vuelvo en veinte». del consultorio, me di vuelta, lo miré y le
Cuando volví no habían llamado a nin- dije: «No me vuelvas a tocar».
gún nuevo paciente. Me levanté, fui hacia Nos dirigimos hacia la puerta, con el
la recepcionista y exclamé: «Ya es la hora». médico detrás y a los gritos. Bajamos un
La señorita transmitió nuevamente mis escalón y cuando estábamos saliendo a la
reclamos al médico, me pidió paciencia y calle intentó empujarme. No logró su co-
dijo que el doctor estaba terminando de metido. Me di vuelta y con mis dos manos
atender y me llamaría. le di un topetazo gritándole: «Te dije que
Al fin se abrió la puerta del consultorio. no me tocaras». El doctor Salinas retro-
Salió una mujer junto a su hijo, y escuché cedió asustado por mi reacción, tropezó
el grito del médico: «Arias». con el escalón y cayó de espaldas sobre
Cruzamos toda la sala, con los ojos de el piso. Los resignados pacientes miraban
las madres clavados en nuestras espaldas. azorados. Me abalancé sobre su cuerpo, lo
Al entrar al consultorio había decidido dar tomé del delantal. En ese momento, Pedro
por superado el mal entendido. El médico me tocó el hombro, diciendo: «Papá, mejor
nos recibió con una filípica que intentaba vamos», y así hicimos.
justificar su demora, sermoneándonos so- Años mas tarde, mi hijo invitó a almor-
bre sus más de veinte años como profesio- zar a Candela, su primera novia. Allí nos
nal, su prestigio y dedicación a los pacien- enteramos que su apellido era Salinas y
tes, y las causas por las cuales se demoraba que su papá era médico de adolescentes.
en atenderlos. Escuché pacientemente, y
luego le respondí con tranquilidad, pero
el clima se cortaba con un cuchillo, hasta
que abruptamente, se dirigió detrás de un
biombo donde había una camilla, y orde-

Juan Manuel Arias Emprendedor existencial, curioso


Ciudad de Buenos Aires, crónico, de mente abierta, amante
Argentina | 1964 del conocimiento y del buen vivir.

102 | El mayor error de interpretación es querer interpretar cuando no es necesario.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DEL
PADRE, TREINTA Y SEIS
AÑOS DESPUÉS
Por María Andrea Ganoza Bogdanovich

U n miércoles, mi mamá anunció que el


cerdo de mi padre se había ido con otra.
Me sentí un poco aliviada. Mi hermana
El rol de mi hermana era encerrarse o en-
fermar para que papá se calme. El recuer-
do de la época en que mi padre se fue con
Rosina siempre se ponía nerviosa cuando otra es particularmente feliz: mamá prepa-
discutían, tenía una pequeña radio a pilas raba dulces a diario y me dejaba comerlos
en su habitación y cuando escuchaba gri- hasta el hartazgo. Mi hermana, que hasta
tos se encerraba y luego mamá sacaba, de entonces había permanecido distante a mí,
la misma habitación, toallas con líneas de salía más de su pensamiento y empeza-
sangre. Entonces mis papás se calmaban y mos a compartir. Ese año fue un vuelco en
todos nos sentábamos en el comedor del nuestra relación, de sentirla apartada pasé a
primer piso. quererla. Antes sentía rechazo de su parte,
Cuando papá vivía con nosotros yo sen- como si por mi culpa hubiera perdido el ca-
tía que todos teníamos un papel a cumplir, riño de papá. Pero con el paso de los meses
como en una obra de teatro o como cuando nos volvíamos cada vez más cercanas.
jugamos a policías y ladrones, con la dife- Mi madre nos repetía «todos los hom-
rencia de que no hay ni buenos ni malos bres son iguales, prometen y prometen has-
y que cada quien se persigue a sí mismo. ta que te la meten y una vez metido olvidan
Yo recuerdo que de pequeña mi rol era es- lo prometido». Yo no entendía bien a qué
tar junto a mamá cuando ellos discutían y se refería, pero asentía con la cabeza. Me
enojarme con papá cada vez que gritaba. gustaba hacer cosas de grande, me pintaba

Aproveche nuestra promoción, para que nos aprovechemos de usted y quedemos a mano. |103
Anécdotas mejoradas

las uñas y veíamos la novela. A los siete Chocotejas que comprabamos en la esqui-
meses de la partida de papá llamaron del na de Diez Canseco y Alcanfores, de por
colegio para hacerme unas evaluaciones. qué se había ido, del café, de otras estupi-
Yo fui nerviosa, nunca me gustaron los deces tan divinas que hacen lo cotidiano;
médicos, siempre me ha parecido que se pero no fue así. Los recuerdos de lo que
creen que saben más de uno que uno mis- nunca paso, siempre son más nítidos, qui-
mo. Pero nada, tuve que ir y completar un zás porque su contenido varía sin pedirle
dibujo de una niña, de una familia y unas permiso a nadie. La verdad es que no re-
sumas y restas. Me daba mucha ansiedad cuerdo de qué hablamos esa tarde, quizás
salir mal en las restas porque sospechaba ninguno pronunció palabra. Solo recuerdo
que todo eso era porque el médico creía que antes de irse me preguntó por Rosina
que era tonta. Dibujé rápido tres mujeres diciendo: «¿Y tu hermana tuvo otra hija?».
de la mano y sin perder más tiempo enfo- Le dije que mi hermana solo tenía un hijo
qué mi energía a las matemáticas. Después de tres años llamado Lucas. Sonrió y me
de las pruebas, salimos a celebrar que no dijo que tenía que irse.
tenía nada malo y fue un verdadero alivio. Solo horas después, mientras empacaba
Ahora, sé que esa evaluación no tenía papeles viejos, entendí el recelo de Rosina
nada que ver con mi inteligencia. Ahora hacia mí: no eran celos, sino quizás culpa
todo es más claro, aunque hubiera prefe- o vergüenza de madre adolescente que le
rido seguir en la confusión. Cuando mamá deja su hija a su madre porque no sabía ni
murió fui yo quien tuvo que regresar a la cómo ocuparse de sí misma.
casa grande. Rosina ya estaba casada y con
hijo y no tenía tiempo extra para la terrible
logística post muerte. Mientras empacaba
la ropa para el entierro, sentí a alguien en-
trando por la puerta del fondo. Era papá,
lo intuí de pronto. Su rostro no era lo que
recordaba, pero de alguna manera sabía
quién era.
Salí y nos sentamos en la gradas del jar-
dín, quizás debimos haber pasado, e invi-
tarle un café, conversar sobre esos treinta
y seis años sin vernos, de cómo elegí es-
tudiar psicología para entendernos, de los

María Andrea
Psicóloga. Madre de gatos y doma-
Ganoza Bogdanovich
dora de elefantes. Felizmente casada.
Trujillo, Perú | 1986

104 | Estamos viviendo un momento histérico.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DE
LA BÚSQUEDA DE LA BELLEZA
Por María Inés Ching

L a otra noche dormí tan profundamente


que, cuando me di cuenta de lo tarde que
era, salté de la cama a la ducha y así acudí al
—¡Pero señor! —protesté— Me solici-
ta Jorge Mendiola, de Recursos Humanos.
Su fría negativa hizo que la sangre co-
trabajo: más desaliñada que de costumbre loreara mi rostro limpio de cosméticos. Me
y sin la ayuda de aquellos productos que di media vuelta y caminé apurada hacia la
—según las publicidades y algunos estudios siguiente entrada. Al llegar, me encontré
sobre mujeres exitosas— disimulan el paso con la ingrata sorpresa de que mi enemigo
del tiempo y hacen que una se sienta «más de bigote colorado ya había alertado a sus
segura de sí misma». colegas acerca de mis intenciones rebeldes
Una vez en la oficina, me llamaron del de pasar sin registro alguno.
departamento de Recursos Humanos para —¿A quién busca? —me preguntó el
firmar unos documentos. Cuando acudí al nuevo guardia.
llamado, un guardia de seguridad se inter- —A Jorge Mendiola —le contesté—.
puso en mi camino. Era delgado, con ojos Me está esperando.
verdes y bigote colorado. —¿Su documento de identidad?
—No puede pasar —me dijo—. Tiene —No lo he traído porque trabajo aquí
que presentar el fotocheck. —le expliqué.
—Trabajo aquí —le respondí—. Siem- —Voy a llamar a Jorge.
pre paso por esta puerta. Los latidos de mi corazón se podían oír
—Vaya a la siguiente entrada y en la re- al otro lado del teléfono.
cepción deje sus datos y su documento de —¿Aló? ¿Señor Jorge? Aquí hay una
identidad. señorita... ¿cómo se llama?

Si pretendés un golpe de suerte, bajá la guardia. |105


Anécdotas mejoradas

—María Ching —respondí. carmesí completaba mi look. Entré a la re-


—Mariachi, sí. Dice que usted la está dacción para recoger la grabadora de audio
buscando. y esperar a la fotógrafa que me acompaña-
Cuando el guardia acabó su llamada, ría. Para mi sorpresa, esta vez mi enemigo
finalmente me dejó entrar. Firmé los pape- de bigote colorado me saludó atentamente
les, me quejé con Mendiola de semejante y no me pidió ningún documento.
atropello y salí del recinto para continuar Cuando naces, nadie dice: «¡Qué talen-
con mi trabajo en la revista femenina en la toso es este bebé!»; sino más bien: «¡Qué
que trabajo, que —juzgándola ligeramen- lindo es!». Y si eres una niña que además
te— podría ser catalogada como frívola es fea y no hace nada para disimularlo, de-
porque, entre otros temas, suele tratar bas- berás trabajar muy duro para que la socie-
tante el de la belleza de la mujer. dad se fije en tus otros talentos. Las chicas
¿Qué es ser bello? Ser bello es sinónimo más populares en la escuela son también
de ser exitoso, y a muy pocas personas se las más guapas. Con este poder consiguen
les ha otorgado ese don. Se puede tener sim- sus objetivos. A veces, destrozando cora-
patía, sensualidad, carisma, pero la belleza zones; otras tantas, ocupando las primeras
realmente es una llave escurridiza: como planas de los medios de comunicación.
aquellas que abren las puertas en los progra- En la naturaleza, los animales machos
mas de concursos para ganar el premio ma- son los más hermosos. Entre las aves, por
yor o como la volátil snicht dorada que atra- ejemplo, los machos atraen a sus parejas
pa Harry Potter en su juego de Quidditch. Si con plumajes coloridos, bailes y cantos de
posees esa llave, puedes ganar el juego. cortejo. Sin embargo, esta condición no se
Ser bello ayuda a abrir muchas puertas. repite en los seres humanos: las mujeres son
Los grados académicos realmente no sir- generalmente las más bellas, y los hombres
ven para alcanzar rápidamente ese puesto se las ingenian para desarrollar otros talen-
que deseas; si no eres bello te costará más tos que les permitan lograr conquistas amo-
esfuerzo llegar adonde quieres llegar. Lo rosas. Finalmente, el hombre es como el
sabe bien la modelo que factura más que oso: mientras más feo, más hermoso.
mi salario anual en un solo comercial de Un profesor de la universidad que tenía
treinta segundos. Lo has visto en tu amiga, el aspecto de un tronco de sauce viejo me
que por fin logró vivir con holgura luego comentó que uno de sus objetivos en la vida
de flechar a un extranjero por Tinder. Lo era la búsqueda de la belleza, tal vez por-
sabemos las chicas como yo, que nos he- que la suya le era muy esquiva. Y la atraía
mos quedado esperando a que alguien nos hacia él con la poesía, el arte y la escritura.
saque a bailar en la fiesta. Con su pluma y sapiencia tuvo dos esposas
Semanas después me programaron una bellísimas. Ya que a mí no me dieron esa
entrevista con una bloguera de moda y tuve llave cuando nací, también hago mía esa
que volver a la revista. Pensé que debía ir búsqueda y sigo escribiendo para encontrar
más arreglada para evitar la mirada críti- la belleza a través de la escritura.
ca de esta muchacha, así que me vestí con
unos pantalones ajustados, una blusa ama-
rilla, tacones y una linda cartera roja. Unas
gafas oscuras cubrían mis ojeras y un labial

Cuarta hija, hermana menor, tusán.


María Inés Ching
Es de Chiclayo, pero vive en Lima,
Chiclayo, Perú | 1985
Perú, hace años.

106 | Soñar no cuesta nada más que tiempo, que vale oro.
DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DEL
VENDEDOR EN
EL COLECTIVO
Por Maximiliano Carrizo

V iajo en colectivo seis días por semana.


Entre la ida y la vuelta tengo noventa
minutos. Son quinientos cuarenta minutos
Desde muy chico me dediqué a robar y a
estar sumergido en ese mundo de oscuridad,
pero un día el señor me mostró el camino y
por semana. Veinticinco mil novecientos así pude llegar al hogar. Yo no conocía lo
veinte minutos por año. Para que los que era el amor ni la amistad. Era un delin-
viajes se hagan más cortos, llevo un libro cuente, hacía daño a mi cuerpo...
o voy observando a todas las personas. En A esta altura del discurso, la mayoría de
especial, a los que suben a vender lapiceras las personas ya se habían vuelto a poner
o chocolates. Todos ellos tienen algo en los auriculares. Algunos ni siquiera se los
común: su pasado oscuro. habían sacado. Las señoras habían vuelto a
Era julio y recién iba por la mitad de los hablar y los bebés se habían largado a llorar
veinticinco mil novecientos veinte minutos de nuevo. A todos nos aburre ese discurso.
de viajes anuales, cuando al colectivo se Sé que los chicos que suben al colectivo
subió un vendedor de alfajores. tienen la necesidad de vender, pero a nadie
—Buenas tardes señores pasajeros. Dis- le interesa si antes se drogaban, robaban o
culpe las molestias ocasionadas. Mi nombre si no cantaban el himno. En un colectivo a
es Lucas, hace once meses que estoy en un nadie le interesa tu historia de vida. Ade-
centro de rehabilitación contra las drogas. más, a los dieciséis años yo había decidido

La imaginación le gana a la realidad por una cabeza. |107


Anécdotas mejoradas

salir a trabajar puerta por puerta. Sí, era de que no paraba de hablar y nos decía que
esos que te tocan timbre y un día te ofre- tenía un perfume original de Paco Raban-
cen libros con recetas, al otro día un set de ne, aunque le faltaban algunas letras en la
cuchillos y al siguiente una caja de lápi- etiqueta.
ces de colores. Y ahí aprendí que la clave —No se dejen engañar, muchachos
para vender es el chiste fácil. Existen dos —decía el perfumero—. Esto es marca,
posibilidades: una es que el cliente sonría esto es clase, pero posta.
y compre; la segunda es quedar como un Seguimos caminando. Creo que Lucas
boludo. Esta última suele repetirse muy ya se había dado cuenta de su error: segu-
seguido. ramente el vendedor de magia y el de los
Decidí bajarme en la misma parada en perfumes también habían tenido un pasado
la que se bajó el vendedor de alfajores. oscuro pero ¿a quién le importaba? Ellos
—¿Cuánto salen los alfajores de choco- necesitaban vender y nosotros aprender.
late? —le pregunté. Hoy me tomé el mismo colectivo de
—Quince pe la bandeja, amigo. siempre. Ahí lo vi a Lucas. Su tono de voz
—Ah, entonces escuché bien. era diferente. Ahora hablaba casi como un
Él me miró sin entender. presentador de circo:
—Lo que pasa es que con todo el ruido —Buenas tardes, señores pasajeros. Mi
no entendí si vendías masitas o si eras de nombre es Lucas y les traigo la solución a
esos pastores que veo en la tele —le expli- algunos de sus problemas. Sí, a usted, se-
qué—. Dame una. ñora, que está volviendo de trabajar y no
Soltó una sonrisa tímida y me contó sabe cómo acompañar esos ricos mates. O
que, desde que sale a la calle, siempre dice a ese grupo de chicas que están al fondo
lo mismo; que hasta él se cansó de escu- y están yendo a la facultad con la panza
charse. Yo no sabía qué era lo que él tenía vacía. Los nuevos dulces que no engordan,
que decir, pero estaba seguro de que lo que que hacen que un mate sea más que un mo-
venía diciendo no era lo mejor. Todavía le mento agradable. Son los últimos que me
quedaban bastantes alfajores para vender y quedan. Los primeros los vamos a vender
a media mañana se le iba a hacer difícil. después.
Me dijo que a veces a la tarde se vende un Una señora dejó de hablar para reírse,
poco más. una chica puso en pausa Spotify y un señor
Decidimos caminar un poco. A esta al- sacó quince pesos para comprar la primera
tura ya éramos casi amigos. Hasta discutía- bandeja.
mos de fútbol. Nos fuimos hasta el centro, Me tomo el colectivo seis días cada se-
donde vimos a un señor que vendía un par mana. Tres de ellos me divierto escuchan-
de mazos de cartas, acompañados por una do a Lucas.
hoja y una lapicera. Todo eso era el «set
de magia para los amigos». También nos
cruzamos con un vendedor de perfumes

Maximiliano Carrizo Estudió cine, publicidad, diseño y


San Salvador de Jujuy, escribe como hobby. Hace años que
Jujuy, Argentina | 1988 vive en Córdoba.

108 | Algunos días son mejores que otros. Son los que están en las vitrinas bajo llave.
DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DEL
ÚLTIMO CASO DE
LA ABOGADA
Por Mónica Aguirre

C ada tanto me preguntan por qué dejé de


ejercer el derecho. La clave está en lo
que pasó con el repositor del supermercado
A los seis meses dejé de sentir pena por
los clientes. Hasta empecé a odiarlos, un
poco por ser tan ingenuos, desordenados y
que está a la vuelta de mi casa. complicados. El derecho se convirtió en un
Al año de recibirme, pusimos un estu- juego de estrategia donde lo divertido era
dio con una amiga. Dos veces por semana ganar o, al menos, perder lo menos posible.
pasaba tres horas sentada en una silla de Y entonces lo conocimos en un boliche.
madera pretenciosa, deseando y temiendo Leonardo era alto, grandote y buen mozo.
que entrara alguien buscando un abogado. Trabajaba de día como repositor en un su-
Si de casualidad entraba algún cliente, em- permercado y los fines de semana como
pezaba lo más duro del trabajo: escuchar patovica. Estaba casado y tenía dos hijos,
un problema, eliminar la tristeza y el eno- aunque, técnicamente, tenía tres. Necesi-
jo y pensar en acciones y escritos posi- taba un abogado porque le parecía que lo
bles. Después arrancaba la comedia de ir que pagaba todos los meses en alimentos
a tribunales, sellar cosas, sacar fotocopias, para su primer hijo era demasiado. Había
averiguar si habían terminado de coser el estado de novio durante tres años con la
expediente y contestar de la manera más que después fue su esposa. Pero, justo an-
eficaz posible. tes de casarse, se enteró de que iba a tener

Para abrir la mente es necesario demoler mitos. |109


Anécdotas mejoradas

un hijo con Claudia, una chica con la que


anduvo un par de noches. Cuando nació
el bebé, Leonardo ya estaba casado, pero
aun así reconoció la paternidad. Después
tuvo dos hijas con su esposa. La primera
vez que vino al estudio nos mostró fotos
de las nenas. El nene lloraba,
Durante cinco años había pagado ali-
mentos para su hijo, pero nunca había Claudia también.
querido verlo. Mi socia tomó los datos de Les alcancé café
los expedientes archivados mientras yo
de a poquito arrancaba el juego y saca- y los despedí
ba cuentas. ¿Qué monto era justo pagar? con un beso.
¿Cuánto se veía afectado el derecho de las
otras hijas?
A la semana, mi socia trajo una noticia
bomba: entre los expedientes archivados
existía uno por el que Leonardo impugna-
ba su paternidad y pedía un ADN para ve-
rificar si era realmente el padre del nene. la elegancia. El abogado de la contraparte
Cuando le preguntamos, nos contó todo: a era macanudo. El pedido central que tenían
los meses del nacimiento del bebé, los mu- era que el nene necesitaba un padre.
chachos del barrio no paraban de decirle Odié a Leonardo. Cuando lo acompañé
que lo habían tomado por gil, que Claudia a sacarse sangre no lo miré a la cara para
salía con varios tipos y que seguro él no que no se me notara el desprecio. El nene
era el padre. Entonces buscó un abogado y lloraba, Claudia también. Les alcancé café
pidió la impugnación en el último momen- y los despedí con un beso. A mi cliente ni
to posible: un día antes del primer cum- lo saludé. Mi socia me pidió que no exage-
pleaños. Casi seis años después, todavía rara y siguió ella con el caso.
pagaba alimentos y no quería ver al nene. Seis meses después, los resultados:
«Como tantos padres desastrosos», pensé. Leonardo no tenía que pagar más alimentos
Mi socia dudaba. y sus hijas nunca iban a conocer al otro
Fuimos a una audiencia con todos los nene. Mi socia tenía razón: no era el padre
personajes. El nene tenía rulos, era her- del chico de rulos. Pero sí fue mi último
moso y parecido a las fotos de las hijitas cliente.
de Leonardo. Claudia era rubia, etérea, y
cuando se puso a llorar jurando que el pa-
dre era Leonardo me pareció que mantenía

Mónica Aguirre Abogada y feminista. Vive en La Pla-


La Plata, Buenos Aires, ta. Aprendió a leer a los cuatro años
Argentina | 1976 y a andar en bicicleta a los diez.

110 | Cambio de opinión ni bien se me ensucia.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DE
LA PREGUNTA MATERNA
Por Paula Mercurio

H ubo un invierno particularmente frío en


el que la cuenta de gas fue mucho más
alta de lo que podíamos afrontar con mi
Recuerdo que un domingo yo había pa-
sado todo el día encerrada en mi cuarto,
repasando para un examen. No solía es-
mamá y tuvimos que reducir todo tipo de tar mucho tiempo en mi casa: participaba
gastos. Nos empezamos a bañar solo tres para ganar una beca de periodismo en la
veces por semana y acompañábamos las Capital, y entre el viaje y las horas que tra-
comidas con pan para llenarnos y poder bajaba en la farmacia de mi primo, se me
aguantar con eso hasta la cena. Lo único iba todo el día. Cuando salí del cuarto ya
que había dejado mi papá, además de deu- había oscurecido, y los vidrios de la casa
das, eran un par de guantes rotosos que ella estaban empañados por el calor que salía
se empeñaba en usar todo el tiempo. A mí de una olla hirviendo. Mi mamá la revolvía
me daban mucho asco, sobre todo porque y al acercarme, me dio un cuchillo seña-
cocinaba con eso puesto, después de haber lándome el pan. En la cacerola había dos
acariciado al perro o haber barrido la vere- choclos, zapallo y un poco de papa; venía-
da; pero nunca le dije nada porque apenas mos agregándole sobras al mismo caldo
cruzábamos palabra. Mi mamá era una mu- desde hacía unos días. Corté dos pedazos
jer que siempre había vivido en el campo. del pan duro y los llevé a la mesa, mientras
Era tosca y callada, parecía no existir. mi mamá ponía el puchero en una fuente.

Puede que no decir nada lo diga todo. |111


Anécdotas mejoradas

«¿Y cómo te está yendo en eso de la Ca-


pital?», me preguntó. Las palabras me sor-
prendieron tanto que sentí algo raro en el
El entusiasmo me estómago, como vergüenza. Nos sentamos
en la mesa, enfrentadas. La miré, pero ella
llevó a contarle qué no me estaba mirando. Al principio le dije
promedio necesitaba que bien, que todo iba muy bien. Como no
sabía si estaba enterada de la carrera y de
para que me la beca, le expliqué un poco de qué se tra-
aceptaran, luego qué taba todo el asunto, mientras ella se llenaba
la boca de puré. El entusiasmo me llevó a
notas ya tenía, y contarle qué promedio necesitaba para que
aproveché también me aceptaran, luego qué notas ya tenía, y
aproveché también para comentarle sobre
para comentarle sobre un entredicho que había tenido con un pro-
un entredicho que fesor. Un comentario me llevaba a otro, y
hacía un rato que estaba hablando, cuando
había tenido con de pronto, no pude terminar la frase.
un profesor. Al mirar la fuente, vi que solo me había
dejado un poco de zapallo sumergido en
Un comentario me un caldo frío y naranja. Se limpió la boca
llevaba a otro, y hacía con un repasador sucio y, sin mirarme, se
levantó y llevó su plato a la pileta. Algunas
un rato que estaba migas y pedacitos de choclo se desprendían
hablando, cuando de de la lana negra de los guantes, ensuciando
el piso. Me serví los restos y comí en silen-
pronto, no pude cio. No le dije nada. Se me había cerrado el
terminar la frase. estómago, y ya había hablado mucho.
Mi mamá era tosca y callada, pero esa
noche había calculado su pregunta y mi
emoción para comerse todo.

Estudió Letras en la UBA. Todos los


Paula Mercurio
días, desde que se levanta hasta que
Bernal, Buenos Aires,
llega a la puerta de su trabajo, piensa
Argentina | 1991
excusas para faltar.

112 | Ganador: el que no se aburre.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA DE
LA CAMPERA ATORADA
Por Raúl Enrique Leiva

T enía un parcial de física y había quedado


en pasar a buscar a Federico para estu-
diar. Así que fui hasta su departamento y lo
—¿Qué pasó?
—Se me trabó la campera y no pude abrir.
—No te entiendo, m’hijo —se quejó a
llamé por el portero eléctrico. Esos aparatos través del aparato—. Si yo te abrí.
suelen funcionar horrible. Mientras espera- Sin ponerme nervioso y, sobre todo, tra-
ba, me apoyé contra la puerta. Una pareja tando de no asustar a la vieja, le expliqué
salió del edificio y me preguntaron si iba a la situación lo mejor que pude. Después
entrar, pero les dije que no con la cabeza. de un rato, la chicharra sonó de nuevo y
—¿Quién es? —preguntó después de un esta vez puse todo mi empeño en abrir la
rato una señora a través del portero. pesada puerta. Pero la palanca que hice no
Tenía entendido que vivía con su abuela, fue suficiente y la puerta volvió a cerrarse.
por eso la voz de la vieja me sonó familiar. Le pedí ayuda a un transeúnte y, mientras
—Soy Raúl, Doña Hilda —contesté—. el tipo se acercaba con desconfianza, volví
Vine a buscar a Fede. a llamar a la vieja. Pero esta vez no con-
—¡Ah! Ahí te abro, m’hijo —dijo la testó, y el tipo se fue diciendo que estaba
señora. apurado. Lo insulté a los gritos y empecé
La chicharra sonó y quise abrir la puer- a golpear la puerta con el codo mientras
ta, pero entonces me di cuenta de que la apretaba todos los botones del portero jun-
campera había quedado mordida contra la tos. Finalmente, la puerta se abrió.
bisagra. No había manera de sacarla. Tiré —¡Por fin llegaste, boludo! —exclamó
con cuidado pero no hubo forma de libe- Federico.
rarme. Llamé de nuevo por el portero. Me acomodé la ropa y entré al edificio.
—¿Quién es? —¡Pasá, m’hijo! —me dijo, imitando la
—Soy Raúl, Doña Hilda —respondí voz de la vieja.
otra vez. Casi lo cago a trompadas.

Hijo de una ama de casa y un maes-


Raúl Enrique Leiva tro de carpintería, nunca tomó un cur-
San Nicolás, Buenos Aires, so de literatura, lo cual se ve reflejado
Argentina | 1970 en su trabajo. Sepan disculparlo.

Dejé de hacerme problemas cuando descubrí que se podían comprar hechos. |113
Anécdotas mejoradas

LA DEL
MANTEL CON
BERENJENAS CHIQUITAS
Por Ricardo Levy

B arby tiene la costumbre de poner ese


mantel horrible de cuadraditos y beren-
jenas chiquititas. A mí me gusta la mesa a
creí escuchar— un ruido lejano. Una espe-
cie de ¡pafff! al que no le di importancia.
Cuando terminé de lavar los platos, Barby
secas: prefiero apoyar el antebrazo en la me dijo que no encontraba su celular.
madera y no en esa tela áspera. Una noche Tardé un segundo en darme cuenta de
terminamos de cenar un poco tarde, así que que aquel ruido, ese que no estaba muy
me ofrecí a levantar la mesa con el obje- seguro de haber escuchado, era muy pa-
tivo oculto de doblar y guardar el mantel. recido al que haría el iPhone de Barby
Quería sacarlo de mi vista, al menos hasta —que recién le había regalado— al im-
la próxima comida. pactar contra la vereda, después de haber
Me apuré a levantar los platos. Después salido despedido desde un cuarto piso. Lo
los vasos y, por último, los aderezos. Cuan- primero que me salió, naturalmente, fue
do estuvo todo despejado, usé la técnica hacerme el boludo. Necesitaba tiempo
clásica: doblé el mantel por las esquinas y para pensar. Le pregunté si no se lo ha-
hacia el centro, para así formar un bollo y bría olvidado en algún lugar, pero me con-
atrapar las migas. Luego fui hasta el bal- testó que lo había usado durante la cena.
cón y sacudí el mantel. Recién cuando me Todavía guardaba la esperanza de que el
di vuelta y caminé tres pasos, escuché —o celular estuviera entre los almohadones o

114 | Antes de la revolución falta hacer la evolución.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

en algún lugar en la cocina. Pero, mientras —Yo te devuelvo el teléfono —me


ocultaba todos estos pensamientos, entendí dijo—, pero estoy acá esperando el 118. Si
que era cuestión de minutos hasta que Bar- viene antes que vos, me lo llevo.
by inevitablemente atara los cabos: el celu- No tuve tiempo de explicarle a Barby
lar, que antes estaba, ahora no aparecía; y lo que pasaba. Ella solo vio cómo yo salía
lo único que pasó en el medio fue que yo corriendo para el ascensor. En la esquina
sacudí el mantel en la ventana. encontré el hombre, que me devolvió el ce-
Se me ocurrió una solución que despe- lular. Milagrosamente, solo había sufrido
jaría todo tipo de dudas: llamar al celular unos raspones. Cuando volví, le conté todo
y ver qué pasaba. Solo había dos posibi- a Barby: le dije que había tirado su celular
lidades. Si iba directo el contestador, ine- por la ventana cuando estaba sacudiendo el
vitablemente lo había tirado por el balcón. puto mantel de berenjenitas, que un tipo lo
Si sonaba, era cuestión de buscarlo en la había encontrado y que, cuando lo llamé,
casa. Me refugié en la habitación y llamé. me dijo que me lo devolvía si llegaba antes
Aquellos segundos de silencio los viví con que el bondi. Después le dije que me iba
los nervios de una definición por penales. a dormir. Su cara de desconcierto absoluto
¡Sonó! Tenía ganas de gritarlo como un fue genial. Me acosté con la tranquilidad
gol mundialista. Le dije a Barby que estaba de haber zafado de un problemón.
llamando, que sonaba, que se fije porque el El celular funcionó durante dos días y
teléfono tenía que estar por ahí. Pero inme- después nunca más volvió a prender.
diatamente volvió la preocupación:
—No lo encuentro —me gritó desde el
living.
Mi cerebro no podía descifrar qué pasa-
ba. Si sonaba, zafaba; y si no, lo había tira-
do por la ventana. Esas eran las opciones.
Corté y llamé de nuevo. Mientras volvía a El celular, que antes
sonar recorrimos toda la casa buscándolo. estaba, ahora no
De repente, escuché una voz al otro lado
de la línea: aparecía; y lo único
—¡Hola! —me dijo un tipo. que pasó en el
Me asusté tanto que corté. Después me
alejé de Barby y, haciéndome el boludo por medio fue que yo
segunda vez en menos de media hora, lla- sacudí el mantel en
mé de nuevo. El tipo me atendió. Traté de
inventarle una historia que fuera un poco la ventana.
más verosímil que lo que en realidad ha-
bía ocurrido. Al parecer, el tipo se creyó lo
que le conté. O tal vez simplemente no le
importó.

Hizo inferiores en Newell’s con Messi


Ricardo Levy
durante cuatro años. Más de una
Lomas de Zamora, Buenos
vez lo ayudó a darse las inyecciones
Aires, Argentina | 1987
en las piernas.

No pasa de moda si vende. |115


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA SORDOMUDA
Por Rocío Rodríguez Almaraz

Q uería una dupla. Un director de arte


con quien compartir tardes de brain-
storming, armar un portfolio e ir a trabajar
juntarse era muy inconveniente, no tenía
una Mac y si quería hacer un práctico me
tenía que encerrar en un cyber con olor a
a una agencia de publicidad hasta que la chizito. La falta de comodidades me llevó
psicosis del medio nos separe. Esa escena a cursar primero los prácticos más den-
me parecía perfecta a mis veintiuno y con sos como investigaciones y monografías.
un laburo de telemarketer que apenas me Tenía esperanzas todavía, porque el porfo-
alcanzaba para pagar la facultad. Dormía lio de laburos para mandar a las agencias
abrazado a un peluche del comercial La se preparaba al final del camino en una de
llama que llama y la idea de que algún día las cátedras filtro. Pero el día anterior de
me iba a convertir en el próximo Ramiro comenzar la cursada estuve tan excitado
Agulla. Me aferraba tanto a ese sueño pensando en lo que estaba por venir que me
que a veces activaba dormido el audio en desvelé y me quedé dormido. Esa mañana
la panza del muñeco: «Llamá a Llamot». la llama no me despertó. Llegué cuando ya
Pero no hay Agulla sin Baccetti y necesita- se habían repartido casi todos los equipos
ba de alguien que pudiera darle vida a mis que iban a trabajar juntos durante el resto
redacciones. El problema era que encon- del año.
trar una buena dupla podía ser más difícil Por cada nombre que el profesor men-
que encontrar al amor de tu vida. cionaba había un compañero confirmando
Yo era el becado del curso en una uni- su dupla. Miré en busca de un cómplice.
versidad de élite. Vivía en Liniers, que para Enfrente se sentaba uno que solo apare-

116 | No tenemos nada que perder, así que apostaremos lo suyo.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

cía al momento de entregar los prácticos. nos daba pie para empezar a trabajar la pri-
En diagonal tenía a una chica de brackets mera consigna. La miré. Me miró. Reímos.
que me sonreía para que la eligiera; tenía Sonaba una balada ochentosa en mi cabe-
atascado algo de lo que había comido la za y todo se teñía de azul. Hasta que la vi
noche anterior. De repente una hoja se de- mover los brazos de una forma compulsiva
slizó sobre la mesa. «¿Te gustaría ser mi y hablaba y no le entendía, las palabras me
dupla?», alcancé a leer en una tipografía llegaban en gritos y espasmos.
perfecta. Miré la mano que alzaba la hoja «Te enganchaste con la sordomuda»,
y seguí el brazo que conectaba ese papel me dijo el pibe que solo aparecía al mo-
con el resto de una chica con la que nunca mento de las entregas. El forro que nunca
había cursado. ¿Cómo negarme, mujer de hizo nada en toda la carrera. Ella era una
manos chiquitas y exactas? luchadora y yo también. Así que la agarré
Antes de contestarle escuché el último de su mano chiquita y perfecta, y le dije
nombre de la lista. «¿Chamot? ¿Bárbara más con una gesticulación que con pal-
Chamot?». Ella levantó la mano y entendí abras: «Vamos a hacer que esto funcione».
que éramos uno para el otro. Era bárbara Creo que me entendió porque sacó una
y Llamot, como si una publicidad de per- Mac y empezamos a trabajar como si nos
fumes hubiera orquestado ese momento. conociéramos de toda la vida.
Pero cuando sos un pibe de barrio y la vida Y lo intenté. Juro que intenté que fun-
te sonríe, hay que desconfiar. Siempre hay cionara, pero vivía en Zárate. Todavía no
un truco, algo que mide hasta donde esta- había llegado la banda ancha. Cada vez que
mos dispuestos a llegar, al punto de hacer- la llamaba por la campaña de Tulipán tenía
nos dudar si realmente es lo que deseamos. que hablar con su vieja jubilada para que
Rogaba que nadie apareciera para reclamar hiciera de intérprete. Las llamadas de larga
a Bárbara antes de que el profesor nos sen- distancia, más largas porque teníamos un
tenciara a estar juntos. Miré a mi alrededor punto intermedio en nuestra comunicación,
y nadie dijo nada, y mientras ella agregaba terminaron por quebrar mi economía. Has-
algo en el papel con esa letra tan prolija, ta que un día lo supe, esperando en Li-
pensaba que estas últimas palabras iban a niers el primer colectivo que me llevaba a
terminar por dejarme solo. Zárate. Me vino como las grandes ideas le
«Vivo en Zárate, ¿te jode?», leí. En- vienen a los grandes hombres, mirando una
tonces yo tenía dos horas de ida para ir a zapatilla marca Adippas en el puesto de un
la facultad y no tenía idea dónde quedaba mantero. No es lo mismo una Ch que una
Zárate. ¿Cómo me iba a molestar si estaba Ll. Era redactor y debía saberlo.
en la misma? Si esa era la gran dificultad
que iba a intentar separarnos estaba dis-
puesto a jugármela. En esa época ya tenía-
mos mensajes de texto, mails y banda an-
cha. Le dije al profesor que sí, que ella era
mi dupla. Él lo anotó en su lista mientras

Rocío Publicista. Estudió con Natalia Ro-


Rodríguez Almaraz zemblum, Luis Mey, Sebastián Defeo
Ciudad de Buenos Aires y Natalia Méndez. Coleccionista de
1987 libros de literatura infantil.

Venga a la ciudad, consuma urgencia. |117


Anécdotas mejoradas

LA DEL
REZO EN FAMILIA
Por Rosario Marina

C uando estoy sobria, los borrachos me


dan miedo. Todo en ellos es inespera-
do: no existe lo previsible, salvo que uno
«santuario hogar», una mesa con imágenes
de Jesús, la Virgen María y algunas velas;
ahí rezamos. Siempre es igual: mi papá
los conozca y sepa que su modus operandi dice unas palabras, pide por la protección
siempre es el mismo. Pero si no, a esperar de los que queremos y agradeciendo por lo
lo que venga. bueno que nos pasa y por estar juntos, em-
No tengo recuerdos de mi padre desca- pieza un padrenuestro y ahí nos sumamos
rrilado por el alcohol cuando yo era chica. todos. Siguen tres avemarías y un gloria si
En los últimos años, estos en que ya no no estamos muy cansados después la ora-
vivo con él, empecé a notar algo extraño. ción de la consagración.
Hubo un día que realmente me dio miedo —Con Cristo, su Hijo.
su comportamiento, más que cuando me —Nos bendiga la Virgen María —con-
pegaba una patadita sin dolor en el culo al testamos.
atravesar un pasillo, más que cuando grita- Pero ese día fue distinto. Cuando lo es-
ba porque no encontraba las cosas y resul- cuché, me paralicé. Estaba sentado en un
taba que estaban donde él las había dejado. puff, con los dedos enlazados sobre su pan-
Desde que tengo uso de razón, mi vida za llena de pelos y tenía los ojos cerrados.
familiar incluye mucha misa, mucho rezo Mi mamá, echada a su lado, ni se inmutó.
y mucho canto a lo Flanders en el auto. To- Mi hermano también estaba muy concen-
das las noches, antes de ir a dormir, nos trado y con los párpados a la mitad. Yo te-
sentamos alrededor de lo que llamamos nía la mirada en el piso, pensaba en otra

118 | Un buen tipo deja huella. Un mal tipo deja manchas.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

cosa pero me hacía la concentrada. Fue un


instante: lo escuché, levanté la vista y ellos
como si nada. ¿Ninguno va a decir ni una
palabra, nadie va a interrumpir este circo?
Mi papá acababa de detener su rezo y
de gritar Amén. No habíamos terminado, Yo tenía
a él le tocaba la segunda parte del avema-
ría. Cuando retomó donde quiso, balbuceó: la mirada en
«Bendida du edes endre dodas das muje- el piso, pensaba
des, y bendido es el frudo de du viendre
jejús». No, a nadie le sorprendía. No, nadie en otra cosa
se movía. Me tuve que bancar veinte minu- pero me hacía
tos así, mirándolos.
Cuando terminamos los cincuenta ave- la concentrada.
marías lo miré mal. «¿Qué hice?», me pre- Fue un instante,
guntó. No puede ser que no se dé cuenta.
Me irritó. Lo obligué a prometerme que lo escuché,
nunca más rezaría de noche si estaba can- levanté la vista
sado, porque era horrible escucharlo así.
«Bueno, bueno», dijo. Yo sabía que no me y ellos como
iba a dar bola. si nada.
La noche siguiente pasó lo mismo. Y la
otra. Y la otra. Hasta que me di cuenta que
me la iba a tener que bancar. Y de repente,
como un mecanismo de defensa, lo que en
un principio me hizo endurecer de miedo,
ahora me daba mucha risa. Gritó Amén de Cuando terminamos los cincuenta ave-
vuelta y me tenté. Esta vez estaba sentada marías, la oración final y la señal de la
en el mismo puff que mi mamá y esta vez cruz, me reí a carcajadas. «¿Qué hice?»,
ella se dio cuenta: porque cuando me rio, me preguntó de nuevo. No le podía expli-
tiemblo. No hago sonido, ni jaja, ni jeje, ni car, la convulsión de risa era imparable, y
jiji, nada. Me agité como si estuviera con- pensaba: esto es entrar en trance.
vulsionando. Entonces la contagié y ella
ya no pudo seguir con su rezo. Pero él, de
nuevo, ni se percató. Los ojos cerrados, las
manos cruzadas, el culo en el puff.

Periodista y colorada. Su primera me-


Rosario Marina dalla la logró en la escuelita deportiva
Cipolletti, Río Negro, frente a su casa de pueblo, por haber
Argentina | 1989 ganado el concurso de cuentos.

Sueño que se cumple, al final era proyecto. |119


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA GITANA
Por Silvia Giglia

I ntuición antropológica la de mi viejo


cuando aseguraba que un inmigrante
juega de local cuando ya no piensa en su
En su versión larga del relato, aquí mi
viejo solía introducir un extenso parénte-
sis respecto a las virtudes éticas de aque-
idioma natal. «Al principio yo hablaba llos tiempos en los que la palabra todavía
castellano, pero seguía pensando en ita- valía y demás etcéteras. Y, siendo nuestro
liano», solía decir. Un buen día, sin pro- país tan inestable económicamente, aún en
ponérselo, ya no necesitó traducirse. Pero la versión pocket solía hacer el cálculo de
del relato que sigue puede inferirse que, lo que llevaba a moneda actual (Moneda
para entonces, aún no había interiorizado Nacional, Pesos Ley 18188, Australes), un
la nueva lengua. cálculo errático dados los avatares mencio-
«Era todo campo», así empezaba el vie- nados. Entonces, capturando la atención
jo la anécdota. Antes de proseguir, solía del interlocutor, pasaba el valor a bienes de
aclarar que él no era hombre de dejarse en- uso: cuatro de cemento y cien ladrillos…
gañar por charlatanes. Será que aquella vez Un fangote.
el calor, el apuro o no se sabe qué cosa… Parece que la gitana salió de la nada.
La cuestión es que, en lugar de desestimar- Imaginemos: él, solo, junto al barro; la
la, obedeció a la súplica de una gitana y se zanja; la aparecida; y el ladrido de los
detuvo cuando iba camino hacia el corra- perros. Arriesgo suponer que la mujer en
lón. Había cobrado y se disponía a pagar cuestión produjo cierta fascinación en mi
los materiales comprados de palabra. joven padre. Aclaró que el encanto lejos

120 | Tengo la autoestima tan alta que la perdí de vista.


DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

Plata en mano, la ilusionista dio lugar a


una ceremonia con palabras inentendibles,
doblando el fajo de billetes e introducién-
dolo en un pañuelo de hombre aportado por
el mismo incauto. Luego empapó el atadi-
Aquí el relato se llo de pañuelo y dinero con el agua de la
zanja. Todo esto a la vista de mi padre, que
vuelve incierto. siempre juró no haberle sacado los ojos de
La gitana adivinó las manos (sin ironías por favor).
Si la impostora hubiera logrado sus vi-
que traía guita y, les propósitos esta historia jamás hubiese
acaso bajo cierto llegado a nuestros días. Pero al segundo de
recibir el emplasto mojado y anudado con
influjo hipnótico, la indicación de volver a casa a esperar el
nuestro héroe prodigio, las manos de mi padre ya esta-
ban en el cuello de la ilusionista. Ahora, las
confesó el monto en palabras inentendibles las escuchaba ella:
moneda corriente. tórname i soldi anunca ti tiro nella zanca y
cuí ti mangiarano li canni.
Así fue que ella le En la familia todavía se discute si aque-
sacó el dinero bajo llas palabras operaron como una especie
de conjuro, al estilo de un abracadabra en
la promesa de cocoliche, o si la gitana aprendió veloz-
mente a traducir del italiano la amenaza en
triplicárselo. ciernes. Cuestión que el dinero apareció y
el muchacho italiano pagó honorablemente
su deuda con una pila de billetes, no tripli-
cados, pero sí mojados.

estuvo del apetito sexual. ¡Vamos! (diga-


mos: «¡Bah!»), que en aquél tiempo toda la
libido estaba puesta en el trabajo.
Aquí el relato se vuelve incierto. La gi-
tana adivinó que traía guita y, acaso bajo
cierto influjo hipnótico, nuestro héroe con-
fesó el monto en moneda corriente. Así fue
que ella le sacó el dinero bajo la promesa
de triplicárselo.

Silvia Giglia
Le gusta conversar, escribir, leer.
Lomas de Zamora, Buenos
Compartir mesa y comida casera.
Aires, Argentina | 1963

Aceptaría que el periodismo mienta si mintiera bonito. |121


SOBREMESA DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA

LA MANZANA
AGUSANADA
DE CONFUCIO

CHIRI: Creo que desde que tengo treinta años todas C: Le recomienda a todo el mundo ser un gusano de
mis anécdotas pertenecen al segmento de vida co- su propia manzana y estar a gusto ahí, haciendo túne-
tidiana. les entre el carozo y la pulpa.
HERNÁN: A mí me pasa algo parecido, pero me pa- H: A mí no me gustaría que Confucio me dijera gusano.
rece que eso tiene que ver con que hace un tiempo C: Es una metáfora. Y tampoco sé si es de Confucio.
largo que tanto vos como yo no salimos mucho de Ni siquiera sé si está bueno el consejo, pero me pare-
nuestras casas. ce un acto muy del hombre, en general, eso de inven-
C: Vos salís, hacés un montón de viajes para leer tarse un marco teórico para justificar excentricidades
cuentos. o pelotudeces. Yo cito a Confucio.
H: Antes de la pandemia había agarrado una especie H: Sin embargo, si me das a elegir qué tipo de histo-
de envión. Pero después vino el bicho y nos encerró a rias me gustan, yo creo que siempre voy a elegir las
todos, y ahora ya no sé si quiero volver a salir. historias de vida cotidiana.
C: ¿No extrañás los teatros, los viajes, los aviones, los C: ¿Lo decís para consolarme?
hoteles? H: No, en serio. No me interesan tanto las grandes
H: Te escucho enumerar esas cosas y ya me canso... hazañas, los viajes reveladores, las narraciones en las
No. Quiero estar en mi casa, leyendo cuentos por que cada cinco minutos las cosas explotan o alguien
streaming hasta que me venga a buscar la parca. grita del susto... Me quedo con las historias chiquitas,
C: No seas exagerado. que suceden en pocas locaciones, con personajes
que siento que conozco y que me puedo encontrar a
H: Las aventuras están sobrevaloradas. la vuelta de la esquina.
C: No estás hablando vos, habla tu vejez. Y además C: No me acuerdo quién decía que el verdadero gran
estamos conversando en medio de una revista de error del hombre es querer salir de su habitación. Que
anécdotas. No podés decir eso, no le hace buena pu- si no quisiéramos viajar tanto, mudarnos, tener un nue-
blicidad al producto. vo trabajo, probar la vida en otra ciudad, cambiar de
H: ¿Vos sabés que las grandes anécdotas de aventu- pareja, progresar, etcétera, todo sería más fácil y ha-
ras y viajes son una edición fraudulenta de miles de bría menos guerras y muchas menos complicaciones.
horas muertas? Son fragmentos cortos, pequeñísi- H: Me suena mucho esa idea. Creo que estaba en un
mos. La gran parte de los viajes son esperar, vomitar, libro de Piglia, pero no era una idea de Piglia. ¿O de
intoxicarse, dormir y no recordar. Auster? No me acuerdo, estoy viejo. Pero se parece al
C: Capaz que es eso. Que me olvidé... Pero siento que consejo de Confucio.
no me pasan grandes cosas desde hace mucho tiem- C: «Ser un gusano en tu propia manzana y estar a gus-
po. La última gran salida, si no recuerdo mal, fueron to ahí, haciendo túneles entre el carozo y la pulpa».
los viajes para el taller de anécdotas.
H: Exacto. ¿Sabés cómo se llama eso en esta época?
H: Claro, es lo que cuento en el prólogo. Pero es ver-
dad: ya no salimos a buscar aventuras como cuando C: Cuarentena.
éramos jóvenes, querido amigo entrecano. H: Tú lo has dicho, querido amigo.
C: Yo me guío por lo que dice Confucio.
H: ¿Qué dice?

122 | Adapte un hijo.


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CUADRO DE
NANO SÁNCHEZ
Por Alberto Raiser Patiño

B ogotá, 1991. Mi primer viaje fuera del


Perú. Fui una semana por trabajo y al
final me quedé tres días más para conocer
después me sintiera presionado a comprar
algo que no podría pagar.
Seguí disfrutando de los tragos y la mú-
la ciudad. La última noche salí a caminar sica. La anfitriona obviamente no me hizo
y llegué a un bar donde exhibían los dibu- caso. Cuando Nano llegó a mi mesa yo
jos eróticos de un artista. Edgar Nano Sán- bebía con otros dos colombianos que eran
chez, ese era su nombre. amigos suyos y se habían acercado para
Me ubiqué en una mesita con tres sillas hablar conmigo de arte. Conversamos un
altas, esas a las que cuesta un poco subirse poco sobre sus dibujos, sobre la vida y sus
y aún más bajarse después de algunos tra- misterios. Una hora y varios tragos des-
gos. Ya habría bebido tres Cuba libre cuan- pués, llegó la pregunta de Nano:
do, por pura curiosidad, le pregunté a la —Entonces dime, Alberto, ¿qué cuadro
anfitriona si los cuadros estaban a la venta. te llevas?
—¿Quiere que llamen a Nano a su casa? Yo solo tenía cien dólares, además de
—me preguntó. algunos pesos para el taxi de vuelta a la
¿Llamar al artista?, pensé yo. pensión. El cuadro más barato, que tam-
—No, qué ocurrencia, molestarlo a bién era el más chico, costaba trescientos
estas horas de la noche. Ni hablar —res- dólares. Le dije que me encantaba ese cua-
pondí, preocupado por que lo llamaran y dro, y que los demás también, pero que no

124 | Un compatriota es alguien que te hace quedar mal.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

podía pagar ninguno porque el dinero que ría venderle el cuadro por cien dólares a su
tenía era tan poco que hasta me parecía un nuevo amigo Alberto.
insulto ofrecérselo. Le pedí disculpas por Al día siguiente me despertaron unos
haberlo hecho llamar así. golpes en la puerta. Mi resaca era inso-
—Habla, Alberto. Dime, ¿cuánto me portable y no podía recordar ni cómo me
ofreces por el más chico? llamaba. La que golpeaba era la adminis-
Aquel cuadro me gustaba mucho en tradora de la pensión para decirme que
realidad. el señor Sánchez me estaba buscando.
—No es que quiera ofrecerte cien dó- «Quién mierda es ese Sánchez», pensaba
lares por ese cuadro —le expliqué—, sino yo mientras me tambaleaba hacia la re-
que es lo único que tengo acá y mañana cepción. Cuando llegué reconocí a Nano.
vuelvo a Lima. Estaba abrazado al cuadro y su estado era
Nano se rió aparatosamente y me abra- todavía peor que el mío.
zó con cariño. Así son los abrazos entre —Acá está tu dibujo —me dijo son-
borrachos, aunque solo se conozcan desde riendo.
hace una hora. Luego desbarató el marco, sacó el vi-
—¿Sabes, hermano? Me has caído muy drio, hizo un rollo con el dibujo erótico y
bien y lo estamos pasando de berraquera. me lo dio.
Me gustaría poder regalarte el cuadro, pero —Buen viaje —me dijo—. Ojalá vuel-
así es el negocio. Lo que voy a hacer es… vas algún día para seguir conversando de la
Un chileno interrumpió ese sagrado vida. Cuídate mucho.
momento amical. Era un tipo elegante, pla- El cuadro está sobre la cabecera de mi
tudo y pedante. Se presentó ante Nano (nos cama desde 1991, hace ya veintisiete años.
ignoró a los otros tres borrachos) y habló Y eso que me mudé cinco veces desde en-
muchas tonterías sobre el erotismo en los tonces.
dibujos para finalmente sacar su chequera
de manera histriónica y decir que se lleva-
ba en ese instante el cuadro de los trescien-
tos dólares.
—No puedo vendértelo, discúlpame
—le respondió Nano.
—¿Por qué? —preguntó seriamente el
chileno.
—Porque acabo de vendérselo a mi
amigo Alberto hace unos minutos, pero
gracias por tu interés.
El chileno se retiró derrotado y yo que-
dé estupefacto. Después todos se rieron a
carcajadas. Nano dijo que detestaba a los
chilenos, especialmente a ese, y que prefe-

Alberto Raiser Patiño Ingeniero Electrónico. En secreto,


Callao, Perú | 1958 escribe cuentos y ensayos.

Exige tu propia aventura. |125


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA ALARMA DE
LA RESIDENCIA
Por Alejo Ares

L a primera vez que me fui a vivir solo fue


toda una experiencia. Tenía veintidós
años y cuatro de carrera en las espaldas.
los gritos con dos italianos, un chino y un
español sobre la poca higiene de los fran-
ceses o el excesivo pudor de las francesas.
No solo dejé la casa familiar sino que me El lugar también tenía sus inconve-
mudé a otra ciudad (Toulouse), en un país nientes. Los baños eran compartidos, por
diferente, con otro idioma. El pretexto era ejemplo, así que uno terminaba sufriendo
ir a estudiar, y así tener un diploma más. la falta de puntería que otros tenían frente
En realidad también era una buena excusa al inodoro.
para viajar. Pero la residencia tenía también otra
Irme a vivir a una residencia de estu- particularidad: la alarma de incendios. A
diantes fue una de las mejores decisiones la madrugada, sin previo aviso y sin razón
que tomé. Había gente de todas partes del aparente (tal vez algún falso contacto),
mundo: franceses, españoles, mexicanos, la alarma empezaba a sonar. Su sirena
brasileros, indios, chinos. Era como vivir era insoportable y no paraba hasta que el
en una colmena donde uno siempre se en- guardia de turno se despertaba y, después de
contraba con alguien que tenía algo intere- comprobar que no hubiese ningún incendio,
sante para contar. Había solo dos cocinas, reiniciaba el sistema. Esto solía tardar una
así que a la hora de cenar me encontraba media hora. Mientras tanto, todos salíamos
con todos y siempre terminaba hablando a de nuestras habitaciones con cara de zombis

126 | Vacacione en cabo cañaveral, tendrá espacio de sobra.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

y en piyama, y en los pasillos comentábamos


acerca de qué podría haber accionado la
alarma. «Algún gracioso apretó el botón
de incendios», decían unos. «Alguno que
fuma en la habitación», sostenían otros.
Con el tiempo, las alertas de incendio se
convirtieron en un evento social más.
Él decía que
La madrugada del 25 de noviembre de podía hacer saltar
2013, el día de mi cumpleaños, hicimos
una apuesta con Arístides, un amigo ar- el detector de humo
gentino. Él decía que podía hacer saltar el si lo rociaba con
detector de humo si lo rociaba con un des-
odorante. Yo decía que no, así que aposta- un desodorante.
mos y salimos al pasillo. Estaba comple- Yo decía que no,
tamente vacío.
—No creo que vaya a func… —no ha- así que apostamos
bía terminado la frase cuando volví a oír el y salimos al pasillo.
alarido de la alarma.
Volvimos corriendo para su habitación
y unos minutos después salimos hacién-
donos los boludos, preguntando quién ha-
bía sido el gracioso esta vez. Pero nadie
nos había visto y Arístides convenció a bía ido a nuestra misma universidad. Esta-
varios somnolientos para cantarme el fe- ban hechos el uno para el otro y hacía años
liz cumpleaños con la sirena como música que vivían felizmente en pareja. Intentan-
de fondo. do esconder mi desilusión y mis celos, les
Dos años después, ya diplomado y pregunté cómo se habían conocido.
trabajando en Toulouse, conocí a una chica —Por accidente —me dijeron.
de la India que me enloqueció. Se llamaba Fue el 25 de noviembre de 2013 a la
Isha, tenía la piel oscura y los ojos verdes. madrugada, en los pasillos de la residen-
Había estudiado en la misma universidad, cia, cuando la alarma de incendios sonó
pero nunca nos habíamos cruzado. Tímido por culpa de algún desaprensivo.
como soy, quise asegurarme de que no
tuviera pareja antes de invitarla a salir.
No llevaba anillo y tampoco hablaba de
ningún novio. Así que un día, durante una
fiesta de reencuentro de exalumnos, me
decidí a abordarla.
Esa noche me presentó a Ludvig, un
sueco alto de ojos azules que también ha-

Alejo Ares Ingeniero aeroespacial. Vive en


Ciudad de Buenos Aires, Toulouse (Francia). Actor amateur
Argentina | 1990 de teatro.

Los impuestos, para evadirse, se van de vacaciones a los paraísos fiscales. |127
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA ALFOMBRA DE
MARRAKECH
Por Alejo Gómez Jacobo

M is amigos estaban en la pileta del hóstel


y yo bancándome el aliento viscoso de
un vendedor que subía los 49 grados de ese
único del grupo que me hizo el aguante—,
miraba callado.
—Disculpe, somos estudiantes, los dos
domingo de julio en Marrakech. Quería vivimos en España. No tenemos tantos eu-
irme de Marruecos con mi alfombra y me ros. Doscientos como máximo. Pero no se
importaba un sobaco transpirado la falta de preocupe, preguntaremos en otro lado. Le
aire, el sol seco y el español estirado del podemos dar 700 dirhams por la alfombra
vendedor: si quiere, pero no 700 euros. De verdad, no
—Sataciantos euros, negocio bueno, se moleste. ¡Gracias!
sataciantos, toque, toque, huela. El vendedor nos cortó el paso en la
Yo no tocaba ni olía nada. Mi estrategia puerta. Su jadeo subió la temperatura a 50
de sudaca carroñero tenía el «no tocarás» grados. «Qué ganas de encontrar a un mu-
como mandamiento. Mi novia me «sugi- sulmán que me venda un porrón», pensé.
rió» que en la plaza de Yamaa el Fna ven- —No, otro negocio no, diga cuánto,
dían buenas alfombras y no quería subirme quiniantos euros y la lleva.
el avión rumbo a Madrid en tres horas sin Antes de que lograra poner cara de des-
un regateo fervoroso. ¿700 euros? Ni en interesado, el tipo ya había metido una al-
pedo. Mi amigo paraguayo, Ismael —el fombra del tamaño de una puerta en una

128 | La felicidad está ahí; hay que domesticarla.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

bolsa de súper. Cómo carajo hacen eso, no


sé. El vendedor iba siempre un pensamien-
to adelantado, y yo creía que le podía hacer
sombra. Con mi cara de blanquito titubea-
dor, cómo no. Balanceó la bolsa
—Muy caro, pero gracias igual, en se-
rio que no puedo llevarme la alfombra. a modo de hipnosis
¿Me deja pasar? y el nylon se
Ismael miró el celular y murmuró algo
en guaraní. pegoteaba en las
—No, diga cuánto da. Cuatrociantos gotas que colgaban
euros. Lo mínimo.
—No, de verdad no los tengo. Lo siento de su brazo.
mucho.
Salimos a paso lento por la plaza. El
vendedor vino por detrás y nos cruzó de
nuevo, pero esta vez el sol nos daba en la
cara. Balanceó la bolsa a modo de hipnosis regresábamos al hóstel y yo llevaba mi
y el nylon se pegoteaba en las gotas que alfombra. Era de un color entre naranja y
colgaban de su brazo. marrón, y tenía anexado un recibo por 100
—Trasciantos y trato. Muy justo. Coja euros. La tenía clara el guaraní.
la bolsa, cójala. Camino al aeropuerto recordé que el
Una vez leí a un tipo que decía que le- «low cost» de Ryanair cobraría una mul-
vantar a una mina era como comprar un ta de 60 euros por llevar más de un bulto.
auto: hacía negocio el que menos interés Buen negociante, sí, y también un huevón:
demostraba. Me causó gracia. Pero esta la alfombra no entraba en la mochila y tuve
vez no había una mina buena cerca y el ca- que ponerme toda esa ropa que cargué al
lor me estaba poniendo de mal humor. pedo para un viaje de fin de semana. Subí
—Es que ya le dije que tengo 200. al avión con dos remeras, un buzo, una
—Cójala en dosciantos. Deme los eu- campera, pantalón largo y medias. La aza-
ros. Usted buen negociante. fata de Ryanair me miró para el culo. Mi
Se me iluminaron los ojos. Di un paso cabeza ardía.
en su dirección. Ismael salió al cruce.
—No, señor, mire, nos fijamos bien y ***
solo tenemos 100 euros. No más que eso.
El vendedor lo miró seco. Más bien, Yo sostenía la alfombra con orgullo de
mojado: se secó la transpiración, dijo algo trofeo. Mi novia acercó la cara del otro
tosco y se fue. Calculo que nos mandó a la lado del Skype.
mierda. —¿Por qué, entre tantas, elegiste justo
Ismael me dijo que no me pusiera loco, ese color de mierda? ¿No ves que no com-
que iba a volver. Ocho minutos después bina con nuestro piso?

Alejo Gómez Jacobo Pareja de Ana, papá de Felipe. Fue


Córdoba, Argentina | 1981 periodista y pronto será psicólogo.

Me quedé con la duda tantas veces, que ya me encariñé. |129


Anécdotas mejoradas

LA DEL
PERRO QUE
ODIABA A SU PAPÁ
Por Angelita Balcázar Rojas

C uando era niña fantaseaba con que mi


papá venía a conocerme y se amista-
ba con mi mamá. Pero mientras crecía, la
árido, el calor de la ceja de selva peruana y
una que otra cabra tirando al monte. Todo
esto mas mi mente que no cesaba de pensar
fantasía se iba reduciendo. A los veintiséis en qué le diría. Llegué al terminal terrestre
años logré decidir que lo buscaría. Llevaba sin saber a dónde ir. Llamé a mi mamá para
conmigo todas mis ideas sobre él, todo lo preguntarle la dirección de la casa donde
que la gente me había dicho y sobre todo ella vivió unos seis años (antes y después
lo que mi mamá me había contado. Secre- de hacerme). Los dueños de la casa y sus
tamente llevaba también la esperanza de hijos eran buenas gentes y trataban de ha-
mostrarle lo que yo era, en lo que me ha- cerme sentir cómoda, recordaban anécdo-
bía convertido: profesional, independiente tas de cuando mi mamá vivía ahí. «¿Te
y parecida a él en muchos aspectos. Muy acuerdas del Tony, papá?», dijo la hija de
nerviosa y alentada (léase desahuevada) los señores, el señor Juan asintió y me ex-
por mi amigo Camilo, compré para el si- plicó que era un perrito que tenían, que
guiente día un pasaje en avión carísimo de era muy bullanguero y que cada vez que
Lima a Chiclayo. Allí, mi amiga Blanca mi papá llegaba a visitar a mi mamá ha-
me hospedó una noche y luego emprendí cía un escándalo espantoso y se prendía de
un viaje terrestre de seis horas hacia Jaén. su pantalón incluso hasta romperlo, no lo
Fue el viaje más feo de mi vida: un paisaje soportaba. «Pobre doctor —decía el señor

130 | Me gusta mezclarme con gente que importa, por eso frecuento aduanas.
DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

ninguneada que me había hecho mi tía, no


porque fuera ella, sino porque era yo. Lla-
mé a mi mamá a decirle que la tarea resultó
infructuosa y que no lo quería buscar más,
sentía mucha rabia y solo quería largarme
de ese lugar. Tomé una siesta y al desper-
tar mi mamá ya lo había localizado, horas
Tomé una siesta después él iría a verme. Cuando llegó, yo
estaba en el patio de la casa, impaciente, y
y al despertar mi escuché que saludó al señor Juan: «¿Cómo
estás, Juan?». «Bien, doctor, qué gusto
mamá ya lo había verlo después de tanto tiempo». Mi papá
localizado, horas se rió un poco y prosiguió: «¿Y el Tony?».
«Uh, ya se ha muerto, doctor, hace años
después él iría a ya». Mi papá lamentó la noticia y pasó a
verme. Cuando verme. El señor Juan nos dejó solos y mi
papá me dijo: «Hola, hija ¿qué tal?». Yo
llegó, yo estaba en con una risita nerviosa intentando disimu-
el patio de la casa, lar (¿Hija? ¿En serio?) contesté: «Bien».
Después continuó: «Le pregunté a Juan por
impaciente. el Tony porque era un perrito muy revolto-
so que tenían». «¡Ah, sí! —le dije—, ya me
contaron». «El Tony odiaba a todos, pero a
mí me quería mucho. De haber podido, ese
perro hubiera abierto la puerta cuando yo
llegaba». Sorprendida, y hasta empezando
a dudar de mi memoria le pregunté si lo
Juan— el Tony le hacía la vida imposible». decía en serio. «Sí, yo era el único a quién
Comí sin ganas y fui a buscar a mi papá a quería, solo a mí no me ladraba», contestó.
su casa. No estuvo. Luego fui a la casa de Al siguiente día, solo para confirmar, pre-
su mamá y allí me atendió su hermana, me gunté de nuevo por los afectos del Tony y
atendió es un decir, no me dirigió la mirada volví a escuchar que si a alguien odiaba el
pero sí osó decir que no lo busque en su perrito, ese era mi papá. Suficiente infor-
casa porque en su casa vive su familia y mación sobre él, ya no hacía falta tratar de
no estaría bien que yo, su hija, fuera a la entender. Pobre de mi padre.
casa de su familia. Ya había ido. Luego fui
a su trabajo, a media hora de la ciudad, un
hospital que atenderá a dos o tres personas
a la semana: tampoco estaba. Regresé llo-
rando, no por no encontrarlo, sino por la

Estudió Publicidad, pero le gusta


Angelita Balcázar Rojas más llamarse comunicadora. Ade-
Cajamarca, Perú | 1986 más, hace improvisación teatral y
stand-up comedy.

Odio los aviones y todos sus derribados. |131


Anécdotas mejoradas

LA DEL
VIAJE A CAMAMÚ
Por Dardo Adrián Ceballos

N uestro plan era descubrir nuevos luga-


res entre Río y Bahía. Flavio llegó con
la noticia: acababa de encontrar una de las
liento, pude notar cómo los pueblos y sus
rodoviarias se iban haciendo más pequeños
cada vez que parábamos. Ahí me di cuenta
mejores playas de Brasil, un lugar para dis- de que no tenía la más mínima idea de a
frutar la vida con pé na fofa, expresión que dónde estábamos yendo. Me quedé dor-
describe ese momento de placer que senti- mido mientras me preguntaba si habría al-
mos al hundir los pies en la arena blanda. guien en la rodoviaria cuando llegáramos.
Sobre una servilleta nos dibujó un mapa Cuando me desperté, el bus estaba ba-
para llegar a Barra Grande, un paradisíaco jando por una colina empinada. De repen-
pueblito en la península de Maraú. Una se- te frenó a mitad de una cuadra oscura y el
mana después estábamos en Porto Seguro, chofer gritó: «¡Camamú!».
con la servilleta en la mano y el pé na fofa No había rodoviaria. Desde la ventani-
repiqueteando en la cabeza. Fuimos direc- lla apenas se veía un caserío venido a me-
to a la rodoviaria local y preguntamos por nos en el medio de la noche. Todavía medio
el próximo bus a Camamú. Según el mapa dormidos agarramos nuestras cosas y des-
de Flavio, desde ahí podríamos tomar una cendimos detrás de otra pasajera, la única
lancha hasta Barra Grande. que bajaba en Camamú: una mujer alta y
La noche llegó con el bus viajando por elegante que llevaba una capelina que la
caminos de sierra y parando más o menos hacía parecida a Charlotte Rampling.
cada media hora. Aunque estaba somno- Descendimos por la escalerita del bus,

132 | Odio a la gente que tiene prejuicios. Por suerte no conozco a nadie así.
DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

detrás de ella. Apenas bajamos, cuatro o


cinco borrachos aparecieron entre las som-
bras. Se abalanzaron sobre nosotros con
movimientos torpes de zombis y, con voz
carrasposa de ultratumba, nos exigieron Corrimos hasta
un real y otras cosas que no pude enten-
der. Estábamos en un lugar completamen-
ella para
te desconocido, sin ninguna otra señal de preguntarle qué
vida aparte de una banda de linyeras bo-
rrachos y de buen porte que nos acosaban pensaba hacer.
en una calle oscura. Sentí la adrenalina del Los choferes ya
miedo corriendo por mi cuerpo mientras
veía cómo uno de los choferes, apurado se aprestaban a
por seguir su viaje, le entregaba a Charlotte irse y ella, con
Rampling su valija.
Corrimos hasta ella para preguntar- su capelina, era
le qué pensaba hacer. Los choferes ya se nuestro único
aprestaban a irse y ella, con su capelina,
era nuestro único salvoconducto. La segui- salvoconducto.
mos, esquivando a los zombis alcoholiza-
dos, y caminamos unos diez metros hasta
que tocó un timbre sobre una reja que de-
trás escondía una puertita. Mientras espe- que extendimos nuestras cangas de praia
rábamos que alguien apareciera, nos expli- sobre uno de los camastros y nos recosta-
có que había reservado una habitación en mos. Por la ventana veíamos cómo, abajo,
ese lugar, que era una especie de posada. en la calle, los zombis arrastraban un col-
Finalmente, un joven negro abrió la puerta chón y otros enseres que se disputaban a los
de madera detrás de la reja. Ella invocó la gritos. En ese momento nos sentimos más
reserva y la reja se abrió. Ingresamos los seguros y felices que en cualquiera de los
tres mientras el ómnibus arrancaba y los hoteles más lujosos del mundo. Una miste-
borrachos acosadores quedaban del lado de riosa Charlotte Rampling brasileña acababa
afuera, guturando cosas incomprensibles. de salvar nuestro pellejo y, por quince rea-
Una vez adentro, el ángel negro nos dijo les, teníamos refugio hasta que amaneciera.
que no tenía más habitaciones privadas, Entonces podríamos divisar el camino hacia
pero que por quince reales podíamos dormir el puerto, donde alguna lancha nos llevaría
en una pieza compartida. No teníamos op- hasta la arena fofa prometida.
ción. Aceptamos aliviados y nos llevó hasta
una habitación sucia del tercer piso. Tenía
un par de cuchetas de mala muerte pero no-
sotros éramos las únicas personas allí, así

Dardo Adrián Ceballos Comunicador Social. Trabaja en


Rosario, Santa Fe, proyectos de innovación y estrategia
Argentina | 1978 digital.

El destino es horrible; esperamos que disfrute el viaje. |133


Anécdotas mejoradas

LA DEL
DESAFÍO DEL HEMIPLÉJICO
Por Diego Hernán Farías

C uando era adolescente me fui de vaca-


ciones a Tucumán con un amigo que
tenía familia cerca de la capital. Allá me
96. Además, me la había regalado mi papá.
Imposible ceder ante su pedido. Juancito
incluso llegó a ofrecer cambiármela por
juntaba con los chicos y las chicas del ba- una de San Martín de Tucumán, pero yo
rrio y, sin dejar de ser el porteño, logré ha- seguí con mi negativa.
cerme un lugar en el grupo. Hasta que una noche vino con otra
Entre los chicos había uno que era más propuesta: quería jugarme la camiseta en
grande que nosotros y que tenía una dis- unos penales. Tres tiros. Si yo ganaba, me
capacidad: era hemipléjico. Podía caminar, quedaba con mi camiseta y también con la
aunque con dificultad, y uno de sus brazos suya de San Martín. Si él ganaba, se queda-
estaba completamente rígido. Mentalmen- ba con la mía de River.
te andaba impecable, incluso tenía un sen- Todos en la plaza me arengaban para
tido del humor genial. El tema con Juan que acepte. Lógicamente, no lo hice. Les
Sanguinetti (así se llamaba) era que esta- dije que no podía jugarle unos penales a
ba obsesionado con una camiseta de River Juancito, que no era justo y que de verdad
que yo había llevado. Todos los días me mi camiseta era muy preciada. Les expli-
pedía que se la regale y yo siempre le de- qué que si hubiese sido otra camiseta de
cía que no. Era un modelo exclusivo: tenía River ya se la hubiese regalado, pero esa
bordadas unas copas del tricampeonato del era especial; que lamentaba no haber lleva-

134 | No me gustan los viajes largos porque siempre llego a las mismas conclusiones.
DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

do otra y que en el próximo viaje le traería miseta. Dicen que no es justo, que yo me
una. Así estuve un largo rato, esquivando abusé y que lo lógico sería que le diese
el desafío. No podía jugar unos penales alguna ventaja. Uno propone achicar el
contra un hemipléjico. arco y, sin que yo alcance a responder,
A partir de entonces, Juan cambió su corre los ladrillos unos metros al mismo
estrategia y empezó a cargarme. Me chi- tiempo que me muestra el certificado de
caneaba por ser porteño y ahora también discapacidad. Otro dice que el empate de-
por mi nuevo rol de cagón: «¡Meta, chan- bería favorecer a Juancito. Varios aplau-
go, no se me cagué, eh!». La banda trataba sos aprueban esa moción.
de convencerme diciendo que Juancito no Estaba solo contra todos. Pero yo no
era ningún tonto, que pateaba bien y que quería perder mi camiseta. Retenerla era
se las rebuscaba al arco. La verdad es que mucho más importante que arriesgar mi re-
yo solo quería que me dejaran y terminar putación de buena persona. Estaba jugan-
de una buena vez con el tema del pedido do contra un hemipléjico, es verdad, pero
insistente. Y también, un poco, la camiseta igual tomé carrera.
de San Martín. Le pegué con el alma.
Finalmente, me convencí y terminé Podría no haber aceptado la camiseta de
aceptando los benditos penales. Después San Martín, pero todavía está en mi casa.
de todo, la idea no había sido mía y Juan Cuando me preguntan por ella, digo que
Sanguinetti no era ningún retrasado, así fue un regalo.
que sería una contienda honesta. Además,
yo no era ningún cagón.
Primer penal: Juancito fuerte al medio.
Atajo. Iba a embolsar pero puse las manos
para que rebotara. Pateo yo mi primer tiro:
displicente, esquinado y suave. Ataja él con
la mano sana. Va el segundo de Juan y me Me toca a mí:
confío: gol. Empato pateando un poco más
fuerte, más esquinado y al palo de la hemi- si meto, gano.
plejia. ¡Qué Juancito, ni qué ocho cuartos!
Cuando atajo su tercer penal, el tullido
En ese momento,
Sanguinetti ya parece cansado por tanto es- el público tucumano
fuerzo. Me toca a mí: si meto, gano.
En ese momento, el público tucumano
propone un cambio
propone un cambio de reglas. Los mismos de reglas.
chicos que antes me alentaban para que
acepte el desafío haciendo hincapié en la
entereza física y mental de Juancito, ahora
me lo muestran como un pobre discapa-
citado maltrecho que solo quiere una ca-

Diego Hernán Farías Abogado, periodista, hizo stand-up


Ciudad de Buenos Aires, y dejó a medio hacer varias otras
Argentina | 1980 cosas.

No todo en la vida es blanco o negro. por lo menos el pasto no. |135


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA MADRE ENOJADA
EN CHINA
Por Fernando Julio Valdés

«P elotudo. Pe-lo-tu-do», fueron las


primeras palabras de mi madre lue-
go de cinco años de no verla. «Seguis sien-
Colgado con el abrazo entendí la urgen-
cia y salí a buscarla. Mi vieja, rodeada de
curiosos lloraba como si le hubieran saca-
do un pelotudo, ¡mirá donde te viniste a do un riñón sin anestesia.
vivir! Lleno de chorros está». «¡Mi visa, mis anteojos!», gritaba.
Llevaba años viviendo en China, el co- «Mami, vamos», le dije, transformando
rralito me había obligado a elaborar una la emoción en practicidad. Si algo había
nueva vida en Kunming, pegado al Tíbet. aprendido era que si recurríamos a la po-
En todos esos años no me había cruzado licía china, necesitaríamos traductor, llenar
ni visto con nadie conocido. Eso pensaba, mucho papelerío y pasar por mil trámites
ansioso, mientras iba al encuentro de mis burocráticos que llevarían días.
padres, en una gigantesca estación de tre- «Pelotudo, ¡pelotudo!», se descargaba
nes entre millares de —ahora familiares— en mí tratando de encontrar explicación a
rostros chinos. Meses esperando ese mo- lo sucedido. «Ahora que sabes chino con-
mento, meses planeando el largo abrazo de tale a la policía que me robaron. Dale, pe-
reencuentro. Al primero que alcance a ver lotudo. Dale», me decía y señalaba a unos
fue a mi padre. No pude menos que llorar agentes uniformados y de garrote. «Vamos,
a baldes. Extendí mis brazos lo mas que mami, ya lo vamos a solucionar todo, pero
pude pero mi viejo me metió un hand off al si vamos a la cana va a ser peor», le dije.
pecho y gritó: «¡Le robaron a tu madre!». «Conozco al cónsul que nos puede ayudar

136 | El ruido del despertador me alarma.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

En el camino paramos en una óptica del


centro. Ahí siguió: «Dale, explicále que
tengo astigmatismo de 2.5 en este ojo y
3.5 en el otro, pero que de lejos veo mejor,
pero lo mismo uso porque se me pierden
los detalles, veo el horizonte difuso...». Yo
luchaba por buscar en mi diccionario men-
Los chinos, tal chino y reconocía solo escasas palabras,
ante un servicio como ver, bien, mal. «Decile que quiero
marcos altos y transparentes», insistia. Los
que no pueden chinos, ante un servicio que no pueden sa-
satisfacer, sonríen. tisfacer, sonríen. Y eso hacía la pobre chica
que nos atendió desde que pisamos el lo-
Y eso hacía la cal. Después de cinco horas, encontramos
pobre chica que unos anteojos con los que algo veía. Des-
pués quedó solucionar lo de la visa, que
nos atendió. descubrí no era la de entrada al país, sino la
tarjeta de crédito, que por suerte solucioné
con un llamado telefónico.
Me puteo varios días más, sí, pero de
a poco pude introducir a mis viejos a mi
nueva vida china: a la comida del país, a
mi trabajo, amigos y amores. Hasta un día
con la visa y por los anteojos no te preo- la acompañe a mi madre a la peluquería e
cupes, en la ciudad hay muchas ópticas», inventé vocablos chinos para «rubio cobri-
agregué para tratar de calmarla. De no zo, corto al hombro y baño de luz», y no le
haber sido por la confusión emocional ha- quedó nada mal.
bría reconocido que estas frases entraña- Nos habrá llevado varios días reencon-
ban graves dificultades: vencer las barre- trarnos, hasta que finalmente un día me
ras del idioma y, la mayor, convencerla de miró, me susurró: «Hijo, la verdad sos un
que su hijo, si bien pelotudo, era un genio genio», y me dio aquel abrazo errado de la
también. estación.
«Vos te viniste acá. Ahora lo vas a arre-
glar vos», decía, agarrándose de la indica-
ción en chino que le di al taxista para ir al
departamento.
«Primero solucionemos lo de la visa
que esos trámites acá demoran meses»,
contesté. «¿Ah, si? ¿Y yo cómo veo, pe-
lotudo?».

Fernando Julio Valdés. Canals, Córdoba | 1970

El mundo es de los que encuentran rápido la posición en que se duermen. |137


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CASA DE LOS
ARQUEÓLOGOS
Por Gala Décima Kozameh

T enía trece años cuando a mis viejos


se les ocurrió recorrer la Patagonia en
nuestra Duna Weekend. La fiel camione-
cerro altísimo, al que solo se accedía en
4x4. Carlo y su mujer, Pilarica, eran los
anfitriones y directores de la investigación
ta ya tenía unos diez años en la familia y arqueológica, pero en la casa también pa-
bastantes aventuras similares. Los vidrios raban antropólogos, historiadores, un equi-
crujían cuando los subíamos o bajábamos po de buzos para expediciones marítimas y
con la manivela y la luz delantera derecha los diferentes trabajadores involucrados en
se salía de eje si agarrábamos un pozo im- la expedición, como los operadores de las
portante. Había que frenar, sacar el plástico máquinas y el conductor del Unimog que
blanco, acomodarla y continuar. Esa vuel- nos subía desde el pueblo hasta la montaña.
ta, la misión era tocar los dos océanos: iría- Desde la primera noche, entendí que ahí rei-
mos desde Rosario hasta la isla de Chiloé, naba la anarquía vacacional: cada uno se las
en Chile, y luego visitaríamos el Atlánti- arreglaba como podía y hacía lo que quería.
co en Puerto Madryn. Cuando llegamos a Mis padres tenían una habitación asig-
Ancud, el pueblo principal de la isla, ha- nada, pero a mí me dijeron que buscara una
bíamos parado nada más que quince veces cama en alguna de las piezas de la casa. El
para arreglar la luz de la Duna. problema es que nadie me hizo un tour por
Estábamos invitados a pasar unos días la propiedad y yo no sabía detrás de cuál
en la casa que unos colegas arqueólogos de de todas las puertas de los tres pisos de la
mamá habían alquilado para una campaña casona podría encontrar un colchón. Así
de excavación. La casa quedaba sobre un que, mientras abajo todos charlaban fren-

138 | Necio es el que volvió y es el mismo.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

te a la chimenea, yo agarré mi mochila y,


como buena hija de investigadora, me puse
a buscar mi futura cama.
La primera puerta que abrí daba a un
baño con un montón de trajes de buzo col-
gados que se estaban secando. Alguien que
pasaba me dijo que no necesitaba sacarlos
para bañarme: los trajes me harían un lugar- La primera
cito en la bañadera. La siguiente habitación puerta que abrí
que probé tenía calaveras, fémures y otros
restos arqueológicos, pero ningún colchón daba a un baño con
a la vista. Llegué al segundo piso abriendo un montón de trajes
puertas que terminaron siendo placares, más
baños y habitaciones con colchones que ya de buzo colgados
estaban tomados. A lo largo de un pasillo
vi una puerta y sentí que sería la correcta,
que se estaban
pero al abrirla me encontré con un espacio secando. Alguien
minúsculo que tenía una ventana que daba
a una escalera externa. Subí hasta el cuarto
que pasaba me dijo
piso, el ático. Fui solo por curiosa; imaginé que no necesitaba
que ahí no habría nadie parando. Pero de
nuevo me equivoqué: allá arriba, donde no
sacarlos para
llegaba el calor de las chimeneas, había dos bañarme: los trajes
tipos peludos durmiendo en bolsas de dor-
mir y rodeados de ladrillos. Cerré despacio,
me harían un
sin hacer ruido, y no volví a verlos. lugarcito en
Bajaba frustrada cuando me crucé con
una historiadora que se presentó como
la bañadera.
Florcita. Inmediatamente se sumó a mi lu-
cha por una cama: simplemente abrió un
placard y sacó un colchón, finito y oloroso.
Lo puso en su pieza y fuimos compañeras
de cuarto durante el resto de mi estadía.
Unos días más tarde, el Unimog nos
bajó hasta el pueblo donde nos esperaba terminé de entender la distribución de la
la Duna. Papá ajustó la luz delantera de- casa de los arqueólogos ni de conocer a sus
recha, pidió el mapa del ACA y marcó con integrantes.
el dedo nuestro siguiente destino. Nunca

Gala Décima Kozameh


Rosario, Santa Fe, Comunicadora digital y periodista.
Argentina | 1989

Tomarse todo en serio es otra forma de no saber leer. |139


Anécdotas mejoradas

LA DEL
SUSTO EN LA ISLA
COLOMBIANA
Por Gimena De Rosa

I sla Mucurá, Colombia. Enero de 2013.


Habíamos desembarcado en la isla esa
mañana. Con la sueca alquilamos una car-
—Pero mira, argentina —me dijo la
sueca—, mitad de sangre mía ser latina y
rebelde.
pa para dos a un precio irrisorio. Dejamos Yo me reí y fumamos el último cigarro
las mochilas, nos quedamos en malla y em- de la noche. Después caímos rendidas en
pinamos un ron. Ese día transcurrió como las bolsas de dormir.
se espera que transcurran los días en una El primer tiro se escuchó a las dos de
playa caribeña: brisa cálida, chapuzones la madrugada. La sueca y yo intentábamos
intermitentes en el mar y mucho alcohol. dormir, pero el estruendo quebró el silen-
Pasamos la hora del crepúsculo ahogadas cio terminante de la noche. El segundo
en risa y charlas. disparo se sintió más cerca. Al tercero ya
La sueca me contó que no estaba de va- estábamos en medio de un tiroteo
caciones, sino que había venido a buscar a —¿Qué fue eso? —pregunté yo— ¿Es-
su padre: veintiocho años atrás, su madre cuchaste?
había hecho un viaje de mochilera por La- La sueca puteó en su idioma y yo en el
tinoamérica y volvió embarazada. Lo úni- mío. Muerta de miedo, asomé la cabeza
co que conservaba de aquel hombre era el por una hendija de la carpa y distinguí a un
recuerdo de su nombre: David. Y una foto. grupo de matones corriendo a pocos me-
Pero se negaba de mil maneras a que su tros. La oscuridad empeoró la escena: en
hija emprendiera esa búsqueda porque de- Mucurá no hay electricidad y a esa hora no
cía que podía ser peligroso. había velas encendidas. Nos quedamos en

140 | El bipolar al menos no está solo.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

me pusieron junto a otros turistas. Busqué


a la sueca por todos los rincones. Supliqué.
Creí en Dios por primera y última vez.
No había certezas de lo que estaba su-
cediendo. En pocos minutos corrieron va-
rios rumores: un chileno aseguraba que las
FARC tenían secuestrado al Presidente; un
Apenas puse argentino intuía un tsunami; dos cocainó-
manos aseguraban que se trataba de una
un pie en invasión extraterrestre. Al primer rayo de
la arena, uno sol nos subieron a una lancha y, un par de
horas más tarde, pisamos tierra firme en
de esos hombres Cartagena de Indias. Mi preocupación por
me agarró de la sueca era constante. Reventada de ner-
vios y cansancio, decidí no escatimar y me
la muñeca y hospedé en un hotel. Ahí supe que el obje-
alumbró mi tivo de la represión había sido desalojar a
los isleños para hacer de ese paraíso un all
cara con inclusive a todo trapo.
una linterna. «¿Por dónde empiezo a buscar a la
sueca?», me preguntaba. Ninguna institu-
ción me daba confianza. Colombia es un
misterio atractivo y perverso. Dejé que se
agotaran las horas que le quedaban a la
madrugada y bajé a desayunar. En la mesa
estaba el diario del día. «La crisis causó
la carpa hasta que el gas lacrimógeno co- dos nuevas muertes. Esta vez tocó Mucu-
menzó a lastimarnos los ojos. Apenas puse rá», rezaba el titular.
un pie en la arena, uno de esos hombres me La crisis se llamaba David y era gen-
agarró de la muñeca y alumbró mi cara con darme. La madre de la sueca estaba en lo
una linterna. Medía casi dos metros; lle- cierto.
vaba uniforme verde, un fusil atravesado
en la espalda y un casco. Era un gendarme
colombiano.
—¡No hicimos nada! —grité desespe-
rada— ¡Somos turistas!
Justo entonces la sueca pegó un mano-
tazo y salió corriendo en dirección opuesta
al mar, hacia la selva. A mí me llevaron del
brazo hasta una especie de rancho donde

Gimena De Rosa
Feminista. Licenciada en Sociología
Ciudad de Buenos Aires,
(UBA) y Periodista (TEA).
Argentina | 1989

Los diabéticos son el postre de drácula. |141


Anécdotas mejoradas

LA DEL
PIQUE MACHO
Por Guillermo Movia

H acía tan solo una semana que estábamos


en Potosí, Bolivia, y ya habíamos hecho
todo lo que se espera de los turistas: visita-
alguna que otra cordobesa que habíamos
conocido. Ese año eran todos cordobeses
en Bolivia.
mos museos, paseamos por lagunas y cas- No eran épocas de internet aún. Tampo-
cadas e hicimos el tour por las minas coo- co teníamos una guía que nos recomendara
perativas de plata, donde sufrimos al ver dónde comer, así que íbamos desechando
cómo los mineros cargaban las bolsas de los diferentes restaurantes porque ningu-
piedras (aunque en el fondo pensábamos no nos parecía suficientemente auténtico.
que si hubieran aceptado la ayuda del Che, Después de casi una hora de caminar aza-
ahora no estarían en esa situación). rosamente por Potosí, en una esquina vi-
Solíamos comer por la zona céntrica, mos un cartel escrito con tiza blanca que
que era la más turística de aquella ciudad anunciaba platos típicos: pique macho, sal-
que aún no sabía lo que era el turismo. Pero teñas, algún guiso. Entramos.
esta vez queríamos huir del pollo frito con Unas mesas vacías esperaban comen-
arroz y, de paso, sentarnos los tres a decidir sales. Al fondo, una puerta abierta daba a
nuestros próximos pasos. Caminamos por un patio del que salían voces y risas. Nos
calles que no daban sombra, mientras el sol sentamos en la mesa del centro y espera-
calentaba el pavimento, y nos alejamos del mos pacientemente, con una condescen-
centro, mirando y comentando cada detalle dencia propia de universitarios relativis-
de la ciudad. Cada tanto opinábamos sobre tas culturales.

142 | Si llorásemos sangre elegiríamos mejor por qué llorar.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

Hasta ese momento, las pocas mujeres metía pan tras pan en la boca y, cada tan-
que nos habían atendido no solían hablar- to, un trago de Fanta. La señora lo vio y le
nos. Tan solo las palabras necesarias para ofreció agua y leche, pero Pablo no aceptó.
decirnos que habían entendido el pedido. Tampoco logró probar un nuevo bocado.
Esta vez aparecieron una señora y su hija. Su plato quedó casi intacto.
Sonreían, como todas, pero ellas sí nos mi- Cuando finalmente pudo hablar, me
raban al hablar. La madre nos explicó los contó acerca de la similitud entre el tomate
platos, todos recomendables. Cuando Pa- y el locoto. Por las dudas yo me cuidé y
blo y yo nos decidimos por el pique ma- saqué todo lo rojo que había en mi plato.
cho, la mujer hizo una mención al locoto, Al final, pensando que ya había aprendi-
un pimiento que, parecía, no era apto para do las diferencias con el tomate, me hice
turistas. Esteban, precavido, decidió pro- el canchero y probé sin querer uno de los
bar un guiso. Por último, pedimos una ga- pimientos. Pablo lo había masticado y tra-
seosa: una clásica Fanta, y no una de esas gado, pero yo nunca fui valiente. En cuanto
con nombre gracioso como Clarita, Turbia, sentí que mis labios se dormían, lo escupí.
o Morena. No pude hablar por dos horas.
Esperamos tranquilamente, solos. Pedimos la cuenta, que fue un asalto
Mientras tanto nos trajeron la Fanta y para nuestros bolsillos universitarios, y
unos panes. Aprovechamos para planear volvimos al hotel con cierta sensación de
los próximos pasos del viaje. Más allá de haber sido derrotados por una cultura mi-
la puerta se escuchaban ruidos. La comida lenaria. Una cultura que había aprendido
tardaba, pero éramos hippies pacientes y el cómo reírse de los turistas que buscaban lo
día era nuestro. auténtico.
Por fin llegaron los tres platos. Enor-
mes, repletos de comida. Habíamos en-
contrado el lugar perfecto, lejos de otros
argentinos (siguiendo ese deseo que tienen
algunos turistas de intentar alejarse de los
otros turistas). Sabedores de la fama que Volvimos al
antecedía al locoto, probamos la comida
cautelosamente, pero no hubo picor en ese
hotel con cierta
primer bocado. Esteban se levantó para sa- sensación de haber
carnos una foto que demostrara más tarde,
cuando reveláramos el rollo en Buenos Ai- sido derrotados
res, qué significaba un verdadero almuerzo por una cultura
boliviano. Pero, mientras enfocaba, noté la
incomodidad de Pablo, que se había puesto milenaria.
rojo. No le había visto una cara de deses-
peración similar ni cuando le había salido
el 475 en el sorteo del servicio militar. Se

Comunicador social. Empezó a leer


Guillermo Movia antes de los tres años. Años después
Ciudad de Buenos Aires, escribía cuentos en una Olivetti. Pasó
Argentina | 1973 por varios talleres literarios.

El amén es el Enter de la misa. |143


Anécdotas mejoradas

LA DEL
YANQUI QUE NO QUISO
SACARSE FOTOS
Por Javier Dubra

E n el hostel había tres habitaciones: sie-


rra, selva y playa, bautizadas así en ho-
nor a los tres paisajes turísticos de Perú.
—Son los dientes de Kieran —me dijo
Noe—. ¿Viste que los tiene como lima-
dos? Debe tener bruxismo. Me da mucha
En la sierra estábamos los argentinos: impresión.
Noe y yo en una cucheta, Bárbara y Ál- A la tarde siguiente, Bárbara le pre-
varo en la otra; en la selva estaba Kieran, guntó a Kieran qué pensaba del gobierno
un yanqui musculoso, colorado y barbudo de su país. Se lo preguntó con tono de
que, según contaban, ya llevaba más de notera amateur y nos imaginamos que el
un mes ahí; y la playa estaba vacía. En la yanqui se le iba a cagar de risa. Sin em-
terraza, había una carpa donde dormía Ju- bargo, hizo silencio y, cuando intentó
lio, el pibe que hacía prácticamente todo hablar, se puso rojísimo. Finalmente se
ahí menos manejar plata. Era un chico en- quebró y, entre sollozos, intentó explicar
cantador que estaba feliz de poder cono- que las cosas eran mucho más graves de
cer a gente de todo el mundo y no tener lo que nosotros podíamos llegar a imagi-
que trabajar más en la pesca. nar. Decía que nosotros éramos personas
La primera noche, Noe me despertó maravillosas, preocupadas por nuestros
asustada a las cuatro de la mañana. Desde pequeños problemas, y que ellos eran the
la selva venía un ruido perturbador que no big problem. Bárbara lloraba con él y le
lográbamos identificar. pedía disculpas, mientras Julio me expli-

144 | No sabe, pero contesta.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

A medida que pasaban las cervezas,


Kieran nos empezó a contar que era un
granjero que jamás había salido de California.

caba que Kieran había estado tomando —Fallé —nos dijo—. Cuando vuelva
mucha cerveza: estoy jodido.
—Siete ya ha pedido hoy —me dijo. Pero, mientras tanto, Lima le daba sus
Noe me señalaba los dientes. Eran tan satisfacciones. Se estaba haciendo la den-
chatitos que daban impresión. tadura a nuevo (por un precio módico) y
A la noche, Noe quiso ir a conocer el se enamoraba de cada peruana que cruzaba
bar favorito de Joaquín Sabina en Lima. en la calle. Pero para no meterse en pro-
Cuando estábamos saliendo lo invitamos a blemas, solo salía con prostitutas. Soñaba
Kieran, que aceptó encantado. La pasamos con llevarse a una chica para trabajar cama
muy bien. Se podía hablar de todo con el adentro en su casa porque a su esposa tam-
gringo. bién le gustaban las mujeres.
A medida que pasaban las cervezas, Se hicieron las doce y nos dijo que te-
Kieran nos empezó a contar que era un nía una cita con una chica en un hotel, pero
granjero que jamás había salido de Cali- estaba tan feliz charlando con nosotros
fornia. Había viajado para visitar a una pri- que nos ofreció acompañarlo y pagarnos
ma que tiempo atrás se había casado con una habitación y una puta para nosotros. O
un peruano y ahora vivía en un pueblo en una habitación sola. O una cerveza. Cual-
la cordillera. Después nos aclaró que, en quier cosa, con tal de que por favor no
realidad, no era su prima, sino la hija de lo dejáramos solo y no cortemos ese her-
una persona muy especial para él, un señor moso momento. No quisimos romperle el
a quien le debía muchísimo respeto. Y que, corazón, así que subimos al taxi con él.
en realidad, tampoco había venido a visi- Cuando llegamos al hotel, el conserje le
tarla, sino a deshacerse del peruano para presentó a la chica y Noe le pidió que nos
llevársela de nuevo a Estados Unidos. Pero saque una foto a los cuatro. Kieran se puso
cuando llegó a la casa vio que la mujer era nervioso y tapó la cámara.
tan feliz y el peruano le cayó tan bien que —Please, no photos of me on the in-
no pudo hacer nada. Toda esa vida le pare- ternet —nos pidió—. It’s for your own
ció tan hermosa que se volvió a Lima. security.

Javier Dubra
Ciudad de Buenos Aires,
Argentina | 1981

La fotografía es la única disciplina que inmortaliza a través de sus disparos. |145


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA APARICIÓN
DEL PERRO
Por Julián Manuel González

E ra julio y estábamos con Diego en Pur-


mamarca. Arrastrábamos varios días de
ruta, durmiendo en el auto y gastando lo
ciendo más grande y nítida. Hasta que nos
dimos cuenta: era un perro.
Había salido de la nada, de donde uno
poco que teníamos en nafta y alcohol. Ese jamás se imaginaría que podría salir un pe-
día nos separamos: él se fue a pelear con- rro. No había huella ni ningún otro indicio.
tra el viento norte para tratar de pintar una El animal corría con decisión y entusias-
obra al aire libre; yo me fui a caminar por mo. Parecía un mensajero en apuros. Un
ahí con una alemana que había conocido la preso recién fugado. La sorpresa fue mayor
noche anterior. Nos reencontramos al atar- cuando advertimos que el perro corría en
decer. Él sin sus bártulos de pintor y yo sin línea recta hacia nosotros. Cuando por fin
la alemana. llegó, se sentó al lado nuestro. Su fisono-
Hicimos el camino de Los Colorados, mía era la de los cuscos libres y sin dueño:
que rodea el Cerro de Los Siete Colores, y petiso, orejón y con manchas marrones en
nos sentamos en un lugar alto para poder el lomo. A pesar de festejarle y hablarle, el
apreciar la escena. En esa estábamos cuan- perro ni siquiera nos olfateó.
do, a lo lejos, vimos un movimiento entre Estuvimos varios minutos en silencio
los cerros: una nubecita de polvo, casi in- haciéndonos preguntas: ¿De dónde había
distinguible, que se levantaba en el paisaje. salido? ¿Por qué había venido directo hacia
Segundos después, la mancha se fue ha- nosotros? Decidimos ponerle un nombre y

146 | A veces duermo en el piso, pero no suelo.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

Diego me encomendó la tarea. Yo respondí


sin pensar, como si alguien lo hubiera he-
cho por mí:
—Isabela —dije.
Mi amigo le levantó las patas y lo miró.
—¡Boludo, tiene pito! ¿Cómo se va a Emitió unos
llamar Isabela un perro macho?
Yo no supe defenderme. Ese perro, que
sonidos, mitad
había llegado de no sabíamos dónde, se lla- ladridos y mitad
maba Isabela.
Ya era casi de noche cuando vimos dos
llantos. A mí me
luces amarillas que subían cerca de donde empezó a tronar
había aparecido el perro. Era una camione-
ta roja con vidrios polarizados. A medida la panza: señal
que avanzaba, Isabela se puso más inquie- de que algo
to. Emitió unos sonidos, mitad ladridos y
mitad llantos. A mí me empezó a tronar la iba a pasar.
panza: señal de que algo iba a pasar.
Cuando estuvo cerca de nosotros, la ca-
mioneta frenó y se abrieron las puertas. Se
bajó una mujer con pinta de milf. Tendría
cuarenta años. Con ella estaba una nena —¿Viste? Eso hacían ¿Querés pregun-
que no debía pasar los siete años. Tenía ca- tarles algo más?
chetes colorados y una sonrisa con pocos La nena dijo que no con la cabeza. Se
dientes. dieron vuelta y, sin más, encararon la reti-
—Acá están los chicos que veías, hija rada. Yo no entendía nada. Diego tampoco.
—dijo la mujer—. Preguntales lo que que- ¿Por qué habían bajado? ¿Por qué la nena
rías saber. había preguntado por nosotros? ¿Por qué
La nena miró a su madre y sin la menor no dijeron nada sobre el perro? ¿De qué
vergüenza nos increpó: mierda se reía la nena? ¿Por qué se iban
—¿Qué están haciendo? así nomás?
Nos pusimos nerviosos. Parecía que la —¡Esperá! —le dije a la nena antes
pregunta la hacía un policía y no una nena de que subiera a la camioneta—. ¿Y vos?
que estaba cambiando sus dientes de leche. ¿Cómo te llamás?
La seguridad con la que habló me recordó La nena se dio vuelta con una sonrisa
al andar del perro. sobradora.
—Mirábamos el paisaje —respondí. —Me llamo Isabela —me dijo, como
La niña se rió. Después, silencio. La ma- si estuviera regocijándose por haberme
dre descomprimió la situación: hecho caer en una trampa.

Julián Manuel González Estudiante perenne de psicología,


Alta Gracia, Córdoba, guarda en el armario un devaluado
Argentina | 1988 título en periodismo deportivo.

Un límite es una línea imaginaria mal imaginada. |147


Anécdotas mejoradas

LA DEL
FUTBOLISTA GRIEGO
Por Marcela Baruch

A mis amigos, sobre todo a los hom-


bres, siempre los provoco al contarles
cómo, cuando estuve en Atenas, cené con
pasión por la comida. Hablábamos todos
los días de platos típicos griegos como la
terpopita (pastel de queso feta y masa phi-
Theodoros Zagorakis. lo), la moussaka (pastel especiado de carne
—¿Cómo hiciste? —me preguntan y berenjenas) y la ensalada griega. Él me
siempre, indignados— Si vos solo recono- explicó las diferencias entre la cocina de
cés a Beckham, y porque sale semidesnudo playa y la de montaña; me habló acerca de
en las publicidades de calzoncillos. la comida de las islas y me comentó cuáles
Viajé a Atenas como voluntaria para los eran los vinos de uvas locales más conoci-
Juegos Olímpicos de 2004. Trabajaba en dos, como el assyrtico, que es blanco, y el
el centro de prensa, subiendo a la web co- agiorgitiko, que es tinto.
mentarios de las conferencias de los depor- El día anterior a que terminen los Jue-
tistas. En aquel entonces me debatía entre gos Paralímpicos me invitó a cenar a su
cubrir deportes amateurs o escribir sobre restaurante favorito en la ciudad. En el
comida, un tema que también me atraía. El camino me avisó que nos acompañaría un
editor de la página web de los juegos era amigo suyo porque tenían que conversar
Yannis Paraskevopoulos, el conductor del sobre una entrevista que le haría la semana
programa deportivo de radio más escucha- siguiente en su programa.
do del país, y un comilón empedernido. Rá- Cuando llegamos al restaurante nos es-
pidamente empezamos a compartir nuestra taban esperando los dueños, que ensegui-

148 | Me mira y no se toca.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

da me mostraron la cocina y comenzaron


a hablarme acerca de su historia familiar
y sobre las raíces de su comida. Unos mi-
nutos después, la dueña quedó muda y se
acercó a la puerta. Acababa de entrar el
otro invitado: un morocho atractivo, flaco
y atlético, que iba vestido de jean y camisa La dueña quedó
blanca. Tenía esa actitud del que disfruta muda y se acercó
que todos lo miren. La dueña le dijo algo a
Yannis, pero nunca supe qué porque habla- a la puerta.
ban en griego y yo no entendía nada. Los Acababa de entrar
demás clientes se dieron vuelta y empeza-
ron a murmurar al verlo entrar. Los dueños el otro invitado:
del restaurante acercaron para saludarlo un morocho
con reverencia. Hasta le pidieron autógra-
fos y una foto. Yo seguía sin entender nada, atractivo, flaco y
pero me callé. atlético. Tenía esa
Después de quince minutos de besos y
dedicatorias, finalmente nos sentamos a la actitud del que
mesa. Cuando la cocinera recobró el alien- disfruta que
to volvió a explicarme sus recetas. Con
Yannis decidimos compartir unos camaro- todos lo miren.
nes con salsa de tomate y queso típicos de
la playa, luego un cordero estofado como
lo sirven en la sierra y, para el final, unos
postres muy dulces con miel y frutos secos.
El invitado, en cambio, pidió pasta, pero
no tomó vino, sino agua mineral sin gas. Luego me explicó que hacía décadas
«Será atractivo, pero qué aburrido», pen- que Grecia no ganaba nada y que aquel
sé. No hablaba muchos idiomas, así que la equipo había vencido al dueño de casa por
charla alternó entre el griego y el inglés. 1 a 0. La victoria les cambió la vida a los
Así estuvimos más de una hora. griegos, según me dijo, y Zagorakis se con-
Cuando terminó la cena, Yannis me lle- virtió en el personaje deportivo del año.
vó a casa. Allí, con vergüenza, le pregunté —¡Y tú te perdiste la foto!
quién era su amigo.
—¡Zagorakis! ¡Theodoros Zagorakis!
—respondió sin entender cómo era que yo
no conocía a ese hombre— El capitán de
la selección griega de fútbol. ¡Acaban de
ganar la Eurocopa en Portugal!

Periodista. Escribe sobre comida y


Marcela Baruch bebidas. Publicó el libro ROU, 13 co-
Montevideo, Uruguay | 1978 cineros y 13 productos del Uruguay,
junto a Pía Supervielle.

Qué linda voz tiene la incosciencia. |149


Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS TRAFICANTES
DE CIGARROS
Por Mariza García

C orría 1990 y, después de pasar un


tiempo en Curazao, decidí volver a
Argentina. Lo único que encontré pa-
todo un espectáculo ver esa línea costera
pespunteada con nativos guajiros que es-
peraban al barco para descargarlo. Con
ra cruzar al continente sin pagar fue un una logística finamente aceitada, los gua-
barco contrabandista. El ingenio colom- jiros cargaron durante toda la mañana los
biano: sacar cigarrillos y whisky a precios camiones que después transportarían la
sin impuestos desde Colombia, para mercadería. Así se ganaban el pan de cada
después volver a entrarlos en forma ilegal día. El capitán contrabandista estaba preo-
por territorio Guajiro y venderlos en el cupado por mi seguridad. Me advirtió que
mercado negro de Maicao. los indios eran todos ladrones y que tuviera
Viajamos toda la noche con el barco cuidado. Varios se me acercaron, curiosos,
totalmente a oscuras para evitar la de- y a todos les conté la misma mentira: mi
tección del radar, según me explicaron pobre abuelita se estaba muriendo y te-
los marineros, con quienes entablé una nía urgencia de llegar a verla. Mi fami-
cautelosa conversación dada mi condi- lia me esperaba muy preocupada. Todos
ción de invitada en un barco exclusiva- asintieron callados. Como último favor,
mente tripulado por hombres. Llegamos el capitán habló con Sebastián, el hijo del
a Punta Gallinas por la madrugada. Fue Traficante Mayor, para que me llevaran

150 | Hoy es el primer día del resto de tu sueldo.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

un costado, sin mezclarse con el resto, por


momentos dirigiéndose a su hijo e ignorán-
dome intencionada y altivamente. Cuando
retomamos el camino les conté a mis com-
pañeros sobre mi pasión por viajar y acerca
Parecía una versión de cómo me las había arreglado para reco-
moderna del cuento rrer Sudamérica haciendo dedo.
Hubo otras dos interrupciones durante
de Alí Babá y los el viaje que me hicieron reflexionar acerca
de lo precario de mi situación. La primera
Cuarenta Ladrones. fue cuando un camión volcó después de
resbalar en la arena. Los cuarenta choferes
tuvieron que atarlo con cuerdas y tirar hasta
enderezarlo. Al verlos a todos juntos me di
cuenta de que, en ese momento, solo ellos
con ellos hasta Maicao en la caravana de sabían cuál era mi paradero en el mundo.
camiones. Si se les ocurría matarme y dejarme ahí,
Partimos al mediodía. Parecía una ver- nunca nadie sabría qué había sucedido
sión moderna del cuento de Alí Babá y los conmigo. «Ya estoy en el baile», pensé. No
Cuarenta Ladrones. Sebastián conducía valía la pena preocuparme.
una 4x4 resplandeciente que también ha- La segunda fue el pinchazo de una de
bían contrabandeado desde Curazao. Yo iba las ruedas de nuestro vehículo, que nos
a su lado y los otros dos ocupantes se sen- obligó a sentarnos bajo la claridad de la
taron atrás. Comprendí que eran hombres luna y esperar el auxilio, ya que no tenía-
de confianza, a cargo de la seguridad de la mos herramientas para cambiarla. Uno de
expedición. Nuestra camioneta iba al final los muchachos decidió aprovechar el tiem-
de la columna y ellos se comunicaban por po para limpiar su revólver. Yo fingía una
radio con otra 4x4 que iba a la cabeza y en tranquilidad absoluta y, sin muchas vuel-
la que, cuando arrancó, llegué a atisbar la tas, le pregunté por qué estaba armado.
expresión seria del Traficante Mayor. —Es que por acá hay muchos ladrones
La travesía desde Punta Gallinas a Mai- —me dijo, sin ninguna señal de ironía.
cao es por un desierto cuya única ruta está Cuando llegamos a Maicao era casi me-
marcada por aquel incesante tráfico de ca- dianoche. Sebastián se ocupó de buscarme
miones. El viaje duró toda la tarde y parte un hotel. Ni miserable, ni lujoso. Antes de
de la noche, con un refrigerio en un ran- irse, me recomendó que pidiera una habita-
cho al costado del arenal. Allí volví a ver ción en el segundo piso.
al Traficante Mayor. Parecía salido de un —En este pueblo hay muchos ladrones
cuento de García Márquez: todo de blanco —me recordó. Luego se despidió.
impecable, pantalón, guayabera, zapatos,
sombrero y bastón. Lo recuerdo parado a

Mariza García
Paraná, Entre Ríos, Aventurera.
Argentina | 1966

Tengo un chiste sobre la demagogia, pero ustedes seguro que ya lo saben, capos. |151
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA INYECCIÓN EN TILCARA
Por Martina Neumarkt

D espués de pasar nuestra primera tarde


del viaje carnavaleando bajo la lluvia
jujeña, entre comparsas, músicos y veci-
de penicilina para combatir la enfermedad
a tiempo y no perder ni un día del viaje en
cama. De nada nos serviría tomar una pas-
nos disfrazados de diablos con trajes de tilla. El mejor tratamiento era recibir una
colores llenos de cascabeles, volvimos inyección, que haría efecto más rápido.
con mi compañera de viaje a la sobrepo- Los santiagueños y mi primo nos es-
blada casa de familia donde parábamos coltaron hasta el hospital del pueblo. Ahí
sintiendo un fuerte dolor de garganta. nos encontramos con que la guardia es-
Compartíamos un cuarto húmedo y oscu- taba desbordada de gente. Como ninguno
ro con mi primo israelí y dos santiague- quería perderse el día de carnaval en el
ños simpatiquísimos que acabábamos de hospital, nuestro recién estrenado médi-
conocer. Uno tenía un kiosco en la parte co de cabecera anunció que él mismo nos
delantera de su casa; el otro, a quien apo- daría la inyección. Caminamos hasta la
daban «Papá Noel africano», era médico única farmacia del lugar y, una vez que
rural: obstetra y ginecólogo. conseguimos todo lo necesario para la
El segundo día de carnaval, al vernos tarea, volvimos caminando por las calles
un tanto afiebradas, el médico nos revisó embarradas en dirección a la casa.
la garganta y confirmó nuestras sospe- La luz estaba cortada y todo se man-
chas: teníamos anginas. Nos dijo que lo tenía en penumbras. El médico entró al
mejor iba a ser que tomáramos una dosis cuarto, hizo una de las camas y abrió la

152 | A mi gato le doy de comer latas de atún. Yo me como el atún.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

ventana que daba al pasillo para iluminar


un poco el lugar. Después me llamó para
que pasara primera.
Me senté en la camilla improvisada,
Me senté dejé mi sweater de aguayo a un lado y me
en la camilla arremangué hasta que mi hombro quedó
descubierto. El médico movió la cabeza
improvisada, dejé a un lado y al otro. Lo miré, acomodé
mi sweater de el sweater para hacer una almohada, me
acosté boca abajo y me bajé un poco el
aguayo a un lado pantalón, del lado derecho de mi cuerpo.
y me arremangué Él se puso los guantes, me limpió con un
algodón con agua oxigenada y preparó la
hasta que mi hombro inyección. Una aguja gruesa entró en mi
quedó descubierto. cuerpo atravesando varias capas de piel.
Sentí un pinchazo, largo y doloroso, y
El médico movió la solo respiré cuando la aguja salió.
cabeza a un lado y Después fue el turno de mi amiga y el
médico repitió el procedimiento. Cuando
al otro. Lo miré, ella se levantó, nos abrazamos y reímos
acomodé el sweater aliviadas, como si hubiéramos recibido
un superpoder que nos iba a acompañar
para hacer una durante todo lo que quedaba del viaje.
almohada, me acosté Cuando todo terminó, descubrimos que
mi primo había estado cuidándonos y vi-
boca abajo y me bajé gilando toda la situación desde un rincón
un poco el pantalón, del cuarto. El médico se asustó al notar
su presencia. Nosotras seguimos riendo.
del lado derecho Nunca pensé que iba a poder decir que un
de mi cuerpo. ginecólogo santiagueño me dio una inyec-
ción de penicilina en Tilcara, pero todo
esto ocurrió. Y lo mejor de todo: no nos
enfermamos.

Martina Neumarkt Licenciada en Comunicación Social.


San Isidro, Buenos Aires, Docente. Casi escritora. Encuader-
Argentina | 1988 nadora.

Me arrepiento de no haber dicho la mitad de las cosas el doble de fuerte. |153


Anécdotas mejoradas

LA DEL
TURISTA EN SAN FERMÍN
Por Torto

L a semana del 7 de julio desembarqué


en Pamplona. Hacía tres meses que to-
dos los lugares estaban reservados, así que
cualquier otro tipo de alusión a todo aque-
llo que implique revolcarse con el sexo
opuesto.
tuve que dormir en Bilbao. Más de una do- Al llegar a destino, noté que la cosa iba
cena de micros salían cargados de turistas a ser un poco más agitada de lo que ima-
vestidos de blanco con pañuelito rojo. Las ginaba. Las calles estaban colmadas de
bauleras reventaban de alcohol. Yo, que personas que en sus manos sostenían cual-
nunca fui un buen turista y tampoco soy quier tipo de recipiente que sirviese para
de vestirme para la ocasión, me puse una beber vino. En la estación de colectivos,
bombacha de campo y una camiseta de Ri- los recién llegados, blancos y limpios, se
ver: toros, campo, bombacha; rojo, blanco, entrecruzaban con los que ya se iban, vio-
River. Con dos botellas de tinto y una bolsa letas y arruinados. A medida que avanza-
de semillas de girasol en la mochila, encaré ba en dirección a la plaza de toros, los es-
rumbo a la fiesta de San Fermín. pacios se acotaban y comencé a entender
En la hora y media que tardó el viaje que no había un lugar de encuentro: toda
en micro, compartí asiento con tres yan- la ciudad estaba sitiada por borrachines de
quis totalmente excitados. Mi inglés es todas partes del mundo que habían ido ex-
muy básico, casi nulo, y ellos llevaban un clusivamente a tomar y a tratar de no morir
diccionario inglés-español porque querían aplastados por un toro.
saber cómo decir frases como: «enséñame Investigué cómo era el cronograma de
las tetas», «¿quieres follar conmigo?» o actividades. Básicamente, todos los días

154 | Mi hijo cree que es una bici. Yo le digo que baje un cambio.
DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

son iguales. A la mañana, temprano, es el


encierro, donde los más arriesgados o los
más borrachos corren entre los toros que
van desde los corrales hasta la plaza. Por
la tarde, están las corridas, donde una do-
cena de toros son asesinados por una tra-
dición que ya quedó vieja. Y durante todo
el día y toda la noche hay música, alcohol Durante todo el
y fiesta. Un cumplimiento de los siete pe-
cados capitales en todas las plazas y calles
día y toda la
de la ciudad. noche hay música,
No fui a correr. Solo quería ver de cerca
todo lo que acontecía. En el centro de in-
alcohol y fiesta.
formes me explicaron que las acreditacio- Un cumplimiento de
nes de prensa se daban en otro edificio que
ya estaba cerrado, por lo que mis chances
los siete pecados
de conseguir un pase gratis a la plaza de capitales en todas
toros se achicaban. Encaré igual para la
puerta, donde me encontré con un tipo de las plazas y calles
seguridad que reconoció mi camiseta de de la ciudad.
River gracias al Pipa Gancedo, jugador del
Murcia en la temporada 2003/2004. Con
la excusa de ser un periodista de un medio
gráfico de Argentina que recién llegaba de
Bilbao (a donde había ido cubrir los rumo-
res de que el Loco Bielsa renunciaba a su
cargo de director técnico), conseguí que el
señor me diera su pase. Terminé mirando
las corridas en la zona baja de la plaza, con su mano en el bolsillo y completó la can-
los viejos más paquetes de la zona. ción: «Hachís».
Al salir descorché la primera botella y El sol me pegaba fuerte en la cara mien-
me senté a ver los fuegos artificiales. En tras deambulaba por las calles. Un nuevo
el escenario de la plaza principal, una ban- día amanecía y yo estaba terminado.
da gallega hacía covers de Los Fabulosos
Cadillacs. El alcohol en sangre iba en au-
mento. Alguien empezó a cantar: «Y con
un estornudo, hizo fuerte…». Luego metió

Torto
Carlos Casares, Bs. As.,
Argentina | 1985

Aprenda cómo ser un buen peatón en tan solo seis pasos. |155
Anécdotas mejoradas

LA DE
LAS COSAS PERDIDAS
EN EL DESIERTO
Por Paloma Reaño Hurtado

E ra de día y el desierto se mostraba idénti-


co a través de la ventana. El ómnibus era
una caja de vaho y falsa camaradería rum-
aferrado al timón. Una cabellera brillosa,
sostenida sobre una nuca gruesa y lampi-
ña, que conducía de memoria en un loop de
bo a las playas del norte. Treinta y tantos paisajes repetidos.
asientos incómodos. Miradas de reojo y un ¿A dónde ibas, cuerpo, en este o en
sudor dulzón que empezaba a empañar los cualquier viaje?
vidrios. La quietud del desierto contrastaba El chofer abrió su ventanilla y saludó
con el tartamudeo de mi memoria: cigarri- al policía. Su diálogo era un rumor conoci-
llos, billetera, celular, llaves. Check. Man- do: un ir y venir de papeles. Somos docu-
tra moderno de todas las noches. mentos humanos. Después anunciaron que
Había salido de la ciudad sin avisarle a podíamos bajar. El típico descanso para re-
nadie, saturada por sus apetitos. Necesita- frescarse antes de continuar sobre la ruta.
ba otro escenario. Un paréntesis. Aquello A media cuadra, frente a nosotros, había un
era una fuga en Sol menor. Atardecería sin restaurante viejo. Las dunas se dibujaban
que me dé cuenta. rosadas a su alrededor, el aire de la mañana
Los frenos del ómnibus dejaron oír su era tibio y las moscas sobrevolaban aún los
desgaste con un sonido de metal fatigado. restos del último grupo de pasajeros que se
Apenas había amanecido cuando nos de- había detenido allí.
tuvimos en un control policial. Los treinta La cola del baño no demoró en formar-
y tantos cuerpos vivos se desperezaron y se. Había uno solo y éramos, por lo menos,
se miraron entre sí. Estábamos todos entu- una decena de mujeres. Yo estaba al final
mecidos y sudados tras siete horas de via- de la cola y tenía muchas ganas de mear,
je nocturno y sueño entrecortado. Durante para variar. Intenté distraerme con lo que
ese tiempo, habíamos confiado nuestras me rodeaba: gaseosas cubiertas de polvo,
vidas a un desconocido que llevaba horas posters forrados con plástico, una vitrina

156 | ¿La heladera es un animal electrodoméstico?


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

con golosinas del siglo pasado, sillas dete- horizonte. No existe, pensé. Nuestro futuro
rioradas, el noticiero como voz en off. tampoco. Mi rostro era un collage de risas
Al fondo, el desierto quieto. tontas y gestos de furia. Bienvenida, auto-
Finalmente entré. El baño era una ruina. complacencia.
Apestaba y solo había una infame ventani- Pero un accidente puede ser una lec-
lla en el techo. Y yo con esta resaca, pensé. ción. Ya está, me dije. Uno pierde cosas en
Limpié un poco los bordes del inodoro y la vida: el tiempo, por ejemplo.
me apoyé con la mano izquierda sobre la De pronto, el silencio me dejó oír esa
pared para no llegar a sentarme. Me aco- intermitencia aguda, ese silbido breve de
modé precariamente, meé y salpiqué. Una los vehículos cuando retroceden. Regresa-
mosca intentaba salir. Su vuelo tosco di- ban por mí. No podía creerlo. Recogí mi
bujaba los límites de nuestro espacio. Abrí sandalia abandonada y, con una risa y cu-
la llave para lavarme las manos y el agua bierta por sudor nervioso, miré a la gente
cayó en un hilo demasiado delgado, calien- del restaurante que, sacados de su rutina,
te, hirviendo. contemplaban el espectáculo ajeno.
Al salir del baño todo pasó rápido. Pri- Caminé hacia el bus, que me esperaba
mero oí el sonido del motor arrancando a botando un humo oscuro. Al entrar, algu-
mi derecha. Después vi el bus que avanza- nos aplaudieron. Otros fruncieron el ceño.
ba despacio. El panorama se abrió y apare- Yo sonreía avergonzada.
ció la pista negra, despejada y larguísima. —No saben qué susto —murmuré, to-
Estaba delineada por los mojoncitos del ki- davía agitada y aturdida por el extraño
lometraje y se perdía en una curva al final triunfo de volver al bus.
del horizonte. El bus aceleraba. Una mese- Avancé entre los asientos como un es-
ra me miró de manera ausente. Las moscas pantapájaros hasta alcanzar mi sitio. Lue-
dejaron de revolotear. El viento se apagó. go, el silencio del desierto volvió a devo-
Todo se detuvo. Todo, menos el bus. rarnos a todos.
Grité desesperada y corrí con un trozo No recuerdo en qué momento volví a
de papel higiénico en la mano. Perdí una quedarme dormida, solo que me adorme-
sandalia pero igual seguí corriendo en cá- ció el grave zumbido del bus atravesan-
mara lenta hacia una meta que se alejaba do unas costas que recuerdo amarillas. El
cada vez más rápido. Durante esos segun- cielo, altísimo, y el mar, tan parecidos los
dos, sentí que el desierto era una ciudad gi- dos al mediodía. Repasé recuerdos en una
gante y vacía. La gente, toda la gente, se es- carretera sin nubes. Ciertos errores, tan pa-
taba yendo en ese bus. Con mi mochila. El recidos a la verdad. Sentía que todo era un
bus desapareció en la curva y no lo vi más. ir y venir, una tregua, un giro.
Descalza, como un juguete destartala- Esa misma tarde me emborraché.
do, me senté en la pista ardiente y pensé
en las cosas que había echado a perder; en
la ridícula decisión de escapar de la ciu-
dad para dejar de beber. Fijé la vista en el

Redactora creativa y editora. Ave


Paloma Reaño Hurtado migratoria, feminista, librera bilingüe.
Lima, Perú | 1984 Tiene dos másters, dos gatos y se
desplaza en bicicleta.

Hoy me voy a dormir a las tres. Uno, dos, tres. |157


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CHINO SIMPÁTICO
Y ANFITRIÓN
Por Romina Iúdica

C uando el avión despegó, sentí la pali-


za aletargada de las corridas y la ina-
nición. Miraba con envidia desconsolada
taxi. Sentí alivio al no tener otra alternati-
va. El gasto ya no era tan culposo.
Una hora más tarde, y con cincuenta y
el sándwich de cuatro euros que comía cinco euros menos, llegué al hostel. El pibe
la francesa de al lado. No quería, no me de la recepción tardaba más de lo normal
permitía gastar esa cantidad de plata en en confirmar mi reserva. Un sudor frío co-
un panini triste en mi tercer día de viaje, rrió por mi cuerpo. Me había equivocado
aunque el hambre ya fuera perforador. La de mes en la reserva: en vez de septiembre
emoción de estar a dos horas de pisar sue- puse octubre. No había más lugar y en los
lo parisino exterminó toda conciencia de hostels vecinos tampoco. El sudor frío se
padecimiento. había convertido en palpitaciones.
Llegué al aeropuerto Charles de Gaulle Un chino que estaba dando vueltas por
a la madrugada. No veía la hora de llegar el hall se ofreció a hospedarme esa noche
al hostel, sacarme el hedor y desplomarme en su casa. Me alertó que también refugia-
sobre la cama que me estaba esperando. ría a otros dos mochileros desamparados,
Sin hablar una palabra de francés, acudí que resultaron ser dos gringos que minutos
a la señora de Información Turística que, antes me habían propuesto salir a buscar
en un inglés cavernícola o desganado, me techo juntos. No me habían dado buena
advirtió que el transporte público ya había espina, pero el chino tenía cara de bueno.
dejado de funcionar. Tenía que tomar un El metro estaba cerrando y tuvimos que

158 | Dios te mendiga.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

tos escalones angostos en espiral, con mo-


chilas que nos pulverizaban la columna.
El departamento era ínfimo y olía a comi-
da rancia. Nos sentamos en el piso y cada
uno se presentó brevemente. Joe estaba
estudiando Filosofía en París. David y Ta-
lis eran de San Francisco y se dedicaban
a vender marihuana para uso medicinal.
El edificio no Como agradecimiento a Joe por su hospi-
tenía ascensor y talidad, le ofrendaron una buena muestra
de su producción. Joe nunca había fuma-
Joe vivía en el do porro, y estaba tan emocionado que le
último piso. sacó una foto y se la mandó a sus amigos
en China. Después de un par de secas, el
Subimos unos chino simpático era un chino deprimido.
cuatrocientos Bajamos a comer a un puesto callejero. Ahí
estaba yo, con mi vestido de florcitas, mas-
escalones angostos ticando con violencia un kebab de cordero
en espiral, con que me chorreaba sobre las manos. Era lo
primero que ingería en dieciséis horas.
mochilas que nos Nos fuimos a dormir. Talis, David y yo
pulverizaban la nos acurrucamos en filita sobre el piso. A
las ocho de la mañana sonó el despertador
columna. de Joe para ir a clase. Bajamos en silencio
los cuatrocientos escalones, le dimos las
gracias y, antes de despedirnos, le pedimos
su Facebook. Nunca lo encontré: en Chi-
na, el verdadero nombre de Joe es como un
Juan González. Encima son todos iguales.
David y Talis me llevaron hasta un hos-
tel en Gare du Nord que habían visto la
saltar los molinetes. Nos paró un policía, noche anterior. Ellos iban para Barcelona.
al cual le explicamos nuestra urgencia: si Habían desarmado mi prejuicio: París ya no
perdíamos el último servicio sería imposible era tan radiante. Todo lo que pasó esa no-
llegar a lo de Joe (así llamábamos a nuestro che hoy es anecdótico, pero también podría
salvador oriental). Nos dejó correr hasta el haberme salido mal. Algunos dirán que fue
vagón libres de multa. ingenuidad, otros que fue el karma.
El barrio quedaba en los suburbios, el
edificio no tenía ascensor y Joe vivía en
el último piso. Subimos unos cuatrocien-

Estudió Comunicación Social


Romina Iúdica
pero largó la profesión. Ahora
Ciudad de Buenos Aires,
dirige la cocina de un restaurante
Argentina | 1987
en Ámsterdam.

La ansiedad es esa tecla borroneada entre F4 y F6. |159


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA FIESTA DEL PULGA
Por Tamara Grosso

É ramos cuatro amigas. Teníamos más o


menos veinte años y estábamos de via-
je por el norte argentino. Las cosas no
de cantar, se desató una lluvia torrencial.
Según un viejo del pueblo, era muy peli-
groso que un montón de extranjeros blan-
nos estaban saliendo bien: habíamos per- quitos nos volviéramos caminando por la
dido una carpa y casi habíamos muer- ruta en esas condiciones. Así que tuvimos
to asfixiadas en Yavi. Pero cruzamos la que esperar debajo de un toldo, mascando
frontera hacia Bolivia con la suerte renova- hojas de coca con lejía y tomando singani,
da y, cuando llegamos a La Paz, termina- mientras los locales tocaban sus tambores
mos viviendo gratis (y por error) en una y los cordobeses sus guitarras. Nosotras
lujosa dependencia de la Embajada de bailamos hasta la mañana.
Noruega. Después de ese descanso deci- Al día siguiente, me desperté en la car-
dimos ir a Tocaña, una comunidad afrobo- pa a las tres de la tarde. La mitad de mi
liviana que nos habían recomendado vi- ropa estaba enterrada en el barro, en media
sitar, donde viven algunos descendientes hora teníamos que estar en la capilla para
de esclavos y también el Pulga, un dudoso celebrar la misa y mi amiga Carolina se ha-
y autoproclamado antropólogo, dueño de bía perdido.
un camping a pocos metros de un hermo- —¿Cómo que no saben dónde está
so río. Caro? —le pregunté a los demás.
Al llegar nos perdimos tratando de ubi- Una señora me dijo que me quedara
car la costanera y conocimos a unos cordo- tranquila, que mi amiga había tenido que
beses que nos invitaron a la capilla del pue- acompañar al Pulga a la iglesia. Como para
blo, donde la gente ensayaba unos cantos tranquilizarse…
para el Día de Nuestra Señora de la Cande- Salimos con los demás para la capilla,
laria, que sería a la tarde siguiente. El ensa- pero nos demoramos más de una hora por-
yo fue precioso. Cuando todos terminaron que aparentemente era una falta de respeto

160 | Noé, la puta madre, ¿qué te costaba sacar dos mosquitos del arca?
DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

hacia los maracuyás no pararse a recolec-


tarlos. Cuando llegamos, la misa casi ter-
minaba y Carolina todavía no aparecía.
La gente hacía fila para dar una especie de
bendición final, que consistía en agarrar
un puñado de papel picado y arrojárselo a
la Virgen y también al Pulga, que estaba
delante de todo. Yo no entendía por qué al
Pulga. ¿Quién era, el rey del pueblo?
Me quedé helada:
Hice la fila nada más para ver si encon- parada al lado suyo
traba a Caro. Agarré un puñado de papel
picado y, cuando llegó mi turno, levanté estaba Carolina,
la mano para tirárselo al Pulga en la ca- con la cabeza llena
beza. Me quedé helada: parada al lado
suyo estaba Carolina, con la cabeza llena de papelitos,
de papelitos, recibiendo las felicitaciones recibiendo las
de todo el pueblo. Tenía cara de enojada,
pero no tuve tiempo de preguntarle nada: felicitaciones de
mientras los cordobeses entonaban una todo el pueblo.
marcha nupcial afuera de la capilla, Caro
y el Pulga se subieron a una camioneta y
se fueron. Nosotros salimos corriendo de-
trás de ellos, ignorando a los que seguían
juntando maracuyás.
Después de caminar otra hora y media
llegamos a la fiesta. Era un gimnasio enor-
me en el que todo el pueblo tomaba cerveza una suerte que esa chica hubiera acepta-
y singani. Caro estaba sentada en la mesa do acompañar al Pulga a la fiesta, porque
principal, detrás de un ramo de flores sil- dónde se ha visto un anfitrión que no lleve
vestres, llena de papel picado y con billetes pareja.
de cien bolivianos cosidos en su camisa. Nunca conocimos el río de aquel pue-
—¿Qué es esto? —le pregunté— ¿Te blo, pero pagamos el camping y el viaje
casaste con el Pulga? de vuelta con los billetes que la Reina de
—No tengo idea —me respondió ella, Tocaña tenía cosidos en su remera.
visiblemente enojada—. Estaba borracha.
Intentamos alejarnos del festejo, pero
cada vez que lo hacíamos nos daban po-
llo y singani y nos volvían a meter al bai-
le. Cuando ya estaba por amanecer, escu-
chamos a una señora comentando que era

Tamara Grosso Licenciada en Comunicación Social.


Rosario, Santa Fe, Publicó varios libros de poesía y da
Argentina | 1991 talleres de escritura.

Es la segunda remera beige que me regalás. Que sea la última beige. |161
Anécdotas mejoradas

LA DEL
VIAJE CON CECILIA
LLORANDO
Por Verónica Marcet

E lla, con sus doce meses de vida, no podía


decirnos qué era lo que la estaba tortu-
rando; y nosotros, padres primerizos, no
conversando sobre lo que haríamos al lle-
gar. Pero, entrada la primera hora, cuando
empezábamos a subir y a tomar las curvas
podíamos entender qué nos quería decir del camino serrano, Cecilia comenzó a im-
con su llanto desgarrador. pacientarse: se retorcía en su asientito, llo-
El viaje comenzó como todos los via- raba desesperadamente, gritaba y patalea-
jes que hacemos: prometimos levantarnos ba. Su llanto era angustiante. Nos miramos
temprano para organizar valijas y partir extrañados y frenamos.
a la madrugada. Por supuesto, nada salió Me bajé del auto para ver que la sillita
como lo previsto y tuvimos que organizar estuviese en su lugar. Revisé nuevamen-
un viaje de ocho horas en menos de lo pen- te el pañal de la beba, recién cambiado, y
sado, aunque tomamos la precaución de chequeé que no tuviera algo en el cuerpo
llevar todo lo necesario para que el trayec- que la molestara, pero no encontré nada.
to con una beba de un año fuera llevadero Sin entender muy bien su estado, reanuda-
y sin sobresaltos. mos el camino, pensando que se trataba de
El camino habitual estaba cortado, así mañas, berrinches de bebé molesto por el
que decidimos tomar una ruta más sinuosa, viaje. Pasamos los siguientes kilómetros
pero con mejor paisaje para así entretener tratando de entretenerla de todas las mane-
a Cecilia. El comienzo fue sin sobresaltos, ras posibles: cuentos, cantos, títeres y mú-
mirando el paisaje otoñal de las sierras y sica. Pero ella seguía berreando y gritando

162 | Doy clases de autoboicot. Interesados abstenerse.


DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

descontrolada. Finalmente, ya agotada de


llorar y de pedir con los brazos, Cecilia se
durmió. Más tarde logramos llegar a nues-
tro destino.
Ya instalados para pasar el fin de sema-
na, llevamos a nuestra niña a una guardia
médica. Como padres novatos, queríamos
Su llanto era
tener la opinión de un médico que nos desgarrador,
dijera que todo andaba bien con nuestra
pequeña. Y así fue. Volvimos tranquilos doloroso. Algo la
y pasamos nuestro mini descanso sin so- estaba torturando
bresaltos. Cecilia parecía disfrutar de cada
actividad y no mostraba ningún signo de y nosotros no
dolor. Nuestra conclusión fue que todo ha- sabíamos cómo
bía sido cansancio, mezclado con capricho
y rutas sinuosas. ayudarla.
Fue cuando emprendimos el camino de
regreso que la pesadilla comenzó nueva-
mente. Esta vez el demonio se había apo-
derado de Cecilia, que ahora gritaba y se
retorcía con más fuerza que antes. Arquea-
ba su espalda, pataleaba y emitía sonidos
de furia mezclados con desesperación. Su de Cecilia durante los mil kilómetros que
llanto era desgarrador, doloroso. Algo la había durado el viaje de ida y, ahora, de
estaba torturando y nosotros no sabíamos regreso. Lo sacamos y corroboramos que
cómo ayudarla. su espalda no tuviera lastimaduras. Final-
Desesperados, frenamos el auto a la mente, una vez descubierto el elemento
vera del camino para socorrerla. La desa- de martirio, nuestra pequeña pudo dormir
té de su sillita, la levanté en brazos y co- como un angelito.
mencé a revisarla, tocando cada parte de
su cuerpito y pidiéndole que me dé algu-
na señal para ayudarla. No encontré nada.
Sin pensarlo, sacudí la silla de bebé para
ver si estaba en posición. Palpé el asien-
to hasta llegar al respaldo. Fue allí cuando
yo rompí en llanto al descubrir qué era lo
que había estado flagelando el cuerpito de
nuestra bebé: un plástico roto, con puntas
en serrucho, se había desprendido de su lu-
gar y había estado desgarrando la espalda

Licenciada en Comunicación Social.


Verónica Marcet
Es madre de Emilia y de Felipe. Femi-
Mendoza, Argentina
nista y luchadora. Casada con Alfon-
1978
so, su compañero de aventuras.

Estoy tan masoquista que la cebolla me hace reír. |163


SOBREMESA DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO

DESDE
ITALIA
CON AMOR
CHIRI: El otro día vi una película italiana de principios H: ¿A ver?
de los sesenta que se llama Il Sorpasso, con Vittorio C: Hay que dividir las películas viejas en cuatro o cinco
Gassman y Jean-Louis Trintignant. Es genial. episodios y verlas como si fueran una serie corta. Yo lo
HERNÁN: ¿Vos mirás películas en blanco y negro para hago y me funciona.
hacerte el intelectual y después venir a alardear acá en H: Yo también engaño al cerebro a cada rato, con
las sobremesas de la revista? otras cosas. ¿Y sabés qué me llama la atención?
C: No, boludo. Me gustan las comedias italianas. C: ¿Qué?
H: ¿Incluso en blanco y negro? H: La facilidad con que se deja engañar, el hijo de puta.
C: ¿Qué tiene que ver el color de las historias, si las C: ¿Viste? Es la edad. A mí me pasa lo mismo y creo
historias son buenas? que es porque me desconcentro rápido y me olvido,
H: A mí ya me cuesta incluso ver Seinfeld porque no incluso del engaño.
está en 16:9. H: Me preocupa el deterioro de nuestra capacidad de
C: ¿Qué canal es ese? atención, querido amigo.
H: No es un canal, boludo, es una proporción de vi- C: ¿La tuya y la mía, o en general?
sionado. Seinfeld es de principios de los noventa, y H: No, en general. Ya nadie se puede concentrar en
está en 4:3. nada. No sé si nos fuimos a la mierda como humani-
C: 4-3, 4-3, 4-5-6... ¡Na-na-nara, nana-naná! dad, o si nos volvimos más exigentes como especta-
H: ¿Vos te das cuenta de que te vas a desnucar un día, dores... ¿Está bien o está mal lo que nos pasa?
no? ¿Cómo podés hacer eso con el cuello a tu edad? C: No tengo la menor idea... Pero en los viajes se da
C: ¡Explota explota mexpló! un proceso parecido.
H: Te vas a hacer mal ese movimiento de cuello, en serio. H: No te sigo.
C: Lo tengo controladísimo. C: Cuando estás viajando es más raro fijar la atención
en una sola cosa.
H: Me estabas contando de una película italiana.
H: Es verdad.
C. Il Sorpasso. Cuenta la historia de un viaje corto a
bordo de un auto descapotable, que se da espontá- C: Todo pasa más rápido o más lento, pero es como si
neamente entre dos tipos que se ven por primera vez. el tiempo transcurriera de otra manera y las cosas se
vivieran de otra manera.
H: ¿Está buena?
H: Depende del viaje, también.
C: Excelente. La trama funciona como una anécdota
de viaje y bien podría haber estado en este número. Te C: Por ejemplo... Para enamorarse bien hay que venir
la recomiendo mucho. al sur. ¡Truc!
H: Dos por tres me recomendás una película vieja, y H: ¿Viste que te iba a pasar? ¡Yo te dije!
yo te lo agradezco en el momento e incluso mi cerebro C: Ayudáme. Creo que me quebré el cuello.
piensa que te va a hacer caso, y hasta entro al link en H: Sos muy pelotudo, Christian Gustavo. Es contrac-
YouTube que me mandás, etcétera... Pero a los dos tura.
minutos me pongo a mirar los recomendados del cos-
C: Todo bien, me quedo leyendo la revista. ¿De qué
tado de YouTube. No puedo con ese cine.
son las anécdotas que vienen?
C: ¿Por?
H: De amor.
H: Siento que a la mayoría le sobran una cantidad de
C: Sin amores, quién se puede consolar, sin amores,
minutos insoportables.
esta vida es infernal. ¡Truc!
C: Hay un método para eliminar esa sensación, y es bas-
H: Ahora sí te quebraste el cuello.
tante útil. Sobre todo para la gente pelotuda como vos.

164 | No saben qué feo el espejo que me compré.


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA LUCHA POR COTY
Por Amadeo Zanotti

S i alguna vez te encuentras con la mirada


fija y desafiante de un búho posado en un
farol mientras miras por la ventana, jamás
hermosa mujer de silueta torneada y cabe-
llos rizados. Su sonrisa todo lo invadía. Una
amiga que estaba con ella en la barra nos la
atiendas el teléfono. Es el preludio de la presentó. Coty era agradable, sensual y de
catástrofe. mirada cómplice, hermosa. Los dos queda-
Esto lo sé porque tiempo atrás, en una mos hechizados. La batalla había comen-
tarde que se moría sin expectativa, estaba zado. Darío movió su primera ficha. Era
en nada cuando Darío llamó con una fe- un encantador de serpientes. Se sentó a su
licidad inusitada. El joven médico había lado y comenzó a hablarle al oído mientras
conseguido un puesto en la guardia del yo los miraba desde el costado, petrificado,
Sanatorio, donde comenzaría al otro día. sin palabras. Deambulé por el pub toda la
Eran épocas de adolescencia tardía y todo noche sin levantar ni tierra mientras des-
era motivo de festejo. Por las noches, como de lejos los veía charlar sensualmente con
bambacos, solíamos recorrer la ciudad con unos tragos: el mundo era de ellos. Darío
un objetivo noble para la edad: levantar mi- llevaba a cabo su estrategia a la perfección:
nitas. Las estrategias variaban de acuerdo diálogo y alcohol; el tiempo haría el resto,
al día y al alcohol consumido, pero había tenía toda la noche por delante.
un pacto secreto jamás reconocido: el vale Darío se levantó y pasó al lado mío ca-
todo. Cualquier artimaña desleal valía entre mino al baño.
ambos con tal de quedarse con la más linda. —La tengo en el buche, gil —me dijo
Salimos caminando y todo estaba por burlonamente mientras Coty quedaba sola
verse. Llegamos a un pub y corrió la pri- y expuesta.
mera tanda de cervezas entre la charla ex- Era ahora o nunca. Tenía no más de
pectante. De pronto la muchedumbre se cinco minutos en mis manos. Me acerqué y
abrió y entre el espeso humo, apareció un le hablé de lo importante que era ella en la

166 | Cuando las mariposas se enamoran, sienten personitas en el estómago.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

historia de la noche y sin entender mucho, caminar hacia mí. Lo que en otro momento
sonrió y la empatía fue inmediata. Al irnos, hubiese sido el paraíso ahora era la peor
Coty se ofreció a llevarnos en su auto. Ella pesadilla. La saludé desde el auto y aceleré
manejaba, Darío a su lado y yo detrás. a fondo dejándola plantada en la vereda.
La charla transcurría mientras cruzábamos Pero las cosas podían empeorar. Mientras
miradas cómplices por el espejo retrovisor volvía endemoniado se rompió una rueda
y Darío echaba fuego por los ojos con su y mi auto murió bajo la luz de un farol.
rostro desfigurado. Lo conocía como a na- Bajé y me vi el pantalón ensangrentado.
die. Su estocada final era fácil de adivinar, Caminé rengueando las diez cuadras que
dejarme primero para quedarse a solas con restaban hasta casa dejando un hilo de san-
ella. Pero no todo estaba dicho. Redoblé gre en el asfalto.
la apuesta y le acaricié el pelo por detrás. Desperté en el Sanatorio mientras un
Ella sonrió y me miró fijamente. La suerte médico me quitaba el pantalón y asomaba
estaba echada: al soldado, el tiro de gracia la carne viva de la que emanaba sangre a
le llegó cuando pasamos frente a su casa. borbotones.
—Pará acá que Darío se baja —dije sin —Mordé que te va a doler —me dijo
dejar de mirarla. el médico secamente. Empezó a rasquetear
Ella frenó el auto y le sonrió mientras la herida con un cepillo con desinfectante.
lo despedía. Al alejarnos por la solitaria Nunca en mi vida sentí tanto dolor.
avenida, giré y miré hacia atrás por la lu- —Durante 10 días, irá a visitarte al-
neta. Ahí estaba él, parado en medio de la guien de la guardia y te limpiará la he-
noche, mirándome fijo y desafiante, como rida; preparáte para días de mucho dolor
un búho de la tarde. Mientras manejaba, —agregó después.
Coty me contó que debía regresar rápido a Al día siguiente, en la cama y con la
su casa para devolver el auto, así que para pierna en alto, me desperté con el timbre
evitar distracciones me ofrecí a sacar el que anunciaba la llegada del doctor. De
mío y acompañarla. Al llegar a casa, abrí el repente lo entendí todo. Darío, el doctor,
portón. Los dos perros que teníamos —que con su ambo blanco en su primera visita.
se odiaban—, se trenzaron a morir bajo la Me miró fijo y desafiante como el búho que
mirada atónica y aterrada de Coty. De ma- ahora tomaba vuelo desde el farol mientras
nera rápida, les tiré una patada intentando lo miraba por la ventana. Lo último que re-
separarlos y sentí como los colmillos per- cuerdo es que dijo: «Mordé, te va a doler y
foraban mi pantorrilla. mucho». Luego me desmayé.
—¡¡¿¿Boludo, te mordieron??!!
—Nooooo, nada que ver… agarraron
solo el jean.
Arrancamos y a las pocas cuadras el do-
lor fue insoportable. Sentía como la pierna
latía con fuerza. Al llegar a su casa, dejó el
auto, se acomodó el cabello y comenzó a

Abogado. El último año casi le


Amadeo Zanotti otorgan el premio Nobel de Lite-
Córdoba, Argentina | 1971 ratura; pero nunca escribió nada.
Solo «Desde luego».

Si la amas déjala ir, si vuelve será porque se habrá olvidado algo. |167
Anécdotas mejoradas

LA DEL
CELULAR INFIEL
Por Ana Colazo

P or algo había fumado marihuana toda


la noche, sin parar. Por algo en la cena
no paraba de masticar ese pollo con piel
bían convertido en un atentado a la ficticia
seguridad de una pareja estable, que en
los cuatro segundos que duró esta secuen-
que jamás hubiera tragado. Cerveza más cia de mínimos hechos, se estaba cayendo
vino. ¿Me traés el fernet que quedó del a pedazos. Lo llamé con el odio más pro-
domingo? Saciar la antesala de la angus- fundo que una mirada puede transmitir. Se
tia. El momento se presentó perfecto. En acercó y le puse el celular y la respuesta
esas reuniones nadie está muy atento al en sus manos. Salimos del departamen-
otro. Había algunos dibujando en la mesa, to, nos sentamos en la escalera. Yo pude
otros tirados en la cama de la habitación, balbucear una sola pregunta: «¿Qué son
y yo al acecho de ese instante. Manoteé estos mensajes?». Y él, con la misma tran-
su celular con rapidez, sentía vergüenza quilidad de alguien que no tiene nada que
de la situación, pero me demolía la idea esconder, dejó salir de su boca la primera
de mí que tenía desde el día anterior, esa pelotudez que se le vino a la cabeza. Que
persecución constante. Tener la certeza un amigo de un amigo lo necesitaba y se
—sin ninguna certeza—, de que algo es- lo prestó y que no tenía idea de lo que es-
taba haciendo ruido. Abrí la carpeta de taba pasando. Mi mente estaba en blanco.
mensajes, me temblaba el dedo, hasta que Volvimos a entrar al departamento.
los vi. Una seguidilla de mensajes a las Nuestros invitados se estaban levantan-
cuatro de la mañana, y una llamada, se ha- do. La noche continuaba para ellos en un

168 | Te di la llave de mi corazón. ¿me la prestarías para hacer una copia?


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

Volvimos a entrar al departamento.


Nuestros invitados se estaban levantando.
La noche continuaba para ellos en un
bar en el Abasto. Para nosotros, la noche
continuaría de noche por dos largos
y agotadores años.

bar en el Abasto. Para nosotros, la noche la cabeza, usé la calentura en mala vena,
continuaría por dos largos y agotadores le creí la ficción, me lo cogí y me dormí
años. Yo no quería seguir hablando, no abrazada al fucking infiel. El proceso pos-
me importaba otra cosa más que volver terior fue darme la bienvenida al infierno.
al celular. Lo obvio. Busqué el mensaje y Me negué que era imposible olvidarme de
llamé al número. Nadie me atendió. Pero La Negra Pía. Pero me resigné a vivir en
descubrí que estaba guardado en la agen- una especie de foto de los dos a donde yo
da. El número ahora era Pía La Negra. siempre salía con cara de orto. Entendí
Dejé de respirar. Tenía que creer que el que hay tiempos para abrazar a los demo-
amigo del amigo había usado el celular de nios y aprender que nadie se salva de uno
mi novio, y que encima, el muy caradura, mismo, mi amor. Ya te va a tocar a vos.
había guardado el contacto en la agenda
del amigo de su amigo… Ok. Bastante
afectada por la hierba que me escalaba en

Licenciada en Comunicación Social y


Ana Colazo fotógrafa. Trabaja en política y cuan-
Córdoba, Argentina | 1985 do es feliz mira películas, lee libros y
anda en bici.

Una cita a ciegas es exitosa si al final se terminan tanteando. |169


Anécdotas mejoradas

LA DE
«SE BUSCA NOVIO»
POR FACEBOOK
Por Ángela Mariñas Lázaro

U na vez hice una lista de lo que busco en


un novio. Era graciosa, sincera y estaba
llena de algunas características estratégicas
Que tenga muchos amigos, pero pocos
«patas del alma».
Que haya jugado con cachaquitos ver-
con los que muchos chicos podrían iden- des y aún conserve alguno por ahí.
tificarse. La publiqué en Facebook con el Que haya jugado pelota en la calle hasta
afán de que mis amigos se divirtieran, pero la media noche. Que lo siga haciendo.
muy en el fondo para que mi chico con de- Que se haya mechado con sus herma-
rechos, con quien había salido durante mu- nos. Que los quiera.
cho tiempo y ya separados por la distancia, Que si tiene hermanas, las sepa cuidar.
se diera cuenta de que esa lista eran mu- Que no le importe la moda.
chos chicos, pero muy en especial era él. Que admire a su padre.
La escribí pensando en él. La lista era esta: Que todavía vea Los Simpson y El Cha-
vo del 8.
SE BUSCA NOVIO Que ceda el asiento.
Que le gusten las películas. Que haya Que me deje en mi casa.
visto El Padrino 1, 2 y 3. Y que Al Que tenga manos bonitas.
Pacino le parezca genial. Que le haya Que cuente chistes buenísimos y se ría
gustado: Mazinger Z, Los caballeros antes de terminar de contarlos.
del zodiaco, Tortuninjas, He-man… Que haya tenido 3, 4 o 5 enamoradas
Que le diga «viejita» a su mamá. muy, muy queridas y «sin cuenta»
Que haya vivido la época del terrorismo amigas con derecho.
en el Perú. Que no hable mal de las mujeres.

170 | El amor es ciego; inútil hacerle señas.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

Que compre el pan. «yo califico», «yo soy», «ya sé que hablas
Que guarde por lo menos un libro y que de mí», hasta tuve dos declaraciones en
no lo preste jamás. Que lea. el muro. Los más caletas me invitaron a
Que haya mentido lo suficiente. salir por inbox, eran chicos con los que ja-
Que le guste su carrera, que adore su más hablé y algunos conocidos. Pero ni
chamba. un comentario, ni un like y mucho menos
Que tararee canciones. un inbox de él. Llegué a tener un total de
Que no ronque... mucho. 100 likes y 140 comentarios. Al octavo
Que si se aburre, se vaya. Que avise que día, la lista seguía recibiendo comentarios
se va. románticos y burlones. Yo revisaba esas
Que haga algún deporte, aunque sea ju- notificaciones ya sin mucha gracia. Hasta
gar ajedrez. que una noche a eso de las once de la noche,
Que cuente sus historias, todas. Aunque veo una notificación: A «…» le gusta tu
sean crudas o lascivas. Que hable. publicación. Fui inmensamente feliz.
Que aguante las lágrimas, que llore por Me encantaría decir que él y yo llega-
dentro. O que llore si le da gana. mos a estar juntos, pero no fue así. Mien-
Que haya escuchado a Charly García. tras escribo esto, él está en Rusia viendo
Que sepa algunas canciones de Soda a Perú volver a debutar en el mundial
Stereo. después de treinta y seis años y al mismo
Que si tiene un hijo/a, sea su héroe. tiempo sufriendo porque en este momento
Que vea las noticias los domingos por la la Selección de sus amores ha sido goleada
noche. Que se queje del presidente, por Francia y ha quedado fuera del mun-
del alcalde, de la economía del país. dial otra vez.
Que sepa guardar secretos. Pero dentro de todos aquellos comenta-
Que rece de vez en cuando. rios estaba uno de un amigo al que nunca
Que le guste el rock peruano, de los le tomé demasiada importancia. Un año y
80’s. medio después nos hicimos enamorados y
Que disfrute su música, no importa si ya llevamos tres años juntos. Estoy enamo-
es heavy metal. Que cante, que baile rada, por primera vez creo. Es más que esa
con o sin ritmo. lista y ronca mucho al dormir.
Que le gusten las cuerponcitas, chapa-
rritas.
Que no se fije en el color de la piel.
Que se deje abrazar.
Que lea este post.

No se hicieron esperar los primeros co-


mentarios cursis de las chicas solteras con
grandes ansias de tener un novio similar
al de la lista, luego los chicos comentando

Ángela Mariñas Lázaro Se casó con el marketing, pero se


Trujillo, Perú | 1989 acuesta con la literatura.

Si te rompen el corazón muchas veces, debe ser de mala calidad. |171


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CITROËN 2CV
Por Diego Lada

D icen que la mirada es el reflejo del


alma. Ni bien vi sus ojos recordé esa
frase. Nos había presentado un amigo en
en realidad me sentía tan desorientado
como se está cuando la Selección Argen-
tina es eliminada del Mundial: esos mi-
común, no recuerdo de qué hablamos, nutos posteriores a la eliminación son un
pero sí recuerdo su mirada única. Pero limbo de incertidumbre infernal. Así es-
toda esa hermosa ilusión se cortó cuando taba yo todo el tiempo, encerrado en una
apareció su novio a buscarla. Ella estaba tristeza cómodamente profunda.
en pareja con una versión tercermundis- Después de ese primer encuentro fu-
ta del estereotipo de galán francés. Era gaz nos perdimos, yo seguí mi vida pero
un casanova bizarro, el tipo usaba oro y ya sin relaciones yogur asfixiándome. Ha-
circulaba en un auto deportivo alemán, bía dejado de creer en las mujeres, estaba
descapotable obvio. Se notaba que esta- desangelado con el amor; no tenía afecto
ba flojo de papeles, el inefable latin lover. para dar, solo podía ofrecer sexo informal.
Por algún extraño mecanismo, alguien tan Mi corazón estaba más helado que el de
bella como esa mujer estaba atrapada en Walt Disney. El amor lo reservaba para
ese mundo artificial. Creo que estaba con- pocas personas y sobre todo para un Ci-
fundida, como cuando te golpeas el dedo troën modelo 1969. Ese, mi primer auto,
gordo contra la punta de una mesa, creo fue mi vehículo más amado. Lo había res-
que se quedaba ahí por la inercia que lle- taurado con dedicación y empeño, mucha
vaba su ilusión. testosterona puesta en función de cuatro
Yo, por mi parte, estaba en una rela- ruedas.
ción con una novia antes amada, ahora no Una noche me junté con una amigo y
tanto: bromeaba con que era una relación decidimos ir a visitar a una amiga suya. Yo
yogur, por su vencimiento cercano. Pero sabía que era la mujer que dos años atrás

172 | El amor es el sentimiento más dulce, por eso engorda tanto.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

me había impactado. Mientras conducía,


discutimos sobre mi teoría de que los obe-
sos se hacen metaleros como método para
sobrevivir al secundario y sus agresiones.
En un ¿Alguna vez viste un gordo hippie? Son
todos metaleros, no jodamos. Todo hasta
nanosegundo mi que volví a ver esos ojos. En un nanose-
macho alfa había gundo mi macho alfa había muerto y ol-
vidado mis estúpidas teorías. Mi cuerpo
muerto y olvidado se excitó tanto que cuando hablé mi voz
mis estúpidas fue eunucosa, el beso en la mejilla fue
babeante y mis axilas sudaban litros. Me
teorías. Mi cuerpo convertí en un niño nervioso.
se excitó tanto que Salimos a pasear en mi amado Citroën.
En el camino nos cruzamos con el Casa-
cuando hablé mi nova: él iba solo en su auto descapotable,
voz fue eunucosa, tratando de seducir, pero el pelotudo iba
tan rápido que mi ego varonil se enojó de-
el beso en la masiado y apretó a fondo el pedal de mi
mejilla fue móvil. Pero fue una sentencia de muerte:
rompí el paragolpes, pedalera, el freno
babeante y de mano, las luces y la bomba de aceite.
mis axilas Luego de esa noche, ese auto nunca fue
tan querido y pasó a otras manos. Pero se
sudaban litros. había inmolado por un bien mayor.
Diez años después manejo otro auto.
Me convertí en un Cuando miro por el retrovisor qué hacen
niño nervioso. nuestros dos hijos en el asiento trasero,
veo la mirada de ambos y sé que valió
la pena romper mi amado móvil por el
amor de esa mujer. El amor es mejor que
cualquier motor.

Menor de seis hermanos, esposo de


Diego Lada un gran amor, padre de dos, amigo
Córdoba, Argentina | 1977 de sus amigos, extraña a su viejo y a
veces hace reír a su madre.

Necesito ser más romántico. Me voy a anotar en un cursi. |173


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CHICO STRASSER
Por Elianne Kremer

C on Germán salimos durante dos años


y tuvimos una relación meseta. Las
relaciones meseta se dan cuando el invierno
greso, en la estación de buses, me encontré
con Christian Strasser. Un chiquilín que yo
había conocido varios años atrás duran-
te obliga a dormir en cucharita y entonces te una jornada en la facultad. Enseguida
el cariño empieza a crecer en base a una vi que estaba en pareja, y así durante los
simple necesidad inocultable de coger. encuentros siguientes. Nos pusimos a con-
Lo que tuve con Germán Menéndez lo versar sobre qué había sido de la vida de
guardo como un lindo recuerdo, pero no es cada uno después de egresar, los pasajes
el tipo de relación que uno podría pregun- laborales, las decisiones románticas y los
tarse qué hubiera pasado si hubiésemos se- arrepentimientos. La cocaína y sus cami-
guido, o si no nos hubiésemos encontrado. nos a la muerte durante noches intensas.
No. Fue uno de esos casos en que comprás Habíamos reparado que muchísimas veces
el paté y a la vista se ve la fecha de emba- habíamos estado en los mismos lugares, en
laje y la de vencimiento. Aunque sí tenía- toques de bandas, fiestas, publicaciones de
mos lo lindo del interés compartido por las libros, exposiciones de fotografía. Nunca
historietas. Los dos nos habíamos comido nos habíamos cruzado, hasta ese día.
enteros Condorito, Isidoro Cañones, Pato- Cuando regresé a mi casa, pensé en la
ruzú y Patoruzito. Cuando empezó el vera- idea del destino. Recordé situaciones con
no, Germán trabajaba en un taller mecáni- la libertad de cambiarles el final, porque
co. Empezó a tener más laburo y dejamos el recuerdo y la reflexión son parte de un
de compartir tiempo juntos. mismo universo de imaginación. Los en-
Un fin de semana de febrero, me fui cuentros de fin de semana con Christian
para lo de mi abuela en Mercedes. Al re- se hicieron cada vez más frecuentes. Las

174 | ¿No ven que cupido es un niño y no sabe lo que hace?


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

y lo que tenía con Christian iba creciendo


y fortaleciéndose. Entonces decidí dejar
formalmente a Germán. Un domingo lo
llamé por teléfono, eran las nueve de la
mañana. Me había levantado para llevar
a mi vieja al cementerio. Me atendió me-
Cuando regresé a dio dormido y asustada, pero le dije que
mi casa pensé en la se quedara tranquilo. Que solamente ne-
cesitaba conversar algunas cosas con él.
idea del destino. Propuso juntarnos al día siguiente en la
Recordé situaciones plaza del Entrevero. Llegué y le dije que ya
no estaba segura de querer seguir viéndolo.
con la libertad de Que estaba desconcentrada y quería se-
cambiarles el final, pararme. Quiso que nos devolviéramos to-
do lo que teníamos del otro. «No quiero
porque el recuerdo verte nunca más», me dijo con los ojos
y la reflexión son cristalizados.
Dos semanas después vino a mi casa
parte de un mismo con una caja de cartón. Le dije que no era
necesario, que eran recuerdos y no tenía-
universo de mos que eliminarlos. Insistió y dijo que
imaginación. igual se había quedado con algunas cosas
que eran inofensivas para su memoria. En
la caja había incontables objetos de recuer-
do. Entre ellos, dos libros que hacía años
(cuando todavía no estábamos juntos) yo
le había regalado: Las ciudades invisibles,
caminatas por la rambla de Mercedes y de Ítalo Calvino y La mujer de Strasser,
los mates de tardecita eran conversaciones de Héctor Tizón. Lo miré, buscando una
perennes sobre cualquier tema elegante: la confirmación de que sabía, pero él quedó
vida extraterrestre y los contactos con los cabizbajo.
seres humanos; los escape games y las ca- Con Christian fuimos novios durante
pacidades desconocidas del cerebro; el arte tres años, nos separamos porque él se fue a
como medio de transformación social; la trabajar a Ferrara, en Italia. De ahí que no
ignorancia de los hombres frente a la inte- lo ví nunca más.
ligencia animal; la función del vegetaria-
nismo; la particular ineficacia de las insti-
tuciones públicas, y así.
El problema era que a Germán nunca
lo había dejado de ver de forma definitiva

Vive en Israel-Palestina, viaja, trabaja


Elianne Kremer y escribe entre los paisajes del de-
Montevideo, Uruguay | 1988 sierto del Naqab y su hermoso paisito
Uruguay, al que tanto añora.

Amás a alguien cuando su olor te calma. |175


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ENCUENTRO CON
LA BAQUETA
Por Ignacio Dufour García

S on las nueve y media de la noche y es-


toy a punto de disfrutar de un concierto
que marcará mi vida. Juanlu me espera en
presentaciones y me contagia el ritmo de
la batería. Noto cómo me invade una ener-
gía que me hace olvidar de todo. Tras unas
la puerta del VIPS junto a sus amigos de cinco o seis canciones hay una pequeña
Ecliptika Rock. Mientras me los presen- pausa. Luego, la batería retoma el con-
ta, me fijo en la fachada del Massai Café, cierto rugiendo con fuerza, in crescendo.
donde será el concierto: una enorme cabe- Durante el solo, el baterista hace que to-
za de elefante y un guerrero Massai te dan dos nuestros corazones vibren al ritmo que
la bienvenida. Al entrar, no puedo evitar marcan sus baquetas. Pero, de golpe, algo
seguir prestando más atención a la deco- sale volando desde el fondo del escenario.
ración que a mis acompañantes: paredes Lo siento venir a cámara lenta. Al final cae
forradas de madera blanca que te trasladan suavemente. Cuando bajo la vista, apoyada
a una mansión colonial, motivos africanos, en mis manos y sobre mi regazo, veo una
fotos de cazadores. baqueta rota con una punta de unos quince
El grupo deja los abrigos en el lomo de centímetros.
la escultura de un rinoceronte y Juanlu me Oigo un ligero murmullo a mi alrede-
presenta a Raúl, otro amigo suyo, que está dor. Es la gente comentando lo sucedido.
en una mesa a la izquierda del escenario. Luego, vuelven a ocupar el ligero espacio
Pero los primeros acordes interrumpen las que se había formado a mi alrededor. Sus

176 | El amor de tu vida se olvida con el otro amor de tu vida y así sucesivamente.
DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

rostros ya no son alegres; pareciera que


acaban de presenciar una desgracia. Pero
para mí es el momento más feliz del con-
cierto. ¡Tengo una de las baquetas del ba-
tería y la he cogido al vuelo! Le enseño la
baqueta a Raúl, que se asombra por lo su- Le enseño la
cedido. La gente se gira al verme enseñarle
la baqueta. Empiezo a pensar que he vivido baqueta a Raúl,
un momento único. Un grupo me la pide y, que se asombra
cuando se las dejo, una de las primeras co-
sas que hacen es tocar la bien afilada punta por lo sucedido.
de la baqueta. Hasta ese momento no se me La gente se gira al
ha pasado por la mente que podría haber
caído de otra manera; o preguntarme qué verme enseñarle la
hubiese pasado de haberme encontrado baqueta. Empiezo
más cerca del escenario.
Al final del concierto, Juanlu vuelve y a pensar que he
la bautiza la mata ingenieros, por su pare- vivido un momento
cido con la estaca de van Helsing. Luego,
baqueta en mano, me vuelve a presentar único. Un grupo me
a Vicen, el batería de la banda. Entonces la pide y, cuando se
comprendo lo extraordinario del suceso:
Vicen creía que la baqueta había sobrevo- las dejo, una de las
lado a la cantante y había caído delante de
la primera fila.
primeras cosas que
Mientras los músicos recogen sus ins- hacen es tocar la
trumentos, veo como una chica encuentra
el otro fragmento de la baqueta y, acompa-
bien afilada punta
ñada de sus amigas, le pide a Vicen que se de la baqueta.
lo firme. Me da corte acercarme. Desde ese
día, la busco en cada concierto al que acu-
do —sobre todo si Vicen es el batería—,
ya que lamento haber desaprovechado esa
jugada del destino. Algo me dice que he-
mos coincidido en alguno, pero no la he
reconocido.

Ingeniero Industrial. Cursó talleres de


Ignacio Dufour García escritura creativa y cuentos. Tiene
Madrid, España | 1984 dos novelas, una de aventuras y otra
negra, en proceso de reescritura.

En caso de amor rompa el vínculo. |177


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA RELIGIÓN DE
LA PEREZOSA
Por Laura Zaferson

L a verdad que a mí eso de tener citas no


se me da. La culpa la tienen mis padres.
Mamá estudió en un internado de monjas y
para diagramar ejemplos pero, como mi te-
rapeuta me ha sugerido que deje de castrar
a los hombres, solo le dije: «Soy la mejor
papá en una escuela militar. Son gente que pareja que podrías tener en la vida porque
piensa que al que madruga Dios lo ayuda. jamás te sería infiel y jamás te mataría». Al
Yo, por el contrario, pienso que no por mu- tipo no le pareció atractiva mi propuesta de
cho madrugar amanece más temprano. De valor. Me dijo que él buscaba una relación
hecho, me declaro antagonista de cualquier seria y que si lo que yo quería era pasar el
actividad que involucre salir de la cama. rato pues se lo hubiera dicho antes, así se
Sobre todo las citas. A ver, yo sé que hay ahorraba los vodka tonics. Me quedé pas-
muchas citas que terminan en la cama, pero mada. Primero porque habíamos pedido
sería ideal para mí que también empiecen ginebra y no vodka y segundo porque, en
ahí. Así, si la cosa no camina, únicamente los tiempos que vivimos, la dupla fidelidad
cierro los ojos y se acabó. más supervivencia no te la ofrece nadie.
Pensarás que soy una extremista, pero Qué más serio que eso, realmente.
como prueba te digo que la última cita que Cuando pensé que se iba, su curiosidad
tuve fue un desastre. El tipo no entendía fue más fuerte y me preguntó cómo estaba
las ventajas incontrastables de salir con tan segura de que jamás le sería infiel. Yo
alguien como yo. Casi le saco una pizarra se lo expliqué con mucho cariño. Le dije:

178 | Yo vine a darte inseguridad nomás, vos llamálo amor si querés.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

La sola idea de esa vida reafirma mis ganas


de permanecer en cama por siempre.
A esta altura el tipo tenía los ojos des-
orbitados. Miraba a los lados, yo creo que
pensaba que estaba formando parte de un
Hay que crear experimento social, como ese donde una
chica se presenta vestida de novia a las ci-
historias, tener tas, pero en este caso la chica se había pre-
coartadas, borrar sentado sin tomar sus medicamentos. Pese
a esto, se siguió quedando y quiso saber por
rastros, seleccionar qué le afirmaba que jamás lo mataría. Con
posibles amantes y el mismo cariño que en el caso anterior, se
lo dije: nunca pensaría en matarte porque
luego recordar tendría que conseguir un arma, esconder el
detalles sobre cada cuerpo y luego esconderme yo. Al ser una
asesina inexperta, posiblemente me encon-
uno de ellos. trarían y entonces tendría que defenderme.
¿Y todo para qué? Iría a un juicio que seguro perdería y me
pondrían en una celda con otra delincuen-
te que trataría de convertirme en su esposa
carcelaria. Tener que soportar de 25 a 30
años a la misma rea taladrándome la oreja
me hace abrazar mi almohada muy fuerte.
ir por la vida poniendo los cuernos es un El tipo pagó las copas y me dijo que no
trabajo agotador que no estoy en capacidad teníamos nada en común. Le pregunté si
de realizar. Hay que crear historias, tener me sería infiel o si me mataría. Me miró
coartadas, borrar rastros, seleccionar po- muy serio y se fue. Por eso te digo que a
sibles amantes y luego recordar detalles mí eso de tener citas no se me da. Igual,
sobre cada uno de ellos. ¿Y todo para qué? no creo que sea porque la calle está dura,
Para eventualmente ser descubierta y tener pienso que el problema es que mi cama es
que explicar por qué una hizo lo que hizo, muy suave y no la quiero cambiar.
e incluso si esa explicación tuviera algún
asidero y me llegasen a perdonar, luego
tendría que vivir hasta el final de mis días
con posiblemente la peor tortura existente
después de la gota china: que me recuerden,
por cualquier razón, el pecado cometido.
Tipo: «Amor, olvidaste sacar la basura»;
«Pero tú me fuiste infiel, basura». Uy, no.

Feminista, vegetariana y capricor-


Laura Zaferson niana. No es lesbiana, pero cuando
Lima, Perú | 1981 la confunden con una lo toma como
halago.

Si me ladra un perro policía lo primero que hago es pedir un traductor. |179


Anécdotas mejoradas

LA DEL
GUAPETÓN
Por Leticia Castro

E sperando el ascensor estoy, en un seño-


rial edificio de Madrid, cuando un mu-
chacho de muy interesante ver se coloca a
pide el teléfono. «¿Te apetece que mañana
quedemos a tomar un café?», me pregunta
y, como si ya le hubiera dicho que sí, saca
mi lado. Me sonríe, le sonrío. Me da los su móvil para apuntar mi número. «A partir
buenos días, le digo hola. Quiere saber de las siete de la tarde estoy libre», le co-
cómo me llamo, le respondo. «¡Qué bo- mento fingiendo desinterés. «Vale, nos ve-
nito nombre tienes!», me dice, aunque in- mos mañana», me dice el guapetón, y los
tuyo que lo mismo me habría dicho si mi dos nos bajamos en la misma planta, pero
respuesta hubiera sido «Hermenegilda, entramos en diferentes puertas.
encantada». «Y vos, ¿cómo te llamás?», Hete aquí que no he venido a este seño-
le pregunto una vez ya dentro del ascen- rial edificio de Madrid para dejarme arras-
sor. Iniciamos una amena charla, durante trar las alas por guapetones desconocidos
la cual, el guapetón que frente a mí se en- ni para dar teléfonos, sino que aquí estoy
cuentra, me alaba el acento reiteradas ve- para hacerme mi primera mamografía:
ces, y yo, para mi contento, me doy cuenta «Un estudio rápido e indoloro», según las
de que me están arrastrando el ala, como se palabras de mi ginecólogo. Diré que no se
diría en mi país natal. El ascensor está por me ha mentido, doler no duele, pero el que
llegar a su destino, cuando el guapetón me una máquina fría me apretuje desde todos

180 | ¿Por qué «eres increíble» suena mejor que «no te creo nada»?
DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

los ángulos existentes mis zonas pechiles,


agradable no me resulta, son muchas otras
las cosas que preferiría estar haciendo, en-
tre ellas, tomando café en los brazos del
guapetón del ascensor, quien, dicho sea
de paso, ha dejado una linda impronta en
Vuelco mis
todas mis hormonas. Vuelco mis pensa- pensamientos en él
mientos en él para levantarle el ánimo al
mal momento que estoy pasando, mien-
para levantarle el
tras me hacen una toma, dos, tres, cuatro; ánimo al mal
me dicen que no respire una, dos, cinco
veces; me acomodan las zonas de una,
momento que estoy
tres, seis maneras diferentes, y otra toma pasando, mientras
por favor, que la anterior salió movida.
Cuando la técnica termina de agarrarme,
me hacen una toma,
colocarme, toquetearme y aplastarme bien dos, tres, cuatro;
todas mis partes para obtener sus tomas,
me dirijo rauda hacia aquella prenda in-
me dicen que no
terior que nadie conoce como corpiño en respire una, dos,
España. «¡No te vistas todavía! ¡Aún no te
puedes ir!», me grita la técnica. «Siéntate cinco veces; me
en la camilla, que falta que te revise el mé- acomodan las zonas
dico, enseguida estará contigo». Hermoso
momento, sublime podría decirse, cuando de una, tres, seis
quien entra por la puerta, es el guapetón maneras diferentes,
con quien tantos cafés en sus brazos esta-
ba dispuesta a tomarme. En lo único en lo y otra toma por
que puedo pensar es en que para ser una favor, que la
sirena en condiciones, solo me falta la
cola de pez, puesto que el pechito al aire anterior salió
ya lo tengo. Acto seguido, el guapetón movida.
me dice «permiso», y así, comienza la
búsqueda intensiva de nódulos, quistes,
protuberancias y/o tubérculos, vaya una
a saber qué es lo que se busca por ahí
hoy día.
A ver cómo le explico luego yo a mi
abuelita que lo de dejarme manosear pri-
mero mi pecho sirenil y luego tomarme el
café, no lo hago por vicio.

Estudió traducción literaria de la


Leticia Castro lengua inglesa. Vive en Lavapiés
Buenos Aires | 1977 (Madrid), un barrio que la tiene
enamorada.

Para mí, las calles doble mano no tienen sentido. |181


Anécdotas mejoradas

LA DEL
PADRENUESTRO
EN CASA AJENA
Por Lizbeth Pasco Carmona

K aren y yo llevábamos seis meses de re-


lación y eso en términos lésbicos, en esa
época, era casi un año en la vida de una
ren vivía prácticamente sola en ese depar-
tamento en San Miguel.
Toqué la puerta. Me abrió Karen y me
pareja heterosexual promedio. Ambas vi- saludó con un beso raro en el cachete. Su
víamos una vida abiertamente homosexual mamá estaba justo detrás de ella y luego
para todo nuestro grupo social, excepto, de saludarla me invitó a sentarme con un
por supuesto, para nuestras familias. Sin tono de tía buena onda, mientras miraba
embargo, para ella era tiempo de que yo a Karen para que se apresurara a poner la
conociera a sus padres, tema que yo había mesa. Saludé a su papá con un beso en la
evadido con gracia hasta ese día. Ya en la mejilla, me respondió a media voz y con-
puerta de su casa, me puse a repasar cómo tinuó leyendo el periódico. Él intuía quién
había llegado a ese momento. La estaba era yo y Karen me contaría después que
esperando en la Plaza San Miguel cuando le había preguntado si es que estaba se-
ella me llamó y me dijo que pasara por su gura de lo que estaba haciendo, que si su
casa a almorzar, que habían venido sus pa- mamá se daba cuenta de que realmente no
dres de sorpresa y que ella le había dicho éramos amigas se iba a armar una grande.
que una «amiga» vendría. Sus papás vivían La mamá era la típica señora católica que
en el Norte y venían poco menos de una viste de morado cada día de octubre, lleva
vez por mes. Ella vivía con su hermano, siempre un rosario de plata en la cartera y
pero casi nunca me lo había cruzado en el va todos los domingos a misa a golpearse
tiempo que llevaba visitando la casa. Ka- el pecho por sus pecados, pero más por los

182 | La palabra «amateur» es sobre fútbol o porno de acuerdo a cuántas pelotas la acompañen.
DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

de los demás. Por supuesto, Karen le había


respondido relajada que nadie iba a decir
nada y que todo saldría bien.
Me senté en la mesa con una sonrisa
tiesa y falsa, y me repetía mentalmente
que era solo un almuerzo. Pensé en cómo
la presencia de su familia cambiaba el
ambiente de la casa que había visitado in-
contables veces. Era prácticamente nues-
Karen siempre
tro lugar. Tirábamos en cada espacio de esperaba el último
ese departamento, en los muebles, en la
alfombra, en el cuarto de su hermano, en
minuto para decir
la cocina, en la misma mesa donde ahora las cosas, cuando
había individuales tejidos y cubiertos con
mango crema. Todo estaba servido cuan-
ya no había
do Karen me dijo susurrando: «En mi casa, escapatoria. Sentí
los invitados agradecen la comida». Había
un tono imperativo en su voz, de nopue- cómo se calentaba
desdecirqueno. Karen siempre esperaba el mi cuello y cara,
último minuto para decir las cosas, cuando
ya no había escapatoria. Sentí cómo se ca- y traté de recordar
lentaba mi cuello y cara, y traté de recordar la mejor manera de
la mejor manera de agradecer la comida.
Pensé en los penosos años en el colegio agradecer la
católico dominico donde cursé la secunda- comida.
ria, en mis abuelos testigos de Jehová y en
el Padrenuestro. La mamá, el papá y ella
me observaban en silencio. Inicié diciendo
que agradecía al señor por la comida que
teníamos en la mesa y luego de un silen-
cio largo, que me indicaba que tenía que
decir algo más, se me ocurrió adornar la
frase que, según tenía entendido, acompa- ción escuchaba solo mi voz resonando en
ñaba a todos los rituales católicos: «Padre- toda la casa. Guardé silencio, profunda-
nuestro que estás en los cielos santificado mente avergonzada y volví al colegio, a
sea tu nombre venga a nosotros tu reino en nuestra formación de todos los días y me
los cielos santificado sea tu nombre venga escuché cantando a viva voz el Padrenues-
a nosotros tu reino en los cielos santificado tro, en inglés. Me había aprendido la mal-
sea…» y en la mitad de la tercera repeti- dita oración en inglés.

Psicóloga de carrera, pero desde que


Lizbeth Pasco Carmona
salió de la universidad entró al mundo
Lima, Perú | 1988
de la educación.

Me fui del teatro porque se vivían horas dramáticas. |183


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA HORA DE CONOCER
A LA SUEGRA
Por Luis Simonetti

N o pregunté directamente por ella, pero


igual me bajaron línea: «Es inconquis-
table, a nadie le fue bien y mira que lo in-
intentarlo. ¡Vamos, Argentina! Había algo
a mi favor: el contacto con desconocidos
me atraía y esta situación era todo un desa-
tentaron». Estas palabras, de la boca de mi fío. Además, confiaba en aquel dicho que
novia, retumbaron como una advertencia. reza: «Quien golpea primero, golpea dos
Algo así como: te hace cuatro en cualquier veces». Por ello, no perdí la primera opor-
cancha, espero te toque en la última fecha tunidad que se me presentó.
y venga de salir campeón. No mucho tiempo después viajé por
Apenas una mueca mia, haciendo alu- trabajo a París y me alojé en casa de mi
sión a mi saber estar, sirvió para que ven- cuñado, que vivía solo en las afueras de
ga un segundo aviso: «Te salvas al tenerla la capital. A Antoine lo había conocido en
lejos, agradecemelo». ¿Tan fulera podría Marsella, en ocasión de un partido entre
ser? ¿Qué tendría que no tuviesen otras? Olympique y Paris Saint-Germain, y me
Si son todas más o menos iguales, pensé. había caído tan bien que me costaba creer
Dispuesto a estudiar al rival, me enteré de que la vieja podía ser la reencarnación de
que la lista de candidatos rechazados era la Bruja del 71. Y los planetas se alinea-
amplia y que sería el primer extranjero en ron para que todo surja de forma natural.

184 | Juntar leña es tarea para el hogar.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

Del otro lado, una voz titubeante dijo


primero que sí, luego que le dejase ver,
para rematar en que ya me diría algo. Uno a
cero, me dije, apretando el puño izquierdo
a lo Maradona después del gol con la mano
contra Inglaterra. Con esta jugada, evitaba
los formalismos y la presentación familiar
en restaurante de estrella michelin.
Nos sentamos Finalmente, me citó al mediodía en el
distinguido Café de Flore. Llegó con su
uno al lado del hermana y su sobrina, que completaban
otro y al hablarle el jurado. Nos saludamos, y, al entrar, ella
eligió una mesa de esas que tienen sofá
tendía a pasarle de un lado. Nos sentamos uno al lado del
la manito izquierda otro y al hablarle tendía a pasarle la mani-
to izquierda por encima, apoyándola sobre
por encima, el respaldo del sofá. Durante la comida le
apoyándola sobre pregunté muchas cosas, pero nada me sor-
prendió mucho. Por el contrario, ella no
el respaldo del sofá. me preguntó nada, excepto al momento de
despedirnos: «¿Vas a la estación de tren?,
te puedo alcanzar». A pesar de rehusarme
porque estaba a solo dos calles del lugar,
ella insistió y accedí. Al subir entendí que
algo quería decirme porque estábamos so-
los. «Me ha gustado mucho conocerte y
creo que nos llevaremos muy bien pero..,
Antoine, en mi presencia, llamó a su ma- una cosa, ¿sabes guardar secretos? En mi
dre para saludarla en su su cumpleaños y familia es un valor muy importante». La
antes de cortar le pedí que me la pasara. pregunta me descolocó pero le dije que sí,
Al hablar con ella, entre buenos deseos y que podía ser de su confianza.
una charla más o menos convencional, le Entonces, acercándose a mí, me susu-
dije: «Me voy a quedar por aquí tres o cua- rró: «Guarda este beso entonces». Y me
tro días, me gustaría que tomemos un café comió la boca. Me fui sin decir práctica-
si tienes tiempo, ya es hora de conocernos, mente nada, ella me guiñó un ojo y su Audi
¿no te parece?», arriesgué. se perdió entre muchos otros.

Luis Simonetti Vive en Barcelona. Sus pasiones


Bahía Blanca, Buenos Aires, están determinadas por el verbo
Argentina | 1978 «jugar».

Maltratado de libre comercio. |185


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA BARTENDER
Por Manuel Migdalek

C orría el mes de enero y creo que fue


ahí cuando empecé a aceptar que no
iba a volver con mi ex. Con eso en men-
mentos solos en la terraza, tardes de sába-
do en la pileta del edificio, meriendas en
mi casa… Pero me sostenía con el engaño
te, empecé a levantar la vista del suelo y de que un avance podría implicar el fin del
me encontré con que mi vecina del sexto, curso y el viejo y querido «no hagas hoy
además de ser muy linda, era divertida, le lo que puedes postergar para mañana».
gustaba el fútbol y trabajaba de bartender. Mi amiga Paula me aconsejaba, al
Para variar un poco, en lugar de invitar a igual que en otras oportunidades, sobre
salir a Ailín, le propuse que organizara un cómo acercarme y qué decir, pero en lugar
curso de coctelería en la terraza del edifi- de sugerirme que avanzara, como hacía
cio al que se sumarían dos amigos y una generalmente, me dijo que esperara.
amiga. Una tarde calurosa Paula se despertó
Las tres personas que acudían al piso en mi departamento y como no tenía ropa
diez sabían perfectamente que el curso era para ir a la pileta, Ailín le ofreció un cor-
la excusa para crear un escenario propicio. piño. Mientras tomábamos unos mates,
Sin embargo, como ocurre generalmente mi vecina nos invitó a una fiesta ese sá-
cuando una piba realmente me gusta, ac- bado en la que trabajarían amigos suyos.
túo con la velocidad de una tortuga des- Llegó el sábado y me encontré con una
garrada. Una y otra vez fueron pasando lo situación casi ideal: juegos de escabio en
que yo consideraba oportunidades: mo- el departamento de mi vecina. Conven-

186 | La vida sedentaria es algo que ya no corre.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

Llegó el sábado y me encontré con una


situación casi ideal: juegos de escabio en el
departamento de mi vecina. Convencido de que
esa era la noche, encaramos para un boliche en
el marco de una charla sobre noches pasadas.

cido de que esa era la noche, encaramos infantil lo que había sucedido. El boliche
para un boliche en el marco de una charla era gay. De repente todo a mi alrededor
sobre noches pasadas. Mientras discutía era gay, como si se hubiera destapado una
en mi cabeza si tenía que chaparmela an- realidad que todos podían ver menos yo.
tes o después de entrar, escuché algo que Y tanto fue así, que la persona que vino a
todavía hoy me cuesta aceptar: «Soy tor- prestarme su hombro terminó de pergeñar
ta», soltó sin previo aviso. Lo refuté inme- su estrategia. Me hizo creer que yo era el
diatamente y comencé a pedir explicacio- titiritero, cuando manejaba los hilos. Así,
nes de manera ridícula para encontrarme en el medio de la noche, agarró del pelo
con una risa estridente del otro lado que a la bartender y le comió la boca justo en
me decía que era obvio y me preguntaba frente mío.
cómo no me había dado cuenta.
Mi amiga, que había hecho el curso
conmigo, se acercó al boliche a consolar-
me luego de varios audios de WhatsApp
que contaban con una indignación casi

De chico quería ser futbolista. Como


Manuel Migdalek no funcionó, estudió periodismo y,
Ciudad de Buenos Aires, como tampoco hubo suerte, se pasó
Argentina | 1992 a la gastronomía.

Bajé una película xxx y al final era una de romanos enseñando a contar hasta 30. |187
Anécdotas mejoradas

LA DEL
ENTRENADOR DE
VÓLEY EN MOTO
Por Marcela Garavano

E n un tercer tiempo de un verano inmi-


nente, mientras era uno de mis entrena-
dores de un vóley amateur, me dijo que
cia con mensajitos diarios. Su regreso era
el tres de febrero, su cumpleaños. Domin-
go. Calor insoportable. Tuve todo ese día
nos fuéramos a Uruguay a jugar unos tor- una sensación de mierda. Estaba molesta,
neos de beach vóley. Morí de amor. Él se muy. Se suponía que a las nueve de la no-
iba en moto, yo lo encontraría del otro lado che estaba en Buenos Aires. Nueve, diez,
del charco, en alguna de las ciudades don- once, ni noticias. A las doce de la noche
de el río se hace mar en Uruguay. Empezó sonó el teléfono. Era él, que acababa de
todo tan bien, que hasta me esperaba en la cruzar la frontera. Había tomado un Gato-
terminal. Él nunca había viajado acompa- rade, comido chocolate, todo lo que indica
ñado en la moto, yo nunca había acompa- el manual de motociclistas canasados para
ñado a nadie. Así, una tarde me propuso llegar bien, directo a mi casa. Quedé cal-
que nos fuéramos a recorrer la costa. Y los mada y contenta. A las tres de la mañana, el
días pasaron entre playa, birra, asados y calor no menguaba y yo seguía despierta.
claro, partiditos de vóley. No falto a la ver- Sonó de nuevo el teléfono con su nombre
dad si digo que fue una luna de miel. Posta. en la pantalla. Pero no era él el que habla-
Idílica. Intensa. Charlas trascendentales al ba. Un hombre nervioso, entrecortado, me
atardecer, sobre los miedos, los cascotea- decía que un choque, que este número era
dos que veníamos. Cuidarnos. Querernos. el último marcado, que una ambulancia,
De eso iba. que la moto destrozada. Kilómetro 38.5 de
Mi trajín laboral empezaba antes que el Panamericana. No tenía cómo ubicar a la
suyo, por eso volví a Buenos Aires dos se- única persona de su entorno que conocía.
manas antes que él. Amortizamos la distan- Llamé a una amiga apta para emergencias

188 | Cuando te googleás, el miedo aparece antes que los resultados.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

para que me aguantara en lo que intuía, se-


ría una odisea. Salí y tomé un taxi. Era un
Corsa. Siempre es un Corsa. Partimos a la
nada del km. 38.5 de Panamerica. Garín.
No sabía si estaba vivo, dónde lo habían
llevado. Nada. Estaba ahí, muy
Cientos de llamadas en el Corsa taxi.
Fue en el peaje que la marca de la moto lastimado, pero
nos dio su paradero. Hospital de Escobar. despierto. Le creí
Conurbano profundo. Llegamos. Cuatro-
cientos cincuenta pesos de taxi Corsa. Me la alegría en los
anuncie como la novia (ilusa). Entré a una ojos al verme.
salita horrible. Estaba ahí, muy lastimado,
pero despierto. Le creí la alegría en los
ojos al verme. Solo se había quebrado muy
feo el brazo. Y estaba sucio. Roto y sucio.
Me tranquilizó verlo vivo. Unos besos de
costado en una boca fatal y acompañar jun- escuchó un grito, con mi amiga y el Sar-
to a la camilla. A la hora, teléfono. Des- gento Coto de testigos.
conocido. Comisaría de Garín, Sargento Irrumpí violentamente en el cuartito de
Coto, al habla. «Señorita, la llamo por- la guardia, revoleé las bolsas de consorcio
que hay que venir a reconocer y retirar las y le dije: «Gracias a un rati vi tu teléfono.
pertenencias del señor». Al amanecer, un Sos un gil, forro y, sobretodo, desprolijo».
remis me dejaba en la comisaría de Coto. Me odié. Lloré. Esperaría afuera a que
Me recibió la moto destrozada en la vere- llegara la ambulancia, porque boluda pero
da. Fuerte. Adentro, me llevó Coto a ver buena. Volveríamos a Buenos Aires y no
dos bolsas de consorcio con lo que queda- me vería nunca más. Intentó decir cosas
ba de su equipaje. Las agarré como pude y que confirmaron lo que era: un gil.
antes de irme, del otro lado del mostrador, Para narcotizar la angustia, mis amigos
serio, el Sargento Coto dijo: «Señorita, acá armaron un fin de semana de asados, hu-
tiene el celular del señor». Me lo puso en mos, brindis. Entre los que llegaban y me
la mano, con un gesto contundente en la saludaban se mezclaban condolencias y ri-
mirada: «Revíselo», parecía decirme con sas. Había puesto tal distancia con el ce-
una mueca de costado, comprobando que lular que pasé horas sin mirarlo. Después
él ya lo había hecho antes. A las 23.59 me de la sobremesa decidí ver los mensajes.
había enviado: «Negrita linda, ya crucé la El último, de un número desconocido y
frontera. Estoy camino a verte». Lindo. A prefijo familiar decía: «Me separé hace
las 00.01 le había escrito a Rocío Pony: unos meses, también me cuernearon. Si an-
«Negra linda, ya estoy en Argentina. Ya da alguna vez por Garín, la invito una
se te extraña». Y en Garín profundo se cerveza. Soy Fernando Coto».

Marcela Garavano
Licenciada en Comunicación y
Arrecifes, Buenos Aires,
escribidora.
Argentina | 1983

En la entrega de premios están más bañados los trofeos que los jugadores. |189
Anécdotas mejoradas

LA DEL
SUEGRO DT Y
EL PERRO KIMBA
Por Martín Mocoroa Cabral

E stoy agachado esperando, tenso y listo


para salir corriendo lo más rápido que
pueda en cuanto sienta sonar el silbato.
En un momento de cordura, de esos que
a veces llegan cuando estamos a punto de
hacer una locura, miro con algo de asco la
Lo loco es que no estoy en una pista de cara colorada de mi suegro y pienso cómo
atletismo ni nada que se le parezca. En fue que llegó a esto el primer almuerzo
realidad, estoy en el fondo de la casa de con la familia de Cami. Pero enseguida
veraneo de mis suegros en Punta del Este. trato de alejar esas ideas de la cabeza. La
No solo el lugar es atípico para una competencia es mucho más que un juego
competencia de alto rendimiento. A mi y, aunque parezca absurdo, está en disputa
derecha, mi temible competidor se ba- el futuro de mi noviazgo.
bea con la mirada fija adelante. Es que Todo empezó cuando Cami le contó a
enfrente, a unos treinta metros, están mi su padre que yo juego al fútbol en la Liga
suegra y mi novia sosteniendo una pelo- Universitaria, que soy buen jugador y,
ta, la pelota favorita del perro Kimba. Mi sobre todo, muy rápido. Mario es direc-
suegro está agarrándolo con el silbato en tor técnico profesional, dirigió a Peñarol
la boca, pronto para dar el pitido de larga- y otros tantos cuadros. Aunque ahora su
da. Quizás solo lo imagino, pero creo que, imagen está algo devaluada, en algún mo-
al igual que el perro, él también babea un mento hizo las delicias de los hinchas y
poco excitado por la competencia. periodistas deportivos con su tempera-

190 | ¿A qué habrá destinado mi memoria el espacio que antes ocupaban los números de teléfono?
DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

de aliento con su mano, y dedicándome a


mí una mirada de menosprecio. En frente,
Cami y su madre con caras incrédulas y
algo avergonzadas del espectáculo al que
iban a ver.
Para los que creen que exagero cuando
En menos de cinco digo que se trata mucho más que de un
minutos estábamos juego, les agrego un detalle. A pedido de
Mario, Cami sostiene la pelota de Kimba.
todos en el fondo El simbolismo de la imagen no deja lu-
de la casa. El perro gar a dudas respecto a lo que representa la
competencia para mi suegro. Y yo puedo
y yo parados en la retroceder.
misma línea. El silbato suena. Y los dos salimos dis-
parados. El perro es más rápido, pero mi
zancada es mucho más larga, así es que de
a poco voy recuperando la ventaja que me
sacó en los primeros metros. Estoy a pun-
to de pasarlo y queda poco para llegar a la
mento y particular forma de liderar los meta. De pronto el perro se empieza a tor-
equipos. cer en dirección a mí. No podía perder, ten-
Cami se lo contó buscando generar go que tomar una decisión y resolver. Inten-
simpatía, pero lejos de lograrlo, el tema tando que parezca un accidente, le estampo
de mi velocidad le molestó mucho. En una patada al perro. Pero el Kimba se en-
algún punto creo que lo sintió como una reda en mis piernas y los dos nos caemos.
provocación. Así fue que se le ocurrió Siento un dolor fuertísimo en el tobillo
la idea en medio del almuerzo: «Así que izquierdo. Debajo de mis ochenta kilos el
sos rápido», me dijo irónico. «Rápido es Kimba se queja y apenas se mueve. Ahora
Matías. Él le gana corriendo al Kimba. estoy en un taxi con Cami a que me vea
Vamos a probar si vos le ganás». un médico en el hospital. Su compañía y
Matías, el hermano de Cami, juega al su sonrisa me alivian, pero no dejo de pre-
fútbol en Italia y es el orgullo de su padre. guntarme cómo seguirá la relación. Ma-
Mario no dio tiempo a respuesta. No era un rio, mi suegra y el Kimba van en el auto al
chiste. Aunque Cami y su madre trataron veterinario.
de desanimarlo, enseguida se paró de la
mesa y fue a buscar la pelota del Kimba.
En menos de cinco minutos estábamos
todos en el fondo de la casa. El perro y
yo parados en la misma línea. Julio sos-
teniendo al perro y dándole algunos golpes

Martín Mocoroa Cabral


Montevideo, Uruguay | 1989

Subasto ovejas al mejor pastor. |191


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA VISITA A LOS SUEGROS
EN FORMOSA
Por Matías Sinay

D e Formosa sabía muy poco. El único


dato que conocía era que se ubicaba a
exactamente mil kilómetros de Córdoba,
no e inteligente que esperaban. Me sentía
como uno de esos deportistas de alto rendi-
miento que se preparan meses y meses para
mi ciudad. Mi novia era oriunda de aque- demostrar todo en un único partido. Con el
lla provincia y, aunque nuestra relación ya agravante de que yo tendría que jugar de
tenía dos años, por distintas razones yo to- visitante y en terreno desconocido.
davía no había conocido a sus padres. Sin El día en que salimos la terminal ex-
embargo, según había podido recabar, yo plotaba de gente, como era de esperarse en
era un tema de conversación recurrente en la víspera de un fin de semana largo. Lo
aquella familia. Casi tanto como el clima que no pude anticipar es que aquel viaje
o el fútbol. La presión era fuerte: teníamos de quince horas en colectivo no incluiría
que ir a visitarlos. absolutamente nada para comer. Nada. Ni
La expectativa también era enorme y, siquiera un triste y reseco Guaymallén. Así
al parecer, ellos ya habían planeado la vi- que llegamos a Formosa al mediodía con
sita con anticipación: tenían organizado, un hambre descomunal y con la sorpresa
casi hora por hora, todo lo que haríamos de encontrarnos a toda la familia de mi
ese fin de semana largo. El viaje todavía novia esperándonos en la plataforma. Por
no había comenzado y ya empezaba a pa- suerte, los saludos fueron más cortos de lo
recer algo mucho más serio que una simple que esperaba y ya casi era la hora del al-
visita a los suegros: se había convertido en muerzo. Su padre, mi suegro, nos dijo que
una prueba. Me esperaban tres días de eva- iba a cocinar su especialidad.
luación permanente; tres días en los que Creo que es universalmente aceptado el
tendría que cuidar cada detalle para poder hecho de que los fideos con salsa no son
venderme como el pibe responsable, bue- la mejor opción para aquellas ocasiones en

192 | Cuando se me cierra el estómago, como semillas de ábrete sésamo.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

las que tenemos que mantener el decoro borde de mi plato y cayó, en cámara lenta,
frente al resto de los comensales. Y menos a dos metros de la mesa. Todos se queda-
cuando uno no es particularmente prolijo ron en silencio.
a la hora de comer. Por eso mi sorpresa —Está vivo eso —dijo mi cuñado.
cuando, sobre el impoluto mantel blanco No me quedó otra que pararme con un
de mi suegra, vi que había no una, sino ruidoso movimiento de silla y caminar al-
tres fuentes de pasta —fideos, ravioles y gunos pasos para volver a sentarme otra
ñoquis— y, en el centro, imponente, una vez, con el hueso de vuelta en el plato.
enorme olla con salsa. La salsa más roja, Finalmente, terminó el almuerzo y pude
aceitosa y cargada que haya visto en mi ver el desastre que había dejado alrededor
vida, con abundantes pedazos de cebolla, de mi plato. Mi suegro, que no había pro-
chorizo y carnes de todo tipo flotando por nunciado ni una palabra durante toda la
ahí. Sabía que tenía que comportarme, pero comida, se paró y salió al patio. Con un
el hambre de casi veinticuatro horas me sutil gesto me pidió que lo acompañe. Me
impedía pensar con claridad. Me serví un paré con vergüenza y temí lo peor. Miré
gran plato y comencé a comer ávidamente. mis manos: estaban rojas como si hubiera
La siguiente secuencia la recuerdo con cometido un asesinato. Disimuladamente,
una música emotiva de fondo, como en el me limpié la barba y lo seguí con los bra-
clásico montaje en el que Rocky Balboa se zos cruzados, para así tapar las manchas de
está entrenando para volver a pelear con salsa que adornaban mi remera. No se me
Apollo Creed. Aunque las imágenes de ocurría un peor escenario para tuviéramos
esta escena son bastante distintas; prácti- nuestra primera charla.
camente son todo lo contrario: una bandeja Una vez afuera, se paró frente a mí y
de ravioles entra por la derecha; una lluvia puso una de sus pesadas manos sobre mi
de ñoquis aterriza sobre el plato; una fuen- hombro. Entonces me miró y suspiró:
te de fideos entra por la izquierda. La cu- —Nunca, pero nunca… había visto a
chara sumergiéndose en la salsa. Los peda- alguien disfrutar tanto de mi comida.
zos de carne posándose suavemente sobre Después me abrazó, y con ese abrazo
la pasta. Y mi tenedor danzando enérgico borró cualquier mancha que pudiera haber
de un lado al otro. quedado de aquella primera visita.
Durante el almuerzo intenté seguir la
conversación y responder las esperadas
preguntas sobre mi vida, pero a cierta al-
tura ya había perdido toda compostura: co-
mía desaforadamente y la suculenta salsa
ya comenzaba a salpicar mi remera. Hubo
un momento de tensión cuando yo me
encontraba peleando a cuchillo y tenedor
contra un hueso esquivo que, de repente
y con un movimiento rápido, saltó por el

Trabajó como redactor creativo en


Matías Sinay agencias publicitarias de Córdoba y
Córdoba, Argentina | 1988 Buenos Aires. Sigue pensando qué
va a ser cuando sea grande.

Cuando a un juez le gusta mucho una foto captura la pantalla. |193


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ODIO A COLOMBIA
Por Mildred Altez Brenner

H ace nueve años mi relación con un


enamorado terminó a causa de una ba-
rranquillera. Quiero decir, por una chica
Nuestro distanciamiento comenzó
cuando caí enferma de varicela. A los vein-
titantos no es poca cosa. Debes guardar
colombiana que él conoció por internet. cama y estar en cuarentena. Esto enfrió la
¿Cómo fue que pasó algo así con alguien relación porque solo podíamos comunicar-
que había sido mi pareja desde hacía cin- nos por teléfono. Así fue como él encontró
co años? «Mucho tiempo sin formalizar», compañía en los chats y dio con esta chica
dijeron algunos; «porque ella se le regaló», que le prometía moverle las caderas a lo
dijeron otros; «no era verdadero amor», Shakira. A los pocos meses mi enamorado
opinaron unos cuantos más. Yo por mi par- de entonces me contó que se iba de viaje a
te llegué a encontrar ciento cincuenta razo- Colombia porque Perú jugaba uno de los
nes de por qué nuestra relación terminó y partidos de eliminatorias. «Te extrañaré a
vaticiné que lo que mal comienza, mal de- causa del fútbol», le dije yo. «Es el regalo
bía terminar. Hoy en día él está casado con de cumpleaños que me está haciendo mi
ella y tienen dos hijos, así que de profetisa mamá», me dijo él. Y se fue. El avión pisó
me muero de hambre. Prefiero pensar que suelo colombiano y entonces lo perdí un
el destino se cumple aunque no lo quieras y poco más.
que por algo ocurrieron las cosas. Si aque- La temperatura en Barranquilla los
llo no pasaba no hubiera podido enamorar- animó a buscar playa, arena y mar. Se tras-
me de nuevo y sentirme feliz. ladaron hasta Santa Marta y se conocieron

194 | Cuando no le tenés miedo al ridículo el ridículo te empieza a tener miedo a vos.
DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

mucho mejor. Se tomaron fotos hasta para


regalar. Una vez en Lima, la alegría se ter-
minó. Junto a unos caramelos de café y
una carterita, mi enamorado me entregaba
Una vez en una cara de velorio. «¿Quién se habrá
Lima, la alegría muerto?», pensé yo. En los siguientes
días casi no hablamos y me di cuenta de
se terminó. Junto que algo le pasaba, pero no era capaz de
a unos caramelos decírmelo.
Entonces la novia de su mejor amigo le
de café y una dijo a este que hablara conmigo. Y así me
carterita, mi enteré de la sacada de vuelta. De una sola
vi decenas de fotos: en el restaurante, en
enamorado me el estadio el día del partido, paseando por
entregaba una la ciudad, de noche, de día, de tarde, en la
playa, en el mar, en casa de ella, en un ho-
cara de velorio. tel. «Solo el tiempo lo cura todo», me dijo
«¿Quién se habrá una prima de él que me deseó lo mejor. Lo
mejor, por supuesto, fue alejarme de él.
muerto?», pensé yo. Pasó el tiempo y mi odio hacia Co-
En los siguientes lombia creció como las ventas de los ál-
bumes de la intérprete de Pies Descalzos.
días casi no ¿Qué me había hecho ese país? Supongo
hablamos y me di que nada y todo. Así que por años detesté
todo producto colombiano y dejé de con-
cuenta de que algo siderar destinos turísticos a Cartagena de
le pasaba, pero no Indias, Bogotá o San Andrés. Antes muer-
ta que pisar esas tierras, pensaba. Después
era capaz de de transcurrido el tiempo, el odio menguó,
volví a enamorarme, me casé. Y este año,
decírmelo. precisamente, mi hija y yo nos hicimos
amigas de un psicólogo colombiano que
supo de mi historia y, antes de volver a su
país, me dijo: «Ojalá ya hayas perdonado a
Colombia». Ahora puedo decir que sí, que
hace algún tiempo ya hicimos las paces.

Mildred Altez Brenner Periodista, comunicadora social y


Lima, Perú | 1976 magíster en Ciencia Política.

El género remake es una remake del plagio. |195


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA NOCHE EN
BLANCO CON ELLA
Por Pablo Héctor Zini

E n esa época, en el pueblo todos más o


menos nos conocíamos y sabíamos quién
era cada uno. Había una serie de leyes in-
polvos, los pibes en jean y camisa, las de
primer año solo le daban bola a los de ter-
cero, las de tercero se ponían de novio con
visibles que determinaba cuál era tu lugar, los de quinto y los de cuarto mirábamos de
quiénes eran tus amigos y cuáles las chicas lejos a las de segundo.
a las que podías aspirar. En ese mapa te Ella jugaba al vóley en Gimnasia y, por
ubicaban: primero la escuela a la que ibas supuesto, iba a mi escuela. Yo la miraba
y segundo el club en el que hacías deporte. de lejos. Formaba parte de un grupito de
Yo iba al Normal, una escuela pública chicas muy lindas, pero a mi me gustaba
con decididas aspiraciones aristocráticas. ella y nunca me anime a decirle nada. Sa-
Pero a mis amigos los tenía en el Club Ar- bía cómo se llamaba, dónde vivía, conocía
gentino: un club de barrio, aguerrido, con a los hermanos, me la cruzaba por la calle
piso de baldosas en la cancha de básquet. y en el boliche, pero nunca le hablé. En la
Nuestro eterno rival era Gimnasia: el club secundaria yo no tomaba alcohol, mis ami-
del centro, concheto, con piso de parquet, gos sí. Tengo recuerdos de noches enteras
que por esa época jugaba en la liga nacio- con ellos emborrachándose y yo sobrio.
nal. La escuela secundaria también tenía Y después ir caminando por las calles del
sus propias reglas: las chicas con guarda- pueblo acompañando a un grupo de borra-

196 | Y no te podrías ni siquiera imaginar no saber cómo es hacer una triple negación.
DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

Pero, sobre todo, que no se rige por esas


tres o cuatro leyes invisibles del pueblo
chico, y eso es una gran liberación. Y vol-
vés al pueblo, porque te gusta, pero ya con
otra cabeza: ya sos otro. Aunque tengas los
mismos amigos y vayas a los mismos luga-
Cuando te vas res y te sigan gustando las mismas chicas.
del pueblo Uno de esos fines de semana me pasó
por primera vez y descubrí cómo funciona-
descubrís que ba: no era solo que no te acordabas nada de
el mundo es más la noche anterior, sino que directamente no
lo vivías, el monitor había estado apagado,
grande y más no había forma de acordarse. Mis amigos
complejo y más no eran tan mentirosos como yo pensaba.
Habrá sido un par de meses más tarde
lindo y más feo de cuando sucedió. Charlabamos un domingo
lo que pensabas. de resaca cuando me dicen:
—¿Vos te acordás con quién estuviste
hablando anoche?
—¿Anoche? Eh, no.
—¿En serio no te acordás? ¿Seguro?
—No, no sé… ¿con quién estuve?
chos al boliche, medio asustado por lo que —Estuviste hablando con ella.
podía pasar. —¿En serio? ¿Y qué, fue mucho tiempo?
Mis primeras borracheras fueron recién —Como media hora.
cuando terminé la secundaria y empecé la —¿Y qué le dije?
universidad en Rosario. Por esas épocas, —Yo qué sé, si no te acordás vos.
cuando mis amigos me decían que no se Nunca lo supe. Esa fue la única vez que
acordaban nada de lo que habían hecho la hablé con ella en mi vida, después ya no
noche anterior, yo no les creía. «Es imposi- volví tanto al pueblo y no la vi más. No
ble que no te acuerdes —les discutía—, si me animé a hablarle en toda la secundaria
estábamos juntos». Pero ellos decían que y de la única vez que lo hice no tengo ni
no se acordaban. Todavía esas noches eran un mínimo recuerdo. Ahora que lo escribo
en el pueblo; estudiábamos en Rosario pienso que mis amigos lo pueden haber in-
pero volvíamos todos los fines de semana. ventado, pero no eran tan buenos haciendo
Cuando te vas del pueblo descubrís que el ese tipo de bromas.
mundo es más grande y más complejo y
más lindo y más feo de lo que pensabas.

Pablo Héctor Zini Licenciado en Comunicación Social


La Plata, Buenos Aires, y realizador audiovisual. Dirigió docu-
Argentina | 1978 mentales y programas de televisión.

En nombre de la paz se trata más de lo que se acuerda. |197


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA QUE NO QUISO LIMPIAR
Por Paloma Benavente Martín

H abíamos ido a lo de Diego a comer unos


ñoquis caseros que su nuevo novio
habia hecho por el veintinueve. Nos ha-
coches, sin que pudieran permitírselo. Mar-
ta se reía y le daba la razón a Nico.
Cuando llegaron los postres, todos bien
bía preparado, además, una picada y unas argentinos (Diego y Nico son porteños, el
cuantas botellas de blanco de aguja exqui- novio de Diego es argentino, pero no sé de
sito. Después de dejar los platos limpios dónde), nos pusimos a hablar de nuestros
de mojar el pan en la salsa, ya habíamos planes para Navidades. Yo me iba a la pla-
hablado de maternidad, de trabajo, y de ya a pasar Fin de Año y olvidarme de las
cualquier otro tema con el que no íbamos a Navidades; Alan se iba a Estambul con su
cambiar el mundo pero que nos hacía reír. novio gallego; Diego y su novio, a Bali; y
Como siempre, Nico sabía de todo, ponía Nico volvía a Buenos Aires a ver a su fa-
ejemplos que venían a cuento, hablaba de milia. ¿Y Marta?
las cuñadas, hermanos, padres de Marta —Marta se queda.
—su novia—, para ilustrar sus palabras (y —Espera un momento, Nico se va de
también para que nos riésemos un poquito). viaje, ¿y tú no? ¿Y eso?
Si hablábamos de hijos, Nico nos contaba Nico nos dijo que ella no iba porque no
que las cuñadas de Marta habían dejado de había cambiado el billete cuando él le dijo
trabajar en cuanto parieron. Si hablábamos y ahora, con las Navidades tan próximas,
de crisis, Nico decía que los hermanos de los precios eran imposibles. Así que, ade-
Marta tenían casa con piscina, garaje y dos más de no viajar, había perdido el billete.

198 | Defenderé mi derecho al vino a cata y espada.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

—Se jode. Por pelotuda.


Marta nos explicó que cuando sacaron
los billetes ella no sabía que a los quince
días iba a aprobar la oposición y que, por
tanto, trabajaría ese curso.
—Pero podrías haber cambiado las fe-
chas cuando yo te avisé.
No estaba tan claro, dijo, porque ella —El premio de
hace suplencias y no sabe de cuánto tiem- viajar catorce
po van a ser.
—Vos sabías que, al menos, tenías va- horas sola en un
caciones a partir del 20 de diciembre. avión es estar
¿Y si la suplencia se hubiese terminado
antes? Además, no sabía, un viaje tan lar- veinte días en casa
go, sola… le daba miedo volar. de tus padres.
—Te tomás una pastillita, amor, para
eso se inventaron. Y el premio de viajar ¡Con tus padres!
catorce horas es pasar Fin de Año en el ve-
rano porteño.
—El premio de viajar catorce horas sola
en un avión es estar veinte días en casa de
tus padres.¡Con tus padres!
Nosotros nos reíamos, disfrutábamos de
los cañoncitos, de lo que quedaba del vino. horas sola... ¿para luego, qué? ¿Limpiar?
—Ya te dije que no tenemos plata para ¿Poner lavadoras? ¿Barrerle el PH a tu ma-
un hotel. ¿Y para qué, teniendo dónde dor- dre? Pues tienes razón, me jodo bien a
mir gratis? No te hagás la duquesita ahora. gustito y me quedo aquí. Vamos, que no
El año pasado estuviste rebien en casa de voy contigo porque no quiero.
mis viejos. El resto nos mirábamos unos a otros,
—No sé si te acuerdas, pero tu madre a las botellas vacías, los platos rebañados
tenía el brazo escayolado, y era yo quien la- mientras Marta y Nico discutían. Y ahí los
vaba los platos, yo la que limpiaba la casa, dejamos.
yo la que terminé cocinando para ti y tus
hermanos, sin que movieseis un dedo. Y tu
madre, que le cogió el gustillo, empezó a
pedirme que si podía ordenar el garaje, que
si le planchaba la ropa… hasta le limpié
la claraboya que no había limpiado en su
vida. Así que no, no he cambiado el billete
cuando me dijiste; no quiero volar catorce

Paloma Dedicada a las letras (de otros), bien


Benavente Martín como correctora, bien como profeso-
Madrid, España | 1976 ra de monstruos adolescentes.

Lo bueno de los errores es que sirven para mejorar y cometerlos cada vez mejor. |199
Anécdotas mejoradas

LA DE
LAS TRES NOVIAS
ENCERRADAS
Por Ricardo Ayala Rojas

F ue de sorpresa: en la parte más sentimen-


tal de mi discurso algo pasó muy cerca
de mi oreja, y por fortuna, me agaché y se
entregarme a la búsqueda de lo práctico, no
sufrir más y ser un puto. Salía todas las no-
ches. Cuerpos, alcohol, enganches fáciles
estrelló contra la pared. Nunca vi de dónde y compañías insípidas. Mi nuevo estilo de
vino la agresión. A salvo y al ras del piso vida no estaba teniendo éxito porque algo
pude identificar la cocina como el lugar del faltaba y era inútil seguir negándolo, soy
atentado. Avancé reptando entre astillas de un hombre que necesita sentir amor.
platos y tacitas de té, cuando vi con pavor Sin darme cuenta, había transformado
el humo. Alguien quemaba mis camisas las salidas ocasionales en algunas compa-
junto con el felpudo y las toallas, dentro ñías recurrentes y eso establecía una lista
del baño. Mi casa se había convertido en reducida de tres mujeres a las que dedica-
un campo de guerra. ba mi tiempo. Cada una me fascinaba por
La relación de seis años con mi última distintos motivos y era muy difícil escoger
novia había terminado hacía poco más de con cuál quedarse; obviamente cada una
un año y medio. En realidad, ella me cam- pensaba que era la única y en cierta forma
bió por otro, así que andaba como alma en eso era cierto. Cada una era única y signifi-
pena. Había tocado fondo, pero una maña- caba mucho para mi. Sí, me estaba enamo-
na recapacité, recogí mi orgullo y decidí rando otra vez.

200 | Terminó la manifestación, nos desconcentramos y no recuerdo más.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

Empecé a descubrir las complicadas Como era la primera vez que se veían,
situaciones de una trigamia clandestina, empecé por presentarlas y en pocos segun-
me acostumbré a la mentira y me volví dos todo era confusión. Una quiso largarse
un maestro del cinismo. Algunos días me pero al encontrar la puerta trabada estalló
sentía feliz y afortunado, pensaba que no en ira. Luego empezaron a insultarse entre
era delito amar. Otros días mi paraíso se ellas y en medio de llantos, golpes y ame-
venía abajo a causa de mi conciencia gri- nazas, yo veía mi plan irse al carajo. Apro-
tándome que era la peor basura. Entonces veché una tregua para que me escucharan:
decidí poner fin al padecimiento y buscar primero pedí perdón de todo corazón, re-
mi redención. conocí mis errores, mis mentiras y confesé
Esa tarde estaba muy nervioso, pero que era imposible seguir ocultando la ver-
confiaba en la razón y en la solidez de mis dad. Las amaba a las tres y no quería per-
sentimientos, a la vez que me palpitaba el der a ninguna. Califiqué mis sentimientos
cachete y respiraba por la boca. Sonó el tim- como los mas puros y sinceros hacia cada
bre y el miedo me estranguló. Apenas abrí una de ellas. Lo segundo fue proponerles
la puerta se deslizó con su enorme sonrisa formar una familia, un pequeño clan y ser
¡había venido en patines! Giró sobre sus felices así, desafiando a la ética y la socie-
rueditas y me preguntó si le quedaba bien dad. No me entendieron, las cosas se pu-
el diminuto pantaloncito. Le quedaba tan sieron peor y la razón no estaba triunfando.
bien la juventud. La vi irse hacia la cocina Tras sofocar el incendio desatado en el
mientras recordaba que nunca traía ropa baño, cerré la llave del agua y fui hacia la
interior allí debajo. Segunda llamada, abrí. puerta. Quité el seguro y desde el umbral
Entró decidida, parecía haberse escapado me jugué mi última carta. «La que quiera
de la oficina. Su escote delantero y trasero apostar por este proyecto bello que se que-
me regalaban el espléndido paisaje de sus de. Si no, que se vaya».
pecas. Dijo que tenia algo muy importante Agregué además que podía ser el inicio
que anunciarme, pero antes debía pasar a de algo maravilloso. Que confiaba en el en-
hacer pis. Una corazonada me hizo abrir de tendimiento y el amor. Que sabía que era
nuevo sin esperar a que llamen y me en- difícil de entender, pero era lo más sublime
contré con esos enormes y verdes ojos que y que nunca antes había experimentado eso
me hacían sentir vulnerable, pasó lentito en mi vida, hasta que un sonoro y «¡Con-
a mi lado y yo me llené los pulmones de chetumadre!» me dejó mudo mirando al
la estela que había dejado en el aire. Las piso. Cerré los ojos y escuché la partida de
había citado a las tres y luego de recibir a cada una. La ropa mojada que tenía puesta
la última cerré la puerta, le puse seguro y empezó a producirme escalofríos.
guarde la llave, decidido a que de ahí no
salía nadie hasta que yo pudiera explicarles
lo complejo de esta situación y nos ponga-
mos de acuerdo.

Artesano audiovisual, trabaja todo el


Ricardo Ayala Rojas
día en la computadora malográndose
Lima, Perú | 1968
los ojos y la espalda.

Los tres cerditos no le contaban nada al lobo por soplón. |201


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA ADOPCIÓN DEL PEDO
Por Roberto Espino

N o teníamos una relación seria. Para


nada. Tampoco pretendíamos que eso
fuera a ocurrir. La pasábamos bien, siem-
culpa e interrogación. Yo cerré los ojos y
seguí durmiendo.
No registré jamás ese momento, aunque
pre tomando algún trago y charlando acer- a los pocos días sí empecé a notar que ella
ca de cualquier cosa, menos de aquello que estaba diferente: su sonrisa era unos segun-
nos pasaba. O que no nos pasaba, porque si dos más corta y nuestros encuentros ya no
lo veo hoy, diez años más tarde, en realidad eran tan divertidos. Todo se iba desvane-
no ocurrió nada. Salvo esto que les estoy ciendo, pero nos seguíamos viendo porque
por contar. cada uno era la mejor opción que el otro
Una noche, mientras dormíamos, escu- tenía para una salida.
chamos un sonido muy extraño. Nos des- Un día, volviendo de un bar, nos en-
pertó a los dos. Pero era de esa clase de so- contramos con que el ascensor estaba
nidos que, si bien te despiertan un instante roto. Tuvimos que subir seis pisos por las
en la madrugada, jamás van a poder contra escaleras. Todo estaba oscuro, como aque-
las ganas de seguir durmiendo. Recuerdo lla noche del ruido. De repente, ella frenó
que ella estaba boca arriba, un poco hacia y me dijo algo que recuerdo le costó mu-
mi lado, y yo boca abajo, con la cabeza ha- cho decir:
cia ella. El ruido nos hizo abrir los ojos. —Ese pedo no fue mío.
Ella me miró y yo la miré. La luz de la Yo también frené. Ella venía detrás mío
noche era lo único que teníamos, pero aún y la sentí algo agitada. Posiblemente una
así llegamos a vernos las caras. Su mirada mezcla entre los pisos subidos a pie y los
era extraña: una mezcla de incomodidad, nervios por lo que acababa de decir.

202 | Cuando un nieto moderno está por nacer su abuela le teje una red social.
DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

—¿Qué pedo? —pregunté yo— No en- haber sido todo orquestado entre ellas y
tiendo. sus amigas, que eran todas bastantes gra-
Me hubiese encantado haber tenido esa ciosas, con el fin de que yo me sintiera
conversación algunos pisos más abajo, con incómodo a partir de sus flatulencias. Con
el eco de la zona de escaleras: Ese pedo do dos pedos más quizás lo hubiesen logra-
do do no fue mío o o o, ¿qué pedo do do do? do. Y con el chiste de tirar del dedo lo hu-
Pero no ocurrió así, y ella empezó a ha- biesen conseguido de una. Pero, como yo
blarme de esa noche. Me dijo que, mien- seguí durmiendo y ni lo registré, el plan
tras ambos dormíamos, yo había soltado se les había caído y tuvieron que recurrir
un gas muy ruidoso. Nunca en su vida ha- a echarme la culpa.
bía escuchado algo así. Me dijo que ese La segunda teoría es que, efectivamen-
sonido nos había despertado a los dos y te, ese gas lo había generado mi cuerpo y
que entonces yo la vi a los ojos y luego que, durante dos semanas, ella vivió con la
seguí durmiendo. angustia de que yo pensara que había sido
También me dijo que, en esos segundos ella la que produjo semejante ruido. En ese
después del sonido, ella vio algo en mis escenario, yo me habría hecho el caballero
ojos. Algo así como vergüenza ajena, se- para cuidarla.
guida de una caballerosidad algo extraña. Pero, años después, apareció este pen-
Entonces, en su cabeza pensó lo siguiente: samiento: así como, en los sueños, el in-
«Este muchacho creyó que yo me tiré se- consciente a veces expresa cosas que ne-
mejante pedo ruidoso y se hizo el dormido cesitamos ver. Esa noche, ante la falta de
para que yo no me sintiera incómoda». Lo herramientas oníricas, mi inconsciente re-
positivo es que, después de haberme tirado currió a un ruidoso pedo para ayudar a que
el pedo más sonoro que hasta ese momen- esa relación se termine.
to ella había escuchado (espero que, por
su bien, nadie me haya superado), aun así
pensó que yo había sido un caballero. De-
cidí entonces hacerme cargo de ese pedo,
aunque se lo peleé un rato diciendo que
quizás había sido algún ruido de la noche.
Pero ella no dejaba de hablar de lo ruidoso ...el inconsciente
que fue. Su cara tenía una expresión fuera a veces expresa
de lugar, como si se hubiese tratado de un
hecho paranormal. cosas que
Nunca voy a estar seguro de si el pedo necesitamos ver.
fue mío o no, pero tengo dos teorías al res-
pecto. La primera es que el flato fue de
ella y que era todo parte de un plan para
empezar a dejarnos de ver. Pero ese plan
no avanzó, así que también creo que pudo

Peruano que vive en Buenos Aires


Roberto Espino desde 2004. De su acento natal le
Lima, Perú | 1981 queda el sonido de la letra Y griega,
y lo que más perdió es la doble L.

Para los chalecos antibalas la vida de los brazos no vale nada. |203
Anécdotas mejoradas

LA DEL
PAGAFANTAS MUSICAL
Por Tatiana Beer

m i amiga está en pareja y hace poco su-


pimos que estaba embarazada. Yo no
estoy embarazada y tampoco formo parte
ca que mantuve con el posible Pagafantas.
Juro que se me hacía mucho más fácil li-
berar el Tíbet armada con una sopapa que
de una pareja estable. Tampoco soy la que negarme al asedio de mi madre para que
atiende la llamada del tipo al que le gus- asistiera a la cita. No me quedó otra opción
to. No porque no le guste, sino porque no más que ir. Me bañe, me peiné, me arreglé
llama. un poco y guardé en mi cartera lo justo y
Mi estado civil hace que mis amigas, mi necesario: llaves, billetera, celular y expec-
madre y hasta sus amigas me quieran pre- tativas. Porque las expectativas es algo que
sentar cualquier ser viviente del sexo mas- siempre llevo, por las dudas.
culino, no me pueden ver soltera. «¿Cómo El muchacho me pasó a buscar y fui-
puede ser que estés sola?». No estoy sola, mos a tomar algo. Para mi sorpresa fuimos
estoy soltera, y ese título no es algo que me a uno de esos bares post cena para mayores
pese, pero parece que a ellas sí, así que me de sesenta. Ese tipo de lugares en los que
arreglan salidas con cuanto tipo se dispon- parece que lo único que tuvieran para ofre-
ga a pagar una Fanta. certe fuera un cortado con amarettis. Char-
Un sábado me llamó un chico que ve- lamos poco. No porque yo no hablara, sino
nía insistiendo con la idea de salir a tomar porque él no respondía y eso hacía que la
algo hacía algún tiempo. Mi mamá estaba charla no cumpliera su condición. Le conté
en casa y escuchó la conversación telefóni- por donde había viajado, cual era mi sig-

204 | Gritar es la publicidad de hablar.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

plicó que le escribían canciones a Gian-


ni Lunadei, a Juan Carlos Calabró y a Tu
Sam. Me quería morir, quería agarrarlo de
la mano y llevarlo a la puerta de casa para
que mi mamá viera con qué sujeto me ha-
bía casi obligado a salir.
Como el Como el Pagafantas notó que yo no
había entendido la descripción del tipo de
Pagafantas notó música que su banda hacía, decidió que era
que yo no había momento de darme una pequeña muestra y
empezó a cantar. Cito: «Tu Sam, tú sabes
entendido la que esto puede fallar, Tu Sam, este truco
descripción del tipo no te puede abandonar. Tu Sam, esta vez
no puede fallar. Tu Sam, de la caja tú lo vas
de música que su a sacar».
banda hacía, Luego de terminar el mini recital le dije
que prefería irme a casa, que no me sentía
decidió que era bien, que me dolía el oído. Se ofreció a lle-
momento de darme varme en su auto, acepté y me dejó en la
puerta de mi hogar al grito de: «Te llamo
una pequeña así nos venís a ver el martes, tocamos en el
muestra y empezó bar de un amigo, ¡va a estar buenísimo!».
¿Cabe aclarar que no lo volví a ver?
a cantar. Mi mamá no volvió a insistir con que
saliera con un posible candidato, y mis
amigas aceptaron que a esta altura del
partido, prefiero que quien pague la Fanta
sea yo.

no del zodíaco y si en el colectivo prefería


sentarme en el asiento individual o en el
doble. Finalmente encontré un tema que le
interesó: la música. Me contó que forma-
ba parte de una banda que hacía cancio-
nes a mediáticos olvidados. No entendí lo
que quiso decir, así que volví a preguntar.
¿Cómo a mediáticos olvidados? ¿Cantan
canciones de Vilma Palma? ¿De Las Pri-
mas? No, no, la descripción era textual,
canciones a mediáticos olvidados. Me ex-

Tatiana Beer Guionista. Viajó todo lo que pudo,


Ciudad de Buenos Aires, conoció a un chico y ahora son los
Argentina | 1982 padres de Gael.

El captcha es el lsd de la tipografía. |205


Anécdotas mejoradas

LA DEL
MIEDO AL SUEGRO
CORDOBÉS
Por Víctor Castellano

C onocí a Valeria cuando los dos vivía-


mos en Río Cuarto, alejados de nuestras
respectivas familias (en Córdoba Capital la
algo en el barrio le dicen El Loco. En ese
momento me cagué en las patas y por nada
del mundo quería juntarme con él. Enton-
de ella; en Jesús María la mía). Iniciar una ces me volví experto en excusas para no
relación sin suegras ni cuñados es siempre conocer a mi suegro.
una ventaja para los que somos poco afectos Un domingo a la tarde, estando los dos
a las charlas por compromiso y muy pero en Córdoba, mi mujer visitando a su fami-
muy quisquillosos con la comida. lia, y yo de incógnito con mis amigos (la
Antes de conocer a mi familia políti- historia oficial dice que había estado en Je-
ca, mi mujer me contó, como al pasar, que sús María con mi abuela recién operada de
su padre le disparó a la cabeza a un tipo la cadera), quedamos en encontrarnos en
porque, a pesar de los pedidos de que no la terminal para tomar el colectivo que nos
lo hiciera, siempre manoseaba el maní de llevaría a Río Cuarto.
cortesía que mi suegro ponía en la quiniela Camino a la terminal pasé por una fe-
que manejaba. Después vinieron las acla- ria donde por fin encontré el instrumento
raciones: que tiró para asustarlo nomás, que estaba buscando: un bongó. Siempre
que obvio que no lo mató, que el tipo salió me gustaron mucho los instrumentos musi-
corriendo y nunca más volvió, que todavía cales, aunque soy inútil haciéndolos sonar.
está el agujero de bala en el techo, que por Después de cuatro años de piano no me

206 | Se llama monopolio porque no se pueden tener dos.


DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

sale ni el comienzo de «Para Elisa». Pero


el bongó estaba bueno y barato, entonces
lo compré. Contesté el mensaje de Valeria
diciendo que en cinco minutos llegaba a la
terminal y caminé rápido esas diez cuadras
hacia su encuentro. Cuando llegué a la pla-
taforma, vi a Valeria, le hice un gesto con
la mano, enfilé hacia donde estaba y tar- Cuando llegué
de advertí la trampa. Estaban mis suegros
y mi cuñada. Y ahí estaba yo: barbudo,
a la plataforma,
transpirado porque se me hacía tarde, con vi a Valeria,
los ojos rojos de jugar a la Play cuarenta y
ocho horas seguidas y con un bongó debajo
le hice un gesto
del brazo frente a mi suegro, el tipo que con la mano, enfilé
le tiró a la cabeza con un 38 a uno que le
manoseaba el maní. Yo le manoseaba a la
hacia donde estaba
nena. Transpiré mucho más. y tarde advertí
«¿Y esto?», me dijo mientras le pega-
ba al bongó. Me quedé quieto, pensado la trampa. Estaban
qué decir sin parecer un hippie mugroso, mis suegros y
la boca se empezó a mover; me sorprendí
mintiendo: «Me gustan los instrumentos de mi cuñada.
percusión desde que tocaba el bombo en el
destacamento cuando hice la colimba». Mi
suegro se asombró y dudó. Me empezó a
contar de cuando él hizo la colimba en Us-
pallata «con el hijo de puta del Sargento
Benítez».
«Benavídez», lo corrijo con voz calma culpa de que reciba un balazo de 38, cuan-
mientras el bongó se me resbala de los do se crucen con mi suegro síganle el jue-
nervios. «A mí también me asignaron ahí. go. Y, si quieren, le dicen que hicimos la
Ya estaba retirado cuando llegué, pero colimba juntos.
igual pasaba a saludar. Quedó a cargo el
otro, Gutiérrez». Por suerte siempre hay un
Gutiérrez.
«De la que te salvaste», me dijo. «Ese
Benavídez era un hijo puta en serio».
Asentí y me di cuenta de la mentira que
iba a tener que sostener durante años. Así
que ya saben: si no quieren cargar con la

Anestesiólogo. De jovencito torturaba


Víctor Castellano a sus amigos contando historias por
Córdoba, Argentina | 1982 e-mail, ahora aprendió a ser menos
molesto.

Los flacos engordan las anécdotas. |207


SOBREMESA DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO

NI FRÍVOLO
NI SENSIBLE

HERNÁN: Me acuerdo cuando íbamos al videoclub H: Fue duro, Christian Gustavo. Muy duro. Imaginate
Gioscio a alquilar películas... que en los ochenta Chichita lo llevó a mi viejo enga-
CHIRI: ¡Qué tiempos! ñado al estreno de Un hombre y una mujer, de Clau-
de Lelouch.
H: Yo siempre pasaba de largo por la sección de co-
medias románticas, porque no quería que Roberto, C: ¡Esa también es con Trintignant!
mi padre, pensara que yo era un adolescente frívolo H: Y para que él aceptara acompañarla, le dijo que era
y sensible. la historia de un corredor de turismo carretera, que era
C: ¿Decís frívolo y sensible para no decir «puto»? la profesión del protagonista.

H: Es que ya no se puede decir más «puto» en las re- C: ¿Y qué hizo tu papá cuando empezó la peli?
vistas de cultura que son progres, como esta. H: Dice mi vieja que se durmió a los diez minutos, y
C: Sí se puede decir, en tanto lo uses para hacer re- que ella lo despertó, secándose las lágrimas, cuando
ferencia a lo que pensaba tu papá en esa época. Él la película ya había terminado. Cuando mi viejo abrió
pensaba que si veías películas románticas eras puto. los ojos, lo primero que le preguntó fue si Trintignant
No que eras frívolo ni que eras sensible. ¡Hablá con había ganado la carrera.
propiedad! C: Qué hombre raro, tu papá.
H: Ok. H: Estaba en contra de la ficción. Cuando yo era chico
C: ¡Tu papá pensaba que si veías una película román- me daba bronca, ahora creo que tenía una posición
tica, después te culeaba un señor! filosófica respetable.

H: Es verdad. C: ¿Pero lo encaraste alguna vez? ¿Le contaste tu


verdad?
C: Ah. ¿Te culeaba un señor? No sabía.
H: Fue una tarde lluviosa, no me olvido más. Llegué a
H: No. Digo que es verdad que a veces la corrección casa, él estaba mirando un partido de la Primera C por
política no te deja matizar hechos del pasado como televisión, me senté y le dije: «Papá, quiero que sepas
realmente ocurrieron. Pero es así: mi papá pensaba algo». Y ahí nomás saqué la caja de Dirty Dancing que
eso que vos decís y que no voy a repetir por miedo a acababa de alquilar.
que la comunidad de Twitter me cancele.
C: La original, obvio.
C: Pero volviendo al tema: a vos te encantaban las
historias de amor. H: ¡Claro! Patrick Swayze y Jennifer Grey. ¡Hermosa!
Divina ella, divino él, en fin... Te estoy hablando de los
H: ¡Por supuesto! ¡Y me hacían llorar! ¿A quién no le años ochenta…
gusta Cuando Harry conoció a Sally? Nombrame a
una sola persona que no ame a Nora Ephron. C: ¿Y qué pasó?

C: La mayoría de la gente ni sabe quién es. H: Busqué su mirada huidiza y le dije, con la voz tem-
blorosa: «Papá, me gustan las comedias románticas».
H: ¡Pero todo el mundo la ama, aunque no sepa
quién es! C: ¿Y él?

C: Cierto. Porque además de escribir Cuando Harry co- H: Él miró la caja, alzó lentamente la vista hacia mí
noció a Sally escribió un montón de genialidades más. y me dijo, con un tono que no voy a olvidar jamás:
«Siempre supe, hijo mío, que eras redondamente frí-
H: Sintonía de amor y Tienes un e-mail, sin ir más lejos. volo y sensible».
C: De todos modos me quedé pensando en lo que me C: No lo dijo con esas palabras, ¿no?
contabas de tu viejo... ¿Te costó blanquearle a Rober-
to que estabas a favor del romanticismo? H: Lamentablemente no.

208 | Ante cualquier duda googlee a su médico.


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CHICA QUE SE
ENFRENTÓ A UNA VELA
Por Carina Rey Villamil

H abía viajado a Ámsterdam sola. Tenía


veinticuatro años y nunca había estado
tan lejos de mi casa. Pero se suponía que
algo de lo que vendía. Me hubiese gusta-
do decirle que yo quería probar lo que sea
que él se había encajado, pero no me atre-
ya era una adulta. Mucha gente asocia ví. Compré los hongos y nos fuimos a un
Ámsterdam con canales, tulipanes y zonas parque. Yo estaba en ayunas y tenía mu-
rojas. También con porro. Al llegar, me en- chísima hambre, así que me bajé la mitad
contré con una amiga y su novio y, después del paquete como si estuviese comiendo
de haber fumado varias especies distintas, un alfajor. Un rato después, y sin experi-
decidí que quería probar algo un poco más mentar ninguna sensación extraña, fuimos
fuerte. Fuimos a comprar hongos, que tam- a comer pizza.
bién son legales allá. Cuando llegamos a la pizzería, todo
La verdad es que no tenía ni la me- me causaba gracia y ya no recordaba te-
nor idea de cómo se producían o de dón- ner hambre. Nos sentamos en una mesa
de salían los hongos. Ni siquiera sabía que estaba decorada con unos vasitos de
qué forma tenían, pero el chico que nos vidrio verdes con velas y después de un
atendió era muy simpático y parecía te- rato llegó la pizza. Fue en ese momento
ner respuestas para todas mis preguntas. cuando empezaron los verdaderos efec-
También parecía que se había mandado tos: cortar la pizza se había convertido

210 | Una orgía es tener el YouPorn abierto en varias pestañas del Firefox.
DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

en una tarea que parecía requerir el pulso atentos a la guerra fría que ocurría en nues-
de un cirujano. Sentía que los cubiertos tra mesa. Cuando me di vuelta para ver si
se me resbalaban. Era como si me hubiera había algún curioso alrededor, la vela salió
olvidado de qué manera se usaban. Hoy de su caparazón verde y se instaló en mi
puedo afirmar que comer con cubiertos no plato. Agarró los cubiertos y se empezó a
es como andar en bici. comer mi pizza con una precisión que yo
Pero el pequeño protagonismo que te- jamás hubiera logrado bajo los efectos de
nían la pizza y los cubiertos pronto fue los hongos mágicos. La escena me descon-
opacado por una de las velas que decora- certó: la vela ahora parecía inofensiva y se
ba la mesa: era chiquitita, estaba dentro de devoraba la pizza a una velocidad increíble.
uno de los vasitos verdes y me miraba de Tan pronto como terminó de deglutir el úl-
manera fija. No solo me miraba, sino que timo bocado, su llama se apagó de repen-
su actitud era más bien desafiante: me mi- te, dejando un plato vacío y unos cubiertos
raba mal. usados a su lado.
Al principio intenté no prestarle aten- Quiero pensar que, aunque la vela ter-
ción. No le había dado ninguna razón a esa minó logrando lo que quería, esta guerra
vela para que me prepoteara así. Además, no tuvo vencidos ni vencedores. Porque yo
yo era turista y no hablaba una palabra en seguía con hambre, sí; pero a ella, aunque
neerlandés. Pero a la vela tampoco pare- haya sido con la panza llena, se le apagó su
cía gustarle mi indiferencia. Más bien, la llama para siempre.
hacía enojar aún más. Cuando su enojo
ya estaba empezando a afectarme, decidí
defenderme. No fue un contraataque muy
violento, pero sí decidido: ella me hacía
caras frunciendo el ceño, yo la imitaba;
ella torcía una ceja, yo también la torcía.
Tan pronto como
La primera en gruñir fui yo. No me aguan- terminó de deglutir
té. Necesitaba ganar esa pelea. Le gruñí
un buen rato, pero ella no parecía rendir-
el último bocado,
se. Como no tenía voz, sus amenazas eran su llama se apagó
visuales: gesticulaba mucho. Me estaba
toreando, quería pelea y estaba claro que
de repente, dejando
solo le importaba ganar. un plato vacío y
Me olvidé del hambre que sentía. Du-
rante el resto de la noche, a lo único que le
unos cubiertos
presté atención fue al feroz enfrentamiento usados a su lado.
con la vela. Las demás personas empeza-
ban a darse cuenta de que el ambiente se
estaba tensando. No parecían estar del lado
de ninguna de las dos, pero se mantenían

Carina Rey Villamil Traductora y escuchadora de anéc-


Montevideo, Uruguay | 1986 dotas. Impaciente. Mala cantante.

Detuvieron al hippie asesino, la causa se encuentra bajo secreto de sahumerio. |211


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CHORIZO DE LOS
RECUERDOS
Por Carmen Escobar Velarde

E s curioso cómo trabaja la memoria. A mí


me atacan estos recuerdos en situaciones
inesperadas como el domingo cuando es-
Al encuentro le siguieron conversacio-
nes por WhatsApp, generalmente de ma-
drugada, en la que intentábamos presumir
taba comprando unos chorizos para la pa- de cools mientras compartíamos referentes
rrilla familiar. Y así, mientras sostenía uno pop tontos, pero con el suficiente tufillo
de estos, volvió esa madrugada en la que a intelectual como para hacer notar que es-
mis casi cuarenta años, fui testigo de pri- tábamos siendo irónicos. Siguieron más
mera mano (nunca mejor dicho) de lo que salidas, algunas pocas cervezas, películas
se conoce como disfunción eréctil. y mensajes madrugadores.
Se llamaba Lucas. Nos conocimos por Lucas me preguntó qué buscaba yo. Po-
una de esas apps para ligar. Tuvimos una día haberle dicho que la cura para el Sida
primera cita muy de mi gusto: fuimos a o la pastilla anti resaca. Pero le dije que
una exposición de arte en el centro de la quería pasarla bien y darle vuelta pronto.
ciudad, caminamos y terminamos en uno Eso. Darle vuelta, follármelo, tirármelo. A
de esos bares antiguos en donde la comida, lo que él respondió, con una calma que me
el servicio y los tragos son malos y ligera- pareció sexy: «Muy bien. Yo también»
mente tóxicos, pero ahí estábamos porque Lucas aceptó mi invitación a ver pelí-
era purita tradición. Lucas pidió un café. culas en mi departamento. No solo vimos

212 | Terminó la manifestación, nos desconcentramos y no recuerdo más.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

Entonces, intenté reanimar aquello que


colgaba entre sus piernas, lo hice con el
entusiasmo de alguien que intenta revivir
a un ahogado. Nada. Luego le hice cariño,
como cuando intentas hacer fuego con dos
Entonces, intenté palitos de madera o vuelas una cometa.
reanimar aquello Nada. Lucas se acostó a mi lado y me es-
tiraba la piel como si fuera un lienzo en el
que colgaba entre que iba a pintar. Si no lo dije, lo menciono
sus piernas, lo hice ahora: él era pintor. Me midió con sus ma-
nos y procedió a besarme el culo y dejarlo
con el entusiasmo amoratado. El pene seguía flácido, como el
de alguien que chorizo que hoy sostengo.
Salimos un par de veces más. Pero yo
intenta revivir a un no podía quitarme de la cabeza aquella no-
ahogado. Nada. che sin erección. Finalmente, Lucas dejó
de hablarme. Le dije si debía interpretar
Luego le hice su silencio como un adiós (lo dije tal cual
cariño, como porque he visto demasiadas telenovelas) y
que si así era, pues adiós. Bastó que dijera
cuando intentas chau para que Lucas volviera a escribirme
hacer fuego con dos con desesperación mientras me explicaba
que andaba ocupado con su chica.
palitos de madera «Ojalá que con tu chica sí se te pare»,
o vuelas una pensé decirle y estuve a punto de enviarle
un frasco de viagra a su casa. Pero deman-
cometa. Nada. daba demasiada logística.
Aún no consigo superar mi trauma con
los chorizos. Felizmente, la desazón se me
va cuando los arrojo a la parrilla caliente
y veo cómo se achicharran. La desazón se
la película completa, sino que sugirió ver alivia un poco, pero solo un poco, tampoco
otra más. Yo propuse beber y le dije que quiero parecer psicópata.
quería follar, mejor si era de manera rui-
dosa. Él aceptó. Fuimos a mi habitación y
mientras yo me quitaba la ropa, Lucas de-
cía que estaba muy nervioso y que lo ayu-
dara. Le quité la ropa y no lucía ninguna
erección.

Graduada como Comunicadora


Carmen
Social, ejerció el periodismo durante
Escobar Velarde
10 años en el Perú y publicó el libro
Lima, Perú | 1978
de cuentos La única chica del grupo.

Me demandaron por ocaso sexual. |213


Anécdotas mejoradas

LA DEL
FACHO NEGRO
Por Christian Müller Sienra

E l ángel caído se retorcía con sus alas


desplegadas y la vista perdida en el cie-
lo. Yo lo miraba desde el pie de la fuente.
de derecha y de sus contactos con barras
bravas. «Nunca imaginaste encontrarte con
un negro que tenga amigos fachas», me
«Es la única estatua del diablo que hay en dijo. También que era DJ para exorcizar,
Europa», dijo Rafa. Lo conocí ese día en porque «la música amansa a las fieras». Me
Madrid cuando caminaba por el Parque del propuso acompañarlo a comprar merca a
Retiro y le pregunté dónde conseguir unas otro antro. Acodados a la barra había unos
hierbas. Fue hasta un tipo parado en un colombianos que bebieron y comieron a
portal y me trajo una pelotita marrón. Nos cuenta de Rafa. Me pidió cuarenta euros
tomamos unas cervezas y Rafa me contó que prometió devolver. Cuando salimos
que era nieto de un sanguinario exdictador anunció que se había quedado sin dinero.
centroamericano. Con una sonrisa amari- Prometió pagarme la deuda en tragos. Se
lla me enumeró los métodos de su abuelo, nos unió un gordo franquista con cara de
que si quería hacer confesar a alguien lo ganso y me contó más sobre Rafa. Que
llevaba a un estanque con tiburones. Que defendía sus ideas y que antes llevaba una
a él lo habían mandado a entrenar en un esvástica colgando del cuello.
ejército juvenil anticomunista, que un pri- Mientras caminábamos nos mostró una
mo se había suicidado tras luchar en Viet- piedra que tenía en el bolsillo; era para au-
nam. Me habló de una teoría conspirativa mentar la violencia de sus golpes. Acercó
sobre la muerte de Lennon, de sus amigos su cabeza a la mía y enseñó los dientes.

214 | Necrófilo es el que coge y no con vida.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

Mientras caminábamos nos mostró


una piedra que tenía en el bolsillo;
era para aumentar la violencia de sus
golpes. Acercó su cabeza a la mía
y enseñó los dientes.

Igual lo acompañé hasta una discoteca. hacia la salida entre gente más dura que la
Varias mujeres con poca ropa bailaban en estatua del diablo. Me fui pensando en mis
las tarimas. Había humo, pegotes de cerve- cuarenta euros perdidos y en la noche que
za en el piso, gente yendo y viniendo del todavía le esperaba a Rafa.
baño. Entre las sombras se agrandaba, a
cada paso, una figura lenta pero decidida.
«Rafa, hijo, que llevo toda la noche bus-
cándote. La ropa sigue sin lavar y hay que
cambiarle los pañales al abuelo, que otra
vez está hablando de los estanques de ti-
burones». La vi tirar de la oreja del facho
y arrastrarlo fuera de la discoteca entre mi-
radas extrañadas. Vacié el vaso y caminé

Periodista. Productor de The Canna-


Christian Müller Sienra bis Republic of Uruguay y coautor del
Montevideo, Uruguay | 1982 libro Marihuana oficial: crónica de un
experimento uruguayo.

¿Seis polvos? Estás hexagerando. |215


Anécdotas mejoradas

LA DEL
PERRO AL AGUA
Por Fernando Goldberg

P idió sushi y se armó un enorme porro re-


cién comprado que se dispuso a fumar
en el balcón de su 1º «B». Ahí abajo los
en picada desde allá, para luego despegar
torpemente. Desde el balcón, Santi tuvo la
certeza de que el cuadrúpedo iba a caerse
deportistas corrían, pedaleaban; el mar- al agua medio segundo antes que el propio
tes otoñal al solazo del mediodía era una animal. No frena no frena no frena, pensó
postal de las lindas en Puerto Madero. No y chaf: perro al agua desde cinco metros
tardó Santi en colgarse un poco y detener- de altura. Abrió mucho los ojos, su ritmo
se a seguir una de las tantas escenas que cardíaco aceleró. Marcó cada una de las
ofrecía su panorámica: un caniche blanco letras que emitía su lengua seca en tono
ladraba y corría palomas para hacerlas vo- casi inaudible: «¡Noooo, la concha de su
lar. Guau, guau y la paloma volaba, guau madre!». Sus pensamientos iban tan rápi-
guau guau y otra paloma volaba. El perro do que el mundo iba a cámara lenta. Vio
se sentía Dios mientras su dueña, una ru- gente acercarse, vio a la cincuentona gri-
bia cincuentona que caminaba detrás, no tando, vio al perro intentando mantenerse
estaba nada mal. Más adelante, un nutrido a flote, se vio a él mismo mirando todo lo
grupo de palomas pegadas al dique se es- que veía y vio al costado su tabla de surf
pantaba, todas menos una, que dejaba lle- y el traje de neopreno. Su cabeza explota:
gar hasta muy cerca al caniche que venía el aprendizaje, su bisabuelo llegando de

216 | Piedra, papel y tuquera.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

Italia, el Arte de Vivir y la concha de su


madre, Buda, sus perros, todo el camino
recorrido en estos treinta años para llegar
a este momento, a este puto preciso ins-
tante donde el cosmos lo necesitaba. «Lo
salvo», se susurró.
Perro de mierda y la concha de su ma-
dre y la reputa que te parió, serás pelo-
tudo, la concha tuya, y así hilaba putea-
Corrió decidido,
da tras puteada, mientras se vestía torpe su mirada se cruzó
como un clown y se asomaba y el perro
ahí seguía intentando vivir y la cincuen-
con la rubia que no,
tona de pronto estaba buenísima, y esta no podía creer lo
mierda de cierre, perro de mierda y la
concha de tu madre. Abre, cierra, baja,
que veía. Aparecer
corre y atraviesa el hall del edificio des- ahí, así, ahora. Era
calzo, tabla en mano. Salió a la calle. Los
oficinistas almorzando se atragantaban,
un milagro. Tiró la
avanzó unos metros, los gritos aislados de tabla al río y saltó.
aliento eran una hinchada en expansión:
«¡Grande flaco! ¡Dale, sacálo genio más-
ter!», y más cosas que ni entendió, por-
que ya eran cien... o quizás mil, y ahora
es todo el país el que estaba pendiente de
la vida de ese caniche que agonizaba en el
río marrón. Corrió decidido, su mirada se
cruzó con la de la rubia que no, no podía masa de aplausos. Los gritos subieron de
creer lo que veía. Aparecer ahí, así, ahora. nivel, era como ganar un mundial, creyó
Era un milagro. Tiró la tabla al río y saltó. escuchar fuegos artificiales, pero no. Era
Casi sin mojarse ya estaba acostado pe- el timbre. El timbre de casa que, como
gando brazadas hacia el perro de mierda. quien regresa de un coma, lo secó y lo
Se hundía y se hundía, pero Santi llegó. teletransportó nuevamente a su posición
Con otro movimiento exacto lo subió a la original. El delivery ya estaba ahí y el
tabla, casi inconsciente y tosiendo agua el faso era fuerte como le habían dicho.
caniche respiró, tembló y luego lamió la
cara del Supersurfer que ya navegaba ha-
cia las escaleras del otro lado. Lo espera-
ban curiosos, Gendarmería, la rubia y una

Estudió Publicidad. Trabajó de cama-


Fernando Goldberg
rero, asesor inmobiliario, profesor de
Quilmes, Buenos Aires,
tenis, barman, pintor, encuestador y
Argentina | 1978
promotor de Greenpeace.

Cuando estás drogado, el tiempo pasa rápido para no saludarte. |217


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA RISA DURANTE
EL ROBO
Por Gloria Ziegler

R eírte de un ladrón empastillado que te


apunta con su revólver no puede ence-
rrar nada bueno. No importa que sea un
reda de un lado para el otro. La entrada
del tipo no había sido espectacular: gorrita
Nike, paso rápido, directo a la caja. Todo
reflejo nervioso. Hasta esa tarde de 2006, cambió cuando pasó a nuestro costado y
siempre había creído que la risa era inofen- pude ver el arma, asomando por el bolsi-
siva. La mía —una risa atolondrada que se llo de su pantalón. Era evidente. Sé que el
me escapa en los momentos más incómo- viejo también la vio porque enseguida em-
dos— ya me había costado algún ridículo pezó a temblar.
y más de un malentendido. Nada realmente —¡Concha de tu madre, dame la guita!
grave. Ahí, sin embargo, la cosa era distin- —le gritó el tipo al encargado.
ta: estábamos encerrados en una financiera Tenía el revólver en la mano izquierda
del Gran Buenos Aires con un tipo descon- e inclinaba el cuerpo hacia atrás, tratando
trolado. Y yo, tan prudente, lo había em- de controlar que ninguno de los que es-
pujado hasta esa fracción de segundo en la tábamos en la zona de los escritorios se
que alguien decide si aprieta el gatillo o no. moviera.
Los primeros instantes habían sido con- —Tranquilo, tranquilo —le contestó el
fusos. Estaba en uno de los escritorios, encargado, entrecortado, mientras abría la
atendiendo a un viejo con Parkinson que registradora—. Te doy todo.
quería renovar su crédito. Desde mi lugar, Hasta ahí, el azar parecía de mi lado.
alcanzaba a ver a la gente cruzando la ve- Yo, la cajera oficial, había salido para aten-

218 | Un pecado demasiado cometido, ya es tradición.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

der al viejo a pedido del tipo que ahora es-


taba encañonado. Entonces solté la primera
risotada. Todos se voltearon: el encargado
me miraba asustado, el viejo temblaba y el
chorro parecía confundido.
—¿Qué mierda te pasa? —me gritó.
No sé si mi carcajada fue culpa de la
incredulidad o una retorcida reacción de-
fensiva. Tampoco llegué a contestar. Ahí,
sentada, miraba de reojo a la gente que ca-
minaba por la vereda, una detrás de otra,
sin sospechar nada. Y luego, al chorro, que Todo resultaba
ya me estaba apuntando. demasiado rápido
—¿Qué mierda me mirás? —insistió,
nervioso. e irracional como
Las palabras no me salían. Pero no era para sentir miedo.
por miedo. Todo resultaba demasiado rá-
pido e irracional como para sentir miedo. El tipo drogadísimo,
El tipo drogadísimo, el local diminuto, la el local diminuto,
hora pico. Hacía el repaso mental y no po-
día creer que se arriesgara así, solo. Parecía la hora pico. Hacía
un mal chiste. el repaso mental
Entonces el ladrón —ya con la bolsa
de nylon cargada de plata en la mano— y no podía creer
empezó a caminar hacia el escritorio. Nos
apuntaba al viejo y a mí, como si de no-
que se arriesgara
sotros dependiera algo. Pero entonces re- así, solo. Parecía
paró en aquel hombre, que temblequeaba
como a punto de sufrir un ataque. Lo que
un mal chiste.
siguió fue aun más extraño: el tipo le gui-
ñó un ojo. Luego bajó el arma y salió a
toda carrera.
Adentro se hizo un silencio. Seguíamos
aturdidos. Tiesos en nuestros sitios, tra-
tábamos de entender qué había ocurrido.
Cuando nos reincorporamos ya no había
nada más que hacer. Y el viejo con Par-
kinson se fue caminando por la vereda, sin
temblar, más erguido que nunca.

Estudió periodismo en TEA. Desde


Gloria Ziegler
entonces, sus textos han aparecido
Ciudad de Buenos Aires,
en medios de Argentina, Colombia
Argentina | 1985
y Perú.

Habría que hacer cacerolazos contra la contaminación sonora. |219


Anécdotas mejoradas

LA DEL
VIEJO QUE
FUMABA PORRO
Por Ítalo Carrera Candela

H ace varios años, aquí en Lima, solía ir


a emborracharme varias noches a la se-
mana a un bar de nombre argentino. En esa
ese momento comenzaba a contar historias
alucinantes y se convertía en la principal
atracción del lugar.
época recién se comenzaba a prohibir el Una noche llegué al bar con mis amigas,
consumo de tabaco en los lugares públicos subimos a la terraza y comenzamos a tomar.
y este lugar era una especie de oasis, ya que Cuando ya estábamos en la quinta botella y
era uno de los pocos donde aún te dejaban la vida nos parecía hermosa, se acercó Ma-
fumar en su terraza mientras te emborra- nuel. Ya no había nadie en el lugar y la hora
chabas. Iba siempre con dos amigas, una de cierre estaba cerca.
tranquilita como una beata y una alcohólica Manuel vino como siempre, sonriendo,
como yo en esos años. Comíamos pasta y tambaleándose y con una copa en la mano.
tomábamos vino hasta acabar en un esta- «A vos siempre te veo por acá ¿Cómo es
do deplorable. Hasta ahora no entiendo qué que te llamás?», le preguntó Manuel a una
hacía Silvana, la beata, con nosotros dos. de mis amigas. «Giovanna», contestó ella.
Supongo que reírse de nuestra borrachera. «Ah, Giovanna. Giovanna la vietna-
El bar era administrado por Manuel, un mita». Nos quedamos mirándolo sin sa-
viejo argentino excéntrico y enamorador, ber qué responder. Manuel jaló una silla,
que siempre andaba rondando las mesas, la acercó a la mesa y se sentó, le pidió a
soltando piropos a las chicas mientras se uno de sus mozos una botella más de vino
tomaba el trago que encontraba. Casi to- y continuó. «Entonces, Giovanna, ¿sabés
das las noches, cerca de la hora del cierre, que tengo un sueño contigo? No un sue-
Manuel ya estaba bastante borracho. En ño, una fantasía. ¿Ves ese sillón de allá?

220 | Sexo seguro que no.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

Siempre que te veo por aquí te imagino experta roleadora. Cuando acabó de armarlo
en ese sillón, estás echada, completamente se lo pasó a Manuel, este lo encendió, le dio
tumbada, vestida con un traje transparente una calada profunda, aguantó el aire y estiró
y rodeada de luces pequeñitas, como luce- la mano mientras le decía a Silvana: «Eres
citas de navidad. Te veo exótica. Distante. perfecta, déjame que te toque las tetas».
Inalcanzable. Exótica como una prostituta, Giovanna indignada se levantó de la silla y
como una prostituta vietnamita». empujó a Manuel. «Qué agarras, viejo fu-
Giovanna enmudeció mientras los de- món», le dijo. «Si a los viejos de tu edad ya
más nos cagábamos de risa, se levantó ni se les para».
de la mesa para irse. Yo corrí tras ella y Manuel se levantó de su silla: «Claro
la tomé del brazo. «Vamos a joder a este que se me para, esperate que te enseño». Se
viejo», le dije. «Tú quieres tomar más y yo bajó el pantalón y dejó al aire todas sus me-
también, él es el dueño y puede sacar más nudencias. Un pene arrugado y diminuto ro-
tragos. Vamos a cagarnos de risa con él un deado de una mata gris. Nosotros nos para-
rato para que nos saque unas botellas más mos medio asqueados mientras Giovanna se
y luego nos vamos». Giovanna, que era al- cagaba de risa señalando a Manuel. «Miren
cohólica como yo, aceptó. Regresamos a esa huevada toda arrugada», le dijo. «Espe-
la mesa justo cuando Manuel cambiaba de rá que se levanta», contestó Manuel. «Qué
víctima, ahora estaba tratando de enamorar se va a levantar si ni tú puedes estar para-
a Silvana, la tranquilita del grupo. do». Manuel trató de correr hacia Giovanna
«Qué bonita que sos», le decía mientras con los pantalones abajo, se tropezó y cayó
alargaba la mano para acariciarle el pelo. de cara contra la mesa. Entonces cogimos
«Y ese escote, uy ese escote está divino». las botellas de vino que quedaban, Silvana
Silvina miró a Manuel a los ojos mientras cogió el porro y corrimos hacia la escalera
le decía que pida disculpas. Le dijo que se mientras Manuel gritaba. «¡No se lleven mi
sentía incómoda y que la única manera de porro! ¡Vietnamita de mierda, te llevás mi
solucionar este impase era trayendo un par porro y te busco en donde sea!». Bajamos
de botellas del mejor vino que tuviese en al primer piso mientras el único mozo que
su local. «Solo así te vamos a perdonar», le quedaba en el local, y que había visto toda
dijo. Manuel accedió, pidió dos botellas de la escena, se reía en silencio en una esquina.
vino más, mientras se disculpaba con Sil- Hace pocos días pasé por la puerta del
vana. «Qué les parece si para relajarnos un bar, ahora ya no existe, solo queda una casa
poco saco un porro. El único problema es abandonada. Manuel murió hace un tiempo
que estoy tan borracho que no lo voy a po- y a esas amigas no las veo más. Yo ya no
der armar». Silva le dijo que lo armaba ella. tomo como antes, el vino me da sueño y las
La reacción de Silvana nos sorprendió. resacas son fatales. Ahora voy en camino a
Cogió la yerba, tomó el papel y comenzó convertirme en un viejo, ojalá logre ser un
a armar el mejor porro que habíamos visto viejo tan feliz como lo fue Manuel.
en nuestras vidas. Silvana la tranquilita, Sil-
vana la que no mataba una mosca, era una

Ítalo Carrera Candela Comunicador, sagitariano, profesor


Lima, Perú | 1979 de ética y productor audiovisual.

Sexo casual, sexo de etiqueta. |221


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA PRIMERA VEZ
CON EL PAVO
Por Javier Polanco

E so era lo primero que me decía el Pavo


cuando nos encontrábamos. Cada vez
que lo decía me mostraba la llave de su
hacerlo. Más cerveza, más ron, más pisco,
más alcohol y él más veces se paraba para
ir al baño. Nadie lo podía acompañar, y él
carro. Solo eso. Y yo sabía bien lo que regresaba siempre con la boca doblada,
significaba. Esa llave era la herramienta como si un dentista le hubiera anestesiado
para desvirgar mi nariz, para «romperme las muelas con un taladro.
la ñata». El Pavo no usaba una tarjeta de Nadie en el grupo imaginaba lo que
crédito, sino una llave. pasaba. Pero mientras más lo conocíamos,
La coca entró en mi vida un verano. nos íbamos dando cuenta. Algo pasaba en
Todo por culpa del Pavo. Él era nuevo en la el baño, evidentemente, porque cuando el
ciudad y, luego de varias amanecidas me- Pavo regresaba de ahí no podía contener
morables, se hizo parte de nuestro grupo. las muecas. Y un lado de la boca —esa
Era gracioso. Le gustaba la cerveza, nos boca—, se le torcía hasta el costado de una
caía bien. Sin que nos diéramos cuenta, se de las orejas. La izquierda o la derecha,
integró a la mancha y a veces hasta decidía daba lo mismo, o ya no lo recuerdo bien.
qué hacíamos o qué dejábamos de hacer. Ahí empezamos a alucinarlo.
Cuando arrancaba la noche, él era el Ni los chicles lo ayudaban a evitar la
primero en ir a orinar. No pedía permiso, «muequeada».
no decía ya vengo. Nada. Cervezas, ron o Lo conversamos entre nosotros, pero no
pisco. Siempre era el primero en ir a orinar lo teníamos claro. Éramos inocentes, chi-
y siempre era al que más tiempo le tomaba cos de provincia. Éramos un poco monses.

222 | Dejar las drogas pesadas, de puro flojo.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

O no lo queríamos creer. Solo faltaba que


lo hiciera frente a nosotros. Y eso pasó en
una noche playera.
—Muchachos —dijo—, la hora del
chocolate.
Se cagó de risa. Al fin se había animado
a coquearse delante de sus amigos. A me-
terse sus buenos tiros. Sacó su falso y le
Nosotros,
metió a la ñata la llave de su carro. Directo alrededor de él,
a su fosa derecha. Juá. Repitió la operación
y se metió la llave a la fosa izquierda. Juá,
mudos y mirándolo.
juá. Realmente lo disfrutaba, el granputa. Ya habíamos
Nosotros, alrededor de él, mudos y mi-
rándolo. Ya habíamos fumado marihuana,
fumado marihuana,
pero nunca nos habíamos metido coca. Era pero nunca nos
otra cancha. Era la cancha del Pavo. Mar-
co siempre había sido el más mandado del
habíamos metido
grupo y fue el primero que le pidió. coca. Era otra
—Ya pues, Pavo, rómpeme la ñata.
Kike también se mandó. cancha. Era la
—Ahora me toca. cancha del Pavo.
Esa noche nadie más cayó. Al día si-
guiente, Arturo y el Flaco se apuntaron.
Solo faltaba yo. Me cagaba de miedo. So-
bre todo tenía miedo de que me guste.
—Hoy te toca.
El Pavo me lo repetía cada noche. Ya
habían pasado varias semanas y yo seguía Hasta que una noche me tomé dos che-
siendo el único del grupo que le faltaba. las, agarré la llave de mi carro y le dije al
Me mostraba la llave de su carro. Pavo que me acompañara al baño. A la
—¡Voy a ser tu padrino, huevón! —me mierda, pensé. Él me miró feliz, como un
gritaba. padrino orgulloso.
El resto del grupo también había empe-
zado a joderme con el asunto. Eres el úni-
co que falta, me decían. Solo es para que
pruebes, no seas cabro. Pero yo no caía.

Javier Polanco
Hasta quemar el último cartucho.
Tacna, Perú | 1975

El sexo entre perversos no crea lazos afectivos, sino lealtades. |223


Anécdotas mejoradas

LA DEL
MEO VENGATIVO
Por Luz García

N os habíamos juntado en la casa de Ya-


mile, con la Corcho y Yésica. El único
varón presente era el Fitti. Empezamos a
a bóveda y la cara repleta de granos. Mi
viejo siempre decía: «¿Facundo es ese pibe
que cuando le das un chupón salís escu-
chupar lo que había. Los pedos adolescen- piendo pus?». Les comunicamos que el
tes eran siempre con lo que hubiese en la Fitti había huido en dirección desconocida
casa. En este caso, un licor de menta que y mis compañeros y Facundo salieron en
nos empedó lo necesario como para ir a la su búsqueda, a pie y por la plaza. «No pue-
plaza a juntarnos con el resto de los com- den ser tan pelotudos, en la plaza no está,
pañeros. Íbamos al baile de egresados que nosotros estamos en la plaza. El Fitti se fue
se hacía en un club del centro. Nosotras al carajo», pensé. Lo mismo daba porque
éramos mujeres de escuela técnica. Quie- eran bastante huevones todos y el que no,
nes hayan ido a una escuela técnica en- estaba ya bastante borracho. Si querían
tenderán qué quiero decir. Caminábamos buscar al Fitti por la plaza, que lo busca-
llevando al Fitti del brazo, como caminan ran. Luis, que era amigo posta, revisaba en
las parejas de viejos. A las tres cuadras el la copa de los árboles y se cagaba de risa
Fitti enloqueció, nos metió un codazo en solo. Así se fueron perdiendo todos menos
el estómago, salió corriendo y se perdió en nosotras, que nos metimos en el auto del
la noche de ese barrio fantasma. Huyó tan grupo.
rapido que ninguna pensó en seguirlo. El auto del grupo era una antigüedad
Llegamos a la plaza donde estaban los que habíamos comprado con el fin de tras-
chicos, entre ellos Facundo: pelo largo por ladarnos a los bailes. Se usaba eso: que tu
la cintura, dientes amarillos patito, aliento grupo de escuela comprara por dos mangos

224 | Me aburre coger porque ya sé cómo termina.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

uno de los autos que se iban pasando de ge-


neración en generación para esos fines. Fa-
cundo había conseguido este, había puesto
más de la mitad de la guita y nosotros el
resto. Como era el accionista mayoritario
se creyó con todo el derecho a decidir dic-
Como era el tatorialmente sobre los movimientos del
accionista vehículo. A mí me chupaba un huevo el
auto, si al final casi ni andaba, pero me re-
mayoritario se ventaba la actitud de Facundo que se creía
creyó con todo el Don Johnson en la Ferrari. Nos echamos
adentro del coche, a esperar mientras vol-
derecho a decidir vían los chicos. Y ahí me iluminé: «¿Che,
dictatorialmente y si le meamos el auto a Facundo?». Una-
nimidad de votos a favor. Se lo merecía
sobre los por hijo de puta. Por creerse el líder sin
movimientos del que nadie se lo pidiera. Por tener ese auto
de mierda y hacerse el banana. Porque una
vehículo. A mí me vez Yami se partió la nariz contra un árbol,
chupaba un huevo de mamada que estaba, y el muy conchu-
do dijo: «Yo no tengo nafta para llevarla al
el auto, si al final hospital», pero bien que se la quería coger.
casi ni andaba, pero Se merecía que le meáramos el auto como
perros marcando territorio.
me reventaba la La primera fue ella, Yamile, que estaba
actitud de Facundo sentada adelante. Se agachó y meó el piso
del auto. La siguió la Corcho, llorando de
que se creía Don risa y luego Yésica, mientras las otras ha-
Johnson en la cíamos de campana por si volvía alguien.
Cuando me estaba bajando los pantalones
Ferrari. llegaron los chicos y me cagaron la joda.
Me acuerdo de la risa sofocada cuando uno
de ellos dijo: «¿Qué es esto? ¡Está todo
mojado! ¿Es agua?». El Fitti nunca apare-
ció esa noche. Después nos contó que se
fue derecho a su casa y se acostó a dormir
completamente en pedo.

Luz García Profesora de Teatro. Jefa de Trabajos


Tandil, Buens Aires, Prácticos en la Facultad de Arte de
Argentina | 1978 Unicen. Dicta talleres de dramaturgia.

Cojo mal para que no se enamoren de mí. |225


Anécdotas mejoradas

LA DEL
RECITAL DE LA RENGA
Por Martín Guazzaroni

E ra el primer año que con el Vasco y el


Gordo vivíamos en Buenos Aires. Ve-
níamos de General Pico, La Pampa, una
una multitud cantando a viva voz una can-
ción de aliento para la banda. Tenía versos
dedicados al porro y a la violencia poli-
pequeña ciudad de sesenta mil habitantes cial. Eran ciento cincuenta personas que
al norte de la provincia. Tocaba La Renga venían hacia nosotros y buscaban lo mis-
en La Plata y no lo dudamos. Allá fuimos. mo: llegar a tiempo para ver a La Renga.
El plan era tomar el fernet mientras Su alegría nos contagió casi al instante.
averiguábamos cómo ir hasta el autódromo Las bebidas pasaban de mano en mano y
donde iba a tocar la banda. El Vasco tenía la hermandad afloraba. Hasta que los va-
una bandera roja como capa, el Gordo ves- sos improvisados empezaron a vaciarse.
tía orgulloso su clásica campera blanca de El Gordo, acostumbrado a empezar canti-
algodón que llevaba a todos los recitales. tos en la cancha, no lo dudó y gritó: «¡Va-
La misma que alguna vez había tenido una mos al chino!». Todos se miraron, asintie-
imagen de Pappo estampada en la espalda. ron con sus cabezas y enseguida gritaron
Un poco nos perdimos y otro poco na- que sí, que irían. Inmediatamente, más de
die supo indicarnos. Se hacía tarde y no un tercio del grupo se cruzó al super chi-
encontrábamos la forma de llegar hasta el no de enfrente y en menos de un minuto
show en transporte público. En ese mo- saquearon completa la góndola de vino y
mento, en una parada de colectivos que no las dos heladeras que estaban cerca de la
era la indicada, escuchamos a lo lejos a puerta.

226 | El órgano sexual más importante es el otro.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

Atónitos, no sabíamos si escapar del


lugar o quedarnos para ver de qué manera
llegaban ellos hasta el recital. Esperamos
al Gordo que lo habíamos perdido en el re-
vuelo, y no terminamos de debatir, que un
grupo paró el primer colectivo que pasó.
Uno de una línea cualquiera. Entre dos o
Entre dos o tres tres le sugirieron al conductor que haga
le sugirieron al una excepción y cambiara por única vez
su recorrido y se dirigiera al autódromo.
conductor que haga Mientras tanto, los otros ciento cincuenta
una excepción y intentaban caber todos adentro del bus con
sus bebidas recién abiertas. No quedó lugar
cambiara por única para nosotros, claro. Vimos irse el colecti-
vez su recorrido vo a diez centímetros del asfalto con gente
colgada de todas las puertas y ventanas.
y se dirigiera Seguíamos sin resolver cómo llegar.
al autódromo. En eso, un remisero trucho, frenó y nos
dijo: «Por cien pesos cada uno los llevo».
Mientras tanto, Era carísimo para nosotros, pero no
los otros ciento teníamos otra opción. Juntamos la plata y
nos subimos. El remisero manejaba rápido
cincuenta y con movimientos bruscos. En una esqui-
intentaban caber na frenó el auto de golpe y el Gordo, que
no había hablado en todo el trayecto, largó
todos adentro del una puteada al aire. Con el Vasco lo mira-
bus con sus bebidas mos al mismo tiempo. Tenía un vino tinto
en caja en la mano y se miraba la campera
recién abiertas. toda manchada.
Casi a la misma vez, le preguntamos:
«¿De dónde sacaste ese vino?».
«Mala mía», respondió al toque. Y sin
sacar la mirada de su campera agregó:
«Tendría que haber manoteado uno blanco,
que por lo menos no mancha».

Heredó su afición por la lectura de


Martín Guazzaroni su abuela Raquel. Habla de sí mismo
General Pico, La Pampa, en tercera persona para parecerse a
Argentina | 1993 Riquelme.

Fui a comprar el libro «corro todos los días», pero estaba agotado. |227
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CULPA DE UNA FARMACIA
Por Sebastián Guzmán

U na noche, R me dijo que él había llegado


al pueblo por un quilombo en Buenos
Aires. Así me contó la historia:
Cuando estábamos llegando, Z me in-
dicó que frenara antes de la farmacia. Me
quedé con el pie en el cordón de la vere-
Un martes a la tarde, estábamos en la da, la moto en primera y el corazón a mil.
esquina donde siempre nos juntábamos a Tardaba en salir y yo escuchaba sirenas,
tomar birra y fumar unos porros con los pensé en abandonar, pero pudo más mi
pibes después del laburo. Pero ese día en amistad y me quedé. Las sirenas se ale-
lugar de birra tomamos vino, porque los jaban, así que me tranquilicé mientras la
pibes habían robado un almacén y tenían moto seguía encendida. Z salió corriendo
varios tintos. Le pusimos pastillas al vino con dos bolsas llenas.
y a la nochecita ya estabamos re locos, «Vamos a X» , me dijo. «Ni en pedo»,
cuando cayó Z. Nos contó que conocía le contesté. «Nos queda trasmano ir ahí»,
una farmacia en B que no tenía vigilante le dije. Nos fuimos para mi casa. La pri-
y que quería ir a reventarla. Los pibes no mera bolsa que abrí estaba llena de paña-
le hicieron caso. Pero yo sí, estaba encen- les, mamaderas y hasta un nebulizador.
dido y le pregunté cuánta guita pensaba Cuando abrí la otra encontré cajas de pas-
que había. Me dijo que no sabía. Nos to- tillas. Guita no había mucha, pero podía-
mamos lo que quedaba en el cartón y nos mos venderlas y sacar algunos mangos.
subimos a mi moto. Estuvimos hasta el sábado metiéndonos

228 | —¡Justicia para todos! —No alcanza, señor.


DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

pastillas con vino y birras. Pasaron los


días volando.
Por la noche estábamos todos en el
bar cerca de la estación y se armó bondi
con los pibes de V. Cuando los vi entrar
a dos de ellos, M y P, sabía que venían
por revancha. No podes esquivar eterna-
mente los problemas en un mismo barrio.
Me hice el boludo y me fui para la puerta,
en dos minutos estaba en la moto yendo No podes
para casa. Llegué, abrí el armario y saqué
el fierro. Mi vieja me gritó desde la cama
esquivar
algo que no entendí. Salí, me subí a la eternamente los
moto y fui para el bar. Cuando llegué se
estaban peleando Z contra P y M, y tam- problemas en un
bién contra T. Entonces saqué el fierro y mismo barrio.
empecé a disparar. Corrieron todos menos
M, que quedó en el suelo boca abajo. Yo Me hice el
estaba aturdido, escuchaba gritos mientras boludo y me fui
también corría. Me subí a la moto, levanté
a Z que estaba en la esquina y arranqué para la puerta,
mientras me gritaba: «Lo mataste, lo ma- en dos minutos
taste la concha de tu madre», y me pegaba
en la espalda. estaba en la moto
Llegamos a lo de Y. Mientras Z llora- yendo para casa.
ba y decía que nos iban a venir a buscar
y a matar, conté como pude lo que había Llegué, abrí
pasado a los que estaban ahí. Me sentaron el armario y
a la fuerza en una silla y me afeitaron.
A la madrugada me pusieron en un auto saqué el fierro.
con un tipo que no conocía, el loco me dijo
que me sentara atrás, que había cigarros y
que me calmara. Bajé un poco la ventani-
lla, me ardían los ojos por el humo. Mien-
tras sonaba «Tarea Fina», de Los Redon-
dos en los parlantes del coche, temblaba
imaginando a M tirado rígido en la vereda
esperando a que llegara el juez.

Sebastián Guzmán
Se crió en Villa Adelina. Desde 2004
Ciudad de Buenos Aires,
reside en Barcelona.
Argentina | 1977

Antes daban asco. Ahora te lo cobran. |229


SOBREMESA DE LAS DROGAS, EL SEXO Y EL ROCANROL

VIEJOS
SON LOS
CHISTES

HERNÁN: Salimos de historias de sexo y entramos a H: Los vecinos de Benidorm no piensan lo mismo. Se
historias imposibles, querido amigo. Pero me pregun- quejan, porque los viejos les mean las veredas, o tiran
to, ¿no son la misma cosa a nuestra edad? los pañales para adultos en cualquier parte, gritan a la
CHIRI: Me da mucho odio cuando decís algo que vos noche y nos los dejan dormir, ponen música al palo,
creés que es inteligente, y no solo que es una pelo- corren picadas en jeeps con las peladas al viento...
tudez sino que ponés un gesto medio arrolonado, de C: ¡Qué vigilantes son siempre los vecinos de las ciu-
párpados caídos. Te cagaría a sopapos. dades costeras!
H: ¿Gesto arrolonado? No conozco ese adjetivo. H: Sí. Se la pasan haciendo la denuncia y no los dejan
C: Es la cara que pone Gabriel Rolón cuando dice co- morir en paz, a los pobres viejitos ingleses...
sas que él piensa que son profundas. C: ¿Vos fuiste alguna vez a Benidorm?
H: ¿Así? H: Todavía no, estoy esperando a jubilarme. Pero por
C: No. Ese es gesto de Nicole Kidman en plano corto. lo pronto pienso mandar a mi vieja, que ya cumplió
setenta y le va a encantar.
H: Puta. No me sale el gesto arrolonado. ¿Así?
C: ¡Ahí está, lo descubrí! Esa es la cara que ponés
C: No, tampoco. Ese es gesto de vieja de setenta que
cuando intentás hacer gesto arrolonado.
le están chupando la concha.
H: ¿Qué cara pongo?
H: A propósito de adultos mayores en situación de
goce. Hay una playa española famosa porque todos C: Ponés cara de tu vieja cuando le están haciendo el
los veranos los turistas la convierten en un escenario cunnilingus.
descontrolado de sexo, droga y rock and roll. Princi- H: Retirá ese chiste de la sobremesa.
palmente, turistas ingleses. C: Dale, boludo, no te hagás el ofendido. Si hablar de
C: Pero eso pasa en muchos lugares, no es novedad. la sexualidad de tu mamá es una de las diversiones
H: Salvo que en este lugar que te digo, que se llama más recurrentes de nuestra adolescencia, y nunca ja-
Benidorm y está en Alicante, los que se descontrolan más te ofendió.
tienen setenta años promedio. H: No importa. Una cosa es el humor que manejába-
C: Mentira. mos en esa época, en donde cruzábamos límites por
el puro placer de la provocación, y otra cosa es este
H: ¡Te lo juro! Toman merca, éxtasis, fuman porro, vo-
presente civilizado que supimos erigir.
mitan en la calle, en la playa los viejos chupan concha,
se agarran a las piñas a la salida de los boliches, todo C: ¿Estás exagerando tu indignación, verdad?
como si tuvieran veinte años. ¡Y son jubilados! H: ¡Por supuesto, soy un progre de este siglo! Así que
C: ¡Qué maravilla! no me importa que ahora salgas a decir que hacías
esos chistes en la juventud y que ya no pensás así.
H: Pensá que estos viejos tuvieron un promedio de
¡Lo único que importa es que se note que estoy muy
veinte años en los alocados setenta, algunos habrán
indignado y del lado del bien!
vivido incluso el descontrol de los ochenta en Inglate-
rra, es lógico que de grandes quieran revivir sus años C: Boludo, sosegáte, parecés redactor de portal de
dorados. espectáculos.
C: Más de uno debe haber palmado ahí, ¿no? Debe H: Estás cancelado.
ser lindo morir en medio de una fiesta loca, en las pla-
yas de Alicante, con la dentadura postiza en una vere-
da y vos en la otra...

230 | Que no le vendan cualquier pecado. Exija el pecado original.


Anécdotas mejoradas

LA DEL
PERRO AMAESTRADO
Por Carla García

Y o buscaba un animal amaestrado que


pudiera actuar en un cortometraje. Mi
primera gestión había sido escribir: «Bus-
¿Dónde podía conseguir un perro actor?
Como la desesperación es creativa, des-
pués de mucho googlear, se me ocurrió que
co perro amaestrado», en el MSN de Hot- los perros actores trabajan principalmente
mail (que era una súper red social de ese en circos. Fue así que encontré en internet
entonces). De inmediato, un amigo volun- al Sindicato Único de Payasos del Perú.
tarioso me proporcionó el número de una Llamé al número que consignaban, expli-
reconocida entrenadora de perros con ca- qué mi necesidad al primero que contestó y
rrera certificada de drama, título y mem- dejé mi contacto telefónico, a ver qué pasa-
bresía del gremio. Rápidamente supe que ba. Solo veinte minutos pasaron hasta que
el presupuesto por escena de esos perritos volvió a sonar el teléfono. El que llamaba
Pitt o Cruise excedía el presupuesto total era un hombre que en un primer momen-
del cortometraje. to se identificó como Álvaro. Decía que lo
La siguiente acción de búsqueda con- llamaron del Sindicato porque alguien es-
sistió en escribir en Facebook: «Busco taba buscando un perro amaestrado.
perrito amaestrado», esperando conseguir —A ver dígame, señorita —me dijo Ál-
algún dato. Pero eso solo sirvió para recibir varo por teléfono—, ¿qué características,
jugosas ofertas de caballeros con deseos de más o menos, debe tener el perro?
seguir órdenes. —Mire, Álvaro…

232 | Si hacés mal la danza de la lluvia, caen lanzas de punta.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

«Mire, Vasito, necesito un perro que no sea muy


grande, que sepa subir y bajar de una silla,
mirar fijamente a un lugar, caminar hasta llegar
a una marca y quedarse detenido ahí. Que haga
gracias y que ladre según se le pida».

—Llámeme Vasito, nomás —me inte- carácter. El corto quedó impecable, se lla-
rrumpió—, que es mi nombre artístico. ma El Fin de Edmundo. Hoy, años después
Nadie me dice Álvaro. del último día de filmación, todavía me
—Ya. Mire, Vasito, necesito un perro siguen llegando correos con invitaciones
que no sea muy grande, que sepa subir a eventos y convocatorias del Sindicato
y bajar de una silla, mirar fijamente a un Único de Payasos Peruanos. Desde aquella
lugar, caminar hasta llegar a una marca y primera llamada, me convertí en una orgu-
quedarse detenido ahí. Que haga gracias y llosa integrante de su base de datos.
que ladre según se le pida.
—Ah, no, señorita —respondió Vasi-
to—. El perrito que yo tengo es chiquito,
blanco y bien bonito, pero no hace ninguna
de las cosas que usted necesita: solo salta a
través de un aro y baila dando vueltas con
una falda tutú puesta.
Hablé con Vasito varias veces más, no
sé si por necesidades de la producción o por
pura curiosidad. Respecto al rodaje, conse-
guimos un perro con buena disposición y
lo entrenamos hasta volverlo un actor de

Carla García
Lima, Perú | 1975

De la locura bien canalizada se da cuenta poca gente. |233


Anécdotas mejoradas

LA DEL
VIAJE AL COSMOS
Por Carlos Sederino

W ikipedia dice que el universo se origi-


nó hace 13.800 millones de años, en un
instante definido. Luego, el astrónomo Ed-
de neutrones. Se escuchó: «¡Kuky!». Mi
vieja giró y vio que la Minujín se acercaba
hacia ellas. «Sí, Kuky, a vos. ¡Hola!», dijo.
win Hubble confirmó que el universo aún se «Esta mina está loca, ¿qué le pasa?», su-
estaba expandiendo, fenómeno que Alberto surró mi madre. «Ni idea», contestó mi tía
Einstein, con la teoría de la relatividad, ha- Negrita. Entonces Minujín agregó: «Hola
bía predicho antes. Sin embargo, el propio Kuky, no te asustes. Yo te conozco. Sabía
Einstein no creyó en sus resultados, ya que que esto iba a pasar». Mi vieja, muda. Mi
le parecía absurdo que el universo se encon- tía, conteniendo el pis. «Disculpáme», dijo
trara en expansión. Eso está por verse. Kuky. «No nos conocemos». Mi mamá y
Buenos Aires, 1996. Mi vieja, la Kuky, la tía pensaron que era joda, que alguien
paseaba sin rumbo con mi tía la Negrita. le había aportado datos o que había estado
Entraron a una muestra de arte y se pusie- escuchándolas. Marta hablaba sin pausa:
ron al día mientras curioseaban pinturas y «Sí, te conozco, porque somos hermanas
esculturas. De repente, mi tía dijo: «Mirá, cósmicas. La vida nos iba a reunir». Las
la Marta Minujín, ja». Marta Minujín, la hermanas le siguieron la corriente. «Bue-
excéntrica artista plástica, charlaba con no, gracias, ¿de dónde me conocés?», pre-
amigos de turno. «Qué personaje, grosa, guntó Kuky. «De la energía, del arte. Sé
pero pirada», contestó mi madre. Las her- que venís de Córdoba y tenés dos hijos»,
manas siguieron en la suya, entre canapé y contestó Minujín. Ahí mi madre se trans-
vinito, charlando como en una peluquería. formó. Se asustó, al igual que mi tía. Am-
A los cinco minutos se produjo el choque bos datos eran ciertos.

234 | Cuando Carl Sagan tenía hambre buscaba Estrellas Michelin.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

Minujín agregó: «Me pone contenta


verte. Somos hermanas cósmicas. Yo artis-
ta, vos arquitecta y acá estamos. ¡Dejáme
abrazarte!». La tía Negrita pensaba en la
dosis de droga o de brindis que llevaba a
esa altura la nueva integrante de la familia.
Mi vieja, asustada porque era todo cierto,
respondía por respeto. Entonces Marta le
dijo: «Esto es único, pero efímero. Hay que
eternizarlo. Te voy a regalar arte, sé que te
gusta. Nos conecta». Minujín vio una co-
lumna de pie con un mantel circular donde
los mozos dejaban la comida. Lo levantó y
empezó a dibujar con marcador rostros de
su clásica obra fragmentada, con perfiles
repetidos. Combinando colores, escribió
la frase: «Para Kuky: el arte está en todas
partes. Marta Minujín, 1996». El momen-
to duró algunos minutos más y en silencio.
Minujín no tiró más datos y mi vieja estaba
bloqueada, muda y embolada. No quería y darlo vuelta, una pequeña partícula del
saber nada más. universo me cacheteó la vista cuando leí:
Al poco tiempo, le comentaron que un «¡No lo vendas sobrino cósmico!».
Minujín tiene tanto valor como la cantidad
de protones y neutrones del Big Bang. Sin
dar bola, lo enmarcó en un vidrio y lo col-
gó en el living de casa. Algunos opinólo-
gos, dicen que el cuadro vale millones y
que cuando Marta parta a otra galaxia, co-
tizará en bolsa. La Kuky, desde hace unos
años, ya no está. Cada vez que he querido
contactar a la tía cósmica para develar este
hilo misterioso, los planetas no solo no se
alinearon, sino que se desintegraron.
Con el tiempo, coleccioné deudas que
me hicieron imaginar alguna subasta o ven-
ta millonaria de la obra misteriosa. Como
no conseguía guita extra, un día tomé valor
para descolgar el cuadro luego de 22 años
y llevarlo a algunos tasadores. Al bajarlo

Carlos Sederino Puntero derecho frustrado, casi ba-


Godoy Cruz, Mendoza terista de banda emergente. DJ de
Argentina | 1978 turno.

El simulacro de incendio sirve para saber qué hacer si alguien descubre el fuego. |235
Anécdotas mejoradas

LA DEL
PORQUÉ DE VIBORITA
Por Cristian Bozzo

—P erro, ¿está Debiase? —le pregunté


al pañolero.
—Está en metrología, con los jerarcas.
Estrecho manos y le entrego una tarjeta
a cada uno. Entonces escucho lo que temía:
—¿Y por qué te dicen Viborita? —me
—Vuelvo después. pregunta el ingeniero Salazar
—Viborita, todo bien —me respon- Inmediatamente empiezo a sudar.
dió—, no están de reunión. Recién fui para —Dale, che —me presiona Debiase—.
que me aprueben una OT y se estaban ca- Contale al ingeniero por qué te dicen así.
gando de risa de no sé qué boludez en in- No me quedó otra, así que le expliqué
ternet. que cuando tenía dieciocho años estaba ju-
Efectivamente, desde la ventana se los gando una especie de final en la cuarta di-
ve a las risotadas. En el grupo hay alguien visión del Club Provincial. En realidad, era
de muy difícil acceso para nosotros los una promoción: el que perdía, descendía.
proveedores: el gerente de compras, el in- Éramos malos, todos picapiedras. Había
geniero Salazar. Es una oportunidad única uno solo que la movía arriba: el perro Data,
para que nos conozca. Llegar hasta él es un nueve de área, alto y goleador.
casi imposible. Fue el típico partido trabado: pocas
—Hola, Viborita —me saluda Debiase. situaciones, cero a cero hasta los noventa
Le sigo la joda y asiento con una risa minutos, alargue y, finalmente, penales.
tímida y complaciente. Debiase es el típico Por esas cosas del fútbol, me tocó a mí pa-
argento que no sabés si te saluda así porque tear el último penal. Si lo hacía, seguía la
le caés bien o porque te está tomando de tanda de uno; si erraba, descendíamos. Yo
boludo. Es, además, el jefe del sector de estaba inseguro y el arquero de ellos era
afilado. alto. Curiosamente, en ese instante recordé

236 | Tiro al blanco es la frase racista que más acertó.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

el gol de penal pateado al ángulo por un ex


compañero mío: Marcelito Geralnik, crack
e ídolo futbolístico de mi infancia. Previo
al remate, Marcelito fue hacia la pelota ha-
ciendo un zigzag a la carrera, continuo y
elegante, de derecha a izquierda, para des-
pués dirigir con calidad la pelota al palo Imité la
opuesto del arquero.
Imité la técnica de mi antiguo compa-
técnica de
ñero y rematé bien fuerte. Logré engañar mi antiguo
al arquero: él fue hacia la izquierda y mi
disparo fue hacia la derecha. Pero la pelo-
compañero
ta pasó por arriba del travesaño. Unos diez y rematé
metros por arriba. Incluso superó el alam-
brado de contención y terminó fuera de la
bien fuerte.
cancha, en la pileta olímpica
Al poco tiempo, mientras tomábamos
una Coca-Cola en el kiosco con algunos de
los chicos del equipo, el Largo Mauri nos
preguntó si vimos el resumen del partido
por el Canal 4 de Cablehogar. Unas semanas después de ese encuentro,
—El notero habló de vos —nos contó recibí el siguiente mail:
Mauri, mirándome a mí—. Dijo: «Mirá lo «Su empresa ha sido elegida para expo-
que hace éste, como una viborita hace… ner un anteproyecto ante la inminente
Uh, mirá a dónde la manda». apertura de nueva terminal. Presentarse
—¡Ja! Viborita —se rió el Perro. a primera hora del próximo lunes.
Los demás son detalles. Nunca vi ni en- Queremos que seas vos, Viborita.
contré la grabación, pero había comprendi- Atte.
do que ahora tenía un nuevo apodo. Ing. Carlos Salazar».
Ahora estoy de nuevo en metrología,
transpirado, pero ya no con los botines de
fútbol, sino con los zapatos de seguridad.
Me muevo en zigzag entre máquinas de
medir alemanas, simulando pegarle a una
pelota imaginaria mientras los jerarcas se
ríen.
—Ojo que si chocás la Zoller la podés
descalibrar —me dice serio, casi retándome,
el hijo de remil putas de Debiase.

Cristian Bozzo
Metalúrgico, músico, DT de fútbol y
Rosario, Santa Fe,
canalla.
Argentina | 1975

Soy muy bueno en matemática discreta. Ni se nota que sé. |237


Anécdotas mejoradas

LA DEL
HUESITO DEL
HÉROE GRAU
Por Diana Gómez Muñoz

D esde que tengo uso de razón, mi ba-


rrio siempre estuvo cerca del mar y
las calles donde vivíamos siempre tuvie-
honor, y mi otra hermana Luisa, como la
hija de Grau. Mi hermano se llama Juan
Manuel. Sí, como su otro hijo. De más está
ron nombres heroicos. En Perú, la forma decir que mi padre, comandante de la Ma-
más común de honrar a los héroes es po- rina de Guerra del Perú, odia a los chilenos
ner su nombre en una calle. Si es un héroe y es fan número uno de Miguel María Grau
«más o menos», va en una calle pequeña. Seminario, héroe del Perú, fallecido el 8 de
Los grandes héroes van en las avenidas. Yo octubre en el Guerra con Chile.
siempre he vivido en calles heroicas: co- La vida transcurría y el tema de Grau
ronel Francisco Bolognesi, Roque Sáenz —a mis hermanos y a mí— no nos sor-
Peña, Diego Ferré; todos héroes de la Gue- prendía. Vivíamos con ello día a día, lo
rra del Pacífico, aquella guerra con Chile sabíamos llevar. No nos parecía raro que
de 1879. mi viejo tuviera un cajón con llave y que,
Sin embargo, nunca he vivido en la cuando nos ganaba la curiosidad, él nos
calle Miguel Grau. Ese detalle podría pa- recordase que ahí habitaba «el huesito de
sar desapercibido de no ser porque Mi- Grau». Nosotros le creíamos, no teníamos
guel Grau, en mi familia, era cosa seria. por qué dudar.
En mi casa se celebraba su cumpleaños y Un día mi hermano entró a mi cuarto
su muerte. También se cantaba «Gloria a nervioso. Ese día era el aniversario de la
Grau». Además, yo me llamo María, en su muerte de Grau.

238 | En este preciso instante, alguien está estampando una camiseta con un texto en inglés que no significa nada.
DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

—Todo lo que el alcohol le hace a la


gente —respondí yo.
—Mi papá se comió a Grau. Qué fuerte...
Los días pasaron y nadie se atrevía a
decirle al viejo que sabíamos acerca de su
hazaña. Yo pensaba cuán doloroso podía
Sacó entre los ser venir un día y comerte a tu héroe de
puro borracho. No se lo iba a perdonar
dedos algo muy nunca, pobre. Y no iba a ser yo quien se
pequeño y blanco, lo recordara. El tiempo pasaba y mi viejo
seguía cuidando con esmero que nadie
se lo metió a la se acercara a ver qué había en el cajón.
boca y lo masticó. «Vamos, papá, todos sabemos que de Grau
no queda ni un pedacito», pensaba yo.
Luego, se lo pasó. Un día, muy molesto, mi papá castigó
a Juan Manuel por traer malas notas del
colegio. Le gritó muy fuerte que no sería
nadie en la vida si seguía sin estudiar. Mi
hermano en un arrebato gritó:
—¡Pero por lo menos yo no me comí
—Papá llegó borracho ayer a la casa a Grau!
—me dijo. Hubo un silencio extraño. Sentí la in-
—No me importa, Juan Manuel, déjame certidumbre. Mi viejo miró muy serio a mi
dormir. hermano:
—No, escúchame, en serio te digo —¿Has estado rebuscando entre mis
—insistió él—. ¡No sabes lo que hizo! cosas? —preguntó.
—¿Qué hizo? Juan se puso nervioso y lo negó a los
—¡Se comió a Grau! —exclamó. gritos:
—¿¡Qué hablas!? ¿Cómo que se comió —¡Yo te vi! ¡Te vi y me acuerdo clarito
a Grau? que el 8 de octubre viniste de tomar con tus
—El hueso... Se lo comió, así en una. amigos, abriste tu cajón y te comiste a Grau!
—¿El del cajón? —pregunté yo. Mi viejo nunca confesó nada; se fue
—Se volvió loco y abrió el cajón con derrotado a su cuarto y sacó la llave del
la llave, seguro pensaba que nadie lo veía cajón, aunque no nos atrevimos a abrirlo
—me explicó mi hermano—. Sacó entre nunca, por respeto.
los dedos algo muy pequeño y blanco, se
lo metió a la boca y lo masticó. Luego, se
lo pasó.
—Pensé que era duro.
—Se volvió loco, creo.

Diana Gómez Muñoz Dramaturga y socióloga peruana.


Lima, Perú | 1984 Ha escrito comedias teatrales.

Hay que volver a las raíces, dijo. y cambió su consolador por una zanahoria. |239
Anécdotas mejoradas

LA DEL
JEFE MÍSTICO
Por Esteban Morín

F ue en diciembre de 2000, vísperas de un


año que no olvidaría. Yo tenía veinticin-
co y llevaba ya dos meses en mi primer tra-
sitaba llegar a la pieza de la pensión don-
de me quedaba durante la semana, darme
un baño y dormir. Pero todavía tenía que
bajo en Buenos Aires. Para cualquier pibe aguantar otra hora. Palpé los Philip Morris
de San Lorenzo, la ciudad donde Cabral y en el bolsillo y salí al rincón de los fuma-
San Martín lucharon contra los realistas, dores. Apenas di una pitada, apareció la
conseguir un trabajo en Capital era una secretaria del gerente general taconeando
oportunidad única. Por lo menos de eso tra- por el pasillo:
taba de convencerme cada domingo cuan- —Te busca Ricardo —me dijo—, se-
do, después de despedirme de mi novia, me guime.
acostaba dos horas para luego levantarme a Apagué el cigarrillo, me acomodé la
las tres de la madrugada, ponerme el traje, corbata y caminé. No quise ni pensar por
subirme al Sierras de Córdoba y viajar cin- qué me buscaba el gran jefe. Mejor confiar.
co horas hasta Retiro. Pensaba, tratando de La secretaria abrió la puerta del despa-
compensar el cansancio, en lo que podría cho y yo solo pensaba en mi camisa, que
aprender de la empresa y, especialmente, ya acumulaba catorce hora de uso y cua-
del gerente general, un referente indiscuti- trocientos quilómetros de micro. Segura-
ble de los negocios. mente olía a baño de estación de servicio.
Ese lunes me sentía más roto que de Empecé a susurrar una oración para tran-
costumbre, como un combatiente que an- quilizarme. Cuando la secretaria me hizo
ticipa una guerra en la que no hay chances una seña, entré.
de sobrevivir. Recuerdo que un sonido apa- Ricardo escribía en la otra punta de una
gado de tambores llegaba hasta el cuarto oficina blanca y silenciosa. Un aroma fres-
piso del viejo edificio. El ambiente pesado co inundaba todo. Caminé hacia su escrito-
anticipaba una tormenta. El aire acondicio- rio. Me llamó la atención que el redoble en-
nado no daba abasto y el pantalón se me trecortado de los tambores, como cañones
pegaba en las piernas transpiradas. Nece- a la distancia, también se escuchara ahí. Vi

240 | Michael Jackson se veló antes de morir.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

unas rosas en un jarrón blanco. Arriba de abrió un cajón y sacó un papel garabateado
ellas había un cuadro enorme: era algo abs- con letras grandes.
tracto y con líneas cruzadas. Al lado del ja- —Esta es mi misión —me dijo, mientras
rrón, la estatua de la Virgen. En mi familia señalaba el texto del papel—: separar a los
siempre fuimos devotos de María, así que buenos de los malos para la batalla del fin
tomé su presencia como una buena señal. de los tiempos.
Me quedé parado frente al escritorio. Ri- El redoble de tambores que se escucha-
cardo terminó de escribir y me miró. ba de fondo se apagó. Entonces entré en
—Sentate, Esteban —me dijo—. Quie- pánico. ¿De qué lado me pondría él? ¿Sería
ro conversar con vos. un ángel o un demonio? ¿Me iban a echar?
—Claro —respondí yo, entusiasmado Siguió hablando, pero yo casi no lo oía.
al comprobar que el jefe sabía mi nombre. Pensaba que el tipo estaba loco. Pensaba
Tener una charla con él era una oportuni- eso, pero luego temí algo peor. Lo que de-
dad única. cía tenía sentido. El loco ahora era yo. Me
—Vos sos creyente, ¿no? dijo que faltaba poco para esa batalla: no
—Católico apostólico romano —le eran años, sino meses. Siguió hablando un
contesté. rato hasta que su tono bajó y se convirtió
En un instante, pasé de entusiasta a ob- en un murmullo. Después se quedó en si-
secuente. lencio, mientras releía sus garabatos y se le
—Con un grupo de personas vamos a llenaban los ojos de lágrimas.
una capilla en zona norte —se largó a ha- Aproveché el momento y me paré. Qui-
blar Ricardo—. Allá, una mujer humilde se decir algo, pero no supe qué. Tal vez dije
hace un trabajo muy especial. gracias, que lo iba a pensar. Tal vez no sa-
Imaginé que iba a pedirme que me su- lieron palabras de mi boca. Me dolían los
mara al grupo de trabajo comunitario. Vivir oídos, me pesaban las piernas. Necesitaba
partido entre Buenos Aires y San Lorenzo cruzar la puerta y alejarme. Miré a la esta-
ya era horrible, ¿y ahora esto? ¿También tua de la Virgen, al lado de las rosas. «Hija
tendría que pasar los sábados en Capital? de puta», pensé. Puse toda mi energía en
Pero Ricardo continuó hablando cada dar un paso y después otro. Entonces en-
vez más entusiasmado y me contó que en tendí qué era lo que estaba pintado en el
esa capilla, la Virgen, la mismísima María enorme cuadro: un montón de lanzas cho-
Madre de Dios, le mandaba mensajes a él, cándose entre sí y, abajo, un mar de sangre.
Ricardo Smith, y a otros empresarios y ge- Cuando salí del despacho saqué el úl-
rentes de distintas empresas. Me relató en timo Philip Morris y fumé en silencio.
detalle cómo ella se hacía presente bajo la Abajo, en la calle, una tensión eléctrica se
forma de una joven embarazada, iluminada acumulaba. Las huestes se preparaban para
por un rayo de luz en plena vereda. O en la el enfrentamiento final. Tenía poco tiempo
combinación de letras en la patente de un para elegir un bando y prepararme.
auto. Había también otras señales irrefuta-
bles. Después de contarme esto, Ricardo

Divide el tiempo entre distintos paí-


Esteban Morín ses de América Latina, ayudando
San Lorenzo, Santa Fe, a las personas a desarrollar sus ca-
Argentina | 1975 rreras profesionales.

Cada vez que tengo que usar corbata se me hace un nudo en la garganta. |241
Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS MENTIROSOS
DE LOS PUEBLOS
Por Franco Forziati

E se fin de semana me junté a comer un asa-


do con los KLG, unos amigos que conocí
en Alemania. Tito, el correcto e inflexible
nos transforma a todos en mentirosos ca-
tegóricos.
El mentiroso de pueblo se convence de
del grupo, se casaba y habíamos decidido su capacidad potencial para hacer algo y la
hacer un asado en Gualeguay como despe- transforma en real a través de un relato pla-
dida de soltero. En un momento, entrado gado de datos incomprobables. Por ejem-
ya el vino y el porro en las conversaciones, plo, Tito decía que podía pegarle a una
Tito, reclinado sobre la silla de fierro en la tapita de gaseosa a cincuenta metros de dis-
que estaba sentado, soltó una frase bisagra: tancia. Pero solo con su rifle, no con otro.
—Yo, con mi rifle, puedo cortar todas También nos explicó cómo era que podía
las piolas de ese adorno. hacerlo y, por supuesto, nos dijo cuántos
Me quedé helado: Tito, el correcto entre balines de punta redonda necesitaría para
los correctos, nos estaba mintiendo. Quie- lograrlo. Claro, su rifle estaba a cuatrocien-
ro decir, si bien Tito estaba convencido de tos kilómetros y nadie iría a buscarlo para
que podría hacer todo lo que decía, en rea- que Tito demostrase su capacidad. La ve-
lidad no existía ninguna prueba de que pu- racidad de la potencial proeza quedó así a
diera hacerlo. En ese momento asocié mu- juicio de cada uno de los oyentes del relato.
chas cosas y concluí que Tito, como había Pero la frase bisagra de Tito me hizo
nacido en Udaondo (un pequeño pueblo de recordar también algunas historias que fui
Buenos Aires), no estaba exento de esa ge- escuchando de chico y que entonces pare-
nética pueblerina que, en algún momento, cían cerrar el círculo. La mejor de ellas su-

242 | De los enanos se dicen cosas feas por lo bajo.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

caían a un pozo, que sin dudas debía estar


lejos de la casa.
Luego de los respetuosos saludos, Don
Carlos le contó a mi abuelo sobre una fiesta
que había habido en la casa días atrás. Mi
abuelo seguro ya se había dado cuenta por
la cantidad de botellas vacías que había
recostadas contra la pared. Pero después,
Yo no podía el relato de Don Carlos me sonó raro y me
alertó sobre algo que Tito me confirmaría
creer semejante mucho tiempo después.
ocurrencia, pero En el campo, el baile se desarrolla en
un círculo al compás de la música: cada
era muy niño y uno se mueve girando en un sentido con
creía que me estaba su pareja, como si el piso fuese la parte de
abajo de una calesita. Esto yo lo sabía, ya
faltando algún dato lo había visto. Pero, como en la fiesta fal-
de adultos y que por taba música, parece que se les ocurrió ir a
buscar al músico de la zona, que tocaba el
eso no entendía. acordeón, pero era muy tímido. Como no
podían hacerlo tocar en público, aprove-
charon la única ventaja arquitectónica que
suponía tener el baño fuera de la casa: lo
encerraron ahí y armaron el baile alrededor
del baño. Yo no podía creer semejante ocu-
rrencia, pero era muy niño y creía que me
estaba faltando algún dato de adultos y que
cedió en la estancia Las Mercedes. Tendría por eso no entendía.
ocho años cuando la escuché. Cuando me quise acordar se estaba le-
Era primavera y había acompañado vantando una tremenda tormenta. Me des-
a mi abuelo hasta el campo. Me acuerdo pedí de los KLG, agarré la bici y salí para
porque los jacarandás estaban explotados casa. En un momento me pasó algo increí-
de flores lilas. Cuando llegamos a la estan- ble: la tormenta estaba tan cerca que la rue-
cia, Don Carlos Albornoz, el capataz, salía da de adelante de mi bici levantaba polvo y
de la casa por la puerta de la cocina. Vista la de atrás barro.
desde arriba, la casa era como una L con
un puntito: en la pata corta de la L estaba la
cocina y el puntito era el baño, que estaba
separado de la casa. Se construía así por
un tema de higiene, ya que las necesidades

Franco Forziati
Ingeniero medio nómade. Miente
Gualeguay, Entre Ríos,
poco y toma mate solo.
Argentina | 1983

Nos salvamos del superagente 85,99 gracias a un descuido del marketing. |243
Anécdotas mejoradas

LA DEL
AMIGO QUE SE
DESGRACIABA
Por Gabriel Moroni

E sa mañana, cuando se abrieron las puer-


tas del ascensor, me pareció reconocer
a Juancito apoyado contra el espejo del
hacer pública su necesidad de atención. O
sea, el pendejo venía tipo cinco o seis de
la tarde, tocaba el timbre y traía su bol-
fondo. Me acomodé como hago siem- sita azul y blanca repleta de muñecos y
pre, dándole la espalda a quien sea que autitos, para que jugáramos. Esa era la
esté adentro, con la nariz bien pegada a coima que yo aceptaba para dejarlo entrar
las puertas, y me quedé pensando. ¿Será? a mi casa y que se cagara en mi familia:
Cuando era chico, Juancito venía a cagar una bolsa de arpillera con las cosas que
a mi casa. Dicho así, fuera de contexto, mi vieja no me podía comprar. Y el tipo
puede parecer liviano o hasta bastante pe- entraba, lo más pancho, se acomodaba en
lotudo porque, ¿quién no tiene o ha tenido un rincón de la pieza y agarraba un único
un amigo que se desgracia, con mayor o autito, siempre el mismo —uno de plásti-
menor frecuencia? O incluso, ¿quién no co rojo con ruedas amarillas— y lo movía
participó de algún campeonato flatulento, para adelante y para atrás, para adelante
después de un asado? Pero esto era dis- y para atrás, y desde ahí desplegaba su
tinto: lo de este pibe era un odio ancestral mejor habilidad: cagarse, indiscriminada
a la vida, un acto de violencia pura en el pero discretamente, durante toda la tarde.
que obligaba al mundo a respirar su in- Él jugaba en una esquina y yo en la otra;
fancia no resuelta. No se guardaba nada no había mucha interacción, pero los dos
para él y parecía disfrutar de compartir y lo aceptábamos: yo porque podía usar ju-

244 | Una banda de ingenieros químicos sale de gira antes de disolverse.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

guetes de otra forma inalcanzables, y él gesto que nunca más le vi hacer. Pareció
por qué tenía un espacio en el mundo para que, al entrar a la habitación, hubiera me-
tirarse todos los pedos que acumulaba en tido la cabeza en un inodoro. «¿No tenés
el día, con total libertad. En un momento ganas de ir al baño Juancito?», preguntó.
hasta se convirtió en un asunto familiar. Él la miró sorprendido y negó con la ca-
Me acuerdo de que, cuando lo veían llegar beza. Se hizo el boludo… siempre se hizo
por la ventana, en casa me decían: «Ahí el boludo. Y ahora de grande debe seguir
viene Juancito... ¿Le digo que no estás?». igual, dejando su marca en habitaciones
Me querían persuadir. Pero no había caso: cerradas, donde sus víctimas quedan atra-
yo siempre lo atendía. Entonces en casa padas en un vaho de mierda, buscando al
todos, misteriosamente, desaparecían: de culpable y justificando inocencia. Por eso,
repente tenían cosas para hacer. Al princi- cuando las puertas del ascensor se cerra-
pio era un secreto a voces, un cuchicheo ron detrás de mí en el tercero, me di vuelta
constante entre mis tías y sus novios cada para mirar cómo se desfiguraba la cara de
vez que el pibe entraba, pero ya después se Juancito cuando entendía que una parte
convirtió en un suplicio insostenible has- mía lo acompañaría al noveno. Me sentí
ta para mí, que debía estar en la zona de un héroe anónimo impartiendo justicia,
fuego, poniendo el lomo. En esa época no aunque después, cuando el ascensor ya se
salía mucho de casa; prefería volver del había ido, me dio toda la impresión de que
colegio y quedarme a escuchar partidos al final esa cara no se parecía en nada a la
de fútbol por la radio, o jugar en soledad de Juancito.
como un autista; así que no tenía demasia-
dos amigos. De hecho, creo que había dos
o tres, además de Juancito, y no mucho
más. Esto lo favorecía y él lo sabía bien,
aprovechaba mi falta de carácter para ve-
nir a marcar su territorio todas las tardes
con un nuevo despliegue de bombas de
olor. Juancito era un asesino silencioso.
La primera vez que vino a casa había-
mos jugado como dos horas y para mí el
tiempo había volado, no me había dado
cuenta de nada. Sin embargo, no me voy a
olvidar nunca de la cara que puso mi vieja
cuando entró a la habitación para ver qué
estábamos haciendo. Atravesó la puerta y
se quedó inmóvil, como si una fuerza del
más allá le prohibiera el paso. Me miró
fijo a los ojos y levantó las cejas de una
manera que no podía ser normal; es un

Escribe software y enseña programa-


Gabriel Moroni ción. Se fue a vivir a Nueva Zelanda,
Córdoba, Argentina | 1988 escribió un libro de cuentos, dirigió
algunos cortos.

Es autor de poesía, de la constitución y de otros cuentos. |245


Anécdotas mejoradas

LA DEL
QUE NO PODÍA
CAGAR VESTIDO
Por Gabriel Fabián Rotman

P adezco, desde que tengo uso de la razón,


de una extraña manía: solo puedo cagar
si me desnudo completamente. Desnudar-
ocupado) y yo arranco mi ceremonia. En
forma cabalística, acomodo prolijamente
mi saco a la izquierda del inodoro. Arriba
me completamente significa, lisa y llana- pongo el pantalón y, encima de todo, la
mente, eso: nada de ropa. Ni zapatos, ni camisa mal doblada, la corbata con nudo,
relojes, ni anillos. Nada que altere ni me los zapatos, las medias, el bóxer, el reloj
distraiga durante ese sagrado momento ce- y, finalmente, el anillo de casamiento.
lestial. Nada de nada. Una vez cumplido el ritual, tiro el botón
La fecha aproximada: invierno de y comienzo a vestirme rápidamente, con
1990. Lugar: el baño del personal de una el único objetivo de salir del baño como si
empresa multinacional, en la que por en- nunca hubiera entrado. Pero, cuando giro
tonces yo ocupaba un cargo más o menos el picaporte, la puerta no abre. Vuelvo a
reconocido. Mi look consistía en un traje probar con más fuerza y nada. Lo giro en
oscuro, camisa clara, corbata ancha, cal- el sentido inverso, pero tampoco funcio-
zón a rayas, zapatos con cordones, medias na. Lo fuerzo agitándolo de derecha a iz-
de strech, reloj y anillo de casamiento. Y quierda pero el resultado es el mismo.
la situación en cuestión era un imposter- Me siento en el inodoro y pienso en
gable deseo de cagar post desayuno. patear la puerta, pero desisto al imaginar
Los benditos dioses del Olimpo se el gesto desencajado que pondría la conta-
reúnen (entiéndase: el baño estaba des- dora de la empresa. Agarro el picaporte

246 | Internet demuestra que el talento va pasando de generación en degeneración.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

picaporte plateado, que a esta altura se-


guro se me estaba cagando de risa. Con
los brazos apoyados en la parecita que
hace de medianera con el baño vecino, me
trepo hasta el borde superior de la puerta
Sin más del cubículo. Una vez que me puedo sen-
tar, ya un poco más cómodo, me tomo un
opciones, descanso para recuperarme de la trepada.
descarto la Apenas tres segundos. Solamente tres fa-
tídicos segundos. Entonces la puerta de
idea de pedir los baños se abre con un ruido seco y en-
auxilio y tra alguien no tendría que haber entrado:
José Clemente Rausch, uno de los geren-
resuelvo tes de la compañía.
Nos miramos: yo, prácticamente des-
convertirme nudo y a tres metros del piso, en cuclillas
en mi sobre la puerta del baño, cual pichón de
mamut; él, con ojos atónitos, tratando de
propio héroe. entender lo inentendible. El silencio inva-
dió el espacio por varios segundos. Final-
mente, cerró la puerta y se fue.
Nunca más me habló, ni siquiera una
sonrisa cómplice o inquisidora. Lo crucé
con las dos manos y hago palanca con mi muchas veces durante los años, con mi
cuerpo, pero el muy turro no se mueve ni mirada suplicante. Me lo imaginaba en los
medio milímetro. Miro debajo de la puer- asados, contándole a sus amigos la absur-
ta: aquel espacio de cuarenta centímetros da e incomprobable historia. Con el tiem-
seguramente impediría el paso de mi hu- po se fue de la empresa. Yo sigo con mi
manidad de más de noventa kilos. Nueva- manía, pero ahora trato de dejar entornada
mente, desisto. la puerta del baño.
Sin más opciones, descarto la idea de
pedir auxilio y resuelvo convertirme en mi
propio héroe. Vuelvo a desvestirme y dejo
mis prendas una a una sobre el piso, esta
vez del lado derecho del inodoro. Ya no
hay cábala que valga. Mi único compañero
en esta hazaña es el bóxer rayado.
Cuando ya estoy en calzoncillos, me
subo a la tapa del inodoro y, antes que
se parta, apoyo el pie izquierdo sobre el

Gabriel Fabián Rotman Papá de cinco cracks, buen tipo se-


Ciudad de Buenos Aires, gún su mujer y sus amigos.
Argentina | 1966

La cabra estaba deprimida, pero ha balido la pena. |247


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ENCUENTRO
CON PERÓN
Por Gisela Mana

C onocí a Juan Domingo Perón un vein-


tiuno de septiembre. Fue en Oliva, mi
ciudad natal, en el interior cordobés. Allí
tral del predio, caminando o en bicicleta.
Nunca ingresaba por la entrada principal,
sino girando un molinete que daba paso en
está uno de los mayores neuropsiquiátri- el cerco alambrado. El aroma a eucaliptus,
cos de Argentina. Por lo menos en alguna las cortezas que crujían en el piso y un aire
época lo fue, según cuentan. No era un fresco repentino por la sombra de los ár-
hospital como todos, sino un espacio de boles me anunciaba que ya estaba adentro.
muchas hectáreas con canchas para prac- A diferencia de la actualidad, cuando yo
ticar deportes, espacios verdes, bosque y era niña era frecuente ver a los pacientes
hasta una laguna. Enclavadas en distintos recorrer las calles del pueblo, sobre todo
lugares, estaban las villas donde vivían los en mi barrio. Era tan cotidiana la presencia
pacientes, que eran como casonas de dos de los pacientes en las calles de la ciudad,
plantas con tejado. También había una ca- que cerca del mediodía siempre sonaba el
pilla y una panadería. Era una especie de timbre de casa y, cuando yo abría la puer-
micropueblo. ta, ahí estaba Humedad, un hombre mayor
Yo vivía a cuatro cuadras y media del que llegaba en bicicleta.
hospital. Desde mi casa, me llevaba apenas —Buen día, señora —saludaba Hume-
cinco minutos llegar hasta la calle perime- dad, con su voz ronca y una pronuncia-

248 | Me aburren los chistes de bipolares, son divertidísimos.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

ción poco clara debido a la ausencia de


dientes—. ¿Tiene un poquito de yerba
p’al mate?
—¡Ma! —gritaba yo desde la puerta—.
¡Humedad pide un poco de yerba para el
mate!
—Decile que me espere que tengo las
manos mojadas —contestaba ella con na-
turalidad desde el lavadero.
En ocasiones especiales, como la fies-
ta de la primavera o el día de la Virgen,
Era una experiencia el colegio organizaba visitas especiales al
distinta, algo así hospital. Llevábamos comida y música al
parque para compartir la jornada con los
como estar en un pacientes que vivían en las diferentes vi-
mundo paralelo llas. Era una experiencia distinta, algo así
como estar en un mundo paralelo donde
donde las historias las historias de cada paciente se convertían
de cada paciente se en historias inventadas por ellos mismos.
Eran ellos, pero siendo otros.
convertían en Fue durante un festejo del día de la pri-
historias inventadas mavera cuando conocí a Juan Domingo, un
joven de tez muy blanca, pelado y con ojos
por ellos mismos. claros. Nunca supe su verdadero nombre,
Eran ellos, pero pero él estaba tan convencido de ser Perón
que hablaba y gesticulaba igual. Pero no se
siendo otros. trataba de una imitación, no: él era Juan
Domingo Perón, y no había ninguna posi-
bilidad de discutirlo.
Pasaron muchos años desde aquel en-
cuentro y hoy pienso que, de alguna ma-
nera, todos inventamos quienes queremos
ser. Tal vez seamos menos evidentes o ex-
plícitos, pero día a día construimos la ima-
gen que soñamos de nosotros mismos. Y
ahí, justo ahí, todos somos un poquito Juan
Domingo.

Gisela Mana Comunicadora Institucional,


Oliva, Córdoba, Consultora en Comunicación Digital.
Argentina | 1979 Mamá de Juan y de Emma.

Fascinante la facilidad con la que se confunde carácter con mala educación. |249
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA ABUELA EN EL BAR
Por Henry Raúl Guillén Zambrano

L ima siempre me ha parecido una ciudad


furiosa y veloz. Es muy difícil llevarle el
ritmo y más aún optar por sentarte solo a
porvenir académico. Un curso de fotogra-
fía que llevé hace unas semanas me inyecta
cierta atracción e incita a dejar todo lo pre-
contemplar. vio y migrar hacia nuevas formas de bús-
Hoy es sábado, son las tres de la tarde queda y catarsis. Siempre creí ser bueno en
y ando sentado en las gradas de su cate- eso de alejarme de la especie, volverme un
dral. Fumo y pienso en lo curioso de este espectador y grabar lo que veo en mi cabe-
día. Curioso porque este sábado de verano za. Esa distancia hace que hoy piense hacia
reúne dos manifestaciones a las que no le adentro mientras dos frentes lo hacen hacia
encuentro punto en común salvo por el es- afuera y dibujan una diversidad tan pende-
pacio que los congrega. Por un lado, una ja y agradable en esta ciudad de caos, de un
movilización por el centenario del escritor desorden ya familiar, y que tras estar más
José María Arguedas, quien fue postergado de cinco años lejos de casa me ha creado
por un gobierno cerdo al cual hipócrita- un vínculo con Lima.
mente le dimos una segunda oportunidad. Tras converger, ambos grupos se en-
Por el otro, una manifestación que busca trecruzan y luego toman distancia. Junto
enfrentar la homofobia con afecto. al alejamiento se me van los cigarros, la
En medio de todo esto, yo, un chino música y las voces. Decido retirarme, salir
andino en la recta final hacia la liberación de lo interior y enfrentar lo exterior cuando
universitaria, con poco entusiasmo por mi encuentro una cara conocida.

250 | Los ególatras del tercer mundo hablan en novena persona.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

A los diez minutos me veo en un bar


con rocola, dos homo sapiens en el se-
gundo piso de esa cueva a la que normal-
mente llegamos con los ojos encendidos y
del que salimos con la mirada en el cielo. Muchas veces
Pasan por nosotros tres cervezas, de esas he transformado
grandes, las que te confunden. Al pedir la
cuarta, notamos que ingresan al bar las sus anécdotas en
voces de la plaza, los integrantes de cada mías, solo por
movimiento celebrando uno a uno sus ra-
zones. Con un perdón mental me alejo de presumir, por
mi acompañante, me abstraigo y contem- traerla como ahora
plo el carácter de quienes celebran, todos
distintos, todos motivados por distintas a este bar que
rutas, pero juntos, todos extraños y al empieza a bailar,
mismo tiempo cálidos. Una hora después,
ya el espacio está abarrotado de músicos, donde un poeta
escritores, artistas, activistas, bebedores, cambia verso por
pacifistas, conflictivos, anarquistas, alter-
nativos y nosotros. Vuelvo hacia mi cara vaso de cerveza.
conocida y seguimos conversando, no sin
antes grabar en mi mente la forma en que
esa diversidad se vincula, en el valsecito
de fondo, en ese olor a cerveza tan cerca- anécdotas en mías, solo por presumir, por
no a uno, en los posters de esa Lima vie- traerla como ahora a este bar que empie-
ja que no llegue a conocer y en como ya za a bailar, donde un poeta cambia verso
voy camino a los 22 y el conmoverme no por vaso de cerveza, mi acompañante toma
había sido algo habitual en esa cantidad fotografías, los activistas gritan «¡diver-
de años, meses, días y horas, y es en ese sidad!», Arguedas se hace presente en el
sacudón que percibo a mi abuela sentada brindis colectivo y finalmente mi abuela
a mi lado. se materializa, saca cincuenta céntimos del
Virginia, Vicky, Vikicha para mí, vive pecho y me manda a poner una canción, se
en Ayacucho, es cusqueña, ha bebido y le ponen los ojos vidriosos por tanto reír,
vivido bastante, por ella leo, observo fijo, se levanta, le roba un vaso al borrachito del
escribo a veces y converso mucho. Le gus- costado, no sin antes decirle «¡gracias!» se
ta llevar la contra y nunca le ha faltado un me acerca y dice «¡Salud pues!».
chiste. Nos reunimos dos o tres veces al Mi acompañante se acerca y me dice
año solo para charlar, no cocina con fre- «¿Huevón, en que estás? ¡Vamos!». Y
cuencia, pero hablar con ella es como co- así fue, la cerveza ya me estaba haciendo
mer. Muchas veces he transformado sus efecto.

Henry Raúl
Guillén Zambrano Psicólogo social.
Ayacucho, Perú | 1989

Existen dos tipos de personas y ambas están hartas de que las clasifiquen. |251
Anécdotas mejoradas

LA DEL
TEMBLOR EN LA
CABEZA DE LUIS
Por Horacio Osvaldo Magnasco

T engo un amigo que se caracteriza por


ser un muy mal deportista. El ejercicio
físico, en general, no es lo suyo. La única
Un martes de mucho calor nos junta-
mos a tomar unas cervezas. Después de
varias, decidimos que una noche como esa
vez que lo vi correr fue el día en que hubo no podía ser desaprovechada y, guiados
un temblor. Estábamos en un séptimo piso por nuestro olfato nocturno, recalamos en
y ni bien sintió que se movían los cimien- Costa Cañada, un bar que abría de lunes
tos, bajó por las escaleras como Usain Bolt a lunes y subastaba cajones de cerveza. Al
en los cien metros llanos. La única diferen- amanecer nos despedimos y cada uno vol-
cia era que Luis, mi amigo, bajó por es- vió a su casa. Luis iba con las Havaianas
calones y pisando al resto de las personas en la mano, tratando de seguir las hileras
que también intentaban salir del edificio. de las baldosas, que no querían quedarse
La supervivencia ante todo. quietas.
Ahí nos enteramos de que le tenía páni- A media mañana quiso despertarse, pero
co a los temblores, lo cual era todo un pro- todavía no entendía muy bien qué pasaba a
blema teniendo en cuenta que en Córdoba su alrededor. Así que fue al baño, volvió
todos vivíamos en departamentos. Cuando a la cama y prendió la tele. Ahí se quedó,
se tuvo que mudar, Luis eligió un depar- reiniciándose. En la tele, el Lagarto Guiz-
tamento en un primer piso. Él decía que zardi ponía discos de Julio Sosa mientras
lo había tomado porque había conseguido la cámara enfocaba a los panelistas, que in-
buen precio, pero todos sabíamos que era tentaban hacer la mímica de esas canciones
por el cagazo que le tenía a los temblores. que no conocían, sonriendo como cajeros

252 | Empiezo a cuestionarme esta tendencia que tengo a dudar de todo.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

de McDonald’s. El Lagarto y la resaca son


una mala mezcla.
Entre sueños y Julio Sosa, Luis sintió
que la cama vibraba. Al instante supo lo
que pasaba y bajó a la calle casi de un sal- Así que adoptó el
to. Ahí se encontró con más gente y todos
empezaron a comentar lo sucedido.
papel de cómico /
Tal como nos enseñó la serie Lost, en líder y rápidamente
este tipo de manifestaciones grupales sur-
gen diferentes roles: líderes, asistentes,
tomó el centro de la
histéricos, organizadores, cómicos. Y, si escena. Cuando
bien Luis podría ser un desastre para casi
cualquier actividad física, para lo social, llegó gente del
en cambio, es un fenómeno. Rara vez pasa noticiero, fueron
inadvertido en alguna reunión, evento o
fiesta. Es de esos tipos carismáticos que derecho a
hacen reír a la gente con pocos elementos entrevistarlo.
y que son recordados por mucho tiempo,
incluso por personas que solo lo han visto Entonces Luis contó
una vez. Así que adoptó el papel de cómico su experiencia,
/ líder y rápidamente tomó el centro de la
escena. Cuando llegó gente del noticiero, aprovechó para
fueron derecho a entrevistarlo. Entonces mandar un saludo
Luis contó su experiencia, aprovechó para
mandar un saludo a todos los que lo cono- a todos los que lo
cen y volvió con el grupo para recibir los conocen y volvió
elogios por lo bien que había hablado.
Cuando todo parecía seguro, volvió a con el grupo para
su departamento. Se preparó un café, pren- recibir los elogios
dió la tele y, cuando puso el noticiero, se
encontró con la historia de Luis, el chico por lo bien que
que del susto había bajado corriendo en había hablado.
calzoncillos a la calle.

Horacio O. Magnasco Padre de mellizos. Hace un tiempo


Río Cuarto, Córdoba, compró una moto: no lo recomienda
Argentina | 1985 si se acerca el invierno.

Para hojear el periódico en el bingo hay que aprender a leer entre líneas. |253
Anécdotas mejoradas

LA DEL
MATAFUEGO
Por Ignacio Merlo

L a noche que compré pasajes para viajar


a México de luna de miel me acosté bo-
rracho. Habíamos celebrado con amigos
se abrió la puerta, vi los ojos vidriosos de
mi hermana, harta de llorar, que me decía
que había entrado algo a su departamento.
y alcohol la noticia de la inminencia del «¡Ahí, mirá, tengo una rata!», exageraba.
viaje y del casorio. Y cuando dimos por Me acerqué como haría cualquiera: con
concluida la velada y me desplomé en el un palo de escoba, e intenté ver qué era
lado derecho de mi cama, sonó el teléfono lo que estaba escondido entre los libros
fijo de mi casa. Era la madrugada de un día de la biblioteca. Apenas rocé con el palo
de mayo. Mi compañera atendió y la cara de madera el objeto negro supe que estaba
se le transformó: «¡¿Qué?! ¡Ya vamos para en problemas: el tímido ratón muerto que
allá!». Cortó, me miró a los ojos y senten- imaginaba se convirtió en un espeluznante
ció: «Hay que ir a la casa de Lu». Lu es mi murciélago alado que volaba amenazante
hermana, que en medio de un llanto entre- por todo el departamento, mientras mi her-
cortado llegó a decir: «Necesito ayuda», y mana huía llorando entre gritos y mi com-
colgó. pañera se escondía. «No pasa nada —sen-
Corrimos al auto. Aceleré todo lo que tencié, un poco por hacerme el rudo y otro
pude hasta llegar al departamento. En el poco porque me duraba la borrachera—.
camino pensé en sangre, en robos, en vio- Yo me encargo; dame el matafuego».
lencia, en fuego. Pensé en velorio. Llega- Lo había visto al subir por la escalera:
mos al edificio y como teníamos las llaves, bermellón, brillante, precintado. Diez ki-
subimos directamente al tercer piso, sal- los de polvo capaces de sofocar cualquier
tando escalones de a dos por vez. Cuando cosa y ahí estábamos los tres: el murciéla-

254 | El coleccionismo es como el síndrome de diógenes, pero en limpio.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

go más grande que había visto en toda mi


vida, el matafuego y yo.
No escuché cuando Romi me preguntó
si estaba seguro. No me importó cuando
insistió diciendo que iba a causar un desas-
tre, pero entre el momento en que pedí el
matafuego y la escena en que le saqué el se-
guro, pasó una fracción de segundo en que
me llené el corazón de adrenalina. Apreté
Lo había visto
con fuerza la válvula del matafuego y por al subir por
su boca comenzó a brotar polvo seco y pe-
gajoso. Esa noche, mientras llenaba cada
la escalera:
rincón de polvo químico, no le tenía miedo bermellón,
a nada. Ahí estaban, sucumbiendo bajo la
lluvia blanca, un televisor nuevo y enorme,
brillante,
instrumentos musicales, un sillón de pana precintado.
oscuro, colecciones literarias, cientos de
discos de vinilo. Y un murciélago inmenso
Diez kilos de
y desafiante que volaba en picada en contra polvo capaces
mío, mostrando dos dientes filosos y pen-
dencieros. Y chillidos, muchos chillidos.
de sofocar
No sé cuánto tiempo estuve hundido cualquier cosa
en la inconsciencia de sentirme un super-
héroe, pero me desperté con la adverten- y ahí estábamos
cia —primero— y el golpe —después—: los tres: el
«Bajá eso, la reputísima madre que te pa-
rió», decía uno de los policías que entraron murciélago más
al departamento después de doce llamados grande que había
al 911 de vecinos del edificio.
Me costó explicar que estaba en mis ca- visto en toda
bales, que sabía qué hacía, que me habían mi vida, el
llamado para salvar una situación. Un poco
por la vergüenza y otro poco por la asfixia. matafuego y yo.
Desde aquella noche en que todas las
cosas de mi hermana perdieron la mitad de
su valor, cada vez que escucho el chillido
nocturno de un murciélago siento adrenali-
na y espero que suene el teléfono, a cual-
quier hora. Pero nada puede compararse
con lo que me pasa cuando escucho la si-
rena de los bomberos.

Periodista y corrector. Porteño cria-


Ignacio Merlo
do en el interior. Tiene la familia más
Ciudad de Buenos Aires,
increíble del mundo. Guitarrista de
Argentina | 1981
fogón. Fundamentalista de Orsai.

Ya no hacen añoranzas como las de antes. |255


Anécdotas mejoradas

LA DEL
GALLINAZO EN EL PARTIDO
Por Javier Martín Wong Quiñones

U no de los animales más conocidos en


Lima es el gallinazo. Se trata de un ave
carroñera que vuela en círculos sobre relle-
hora final apareció el ave carroñera, sola,
aparentemente perdida, sobrevolando el
Estadio Nacional.
nos sanitarios y otros lugares donde se acu- Detengámonos en el minuto 88, mo-
mula basura. Es raro verlos en otro ambien- mento icónico de los fracasos futbolísti-
te que no sean estos espacios insalubres. Es cos peruanos. Andrés Mendoza, entonces
más raro verlos sobrevolando un estadio de delantero del Olympique de Marsella,
fútbol repleto de personas. Es incluso más controla el balón con el pecho y amaga al
inusual observarlos casi convertidos en un arquero rival. En esos dos o tres segundos,
avión kamikaze, sin rumbo, impactando a el Perú era él, la pelota, y el arco vacío. En
viejitos futboleros en el estómago. ese mismo instante, sobrevolando el esta-
Todo eso pasó en marzo de 2005, du- dio, el gallinazo pierde altura y gana velo-
rante el partido entre Perú y Ecuador de las cidad. La pelota da unos botecitos y Men-
eliminatorias para el Mundial de Alemania doza intenta definir con la zurda, su pierna
en 2006. Paolo Guerrero marcó el primer hábil. El gallinazo enfila directamente a la
gol en el minuto uno del partido. Ulises de tribuna baja de oriente. Mendoza patea el
la Cruz empató tres minutos luego. Anto- aire. El gallinazo impacta al viejito en el
nio Valencia puso el 1-2 cuando moría el estómago. Mendoza falla y trata de enmen-
primer tiempo. Jefferson Farfán empató a dar su error con un centro improvisado. La
falta de 30 del final. Y bueno, en esa media pelota sale del campo. El viejito se retuerce

256 | Creo que han vuelto a dejarme colgado. voy a reiniciarme.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

La pelota sale del campo. El viejito se


retuerce en el suelo, las personas a su lado
están en shock y se olvidan de asistirlo.
Cuarenta mil personas guardan silencio.

en el suelo, las personas a su lado están en cuerdo de un casi gol. Y de que no, viejito,
shock y se olvidan de asistirlo. Cuarenta ya se fueron los viejos tiempos. El presente
mil personas guardan silencio. es gris, como el cielo limeño, y ese gallina-
¿Cómo se debe sentir fallar una ocasión zo perdido no es más que un recordatorio
así? Tal vez Mendoza pensó en su familia, de que, en Perú, el fútbol nunca más te va
quizá se recriminó por no utilizar su pier- a hacer feliz.
na derecha para definir. Puede ser que haya
sentido la presión, los años de frustración
y fracasos que se acumulan como metal
oxidado en las piernas de los futbolistas
peruanos. Quizá pensó en los buenos tiem-
pos, veinte o veinticinco años atrás, cuan-
do Perú iba a los mundiales. Tal vez pensó
en el gol de Cubillas a los escoceses, en la
parada de Quiroga a Masson, en el Cholo
Sotil levantando la Copa América. Puede
ser que el viejito haya recordado lo mismo
que él, que hayan compartido una misma
ilusión por unos cuantos segundos. Y luego
nada. La risa nerviosa de Mendoza y el re-

Javier Martín
Wong Quiñones Periodista.
Lima, Perú | 1989

A las anacondas les encantan los culebrones. |257


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ATAQUE MÍSTICO
DEL CORRALITO
Por José Daniel Villagrán

V ieron esos eventos mundiales que mar-


can a las personas, en los que es típico
preguntar, por ejemplo: «¿Qué estabas ha-
Así fuimos de los monjes yoguis, pasan-
do por varias religiones, sectas, comunida-
des, cursos y curros de todo tipo. Y llega-
ciendo el día de las torres gemelas?». En mos a este evento espiritual: stands, salón
argentina fue y será el corralito. Y para un de convenciones, olor a incienso y mirra,
cuarentón es común preguntar: «¿Cómo libros y todo el merchandising alusivo.
te agarró el 2001?». A mí, además de fun- La conferencia comenzó con un enorme
dirme un negocio, que me estafara un so- proyector, lo primero que llamaba la aten-
cio acusándome de robo y que mi propia ción, porque en esa época no eran tan co-
madre dudara si había robado, seguido de munes. La charla navegó fluidamente por
un par de planes de suicidio; nada del otro diversos temas: la nueva era, los esquemas
mundo, excepto por la búsqueda espiritual de la evolución, los siete rayos, la esfera
que vino después. azul, el aseo espiritual, la respiración ar-
Durante las crisis, es donde la gente mónica, la ley de la libertad; todo muy
más se aferra a lo místico, terribles ateos coherente y convincente, perfecto para un
pecadores diciendo «¡Dios mío!», buscan- fiel agnóstico y cientificista. Y sí, tenían
do parar de sufrir. razón en todo. Así llegamos al final súper

258 | Tengo tantas cosas en la cabeza que no me cabe duda.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

convencidos de todas estas grandes verda-


des, y llegó la hora de la oración para la
prosperidad y la abundancia. Todos saca-
ron dinero de sus bolsillos y lo apretaron
en sus manos para comenzar y ahí estaba El resto de
yo, arrodillado, con un Roca de cien pe-
sos arrugado y apretado fuertemente en la
la oración
mano, en esa época cien pesos era mucho me la pasé
dinero. Así, rezamos de manera ferviente
una oración que decía: «Profunda y firme-
practicando
mente reconozco que el dinero es la ener- tacto de ciegos
gía de Dios en acción en el mundo físico,
y que Dios es quien Yo Soy, es la fuente para sacar un
de toda provisión de bienestar y de dine- billete de menor
ro. Bendice al Banco mundial, bendice al
Fondo Monetario Internacional, bendice a «energía» del
la Organización Mundial del Comercio, y bolsillo. Recuerdo
a todos los actores económicos que regu-
lan nuestra economía, con este dinero que que no conseguí
vamos a donar». un Mitre de dos
El resto de la oración me la pasé prac-
ticando tacto de ciegos para sacar un bi- pesos, llegué a
llete de menor «energía» del bolsillo. Re- un San Martín
cuerdo que no conseguí un Mitre de dos
pesos, llegué a un San Martín de cinco y de cinco.
lo coloqué en la bolsita que pasaba una
señora por las fila.
Años después, tenía más del doble de lo
que necesitaba para vivir modestamente y
veinte veces menos de lo que podría tener
si hubiera sido más vivo. Casi veinte años
más tarde, podemos oler de nuevo la crisis;
sigo sin aprender tacto para ciegos y cien
pesos ya no son plata.

José Daniel Villagrán Santiagueño; peronista por parte de


Santiago del Estero, padre y Radical por parte de madre.
Argentina | 1975

¿Lo más difícil de ser árbitro de básquet? estar a la altura de los jugadores. |259
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA HIJA DE
LOS CÁCERES
Por Mariano Cognigni

D e la hija de los Cáceres solo sabíamos


que se llamaba Pamela y que no la de-
jaban salir a la calle porque allí estábamos
a un niño dentro. Éramos la imitación de
nuestros hermanos mayores, pero en una
réplica de mala calidad, una farsa made
nosotros, unos fornidos varones de trece in China.
años, a medio camino entre la primaria Una chica nueva se incorporó al grupo.
y la secundaria; a medio camino entre el Se llamaba Milena pero le decían Milen-
enanismo y el onanismo. Durante la siesta chu, o más habitualmente Chu. Sus ojos
jugábamos a las figuritas y hacíamos pun- tenían una kriptonita que neutralizaron al
tería con la gomera como si se tratara de supercomediante que habitaba en mi inte-
deportes olímpicos. De tardecita nos pei- rior. Esa tarde hubieran podido reempla-
nábamos con raya y salíamos a visitar a zarme por un maniquí sin que se notara la
las chicas que vivían cinco cuadras más diferencia. Al regresar a la cuadra intenté
allá. Nos sentábamos en la verja de su jar- remontar la fama perdida, comenté a los
dín como si estuviésemos en la vidriera muchachos que si esta chica se hacía amiga
del bar más chic de la ciudad. Ante ellas de la hija de los Cáceres, al caminar jun-
nos comportábamos como rudos hombres, tas iban a formar la palabra ChuPamela. El
pero éramos pésimos actores, el cigarri- chiste fue un golazo, mis amigos se revol-
llo nos hacía toser, nos quedábamos sin caron de la risa.
tema de conversación y cada tanto la voz Al mes siguiente, una mudanza me lle-
ronca se nos aflautaba como si lleváramos vó a un barrio en la otra punta de la ciudad.

260 | No es feliz el que más tiene sino el que menos se medica.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

cuero. Con gesto asqueado, un mozo me


esquivó con su bandeja de bocaditos de
caviar, me dejó con el brazo tendido como
parando un colectivo.
—Mejor —dije resignado—. Mamá me
Más que mirarnos enseñó que no acepte cosas de desconoci-
nos escudriñaban dos, no sea que le pongan droga.
La gente estiraba sus ya estirados
como en una ronda cuellos observando al grupo de bárbaros
de reconocimiento que había irrumpido como una jauría de
chanchos durante la ejecución del minué.
de presos. Más que mirarnos nos escudriñaban como
en una ronda de reconocimiento de presos.
—¡Mariano! —dijo de repente el dueño
de casa y se acercó hasta mí.
—¡Ricardo! —retruqué. Hacía veinte
Una nueva oportunidad laboral de mi pa- años que no lo veía, pero era el único amigo
dre cambió de repente la escenografía y los pelirrojo que tuve alguna vez en la vida.
escenarios habituales de mi corta vida. —Qué alegría, tanto tiempo, ¿qué ha-
Veinte años después, mi pareja y yo cés acá?
tosíamos un porro junto a dos matrimo- —Es que me invitó un amigo del amigo
nios amigos. El automóvil a mi mando era del amigo... bah, dejá, no importa ¿Y qué
una nave espacial a GNC que deambulaba hacés vos acá?
por la noche cordobesa con seis marcia- —Soy el marido de la cumpleañera.
nos a bordo. Parecía una lata de conserva: ¿Sabés quién es?
marcianos embebidos en su gas hilarante. —No.
Por fin aterricé en el objetivo, una fiesta —Esperame —dijo y enseguida volvió
a la que no habíamos sido invitados. Ba- con ella de la mano.
jamos del auto. El suelo terráqueo daba —A ver si la reconoces…
vueltas bajo nuestros pies, caminábamos Miré su rostro, entre la bruma de los ca-
como astronautas. Ya estábamos viejos nabitoles busqué su cara en el archivo de
para estos excesos, ya estábamos viejos mi caótica sesera. Cuando estaba por de-
para ir colados a fiestas. Por fin llegamos sistir recordé sus pupilas color kriptonita.
a la puerta. Entramos. Alguien dijo «di- —¡Claro que sí! —grité entusiasma-
simulen» como si fuese una cuestión de do—. ¡Vos sos Chu!
voluntad poner cara de persona invitada. —No —me dijo con sus ojos ahora in-
Era una casona bienuda, la fiesta era todo yectados en sangre y odio—. Soy Pamela.
lo opuesto a un ambiente oscuro con Led
Zeppelin sonando a full. Era un hábitat fo-
ráneo para nuestras tachas y camperas de

En épocas de grandes crisis argen-


Mariano Cognigni
tinas (o sea casi siempre), se refugia
Córdoba, Argentina | 1960
en la literatura. Publicó tres libros.

Tengo memoria fotográfica, pero me cuesta revelarla. |261


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CARRERA
NÚMERO CERO
Por Martín Seid

M e siento alrededor de la pista de ca-


rreras de caballos del bingo de Lanús.
Somos ocho personas mirando a seis ca-
me encuentro con un señor que está mi-
rando mis jugadas desde al lado. Lo salu-
do, aunque no lo conozco.
ballitos de plástico que corren simulando —Junto a un grupo de taxistas amigos
una carrera real. Es por plata, claro: cada nos recorremos los bingos de Lanús, Ave-
uno elige a su ganador (o una combinación llaneda, Pilar y Liniers esperando a que
de primer y segundo lugar) a través de la el contador de carreras marque la número
pantalla digital que tiene delante suyo. En 990 —me dice el hombre del cigarrillo—.
las pantallas, además de los datos de cada Ahí nos vamos sentando y, cuando pasa
caballo y su jockey, hay un contador de de la 999 a la cero, ese es nuestro momen-
carreras que llega hasta el número 999 y to: dejamos de apostar pavadas y vamos
después vuelve a cero. Por los parlantes con todo.
suena una música y un sonido que simula Después me explica que la carrera cero
la apertura de gateras. Arranca la carrera. tiene una falla de software y que siempre
Dura un minuto. la combinación que llega da un premio
Mis apuestas casi siempre son a caba- grande.
llos pesados que no suelen llegar pero, —Así cambié dos veces el coche —me
cuando lo hacen, me dan grandes ganan- dice, y luego se va.
cias. Mientras termino de definir si hago Estamos en la carrera 577, ya pasó
alguna apuesta más, siento un olor a ciga- media hora desde que el taxista me contó
rrillo fuerte. Cuando miro de dónde viene, aquella historia y me quedan mis últimos

262 | Venía a pedir perdón por impuntual pero creo que llego tarde.
DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

Veo a un mozo que intenta pasar entre la máquina


de caballos y la pared para acortar camino y
llevarle una empanadita y una gaseosa a un
apostador. Pero el mozo se tropieza, cae al piso y
la luz se corta por un segundo.

pesos. Entonces veo a un mozo que inten- No tengo idea qué combinación es la
ta pasar entre la máquina de caballos y la que va a llegar, así que pongo todas mis fi-
pared para acortar camino y llevarle una chas en los caballos que más pagan. Hoy,
empanadita y una gaseosa a un apostador. escribo esta anécdota desde la computa-
Pero el mozo se tropieza, cae al piso y la dora que me compré con esa plata. Con lo
luz se corta por un segundo. Después se le- que me sobró, pagué este curso.
vanta a las puteadas y llama a la gente de
limpieza. Todo vuelve a la normalidad, sal-
vo por el hecho de que la máquina, que se
había apagado debido al corte, ahora está
tratando de volver a prenderse. Los caba-
llos vuelven a sus puestos de partida y se
juega de nuevo la carrera interrumpida por
el mozo. Cuando los caballos se acomodan
y la pantalla vuelve a mostrar los valores
de apuesta, desde lejos llega a mis oídos un
grito cargado de olor a cigarrillo:
—¡Pibe, fijate el contador! Se reinició
la máquina. ¡Se juega la carrera cero!

Socio fundador del Club Social y Mu-


Martín Seid
sical De La Vieja Cuela, un programa
Ciudad de Buenos Aires,
de radio que sirve como refugio para
Argentina | 1982
sobrevivir a este caos.

Los pesimistas, cuando se desmayan, son incapaces de volver en sí. |263


Anécdotas mejoradas

LA DE
CÓMO DROGAR A
UNA ABEJA ALEMANA
Por Natalia Sarro

C uando cumplas más o menos veinti-


siete años ganáte una beca y andáte a
Alemania a tomar un curso. Alojáte en un
tu cabeza y usálo como arma espanta in-
sectos. Mientras vas perdiendo la dignidad
al ritmo de tus saltos espásticos, observá
hóstel de algún pueblo con departamento a la turra culona de rayas amarillas y ne-
de bomberos. En cuanto estés sola y bien gras que vuelve una y otra vez a pararse
impune, salí de la ducha y divisá una abeja sobre el plafón, imperturbable. Mirála mi-
posada sobre el plafón de luz del techo. Si rarte, luciendo esa misma sonrisa de sor-
es zumbante, peluda y jodida, mejor. Ase- na germana que vas a verle años después
guráte de haberle caído mal a alguno de tus a once rubios el día que bajarán de siete
compañeros de habitación como para que piedrazos un panal de abejorros brasileños.
no les haya dado ni un poco de remordi- Luego, apuntále al entrecejo con desodo-
miento dejarte la ventana abierta de cara rante de rosa mosqueta. A falta de Raid,
a un jardín de panales asesinos. No evités buenos son los Impulse. Con furia asesina,
que el terror, la ingenuidad o el pensamien- vaciále el frasco en las alitas. Si se sigue
to mágico se apodere de vos. Lo que su- moviendo, manoteále otro frasco a alguna
ceda primero. Apagá la luz, prendé la luz, china compañera de habitación y hacé lo
apagá la luz. Así quince veces, mínimo. propio. Con respiración entrecortada, espe-
Está científicamente comprobado que las rá a que leude la muerte. Mientras eso no
abejas no pican si creen que les estás sa- pasa, escuchá cómo se dispara un sonido
cando una foto. Desenvainá el toallón de penetrante y envolvente en todo el hóstel,

264 | Conozco personalmente a dos millones de personas menos exageradas que yo.
DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

seguido de murmullos que pronto serán


pasos y luego rueditas de valijas apuradas
y luego gente hormiga saliendo de todos
lados. Calzáte tu mejor cara de confusión
y mirá nuevamente al techo. «Ah», decí.
«Lo que parecía un plafón no era plafón».
Era una alarma contra incendios. Como
nene que acaba de destrozar el jarrón de Respirá profundo
un pelotazo, asomá un ojito a la puerta.
Observá con curiosidad antropológica un
y llenáte bien de
contingente de chinas desesperadas salien- rosa mosqueta los
do en bandada de sus habitaciones, mirálas
correr escaleras abajo, abrazadas a sus bol- pulmones. Abrí la
sos chinos de imitación, sus peluches y sus puerta y dejále paso
tamagotchis. Volvé a tu habitación y con
la frialdad de Hannibal Lecter lavando los a tres bomberos
platos después de la cena, sentáte a esperar. altos, rubios y
A los diez minutos, oí un golpe firme en
la puerta. Pero oílo con las piernas, que ya bastante alemanes.
te irán doliendo por las dudas, como dolía
de pibe escuchar tu nombre a los gritos de
la boca de las madres enfurecidas. Dudá si
preparar las piernas para que te fajen a cin-
tazos o las muñecas para que te calcen las
esposas. Respirá profundo y llenáte bien de
rosa mosqueta los pulmones. Abrí la puer- la oreja. Y por fin, divisála a ella: drogadí-
ta y dejále paso a tres bomberos altos, ru- sima de rosa mosqueta, pero más viva que
bios y bastante alemanes. «Que empiece la nunca. Encontráte con los ojitos de la puta
función», decí bajito. Con estoica actitud abeja que te mira de reojo desde el techo
de «Yo, argentino», poné tu mejor cara de del placard.
«aquí no pasó nada». Respondé preguntas
de rutina. Llená formularios. Hablá alemán
con más errores que de costumbre, a ver si
eso reduce la multa en euros por pelotudez
viajera. Aliviáte. Despedí a los bomberos
germanos con tu mejor acento intercultu-
ral y sonrisa de plástico. Cerrá la puerta y
escaneando cada centímetro de la habita-
ción en busca de tu objetivo, avanzá como
Terminator después de que alguien le mojó

Psicóloga y Coach de Carrera. Aman-


Natalia Sarro
te de los perros, de viajar y de escribir.
Ciudad de Buenos Aires,
Insiste con vivir cerca del mar. Ahora
Argentina | 1983
reside en Mar del Plata, Argentina.

Siempre me olvido del día menos pensado. |265


Anécdotas mejoradas

LA DEL
BORRACHO QUE SE
CAÍA DEBAJO DEL TREN
Por Noelia Torres

E staba cambiándole el pañal a mi bebé


de un año, sobre el cochecito extendido
como una cama, cuando un chorro de pis
Soy un trompo que gira y se cae. Mi viejo
se levantó de la cabecera, se me acercó y
mientras yo le terminaba de abrochar el
le salió por el pito y me pegó en el cache- enterito a su nieto, dijo en voz alta: «A mí
te izquierdo de la cara. Era la mesa del también una vez me mearon todo en un
domingo, verano, en mi tiempo de ahora, asado». Fue en 1988, antes de todo, cuan-
la casa típica de familia, de ladrillos a la do yo todavía no había nacido, y mi papá
vista, tejas cuadradas, patio de cemento y mi mamá eran novios que se juntaban a
gris, mesa grande llena de parientes comer pizza y tomar cerveza cerca de la
vocingleros. Casi no había viento, por eso estación de Los Polvorines. El tren tenía
el chorro de pis pudo hacer una trayectoria un recorrido más corto antes de las pri-
perfecta. Todos los que estábamos ahí nos vatizaciones. Hacía Grand Bourg-Retiro.
empezamos a reír. Yo un poco me reí, un En Grand Bourg, como la locomotora
poco lloré, un poco disimulé. Quiero ser tenía que dar la vuelta y había como una
una buena madre que se ríe del pis en la calesita de hierro, los andenes —por una
cara, pero también quiero enojarme. Un cuestión de espacio— eran muy angostos.
rato, a veces, solitariamente sin que na- Tanto que a veces parecía que caminabas
die me vea para no sentir culpa de nuevo. sobre una cuerda de cemento con una lí-

266 | Los políticos no son todos iguales, pero se esfuerzan en parecerlo.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

nea amarilla fluorescente de advertencia en un vaso corto de vidrio. La última vez


pintada al costado. Sergio era el compa- que se encontraron estaban en el asado que
ñero y amigo de papá. Salían juntos de la los compañeros de la fábrica organiza-
fábrica que quedaba entre Pablo Nogués ron para festejar fin de año. Sergio llegó
y Grand Bourg y se iban al bar que estaba con muletas y con olor. Charlaron y to-
en el andén. A papá en realidad le conve- maron vino, cerveza y whisky. Comieron
nía irse para el otro lado, pero le gustaba las achuras, el vacío, costillas, chorizos
quedarse un rato con Sergio. Papá ya era y morcilla. Después Sergio contó más o
huérfano, Sergio también. Papá era medio menos cómo se había caído abajo del tren.
huérfano, solo de padre. Sergio era del Al final de la tarde, después de haberse
todo. Sergio era borracho, papá estaba a llenado de casi todo, Sergio se levantó de
punto de casarse. La primera vez que Ser- la mesa, tomó sus muletas y se fue hacia
gio se cayó abajo del tren estuvo interna- donde estaba mi viejo, sacó su pito con la
do tres meses. Se quedó sin una pierna, mano que le quedaba y lo meó. Mi papá
la izquierda. En la fábrica lo indemniza- sintió algo caliente en la espalda, se dio
ron con australes y después papá no lo vuelta y vio a su excompañero y amigo
vio por un tiempo. Después la segunda haciéndole pis como si él fuera un mingi-
vez que Sergio se cayó abajo del tren se torio blanco, de esos que hay en los baños
quedó sin el brazo derecho. Igual era zur- de las estaciones. Papá nos contó que no
do y muy hábil según papá. En el equipo paró de reírse y que se quedó sentado es-
de la fábrica jugaba de arquero y patea- perando a que el otro borracho terminara
ba tiros libres venenosos. Cuando el tren de mearlo, porque a veces eso es lo único
llegaba a la estación de Grand Bourg lo que uno puede hacer.
hacía con una velocidad que te peinaba y
podías sentir como la succión del aire po-
día levantarte en cualquier momento. Los
que lo vieron dicen que estaba tomando
todavía del vaso y se quiso subir con el
tren movimiento pero le erró y se cayó.
La segunda suponemos que quiso hacer lo
mismo pero ya no tenía una pierna para
terminar de hacer equilibrio. Un par de
meses después, mientras tomaban mate
durante un descanso, mi viejo preguntó
por Sergio y los compañeros le contaron
que se había caído otra vez debajo del tren
en movimiento pero esta vez solo se había
golpeado la cabeza. Mi viejo lo fue a ver,
quería decirle que ya se había casado, y lo
encontró en su casa tomando ginebra Bols

Noelia Torres Escritora, estudiante de Edición en


Pilar, Buenos Aires | 1984 la UBA. Nacida y criada en el conur-
bano.

«La república» de Platón, en edición de bolsillo, es filosofía barata. |267


Anécdotas mejoradas

LA DEL
VIEJO CUENTO DE
CIENCIA FICCIÓN
Por Roberto Pablo Abian

H ubo una época de mi vida en que solo


leía cuentos de ciencia ficción. Cuen-
tos que contaban historias de tiempos que
nauta protagonista. Un viaje imposible,
contra toda probabilidad, a lo largo de
cincuenta mil años, tratando de volver a
aún no habían llegado. Cuentos de hom- su casa, a su familia, ya inexistentes, va-
bres viajando entre las estrellas. Entre porizados, disueltos al momento mismo
los cuentos que más me gustaron había del inicio de su viaje.
uno titulado: «El hombre que volvió». Pasaron muchos años. De vez en cuan-
Lo encontré por primera vez en un do, durante algún viaje, volvía a recor-
número de la revista de ciencia ficción dar esos cuentos del pasado. Buscaba en
El Péndulo, siendo aún adolescente, en la mi memoria las sensaciones, los paisajes
ciudad de Posadas, Misiones. Recuerdo imaginarios, los nombres de los persona-
que el cuento me pareció hermoso, pero jes que de a poco se iban desdibujando y
muy triste. Después de leerlo me quedó los revivía dentro de mí cabeza hasta que
una sensación de melancolía en el medio la melancolía se terminaba yendo. Has-
del pecho. El relato de alguna forma co- ta que hace unas semanas tuve que viajar
menzaba y terminaba en un mismo punto a Estados Unidos por trabajo. Y en me-
del tiempo y el espacio, saltando entre dos dio del viaje, desvelado una noche en el
hilos narrativos, conjugando siglos de fu- hotel, quise recordar ese cuento en parti-
tura historia postapocalíptica, con flashes cular. En el silencio de la noche, con los
del desgarrador viaje temporal del astro- ojos abiertos en la oscuridad, empecé

268 | El ateo estaba anémico por falta de Fe.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

veces cuando queremos volver a un lugar


de la infancia que hace mucho que no ve-
mos y cuando logramos llegar ya no es
como lo recordábamos.
Me levanté de la cama. Busqué el
Como cuando cuento en internet. Descubrí que su autor,
James Tiptree Jr. en realidad era una se-
queremos volver ñora, psicóloga ella, que trabajó durante
a un lugar de la un tiempo en la CIA, que se llamaba Alice
Sheldon. Encontré el cuento en una ver-
infancia que hace sión en castellano bastante decente publi-
mucho que no cada en un ignoto blog y lo volví a leer.
Y me volví a emocionar con la historia
vemos y cuando de John Delgano, el astronauta imposi-
logramos llegar ya ble, el monstruo, el hombre que volvió.
Y finalmente lo descubrí. Descubrí algo
no es como lo que no podía recordar y que ya no voy a
recordábamos. poder olvidar: el accidente del cuento, el
experimento fallido que da inicio al via-
je temporal y al apocalipsis nuclear que
casi destruye la civilización, ocurre en los
laboratorios de investigación que están si-
tuados geográficamente en el condado de
Bonneville, en el estado de Idaho, Esta-
ese proceso casi familiar de tratar de re- dos Unidos. Casualidad. Destino. Proba-
cordar las sensaciones distantes, los so- bilidad.
nidos imposibles, los rostros alguna vez Durante estas dos últimas semanas,
imaginados durante la lectura. Pero esta al momento de releer el cuento, en este
vez algo era diferente. instante, mientras escribo estas palabras,
De alguna forma, salvando las distan- yo mismo estoy en Idaho, en el condado
cias, creo que siempre me había sentído de Bonneville, a pocos kilómetros de los
identificado con el astronauta protagonis- laboratorios citados por Tiptree, tratando
ta del cuento. Yo nunca pude viajar por el de volver.
tiempo y el espacio. No soy el causante
de una explosión que casi termina destru-
yendo a la humanidad. Es solo que siento
que yo también estuve viajando, aleján-
dome, sintiendo esa desesperante necesi-
dad de volver. Volver a un lugar que proba-
blemente ya no existe. Como nos pasa a

Pasó sus primeros años de vida entre


Roberto Pablo Abian Corrientes y Resistencia. Escribe,
Corrientes, Argentina | 1971 porque cuando está escribiendo sien-
te algo muy parecido a la felicidad.

Duele más que te toquen la moral cuando la tenés doble. |269


Anécdotas mejoradas

LA DEL
PEOR EMPLEADO
DEL MUNDO
Por Pablo Llanos Urraca

M i padre era tajante: o estudiaba o


trabajaba. Y si no, trabajaría con él en
la cafetería familiar, algo que me causaba
tación. Sus recuerdos más cercanos se bo-
rraban día a día, pero permanecían los más
lejanos, en especial aquellos relacionados
pavor. Así que empecé a aceptar empleos con su trabajo en la construcción: Ernesto
que, aunque bordearan la precariedad, había sido propietario de una empresa del
la ilegalidad o el intrusismo, alejaban gremio y, aunque cada día yo le recordaba
cualquiera de las otras alternativas. Em- que no era más que un cuidador, con fre-
pleos que perdía con tanta facilidad como cuencia solía hablarme como a un peón que
los encontraba. Quizás mi padre tenía le acompañaba a las obras que debía visitar.
razón y yo era un desastre. Fue entonces Algunos días se apeaba del microbús
cuando empecé a acompañar a un anciano enfadado por la ineptitud de los ancianos
con principio de Alzheimer. Mi labor era que le acompañaban, los cuales también
sencilla. El hombre debía disfrutar de su creía que eran sus empleados. Gritaba que
jubilación: pasear, almorzar en alguna eran unos ineptos. Yo le calmaba hablán-
cafetería, visitar familiares o hacer recados dole sobre fútbol mientras nos alejábamos,
sencillos. Aquel trabajo no lo podía perder. pero él siempre acababa pidiéndome que
Cada mañana, yo esperaba a que Ernesto cerrara la boca y le siguiera a la obra. Con
descendiera del autobús del geriátrico. Lo esfuerzo, conseguía llevarle a algún bar para
hacía de forma ágil. Entonces comenzaba almorzar. Ernesto pedía un vino y una torti-
nuestro periplo por la ciudad. Los primeros lla con chorizo; yo café y tostadas. Cuando
días resultaron tranquilos gracias a la leve- le preguntaba si la empresa se hacía cargo
dad inicial de su trastorno y a la presencia del almuerzo, él sacaba la cartera y pagaba.
de algún familiar que le recordaba quién era Pronto pasó a tratarme continuamente
ese extraño y qué hacía cerca de él. No te- como a un paleta. Era un suplicio. Si lo
nía ninguna dolencia, solo aquella demencia llevaba a una cafetería, salíamos zumbando
que le hacía perder la memoria y la orien- hacia algún trabajo. Si le acompañaba

270 | Cuando llegue la hora de la verdad, miénteme.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

a algún comercio, le preguntaba a los siguiente trabajo. Y la cosa volvía a co-


dependientes por «la reforma» o repasaba menzar.
las baldosas buscando imperfecciones. Un día decidí pedir permiso a mi padre
Cuando intentaba explicarle la realidad, para adecentar la instalación eléctrica de
provocaba en él tal ansiedad y confusión su cafetería. Siempre se quejaba de tener
que se enfurecía conmigo. por allí los cables de cualquier manera. Así
No podía perder este trabajo. Debía conseguí la primera reforma real para Er-
evitar que estuviera alterado cuando lo nesto. Hicimos regatas, echamos tubos y
recogían los enfermeros. Así que deci- tiramos cables. Conectamos la cafetera, las
dí seguirle la corriente. Me hice con una neveras y el equipo de música. Yo no sabía
cinta métrica y una libreta, y me dispuse hacer nada de esto y seguía estrictamente
a realizar el papel de empleado. Cada día, las indicaciones de Ernesto, que no había
planeaba un itinerario de obras ficticias y olvidado ninguno de los procedimientos
recorríamos lugares tranquilos tomando para realizar una instalación eléctrica. El
medidas y apuntándolas en la libreta. Re- buen ánimo se mantuvo durante unas se-
pasábamos el acabado del trabajo en algún manas en las que mi padre se hizo cargo
edificio o comprobábamos el inventario en de los almuerzos. Así fui salvando la situa-
una de esas aceras repletas de materiales ción. Cuando Ernesto se cansaba de pasear,
que no era difícil encontrar en la ciudad. yo buscaba algo que reparar en la cafetería.
Pese a su demencia, Ernesto conservaba Un día Ernesto me pidió que me sentara
cierto instinto profesional y comenzó a con él.
desconfiar de mí y de la calidad de nues- —Chaval, te ha costado pillarle el tran-
tro trabajo. Se daba cuenta de que no aca- quillo, pero te has convertido en un buen
bábamos ninguna reforma, de que nunca profesional —me dijo mientras devoraba
coincidíamos con los obreros y de que no una tortilla—. Te voy a ascender. Mañana
descargábamos herramientas ni materiales llamaré a la gestoría para que te hagan ofi-
del microbús cuando nos encaminábamos cial de primera.
a pie hacia los trabajos. Empezó a hacer- Al cabo de un año, el deterioro de Er-
me comentarios: «No creas que no me doy nesto llevó a su familia a decidir internarlo
cuenta de que me llevas de aquí para allá y prescindir de mis servicios. A pesar de
sin hacer nada»; «Te gustan más los bares mis esfuerzos acabé en paro. Cuando le
que andar en el tajo». conté a mi padre que no volveríamos a ver
Resulté ser el más vago de los emplea- a Ernesto, musitó algo sobre lo injusto de
dos que había tenido nunca y reaparecie- la vida mientras limpiaba un vaso que ya
ron las broncas. Yo era su único anclaje a estaba limpio. Luego me preguntó si de-
este mundo durante aquellas horas, pero bería preparar un delantal: la cafetería iba
él se enfadaba constantemente conmigo. viento en popa gracias a las reformas y le
Cuando se enfurecía, daba media vuelta y gustaría que trabajáramos juntos. Rechacé
se largaba refunfuñando. Yo le seguía de su oferta. Me había decidido a estudiar.
cerca sin agobiarle. Finalmente, acababa
girándose y pidiéndome que le llevara al

Pablo Llanos Urraca Una vez organizó un TEDx. Tuvo


San Sebastián, una empresa de informática y una hija
España | 1974 preciosa con una mujer preciosa.

Lo que tiene de bueno un futuro tan negro es que combina con todo. |271
Anécdotas mejoradas

LA DEL
ROBO DEL ÁNGEL
Por Pierre Castro Sandoval

Y o solía robar, aunque no era chorro de


profesión. Lo hacía solo cuando estaba
borracho. Salía de las fiestas y me venía
Otra madrugada me llevé un mojón
de cemento de la comisaría de Aramburú.
Volvíamos de una fiesta en el Mercedes
por la calle arrancándole cosas a la ciudad: amarillo de mi tío Hache. Al pasar frente a
desenroscaba focos de los umbrales de las la comisaría le dije: «Detente, hay que lle-
casas bonitas, me llevaba los ladrillos de varnos esa huevada a casa». Mi tío Hache
los edificios en construcción y despegaba cree en mí más que en Dios, así que ni pre-
carteles de Helados D’Onofrio de las guntó para qué. Se bajó del Mercedes y tre-
bodegas. pó esos cuarenta kilos de cemento a la ma-
Con el tiempo me descontrolé. Una no- letera del auto. Cuando llegamos, subimos
che me llevé un burrito de «no estacionar» el bloque a la azotea de nuestro edificio y
de un telo de San Borja. Lo arrastré a casa ahí debe seguir porque cuando me mudé no
y lo dejé en la puerta de mi cuarto antes vi que tuviera sentido llevármelo conmigo.
de derrumbarme sobre la cama. Al día si- Es que yo no me llevaba esas cosas porque
guiente mi hermana se despertó y me dijo: las necesitara, sino por otra vaina. Pero no
«¿Qué es esta mierda? ¿De dónde la has voy a dar explicaciones, ya las di una vez.
traído?». Cuando se me pasó la resaca tuve Solo voy a contarles del episodio cumbre
que ir a devolverlo. El guachimán del telo de mis noches de ladrón callejero: el robo
me vio llegar con el burrito de madera. Te- del ángel.
nía cara de que quería decirme algo pero, Todo empezó con una fiesta aburrida.
como no me había visto robarlo, no sabía Dice Bukowski que ninguna buena histo-
si yo lo estaba devolviendo, donando o qué ria comienza con: «Estaba yo comiéndome
chucha. Así que se quedó callado y hasta una ensalada...». Pero creo que se equi-
me hizo un indeciso adiós con la mano. voca, porque es precisamente cuando uno

272 | La TV del domingo está pensada para que el lunes vayas a trabajar con ganas.
DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

do una obra sobre un pacto con el diablo.


Vaya ironía.
Ya recostado, me puse a darle al vino y
a monologar como si alguien me estuvie-
ra escuchando. La noche caía sin estrellas
Para cuando sobre Lima y yo bebía. Hablaba y bebía,
acabé el vino, hasta agotarlo todo. Para cuando acabé el
vino, me levanté y me despedí del ángel.
me levanté y me —Adiós —le dije—. Ya me quito.
despedí del ángel. —¿Por qué? —me preguntó el ángel—.
Hay que seguirla, la noche es joven.
—¿En mi jato? —propuse—. Tengo
otro vino.
—Vamos, pues.
Me costaba mantener el equilibrio, pero
está aburrido que busca la dinamita para aun así me trepé a la pileta y lo abracé. El
volar la ciudad. Y en esta fiesta no pasa- ángel era del tamaño de un niño de cinco
ba nada, así que esto es lo que hice: fui a años. Lo empujé ligeramente y sentí cómo
la refri, saqué la caja de vino barato que sus pies de yeso se desprendían del resto de
había traído y escapé en un taxi. Cuando la pileta. La sorpresa me curó la borrachera
llegamos al óvalo de La Fontana le dije al y vi decenas de luces de carros que rodea-
taxista que se detuviera. Parecía una buena ban el óvalo de La Molina. Recordé que
noche para caminar las diez cuadras que la comisaría quedaba a tres cuadras y tuve
me separaban de casa. Sin embargo, cuan- miedo. Esto no era como robarse un foco
do empecé a andar descubrí que todavía o un ladrillo. Pero ya tenía al ángel en mis
tenía la caja de vino llena, así que me metí brazos y no quería soltarlo. No podía sol-
al óvalo para beberla. Esas cosas que uno tarlo. Salí de la pileta y empecé a caminar.
hace a los veinte o a los treinta o a los cua- Cargué al ángel las diez cuadras que
renta, da igual. faltaban para llegar a casa. Recuerdo que
En el óvalo había una pileta rodeada sentí su cabeza recostada sobre mi hombro
por cinco figuras: una mujer con un cán- y que al rato empecé a contarle por qué
taro, que vertía agua a la fuente, y cuatro me robaba las cosas de la calle. Le hablé
angelitos de yeso. Uno tocaba la flauta, de aquel agujero que tenía en el corazón
otro bailaba, el tercero rezaba y el último mientras lo abrazaba fuerte, tan fuerte
leía. Yo me recosté junto a los pies del que como solo saben abrazar los borrachos.
leía. Solo más adelante, cuando el ángel
ya se había mudado conmigo, descubrí
que el libro que sostenía entre sus manos
era el Fausto de Goethe. Un ángel leyen-

Publicó los libros de cuentos Un


Pierre Castro Sandoval hombre feo, Orientación vocacional y
Trujillo, Perú | 1979 Yo no quería escribir cuentos —solo
quería conocerte—.

Te anotás en Linkedin para encontrar trabajo y en Twitter para perderlo. |273


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA URUGUAYA QUE
ODIABA A SUÁREZ
Por Sabrina Cittadino

S oy uruguaya y odio a Luis Suárez.


Odiar es un sentimiento muy fuerte —y
sí, quizás sea un poco exagerado—, pero
Fue justamente la irritación y el odio que
me genera toda esta moda barcelonesca lo
que hizo que me esguinzara el tobillo de la
el tipo siempre me hizo la vida imposible manera más insólita. Y como esa moda fue
con sus goles: jugó en Nacional y yo soy provocada por Suárez, lo considero cien
de Peñarol; estuvo en el Liverpool inglés por ciento culpable de la cuestión.
y soy hincha del Manchester United; ahora El 6 de junio de 2015, Barcelona y Ju-
juega en Barcelona y yo simpatizo con el ventus definían la final de la Champions
Real Madrid. 2014-2015. Una empresa de TV por cable
Para colmo, equipo extranjero en el me había invitado a ver el partido en el cine
que desembarca Suárez, equipo extran- y, como buena periodista —que lleva como
jero cuyas camisetas copan las calles de estandarte el «si viene de arriba, hasta un
Montevideo. Y ese fanatismo empedernido rayo»— acepté. Fútbol, sorteos y pop gra-
surgido de la nada por un cuadro de fútbol tis. Era el escenario ideal para cualquier fa-
me exaspera. Más cuando resulta de la pre- nático del deporte más popular del mundo.
sencia de un jugador como Suárez —del Para mí, sin embargo, estaba el in-
cual no reniego de sus habilidades, pero conveniente de que Suárez había llegado
es un futbolista que no me gusta nada—. al club catalán en esa misma temporada y

274 | Los números, bien entendidos, empiezan por 1 mismo.


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

Todo eso duró muy poco. A tan solo cua-


tro minutos de empezada la final, Rakitić
marcó el uno a cero para que el 99,9% de
la sala se levantara gritando con los brazos
en alto. A los diez minutos de empezado
el segundo tiempo, Juventus logró empa-
El resultado tar con un gol de Morata. Pero el equipo
final se veía italiano nunca tuvo el control del partido
y el resultado final se veía venir. Mis úni-
venir. Mis únicas cas esperanzas se limitaban a que Suárez
esperanzas se no metiera gol. Pero ni eso: a los veintitrés
minutos, el tipo aprovechó un rebote que
limitaban a dio Buffon y la sala estalló. Ahí se termina-
que Suárez no ron mis ganas de ver el partido.
—No me banco a esta gente festejando,
metiera gol. ¿vamos? —le dije a Ro después de un rato.
Mi amiga asintió, así que nos levanta-
mos de los asientos y enfilamos hacia la
escalera, en donde había gente sentada.
«Permiso». Nada. «Permiso». Ni bola.
«Permiso». Nadie se movió. Estaba decidi-
había conformado un tridente con Messi da a no ver el festejo de Suárez y los hin-
y Neymar que ya estaba haciendo de las chas de Barcelona, así que avancé de todas
suyas. En consecuencia, aquella moda que maneras.
tanto me molestaba estaba a flor de piel Un solo paso bastó. Logré eludir con
entre los futboleros uruguayos. Segura- mi pierna a las dos personas sentadas en el
mente la sala estaría llena de hinchas del primer escalón, pero al apoyar el pie en el
Barça, cosa que efectivamente ocurrió. Así suelo pisé a alguien, me doblé el tobillo y
es que terminé en el cine con la camise- sentí un crack. El dolor y la inestabilidad
ta de Cristiano Ronaldo del Real Madrid me hicieron tambalear y rodé unos cinco
—no la blanca, sino la fucsia, para sobresa- escalones hacia abajo. En el preciso instan-
lir más todavía—, acompañada por Rosina, te en el que mi cuerpo se detuvo, Neymar
una aliada y amiga madridista. Era un tan- metió el tercer gol y la sala se volvió a lle-
to ridículo estar mirando una final con la nar de cantos y festejos.
camiseta de un equipo que nada tenía que Mientras el resto de la gente celebraba y
ver con ese partido. Sin embargo, ahí esta- Ro me ayudaba a incorporarme, alcancé a
ba yo, copada, comiendo pop y sonriendo, expresarle todo mi amor al jugador:
porque estaba segura de que Juventus le —La puta madre, cómo te odio Luis
iba a ganar a Barcelona. Suárez.

Sabrina Cittadino Licenciada en Comunicación Social.


Montevideo, Uruguay | 1992 No cree en los horóscopos.

Los políticos son como los payasos, o no causan gracia o dan miedo. |275
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA GALLINA INFILTRADA
Por Sandra Olivier

E l calor era agobiante y el clima en la


cancha también. El estadio Juan Car-
melo Zerrillo explotaba de gente. Del lado
que se notaba que abajo llevaba otra re-
mera. También tenía una pulsera de goma,
roja y blanca. Me pareció verlos sonreír
visitante, los de River habían agotado las con el gol del empate. Creo que ella has-
entradas en una tarde. Desde lo alto de la ta dio unos saltitos. Él, en cambio, estuvo
tribuna, con mi hija de tres años calzada en más contenido. Preferí pensar que me ha-
mi cadera y mi marido al lado, alentába- bía confundido: ella tenía esa pulsera y otra
mos al Lobo, como siempre. La tradición remera abajo, sí, pero estaba ahí con la del
familiar no dejaba alternativa: el tripero Lobo.
aguanta y alienta, en las buenas y en las Pero con el segundo gol de River lo
malas. El lobo no abandona, es, por lejos, confirmé: ella festejó y volvió a saltar
la bandera de la hinchada más sufrida. Y en mientras él intentaba taparla y frenarla.
el seno familiar eso se valora. Mucho. Entonces bajé corriendo, con la niña aún
Arrancamos ganando uno a cero, pero calzada en mi cadera derecha, empujando
a los pocos minutos las gallinas ya nos ha- a varias personas con la zurda para llegar
bían empatado. Apoyada sobre el alambra- hasta donde estaban ellos:
do, una pareja llamó mi atención. Habían —¿¡Qué festejás?! —les gritaba mien-
entrado cuando el partido ya había empe- tras descendía por los tablones—. Sacála
zado. Él estaba en cuero; ella era rubia y de acá pelotudo, no van a venir a gritarnos
llevaba puesta la camiseta del Lobo, aun- los goles en el medio de la Veintidós.

276 | Si ya no hay lucha de clases, ¿a qué juegan entonces en el recreo?


DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

Cuando llegué hasta alambrado me


puse a centímetros de la pareja. El pibe se
había asustado un poco. Temía la reacción
del resto, supongo. Intentó calmarme; me
pidió disculpas y que banque un poco.
—¡Volá de acá, váyanse! —grité más
fuerte.
La gente empezaba a pedirme calma y
mi marido bajó hasta donde estábamos no-
Por un momento
sotros. dudé acerca de lo
—¿Enloqueciste? —me dijo—. Dame a
la nena.
que estaba pasando.
Por un momento dudé acerca de lo que Intenté explicarles a
estaba pasando. Intenté explicarles a todos
que ellos eran gallinas y que habían fes- todos que ellos eran
tejado dos goles en nuestra tribuna, pero gallinas y que
nadie parecía entenderme. Ahí me iluminé.
Empujé al pibe con la intención de agarrar habían festejado
a la rubia por la muñeca y mostrarles a to- dos goles en nuestra
dos su pulsera riverplatense, pero en el ca-
mino encontré algo mejor: le levanté la ca- tribuna, pero nadie
miseta del Lobo, que llevaba como disfraz, parecía entenderme.
y abajo apareció la Adidas roja y blanca de
River. La original.
Se hizo un silencio y me di vuelta para
esperar la aprobación del resto. Un grupo
de triperas se acercó corriendo para acom-
pañar a la parejita hacia la salida del esta-
dio, aunque no muy amablemente.
La anécdota termina ahí. Según quién hacer llorar desconsoladamente a mi hija
la cuente, adquiere características que y generarle una repulsión hacia la cancha
pueden resultar más o menos grandilo- que se sostiene incluso hasta el día de doy,
cuentes. Algunos dicen —aunque yo no cuando ella ya está cerca de cumplir veinte
lo recuerde— que agarré a la piba de la años. La tradición familiar se cortó.
ropa y la sacudí un poco. Otras veces he
escuchado que la agarré de los pelos y que
hasta intenté golpearla contra el alambrado.
En fin, lo único que yo logré esa tarde fue

Su mayor logro son sus dos hijas,


Sandra Olivier haber superado todo tipo de crisis
La Plata, Buenos Aires, con su marido y cosechar amistades
Argentina | 1972 en todos los espacios que transita.

La gente que añora el pasado ya no es lo que era. |277


SOBREMESA DE LAS RAREZAS Y LOS ABSURDOS IMPOSIBLES

UN PERRO Y UN ALCE

CHIRI: ¿Cuál es la historia más absurda y extraña que noche unos amigos lo habían invitado a una fiesta de
escuchaste en tu vida? disfraces y entonces, para sacarse al alce de encima,
HERNÁN: Buenos Aires, 21 de octubre de 1988. Dice se le ocurre soltarlo en la fiesta y hacerse el boludo.
la prensa de la época: «Marta Espina, de 75 años, ca- H: Una idea genial. Si están todos disfrazados, ¿quién
minaba por el barrio de Caballito. Al mismo tiempo se va a dar cuenta de que es un alce de verdad?
Cachi, el perro caniche de la familia Montoya, jugaba C: ¡Exacto! Llegan a las fiesta los dos, tocan timbre, el
en el balcón del piso trece, cuando de pronto atravesó anfitrión le abre y el tipo señala el alce y dice: «Hola,
un hueco de la baranda y cayó al vacío. Marta Espina vine con los Salomone». Y pasan lo más tranquilos. El
recibió el impacto del animal sobre su cabeza y falle- alce se incorpora a la fiesta. Le va muy bien. Seduce
ció en el acto. Cachi también perdió la vida». a una chica y un pelado se pasa una hora y media
C: No es tan absurda. tratando de venderle un seguro.
H: Esperáte que sigue: «Edith Solá, de 46 años, vio el H: ¡Ja! Lo del vendedor de seguros es un chiste muy
insólito accidente y cruzó la avenida con velocidad, yanqui, siempre aparece.
quizás para prestarle ayuda a la anciana, con tanta C: A las doce de la noche empiezan a repartir los pre-
mala suerte que fue arrollada por el interno 15 de la mios a los mejores disfraces. Y el primer premio se
línea 55». los dan a los Berkowitz, un matrimonio disfrazado de
C: ¡Tremendo! ¡Hermoso! alce. El verdadero alce queda segundo.
H: Pero falta una muerte más. H: ¡Como Charles Chaplin en el concurso de quién
C: ¡Naaaaa! imita mejor a Chaplin!
H: «La tercera víctima fue un hombre que sufrió un C: Exacto. Pero a Chaplin le dio risa perder, en cambio
ataque cardíaco al ver la totalidad del episodio, que el alce se enoja muchísimo, y a la salida arremete con-
se desarrolló durante la mañana de ayer en las inter- tra la pareja ganadora e intenta golpearlos con sus as-
secciones de la Avenida Rivadavia y Morelos». Salió tas. Los Berkowitz se defienden y quedan todos des-
en La Nación y es todo verdad. No había fake news mayados, el alce y los Berkowitz disfrazados de alce.
en esa época. H: Es genial.
C: Por supuesto, Hernán. Y muchísimo menos del dia- C: Pero no termina ahí. El cazador, que todavía está en
rio La Nación. Me encantó. la fiesta, dice: «Esta es mi oportunidad de deshacer-
H: ¿Y vos? ¿Cuál es la historia más absurda que co- me del alce». Ata al alce otra vez arriba del paragolpes
nocés? con la idea de soltarlo en el bosque, pero se confunde
y se lleva a los Berkowitz. A la mañana siguiente, los
C: La del alce de Woody Allen.
Berkowitz se despiertan en el bosque. Al rato un caza-
H: Soy todo oídos. dor los mata, los diseca y los coloca como trofeo en el
C: Un tipo se va de cacería a los bosques de Nueva Jockey Club de Nueva York.
York y caza un alce. Lo ata en el paragolpes del auto H: Hermoso.
y sale para su casa, sin saber que el alce no estaba
C: Y termina con una frase genial. Dice Woody: «Y es
muerto, estaba desmayado porque la bala solo le ha-
un desastre, porque el Jockey Club de Nueva York no
bía rozado la cabeza.
admite judíos».
H: Empieza bastante bien.
C: Escuchá cómo sigue: en un momento el alce se
despierta atado, se empieza a mover y al tipo le da un
cagazo tremendo. Pero se acuerda de que justo esa

278 | Que alguien le acerque una silla a aquellos valores que siguen en pie.
Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS INDESTRUCTIBLES
EN EL MAR
Por Carlos Fuller Maúrtua

«M ujeres, ustedes están ante los Indes-


tructibles», les dije. La del tatuaje
rio. La otra, la boliviana, no hizo gesto
un lado de la cabeza y lo peinaba hasta el
otro. Se veía horrible. Lo del tenis no lle-
gó a mucho. Todas las mañanas yo leía el
alguno. «¿Y qué tanto pueden hacer los diario esperando encontrar algún triunfo
Indestructibles?», preguntó. Entonces, Ra- suyo, pero nada. Lo hizo hasta los vein-
miro dio la vuelta y señaló hacia los botes ticinco años. Luego comenzó una carrera
pesqueros. «A que nadamos hasta uno de corta en un instituto de cocina que tam-
esos». Lo dijo emocionado: parecía tener bién dejó. La verdad es que Ramiro estaba
verdaderas ganas de meterse al mar. Ya las un poco fregado. Pero esa noche todo era
habíamos traído de la discoteca a la playa, distinto. Teníamos media botella de pisco,
todo parecía indicar que iban a tirar con un troncho más. Yo ya llevaba cuatro chil-
nosotros. ¿Qué más quería demostrar? canos encima, medio wiro y estaba abor-
No tienen idea de la joya que había dado por esa confraternidad que le llega
sido Ramiro en su tiempo. Mientras no- a los borrachos a partir de las cinco de la
sotros estudiábamos en universidades, él madrugada. Me emocioné con la idea: «Si
entrenaba para ser tenista profesional. Las llegamos, ustedes se toman lo que queda
mujeres lo escuchaban decir «soy tenista» de pisco», dije. La boliviana sonrió por
y se lanzaban encima. Además era muy primera vez en toda la noche. «Vayan a
guapo, y entonces se dejaba el pelo largo, nadar», contestó.
hasta los hombros. Luego se le cayó todo De pronto, ahí estábamos: dos huevo-
ese pelo. Comenzó a dejarlo crecer por nazos caminando en calzoncillos hacia la

280 | Una obra secreta es un inédito escondite.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

Solo quedaba nadar. Eran unos treinta


metros, no más. Ramiro braceaba voraz-
mente, con mucha técnica; como si estu-
viese en plena competencia de nado. Yo
lo seguí desde atrás y por ratos me detenía
sobre alguna piedra. Él llegó muy rápido:
braceó unos veinte segundos sin parar, tocó
la cubierta del bote y subió a bordo con la
«Mi brother, somos fuerza de sus brazos. «¡Vamos, carajo!»,
los Indestructibles, volvió a gritar. Luego no lo volví a escu-
char porque me zambullí y nadé el resto de
nada destruye a un trayecto que me quedaba.
Indestructible». Subí a bordo entre drogado, mareado,
congelado y emocionado. Comenzaba a
Entonces nos amanecer. Ramiro estaba derrumbado so-
zambullimos y bre el bote, con los brazos sobre las piernas,
los pelos fuera de su sitio y la pelada en evi-
salimos de nuevo dencia. «¿Que fue, huevón?», le pregunté.
a la superficie. «¿Qué pasa?». Entonces voltee hacia la ori-
lla y descubrí la razón: las chicas se habían
ido y un par de perros olfateaban nuestra
ropa tirada. Ha pasado muchísimo tiempo
desde aquel día y tantas cosas han cambia-
do, pero creo que nunca me podré olvidar
de la mirada de Ramiro sobre este bote: pa-
recía un viejo perdido que ha olvidado el
orilla. El cielo estaba de ese tono que sepa- camino a casa. Lo único que pude hacer fue
ra la madrugada de la mañana, el mar olea- sentarme a su lado y darle una palmada en
ba despacio, el agua estaba tan helada que la espalda. «Nada destruye a un Indestruc-
me dolían los dedos. Pero seguimos cami- tible, mi brother», le dije. «Nada de nada».
nando hasta el límite máximo: el momento Entonces, desde la orilla, un pescador gritó:
en que hay que meter los huevos al agua. «¡Salgan de mi bote, carajo!», y tuvimos
«¡No sean maricones!», gritó la boliviana, que meternos al agua de nuevo.
desde la orilla. Ramiro me miró. «Huevón,
tengo que hacer esto», dijo. Yo le respon-
dí: «Mi brother, somos los Indestructibles,
nada destruye a un Indestructible». Enton-
ces nos zambullimos y salimos de nuevo a
la superficie. «¡Vamos, carajo!», gritó Ra-
miro. «¡Conchasumadre!», grité yo.

Carlos Fuller Maúrtua


Periodista, editor y docente.
Lima, Perú | 1990

Las identidades líquidas te permiten volcar cada tanto. |281


Anécdotas mejoradas

LA DEL
DAIHATSU «POROTO»
Por Daniela Bluth Goldfarb

E l año 1997 no fue fácil. Hacía dos años


que había muerto mi madre. Hacía casi
dos que me venía cruzando sistemática-
moda en ese momento, me pareció justo
darle una oportunidad. Ella tampoco an-
daba bien y este podía ser un plan que
mente en la puerta del baño de mi casa con nos levantara un poco el ánimo a las dos.
la nueva pareja de mi padre. Hacía poco Quedamos para el jueves. Tampoco era
más de un año que había terminado una cuestión de hipotecar un sábado de algún
relación larga y a distancia con un novio manjar frente al televisor.
brasileño, saxofonista él. Y hacía casi el Entre mis amigos yo era algo así como
mismo tiempo que me había peleado con el chofer oficial. Iba siempre en El poroto,
mi amiga del alma, todo por salir un par de el Daihatsu Cuore que le había comprado
meses con un chico del grupo de amigos usado a mi prima y que, aunque era dimi-
que nos gustaba a las dos. nuto, supo cargar hasta siete almas. Esa
En ese escenario, las salidas eran pocas noche pasé a buscar a Flor, llegamos a Mi-
y, básicamente, consistían en ir a comer. lenio, en la Ciudad Vieja, hicimos un poco
Era pizza en el bar Prado. Entrecote jugoso de puerta y decidimos entrar. Sintiéndonos
en La Parrilla de Williman. Chivito cana- sapo de otro pozo, fuimos directo a la ba-
diense sin lechuga en Marcos. Y dulce de rra. No hay nada que un poco de alcohol
leche granizado con mouse de limón de La no pueda disimular. Empezamos con te-
Cigale. También pasaba largos ratos fren- quila. Fueron varios shots, creo que cinco.
te al televisor. Sin demasiado ojo crítico, Cuando sentí que las paredes giraban, de-
miraba desde Almorzando con Mirtha Le- cidí que era tiempo de parar. Había varias
grand hasta la novela de turno de O Globo. pistas para elegir y elegimos la de música
Salir a bailar era la excepción. Por eso, electrónica. Nadie bailaba con nadie y to-
cuando mi amiga de la facultad, Floren- dos bailaban con todos. Las chicas vestían
cia, me dijo de ir a Milenio, el lugar de de negro. Los chicos tenían las camisetas

282 | No creo en mi escepticismo.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

y los pantalones pegados al cuerpo. Todos


entraban y salían del baño como en loop.
Perdí a Flor. Un chico de musculosa
ajustada y brazo tatuado me agarró para
bailar. No me acuerdo de su cara, mucho
menos del nombre. Al rato nos estábamos
besando al costado de la pista. Nunca fui Y hasta ahí
de ganar en los boliches, así que solo con van mis
eso la noche ya había sido diferente. Le
dije que iba a buscar a mi amiga y desa- recuerdos
parecí. A Flor la encontré un rato después de esa noche.
en la pista del piso de arriba, un poco más
rocanrolera, también acompañada. El te- El resto es
quila había hecho lo suyo y ella estaba fas- una gran
cinada. Me presentaron a un amigo de su
chico, ya más convencional: jean y camisa nebulosa.
a cuadros. Tampoco recuerdo la cara ni el
nombre. Bailamos, charlamos y me invitó
a tomar algo a la barra. Flor se acercó para
avisarme que ellos se iban, que él la lleva-
ba a la casa, que no me preocupara. Esta
vez tomamos gin. geniero de sistemas, conversando con Lu-
Y hasta ahí llegaron mis recuerdos de ciana. Me saludó con un beso y me dio las
esa noche. El resto era una gran nebulosa. llaves del «poroto». «Lo dejé estacionado
Me desperté alrededor de las nueve con en la esquina», me dijo. Yo le respondí con
dolor de cabeza y el estómago revuelto. un «gracias». Cortantes, cortados, se fue.
Tenía que estar en el trabajo a las once, así Cuando me di vuelta para volver a mi es-
que me duché, tomé el sagrado café con critorio Luciana me preguntó: «¿De dónde
leche y decidí pedir un taxi para no mane- conocés a mi sobrino?». Tierra tragáme,
jar. El resto del día pasó con normalidad. esto es una aldea.
Hasta que a eso de las cinco de la tarde
sonó el teléfono de mi escritorio. «Hay un
muchacho para entregarte algo», me dijo
la recepcionista, Luciana, una veterana
buena onda. Yo pensé que sería el típico
sobre de manila de parte de alguna edito-
rial. O la invitación para algún cóctel de
embajada. Cuando llegué a la recepción
vi al chico de la noche anterior, de traje y
corbata, pelo raya al costado y pinta de in-

Daniela Bluth Goldfarb Periodista, madre de Valentina y


Montevideo, Uruguay | 1975 Felipe y esposa de Federico.

La vida es un producto con pésimo servicio de posventa. |283


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ROBO DE LA
RUDA MACHO
Por Fernanda García

H ace tres años, un día como hoy, robé.


Fui la autora material del delito y actué
con un cómplice. No fuimos presos, nadie
nos conocía. Parecíamos normales y hasta
inocentes, pero no: estábamos planean-
do un robo. Robo que mi cómplice no se
nos vio y de los dos solo quedé yo para atrevió a llevar a cabo. Robo que cometí
contar esta historia. orgullosa. Como si robar estuviese bien.
Cada primero de agosto, en países Nuestra meta era encontrar la ruda
como Perú, Bolivia, Ecuador, Chile y Ar- macho a una distancia que nos permitiera
gentina, se celebra el Día de la Pachama- arrancarla de un tirón. Caminamos varias
ma o Madre Tierra, rindiéndole homenaje cuadras con el frio de agosto en la piel
con ofrendas y rituales. Muchas personas, hasta que dimos con el objetivo. Ahí es-
ese día, toman caña con ruda para espan- taba, esperándonos. Busqué el momento
tar el dicho popular que reza «julio te pre- apropiado, ese en que las miradas ajenas
para, agosto te lleva», y nosotros no fui- se disipan. Mi papá se adelantó cobarde-
mos la excepción. mente y me dejó sola frente a frente con
Caña teníamos. Ruda no. Por eso fue mis incertidumbres y, en un acto de au-
que mi papá y yo andábamos vagando por dacia, estiré mi mano y arranqué media
los jardines de Villa Adelina, en busca de planta de cuajo. Disimulé mi trote con un
ruda macho para tomar con caña; él era dejo de deportista y llegué a donde estaba
nuevo en el barrio y eso jugaba a nuestro él, haciéndose el tonto, con la evidencia
favor para pasar desapercibidos. Nadie en la mano. Se la di como compartiendo la

284 | Tengo el control de mi vida, pero creo que apreté cualquier botón.
DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

Llegamos a su casa y preparamos el brebaje


espantoso. Lo tomé, me quemó la garganta y pensé:
«Ojalá tuviera a mi papá conmigo todos los
primeros de agosto de mi vida para seguir
cometiendo hurtos menores».

culpa y me dijo que tal vez era demasiada Hoy, primero de agosto y ya sin él, me
cantidad y casi lo mato. confieso culpable pero sin culpa. Que la
Llegamos a su casa y preparamos el doña dueña de ese jardín venga a buscar-
brebaje espantoso. Lo tomé, me quemó la me y me lleve presa. No me importa. To-
garganta y pensé: «Ojalá tuviera a mi papá tal, la Madre Tierra sabe, como toda bue-
conmigo todos los primeros de agosto de na madre, que lo que se hace con amor no
mi vida para seguir cometiendo hurtos es delito.
menores». Pera era solo una expresión de
deseo, porque luego sentí agradecimiento
de estar ese primero de agosto con él y
haberme convertido en ladrona solo para
complacerlo.

Fernanda García
Dramaturga. Profesora de Teatro. Ac-
San Miguel de Tucumán,
triz. Madre de Lara, Matías y Juana.
Argentina | 1980

Si nos pusiéramos todos de acuerdo, hoy podría ser viernes. |285


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA FIESTA QUE SE
QUEDÓ SIN LUZ
Por Gustavo Ramírez

E ra 1998 y, por decisiones que tenían


que ver con la necesidad de cambiar de
entorno, decidí dejar el trabajo que hacía
—Tengo una fiesta en Villa Páez —nos
dijo.
Todos, menos yo, confirmaron el nuevo
varios años me venía consumiendo. Sin rumbo. Palabras más, palabras menos —y
ingresos y con cuotas a mansalva, instalé algún que otro gesto—, finalmente con-
un taller de mantenimiento cuyo espacio vencieron «al nene de Nueva Córdoba» de
compartía con unos mecánicos. Es así lo interesante del nuevo programa.
como me conecté por primera vez con las —Once y media, todos acá y salimos.
barriadas cordobesas. Más precisamente, En el momento del reencuentro se en-
con barrio Yofre. cendió la primera luz de alarma. Los mu-
En solo una quincena, ya habíamos asis- chachos me vieron llegar y me hicieron la
tido a varios recitales en la zona del Abas- primera advertencia:
to, al que consideraba casi como propio. —Vos ni mires una mina porque cobra-
El mismo ritual se repetía cuatro días a la mos todos.
semana: al final de la jornada, a eso de las Entonces la comitiva partió de Yofre
sitete de la tarde, pasábamos por un súper, con un infiltrado que no podía disimular su
cargábamos un cajón de cervezas y nos condición. El fernet ya estaba en el baúl,
sentábamos frente a una casa del barrio, así que fue un viaje sin escalas, aunque yo
esperando la hora propicia para rajar al bar. no tenía idea a qué lugar íbamos. En el auto
Pero una tarde, uno de mis nuevos compa- me recomendaron algunas conductas que
ñeros tuvo una propuesta distinta. ayudarían a terminar la noche en paz.

286 | Qué celosos están los perros desde que el mejor amigo del hombre es internet.
DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

la capacidad de un dedal, apoyar la espalda


contra la pared y esperar en silencio.
En quince minutos ya no tenía nada más
que tomar. Tampoco tenía el ánimo para
salir a buscar otra bebida. Solo podía es-
perar la aparición de alguno de los fugados
Las miradas para reponer líquido. Mientras evaluaba la
de las demás posibilidad de salir a buscar un bondi para
volver a mi hábitat natural, se apagaron to-
personas no das las luces y un mutismo total terminó
eran amistosas: con la música. Yo me pegué a la pared y
esperé el ruido del quilombo. Pero enton-
era sapo de otro ces pasó algo impensado: escuché la voz
pozo y se notaba de una chica que, a los gritos, se quejaba
de que el dueño del lugar la había estafado.
demasiado. —¡Este viejo hijo de puta me dijo que
estaba todo bien y ahora se cortó la luz!
Salimos afuera y vimos que el único
lugar a oscuras era ese galpón. Entonces
tomé coraje y me acerqué a la chica.
—Che, yo soy electricista —le dije—.
Llegamos a un galpón a pocas cuadras ¿Querés que vea qué pasó?
del río. Por el portón abierto se veía una —Y dale, si no esto se acaba.
fiesta con mucha gente bailando cuarteto. Cuando miré hacia arriba reconocí
La música hacía temblar las chapas y los uno de esos viejos fusibles aéreos con el
tambores, donde cada grupo depositaba alambre quemado. Así que crucé la calle,
vino, cerveza y fernet, todo nadando en busqué en el baúl del auto una pinza y un
hielo. pedazo de cable, me trepé al pilar de co-
Nos acomodamos en el centro del sa- nexión y, mientras varios me sostenían por
lón y colocamos las botellas que traíamos la espalda, reconecté el fusible. Desde el
en los tambores comunitarios. Ya que es- momento en que volvió la luz y la música,
tábamos, preparamos algunos jarros con me dediqué a tomar fernet en balde y a dis-
bebidas espirituosas. Luego descubrí que frutar de una de las fiestas más largas que
mis cumpas rajaban detrás de sus rescates recuerdo.
y que yo me quedaba solo demasiado rápi-
do. Las miradas de las demás personas no
eran amistosas: era sapo de otro pozo y se
notaba demasiado. Reconocí que lo mejor
sería tomarme unos tragos en un vaso con

Gustavo Ramírez Papá de un niño que ya tiene más


Córdoba, Argentina | 1976 historias que él para contar.

Ahora que nadie los usa, los teléfonos públicos salen a pedir monedas. |287
Anécdotas mejoradas

LA DEL
TIPO QUE SE FUE A BÚZIOS
Por Isidoro Aramburú

E l Chanfle era un tipo enorme, con una


fuerza descomunal. Tenía la facultad de
estar siempre en los lugares donde ocurrían
llamada La Manzana Prohibida, en la que
tenía un puma atado en un rincón. Él mis-
mo atendía la verdulería, vestido de frac,
cosas increíbles, aunque es cierto que mu- con galera, bastón y guantes blancos. A las
chas de esas cosas increíbles las generaba viejas que se animaban a entrar les servía
él mismo. Por eso, cuando ibas a un lugar las frutas en una bandeja de plata.
en donde sabías de antemano que el Chan- Cuando cerró la verdulería, el Chanfle
fle estaría presente, tenías que llevar botas vendió el puma y se fue a Búzios con la
de goma, fósforos, forros, guita —además idea de poner un local y, una vez estable-
de irte preparado psicológicamente—, por- cido, llevarse a toda su familia. Nunca más
que podía pasar cualquier cosa. llamó ni regresó a la ciudad de las diago-
Tenía una familia hermosa: una mujer nales. Todos lo dieron por muerto, hasta
y cinco hijos. Además, era un comercian- que —muchos años después— supimos la
te excéntrico y famoso en la ciudad de razón de su desaparición.
La Plata. Primero tuvo una tienda en la En Brasil, el Chanfle había llevado a
que vendía los famosos sweaters Toribio. cabo su máximo hito. Entre copa y copa,
Para promocionar su producto, compró un se propuso cruzar nadando todos los kiló-
chimpancé al que paseaba por el microcen- metros que separan las playas blancas de
tro, vestido con un sweater, en pleno vera- la Isla Negra. Hasta ese momento nadie lo
no platense. Después tuvo una verdulería había conseguido. Ni siquiera lo habían in-

288 | El consenso es una enfermedad que se transmite por compartir opiniones.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

tentado, porque se decía que el mar estaba


infestado de tiburones. Cuando iba por la
mitad del periplo, un barco pesquero que
lo vio fue a socorrerlo, pero el Chanfle con
total naturalidad les preguntó si tenían algo
para comer. Le dieron una banana, comió
Le di un par unos bocados y siguió, ante la mirada ató-
nita de los pescadores. Cuando llegó a la
de cachetazos isla, como tributo a su enorme hazaña, la
y reaccionó. tribu que vivía allí lo proclamó rey. Al vol-
ver a las playas blancas, un harén de indias
Entonces me miró solía acompañarlo en sus giras por los ba-
con tranquilidad, res de Búzios.
Varios años después fui a veranear a
como si nada Brasil. Un día, mientras caminaba por la
hubiera pasado, playa, me encontré a un hombre muerto.
Estaba tendido boca abajo en la arena. Co-
me saludó y rrí hasta él y lo di vuelta: era el Chanfle. No
luego se adentró estaba muerto, estaba desmayado producto
de una interminable parranda. Le di un par
corriendo al mar. de cachetazos y reaccionó. Entonces me
Después nadó hasta miró con tranquilidad, como si nada hu-
biera pasado, me saludó y luego se adentró
que su figura se corriendo al mar. Después nadó hasta que
convirtió en un su figura se convirtió en un punto lejano y
ya no lo vi más.
punto lejano y ya no Según escuché tiempo después, ese fue
lo vi más. su último viaje. Nunca más se supo nada de
él, ni en La Plata ni en Búzios, pero yo me
pregunto si no andará por España, leyéndole
las cartas a la gente, o en Sudáfrica, guiando
safaris. O pescando en Islandia. De algo es-
toy seguro: el Chanfle sigue haciendo de las
suyas en algún rincón del mundo.

Peronista, Licenciado en Comunica-


Isidoro Aramburú
ción Social, empleado público, actual-
Ushuaia, Argentina | 1993
mente en el Ministerio del Interior.

Me dieron un presente, yo quería un futuro. |289


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA COLADA EN LA CASA
DEL ESCRITOR
Por Janine Zaruski

E n el año 2010 era fanática de los blogs


y me había hecho una amiga virtual que
vivía en Buenos Aires. Un día me avisó
reímos mientras la gente aplaudía. Estába-
mos viviendo un sueño.
Hernán habló durante un rato largo y
que nuestro escritor preferido, que vivía abrió el espacio para preguntas. Algunos
en Barcelona, iba a ir a Argentina para pre- lectores le preguntaron cosas sobre él,
sentar su revista. Recuerdo que pedí plata sobre la revista y sobre su familia. Por
prestada, saqué los pasajes y me tomé el alguna razón, cuando el micrófono pasa-
buquebus. ba, mi amiga lo tomó. La miré intrigada.
Dormí en el sillón de Rosalba y al día Preguntó si alguien sabía cómo podíamos
siguiente salimos para Mercedes. Me ex- volver a Buenos Aires. Hubo risas, pero
plicó que el primer ómnibus para volver nadie contestó.
era a las seis de la mañana, así que la única A los cinco minutos se acercó un hom-
opción era ir sin saber qué haríamos hasta bre. Nos dijo que su amigo tenía auto y que
la vuelta. nos podían llevar. Nos dio un poco de mie-
Llegamos y tomamos un taxi solo por do, pero ante la falta de alternativas diji-
tres cuadras. El lugar empezaba a poblarse, mos que sí. Apareció su amigo, un tipo que
compramos algo para comer y nos senta- medía dos metros y debía pesar doscientos
mos en el pasto. En ese momento apareció kilos. Lo bautizamos el Ropero. El otro era
Hernán. Con Rosalba nos miramos y son- el Chino. Tenían un descapotable antiguo y

290 | Según la ley del menor esfuerzo soy inimputable.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

nos subimos en el asiento de atrás. Cuando


arrancaron, nos dijeron que primero tenían
que pasar por la casa de un amigo. Creo
que me puse a rezar y supongo que Rosal-
ba también.
Después de lo que parecieron tres horas,
llegamos a una casa en un pueblito. Cuando Conversamos con
entramos, me sorprendí al comprobar que
no era la locación de una película de terror,
su sobrina, pero a
sino una casa linda, con mucha gente y un él no lo pude ni
montón de comida. De repente, la puerta
de la casa se abrió y salió un hombre. Creo
mirar. Me daba
que dejé de respirar por un segundo. Me di mucha vergüenza
cuenta de dónde estábamos. Era la casa de
él. Del escritor. De Hernán Casciari. Está-
estar en su casa, de
bamos en la casa de Hernán Casciari. Íba- colada, comiendo
mos a cenar en la misma mesa que él, con
su madre, su hija, su mejor amigo y todas
con su familia.
las personas de sus cuentos.
Conversamos con su sobrina, pero a él
no lo pude ni mirar. Me daba mucha ver-
güenza estar en su casa, de colada, comien-
do con su familia. Sé que fue amable, pero
mi estado de shock era tal que no pude ar- Ya estamos en 2018. No me pude colar
ticular una frase coherente en toda la no- en su casa aún, pero escribo una anécdota
che. Recuerdo que me reí con alguno de para su libro, en la que él también es prota-
sus chistes, pero esa fue toda la interacción gonista. Y, quién te dice, al año le quedan
que me pude permitir. Debe haber pensa- varios meses todavía.
do que era una idiota, me dije a mí misma
cuando volvíamos, pero no me importó. El
viaje había superado cualquier expectativa.
Cuatro años después, Hernán organizó
un taller. Le conté que yo era una de las
chicas que había comido en su casa y él
me dijo que el Chino y el Ropero también
se habían colado. Apenas los conocía. Nos
reímos. El último día nos sacamos una
foto y me firmó una dedicatoria que decía:
«Querida Janine, espero que vuelvas a co-
larte en mi casa antes de 2018».

Janine Zaruski Psicóloga y guionista. Lo que más le


Montevideo, Uruguay | 1989 gusta es contar historias.

El necrófilo tenía un muerto en el placard. |291


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA RATA Y LA SERPIENTE
Por Jerónimo Mazarrasa Muñoz

A ntes de que mi pequeño experimento


con el chamanismo amazónico se tor-
ciera del todo, yo estaba viviendo solo en
cabaña: era marrón, bastante grande, tama-
ño chihuahua: iba caminando por la viga y
asomándose a los lados, haciendo ruiditos.
medio de la selva. Las condiciones no po- Pensé que eso explicaba las cagarrutas que
dían ser más básicas. Vivía en una cabaña me había estado encontrando sobre el mos-
sin paredes, apenas un techo de palma, y quitero algunas mañanas. No podía hacer
bajo este una pequeña plataforma eleva- mucho al respecto, así que no hice nada.
da de madera, sobre esta una colchoneta Me tocaba vivir con una rata, pensé, y eso
y sobre esa un mosquitero. Pasaba todo el es lo que había. Al rato sonó un estruen-
día ahí, solo. Catorce días, prácticamente do sobre mi cabeza, miré para arriba y vi
sin comer, sin moverme, sin ver a nadie, a la rata... ¡volando! Había saltado desde
bebiendo extracto de cortezas y raíces y la viga, se había deslizado por el aire con
mirando al verde hasta que el cerebro se las cuatro patas abiertas, habia aterrizado
me ablandó y la cabeza se me abrió en dos en el techo de la mosquitera hasta rebo-
como un melón. tar como en un número de circo y acabar
Pero antes de eso, un día, estaba senta- posada como un acróbata sobre una viga
do mirando la nada y escuché un chirrido lateral. Entonces escuché otro ruido y vol-
sobre mi cabeza. Miré para arriba y vi una ví a mirar. En el lugar del que había sal-
especie de rata de selva caminado sobre la tado la rata ahora asomaba casi un metro
viga de madera que sujetaba el techo de la de serpiente verde y amarilla, descolgada,

292 | Me copié en el examen de ADN.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

tancias: se quedó muy muy quieta, con la


esperanza de que nadie la viera. Pero yo la
veía y ella me veía, y la serpiente me veía,
y de repente me di cuenta de que no era
un observador, mirando aquello. Era parte
de la escena. Mientras yo siguiera donde
Un humano estaba todos estaban atrapados en su lugar.
La serpiente no iba a bajar y la rata no iba
abajo, una serpiente subir. Entonces decidí irme a dar un paseo
arriba y la rata en y que se arreglaran entre ellos.
Durante el paseo me sobrevino un ca-
el medio, jodida. breo monumental. Era el tercer animal
venenoso que me encontraba en la cabaña
en cinco días, ¡coño! Y esos cabrones me
habían dejado sin nada para defenderme.
Un plato de arcilla y una puta cuchara. Eso
tenía. ¡Cabrones! Entonces recordé algo
que me habían dicho: cuando visitan ani-
sacando la lengua en dirección al roedor, males es simbólico, significa algo. Empecé
mientras se deslizaba lentamente para atrás a darle vueltas. ¿Qué significaría? ¿Sería
sobre la viga. Pero la rata fue valiente, su- yo como la rata? ¿O como la serpiente? ¿O
bió hasta la viga del techo y se encaró con sería yo tal como fui, un tipo observándolo
el reptil, ambos avanzaron y retrocedieron todo? ¿Era ese yo? ¿Ese era mi papel en
en un especie de duelo de las bestias de la vida? ¿Observar desde una esquina pen-
National Geographic que estaba ocurrien- sando que no afectaba las cosas, cuando
do delante de mis ojos. Pero me empecé en realidad estaba bloqueándolo todo? De
a preocupar, la serpiente era muy grande repente me sentí agotado. Puse la cabeza
y parecía venenosa. ¿Cómo la iba a sacar entre las manos y me dejé caer sobre una
de mi cabaña? ¿Y cómo la iba a mantener piedra. ¡Cabrones!
fuera de la cabaña si no tenía ni puerta ni
paredes? ¿Qué pasaría cuando se hiciera de
noche? ¿Dónde podía a dormir a salvo? La
rata era valiente, pero estaba perdiendo la
batalla, se habia retirado viga abajo, y se-
guido por otra de las vigas laterales, dando
la vuelta alrededor de la cabaña, cuando de
repente me vio, creo que por primera vez.
Un humano abajo, una serpiente arriba y
la rata en el medio, jodida. Así que hizo
lo que hacen los animales en esas circuns-

Jerónimo Diseñador, narrador crossmedia y


Mazarrasa Muñoz activista ayahuasquero. Trabaja para
Madrid, España | 1972 la fundación ICEERS.

Si hacemos oídos sordos, ¿después a quién se los vendemos? |293


Anécdotas mejoradas

LA DE
UNA ANÉCDOTA
ADENTRO DE OTRA
Por Juan Carballo

Q uería elegir una anécdota que cum-


pliera más o menos con el pedido que
Hernán y Chiri nos habían hecho en el ta-
a cada uno su ejemplar, seguramente con
alguna demora.
Entre amigos y desconocidos, alcancé
ller: «Traigan una historia que siempre les el número mínimo para recibir los envíos
haya funcionado bien en las sobremesas». y no perder demasiada plata en el intento.
Pensando en esa consigna me di cuenta de Fue así que 2011 me encontró paseando
que, entre mis historias más repetidas, de- por oficinas de correo, enviando la revista
finitivamente habían algunas que se conec- a desconocidos en la otra costa de Estados
taban con el universo Orsai. Unidos y discutiendo sus textos con mi jefe
Orsai empezó a llamarme la atención o con mi hermano, compañero ocasional de
precisamente cuando el blog dejó de ac- otras latitudes, con quien volví a charlar de
tualizarse. Por entonces yo vivía en Esta- literatura por primera vez desde nuestra in-
dos Unidos. Cuando supe de los primeros fancia en Córdoba, cuando leíamos Ásterix
bocetos para convertir al blog en una re- y la colección «Robin Hood».
vista en papel me emocioné mucho. De- En 2012, después de vivir tres años afue-
cidido a no quedarme sin mi revista, em- ra, volví a Córdoba. El regreso me permitió
pecé a compartir con entusiasmo la idea repensarme, reflexionar acerca de qué cosas
del proyecto literario con otras personas pretendía retomar de mi vida anterior y qué
en Estados Unidos. Les dije que yo mis- cosas de mi vida en el norte quería conser-
mo me ocuparía del reparto: les entregaría var. Decidí que, dentro de estas últimas, una

294 | Tengo dientes sensibles: uno escribe poesía.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

sería el hecho de usar la bicicleta como me- Córdoba, terminé conociendo a un escritor
dio de transporte principal. La otra sería el medio enfocado en fútbol, que para mayo-
reparto de Orsai, aunque en un nuevo rol de res casualidades escribía seguido acerca
distribuidor que ya no era tan amateur. Al del glorioso Las Flores, el club donde, ha-
poco tiempo, me di cuenta de que mis dos cía muchos años, yo me había dado cuen-
costumbres importadas se combinaban con ta de que nunca iba a llegar a ser un gran
relativa frecuencia y de que yo me había futbolista.
convertido en un verdadero canillita. Peda- Algún tiempo después, mi familia se
leaba y repartía la revista. vio sacudida por alguna conexión ecle-
Durante los dos años de mi reparto cor- siástica de alto nivel. Mientras los eventos
dobés mantuve algunas suscripciones fieles de esos días tomaban formas inesperadas,
de la primera hora, a quienes les repartía yo no podía dejar de pensar que todo eso
las revistas una o dos veces al año, y tam- era definitivamente una anécdota Orsai.
bién sumé a amigos y amigas de Córdoba, Así que se me ocurrió darle forma a aquel
además de mucha gente nueva. De repente, acontecimiento a través de un breve es-
me encontré prestando y debiendo plata a crito en el que hablaba de mi tío, Jorge
gente que no conocía y llevando adelante Bergoglio, el nuevo Papa. Días después, y
un sistema de distribución para unas cua- con algunos tuneos de por medio, mi rela-
renta o cincuenta personas, sin anotar de- to era parte de las peleas por un pri en el
masiado, sin preocupaciones y confiando blog de Orsai. Definitivamente, el primer
mucho. En cada entrega mantenía charlas milagro de mi tío.
pequeñas y cortitas, esas que en la mayoría Cuando se me ocurrió escribir acerca
de las situaciones cotidianas suelen ser in- de todo esto, pensaba que no era tan bueno
cómodas, artificiales y apuradas, pero que que mi anécdota fuera en realidad un peda-
en estos casos resultaban bien diferentes. cito de la anécdota más grande de dos ami-
Un día, mientras bajaba de mi edificio gos que se juntaron para hacer una revista.
ofuscado por unos problemas que tenía con Pero, después de pensarlo un poco más, me
la web de la ONG que había fundado, uno di cuenta de que, desde una u otra perspec-
de los suscriptores que esperaba ansioso tiva, toda anécdota es parte de alguna otra.
por su Orsai me contó que él y su mujer Orsai habrá nacido de esa larga sobremesa
se dedicaban a la programación y que con de dos años, pero ya dejó de ser una anéc-
gusto me darían una mano. Cinco años dota solo del Chiri y Hernán.
después seguimos trabajando juntos.
En otra ocasión, un suscriptor me in-
vitó a escuchar un programa de radio en
vivo donde, justamente, habló un escritor
cordobés publicado en Orsai que se había
alojado por unos días en Sant Celoni. Un
poco por eso, y otro poco por los inten-
tos de juntadas de la comunidad Orsai en

Juan Carballo
Córdoba, Argentina | 1982

La Asociación Internacional de Fisicoculturismo tiene un presidente y dos bíceps. |295


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA PRIMERA CITA
CON FRANCESCA
Por Karen Luy de Aliaga

C uando uno quería tener novia en Lima,


en los noventas, habían pocas proba-
bilidades de conseguirla. Si es que eras
de despistadas y la señora que limpiaba
el baño. Para cuando Luciana o Mariana
llegaban a la cita, no sentías mariposas en
una chica que buscaba otra chica, claro. el estómago, sino el frío en el espinazo y
Lo más fácil era conectarte a internet, que peor aún, mientras se acercaban, lo que
costaba menos de madrugada, y entrar a habías soñado te iba absorbiendo como
chats de lecas (lesbianas) de otros países una ventosa hasta lo más profundo de tu
y hacerte amigas. Luego, si tenías suerte, banquillo de la barra del bar, te chupaba
te encontrabas con una peruana que por hacia abajo, te hundía y te dejaba la mente
alguna extraña casualidad no tenía foto en en 404 Error not found, hasta el «Hola»
su chat, pero sí te dejaba emocionarte con del inicio, cuando ya no tenías escapato-
su nombre: femme, moderno, sexy. O al ria. Pedías otra cerveza más.
menos eso pensaba a mis ilusos dieciocho Bajo ese modus operandi tuve mi pri-
años. Entonces quedabas para encontrar- mera cita. Con una Francesca, sí. Profeso-
te con una Francesca, Paula, Luciana o ra de francés en un colegio de la high, se
Mariana en un bar de Miraflores o en el quedaba chateando hasta tarde después de
Hedonism de Lince que proyectaba se- clases para no pagar una cabina. Me dijo
ries gays y tenía los martes de solo chi- que fuera al colegio, que luego saldríamos
cas, donde por supuesto, las únicas chicas por unas chelas. No me daba mucha bola,
eran las drag queens, la bartender, un par pero me encantaba la idea de que fuera,

296 | Si querés comprar vajilla, soy tu agente en cubiertos.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

siguiente. Le muestro mi DNI, le digo que


busco a Francesca. «Ah, su sobrina, ¿no?»
Eran los noventa, yo recién salía del cló-
set, durante años sería la prima, la sobrina
o la mejor amiga de otra mujer. Sí claro,
Eran los busco a mi tía.
noventa, yo Apenas abro la puerta del salón me
ataca una nube de humo de cigarrillo, y
recién salía a lo lejos, ella, de espaldas. Pelo corto y
del clóset, oscuro, delgada, pequeña, ronca y riéndo-
se a carcajadas frente a una pantalla. Con
durante años más de cinco ventanas del chat abiertas y
sería la prima, tintineando. La decepción fue inmediata.
Y mutua: yo parecía un niño de cuarto de
la sobrina media, ella probablemente me triplicaba
o la mejor amiga la edad. Eso no era tan malo, tomando en
cuenta de que el guachimán de la entrada
de otra mujer. era más guapo y simpático que ella. Me
senté a chatear con otras desconocidas
Sí claro, busco dos horas en una modernísima computa-
a mi tía. dora. Mientras, ella siguió con lo suyo y
se fumó dos cajetillas. Nos dimos la es-
palda. No hablamos ni por chat. Tendría
otras primeras citas así, hasta la llegada de
Facebook y Tinder, con certezas, pero con
según su profile, diez años mayor que yo nostalgia de aquella magia.
y que, con suerte, al fin pudiera tener mi
primer beso francés con una chica. Y qué
chica, porque si era Francesca, de veini-
tiocho años, seguro que tendría el pelo lar-
go y oscuro, los ojos como dos piscinas, y
al saludarme lo haría con un beso en cada
mejilla y olería a Chanel number 5.
Ahí voy yo, atravesando treinta ki-
lómetros de Lima en un micro, con mis
dieciocho años que parecían de quince y
mi corazón ensoñando a Francesca, ma
chérie. Llego al colegio y el guachimán
me dice que no puedo entrar, que si me he
olvidado de algo que lo recogiera al día

Escribe. Viaja. Vive y sobrevive con


Karen Luy de Aliaga
Pika, su perra. No sabe nadar bien. A
Lima, Perú | 1979
veces vomita conejitos.

Quise vender mermelada en envases de diez kilos: fue un frascazo. |297


Anécdotas mejoradas

LA DEL
RADIO PERDIDO
EN EL FESTIVAL
Por Mariana Scalise

F ue en 2004. Con mayoría de edad recién


estrenada y una especial afición por los
estados alterados de conciencia, Rama y yo
ció la tan temida frase: «Mi amor, perdí el
radio». En ese tiempo no había cosa que
nos durara, todo se perdía o se rompía, y
fuimos al mayor festival de música elec- ya era evidente que no se trataba de mala
trónica de ese momento: Creamfields. La suerte. El descontrol estaba en todas las
emoción se sentía desde meses antes, los áreas y no éramos capaces de conservar
mejores DJ's tocarían y en esa época las nada. Hasta donde sabíamos, los duendes
drogas todavía pegaban. Era maravilloso. se llevaban las tucas… pero solo eso.
Todos nuestros amigos estarían ahí. Nos Revisé mis bolsillos, solo tenía el mío.
esperaban horas de música, baile y empatía Buscamos en el piso: era imposible ver
colectiva. Estábamos felices. algo más que pies y barro. Llamamos y es-
Llegamos antes de la medianoche del taba apagado, lo que significaba que había
sábado. Esa misma tarde habíamos contra- sido robado o dañado. Maldición. No ha-
tado un popular servicio de radios tipo wal- bían pasado veinticuatro horas desde que
kie talkie, y cada uno tenía su móvil. ¡Por los recibimos, y ya faltaba uno. Malditos
fin podíamos comunicarnos sin restriccio- duendes.
nes entre nosotros y con los demás! Faso Pasamos la noche entre tristes y resigna-
que va, pasti que viene, cerca de las dos de dos, frustrados pero sin sorprendernos. Cer-
la mañana Rama se acercó a mí y pronun- ca de las siete de la mañana la fiesta llegó

298 | Los rusos de ahora se visten cosaco y corbata.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

a su fin y Rama me pidió el radio que que-


daba para seguir llamando insistentemente,
con alguna esperanza de encontrarlo.
Con resaca post-gira y mareada por las
miles de personas en procesión hacia la sa-
lida, en un momento miré alrededor y me
encontré sin mi grupo: nadie conocido a la
vista. Abrí y cerré los ojos varias veces, no
era un flash. Fui y vine entre la gente, no
estaban. Los busqué por todos lados, a esa Estaba sola
altura bastante preocupada. Estaba sola e e incomunicada,
incomunicada, ¡perderme era lo único que
me faltaba! ¡perderme era
Después de un rato de andar y desandar lo único que
varios caminos como flotando en la marea
de gente, alguien se destacó entre la mul- me faltaba!
titud: tenía un radio en la mano y al verlo
me di cuenta de que con un poco de ayuda,
podría volver. Fui directo hacia él, le conté
que me había perdido y le pedí hacer una
llamada. Él accedió sin problema, y sacan-
do algo del bolsillo me comentó «¿Sabés
que yo encontré este en el piso? Lo apagué
para que no se le acabe la batería y así poder
devolverlo al final de la fiesta». Confundida pero primero, te van a contar una historia».
y temiendo que pensara mal de mí, contesté Y fue así que, previa coordinación de dón-
«Vos no me vas a creer, pero hoy perdí uno de seguiría la fiesta, encontramos, el radio y
así». Él con cara de «sí, por supuesto», muy yo, un nuevo puente al otro lado.
incrédulo, dijo que no podía ser. Había se-
senta mil personas alrededor; no podía ser
cierto que justo yo fuese la dueña.
Insistí en mi versión, entonces, intri-
gadísimos, probamos mi suerte: prendió el
aparato encontrado, yo le dije el número y
él llamó desde su radio. El clásico prip fue
la prueba de que no mentía, ¡era el mío! En-
tre asombro y risas, de repente se escuchó
en el altavoz del móvil: «¡Flaco, por favor,
devolvéme el radio!». ¡Era Rama! Todo
volvía a su lugar. «Yo te lo voy a devolver,

Mariana Scalise Mercenaria de oficio en el mundo


Ciudad de Buenos Aires, editorial, autodidacta por curiosidad
Argentina | 1983 y bajos recursos.

Me siento más ignorado que los Términos y Condiciones de un software. |299


Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS DELINCUENTES
DE NUEVE AÑOS
Por Martín Kazmierski

«S os vendedor». Me lo dijo un clien-


te esta semana, y pensándolo bien,
es una de los calificativos más apreciados
me en el zócalo de la confitería frente a la
comisaría de Gurruchaga con el cajoncito
de lustrar zapatos. Estuve un par de horas,
que me pueden decir, al menos de 10 a 18. solo un señor que iba con la mujer puso su
«Otros son solo cotizadores nomás, pero pie sobre mi cajón, pero lo sacó casi de in-
vos no. Vos sos vendedor». mediato y me dijo: «¿Vos no sos muy chi-
Algo de esto se trae de la cuna, un poco co para hacer esto?». Mi respuesta mental
se aprende, o será que empezamos a ha- fue obvia y no me importaba nada, solo
cerlo hace unos cinco mil años, pero yo dar el servicio. A todo eso, mi vieja que
creo que todo empezó hace unos treinta y no sabía dónde estaba, llamó a la policía
tres años atrás, cuando yo tendría no más y no sabían nada. Por suerte no recuerdo
de tres años y mi abuela, por vergüenza mi vuelta, pero no debe haber sido placen-
del qué dirán, me compró todo el stock de tera. Hubo más experiencias comerciales
caracoles que salí a vender por las calles precoces, como vender la colección com-
de Punta del Este. Cuando me pregunta- pleta de Corín Tellado o cosas así, pero la
ron unos muchachos que estaban en una negociación, ese arte, ese juego, no vino
obra en construcción si eran para comer, sino hasta más tarde.
yo dije que sí, sin la más mínima duda. O Una tarde, a los nueve años, había ido
tal vez, cuando a los seis años me fui de a mis clases de inglés al William Blake de
mi casa cerca de Plaza Italia, para sentar- Santa Fe y Ayacucho y cuando salí para

300 | La humanidad está condenada al éxito, pero sus líderes son abogados.
DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

Una banda de unos cinco o seis pibitos me


acorraló contra una pared y me pidieron toda
la plata que tenía encima. Algo tenía y se los di
sin más. No me quedó nada. Estaba solo, con mi
arte aún no revelado, frente a estos nenes.

volver a mi casa en Paraguay y Larrea, Lejos de deprimirme o volver bajoneado


trayecto que siempre hacía a pie, una ban- a mi casa, incluso hoy recuerdo orgulloso
da de unos cinco o seis pibitos me aco- cómo negocié en caliente y pude recuperar y
rraló contra una pared y me pidieron toda hacer una quita sobre los fondos sustraídos
la plata que tenía encima. Algo tenía y se por esos pequeños buitres. No lo recuerdo,
los di sin más. No me quedó nada. Estaba pero conociéndome debía sonreír de oreja
solo, con mi arte aún no revelado, fren- a oreja por el robo, o como lo veía yo, el
te a estos nenes. Pero ahí saqué todo mi contra-robo que había sucedido.
instinto y la idea llego a mí, rápido como
un amague de Messi en el área chica y les
dije: «Ahora que les di toda mi plata, no
tengo para volver a mi casa, y me tengo
que tomar un colectivo». Los chorritos,
que no eran como los de ahora y cuando el
paco aún solo era colonia, me devolvieron
parte del botín para que yo pudiera volver
a mi casa. Esos eran codigos, viejo.

Martín Kazmierski
Papá de dos. En términos generales,
Ciudad de Buenos Aires,
feliz con la vida que le tocó.
Argentina | 1978

La soberbia y la ignorancia son vecinas, pero no se saludan. |301


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA INDEMNIZACIÓN
Y LA POLICÍA
Por Rafael Serna Martínez

M i padre me contó esta historia. Eran los


difíciles años a mediados de los 80, en
los cuales, a la crisis económica, se sumaba
una patrulla policial era quizá lo más es-
calofriante que podía pasarle a un limeño.
La unidad estaba oculta en una calle late-
la violencia subversiva. Como muchos pe- ral. Dos policías apostados en la esquina le
ruanos, mi padre tuvo que tomar una deci- salieron al paso. Uno señaló el paquete y
sión sobre su empleo de entonces: aceptar preguntó en tono intimidante.
los incentivos para renunciar que ofrecía la —¿Qué llevas ahí?
empresa o permanecer hasta que finalmen- —Nada, jefe.
te fuera despedido. Optó por lo primero, —Enseña, pues, ¿no será una bomba?
con la idea de empezar algún negocio para —Es mi liquidación, jefe, recién me
mantener a la familia. Unos días después han botado de la chamba —dijo mientras
fue al banco a cobrar su liquidación. Po- entre abría el paquete para dejar ver algu-
siblemente no pensó en cómo llevaría el nos de los billetes.
dinero a casa. Los veinte años de servicio —Tienes que venir con nosotros. Por
más incentivos se tradujeron en un grueso acá han denunciado un robo. Vamos a la
fajo de billetes que envolvió en papel pe- comisaría, llamamos a tu centro de trabajo
riódico. y lo aclaramos todo —exclamó el otro po-
Lo que no sabía era que a unas cua- licía, que parecía de mayor grado.
dras del banco lo estaban esperando. En Para entonces, un tercer policía ya ha-
esos años de atentados terroristas, toques bía bajado de la patrulla y con los dos pri-
de queda y balas perdidas, encontrarse con meros lo rodeaban. No tenía opción, subió

302 | ¿Hasta qué edad son menores los acordes?


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

al asiento trasero. Los dos subalternos se


acomodaron a ambos lados, mientras que
el de grado superior se sentaba al lado del
conductor, que no había bajado. La co-
misaría más cercana quedaba a menos de
cinco cuadras pero el conductor tomó el
camino opuesto. Él no se había fijado en Él miraba el
las insignias del patrullero y era posible paquete que tenía
que los policías realmente lo llevaban a
su respectiva comisaría. Pero sus temo- entre manos, el
res se confirmaban, al notar que la ruta mismo que nadie
que seguían los llevaba a las afueras de
Lima. Ya se podían ver terrenos agrícolas había intentado
intercalados con urbanizaciones nuevas. quitarle, aún. Pensó
Pronto estarían en zonas descampadas. Él
miraba el paquete que tenía entre manos, que ese paquete
el mismo que nadie había intentado qui- podía significar
tarle, aún. Pensó que ese paquete podía
significar su muerte. No era nada raro que su muerte.
en esos tiempos apareciera un cadáver
en los extramuros de Lima. Se les mar-
caba como NN y pasaban pronto al olvi-
do, mientras los familiares podían pasar
meses o años buscando al desaparecido.
Pensó si ese iba a ser su fin. Comenzó a ordenó al conductor que parara. Los demás
pensar en sus hijos y ya no pudo pensar se miraron entre ellos.
más. No quería desarmarse frente a los —Regresa. ¡Rápido! —dijo y pronto
policías. No quería que se rieran de él. De estaban de vuelta en las cercanías del ban-
repente, sin tomar consciencia de ello se co—. Señor, vaya tranquilo. No ha pasado
dirigió al jefe con voz firme, exigiendo nada.
que lo llevara a la comisaría o lo dejara ir. Por unos segundos mi padre se quedó
Dijo iba a quejarse con un General amigo cerca de la patrulla sin atinar a irse.
suyo. Y mencionó un apellido compuesto, —Señor, de repente nos podría dejar
muy poco común. algo… —se aventuró uno de los policías
Años después aseguraría que nunca de atrás.
pudo recordar qué nombre mencionó. —¡Cállate, carajo! —tronó el capitán.
Simplemente no conocía ningún oficial de Mientras él daba algunos pasos
policía de ese rango, ni mucho menos uno alejándose, el capitán sacó la cabeza por
que sea su amigo, del grado que sea. En la ventana.
ese momento, el policía de mayor grado le —Señor, tenga cuidado. Por acá roban.

Ingeniero de software con inquietudes


Rafael Serna Martínez literarias. De tanto leer terminó sone-
Lima, Perú | 1976 tos y cuentos en lugar de funciones y
procedimientos.

Tengo un mensaje para todos los que quieren destruirme: puedo solo. |303
Anécdotas mejoradas

LA DEL
DORMIDO EN
EL COLECTIVO
Por Santiago González

E ra sábado a la noche y con mis amigos


habíamos ido al mismo boliche al que
solíamos ir todos los sábados a la noche.
viniera. Por suerte, no tardó más de quince
minutos en pasar y enseguida estaba via-
jando rumbo a mi casa. El colectivo estaba
Tomamos y bailamos y, ya entrada la ma- semi vacío, fui hasta uno de los asientos
drugada del domingo, abandonamos el lu- individuales del lado izquierdo, me senté,
gar para volver a nuestros respectivos ho- apoyé la cabeza en la ventanilla y me que-
gares. Yo salí solo, atiné a llamar a alguien, dé dormido inmediatamente. Soñé proba-
pero el celular estaba muerto, así que me blemente con el Pipi Romagnoli levantan-
quedé esperando cerca de la puerta a ver do la Libertadores, como —casi— todos
si aparecía alguno de los que habían ido en los días. Me desperté un rato más tarde, de
auto. Al rato, decidí ir a tomarme el bon- la única forma de la que uno se despierta
di, ya que me estaba agarrando sueño y no de una siesta no planeada en un colectivo
había salido nadie. Estaba cerca de Junín de línea: sobresaltado y sin entender nada.
y Las Heras, pleno barrio de Recoleta, y Miré por la ventana, pero me costó enfocar
tenía que viajar hasta Barrancas de Belgra- con precisión, afuera llovía a cántaros. En
no. El 60 que baja por Ayacucho me deja- cuanto me despabilé un poco, me encontré
ba bien, así que caminé un par de cuadras con un panorama poco alentador: viajába-
hasta la parada y me senté a esperar a que mos por alguna ruta (la ocho o la nueve

304 | Le di muchos disgustos a mi madre y de a poco me los va devolviendo.


DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

calculo) y vi que pasamos primero un co-


rralón gigante, luego un extenso descam-
pado y después una concesionaria de autos.
Desanimado por la tormenta y todavía un
poco borracho, no me pareció buena idea
bajarme en ese momento, así que opté por
seguir durmiendo.
Cuando volví a abrir los ojos, me en-
El chofer bajó contré con la figura de un hombre parado al
atrás mío y me lado mío, era el chofer que me sonreía. Me
miró con cara de tendrías que ir bajando
preguntó si sabía del colectivo. Afuera por suerte ya había
dónde estábamos. parado de llover. El chofer bajó atrás mío
y me preguntó si sabía dónde estábamos.
Miré para todos Miré para todos lados buscando alguna
lados buscando referencia y al no encontrar ninguna, abrí
los brazos como el hombrecito del Whats-
alguna referencia y App y puse mi mejor cara de desconcier-
al no encontrar to. Él me devolvió una breve carcajada y
me hizo una seña para que lo siguiera. Yo
ninguna, abrí los estaba muerto de sueño, lo único que que-
brazos como el ría era acostarme y dormir dos o tres días
seguidos, pero sin mejores opciones en lo
hombrecito del inmediato, decidí hacerle caso. Entramos a
WhatsApp y puse un barcito que hacía las veces de terminal,
donde un grupo de choferes jugaban al tru-
mi mejor cara de co y comían bizcochitos de grasa. Me invi-
taron a sentarme con ellos y me convidaron
desconcierto. un par de mates. Habrán pasado no más de
diez minutos, que en ese estado para mí pa-
recieron dos horas, cuando uno se levantó
y me dijo: «Dale pibe, vamo’ que por hoy
se terminó la joda».

Santiago González Fanático de San Lorenzo, le gusta


Ciudad de Buenos Aires, mucho leer, mirar series y juntarse a
Argentina | 1982 comer asado con amigos.

Qué feo sería morir aplastado por el peso de todos los libros que no leí. |305
Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS PALIERES
Por Verónica Stewart

C uando éramos chicas, a mi tía y a mí


nos gustaba recorrer palieres. Palieres,
sí, halls de entradas, pasillos; puentes entre
es decir, más de cien pasillos por conocer.
Por supuesto que yo solo tenía permitidos
los veintisiete que salían al ascensor de
los departamentos «B» y «C». Los «A» y mi casa, pero aún así la variedad me enlo-
«D», que correspondían a los ascensores de quecía. El ritual se hacía así: una vez por
enfrente, eran la figurita difícil, y mi tía no semana, mi tía pasaba a buscarme para
me dejaría cruzar esa línea. Yo tenía ocho irnos de aventuras y separábamos la pri-
años y ella era, por lejos, mi mejor compa- mera hora del encuentro para recorrer pa-
ñera. No es que tenía pocos amigos o, más lieres. Tomábamos el ascensor desde mi
bien, no es solo que tenía pocos amigos, piso veinticuatro e íbamos bajando, piso
sino que mi tía, a sus cuarenta y pico, era por piso. Yo me sentía en un safari, y cada
más chica que yo. Cuando no se disfrazaba vez que me bajaba del ascensor mientras
de hada para el show de marionetas, y entre mi tía mantenía apretado el botón de puer-
otras cosas a lo que jugarían niñas mi edad, ta abierta, me imaginaba saltando de una
me llevaba a ver palieres. cuatro por cuatro como las que veía en los
Yo vivía en una torre de Palermo, de dibujitos de aventuras. Movía los dedos
esas en las que los vecinos nunca se co- de mis pies como si se estuvieran adaptan-
nocen. Digamos que entre las dos torres do a la sabana africana y sacaba mi Kodak
había más de doscientos departamentos, analógica.

306 | El riesgo de abrazar una religión es que aproveche el abrazo para robarte la billetera.
DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

En el piso dieciséis me llevó tanto tiem-


po tomar la foto que mi tía se puso entre
las puertas, y manteniéndolas abiertas
con la fuerza de un gimnasio, yo pasé por
debajo de sus piernas a la seguridad del
ascensor. Todo este despliegue quizás se Quizás era mi
haya debido a un sueño frustrado de mi necesidad de hacer
tía contadora por ser diseñadora de inte-
riores. Quizás era mi necesidad de hacer algo fuera de las
algo fuera de las reglas. Quizás fuera una reglas. Quizás
curiosidad que nos excedía como indivi-
duos, una necesidad de nuestra raza de fuera una
asomar el hocico en la intimidad del otro. curiosidad que
En ese momento, el simple acto de sacar
las fotos me divertía demasiado como nos excedía como
para reflexionar sobre el por qué, pero a individuos, una
veces, cuando me confundo de piso y el
ascensor se abre brevemente en un palier necesidad de
que yo inmortalicé años atrás, pienso en nuestra raza
quién vivirá detrás de esa puerta.
A veces veo la mezuzá, e imagino las de asomar
cenas de Pesaj que deben tener al mismo
tiempo que las nuestras. A veces, la alfom-
el hocico en la
bra tiene un diseño de abuelo y huele a que intimidad del otro.
nada cambia hace años. Algunos tienen es-
pejos y recuerdo, pícara, que esos eran mis
preferidos de fotografiar. Hoy por hoy, no
sé el nombre de ninguno de mis vecinos,
pero eso no quiere decir que no los conoz-
ca. Mi tía nunca lo supo, pero en el azar
de sus aventuras, logró que mis ganas de
contar cuentos me acercaran a toda la gente
con la que vivía.

Licenciada en Periodismo. Colaboró


Verónica Stewart para el Buenos Aires Herald desde
Ciudad de Buenos Aires, 2014 hasta su cierre. Actualmente,
Argentina |1992 escribe para otros medios digitales.

Estaban construyendo un futuro y se quedaron sin materiales. |307


SOBREMESA DE LAS INTRÉPIDAS AVENTURAS NOVELESCAS

ABURRIDO
EN EL SOFÁ

CHIRI: Hay dos tipos de aventuras, las imprevistas y C: ¡Shhh! No me interrumpas. Ahora decime: ¿qué
las buscadas. tipo de aventuras preferís vos?
HERNÁN: Me gusta cuando llegás a mi casa sin sa- H: ¿Como espectador?
ludar y me decís frases pomposas sin que nadie te C: No, como protagonista de tu propio destino.
pregunte. ¿Querés un mate?
H: Prefiero ser el que elige la aventura. No me gusta
C: En el primer tipo de aventuras hay algo externo que cuando la aventura toca a mi puerta y no estoy prepa-
te impulsa a dejar el sillón y enfrentar un problema, rado. Cuando ocurre, le digo a Julieta: «Atendé vos y
y en el segundo sos vos el que decide levantarte del decile que no estoy».
sillón para ir detrás del conflicto. ¿Estás de acuerdo?
C: Es verdad, odiás los imprevistos... Se te nota en la
H: Sí. Pero cuando entrás a la casa de alguien en di- cara que sos cagón.
ciembre de 2020 tenés que saludar y después hablar
H: ¿Perdón?
del coronavirus o de la muerte de Maradona. De lo
contrario, sos extraterrestre. ¿Querés algo fresco? C: Un gordito cacoso.
C: Centráte en la teoría y dame un ejemplo. H: Escucháme: no me gusta que vengas a mi casa
sin avisar. No me gusta que entrés sin saludar. No me
H: Primer tipo de aventura: Duro de matar.
gusta que actúes como si dirigieras un taller literario.
C: ¿Por qué? Pero que me digas gordito cacoso es directamente
H: Porque Bruce Willis no tiene ni idea del quilombo muy extraño. Acá hay algo que no cierra.
en el que se va a meter adentro del edificio en el que C: Mi campera.
trabaja su mujer, y las circunstancias externas lo aga-
H: ¿Ves? Tampoco tiene sentido que tengas esa cam-
rran de la solapa y lo meten de cabeza en la aventura.
pera naranja en verano.
C: Perfecto. Te acepto algo fresco. ¿Y en la segunda?
C: Mi campera no cierra. Tengo una bomba.
H: Dejáme pensar...
H: ¿Un chisme? ¿Una noticia importante?
C: Pensá tranquilo, nadie te apura... Un poco más de
C: No. Mirá.
hielo, por favor.
H: Ah, estás hablando literalmente. Tenés una serie de
H: Thelma y Louise, sin duda.
cartuchos de dinamita recorriendo tu cintura, junto a
C: ¿Por qué? un reloj con una cuenta atrás y un cable que termina
H: No me gusta mucho tu tono de profesor canchero, en un pulsador.
ni que pongas las zapatillas en la mesa ratona, pero te C: Exacto.
respondo por respeto: Thelma y Louise. Son dos ami-
H: Esto tiene que ser un sueño... Y si no es un sueño
gas que deciden salir de viaje un fin de semana para
es una tragedia.
mandar a cagar aunque sea por un par de días a sus
parejas y a sus rutinas de mierda, y en el camino, sin C: ¿Sabés cuál es la temática de la próxima selección
comerla ni beberla, les pasa de todo. de anécdotas?
C: Hasta ahora venís bien... Bastante bien. H: Espero que se llame «De sueños raros y desperta-
res llenos de alivio».
H: ¿Me estás tomando examen?
C: Error, amigo mío... ¡Boom!
C: Acá el que hace las preguntas soy yo. Muy rica la
limonada, aunque un poco pasada de jengibre.
H: Es Fanta.

308 | La perseverancia es el viagra del talento.


Mejores frases al pie de las revistas de la primer temporada |309
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CEGUERA REPENTINA
Por María Agustina Maliandi

U na vez me quedé ciega. Posta, ciega.


Todo empezó una mañana en la que me
desperté, como todos los días, con la rutina
ciega. Como pude, caminé hasta el baño,
agarrándome de las paredes y contornean-
do las esquinas de los muebles para no
en la espalda para ir a trabajar. chocarme con nada. ¡Andá a saber cuánto
Salí a la calle como de costumbre y de rubor me metí en la cara y qué me habré
repente las baldosas de mi cuadra se vol- puesto para salir a la calle!
vieron borrosas, la computadora de la ofi- Un perro me ladró muy de cerca y sentí
cina empezó a hacer efectos raros y las ca- miedo, miedo real. Con pasitos chiquitos
ras de mis compañeros quedaron difusas, intenté arrimarme al cordón de la vereda,
desdibujadas, como si las mirara desde los pero ¿cómo iba a saber cruzar la calle? Era
anteojos de la abuela Susana o a través de la ciega menos preparada de la ciudad. Qué
un blíster de aspirinas. Así transcurrió toda difícil fue tomar el bondi correcto, subí los
mi semana. Pasaron varios días sin que na- tres escalones y le pregunté al chofer si era
die me pudiera ayudar. Iba a la verdulería y el 64. Le intenté explicar lo que me pasaba.
después, sin querer, me encontraba cenan- «Disculpá, pero no puedo leer el cartel es
do ensalada de lechuga con manzana. que eeesstoy…», y arrancó con furia de-
Pero lo peor estaba por venir: ese vier- jándome aplastada entre la muchedumbre.
nes de fines de marzo me quedé completa- Nunca me había sentido más incomprendi-
mente ciega. da en mi vida.
Cuando me levanté, ni el sueño pudo Todos me diagnosticaban un mal distin-
ocultarme la sensación horrible de saberme to. «Nena, son las cervicales que te deben

310 | Lo bueno de los errores es que sirven para mejorar y cometerlos cada vez mejor.
DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

con un fuerte aroma a suero, alcohol y la-


vandina.
Un amigo traumatólogo me revisó y
no encontró nada. Me derivó al oculista,
al que con las dos manos le palpé la cara.
El Dr. González tenía barba y lentes y en
ese instante pensé que no era de confiar un
oculista con anteojos. No había caso, nadie
daba en la tecla.
Me sorprendí —Acompañáme al cuarto piso —me
dijo mi amigo. Su voz sonaba seria y pre-
al darme cuenta de ocupada.
que, por primera El tipo del cuarto era neurólogo y me
hizo exámenes rarísimos. Me sentó en la
vez en mi vida, camilla y me dio unos golpecitos en la ro-
un olor podía dilla con un martillo. Pude entrever unas
lucecitas de colores que me pasaban por
guiarme hacia los ojos y me revisó adentro de la boca, las
algún lado. orejas y la nariz.
Al final solamente tenía vértigo gene-
rado por niveles altos de estrés. Esa noche,
después de que me recetara Clonazepam y
de sentirme Pity Álvarez por un ratito, me
pasaron dos cosas importantes: recuperé
la vista de repente, y además entendí que
había muchas más personas como yo que
todos los días toman pastillitas y salen a la
calle para no seguir caminando por la vida
estar tocando un nervio», me decía mamá completamente ciegas. .
Sandra. «¿Acaso acariciaste un gato de la
calle?», me preguntaban mis amigas. To-
dos creían tener la posta.
Me sorprendí al darme cuenta de que
por primera vez en mi vida un olor podía
guiarme hacia algún lado, y cual mimo de
la peatonal me fui acercando con las manos
hacia adelante, chocando gente y tachos de
basura hasta llegar a la puerta del hospital

Periodista y columnista de radio.


María Agustina Maliandi Trabaja en comunicación y publicidad
Córdoba, Argentina | 1987 desde siempre. Fan del dulce de le-
che, las risas entre amigxs y los libros.

Me dieron la receta para ser valiente, pero no tengo huevos. |311


Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS MURCIÉLAGOS
EN LA CASA
Por Alexa Vélez Zuazo

E l lunes último, mientras ojeaba como de


costumbre un diario local, me topé de
golpe con una noticia espeluznante. Aún
que se reproducían a altas velocidades en
mi cabeza, escenas de las numerosas pelí-
culas de terror que había visto en mi vida,
recuerdo el titular estampado en la pági- las más sangrientas, por supuesto, las más
na quince. De solo recordarlo, los pelos se trágicas. Esas en las que un murciélago
me ponen de punta y la taquicardia regresa aparece de pronto volando en una habita-
de forma agresiva, convirtiendo mi pecho ción, encuentra a su víctima tendida en la
en una especie de bongó o de instrumen- cama vestida con pijamas blancos y se con-
to de percusión intenso, sonoro, irritante. vierte en segundos en un feroz vampiro,
Leí nuevamente el titular: «Alarma por que muerde con vehemencia y elegancia a
murciélagos». M-U-R-C-I-É-L-A-G-O-S. El su víctima, transformándola en una suerte
artículo empezaba así: «Presencia de estos de zombi longevo condenado a la oscuri-
animales en algunos parques de Miraflores dad. La película se reproducía de corrido,
preocupa a sus vecinos». Yo vivo en Mira- sin publicidad de por medio, como si hu-
flores. Y continúaba unas líneas más abajo, biera tenido un proyector encendido y no
con esta frase: «Luego de recorrer varias lograra encontrar el enchufe para apagarlo.
zonas de este distrito, pudimos comprobar Chupasangres merodeaban los cielos lime-
que varios moradores habían sido testigos ños y seguramente se las ingeniarán para
de la presencia de estos animales». Mi fo- escurrirse esa noche o la siguiente por la
bia despertó. Y mi neurosis solo atinó a primera rendija que deje libre en mi casa,
lanzar de inmediato cientos de imágenes no cabía duda.

312 | Quise sortear los obstáculos, pero no vendí un solo número.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

Mientras trataba de recobrar la calma como si fuera Mina Murray y busqué des-
y me esmeraba por disimular en el trabajo esperada mis llaves para cerrar la puerta.
mi angustia extrema, sonó mi celular: era Recordé que existen tres especies de mur-
mi madre, había leído el diario. «Cierra las ciélagos que son hematófagas, es decir,
ventanas por favor, ¿has leído?», me dijo. que aman la sangre, su sangre y mi sangre.
«Murciélagos en Miraflores, ¿recuerdas lo Un murciélago en mi reja. Un murciélago.
que pasó la última vez? Si entra alguno esta Un murciélago.
noche te encierras en tu cuarto, llamas por Cuando al fin encontré las llaves vi al
teléfono y aguardas». Apelando a la lógica administrador del edificio secundado por
de supervivencia más elemental, le contes- un grupo de ocho inquilinos, tan o más
té: «Madre, si me encierro, ¿cómo le abro aterrados que yo, acercarse sigilosamente
la puerta a quien arriesgue su cuello para hacia la puerta de mi casa con dos antor-
socorrerme?». Aunque lo que quería decir- chas caseras encendidas. Hasta hoy me
le en realidad era: «¿Cómo podré encarar pregunto si no armaron esas antorchas con
sola al sediento chupasangre aleteando a los mismos periódicos que anunciaban,
sus anchas por la casa?». A situaciones ex- por esos días, el retorno de esos roedores
tremas, soluciones extremas: se clausuran con alas. Los vecinos venían decididos a
todas las ventanas hasta nuevo aviso. quemar al animal y probablemente termi-
Mi temor a estos roedores alados no narían sumándome a la escena del crimen.
era exagerado. Los he podido ver de cerca, Les grite que se fueran, que acabarían que-
muy cerca, tan cerca como a cinco centí- mando mi casa. Tendida en el suelo insistí:
metros de mi nariz. Hace un año, mien- «¡Váyanse, apaguen eso!» Lo peor es que
tras seguía paso a paso la rutina habitual el olor a quemado empezaba a colarse y
anterior a salir para el trabajo (apagar las no era la única que lo sentía. No pasó mu-
luces, desconectar los enchufes, cerrar las cho tiempo hasta que el murciélago salió
ventanas), unos murmullos inusuales que volando despavorido por una de las venta-
venían desde el fondo del pasillo de mi nas del pasillo. Por suerte huyó y mi casa
departamento me distrajeron. Y aunque no acabó envuelta en una bola de llamas.
sonara extraño opté por ignorarlos. Cogí Pero el calor arreciaba y mi taquicardia
entonces mi bolso, las llaves y abrí la puer- también.
ta para sumergirme, sin saberlo, en una de
mis peores pesadillas: un murciélago ho-
rrible, enorme, con colmillos afilados se
sujetaba con fuerza de la reja de mi casa.
Mi vecina no paraba de gritar mientras yo
abría la puerta: «¡Un murciélago, cierra, un
murciélago!» «¡Murciéééélago!». Recordé
de inmediato a Christopher Lee, a Béla Lu-
gosi y a todas las películas de Drácula que
los dos protagonizaron. Me cubrí el cuello,

Periodista. Pasó por la política y el


Alexa Vélez Zuazo deporte. Se graduó en Antropología
Lima, Perú | 1977 Visual y hoy se dedica al periodismo
ambiental.

Consumidores finales son los gusanos. |313


Anécdotas mejoradas

LA DEL
BIDÓN DE JUGO
EN EL AUTO
Por Daniel Germán González

F inalmente, y después de mucho laburo,


me entregaron el auto. Ese día, cuando
subí por primera vez, tuve una especie de
horas, sacarlos y cortarlos en porciones,
cual grande de muzza. Lo hacía a espal-
das de mi viejo, vaya a saber uno por qué
flashback. infantil motivo. Supongo que era para no
A decir verdad, no recuerdo bien cuándo tener que convidar alguna porción o tan
empecé con el ritual de congelar los alfajo- solo para que no me hinchen. Claramente
res. Mucho menos recuerdo cuándo decidí quería hacerlo solo, y eso es todo lo que
que el Capitán del Espacio de chocolate importaba.
era el mejor o el más indicado para ser so- En esa época, mi viejo tenía un Ford
metido a aquella especie de ritual pagano Falcon Futura del 66, color bordó, en el
que yo estaba creándome. Con el tiempo que yo amaba «escaparme» (o sea, escon-
aprendería que congelar el alfajor de leche derme ahí para que nadie me joda). Esa
—más comúnmente conocido como «alfa- vuelta, como quería estar solo, me escapé
jor blanco»— también era aceptable. Pero al auto con mi alfajor congelado.
nunca, nunca, entendería que alguien pu- Ya escondido, me di un atracón galo-
diera aceptar siquiera la idea de congelar o pante con el alfajor. Pero, mientras lo esta-
comer el de fruta. ba terminando, me acordé de que no había
Volviendo a mi pequeño ritual, había llevado nada para bajarlo. Se me ocurrió
comenzado con la costumbre de poner los mirar para atrás y ahí fue cuando vi la bo-
alfajores en el freezer, y después de varias tella color naranja. La recuerdo como si la

314 | La zanahoria ha evolucionado mucho más que el burro.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

Atragantado y con los sentidos atontados,


le di un sorbo grande, tan grande como para
no dejar ni un atisbo del alfajor en mi boca.

estuviese viendo ahora. En ese momento en aquella botella detrás del asiento no era
yo estaba resfriado y percibir olores se me jugo (el cual mi viejo llevaría por si alguno
dificultaba muchísimo. Entre la nariz tapa- tenía sed cuando salíamos a dar una vuelta
da y el alfajor atragantado, me dije a mí o cuando él volvía de laburar). Era nafta.
mismo que aquello era jugo. Bajé del auto y emprendí una carrera de
Atragantado y con los sentidos atonta- obstáculos rumbo a la heladera, para bus-
dos, le di un sorbo grande, tan grande como car cualquier cosa que pudiera sacarme el
para no dejar ni un atisbo del alfajor en mi gusto y el ardor que crecían y crecían en
boca. El líquido era un tanto espeso como mi boca.
para ser lo que pensaba que era y, mientras
lo tragaba, empecé a pensar en el extraño
sabor que tenía. La indescriptible paleta de
sabores en mi boca provocó la inevitable
reacción en cadena: en menos de dos se-
gundos, me di cuenta de que lo que había

Daniel G. González
Florencio Varela, Buenos Un humilde productor de seguros.
Aires, Argentina | 1987

Yo tenía un perro muy inteligente al que le pedías el diario y lo buscaba en Google. |315
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA INUNDACIÓN
Por Florencia Accqua

E l martes 2 de abril de 2013 iba a ser un


feriado para estar en el sillón, con los
pies arriba de la mesa, mirando alguna pe-
mos un rato. Miré mi celular y tenía algu-
nas llamadas perdidas de Diego. También
tenía un mensaje: «No vengan para casa
lícula o leyendo un libro. Pero como mi que la calle está inundada». Intentamos
hijo estaba aburrido e insoportable después llamarlo, pero no había señal. No le res-
del fin de semana largo y ya no sabíamos pondí, pensando que exageraba. Además,
cómo entretenerlo, decidí ir al cine con él. no tenía mucha batería y la verdad es que
Como era de esperar, cuando el taxi tocó quería que la película termine para volver
bocina, mi hijo se acordó de que quería lle- de una vez.
var a Mickey, su osito preferido. No lo en- Cuando por fin terminó, salimos de la
contramos por ningún lado y nos fuimos en sala y nos encontramos con que el hall
un mar de lágrimas y gritos. Mi prima nos de entrada estaba lleno de gente que no
acompañó y mi marido se quedó en casa. se podía ir. Había un murmullo que crecía
Llegamos al cine, que estaba lleno de cada vez más. Afuera llovía fuerte. Trata-
otros hijos que otras madres tampoco ha- mos de llamar un taxi, pero no podíamos
bían logrado retener en la casa. Cuando comunicarnos. Cuando finalmente me
faltaban más o menos veinte minutos para atendieron, me dijeron que no había taxis
que termine la película, la pantalla se apa- en la calle porque todo estaba inundado.
gó y toda la sala quedó a oscuras. Por el Pero, como algunas calles de La Plata
altoparlante se escuchó una voz que de- suelen inundarse si llueve mucho, en ese
cía que se había cortado la luz, pero que momento todavía no pensaba que fuera
los generadores se iban a prender en unos tan grave. Afuera había muchos autos es-
minutos y la película continuaría. Espera- perando, tocando bocina.

316 | Por adherir a la causa quedé pegado.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

Estuvimos un rato pensando qué hacer,


hasta que decidimos ir a la casa del hermano
de mi prima. Era apenas a unas cuadras de
donde estábamos y no habría nadie ahí.
Caminamos rápido hasta que llegamos a la Dormimos como
esquina. La calle que teníamos que cruzar
estaba cubierta de agua hasta la vereda. pudimos y a las
Alcé a mi hijo y cruzamos con el agua por siete de la mañana
debajo de las rodillas. Llegamos al edificio
empapados. Las luces estaban cortadas y bajamos a ver qué
el agua de la calle llegaba hasta adentro. pasaba. En la calle
Subimos once pisos por la escalera.
En el departamento prendimos la es- la gente estaba
tufa, unas velas y le cocinamos algo a mi revolucionada,
hijo, que estaba histérico porque quería
dormir en su cama. Nos asomamos al bal- parecía una novela
cón y vimos un incendio muy grande a lo de Saramago.
lejos. Al otro día nos enteramos que era
YPF quemándose.
Dormimos como pudimos y a las siete
de la mañana bajamos a ver qué pasaba. En
la calle la gente estaba revolucionada, pa- faltaba poco para llegar. En la esquina tuve
recía una novela de Saramago. No era la que hundir los pies en el agua negra y fría.
ciudad que conocíamos. Empezamos a ca- Cuando entré, corrí a abrazar a Diego.
minar para ir a la casa de mi tía, que estaba Todavía había agua adentro. Las cosas es-
cerca de la mía. Las personas iban en gru- taban dadas vuelta, tiradas en el piso, arrui-
pos y los autos manejaban en contramano, nadas. Todo estaba cubierto por una capa
por las veredas. Los árboles estaban tirados negra de mugre. Diego empezó a contarme
y había montañas de basura acumuladas en cómo había sido su noche: la desesperación
los rincones. Cuando llegamos, mi prima de estar solo, de no saber dónde estábamos
se quedó con mi hijo y yo empecé a cami- nosotros, los gritos que venían de afuera.
nar a casa. Todo era un desastre. Justo en ese momen-
Mi barrio era un laberinto donde al- to, cuando bajé la vista hacia el piso, lo vi:
gunas calles eran un río y otras no tenían unas orejas negras que se asomaban desde
agua. Tuve que hacer muchas cuadras de el agua negra. El osito Mickey de mi hijo.
más para no empaparme completamente. Con mi marido nos pusimos a llorar, no sé
Por el camino vi gente desesperada, lloran- si de risa o de angustia. Todo iba a estar
do. Tenía mucho miedo. Me iba hablando mejor al día siguiente.
a mí misma para convencerme de que ya

Florencia Accqua Trabaja y estudia. Madre de tres


La Plata, Buenos Aires, hijos. Le encanta escribir y mucho
Argentina | 1984 más leer.

En su origen, el universo estaba concentrado en un punto. Después se distrajo. |317


Anécdotas mejoradas

LA DEL
VIAJE EN AVIÓN I
Por Franco Vacchetta

D espués de un año trabajando para aho-


rrar plata pude irme de vacaciones.
Fui a Perú para conocer el Machu Picchu
Soñaba con que algo retuviese: una oferta
de trabajo imposible de rechazar, un amor
precoz, lo que sea. Pero no apareció nada y
y Lima. Recorrí las calles de la ciudad a volver a mi trabajo se convirtió en la peor
pie y también en taxi, una experiencia que película de terror.
podía resultar de vida o muerte. Conocí los El viaje de vuelta arrancó mal: el avión
barrios ricos y los pobres. Comí en el mer- era chico y me había tocado al lado de la
cado, donde probé la salchipapa, un plato ventanilla. No me podía mover y eso me
típico que debe haber sido ideado por el desesperaba. Solo me quedaba intentar
mismísimo Dios. Y tomé todo el alcohol dormir o escuchar música para que las ho-
que no había tomado durante aquel año en ras del viaje no se sientan.
el que me la pasé ahorrando. De repente, por la ventanilla vi cómo las
Pero desde el primer día del viaje ya aletas del avión empezaban a temblar como
estaba contando los días para volver. No un viejo con Parkinson. El celeste del cielo
es que la estuviese pasando mal, sino que cambió a gris y se prendieron las luces de
sentía cómo toda esa felicidad se esfumaba seguridad. Si bien yo ya la estaba pasando
lentamente. Pensaba en que iba a llegar a como el culo, esto era todavía peor. Algu-
Buenos Aires un domingo a la noche y que nas personas empezaron a gritar mientras
al día siguiente ya iba a tener que volver a las azafatas pedían tranquilidad e insistían
trabajar. Eso me mataba. Todo aquello se- en cumplir con las normas de seguridad.
ría fugaz y yo no alcanzaría a disfrutarlo. «Al pedo las normas de seguridad», pen-

318 | Cada vez que prendo la computadora siento que Windows me está cargando.
DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

sé yo. «Si se esto se hunde, muero igual».


Afuera se escuchaba el motor que la pudría
como uno de esos autos viejos que largan
La secuencia se humo. Hasta que el sonido desapareció. El
motor del avión se apagó.
vivió en cámara Adentro estaba oscuro y solo se veía ti-
lenta: una madre tilar la luz de emergencia. La secuencia se
vivió en cámara lenta: una madre abrazó
abrazó a su hijo con a su hijo con todas sus fuerzas; la señora
todas sus fuerzas; la que estaba al lado mío se desmayó sobre
mi hombro; a un gordo se le cayeron los
señora que estaba al lentes; el piso se llenó de nuestras perte-
lado mío se desmayó nencias y las azafatas que no se habían ase-
gurado también volaron al suelo por el im-
sobre mi hombro; a pulso; una señora hacía la señal de la cruz
un gordo se le a toda velocidad. Y así fuimos cayendo.
Había gritos, pero yo ya no los escuchaba.
cayeron los lentes; el La escena se había muteado. Solo veía el
piso se llenó de sufrimiento en las caras de todos. El gor-
do que se había quejado porque el vuelo
nuestras pertenencias barato no tenía servicio de comida se dio
cuenta de que había peores cosas que no
y las azafatas que no comer. Era el fin.
se habían asegurado Pero no. Después de unos metros de
caída libre, el avión recuperó la fuerza. La
también volaron al turbulencia siguió un rato más pero de a
suelo por el impulso; poco nos fuimos acomodando. Recupera-
mos nuestras cosas, la postura en la butaca,
una señora hacía la la tranquilidad, todo. Al volver a la norma-
señal de la cruz a lidad, la tripulación aplaudió a los pilotos
y todo estuvo bien. Nadie murió, aunque
toda velocidad. Y así yo pensé que me iba a morir. Y me parecía
fuimos cayendo. lo mejor: de esa manera, no iba a tener que
volver a trabajar. Pero no pasó.

Franco Vacchetta Todos los días intenta ser periodista.


Castelar, Buenos Aires, Una operación de testículos le sacó
Argentina | 1994 el sueño de ser futbolista.

Todos tenemos derecho al beneficio de la duda, o no, depende, no sé. |319


Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS SÍNTOMAS DEL CAFÉ
Por Juan Pablo León Almenara

C ada día un nuevo síntoma. Eso es lo


que produce la abstinencia de café,
una experiencia apocalíptica que estoy vi-
sar ese límite. La decisión estaba tomada:
esa taza debía ser la última.
Al día siguiente, cerca de las once de la
viendo actualmente. Voy por el cuarto día mañana, apareció el primer y más común
del síndrome y cada minuto es peor que el síntoma de abstinencia: dolor de cabeza.
anterior. Desde entonces amanezco con cefalea.
Me vi obligado a dejar el café después Sabía que un americano bien cargado era
de que me diera un ataque de pánico el úl- la solución, pero me hice un masaje en las
timo sábado en una pastelería miraflorina, sienes y resistí el dolor durante las dieci-
junto a mi mamá. Taquicardia, movimien- séis horas que restaban para que llegase la
tos involuntarios de cabeza, ojos desorbi- noche y pudiera dormir.
tados. Ella pensó que yo era un drogadic- Y esa noche dormí como un bebé, pero
to, y el mesero pensó que se había metido amanecí con el mismo dolor de cabeza,
un loco a asaltar el local. Nada de eso: mi sumado a un nuevo síntoma: la incapaci-
cuerpo, que había alcanzado su punto de dad para procesar información compleja.
saturación de cafeína, se encontraba en el Decirle a tu director periodístico que te
límite entre la euforia y la pérdida de con- repita tres veces lo mismo es como firmar
trol, y la taza que había tomado esa misma una carta de renuncia, así que tuve que ir
mañana había sido suficiente para sobrepa- por la oficina con una libreta de mano, ano-

320 | Fui al banco y me debitaron toda la paciencia.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

Aparecieron los síntomas gripales


más comunes, como la somnolencia
y el dolor muscular. Otro grito de un
cuerpo que reclamaba un doble
expreso color negro algarrobina.

tando cualquier cosa que me decían, para irritabilidad emocional, esto ya es un ex-
después regresar a mi escritorio y analizar tremo. No aguanto los televisores de la re-
palabra por palabra, como si estuviesen es- dacción, el humo del cigarro, los barullos,
critas en portugués. el tiempo de espera para la descarga de un
Día tres: salir de mi casa sin haber to- archivo, el celular, el olor a comida y el
mado café fue como tratar de caminar de- apuro de tener que escribir esta anécdota.
bajo del agua. Aparecieron los síntomas Me aterra despertar mañana y vivir el
gripales más comunes, como la somnolen- siguiente síntoma: la depresión.
cia y el dolor muscular. Otro grito de un
cuerpo que reclamaba un doble expreso
color negro algarrobina.
Hoy sufro uno de los peores días de mi
proceso de limpieza. Si bien había leído
que podía presentarse cierta sensación de

Juan P. León Almenara


Periodista.
Lima, Perú | 1986

Tengo la receta del éxito, pero no se entiende la letra. |321


Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS DELINCUENTES
MORDEDORES
Por Manolo Bonilla

M ordidas de mi tiempo: las de Tyson,


las de The Walking Dead, las de Luis
Suárez y las de un sujeto de El Callao,
me quieren robar», volví a pensar. No
hubo un tercer pensamiento. Corrí hacia
la izquierda y me cerraron el paso. Quise
primer puerto de la ciudad, que pensó embestirlos, pero no pude. Caí al suelo.
que esa era la mejor manera de quitarme Treinta segundos después, dos sujetos me
un iPhone. sujetaban de los brazos y el tercero revisa-
En Lima, donde cuatro de cada diez ba mis bolsillos. Alguien gritó: «Tiene un
personas pueden relatar un asalto, él optó iPhone en la mano». El que tenía las ma-
por lo inédito. Me mordió una mañana sin nos libres entonces se dedicó a mi mano
aguacero, en una avenida sin asfalto, en izquierda. Empujaba mis dedos, sus uñas
un distrito sin color. Cómo llegué hasta rasgando la piel. Cuando empezó a mor-
ese lugar no importa tanto. Había fumado der mi antebrazo como si fuera una pieza
marihuana, tras acompañar a Equis hasta de carne, no lo pude creer. El olor salino
su casa, y me quedé dormido en el auto- de la sangre y el viento frío de la mañana
bús que hacía ruta de madrugada. que quemaba la herida. Resistí solo hasta
Cuando el cobrador me despertó, ya que sentí que podría arrancar la piel como
había llegado al último paradero. Recién la de un pollo frito. Entonces solté el te-
amanecía. «Cruza la calle y toma el co- léfono, lo recogió y salió a la carrera. Ahí
lectivo de regreso», me aconsejó. Lo hice. empezó el delirio. El que me sujetaba fue
Sobre mi derecha, sentí que tres tipos se el último en escapar. Empecé a correr y
acercaban haciendo zigzgas por la ace- me arrojé sobre su espalda como en esas
ra. «Tienen resaca como yo», pensé. «O películas de policías y ladrones. Ya en el

322 | Estoy haciendo tiempo para cuando se acabe.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

suelo, empecé a golpear su cabeza contra


el pavimento.
Si un vigilante no hubiera llegado creo
que lo hubiera matado. Pensé que se ha-
bía asomado para auxiliarme, que juntos
iríamos a cazar a los malhechores... pero
balanceaba una botella rota de cerveza y
me amenazaba con ella. «Lárgate de aquí, El que me
blanquiñoso de mierda», gritaba. sujetaba fue el
Si una camioneta de la policía no hu-
biera llegado creo que el guachimán me último en escapar.
hubiera reventado la botella. Quizás se Empecé a correr
asustaron o les dio pereza; pero arranca-
ron sin importarles mi pie debajo de la y me arrojé sobre
llanta. su espalda como
Cuando regresé a la vereda inicial, el
guachimán se había ido y un grupo de en esas películas
vecinos se acercó. Algunos me recomen- de policías
daron escapar, porque los otros podían
buscar venganza. Casi no pasaban taxis y ladrones.
por la avenida. Uno del grupo ofreció lle-
varme y buscar un carro en la siguiente
cuadra. Acepté. Mientras caminábamos,
despotricó contra la delincuencia juvenil
del barrio: «Yo me los hubiera bajado a
plomazos».
Lo miré y reconocí la silueta del arma teléfono público, la moneda que tenía no
en su cinto. Agradecí el gesto y me largué servía. Volteé para decirle al taxista que
de ahí, de vuelta, a la vereda donde todo me lleve más allá, pero ya se había ido. Me
empezó. dejó solo en mi infierno personal.
Les rogué a unas señoras que barrían la
calle que detuvieran un taxi por mí. Al fin,
me pude subir a un auto que me sacaría de
allí. El conductor parecía más asustado que
yo. Sugería ir a la comisaría o al hospital.
Le dije que debíamos parar en una esta-
ción de servicio para cancelar mis tarjetas
del banco. Encontramos una a doscientos
metros. Se estacionó, bajé y le dije que me
esperara unos minutos. Cuando llegué al

Periodista y editor. Publicó en más de


Manolo Bonilla
diez revistas (cuando se imprimían).
Lima, Perú | 1985
Ahora produce podcasts.

Podría citar a Borges, pero no creo que venga. |323


Anécdotas mejoradas

LA DEL
TEMBLOR EN LA
NOCHE INFANTIL
Por Marcela Repossi

F ue en la madrugada del 26 de enero de


1985. La fecha me quedó grabada porque
era el cumpleaños de mi nona. Yo tenía sie-
Cuando nacés en una zona sísmica,
como Mendoza, hay ciertas cuestiones que
incorporás desde chica. Una es el viento
te años. La noche anterior, con mi hermana zonda. La otra son los temblores. Y yo, a
nos habíamos ido a dormir de mala gana cer- mis siete años, ya sabía lo que era un tem-
ca de las once. Mi madre —la mami— era blor. Varias veces me habían contado el re-
insobornable y como máximo nos dejaba lato del terremoto que ocurrió cuando yo
quedarnos despiertas hasta esa hora. Mien- tenía apenas un mes y medio. Esa vez el
tras, ella y el papi se preparaban para ver en papi saltó de la cama, agarró a upa a mi
la tele El pulpo negro, con Narciso Ibáñez hermana de dos años y salió al patio —la
Menta. A pesar de nuestro descontento, les zona más segura de la casa— mientras la
dimos el beso de las buenas noches y, cum- mami, que recién terminaba de darme la
plido el ritual, nos fuimos a la cama. teta, salía a los gritos, sosteniéndome con
—Ah, una cosa —dijo la mami cuando una mano y agarrándose la herida de la ce-
ya caminábamos hacia la pieza—. No se sárea con la otra. Mi papá se encontró de
asusten si en un rato las despierto. repente en el medio del patio, hablando en
—¿Para qué? —pregunté. calzoncillos con mi tía, que vivía en la casa
—Capaz que tiembla. de al lado y que había salido en bombacha
—Ah, bueno —dijimos mi hermana y y corpiño. Escenas típicas del temblor.
yo, sin que nada nos sorprendiera—. Hasta Volviendo a la madrugada de aquel ene-
mañana. ro de 1985, recuerdo que la mami nos había

324 | Soy impredecible de lunes a viernes de diecinueve a veintiuna horas.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

prendido el ventilador antes de meternos seis grados y medio y me pareció larguísi-


en la cama. Me dormí enseguida. Había mo, aunque de grande supe que un sismo
sido un día de pileta y bici, así que ape- dura apenas unos segundos.
nas apoyé la cabeza en la almohada dejé Una vez que la tierra se dejó de mover,
de existir. Yo siempre me dormía rápido. Y todos empezaron a hablar y a comentar que
tenía un sueño pesadísimo, de esos que no había que estar alerta porque podía venir
se interrumpen con nada. No me desperté otro en cualquier momento. Los que llo-
ni siquiera la vez que hubo un incendio en raban se calmaron y algunos decidieron
la casa de enfrente y el camión de bombe- sacar sus colchones a la vereda para pasar
ros estuvo sonando al menos una hora sin la noche ahí. A mí la idea me pareció diver-
parar. Tampoco cuando el papi se pasó toda tida, era como un campamento gigante de
la mañana de un sábado taladrando nuestra todo el barrio. Pero mis padres prefirieron
pequeña casa para arreglar unas ventanas solamente arrimar los colchones hasta la
por donde entraba mucho polvo cada vez puerta de salida y que nos quedáramos ahí.
que venía el zonda. A mi hermana, en cam- Antes de dormirme, le pregunté a mi
bio, siempre le costaba un poco más dor- mamá cómo sabía que iba a temblar.
mir. Muchas veces nos acostábamos con la —Lo dijo Rázquin en la tele —me res-
luz prendida porque a ella le daba miedo la pondió—. Ahora quedáte atenta porque
oscuridad. Aunque esa noche no me acuer- puede venir un sacudón.
do qué pasó con la luz. —¿Un qué?
La cuestión es que, después de más —Un sacudón —así le decía ella a las
o menos una hora de haberme quedado réplicas—. Siempre que hay un temblor
dormida, me desperté escuchando gritos: fuerte después vienen los sacudones.
mi hermana corría hacia el comedor y la Ese 26 de enero de 1985 mi sueño se
mami, parada en el umbral de la habita- alteró para siempre. Desde ese día y hasta
ción, agitaba los brazos como si fuera un hoy, me despierto hasta con el canto de un
policía dirigiendo el tránsito. Yo me res- grillo.
tregaba los ojos sin entender nada. No lo-
graba descifrar lo que decían pero, por las
dudas, fui hacia donde estaba mi mamá.
Ella me agarró de la mano y en cuestión
de segundos estábamos todos en la calle.
Los vecinos también estaban afuera. Miré
para arriba y vi cómo se movían los ca-
bles. Algunas personas lloraban y otras se
abrazaban.
Creo que fue ahí cuando en verdad em-
pecé a entender qué era un temblor. No se
parecía en nada a ninguno de los que ha-
bía vivido antes. Este era un temblorazo de

Periodista. Docente universitaria. Lee


Marcela Repossi ficción y poesía desde que su madre
Mendoza, Argentina | 1977 la mandó a la biblioteca del pueblo
para que se hiciera socia.

El que toma malas decisiones mea culpa. |325


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA TRAICIÓN NÁUTICA
Por María Andrea Bugnone

D esde que tengo memoria, mi papá ama


el río. Lo habita en todas las formas
posibles: a remo, vela o motor; con sol, nie-
de un almuerzo ligero, nos embarcamos en
el Tamanduá. Como no podía ser de otra
manera, la pasión desenfrenada de mi papá
bla o incluso en el medio de una tormenta, lo llevó a izar la vela mayor sin siquiera
aunque tenga el mástil partido en dos. dudarlo. Al cabo de un largo rato presos en
la mitad del río, decidí que debería buscar
Mástil: un proyecto para matar las horas.
Palo vertical de una embarcación —Voy a limpiar la cubierta —le infor-
que atraviesa la cubierta y que se mé a mi capitán, que iba en sintonía con la
utiliza para izar la vela mayor. calma de la nave.
Ejemplo: «El mástil del Tamanduá Junté agua en un balde, agarré el lam-
mide entre 6 y 7 metros». pazo de paño y comencé a fregar. El ritmo
de la acción, acompañado por el de alguna
El verano nunca fue mi estación pre- radio, me capturó por completo y entré en
ferida, pero en febrero de 1999 decidí una especie de estado de hipnosis. El des-
acompañar a George —así le dicen a mi pertar fue violento: un golpe seco, directo
padre— a pasar una tarde en el río. Parecía al tabique. El cachetazo de la botavara bus-
el mejor plan para paliar juntos la humedad cando un knock out pleno.
de la jungla de cemento rosarina. Después

326 | Vengo a devolver esta reputación, está toda manchada.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

No exagero. De golpe y sin aviso, me


encontré sumergida en el medio del
Paraná, con la cara desfigurada y cubierta
de sangre. Y, por supuesto, sin salvavidas.

Botavara: A partir de entonces, me quedó una na-


Palo paralelo a la cubierta de un ve- riz deformada que forjó mi personalidad
lero que se ubica de manera trans- y no me abandonó nunca más. Igual que
versal al mástil y donde se apoya la aquellos ojos vidriosos y esa mano firme
vela mayor. que me devolvieron a la superficie dieci-
Ejemplo: «Hace muchos años, una nueve años atrás.
botavara casi me mata».
Padre:
No exagero. De golpe y sin aviso, me Hombre respecto a sus hijos.
encontré sumergida en el medio del Para- Ejemplo: «Desde hace treinta y un
ná, con la cara desfigurada y cubierta de años, mi padre camina a mi lado
sangre. Y, por supuesto, sin salvavidas. para salvarme la vida».
Cuando pasaste toda una vida entre navíos,
el uso de salvavidas se vuelve algo extraño.
Mientras tanto, en la superficie, el ca-
pitán temía por su marinero caído: las últi-
mas burbujas de oxígeno anunciaban el fin
de la lucha. Pero, de golpe, los metros se
volvieron centímetros y a través del agua
barrosa pude ver el cielo y la sonrisa de mi
rescatista, que me devolvió a la cubierta
exitosamente.

Licenciada en comunicación social.


María Andrea Bugnone Escribió de todo: entre la producción
Rosario, Santa Fe, del acero y grupos de paseaperros,
Argentina | 1987 fue feliz dando clases en la facultad.

Los buenos son el target principal de los malintencionados. |327


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ROBO EN EL
MICRO BRASILEÑO
Por Marina González

E n 2011 hice un viaje junto a mi ex y mi


hijo de dos años y medio. El destino fue
Brasil, y nos detuvimos en un lugar para-
Pero siguió, y volví a respirar, hasta que de
repente frenó y empezó a subir gente en-
capuchada. Uno, con un revólver, nos em-
disíaco llamado Ilha Grande, donde tra- pezó a amedrentar. Hablaba un portugués
bajaba alrededor de doce horas diarias en extraño, propio de Porto Alegre. Nunca an-
un restaurante a la orilla del mar. Atendía tes había entendido tan bien el portugués:
las mesas con un portugués recién estrena- «Saquen todo, que esto no es joda», e hizo
do, aceptable para turistas parsimoniosos. algunos disparos al techo. Mi compañero,
Hubo varios desencuentros, por lo que de- a mi lado, quiso guardar doscientos mal-
cidimos que el viaje llegaba a su fin. Nos ditos dólares debajo del cubreasiento. Yo
subimos a un colectivo llamado Transmu- lo miré, nerviosa, pero no pude decir nada.
leki, que hacia viajes a la frontera y eran Primero los puso de un lado, luego los sacó
más económicos. Como el viaje era largo, y los puso del otro y por último dentro del
además de recurrir al libro que habíamos pasador de la cortina. Yo estaba a punto de
llevado, inventábamos múltiples juegos e vomitar de los nervios y puteando en silen-
historias. Ya era de noche y estábamos dur- cio. El ladrón  fue pasando por todos los
miendo; de repente sentí que el colectivo asientos, recogiendo nuestras pertenencias.
se iba a dar vuelta y me desperté asusta- Cuando pasó por al lado nuestro le cubrió
da, con mi hijo en brazos y la sensación a mi hijo la cabeza con la frazada, para que
de que, por mi culpa, nos íbamos a morir. no vea. Y ese movimiento alcanzó para

328 | Es un día hermoso, pero ya voy a encontrar la manera de arruinarlo.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

que comenzara a despertarse. Le di nues-


tros celulares y todo lo recaudado en los
tres meses. Cuando terminaron de hacer la
vuelta no se conformaron y nos pidieron
a todos que nos desnudáramos y que ba-
járamos, para revisar mejor todas nuestras
pertenencias. Ya desnudos, bajamos y nos
encontramos en un campo desolado. Nos
habían desviado de la ruta, había cuatro
Ya desnudos,
más que vigilaban distintos frentes y todo bajamos y nos
el colectivo estaba lleno de disparos (die-
cisiete). Uno de los pasajeros tenía un tiro
encontramos en un
superficial en la cabeza y se mantenía so- campo desolado.
brio. A la puerta del colectivo la cuidaba
uno, dijeron que era comisario, tenía una
Nos habían
Ithaca (la reglamentaria probablemente). desviado de la ruta.
Había mucho olor a bolas, todos estába-
mos sentados en el suelo. Subieron dos de
los ladrones, diciéndonos que confesemos
para no terminar mal. Era todo un desastre,
arriba se escuchaban los destrozos. Mi hijo
estaba cada vez más despierto, le empecé a
contar que vinieron los inspectores para re-
visar una falla del colectivo, que ya la iban con sus hijos y al conductor) en el compar-
a encontrar. A un pasajero lo agarraron, lo timento para bolsos del colectivo. En dos
alejaron un poco y le dieron algunos golpes horas podremos bajar a abrir, el conductor
(que eran para él y para todos). Eso logró es el encargado. Cuando subí al colectivo
asustar a mi compañero, que llamó a uno y para esperar, recuerdo que todavía me que-
le confesó haber escondido dinero. Ellos lo daba recuperar nuestras pertenencias en
tomaron como un ejemplo positivo para el medio del desastre absoluto. En el suelo,
grupo y lo acompañaron a subir, casi le ha- todo revuelto, había ropa, vidrios, docu-
cen la placa del asaltado del mes. El único mentos, y el libro El mundo del revés. 
lugar del colectivo que no habían revisado
era ese, el pasador de la cortina. Mi hijo me
pidió agua, el colectivero se ofreció a subir
para buscarla y se quedó media hora arriba
del colectivo, lo cual nos hizo desconfiar.
Después de dos horas el horror comenzó
a llegar a su fin. Dijeron que se iban, pero
encerraron a todos (menos a las madres

Gastronómica. De intereses fluctuan-


Marina González tes. Lo que no cambia: ama ser ma-
Rosario, Santa Fe, dre de su hijo, se mueve en bicicleta,
Argentina | 1985 es diurna y muy escéptica.

Soy el que sostiene esta casa. Dígame si miento. |329


Anécdotas mejoradas

LA DEL
HOMBRO DISLOCADO
Por Martín Amico

M i novia me había dejado. Algunas si-


tuaciones laborales y ciertos amigos
en común habían provocado un roce casi
me había pasado gran parte de mi vida en
el arco.
—Yo atajo —le dije.
diario con la mina. Yo quise tomar distan- Con un frío que dolía, arrancó el par-
cia y me fui a Mina Clavero, un pueblito tido y en pocos minutos llegó el primer
puramente turístico de no más de ocho mil ataque del equipo contrario. Yo observa-
habitantes. ba de reojo al delantero que tenía cerca
Llegué para el final de la temporada. de la medialuna, mientras el siete se abría
Los pocos amigos que había hecho duran- por la banda, superaba la marca y metía
te el verano se iban ahora que empezaba un pase en cortada. El otro delantero le
el invierno, que ofrecía muy poco para ha- ganó la espalda al defensa y yo salí dis-
cer. Hasta mi mejor amigo, que vino unos parado para achicar el arco como Taffarel
días de visita, se fue. Así que, después contra Caniggia en el noventa. Me arrojé
de cinco años sin jugar al fútbol, acepté sobre la pelota inclinando mi cuerpo hacia
la invitación de un conocido para ir una la derecha y, a diferencia del arquero bra-
noche a la canchita de la iglesia de San silero, con mi mano izquierda logré rozar
Cayetano. Entre las veintipico de perso- el balón y desviarlo hacia el tiro de esqui-
nas reunidas, yo solo conocía a una, que na. Pero la inercia me hizo chocar contra
me preguntó de qué jugaba. Como todo la rodilla de mi oponente y todo se puso
gran patadura, grandote y medio gordito, negro.

330 | No perdí la magia, la hice desaparecer.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

—Acostate, por favor —me dijo el doc-


tor después de un rato—. No, boca abajo.
Después me pidió que deje el brazo
colgando. Entonces lo tomó con sus dos
manos y comenzó a tirar hacia abajo. Al
mismo tiempo realizaba movimientos cir-
Fue la primera culares y me pedía que relajara el hombro,
todo mientras seguía hablando acerca del
vez que el piso de su comedor. Mi hombro crujió. El
dolor me hizo dolor fue tan agudo y mi grito tan fuerte
que el doctor y su amigo hicieron silencio
ver estrellas. por primera vez.
—Tenés que relajar el hombro —insis-
tió el doctor.
Le pedí que pare, que me dé un segun-
do. Traté de concentrarme para encontrar
los músculos contraídos por el dolor y
Cuando la luz regresó, me intenté pedirles que por favor me hicieran caso y
sentar y ahí fue cuando sentí un dolor se relajaran por unos segundos. Con el si-
agudo en mi brazo izquierdo. Me di cuenta guiente movimiento del doctor, la articula-
de que algo no andaba bien por la cara de ción logró entrar nuevamente en su lugar.
terror de los demás. Cuando me toqué el Fue la primera vez que el dolor me hizo
hombro, descubrí que estaba un poco más ver estrellas.
abajo de donde solía estar antes. Minutos Tres días después le contaba toda la se-
más tarde estaba en un auto, yendo a ver cuencia a mi mejor amigo por Messenger.
al único traumatólogo del pueblo que Hasta le mostré cómo tenía el brazo inmo-
podía llegar a acomodarme nuevamente el vilizado en un cabestrillo. Él también tenía
hombro en su lugar. algo para contarme: hacía tres días que es-
Al doctor Romero lo llamaron a la casa taba saliendo con mi exnovia. Nunca más
y le pidieron por favor que se acercara al volví a jugar a la pelota.
consultorio para atenderme. Los músculos
ya se me habían enfriado y el dolor hacía
que me costara respirar bien. El doctor
llegó minutos más tarde charlando con un
amigo. Me senté en la camilla y empezó a
examinarme. Me tocaba el hombro como
quien toca un tomate para ver si está po-
drido, mientras seguía conversando con su
amigo acerca de los albañiles y de la obra
que estaba haciendo en su casa.

Fanático de Lanús. Sufre de una rara


Martín Amico condición: su cara no cambia a lo
Avellaneda, Buenos Aires, largo de los años, y puede ser reco-
Argentina | 1985 nocido hasta en fotos de bebé.

Aprendí mucho de mis antiguos errores: los de ahora están más logrados. |331
Anécdotas mejoradas

LA DEL
MOMENTO
«CUCHI-CUCHI»
Por Pablo Plavnick

P asado el verano, nos hicimos una escapa-


dita a Pinamar con mi esposa, Cynthia, y
nuestra hija Lu, que en ese momento tenía
relato era cierto y cuánto era parte del chi-
michurri con el que se agranda cualquier
anécdota. Y yo tuve la suerte de que aquel
siete años. Lindo apart: cómodo, con par- momento familiar quedase para siempre
que, pileta y parrilla. Y un adorable perro ilustrado.
que siempre rondaba por ahí. Era un San Una fotografía es una ventana al pasa-
Bernardo, lanudo y juguetón. Siempre nos do; un instante de tiempo en modo pausa.
buscaba. Y, claro: una nena chiquita a la Lamentablemente, ni a Zuckerberg ni a los
que le gustan los animales y más un padre otros geniecillos de Silicon Valley se les
despistado que le hace «cuchi-cuchi» des- ocurrió inventar la fotografía doble faz,
de adentro de la pileta. Incluso cuando su esa en la que uno puede ver aquello que la
hija también está en la pileta, detrás suyo, imagen esconde.
casi sin hacer pie.
Así fue la situación, que no pasó a ma-
yores. Simplemente quedó como anécdo-
ta familiar y como as bajo la manga para
que Lucía acusara un supuesto trauma
familiar cada vez que le convenía. Hasta
nos quedó una foto: una prueba fehaciente
con la que tanto Lu como Cynthia me ma-
chacaban aquel instante de distracción. La
fotografía también hacía imposible que el
paso del tiempo desdibujase la historia: se
podía distinguir perfectamente cuánto del

332 | Me tragué mi orgullo y me intoxiqué.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

En la fotografía de aquel momento se


ve el césped verde, prolijamente cortado,
debajo de un cielo celeste. También pue-
de verse como yo le hago mimos al perro
mientras, detrás mío, Lu está ahogándose.
Aunque sería más preciso decir que está
apenas haciendo pie y que le cuesta respi-
rar. Porque, como ya dije, el tiempo desdi-
buja los recuerdos, y lo que es apenas ha- Por suerte quedó
ciendo pie en algún momento se convierte
en ahogándose.
la fotografía.
Pero, como también ya dije, por suerte Esa en la que
quedó la fotografía. Esa en la que casi que
se puede oler el pasto mojado y sentir el
casi que se puede
calor del ambiente. Esa que vimos una y oler el pasto
otra vez, y que ayudó a sellar la historia del
mal padre y del «momento cuchi-cuchi» en
mojado y sentir
la memoria de nuestra familia. Pero de lo el calor del
que nunca nos percatamos fue de un de-
talle fundamental: alguien tuvo que haber ambiente. Esa que
sacado esa foto. Y ese alguien, que tenía el vimos una y otra
plano completo de la situación al momento
de los hechos, durante años me había cul- vez, y que ayudó
pado por aquel descuido, repitiendo una y a sellar la historia
otra vez que no entendía cómo yo podía
prestarle más atención a un animal que a del mal padre y
nuestra chiquita. del «momento
Casi seis años tuvieron que pasar para
que nos diéramos cuenta de la existencia cuchi-cuchi»
de aquel testigo privilegiado de la escena. en la memoria
A partir de entonces, con Cynthia pasamos
a compartir las culpas del «momento cuchi- de nuestra familia.
cuchi». Después de todo, habíamos jurado
estar juntos en la salud y en la enfermedad,
en las buenas y en las malas. Pero Lu, a
vos te aclaro: durante seis años pagué por
un crimen que no cometí solo. La próxima
que me mande, ya la tengo paga.

Pablo Plavnick Universitario que no ejerce. Hay dos


Ciudad de Buenos Aires, clases de personas, los que no termi-
Argentina | 1973 nan las frases y los que…

Estamos haciendo historia y nos está saliendo bastante mal. |333


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CELULAR EN EL
INODORO
Por Rocío Belén Paleari

G astón me había mandado un Whats-


App. Lo leí desde las notificaciones
del teléfono porque no quería que supie-
ran un par de chirlos y me hicieran acabar.
Quería que me garcharan violentamente,
cuándo sea, dónde sea. Necesitaba un pe-
ra que había visto su mensaje. Necesitaba dazo de carne entre las piernas. Eso mismo
pensar la respuesta. No tenía ganas de que le iba a responder a Gastón pero, mientras
viniera a mi casa para que yo le tirara la pensaba cómo tirarle la indirecta, me die-
goma y después él se durmiera. Si había ron ganas de mear.
algo que me rompía las pelotas de él, era Fui al baño, me bajé los pantalones y
que no me quisiera coger cuando estaba largué un chorro intenso. La sangre goteó
indispuesta. desde mi interior directo hacia el inodoro.
La menstruación nunca me afecta de la Despegué la toallita de la bombacha, la en-
misma manera. A veces me dan ganas de rollé y la tiré en el tacho. Después abrí una
llorar a moco tendido; otras duermo como nueva, levanté las cintas autoadhesivas y la
una marsopa embarazada; hay días en los pegué en mi ropa interior. Con los calzones
que quiero comer todo lo que encuentro. bajos y mis posibilidades de maternidad
Y a veces todo eso junto. Pero ese mes la yéndose por las cloacas, abrí el WhatsApp
revolución hormonal había traído un solo para responderle a Gastón. Escribí y borré
síntoma: calentura absoluta. Quería que el mensaje doscientas veces mientras la
me pusieran en cuatro, me cogieran y me sangre seguía goteando desde mi concha.
tiraran del pelo; que me tocaran, me pega- Finalmente, me decidí: «Vos y tus treinta y

334 | El insano y el excéntrico están a una fortuna de distancia.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

Me paré de un salto y, sin subirme los


pantalones, metí la mano en el inodoro.
Pero, cuando estaba a punto de meter la
mano en el agua menstruada, me dieron
arcadas y no pude hacerlo.

cinco años de poco hombre se pueden que- que me sirviera para sacar el teléfono de
dar en tu casa haciéndose la paja a mano ahí. Encontré un cucharón, lo sumergí en el
cambiada». Cuando apreté el botón de en- agua y pesqué el celular como se pesca el
viar, el teléfono se me resbaló, pasó por en- osobuco en el puchero de la vieja. Cuando
tre medio de mis piernas y cayó adentro del lo saqué tenía un pedazo de papel higiénico
inodoro con agua, meo y sangre menstrual. pegado y la pantalla en negro. Con cucha-
—¡La puta madre que me parió! rón y todo, lo dejé adentro del lavamanos.
Me paré de un salto y, sin subirme los Después me senté en el piso del baño, me
pantalones, metí la mano en el inodoro. llevé las manos a la cara y me largué a llo-
Pero, cuando estaba a punto de meter la rar. Al final, ni siquiera iba a poder tirarle
mano en el agua menstruada, me dieron la goma a Gastón.
arcadas y no pude hacerlo. Entonces aga-
rré la jabonera, que era lo más cercano que
tenía, y la revoleé contra la pared. Cuan-
do logré tranquilizarme un poco, apreté el
botón de la cadena: el agua corrió, pero el
celular era muy grande y se quedó estanca-
do. Así que me acomodé el pantalón como
pude y fui hasta la cocina para buscar algo

Rocío Belén Paleari Su duda existencial es saber si se


Río Gallegos, Santa Cruz, escribe coger o cojer. Patagónica en
Argentina | 1993 la ciudad.

Todos somos iguales ante la ley, lo que cambia es el abogado. |335


Anécdotas mejoradas

LA DEL
QUE CASI LLEGA
A PRESIDENTE
Por Rome

Y o podría haber sido Presidente del Go-


bierno de España. O, como poco, Mi-
nistro. Todos a mi alrededor me lo dicen:
que lo es de mayor no tiene cabeza. Y yo
tengo mucho corazón y mucha cabeza.
Por eso hubiera sido un gran Presiden-
«Paco, si tú te presentaras a presidente, yo te del Gobierno. O, como poco, Ministro.
te voto». Y no es coña. Por algo hice Polí- Ponte en mi lugar: treinta y pocos años,
ticas. Cinco años sin fumar un porro y no harto ya de la corbata, y te llaman diciendo
aprendí ni a jugar al mus. Mis ausencias que se necesitan cuadros. ¡Cuadros! Siem-
en las clases de economía no eran para pre me encantó esa palabra. Los cuadros
ir a la cancha de básquet o a la cafetería, no son técnicos, no son militantes, no son
no: eran para montar la Revolución. Sí, asesores. ¡Los cuadros son la puta hostia!
amigo, en mayúsculas. En aquella época Son líderes, jefes de equipo, correas de
aún creía que se podía cambiar el mundo. distribución de la dirección. «Necesitamos
Creía que se podía detener la guerra de los cuadros, Paco, para llenar las Consejerías.
Balcanes. Quería concienciar a los estó- No tenemos mucha gente como tú. Piensa
magos llenos de occidente de que no se en el servicio al Partido y a la sociedad».
pueden permitir las hambrunas en África. Imagínate, Eduardo, como colgué yo aquel
Soñaba con conocer al Subco y me indig- teléfono. No me lo creía. Fui flotando hasta
naba que a nadie le preocupasen los peli- el despacho del jefe para decirle que me pi-
gros de la globalización. raba; que si pudiera darme una excedencia
Tranquilo, Eduardo, he cambiado. Me de cuatro añitos, genial, pero que si no, ni
he hecho más pragmático, más realista, eso; que me iba a gobernar la Comunidad
más triste. Ya sabes, la edad. El que no fue de Madrid, que me daba igual Educación
comunista de joven no tuvo corazón y el que Medio Ambiente y que por fin iba a

336 | La culpa es el producto más vendido en los últimos 3500 años.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

tocar pelo después de años de asambleas


intempestivas, escuchando peroratas revo-
lucionarias sin sentido alguno.
Me lo dijo hasta mi jefe, Eduardo: «Si
es que lo tuyo es la política. Algún día te
veré de Presidente del Gobierno, o de Mi-
nistro. Tiempo al tiempo». Entonces salí
de aquel despacho y empecé a gritar a los Salí de aquel
cuatro vientos que me iba. Invité cañas despacho y
como si no hubiera mañana. Y es que no lo
había, Eduardo. No pensaba volver a pisar empecé a gritar
una oficina en mi puta vida. Quería estar a los cuatro vientos
todo el día reuniéndome con los que piden
un hospital en su pueblo, firmando planes que me iba. Invité
para proteger un monte público o debatien-
do en un estrado. Coño, Eduardo, lo que
cañas como si no
se hace en política. Tú lo sabes. Aprender hubiera mañana.
y crecer, después ser diputado, ganar elec-
ciones y acabar de Presidente de Gobierno.
O, como poco, de Ministro.
Pero no, Eduardo, tú te cruzaste en mi
camino. Tú y tu colega, la Sainz, o Sáez, o
como coño se llamase, da igual. Por tu cul-
pa, por vuestra culpa, yo no soy Presidente El 10 de junio de 2003, los diputados del
del Gobierno. Ni siquiera Ministro. No he PSOE Eduardo Tamayo y María Teresa
sido diputado y no me he subido nunca a Sáez se ausentaron de la Asamblea de
un estrado a debatir. No he firmado más Madrid, dinamitando el Gobierno de la
que un par de hipotecas y sigo en una ofi- izquierda y provocando la mayor crisis
cina. Me debes las mil invitaciones a cañas política de la Comunidad de Madrid.
de aquella época, los días de noqueo com-
pleto que le robé a mi mujer y las horas Sin embargo, no hay ninguna mención
de psicólogo. Eduardo, estés donde estés: de lo que me hicieron a mí.
¡qué te jodan!
En la Wikipedia, si se busca Tamayazo
puede leerse lo siguiente:

Aprendiz de escritor hasta que se


Rome muera. En su bagaje, algunos relatos
Madrid, España | 1972 cortos, alguna anécdota graciosa y
varios intentos de guion.

Si la vida fuera una película, a la mía la dirige un iraní. |337


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ANÁLISIS DE SANGRE
Por Romina Sofi

C ada vez que me voy a hacer un análisis


de sangre, lo único en lo que pienso
es en qué voy a comer después para rom-
—¿Cómo? —pregunté yo en voz baja.
—Que necesitás setenta y dos horas de
abstinencia sexual —gritó con voz de par-
per con el ayuno. ¿Medialuna? ¿Vigilante? lante.
¿Las dos cosas? No, las dos no. Es mucho. El flaco tosió y la vieja hundió más la
—Orden y credencial —dijo la piba cabeza en la cartera.
mientras movía sus dedos con rapidez en —Ah, no sabía —admití. Después con-
el teclado—. ¿Ocho horas de ayuno? testé a su pregunta—: Sí.
—Diez —le respondí. —¿Qué?
Miré para un lado y después para el —Que no tuve…
otro, como quien mira sin mirar. A mi iz- —¿Cómo? —insistió la piba.
quierda había un pibe de unos veinticinco —Que sí, que cumplí el plazo —res-
años. A mi derecha, una abuelita con la ca- pondí finalmente.
beza hundida en la cartera. Atrás nuestro, Miré para abajo y fingí que me con-
unas quince personas aguardaban a ser lla- centraba en doblar un papelito amarillo en
madas. Estaba por ayudar a la pobre viejita minúsculos pliegues. Todos me miraban:
con la cartera cuando la chica que tecleaba la vieja, el pibe y los quince que espera-
me sorprendió con otra pregunta: ban atrás. No los veía, pero sentía el peso
—¿Cumplió las setenta y dos horas de de sus ojos en la nuca, su mirada de hace
abstinencia sexual? tres días que no coge. Levanté la vista y la

338 | Si tu pareja te pide espacio, o tiempo, tomálo como algo relativo.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

tenía un ambo verde agua y el pelo rubio y


desteñido. Pero, por sobre todas las cosas,
tenía cara de culo. Me pidió la orden y, sin
levantar la vista de los papeles, me dijo que
me sentara. Podía sentir su mala onda en
el aire, ¿o sería el olor a Espadol? Intentó
una, dos, tres, cuatro veces, pero no encon-
Podía sentir traba la vena.
—¡Ay, duele!
su mala onda —No te muevas —me contestó de mal
en el aire, modo.
La quinta fue la vencida. Luego me sacó
¿o sería el olor el elástico marrón, me pasó un algodón con
a Espadol? alcohol y se fue arrastrando su mala onda
por el pasillo. La odié a ella, a la piba, a la
vieja, al flaco y a las setenta y dos horas de
abstinencia sexual que había mantenido sin
siquiera habérmelo propuesto. Humillada
y dolorida, agarré la cartera y me fui. En
un momento así, solo había una salida.
—Buenos días —le dije a la chica del
dejé suspendida en un cartel que explicaba bar—. Traeme una medialuna y un vigilan-
cómo usar correctamente un barbijo. Lo leí te, por favor.
un par de veces, como si realmente me im- Se estaba por ir con el pedido pero la
portara. detuve antes:
—¿Fecha del último período? —arran- —Y agregame un tostado, por favor.
có de nuevo la chica.
—Ahora.
—¿Ahora cuándo? —preguntó con una
voz que se oía cada vez más fuerte.
—Ahora, el lunes.
El pibe que tenía al lado dio un paso al
costado. Ya no pensaba ni en la medialuna
ni en el vigilante, solo pensaba en que por
lo menos veinte personas sabían que yo
estaba indispuesta y que hacía tres días que
no tenía relaciones.
—Sentate, te llaman por número.
Al poco tiempo fue mi turno: «¡Cuaren-
ta y tres, consultorio ocho!». La enfermera

Cuentista. Productora de Radio y


Romina Sofi
Licenciada en Comunicación Audio-
Ciudad de Buenos Aires,
visual. Compañera de Diego y mamá
Argentina | 1982
de Martín. Feminista.

Les daremos órdenes de compra si prometen obedecerlas. |339


Anécdotas mejoradas

LA DE
PAULIE
Por Roy Palomino Carrillo

A ntes de Paulie había tenido dos canarios,


una paloma, un perro y un gato. El gato
compartió varios años con el loro y aun así
que pesaba tanto que le costaba arrastrarlo
hasta su rama preferida.
Cuando le preguntamos a un veterinario
creo que no siento un cariño especial por él. sobre la posibilidad de encontrarle novia,
Paulie fue siempre el pequeño de la nos respondió que iba a ser difícil porque
casa, pero eso nunca le impidió enfrentarse en aquellas montañas de Ayacucho ese loro
a perros, gatos o niños berrinchudos. En la cabeza azul era una rareza. Pero lo que en
familia teníamos una pequeña bodega que verdad quería saber era cómo había llega-
permanecía enrejada para evitar los robos. do a nuestra casa en primer lugar.
Paulie cogió la costumbre de subirse a las Recuerdo que fue un sábado porque
rejas, a la altura misma de los clientes. La esa mañana estaba holgazaneando en mi
mayoría de las personas lo veían con cu- cuarto. La primera en verlo fue mi her-
riosidad y muchos clientes volvían solo mana, quien pegó un grito cuando el loro
para ver a Paulie. Los niños casi siempre intentó picarle los dedos del pie. Era del
intentaban tocarlo pero Paulie siempre tamaño de mi zapato, y aún así nos desa-
les picaba los dedos. Un día, sin embar- fiaba a los dos alzando las alas y erizando
go, Manuel vino a comprar pan y al ver a las plumas de su cabeza; debía sentirse
Paulie quiso levantarlo con sus manos. Lo en peligro frente a dos gigantes que se
que vino después fue un grito agudísimo acercaban más y más. No sabíamos qué
y minutos después los gritos rabiosos de hacer hasta que mi madre llegó y prome-
su madre. Protegí el honor de Paulie todo tió encargarse. Solo minutos después en-
lo que pude, pero el dedo rojísimo de Ma- tendimos que eso significaba cortarle las
nuel me dejaba pocas alternativas. Nunca plumas de las alas. ¿Cómo lo hizo sola?
lo castigué, al contrario: le di un pan entero No tengo ni idea.

340 | Las entradas de las catedrales son un asco, me dan arcadas.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

En ese momento se me hacía natural bría sido instantáneamente mutilado. Co-


aceptar que algo que llegaba a nuestra casa jeó unos quince días, el mismo tiempo que
pasaba a ser nuestro, como las pelotas que no le hablé a mi padre.
caían en el patio. A la media hora de su lle- Pensamos que todo volvería a la nor-
gada, el loro estaba instalado en el jardín malidad, pero una mala noche desapareció.
de casa, sobre una rama lo suficientemente Habíamos salido a festejar mi cumpleaños y
grande para sostener su peso. Como haría cerramos la casa lo más rápido que pudimos.
con las rejas de la bodega, había elegido Paulie no estaba en las rejas de la bodega
una rama para observarnos desde la misma como recordaba haberlo dejado. Supuse que
altura. Ya no se le veía tan pequeño. Poco estaría paseándose entre los sacos de arroz
a poco, y gracias a muchas migajas de pan, y azúcar, su zona favorita. Di una mirada
se fue haciendo amistoso. A las semanas rápida, pero no lo encontré. «Lo busco con
ya aceptaba subir a nuestras manos y luego calma dentro de dos horas», me dije. Pero al
escalaba hacia nuestros hombros. El único volver nadie lo encontró. Ni en la bodega, ni
que no andaba contento en la casa era el en la cocina, ni en su ramita del árbol. Nos
gato. Un día cuando Paulie le picó la cola dormimos con la falsa convicción de que
y el gato dio un salto con instinto asesino, simplemente estaba escondido en un rincón
tuve que darle una patada para evitar que de la casa y de que aparecería hambriento al
corra sangre. día siguiente. Pero nunca apareció.
La tragedia más grande que le pasó su- Semanas después mi madre diría que
cedió semanas antes de su desaparición. lo soñó enjaulado, apaleado, triste. Mu-
Fue una noche en la que Paulie había de- chas veces mis hermanos y yo nos quedá-
cidido quedarse encima de la puerta de la bamos frente a él e intentábamos adivinar
cocina. Había cogido la costumbre de es- sus emociones. Creíamos entonces que sus
calar el metro ochenta y cinco que medía ojos eran el centro de su emotividad. La
la puerta para situarse encima del marco tristeza en sus ojos, eso repetía mi madre.
superior. La noche de la tragedia, Paulie se Tal vez recuerde tanto su historia porque la
había empecinado en no bajar de la puerta. culpa aún me persigue.
Como en casa nadie llegaba al metro seten-
ta de altura era difícil bajarlo, así que deci-
dimos dejarlo ahí mientras nos fuimos a la
sala a ver una película. A la hora de dormir
mi padre fue a cerrar la cocina y olvidó por
completo a Paulie que estaba durmiendo
encima de la puerta. Lo que oímos fue un
grito doloroso que nos hizo saltar del sofá.
Cuando llegué mi padre aún batallaba por
encontrar la llave de la cocina. Felizmente
era una puerta floja de metal que no cerra-
ba a la perfección porque sino Paulie ha-

Vive en París y escribe en un teclado


Roy Palomino Carrillo
AZERTY, donde las tildes y la letra ñ
Ayacucho, Perú | 1989
son un verdadero trabajo extra.

Los franceses se especializaron en los perfumes y los ingleses en las colonias. |341
Anécdotas mejoradas

LA DEL
QUE CADA CINCO
AÑOS LE PASA ALGO
Por Santiago Quesada

M i infancia fue bastante divertida. Y un


poco aventurera: me electrocuté, me
abrí la cabeza contra una piedra y tam-
dolor de cabeza o de panza— pero, cada
cuatro o cinco años, me agarraba algo más
o menos raro en relación al común de la
bién el pie con un hacha. En contrapartida, gente.
nunca me quebré un hueso. Éramos cinco Por ejemplo, a la salida del liceo me
hermanos y yo era el del medio, así que comí una hepatitis que duró el tiempo sufi-
me comí algunas piñas, dentro y fuera del ciente para permitirme ver todos los parti-
hogar, pero nunca me cagaron realmente a dos del mundial juvenil de Japón. En otra
trompadas. Tuve paperas y otras infeccio- ocasión, y aunque no me caen bien los ga-
sas que pasaron sin pena ni gloria y has- tos, me agarré una toxoplasmosis por culpa
ta me ahorraron la complicación de tener de uno que andaba suelto por la facultad y
que sufrirlas de adulto, cuando —según se subía a las mesas para franelearnos las
comentan las vecinas y los médicos— pue- mochilas. Y una vez estuve más de dos se-
den volverse muy peligrosas. manas sin besar a mi novia debido a una
Se podría decir que, en general, el ba- infección que un estafilococo me generó en
lance fue más que bueno: la dosis justa de la cara.
enfermedades, lesiones e indemnidad. Pero fue hace cinco años cuando empe-
Pero, iniciada mi temprana juventud, cé a sentir una fiebre y un cansancio demo-
entré en un ciclo de salud atípico. Casi ledor que no aflojaban ni siquiera después
nunca me enfermaba —ni un resfrío, ni un de dos semanas con antipiréticos. A eso se

342 | Me vendría bien que hoy fuera el fin del mundo para zafar de todo lo que tengo que hacer.
DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

sumó un ganglio inflamado en el cuello.


Después de una internación, me diagnos-
ticaron un tipo de cáncer que, según me
explicaron, parecía estar entre los de mejor
pronóstico. Quimioterapia mediante, hoy
estoy terminando los cinco años de segui-
miento que marca el protocolo, ya en remi-
sión total. El sobreviviente
Durante esa internación descubrí va-
rias cosas. Supe qué se siente una punción está a mitad de
lumbar y cómo se molestan los doctores camino entre el
cuando no te encuentran porque justo
saliste a fumar. También experimenté la «todo pasa por una
actitud entre maternal y militar del per- razón» y el «lo que
sonal de salud y conocí a una enfermera
que creía que el cáncer era una cosa que no te mata de
uno se generaba a sí mismo cuando tiene fortalece».
«algo no resuelto». Además, me enteré de
que hay montones de virus que no tienen
ni nombre ni cura y que ¡los piojos de las
palomas! pueden contagiarnos algunas
enfermedades bastante destructivas. Pero
una de las cosas más interesantes e ins-
tructivas fue ver cómo reacciona el entor-
no de uno —afectivo o no— cuando apa- bia; pero lo que te define es cómo salís del
rece esa palabreja: cáncer. otro lado.
Desde lo personal, puedo decir que es Pero, como dije antes, hoy ya casi pa-
algo que hay que transitar con una buena saron esos dichosos cinco años de segui-
actitud y obedeciendo las instrucciones de miento y lo que me tiene expectante es esa
los médicos. Y que la enfermedad deja una certeza de que en un par de meses voy a
riqueza —de esas que no se pueden com- tener que googlear síntomas para ver qué
prar— en tanto uno aprende qué es lo que trae de nuevo el menú.
realmente le importa en la vida y quiénes
son los que le hacen bien. Además, queda
un compromiso natural por ayudar a aque-
llos que les toca pasar por lo mismo. El
sobreviviente está a mitad de camino entre
el «todo pasa por una razón» y el «lo que
no te mata de fortalece». Exista o no una
razón, está claro que todo aquello te cam-

Fue a un colegio de monjas, después


Santiago Quesada pasó a uno de curas y cuando lo
Montevideo, Uruguay | 1963 echaron terminó en el liceo público
más antiguo de la ciudad.

Me invitaron a ir de copas pero yo soy de otro palo. |343


Anécdotas mejoradas

LA DEL
VIAJE EN AVIÓN II
Por Zoé Dzugala

«S e cae el avión». Con esas palabras


me despertó mi amiga Maia mientras
yo dormía una incómoda siesta en un vuelo
Solo podía pensar en que sería una lástima
perder las fotos que habíamos sacado en el
viaje. Como buena pendeja, en esa época
de trece horas que iba desde Londres hacia vivía en una nube de pedos y por supuesto
Buenos Aires. Teníamos dieciséis años y no sabía que el único acuatizaje exitoso en
volvíamos de un intercambio en un pueblo la historia había sido el del río Hudson, en
de Inglaterra con otros treinta compañeros un avión chiquito, con agua calma y a me-
de colegio. Cuando abrí los ojos, el avión tros de la costa.
estaba lleno de luces rojas y de pasajeros Me puse el salvavidas tal como indi-
enloquecidos que se ponían los salvavidas caban y miré el mapa que aparecía en la
en un clima de total desconcierto. Unos pantalla: estábamos en el medio del océa-
lloraban, otros rezaban y algunos se caga- no. Aún así, a mí solo me preocupaba per-
ban de risa. der esas galletitas que le había comprado
Al parecer, el piloto había enviado una a mi abuela Lala y que tanto le gustaban.
alerta por los parlantes del avión diciendo Nunca barajé la posibilidad de una muer-
que tendríamos que «amarizar» debido te inminente. Por suerte me había tocado
a una emergencia técnica. «¿Amarizar?, el lado derecho del avión, donde estaban
¿qué carajo es eso?», me pregunté a mí los más falopa del curso, que hacían caso
misma. No entendía muy bien qué pasaba. omiso a las turbulencias y no paraban de

344 | El conocimiento es una enfermedad de transmisión textual.


DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

Eso tampoco me dejó muy tranquila.


Entonces nuestra guía de viaje se puso
de pie entre los asientos. Nos miró con
cara de muerte y la escasa autoridad que
le quedaba.
—Cuídense —fue lo único que supo
decirnos.
No era muy fácil darle órdenes a treinta
Nuestra guía de pibes en la etapa de la pelotudez. Y mucho
viaje se puso de pie menos lo era en un avión cayéndose, así
que no la juzgo su poca pedagogía.
entre los asientos. Estábamos todos listos. Uno de mis
Nos miró con cara compañeros rezaba un rosario. Me dio
lástima: iba a ser motivo de burla hasta el
de muerte y la fin de los tiempos. Yo solo me imagina-
escasa autoridad ba cómo sería usar por primera vez aquel
tobogán que te muestran siempre en los
que le quedaba. folletos de seguridad. De golpe, todos se
agarraron de las manos al mejor estilo Cris
Morena y se quedaron esperando. ¿Cuán-
to más querían esperar? Ya habían pasado
veinte minutos desde que habíamos inflado
los salvavidas y todavía seguíamos senta-
dos. Entonces el piloto volvió a hablar a
través de los parlantes: el mensaje se había
reírse de los que lloraban y rezaban. De «disparado» sin querer. Me saqué el salva-
las azafatas ni noticia. Solo vi pasar a una, vidas y me dispuse a seguir durmiendo.
corriendo y haciendo oídos sordos a cual-
quier reclamo.
En el medio de toda aquella inconscien-
cia, lo único que me hizo dudar de mi in-
mortalidad adolescente fue un tipo al que
parecía que le estaba dando un paro car-
díaco y que tuvo que ser socorrido por un
médico que viajaba en el avión. Por otro
lado, a la señora que viajaba atrás mío los
hijos le preguntaron si se iban a morir.
—No sé chicos, pero ustedes recen —les
respondió la mujer.

Zoé Dzugala Estudiante de psicología y teatro.


Beirut, Líbano | 1997 Feminista.

A los que hablan con animales los internan en un psiquiátrico. me lo contó un pajarito. |345
SOBREMESA DE LAS CATÁSTROFES Y LAS TRAGEDIAS EXTRAÑAS

LO MÁS CERCA DE LA MUERTE

HERNÁN: No quiero hacer una regla de esto, pero de- C: Cuando busco películas para ver, siempre esqui-
trás de todas las tragedias yo siempre tiendo a ver «la vo la categoría «Drama». Pero soy consciente de que
mano del destino». escribir nuestras experiencias traumáticas funciona
CHIRI: Es verdad: un piano que se suelta de las sogas como catarsis, lo vimos en los talleres cuando leímos
y cae en la cabeza de un peatón, la cáscara de banana estas historias.
en el lugar incorrecto que hace tropezar a una vieja H: Ayer pensé en algo en lo que nunca había reparado.
indefensa que va al mercado… Tragedias que antes C: Reparado no es una palabra que deba usar un ar-
de que sucedan parecen haber sido manipuladas por gentino de bien.
un autor invisible.
H: Tenés razón. Me alegra que estés en esos detalles.
H: Y ese autor es el Destino, querido amigo... ¿Te acordás el aforismo apócrifo de Fontanarrosa con
C: Epa. Con mayúsculas lo dijiste. ese verbo?
H: ¿Cómo te diste cuenta de que dije «destino» con C: Por supuesto: «Reparad en ese pato que corre. Re-
mayúsculas, si estamos hablando? parad en aquel cordero que trisca. Reparad esa cerca
C: Ahí lo dijiste en minúsculas, pero encomillado. que huyen los animalitos».
H: ¡Es verdad! ¿Cómo sabés? H: Podría reírme un día entero sin parar con los afo-
rismos de Esteban Echenique. Pero dejáme cerrar la
C: Porque tenés un tic. Cuando decís una palabra con
idea.
mayúsculas, ponés la boca para el costado izquierdo.
Con comillas, labio superior apretado. C: Sí, perdón. Me decías que ayer pensaste en algo en
lo que nunca habías pensado.
H: ¿A ver? «¡Cuánta tierra hay en la Tierra!».
H: Es lo siguiente. Creo que la mayoría de nosotros
C: Primero mugre, después planeta, todo encomillado
nunca supimos qué día estuvimos más cerca de la
y con signos de exclamación.
muerte. Los que salieron vivos de un accidente o una
H: ¿Y lo de los signos, cómo te das cuenta? enfermedad muy grave, sí. ¿Pero los demás? Segu-
C: Fruncís el culo. ramente tuvimos un día en que estuvimos a punto de
H: ¡Qué hijo de puta, tenés un don! ¿Pero estás de morir, un día cotidiano e invisible. Y no lo sabemos.
acuerdo con que en las tragedias algo ya está escrito? C: Dame un ejemplo.
C: Manuel Puig decía que ese recurso era muy usado H: Si movías un poco más el codo al enjabonarte, la
en el melodrama, y cita a la película Puerta cerrada, en afeitadora enchufada caía en la ducha.
la que Libertad Lamarque pierde todo en la vida por- C: Ah, ahora entendí... Si te animabas a discutirle esa
que un cartero entrega mal un telegrama. O Margaret idea al taxista, él se distraía en el semáforo y los ma-
Sullavan en La usurpadora, que llega tarde al puerto taba un camión a los dos.
porque el cochero se demora, pierde el barco y el po-
H: ¡Exacto! Hay tragedias que no pasaron por un se-
bre novio cree que no lo quiere...
gundo, por un centímetro, o por un silencio. Y que, al
H: Puig dice que la diferencia entre el drama y el melo- no ocurrir, no dejaron rastros en la memoria. Pero la
drama es que en el primero los conflictos se generan cercanía del horror nos respiró en la nuca.
por los defectos o virtudes de los personajes. Y en
C: ¿Cuándo habrá sido, en nuestra vida, la vez que
cambio en el melodrama interviene algo externo: una
más cerca estuvimos de morir?
guerra que estalla de pronto y separa a dos amantes,
una lluvia torrencial que inunda de golpe toda la ciu- H: No lo sé, pero las anécdotas que siguen hablan,
dad, o confundir una botella de nafta con jugo. todas, de la muerte.

346 | La paz consiste en no necesitar tener razón.


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA PERDIZ QUE
NO SE MURIÓ
Por Ana Berdín

H ace mucho tiempo atrás, cuando el mun-


do no era tan ecológico, no se usaba
cinturón de seguridad y se fumaba hasta en
de cadáveres en el piso. Después de unas
cuantas horas vio a lo lejos que el bolso se
movía y al rato salió rengueando una per-
el colectivo, mi viejo tenía el hobby de jun- diz que creía muerta. La primera reacción
tarse con amigos e ir a cazar «para joder». de sus amigos fue agarrar el rifle pero él
Esa era su explicación y yo odiaba ver a la sintió el llamado divino y no solo los de-
vuelta su bolso lleno de liebres y perdices tuvo, sino que le dio al ave Novalgina por-
que después me las hacían comer como si que la creyó afiebrada, colocó en la herida
fueran pollo. Mientras masticaba ese pollo, Merthiolate y la trajo a casa porque en el
deseaba que mi padre tomara conciencia. campo cualquier depredador podía comér-
Antes de continuar, debo aclarar que sela en ese estado, ignorando que él era
hoy mastico todo bicho que camina y si al- uno de ellos. Siempre quise tener un perro,
guno anda en silla de ruedas también. Pero pero tuve una perdiz a la que con mucha
antes era mas piadosa. La cosa es que, una originalidad llamamos Perdiz.
vez, mi papá volvió de su cacería y mi de- Perdiz se adaptó bien con los otros pá-
seo se había cumplido. Entró a casa todo jaros y con el resto de los humanos, inclui-
sorprendido: «¡La puta que lo parió! ¿Vos do su verdugo. Andaba suelta por la casa.
sabes lo que me pasó?». Manifestaba alegría al vernos con un ale-
Resulta que después de cazar, él y sus teo singular, pedía comida, era como te-
secuaces fueron a una quinta amiga a co- ner un perro. Pasamos tiempos hermosos.
mer un asado. Él revoleo el bolso lleno Navidades, cumpleaños, días del animal.

348 | Aprender a tocar el arpa es solo cuestión de tiempo.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

A todos lados la llevábamos en una cajita y


si el lugar ameritaba la dejamos suelta por
ahí. Los domingos íbamos a tomar mate al
costado de la General Paz y Perdiz la pasa-
ba bárbaro. Yo creo que se sentía como en
su verdadero hogar.
Desde aquel día mi papá no volvió a Y la muerte se
cazar nunca más y ante la insistencia de
sus amigos, explicaba que Perdiz le había cobró dos vidas,
cambiado la cabeza. Perdiz le había gana- porque se ve que
do a la muerte, pero sin saber que esta se
había quedado re caliente. Tal es así, que la turra cobra
un verano en San Clemente, un verano de intereses.
días todos lindos, donde Perdiz había ju-
gado en la playa con las gaviotas, donde
probó el churro relleno y bañado en cho-
colate y se bañó en el mar, ese hermoso
verano, la muerte asechaba al mejor estilo
Destino Final.
Un día fuimos a Mundo Marino. Te- una ballena muerta. Terminamos viviendo
nían que ver la alegría de Perdiz al reírse de prestado, pagando deudas y papá tuvo
con el show de lobos marinos. Fue la úl- que salir otra vez a cazar porque se comía
tima vez que sonrió la pobre. Tanto era su mas barato que yendo a comprar el bicho
entusiasmo con el paseo que en el espec- ya muerto y limpito.
táculo de las orcas, en una milésima de Esta claro que no siempre es «fueron
segundo, en esos descuidos que podrían felices y comieron perdices». Nosotros
haberse evitado, Perdiz saltó de la caja en comimos perdices, pero fuimos pobres y
el mismísimo momento que la Orca Dunka desdichados.
salía de la pileta para mostrar su sonrisa.
Fue ahí que la muerte aprovechó su ven-
ganza y Perdiz cayó justo en la boca de
Dunka. Derechito y directo al estómago
fue, dando muerte a ambas. La ballena se
atoró y murió en el acto. Y la muerte se
cobró dos vidas, porque se ve que la turra
cobra intereses.
Fuimos nombrados personas no gra-
tas no solo para San Clemente del Tuyú,
sino para toda la Costa Atlántica. Nos em-
bargaron la casa para pagar las pérdidas de

Ana Berdín Se recibió de «Experta en fracasos


Ciudad de Buenos Aires, amorosos» para luego lograr la «Li-
Argentina | 1976 cenciatura en todo tipo de fracasos».

—Estamos pensando en darte el premio a la trayectoria, pero para eso deberías morirte a más tardar el viernes. |349
Anécdotas mejoradas

LA DE
LAS DIFERENTES MANERAS
DE SER BUENO
Por Ana Guerberof

A mi padre le dio un ataque al corazón el


miércoles, entre jueves y viernes pare-
ció recuperarse y el sábado se murió. Lloré
solo cuando alguien entraba a la sala; si no,
guardaba un silencio compungido. Mi pa-
dre era actor.
tanto en el vuelo de Barcelona a Buenos En el crematorio de Chacarita los ataú-
Aires, de una manera compulsiva, extraña des entraban a la zona del horno por una
en mí, que las azafatas me dieron unos ca- cinta transportadora a tal velocidad uno de-
ramelos y unas palmaditas en la espalda. trás del otro, que participábamos en la cre-
Sentí muchísima vergüenza, pero supuse mación del vecino como si fuéramos todos
que estarían acostumbradas a ver estos re- una gran familia. ¿Cómo se distinguirían
encuentros transatlánticos con la muerte. las cenizas de cada uno? ¿Nos darían una
Llegué al velatorio a tiempo, aunque el urna con partes de otros muertos?
taxista parecía estar perdido en un mundo La mujer de mi padre nos invitó a tomar
paralelo, como yo. Había muchas mujeres el té bien caída la tarde. Cuando llegué con
con anteojos negros. Mucho llanto exage- mi hermana, un grupo selecto de actores
rado. Extrañé esa falta de disimulo que se ya estaba sentado en un círculo en el suelo
olvida en los ritos. Cuando finalmente me comiendo facturas. Nosotras nos sentamos
armé de valor para entrar donde estaba el en unos pufs justo detrás del círculo de los
ataúd y asimilar que sí, que mi padre estaba «íntimos». Ya de primeras, me pareció raro
muerto, me encontré con un chico que reci- que hablaran de mi padre en pasado con
taba pasajes de Hamlet. De hecho, recitaba tanta facilidad; me puse a pensar en lo rápi-

350 | Más que epitafios me gusta dejar mensajes para el arqueólogo.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

do que se muere uno, que los verbos en pa- había practicado el boca a boca, y lo había
sado denotaban una aceptación irrevocable salvado para que luego él se muriera obs-
de la muerte. Mi padre se moría y se con- tinadamente, bajó los ojos. La actriz sabe-
vertía automáticamente en una tercera per- lotodo miró a la viuda con conmiseración.
sona del pretérito imperfecto o indefinido. La joven promesa estaba confusa, alguien
Yo no lograba salir del presente. Mientras se había saltado el guion y aquí era más di-
ponderaba sobre los tiempos verbales de fícil improvisar. Pero nada podía pararme,
los muertos, la hermana de su mujer dijo: yo seguía en un bucle, aunque lo que yo
«¡Es que Miguel era tan bueno!». quería era cerrar ese monólogo confuso.
Y arrastró mucho el tan y el bueno como —Bueno, ¿bueno? No, no le hubiera
para enfatizar que era incuestionable. Y yo, gustado, ¿ustedes creen que él se hubiera
casi sin salir de mis cavilaciones respondí: definido así? No, para nada. Deberíamos
«¡¿Bueno?!». buscar otros más acertados. Inteligente,
Con unos signos de interrogación tam- quizás, incluso, malo. Sí, eso, malo.
bién incuestionables, como si fuera todo en Lo de malo no cuajó en el grupo. La
mayúsculas con entonación wagneriana: viuda había pasado de la sorpresa a una in-
«¡¿BUENO?!». El círculo me miró boquia- credulidad cercana a la ira. Nadie me echó
bierto. Atónito. ¡El círculo «íntimo»! Quise un capote ni por solidaridad con mi jetlag.
tragarme la palabrita con sus interrogacio- Perdida y ya desesperada, y con ansia por
nes. Miré hacia donde estaba mi hermana cerrar una justificación innecesaria dije
para buscar una tabla de salvación, pero claudicando a las miradas inquisidoras,
los ojos, casi riéndose, me dijeron: «A ver pero, al mismo tiempo, sin dejar de cavar
cómo salís de esta». Hundida. El tiempo mi propia tumba.
se quedó colgado de esos ojos fijos en mí —Bueno, sí, bueno, quizás las perso-
que exigían una enmienda o, al menos, una nas que no lo conocían, lo hubieran defi-
explicación. La pausa teatral duraba dema- nido así.
siado y yo no era actriz, así que empecé a
hablar con la misma inconsciencia con la
que había lanzado la pregunta:
—Bueno. ¿Qué significa bueno? Es un
adjetivo, sí, pero semánticamente, ¿qué
significa? Ha perdido su carga. Bueno,
malo, blanco o negro. Son adjetivos vacíos
de valor.
Los miraba para invitarlos a que co-
mulgaran con la lógica de mi argumento.
La cuñada de mi padre me miraba con
lástima y reprobación. Nadie quería en-
trar en la esencia de las relaciones con-
flictivas, parecía decirme. El actor que le

Lee hasta las etiquetas de las merme-


Ana Guerberof ladas en todos los idiomas posibles.
Mendoza | 1967 Le encantan las matemáticas de las
palabras.

Morirse es no contar el cuento. |351


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA ABUELA NENA
Por Carolina Quinteros

L a abuela Nena tenía una pasión: cantar


tangos. Y una gran virtud, la de contar
historias extraordinarias. Nos dedicó a sus
«Hoy no veo ni la colonia», y largaba una
carcajada, muy lejos de lamentarse por las
secuelas de aquel ACV que había sufrido
nietos gran parte de su vida y cuando cre- años antes. Yo era bastante chica aún y re-
cimos se reclutó en su casa. cuerdo la extrañeza frente a su historia de
Allí, en su monoambiente, transcurrían aquella luz blanquísima que la esperaba al
las historias que nos contaba cada domin- final del túnel.
go, cuando venía a almorzar a casa de Se pasaba las horas escuchando radio.
mamá. La abuela Nena llegaba antes del En los últimos tiempos solo cantaba «Vol-
mediodía, casi siempre con una bandeja vió una noche». Había dedicado su vida a
de facturas. Cuando abríamos la puerta, cantar en distintos escenarios, amaba la no-
ahí estaba ella, llena de colores: camisas che. Interpretaba esos tangos como si hu-
con grandes floreados, pantalones al tono y bieran sido escritos para ella, estaba ahí en
pulseras hasta los codos, en los dos brazos. cada personaje, en cada sufrimiento.
Sus grandes y profundos ojos se enmarca- De a poco, las visitas de la abuela Nena
ban entre sombras de diferentes colores: se volvieron esporádicas. Una de las últi-
verde y violeta; azul y gris. Cada párpa- mas veces nos contó que la noche anterior
do un color, según el día; según veía un mientras miraba la tele, algo la distrajo ha-
poco más o un poco menos. En esos días cia el placard. Se quedó observando has-
resumía su estado en su frase de cabecera: ta que se dio cuenta de que una cucaracha

352 | Siempre me imaginé el purgatorio como una sala de espera sin revistas.
DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

estaba posada en lo alto de la puerta. Le


prestó atención y entonces descubrió que
el bicho tenía flequillo rubio y el corte pa-
recía estar hecho con regla. «Bien, bien
cortadito», nos aseguró. Le dio pena ma-
tarla imaginándose a toda esa familia de
cucarachas con flequillo, y la dejó ir.
Sus ojos cansados, con el paso de los
meses, le contagiaron al cuerpo. Fue así
que la abuela Nena comenzó a tener ayuda «Antes de ir
en sus cuidados propios y en la casa. «No a un geriátrico
necesito a nadie», repetía. Sabía que se le
agotaba el tiempo de lo más preciado: su me muero», juró.
soledad. Y el hecho de que hubiera echado Y cumplió.
a tres enfermeras la dejaba al borde de su
peor pesadilla. «Los geriátricos están lle-
nos de viejos chotos, yo no soy una vieja
chota». La última vez que vi a la abuela
Nena estaba sentada en un sillón antiguo
de cuero marrón en el living de su casa.
Sus ojos casi apagados y en su cara una
«mueca de mujer vencida».
«Antes de ir a un geriátrico me muero», to rumbo al cementerio. Denso tiempo
juró. Y cumplió. Estaba todo listo para que del muerto yéndose. Y ahí como si el
el lunes a la mañana la lleváramos a esa cielo se abriera, nos alcanzó una música
residencia. No llegó. Tal vez habrá imagi- inconfundible. Unas ventanas abiertas de-
nado que la esperaba la última milonga y jaron escapar un tango a todo volumen
ese viernes por la noche, la abuela Nena se despidiendo la última caravana de la abuela
quedó dormida. Llevaba puestas sus pulse- Nena.
ras preferidas, esclavas de plata, y sus ojos
delineados en perfectos sombreados de co-
lor verde.
La mañana del entierro recuerdo que
dudé en ponerme un suéter rojo; faltarle el
respeto al negro de la muerte. Quizás por el
mismo motivo tampoco supimos si había
cajones de colores vivos. Ella soñaba con
uno violeta.
Nos quedamos en la vereda de la sala
velatoria a la espera de que saliera el au-

Carolina Quinteros Es Licenciada en Comunicación So-


La Plata, Buenos Aires, cial. Tiene dos hijos y un marido, ellos
Argentina | 1977 tres son su familia.

Morirme es lo último que haría. |353


Anécdotas mejoradas

LA DE
LAS CENIZAS
Por Cecilia Alemano

H abían acordado encontrarse junto al río.


En el mismo lugar que habían visita-
do en tiempos mejores y con otro humor,
y mataderos de Salamone, el arquitecto que
había poblado la provincia con sus moles de
hormigón. A veces ella se divertía haciéndo-
como esa noche de verano en la que él le le de asistente o cuidando de los perros: no
elogió el vestido y después bajaron hasta era ese el problema. El problema era que eso
muy cerca de la orilla para ver el reflejo era todo. O el chiste de esconderse cuando
de la luna sobre el agua. Ahora no queda- llegaba, o el de saludarla con un apretón de
ba nada de lo que había sido ese sitio. Lo manos como a una desconocida. Todas co-
había propuesto Martín, y ella, habituada sas que le habían causado gracia durante un
después de años a sus gustos extravagan- tiempo. Después, solo esperaba inútilmente
tes, le había dicho que sí. Pero a sus ojos, el día en que le dijera: «Hola linda, ¿Cómo
este no era más que un terreno sucio, salpi- estás?», con los ojos brillantes por verla, y
cado de latas vacías y botellas rotas. la llevara a cenar y a bailar.
Ahora tomaban mate en silencio. Había Estaba cebando un mate cuando oyó
tanto que hablar y ninguno pronunciaba un alarido. Miró. Una mujer, tirada en un
palabra. ¿Sería una nueva despedida? Bus- enorme charco de barro, gritaba socorro.
có alguna pista en los ojos de él, pero an- Un hombre muy menudo a su lado no pa-
tes de alcanzar a descifrarlo, lo vio abrir la recía hacer nada por sacarla. Martín fue
mochila y sacar su cámara. Ahora empieza corriendo; ella metió todo en la canasta y
con las fotos, pensó. El gris del día va bien lo siguió.
con su estilo melancólico, falta nomás que —¡No me puedo parar! —decía la mu-
se le cruce un linyera o un perro pulguiento jer, panza abajo sobre el barro. A su alre-
y ya está, se siente feliz. Recordó el último dedor, desparramados, un paraguas, una
viaje que habían hecho juntos. La tuvo al bolsa de papel madera y una flor blanca
trote mientras fotografiaba los cementerios envuelta en celofán.

354 | Coquetear con la muerte y no morirse es de histéricos.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

—Agarresé de acá —le dijo Martín, —Tengo frío —dijo; y por un momento
acercándole una rama. La mujer estiró los pareció una nena asustada. Después si-
brazos embarrados. Ayudada por él, que ti- guió su camino bajo unas nubes cada
raba, flexionó una rodilla y logró pararse. vez más oscuras. El hombrecito agarró la
Ella miró a la mujer con una mezcla flor y el paraguas, les agradeció con dos
de simpatía y pena: era robusta y canosa, movimientos de cabeza y fue tras la mujer.
tenía la ropa empapada y la bragueta del —¡Señora! —le gritó Martín desde le-
pantalón abierta. Se puso a ayudarla a jun- jos—. Fijesé que se está levantando viento,
tar sus cosas. no sea que al volcar las cenizas...
—¿Sabés qué pasa? —le dijo la mujer, La mujer, parada en el borde, con los
corriéndose algunas mechas pegadas a la pantalones empapados deslizándose hacia
cara. Ella pudo ver sus ojos grandes y os- abajo, dio vuelta la bolsa y dejó caer el pol-
curos—. Vine a tirar las cenizas de mamá. vo color arena. El hombrecito soltó la flor
Ella comprendió el contenido de la bol- sobre el agua.
sa que acababa de levantar. Buscó la mira- —Esa sí que sería una foto —dijo ella,
da de Martín para divertirse juntos, pero lo pero notó que Martín ya había guardado la
encontró concentrado, con la cámara a la cámara.
altura de sus caderas y los ojos entornados Una fina llovizna empezó a caer mien-
hacia el visor. Su típico modo de disimular tras caminaban hacia la calle.
cuando les saca fotos a desconocidos, pen- —Qué genial que descubra el carácter
só, y se sintió incómoda. de la madre cuando ya está hecha polvo,
—¿Te das cuenta? ¿Cómo me vengo ¿no? —dijo ella.
a caer así justo hoy? —dijo la mujer, sin Escuchó que él se estaba riendo con ga-
notar que la enfocaba una cámara. El hom- nas. La lluvia era cada vez más intensa y a
brecito, con las manos en los bolsillos y el él le corrían lágrimas de la risa. Qué lindo
mentón erguido, también parecía esperar era volver a verlo reír. Ella también se reía.
una respuesta. Por un momento se sintió bien. Después se
—Es su madre que no se quiere ir —dijo dio cuenta de que reírse así era lo único que
Martín; se colgó la cámara del cuello y se iban a poder hacer juntos esa tarde.
sacudió el barro de las zapatillas—. Tendría
su carácter la señora, ¿eh?
Ella notó que la mujer resplandecía de
golpe.
—¿Saben que sí? —dijo—. Sí que era
jodida mamá —suspiró. Y como quien tie-
ne todo resuelto, se acercó a ella, le sacó
la bolsa y enfiló hacia el río. Ya cerca de
la orilla empezó a aminorar la marcha y se
detuvo.

Periodista y docente. Su primer re-


Cecilia Alemano cuerdo es de sus dos años, a upa de
Morón, Buenos Aires, su papá, que votaba a Alfonsín en un
Argentina | 1981 cuarto oscuro muy iluminado.

Las únicas cosas que podemos contar con seguridad: la muerte y los dedos. |355
Anécdotas mejoradas

LA DE
LA TARDE QUE MATÓ
A LA MADRE
Por Christian José Ipanaqué Olivos

M até a mi madre, o al menos eso creo


yo, y no es una proclama de indepen-
dencia. Sucedió hace muchos años, cuando
se recupera, lo contratan en una tienda,
comienza a estudiar, conoce a una chica,
sube de peso, tienen una hija, se muda a
vivíamos en un quinto piso. En ese peque- una casa más grande y decide no regresar.
ño departamento con techo de vidrio don- Cuando nos enteramos, mi madre llora aún
de mi hermano, que llegó al día siguiente, más. Recibimos fotografías de una boda y
pasó sus vacaciones durante tres semanas un bebé, junto al aviso de una visita pro-
sin enterarse. gramada para finales del invierno.
Desde el año anterior, cada conversa- Mientras se acerca la fecha, nuestras
ción con ella se había convertido en un in- discusiones aumentaban en frecuencia
tercambio de gritos y reproches que solo e intensidad. Un día antes de la llegada,
terminaba al mencionar el origen de todos nuestro departamento aún tenía aspecto de
nuestros males: la ausencia de papá. Él no caverna y no el hospedaje para reencuentro
murió, lo echaron de casa, aunque esa es familiar que planeamos. Mi madre grita-
otra historia. Meses después comienza a ba, aparecián sus reproches. «¿Por qué no
faltar dinero, mi hermano viaja fuera del llamaste a tus primos para que ayuden?».
país y mi madre llora. Él encuentra traba- «¿Cuándo vas a comprar la comida para la
jo, lo pierde, consigue dos a medio tiem- semana?». «¿Dónde está el auto para reco-
po, duerme poco, de vez en cuando le fal- gerlos». Preferí ignorarla. Saltó a otros te-
ta comida, cae enfermo durante semanas, mas. «¿Por qué no me acompañas a la igle-

356 | Dormir es morir un poco. Morir es dormir mucho.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

sia?». «¿Por qué no te encargas de pagar


las cuentas?». «¿Dónde estuviste el fin de
semana?». «¿Cuánto falta para que termi-
nes de estudiar?». «¿Por qué no consigues
un trabajo?. «Eres igual a tu padre». Se
acabó mi silencio. Respondí. «Siempre me
culpas de todo. Nunca quiero volver a casa,
odio tus quejas, cada día entiendo más a
papá, es tu culpa que ya no esté y que mi
hermano se fuera lejos, pronto también me
largo». Tiré una puerta y salí a caminar. Mi
madre lloraba.
Bajé, salí del edificio, caminé un par de
cuadras, di vuelta a una esquina y avan-
Mi madre ya
cé otro par hasta un puesto de periódicos, no lloraba.
compré un par de cigarros, fumé uno en
el camino de regreso, tiré la colilla antes
La encontré en
de entrar, subí las escaleras, abrí la puerta su habitación,
dispuesto a una tregua. Mi madre ya no llo-
raba. La encontré en su habitación, sobre
sobre la cama,
la cama, con los ojos abiertos y el rostro con los ojos
cubierto de lágrimas secas. Le faltaba pul-
so en ambas muñecas y cuello. Tampoco
abiertos y el rostro
respiraba. ¿Cuánto pasó desde que salí a cubierto de
caminar? Sentado sobre el suelo, esperé a
su lado. Oí susurros. Mi madre llamaba a lágrimas secas.
la suya, la abuela que jamás conocí y ella
vio solo hasta los cinco años. Mencionó
una luz blanca. Cerró los ojos y comenzó
a respirar profundo. Me pidió un vaso de
agua. «Tibia, es invierno y no quiero estar
enferma cuando llegue tu hermano». Fui
a la cocina, prendí una tetera. Ella llegó y
se apoyó en la puerta. Me observaba. Pre-
guntó si sucedía algo. Cuando se cansó de
esperar alguna respuesta, me envió a com-
prar café. Maté a mi madre, al menos eso
creo. Ella no lo recuerda. A veces consigo
olvidarlo.

Christian José
Redactor errante y guitarrista.
Ipanaqué Olivos
Curioso a tiempo completo.
Bagua, Perú | 1989

Morirse es cagarse en las ganas de matarte que tienen los otros. |357
Anécdotas mejoradas

LA DEL
GLOBITO AZUL
Por Dánae Rivadeneyra Yriarte

E ra carnaval y me habían comprado una


bolsa de globos para el domingo. Aque-
lla bolsa implicaba que tenía edad sufi-
dentro y sentía su presencia oprimiéndome
el pecho. ¡Ay, ay, ay! ¿Qué hacer? Disi-
mular, por supuesto: si iba a morir, nunca
ciente para mezclarme con los chicos más diría que la causa era uno de mis globitos
grandes; que tenía permiso paraa llenarlos de carnavales. Ahora que recuerdo esos
con agua y mojar a cualquier persona que momentos, me asombra la serenidad de mi
pasase; también asumir el riesgo y dejar acercamiento a la muerte.
que me mojaran. Pero yo solo tenía seis Después del almuerzo íbamos a recoger
años, así que me contentaba con inflarlos a mi papá del trabajo. Qué bonito me pare-
y desinflarlos. Así pasé yo aquella mañana: cía ir al centro de Lima y entrar al edificio
dando vueltas alrededor de la enorme mesa antiguo donde él trabajaba: techos altos,
del comedor de mi abuela, mordiendo los escaleras de mármol, arañas enormes y un
globos para hacer ese ruido adictivo que ascensor al que por nada del mundo debía
provoca la fricción de los dientes sobre el subir sola.
caucho, hasta que apareció mi mamá. Otra cosa que adoraba de la oficina de
—No te los vayas a pasar nada más mi papá (o adel estudio, como lo llamaba
—me dijo. él) era el olor a documentos, a madera y a
—No, mami, no me los voy a pasar. cigarro. La mezcla de esos tres aromas me
Ella me había atemorizado más de una producía una sensación placentera de que
vez diciendo que si me lo tragaba, el plás- en ese lugar se hacían cosas importantes.
tico del globo no se disolvería jamás en mi Había expedientes, sellos, lapiceros, lápi-
estómago y yo moriría. Pero, vamos, yo ya ces, resaltadores y máquinas de escribir
era una niña grande, ¿cómo me iba a pasar electrónicas, que eran un hit en ese tiempo.
el…? ¡Glup! Incluso, una vez, mi papá llevó una mini-
Intenté toser, sobarme la garganta, pero computadora. Era la cosa más pequeñita y
ya era tarde. Uno de los globitos estaba maravillosa que había.

358 | Somos mortales porque nos lo tenemos merecido.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

La alegría de ir a recoger a mi papá y des- lejano oeste, pero de pronto las subió hasta
pués seguir el ritual de comer pollo broas- su cintura y, con un movimiento veloz, se
ter me hizo tan feliz que olvidé el asunto de sacó la correa y la empuñó como un látigo.
aquella mañana con el globito. Según papá, Ahora mismo lo veo, haciendo chistar su
yo iba delante de ellos y estaba molesta por látigo contra el piso.
algún tipo de engreimiento, aunque yo dis- Pero el loco no se va, quiere llevarme
crepo, porque no recuerdo haber sido una con él a toda costa. Mi papá ya no mide las
niña engreída. Mi mamá apoya la versión distancias y avanza con todo. Llueven los
de mi papá, pero creo que eran ellos los que correazos a diestra y siniestra, arriba y aba-
iban adelante mientras yo los seguía de le- jo. Los curiosos vivan y gritan hasta que el
jos, molesta, aunque no recuerdo la causa. loco desiste y huye.
Sí recuerdo lo que vino después: algo feo, Recién entonces la gente se acercó para
sucio y duro me tomó por un brazo en plena preguntarle cómo estaba. Mi papá viene
calle y me quiso llevar. hacia nosotras pero de pronto la multitud
—¡Ay, mamá! —grité. se despierta una vez más y, cuando yo giro
No sé cómo hicieron mis papás para la cabeza, allí está ese loco de nuevo. Lle-
liberarme de aquel loco horroroso y hara- vaba un palo de madera enorme y se acer-
piento que me quería llevar a quién sabe caba directamente hacia mi papá.
dónde. Recuerdo una sensación, como si Esta vez los curiosos se interpusieron
uno de los agujeros negros de mis dibu- entre nosotros y el loco.
jos se hubiera hecho realidad y estuviera —¡Lárgate, fuera, vete!
a punto de succionarme. La escena la veo En ese instante sentí cómo mi estóma-
en sepia, tal vez por las luces amarillas de go se revolvía, salivaba sin control, hasta
la Calle Colmena, donde todo esto sucedía. que de pronto vomité. Y en medio de aquel
Esa calle, que cien años atrás era de las más charco, pequeñito y sin mancha alguna, es-
distinguidas, por entonces ya no albergaba taba el globito azul.
a las mejores familias de Lima sino a gita- Ya no me iba a morir.
nas, vendedores ambulantes y a toda clase
de locos que se apostaban en la puerta del
desaparecido Hotel Crillón. Recuerdo las
luces amarillas, mi madre y yo a un lado de
la calle, ella asistiéndome a ver si yo estaba
bien. Pero faltaba mi papá.
Giré la vista y ahí estaba, frente a
frente con el loco, en el medio de la calle.
Un círculo de curiosos gritaba pero no
intervenía. Mi papá y el loco daban algunos
pasos hacia los lados, como formando otro
círculo. Mi papá llevaba las manos cerca
de sus bolsillos, como en una película del

Dánae Hija de un intelectual obrero, hoy tran-


Rivadeneyra Yriarte sita entre el periodismo y la sociolo-
Callao, Perú | 1988 gía, lejos del país en el que nació.

Los matemáticos mueren en ajustes de cuentas. |359


Anécdotas mejoradas

LA DEL
ASESINATO
Por Daniel Silva Jiménez

E mpujo la puerta del bar y entramos. Son


las 9:22 AM. Sábado lluvioso de julio.
Solo una mesa está ocupada. Nos senta-
El Colo se queda mirando por la venta-
na el escaso tráfico que circula por la ave-
nida a esa hora. La chica trae el pedido. El
mos junto a la ventana que da a San Mar- olor a café me da satisfacción.
tín. Dos cafés con medialunas, por favor. —¿Qué necesidad tenías, boludo? El
Cuando la moza se aleja, el Colo me habla tipo dijo enseguida dónde estaba la mosca.
entre dientes. Todo. No tuvimos siquiera que cortarle un
—Lo mataste, hijo de puta —me dice. dedo. Explicame, qué necesidad.
—Sí. Tomo lentamente un sorbo de café,
—Sos un pelotudo. Eso complica todo. muerdo una medialuna, intento distender,
¿No sabés que cuando hay un muerto in- cambiar de tema:
vestigan más a fondo? —Ya fue, nene, olvidáte. Escuchame,
—No te hagas drama, nene, hicimos ¿mejicaneámos al de la inmobiliaria?
todo bien —le digo y con el pie empujo ha- —Negro, la otra vez que hicimos esa
cia el vidrio la mochila. salió todo para el culo, casi caemos.
—¿Recogiste bien todos los pelos? —Bueno ok, pero decile que había me-
¿Guardaste los guantes? nos.
—Claro, papá. Él único que se puso —¿Y cuánto hay?
nervioso fuiste vos, parecés un principiante —Qué se yo, nene. ¿Pensás que puedo
—respondo y disfruto de pasarme la mano contar fajos de billetes con solo pasarlos de
por la cara, lisita, recién afeitada. un cajón a una mochila?

360 | El gimnasta perfeccionó tanto su técnica que aquel fue su último salto mortal.
DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

—Hacé como quieras, Negro, pero


este pibe nos pasa buenos laburos. Nunca
nos falló.
—Por cierto, la próxima que hagamos
en invierno te toca a vos la guardia, ¿eh?
Porque siempre agarrás veranito. Te creés
vivo, ¿no? —le digo sonriente, otra vez in-
tentando que relaje. El Colo no
El Colo no me responde. Está re ca-
liente. Le gusta hacer las cosas bien proli-
me responde.
jas. Imagino que mastica rabia al recordar Está re caliente.
cómo le pasé la hoja afilada por el cuello.
Miro mi reloj. Es hora de irnos. Pido la
Le gusta hacer
cuenta. las cosas bien
—Son las 10 ya. Vamos. Pagá vos —le
digo, me levanto, agarro la mochila. prolijas. Imagino
El Colo saca un billete de 100 y lo cal- que mastica
za con la taza. Afuera sigue lloviendo. El
Colo no quita su cara de culo, me está can- rabia al recordar
sando, pero ni en pedo le cuento por qué lo cómo le pasé la
maté. No tengo ganas de discutir de políti-
ca otra vez. hoja afilada por
—¿Sabés, por qué lo hice, Colo? ¿De el cuello. Miro mi
verdad querés que te lo diga? —le pregunto,
hago silencio, espero que mire—. Porque se reloj. Es hora
me cantó. de irnos. Pido
Recuerdo otra vez las fotitos de Cris-
tina por todos lados. También ese tatuaje la cuenta.
horrible de Néstor que lleva el Colo en el
hombro. Se lo vi cuando nos cambiábamos
las camisas, creo que lo había olvidado.
Eso me dio más rabia. Eso me terminó de
convencer, pienso. Veo que viene un taxi
vacío, saco la mano, subimos.

Daniel Silva Jiménez Licenciado en Ciencias de la Com-


La Habana, Cuba | 1981 putación, escritor en ciernes.

La vida es como un casting muy riguroso en el que nadie queda. |361


Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS VERANOS EN CHILE
Por Esteban Jourdán

J amás voy a olvidar ese día de pánico y


miedo en el que, por primera y única vez,
un amigo me apuntó con un arma.
en total. Cuatro de ellos los compré usados.
Eran caros, muy caros. Un día fui hasta la
casa de Junior y vi que él tenia aproxima-
Soy de Santa Fe y durante gran parte de damente doscientos de esos juegos apilados
mi infancia pasé los veranos completos (de contra la pared, en montoncitos de quince
diciembre a marzo) en la casa de mis abue- o veinte. ¿Cuál era su problema? Junior no
los, en Santiago de Chile. Uno de esos días, tenía con quien jugar: era hijo único y no
jugando en el jardín, vi que un chico me mi- tenía amigos.
raba desde el otro lado de una reja que sepa- Los veranos se fueron entre pelota, bici-
raba ambas casas. Yo tenía una caja de he- cletas y su cuarto de juguetes, al que llegá-
rramientas de juguete y él nada. Me acerqué bamos por una puerta «secreta» en su ha-
y le pregunté su nombre: «Soy Junior», me bitación. Uno de esos días, vimos un arma
dijo, y desde los seis hasta los catorce años sobre su cama. Recuerdo el pánico que
pensé que ese era su verdadero nombre. me dio. Yo era chico, pero ya sabía (por la
Pasamos horas, días, meses enteros ju- televisión o por los juegos) que las armas
gando. En 1999, el objeto de deseo era la mataban.
Nintendo 64. Mis tías y mis viejos, un poco —Mi papá se olvidó la pistola antes de
disfrutando del uno a uno, me la compraron ir al trabajo —me explicó Junior—. ¿Te
junto a un par de juegos. Llegué a tener seis asusta?

362 | Recuerden que Kant no pide agua; Kant implora.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

Dos años después compraron una casa


en la playa. En diciembre, para cuando yo
llegué, ya estaba terminada. Era de dos pi-
sos y estaba en el medio del bosque. Tenía
pileta, cancha de fútbol, cochera para tres
autos y, a unos metros, un chalet aparte para
invitados. Yo no podía creer lo que era ese
—Mi papá se olvidó lugar. La casa de la playa de Junior era más
grande que cualquier otra que yo hubiera
la pistola antes de visto hasta ese momento. Me invitaron a
ir al trabajo —me pasar el verano con ellos y obviamente fui.
Estuvimos tres veranos dando vueltas en el
explicó Junior—. cuatriciclo que le regalaron cuando cum-
¿Te asusta? plió catorce. Andando aquel primer día nos
metimos en un incendio forestal. Después
Entonces me apuntó de eso, su papá nos dio el equivalente a
con ella. Yo me cuarenta dólares a cada uno para gastar a
diario. De tarde andábamos en bicicleta y
paralicé y, casi en la noche gastábamos en la ciudad.
llorando, le dije que Una mañana escuchamos un disparo y
nos levantamos corriendo. Mientras desa-
no me parecía yunaba, el papá de Junior había matado a
gracioso. un perro callejero que se había metido en
el terreno. Sobre la mesa estaba la taza de
café, las tostadas y el arma humeante.
De un día para otro vendieron todo y
se fueron a vivir a Estados Unidos. Nunca
más vi a Junior y nunca llegué a preguntar-
le de qué trabajaba su papá.

Entonces me apuntó con ella. Yo me


paralicé y, casi llorando, le dije que no me
parecía gracioso. Junior me pidió perdón y
todo quedó ahí. Jamás volvimos a hablar
del tema, y yo nunca me pregunté por qué
su papá dormía la siesta con un arma en
la mesa de luz; o por qué a veces llegaba
con bolsas con miles y miles de monedas y
billetes. No me interesaba.

Mitad entrerriano y mitad chileno,


Esteban Jourdán pero santafesino hasta la médula.
Santiago de Chile | 1991 Le faltó un número para ser millona-
rio. Fanático de Colón de Santa Fe.

Dios creó al calentamiento global para matar el tiempo. |363


Anécdotas mejoradas

LA DE
PAPÁ NOEL
Por José María Calderón

C asi nada a los dieciocho es para preo-


cuparse. Todo contiene un dejo de in-
consciencia e irresponsabilidad acorde a la
los buzos de egresados que estandarizan la
foto y la fiesta. Pero una mañana calurosa,
de aquellas con sábanas pegadas, sonó el
edad. Sin embargo, en la adolescencia aún despertador y me levanté con la sensación
persisten algunos miedos inexplicables. El de que algo andaba mal. Me llevé la mano
dentista, por ejemplo. En mi caso, yo ya a la mejilla izquierda y ahí estaba: la certifi-
había sufrido la extracción de dos muelas cación de que, efectivamente, algo andaba
y el hombre del torno había adquirido atri- mal. Corrí hacia el espejo y lo comprobé:
butos monstruosos, si se quiere pensar en me había transformado en un pez globo. La
metáforas vulgares. infección era un hecho.
Como sea, el caso es que un pequeño agu- ¿Qué es lo que hace una madre después
jero se acrecentaba en una de mis muelas de ver cómo, de la noche a la mañana, su
sobrevivientes y yo me hacía el distraído. hijo se ha transformado en Quico? Lo que
Cuando el dolor se hizo insoportable, eva- hacen todas las madres: lanzar frases letales:
lué la posibilidad de recibir atención profe- «Yo te dije que fueras de nuevo al dentista»;
sional. Sin embargo, terminé recurriendo a «ahora arreglate solo»; «nunca voy a termi-
una de las estudiantes de odontología que nar de criarlos». Cuando la culpa católica ha
cada tanto festejaban su día haciendo trata- hecho su trabajo, recién ahí intervienen.
mientos gratuitos en las calles de La Plata. Mi vieja me llevó directo al lugar más
Una verdadera celebración de premolares y cercano: el Hospital de Niños, en el cora-
caninos. Era, según me dijo, algo proviso- zón de Meridiano V, un barrio de árboles
rio. Los médicos siempre usan esa palabra. y casas bajas. Los médicos me dijeron que
Era diciembre y, como dije, yo tenía tenía una infección profunda que compro-
dieciocho años. Estaba terminando la se- metía el ojo y que debía ser tratado con ur-
cundaria, momento clave para cualquier gencia, pero que ahí no me podían atender.
joven con aspiraciones. Estaba a punto de —Yo de acá no me muevo —les respon-
coronar el fin de una era junto a mis ami- dió mi vieja, modo heroína on, con el dedo
gos. Toda esa escena con los diplomas y índice erguido y la voz impostada—. Soy

364 | No hay retrato más fiel de un ser humano que la cara que pone cuando mira televisión.
DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

del barrio y siempre colaboro con la coo- Luego escuché una risa grave. Papá Noel
peradora, exijo que atiendan a mi hijo. había llegado al hospital. Visitaba cada uno
Yo me quedé callado. Lo de la coopera- de los boxes entregando regalos a los inter-
dora me pareció demasiado. nados. Que eran niños, por cierto.
Justo entonces apareció la jefa de infec- El mecanismo era siempre el mismo:
tología: pelo corto negro y trazos gruesos Papá Noel entraba, reía, entregaba el regalo
de caricatura. Ajena a cualquier ironía, pi- y acariciaba al niño. Luego, se retiraba con
dió que la dejen sola con «el chico» y me un flashazo que inmortalizaba el momento.
encerró en una sala. Lo que hace cualquier Papá Noel promedio.
—Lo que vamos a hacer es internarte Todo era pura emoción colectiva.
acá porque no se puede hacer nada hasta Mientras Papá Noel estaba en uno de los
que baje la infección —me dijo, en el me- boxes, la enfermera aprovechó para escon-
dio de un silencio atroz—. Entenderás que derme en el baño. Antes de irse, me volvió a
me estoy jugando el puesto por un boluda- hacer el famoso gesto con el dedo.
zo que ya tiene edad para tener familia. —Te quedas acá hasta que yo te diga
Fue así que, un cálido 20 de diciembre, —me advirtió.
sin demasiado protocolo ni amabilidad —y El final de la historia quedará para
con la barba de un leñador canadiense—, in- siempre en la memoria de los enfermeros
gresé en completa clandestinidad al Hospi- presentes y seguramente será transmitido
tal de Niños. La sala era de boxes vidriados, como anécdota sobredimensionada a los
similares a los de un call center. Me dieron residentes venideros: cuando Papá Noel in-
antibióticos vía endovenosa y me dijeron gresó al último box, vio mi cama deshecha
que tenga paciencia. Una verdadera tortura. y con el colchón todavía tibio. Entonces
Estando internado, supe que mis com- detuvo su paso triunfal, miró a sus compa-
pañeros de secundaria habían tenido el ñeros y, después de repasar la cara de cada
acto de graduación y que me habían men- uno de ellos, lanzó un lamento al cielo:
cionado por el micrófono, como hace AP- —Estas son las cosas que a uno le sacan
TRA en los Martín Fierro con los que se las ganas de ser Papá Noel.
fueron de gira. Mientras tanto, pasaban los
días y se acercaba Navidad. Visiblemente
recuperado y esperando el alta, transitaba
con inquietud la monotonía del que espera.
Hasta que una mañana ingresó a la sala
una de las enfermeras y me hizo ese gesto
consagrado, con el dedo índice estirado y
apoyado con fuerza contra los labios: si-
lencio. Del otro lado del pasillo, en cam-
bio, había mucho ruido. Alcancé a ver un
amontonamiento de personas, varios flas-
hes y hasta una cámara del canal local.

José María Calderón Estudió Comunicación y trabaja en


La Plata, Buenos Aires, cultura. Fundador de Ciudad Alterna,
Argentina | 1982 el Festival de Arte de La Plata.

Dios tendría que preguntar: «¿Quién se quiere morir?», y priorizar a esos. |365
Anécdotas mejoradas

LA DEL
SILBIDO DEL TUNCHE
Por Juliane Ángeles Hernández

M e inicié en la tristeza cuando apenas te-


nía un año en este mundo. Fue una no-
che que mi padre rompió una figura de San
al San Martín de Porres y la tiró al piso.
Los pedacitos de arcilla del santo mulato
soltaron un humo blanco. Papá tosió. Pero
Martín de Porres porque me creía muerta. ella insistió: «No te la lleves». Y así fue. El
Me han contado tantas veces la historia Tunche la escuchó a ella.
que si siento que estoy a punto de morir de Antes de que a papá se le ocurriera ir
nuevo, les pido que me la cuenten otra vez. por Dragón, buscó al médico de la aldea.
Nunca se niegan. A veces les creo todo, —Palomino, ven a mi choza, mi hija
a veces solo lo del médico o lo del gallo. está muy mal. Se va…
Papá cree que fue el pedazo de cerdo que —¿Se va a morir? Y qué chucha, todos
comí en el almuerzo lo que casi me mata. nos morimos. En esta aldea no hay ni
—Teníamos varios gallos, gallinas y po- mierda. Yo ya estoy muerto. Ya te enteraste,
llitos. Con tu mamá siempre tuvimos mano ¿no?
para la crianza de aves. Ese día agarré a Sin que nadie lo notase, porque sabía
Dragón. El Dragón te salvó. Era hermoso. disimularlo muy bien, Palomino se había
Es raro escuchar la palabra «hermoso» vuelto alcohólico. Ese día de un patadón
de la boca de papá. Él no se ha dado cuen- derrumbó la puerta de la posta que él
ta, pero solo dice hermoso cuando recuerda mismo dirigía y se bebió todas las bote-
a Dragón. llitas. Palomino tenía razón, él ya estaba
—Caminaba imponente. Sus plumas muerto y en la aldea no había ni mierda, ni
eran bien brillosas. Él lo sabía. siquiera alcohol.
—¿Que iba a morir en su mejor mo- Papá quiso golpear a Palomino hasta
mento? agotar sus fuerzas, pero recordó a su hija
—No pues, sabía que era hermoso. casi muerta y corrió hasta la choza. Cuan-
Esa noche mis padres se encontraban do escuchó que alguien tocaba la puerta
en su disputa más trágica. Él rogaba que se violentamente no fue a abrir. Luego escu-
me ahorre el sufrimiento. Mamá pedía que chó los gritos. Dos palabras lo hicieron co-
Dios solo la escuchara a ella. Papá tomó rrer hasta la puerta: pastilla e hija.

366 | Los vagabundos duermen en camas de una plaza.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

—Parte (esta) pastilla (en) ocho partes pedazos del San Martín de Porres, cabeza
iguales. Una parte dásela (a tu) hija. (Esto gacha.
le) doy a las vacas. No puedo hacer más, —Lo primero que hicimos fue salir a
perdóname. Me demoré (porque) no la en- respirar.
contraba. (Yo) sabía (que) tenía una. Unaaa. —Me senté en la escalera. Te tenía
Palomino se echó a llorar. Papá tiró en mis rodillas. Y ahí apareció la mujer.
nunca más lo volvió a ver. ¿Tu hija ya está bien, ¿no?, me preguntó.
—Le corté el cuello en una. Aprendí de Sí, gracias. A tu hija se la quiso llevar el
mi mamá. La vi muchas veces matar gallos, Tunche. Has tenido suerte, mamita.
gallinas y patos. Lo desplumé lo más rápido Papá saludó a la mujer. Mamá prefirió
que pude y tu mamá lo metió a la olla. guardarse sus palabras, pero persiguió a la
—El agua ya había hervido. Solo fal- extraña con una mirada furiosa hasta que
taba llenar tu biberón con la sustancia. Ya se perdió en el aguajal. Era una mujer de la
había partido la pastilla también. Me tem- aldea contigua. Algo mayor.
blaba todo. No sé cómo hicimos. —¿Te enteraste de lo de la hija de Pa-
Cuando mamá llegó con el biberón y el redes?
pedacito de pastilla, mis ojos habían empe- A papá le tembló todo el cuerpo. Fue
zado a blanquearse. corriendo a darle la noticia a mamá. Co-
—Te tomé de la mano. Todo tu cuerpo nocían a los Paredes. La noche anterior, la
había perdido fuerza. hija de los Paredes jugaba con otros niños
—Te cargué con cuidado, me senté en de la aldea en su casa.
la cama y te di la pastilla y el biberón. —La hija de los Paredes murió hace
—Era casi medianoche. Me quedé arro- unas horas.
dillado a la cama. —¿De dónde sacas eso? ¡Cállate!
—Nos quedamos dormidos. Ya no te- Mamá me llevó en sus brazos. Papá
níamos ni lágrimas. fue tras nosotras. Vieron que un grupo de
Mis balbuceos los despertaron a la ma- mujeres con hojas y flores caminaba en fila
ñana siguiente. Había retomado el entrena- hacia la casa de los Paredes. Las aves, los
miento natural de los niños que están por monos y los bichos hicieron un minuto de
decir su primera palabra. Ahora yo los mi- silencio.
raba. La negrura en mis ojos había vuelto.
—Me desperté llorando. Vi a tu papá
arrodillado a la cama y lloré más.
—No podía pararme. Tenía la mitad del
cuerpo adormecido.
—Y tú hablaste, hijita. O sea, lo in-
tentaste. Fue tu manera de decirnos que ya
estabas bien.
Empecé a balbucear como nunca. Ma-
má me limpió la baba y papá recogió los

Juliane Ángeles
Hernández Periodista y gestora de contenidos.
Lima, Perú | 1986

Miedo es que te suene el teléfono de línea. |367


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA ÚLTIMA VEZ
Por Luciano Fernández Compiano

L a última vez que vi a Julia fue en una


estación de metro. Fue un lunes. La ciu-
dad había amanecido oscura, y aguardaba
ristas, y todo obstáculo que debíamos sor-
tear para llegar al metro. Atravesábamos la
plaza y Julia corría feliz, como todo lo que
que la poderosa nube negra que lo abar- hacía entonces, con esa forma quizás torpe
caba todo explotara de una vez. Formas pero liberada, auténtica, genuina. Yo mien-
extrañas de plomo se dispersaban maqui- tras corría dando brincos sobre los char-
llando el cielo. En pocas horas sus gritos cos que se iban formando a cuentas de no
eléctricos se hicieron oír y una lluvia pro- resbalar, la miraba de reojo: Julia sonreía
pia de realismo mágico se hizo presente. y recibía cada gota como si fuesen besos;
Resguardado junto a Julia bajo un toldillo abría sus brazos, manos y dedos y los re-
de los cafés que rodeaban la plaza, obser- cibía sin importarle, complaciéndose. Para
vábamos el agua que se acrecentaba sobre mí, en cambio, era una experiencia bélica;
las aceras trasladando un cortejo fúnebre las gotas eran como balas, frías, que pene-
de hojas marchitas y basura. Como siem- traban hasta lo hondo de mis huesos. En la
pre, fue Julia la encargada de tomar algún boca del metro nos despedimos; debíamos
tipo de decisión: disparó el cigarrillo de sus coger cada uno la dirección contraria. Bajé
dedos y dijo: «Mandémonos por el centro al andén, miré los minutos que restaban en
de la plaza hasta el metro, esto no pinta el panel digital: muchos. Igual no quería
nada bien». Salimos catapultados del café, sentarme y lo cierto es que me mantuve
corriendo y zigzagueando paraguas y tu- casi al borde del andén, y en ese momento

368 | Lo bueno, si bebo, dos veces bueno.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

la sinécdoque de un hombre feliz. Decidí


que al día siguiente la llamaría para volver
a quedar, había resuelto confesarle ciertos
asuntos que consideraba de vital importan-
cia. Eran las tres de la mañana y no podía
conciliar el sueño. Yacía inmóvil sobre la
Nos saludamos cama, como un reptil sobre una playa de
sonriendo, en piedras. Nunca supe si fueron los nervios
o un mal presagio. Me pasé todo el medio-
silencio, mostrando día caminando la ciudad, como perdido,
las palmas de las caminando en círculos como un forastero.
Llegué al parque de la Ciutadella, me senté
manos levantadas. y observé el paisaje. El aire estaba limpio
después de la lluvia, el parque alfombra-
do de hojas y barro, los árboles al perder
su camuflaje permanecían estáticos en su
desnudez, como soldados al descubierto.
La llamé a su móvil varias veces hasta que
preciso es cuando sucedió la imagen que atendió una tal Lucía. Y ella fue quien me
aún conservo hasta hoy: Julia permanecía lo contó. Al salir de la universidad, cruzan-
parada, ensimismada, en el andén de en- do una calle con su moto, atropelló a una
frente, en línea recta hacia mí. Le grité: mujer mayor. En la caída su cabeza dio con
«¡Julia!», volví a gritarle, y entonces me el cordón de la acera. En el accidente, la
miró, sorprendida como quien encuentra a señora sufrió fractura de tibia y peroné, y
alguien del cual hace mucho tiempo que a Julia, a pesar de llevar casco, le costó la
no sabe nada. Nos saludamos sonriendo, vida. «Tal vez morir, sea como quedarse
en silencio, mostrando las palmas de las dormido de repente», mi pensamiento sue-
manos levantadas. Al igual que un golpe na a voz de Julia, mientras doy sorbos a
inesperado, su tren apareció, deslizándose un café, en el bar del tanatorio, hoy que
repentina como una cortina metálica. Mis también llueve y que también es lunes.
ojos la buscaron y alcancé a verla a través
de las ventanas del vagón haciendo un ges-
to como quien va a llamarte por teléfono.
Sabía que en Julia eso no se debía a un acto
de pura cordialidad. Algunas horas más
tarde, el móvil enloquecería en mi bolsi-
llo, dejándome el mismo día no solo una
imagen imborrable, sino un montón de pa-
labras. Llegué a casa y vi mi cara reflejada
en el espejo de entrada: vi una sonrisa, vi

Luciano
Fernández Compiano
Jujuy, Argentina | 1980

Todo lo que emprenda en el futuro me va a salir redondo: lo vi en la bola de cristal. |369


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA AHOGADA
QUE FUE FELIZ
Por Luisana Cartay Febres

E n junio de 2004 me ahogué en una playa


paradisíaca. Recuerdo cuando la certeza
de la muerte me invadió y decidí entregar-
proteger el trago, mientras sumergíamos la
cabeza y aguantábamos la respiración has-
ta que la ola pasara.
me a las olas sin luchar más. Ocurrió duran- Pronto me iría a vivir sola y era la pri-
te mi viaje de graduación, doce adolescen- mera vez que viajaba con amigos sin la vi-
tes nos dedicáriamos durante una semana gilancia de mis padres. Era mi declaración
a tomar más cerveza que la que nuestros de independencia, un rito de transición, un
riñones pudieran procesar. Bar Mitzvah para mujeres católicas lati-
Habíamos llegado a Cayo Varadero en nas. Estaba comenzando a convertirme en
una furgoneta blanca y vieja. Once adoles- quien sería y me iba a morir en menos de
centes se balanceaban con el movimiento de seis minutos.
las olas, llenos de hormonas, envueltos en Me alejé del grupo para tener un encuen-
el sopor del Caribe luego de una noche de tro con mi psique, o para hacer pipí. Cuando
cervezas. Y yo ahogándome en la distancia. me di cuenta eran las siete de la tarde y la
Tal vez fue el alcohol en la sangre, tal marea había subido. Mis pies no tocaban la
vez el momento importantísimo que vivía y arena y el grupo había regresado a la orilla.
el miedo a mi futuro, tal vez era una adoles- Intenté nadar de regreso, pero la corrien-
cente infeliz sin razón para serlo, o tal vez te me haló hacia atrás y mis extremidades
solo me preocupaba que el agua no alcan- ebrias no tenían fuerza para contrarrestarla.
zara la mano con la que sostenía el cigarro. Entré en pánico, la adrenalina anuló el efec-
Después de lanzarnos por el acantilado to del alcohol, de repente mis sentidos esta-
creyéndonos dueños del aire, volvimos a ban más alerta que nunca pero las olas me
nuestra actividad principal: tomar y fumar. seguían ganando, quise gritar pero el agua
Cada vez que se acercaba una ola, soste- se escurría entre mis labios. Agité las ma-
níamos el vaso por encima del agua para nos, chapoteé con los pies —para que me

370 | Ayer volví al local de antigüedades. Nada nuevo.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

vieran y para intentar avanzar— me estaba psicólogo, reuniones con abogados, sín-
cansando, me estaba arrepintiendo, no que- dromes premenstruales, pésames incó-
ría ser una muerta por ebriedad, no quería modos, mudanzas, autobuses repletos de
pasar a ser lo que pude haber logrado y no gente. Me convencí de que me moría, y lo
viví para hacerlo. El agua me entraba por la acepté.
nariz, la boca, los oídos. Tuve la certeza de que morir joven era
Me acordé del dios de colegio católico lo mejor que me iba a pasar en la vida. Sé
que creía conocer, le pedí que me dejara que fui feliz por ignorancia, porque no co-
vivir: «No lo hagas por mí, hazlo por mi nocí nada mejor, y lo mejor que conocí era
mamá —negocié con Dios— imagínate la lo que tenía. No experimenté el amor de
tristeza que va a sentir cuando sepa que me pareja, no amasé grandes sumas, ni escri-
morí, y la vergüenza cuando sepa cómo». bí una trilogía sobre mi vida. No practiqué
Había sido aceptada en una de las uni- ningún deporte con pasión, pero está bien,
versidades más importantes de Venezuela, tampoco lo voy a extrañar. Me inventé la
tenía la promesa de un carro propio y las felicidad, que al fin y al cabo es un acuerdo
nalgas duras que la adolescencia otorga sin interior.
mérito. Y voy, tomo seis cervezas de más, Entonces me relajé y miré al cielo. Miré
termino ahogada en una playa y paso a las directamente al sol porque ya no importa-
listas de muertos por inmersión del Insti- ba si me quemaba la retina. Las olas me
tuto Nacional de Estadísticas. El próximo llevaron cerca de la orilla sin que me diera
año seré la historia que las madres van a cuenta, deben haber pasado treinta segun-
contar a sus hijos antes de despedirlos al dos y la temperatura del agua cambió, mis
inicio de las vacaciones, también la razón pies ahora podían tocar la arena.
por la que algunos no tendrán viaje de gra- Los que me acompañaron aquella tarde
duación, y me odiarán. nunca supieron lo que pasó, para ellos pasó
A cincuenta metros de donde yo lucha- a ser un recuerdo caluroso de otro tiempo.
ba por mi vida, mis amigos celebraban la Con los años vería a esos once adolescen-
de ellos. Era, en ese momento, la distan- tes dar conferencias, ocupar cargos y tener
cia entre la vida y la muerte. Entonces lo hijos; pero casi nunca los escuché hacer re-
supe: mi vida se había terminado. Supe ferencia a aquel viaje.
también que si había algún momento para
tomar el destino con mis manos era este.
No quería irme cansada, triste, ni con arre-
pentimientos. Me convencí de que los me-
jores años de mi vida habían sido otros,
de una juventud más temprana. Pensé
que me estaba ahorrando problemas eco-
nómicos, crisis de la mediana edad, de-
presiones postparto, entrevistas de trabajo,
resacas, rompimientos de pareja, visitas al

Luisana Cartay Febres Comunicadora social y perenne aspi-


Barinas, Venezuela | 1987 rante a escritora.

Cuantos más millones costó hacer una película, más disfruto de verla gratis. |371
Anécdotas mejoradas

LA DEL
SARCASMO EN EL
VELORIO DEL PADRE
Por Magalí Haberman

L as piedras golpeaban una montaña de


tierra fresca. Un ladrillo y arriba de él,
una placa brillante en la que se leía: Jorge
estaba de humor para estar en exhibición
y seguí. El aire se tornaba denso al ingre-
sar al salón, donde mi mamá era consolada
Omar Haberman. Me repetí internamente por sus amigas vestidas de fiesta, perfec-
que mientras el segundo nombre de la pla- tamente maquilladas, con miradas viva-
ca no fuera Oscar, mi padre estaría vivo, ces que contrastaban con las expresiones
como cuando el día anterior mi mamá me compungidas o con las voces afectadas.
dijo: «Acariciálo, que todavía está tibio» Ninguna lloraba, quizás por miedo a que
y, de hecho, recordé lo helado que estaba se les corriera el maquillaje, y los comen-
las otras noches. «No, este no es mi papá», tarios, susurrados, eran del estilo: «Pobre
susurré. Pero, entonces, recordé el cartel, Susi, tiene toda la cara manchada, tendría
una marquesina iluminada que anunciaba que preocuparse por ella. Está muy gorda.
el espectáculo principal: Jorge Oscar Ha- Mirá cómo está». Cada vez que escuchaba
berman. Caminé tranquila por un pasillo un cumplido por parte de ellas, le descri-
angosto. Espié por una entrada y vi un sa- bía a un amigo sarcásticamente episodios
lón con sillones y mesitas bajas estilo res- concretos: «En mi cumpleaños de quince
tó, que daba a la vidriera donde se apoya- ella le hizo un escándalo a mi papá porque
ba el gran cartel negro de letras plateadas, el agua mineral estaba en una jarra y no
metálicas, rodeado por bochas de luz. No embotellada». Pero lo que peor me ponía

372 | El que tenga cálculos en el riñón que tire la primera piedra.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

era escuchar cómo mi abuela, a los gritos, pe, les preguntó por qué estaban ahí y ellos
comentaba: «Era una persona tan buena. respondieron que para hacer el aguante. Se
Nunca un mal entendido tuvimos y era tan acercó a mí, me abrazó, y me dijo: «Por lo
buen marido y padre… era tan buen yer- menos ya no sufre más». Me reí, porque
no». En esos momentos cerraba los puños era lo que respondía mecánicamente a los
y explicaba: «Mi abuela siempre lo odió. que me decían: «Lo siento mucho». Des-
Llamaba a mi casa tratando de convencer pués, saludó a Pepa, que le respondió con
a mi mamá de que se separe, de que con su voz estridente. «Uy, qué sorda que está, po-
educación se merecía algo mejor». bre», comentó, y se sentó al lado de Daiana
Al sentarme vi a mi vecina Pepa entrar. y, mirando a Ariel preguntó: «¿Ustedes si-
«Esa mujer es genial, tiene 93 años. Fue guen de novios?». «Sí. Nos mudamos jun-
profesora en casi todos los colegios de esta tos». «Ah, bueno, los felicito. Hacen muy
ciudad y se conoce a todo el mundo». Mi bien en no casarse. El matrimonio lo com-
papá la adoraba. «Tuvo una vida difícil y plica todo». «Yo —agregó Ariel— opino
tiene por costumbre tomar habitualmente igual». La cara de ella se transformó, como
alguna que otra copita de whisky. Como a si realmente tuviera ganas de llorar. En ese
la hija no le gusta que tome y sabía que a momento, entró un hombre que mi vecina
él le habían regalado una botella, venía a interceptó: «Yo te conozco a vos».
charlar a casa. Una vez se sirvió dos me- «Víctor, ¿de dónde conocés a esta mu-
didas sin que nadie la vea y se fue a su jer?», inquirió la esposa. «No sé. No la vi en
departamento cantando La Marsellesa». mi vida». «Sí. Tu apellido es… Katok, ¿no?
Pepa me vio y corrió a abrazarme: «Que- Fui profesora tuya de historia en el colegio.
rida, no sabés cuánto lo lamento». Su pin- Eras tan brillante». Entonces me di cuenta
tura estaba corrida y, a pesar de ser coque- que ese era el contador de mi papá, el pa-
ta, parecía no importarle que las lágrimas dre de una compañera mía de la facultad.
negras por el rímel recorrieran su cara. En En ese momento y en ese lugar me pareció
ese momento escuché a Daiana, una amiga que estaba en el País de las Maravillas y que
del jardín a quien no había visto en mucho cualquier cosa podía pasar.
tiempo, con Ariel, su pareja. Le indiqué a
Pepa que se sentara a mi lado y los salu-
dé. Ellos se sentaron frente a mí. En ese
momento, escuché que un grupo de chicos
hablaban sobre el resultado del partido que
jugaron el domingo. Giré la cabeza y vi
al equipo de fútbol del club donde hice el
jardín, a muchos de cuyos integrantes no
conocía y de los que solo uno se acercó a
saludar «en nombre del equipo». Adrián,
mi profesor de educación física, que a su
vez era director técnico, se sumó a la trou-

Amante de los libros y las buenas


Magalí Haberman historias, a los seis años escribió su
Ciudad de Buenos Aires, primer cuento y comprendió el poder
Argentina | 1987 de la imaginación.

Me recetaron lentes, pero no veo la necesidad de comprarlos. |373


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CASA LLENA DE
RECUERDOS
Por María Luisa Aguado Martínez

H acía mucho que de la familia de mi ma-


dre, que nunca fue muy numerosa, solo
quedaban dos personas: su cuñada y mi
das en cajas, paquetes, envoltorios, todos
etiquetados con una descripción precisa de
su contenido: mantel blanco bordado, tiene
prima. Como si fuera una espada de Damo- un pequeño agujero; baraja española, falta
cles teníamos previsto que al faltar la pri- el cinco de bastos; sábanas de cama doble
mera, nos habríamos de hacer cargo de mi a rayas azules. Así en todas las habitacio-
prima debido a sus limitaciones. Pero el nes: en la principal, donde dormían las dos;
destino, con crueldad, nos evitó esa tarea. en la pequeña e infantil de mi prima; en
Tres meses después del accidente es el la que había sido de su abuela, convertida
momento de hacer entrega del piso. Llega- en escritorio; y en la de mis abuelos, que
mos en coche tras cinco horas de viaje. Nos ahora es una salita de estar. El salón con la
ponemos rápidamente a trabajar, pues no mesa redonda, el pequeño sofá, la galería.
hay mucho tiempo. Parece como si al irse Todo limpio y ordenado, pero añejo, como
de vacaciones hubiesen sabido que no iban congelado en el tiempo. Lo más reciente es
a volver, la tarea nos la han puesto fácil. de los años setenta, cuando acabó una cier-
Entrar en el pequeño mundo que han com- ta prosperidad que permitió la adquisición
partido las dos durante casi treinta años tie- de todo lo que ahora configura el ambien-
ne algo de profanación, todo está ordenado te. Decidimos dejar casi todo el incontable
de manera obsesiva. Dentro de los arma- cúmulo de objetos que se suman en una
rios y los cajones, las cosas están reparti- casa, en una vida, a disposición de la pa-

374 | Si no se pudiera medir la temperatura, haría exactamente el mismo calor.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

En los últimos años, yo las había visitado


en muy pocas ocasiones, pero todavía mantengo
vivo el recuerdo de mi infancia cuando la casa aún
era iluminada por el humor de mi tío.

rroquia de la que eran tan devotas. Eso más Cuando llega el momento de volver y lle-
algunos trámites y papeleos son suficientes varnos cada uno algo de recuerdo, yo eli-
para dar por cerrada la casa. jo dejar la bailarina y me llevo el Quijote.
En los últimos años, yo las había visi- Ahora habita entre mis libros, con toda su
tado en muy pocas ocasiones, pero todavía carga de mal estilo y sin una gota de licor
mantengo vivo el recuerdo de mi infancia en su interior. Pero tiene la virtud de que
cuando la casa aún era iluminada por el hu- cada vez que tropiezo con él cuando busco
mor de mi tío. De entonces guardo en la algún ejemplar, me hace sonreír.
memoria dos objetos que él nos enseñaba
y que a mí me producían fascinación: una
cajita de música que, al abrirse, descubría
una bailarina que giraba frente a un espe-
jo; y una botella de porcelana, en forma de
Quijote, que se situaba entre los libros y
servía para esconder el licor. Busco ambas
cosas por la casa y las encuentro. La baila-
rina resulta ser una propaganda comercial
de plástico vulgar, y además el mecanis-
mo no funciona, está roto. Y el falso libro,
ahora me doy cuenta, es de muy mal gusto.

María Luisa Hija de barceloneses, segunda de


Aguado Martínez cuatro hermanos. Criada y formada
Tetuán, España | 1952 en Euskadi.

A los protagonistas de «Viven» se los terminó comiendo el personaje. |375


Anécdotas mejoradas

LA DEL
CONEJO Y EL
ROTTWEILER
Por Mercedes Álvarez

D igamos que la historia tiene lugar en


una localidad del norte del Gran Bue-
nos Aires entre familias vecinas de toda la
lo y no requiere mucha atención. Cuando
me vino a contar me pareció un bastante
ridículo, pero lo envidié un poco. Vino a
vida. Los jardines de mi casa y de nuestros contarme porque tenía miedo de que Byron
vecinos de hace quince años están separa- se pase a su jardín y lo atacara, así que me
dos por una ligustrina en la que nuestros pidió que lo vigile hasta el lunes, que ven-
hijos se las ingeniaron para hacer un hueco drían a tapar el bendito agujero.
que permite pasar al jardín vecino a bus- Eso fue el viernes. El domingo, como
car una pelota perdida, para jugar, etcéte- siempre, me fui a misa de siete de la ma-
ra. (Hueco que los perros de ambas casas ñana. Me gusta esa doble tranquilidad: ir
también aprovechaban para correr a alguna a misa poco concurrida (misa tranquila,
comadreja o a algún gato). como la gente) y que cuando llego a casa
El mes pasado murió Tito, el labrador todavía todos duermen; cuando se despier-
de nuestros vecinos. Los chicos todavía tan recién ahí ellos se van a misa, a la mis-
son chicos y se pusieron muy mal. Después ma hora en la que van los vecinos. Así que
de un par de semanas de desconsuelo, mi disfruto de tener un rato para mí sola en
vecino decidió traer otra mascota a la casa absoluto silencio. Como todos los domin-
para animar a los chicos. Creo que aprove- gos, me puse a leer el diario cuando veo
chó la situación para ahorrarse unos pesos que Byron trae al conejo muerto en la boca.
y por eso trajo un conejo: es una masco- Me había olvidado de atarlo, la puta madre.
ta mucho más barata, no hay que educar- ¿Qué carajo hacer? No tenía escapatoria,

376 | La adolescencia es el juicio por el cual se condena al niño a ser adulto.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

miré el reloj y tenía cuarenta minutos antes


de que todos volvieran. Primero, le saqué
el conejo a Byron (por suerte estaba ente-
ro). Después, me metí por el hueco de la
ligustrina (sentí los kilos de más con los
que me joden hace rato), y metí el cadáver
del conejo en la cucha. Pero me doy cuenta
de que estaba todo roñoso. ¡Lo sacudí y no
salía! ¡La puta que los parió a estos pelo-
tudos y su conejo del orto! ¿Por dónde lo
refregaste perro de mierda? Como no me- No tenía
joraba le di un poco con la manguera, pero
no podía quedar mojado, así que me tuve escapatoria,
que sacar la camisa para secarlo un poco. miré el reloj
No quedó bien, pero quedó digno, lo metí
así en la cucha. Lo van a encontrar muerto, y tenía cuarenta
no van a ponerse a pensar en su aspecto, minutos antes
pensé. ¿Y vos qué mirás perro de mierda?
¡Todo esto es culpa tuya!. Volví a mi casa de que todos
arrastrando al perro y corrí a bañarme. volvieran.
Cuando todos volvieron, ya estaba otra
vez sentada en la galería, leyendo como si
nada hubiera pasado. Byron, atado, des-
cansaba en el jardín. Cuando llegaron,
por unos minutos todo transcurrió normal.
De repente escuché gritos desesperados y
llantos que venían de la casa vecina (me
parecieron un poco exagerados: un conejo
con el que habían convivido menos de tres
días, ¡por favor!). La culpa carcomiendo
por dentro fue lo que me hizo ir a tocar-
les el timbre para preguntarles qué había
pasado. Mi vecina en shock me dice: «Es
que ayer falleció Roger, lo enterramos en
el fondo del jardín y hoy apareció otra vez
en su cucha». En ese instante decidí mani-
festar abiertamente mi creencia en espíri-
tus antes de confesar la verdad.

Escritora frustrada que no logra es-


Mercedes Álvarez cribir por sufrir procrastinación severa
Ciudad de Buenos Aires, combinada con docencia aguda en
Argentina | 1981 un país emergente.

En el infierno pasan todas las películas dobladas al español. |377


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CHICA MUERTA
Por Pablo Javier Coppari

S i naciste y te criaste en un pueblo hay


algunos rituales que si no los viviste, te
atormentaran en cada reunión por el resto
más corajudo se le ocurrió caminar en la
noche cerrada, iluminada por las estrellas,
en dirección a una luz mala que se veía a
de tu vida. «Me lo perdí», «ese día no fui», lo lejos, unos huesos viejos de vaca. En el
«no me acuerdo» y un sin fin de excusas medio del camino nos frenamos y nos que-
que dirás para poder quedar bien parado a damos charlando sobre cosas de la noche,
la hora de justificar tus ausencias. Con mis un poco verdad, un poco mentira, cosas
amigos, siempre que nos vemos recorda- que no se pueden explicar, las historias sa-
mos lo mismo: partidos de fútbol contra el lían una tras otra. Ovnis, viudas negras, la
barrio del otro lado de la ruta, el día que famosa chica del cementerio, hasta ahí to-
nos fuimos a bailar al pueblo vecino, la dos mitos. Nada personal. Cuando en una
pelea en el boliche y cuando la madre del ciudad pasa algo que cambia el rumbo de
bocha nos descubrió el bulo. Cuando nos lo cotidiano, la gente lo recuerda por toda
fuimos de campamento al campo: éramos la vida. Una tarde de campo, una camione-
quince y ninguno se puede hacer el que ta sube una loma con muchos pibes en la
no estuvo en ese lugar, me acuerdo la cara caja, una de las chicas pierde estabilidad y
de susto de cada uno. Adolescencia, vino, se cae, la camioneta se viene para atrás y la
fuego, noche larga y muchas charlas. Al atropella, ella muere. La historia que con-

378 | Las cucarachas deberían asesorarse con las vaquitas de San Antonio para mejorar su imagen.
DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

té esa noche, nunca la había compartido, y


retoma esa fatalidad, pero desde una amiga
que estaba saliendo conmigo.
Era 21 de septiembre, baile de la prima-
vera en el Club Jacobo Urso. Aunque llo- Aunque llovía,
vía, salimos caminando, y cuando pasamos
por el parque de la ciudad, ella se quedó salimos caminando,
parada, atónita, y comenzó a llorar. Me de- y cuando pasamos
cía que veía a su amiga, la que ese día atro-
pellaron: la veía hamacándose, sonriente, por el parque de la
alegre. La miré y, no podía creer lo que me ciudad, ella se
relataba. La hamaca se movía muy despa-
cio, pero no era el viento. Creer o reventar. quedó parada,
En la mitad de mi relato, empiezo a mirar atónita, y comenzó
las caras de los muchachos, me llamó la
atención que Juan estaba llorando. Yo sa- a llorar. Me decía
bía que él había estado con otra amiga, el que veía a su
pueblo es chico, el corazón es grande y nos
conocemos todos. Pero no imaginé lo que amiga, la que ese
venía. Juan me interrumpió y comenzó a día atropellaron: la
hablar: «Esa noche también llovía. Estába-
mos en el departamento de Rodri, enfren- veía hamacándose,
te al parque. Recuerdo que ella miró por
la ventana y me señaló la misma hamaca:
sonriente, alegre.
mira ahí esta la flaca, me dijo». Al princi- La miré y, no podía
pio yo no sabía muy bien por donde venía
la historia. Pero remató: «Ella también vio
creer lo que me
a su amiga muerta. Pero me dijo que estaba relataba.
triste, golpeada y le decía que se vaya». Se
nos pararon los pelitos del brazo y nos aga-
rró el frío de nuestras vidas.

Pablo Javier Coppari Licenciado en Comunicación. Habla


Ciudad de Buenos Aires, más de lo que escribe.
Argentina | 1985

¿Cómo humillaba la gente a sus bebes antes de YouTube? |379


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA PAREJA EN
LA GARITA
Por Pablo Ramos

L a primera vez que lo vi estaba sentado


e inclinado hacia adelante porque tenía
puesta su mochila. Lo encontré desde mi
largo y suelto, ordenado por una vincha ne-
gra. Usaba una falda gris tableada, típica
de colegio privado, y sostenía, cruzando
auto cuando miraba hacia afuera esperando sus brazos, una carpeta y una cartuchera.
que el semáforo se pusiera en verde. Era La deducción fue simple: el pibe estaba
rubio y apoyaba los codos en sus piernas. enamorado.
Lo sospeché triste. Un guiño de luces me Durante varios días lo vi fijándose en
indicó que debía avanzar. ella. A veces sentado, otras haciendo equi-
Al día siguiente volví a buscarlo. Es- librio en el cordón, otras apoyado en la
taba con el hombro derecho apoyado en garita. De a poco se iba acercando. Día a
una de las paredes de la garita. La cara de día me fui metiendo en la historia de amor
dormido y la camisa desarreglada eran se- proyectada en episodios. Conjeturé cami-
ñales de que no tendría un buen día. Mira- nos potenciales, armé posibles desenlaces
ba sin prestar atención a los vehículos que e imaginé charlas que nunca escuché. Vi
pasaban por la avenida. Movió su cabeza como el pibe ponía su mejor esfuerzo para
y detuvo la vista durante unos segundos, llamar la atención de la rubia, pero ella se-
sonrió, y volvió a mirar los autos. Hice una guía ahí, indiferente al galanteo. Una ma-
proyección y encontré hacia quién había ñana detuve el auto: estaban hablando. Era
dirigido su mirada. Ella tenía el pelo rubio, él quien dirigía la conversación. Se queda-

380 | Llegaron las empanadas del restaurant caníbal: ¿vos de quién querés?
DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

ron callados un instante, cada uno en sus Al otro día adelanté mi rutina cinco
cosas. Ella dijo algo y ambos rieron. minutos. Llegué a la esquina y esperé. La
Verde. rubia caminaba con sus brazos cruzados,
Impaciente, al otro día llegué al semá- llevando su carpeta. Se detuvo haciendo
foro, pero no estaban. Noté la ausencia equilibrio en el cordón antes de cruzar la
de escolares y odié los días instituciona- avenida. Él le había contagiado esa cos-
les. El fin de semana extendió la intriga tumbre. Apenas pisó la calle, puse primera
y supuse que estos días sin verse podían y aceleré. El ruido de sus huesos quebrán-
hacer retroceder la relación. Llegó el lu- dose fue más seco que el que hizo su cabe-
nes y demostró que yo estaba equivoca- za al partirse contra el asfalto. Escuché un
do. Paré en la esquina de siempre y ellos grito ahogado desde la garita. Ahora sí ya
conversaban alegres. Ella era la que más no será una sospecha su tristeza.
hablaba. Con histrionismo movía sus ma- Desde ese día llego diez minutos más
nos y acompañaba sus palabras con ges- tarde a la oficina. El tiempo exacto que
tos graciosos. Me concentré intentando me demoro por agarrar por una avenida
deducir algunas expresiones, pero un bo- más transitada. Me detengo en todas las
cinazo me espabiló y tuve que avanzar garitas del camino buscando una historia
contra mi voluntad. Durante algunas se- que me haga vivir de prestado, esperando
manas ese fue un escenario que se repitió que el maldito semáforo decida cambiar
con mínimas variaciones. A veces hablaba de color.
ella, otras él, pero siempre estaban conten-
tos. Una mañana llegué a la esquina y solo
estaba la rubia. La noté impaciente. En la
otra cuadra, corriendo y sacudiendo de un
lado para el otro la mochila, lo vimos apa-
recer. Ella sonrió y entendí que también es-
taba enamorada. No puede ver el encuentro
porque el verde traidor se apresuró. La si-
guiente mañana, pude calcular desde lejos
que tendría luz verde al llegar a la esquina,
así que aminore la marcha y obligué a de-
tenerse a todos los que venían detrás. Ellos
estaban cerca uno del otro, charlando sin
dejar de mirarse. Ella hacía muecas con
su labio inferior y él acariciaba su cabello.
Estaban cara a cara. Se hablaban casi susu-
rrando y noté que para ellos existía solo esa
garita. Él la abrazó y ella recostó su cabeza
contra su pecho. Otra vez el verde maldito.

Pablo Ramos El nicoleño más paranaense, millona-


San Nicolás, Buenos Aires, rio, programador, futuro editor y cuasi
Argentina | 1978 escritor. Genio y figura.

Yo inventé eso de ir por ahí atribuyéndose invenciones. |381


Anécdotas mejoradas

LA DE
LOS VEINTE AÑOS
DE DIFERENCIA
Por Sara Palacio Gaviria

—¿ Cómo estás, reina? Oí tu mensaje


en la emisora.
—Hola. Sí, el mensaje. ¿De dónde eres?
y trapeando la suciedad de los que no han
sufrido nada. A la gente rica la guerra no
los tocó. No como a mí. Cuando pienso en
—le respondí llena de nervios. eso me dan ganas de llorar. Para contentar-
—Yo soy de un pueblo que seguro no me llamo a mi amigo, que siempre me dice
conoces, pero no importa. ¿Estás sola? cosas bonitas.
¿Cuántos añitos tenés? —¿Cómo estás, preciosa?
Desde ese día hablamos cada noche. Ha- —Estoy como triste, pero hablar con
bla tan rico. Esa voz de hombre grande, de vos me pone feliz, por eso te llamé.
hombre fuerte, me fascina. Me hace sentir —¿Y por qué estás triste? —me pre-
cosquillas en todas partes. A mí no me im- gunta— ¿Alguien te hizo algo? Vos sabés
porta que sea más grande que yo. Además, que yo te puedo defender de quien sea y de
es mi única compañía en esta ciudad en la lo que sea.
que no conozco a nadie. La gente dice que —No, no, mejor no —contesto yo, y a
estoy empeliculada, que es un amigo por continuación le pregunto—: ¿Cuándo nos
teléfono y que puede ser un violador, un vamos a conocer?
asesino en serie. Pero yo no lo creo. Aquí —No sé, reina, es complicado. Pero yo
la vida es más aburrida. Me paso todo el soy todo tuyo…
día cuidando a mis hermanos mientras mi —¿Cuándo vas a ser mío? —insisto—
mamá trabaja en un barrio rico, barriendo Ya llevamos dos meses hablando y nada

382 | Los recuerdos vagos duermen la siesta a la sombra de algún trauma.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

que nos vemos. Por teléfono todo es muy


fácil, yo a vos te quiero ver.
—Mi amor, vos estás muy chiquita to-
davía —dice él—. Dejáme a mí manejar el
tiempo que soy más grande. Yo también te
quiero ver, pero la cosa es complicada.
—Pero prometéme que va a ser rápi-
do. Mirá que yo con esta tristeza necesito
amor. Yo le digo que me
Hoy es el día de la verdad y mi mamá da susto verles la
está arreglada como si fuera a una fiesta,
porque a la verdad hay que recibirla bien cara a esos señores,
presentada. Yo le digo que me da susto ver- oírles la voz.
les la cara a esos señores, oírles la voz. Ella
me aprieta fuerte la mano y la siento sudar Ella me aprieta
mientras los presos se presentan. fuerte la mano y
—Mi nombre es Alfonso Torres, alias
el Jetón —dice uno de los presos—. Es- la siento sudar
toy aquí para contar la verdad y para pedir mientras los presos
perdón.
Cierro los ojos, trago saliva y vuelvo a se presentan.
mirar al hombre que acaba de decir esas
palabras: «verdad» y «perdón». No me
aguanto más y salgo de la sala. Todo el
mundo me mira. Voy a vomitar.
Saco el celular y marco el número que
he marcado todos los días desde hace dos
meses. Yo también sudo. El teléfono repi-
ca una vez, dos veces. Nadie contesta. No cer para darle un beso; al que asesinó a mi
puede ser. papá; al paramilitar. Él no puede verme,
Vuelvo a entrar. Mi mamá no para de pero yo sí. Lo miro fijo a los ojos y no es-
llorar mientras yo pienso en todo lo que cucho nada más. Ahora todo es imagen y,
voy a decirle por la noche al matón; al que en mi cabeza, mil voces que repiten: «Es
me habla cosas lindas; al que quería cono- él, mi amor».

Fracasó como voleibolista y como


Sara Palacio Gaviria
mamá. Estuvo ocupada desde que
Medellín, Colombia | 1987
nació. Sufre de dispersión académica.

Me pregunto si el que se inventa problemas los tendrá patentados. |383


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA CATÁSTROFE
DEL ALISCAFO
Por Sebastián Fernández

C uando era chico me enojé mucho con


Ricardo, el papá de mi mejor amigo
Tati, porque no lo dejó venir con nosotros
Yo no sé si sería verdad o si solo fue un
placebo, pero apenas arrancamos me apoli-
llé como un campeón. Estaba funcionando:
a Colonia por el fin de semana. Hasta mi mi miedo desaparecía. Pero la tranquilidad
viejo creía que Ricardo estaba equivocado y no duró mucho. Algo me despertó.
que Tati podría habernos acompañado a ese —¿Falta mucho? —pregunté a mi viejo.
hotel buenísimo, con cancha de tenis y todo. —Pasó algo —me contestó.
Me acuerdo de mi bronca y me acuerdo del En ese momento, apareció un integran-
hotel, pero del fin de semana casi no tengo te de la tripulación que nos pidió que por
memoria. Del viaje de vuelta tampoco, favor nos quedáramos en nuestros asien-
aunque lo conté mil veces. Quizás es por tos. Había un problema, pero ya lo estaban
eso: de tanto contarlo, solo me acuerdo de solucionando y pronto seguiríamos viaje.
hablar de ello, pero no de haberlo vivido. —Este tipo está verde —dijo mi viejo—.
Fuimos en barco, un aliscafo. Durante Yo no le creo nada, pónganse los chalecos.
el viaje de ida me mareé, me descompuse y No recuerdo si en ese momento tuve
vomité como la piba del exorcista. La pasé miedo. De lo que sí me acuerdo es que mi
para el orto. Sabía que a la vuelta me iba viejo no fue el único en desconfiar de aquel
a pasar lo mismo. Ese día, mientras hacía- fulano. Y, como el salón de no fumadores
mos la cola para embarcar, mis viejos es- era un lugar cerrado con apenas una peque-
taban preocupados y le comentaron lo que ña escotilla al frente, nos hizo levantar a mi
había ocurrido a un señor de barba. mamá, a mi hermano y a mí para primerear
—Ustedes fuman, ¿no? —preguntó el se- un lugar cerca de la salida.
ñor—. Hagan el esfuerzo y vayan al salón de Cuando subimos a la cubierta vimos
no fumadores. Ahí se mueve mucho menos. que el barco se estaba incendiando: len-

384 | Que alguien le acerque una silla a aquellos valores que siguen en pie.
DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

guas de fuego de cinco metros de altura se La noche era oscura y la diferencia de


levantaban en una noche oscurísima. Ahí peso hizo que nos alejáramos muy rápido
sí que me asusté. La gente iba saliendo de aquel bicho prendido fuego. Yo no podía
apelotonada por la escotilla mientras se es- pensar en otra cosa que en mi vieja; en mi
cuchaban gritos desesperados y empezaba vieja, muerta. Creía que no iba a verla nunca
a salir humo desde adentro. Lo miré a mi más y que ese era el momento en el que,
viejo y le dije que tenía miedo. como en una película, iba a revivir todos los
Tratamos de alejarnos lo más posible momentos lindos que habíamos compartido.
del fuego, pero la cubierta de un aliscafo De pronto, se nos acercó un barco. Des-
no está hecha para que toda esa gente ande pués vino otro, pero ninguno de los dos po-
por ahí dando vueltas. Nos pegamos a una día levantarnos y nosotros nos perdíamos
de las barandas que había alrededor. Las nuevamente en la corriente y la oscuridad.
llamas iluminaban todo y alcanzamos a ver Entonces apareció un helicóptero con una
que la tripulación había bajado unas balsas luz gigante que iluminaba toda el agua y
al agua. Todavía estaban atadas para que luego un barco de Prefectura. Se ve que
no se vayan con la corriente. estos sí sabían lo que hacían porque nos
—¡Hay que saltar! —gritó mi viejo. levantaron enseguida. Nos dieron unas fra-
Entonces ayudó a mi mamá y a mi her- zadas para taparnos y a mí me empezó a
mano a pasar del otro lado de la baranda. hablar una mina, sería una psicóloga o algo
Pero mi hermano no quería saber nada, así así. Yo le repetía que mi mamá se había
que mi viejo tuvo que empujarlo. Yo salté, muerto, nada más.
creo que para facilitar un poco el trámite. Cuando llegamos, el puerto de Buenos
Caí en el medio de una de las balsas Aires estaba completamente revoluciona-
y después algunas personas empezaron a do. Había muchos periodistas y la gente de
caer arriba mío. Me agarré como pude y Defensa Civil trataba de organizar todo ese
miré a la gente en el agua. De repente vi a quilombo. Un tipo habló con mi viejo; no
Ale, mi hermano. A pesar de que él tenía sé qué le dijo, pero fuimos hasta una espe-
dieciocho años y yo once, lo agarré y lo cie de galpón y ahí estaba ella, sola y es-
subí como si no pesara nada. Mi viejo tam- perando. Mi vieja estaba viva. Fue el mo-
bién cayó al agua y se subió a la balsa. Pero mento más feliz de mi vida. Y también me
mi mamá no estaba por ningún lado y yo la alegré de que Ricardo no haya dejado que
buscaba desesperado. Tati viniese con nosotros en aquel viaje.
—¿Dónde está mamá? ¿Dónde está? Hace cinco años, mi teléfono sonó a las
Mi viejo la había empujado y, aunque cuatro de la mañana. La que llamaba era
no la podíamos encontrar, yo la veía en to- Marita, la hermana de Tati, para contarme
das las caras desparramadas en el agua e que mi mejor amigo había muerto: a sus
iluminadas por el fuego. En un momento treinta y cuatro años, el corazón le había
quise tirarme al agua para buscarla, pero explotado debido a un infarto masivo.
mi viejo tuvo que convencerme de que Lamentablemente, aquella vez Ricardo no
aquella no era mamá. había podido hacer nada para salvarlo.

Si le preguntan dice que es diseña-


Sebastián Fernández
dor gráfico, porque decir que es un
La Plata, Buenos Aires,
tipo feliz que hace lo que le gusta le
Argentina | 1974
suena raro.

Fue un placebo conocerte. |385


Anécdotas mejoradas

LA DE
LAS JOYAS DE
LA ABUELA
Por Selva Marina Mendoza

P or lo general acepto cualquier tipo de in-


vitación.
Mi tía Redi me invitó a un velorio de
nida y medio que la tiró sobre la finadita.
Cuando la bajó, la viejita enganchó el ca-
jón con el mentón: si yo no hubiese reac-
alguien a quien no conocí en vida. cionado rápido, el cajón se hubiera caído
En el velorio éramos seis. al piso.
—¿Querés que le cantemos una canción Más tarde la nieta dijo:
a la abuela? —le dijo Redi a la nieta de —Me gustaría quedarme con el anillo
Adelí, la difunta. Una chica de unos treinta de la abuela de recuerdo.
años a la que parecía que le faltaba un gol- Vi que Adelí tenía puesto un anillo de
pe de horno. oro.
Paradas al lado del cajón, se agarraron —Si vos querés el anillo de tu abuela,
de las manos y empezaron a cantar: Quel yo se lo saco para vos, seguramente te lo
mazzolin di fiori che vien dalla montagna. querría dar.
Una viejita se les unió en el canto y, ya que Agarré la mano de Adelí y traté de sa-
estaba, yo también. carle el anillo. Parecía que le gustaba bas-
Después de la canción, la misma vie- tante, porque no lo quería largar. Empecé a
jita dijo: tironear cada vez más fuerte.
—Adelí era mi única amiga, como me Levanté la vista y vi que a la nieta no
gustaría darle un beso para despedirla. le estaba gustando que la tironeara tanto a
La señora era chiquitita. Entonces, Redi su abuela. Me alejé y fui a una especie de
la alzo por la cintura, la agarró despreve- cocinita que había en el lugar a buscar algo

386 | Las familias acaudaladas serán las que vendan agua.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

que me pudiera ayudar. Encontré detergen-


te. Unté el dedo de Adelí con un poco de-
tergente y el anillo salió.
—Tomá, el anillito de la abuelita, para
vos.
—¡Gracias! Me gusta mucho este ani- Tomé coraje,
llito. Pero lo que también me gusta mucho
es la cadenita que tiene puesta mi abuela.
la senté en el cajón
—¿Querés la cadenita también? Vamos a Adelí y le saqué
a ver si tu abuela te quiere dar la cadenita.
Le saqué también la cadenita.
el rosario. Cuando
—Tomá, la cadenita de tu abuela. lo empecé a sacar,
—¡Gracias! Pero en realidad, lo que
más quiero es el rosario que tiene puesto mi
se le vino todo
abuela porque era el que usaba para rezar. el pelo para
—¿Querés el rosario también? Bueno,
vamos a ver si también te quiere dar el ro-
adelante y cuando
sario tu abuela. la acosté me quedó
Ahí se complicó, la cadenita se des-
prende; el rosario no. medio desarmada.
Tomé coraje, la senté en el cajón a Ade- Como pude la
lí y le saqué el rosario. Cuando lo empecé a
sacar, se le vino todo el pelo para adelante acomodé un poco.
y cuando la acosté me quedó medio des-
armada. Como pude, la acomodé un poco.
—Tomá el rosario, mi amor, y mirá que
hermosa que quedó la abuelita.
—Sí, la verdad que sí. Quedó igualita a Hice como en las películas, me agaché,
Walter Olmos —me dijo la nieta después agarré un puñadito de tierra y lo arrojé para
de un corto suspiro. despedirme de Adelí en el mismo día en
Me enteré luego de que era fanática de que la conocí.
Walter Olmos y que tenía todos los recor-
tes de revistas, inclusive aquellos horroro-
sos que lo retrataban en el cajón con una
enorme mortaja.
En el cementerio nos designaron la
última parcela en tierra. Al lado había una
obra en construcción, los albañiles miraban
la escena.

Selva Marina Mendoza


Empleada administrativa y fotógrafa.
Villa Constitución, Santa Fe,
Mamá.
Argentina | 1978

Recibió una considerable cuenta de teléfono, de tanto llamar la atención. |387


Anécdotas mejoradas

LA DE
LA PRIMA MUERTA
EN EL SUBTE
Por Viviana Santillán

H ace unos años se suicidó mi prima Ame-


lia. Depresiva desde la adolescencia, a
los 46 se tiró bajo el subte en la estación Ju-
Llamé a mi marido, pero tenía el ce-
lular apagado. Desesperada, corrí hasta el
edificio donde hacía yoga con una anciana
ramento. Aquello sucedió en un momento budista y toqué el timbre varias veces has-
de gran felicidad en mi vida, cuando sentía ta que me atendió. «Disculpe —le dije a
que por fin mis cosas se encarrilaban. Tal través del portero eléctrico—, necesito que
vez por eso quise pasar muy rápido por la Marcelo venga ahora». Con su calma zen
pena; mantuve el dolor a raya. me respondió que estaban en la relajación
La cosa es que unos meses más tarde y que todavía les faltaba un poquito, que
iba en subte a buscar a mi marido por su después se cambiaba y bajaba. «No, no,
clase de yoga para ir a comprar un mue- usted no me entiende, es una urgencia», le
ble. Saliendo del andén de Bulnes vi, junto expliqué llorando.
al pie de la escalera, a una mujer pidien- Marcelo bajó a los pocos segundos con
do limosna. Quedé paralizada. Era Amelia la cara desencajada y el atuendo de quien
mendigando cincuenta centavos con su voz escapa de un incendio: musculosa, panta-
cascada y sus rasgos perfectamente reco- lón de jogging, mocasines sin medias y los
nocibles a pesar de algunas cicatrices. ¿Se rulos revueltos. «¿Qué pasó?», me pregun-
habría operado para reparar las lesiones tó asustadísimo. Le conté a borbotones la
provocadas por el tren? Enseguida aparté escena, que lo del suicidio había sido una
la vista del horror. Salí a la calle sudando farsa, que mi prima se burlaba de nosotros;
frío y en estado de absoluta turbación. que seguía viva y mendigaba en la escalera

388 | Ser un incomprendido es algo muy difícil de explicar.


DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

del subte. Él no sabía si reírse o consolar-


me, pero era obvio que no me estaba cre-
yendo, mientras yo le pedía por favor que
viniera a la estación a comprobar que era
cierto, que yo no estaba loca. «Esperá que
subo a cambiarme», me dijo. «No, no; no
hay tiempo, vení así». Lo arrastré con esa
pinta durante dos cuadras por la avenida.
Llegamos a la boca del subte y, al escu- Lo arrastré con esa
char la voz de Amelia, empecé a sentir que pinta durante dos
me descomponía y le pedí a Marcelo que
bajara a verla. Volvió hacia mí moviendo cuadras por la
la cabeza: «No es». Insistí en que volvie- avenida. Llegamos
ra, la observara bien y le hablara. Hay que
decir que mi marido tiene paciencia: bajó a la boca del subte
otra vez la escalera y a los pocos segun- y, al escuchar la voz
dos me confirmó que esa mujer no tenía ni
pizca de parecido con mi prima. Me puse de Amelia, empecé
a llorar. «Tenés que comprobarlo vos», me a sentir que me
dijo Marcelo tomándome de los hombros.
Bajé temblando, hice un esfuerzo para mi- descomponía y le
rar a la mujer a los ojos, le pregunté si era
Amelia y muy tranquilamente me dijo que
pedí a Marcelo que
no. Cuando insistí, me ignoró y retomó su bajara a verla.
letanía. Con bronca, con decepción, tuve
que aceptar que Amelia no nos había en-
gañado, que esta vez había cumplido, que
no era esa mendiga recauchutada que pedía
monedas en la estación de subte. Que esta-
ba inexorablemente muerta.
Devastada, di media vuelta hacia la
salida; Marcelo me rodeó la cintura con su
brazo. Mientras subíamos hacia la superficie
junto a la multitud, escuché una carcajada
fuerte, igual a la de Amelia en sus buenos
tiempos. Miré hacia atrás; los ojos de la
mendiga clavados en los míos.

Docente. Piensa que ya va a tener


Viviana Santillán tiempo para escribir y nunca sabe si
Santa Fe | 1971 ese pensamiento es una excusa para
no hacerlo.

La felicidad es pasajera, pero no sabemos en qué estación sube. |389


SOBREMESA DE LA MUERTE Y LA ÚLTIMA LUZ DEL CAMINO

LA FIEBRE
MONTEVIDEANA

CHIRI: Diez años, diez secciones, diez sobremesas. escalera, húmedo, espantoso (por lo menos para un
Me gusta que mantengamos ciertas obsesiones de escritor de mi categoría) y ahí fue mi peor momento
orden hasta en las celebraciones. Ahora, pensando en febril.
voz alta: medio bajón terminar la revista con historias C: Sí, delirabas. Yo me reí muchísimo.
que tienen que ver con la muerte, ¿no?
H: Vos también estabas jodido, pero cuando viste que
HERNÁN: La muerte del diez. lo mío se ponía feo tomaste la decisión unilateral de ir
C: ¡Qué hijo de puta que sos! No había hecho la analo- a buscarme medicamentos. ¿Te acordás?
gía. Pero tenés razón, hicimos el cierre de esta revista C: Claro que me acuerdo, porque en un momento me
con la muerte de Maradona revoloteando. cagué de un susto. Se te salían los ojos para afuera de
H: De todas formas, todo final es como una pequeña la tos, y delirabas, te creías tu abuelo.
muerte... H: ¿Mi temible abuelo Marcos?
C: Ahí estás arrolonando el gesto, ¡muy bien! C: Sí. Me decías: «¡Patricia, esta sopa está fría!», y me
H: Me emociona festejar los diez años de la revista querías pegar. Pero estabas tan débil que no te salía
con este proyecto hecho, de principio a fin, entre no- la trompada. Entonces me levanté y fui a buscar una
sotros y los lectores. farmacia de turno, porque pensé que te morías.
C: Nosotros en realidad no hicimos ningún esfuerzo. H: Ahí quiero llegar. Vos te fuiste y yo me quedé solo.
Viajamos, conocimos gente genial, nos emborracha- Estaba muy transpirado y tenía frío. Pero en esa sole-
mos y reímos como si tuviéramos veinte años... Pero dad fui consciente de que vos estabas en la calle, a
entiendo tu emoción y la comparto, querido amigo. las tres de la madrugada, en un país desconocido...
H: Lo único que recuerdo con cierto pasar es que en C: No estábamos en Tailandia, boludo... ¡Era Uruguay!
Montevideo no destacamos con los lectores. H: Shhh. Dejáme incorporar la épica. Vos te pusiste
C: Es cierto, fue una mierda porque nos agarró fiebre una campera y saliste a buscar ayuda. Mientras que
y una tos horrible y estuvimos bastante flojos en los yo, afiebrado y solo en esa habitación desangelada,
talleres. ¡Pobre la gente que nos tuvo que sufrir! Yo sentí la protección de tu amistad.
creo que los montevideanos fueron los talleristas que C: Ah, estás hablando en serio.
más padecieron la estafa.
H: Claro. No es que sentí la amistad de ese momento,
H: Yo sigo en contacto con algunos chicos que hicie- sino toda la amistad que nos une desde chicos. ¿Viste
ron el taller y te aseguro que si fue así no lo notaron, que cuando tenés mucha fiebre conectás muy profun-
me siguen tratando bárbaro. do? Bueno, yo vi en ese pequeño gesto tuyo, de ir a
C: Porque son buena gente: tienen esa sabiduría la farmacia, todos tus grandes gestos. Los vi al mismo
oriental que los pone muy por encima de nosotros. tiempo, como en un aleph.
Pero dimos un poco de pena. C: Qué loco.
H: ¡Porque teníamos cuarenta grados de fiebre! Yo H: Y te lo quería agradecer.
guardo un recuerdo muy especial de esos días. Es-
C: No seas pavo.
tábamos alojados en una casa un poco espantosa de
un barrio montevideano, creo que no habíamos con- H: No, en serio. ¿Sabés cuál es la única gran certeza
seguido algo mejor... de la amistad verdadera?
C: Vos querías algo mejor, pero fui yo el que organizó C: ¿Cuál?
la logística y quería cuidar el mango. H: Siempre sabés quién va a agarrar primero la manija
H: Bueno, estábamos ahí, en un segundo piso por del cajón, cuando todo acabe.

390 | Jamás perdonaría a un resentido.


EPÍLOGO

Instrucciones para
contar anécdotas

E
ste decálogo nació de un punteo que armamos con Hernán al principio del
viaje, cuando empezamos a recibir las primeras anécdotas por correo elec-
trónico. Nos sirvió para identificar por qué una anécdota funcionaba mejor
que otra, y cómo se podían solucionar algunos problemas que se repetían en la
mayoría de las historias, y dice así:
1. Amar la estructura clásica por sobre todas las cosas. Las anécdotas cons-
tan de un principio, un desarrollo y un final. Tienen que ser claras y fáciles
de seguir para el espectador. No intentes ir más allá. Para transgredir es-
tructuras existe la literatura experimental o el arte performático.
2. No hay arco dramático sin objetivo. Los escenarios excéntricos o los
personajes pintorescos pueden estar muy bien por sí mismos, pero no sir-
ven como disparadores de anécdotas. Para que el público se identifique con
nuestra historia necesitamos un objetivo y un arco dramático: en el punto
de partida el protagonista tiene que perseguir una meta, y al final del reco-
rrido debe haber experimentado un cambio. Puede terminar mejor o peor
que como empezó, pero nunca igual.
3. Una anécdota que dura más de cinco minutos no es anécdota, es stand-
up. La brevedad y la precisión de relojería son atributos fundamentales del
género. Cuando la anécdota se extiende por más de cinco minutos auto-
máticamente cambia de género y se transforma en monólogo, stand-up o
soliloquio. Se suele incurrir en este error por exceso de ego. Evitálo como
a la peste.
4. La realidad no se negocia, pero... Una anécdota tiene que estar basada
en hechos reales, debe suceder en lugares reales y los protagonistas tienen
que ser personas reales. Una vez aceptada esta regla de oro, está permitido
mentir, exagerar, falsear, alterar, tergiversar y/o transgredir lo que sea ne-
cesario con tal de seducir al espectador.

Victoria es decir «te lo dije». |391


5. Las anécdotas no se escriben, se anotan. No te sientes a escribir sin haber
ensayado tu anécdota en sobremesas, reuniones sociales o en cualquier lu-
gar donde haya gente dispuesta a escucharte. Tu auditorio es el mejor edi-
tor para detectar qué funciona de tu historia y qué no. En la elaboración de
una anécdota, la escritura es el último y el menos importante de los pasos.
6. Evitá que el peso recaiga solo en las palabras. La anécdotas son ante-
riores a la escritura y las venimos compartiendo entre nosotros desde los
albores de la humanidad. Su propósito final es la oralidad. Los tonos, los
gestos, las pausas, los silencios y las inflexiones de voz valen tanto como
las palabras.
7. No demores el catalizador. Toda anécdota tiene un catalizador que pone
al protagonista en movimiento. Un mensaje en el teléfono, una visita ines-
perada, el motor de un avión que empieza a fallar. El catalizador debe estar
siempre en el primer párrafo. Cuanto menos lo dilates, más rápido vas a
captar el interés del auditorio.
8. Suministrá la información en dosis adecuadas. Podés hacerlo de dos
maneras: eligiendo los momentos en los que vas a revelar información
para crear suspenso, o anticipando un hecho que todavía no sucedió para
generar expectativa. Ambos recursos funcionan como dispositivos que te
permiten manejar la velocidad de la anécdota y manipular la emoción del
público. Parece fácil, pero dominarlos requiere de mucha práctica.
9. Identificá tu punto de giro. El «punto de giro» es un recurso del cine.
Consiste en introducir un cambio radical (una complicación, un nuevo
obstáculo, la irrupción de algo inesperado) en la mitad de la historia para
reforzar el interés de quien escucha. De este modo el relato se vuelve más
interesante y lo que está en juego cobra mayor dimensión. Identificá tu
punto de giro y ubicalo en la mitad exacta del relato. Si lo notás débil, me-
jorálo. Si no existe, lo vas a tener que inventar.
10. Cuanto mejor sea el final, mejor será tu anécdota. Como dice Aristóte-
les, el final de una historia debe contener dos elementos esenciales: terror
y piedad. O, para decirlo como David Mamet: sorpresa e inevitabilidad.
Inevitabilidad (o piedad), por la suerte del pobre protagonista que se metió
en problemas; sorpresa (o terror), porque al identificarnos con el héroe
sentimos que lo que se cuenta también podría pasarnos a nosotros. Si tu
anécdota tiene un buen final, tenés la mitad del éxito asegurado.
Con estos diez consejos cerramos los primeros diez años de la revista Orsai y
abrimos una puerta nueva: la Fundación Orsai. ¿Cuál será el arco dramático
de la próxima década? No tenemos la menor idea. ¿Es este salto el punto de
giro? Podría serlo, o tal vez no. ¿Será una buena anécdota todo esto, al final
del camino? De eso sí, amigos, no tenemos la menor duda.

Chiri Basilis

392 | Hablá un poco más fuerte que no te odio bien.


ÍNDICE
DE AUTORES

Abian, Pablo. La del viejo cuento de ciencia ficción. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 268


Accqua, Florencia. La de la inundación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 316
Aguado Martínez, María Luisa. La de la casa llena de recuerdos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 374
Aguirre, Mónica. La del último caso de la abogada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Aicardi, Federico. La del payaso y el ratón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
Alday, Martín. La del debut como contador de chistes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
Alemano, Cecilia. La de las cenizas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 354
Altez Brenner, Mildred. La del odio a Colombia. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194
Álvarez, Mercedes. La del conejo y el rottweiler. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 376
Álvarez, Ximena. La del recital con un hijo de siete. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40
Amico, Martín. La del hombro dislocado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 330
Aramburú, Isidoro. La del tipo que se fue a Búzios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 288
Ares, Alejo. La de la alarma de la residencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
Arias, Juan Manuel. La de la espera en el médico de adolescentes. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
Ayala Rojas, Ricardo. La de las tres novias encerradas. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200
Balcázar Rojas, Angelita. La del perro que odiaba a su papá. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130
Baruch, Marcela. La del futbolista griego. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
Battistoni, Nieves. La del vals interminable. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
Beer, Tatiana. La del pagafantas musical. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204
Benavente Martín, Paloma. La de la que no quiso limpiar. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 198
Berdín, Ana. La de la perdiz que no se murió. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 348
Bluth Goldfarb, Daniela. La del Daihatsu «Poroto». .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 282
Bonilla, Manolo. La de los delincuentes mordedores. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 322

La vida es una caja de sorpresas que a mí me vino abierta. |393


Bozzo, Cristian. La del porqué de viborita. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
Bugnone, María Andrea. La de la traición náutica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 326
Calderón, José María. La de Papá Noel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 364
Cambria, Pablo. La del barrilete en la plaza. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
Carballo, Juan. La de una anécdota adentro de otra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 294
Carrera Candela, Ítalo. La del viejo que fumaba porro. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220
Carrizo, Maximiliano. La del vendedor en el colectivo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
Cartay Febres, Luisana. La de la ahogada que fue feliz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 370
Castellano, Víctor. La del miedo al suegro cordobés. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 206
Castro Sandoval, Pierre. La del robo del ángel. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272
Castro, Diego Ignacio. La de la armónica robada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
Castro, Leticia. La del guapetón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180
Ceballos, Dardo Adrián. La del viaje a Camamú. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132
Ching, María Inés. La de la búsqueda de la belleza. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
Chiozza, Gustavo. La del libro de Neruda dedicado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Cittadino, Sabrina. La de la uruguaya que odiaba a Suárez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 274
Cognigni, Mariano. La de la hija de los Cáceres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
Colazo, Ana. La del celular infiel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168
Conti, Juanjo. La de la notebook del paralítico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
Coppari, Pablo Javier. La de la chica muerta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 378
De Dios, Sabrina Laura. La de la hermana menor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
De Rosa, Gimena. La del susto en la isla colombiana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140
Décima Kozameh, Gala. La de la casa de los arqueólogos. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
Décima, Pilar. La de la última visita de la abuela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Dubra, Javier. La del yanqui que no quiso sacarse fotos. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
Dufour García, Ignacio. La del encuentro con la baqueta. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
Dzugala, Zoé. La del viaje en avión II. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 344
Escobar Velarde, Carmen. La del chorizo de los recuerdos. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212
Escudero Minaya, Enrique. La del mutante. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
Espino, Roberto. La de la adopción del pedo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
Farías, Diego Hernán. La del desafío del hemipléjico. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134
Fernández Burzaco, Matías. La del perro culposo. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
Fernández Compiano, Luciano. La de la última vez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 368
Fernández, Sebastián. La de la catástrofe del aliscafo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 384
Forziati, Franco. La de los mentirosos de los pueblos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242
Fryd, Carolina. La de la inyección. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6
Fuller Maúrtua, Carlos. La de los indestructibles en el mar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 280
Gallo, Javier. La de la obsesión por la patineta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
Ganoza Bogdanovich, María Andrea. La del padre, treinta y seis años después. . . 103
Garavano, Marcela. La del entrenador de vóley en moto. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188
García Sirvent, Álvaro. La de Manolo, el coloniero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
García, Carla. La del perro amaestrado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232
García, Fernanda. La del robo de la ruda macho. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 284
García, Luz. La del meo vengativo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 224
García, Mariza. La de los traficantes de cigarros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150
Gérez Torres, Hernán. La de Saviola. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
Giglia, Silvia. La de la gitana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120
Gleizer, Santiago. La de la chica borracha. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
Goldberg, Fernando. La del perro al agua. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216
Goldes, Daniela. La de la cita doble con ancianos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
Gómez Jacobo, Alejo. La de la alfombra de Marrakech. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
Gómez Muñoz, Diana. La del huesito del héroe Grau. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 238
González, Daniel Germán. La del bidón de jugo en el auto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 314
González, Julián Manuel. La de la aparición del perro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146

394 | Nunca supe de un buen mentiroso al que le haya ido mal.


González, Marina. La del robo en el micro brasileño. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 328
González, Santiago. La del dormido en el colectivo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 304
Grillo, María Laura. La de la despedida en Mar del Plata. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
Grosso, Tamara. La de la fiesta del Pulga. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160
Guazzaroni, Martín. La del recital de La Renga. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226
Guerberof, Ana. La de las diferentes maneras de ser bueno. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 350
Guillén Zambrano, Henry Raúl. La de la abuela en el bar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 250
Guzmán, Sebastián. La de la culpa de una farmacia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228
Haberman, Magalí. La del sarcasmo en el velorio del padre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 372
Hernández, Juliane Ángeles. La del silbido del Tunche. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 366
Herrera, Maribel. La de la niña y la «torta de cocaína». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Infante, Daniel. La del disfraz de conejo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
Ipanaqué Olivos, Christian. La de la tarde que mató a la madre. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 356
Iúdica, Romina. La del chino simpático y anfitrión. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
Jourdán, Esteban. La de los veranos en Chile. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 362
Kazmierski, Martín. La de los delincuentes de nueve años. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 300
Kremer, Elianne. La del chico Strasser. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174
La Porta, Josefa. La de la vecina fóbica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Lada, Diego. La del Citroën 2CV. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172
Leiva, Raúl Enrique. La de la campera atorada. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
León Almenara, Juan Pablo. La de los síntomas del café. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 320
Levy, Ricardo. La del mantel con berenjenas chiquitas. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114
Llanos Urraca, Pablo. La del peor empleado del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
López, Ignacio. La del quinto colectivo 166. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Lopéz, Santiago Alberto. La del concheto que se metió a brujo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
Luy de Aliaga, Karen. La de la primera cita con Francesca. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 296
Magnasco, Horacio Osavaldo. La del temblor en la cabeza de Luis. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252
Maliandi, María Agustina. La de la ceguera repentina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 310
Mana, Gisela. La del encuentro con Perón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248
Mántaras, Patricia. La de la niña «Bola de grasa». .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Marceca Saule, Matías. La del maletín que había que defender. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
Marcet, Verónica. La del viaje con Cecilia llorando. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162
Marina, Rosario. La del rezo en familia. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118
Mariñas Lázaro, Ángela. La de «Se busca novio» por Facebook. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
Martínez, Estefanía. La del casamiento de Barbie. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
Martínez, Javier. La del peluquero de Peñarol. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Mazarrasa Muñoz, Jerónimo. La de la rata y la serpiente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 292
Mealla, Alan. La del delincuente perezoso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
Mendoza, Selva Marina. La de las joyas de la abuela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 386
Mercurio, Paula. La de la pregunta materna. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
Merlo, Ignacio. La del matafuego. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 254
Migdalek, Manuel. La de la bartender. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186
Mocoroa Cabral, Martín. La del suegro DT y el perro Kimba. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190
Mondelo, Ivana. La del chico en la parada del 110. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
Morín, Esteban. La del jefe místico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240
Moroni, Gabriel. La del amigo que se desgraciaba. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244
Movia, Guillermo. La del pique macho. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
Müller Sienra, Christian. La del facho negro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214
Neumarkt, Martina. La de la inyección en Tilcara. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152
Olivier, Sandra. La de la gallina infiltrada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 276
Palacio Gaviria, Sara. La de los veinte años de diferencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 382
Paleari, Rocío Belén. La del celular en el inodoro. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334
Palomino Carrillo, Roy. La de Paulie. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 340
Pasco Carmona, Lizbeth. La del padrenuestro en casa ajena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182

El que tira mala onda lo hace porque le sobra. |395


Plavnick, Pablo. La del momento «cuchi-cuchi». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 332
Polanco, Javier. La de la primera vez con el pavo. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222
Ponce de León, Jhordan. La de la iniciación en el hotel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Quesada, Santiago. La del que cada cinco años le pasa algo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 342
Quinteros, Carolina. La de la Abuela Nena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 352
Raiser Patiño, Alberto. La del cuadro de Nano Sánchez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124
Ramírez, Gustavo. La de la fiesta que se quedó sin luz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 286
Ramos, Pablo. La de la pareja en la garita. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 380
Rapetti Rivas, Carla. La de la vecina Chela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
Ratto, Agustín. La del hipocondríaco. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
Reaño Hurtado, Paloma. La de las cosas perdidas en el desierto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156
Repossi, Marcela. La del temblor en la noche infantil. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 324
Rey Villamil, Carina. La de la chica que se enfrentó a una vela. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210
Rivadeneyra Yriarte, Dánae. La del globito azul. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 358
Rodríguez Almaraz, Rocío. La de la sordomuda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
Rodríguez Spinelli, Carolina. La del enojo fácil. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86
Rojas, Leandro. La de la mamá de Ezequiel. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
Rome. La del que casi llega a presidente. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 336
Rotman, Gabriel Fabián. La del que no podía cagar vestido. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 246
Sachetti, Ana. La de los billetes para ir al dentista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
Salgado, Lucía. La de la profe de inglés. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
Sánchez Aguilar, José Luis. La del bullying feroz. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
Sanguineti, Francisco. La del porro en el shampoo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
Santillán, Viviana. La de la prima muerta en el subte. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 388
Santoro, Franco. La de la noche en el «Recordando». . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
Sarro, Natalia. La de cómo drogar a una abeja alemana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 264
Scalise, Mariana. La del radio perdido en el festival. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 298
Sederino, Carlos. La del viaje al cosmos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234
Seid, Martín. La de la carrera número cero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262
Serna Martínez, Rafael. La de la indemnización y la policía. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 302
Silva Jiménez, Daniel. La del asesinato. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 360
Simonetti, Luis. La de la hora de conocera la suegra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 184
Sinay, Matías. La de la visita a los suegros en Formosa. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192
Sofi, Romina. La del análisis de sangre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 338
Stangatti, Felisa. La del monstruo con olor a cigarro. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
Stewart, Verónica. La de los palieres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 306
Suárez, Soledad. La de la primera curda. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
Torres, Noelia. La del borracho que se caía debajo del tren. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 266
Torres, Pablo José. La de la pelota perdida. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
Torto. La del turista en San Fermín. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154
Tosco, Diego Carlos. La del alumno nuevo. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
Toso, Gabriella. La del tesoro arriba del ropero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
Vacchetta, Franco. La del viaje en avión I. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 318
Valdés, Fernando Julio. La de la madre enojada en China. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136
Vega, Diego Ariel. La de la tropilla en el tenedor libre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
Vélez Zuazo, Alexa. La de los murciélagos en casa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 312
Villagrán, José Daniel. La del ataque místico del corralito. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 258
Wong Quiñones, Javier Martín. La del gallinazo en el partido. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 256
Zaferson, Laura. La de la religión de la perezosa. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
Zambenetti, Victor. La del jaque mate imposible. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
Zanotti, Amadeo. La de la lucha por Coty. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
Zaruski, Janine. La de la colada en la casa del escritor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 290
Ziegler, Gloria. La de la risa durante el robo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 218
Zini, Pablo Héctor. La de la noche en blanco con ella. .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196

396 | Brazo, antebrazo, mano y celular.


ÍNDICE
TEMÁTICO

Prólogo: UN VIAJE PARA BUSCAR ANÉCDOTAS


Por Hernán Casciari .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

DE LA NIÑEZ Y LOS ALBORES DE LA VIDA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5


La de la inyección. Por Carolina Fryd .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6
La del disfraz de conejo. Por Daniel Infante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
La del casamiento de Barbie. Por Estefanía Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
La del payaso y el ratón. Por Federico Aicardi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
La del monstruo con olor a cigarro. Por Felisa Stangatti .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
La del tesoro arriba del ropero. Por Gabriella Toso .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 16
La de la obsesión por la patineta. Por Javier Gallo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
La de la mamá de Ezequiel. Por Leandro Rojas .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
La de la profe de inglés. Por Lucía Salgado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 22
La de la niña y la «torta de cocaína». Por Maribel Herrera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
La del debut como contador de chistes. Por Martín Alday .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
La del vals interminable. Por Nieves Battistoni . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
La de la pelota perdida. Por Pablo José Torres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
La de la niña «Bola de grasa». Por Patricia Mántaras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
La de la última visita de la abuela. Por Pilar Décima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
La de la hermana menor. Por Sabrina Laura de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
La de la primera curda. Por Soledad Suárez .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
La del jaque mate imposible. Por Víctor Zambenetti .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
La del recital con un hijo de siete. Por Ximena Álvarez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40

sobremesa 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42

La cuestión de si existen o no los vampiros jamás saldrá a la luz. |397


DE LA AMISTAD Y LAS GRANDES LEALTADES ..................................................................... 43
La del hipocondríaco. Por Agustín Ratto .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44
La de la cita doble con ancianos. Por Daniela Goldes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
La de la tropilla en el tenedor libre. Por Diego Ariel Vega . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
La del alumno nuevo. Por Diego Carlos Tosco .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
La del mutante. Por Enrique Escudero Minaya . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
La del porro en el shampoo. Por Francisco Sanguineti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
La de la noche en el «Recordando». Por Franco Santoro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
La de la iniciación en el hotel. Por Jhordan Ponce de León . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
La del bullying feroz. Por José Luis Sánchez Aguilar .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
La de la notebook del paralítico. Por Juanjo Conti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
La de la despedida en Mar del Plata. Por María Laura Grillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
La del perro culposo. Por Matías Fernández Burzaco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
La del maletín que había que defender. Por Matías Marceca Saule . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
La del barrilete en la plaza. Por Pablo Cambria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
La del concheto que se metió a brujo. Por Santiago Alberto López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
La de la chica borracha. Por Santiago Gleizer .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74

sobremesa 2 .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76

DE LAS COSTUMBRES EN LA VIDA COTIDIANA .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77


La del delincuente perezoso. Por Alan Mealla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
La de Manolo, el coloniero. Por Álvaro García Sirvent . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80
La de los billetes para ir al dentista. Por Ana Sachetti .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
La de la vecina Chela. Por Carla Rapetti Rivas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
La del enojo fácil. Por Carolina Rodríguez Spinelli . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86
La de la armónica robada. Por Diego Ignacio Castro .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 88
La del libro de Neruda dedicado. Por Gustavo Chiozza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
La de Saviola. Por Hernán Gérez Torres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
La del quinto colectivo 166. Por Ignacio López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
La del chico en la parada del 110. Por Ivana Mondelo .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
La del peluquero de Peñarol. Por Javier Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
La de la vecina fóbica. Por Josefa La Porta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
La de la espera en el médico de adolescentes. Por Juan Manuel Arias . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
La del padre, treinta y seis años después. Por Ma. Andrea Ganoza Bogdanovich 103
La de la búsqueda de la belleza. Por María Inés Ching .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
La del vendedor en el colectivo. Por Maximiliano Carrizo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
La del último caso de la abogada. Por Mónica Aguirre .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
La de la pregunta materna. Por Paula Mercurio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 111
La de la campera atorada. Por Raúl Enrique Leiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
La del mantel con berenjenas chiquitas. Por Ricardo Levy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114
La de la sordomuda. Por Rocío Rodríguez Almaraz .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
La del rezo en familia. Por Rosario Marina .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118
La de la gitana. Por Silvia Giglia .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120

sobremesa 3 .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122

DE LOS VIAJES Y LOS RECODOS DEL CAMINO .......................................................... 123


La del cuadro de Nano Sánchez. Por Alberto Raiser Patiño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124
La de la alarma de la residencia. Por Alejo Ares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 126
La de la alfombra de Marrakech. Por Alejo Gómez Jacobo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128

398 | Mi pereza es tan grande que necesita un sponsor.


La del perro que odiaba a su papá. Por Angelita Balcázar Rojas .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 130
La del viaje a Camamú. Por Dardo Adrián Ceballos .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 132
La del desafío del hemipléjico. Por Diego Hernán Farías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134
La de la madre enojada en China. Por Fernando Julio Valdés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136
La de la casa de los arqueólogos. Por Gala Décima Kozameh . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
La del susto en la isla colombiana. Por Gimena De Rosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 140
La del pique macho. Por Guillermo Movia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
La del yanqui que no quiso sacarse fotos. Por Javier Dubra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
La de la aparición del perro. Por Julián Manuel González . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
La del futbolista griego. Por Marcela Baruch . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148
La de los traficantes de cigarros. Por Mariza García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150
La de la inyección en Tilcara. Por Martina Neumarkt .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 152
La del turista en San Fermín. Por Torto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154
La de las cosas perdidas en el desierto. Por Paloma Reaño Hurtado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156
La del chino simpático y anfitrión. Por Romina Iúdica .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
La de la fiesta del Pulga. Por Tamara Grosso .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160
La del viaje con Cecilia llorando. Por Verónica Marcet .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162

sobremesa 4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 164

DEL AMOR, LA PASIÓN Y EL ROMANTICISMO ............................................................... 165


La de la lucha por Coty. Por Amadeo Zanotti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166
La del celular infiel. Por Ana Colazo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 168
La de «Se busca novio» por Facebook. Por Ángela Mariñas Lázaro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
La del Citroën 2CV. Por Diego Lada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 172
La del chico Strasser. Por Elianne Kremer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 174
La del encuentro con la baqueta. Por Ignacio Dufour García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 176
La de la religión de la perezosa. Por Laura Zaferson . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
La del guapetón. Por Leticia Castro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180
La del padrenuestro en casa ajena. Por Lizbeth Pasco Carmona .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 182
La de la hora de conocera la suegra. Por Luis Simonetti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 184
La de la bartender. Por Manuel Migdalek . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 186
La del entrenador de vóley en moto. Por Marcela Garavano .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 188
La del suegro DT y el perro Kimba. Por Martín Mocoroa Cabral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190
La de la visita a los suegros en Formosa. Por Matías Sinay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 192
La del odio a Colombia. Por Mildred Altez Brenner .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194
La de la noche en blanco con ella. Por Pablo Héctor Zini . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196
La de la que no quiso limpiar. Por Paloma Benavente Martín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 198
La de las tres novias encerradas. Por Ricardo Ayala Rojas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200
La de la adopción del pedo. Por Roberto Espino .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202
La del pagafantas musical. Por Tatiana Beer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 204
La del miedo al suegro cordobés. Por Víctor Castellano .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 206

sobremesa 5 .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208

De las drogas, el sexo y el rocanrol .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209


La de la chica que se enfrentó a una vela. Por Carina Rey Villamil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210
La del chorizo de los recuerdos. Por Carmen Escobar Velarde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212
La del facho negro. Por Christian Müller Sienra .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 214
La del perro al agua. Por Fernando Goldberg . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216
La de la risa durante el robo. Por Gloria Ziegler . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 218
La del viejo que fumaba porro. Por Ítalo Carrera Candela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220

Hay vida en otros planetas, pero mudarse es carísimo. |399


La de la primera vez con el pavo. Por Javier Polanco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 222
La del meo vengativo. Por Luz García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 224
La del recital de La Renga. Por Martín Guazzaroni .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226
La de la culpa de una farmacia. Por Sebastián Guzmán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 228

sobremesa 6 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 230

De las rarezas y los absurdos imposibles .................................................................. 231


La del perro amaestrado. Por Carla García .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232
La del viaje al cosmos. Por Carlos Sederino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 234
La del porqué de viborita. Por Cristian Bozzo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
La del huesito del héroe Grau. Por Diana Gómez Muñoz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 238
La del jefe místico. Por Esteban Morín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240
La de los mentirosos de los pueblos. Por Franco Forziati .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 242
La del amigo que se desgraciaba. Por Gabriel Moroni .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244
La del que no podía cagar vestido. Por Gabriel Fabián Rotman . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 246
La del encuentro con Perón. Por Gisela Mana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248
La de la abuela en el bar. Por Henry Raúl Guillén Zambrano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 250
La del temblor en la cabeza de Luis. Por Horacio Osvaldo Magnasco . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252
La del matafuego. Por Ignacio Merlo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 254
La del gallinazo en el partido. Por Javier Martín Wong Quiñones .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 256
La del ataque místico del corralito. Por José Daniel Villagrán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 258
La de la hija de los Cáceres. Por Mariano Cognigni . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
La de la carrera número cero. Por Martín Seid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 262
La de cómo drogar a una abeja alemana. Por Natalia Sarro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 264
La del borracho que se caía debajo del tren. Por Noelia Torres .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 266
La del viejo cuento de ciencia ficción. Por Roberto Pablo Abian . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 268
La del peor empleado del mundo. Por Pablo Llanos Urraca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 270
La del robo del ángel. Por Pierre Castro Sandoval . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 272
La de la uruguaya que odiaba a Suárez. Por Sabrina Cittadino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 274
La de la gallina infiltrada. Por Sandra Olivier . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 276

sobremesa 7 .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 278

De las intrépidas aventuras novelescas .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279


La de los indestructibles en el mar. Por Carlos Fuller Maúrtua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 280
La del Daihatsu «Poroto». Por Daniela Bluth Goldfarb . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 282
La del robo de la ruda macho. Por Fernanda García . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 284
La de la fiesta que se quedó sin luz. Por Gustavo Ramírez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 286
La del tipo que se fue a Búzios. Por Isidoro Aramburú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 288
La de la colada en la casa del escritor. Por Janine Zaruski . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 290
La de la rata y la serpiente. Por Jerónimo Mazarrasa Muñoz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 292
La de una anécdota adentro de otra. Por Juan Carballo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 294
La de la primera cita con Francesca. Por Karen Luy de Aliaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 296
La del radio perdido en el festival. Por Mariana Scalise . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 298
La de los delincuentes de nueve años. Por Martín Kazmierski . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 300
La de la indemnización y la policía. Por Rafael Serna Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 302
La del dormido en el colectivo. Por Santiago González . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 304
La de los palieres. Por Verónica Stewart . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 306

sobremesa 8 ..................................................................................................................................... 308

400 | Si vendés ingenuidad, te pagan con billetes falsos.


De las catástrofes y las tragedias extrañas ............................................................ 309
La de la ceguera repentina. Por María Agustina Maliandi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 310
La de los murciélagos en casa. Por Alexa Vélez Zuazo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 312
La del bidón de jugo en el auto. Por Daniel Germán González .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 314
La de la inundación. Por Florencia Accqua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 316
La del viaje en avión I. Por Franco Vacchetta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 318
La de los síntomas del café. Por Juan Pablo León Almenara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 320
La de los delincuentes mordedores. Por Manolo Bonilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 322
La del temblor en la noche infantil. Por Marcela Repossi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 324
La de la traición náutica. Por María Andrea Bugnone .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 326
La del robo en el micro brasileño. Por Marina González . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 328
La del hombro dislocado. Por Martín Amico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 330
La del momento «cuchi-cuchi». Por Pablo Plavnick . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 332
La del celular en el inodoro. Por Rocío Belén Paleari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 334
La del que casi llega a presidente. Por Rome .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 336
La del análisis de sangre. Por Romina Sofi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 338
La de Paulie. Por Roy Palomino Carrillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 340
La del que cada cinco años le pasa algo. Por Santiago Quesada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 342
La del viaje en avión II. Por Zoé Dzugala . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 344

sobremesa 9 ..................................................................................................................................... 346

De la muerte y la última luz del camino ..................................................................... 347


La de la perdiz que no se murió. Por Ana Berdín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 348
La de las diferentes maneras de ser bueno. Por Ana Guerberof . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 350
La de la Abuela Nena. Por Carolina Quinteros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 352
La de las cenizas. Por Cecilia Alemano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 354
La de la tarde que mató a la madre. Por Christian José Ipanaqué Olivo . . . . . . . . . . . . . . . . 356
La del globito azul. Por Dánae Rivadeneyra Yriarte .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 358
La del asesinato. Por Daniel Silva Jiménez .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 360
La de los veranos en Chile. Por Esteban Jourdán .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 362
La de Papá Noel. Por José María Calderón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 364
La del silbido del Tunche. Por Juliane Ángeles Hernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 366
La de la última vez. Por Luciano Fernández Compiano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 368
La de la ahogada que fue feliz. Por Luisana Cartay Febres .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 370
La del sarcasmo en el velorio del padre. Por Magalí Haberman .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 372
La de la casa llena de recuerdos. Por María Luisa Aguado Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 374
La del conejo y el rottweiler. Por Mercedes Álvarez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 376
La de la chica muerta. Por Pablo Javier Coppari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 378
La de la pareja en la garita. Por Pablo Ramos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 380
La de los veinte años de diferencia. Por Sara Palacio Gaviria .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 382
La de la catástrofe del aliscafo. Por Sebastián Fernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 384
La de las joyas de la abuela. Por Selva Marina Mendoza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 386
La de la prima muerta en el subte. Por Viviana Santillán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 388

sobremesa 10 ................................................................................................................................... 390

epílogo: Instrucciones para contar anécdotas


Por Chiri Basilis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 391

Solo podemos ver el futuro en el preciso instante que se transforma en pasado. |401
LA DE
LA GUERRA DE
LOS PUTOS STAFF

Editor responsable
Por Martín Kalaizich Hernán Casciari

Jefe de redacción
Christian Basilis

Dirección de arte
Margarita Monjardín

Edición
Josefina Licitra
Martín F. Castagnet
Sofía Badia
Alejo Barmasch

A mediados de 2015 todos mis amigos se levantaban temprano,


menos el Gordo Bebe. Como broma, empezamos a mandarle
cataratas de mensajes para despertarlo y divertirnos con su eno-
Ilustraciones
Matías Tolsà
Ermengol Tolsà
jo. Pero Bebe empezó a tomar represalias exageradas con quien Corrección y web
le mandara algún mensaje que lo despertara. Ignacio Merlo
Yo quería seguir la joda, así que pedí prestado un perfil de
Logística
Facebook trucho a otro amigo. Bloqueé al Gordo Bebe y publi- Euge Gómez
qué varios avisos clasificados en sitios de autos usados, con su Totó Stellaci
número de teléfono, aclarando que solo atendía de 8 a 10 de la Pamela Palacios
mañana por supuestas cuestiones personales. __________________
El plan funcionó bastante bien durante algunos días, pero ha-
blando con una de las personas que lo llamó, averiguó datos de la Revista Orsai
Número Especial
cuenta de Facebook que le permitieron encontrar ese perfil falso Décimo Aniversario
y reconocerlo. Habló con el dueño original de la cuenta, quien
me delató bajo amenaza. Bebe decidió pagarme con la misma
moneda. Pero en vez de publicar mi información en páginas de
autos usados, la puso en un anuncio de un grupo llamado «Osos
cariñosos de Rosario». LA LETRA
PEQUEÑA
Mi celular se inundó con mensajes de hombres que querían
intimar. Me imaginé por dónde venía la mano y felicité al Gordo.
De buena gana, di de baja los anuncios, pero el bastardo de Bebe
estaba enojado y me dijo que iba a tener que aguantarme una se- A último momento armamos en la
web de Comunidad Orsai un con-
mana de mensajes. Me pareció desproporcionado, así que com- curso de anécdotas rápidas para
batí fuego con fuego. Si un mensaje me llegaba, yo le respondía elegir al último autor de la década y
que tenía un número erróneo, el del trabajo, y que era mejor que ganó el lector Martín Kalaizich con la
me contactaran a mi teléfono personal. De esta forma, cada men- historia que aparece en esta página.
Déjenme decir, para cerrar, que esta
saje que recibía le rebotaba al Gordo nefasto y vengativo. revista se terminó de editar e imprimir
Estuve varias horas devolviéndole los pretendientes, pero mi a las apuradas en el mes de diciem-
amigo todavía insistía en amenazarme. Pensé que lo mejor era bre del espantoso año de la pan-
demia (2020) en Pausa Impresores
cortarla rápido, y al próximo «Oso» que me encaró, en vez de S.R.L., Buenos Aires. El ISBN es un
rebotarlo, le di charla y cuando entró en confianza lo invité a número larguísimo que cada vez nos
tomar algo, y le pasé una dirección real, la del departamento del importa menos y, por supuesto, está
prohibido escanear los códigos QR
Gordo Bebe. Cuarenta minutos más tarde, en lugar de recibir de cada anécdota para escuchar las
más mensajes de cuarentones cachondos, solo llegó un lacónico historias en las voces de sus autores.
«GANASTE BASURA», de un número bastante conocido. ¡Hasta la década que viene!

402 | Hay algunos que toda su vida pesan 21 gramos menos.

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